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Esclavos involucrados en causas de muerte.

Buenos Aires, 1778-1810

Gustavo Slomka.
Lic. en Antropología-UNLP

Introducción

El interés por los estudios sobre la esclavitud en el Río de la Plata en general y en


Buenos Aires en particular creció de manera significativa en los últimos años,
especialmente en lo relativo a las últimas etapas de dicho proceso, entre finales del siglo
XVIII y mediados del siguiente. Entre los aspectos que generan mayor interés, hay dos
fundamentales y estrechamente vinculados:
Por un lado, la progresiva disminución de la población de origen africano hacia
mediados del siglo XIX, proceso que coincide, además, con la paulatina desintegración de
la institución de la esclavitud en todo el continente. 1
Por otro, la amplia gama de temas y problemas referidos a la forma de vida de los
esclavos, al lugar que ocuparon en la sociedad local, a la construcción de sus identidades
en estas tierras, sus posibilidades y limitaciones, la búsqueda de libertad y ascenso social,
en una sociedad que no sólo los ocupaba como mano de obra esclava sino que además los
estigmatizaba por su color de piel.
Dentro de esta gama de problemas hay toda una dimensión que da sustento y
legitimidad al ordenamiento y sujeción de los esclavos y negros en general: me refiero a
lo jurídico. Persiste hasta hoy una cierta tradición, que viene de la mano de la historia del
derecho, que caracteriza al sistema esclavista rioplatense como social y jurídicamente
benigno. Dicha visión, sostiene que el Estado se preocupó históricamente de salvaguardar
la “humanidad” de los esclavos de las sevicias de amos y extraños, mediante leyes o
dictámenes judiciales que los amparaban. Por otro lado, se tiene la idea que al tratarse
mayoritariamente de una esclavitud de tipo urbana, sin el denominado sistema de
plantación, no existió por parte de los amos la necesidad de un trato de ese tipo.
En el presente trabajo intento interpretar a partir del análisis de causas criminales de
muerte, el lugar que tuvo el esclavo de Buenos Aires hacia finales del siglo XVIII en la
sociedad local. La primera pregunta para iniciar el acercamiento al problema es la
siguiente: En una sociedad de castas como la de Buenos Aires a finales del siglo XVIII,
¿qué significa ser esclavo? O dicho de otro modo, ¿qué diferencia a un esclavo de otros
miembros de los grupos relegados de la sociedad?
Para abordar este problema, la intención es centrarme en dos variables, a saber: la
condición jurídica de los individuos, esclavos o libres, y su condición social y étnica. La
búsqueda se orienta a comprender y explicar cómo en la esfera del Virreinato, en la
ciudad de Buenos Aires, se juzga a los individuos, y cuáles son los aspectos
condicionantes de esos modos de aplicar justicia. La indagación tiene como objetivo
principal responder si en torno al sistema jurídico de la época, específicamente en torno al
sistema esclavista, existe una forma o unas formas particulares de juzgar y castigar o si,
por el contrario, se considera y trata al esclavo como un miembro más dentro del gran
entramado social que forman grupos de castas y personas pobres en general. Para poder
responder estas preguntas, creo adecuado escapar de las concepciones jurídicas o
normativas. La pregunta, entonces, no será si la justicia funciona o no, si la ley se cumple
o no. Más bien, ¿cómo funciona el campo de lo jurídico? ¿Qué hechos se amparan y

1
cuáles se combaten? ¿Qué aspectos extrajudiciales influyen en el tratamiento de las
causas?
En tal sentido, Aguirre2 entiende dicho ámbito como un “campo de batalla” en el
cual los grupos subordinados no aparecen como entes pasivos ante el ejercicio del poder.
Dicha concepción de campo de batalla, creo que hay que comprenderla en una esfera
amplia para el ámbito de la colonia, excediendo el propio ámbito de los tribunales de
justicia. Así, lo jurídico presenta toda una racionalidad, que involucra agentes muy
diversos, tanto desde el poder central como en el poder local, tanto desde la institución
judicial como dentro de los ámbitos domésticos de punición.
Como afirma Bourdieu3 “la ley no nos ha llovido del cielo ni ha surgido
enteramente armada de una razón universal, pero tampoco es el producto directo de una
demanda social, un instrumento dócil en manos de quienes dominan”. Por ello, concuerdo
con Lucena Salmoral4 cuando afirma que el ordenamiento jurídico –agregaría la
aceptación jurídico-social del castigo- tuvo cierto carácter funcional, pues sirvió para
evitar las rebeliones, las huidas y el cimarronaje. Pero luego se ubica en una posición de
tipo jurídica al interpretar que el rol de la ley fue, mecánicamente, una forma de poner
freno a los abusos, o, en sus propias palabras, establecer un “máximo explotable”. La ley,
creo, debe considerarse como un aspecto de lo social. En todo caso podría afirmarse un
vínculo dialéctico entre dicha ley, por un lado, y la dinámica social y las costumbres, por
otro. Dichos abusos a los que alude Lucena Salmoral, forman parte de una misma
racionalidad punitiva junto al castigo judicial. En tal sentido, el castigo doméstico no se
configura simplemente como resultado de la simple crueldad de ciertos amos abusadores,
sino como toda una ética del castigo y el control, entendida ésta como racionalidad, como
forma de ver la vida, disponerse para la acción.
¿Pero por qué considerar tanto los aspectos judiciales como el castigo doméstico?
La respuesta está en el hecho que el esclavo en la sociedad colonial constituye un
problema singular desde el punto de vista jurídico, por ser un bien correspondiente a un
amo y, a la vez, dependiente y súbdito de la Corona5. El problema pasa entonces por
desentrañar qué implicancias tuvo ello en la configuración de las relaciones sociales, en
especial en lo relativo a su control y sujeción. En términos de la concepción weberiana,
¿hasta dónde el Estado da lugar a la aplicación de una “violencia legítima” por parte de
los amos? ¿Hasta qué punto dicha violencia será considerada legítima?
Ello permitirá comprender, más allá del texto frío de la ley, el carácter del campo
jurídico6 todo, entendido no solamente en la institución judicial, sino a través de diversas
esferas de acción que cruzan toda la sociedad. ¿Qué lugar tuvo dicha forma de punición?
¿Qué funciones cumplió?
Para analizar estos aspectos he optado por indagar una serie de expedientes
judiciales, la mayoría de ellos del fuero criminal. En total, he revisado 20 causas
criminales de muerte, de la sección Criminal Provincial de los archivos de la Real
Audiencia, en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (AHPBA). Se han
incorporado al análisis algunos casos de causas civiles de cobro de pesos, por situaciones
de muerte de esclavos por sevicia que, como dijimos y es de esperar, no llegaron nunca al
fuero criminal.
La muerte como problema resulta de interés, especialmente dado el carácter sagrado
de la vida para la sociedad española de la época. Así lo atestiguan una serie de
documentos de la legislación esclavista, enfatizando tanto en los derechos del amo sobre
el cuerpo de los esclavos como en el límite que significa la muerte.
Es claro que el expediente judicial permite analizar no sólo la visión de las elites,
sino un sinfín de aspectos y situaciones que son en sí extrajudiciales –aunque, en los
términos de este acercamiento, forman parte del campo jurídico- y que involucran actores

2
sociales muy diversos. Sin embargo, no hay que perder de vista que la fuente judicial
pone de relieve sólo las situaciones de conflicto, de ruptura, de crisis. Por tanto, tratar con
ella puede conllevar el peligro de ver todo el espectro social dominado por tales
situaciones y desestimando así los aspectos consensuales de la sociedad7.
Debe señalarse entonces, que más allá de dichas instancias de conflicto, existieron
posibilidades, formas de progreso y cierto patrimonio económico por parte de esclavos y
negros libres. Como lo demuestra Rosal8, los esclavos que lograban algún patrimonio
económico prefirieron muchas veces invertirlo en una propiedad que en su propia libertad.
Ello podría implicar por un lado que no la pasaban tan mal en situación de esclavitud.
Pero puede interpretarse, como contrapartida, que no vislumbraran en realidad un futuro
demasiado diferente en la condición de libres. Mallo, quien analiza litigios de tipo civil,
menciona el caso de Rufina Dominga y su marido, ambos esclavos de San Antonio de
Areco, quienes en 1792 poseían 26 cabezas de ganado incorporadas a las de su amo9.
También, nombra entre otros el caso de María Felipa, parda libre de la costa de San
Isidro, quien en 1797 posee dos botes y redes para pescar, una o dos carretas, cuatro
caballos y cuatro bueyes.10 Rosal11 analizando testamentos de afroporteños muestra que
muchos lograron tener propiedades inmuebles. Por ejemplo, Mercedes Rodríguez, parda
libre, está casada con un esclavo de nombre Juan José González, y posee un terreno con
casa incluida y algunos frutales. Ella prefirió invertir en la casa antes que en la libertad de
su marido. Como afirma Mallo12, “la población africana sabía por experiencia propia,
personal y colectiva el valor que podía asignarle a la libertad, pero también el que le
otorgaba a su propio trabajo y a la propiedad” (1999:436). Es evidente que la pretensión
en estos casos no era otra que mimetizarse en el mundo de los blancos. Algunos lo
lograron bastante bien. La gran mayoría no tanto.

Algunas consideraciones sobre las leyes de esclavos

El análisis de las leyes permite por un lado comprender el marco en el cual se


ejecuta el accionar jurídico. Pero no sólo eso. Principalmente es una fuente para
comprender qué hechos o situaciones se consideran peligrosas, se temen, se intentan
evitar. También, por oposición, cuáles son las que se favorecen o se estimulan. Por
último, muestra la concepción que se tiene de los actores sociales y de las prácticas que
dichos actores realizan. En tal sentido, en primer lugar y dada la temática que analizo, me
interesa conocer el lugar que ocupa la muerte en dicha legislación, su importancia, su
gravedad. Para ello tomaré principalmente dos documentos, muy distantes en el tiempo
que hacen mención a ello. Las partidas Alfonsinas, del siglo XIII, consideradas en gran
medida como base jurídica del derecho esclavista en América, dicen acerca del poder del
amo sobre el siervo:
“Llenero poder ha el señor sobre su siervo para hacer del lo que quisiere, pero con todo
esto no lo debe matar, nin lastimar, maguer le hiciese, porque a menos demandamiento
del juez del lugar nin lo debe herir, de manera que sea contra razón de natura, nin
matarlo de hambre, fuera en de si lo hallase con su mujer o con su hija, o hiciese otro
hierro semejante destos. Ca esto ce bien lo podría matar. Otro si decimos que si algún
hombre fuese tan cruel a sus siervos que los matase de hambre o les hiriese o les diese

3
tan gran lacerío que no lo pudiesen sufrir, que entonces se pueden quejar los siervos al
juez.”13
Puede hacer lo que quiera con él, pero no lo debe herir ni matar, salvo que el hecho
sea de tal gravedad que así lo justifique. Ya hacia finales del siglo XVIII, época que
tratamos en el presente trabajo, la Instrucción para la educación, trato y ocupaciones de
los esclavos, al hacer referencia a las penas por excesos importantes por parte de los
esclavos dice que:
“Cuando los esclavos cometieren excesos, defectos o delitos contra sus amos, mujer o
hijos, mayordomos u otra cualquiera persona para cuyo castigo y escarmiento no sean
suficientes las penas correccionales de que trata el capítulo antecedente14, asegurado el
delincuente por el dueño o mayordomo de la hacienda, o por quién se halle presente a la
comisión del delito, deberá el injuriado o persona que lo represente dar parte a la
Justicia”15
Más allá de esta Cédula, fallida en su aplicación y considerada el mayor avance en
la legislación para salvaguardar los pocos derechos de los esclavos, puede decirse que la
muerte de los esclavos se sugiere solamente para aquellas situaciones graves,
especialmente si nos remitimos a la huida de esclavos del ámbito de sus amos. Así, vemos
que ya en 1571, una Cédula aplicada en Panamá, recomendaba que si los esclavos
anduvieren ausentes del servicio de sus amos más de seis meses con los negros alzados o
cometido otros delitos graves, sean ahorcados hasta que mueran naturalmente16.
En verdad el peligro de cimarronaje ronda toda la legislación esclavista indiana.
Pocos años después de la mencionada cédula, en 1577, una ordenanza para los negros de
Chile estipulaba que al esclavo, que aunque hubiere menos tiempo de los arriba dichos,
que anduviere huido e andado en junta de otros negros, hecho cimarrón, e salteador de
caminos, e solo, o hubiese hecho algún robo e insulto fuera de la ciudad en el campo, e
en algún camino o pueblo de indios, que muera por ello, e cualquiera lo pueda matar, sin
pena alguna, e el que lo matare o prendiere, venido de matar al negro, se le den treinta
pesos de penas de gastos de justicia17.
Vemos aquí un ejemplo entre muchos de aceptación de muerte a esclavos para
castigar el cimarronaje. Sin embargo, hay que considerar que la muerte es el último de los
escalones entre toda una serie graduada. Ya en la misma ordenanza citada vemos
claramente dicha graduación, pues se castiga según la cantidad de días de huida: “Que el
dicho esclavo o esclava que estuviere huido (…) más de tres días e menos de veinte (…)
le sean dados doscientos azotes por las calles públicas por la primera vez, y por la
segunda doscientos azotes e se desgarrone de un pie, e por la tercera, al varón se le
corten los miembros genitales, e a la mujer las tetas. (…) Que el esclavo o esclava que
estuviese huido fuera del servicio de su amo más de veinte días, e menos de dos meses,
(…) por la primera vez le sean dados doscientos azotes e sea desgarronado de ambos
pies, e por la segunda se le corten al varón los miembros genitales, e a la mujer las
tetas.”18
Hay varios aspectos que merecen ser tratados en este análisis. Por un lado, la muerte
aparece en general como un límite prohibido para el castigo. Sin embargo, se pondera y
hasta estimula en ciertos casos, especialmente si se trata de castigar el cimarronaje. Su
función, al igual que las penas corporales como las aquí citadas, es evitar que en el futuro
otros esclavos tomen como ejemplo positivo el de los esclavos huidos. Para ello, la pena
se instaura siempre con un importante grado de visibilidad: la necesidad de que la pena
sea pública. Cito, entre numerosos documentos en los que se hace referencia al tema, uno
de 1522, de Santo Domingo, correspondiente a las primeras ordenanzas sobre esclavos en
América:

4
“(…) ninguno de los dichos negros, ni esclavos, sean osados de traer ni traigan armas
ofensivas en poblado, ni en camino, con su señor, ni sin él, ni en otra manera, ni lugar, si
no fuere un cuchillo de a palmo, para las cosas que hubieren menester, so pena que por
la primera vez la haya perdido e pague seis pesos de oro, los dos destos dichos para el
arca, y el otro para el Ejecutor encargado, e si no tuviere de qué los pague, les sean
dados cincuenta azotes públicamente, e por la segunda vez le corten un pie”19

La ética del castigo

Ahora bien, ¿Qué función tuvo el castigo corporal al esclavo en el Buenos Aires de
finales de siglo XVIII? ¿Qué diferencia existió entre el castigo doméstico y el
estrictamente judicial? Además, ¿Puede considerarse dicha práctica como producto de la
crueldad de ciertos amos o por el contrario se inscribe dentro de un entramado mayor
complementado por la justicia penal? ¿El castigo corporal fue una acción aislada o se
reconocía como práctica social aceptada y generalizada?
Aunque la mayoría de los esclavos haya muerto sin conocer sobre sus espaldas las
marcas del azote20, existen innumerables evidencias que dan cuenta de latigazos y otros
tormentos como costumbres extendidas en el trato de amos a sus esclavos. Si nos
remitimos a los expedientes judiciales, puede contrastarse esto tanto en el ámbito criminal
como en el civil. No obstante, de los mismos expedientes puede desprenderse el hecho de
que la mayoría de las situaciones de sevicia nunca llegaron a convertirse en juicios.
Goldberg21 afirma que existe en la sociedad colonial un verdadero divorcio entre la
realidad social y las normas jurídicas. Ello redundaba en una ineficacia para proteger a los
esclavos por parte de la justicia. Aun coincidiendo en reglas generales con dichos
conceptos, considero que gran parte de ello se debió a necesidades prácticas del control de
los esclavos más allá del ámbito de la justicia y no a mera impericia por parte de ésta por
controlar los “excesos”. Los ejemplos abundan.
El esclavo Caetano, en 1785, al testificar en la causa de muerte de otro esclavo
afirma que “habiendo sido castigado levemente por su amo se huyó de su casa y estuvo
fuera de ella como nueve días y habiendo vuelto halló a su compañero Casimiro, negro
esclavo de su amo en la cama”22.
Cuatro años más tarde, en el caso de la muerte de la esclava Rita propiedad de los
Soloaga, la parda Juana afirma que “aunque en la actualidad la tenía su ama con grillos
por haber dado en el defecto de huirse (...) tampoco puede atribuirse su muerte al
tratamiento de sus amos pues este siempre fue benigno”23.
En 1787 Catalina Quintana tenía a la Mulata María, de su propiedad, “...con grillos”
por haber huido anteriormente en dos ocasiones.24 En 1778 un esclavo pide papel de venta
luego de… 17 años de malos tratos.25
En 1785, la esclava Francisca inició pleito contra su ama por el mismo motivo.
Había sido azotada, atada a una escalera y encerrada por tres días con grillos y en ayunas.
Francisca finalmente se restableció de las heridas y la justicia dictaminó que debía
regresar al servicio de su ama26.
Un caso parecido ocurrió con Casimiro, esclavo de Don Manuel Casares. Tal y
como el mismo amo lo reconoce, “le habría dado unos cincuenta azotes con un vergajo
de toro o novillo en las nalgas, habiéndole amarrado a una escalera según práctica y
costumbre del país”27. Preguntada si su amo acostumbraba a castigarlos con frecuencia y

5
vigor, Catalina, esclava de Casares, dijo que “algunas vezes lo hazia pero sin excesso y
cuando habia alguna caussa y entonces usaba de la escalera y del tramojo.”28 A Don
Manuel Casares le correspondió una pena de dos años de prisión en la Real Cárcel de
Buenos Aires y posterior pena de destierro. Desconozco si alguna de esas penas se
cumplió de forma efectiva. ¿Cuál es el aspecto sustancial que diferencia una causa de la
otra? Que, al contrario de Francisca, Casimiro murió a causa del brutal castigo recibido.
Este caso muestra cómo la muerte, aun en caso de relación amo-esclavo es un límite
inaceptable para la visión de la Justicia española.
Un hecho que resulta llamativo al respecto es que en ningún momento durante el
desarrollo de la causa contra Casares se criticó la situación del castigo. La búsqueda se
centraba en averiguar si efectivamente el esclavo había fallecido a causa de ese castigo.
Sólo al quedar esto demostrado será pasible de recibir castigo. En tal sentido es elocuente
el discurso de su defensor quien dice que “(...) que en caso -que niego- de haver muerto
el negro Casimiro de resultas de los azotes no fue con animo e intencion de executarlo ni
por enemistad, odio y mala voluntad que le tuviese sino por desgracia en que no intervino
culpa alguna. Sentado pues que a mi parte no puede aplicarse la pena ordinaria de
omisida, demostraré que tampoco merece pena alguna arvitraria; porque en efecto el
negro Casimiro no falleció por ocasion del castigo...”29
Pero los casos de este tipo no se limitaron únicamente a amos y esclavos. A tal
respecto la Instrucción de 1789 establecía que sólo los dueños y mayordomos pueden
castigar correccionalmente a los esclavos “(…) cualquiera otra persona que no sea su
dueño o mayordomo no les podrá injuriar, castigar, herir, ni matar, sin incurrir en las
penas establecidas por las leyes para los que cometen semejantes excesos o delitos contra
las personas de estado libre…”30
En 1785, en una pulpería a pocos metros de la Real Cárcel de Buenos Aires, el
negro Manuel, esclavo de Fernando Ramírez, discutía con uno de los esclavos del dueño
del local (Manuel Alaiz) por el pago de un trabajo que había realizado. Al ver la acalorada
discusión, Manuel Alaiz intervino y para dominar al esclavo Manuel cogió un palo con el
que le dio en la cabeza. Mientras, envió a llamar a los guardias de la Real Cárcel. Tres
soldados y un carcelero fueron hacia el lugar. Al verlos, el esclavo Manuel comenzó a
correr. Después de unas cuadras le dieron alcance. Primero, unos habrían dado alguno que
otro culatazo de fusil y aunque lo negarían luego es posible incluso que hayan utilizado
una bayoneta. Más tarde, el carcelero (que era preso además) de nombre Francisco
Alcalde, lo azotó con un látigo que portaba. Todo esto ocurría en plena calle, delante de
una gran cantidad de gente. Ya mal herido, el esclavo fue conducido al hospital, al que
llegó muerto. La justicia se limitó a averiguar cuál de los castigos llevó a la muerte del
esclavo. En ningún momento, por lo tanto, se juzgó el castigo mismo, ni siquiera su
alevosía o gravedad. Finalmente, el único que quedará inculpado será el carcelero-preso
Francisco Alcalde, por considerarse a los latigazos como motivo de muerte de Manuel.
Por lo tanto, en los casos de los soldados y el pulpero no se juzgará los hechos de
agresión, a pesar de la violencia de dichos actos.
Existen innumerables ejemplos en los cuales el esclavo pide papel de venta e
incluso la libertad, por haber recibido malos tratos. Algunos de esos casos, incluso, nunca
exceden el ámbito de la justicia civil.
Don Juan González enjuicia en 1800 a Don Juan Sotelo para reclamar la nulidad por
la venta de una esclava que le compró. La esclava, por los malos tratos que habría
recibido del dueño anterior, murió en manos de su nuevo amo. La justicia exigirá la
devolución del dinero pero no indaga en esos malos tratos, aun cuando en este caso ellos
hayan derivado en la muerte de la esclava31.

6
Otro caso parecido es el juicio civil de Juan Rodríguez contra María Quintana en
1809. Rodríguez le compra una esclava y descubre que ésta había recibido malos tratos,
por lo que inicia el juicio. Mientras transcurre la demanda la esclava fallece. Al fin, el
citado Rodríguez recupera su dinero y no se juzga nunca la situación de maltrato que llevó
a la muerte de la esclava32.
Un hecho elocuente resulta en la existencia de toda una tecnología dispuesta en el
ámbito doméstico destinada a la sujeción y el castigo. Indudablemente, no faltaban en la
casa de todo buen amo que se precie ni los grillos, ni el cepo, y por supuesto, tampoco el
látigo. Incluso desde los primeros tiempos de la Conquista aparece en la legislación
española la recomendación para que los amos posean y utilicen tales recursos. Así, en
1528, en las Ordenanzas de la Audiencia dominicana para la sujeción de los esclavos33, se
decía que “ordenamos que por cuanto hay en cada casa muchos negros y en cada casa no
hay cepo, aunque el visitador lo ha mandado antes de ahora, mandamos que los hayan y
tengan e que lo provea el visitador para que haya efecto e lo hagan e que donde hubiere
cuatro negros sea obligado el señor de ellos a tener cepo y cadena dentro del término que
el Visitador le pusiere”.
Puede aducirse, para quitar algo de trascendencia a esta cita, que se trata de otro
tiempo, cuando la dominación y las leyes españolas en América recién comenzaban a
consolidarse. Sin embargo si nos remitimos a documentos como el Código Carolino y la
Instrucción de 1789, las referencias a la tecnología de castigo doméstico hacen también su
aparición:
“Podrán, por ejemplo, sujetarles con prisiones, cadenas, cepo y demás instrumentos
usitados y permitidos en las colonias cultivadoras de este hemisferio, como también
castigarles con azotes de cujes o látigo, siendo por justas causas, pero con la
moderación y oportunidad conveniente, pues de lo contrario exasperará los ánimos de
los demás en lugar de contenerlos a vista del castigo indiscretamente dado a sus
compañeros.”34
“Obligaciones de los esclavos y penas correccionales. Debiendo los dueños de esclavos
sustentarlos, educarlos y emplearlos en los trabajos útiles y proporcionados a sus
fuerzas, edades y sexos, sin desamparar a los menores, viejos o enfermos, se sigue
también la obligación en que por lo mismo se hallan constituidos los esclavos de
obedecer y respetar a sus dueños y mayordomos, desempeñar las tareas y trabajos que
les señalen, conforme a sus fuerzas, y venerarlos como a Padres de familia, y así el que
faltare a alguna de estas obligaciones podrá y deberá ser castigado correccionalmente
por los excesos que cometa, ya por el dueño de la hacienda o ya por su mayordomo,
según la cualidad del defecto o exceso, con prisión, grillete, cadena, maza o cepo, con
que no sea poniéndolo en éste de cabeza, o con azotes que no puedan pasar de veinte y
cinco, y con instrumento suave, que no les cause contusión grave o efusión de sangre…”35
¿A qué racionalidad obedece dicha clase de castigo? Cabe señalar que si llega a ser
verdad, como aseveran algunos autores clásicos, que la mayoría de los esclavos muere sin
haber conocido lo que es un latigazo sobre sus carnes, lo cierto es que dichos castigos
eran bastante generalizados y lograban imponer al menos la idea del buen
comportamiento para evitar la misma suerte. Por lo tanto, hay que considerar dicha
sevicia como parte de una racionalidad impuesta por la costumbre y las leyes para la
sujeción de los esclavos y la reproducción de la situación de dominación.

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Casos de muerte. Análisis comparativo

Ha sido dicho ya que el acercamiento al problema de la criminalidad respecto de la


esclavitud en el Buenos Aires colonial, implica aprehender un universo complejo. Ello se
debe principalmente a que cuando se juzga un hecho considerado criminal, las variables que
entran en juego son, según el caso, de índole jurídica y étnica, pero también económica y
política. Por ejemplo, cuando hay un esclavo juzgado o damnificado también existe como
agente un amo, que puede ser de mayor o menor status social y económico. Por ello, y para
lograr conclusiones claras al respecto de la actividad judicial en torno a la esclavitud, me he
propuesto realizar un análisis de tipo comparativo, incluyendo en tal análisis causas en las
cuales no intervienen esclavos e incluso muchas veces tampoco personas negras o pardas de
condición libre.
Las preguntas de rigor, ya planteadas en la introducción, son las siguientes: En una
sociedad de castas como la de Buenos Aires a finales del siglo XVIII, ¿qué significa ser
esclavo? O dicho de otro modo, ¿qué diferencia a un esclavo de otros miembros de los grupos
marginados de la sociedad? Para decirlo de otro modo, ¿El hecho de ser esclavo implica de
por sí una desventaja a la hora de ir a los tribunales en relación a otros miembros de casta y
españoles libres?
Los ejemplos encontrados en los archivos de Real Audiencia en lo que a causas de
muerte se refiere demuestran que ello no es tan así. Pero no porque se tenga alguna
consideración especial por los esclavos sino porque, como dijimos, son muchos los factores
que suelen intervenir a la hora de decidir la suerte de estas gentes. Lo que sí se puede
adelantar no sorprenderá a nadie, y es que dichos factores son mucho más amplios que las
propias consideraciones jurídicas. Si como dije, el panorama que entregan los expedientes
judiciales es por demás complejo, habrá que renunciar en la presente investigación a
responder de forma tajante semejantes preguntas. Sin embargo, creo que es posible el
acercamiento a ciertas conclusiones al menos válidas en torno a la visión de las elites con
respecto a dichos grupos, digamos, marginales. Por supuesto que no se puede esperar que por
las causas desfilen los personajes de dicha elite. El lugar de “lo criminal”, no sorprenderá a
nadie, está reservado a los pobres, lo que incluye muy especialmente a miembros de castas.
Sin embargo, de vez en cuando y de forma casi siempre fugaz encontramos algunos miembros
de esa posición social.
Al respecto puede citarse el caso de las señoras de Soloaga. Al morir una de sus
esclavas, de nombre Rita, encontramos el llamativo hecho de que desde el auto cabeza de
proceso se los exculpa por dicho deceso. “(…) como a las nuebe de la noche, poco mas o
menos, acaesío en casa del Señor Contador Don Joseph Antonio Hurtado la desgracia de
averse arrojado al poso de valde una parda nombrada Rita esclava de este entretanto que las
señoras dueñas de casa se hallaban en el rio tomando baños, y que de esta resultas avía
muerto la preciada sierva…”36
En dicho auto, como vemos, se menciona que las dueñas de casa no se hallaban en el
lugar del hecho cuando éste ocurrió. En toda la causa de unas veinte fojas y realizada de
oficio, se demuestra un total desgano por parte de la justicia por indagar las causas del deceso.
Incluso, más allá de tal mención respecto a las dueñas de la casa, y a pesar de saberse que la
tenían engrillada a la esclava, nunca son llamadas a declarar. La causa se cierra tan sólo veinte
días después de haberse iniciado.

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También nos encontramos con casos en los que el esclavo de una persona de buena
posición realiza un acto criminal. Entonces aparece el amo, por lo general defendiendo su
interés económico, en tanto el esclavo es una inversión suya, pero también haciéndose cargo
en general de costas y otros gastos. Vemos tal situación en el juicio contra Joaquín y Antonio
Abarca, ambos esclavos de Don Matías Abarca, comerciante y hacendado de Buenos Aires.
En su función de cocheros ingresaban por una calle de la ciudad con la poca fortuna de que
“(…) llegando a enfrentar con la casa de la Señora Petrona Gonzalez se hallaba un hijo de
esta jugando en medio de la calle con un perrito, y sin embargo de que Doña Catalina
Cuello grito al cochero para que parase a fin de quitar el niño, no lo egecutó pues siguiendo
caminando (...) cayó el niño en tierra pasando por encima del cuerpo las ruedas...”37
Este juicio puede dividirse, grosso modo, en dos partes: la primera con palabras de
testigos que vieron el hecho y los acusados que se justificaban por no haber visto allí al niño
dada la hora del día “mui cerca de las orasiones”38. La segunda, acaso la que más interesa a
los efectos de este trabajo, será la gestión de Don Matías Abarca por lograr la liberación de
quienes son de su propiedad.
En tal sentido, y como es costumbre en esta época, la madre del niño fallecido se retira
de la causa pues “se agrega la caridad y decoros con que me ha acistido en este quebranto el
enunciado Don Mathias Abarca; por ello pues desde haora y para en todo tiempo, me quito,
haparto y separo de qualquiera accion y dicho que pueda corresponderme en el asunto, con
lo qual desde haora me doi por satisfecha.”.
Se ve en esta acción, que por cierto era bastante habitual, que ciertas cuestiones
muchas veces se dirimen, al menos en parte, fuera del ámbito jurídico. A partir de esto, la
misma justicia que intentaba mostrar la culpabilidad de los acusados muestra otra cara.
Apenas tres días después de que la interesada se aparta satisfecha de la causa, el fiscal pide la
falta de méritos. Desconozco si hubo alguna otra “asistencia” en esta causa. Ello me es
imposible demostrarlo pero no cuesta suponerlo dado el abrupto cambio de actitud del fiscal.
Aun así los esclavos serán castigados por la Real Audiencia, pero sólo con dos meses de
prisión en la Real Cárcel de la ciudad. Pero el amo aún no se sentirá satisfecho. Reclamará
ante la Audiencia, no tanto por cuestiones ligadas a justicia sino a otras más bien vinculadas
con el interés, pues “mis sierbos, siendo como son de buenas propiedades, adquiriran
costumbres y resavios dificiles de quitar en lo subcesibo”. Dos días más tarde se declarará
libres a los afortunados esclavos de Don Matías Abarca.
Claro, sería infundado creer que la sola posición socioeconómica del amo sea
suficiente para dirimir una disputa judicial. En el caso precedente entra en juego también otro
hecho, de características jurídicas, que es la presunción de haberse tratado de un acto
accidental. Sin embargo cabe señalar que hasta que el amo hizo su aparición en la causa los
juristas no creían en las palabras de los esclavos.
Pero si indagamos otras causas judiciales por hechos igualmente accidentales, vemos
que la suerte puede ser esquiva al esclavo. Tal es el caso de Pedro Nolasco, esclavo del
panadero “El cojo”, quien hirió de muerte a un pequeño niño por un ladrillazo en la cabeza,
que iba destinado a un joven con quien discutía. El amo, cuyo verdadero nombre era en
realidad Don Juan Esteban Burgada, en todo momento luchó por conseguir la libertad de su
esclavo. El sobrenombre “El cojo” nos muestra a las claras que no se trataba de alguien de
consideración social, aunque difícilmente pueda considerársele una persona pobre. La madre
del niño fallecido era de escasos recursos, y en tal sentido buscó durante el desarrollo del
juicio algún resarcimiento económico por la pérdida de su hijo, en quien tenía depositadas sus
esperanzas futuras. Al igual que en el caso anterior, la madre del niño recibe un resarcimiento
económico de cincuenta pesos y se retira de la causa “porque el mulatillo Pedro Nolasco no
dirigia el cascotillo que le causó a mi chiquito, sino a otro mulatillo nombrado Mariano

9
Balaguer…”. Finalmente el juez de la causa condenará al esclavo a ciento cincuenta azotes
dados en la Real Cárcel, donde se hallaba preso desde el inicio de la causa.
Ciento cincuenta azotes es la pena. Claro, era una pena recurrente para esclavos y
también para negros libres. Ciento cincuenta azotes. Algo suficiente para acabar con la vida
del esclavo imputado. Algunos días más tarde, sin constar los motivos de tal cambio (los que
sin dudas debieron darse por fuera del ámbito estrictamente jurídico), se revoca tal dictamen y
se sentencia a Pedro Nolasco Burgada a “... dos años de presidio contados desde el dia en
que fue puesto en prision, y en cincuenta pesos aplicados a la madre del niño Francisco
Bruno Silva con costas...”. Es posible que la intervención de Don Juan Esteban Burgada, amo
de Pedro Nolasco, haya sido causal de tal cambio. Faltaba cerca de un año para la
culminación de la pena de prisión. Pasado ese tiempo recuperaría la posesión de su esclavo, a
quien consideraba además un muy buen trabajador en su panadería. Por ello, seguramente
valía la pena la inversión. Sin embargo, vemos que a pesar de lo accidental del hecho, en este
caso no fue suficiente la acción del amo para eximir de pena a su esclavo39.
Peor suerte corrió Pascual, esclavo del Segundo Comandante del cuerpo de
Blandengues asentado en el Fuerte de Rojas de la Campaña Bonaerense. En este caso el
esclavo había matado a un soldado de dicho cuerpo tras una riña en una pulpería. Ya no se
trataba de un hecho que pudiera catalogarse como accidental. Esta vez su dueño no sólo no
luchó por su esclavo sino que, al contrario fue él mismo quien mandó a comenzar causa
judicial contra éste. De ese modo, puede pensarse, logró evadir la responsabilidad que
pudiera caberle en tanto amo del acusado. Como dato para agregar y no de poca importancia
es que el esclavo tras matar a dicho soldado huyó hacia el monte. Finalmente, tras algunas
semanas de búsqueda es hallado y apresado. El juicio tarda años. La Audiencia de Buenos
Aires al recibir el expediente y pedido de traslado a la Real Cárcel de Buenos Aires, no se da
por enterada. Por ello los pedidos se suceden una y otra vez. Finalmente se efectiviza el
traslado, se lo juzga en Buenos Aires y “se condena a Pasqual, negro esclavo, como reo
inmune a dies años de presidio sacandosele con el cuchillo al cuello...”. Antes de ejecutar la
condena, se lo expondrá públicamente con el arma colgada a modo de ejemplo: “... hice al
reo contenido en estos autos en la Plasa Publica con cuchillo colgado del cuello, en donde se
mantuvo ahi y destacado por bastante tiempo...”40.
Ahora, consideremos por un momento la pena impuesta a Pascual por una muerte en
situación de riña. Cabe preguntarse qué pena recibiría por motivos similares por ejemplo un
español pobre. Tomo como primer ejemplo un caso del año 1806. Se trata de Antonio
Vázquez, peón de campo de Don Juan de Acevey, en la zona de Cañada de la Cruz. En el
desarrollo de la causa no aparecen referencias claras a su condición étnica. Ello hace presumir
que no sería miembro de casta. Se le imputa haber matado con un cuchillo a Mateo Gómez,
también peón del mismo hacendado. Según consta en varias declaraciones, Vázquez habría
agredido verbalmente a una esclava de Avevey. Cuando Gómez salió en la defensa de dicha
esclava, le dio una puñalada que tras algunas horas de agonía acabó con su vida. Tras algunas
declaraciones tomadas por el Alcalde de la Hermandad, es trasladado a Buenos Aires donde
se lo condena a pena de muerte. Lo más interesante aquí es el reiterado alegato del defensor
de pobres, para evitar que se lleve a cabo la condena. Esgrime entre otros argumentos que
“no hay fecha segura de muerte (…) no hay constancia que acredite las identidades (…) se
ignora si el cirujano es facultativo (…) no se reconocio el cuerpo después de las heridas
exactamente después”41.
En primer término, ejemplos como éste muestran aspectos del espíritu humanista que
asomaba para finales del siglo XVIII y principios del XIX. En segundo lugar, que el defensor
de pobres logra que se revoque la pena original, y evita así la muerte del reo: “Se reboca la
sentencia suplicada y se condena al reo Antonio Vasques a 10 años de presidio. 8 de
noviembre de 1808. Real Audiencia”.

10
También existen algunas veces factores netamente políticos que influyen en la
definición de una causa judicial. En 1807 el esclavo negro Sebastián Ballesteros mata a su
mujer. Desconozco cómo se desarrollaron los hechos, cuál fue el arma, qué móviles
influyeron. La causa hallada en el archivo se inicia justamente por el pedido del fiscal en lo
criminal, para que se haga efectiva una pena de muerte ya impuesta. Los pedidos se reiteran y
no halla respuesta satisfactoria de parte de la Audiencia. La respuesta llega dos meses después
de la primera gestión del fiscal, en una carta de carácter reservado de Santiago de Liniers:
“La mucha parte que tubieron los negros asi libres, como esclabos, en la gloriosa resistencia
del ultimo ataque de esta Capital (…) me hizo concebir la necesidad de alejarles todo motibo
que aunque agradable a todo hombre cristiano, y sensato puediera producir disgusto a los
referidos por la falta de talento que en general tienen (…) suspendi dar el auxilio necesario
(…) para la ejecución de la sentencia de muerte pronunciada contra el negro Sebastián,
esclabo de Don Juan Joseph Ballesteros, esperando que ofreciendose el caso de hacer sufrir
igual pena a algun blanco, no tubiesen los negros motibo de pensar que solo se ejercitaba en
los de su clase el rigor de la Justicia, lo que les haria desmayar en el ardor y entusiasmo
militar que conservan”42.
Dentro de los factores específicamente jurídicos en la definición de una causa, cabe
mencionar el caso de Mariano González, español, quien mata alevosamente a un indio de
nombre Juan Manuel. Tras pelear verbalmente en una pulpería, el indio se retira insultándolo.
El otro decide perseguirlo y al darle alcance lo golpea reiteradamente con un estribo: “Fue
tanto el estribaso que le dio, que aunque la declarante se interpuso a fin de que lo dexase;
ciego de colera siguió dandole de estribasos hasta que lo dejo inmóvil, y quasi muerto, pues
no hablaba palabra”. Según averiguó la justicia, parece ser que González había cometido
muertes y algún robo, en Montevideo y Santa Fe. Gran parte del juicio transita en realidad en
la demostración del pasado criminal del imputado. Ello resultará un agravante y, declarado
culpable, recibirá la pena de 10 años de prisión43.
En 1808, Lorenzo Herrera, español, recibe la pena de 10 años de prisión por matar a su
suegro, Don Hilario Castilla44. En 1798, por matar a Santiago Díaz, a Juan Tomás Coronel,
supuestamente indio, le dan una pena de 200 azotes y diez años de prisión. En este caso, de
todos modos quedan las dudas planteadas en la condición étnica de Coronel, puesto que le
preguntan en más de una ocasión si sabe si es negro, pardo o indio45.
Otro caso en el que el amo del acusado posee cierta posición social. Domingo, esclavo
bozal de Don Joseph Botello, mata a un mozo español de un garrotazo en la cabeza. El hecho
transcurre a pocos metros de la casa del amo, comerciante de la zona que poseía al parecer un
buen número de personas –esclavos y libres- trabajando para sí. Según puede desprenderse de
la causa, el esclavo habría ido en busca de leña. Al pasar dos muchachos a caballo, los
hermanos Antonio y Basilio Acevedo, le tiraron la bolsa al suelo y le dieron algunos golpes
de rienda en la cara. El esclavo entonces para defenderse les arrancó un poncho que traían,
por lo que éstos descendieron del caballo y comenzaron a castigarlo. Unas personas los
frenaron, mientras Domingo huyó. Pero a poco de eso regresó con un palo y entre el tumulto
lo descargó en la cabeza de Antonio Acevedo, quien cayó al suelo desmayado. Aunque
pareció recuperarse pronto, durante los siguientes tres días estuvo en reposo bajo cuidados en
la casa de Don Botello. Allí falleció. Victoria Aquino, viuda de Antonio Acevedo, y otros
familiares del fallecido reciben una satisfacción monetaria por parte de Botello, quien además
se hizo cargo del entierro. Botello reclama la libertad de su esclavo aduciendo, como
demuestran los hechos e incluso como lo reconoce el fiscal, que el esclavo fue insultado por
los hermanos Acevedo. En segundo lugar alude a la renuncia por parte de la familia del
difunto a reclamar en la causa, claro, luego de su “satisfacción”. Por último, no menos
importante, “Domingo es un mentecato, como que no ha sido capaz nunca por su poco
acuerdo y limitadas potencias de cumplir con las obligaciones de christiano”. Don José

11
Casares, el procurador de pobres, hará su presencia en esta causa y tratará de lograr la
liberación de Domingo, aduciendo demencia. Finalmente, a pesar de esto, se declara culpable
a Domingo con una pena de cinco años de cárcel46.
Llamativamente a Casares lo encontramos algunos años antes en la defensa de un amo
que mató a latigazos a uno de sus esclavos. Claro, aquel amo del esclavo muerto era Don
Manuel Casares, muy seguramente pariente del jurista. Dicha causa, ya mencionada
anteriormente, resulta un buen ejemplo del trato propiciado por la justicia para los amos
crueles. Tras varios días de tormentos, uno de sus esclavos, de nombre Casimiro falleció a
causa de las heridas. Para la justicia el hecho de los azotes no es conflictivo. Ni siquiera la
gravedad de los mismos. Pero sí que éstos ocasionaran la muerte. Pero ello no es todo. La
justicia investigará por dos hechos puntuales: primero, si dio socorro al herido, si trajo un
médico, si lo desató en algún momento, estos aspectos vinculados a la intención o no de
propinarle la muerte. En segundo término, y al vislumbrar el fatal desenlace, si antes de
acontecer la muerte se preocupó de hacerle dar los sacramentos. El agravante del caso fue que
uno de los testigos, el sangrador Pedro Falla “se lo adbirtio a Cassares prebiniendole que sin
detension le hiciesse confessar y dar los sacramentos porque el estado del Negro era mortal
(...) que al dia siguiente martes como a las seis de la mañana entró a ber a dicho negro (...) y
cuidadoso de saber si le habian suministrado los sacramentos y informándole Casares que
no, y volbió a reiterar su encargo de se los administrasen porque estaba en peligro”.
Casimiro murió sin recibir atención ni sacramentos. A pesar de lo alevoso del hecho y de los
agravantes, acaso por su posición económica y social, Don Manuel Casares recibió la
evidentemente escasa pena de dos años de prisión y posterior destierro a España47.
La amplia gama de posibilidades que ofrecen todas de estas causas, permiten algunas
consideraciones. Existen muchos factores que intervienen a la hora decidir la suerte en un
juicio. Dichos factores transcurren entre lo jurídico, la posición social de los actores en
cuestión y hasta en algún que otro caso en factores de índole política. Las personas de elite,
cuando aparecieron en los juicios lo hicieron por lo general de manera esporádica, para
defender por ejemplo el interés económico que representa un esclavo de su propiedad. En
algún caso, como el de la esclava que presuntamente se arrojó en un pozo de balde, se exculpa
de responsabilidades en la causas a las amas, ello sin duda gracias a su posición social. En el
caso de Manuel Casares, quien mató a su esclavo por la crueldad de los azotes, éste es
penado, pero dicha pena -hay que notarlo- no se acerca a las impuestas a miembros pobres de
la sociedad en general, por motivos que vistos en nuestros días parecerían sin duda menos
graves. Por otra parte, la comparación general da lugar a pensar en cierta mayor rigurosidad
para con los esclavos, que para con otros miembros de los sectores sociales pobres. Pocas
veces veremos a un indio y nunca a un español sufrir penas de exposición pública o azotes por
parte de la justicia. Ello parece ser, aún a finales del siglo XVIII, moneda corriente con los
esclavos y negros en general. Como contrapeso de esto, sin embargo, algunos esclavos
lograron mejorar su suerte gracias al hecho de tener amos de buena posición social y
económica. Un esclavo logra eludir la pena de muerte, gracias al temor de las autoridades de
la reacción de otros de su condición, luego que éstos defendieran exitosamente la ciudad en
1807. En reglas generales parece confirmarse para Buenos Aires la aseveración de Flores
Galindo48, cuando afirma que en la ciudad -Lima, en su caso- la existencia de la plebe acarreó
como consecuencia que clases populares y clases peligrosas comenzaran a ser sinónimos.

12
La justicia insatisfecha

Saguier49 afirmó que la fuga de esclavos era bastante frecuente en el ámbito del Río de
la Plata, a pesar de no tratarse de un lugar con grandes propietarios de esclavos ausentistas,
con un número muy grande de esclavos y con una geografía que favoreciera las huidas. En las
causas que analizo en el presente trabajo se presentan de hecho varias referencias a esta clase
de conductas, aunque en general no revisten demasiada importancia en la duración.
En el ámbito que analizamos de la justicia criminal puede verse un proceso en cierta
medida paralelo al de la huida de esclavos aludida por Saguier. Es interesante cuando se
analizan causas judiciales criminales, y seguramente más en el caso de tratarse de muertes, la
frecuencia de fugas por parte de los procesados. A menudo se presentan casos de ese tipo, en
los cuales la justicia debe poner en marcha mecanismos como partidas para la búsqueda,
recompensas, cartas a las diversas ciudades con las señas particulares de la persona buscada,
algunas veces suficientes para la aprehensión de los prófugos y otras no tanto.
Ya en el caso citado de Don Manuel Casares por la muerte de su esclavo Casimiro en
1785, se decía en el auto cabeza de proceso, “(...) se procediese a la captura del citado
Casares, antes que aga fuga”. En este caso que muestro de ejemplo nunca llegó a darse tal
situación. Sin embargo, los ejemplos contrarios no escasean.
El negro Pascual, esclavo del Segundo Comandante de Frontera en Rojas, tras matar al
soldado Martín Pérez se da a la fuga y debe ser buscado por tres partidas, para dar con su
paradero y aprehenderlo. Algo más de un mes pasará para que sea aprehendido, bastante lejos
por cierto, en la Iglesia Parroquial de los Arrecifes.
Dentro de los casos que incluyo en este trabajo también se puede mencionar a Mariano
González, español, quien tras matar a estribazos a un indio en la ciudad de Buenos Aires, se
refugia en la Iglesia de la Piedad. A causa de ello es necesario por parte de la justicia realizar
una orden de allanamiento, para poder aprehender al acusado. El refugio en ámbitos
eclesiásticos en una característica de la época que llevó incluso al poder centrar a editar una
Real Cédula donde se afirma, en líneas generales, que al prófugo que se halle oculto allí debe
tratárselo como si se hallara fuera de ella. La Cédula es del año 1787, un año antes de la causa
criminal contra Mariano González50.
Un caso interesante se da en el Partido de Quilmes, en 1787, donde matan a punta de
cuchillo al negro Pedro Belén, esclavo de Don Manuel Rodríguez Sarcidas. Inicialmente, se
sindicaba al Alcalde de Naturales, el indio Julián Maya, como uno de los responsables del
hecho. Días más tarde, tras las primeras muy dificultosas diligencias -y una carta del mismo
Maya- se reconstruyeron los aspectos más cruciales del hecho y la acusación recayó
enteramente sobre los hermanos Marcos y Manuel Sánchez, españoles. Cuando se esclareció
lo sucedido los citados hermanos ya se hallaban prófugos. Esto no muestra más que las
dificultades de una Justicia centralizada en la ciudad de Buenos Aires, que no puede controlar
fácilmente lo que ocurre a pocos kilómetros. A tal punto se verifica la poca eficacia de la
Justicia para casos de éste tipo que, a pesar de tratarse de un homicidio que sucedió en plena
calle y ante la vista de varios testigos, recién se libró la orden de captura contra los hermanos
Sánchez el día 12 de julio, quince días después del suceso. Se envían partidas y se libran
pedidos de captura en diversos puntos del territorio de Buenos Aires. Pero no se logra el
objetivo en ningún momento, a pesar que uno de los hermanos es hallado por el Alcalde de
Naturales Julián Maya quien, junto a otros hombres, intenta apresarlo sin éxito. Esta es la

13
única vez que se logra dar con uno de los acusados del crimen. Resulta llamativo que el
encuentro haya sido casual y no a consecuencia de la búsqueda. Además, este hecho sucedió
en el mes de diciembre (seis meses después de la muerte del esclavo) y el prófugo aún se
hallaba por la zona. Así se llegará al final de la causa sin dar con los hermanos Sánchez. El
principal interesado, Don Manuel Rodríguez Sarcidas, renuncia a los derechos como
querellante, al ver que nada se logra. Después de eso continuarán las acciones por parte del
fiscal, pero sin éxito. Simplemente, la Real Audiencia mostrará ser incapaz de aprehender a
los sujetos, posiblemente prófugos a muy pocos kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires51.
Expondré otro caso interesante de justicia insatisfecha, aunque transcurre en realidad
en la ciudad de Catamarca. Se trata de la muerte de un indio, Fernando Sayazo, en manos del
también indio Bernardo Soria. El acusado, tras confesar el hecho se fuga de la cárcel y
aunque la causa es tratada desde la Audiencia de Buenos Aires y se libra algún que otro
pedido de captura, no se llega a nada y la causa se suspende por tiempo indefinido. En una
vista realizada por el Fiscal en lo civil en Catamarca, llama la atención la descripción del
suceso de la fuga, quien afirma que la causa se halla “suspensa desde que se tomo la
confesion al reo, por haverse este profugado de la cárcel con escalamiento, por su poca
seguridad”52.
Los mencionados son sólo algunos pocos ejemplos de huidas de la justicia criminal de
finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sin embargo, también hay que decir que dentro
de la muestra que se estudia, de una veintena de causas judiciales, representan un número
importante en relación al total de causas. Hay que mencionar que aunque tratadas por la
justicia centralizada de Buenos Aires, sólo dos casos y no los de mayor relevancia acaso,
transcurren específicamente en dicha ciudad.

Consideraciones finales

En el presente trabajo de investigación he indagado algunos aspectos relativos a la


realidad de los esclavos en el Buenos Aires del Virreinato del Río de la Plata. Me propuse,
como objetivo principal, analizar en torno al tema de la muerte, el lugar que ocuparon dichos
esclavos en el entramado social compartido con las castas en general y españoles de baja
posición social. Para ello, investigué minuciosamente una serie de causas judiciales de
muerte, en la mayoría de las cuales participaron esclavos bien como víctimas, bien como
acusados. En las restantes, hacen su aparición casi como regla general otros miembros de los
sectores pobres de la sociedad. Sin embargo, existen algunos pocos ejemplos en los que se ve
a personas de la elite porteña implicadas en casos de muerte, por acciones por ellos
cometidas, o, en forma indirecta, por actos cometidos o sufridos por alguno de sus esclavos.
En general, revisando las causas, puede verificarse que al esclavo se lo trata en forma
más rigurosa que a otros. Pero ello no representa una regla ni mucho menos, pues a la hora de
juzgar fueron múltiples y complejos los factores centrales que determinaron las penas a los
criminales. Más allá de esto, se ejerció específicamente sobre esclavos y negros en general
toda una penalidad sobre el cuerpo que iba desde los azotes hasta la exposición pública. Dicha
penalidad, actuó en igual sentido que el castigo doméstico, con todo rigor y visibilidad. La
situación jurídica del esclavo, por otra parte, incluyo actores intermediarios entre ellos y el
Estado: los amos. En ciertas ocasiones ello representó una ventaja para los esclavos,
especialmente cuando los propietarios pertenecían a sectores cercanos a la elite social y

14
económica. Dichos amos, hicieron valer toda una serie de estrategias extrajudiciales para
lograr su cometido: defender la propiedad e inversión que representaban los esclavos. Por otra
parte, cuando en algún caso un miembro de la elite colonial apareció como culpable de
muerte, la ley se le aplicó pero con la moderada rigurosidad que merecía su posición. De
todos modos, considero que a la luz de estos problemas la base documental debe ser ampliada
a futuro para lograr mayor precisión y otros matices posiblemente no hallados en esta
indagación.
En forma complementaria, analicé la constitución del espacio social de lo jurídico.
Para ello, tomé algunas de las leyes sobre el trato hacia los esclavos, y mostré en tal sentido
que el castigo de tipo doméstico no se presentaba en contradicción con la ley y la institución
judicial sino formando parte de un campo jurídico amplio. A través de dicho campo, se
constituye una racionalidad de la pena al esclavo, con connotaciones de índole sobre todo
prácticas.
La constitución de esas disposiciones –o de esa racionalidad- se asentó en la necesidad
de evitar las huidas de esclavos y de asegurar así su sujeción y la reproducción del sistema
esclavista. De hecho funcionó en torno a la punición doméstica una tecnología avalada por las
leyes, y caracterizada por la presencia de herramientas de sujeción y castigo. En igual sentido
funcionó la visibilidad del castigo, como forma de prevención y ejemplo.
Por último, he mostrado a través del análisis de casos y leyes, que funcionó sobre el
castigo un límite ético aceptable, una barrera que no se debía franquear, salvo en casos que
pusieran en peligro el orden social como los de huida y cimarronaje. Dicho límite, ha sido en
sí la temática abordada en el presente trabajo: la muerte.

Citas:

15
1

Goldberg, Marta Beatriz: “La población negra y mulata de la ciudad de Buenos Aires, 1810-1840”, Desarrollo
Económico, nº 61, vol. 16, Buenos Aires, Instituto de Desarrollo Económico y Social, abril-junio de 1976, pp.
75-99.
2
Aguirre, Carlos. Agentes de su propia libertad. Los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud,
1821-1854, 2da. edición, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1995.
3
Bourdieu, Pierre. Los juristas, guardianes de la hipocresía colectiva. Conferencia publicada en F. Chazel y J.
Commaille (eds.) Normes juridiques et régulation sociale. Paris, 1991. Traducción: J.-R. Capella.
www.ub.es/dptscs/textos/bourdieu1.pdf. Consulta 7/2004.
4
Lucena Salmoral, Manuel: “Leyes para esclavos. El ordenamiento jurídico sobre la condición, tratamiento,
defensa y represión de los esclavos en las colonias de la América española”, Madrid, Fundación Histórica
Tavera, 2000.
5
Rufer, Mario. 2001: “Violencia, resistencia y regulación social de las prácticas: una aproximación a la
esclavitud desde el expediente judicial. Córdoba, fines del siglo XVIII” Cuadernos de Historia, serie Ec. y
Soc., Nº 4, CIFFyH-UNC, Córdoba 2001. pp. 195-230.
6
Un campo puede definirse desde la óptica de Bourdieu como un espacio social específico en el que las
relaciones se definen según un tipo de poder o capacidad también específico poseído por quienes participan en
ese espacio social.
7
Mayo, C., Mallo S., Barrenetche, O. 1989. Plebe urbana y justicia colonial. Las fuentes judiciales. Notas
para un manejo metodológico. En Frontera, sociedad y justicia coloniales. Nº1. Fac. Humanidades,
Universidad Nacional de La Plata.
8
Rosal, Miguel: "Diversos aspectos relacionados con la esclavitud en el Río de la Plata a través del estudio de
testamentos de afroporteños, 1750-1810", en Revista de Indias, v. LVI, nº 206, Madrid, CSIC, enero-abril
1996, pp. 219-235.
9
Mallo, Silvia C.: “Población afroargentina: del peculio al patrimonio y la propiedad”, XII Congreso Nacional
de Arqueología Argentina, t. II, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1999, pp. 434-439.
10
Op. Cit.
11
Rosal, Miguel. “Negros y pardos propietarios de bienes raíces y de esclavos en el Buenos Aires de fines del
período hispánico.” en Anuario de Estudios Americanos, t. LVIII, nº 2, Sevilla, 2001, pp. 495-512.
12
Mallo, Silvia C.: “Población afroargentina: del peculio al patrimonio y la propiedad”, XII Congreso
Nacional de Arqueología Argentina, t. II, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1999, pp. 434-439.
13
Lucena Salmoral, pp. 535.
14
En referencia al límite de veinticinco azotes estipulado por dicha ley.
15
Lucena Salmoral. pp. 1150.
16
En Lucena Salmoral. pp. 740. Real Cédula de Panamá ordenando las penas a los negros cimarrones. Año 1571.
17
En Lucena Salmoral. pp.776.
18
En Lucena Salmoral. pp.776.
19
Lucena Salmoral. pp. 560.
20
Studer, Elena F. S. de: La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, Buenos Aires,
Universidad de Buenos Aires, 1958; 2da. edición, Buenos Aires, Libros de Hispanoamérica, 1984.
21
Goldberg, 1997. pp. 415.
22
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-1-86-6 (1785).
23
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5.5.70.16 (1789)
24
Saguier, Eduardo. 1995. “La fuga esclava como resistencia rutinaria y cotidiana en el Buenos Aires del siglo
XVIII”, Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, 1, nº 2, Santa Cruz de la Sierra, Universidad Autónoma
“Gabriel René Moreno”, diciembre de 1995, pp. 115-184
25
Bernand, Carmen. “Negros esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas”, Madrid, Fundación
Histórica Tavera, 2000. pp.82.
26
Goldberg, Marta Beatriz: “Negras y mulatas de Buenos Aires, 1750-1850”, XII Congreso Nacional de
Arqueología Argentina, t. II, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1999, pp. 415-420.
27
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-1-86-6. (1785)
28
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-1-86-6. (1785)
29
Comentarios del procurador José Casares. El subrayado es mío. AHPBA. Real Audiencia. Criminal
Provincial. 7-1-86-6 (1785).
30
En Lucena Salmoral. pp. 1230
31
AHPBA. Real Audiencia. Civil Provincial. 5-4-49-6.
32
AHPBA. Real Audiencia. Civil Provincial. 5-1-13-10.
33
Lucena Salmoral. pp. 592
34
Op. Cit. Pp. 1077. El subrayado es mío.
35
Op. Cit. pp. 1153. El subrayado es mío.
36
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5.5.70.16. Auto Cabeza de proceso. (1789)
37
“Declaración del negrito Manuel José de la Encarnación”. AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-
2-107-11. (1793).
38
Declaración del esclavo Antonio Abarca. Op. Cit.
39
AHPBA. Real Audiencia. 5-5-79-2 (1790)
40
AHPBA. Real Audiencia. 7-2-104-16. (1795)
41
AHPBA. Real Audiencia. 5-5-66-4 (1806)
42
AHPBA. Real Audiencia. 5-5-80-58 (1807)
43
AHPBA. Real Audiencia. 7.2.98.21 (1788)
44
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5-5-73-9 (1808)
45
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5-5-73-3 (1798)
46
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-1-83-13 (1796)
47
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 7-1-86-6 (1785).
48
Flores Galindo, Alberto. 1984. “Aristocracia y plebe. Lima 1760-1830”. Ed. Mosca Azul. pp. 178.
49
Saguier, Eduardo. 1995.
50
AHPBA. Real Audiencia. 1787. Sobre lo que debe observarse en Indias, en cuanto a la extracción y destino
de los reos que se refugian a Sagrado. Impreso. 7-4-3-41.
51
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5-5-66-33. 1786.
52
AHPBA. Real Audiencia. Criminal Provincial. 5-5-66-27. 1801.

Bibliografía

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esclavitud, 1821-1854”, 2da. edición, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1995.

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Ediciones de La Flor.

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