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Teorías psicoanalíticas sobre lo simbólico y la

personalidad adictiva
 
En este trabajo, el curioso y apasionado lector, desde los discursos freudiano, kleiniano y
lacaniano apreciará el valor simbólico de la droga, su significación y el tipo de persona
adicta que, adelantamos, resulta ser muy sensible a su encuadre.
Indagaremos el o los objetos que se encuentran representados en la incorporación e
introyección de las drogas 
Teorías psicoanalíticas sobre lo simbólico
y la personalidad adictiva

Fernando Bilbao Marcos1 y Mario Alberto Castillo Balcázar2

Introducción
En este trabajo, el curioso y apasionado lector, desde los discursos freudiano, kleiniano y
lacaniano apreciará el valor simbólico de la droga, su significación y el tipo de persona
adicta que, adelantamos, resulta ser muy sensible a su encuadre.

Indagaremos el o los objetos que se encuentran representados en la incorporación e


introyección de las drogas desde la óptica inconsciente del drogadicto, así como la muy
notable urgencia de los teóricos psicoanalíticos por concluir en un perfil del toxicómano;
prontitud que ya al final de nuestra investigación criticamos, seguido desde luego por
nuestro particular y muy breve punto de vista sobre el asunto.

Valor simbólico de la droga y significación para algunos autores


(Karl Abraham, Sandor Ferenczi, Sigmund Freud, Enrique Guarner, Sandor Rado, Victor
Tausk).
De los epígonos freudianos podemos correlacionar que se trata, en términos muy
generales, de una forma de "gratificación oral" o de un "sustituto del pezón" por la leche
inconscientemente deseada y representada en el objeto causa del narcotismo.

El deseo representa el motor del psiquismo de los sujetos. En el adicto, su búsqueda y su


razón de ser giran en torno al encuentro-desencuentro del consumo de las drogas que, en
términos muy amplios, representan en forma inconsciente un reencuentro con la madre
complaciente y protectora del niño-adicto ante el mundo circundante. Todo este trayecto
se sitúa en una época muy fantástica en el pensamiento del niño, sin las grandes
dificultades que corresponde encarar a los adultos. Es la época del "narcisismo primario";
también del autoerotismo, del retraimiento y del engreimiento en el niño. Hemos de ver
en el adicto una revivisencia y una reproducción del propio narcisismo, abandonado
mucho tiempo atrás. El "yo ideal" --es decir aquello que fuimos en la perfección del ser--
modelado sobre la figura materna, es el heredero del narcisismo primario. Pareciera que
el drogadicto se instala en un yo ideal arcaico y defectuoso, a través de colocar la droga en
un elemento representacional del ideal del yo, instancia del devenir, del deseo de llegar a
ser completo, situada como componente del super yo del sujeto. La droga,
imaginariamente, representa para el adicto la conquista de la madre, pero no erótica,
edípica, sino la fusional, de acuerdo al modelo del yo ideal, del narcisismo primario. La
censura no se presenta, no existe o, simplemente, no se acepta.

A este yo ideal se consagra el amor ególatra de que en las niñez era objeto el yo
verdadero. El narcisismo aparece desplazado sobre este nuevo yo ideal adornado como el
infantil, con todas las perfecciones. Como siempre en el terreno de la libido, el hombre se
demuestra, una vez más, incapaz de renunciar a una satisfacción ya gozada alguna vez.
No quiere renunciar a la perfección de su niñez... intenta conquistarla de nuevo bajo la
forma del "yo ideal". Aquello que proyecta ante sí como su ideal es la sustitución del
perdido narcisismo de su niñez en el cual era él mismo su propio ideal (S. Freud, l9l4).

Para algunos autores puede ser, de igual forma, un medio muy arcaico de disolver el
complejo de Edipo imaginariamente. Esta es una escena o trama que se entiende
diferente en cada una de estas corrientes psicoanalíticas. También, el deseo vehemente y
sobre todo repetitivo de intoxicación compulsiva constituye para Freud (1897) la
sustitución del acto masturbatorio, en la medida en que es un impulso al que aun cuando
se quiere reprimir se le impone al sujeto de una manera compulsiva. Así Freud, encuentra
un vínculo entre la sexualidad y el consumo imperativo de drogas. Paralelamente afirma
que una intoxicación se puede generar cuando mediante la absorción del tóxico se
satisface una necesidad sexual. Esto es aplicable, por ejemplo, al infante que en cuya
fijación oral utiliza chupón hasta el primer lustro de su infancia, o sea, aun cuando ya se
haya presentado la satisfacción de la necesidad de comer, se continúa mamando,
chupando, por la consecución del placer. Si esta experiencia resulta muy gratificante o
muy frustrante, el niño en su devenir adulto o aún antes, adolescente, ante cualquier otro
tipo de agentes frustrantes, se dará a la tarea de consumir alcohol, tabaco, morfina o
cualquier otro sustituto del pecho de la madre. Cualquier estado de modorra producido
por las drogas es similar al estado que produce la tetada de la madre a su niño de pecho.
Este es, en lo fundamental, el modelo de los freudianos para explicarse las adicciones.
Según Lepouluchet, Freud abordó las adicciones antes de la conceptualización del
inconsciente. Es decir, pertenece a la prehistoria de la fundación del psicoanálisis.

Kleinianos
(Melanie Klein, Eduardo Kalina, David Rosenfeld, Herbert Rosenfeld, Hanna Segal)
Este veneno, la droga, excelente en su línea y perfecto para el toxicómano, se entiende
desde los kleinianos como un "objeto simbólicamente ideal" (así lo afirmó M. Klein en el
año de 1932), que adquiere particular intensidad entre aquellos individuos que se
encuentran fijados a su objeto primario de los tres primeros meses de vida, representado
en el "pecho bueno-pecho malo" de la posición "esquizo-paranoide" (1946). Durante esta
posición, la angustia principal que siente el yo es la de ser atacado. De este modo, muy
pronto el yo tiene relación con dos objetos: un pecho idealizado que nutre y que
complace, y otro persecutorio, distante, que castiga y priva. Ambos pechos se perciben
como objetos disociados y excluyentes. La ansiedad predominante durante esta posición
es paranoide, es decir, que el lactante se siente observado o atacado por el pecho
persecutorio de una madre distanciada de las necesidades de su hijo. El estado del yo por
su parte es esquizoide: débil, frágil y desorganizado. Es así que la droga puede simbolizar
tanto el pecho bueno como el pecho malo. En el primero de los casos, puede observarse
claramente cuando el adicto a las drogas las utiliza para producir estados de modorra que
conducen al sueño. En la segunda situación, la droga simboliza una identificación con los
objetos malos, destructivos y persecutorios. Aquí la droga pasa a formar parte de aquellos
estados de agresión, de enfado y de insatisfacción en los adictos. El sujeto toxicómano
difícilmente podría ingresar en la "posición depresiva" caracterizada por una mayor
integración del yo que posibilita una mayor discriminación entre fantasía y realidad. La
experiencia de depresión reemplaza los mecanismos de defensa omnipotentes y
maniacos de la posición esquizo-paranoide por el mecanismo de la de reparación. Por lo
tanto, el conflicto depresivo es la lucha constante entre los sentimientos de amor y odio.
La escasa capacidad del drogadicto para reparar (perdonar, reconocer, dilucidar,
comprender y comunicar, etcétera) lo hacen experimentar sentimientos de culpa muy
fuertes que lo conducen directamente a estados de profunda tristeza y, para intentar salir
de ella, a la ingesta de las drogas. "Para que la posición esquizo-paranoide de lugar en
forma gradual y relativamente no perturbada al siguiente paso del desarrollo, la posición
depresiva, la condición previa necesaria es que las experiencias buenas predominen
sobre las malas" (H. Segal, 1964).

Lacanianos
(José Antonio Arias, Sylvie Le Poulichet, Guillermo Mattioli, Eduardo Vera Ocampo)
Por su parte, los lacanianos señalan que la adicción a las drogas se trata de una
identificación con el "objeto a" del "registro de lo imaginario" (1949), registro donde el
lactante se identifica con la imagen materna de la que eternamente quedará atrapado e
intentará aproximarse a ella por distintas vías durante toda su existencia. Una frustración
del vínculo con la madre --en este caso representado en el "objeto a"-- acarrearía una
imposibilidad de recrearla en forma adecuada y por ende, de no simbolizar lo que
culturalmente se encuentra establecido: la ley, las normas, las costumbres tanto
familiares como sociales. Es por tal motivo que el drogadicto solicita los tóxicos, para
sumergirse en un estado ideal de sostén que recree la imagen complaciente, en el aquí y
ahora. El efecto intoxicante provocará en el sujeto toxicómano una sensación de plenitud,
de sopor, de euforia, en fin, una especie de "sentimiento oceánico" (de unión, completud,
comunión con la naturaleza y dicha indescriptible) similar al que se refiere Freud en "El
malestar en la cultura" (1929). Bajo el estado de embriaguez por la droga el sujeto logra
dominar la represión, posibilitando la expresión de su goce. La toxicomanía desde esta
última escuela adquiere también otra dimensión sexual, simbólica y significativa: se
convierte en "un llamado al Otro", en un reclamarle a la figura paterna atención, cuidados
y afecto (el drogadicto se queja de que su padre no lo comprende ni lo ama). Siguiendo
este esquema, podemos inferir incluso que, a niveles más profundos del psiquismo
humano --en una especie de inconsciente más arcaico--, puede ser un grito desesperado
para que el padre intervenga disipando los motivos de la dependencia que existe entre el
sujeto drogadicto y su "objeto a". Es como si el hijo se drogara para llamar la atención del
padre. Después de esta breve revisión del valor simbólico de la droga y de describir
algunos elementos que explican, desde las tres corrientes psicoanalíticas, el proceso de
significación, pasaremos a exponer de igual forma la caracterización que los
representantes de las escuelas psicodinámicas hacen de la llamada personalidad del
adicto.
Personalidad toxicomana
No existe consenso sobre el tipo de personalidad del adicto. El hábito estulto de
intoxicarse provoca la aparición de una diversidad de cuadros al interior mismo de cada
una de las doctrinas psicoanalíticas ahora estudiadas. Hagamos el recorrido doctrinal.

Freudianos
De los seguidores freudianos podemos correlacionar hallazgos respecto a la depresión y
la manía. S. Ferenczi (1911) nos habla de una especie de "locura circular", algo que se
mueve en derredor y se repite; en tanto que S. Rado (1926) se refiere a un "circuito de
relaciones cíclicas" (que sería equivalente al concepto anterior de S. Ferenczi) entre una
tensa depresión y una forma de euforia artificial; Freud (1915) encontró similitud entre la
intoxicación alcohólica y los "estados maniacos". Y es que la intoxicación no sólo produce
en la mayoría de los casos una sensación de bienestar transitorio; pasado este episodio, el
sujeto toxicómano experimenta un sentimiento de hundimiento, de pérdida de voluntad y
de tristeza, que es justo lo que provoca la "compulsión a la repetición" (en este caso es la
temprana fijación de volver en forma cíclica a consumir drogas, sin mayor atención
consciente, lleven o no, al éxito esperado).

De la mayoría de los autores surge el común acuerdo de los "componentes


homosexuales"; K. Abraham (1908) encontró, además, algún tipo de "perversiones" como
la escoptofilia3. Desde los kleinianos esto puede significar asimismo una necesidad de
saber.), el exhibicionismo y el sadomasoquismo. Sin embargo, dicho autor no vinculó la
avidez oral de los toxicómanos con los estados maniaco-depresivos. Quienes hallaron un
marcado "narcisismo" en este tipo de personas fueron V. Tausk (1913) y S. Rado (1926). El
bebedor aislado, peregrino, ensimismado ante el grupo de pares constituye algo muy
habitual. Finalmente, la relación entre la "neurosis" y la personalidad alcohólica fue
tratada por S. Ferenczi (1911) y también por el mismo Freud (1896; 1927). En este caso,
para Freud las intoxicaciones constituyen sólo agentes vulgares o accesorios a las
neurosis, pero ninguna --refiriéndose a las intoxicaciones y a otros agentes vulgares-- nos
revelarían la etiología de las neurosis (1896). Cuando Freud sentenciaba esto, se refería a
la neurosis histérica, a la obsesiva, la neurastenia y neurosis de angustia.

Kleinianos
Quienes profesan las ideas kleinianas observaron en este tipo de conducta algunos
"trastornos de tipo cicloide". H. Rosenfeld (1960) encontró cierta similitud entre la adicción
a las drogas y la enfermedad "maniaco-depresiva"; D. Rosenfeld (1971) sugiere que el
intento suicida es posiblemente lo que ha llevado a enfatizar los elementos maniaco-
depresivos en este tipo de cuadros; E. Guarner (1978) habla de individuos tristes y
melancólicos durante el estado de "hambre por la droga", pero que después de
satisfechos se tornan alegres, amables y activos; E. Kalina (1987) afirma que la "depresión
melancólica" es sentida como aniquiladora, por lo que el individuo ingresa de este modo a
una "modalidad maniaca y suicida de conducta". Al no tolerar --el sujeto melancólico-- la
insoportable realidad, consume drogas para aligerarla o sólo distanciarse de ella. Con
respecto a la "psicosis" como tal, D. Rosenfeld (1971) nos sugiere que la comprensión de
la psicopatología específica de la drogadicción debe surgir no sólo del estudio de las
"neurosis", sino también de las "psicosis de transferencia", es decir, de todas aquellas
representaciones imaginarias que el drogadicto vuelca sobre su terapeuta durante la
sesión espacio-temporal del encuadre analítico. Por su parte, E. Kalina (1987) nos
menciona que la drogadicción es siempre una "conducta psicótica" que tiene la estructura
de un estado delirante, es decir, de desvarío de la propia personalidad. Estos mismos
autores encontraron algunos rasgos secundarios, que se entienden así, por el discurso en
que los manejan. El rasgo "narcisista" de la personalidad del toxicómano lo anuncia sólo
D. Rosenfeld (1971). Por último, también se observan algunos tipos de "perversiones", H.
Rosenfeld (1960) nos habla de una "homosexualidad secundaria"; D. Rosenfeld(1971)
encontró ciertas "actividades promiscuas y sádicas"; y E. Guarner(1978) halló algunas
"tendencias masoquistas". El autoaniquilamiento que se dosifica el propio drogadicto nos
hace suponer más bien en una especie de "sadomasoquismo cíclico".

Lacanianos
Por otra parte, podemos inferir que desde J. Lacan la personalidad del toxicómano se
aloja en la "estructura diagnosticada como perversa". Este mismo punto de vista es
compartido y desarrollado por Henri Ey (1978) y E. Vera (1988). La constante transgresión
de la ley tanto familiar (edípica) como del resto del mundo, nos hacen suponer que el
toxicómano se niega a aceptar la "no fusión perpetuada", plena y sin límites con todo lo
que represente a la figura materna, es decir, que no acepta la castración, el corte, las
prohibiciones ejecutadas por la figura paterna (aquí las figuras tanto materna como
paterna, no tienen nada que ver con los sexos). A otros analistas les resulta insuficiente
creer que la personalidad del toxicómano se aposente de manera exclusiva en el modelo
perverso, aunque no lo descartan. El "narcisismo" se encuentra presente en todos. Para S.
Le Poulichet (1987) se trata de sujetos "maniacos", que encuadran también dentro de
algunos tipos de "psicosis" y "neurosis". Deseamos agregar que en este caso, el sujeto
"toxicómano neurótico" es un individuo que utiliza la droga para evitar una realidad, no
para elaborarla y transformarla como sucede con el psicótico como tal. Es decir, que con
la ingesta de la droga coloca una barrera entre lo consciente y lo inconsciente como para
evitar que algo sea descubierto. Son muy comunes los casos en que el sujeto se intoxica
para tratar ciertas situaciones, un grupo de gente nueva, una ceremonia. La timidez, antes
o después del consumo de drogas, es un rasgo muy marcado en este tipo de
personalidades. Por último, G. Mattioli (1989) considera que igualmente, se trata de
personalidades psicóticas; postula además la posibilidad de considerar a la personalidad
toxicómana como una "estructura autónoma", pero que para ello habría que definir su
mecanismo defensivo correspondiente (la represión es para la neurosis, como la
renegación para la perversión y la forclusión para la psicosis). Otra posibilidad sería la de
plantearse este problema como una cuestión de "funcionamientos psíquicos
coexistentes" de tipo "maniaco-depresivo y perverso".

Conclusiones
Es fundamental para este asunto, reconocer --independientemente de las tendencias
psicoanalíticas aquí tratadas-- cómo el sujeto toxicómano equipara el consumo de drogas
con una satisfacción del deseo materno, principalmente. Observamos que con respecto al
tipo de persona adicta se encuentra disponible todo un arsenal de disensiones que
sugieren que ello no puede tener lugar de manera enteramente apropiada. Los
testimonios de nuestros autores llegan a ser, en ciertos casos, relativamente libres e
incluso la densa gama de estructuras diagnósticas que nos presentan suelen privilegiar un
elemento de personalidad sobre otro. Esto sugiere al historiador más de una mascarada,
un atraso ante la falta de orden y consenso integral que discurre a manera de
incompletud y escasa claridad. Dicha zona de penumbra que se localiza dentro de cada
una de las corrientes psicoanalíticas que hemos tratado, acrecienta la duda, la
incredulidad y el escepticismo en grado considerable. Ante la desnaturalización de los
conceptos psicoanalíticos y, más aún del propio toxicómano, nosotros hemos optado por
una forma de conclusión preliminar derivada de la observación clínica, que sugiere no ser
definitiva ni definitoria. Dicha conclusión no es ningún hilo negro y concuerda con lo
planteado por G. Mattioli (1989) acerca de la coexistencia de funcionamientos psíquicos
de naturaleza maniaco-depresiva y perversa que son reforzados --agregado nuestro-- por
los efectos químicos de los intoxicantes, pero que se pueden encontrar presentes en
épocas anteriores a la adicción y hasta en periodos muy prolongados de abstinencia. Una
hipótesis tentativa que incluso conciliaría y unificaría aun más las piezas aisladas
compuestas por teóricos psicoanalíticos sería proponer que la toxicomanía es un síntoma
que se aloja bajo cualquier modelo diagnóstico (nosotros estaríamos de acuerdo sólo si el
consenso se diera justamente con el reconocimiento de la pluralidad de los caracteres
que traería por ende más transparencia y orden en la sinfonía del conjunto). Lo cierto es
que esta coexistencia de funcionamientos psíquicos a la que nos referimos siempre se
encuentra presente de una forma u otra.

Notas
1. Profesor e investigador del área de farmacodependencia, de la Facultad de Psicología
de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (uaem).
2. Investigador asistente
3. Algunos autores lo nombran voyeurismo;  consiste en el placer sexual producido por la
contemplación de la forma humana, de prendas de vestir, o del acto sexual.

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