You are on page 1of 4

1

La Biblia
en la Literatura
Para hablar de la influencia que la tradición bíblica ha tenido sobre la literatura, parece
obligado acercarse en primer lugar a la figura de San Jerónimo (345-419), traductor al latín del
Antiguo Testamento y revisor de la versión latina del Nuevo. Su Biblia, conocida como la
Vulgata, fue la que la Iglesia aceptó como canónica y se convirtió en el instrumento que
garantizó a Occidente el acceso a las Sagradas Escrituras.

El saqueo de Roma por el caudillo godo Alarico en el año 410 y la liquidación del Imperio en el 465
tuvieron un enorme impacto en la estructura política y social de Europa. Muchos de los logros
alcanzados por los romanos se hundieron junto con su civilización. Para frenar el declive era preciso
encontrar una idea sobre la que cimentar un nuevo sistema político y recuperar de este modo la
estabilidad perdida. Se concibe así un proyecto, según el cual una sociedad en crisis intenta
organizarse políticamente partiendo de un fundamento espiritual: la cristiandad. La realización
concreta de esta idea fue el Imperio de Carlomagno, el monarca más influyente de toda la Edad
Media. Durante su reinado conquistó vastos territorios y unificó una gran parte de Europa
occidental. El día de navidad del año 800, el papa León III lo coronó como Emperador del Imperio
de Occidente, que más tarde sería conocido como el Sacro Imperio Romano Germánico.

Durante la Edad Media, prácticamente todos los pueblos europeos tuvieron sus poemas
épicos, Beowulf, entre los anglosajones; los Eddas, en los países nórdicos; el Cantar de los
Nibelungos, para los germanos; pero es el Cantar de Roldán, para los francos y, en nuestro
caso, el Cantar de Mio Cid, quienes entronizan el ideal del caballero cristiano: un personaje de
gran religiosidad, que cultiva la virtud y lucha por su pueblo. Por su conducta, Roldán (paladín
de Carlomagno) o el Cid parecen santos laicos. Tan importantes como sus protagonistas, son
los motivos literarios de estas epopeyas: la difamación del justo, el siervo fiel a su señor, la
presencia de clérigos guerreros, la aparición de ángeles y seres sobrenaturales en visiones o
sueños premonitorios, la oración del héroe encomendándose a Dios, el combate singular entre
paladines vinculado al juicio de Dios, en los retos finales, el empleo simbólico de números como
el 3, el 7, el 12, etc. con claras resonancias bíblicas.

El éxito de los cantares de gesta, difundidos en toda Europa por juglares, invitó a los clérigos a
imitar estas composiciones adaptándolas a un propósito didáctico y moralizante. Surge así en
nuestra literatura el Mester de Clerecía (siglo XIII-XIV); una escuela literaria que abundará en
temas morales (Libro de Apolonio), históricos (Libro de Alexandre, Poema de Fernán González)
y religiosos. El primer autor español de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, se inscribe en
esta tradición con obras como: Milagros de Nuestra Señora, Loores de Nuestra Señora, Planto
que fizo la Virgen el día de la muerte de su hijo, El Sacrificio de la Misa o De los signos que
aparecerán antes del juicio. A este habría que añadir los nombres de Juan Ruiz, Arcipreste de
Hita, Libro de buen amor, donde se contrasta el loco amor del mundo con el amor a Dios y
Rimado de palacio, del canciller Pedro López de Ayala (1332-1407), con influencias del libro de
Job y el Eclesiastés. Fuera de la Mester, conviene recordar la obra del mallorquín Ramón Llull
(1235-1315), Arte mayor, Libro de la contemplación, Árbol de la ciencia, Libro del amigo y del
amado, de corte filosófico y místico.
2

Dentro de la lírica, junto a composiciones populares, anónimas, transmitidas oralmente,


se desarrolló una lírica culta que tuvo su máximo exponente en la poesía provenzal o
trovadoresca, de temática profana, a la que más tarde otros autores como Alfonso X el
Sabio (1221-1284) darían un contenido sacro: Cantigas de Santa María. Este mismo
autor, es el responsable de la primera versión española de la Biblia, inserta en la Crónica
General.

El cuento medieval, sobre todo a partir del siglo XIV, tuvo una función didáctica. Los tres
grandes autores del momento son Giovanni Boccaccio (1313-1375), Decamerón, Geoffrey
Chaucer (1340-1400), Cuentos de Canterbury, y Don Juan Manuel (1282-1349), Conde Lucanor.
En todos ellos la ficción narrativa se entrevera con el relato doctrinal con referencias temas
cristianos como la honestidad, la perseverancia en la fe o la salvación.

La renovación de la lírica dentro del espíritu renacentista es mérito de Dante Alighieri (1265-
1321), autor de La divina comedia, viaje alegórico del autor al mundo de ultratumba que se
aprovecha para hacer un resumen de la historia de la humanidad, criticar la corrupción y
enjuiciar los pecados de sus contemporáneos. El poema tiene una estructura perfectamente
calculada en función del número 3, símbolo de la Trinidad: escrito en tercetos, tres partes –
Infierno, Purgatorio y Paraíso – con un total de 33 cantos.

Francesco Petrarca (1304-1374) sentó las bases de la literatura humanista con su Cancionero,
colección de poemas dedicados a su amada Laura. La belleza de Laura interpela al enamorado
y le inspira para buscar la perfección humana y aspirar así a la divina.

En el ámbito hispánico, hay que destacar al poeta valenciano Ausiàs March (1397-1459), con
poemas de tema religioso como Cantos de muerte y Canto espiritual.

Los tres grandes humanistas del Renacimiento, el holandés Erasmo de Rótterdam (1467-
1536), Elogio a la locura, el inglés Tomas Moro (1478-1535), Utopía, y el español Juan Luis
Vives (1493-1540), Sobre la verdad de la cristiana, comparten una profunda impronta religiosa
desde la que animan al diálogo con Dios, la imitación de Cristo y la piedad hacia los hermanos.

Menos sistemático y filosófico es el género del ensayo que inauguran Michel de Montaigne
(1533-1592), Ensayos, y Blaise Pacal (1623-1662), Pensamientos, convencidos de que lo más
cercano a lo divino que hay en el hombre es el pensamiento por su naturaleza espiritual y
tendente a lo universal.

Alejada del ámbito contemplativo, encontramos la épica renacentista con la Jerusalén


liberada, de Torcuato Tasso (1544-1595), donde se cuenta la historia de la primera cruzada,
liderada por Godofredo de Bouillon, que llegó a conquistar Jerusalén. El combate humano
tiene su correlato en el enfrentamiento entre Dios, que envía sus ángeles para ayudar a los
héroes, y los esfuerzos del Diablo, que trata de impedirlo.

Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, la literatura inglesa vive una auténtica revolución
teatral que será coronada con la figura de William Shakespeare (1564-1616). En sus tragedias
– Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth y El rey Lear –, el mundo se convierte en un
escenario y el cielo y sus esferas de cristal (la imagen que los isabelinos tenían del cielo) en las
gradas desde las que los ángeles presencian los errores de los hombres, que no aciertan a
obrar con la dignidad que les es propia.
3

El barroco inglés nos legó interesantes poetas metafísicos con George Herbert (1593-1633), El
templo, Henry Vaughan (1572-1631) y, sobre todo, John Donne (1572-1631), Letanía, Sonetos
sacros e Himnos. Sin embargo, la figura central es John Milton (1608-1674) con su grandioso
poema épico el Paraíso perdido, donde cuenta la expulsión del Edén de Adán y Eva, y la lucha
del ser humano por la salvación, que culmina en el Paraíso recobrado.

La literatura metafísica también tuvo un notable desarrollo en la literatura española. Es el caso


de Fray Luis de León (1527-1591) traductor del libro de Job y el Cantar de los cantares, y autor
de obras doctrinales como De los nombres de Cristo, donde repasa todos los que se dan a
Cristo en la Biblia. Es el principal representante de la ascética, corriente que reflexiona sobre la
vanidad del mundo material y anima a buscar la paz interior, anticipo del descanso celestial;
así lo expresa en poemas como Oda a la vida retirada, Noche serena, En la Ascensión, Oda a
Francisco Salinas. Los místicos participan de este mismo anhelo, aunque para ellos la unión
con Dios es posible recorriendo tres vías: la purgativa, desprendimiento del mundo,
iluminativa, descubrimiento de Dios, y unitiva, fusión con la divinidad. Sus dos grandes autores
son Santa Teresa de Jesús (1515-1582): Camino de perfección y Castillo interior, y San Juan de
la Cruz (1542-1592): Cántico espiritual, Noche oscura del alma y Llama de amor viva.

El XVII es el Siglo de Oro de la literatura española: Miguel de Cervantes (1547-1616) crea la


novela moderna con El Quijote, en el que se cuentan más de trescientas referencias bíblicas;
Lope de Vega (1562-1635), hace lo propio con el teatro además de ser autor de poemas
religiosos como los recogidos en Rimas sacras y Versos humanos y divinos del licenciado Tomé
de Burguillos; Calderón de la Barca (1600-1681) desarrolla el teatro religioso con autos
sacramentales como El gran teatro del mundo y medita sobre la libertad del hombre y su
salvación en La vida es sueño, La devoción de la Cruz, El mágico prodigioso o El príncipe
constante; el culterano Luis de Góngora (1561-1627), capellán real de Felipe III, y el
conceptista Francisco de Quevedo (1580-1645), desarrollan una poesía de tono grave,
desengañado ante la fugacidad del tiempo y la realidad de la muerte.

El teatro clásico francés de Pierre Corneille (1606-1684), Jean Racine (1639-1699) y Molière
(1622-1673) enfocó los problemas éticos desde un punto de vista racional. Voces como la del
alemán Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), Natán el sabio, hablarán de la tolerancia y el
entendimiento entre religiones. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, ya se percibe una ola de
subjetividad que impulsa obras sentimentales como El Mesías, de Friedrich Klopstock (1724-
1803) y acabará desembocando en el Romanticismo.

En prólogo a sus Baladas líricas, William Wordsworth (1770-1850) y Samuel Coleridge (1772-
1834) ofrecen un auténtico manifiesto de este movimiento. En palabras de Coleridge, el artista
romántico «repite en su mente finita el acto eterno de creación de la mente infinita». Si Dios
crea el mundo a través de la palabra (Gén, 1,3) y en el principio de la creación está el Verbo (Jn
1,1), el escritor, artista de las palabras, está llamado a crear con su literatura un nuevo
universo. Desde este punto de vista se explican las composiciones simbólicas, visionarias y
religiosas de William Blake (1757-1827) composiciones simbólicas, visionarias, religiosas, El
matrimonio del cielo y el infierno, o la obra de los conocidos como poetas «satánicos»: Lord
Byron (1788-1824), Percy B. Shelley (1792-1822) y John kyats (1795-1821).

La literatura alemana alcanza su cumbre con el Fausto de Johann W. Goethe (1749-1832), una
reflexión sobre la redención del ser humano por sus obras. Un anhelo que también manifiesta
otro romántico, Novalis (1772-1801), autor de La Cristiandad o Europa, Himnos a la noche o
Heinrich von Ofterdingen: «Volver a la casa del Padre».
4

Durante el Realismo eclosiona la gran literatura rusa con Fiedor Dostoievski (1821-1881),
Crimen y castigo, y Liev Nicolaievich Tolstói (1828-1910), Guerra y paz, Ana Karenina, que se
reflexionan sobre la ética, la piedad y la fe como elemento consustancial del espíritu humano.

El siglo XX es el gran siglo de la novela: Ulises, de James Joyce (1882-1941); El extranjero, de


Albert Camus (1913-1960); En busca del tiempo perdido; de Marcel Proust (1871-1922); La
montaña mágica, de Thomas Mann (1975-1955); o Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez (1928). La presencia de la tradición bíblica en la literatura moderna no suele ser
explícita, se manifiesta más bien en lo que se ha llamado intertextualidad: reminiscencias,
líneas de filiación, citas, diálogo con los textos sagrados, asimilación o rechazo de códigos
semánticos, simbolismos, etc. Así, por ejemplo, La montaña mágica está repleta de cifras
simbólicas de inspiración bíblica: la acción comienza en el mes de julio, el que hace el número
siete de los doce del año, y debe resolverse en tres semanas, pero termina prolongándose
siete años, la pieza musical que se escucha en el concierto al principio de la novela dura
exactamente siete minutos, uno de los personajes, Settembrini (atención al simbolismo
nominal) aparece en el séptimo mes, a las siete de la tarde muere Joachim, primo del
protagonista, la misma novela tiene siete capítulos… En Cien años de soledad, José Arcadio
Buendía, se presenta como un «patriarca» al que siguen varios amigos que «desmantelaron
sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido»;
el lector no puede evitar relacionar el pasaje con Gén 12,1: «El señor dijo a Abrahán: Sal de tu
tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré»; lo mismo ocurre
con todo lo que rodea a la muerte de Prudencio Aguilar (Gén. 4), el pasaje en el que Aureliano
da nombres a las cosas (Gén 2,19), la fabulosa edad que alcanzan algunos personajes o la lluvia
que llega a durar cuatro años, once meses y dos días (Gén 7,11-12).

You might also like