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La estética sociológica tuvo una gran vinculación con el realismo pictórico y con movimientos

políticos de izquierdas, especialmente el socialismo utópico: autores como Henri de Saint-


Simon, Charles Fourier y Pierre Joseph Proudhon defendieron la función social del arte, que
contribuye al desarrollo de la sociedad, aunando belleza y utilidad en un conjunto armónico.
Por otro lado, en el Reino Unido, la obra de teóricos como John Ruskin y William Morris aportó
una visión funcionalista del arte: en Las piedras de Venecia (1851-1856) Ruskin denunció la
destrucción de la belleza y la vulgarización del arte llevada a cabo por la sociedad industrial, así
como la degradación de la clase obrera, defendiendo la función social del arte. En El arte del
pueblo (1879) pidió cambios radicales en la economía y la sociedad, reclamando un arte
“hecho por el pueblo y para el pueblo”. Por su parte, Morris –fundador del movimiento Arts &
Crafts– defendió un arte funcional, práctico, que satisfaga necesidades materiales y no solo
espirituales. En Escritos estéticos (1882-1884) y Los fines del arte (1887) planteó un concepto
de arte utilitario pero alejado de sistemas de producción excesivamente tecnificados, próximo
a un concepto del socialismo cercano al corporativismo medieval.21

Representación de El cascanueces, de Piotr Chaikovski.

Por otro lado, la función del arte fue cuestionada por el escritor ruso Lev Tolstoi: en ¿Qué es el
arte? (1898) se planteó la justificación social del arte, argumentando que siendo el arte una
forma de comunicación solo puede ser válido si las emociones que transmite pueden ser
compartidas por todos los hombres. Para Tolstoi, la única justificación válida es la contribución
del arte a la fraternidad humana: una obra de arte solo puede tener valor social cuando
transmite valores de fraternidad, es decir, emociones que impulsen a la unificación de los
pueblos.22

En esa época se empezó a abordar el estudio del arte desde el terreno de la psicología:
Sigmund Freud aplicó el psicoanálisis al arte en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci
(1910), defendiendo que el arte sería una de las maneras de representar un deseo, una pulsión
reprimida, de forma sublimada. Opinaba que el artista es una figura narcisista, cercana al niño,
que refleja en el arte sus deseos, y afirmó que las obras artísticas pueden ser estudiadas como
los sueños y las enfermedades mentales, con el psicoanálisis. Su método era semiótico,
estudiando los símbolos, y opinaba que una obra de arte es un símbolo. Pero como el símbolo
representa un determinado concepto simbolizado, hay que estudiar la obra de arte para llegar
al origen creativo de la obra.23 Igualmente, Carl Gustav Jung relacionó la psicología con
diversas disciplinas como la filosofía, la sociología, la religión, la mitología, la literatura y el
arte. En Contribuciones a la psicología analítica (1928), sugirió que los elementos simbólicos
presentes en el arte son “imágenes primordiales” o “arquetipos”, que están presentes de
forma innata en el “subconsciente colectivo” del ser humano.24
Wilhelm Dilthey, desde la estética cultural, formuló una teoría acerca de la unidad entre arte y
vida. Prefigurando el arte de vanguardia, Dilthey ya vislumbraba a finales del siglo XIX cómo el
arte se alejaba de las reglas académicas, y cómo cobraba cada vez mayor importancia la
función del público, que tiene el poder de ignorar o ensalzar la obra de un artista determinado.
Encontró en todo ello una “anarquía del gusto”, que achacó a un cambio social de
interpretación de la realidad, pero que percibió como transitorio, siendo necesario hallar «una
relación sana entre el pensamiento estético y el arte». Así, ofreció como salvación del arte las
“ciencias del espíritu”, especialmente la psicología: la creación artística debe poder analizarse
bajo el prisma de la interpretación psicológica de la fantasía. En Vida y poesía (1905) presentó
la poesía como expresión de la vida, como ‘vivencia’ (Erlebnis) que refleja la realidad externa
de la vida. La creación artística tiene pues como función intensificar nuestra visión del mundo
exterior, presentándolo como un conjunto coherente y pleno de sentido.25

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