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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL RAFAEL MARIA BARALT


P.N.F. CONTADURIA PÚBLICA
TRAYECTO INICIAL – SECCIÓN 2
PENSAMIENTO DE COLONIA Y CULTURA DEL BUEN VIVIR

HEGEMONÍA Y CONTRAHEGEMONIA CULTURAL

Ciudad Ojeda, Diciembre de 2021


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INDICE GENERAL

Pág.
HEGEMONIA Y CONTRAHEGEMONÍA CULTURAL DE LA RESISTENCIA A LA
INSURGENCIA CULTURAL, OPOSICIÓN CONSCIENTE A LA TRANSCULTURIZACIÓN, A LA
ALINEACIÓN
1. DEFINICIONES
a. HEGEMONÍA 3
b. HEGEMONIA CULTURAL 3
c. CONCEPCION SOCIAL DEL PODER 5
d. HEGEMONÍA POLÍTICA 5
e. HEGEMONIA MUNDIAL 5
f. CONTRAHEGEMONIA CULTURAL 6
g. CULTURA 6
h. RESISTENCIA CULTURAL 7
i. INSURGENCIA CULTURAL 7
j. TRANSCULTURIZACIÓN 8
k. ALINEACIÓN 8
l. GUERRA DE POSICIONES 9
HEGEMONIA Y CONTRAHEGEMONÍA CULTURAL DE LA RESISTENCIA A LA
2.. INSURGENCIA CULTURAL, OPOSICIÓN CONSCIENTE A LA TRANSCULTURIZACIÓN, 9
A LA ALINEACIÓN
BIBLIOGRAFIA 29
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HEGEMONIA Y CONTRAHEGEMONÍA CULTURAL DE LA RESISTENCIA


A LA INSURGENCIA CULTURAL, OPOSICIÓN CONSCIENTE A LA
TRANSCULTURIZACIÓN, A LA ALINEACIÓN

1. DEFINICIONES
a. HEGEMONIA
El término se emplea para aludir a un predominio, una superioridad o una preponderancia. El concepto
de hegemonía suele emplearse para aludir al dominio que ejerce una entidad sobre otras entidades del
mismo tipo. Muchas veces se aplica a la supremacía de un país sobre otro u otros. Existen, de todas formas,
diferentes acepciones de acuerdo al contexto.
Se denomina hegemonía al dominio de una entidad sobre otras de igual tipo. Se puede aplicar a
diversas situaciones con el mismo significado: un bloque de naciones puede tener hegemonía gracias a su
mayor potencial económico, militar o político, y ejerce esa hegemonía sobre otras poblaciones, aunque estas
no la deseen.
La hegemonía implica que los valores y visión del mundo de las clases dominantes se convierten en
una especie de sentido común compartido por los grupos dominados, en virtud del cual terminan aceptando,
aunque no necesariamente justificando, el ejercicio del poder por parte de los grupos dominantes. Dicho
sentido común es diseminado y adquirido a través de un proceso complejo en el que la educación, la religión
y la cultura juegan un papel crucial.
La hegemonía es una categoría fundamental en Antonio Gramsci, que apunta a un fenómeno
complejo, caracterizado centralmente por la capacidad de un grupo social para articularse, desde una
posición de supremacía, con otros grupos sociales, y orientar la visión del mundo de un conjunto social
mucho más amplio que las fronteras estrictas de la clase, dando así las condiciones para realizar
transformaciones de largo plazo.
El término hegemonía tiene su raíz etimológica en la palabra griega eghesthai que significa conducir,
guiar, comandar. Hegemonía no debe confundirse con dominación. Gramsci diferencia la hegemonía del
dominio. La primera es descrita como una expresión dominante pero desde un contexto social, cultural y
político. Por su parte, el dominio lo expresa como algo restrictivo en tiempos de crisis.

b. HEGEMONIA CULTURAL
La hegemonía de un grupo social es la cultura que dicho grupo ha generado para otros grupos
sociales. Puede ser comprobado que la noción de hegemonía es idéntica a la de cultura, pero con algo más.
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Mediante su aportación, la cultura incluye de manera necesaria una distinción específica de poder, de
jerarquía y de influencia.
La hegemonía cultural es un término desarrollado por Antonio Gramsci para analizar las clases
sociales y la superestructura. Proponía que las normas culturales vigentes de una sociedad son impuestas
por la clase dominante, hegemonía cultural burguesa, de manera que no deberían percibirse como naturales
o inevitables, sino reconocidas como una construcción social artificial y como instrumentos de dominación
de clase. Esta práctica sería indispensable para una liberación política e intelectual del proletariado,
reivindicando y creando su propia cultura de clase.
Para hacer este tránsito desde una cultura dominante a otra, es necesario hacerlo a través del
despertar de la conciencia crítica. Y la conciencia crítica despierta mediante la noción de hegemonía. Esta
noción de Antonio Gramsci acerca de una reforma moral e intelectual o hegemonía se basa en la primacía
de la subjetividad para la elaboración de un método global de estudio humanístico
Al mismo tiempo, Gramsci también subrayó la influencia cultural que debía ejercer la hegemonía del
proletariado sobre las clases aliadas. Las ideologías que habían sido desarrolladas previamente, al ser
transformadas en partido, entran en conflicto y confrontación entre sí mismas, hasta que sólo una de ellas,
o al menos una sola de sus combinaciones posibles, tiende a prevalecer, imponiéndose y propagándose a
través de la sociedad. Así, pues, consigue no sólo una unificación de los objetivos económicos y políticos,
sino también la de los objetivos intelectuales y morales, planteando todas las cuestiones sobre las que surge
la lucha, no dentro de un plano corporativista, sino universal. La hegemonía de un grupo social fundamental
ha sido finalmente creada sobre una serie de grupos subordinados.
La hegemonía cultural es un concepto paralelo a lo que, algunos teóricos, llaman violencia simbólica,
que es como se designa la dominación de la sociedad, culturalmente diversa, por la clase dominante, cuya
cosmovisión, creencias, moral, explicaciones, percepciones, instituciones, valores o costumbres, se
convierte en la norma cultural aceptada y en la ideología dominante, válida y universal. La hegemonía cultural
justifica el statu quo social, político y económico como natural e inevitable, perpetuo y beneficioso para todo
el mundo, en lugar de presentarlo como un constructo social que beneficia únicamente a la clase dominante.
Resumiendo, la cultura hegemónica o hegemonía cultural hace referencia a la acción de convertir una
cultura en la dominante con relación a otras. Esta cultura se considera la única aceptada en una sociedad
determinada. Actualmente la hegemonía cultural establece un sistema de valores y creencias formal y
estructurado. Constituye un concepto universal y un panorama de clases.
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c. CONCEPCIÓN SOCIAL DEL PODER


La hegemonía vista a través del argumento de la concepción social del poder es interpretada como un
estatus sancionado socialmente que enfatiza en la legitimidad y el consenso porque los Estados encuentran
intereses compatibles con el hegemón.
Este argumento está basado en tres ideas cruciales:
• El hegemón debe adquirir un sustancial recurso de poder material, ello indica que la hegemonía es una
forma de jerarquía social basada en el estatus de reconocimiento;
• La hegemonía es un tipo de orden social en el cual su procedencia es reconocida generalmente y las
normas sustantivas generan jerarquía social y disminuyen la necesidad de coerción y explotación,
• La hegemonía es encontrada en la negociación de identidades e intereses.

d. HEGEMONIA POLÍTICA
En política, hegemonía es el método geopolítico de dominación imperialista indirecta, en el que el
estado hegemónico gobierna a otros estados subordinados, bajo la amenaza de intervención como un medio
implícito de poder, más que por la fuerza militar directa (invasión, ocupación o anexión).

e. HEGEMONIA MUNDIAL
El significado de hegemonía mundial es el dominio que ejerce una nación o conjunto de ellas sobre el
mundo. Ésta atiende los factores de orden ideológicos, políticos, económicos, religiosos, militares y
culturales. Por ejemplo, a lo largo de la historia moderna, sólo tres Estados han alcanzado la hegemonía en
el sistema mundial: las Provincias Unidas, Gran Bretaña y Estados Unidos.
Diferentes teorías ofrecen una variedad de proposiciones sobre qué tipo de poder dominante puede
lograr la hegemonía en la política mundial. Por ejemplo, las teorías liberales y realistas de las relaciones
internacionales sostienen que la hegemonía recae en un estado dominante; otro ejemplo, es un gobierno
territorial particular que controla una cantidad predominante de recursos materiales, promueve valores y
visiones que tienen un profundo atractivo más allá de sus fronteras y patrocina regímenes internacionales.
Estos enfoques generalmente identifican a Gran Bretaña y los Estados Unidos como ejemplos de hegemonía
en los siglos XIX y XX, respectivamente. Muchos liberales y realistas también reflexionan sobre si China está
destinada a ser el próximo estado hegemónico.
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f. CONTRAHEGEMONIA CULTURAL
El concepto contrahegemonía da cuenta de los elementos para la construcción de la conciencia
política autónoma en las diversas clases y sectores populares. Plantea los escenarios de disputa en el paso
de los intereses particulares hacia los intereses generales, como proceso político clave hacia un bloque social
alternativo. Si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra
de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo
modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo
desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales.
Los movimientos contrahegemónicos son luchas, colisiones, rupturas, en torno a la construcción del
sentido, en torno a los conflictos inherentes a esta imposición de una forma de ver el mundo propia del bloque
histórico dominante.
La contrahegemonía es entendida como la generación de una nueva visión del mundo, que genere
iniciativa política de las clases subalternas, que cambie la dirección de las fuerzas que es preciso absorber
para realizar un nuevo bloque histórico. Sin iniciativa popular auténtica, no puede haber verdaderas
revoluciones, sólo revolución pasiva.
Y ello da lugar al escenario de conflicto social, complejo y múltiple, que Gramsci denomina guerra de
posiciones, prolongada en el tiempo, librada en un espacio social amplio y heterogéneo, incluyendo más de
un frente simultáneo, con avances y retrocesos parciales, que no son definitivos y que sólo se alcanzan
después de trabajosos enfrentamientos, en una situación de asedio recíproco, el enemigo puede
contraatacar y retomar posiciones en cualquier momento.
Se rescata así el concepto de revolución, pero con la forma de un proceso de laboriosa gestación y
no de un acontecimiento único e irreversible, y con un contenido de transformación radical, no limitado al
poder político y a las relaciones de producción fundamentales, sino de ruptura de todas y cada una de las
relaciones signadas por la opresión y la desigualdad, ya sea que tengan coordenadas étnicas, religiosas, de
género o cualesquiera otras; incluyendo, por supuesto, a las divisiones que son básicas para la alienación
que permite la dominación entre las sociedades capitalistas, pero no reducibles a la esfera productiva: entre
intelectuales y simples, los que saben y los que no saben, entre dirigentes y dirigidos, entre ciudad y campo,
entre lo político y lo económico.

g. CULTURA
Es el conjunto de conocimientos y rasgos característicos que distinguen a una sociedad, una
determinada época o un grupo social.
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La cultura es un proceso en el cual interactúan formando un todo coherente, una serie de elementos
como: conocimientos, creencias y valores, arte, leyes, educación y toda clase de habilidades y hábitos
adquiridos por los seres humanos, en tanto miembros de una sociedad en particular.

h. RESISTENCIA CULTURAL
Es el control territorial, autonomía y acciones de defensa en sus comunidades. También, se define
con este término a la reconstrucción histórica de expresiones de lucha y unidad.
El objetivo de la resistencia cultural, es la práctica de la unidad en la diversidad. Reconocer y aceptar
las diferencias significa realizar en la práctica la tolerancia, el respeto mutuo, y la construcción de sociedades
más humanas.
Entre las formas de resistencia cultural colectiva, se encuentran: La palabra, la música, el baile y la
fiesta son formas de resistencia que han alimentado los movimientos sociales locales y globales.
Resistencia cultural significa para estos indígenas control territorial, autonomía y acciones de defensa
en sus comunidades. También, la reconstrucción histórica de expresiones de lucha y unidad.

i. INSURGENCIA CULTURAL
Es la expresión con la que se llama a la concepción de confrontación en el campo de la cultura, de las
ideas y de los sentidos comunes presentes en nuestro tiempo. Se trata de una batalla contra el poder y las
clases dominantes que instalaron una cultura hegemónica en los últimos treinta años, como estrategia de
superación de la crisis capitalista emergente a fines de los ´60 y a comienzos de los ´70.
Es manifestarse con su arte en defensa de la autodeterminación de los pueblos y de las culturas
originarias autóctonas por su derecho a la identidad, por la preservación del medio ambiente y también por
la paz mundial, contra toda dominación, elevando la voz contra cualquier forma de discriminación, sea racial,
de género, ideológica o social.
Entendiendo que la cultura, en el sentido antropológico del término, abarca a todo aquello que es
producto de la creación humana, más allá de la especificidad científica, artística, intelectual o estética de las
ciencias, las artes y las letras. Pero la frase es también un intento por asumir un desafío desde las clases
subalternas contra la naturalización de la desigualdad que promueven las políticas realmente existentes en
el mundo en esta encrucijada de los siglos XX y XXI.
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j. TRANSCULTURIZACIÓN
La transculturación es el proceso gradual por el cual una cultura adopta rasgos de otra hasta culminar
en una aculturación. Generalmente se ha supuesto que la enseñanza o intercambio de rasgos va desde una
cultura más desarrollada, por ejemplo en cultura tecnológica a otra menos desarrollada y que esto puede
ocurrir sin conflicto. Sin embargo, se observa que la mayoría de las transculturaciones son conflictivas, en
especial para la cultura receptora, máxime cuando los rasgos culturales son impuestos.
Es un proceso en el cual emerge una realidad, compuesta y compleja: una realidad que no es una
aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e
independiente. Para describir tal proceso el vocablo de raíces latinas transculturación proporciona un término
que no contiene la implicación de una cierta cultura hacia la cual tiene que tender la otra, sino una transición
entre dos culturas, ambas activas, ambas contribuyentes con sendos aportes, y ambas cooperantes al
advenimiento de una nueva realidad de civilización.
La transculturación es el proceso gradual por el cual una cultura adopta rasgos de otra hasta culminar
en una aculturación. Generalmente se ha supuesto que la enseñanza o intercambio de rasgos va desde una
cultura más desarrollada a otra menos desarrollada y que esto puede ocurrir sin conflicto. Sin embargo, se
observa que la mayoría de las transculturaciones son conflictivas, en especial para la cultura receptora,
máxime cuando los rasgos culturales son impuestos.
La transculturación se refiere a la situación en la cual varias culturas que tienen contacto se influyen
mutuamente y sobreviven por largo tiempo; por esa razón, los investigadores sociales crearon centros de
investigaciones transculturales, con el objetivo de documentar a las diferentes etnias que existen.
Por ejemplo, la mezcla de las culturas de los indígenas venezolanos, con los colonizadores españoles
y los esclavos africanos hicieron que la transculturización en Venezuela se materializara fuertemente, a la
cual también se le añadió tiempo después diferentes influencias extranjeras europeas.

k. ALINEACIÓN
La alineación es la acción y el efecto de alinear, o sea colocar en línea recta. También puede decirse
que como alienación se denomina el proceso mediante el cual un individuo se convierte en alguien ajeno a
sí mismo, que se extraña, que ha perdido el control sobre sí.
En este sentido, la alienación es un proceso de trasformación de conciencia que se puede dar tanto
en una persona como en una colectividad. Como producto de la alienación, las personas se comportan de
manera contraria a aquello que se esperaba de ellas por su condición o su naturaleza.
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Marx interpreta el concepto de alienación como la relación de explotación propia del sistema capitalista
en la cual el trabajador no es considerado como persona en sí, sino en función de su valor económico, como
mano de obra para la multiplicación del capital, es decir, el trabajador no representa sino determinada
cantidad de dinero.
En tanto, otro de los usos que presenta el término es para referir la vinculación con una determinada
tendencia política, ideología, con alguna iniciativa aunque no se tengan las mismas ideas políticas, este
sentido del término es muy usado a instancias de la política exterior para dar cuenta de la alianza, el acuerdo
que establecen diversas naciones al respecto de un tema o situación. Cuando esto sucede se habla de
alineamiento entre tal o cual país, o varios, al respecto de un asunto. Este estado de cosas implicará que los
mismos actúen en conjunto y en bloque, o sea, compartirán la misma postura al respecto de la solución a un
tema, o serán aliados en una incursión bélica.

l. GUERRA DE POSICIONES
Gramsci supone una guerra de posiciones como una profundización en las condiciones de lucha por
la hegemonía. Gramsci así lo manifiesta: Un grupo social puede ser dirigente antes de conquistar el poder y
seguir siéndolo cuando lo ejercita. Aún resulta más paradójico que sean los censores y los oligarcas los que
se quieren apoderar de los partidarios del cambio, utilizando desde postulados o batalla de ideas.
La resistencia pasiva de Ghandi, por ejemplo, es una guerra de posición, que en determinados
momentos se convierte en guerra de movimiento y en otros en guerra subterránea. El boicot constituye un
ejemplo de guerra de posición, las huelgas de guerra de movimiento, la preparación clandestina de armas y
elementos combativos de asalto son una muestra de guerra subterránea.

2. HEGEMONIA Y CONTRAHEGEMONÍA CULTURAL DE LA RESISTENCIA A LA INSURGENCIA


CULTURAL, OPOSICIÓN CONSCIENTE A LA TRANSCULTURIZACIÓN, A LA ALINEACIÓN
MOVIMIENTOS CULTURALES
Existe evidencia histórica suficiente de que no hay clase social dominante que renuncie a sus
privilegios sin resistencia, incluso después de haber sido derrotada por la revolución o con los votos, es
razonable pensar que la hegemonía así entendida, como mandar (incluida la hegemonía militar), continúa
siendo un asunto clave todavía después de que la hegemonía social y política haya cambiado de signo, en
lo que se suele llamar período de transición.
Durante muchas décadas los teóricos descrito la realidad con palabras diferente a la de hegemonía;
por ejemplo:
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• Que, independientemente de la forma política del mandar, lo que realmente existía en las sociedades
capitalistas era una dictadura de clase;
• Que lo que vendría, en una sociedad que hubiera cambiado el signo social del mandar, sería todavía una
dictadura porque en ella habría estado y el estado implica siempre coerción social y política; y
• Que esta dictadura alternativa tendría una forma sociopolítica más democrática que todas las
democracias realmente existentes por el hecho elemental de que representaría el interés de la inmensa
mayoría de la población, la suma de los de abajo, de los proletarios y campesinos de entonces.
La hegemonía no se reduce, al ordeno y mando, a la fuerza económica y/o militar, sino que presupone
formas de consenso social activo y, en consecuencia, la capacidad que una clase o grupo tiene para dirigir
intelectualmente, y de forma sostenida, al conjunto de la sociedad. Esto implica la expansión o
universalización de una ética y una nueva concepción del mundo, no de órdenes, directivas o mandatos. Se
trata de persuadir, de influir, de lograr estructuras plausibles y alternativas de sentido.
Si se trata de campos culturales y formaciones ideológicas, la hegemonía relaciona los procesos
ideológicos, culturales, comunicacionales e informativos con las distribuciones específicas del poder y la
influencia. Lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y valores
impuestos, es decir la ideología dominante, sino todo el proceso social vivido, organizado prácticamente por
estos valores y creencias específicos.
Desde un sentido político y cultural, la realidad de toda hegemonía es que, mientras por definición es
siempre dominante, nunca lo es de modo absoluto o exclusivo. En todo momento las formas de oposición o
alternativa de la cultura y la política constituyen elementos significativos de la relación de fuerzas general de
la sociedad, entendiendo lo alternativo u opuesto como formas que han tenido un efecto decisivo en el propio
proceso hegemónico.
Los desafíos para la cultura revolucionaria son inmensos, la hegemonía cultural instalada en la
sociedad aún tiene bases muy firmes y gran capacidad de renovación, la ideología dominante está en crisis,
y es la oportunidad de hacer tambalear también la hegemonía cultural, más sutil, más vivida prácticamente,
más metida en la mente, representaciones, discursos e imaginarios.
El desarrollo de la estrategia de poder popular desafía a potenciar los embriones de contra-hegemonía,
a construir, alternativas de significación y sentido del bloque popular en un bloque potencialmente contra-
hegemónico. La constitución de un nuevo bloque histórico nacional-popular implica la construcción de una
contra-hegemonía cultural alternativa que se define en el terreno cultural y en el campo de la construcción
política. La lucha política, la lucha por el poder, es un complejo proceso histórico en donde del
entrecruzamiento de fuerzas sociales, políticas y culturales, nace un sistema de fuerzas tal, capaz de oponer
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alternativa en todos los terrenos en donde el bloque dominante realiza su hegemonía. Saber dirigir los
esfuerzos, en cada momento político, en cada terreno en el que se manifiesta la lucha, es un desafío
intelectual y práctico, que no puede sustraerse de iniciativas populares más que de decisiones estatales.
La estrategia contra-hegemónica es una lucha permanente para socavar y desmontar el sentido
común legitimador de la hegemonía capitalista, que parte actualmente, menos de formatos ideológicos y
doctrinarios formalizados, de fábulas, narraciones, imaginarios, sentimientos, afectos e identificaciones. Se
trata de todo un conformismo social, de una sedimentación de prejuicios, percepciones y mentalidades que
los dispositivos mediáticos capitalistas han articulado a empresas capitalistas de publicidad, mercadeo,
comunicación e información y seguridad. La hegemonía capitalista se ha hecho cultura vivida, sentido de la
vida, conciencia práctica, hábitos.
El tema de las contrahegemonías nacional-populares es sustantivo, implica una ruptura con la
racionalidad política dominante, en tanto que racionalidad política hegemónica. Las ideas-fuerza, como
representaciones sociales, son solo efectuaciones de procesos más complejos, de la puesta en escena de
genotextos y tensiones en las gramáticas de sentido, usos y acentos ideológicos. La batalla de las ideas y
los valores es mucho más complicada que las operaciones de apunten y fuego, o que el condicionamiento
ideológico a través de formas de propaganda que asumen las expresiones y contenidos de la violencia
simbólica.
Por tanto, una estrategia contra-hegemónica requiere de otro tipo de competencias y racionalidades,
que en las condiciones del siglo XXI, rebasan el empleo instrumental de las técnicas de propaganda y el
imprudente uso de la psicología de masas. La alternativa no es eliminar la televisión, ni la telefonía celular ni
Internet, sino re-significar políticamente sus condiciones de producción, sus códigos dominantes y sus usos
sociales.
Una revolución cultural parte de otra lógica de enunciación, que desarticule efectivamente la
hegemonía comunicacional e informativa de los dispositivos mediáticos capitalistas. Actualmente, quienes
ejercen la hegemonía comunicacional e informativa no son los pueblos, sino los actores empresariales. Esto
es sustantivo en el marco de las luchas actuales. Solo una lucha permanente de colectivos de comunicación
e información contra-hegemónica, de comités de usuarios, de audiencias críticas, de formas alternativas de
generar comunicación en la vida cotidiana, pueden romper con estas sedimentaciones y mentalizaciones
ideológicas. El terreno de la lucha está no solo en las condiciones de producción sino en las condiciones de
recepción, en las audiencias, en los públicos, en sus hábitos, gustos, formas de recepción e interpretación
de los códigos, mensajes y usos mediáticos.
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En el caso de la actualidad latinoamericana, de la que no es ajena Venezuela, se debe analizar la


hegemonía y la contrahegemonía, sobre el fondo del movimiento orgánico y no del coyuntural, dirigido a la
gran política y no sólo a la pequeña política. La construcción hegemónica de las clases dominantes o con
aspiración a ser dirigentes, se basó primero en diferentes variantes de la promesa de orden y modernización;
por ejemplo el orden y progreso de Brasil, o paz y administración de Argentina; asentada, materialmente, en
la prosperidad derivada de la exportación agraria o minera; en el orden político, en la construcción de
diferentes variantes de repúblicas oligárquicas; y en lo cultural, en un proceso de uniformidad que procuraba
construir, desde el Estado, identidades nacionales hechas a medida del poder social y estatal que se
procuraba legitimar
La autorreforma intelectual y moral de quienes aspiren a sostener la causa de las clases subalternas,
constituye un requisito de cambio en el propio campo para poder pensar y actuar seriamente en pos del
cambio social global. Existe la posibilidad de pensarla y llevarla a efecto, como un programa teórico y práctico
que re-defina los objetivos de transformación, sobre el ideal de la construcción de una sociedad sin
explotación ni alienación, creativa e igualitaria. Esa autorreforma debe abarcar los modos de pensar y
comportarse, el reconocerse parte del conjunto social y no una minoría ilustrada y naturalmente dirigente. La
ruptura con ese renacentismo al que lleva la idea exacerbada de vanguardia, o como dijo Gramsci, en cuanto
a la necesidad de conjugar renacimiento y reforma. Y continuar pensando la transformación social,
entendiéndola:
• Como un proceso y no como un acontecimiento único, al que se adjudica la apertura de una nueva era
por su sola producción;
• De una manera en que su componente de iniciativa popular, de autogobierno y autoorganización de las
masas, de generación y difusión de una visión del mundo antagónica a la predominante, ocupe un lugar tanto
o más importante que la conquista del aparato del Estado o las medidas de expropiación de los
expropiadores.
Actualmente, la hegemonía se consigue a través del control de los agentes culturales, entre los cuales
destacan por su impacto social los medios de comunicación de masas. Ejemplo de ello es lo que se explica
a través de la teoría del imperialismo cultural, siendo de especial interés el imperialismo de la industria
cinematográfica estadounidense, y se da a entender que la tendencia actual en cuanto a hegemonización se
centra en la exposición de modelos de pensamiento y conducta propios de la sociedad estadounidense para
que otras sociedades adopten esos mismos modelos, este fenómeno es conocido como proceso definido en
la teoría de la reproducción.
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Por otro lado, también existen otros agentes socializadores que se están utilizando desde las
entidades de poder como herramientas de hegemonización del statu quo, tales como la religión, la educación
(mediante el establecimiento de un currículo académico que favorece el aprendizaje de aquellas materias
más afines a la ideología dominante), el arte y los medios de consumo (mediante la asociación de estos
medios con determinados espectáculos potenciados por la publicidad).
Teniendo en cuenta que la hegemonía se instaura a menudo mediante un conflicto entre ideologías
mayoritarias y minoritarias en el que el eje es la persuasión dialéctica, cuando este proceso culmina con el
dominio de una ideología sobre otras, comienza a desarrollarse un periodo de instauración paradigmática ,
algunas veces entendido como poshegemonía, en el que la persuasión pasa a un discreto segundo plano,
ya que no hace falta convencer, sino controlar y mantener la ideología dominante, es decir: reproducir en los
sectores sometidos el modelo establecido.
Las personas que viven en el periodo poshegemónico han interiorizado el discurso y las prácticas de
la ideología dominante y el marco cultural, y las han integrado en su repertorio comportamental en los planos
conductual, emocional y cognitivo, como lo es la construcción simbólica de la identidad individual.
La cuestión que se plantea a partir de esta teoría es un cambio en la forma de influir en las ideologías
minoritarias o en los grupos sometidos para poder seguir manteniendo el statu quo. En este sentido, se
explica que la relevancia de los hechos como herramienta de influencia en sustitución de la persuasión
argumental; es mediante los hechos como los representantes de la ideología o pensamiento dominante
persuaden y convencen al resto de la sociedad de la necesidad de mantener su postura. Este enfoque
pragmático de la organización social ya no requiere de un transfondo argumental: las acciones se justifican
por sí mismas, y las opiniones en contra son relegadas por falta de acciones que corroboren su eficacia. Por
ejemplo, en regímenes totalitarios no es posible homogeneizar el pensamiento dominante; siempre existirán
minorías que mantengan una postura diferente, aunque ésta no sea visible en la sociedad, y, debido a la
imposibilidad de acción ante la situación de control social ejercida por el régimen, no podrán demostrar su
eficacia, por lo que quedarán relegadas a un segundo plano.
En síntesis, la era hegemónica es considerada como la era de las representaciones, y se caracteriza
por la dominación legítima basada en la argumentación dialéctica, mientras que la era poshegemónica,
superada la fase anterior, es considerada como la era de la comunicación, y se caracteriza por la
comunicación ilegítima basada en el control social.
Adicionalmente, las políticas culturales, definidas como el conjunto de intervenciones realizadas por
el estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo
simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o
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de transformación social; no pueden ser sólo nacionales en un tiempo donde las mayores inversiones en
cultura y los flujos comunicacionales más influyentes, o sea las industrias culturales, atraviesan fronteras,
agrupan y conectan en forma globalizada, o al menos por regiones geoculturales o lingüísticas.
Es importante destacar que esta reflexión se refiere a la hegemonía sobre las políticas culturales; ya
que existen iniciativas de contracultura o intentos de confrontar a la cultura hegemónica realizando acciones
y pensando en otra política, que recrean en la esfera de la cultura la concepción de Carlos Marx sobre la
lucha de clases como motor de la historia. Es que política, sociedad y cultura están entrelazadas y –siempre
se actúa en la producción de sentidos.
Por ello, puede tomarse la concepción de cultura en su acepción general (antropológica) o estricta
(arte y literatura) y constatarse cómo el sentido de la política y la ideología lo atraviesa todo, a favor y en
contra de unos y otros. Por ello, y aunque las industrias culturales actúen en el marco de la creciente
mercantilización de la sociedad contemporánea, se sostiene que la obra de arte escapa a todo tipo de
encerrona, digestión previa o cosificación, y mantiene una oposición radical a ser mercancía. La potencia
afectiva del arte verdadero resiste a la vulgarización que impone el mercado. Es ésta una concepción cultural
asociada a la lucha de clases, alrededor de los procesos de concentración capitalista y muy particularmente
dentro de los procesos de extranjerización de las economías nacionales, por lo que la política cultural es
parte ineludible de la política en la medida justamente que la crisis de la época es fundamentalmente cultural.
Crece cada vez más la oposición, tanto como es la medida de su difusión y conocimiento. La verdadera
integración latinoamericana y caribeña debe ser un frente mundial contra la estrategia de expansión
imperialista, para luego advertir que una verdadera integración diferente supone, entonces, la producción de
grandes cambios políticos que suponen rupturas culturales con la sumisión al orden imperante de las políticas
renacidas y su consecuencia de disciplinamiento por el terror o la manipulación del consenso social.
En América Latina, por ejemplo, actualmente emerge un nuevo sujeto, con múltiples limitaciones y
contradicciones, que le cambia la cara a estos países y que abre expectativas no siempre satisfechasy están
presentes los límites culturales derivados de la hegemonía del gran capital. Es un tema de hegemonía de
ideas y concepciones, trasmitidas por años de reforma educativa y marketing desde las industrias culturales
que alimentaron formatos y contenidos especiales de programas televisivos y radiales; subordinación
publicitaria de los medios a las empresas auspiciantes; aliento a determinados autores, compositores y
ejecutantes. Han sido años de trabajo ideológico y cultural destinado a instalar un sentido común, que termina
siendo el sentido de las clases dominantes.
En rigor, se trata de una nueva cultura política emanada de la soberanía del pueblo en el ejercicio de
la democracia directa, movilizada, callejera, asamblearia, sin los límites que el poder establece en la
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representación condicionada de las democracias restringidas. La democracia participativa es un logro de las


manifestaciones abiertas en la que los pueblos deciden su rumbo. Esta nueva cultura política requiere ser
desarrollada como aliento a las políticas culturales que promueven la democracia directa, participativa, para
instalar el nuevo orden alternativo que recoja la tradición emancipadora de la primera camada de luchadores
por la independencia y de todos aquellos que, al margen de los resultados continuaron en el empeño y
empujaron nuevas y renovadas rupturas epistemológicas. Ruptura, en fin, que hoy asumen contingentes en
busca de una cultura social alternativa. Es un desafío que proyecta el debate nacional al conjunto de la
región, para pensar en la recuperación de una identidad cultural regional y mundial de las clases subalternas
para toda la sociedad.
La institucionalización de políticas culturales específicas requiere la activa participación de sus
protagonistas directos: los trabajadores y usuarios de la cultura. Es la participación en instituciones
nacionales, provinciales y locales dedicadas al teatro, la danza, el libro, el cine, la música y toda otra disciplina
del arte y la literatura; pero esa participación requiere de un cambio en la legislación para poder extender a
todas las instituciones las experiencias participativas que se realizan en algunos organismos de teatro y
danza.
La hegemonía no es un asunto improvisado, se trata más bien de estrategias direccionadas que
intentan sostener la supremacía de los poderosos, y es por ello que la cultura juega un papel fundamental,
por ello es que mediante la cultura se inculcan concepciones del mundo, valores o actitudes, A los arsenales
de la guerra sicológica, han añadido las grandes potencias las armerías de la guerra cultural, mediática y
simbólica en el campo de batalla real, el imaginario colectivo.
De este mar de agitaciones propio del mundo complejo que a la humanidad le ha tocado vivir en este
momento histórico de incertidumbre, avances y retrocesos surge la contrahegemonía, la rebelión de los
pueblos, el coraje y la dignidad de los que se resisten a sucumbir y que además creen en la declaración
Universal de los derechos del hombre y los principios de igualdad, justicia y equidad.
Vista así, la contrahegemonía debe concentrar sus esfuerzos primero en la cultura, la conciencia y la
educación, después los cambios en la estructura económica y por último la nueva organización política de
los pueblos que le den vida a estas trasformaciones. Experiencias tenemos en los pueblos citados
previamente, pero necesitamos, claridad en las ideas, Precisión en saber quiénes oprimen, coraje para no
doblegarse ante el capital financiero, identidad cultural para valoración, organización popular; movimientos
sociales que construyan la contracultura para la libertad y la emancipación, pero sobre todo colocar la cultura
en el lugar que merece,
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Definiendo la Transculturización como la adopción, por parte de un pueblo o grupo, de formas


culturales de otro pueblo o grupo que sustituyen parcialmente las propias y la Alienación como la pérdida de
identidad o personalidad de un grupo o individuo.
La hegemonía de un Estado y sus relaciones de poder fluctúan según la ideología de las clases
políticas reconocidas por el orden constitucional y jurídico del poder . La principal característica del activismo
político del Estado hegemónico es suscitar la organización y regulación de las normas y sistemas de control
social. Las democracias representativas y formales solo han generado que este tipo de hegemonía se
implante como un modelo de conducta subordinando el imaginario social de la ciudadanía a la fuerza de las
clases dominantes.
Entonces repolitizar significa a la ciudadanía enfocando los matices del poder. Se trata de una
ciudadanía popular que esté comprometida con una praxis emancipadora de la justicia y con la posibilidad
de reconstruir y ampliar las bases políticas para que los marginados y excluidos del Estado capitalista puedan
superarlo a través de una crítica contrahegemónica formulada a partir de la participación popular de la
ciudadanía.
Alguno de los elementos de la crítica contrahegemónica que son necesarios para promover la
movilidad social y la fuerza del desacato son:
• Deslegitimar la concepción cultural de la gestión política que ha alienado al colectivo marginal y reprimido
a través del poder simbólico y mediático que las clases dominantes sostienen por medio del control y las
fuerzas políticas.
• Repolitizar el poder de la política para que las clases marginadas puedan tener espacios públicos de
discusión donde manifestar sus ideas y sentires a partir de su contexto y de su devenir cultural.
Si bien la crisis hegemónica del Estado capitalista se ha evidenciado en América Latina con la
presencia de movimientos sociales y sub-alternos que exigen cambios políticos y de políticas, se puede
afirmar que ninguna de esas dos exigencias han logrado profundizar en la construcción de una nueva
hegemonía política.
La tradición populista ha permanecido aún en grupos o clases de poder que se vislumbraron en la
región como discurso crítico a la hegemonía capitalista y a la racionalidad tecnicista de la política. El Estado
social que proyectaron como alternativa a las políticas liberales heredadas de la Modernidad, sostuvieron
una hegemonía estatal con prácticas políticas donde el uso de poder correspondía a los intereses de un
grupo dominante. De igual forma, se dio continuidad las prácticas de obediencia directa a valores y normas
constituidas desde la visión homogénea de las élites que han permeado al Estado moderno desde su
fundación.
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Por tanto, es un Estado hegemónico construido desde abajo, que en su configuración se superó y
transformó la razón liberal y moderna con la que se fundó, pero que además, la ruptura se generó a partir de
un activismo político que reclamó el ejercicio de derecho a la participación democrática. Es, en definitiva, un
Estado hegemónico construido a partir de contextos de insurgencia y la disidencia política de la ciudadanía
que reclamó cambios institucionales y otras formas para el consenso del poder.
Las políticas públicas son procesos de intervención que pueden incidir de manera rápida y eficiente
en cambiar el estado de un sistema territorial. Debido a que una de las funciones esenciales del Estado es
el diseño y aplicación de políticas públicas; se parte del supuesto gramsciano de la existencia, al interior del
Estado, de un bloque histórico en el poder, y que este bloque no es homogéneo puesto que se encuentra
conformado por diferentes grupos sociales, los cuales en la medida de que son capaces de generar un
proyecto, pueden ejercer no solo la dominación sino además la dirección de la sociedad.
Entonces, el tipo de políticas públicas generadas por el grupo social que detenta el poder estará
definido por la composición particular del bloque hegemónico a partir de los grupos económicos, políticos y
sociales, así como por los intelectuales que sirvan al proyecto del grupo hegemónico.
Debe existir un proceso de interacción concreto entre el grupo social nacional que ejerce la hegemonía
y los grupos localizados territorialmente, que al mismo tiempo son los grupos hegemónicos locales que
ejercen el poder y que en algunos momentos alcanzan proyección en la esfera nacional, y parte de éstos
juegan el papel de intermediarios entre los grupos centrales y los grupos locales.
Aspectos todos que despiertan una necesidad del consumo desde la infancia que no te permite sentirte
conforme con lo que puedas conseguir, quieres estar siempre con más y ahí se aplica la ley del ciclo de
dominación, los países irrumpen fronteras para conquistar y establecer su mundo en el nuevo y el ser
humano deja su mundo por establecerse en el nuevo buscando una vida que le fue prometida desde el
programa de televisor que vio en su casa, donde no importa lo que hagas para trabajar sino más bien lo que
puedas obtener en dependencia del país en el que vivas.
Surgiendo de esta manera el imaginario social compuesto por un conjunto de relaciones imagéticas
que actúan como memoria afectivo-social de una cultura, un sustrato ideológico mantenido por la comunidad.
En esa dimensión, se identifican las diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de
unos en relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una colectividad. Respecto a
esto, se mantienen imágenes que no por veteranas ha minimizado su efecto en el imaginario colectivo e
individual de las poblaciones actuales, el personaje gordo es síndrome de gula, de bromas y hasta de
equivocaciones y el galán sigue salvando a la dama, mientras esta dependiente de aquel súper caballero se
queda esperando en su torre de Marfil, como si el mundo no hubiese avanzado hacia la emancipación de la
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mujer y la capacidad de esta de realizar los mismos trabajos de los hombres, que es hacia dónde apunta
este mensaje entonces, la princesa vuelve a ser dependiente de la figura masculina o simplemente hay que
temerle a su emancipación.
Este es sencillamente uno de los pocos mensajes que puede transmitir un programa televisivo infantil.
Es por medio del imaginario que se pueden alcanzar las aspiraciones, los miedos y las esperanzas de un
pueblo. En él las sociedades esbozan sus identidades y objetivos, detectan sus enemigos y organizan su
pasado, presente y futuro.
Tanto funciona este mensaje en el imaginario de las personas y en el cómo quiere actuar que se
continúa imitando los vocabularios de estos países y entonces se dice bonjour para saludar u ok para indicar
estado de ánimo, y aunque parezca un razonamiento bastante exagerado, no es menos cierto que la
principal fuente de dominación es el lenguaje, donde penetran el resto de códigos de los países
colonizadores, no debe ser visto como posición intransigentes en el dominio de otros idiomas, sino en el de
no perder el punto de vista nacional, incluso desde lo semántico.
No existe una evidencia más sólida de dominación cultural como la de hacer creer a un individuo que
la idea de alcanzar lo que tanto anhela, está sólo en desearlo y que será suerte del destino, donde algunos
se quedan entonces con la concepción de que el destino no les ayudó o que padecen de fatalidad; una de
las concepciones más fuertes de la clase baja o media en correspondencia con la alta, es la de la fatalidad
de haber nacido con menos que el otro o sin las mismas posibilidades y tiene para el resto de su vida un
sentimiento de inferioridad causado por aquello que supuestamente le tocaba pero se lo llevó otro,
subliminalmente otro de los puntos de la hegemonía globalizada.
La esencia está en comprender que ninguno de los mensajes que se transmiten hoy por los medios
de difusión del poder o medios de comunicación masiva son ingenuos, ni incomprendidos por la realidad
poblacional de los pueblos latinoamericanos, solo que insisto, el mensaje llega exactamente como tiene que
llegar, aun cuando haya personas que lo vislumbren desde otra perspectiva y hagan un estudio de cada uno
de los códigos que se envían por los mismos; estos mensajes continúan ejerciendo un poder hegemónico
que se materializa en la necesidad inherente del ser humano de mejorar sus condiciones de vida, vista desde
el hecho de mejorar sus condiciones económicas.
Por tanto, el ejercicio de dominación podrá ser sentenciado a su fin en el mundo actual, porque la
dominación es algo sujeto al ser humano; es ejercida desde los hogares en las figuras paternas y maternas,
en las escuelas en dependencia de la fuerza mental o física que se posea, desde los puestos laborales en
la capacidad de toma de decisiones y después desde la experiencia en la vida; es un ciclo y como ciclo es
difícil de corregir, pero lo que sí hay que considerar es la forma en la que se permite establecer la hegemonía
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en las culturas nacionales, hasta qué punto es permitido que sus productos sean más venerados o
practicados que los propios o hasta dónde se consume otra propuesta más que la propia.
Ante todo esto, el quid de la cuestión no está en hacerle la guerra a lo que representan los productos
extranjeros; la respuesta está en encontrar nuevas vías, en manejar mejor el marketing social, en las
competencias empresariales que logremos en los espacios nacionales, en crear valores que se parezcan
más a los tiempos actuales, que cada día identifique más a los nuestros y no que parezcan hechos para
extranjeros por la necesidad de desarrollar el turismo.
Con todo esto no se pretende decir crear una sociedad del consumo sino controlar el consumo, como
lo intentan países como Brasil, en aumento de lo propio por encima de lo foráneo; la globalización no parará,
ni el panamericanismo y menos las transnacionales, llegaron para quedarse, pero lo que no pueden permitir
los países en América Latina es que continúen dominando sus fronteras nacionales, ni que el venezolano,
peruano, colombiano, cubano, chileno, prefiera esos productos a los que nacen de su tierra.
La hegemonía dominante no es estática ni inmodificable, por el contrario, existe como proceso vivo
articulador de hegemonía y dominación, proceso que es continuamente renovado, modificado y relegitimado.
Del mismo modo lo son también las resistencias que suscita. De ahí que la hegemonía política y cultural no
sea nunca absolutamente dominante. El propio concepto de hegemonía lo indica: se trata de una supremacía
sobre otro u otros que existen como subordinados, dominados y /o rebeldes. Estas fuerzas
subordinadas-rebeldes constituyen el bastión social, político y cultural para la construcción de una
hegemonía alternativa.
El desarrollo de una estrategia de poder popular llama a potenciar los embriones de hegemonía propia,
desarrollándolos articuladamente en un proceso colectivo de construcción de hegemonía alternativa que le
permita al campo popular convertirse en un bloque o fuerza popular hegemónica.
En estos procesos la batalla cultural es imprescindible porque en lo cultural se anudan lo público y lo
privado, lo trascendente y lo cotidiano, en prácticas repetitivas que van acuñando en nuestros espíritus lo
que materialmente delimita nuestras conductas. Es el terreno privilegiado por el poder para afianzar
ideológicamente, por diversos medios, sus conquistas o proyectos originados en lo económico y político. En
tal sentido, resulta central discutir palmo a palmo la lógica del capital, desnudar su irracionalidad y las
falsedades de su supuesta eficacia, su sentido utilitario y consumista, la semilla individualista que su
funcionamiento competitivo devastador instala y reinstala segundo a segundo dentro de nuestras
subjetividades.
La dominación, según explica, se expresa en formas manifiestamente políticas implementadas
específicamente desde el aparato estatal. Dichas formas no excluyen la coerción y represión, particularmente
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en tiempos de crisis que ponen en peligro la capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía, alude
a un modo de ejercer la dominación desde un complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y
culturales. Es precisamente por ello que interactúa directamente con lo cultural, articulando particularmente
los procesos de la vida cotidiana con las distribuciones, accesos y exclusiones, específicas del poder. Y
busca vías para justificar y explicar estas distribuciones acorde con los fundamentos del poder dominante,
de modo tal que el pueblo las naturalice, interiorice, subjetivice y transforme en sentido común.
Ni la dominación hegemónica ni la hegemonía dominante pueden lograrse exclusivamente a través de
la coerción. La producción y la reproducción de las relaciones sociales y políticas, constituyen una intrincada
madeja de múltiples y complejas formas, donde las ideologías desempeñan un papel decisivo, que se
expresa concentradamente en un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería,
en esta relación, la personificación de la hegemonía acorazada de coerción, un componente del poder político
que efectiviza en su accionar la relación de poder subordinante de la clase del capital sobre la del trabajo y
a partir de allí, sobre el conjunto de la sociedad. Pero este accionar no se limita a lo coercitivorepresivo,
abarca también lo educativo y normativo, y en esta labor lo ideológico y político ocupa un lugar medular. Es
decir que, el Estado es también un constructor de subjetividad.
Las revoluciones desde abajo, es decir, las que se gestan por los pueblos desde la raíz de los
problemas, apuestan al cambio que nace de las conciencias de los pueblos y se construye en su accionar
protagónico; nada tienen que ver con métodos que pretenden impulsar el proceso con decretos o
resoluciones generadas desde arriba por muy bien intencionadas y certeras que estas pudieran resultar.
Es posible impulsar transformaciones sociales, económicas y culturales radicales desde la
superestructura política cuando estas son gestadas y construidas desde abajo, a partir de la protagónica
participación de los movimientos sociales, sus organizaciones socio políticas y el pueblo todo en la toma de
decisiones. Lo contrario conduce al sostén del viejo andamiaje del poder por sobre la sociedad, y sobre esa
base, al estancamiento, a derrotas y retrocesos.
El concepto hegemonía cultural resulta un importante instrumento analítico porque revoluciona la
forma de entender la dominación y la subordinación en las sociedades actuales. Abre las puertas a la crítica
social ya que posibilita ir más allá del diagnóstico. En esto radica, precisamente, su importancia práctico-
transformadora. Ciertamente, quienes detentan la dominación material ejercen también la dominación
espiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y
valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino el conjunto de procesos sociales vividos y
organizados a partir de esos valores y creencias específicos. Modificar los modos prácticos en que
transcurren los procesos sociales, en los que se forman, reafirman o modifican los valores, etc., constituye
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la base de la posibilidad de construir una hegemonía diferente, la hegemonía popular. Esta solo puede ser
tal si se constituye como un nuevo tipo de hegemonía, es decir, con lógicas y fundamentos diferentes de la
que se quiere superar.
Esto significa, por un lado, que la construcción de la hegemonía popular implica siempre la
deconstrucción simultánea de los modos de existencia de la hegemonía de dominación. Por ejemplo, de las
viejas prácticas y modalidades de construcción jerárquicas y verticalistas presentes todavía en muchas
organizaciones sociales y políticas, en el relacionamiento entre compañeros, en las miradas y análisis de la
realidad, en las actitudes y conductas cotidianas, buscando siempre que los gestos públicos sean coherentes
con las conductas privadas, y viceversa.
Construir la hegemonía cultural de los sectores populares empeñados en la superación del capitalismo
y la construcción de una nueva civilización, significa desarrollar prácticas y postulados radicalmente
diferentes a los de la hegemonía que se busca desplazar. No puede limitarse a imponer una nueva ideología
de dominación-hegemonía. En el terreno político está claro que saber es poder. En tanto el saber procedente
de técnicos y expertos es restringido, reducido a élites y minorías, su poder también es escaso y reducido,
acotado a cargos y funciones, a lo que se denomina comúnmente trabajo profesional. Por ello, sin negar el
valor del trabajo de expertos y asesores, los resultados y las propuestas que emanen de sus estudios
necesitan siempre ser reevaluadas con el pueblo organizado. La clave es construir diagnósticos y propuestas
a partir de la participación de los movimientos indígenas, sindicales y sociales, con el campo popular todo.
Solo un proceso participativo articulado entre lo instituido y lo instituyente, abre las puertas a procesos
políticos revolucionario inter-protagonizados por gobierno y pueblo. En procesos políticos revolucionarios
como los que se viven hoy en Latinoamérica, la administración pública no puede quedar entrampada en las
oficinas de los funcionarios; la definición de políticas públicas, su gestión y administración es tema y tarea
de la militancia socio-política de los pueblos en las calles de las ciudades, en los campos, en las minas. Y
convocarla, promoverla y organizarla es una tarea prioritaria de los funcionarios públicos del nuevo Estado.
Las formas de interacción de la cultura y la política constituyen elementos claves que intervienen en
la definición de la correlación general de fuerzas en una sociedad dada, en uno u otro sentido. Las fuerzas
sociales en pugna están en constante confrontación, modificación o afianzamiento de capacidades de
dominación y, sobre todo, de hegemonía. Se produce por tanto, una viva y constante interdefinición de las
fuerzas y sus capacidades de acción, supremacía sobre la otra parte, en cuya dinámica desarrollan una
interrelación política compleja. Esto es lo que Gramsci denominó guerra de posiciones.
Construir poder popular desde abajo, significa, precisamente, desarrollar esa guerra de posiciones en
lo ideológico, lo político, lo ético y lo cultural. Es decir, organizar y desarrollar batallas político culturales que,
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además de deslegitimar al capital, vayan afirmando a través de prácticas diferentes a las instauradas por el
capital, que otro mundo es posible, mostrando en las experiencias y construcciones de los movimientos
sociales que la sociedad buscada existe ya en ellas, esbozada en pequeños logros
Pensar la cultura como resultado de las luchas sociales y como parte constitutiva de esta lucha,
requiere entonces alguna idea de hegemonía cultural. La noción de hegemonía cultural aparece como un
concepto que le permite ir más allá, e incluir los conceptos de la cultura e ideología, dando cuenta de las
formas de dominación sobre todo el proceso social vivido, organizado prácticamente por significados y
valores específicos y dominantes.
En la hegemonía cultural se retoma la definición de cultura incluyendo un fuerte énfasis en las
relaciones de dominación existentes. Hegemonía comprende las relaciones de dominación y subordinación
bajo sus formas de conciencia práctica, como una saturación efectiva del proceso de la vida en su totalidad.
Es todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida: sentidos y dosis de
energía, las percepciones definidas que tiene sobre sí mismo el individuo y del mundo. Es un vívido sistema
de significados y valores fundamentales y constitutivos, que en la medida en que son experimentados como
prácticas parecen confirmarse recíprocamente. Por lo tanto, es un sentido de la realidad para la mayoría de
las personas de una sociedad, un sentido de lo absoluto debido a la realidad experimentada más allá de la
cual se torna sumamente difícil para la mayoría de las personas de una sociedad moverse en la mayor parte
de las áreas de sus vidas. Es decir que, en el sentido más firme, es una cultura, pero una cultura que debe
ser considerada asimismo con la vivida dominación y subordinación de clases particulares.
La hegemonía entonces caracteriza a la totalidad de estas relaciones de subordinación y dominación
que constituyen las prácticas mismas de una forma total de vida. Por eso sea tal vez más conveniente hablar
de aspectos culturales o simbólicos de la hegemonía más que referirse a una hegemonía cultural. Lo
simbólico constituye parte de la vida material pero por supuesto no lo agota, una diferenciación entre lo que
los hombres hacen y las formas que lo simbolizan es necesaria para abordar objetos diferentes. Hegemonía
a secas definirá la correlación de fuerzas del conjunto de las relaciones sociales (económicas, políticas,
significantes), mientras que referirse a los aspectos y las formas culturales de esa hegemonía es para pensar
en las relaciones de subordinación y dominación en la esfera de la producción de sentidos.
Partiendo de la idea de hegemonía puede describirse como un producto de fuerzas sociales y como
un fenómeno no limitado a la coerción. Sin embargo con la idea del poder político interviniendo en la vida
cotidiana realiza una inversión de los términos de análisis. Lo político aparece como una externalidad que
interviene sobre una esfera autónoma que sería la cultura. La producción de hegemonía sucede así de arriba
hacia abajo, la política moldea la vida cotidiana, dándole forma a la cultura de tal manera de producir un bien
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que escasea en las sociedades actuales convencimiento de los gobernados. En vez de partir de las mismas
relaciones sociales, con las relaciones de poder que implican, para explicar la cultura; se parte de las
intervenciones políticas en la esfera que determinará como cultural para explicar el consentimiento a
determinado poder. Se parte de los símbolos, y de las intervenciones políticas externas a los mismos que
los moldean, para explicar las relaciones sociales de poder, la hegemonía, y no de estas para explicar lo
simbólico.
Si bien en un primer momento la cultura es enunciada en relación a la vida cotidiana, luego es siempre
llevada a determinadas prácticas de producción simbólica pensadas desde el poder. La cultura aparece como
una esfera diferenciada de la materialidad social, donde más que el ser influida por esta, se remarca su
capacidad influyente, la productividad de lo simbólico en lo social, su capacidad de traducirse en una serie
de creencias, en un sentido común que fortalece y crea apoyo político. En primer lugar, cultura como
símbolos y como sentido común construidos desde dispositivos del poder, donde la única materialidad de los
mismos residen en el propio aparato de gobierno y propaganda pagado con el presupuesto estatal. Se
observa aquí un elemento manipulador de lo cultural, se lo construye externamente a las prácticas sociales,
de manera espuria con el presupuesto público para comprar o conquistar ciertas creencias en la opinión
pública.
En segundo lugar, cultura parece referir más a la construcción de un relato, de un conjunto de ideas
que buscan imponerse; el término funciona más bien como ideología, como sistema de ideas relativamente
coherente con el cual se legitima la dominación.
En tercer lugar, aparece una noción elitista de cultura. Se reconoce la eficacia y el objeto de estos
dispositivos culturales en relación a las clases medias; mientras que cada vez que se refiere al apoyo de las
clases populares este es reducido a la economía, y peor aún a los subsidios o los planes sociales. Pareciera
que mientras el apoyo de los sectores populares se obtiene por lo económico, se requiere un plus cuando
se trata de las capas medias, plus que se lograría con la cultura.
Interesante forma de pensar la hegemonía en donde una concepto formulado para hablar de la
dominación de clase aparece ahora más vinculado a la capacidad de sectores de incluir al otro, de tomar los
valores de otros sectores y generalizarlos.
Interesante relación entre hegemonía, conciliación y cultura, donde la última más que indicar una
campo de lucha y conflicto, reflejar o constituir una dimensión conflictiva de las relaciones sociales; constituye
por el contrario el lugar en donde se integran símbolos y culturas diversas, donde se unifican intereses
contradictorios en un bloque social, donde más que dominación se habla de una incorporación conciliada de
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los valores y los intereses de los grupos ya no más subordinados, porque no habría subordinación ni
dominación.
Si la hegemonía es el resultado de una determinada correlación de fuerzas, dentro de la cual lo
simbólico ocupa un lugar preciso, su análisis debería suponer necesariamente un examen del estado del
conflicto y la disputa entre estas fuerzas sociales que constituye esa correlación de fuerzas. Surge la
pregunta de quiénes son los sujetos sociales que constituyen estos conflictos, entre quiénes son las
relaciones de fuerza que se toman como base para pensar lo cultural. El punto de anclaje es el análisis de
clase; las correlaciones de fuerza dentro de las cuales se piensa la cultura refieren siempre al análisis de la
dinámica de lucha entre clases sociales.
Un segundo punto al entender los elementos culturales de la hegemonía como resultado del
enfrentamiento y la correlación de fuerzas entre clases sociales, es la productividad simbólica de ambos
polos de la esta relación antagónica. Las clases, tanto las dominantes como las subalternas, tienen
capacidad de producción simbólica pero siempre en relación a su enfrentamiento donde se van conformando
elementos dominados y elementos dominantes. Se pensará entonces lo cultural desde la clave de la
dominación, desde los elementos culturales de la hegemonía de determinada clase social, pero entendiendo
que en la propia lucha se suceden mecanismos de integración subordinada de elementos de las clases
subalternas, así como también producción de nuevos sentidos por estas clases en su disputa con lo
dominante, en la forma de resistencias y oposiciones. Lo cultural, y los elementos simbólicos de una
hegemonía aparecen entonces como parte misma de las relaciones sociales antagónicas, de manera tal que
consideremos a los sentidos culturales como constituidos por la dinámica de esa lucha y como constituyendo
una dimensión del conflicto mismo.
Las formas simbólicas que adoptan estas relaciones de fuerza, cuando se estabilizan en una
determinada hegemonía constituyen, el sentido de la realidad para la mayoría, un límite fuera de la cual
resulta muy dificultoso pensar y simbolizar la realidad. Se puede inferir esta idea a partir de la imposibilidad
de pensar una hegemonía en relación a las relaciones de fuerza efectivas de la que es resultado. En los
mismos, los sujetos sociales han desaparecido de la escena, se enuncia una batalla cultural pero en ningún
momento se nombra a los combatientes. Esta permanente falta de referencia, o la presentación recurrente
de sujetos indefinidos, creemos que señala algo más que un error conceptual. Habla, más bien, de una forma
particular de hegemonía, donde ciertas ideas parecerían no encontrar su lugar en el pensamiento de la
realidad contemporánea.
El conflicto es negado o es llevado a conflictos distintos del antagonismo entre las clases: la disputa
entre símbolos, entre dispositivos culturales, entre un pasado neoliberal y un presente igualitario, entre
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Estado y Mercado como entidades autónomas, entre lo nacional y popular y la derecha, etc. De esta manera
la referencia a las relaciones sociales efectivas se elude; no incluye las relaciones políticas, económicas y
culturales de dominación; ya sea por un pensamiento para el cual el conflicto se reduce efectivamente a las
ideas en el marco de una democracia republicana o por una formulación que busca negar las relaciones de
dominación existentes para hablar de las bondades del modelo que las habría superado o que estaría en
vías de hacerlo.
Es en este sentido que aceptar el centro de la batalla como simplemente cultural implica un rasgo
hegemónico en tanto actúa como limite para pensar el conflicto y las batallas efectivas entre clases sociales,
que no se agotan, aunque incluyen, lo simbólico. Se autonomiza la cultura de las relaciones de lucha entre
las clases, y se monta sobre esta esfera autónoma el centro del conflicto. La operación de culturalizar la
hegemonía funciona como elemento hegemónico en tanto el plano cultural la dominación puede asumir una
multiplicidad de formas, y al limitarse el debate político a un enfrentamiento entre las mismas sin referirlas a
las relaciones sociales de dominación de las que son producto, se niega la posibilidad de pensar mas allá de
las correlaciones de fuerza dadas.
El proceso sociopolítico descrito brevemente en algunos de sus aspectos sustanciales se observan
en la ciudad de Caracas como ciudad global y contrahegemónica, dado que esta posición es, sin duda,
funcional al proceso de cambios que transcurre en Venezuela, que incluye una visión mundial multilateral y
una visión de integración de América Latina más allá de lo económico. En el mundo se despliega un conjunto
de procesos políticos culturales que confrontan la globalización corporativa y que forman parte de una red
global que opera en ese mismo sentido y Caracas es un lugar donde esto está ocurriendo con intensidad.
Pero, a su vez, a partir de 2013 y especialmente desde febrero de 2014, el poder hegemónico ha reforzado
nuevamente el accionar de los grupos opositores más extremos y replicó parcialmente la confrontación
posterior al golpe de Estado de 2002. Finalmente, se puede decir que Caracas ya no es solo otra ciudad con
un lugar global que se articula con otros lugares globales a través de los servicios avanzados sino que, al
igual que otras ciudades latinoamericanas, deviene en lugar estratégico para un nuevo tipo de operaciones
políticas, económicas y culturales. Estamos en presencia de un poder simbólico más que de un poder real
en el nivel global, pero esto no significa no tener poder, al contrario, es la construcción progresiva de ese
poder material que permite avanzar en una sociedad más justa, equitativa y solidaria, la cual, a su vez,
genera una respuesta hegemónica que pretende invertir la dirección de los procesos de cambio.
Siguiendo lo desarrollado anteriormente, ningún país puede el proletariado conquistar y conservar el
poder con sus solas fuerzas, por lo tanto tiene que conseguir aliados, o sea, tiene que llevar a cabo una
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política que le permita ponerse a la cabeza de las demás clases que tienen intereses anticapitalistas y
guiarlas en la lucha por derribar la sociedad burguesa.
Por ello, en un momento cualitativamente distinto, específicamente político, evitando quedar atrapado
por las limitaciones del estadío corporativista, el partido comunista debía articular un discurso que contenga
demandas heterogéneas, pero que dentro del proyecto político-cultural ideológico adquieren consistencia.
Así, la idea de hegemonía en Gramsci es presentada en toda su amplitud, operando no solo en lo
político y económico, sino sobre todo en lo moral y lo cultural. Gramsci define cultura no como un saber
enciclopédico sino como: organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia,
conquista de superior consciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su
función en la vida sus derechos y sus deberes. Ahora bien, esto no se da de forma espontánea ni individual,
sino paulatinamente. Se da primero por la reflexión de unos pocos y luego la de toda una clase. En este
contexto, tanto cultura como política son definidas teóricamente desde la praxis política, mostrando una vez
más, la imposibilidad de desprender lo teórico de la realidad concreta.
Gramsci enfatiza la necesidad de una profunda lucha ideológica para lograr la hegemonía. Esta,
implica una profunda reforma intelectual y moral de la sociedad y la construcción de una voluntad nacional y
popular que amalgame a sujetos diferentes (campesinos, obreros), por ello la construcción de la hegemonía
va más allá de una simple alianza política de clases, es necesario integrar en una visión común los elementos
que definen a cada segmento de las clases subalternas.
Por tanto, una estrategia contra-hegemónica requiere de otro tipo de competencias y racionalidades,
que en las condiciones del siglo XXI, rebasan el empleo instrumental de las técnicas de propaganda y el
imprudente uso de la psicología de masas. Se trata de otros agenciamientos de enunciación, de comprender
lo que se hace cuando se dice, no lo que pretende significar exclusivamente, sino lo que se produce social
e históricamente como efecto de realidad en la puesta en escena de texturas discursivas.
Si se trata de campos culturales y formaciones ideológicas, la hegemonía relaciona los procesos
ideológicos, culturales, comunicacionales e informativos con las distribuciones específicas del poder y la
influencia. Lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y valores
impuestos, es decir la ideología dominante, sino todo el proceso social vivido, organizado prácticamente por
estos valores y creencias específicos.
La ideología constituye un sistema de significados valores y creencias relativamente formal y
articulado, de un tipo que puede ser abstraído como una concepción universal o una perspectiva de clase.
Habitualmente el concepto de hegemonía se vincula a estas definiciones, sin embargo, debe diferenciarse
en lo que refiere a su negativa a igualar la conciencia práctica con el sistema formal articulado que es la
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ideología. Esto no excluye los significados, valores y creencias que propaga la clase dominante, pero no se
iguala con la conciencia, no se reduce la conciencia a la ideología dominante, sino que comprende las
relaciones de dominación y subordinación según sus configuraciones asumidas como conciencia práctica,
como una saturación efectiva del proceso de la vida en su totalidad; no solamente de la actividad económica
y política, no solamente de la actividad social manifiesta, sino de toda la esencia de las identidades y las
relaciones vividas a una profundidad tal que las presiones y límites de lo que puede ser considerado en
última instancia un sistema cultural, político y económico nos dan la impresión a la mayoría de nosotros de
ser las presiones y límites de la simple experiencia y del sentido común.
La estrategia contra-hegemónica es una lucha permanente para socavar y desmontar el sentido
común legitimador de la hegemonía capitalista, que parte actualmente, menos de formatos ideológicos y
doctrinarios formalizados, de fábulas, narraciones, imaginarios, sentimientos, afectos e identificaciones. Se
trata de todo un conformismo social, de una sedimentación de prejuicios, percepciones y mentalidades que
los dispositivos mediáticos capitalistas han articulado a empresas capitalistas de publicidad, mercadeo,
comunicación e información y seguridad. La hegemonía capitalista se ha hecho cultura vivida, sentido de la
vida, conciencia práctica, hábitos.
Es decir, según sostiene la teoría de Gramsci, la clase dominante no solo será capaz de obligar a una
clase social subordinada o menor a que satisfaga sus principales intereses, renunciando a su identidad y
cultura de grupo, sino que además se las ingeniará para ejercer un control total en las formas de relación y
producción de la segunda y del resto de la sociedad. En tanto, también se advierte que ese proceso no es
fácil de advertir, porque se da muy sutilmente.
Hoy en día la hegemonía básicamente se logra a través de la acción de los agentes culturales, entre
los cuales se destacan los medios de comunicación masiva. El cine es un muy buen ejemplo de esto, allí,
algunas sociedades suelen establecer ciertos modelos de pensamiento y conducta para que luego otras
sociedades adopten estos como propios.
Sin embargo, el capitalismo contemporáneo, global y abarcador de todos los espacios de la vida, ha
mostrado su capacidad permanente de apropiarse y asimilar las expresiones más subversivas, desde las
manifestaciones artísticas, culturales y políticas, hasta los estilos de vida más radicales que cuestionan al
mercado y su primacía de la ganancia como relación social privilegiada en las sociedades actuales. Cualquier
idea de cambio, se enfrenta a la capacidad fagocitadora del capital para volver la rebeldía más radical en un
producto más del mercado de consumo y a sus símbolos en los elementos de las nuevas modas.
Si el capitalismo avanzado y globalizado utiliza y moviliza percepciones, lenguaje, memoria y afectos
como parte de su proceso laboral y de mercantilización. Esto hace que cada sujeto sea un campo de batalla
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que se libra para dominarlo o para lograr liberarse de la condena del determinismo de la lógica del darwinismo
social que divide a los hombres y mujeres entre perdedores y ganadores.

En palabras de Chávez: "la Revolución no puede limitarse a los cambios económicos,


transformaciones económicas, los cambios sociales, transformaciones sociales; para todo ello se requiere la
inyección poderosa de una cultura transformadora que vaya a recoger lo más granado y lo más poderoso de
nuestros valores, como decíamos en una ocasión: Cultura, una forma de definirla, es todo lo que hemos
sido."
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BIBLIOGRAFIA

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