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deforestación de zonas boscosas silvestres

Los bosques comprenden un 46,4 por ciento de América Latina y el Caribe. En total hay allí 935,5 millones de
hectáreas de bosques y selvas, un 22 por ciento del área boscosa total del planeta, de acuerdo con cifras de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en su informe ‘El estado de
los bosques', de 2018. Según ese informe, Latinoamérica es una de las tres regiones del mundo donde más
avanza la deforestación. Entre 1990 y 2015, la superficie forestal de la región perdió 96,9 millones de hectáreas.
La principal causa de la pérdida de bosques en la región es la actividad maderera y la agropecuaria.
Incendios en la Amazonía "no son nada nuevo”
A pesar de que los incendios en la Amazonía aumentaron un 85 por ciento, no son un fenómeno nuevo, como
tampoco lo

El Dr. Ignacio Gasparri, investigador del IER/Conicet, de Argentina.


son en el Cerrado brasileño ni en la región del Chaco. "Este año no se dio un pico máximo histórico de fuegos
en la Amazonía. En otros años se produjeron más fuegos y más deforestación”, explica Ignacio Gasparri,
investigador argentino del Instituto de Ecología Regional del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (IER/Conicet), a DW. "Lo que pasa es que se está revirtiendo la tendencia de Brasil", que estaba
reduciendo su tasa de deforestación a pesar de aumentar su producción agroganadera. Eso llegó a su fin con las
políticas del presidente Jair Bolsonaro, dice Gasparri. El dilema de los bosques latinoamericanos sigue siendo
el mismo, apunta: por un lado, proveen de recursos al hombre, pero su explotación extrema los está haciendo
desaparecer.
Bolivia, Paraguay y Argentina: grandes pérdidas forestales
Pero la deforestación afecta no solo a la Amazonía, sino también a la ecorregión chaqueña, de 1,1 millones de
km2 (tres veces el tamaño de Alemania), que se extiende desde el noroeste de Argentina hacia Paraguay,
Bolivia y una pequeña porción de Brasil.
mal manejo de zonas verdes urbanas y rurales
Leer los antiguos cuentos de ciencia ficción permite reconocernos en un doble espejo. Podemos mirar al nosotros de antes
imaginando al nosotros actual. Un cuento de Jack London, “La Peste Escarlata”, escrito en 1912, sirve de ejemplo para
observarnos de cuerpo entero (London 1985). Habla de una pandemia de proporciones descomunales, proyectada para un
siglo después, en 2013, a la que sobreviven sólo un puñado de personas. Roba una sonrisa que en ese entonces se pensara
que en la actualidad el telégrafo sería la tecnología de punta en comunicación y los zepelines la mejor forma de
transportación; pero el cuento también deja entrever una visión del futuro sobre nuestra relación con la naturaleza. El
narrador, un sobreviviente a la pandemia, ve en los campos de cultivo y las especies domesticadas el clímax de belleza
natural y desarrollo; previo a la pandemia, al fin el ser humano había logrado controlar la naturaleza para su beneficio.
Pero con la pandemia desapareció la mano humana que controlaba a la naturaleza, y los animales se vuelven caníbales
(hasta las gallinas); los paisajes mutan la belleza de los campos de trigo a hórridos horizontes con las especies silvestres
dominando sobre las plantas cultivables que extendían sus frutos jugosos al hombre.

Después de 100 años de educación ambiental, de proyectos de conservación, y del avance científico en ecología, estamos
todavía muy cerca de la visión ecológica predicha por el cuento de Jack London, creyendo que podemos subyugar a
naturaleza, pues la silvestre no es “estética” y provoca temor. Este enfoque es muy evidente en las ciudades.

Bajo la mirada actual, por ejemplo, un humedal en medio de dos autovías en Xochimilco es un lote baldío digno de ser
destruido para dar paso al progreso con un puente. No importa si ese humedal está protegido: catalogado como Área
Natural Protegida, enlistado en la convención Ramsar[1] o si es considerado por la UNESCO como patrimonio
mundial[2]. Tampoco importa que esté dentro de una región geomorfológica que propicia la formación de humedales; este
enfoque lo considera artificial porque está en medio de dos vías y deteriorado porque tules crecieron “sin control” y no es
estético al ojo urbano. El mismo enfoque considera plausible “reubicar” el humedal a otro lado. Como si los ecosistemas
fueran objetos, máquinas ensamblables, edificios o juguetes como los “Legos”; como si un humedal fuera similar a una
pecera que puede cambiarse de lugar a conveniencia humana. Si se cuenta con las partes que hacen funcionar la máquina
y se sigue un manual, se puede generar un ecosistema, al igual que una sopa instantánea. Bajo este enfoque simplista de la
naturaleza cualquier persona puede hacer un estanque controlado que pretende ser un humedal sin saber un gramo de
ecología, utilizando plantas y peces que estén de moda.

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