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TEXTO N° 01
Los mercenarios son soldados que ofrecen sus servicios y, si es necesario también la vida, a
cualquiera que les pague para inducirlos a ello.
A veces eran esclavos, como los nubios, que sirvieron a los primeros faraones o saqueadores
como los filisteos, que figuraron encuadrados en los ejércitos del Cercano Oriente en la antigüedad.
En los ejércitos medievales habían soldados profesionales, quienes iban a la guerra en lugar de los
vasallos que debían obediencia a un rey noble. El vasallo se comprometía a buscar cierto número de
hombres armados para luchar al servicio de su señor durante 40 días por año. A modo de alternativa, se
toleraba la aportación de determinada cantidad de oro que era utilizada en la contratación de mercenarios.
Mercenarios fueron los hombres que dominaron el turbulento periodo de la Muerte Negra, desde
mediados del siglo XIV hasta el final de las guerras de religión tres centurias más tarde. Las bandas que
devastaron Francia en la Guerra de los Cien Años (1337 – 1453) eran como las que arruinaron a Alemania
en la de los Treinta Años (1618 – 48). Las ricas ciudades de la Italia del Renacimiento contrataban a los
mercenarios por largo tiempo, pues eran hombres rudos y diestros capaces de hacer frente a cualquier
perturbación.
No muere el que muere; muere el que no deja obra para que lo recuerden. La muerte es la gloria si
la vida estuvo regida por la dedicación y el sacrificio orientados a un objetivo. Dicho objetivo puede ser la
creación de un ideal o el rescate de una tradición del cementerio del olvido, donde descansan – en los
ataúdes del tiempo – las virtudes, los méritos y los valores. En el lomo estéril de tal ciudad, los ideales se
refocilan y alardean de lo que alguna vez fueron y por que en cierta época surcaron y dejaron huella
profunda en la incorpórea piel de la historia.
Quien no quiere ser olvidado, ha de tomar el laborioso arado de la vida y sembrar en el lomo de la
historia un ideal al que habrá de cultivar cada mañana desde su alba hasta su crepúsculo; con sacrificio
regará esa semilla pues no existe mejor nutrición para ella.
Algún día, cuando las canas coronen tus sienes y la semilla sea un frondoso árbol, descansa a su sombra
y prueba sus frutos, ¡exquisitez mejor, no hay!
Del desierto de la apatía llegará la plebe, desoyendo tus ruegos subirán al árbol, comerán sus
frutos, aplacarán su irracional apetito de justicia, harán de ti un ídolo cuando hayas muerto, luego que sus
acciones hayan pisoteado tu honor y tu vida.
En 1898, el escritor Morgan Robertson fraguó una novela acerca de un fabuloso vapor trasatlántico,
mucho más grande de los que se había construido hasta entonces. Robertson cargó su barco con gente
rica y complaciente y después lo hizo naufragar una fría noche de abril contra un iceberg. Esta obra ponía
de manifiesto en cierta manera la total futilidad de todo y, de hecho, el libro se llamó Futility cuando se
publicó aquel año.
Catorce años después, la compañía naviera británica White Star Kine construyó un navío
extraordinariamente parecido al de la novela de Robertson. El nuevo barco tenía 66 000 toneladas de
desplazamiento, el de Robertson 70 000. El barco real tenía 882,5 pies de largo; el de la ficción, 800 pies.
Ambos navíos podían alcanzar los 24 – 25 nudos. Ambos podían transportar a 3 000 personas y ambos
tenían salvavidas sólo para una fracción de ese número. Pero esto no parecía importar porque ambos
estaban calificados de “inhundibles”.
El 10 de abril de 1912, el barco real partió de Southampton en su primer viaje a Nueva York. Su
carga incluía una lista de acaudalados pasajeros que valían colectivamente 250 millones de dólares. En su
travesía de ida, el navío chocó también con un iceberg y se hundió una fría noche de abril.
15. Que el Titanic tuviera mucho menos salvavidas que el número de su tripulación se debía a:
a. un olvido lamentable de sus fabricantes
b. la perversa imaginación de Morgan Robertson
c. la creencia en su condición de “inundible”
d. su gran peso, que hacía imposible una mayor carga
e. que la White Star Line recién los estaba fabricando
TEXTO N° 04
La política, señores, es una actividad importantísima. Yo no les aconsejaré nunca el apoliticismo, sin
otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes en cargos importantes. Ustedes deben
hacer política, aunque otra cosa les digan los que pretenden hacerla sin ustedes y, naturalmente, contra
ustedes. Sólo me atrevo a aconsejarles que la hagan a cara descubierta; en el peor caso con máscara
política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo, de literatura, de filosofía, de religión, porque de otro modo
contribuirán a degradar actividades tan excelentes, por lo menos, como la política, y a enturbiar la política
de tal suerte que ya no podamos nunca entendernos.
Y a quien les eche en cara sus pocos años bien pueden responderle que la política no ha de ser,
necesariamente, cosa de viejos. Hay movimientos políticos que tienen su punto de arranque en una
justificada rebelión de menores contra la inepcia de los sedicentes padres de la patria. Esta política, vista
desde el barullo juvenil puede parecer demasiado revolucionaria, siendo en el fondo perfectamente
conservadora. Hasta una madre - ¿hay algo más conservador que una madre? – pudiera aconsejarle a su
hijo con palabras parecidas a éstas: “Toma el volante, porque estoy viendo que tu papá nos va estrellar a
todos en una curva del camino”