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Aristóteles
Aristóteles
En el año 336 a.C., Filipo fue asesinado, y su joven hijo, de solo dieciocho años,
Alejandro III de Macedonia, accedió al poder. Alejandro, que había recibido las
enseñanzas de Aristóteles por empeño de su padre, pasó a la posteridad como
Alejandro Magno. Alejandro emprendió la conquista de todo el mundo conocido
hacia oriente, y, en vida, se hizo proclamar «dios». Fundó la ciudad de Alejandría, en
el delta del Nilo, en Egipto, que se convirtió en un gran centro de difusión cultural.
Aristóteles mostró interés por todas las facetas de la realidad natural y del ser
humano. Nada escapó a su curiosidad y reflexión. De ahí que pueda considerarse a
Aristóteles como un filósofo enciclopédico. Nació en el año 384-3 a. C., en la ciudad
de Estagira, y murió en el 322. Su padre, Nicómaco, fue médico en la corte del reino
de Macedonia. Ingresa muy joven en la Academia, donde permanecerá durante dos
décadas. A lo largo de este tiempo Aristóteles se convirtió en el discípulo más
destacado de Platón, aunque no fue precisamente un discípulo dócil hacia su
maestro.
Las primeras obras de Aristóteles de las que sólo se conservan fragmentos tenían
forma de diálogo, influido sin duda por Platón y la Academia. Sin embargo,
abandonará el diálogo como forma de expresión filosófica escrita, lo cual en absoluto
es una decisión de alcance simplemente estilístico. En efecto, como dice Tomás Calvo,
“el abandono del ‘diálogo’ y el recurso, en su lugar, al ‘tratado’ no es un cambio de
carácter expositivo, literario o formal. Es un cambio de mayor calado que comporta
importantes implicaciones epistemológicas. El recurso al tratado expresa la voluntad
de sistema, voluntad de ordenación sistemática de las ciencias, y dentro de cada una
de ellas, voluntad de tratamiento sistemático de las cuestiones correspondientes.
Todo el corpus aristotélicum (en su conjunto, en cada grupo de tratados, en cada
tratado particular) está presidido por una clara voluntad de sistema”. (Tomás Calvo,
Aritóteles y el aristotelismo, Madrid, Akal, 1996: 10)
Las obras de Aristóteles se dividían entre las que estaban destinadas al gran público,
y las que eran apuntes para la discusión técnica dentro del Liceo. A las primeras se las
denomina “exotéricas”, y a las segundas “acroamáticas” (para escuchar) o
esotéricas. Hasta nosotros sólo han llegado los escritos esotéricos. A su vez, la obra
de Aristóteles se puede dividir en obras filosóficas, científico-naturales, y lógicas.
Los saberes prácticos se ocupan de las cosas contingentes y variables, y, por tanto,
sujetas a la opinión. Aristóteles los trata en obras como la Ética Nicomaquea, Ética
Eudemia y la Política. Todos ellas se ocupan de la conducta del ser humano, tanto en
su dimensión ética o individual como en su dimensión política o moral.
Como producción y acción son cosas distintas, la técnica o arte tiene que
referirse a la producción, no a la acción. Y en cierto modo el azar y el arte
tienen el mismo objeto, como dice Agatón: el arte ama el azar, y el azar al arte
Aristóteles, Política, 1140 a 16 (Trad. de Julián Marías y María Araújo)
En suma, como explica Tomás Calvo, los saberes prácticos y productivos se
contraponen a los saberes teóricos en tanto aquéllos están orientados a la acción,
mientras que estos “no tienen otro fin que el ejercicio del conocimiento mismo”. Y
añade Tomás Calvo que
Esta distinción entre “lo necesario” y “lo que puede ser de otra manera” es de
capital importancia. Ante lo que es o sucede necesariamente no cabe
intervención humana alguna, ante ello y en ello no cabe actuar, lo único que
cabe es conocerlo, contemplarlo: de ahí que su conocimiento sea
esencialmente teórico. Lo que puede ser de otra manera, por el contrario,
abre un espacio para la acción humana, permite que el hombre intervenga y
actúe sobre ello, sea transformando la naturaleza (ámbito de la producción,
del “hacer”), sea dirigiendo la propia conducta de esta o de la otra manera
(ámbito de la conducta, del “obrar”). En uno y otro caso el hombre puede
actuar al azar o rutinariamente, pero también puede obrar racionalmente, con
conocimiento: en el caso del “hacer” se trata del conocimiento técnico,
productivo (arte: téchne), en el caso del “obrar” se trata del conocimiento
práctico, moral”.
Tomás Calvo, Aristóteles y el aristotelismo: 39
El órganon de la ciencia
Aristóteles escribió una importante obra lógica. La lógica, para el estagirita, no es una
ciencia porque su objetivo no es ni productivo, ni práctico, ni teórico.
La física, dice Aristóteles en la Metafísica, es una ciencia teórica que versa sobre una
cierta entidad (ousía). La substancia que estudia la física es aquélla que tiene el
principio del movimiento y del reposo en sí misma, y es inseparable de la materia.
Los seres (tà ónta) cuya substancia estudia la física son aquellos que “son por
naturaleza” y no por otras causas. Por ejemplo, aquéllos que resultan de una
producción técnica o artística, por ejemplo, una cama (en una cama no hay un
impulso innato al cambio).
Un hombre nace de un hombre, pero una cama no nace de una cama; por eso
se dice que la naturaleza de una cama no es la configuración (eschema), sino
la madera, porque si germinase no brotaría una cama, sino madera.
Aristóteles, Física 193 b7 y ss. (Trad. Guillermo R. de Echandía)
Aristóteles define la naturaleza (physis) como un cierto principio y causa del moverse
o del reposar en lo que existe primariamente. Lo que existe primariamente es lo que
existe “por sí mismo”, y no por accidente, por algo exterior a la cosa misma, como
todas las cosas fabricadas o producidas.
Por tanto, tienen “naturaleza” todas las cosas que poseen el principio del cambio y
del movimiento en sí mismas.
Las cosas por naturaleza son aquellas que, movidas continuamente por un
principio interno, llegan a un fin”
Aristóteles, Física 199 b 15 y ss. (Trad. Guillermo R. de Echandía)
Por lo demás, la naturaleza de una cosa es inseparable de la materia de esa cosa, salvo
en el sentido que se verá a continuación.
En cierto sentido hay hechos que provienen de la suerte (tyché), pues los hay
que suceden accidentalmente, y la suerte es una causa accidental. Pero en
sentido estricto, la suerte no es causa de nada”
Aristóteles, Física 197 a 12 y ss. (Trad. Guillermo R. de Echandía)
Pensemos en una copa de plata con fines cultuales para hacer libaciones a los dioses,
es decir, para derramar vino en su honor. La causa material es la plata. La causa formal
es el modelo con respecto al cual se modela. La causa eficiente es el orfebre. Y la
causa final es hacer libaciones a los dioses.
Ahora bien, puesto que la forma es fin, la forma sería la causa final, la “causa para lo
que” de la Naturaleza. Es decir, el teleologismo de la naturaleza aristotélico es la
actualización necesaria, si nada lo impide, de la forma que está en potencia en la
materia.
La distinción aristotélica entre potencia y acto representa una crítica radical del Ser
de Parménides.
Según Aristóteles, hay cosas en las que se dan la potencia y el acto. Es decir, cosas en
las que, por ejemplo, una cualidad o una cantidad están en potencia, y mientras están
en potencia no se da esa cualidad o esa cantidad, pero después de un proceso pueden
estar en acto, y entonces esa cualidad o esa cantidad se dan en la cosa.
El proceso que se desarrolla desde la potencia de algo hasta el acto de ese algo en
una cosa se llama “actualización”. Pues bien, la actualización de la potencia en acto
es el movimiento.
Ahora bien, por necesidad, dice Aristóteles, todo lo que está moviéndose está siendo
movido por algo. Pero es necesario también que haya un primer moviente, un primer
motor, y un primer movido, porque es imposible retroceder infinitamente en la
cadena de los movidos y los movientes respectivos.
La metafísica es una ciencia que teoriza sobre el ser (tò òn), a veces se traduce por
“ente” y “lo que es”), en tanto que es, que existe, y los atributos que le pertenecen.
El ser se dice en muchos sentidos. Pero, en todos los casos, se dice de un principio
único: la entidad. Por tanto, la investigación que teoriza sobre “el ser” o “lo que es”
es una investigación sobre la “entidad”.
La entidad
Las “entidades segundas” son las especies y los géneros a las que pertenecen las
“entidades primeras”. Es decir, en el caso de Alejandro Magno, las “entidad
segunda” es “hombre”, entendido como especie.
Materia y forma
Pues bien, materia y forma (morphé) no pueden darse por separado. La forma,
diríamos concreta, es inseparable de la materia. Es lo que se conoce como teoría
hilemórfica de Aristóteles. Pero debe añadirse que, mediante definición, la forma
(morphé) sí es separable. Es decir, es separable de manera conceptiva en la razón.
Al final de la Metafísica, Aristóteles afirma que tiene que haber, por necesidad, una
substancia eterna inmóvil e inmaterial ajena por completo al cambio, es decir, al paso
de la potencia al acto. Esa substancia es el primer motor inmóvil de la Física. Por tanto,
si mueve sin que haya nada de potencia en esa substancia, tiene que ser, por fuerza,
puro acto: Dios
Para Aristóteles, el alma es como el principio de los seres vivos. Y considera que es
muy difícil determinar si el alma es una, pero con varias partes, dos, tres o muchas
más o, en cambio, hay numerosas almas en cada ser vivo.
Aristóteles divide los cuerpos naturales entre los que tienen vida y los que no la
tienen. Y se dice que un cuerpo natural tiene vida cuando hay en él lo siguiente:
nutrición, crecimiento y consunción.
Pues bien, todo cuerpo natural que participa de la vida es una substancia compuesta
de cuerpo (sóma, materia con forma) y alma (psyché).
“El alma es esencia y definición de un cuerpo natural de tal cualidad que posee
en sí mismo el principio del movimiento y del reposo”
Aristóteles, De anima, 412 b17 y ss. (Trad. Tomás Calvo)
Unos seres vivos tienen todas las capacidades del alma, otros, algunas, y algunos,
una. Así, las plantas únicamente poseen la capacidad nutritiva, sólo vegetan. Es el
alma vegetativa. El resto de los seres vivos, además de la capacidad nutritiva, tienen,
al menos, la capacidad de percepción sensorial y apetitiva. Es el alma sensitiva,
En fin, otros seres vivos tienen además capacidad para desplazarse; y, por último,
existen unos seres vivos cuya alma tiene la capacidad de “pensamiento discursivo
racional” (tò dianoetikón) e intelecto o mente (nous). Es el alma racional. Sólo un ser
animado posee las capacidades vegetativa, sensitiva y racional a la vez: el ser
humano.
Por otra parte, no existe cosa alguna apartada de la extensión, separada de las cosas
sensorialmente perceptibles. Pues bien, según Aristóteles, sólo en las especies
(eidos) de las cosas perceptibles sensorialmente está lo inteligible. Por tanto, sin
percepción sensorial es imposible aprender comprensivamente y relacionar o
asociar. El mecanismo del conocimiento, pues, la contemplación especulativa, la
teorización, exige necesariamente la “contemplación” de imágenes o
representaciones mentales. De hecho, las representaciones mentales, dice
Aristóteles, son como el objeto perceptible sensorialmente excepto sin la materia.
Según Aristóteles, todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien: construir
buenas casas, la salud, la justicia, etc. Pues bien, el fin del conocimiento al que tiende
la ciencia de la política, de la buena ciudadanía, desarrollado en la Ética Nicomaquea,
es la felicidad (eudaimonía).
Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos
cuál es aquel a que la política aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes
que pueden realizarse. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su
nombre, pues tanto la multitud como los refinados dicen que es la felicidad.
Aristóteles, Ética Nicomaquea, 1095 a14 (Trad. María Araújo y Julián Marías)
Sólo hay un bien perfecto: el que se busca absolutamente por sí mismo, y no por otra
cosa: la felicidad. La felicidad es lo perfecto y autosuficiente, el fin de los actos. Más
precisamente, la felicidad es una actividad del alma de acuerdo con la areté, con la
virtud.
Es decir, “lo intermedio respecto al ser humano” puede estar más cerca de uno de
los extremos.
En fin, todo el que tenga conocimiento huye del exceso y el defecto, y busca y elige
“lo medio”, pero no el de la cosa, sino el relativo a nosotros.
Pues bien, según Aristóteles, el objetivo de toda areté es “lo medio”, “lo intermedio”.
Virtudes éticas
Las virtudes éticas conforman el modo de ser o carácter (ἦθος êthos) de la persona.
El comportamiento ético de cualquier persona se corresponde con su ἦθος -êthos-,
con su “carácter adquirido”.
Toda areté ética es un resultado, se conforma o surge de la costumbre (ἔθος), de la
repetición de unos mismos hábitos que llegan a consolidarse como una segunda
naturaleza.
Ninguna areté ética, pues, surge naturalmente de la naturaleza del ser humano. Toda
areté se adquiere practicándola, del mismo modo que se adquiere la destreza para
construir casas, dice Aristóteles, construyendo casas. Y es un buen constructor quien,
con primor, adquiere mediante la práctica el hábito de construir.
La adquisición de toda areté es, pues, inseparable de la acción (práxis) humana. Ahora
bien, hay dos principios de destrucción de la buena praxis: el exceso y el defecto. Pues
bien, de idéntica forma, el exceso y el defecto destruyen toda areté. En cambio, “lo
intermedio” preserva las virtudes.
Así como la virtud o destreza adquirida en grado óptimo del constructor de casas
consiste en manejar adecuadamente ladrillos, argamasa, plomadas, vigas, pilares,
etc., con el fin de levantar casas sólidas y buenas, las virtudes éticas en tanto que
destrezas en grado óptimo manejan emociones y acciones.
Las emociones y las acciones son las cosas por respecto a las cuales se adquiere toda
areté ética, pues resulta obvio que en aquellas se dan el exceso y el defecto y lo
intermedio.
Con el término “emoción” Aristóteles llama a “deseo, ira, miedo, confianza, envidia,
alegría, amistad, odio, añoranza, piedad y, en general, a todo aquello de lo que se
sigue placer o dolor”.
Por ejemplo, es evidente que en el tener miedo hay “el más” y “el menos”, y ninguno
de los dos es bueno. Pero si se tiene miedo cuando se debe, respecto de quienes, y
de la manera que se debe, entonces se está en lo intermedio y lo mejor. Y ahí reside
la aretê o virtud de la “valentía”, cuya posesión nos permite sobrellevar las cosas que
producen miedo. Esto no supone la eliminación de la emoción de tener miedo, pues,
como toda emoción, se tiene sin elección previa (proairesis) por nuestra parte.
Las virtudes dianoéticas son las virtudes propias del intelecto (diánoia), del
“pensamiento discursivo racional”. Es decir, son las virtudes propias de la parte
racional del alma, que Aristóteles distingue de la parte irracional.
1. Parte científica: con esta parte contemplamos los seres que no pueden, de ninguna
manera, poseer otros principios distintos de los que tienen.
2. Parte calculadora: con esta parte deliberamos sobre las cosas que pueden ser de
diferentes maneras, es decir, contingentes y variables, opinables.
La actividad de las dos partes del alma racional tiende al mismo fin: la verdad. Pero
unas, podríamos decirlo así, serán verdades de razón teórica, necesarias, y otras,
verdades de razón práctica, contingentes.
La virtud característica del intelecto calculador o deliberativo es la Prudencia
(phronesis). Y se define como un hábito práctico verdadero adquirido con la
colaboración de la razón, en torno a las cosas buenas y malas para el ser humano. El
fin de la prudencia es vivir bien en todos los aspectos, es decir, la felicidad.
Según Aristóteles, el ser humano es una animal social o cívico por naturaleza.
Apartado de la ley y de la justicia, el ser humano es el peor de los animales, el más
impío y el más salvaje. Y el más excesivo en el sexo y en las comidas.
La ciudad
La ciudad, para Aristóteles, es la causa final de la tendencia natural del ser humano a
la asociación comunitaria. La ciudad es la comunidad superior de todas las
comunidades naturales posibles, e incluye a las comunidades naturales más simples:
el hogar familiar, que surge de la comunidad de un hombre y una mujer; y la aldea,
que procede de la reunión de varios hogares familiares.
Por lo demás, para Aristóteles, la causa final y lo perfecto es lo más excelente. Pues
bien, toda comunidad alcanza su finalidad, es decir, es ciudad, si logra una vida
autosuficiente, que es, la vida preciosa y buena (kalós kaí agathós). Y el mejor ser
humano y el mejor régimen de gobierno imaginables de una ciudad autárquica deben
poseer idénticas virtudes, precisamente aquéllas que impulsen esa vida preciosa y
buena hacia la consecución del mismo fin: el ocio.
El gobierno de la ciudad
Una ciudad, para serlo, debe tener un gobierno. Según Aristóteles, la autoridad
suprema de una ciudad reside en su soberanía. Ésta puede residir o en un único
individuo o en una minoría o en la mayoría.
La recta soberanía de uno se llama monarquía; la de unos pocos, pero los mejores
(áristoi), aristocracia; y la de la mayoría, república (politeía).