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Todo lo que conocemos a día de hoy sobre la naturaleza del cáncer y muchos de
los fármacos de los que disponemos se han obtenido principalmente a partir de la
experimentación con roedores, entre otros animales.
Incluso todas las técnicas de reproducción asistida con las que contamos hoy en
día, que mejoran la calidad de vida de muchos seres humanos, están
fundamentadas en la experimentación con animales.
Una práctica polémica pero extremadamente regulada
Sin embargo, la experimentación animal, o más concretamente su uso como
modelo de experimentación, sigue siendo un tema polémico y muy controvertido.
Los grupos en contra defienden que se trata de un acto de extrema crueldad no
justificado. Entienden que los animales y los humanos son diferentes y no se
pueden trasladar los resultados obtenidos de unos a otros.
Por último, hay que tener en cuenta que el número de animales con fines de
investigación o docentes se ha reducido considerablemente en los últimos años.
Además, estas cifras contrastan claramente con las relacionadas con la industria
alimentaria. Por ejemplo, en España durante 2017, el número de ratones (el
animal más utilizado en investigación) usados en experimentación animal fue de
523 000, mientras que solo en diciembre de ese mismo año se destinaron un total
de 30 millones de cerdos a la alimentación.
El principio de reemplazo obliga a usar otras alternativas siempre que sea posible.
Por ejemplo, modelos computacionales, cultivos celulares u otros procedimientos
in vitro.
Sin embargo, en muchos casos resulta complicado poder reproducir la enorme
complejidad de un ser vivo mediante otros modelos. Es el caso de las
enfermedades genéticas, pues es casi imposible estudiarlas sin ratones, los
cuales comparten el 95 % de los genes con los humanos.
Lo mismo sucede con las vacunas (como la del covid-19), cuyo desarrollo o efecto
no se puede predecir mediante un programa informático debido a la complejidad
del sistema inmunitario.
Por ejemplo, algunas formas de mejorar la calidad de vida de estos animales son
proporcionándoles jaulas grandes con papel u objetos con los que jugar o
estabularlos en grupos en lugar de aislados.
En muchas ocasiones, este trabajo supone una carga emocional que pasa
inadvertida, pues los científicos también entendemos la polémica que genera este
trabajo.
Sin embargo, también somos conscientes de que sería imposible ampliar nuestro
conocimiento o desarrollar nuevos medicamentos sin esta práctica, ya que a día
de hoy todavía no disponemos de modelos igual de fiables y predictivos.