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TEMA III

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INTRODUCCIÓN A LA PERSPECTIVA
CRIMINOLÓGICA DE
LA DELINCUENCIA ECONÓMICA

Es casi seguro que, si el Derecho Penal Económico asumiese los


requisitos exigidos para él, coincidiría, casi de forma absoluta con el concepto
de delito económico que, por razón del bien social protegible, ofrece la
Criminología. Pero aquellas exigencias no se hacen presentes, con más
frecuencia de la cuenta, en los correspondientes ordenamientos jurídicos.
Además, como ya se ha indicado, la Criminología posee otras diferencias
de enfoque con respecto al Derecho punitivo.
Concretamente, la Criminología, cuando habla de delito, no se refiere sin
más al bien protegido por el ordenamiento jurídico, aunque puede coincidir con
él, y muchas veces coincide.
La Criminología, comprometida con los bienes y valores estimados como
tales por la comunidad en su conjunto, sólo podrá estar de acuerdo con el
Derecho cuando éste funde su incriminación en la justicia social penal. El saber
criminológico, concebido de esta forma, por ello, no tiene por qué sostener todo
el andamiaje de la llamada delincuencia convencional. Y, desde luego, debe
propugnar el “control” de la otra criminalidad, la no convencional, que es, con
frecuencia, más dañosa que la perseguida oficialmente.
En segundo lugar, el Derecho, a la hora de producir un sistema punitivo,
raramente tiene en cuenta algo que es substancial para la Criminología:
La etiología delincuencial.

En tercer término, para el Derecho punitivo es delincuente, sin más,


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quien lleva a cabo una acción típica, antijurídica, imputable, culpable y punible.
Para la Criminología no siempre es delincuente quien comete una acción
de tal índole:
La Criminología, que estudia, fundamentalmente, los elementos reales
del delito, no investiga a estos efectos, primordialmente, la acción, sino la
personalidad del sujeto de la acción, su mayor o menor peligrosidad.
La acción es sólo importante como síntoma.
Todo esto no quiere decir que el Derecho Penal y la Criminología deban
declararse la guerra. Al contrario, sus funciones, aunque distintas, deben ser
complementarias. Pertenece al Derecho la iniciativa formal de la defensa social,
armonizada con la del individuo. En el campo de la Política Criminal, en
sentido amplio, es a la Criminología, fundamentalmente, a la que compete
informarla y llenarla de sentido. Corresponde al Derecho el “castigar”, a la
Criminología, inspirar el contenido del castigo.
En línea con este discurso, el “Coloquio sobre delincuencia económica”
celebrado en Estocolmo (Suecia) en 1985, aseguró, unánimemente, que el
término de Delincuencia Económica, tal como ha quedado diseñado más arriba,
encaja mal, todavía, en el sistema punitivo de una gran parte de países.
¿Por qué? Porque las leyes penales siguen siendo informadas, en
aquéllos, por criterios de una Criminología unidimensional. Es decir, por el
supuesto de que los delincuentes son, tan solo, de modo ordinario, los social y
económicamente débiles.
La Criminología actual, sin embargo, forzosamente de carácter ecléctico,
apunta, como ha quedado ya insinuado, a conceptuar la Delincuencia
Económica teniendo en cuenta el grado de novicidad que ciertas conductas, al
respecto, suponen para el bien común de la colectividad.
Y que, desde luego, no son llevadas a cabo, con frecuencia, por los
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desheredados de la fortuna, sino por personas físicas y jurídicas que se sirven
de artimañas no raramente con apariencias de licitud, para lograr sus objetivos.
El delito económico, en sentido criminológico, podría ser definido como
toda agresión, prohibida o no por el ordenamiento jurídico, que ponga en grave
peligro los esquemas fundamentales de producción, distribución y consumo de
los bienes de la Comunidad como tal, o de un número apreciable de sus
miembros. O que afecte, de igual forma, sus sistemas de financiación y de
cambio. Todo ello, provocando el nacimiento de un daño directo y real;
acudiendo al uso de métodos y formas atentatorias al equilibrio y fiabilidad de
aquéllos, o a través de la comisión de otros delitos, ejecutados por puro móvil
de enriquecimiento.
Es evidente que este concepto criminológico no sirve para ser aplicado,
directamente, a la punición de tales comportamientos. De lo contrario se
quebrantarán los principios de legalidad y seguridad jurídica.
Pero ha de ser utilizado para inspirar, para informar, adecuadamente, los
preceptos penales del ordenamiento jurídico económico.
Considerando, así, ambas vertientes, podremos definir el delito
económico como las infracciones penales que se cometen explotando el
prestigio económico o social, mediante el abuso de las formas y las
posibilidades de configurar los contratos que el Derecho vigente ofrece, o
abusando de los usos y las razones de la vida económica, basados en una
elevada confianza. Infracciones penales que, de acuerdo con la forma en que se
cometen y las repercusiones que tienen, son idóneas para perturbar o poner en
peligro, por encima del perjuicio de los particulares, la vida o el orden
económico.

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ASPECTOS CRIMINOLÓGICOS DE
LA DELINCUENCIA ECONÓMICA

Como ha advertido Günter Kaiser, “para la decisión respecto de la


criminalización de conductas económicas socialmente dañosas no resulta útil
evidentemente el criterio político-criminal del Derecho Penal clásico que
vinculaba el concepto individual de bien jurídico al de la iniciativa de la
víctima.”
En los delitos económicos los bienes jurídicos agredidos son supra-
individuales y, por lo mismo, la víctima son todos o muchos ciudadanos. La
víctima es colectiva. Difícilmente, por ello, habrá que esperar de aquélla el que
clame por que se criminalicen comportamientos que lesionan, de forma grave,
el patrimonio económico comunitario.
Es el Derecho el que debe encauzar esas conductas.
El Derecho, en efecto, no debe proyectarse como mera decisión de poder,
sino como reflejo del poder que conoce y persigue el bien de la comunidad.
El jurista no debe quedarse en la pura y simple “dogmaticidad”.
“Ello no significa -dice López Rey- que la dogmática jurídica
desaparezca, pero sí que debe reducirse a su neta condición de herramienta. La
dogmática es, en cierto modo, un recipiente y como tal no influye mucho en lo
que se vierte en el mismo. Ello la hace utilizable para toda finalidad penal de
índole no democrática y explica que en vez de contribuir a la seguridad
jurídico-penal dé lugar a una inseguridad.”
El Derecho, en efecto, no es una ciencia empírica, sino normativa y, por
lo mismo, no debe quedarse en la pura realidad (realidad es el robo, el
homicidio, la violación,...) pero debe conocerla y tenerla en cuenta a la hora de
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crear sus hipótesis delictivas.

Precisamente, para castigar aquella realidad que ataca a bienes básicos


que la sociedad estima como tales y para dejar fuera de su ámbito aquellas
conductas que, de asumirlas, le llevaría a la creación de figuras punitivas
protectoras, únicamente, de privilegios o de valores secundarios para la
sociedad en cuanto tal. Este distanciamiento entre el bien de la comunidad y la
forma se manifiesta en aquellos códigos acogedores de excesiva pluralidad de
delitos “artificiales”, pseudo-delitos.
En un Estado Social de Derecho, por el contrario, un Código Penal no
puede limitarse a asumir las clásicas figuras, inmutables, perpetradas contra el
Estado, la sociedad, contra las personas, y que casi siempre tienen por
protagonistas a los más desheredados. Es claro que debe recoger las más graves
de aquéllas; pero debe incorporar, de forma adecuada, las conductas dañosas (a
veces las más dañosas) que son “signo” de los tiempos:
El fraude fiscal, la especulación descarada, la “deshumanización”
ecológica, la contaminación del medio ambiente, los delitos contra la salud
pública (planificados en laboratorio), y que se expanden epidémica y
endémicamente (criminalidad organizada en torno al tráfico de estupefacientes,
intoxicación masiva por adulteración planificada de alimentos), tráfico ilícito
de divisas y resto de delitos monetarios llevados a cabo por “asociaciones”
creadas “ad hoc”.
Más, si el Derecho Penal pretende conseguir eso, ha de nutrirse, para
ello, de las ciencias criminológicas y de las ciencias penales en general, para
llenar sus normas de contenido real, acorde con los valores y bien asumidos por
la colectividad, al considerarse que son beneficiosos para ella, y para poder, así,
defenderlos contra las variadas y sofisticadas formas de agresión.
No obstante lo dicho, es de justicia reconocer que las legislaciones de
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varios importantes países han hecho un esfuerzo encomiable en este sentido.
Pero quedan, todavía, comportamientos dañosamente graves, cuya
prohibición (necesariamente, aquí, por vía punitiva) no está configurada, de
forma general o, si lo está, se presenta con contornos imprecisos, ambiguos.
Inadaptada a los principios jurídicos (en Derecho Penal) de claridad y
taxatividad.
Otras veces, se enfocan determinadas conductas, dentro de este
ordenamiento jurídico, de forma unidimensional. Castigando, tan sólo, la lesión
de valores jurídicos que, si son agredidos, lo son como medios para otro fin: el
medio económico ilícito.
Es decir, criminológicamente hablando, se trata de delitos que, por su
móvil y meta final, son delitos primordialmente económicos. Y esta dimensión,
por tanto, debe tenerse en cuenta.
Estas dos razones fundamentales, pues, que acabamos de exponer:
1ª) La de que el Derecho Penal, aun esforzándose por ser un derecho
socialmente coherente, va en todo caso, por detrás de las ciencias penales de
índole empírica y multidisciplinar, como es el caso de la Criminología.
2ª) La de que determinados hechos han de ser vistos, también, desde los
impulsos que, prevalentemente, les dan origen, o desde los específicos modos
de llevarse a cabo, legitiman para poder hablar de una fenomenología
económico-delictiva desde una perspectiva criminológica.
No porque pertenezca a la Criminología la iniciativa formal de la defensa
social (que esto es patrimonio del Derecho por su dimensión coactiva, fundada
sobre los principios de legalidad y seguridad jurídica), sino por su misión
“connatural” de inspirar e informar la Política Criminal, para llenarla de sentido
comunitario.
Porque creemos que es función esencial de la Criminología el
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proporcionar, constantemente, al Derecho Penal esa base real, por científica,
que llene de substancia “procomunitaria” la letra y, ante todo, el espíritu de las
normas.
Por otra parte, y trayendo la cuestión a España, a modo de ejemplo, la
necesidad de adecuación del Derecho Penal Económico a los datos de las
ciencias penales empíricas ha venido siendo constantemente advertida, entre
otros estamentos, a través de la misma Fiscalía General del Estado, a partir, al
menos, de la década de los setenta del siglo pasado.
Pero, además, la Criminología tiene muy en cuenta otros elementos
(factorialidad, características de los sujetos activos de estos delitos, sus “modus
operandi”, peculiaridades victimológicas, efectos sociales de tales infracciones,
etc.) que el Derecho Penal u otras ramas del Derecho si apenas consideran, y
que, dada su trascendencia para una Política Criminal idónea, han de ser
sometidos a análisis.

FENOMENOLOGÍA DE
LOS DELITOS ECONÓMICOS

En gran parte de los capítulos desarrollados hasta aquí, han sido puestas
de manifiesto un gran número de formas o de figuras a través de las que se
hacen presentes los delitos económicos.
Los ordenamientos jurídicos de los países de nuestra área de cultura han
venido incorporando, desde hace algunas décadas, comportamientos graves de
esta índole.
No obstante todo ello, estos sistemas jurídicos adolecen de omisiones y

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lagunas que una Criminología vigilante ha de detectar, para poder ofrecer al
Derecho contenidos dignos de normativación o instar a regularlos de modo más
preciso.
Veamos, entonces, sin ánimo exhaustivo, cuáles pueden ser esas
omisiones y lagunas más notables.
Diversos países han integrado a su legalidad penal múltiples
comportamientos de índole económica, como por ejemplo, los conectados con
delitos societarios, sobre los delitos en torno a destrucción de materias primas,
el instituto de la quiebra, delitos contra las leyes de control de cambios, contra
algunas especulaciones. Asimismo, se han incriminado la consecución y goce
fraudulento de subvenciones públicas, y los delitos de carácter tributario en
general.
Incluso en algunos países se han abordado, penalmente, materias
referentes al medio ambiente (contaminación de las aguas, etc.), al mal uso de
la energía nuclear; a materia laboral (accidentes laborales e higiene en el
trabajo) etc. etc.
Países, fundamentalmente del área anglosajona, o bajo su influencia o
presión han regulado, penalmente, comportamientos relativos al uso de
información reservada y tráfico de influencias. Muchos han acogido el delito
específico de blanqueamiento de capitales por razón de tráfico ilícito de
estupefacientes. Lo mismo ha acontecido con el delito informático o similar.
Pero, precisamente, las figuras de esta serie de delitos más modernos
(blanqueo, uso de información reservada, tráfico de influencias, delito
informático, etc.) están ausentes, al menos de forma específica, en más de uno
de los países democráticos occidentales. En España, como ya hemos visto, el
blanqueo posee, al respecto, una figura penal no específica, ya que queda
articulada en la más ambigua de la receptación y, por lo tanto, materialmente
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incompleta.
Recientemente se incriminaron las figuras del tráfico de influencias y de
abuso de información privilegiada. Desde luego, no están ni insinuadas las
gravísimas disfunciones especulativas proyectadas sobre bienes de primera
necesidad.
No sólo existen, en el campo que venimos examinando, ausencias de
figuras delictivas, referidas a bienes comunitarios que deberá, por razón de su
trascendencia y por la ineficaz cobertura desde otras disciplinas jurídicas, estar
protegidas por el Derecho Penal. Son también importantísimas, con número y
calidad, las lagunas en torno a la protección de los valores económicos, de
notable importancia para la sociedad, aun en aquellos campos que existe
regulación punitiva.
En algunas legislaciones se pueden percibir lagunas dentro del espacio
del “insider trading” (la imprecisión legal en cuanto al ámbito de los sujetos
activos obligados a la reserva de la información). Dentro del blanqueamiento,
las naciones que han asumido, de forma penalmente específica, la figura, hacen
hincapié, casi con exclusividad, en el lavado de dinero procedente de
estupefacientes.
Es evidente, sin embargo, la presencia y circulación de dinero negro,
procedente de otra clase de ilícitos, sobre el que también sería muy conveniente
por razones de una Política Criminal más efectiva, la aplicación de una tutela
semejante. Por ejemplo, el dinero obtenido de secuestros, de atracos, de objetos
de receptación, de evasión de impuestos, de venta ilícita del patrimonio
artístico, del contrabando en general y, por supuesto, del tráfico ilegal de armas,
sólo como algunos ejemplos.
Remitir el lavado de esta clase de dinero al cajón de sastre de la
receptación o del encubrimiento es dejar la puerta abierta a muchas tapaderas
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jurídicas y, por ello, propiciar dosis de impunidad.
Por lo que respecta a los delitos informáticos existen legislaciones que
protegen, de forma específica, los elementos físicos (hardware) y, sobre todo,
los elementos lógicos (sofware) del sistema informático. Pero existen, en los
distintos presupuestos legislativos, resquicios para la impunidad con respecto a
conductas irregulares, llevadas a cabo con el ordenador. Es el caso, por
ejemplo, de la llamada transferencia electrónica de fondos, efectuada, claro
está, de forma ilícita.
Se vienen dando, asimismo, irregularidades en los llamados sistemas de
“telecompra” en grandes almacenes, adscritos a servicios de programas
informáticos peculiares. Es el caso de los servicios “Ibertex”. Este sistema
viene funcionando también en España desde 1985. Sus flancos vulnerables,
informáticamente hablando, han posibilitado el cargar, de forma intencionada,
por parte de ciertos abonados, los costes de sus compras sobre otros.
Problemas semejantes se producen con los procedimientos fraudulentos
utilizados con los cajeros automáticos, puestos al servicio de sus clientes por
diversas entidades financieras, sobre todo las bancarias, con el fin de proveer de
metálico.
Pues bien, existen, con relación a algunas de estas conductas no solo
dificultades de calificación penal concreta, sino, también, obstáculos, para
desembocar hacia presupuestos de incriminación.
También existen lagunas de consideración en el espacio jurídico de
protección del crédito, ya que en nuestra legislación penal no existen preceptos
específicos para ello. No hay delitos propios que tutelen, por ejemplo, el tráfico
comercial irregular mediante las letras de cambio, el descuento bancario, la
estafa de crédito, por poner algunos ejemplos, tan importantes dentro de la
economía de mercado, caracterizada por ser cualificadamente crediticia.
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Parte de la doctrina y gran parte de la jurisprudencia remiten, para la
defensa de esas instituciones a la falsedad y a la estafa tal y como aparecen en
los preceptos punitivos tradicionales.
Dentro de este mismo espacio, habría que hacer reparos, en profundidad,
a la legalidad reguladora de los delitos de insolvencia que, también, tienen
concomitancias con la materia que examinamos.
En relación con las reflexiones precedentes hay que situar, como mutuo
complemento, la adecuada regulación de la disciplina de las entidades de
crédito.
¿Es suficiente, a este respecto, la simple coacción jurídico-administrativa
de las infracciones más graves en esta materia o, como mucho, remitir, en su
caso, a figuras penales conformadas, en su origen, para otros objetivos, y que es
la situación en España? Hay que darse cuenta, para responder a esta cuestión
que estamos, en estos supuestos, ante hechos que afectan, por su propia
naturaleza, al esquema del sistema financiero y que, por lo mismo, se impone
una seria y rigurosa regulación.
La misma Ley 26/1988, de 29 de julio, sobre Disciplina e Intervención de
las Entidades de Crédito (BOE de 30.07.88), reconoce esta realidad al expresar
que:
“Esas Entidades captan recursos financieros entre un público muy
amplio, carente, en la mayoría de los casos, de los datos y de los conocimientos
necesarios para proceder a una evaluación propia de la solvencia de aquéllas.
La regulación y supervisión públicas aspiran a paliar los efectos de esa
carencia, y facilitan la confianza en las entidades, una condición imprescindible
para su desarrollo y buen funcionamiento, esencial no sólo para los
depositantes de fondos, sino para el conjunto de la economía, dada la posición
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central que reúnen esas entidades en los mecanismos de pago.
Esos problemas se suelen afrontar en todas las partes articulando unos
dispositivos especiales de supervisión de las instituciones. Dichos mecanismos
se componen básicamente de un conjunto de normas tendentes a facilitar a la
autoridad supervisora una completa información sobre la situación y evolución
de las entidades financieras, y de otro conjunto de normas tendentes a limitar o
prohibir aquéllas prácticas u operaciones que incrementen los riesgos de
insolvencia o falta de liquidez, y a reforzar los recursos propios con que
pueden, en su caso, atenderse esos riesgos, evitando perjuicios para los
depositantes.”
Pero sólo intenta proteger, de forma específica, tales intereses con
sanciones administrativas.

FACTORIALIDAD INFLUYENTE EN
LA APARICIÓN DEL DELITO ECONÓMICO

A la hora de explicar la génesis del delito ha de huirse de dogmatismos


de escuela o de cualesquiera otros dogmatismos. El análisis de la realidad
delincuencial nos empuja, cada vez más, a admitir una postura intelectual
ecléctica. Y, desde luego, la aproximación a este problema nos ha llevado a la
convicción de que esta actividad gravemente disfuncional, que es el delito, sólo
cobra coherencia razonable desde teorías psicomorales y psicosociales en
mutua interrelación. Sin que pueda descartarse, sobre todo para cierta expresión
patológica de determinadas manifestaciones delincuenciales (delincuencia
psiquiátricamente definida, de crisis de adolescencia) la influencia prevalente

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de impulsos psicobiológicos o psicofísicos.
No son, por ello, de recibo actitudes defensoras, a ultranza, de factores
exclusivamente sociológicos (teorías marxistas, la versión extrema del
“labelling approach” o etiquetamiento, etc.). Pero tampoco, pretendidas
deducciones, de corte absoluto, atribuyentes a condicionamientos, puramente
individuales, la presencia del delito.
A. García-Pablos subraya la importante aportación de la moderna
Criminología sobre la necesidad de concebir el delito como fenómeno social y
estructural, pero añadiendo que sería puro simplismo el pretender explicar el
crimen olvidándose del hombre:
“El importante y oportuno subrayado social que ha destacado la moderna
Criminología debe evitar el simplismo de quienes pretenden explicar el crimen
olvidándose del hombre. Porque, en definitiva, ningún fenómeno “espiritual”,
“social” y “cultural” -y el “delito” lo es- tiene sentido marginando a su
inevitable protagonista, creador y víctima: el ser humano.
Pero no ya ese hombre “racional”, “ideal” (el de los clásicos), sino ese
hombre histórico y real, concreto, animal-irracional y absurdo, también, torpe o
genial, que es capaz, a menudo, de anteponer el honor a la vida, o su estatus
patrimonial al mismo instinto de conservación.”
La exageración consiste, en que se atribuye una gran fuerza a las
instituciones sociales y se olvida un poco, o se disminuye, la fuerza de la
libertad personal en un sentido no ético, sino jurídico.
Pasando al terreno concreto de los delitos económicos, Delmas-Marty
hace referencia a factores internos y externos. Entre los internos, hace hincapié,
por una parte, en los factores psicológicos que están en la base de la
personalidad de los “delincuentes por negocios”, y que pueden simplificarse
diciendo que consisten en la perversión de ciertos trazos de carácter que llevan
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a aquéllos a ir siempre “un poco más allá” y traspasar, así, las fronteras de la
legalidad. La meta del hombre de negocios (por su forma mental y reaccional)
no es la meta del hombre legalista. El hombre de negocios persigue, en
principio, el máximo beneficio económico. Es un gestor, no es un leguleyo.
No hay que entender esto en el sentido de que el “hombre de negocios”
ha de ser por fuerza un delincuente. Esto es insostenible. Insostenible, entre
otras razones, porque existen muchísimos “hombres de empresa” que se
mueven dentro de los principios ético-sociales y de los imperativos de la
legalidad. Las afirmaciones del texto han de ser comprendidas en el sentido de
“tendencias”. Pero el hombre es mucho más y superior a sus simples
tendencias, aunque no pocos se dejan vencer por las mismas, a pesar de que su
objetivo sea ilícito.
Además, el hombre de negocios se ve asaltado, de forma permanente, por
factores sociológicos cuyo mensaje es pluralmente criminógeno. Mensaje que
proviene tanto de la actividad misma, como de la presencia, contaminante, de
no pocos de sus actores y del poder de captación que produce semejante
entramado financiero-mercantil.
Se trata, en realidad, de situaciones que, siendo exógenas con respecto a
la persona, van creando, en ella, sedimentación y potenciando,
congruentemente, las tendencias de carácter.
Demas-Marty, señala también, factores externos que proyecta sobre el
espacio de la Unión Europea, pero que, obviamente, son susceptibles de atribuir
a realidades socioeconómicas similares.
Recalca, bajo este punto de vista, dos grupos de agentes provocadores:
La incitación al fraude, preformada por dos estímulos fundamentales: el
excesivamente asequible sistema de ayudas y subvenciones, propiciado por la
reglamentación económica de la Unión Europea y por sus coyunturas
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económicas, que han posibilitado caer en la tentación de dichos actos
antisociales, sobre todo, en las fases ascendentes y descendentes de los
correspondientes ciclos.
Estas desviaciones, buscadas por el delincuente económico, han sido
potenciadas, a su vez, por la debilidad de la disuasión social. Porque es sabido
que la complejidad y disparidad de la legislación deja siempre puertas abiertas a
la imaginación y apetencias del delincuente. Sobre todo cuando existe escasa
presencia técnico-operativa de controles, tanto en orden a la prevención como a
la represión del delito económico.
La Delincuencia Económica, en efecto, se aprovecha de los “puntos
flacos”, tanto estructurales y éticos de la sociedad como de sus deficientes
mecanismos jurídicos de defensa. Todo esto ocurre porque nace y crece al
amparo de las formas de actividad económica, peculiar de cada época, y está al
tanto, al mismo tiempo, de los medios más sofisticados de acción, de los que
los agentes normales, más avanzados, de aquella actividad se sirven. La
Delincuencia Económica es la clase de delincuencia más ajustada al ritmo
social.
A esto se refiere Fernández Albor cuando afirma:
“Es evidente que hay una ligazón entre delincuencia y sociedad, a
consecuencia de lo cual puede observarse cómo a cada clase de sociedad se
vincula un tipo de criminalidad bien definido y peculiar. Y en el sector de la
criminalidad que nos atañe, el de la Delincuencia Económica, es donde
probablemente pueda encontrarse una vinculación más íntima entre este grupo
delictivo y las condiciones y estructura del sistema social.”
El modelo de mercado de la sociedad demo-liberal del “laissez-faire,
laissez-passer” se regía por relaciones personales entre la oferta y la demanda,
en tanto que la economía social de mercado de hoy se caracteriza por el hecho
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económico abstracto y anónimo, basado en un movimiento circulatorio de
bienes y de capital; el empresario individual ha sido reemplazado por la
división del trabajo de la gran industria; y la sencilla producción de mercancías
ha sido sustituida por un proceso de fabricación renovado, industrial y con
división del trabajo. Esta situación, unida a la expansión de nuevos modos de
pago y al intervencionismo estatal en la política económica, propicia la
aparición de esta nueva delincuencia económica, particularmente grave en un
Estado que, en principio, respeta la libertad de competencias y que sólo posee
un cuadro de normas jurídicas muy vagas e insuficientes en esta materia.
Acabamos de analizar algunos de los factores que, de acuerdo con la
observación sobre estos acontecimientos, da lugar a pensar, de forma razonable,
que están en la base del paso al acto de esta clase de actos antisociales.
Hablar, sin embargo, de actos supone, obligatoriamente, hablar de los
sujetos responsables de los mismos.
Es decir, que los factores de influencia no producen actos por sí solos,
directamente, sino que lo hacen interaccionando, confluyendo y conformando
la personalidad del que va a ser el autor de los mismos.
¿Quiénes son y cómo son, entonces, los sujetos activos de la
Delincuencia Económica?
Desde un punto de vista estrictamente sociológico, se extendió
rápidamente la afirmación de Sutherland en torno al delito de cuello blanco:
“El delito de cuello blanco puede definirse, aproximadamente, como un
delito cometido por una persona respetable, estatus social alto y en el ejercicio
de su profesión.”
Bastantes autores, haciendo coincidir este concepto con el delito
económico, afirman por ello que el sujeto activo de éste es sólo la persona de
gran consideración social, que se vale para sus fechorías económicas de la
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confianza pública que necesariamente se otorga a los que encarnan su
profesión.
Posición que, dentro de una concepción marxista, han sostenido autores
para quienes el delito económico, tal como es entendido en las sociedades
capitalistas, es consecuencia natural de las contradicciones y de la realidad
dialéctica del sistema. Las contradicciones se producirían al entrar en
enfrentamiento el interés del capital como un todo y el interés del capitalista
individual. La posición dialéctica (lucha de clases por la radical desigualdad)
haría que sólo pudieran cometer aquél los poderosos.
Esto, sin embargo, no es exacto, porque, con alguna frecuencia, se
constatan casos de personas que han llegado precisamente a una situación de
poder, y con él, al correspondiente estatus social sirviéndose, como
instrumento, del crimen en su diversa gama económico-financiera.
Y es que, efectivamente, el delito económico, desde el punto de vista del
provecho desleal y del aspecto “mercantil financiero”, es más amplio que el
concepto elaborado por Sutherland. Porque, si existe una delincuencia
económica de cuello blanco, que es perpetrada por profesionales liberales,
empresarios y funcionarios, se da también otra llevada a cabo por empleados de
nivel medio o incluso inferior, que persigue la misma finalidad: el
enriquecimiento fácil y, a toda costa, sirviéndose del ejercicio de la respectiva
profesión.
Los sujetos activos, en este caso, sólo se diferencian por el estatus social,
más alto o más bajo, y no, por la respetabilidad.
Tampoco, se explica, plenamente, la conformación del delincuente
económico, acudiendo en exclusiva, como lo hace Mergen a rasgos
caracteriológicos y biopsicológicos. Ya hemos indicado que no puede
confundirse la tendencia a una realidad con el paso al acto hacia esa realidad
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misma.
Que la infracción ha de explicarse, de acuerdo con la Criminología
Clínica comparada, y que salvo excepciones, desde la presencia de una
constelación de factores que influyen, de forma convergente, sobre la persona
que actúa.
Las características que Mergen atribuyó al sujeto activo del delito de
cuello blanco, son las siguientes:
Materialista; egocéntrico y narcisista; dotado de más inteligencia
pragmática que especulativa; activamente audaz; revestido de alta adaptabilidad
social; refractario a los sentimientos y valores morales; y fácil para el stress y la
neurosis.
Sin embargo, las apreciaciones del precitado autor han de ser tenidas en
cuenta como una de las dimensiones interiores que constituyen (tal vez por
potenciación habitual) la personalidad del auténtico delincuente económico. No
sólo del delincuente de cuello blanco.
Desde una óptica puramente fenomenológica, parece que estos
delincuentes han de ser enmarcados, dentro de los delincuentes calificados por
Seeling de “faltos de disciplina social” y, en parte, en los denominados por el
mismo autor como “ambiciosos sin escrúpulos, quienes, para alcanzar sus fines
profesionales o económicos, cometen los delitos más graves.”
También Delmas-Marty sigue la línea que venimos apuntando, al afirmar
que esta clase de delincuentes es inteligente, hombre de acción, un batallador
que va a desplegar una enorme actividad para lograr sus fines. Todos los
medios los considera buenos para tal objetivo; no tiene escrúpulos. Sabe
aprovechar todas las ocasiones favorables, sin preocuparse de si su cometido es
honesto o deshonesto. Posee espíritu plástico y se encuentra cómodo en lo
concreto; domina, perfectamente, las situaciones. Tiene talento para inventar,
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cada día, nuevos ardides con que torcer las leyes y escapar a sus controles.
No existe miedo, en él, de asumir riesgos: dotado de un talante optimista,
constantemente se supera al ir cada vez más lejos en su actividad criminal. Él
no se amilana ante la amenaza de la represión. Cree en su “buena estrella”. Es
agresivo, egocéntrico, narcisista y no se enreda en sentimientos. Se halla, a sus
anchas, en la jungla del mundo de los negocios, donde gana el más astuto sin
inquietarse por la bajeza de los medios empleados. Prosigue sus actos
criminales, burlando, casi siempre, a la justicia. Cuando, por accidente, es
conducido ante las jurisdicciones represivas, aparece como víctima, sin
sentimiento de culpabilidad, sin reconocer error alguno.
La presencia de los auténticos delincuentes económicos es peligrosa para
el mundo de los negocios. Estos individuos poseen el poder de manipular, de
forma fácil, a los hombres y las cosas. Se rodean de intermediarios que van a
ser colaboradores eficaces en la celebración de acuerdos corrompidos. Son
“instigadores” de hombres. Tienen buenos contactos, porque son extrovertidos.
Son persuasivos y producen un poderoso impacto sobre los demás.
El profesor Bajo Fernández dice de este delincuente que es listo, pícaro,
habilidoso, audaz.
No obstante lo anteriormente dicho, parece conveniente sugerir lo que
algunos autores afirman sobre el talante especial de determinados sujetos
activos, pertenecientes al ámbito del delito informático. Es muy útil a la policía
y al Ministerio Público comprender a los delincuentes y sus móviles. Ahora
bien, este delincuente no entra en las categorías de la Criminología clásica. Se
trata, muy frecuentemente, de un miembro respetado de la colectividad,
altamente cualificado y de una educación superior. No siempre está inspirado
por el ansia de ganancias, sino que más bien actúa por el placer de “vencer al
sistema”.
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La mayoría de individuos implicados en fraudes en materia de
informática tienen en común semejarse totalmente al alpinista que necesita
vencer el obstáculo que se encuentra ante él.
Por lo que venimos exponiendo, hasta ahora, a primera vista podría dar la
sensación de que el delincuente económico más cualificado actúa en solitario.
Eso no se deduce, sin embargo, de los datos aportados con anterioridad.
Lo que si puede concluirse es que, como es, por otra parte natural, el
delincuente económico representa mayor peligro para la sociedad cuanto más
alta sea su capacidad criminal y su adaptabilidad social. Ésta, en principio, es
mayormente poseída por quienes ejercen profesiones de superior cualificación
técnica y están más al abrigo de la confianza de la comunidad.
Y acontece, precisamente, que estos profesionales trabajan, en unión con
otros, al servicio de sociedades o empresas, potenciándose, así, sus
virtualidades criminógenas.
En virtud de ello, podemos afirmar que el sujeto activo, protagonista
dentro de esta delincuencia, no es la persona físicamente considerada, sino
personas morales o jurídicas, entendiendo este término en sentido amplio e
incluyendo, en él, también la asociación o el grupo humano más o menos
cohesionado.
Esto explica precisamente, que el delito económico (el más grave) caiga,
fundamentalmente, dentro de la criminalidad organizada.

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RESUMEN DE LOS ASPECTOS CRIMINOLÓGICOS DE
LA DELINCUENCIA ECONÓMICA

 Los hechos no encajan con la imagen de la opinión pública que se hace del
crimen y del criminal.
 En general la opinión pública suele ser, inmerecidamente, muy benévola con
el delincuente económico.
 El impacto de esta criminalidad es altamente nocivo.
 Es obvio que lesiona y pone en peligro bienes jurídicos tan valiosos como la
* Vida = fraudes alimentarios
* Salud = adulteración de medicamentos
* Seguridad colectiva = delitos nucleares
 Ocasiona daños económicos y financieros, cuya medida muchas veces se
escapa.
 Va socavando las propias bases del orden económico y del mercado, y
termina provocando la pérdida de confianza en el tráfico mercantil,
deformando el equilibrio del mercado.
 No debe despreciarse el “poder corruptor” que la Delincuencia Económica
proyecta sobre la propia Administración Pública, a la que siempre, o casi
siempre, directa o indirectamente involucra.
 No cuesta imaginar un mundo en el que domine la Delincuencia Económica:
‫ ܆‬Difusión de una desconfianza general.
‫ ܆‬Caída de la moral pública.
‫ ܆‬Desorganización social absoluta.

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VICTIMOLOGÍA Y DELINCUENCIA ECONÓMICA

Hasta la consolidación de la Victimología como disciplina científica, la


víctima había padecido el más absoluto desprecio por parte no sólo del sistema
legal (Derecho Penal, Derecho Procesal, etc.), sino también de la Política
Criminal y de la Criminología. La víctima, en el mejor de los casos, inspiraba
sólo compasión.
En efecto, la Criminología Positivista (la tradicional) polarizó la
explicación del comportamiento delictivo en torno a la persona del infractor.
Para ella la víctima es un mero objeto, neutro, pasivo, estático, fungible, que
nada aporta a la génesis del hecho criminal.
Algo semejante, aunque por razones distintas, sucede con el sistema
legal. El Derecho Penal, como derecho sancionador punitivo, se halla volcado
hacia el delincuente: su vocación retribucionista condena a la víctima inocente
del delito a una posición marginal en el seno del mismo.
Por ello, en el proceso penal prima la preocupación del rol del acusado,
de sus derechos y garantías, sobre los derechos y garantías de la víctima.
El Estado “social”, como es sabido, dirige todos sus esfuerzos y recursos
al penado, al recluso, olvidando que la víctima del delito también necesita, a
menudo, de reinserción, de resocialización.
Por último, la propia Política Criminal ha procurado anticiparse al crimen
y prevenirlo operando casi exclusivamente sobre el infractor potencial,
desconociendo la interacción que existe entre autor y víctima y la posibilidad
de diseñar programas y medidas eficaces con relación a determinadas personas
y colectivos con elevado riesgo de convertirse en víctima.

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Refiriéndonos a los delitos que son objeto de la Delincuencia
Económica, ha de indicarse que tienen víctimas, aunque se intenta mantener y
propalar, por parte de los interesados, un estado de opinión, indulgente con esta
clase de delitos, fundamentando, subliminalmente, la conciencia de que se trata
de disfunciones inocuas para la comunidad y, desde luego, para sus miembros
concretos. Lo que queda potenciado por el anonimato frecuente de sus autores y
el distanciamiento entre aquéllos y sus víctimas. Cuidando muy mucho,
además, la apariencia de legalidad.
Han sido varios los autores los que han señalado un conjunto de víctimas
concretas, afectadas por los que son prototipos de los delitos económicos: los
delitos de cuello blanco.
Así, Tomlin habla, en primer lugar, de víctimas individuales. Cita los
casos de clientes defraudados por inmobiliarias, enfermos burlados por
compraventa de fármacos sin virtualidad alguna, de gente engañada por la
compra de automóviles aparentemente de lujo y de primera mano, pero que han
sido simplemente acicalados e incluso “falseados”. Víctimas son, también, las
sociedades o empresas, afectadas por fraudes, desfalcos, malversaciones a y de
entidades financieras, de apropiaciones indebidas por parte de ejecutivos u
otros empleados. Hechos que, por lo demás, llegan a perjudicar, incluso, a los
clientes respectivos sobre los que aquéllas hacen repercutir las pérdidas.
Nombra como víctimas, asimismo, a las instituciones administrativas.
Entre estos supuestos cabe enumerar:
Los fraudes a la seguridad social, malversación de caudales públicos,
asignación de contratas públicas por nepotismo y tráfico de influencias.
La sociedad, como tal puede, también, recibir daño, al generalizarse la
conciencia de que sus estructuras y mecanismos de “tráfico” están corruptos.
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Lo que supone que se multipliquen actitudes de inhibición. De inhibición
laboral, mercantil, comercial, etc.
Asigna el papel de víctima, incluso, al orden internacional, contaminado
por soborno de funcionarios y políticos de países diversos, por macro-bolsas de
falsificación de medios de pago, bajo la influencia de multinacionales del más
diverso signo.
Delord-Reynal hace referencia a víctimas que los son de su propia
participación en esta delincuencia, el aprendiz de estafador estafado. A víctimas
inocentes, como accionistas, acreedores, las propias entidades de crédito,
sometidos a quiebras organizadas, a disoluciones fraudulentas, a levantamiento
de bienes. Víctimas de esta misma naturaleza serán los gravemente
damnificados por la contaminación atmosférica, la contaminación de las aguas,
las malas condiciones laborales.
También el Estado resultará víctima a través de los delitos contra la
Hacienda Pública, el contrabando, la expoliación del patrimonio artístico, el
tráfico de divisas y la evasión de capitales.
La víctima de los delitos generados por la Delincuencia Económica es
muy particular:
‫ ܆‬Poco concienciada de su condición de víctima
‫ ܆‬Anónima
‫ ܆‬Desorganizada
‫ ܆‬Indefensa
‫ ܆‬Temerosa del “poder” o influencia del autor, que siempre tiene un
aura de “honorable”.
‫ ܆‬Reacia a la denuncia y proclive al pacto.

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‫ ܆‬Resignada a su suerte y escéptica e cuanto al éxito de las acciones
penales.
‫ ܆‬Insolidaria con las otras víctimas
‫ ܆‬Tanto menos motivada cuanto más se diluya el carácter privado e
individual de la infracción.

EFECTOS SOCIALES DE
LA DELINCUENCIA ECONÓMICA

La mayoría de los autores, y desde luego, entre ellos los más importantes
en estas cuestiones, están de acuerdo en afirmar que la Delincuencia
Económica, sin contar la cifra negra, supera, con bastante, los daños infligidos
por la criminalidad patrimonial común.
Pero esto, en cuanto a daños o pérdidas cuantificables. Mas hay que tener
en cuenta, a este respecto, otros perjuicios superiores. Se ha verificado, por
ejemplo, que los daños materiales ocasionados por las conductas que se
conviene en incluir en la categoría criminalidad económica alcanzan cifras
astronómicas y rebasan, haciendo imposible cualquier comparación, los
irrogados por los comportamientos integrantes de la denominada delincuencia
común; los fraudes alimentarios y farmacéuticos y la contaminación de aguas y
aire atentan no sólo contra la salud, sino también contra la integridad física e
incluso la vida de las personas. Deben contarse además todos los daños
inmateriales, como por ejemplo, el quebranto de la confianza como elemento
básico y configurador del tráfico mercantil y los atentados al sistema del libre
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mercado.
Para designar otro tipo de daños, la doctrina ha elaborado determinados
conceptos, tales como efecto de resaca o espiral, reacción en cadena y poder
corruptor, mediante los que se designan distintas consecuencias nefastas de la
Delincuencia Económica: las insolvencias fraudulentas son susceptibles de
acarrear otras insolvencias, propician la perpetración de ciertos delitos
frecuentemente relacionados con aquéllas, y los delitos económicos implican a
menudo la corrupción de la administración pública.
Abundando en el tema, el tráfico de estupefacientes, por ejemplo, tiene
efectos derivativos hacia una pléyade de delitos: delitos de contrabando, delito
fiscal, delitos monetarios o de control de cambios, de tráfico ilícito de armas, de
trata de mujeres, proxenetismo y prostitución en general, delitos de cohecho y
de prevaricación, delitos de receptación, falsificación de moneda, de
blanqueamiento de capitales.
Sin olvidar, tampoco, su incidencia inflacionista en el ámbito macro
económico de los circuitos nacionales, al incidir, en éstos, altísimas sumas
dinerarias no controladas por el sistema financiero oficial y procedentes de
intercambios ajenos al producto nacional bruto.

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