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Gleidys Martínez Alonso - Dialectica Del Cambio - LEIDO
Gleidys Martínez Alonso - Dialectica Del Cambio - LEIDO
Las maneras de programar, por parte del gobierno revolucionario, las variantes desde las
cuales debía desarrollarse el profundo cambio nacional, trataban de comprender la
subversión de la racionalidad económica del capitalismo, como dimensión esencial en
los procesos de construcción simbólica de la sociedad como parte de la edificación de
nuevas relaciones sociales y de la legitimación de un nuevo orden político y social.
Una investigación como esta, que apuntó a conocer cómo las nociones ideológicas sobre
la cultura y la política del grupo en el poder intervinieron en el trabajo de las
instituciones culturales en los primeros años de la Revolución cubana, aborda las pistas
que perfilan una determinada concepción cultural revolucionaria, la proyección de una
política por parte del gobierno revolucionario y el papel de los intelectuales dentro de
estos lineamientos. Aspectos que, indudablemente, marcan el trabajo, la lógica interna y
las posiciones ideológicas de tres instituciones culturales cubanas: Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), Casa de las Américas y Consejo Nacional
de Cultura (CNC).
De este modo tanto el trabajo cultural como la producción artística eran fomentados y
financiados por el aparato estatal y las instituciones culturales funcionaban como la base
estructural para la gestión estatal en esta esfera.
Por otro lado, las instituciones eran dirigidas por un conjunto de personalidades que en
su diversidad de afiliación partidista e ideológica estaban comprometidas con el proceso
y eran designados por el grupo estatal. Algunos casos fueron Alfredo Guevara, Haydée
Santamaría, Vicentina Antuña, Alicia Alonso, Nicolás Guillén, entre otros. Además,
estaban compuestas por un grupo de intelectuales que venían de sociedades culturales
anteriores, las cuales en su mayoría fungieron como vanguardias culturales y en algunos
casos, de movimientos de izquierda. Por lo tanto, un rol que jugaron las nuevas
instituciones culturales consistió en la congregación de las diferentes tendencias
intelectuales de la etapa prerrevolucionaria, así como las que comenzaron a crearse en el
seno mismo del proyecto social. De esta manera lo que antes fueron grupos aislados
comenzaron a relacionarse dentro de las instituciones y desempeñaron un papel
fundamental en el trabajo cultural de estas.
Hugo Azcuy apunta que “las instituciones sociales en Cuba adquirieron un carácter
masivo y público político tanto por el amplio universo que abarcaban como por la
diversidades que debían unificar” (1995:24).
Por otra parte las instituciones culturales desempeñaron un rol político pues, mientras se
favorecía la creación de obras literarias y artísticas, estas se propusieron vincular las
obras de los escritores y artistas con las grandes tareas de la Revolución Socialista
Cubana, y constituían un llamado a la conciencia y vehículo de popularización de las
ideas pues se encargaban de “producir y difundir las nuevas formas ideológicas que
cimentaban el nuevo bloque histórico” (Acanda, 1996:87-93).
En este sentido, las instituciones también adquirieron un carácter masivo que estuvo
ligado a la creación de objetos y actividades de esta índole (revistas, libros, cine) y a su
grado de intervención —como gestoras del desarrollo cultural— en el espacio público.
Por lo tanto, se encargaron de regir la socialización y participación de todos los sectores
de la sociedad bajo la premisa estatal de igual acceso a los bienes culturales y al
desarrollo subjetivo, que las convierte en forjadoras de “una sociedad civil más plural
por ser más inclusiva que la anterior” (Acanda, 1996:87-93).
Por una parte, lo cultural se refiere a un impulso de los procesos de creación artística
donde se prioriza el acercamiento del pueblo a las manifestaciones de la cultura
universal y el rescate de los valores autóctonos. Esto presuponía la apertura de líneas
específicas dentro de la agenda del desarrollo artístico-cultural del país, como el
patrimonialismo(5), en un intento de evaluar y salvaguardar la herencia cultural del país,
la intención de redescubrir, purificar e impulsar nuestra riqueza folklórica, así como la
publicación de libros y la proyección de películas que recrearon importantes obras de la
cultura internacional.
Armando Hart (1984 b) refiere que “había que elevar el nivel cultural del pueblo para
originar una mayor receptividad y crítica del público hacia la cultura en general”. Así, la
gran mayoría del pueblo sería capaz de establecer una actitud crítica en la edificación
cultural que se planteaba la Revolución, que tenía retos que sobrepasaban la mera
ilustración de los cubanos —como los problemas raciales, la pobreza, la marginalidad
territorial, heredados de la vida republicana— y la construcción cultural que suponía la
conquista de una conciencia colectiva y de un sujeto histórico activo a la altura de una
revolución, ya en 1961, socialista.
Por su parte, Ambrosio Fornet destaca: “a partir del 59 toda nuestra historia comenzó a
girar en torno a un eje que remitía a los dramáticos extremos del antes y el después. La
intensidad con que se vivió aquel ahora vertiginoso se explica porque, como nación,
habíamos recobrado súbitamente la cordura: el mundo podía ser cambiado y uno
mismo, en el proceso, podía cambiar también” (1998:10).
En estos primeros años las luchas ideológicas que se dieron en el campo de la cultura
entre la intelectualidad cubana y la dirección política fueron fuertes y hasta, en cierta
medida, dolorosas, pero lo importante es que la mayoría tuvo un sentimiento de
reconocimiento y apoyo al nuevo orden social, mientras que la máxima dirección del
país acogió en sus transformaciones a casi la totalidad de este sector.
Después del triunfo revolucionario de 1959, y sobre todo después de la declaración del
carácter socialista de la Revolución en abril de 1961, las relaciones entre la vanguardia
política y la vanguardia intelectual o artística [...] conocieron tensiones fuertes, pero
puntuales o pasajeras en materia de política cultural [...]; sin embargo puede hablarse de
una amplia adhesión de la segunda a las decisiones y proyecciones de la primera en las
demás esferas de la vida política nacional (Navarro, 2001:40). Armando Hart también
nos comenta sobre la situación de los intelectuales a raíz de 1959:
Con la creación de las primeras instituciones culturales el Estado daba a este grupo
social el reconocimiento y la estructura necesarios para llevar a cabo el proceso de
creación, al mismo tiempo que los agrupaba bajo la acción de determinados estatutos
que guiaban su acción y exigían sus derechos.
Ahora, ¿qué pedía a cambio de las nuevas facilidades el gobierno revolucionario? ¿Cuál
era el papel, la actitud que se quería, se esperaba y se exigiría por parte del grupo en el
poder a los intelectuales? La Revolución tenía grandes planes culturales para el país,
pero debido a la urgencia de otras de las medidas que debían ser llevadas a cabo, el
debate sobre la creación artística quedó para después, como bien dijera Fidel en
“Palabras a los intelectuales”. No es hasta la pronunciación de este discurso que se
cuenta con un documento histórico sobre este tema por parte de la dirección
revolucionaria.
El intelectual tendría como tarea fundamental crear para el pueblo. Esta era una función
que el gobierno consideraba fundamental, pues se había propuesto la elevación del nivel
cultural de la población. Por otra parte era necesario que este grupo social comprendiera
que no se impondrían nuevamente modelos culturales foráneos, y que era
imprescindible que comenzaran a notar la realidad que los rodeaba. Existía el criterio de
que “al pueblo hay que ir y no descender, para poder encontrar en él el contenido
temático de las producciones futuras” (Dorticós Torrado, 1987:45). Esta oportunidad
fue aprovechada al máximo por los intelectuales que antes del triunfo revolucionario
estaban sumidos bajo “una política cultural de represión.”
En las nuevas circunstancias, los intelectuales, contarían con toda la libertad formal
necesaria para la creación artística, no se impondrían, en modo alguno, corrientes
estéticas determinadas que pudieran aminorar el espíritu creador de los intelectuales, ni
se les diría sobre que debía escribir, pero sus obras serían analizadas a través del prisma
revolucionario y este constaba como un derecho de la Revolución (Castro Ruz,
1980:23).
Sin embargo, estas no eran las únicas ideas que se desarrollaban en torno a este tema.
Ernesto Che Guevara (1980) asumió lo que podría decirse una posición más radical con
respecto a los intelectuales en el proceso revolucionario. Consideraba que si los
intelectuales no eran auténticamente revolucionarios, incurrían en un “pecado original”.
Planteaba que los intelectuales usaban su obra como un medio de escape de la realidad,
cuando lo que se necesitaba era estudiarla, afrontarla, lo que sería un verdadero proceso
de creación. Explicó que era necesaria la creación de un hombre nuevo, limpio de los
rezagos burgueses de otra época, que no contaminara las futuras generaciones, y que
fuera capaz de crear una verdadera obra intelectual. Además expuso la necesidad de
desarrollar una verdadera crítica revolucionaria, enemiga de las grandes apologías que
conducían al entorpecimiento del desarrollo cultural.
El papel que debían ocupar se alejaba del intelectualismo para ejercer una función que
asumía grandes deberes sociales entre los que estaba la expansión de la propia actividad
intelectual. No se trataba ya de una élite, sino de una integración de estos con las masas.
Se desprendían entonces de su paraíso y entraba en el campo de caña. Salía de los
espacios culturales selectivos y polemizaba en una fábrica, en una escuela, en un batey.
Una nueva concepción del intelectual en la sociedad estaba llegando, y con ella una
transformación de la ideología de los intelectuales y de la conciencia de su (nuevo)
lugar en la sociedad: un lugar inédito, en circunstancias inéditas.
La política cultural optó por la libre creación, “pero esperando por la responsabilidad de
cada artista que realice una conciliación entre libertad de expresión y su deber
revolucionario, trazando una barrera a las sutiles penetraciones ideológicas que tienen
como fin último la destrucción de las instituciones que garantizan y propician la misma
libertad” (Otero, 1971:14).
En enero de 1959 se crea la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, que inicia la
producción de dos documentales, que serían finalizados por el ICAIC, ya creado el 24
de marzo de 1959. Su antecedente más cercano lo constituyó la sección cinematográfica
de la sociedad cultural Nuestro Tiempo, que agrupaba a intelectuales importantes de
este ámbito como José Massip, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Santiago
Álvarez, entre otros, responsable de la obra cinematográfica El Mégano, que constituye
un precedente de lo que fue después la obra documental del ICAIC.
El mando de la institución lo asume Alfredo Guevara, destacado intelectual y miembro
en ese momento del movimiento 26 de Julio, que pasa a la dirección “con toda la
confianza de Fidel” (Massip, 2005).
De esta forma el ICAIC se proclama contra las posiciones sectarias, pero también contra
la imposición de una cultura “oficial” bajo la sombra del realismo socialista. La política
cultural del ICAIC proyecta la libre creación que se enmarca en la búsqueda de lo
puramente contemporáneo de la historia revolucionaria y, al mismo tiempo, en la
exploración de un lenguaje desde las propias experiencias del momento. Su concepción
cultural se encuadra en un amplio espectro donde los valores antimperialistas, cubanos y
universales de la cultural se articulan para elevar el nivel cultural de la población dentro
de una concepción ascendente del pueblo a la cultura.
Este era el clima que se seguía dentro del ICAIC, que relacionó, además del movimiento
de izquierda de Nuestro Tiempo, a nuevos jóvenes al hecho creativo cinematográfico.
En general, primaba una concepción de izquierda, “la cultura de la polémica y la
confrontación de puntos de vistas encontrados” (García Borrego, 2000:35) y el
comprometimiento con la Revolución. Las confrontaciones internas versaron sobre la
propia creación, sobre posiciones estéticas o aprehensión de determinados movimientos
artísticos que correspondieran con los objetivos propuestos por el ICAIC y, por ende, de
la Revolución.
Los objetivos que se le asignaron a la institución han sido declarados por Alfredo
Guevara y se circunscriben al amplio abanico de libertades dispuestas por la propia ley
y por los principios de la política cultural revolucionaria. Estos consistían en:
Como se ve, el ICAIC comenzó extendiendo todas sus fuerzas por el territorio nacional
y también cultivó numerosos contactos en el extranjero. La intervención en este último
ámbito se explicitó en las diversas coproducciones y relaciones que se establecieron con
disímiles personalidades. Además, Cuba comenzó a participar en Festivales
Cinematográficos importantes como los de Leipzing, Sestri Levanti, Karlovy Vary y en
las Exposiciones de Festivales Latinoamericanos(15). Estos encuentros permitieron el
intercambio con talentosas personalidades del arte cinematográfico mundial y
fomentaron el intercambio deseado con los países latinoamericanos, donde se gestó lo
que en un futuro sería el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Como se conoce, en 1962, Cuba fue expulsada de la OEA, después de que el presidente
Dorticós denunciara a los Estados Unidos por las reiteradas agresiones de las había sido
objeto el país hasta ese momento. Cuba, por su parte, respondería a dicha deposición
con la Segunda Declaración de La Habana.
[…] dar a conocer en Cuba y demás países latinoamericanos, las distintas expresiones
culturales de América Latina y el Caribe; estimular la creación literaria y artística entre
los escritores, teatristas, artistas plásticos y músicos en este ámbito y difundir, mediante
libros, folletos, carteles, discos y publicaciones periódicas, el material artístico-literario,
científico y bibliográfico que mejor contribuya a dar a conocer la realidad de América
Latina y el Caribe. Investigar las expresiones culturales de nuestros pueblos en los
campos de la literatura, el teatro, las artes plásticas, la música, el pensamiento, las
ciencias sociales y la información bibliográfica; organizar concursos, encuentros,
festivales, seminarios, exposiciones, conciertos y otras actividades que tendieran a un
mejor conocimiento de las letras, las artes y la problemática social de la América Latina
y el Caribe; desarrollar relaciones de colaboración con instituciones internacionales y
nacionales afines, creadores, docentes y estudiantes, sobre aspectos de la literatura, las
artes y las ciencias sociales de la América Latina y el Caribe(16).
Para cumplir estos objetivos se desplegaron una serie de acciones culturales que se
concretaban en el Premio Literario. En él se daba espacio a la obra de significativos
escritores latinos y caribeños, muchas veces desconocidos en el propio ámbito cultural
latinoamericano. Mediante la conformación de los jurados que participarían en el
concurso entraban en relación un grupo de intelectuales que hasta ese momento se
encontraban aislados. Además, la publicación correspondiente de los escritores
premiados ponía en circulación sus obras, propiciando que estuvieran al alcance de
amplios sectores de América Latina.
Con la idea de que estas obras fueran conocidas por el pueblo, se fundó la biblioteca
José Antonio Echeverría que contaría con una amplia colección especializada en
cuestiones latinoamericanas y caribeñas. Esta se fue desarrollando a partir de la
publicación de los premios y de una política de intercambio llevada a cabo con
intelectuales de diversas latitudes, a la vez que publicaba bibliografía sobre temas y
países latinoamericanos. Todos sus servicios se ofertaban de manera gratuita.
Por otra parte, Casa comenzaría a promover una serie de conferencias en los centros de
laborales, que posibilitarían el acceso de la clase trabajadora a sus acciones culturales,
así como a temas que le fueran de utilidad aunque no estuvieran necesariamente
relacionados con el campo cultural. Se hacía necesario crear un hábito en el pueblo
trabajador, hasta ese momento considerado “excluido” de la vida cultural, con lo que
también se priorizaba la asistencia a los eventos que se programaban en la institución.
Armando Hart (1984 a) refiere que la necesidad de fundar el CNC surge a partir de la
amplia extensión del trabajo educativo, por lo que se hizo ineludible que la Dirección de
Cultura del Ministerio de Educación tuviera cierta independencia.(17) Para 1961 se
había llevado a cabo un proceso de institucionalización de la cultura, que exigía la
formación de un organismo mayor capaz de planear las actividades culturales. Además,
la mayoría de las instituciones trabajaban de forma dispersa y sus esfuerzos tomaban
diferentes rumbos.
Se creó, entonces, el CNC, de acuerdo con la Ley no. 926 del 4 de enero de 1961,
adscrito también al Ministerio de Educación, aunque esta vez quedaba en manos de la
nueva institución todas las funciones relacionadas con las actividades culturales,
entiéndase artísticas y literarias. Como expresara Fidel en “Palabras a los intelectuales”,
el CNC desde el punto de vista institucional fue creado como organismo que estimulara,
fomentara, desarrollara y orientara el espíritu creador de los artistas y como garante de
las condiciones de trabajo de estos.
En esta época la dirección del Consejo fue asumida por Vicentina Antuña, —que en ese
momento ejercía como profesora de la Facultad de Filosofía y Letras— y la secretaria
ejecutiva fue Edith García Buchaca, miembro del Partido Socialista Popular. Aunque al
frente del CNC se encontraba la primera, era García Buchaca quién realmente ejercía
como la máxima representante de esta institución. Según la opinión de muchos
intelectuales ella era la imagen principal —junto a otras figuras del Partido Socialista
Popular— en el apoyo a la implantación en el país del realismo socialista.
Las premisas de creación del CNC definían su posición ideológica, que regiría de
manera intransigente el trabajo cultural del país: “El proceso social y las grandes
transformaciones político-económicas por las que atraviesa nuestro país, van
acompañados de profundos cambios en el campo de la cultura, cambios que se proponen
la creación de una cultura nueva, de acuerdo con los principios que definen el carácter
socialista de nuestra Revolución” (Antuña, 1963:4). Y al mismo tiempo se destacaba:
“el Gobierno de Cuba, a través de sus más altos exponentes, adopta en materia de
cultura la postura del más amplio respeto y reconocimiento a todas las expresiones
literarias y artísticas que por su contenido no entran en conflicto con los fines de la
Revolución, propiciando a la vez un arte y una literatura que reflejen los problemas,
inquietudes y sentimiento de nuestro pueblo y que sirvan de medio de comunicación
entre el mismo” (García Buchaca, 1963:7).
El CNC, aunque fue una institución que veló por los intereses de la Revolución, pero se
tomó “de manera muy literal” su carácter de institución administrativa y de control de
las actividades culturales en la nación, porque muchas veces adoptó posiciones radicales
—asumiendo dogmas y planteando restricciones— lo que planteaba una contradicción
con respecto a lo expresado por Fidel Castro (1980) de que no sería el CNC el
instrumento para ahogar la libre creación.
Según Lisandro Otero (2005), las figuras más representativas de esta institución
expresaban haber adoptado los presupuestos de la Revolución en materia de política
cultural, cuando realmente hicieron una adaptación de estos pronunciamientos en interés
de sus propias concepciones ideológicas. “ [… H]abía profundas contradicciones, las
más importantes de las cuales eran los intelectuales del grupo de Edith García Buchaca
etc., y el viejo PSP que venían con la idea, clavada, metida, por decirlo así,
genéticamente introducida en el discurso de ellos sobre el realismo socialista, con un
nombre o con otro, con más o menos radicalismo […]”.
Debido a estos intentos por parte de algunas figuras del CNC, pesan sobre la institución
resquemores, que aún hoy perduran. Muchos intelectuales vieron en ella un mecanismo
de coerción, lo que puede eclipsar su trabajo en el campo cultural en esos años.
Con el objetivo de cumplir las tareas más urgentes de la institución se crea un circuito
cultural bastante extenso que da cuenta de la influencia que podía tener el CNC en todo
nuestro país. Durante el mismo 1961 se lleva a cabo un proceso de trabajo, donde
primaba la necesidad de extender la cultura a los lugares más recónditos de Cuba. Se
produjo una integración de todos los organismos culturales provinciales y municipales
que se habían creado bajo una dirección única y se celebraron asambleas para conocer
las necesidades nacionales y locales más apremiantes. Se pretendía también satisfacer el
apetito cultural de la clase obrera, en constante aumento junto con el desarrollo
industrial que se estaba llevando a cabo.
Las directrices que regían su política cultural se planteaban el rescate de los valores
tradicionales de nuestra cultura, el aporte que a ella habían hecho los diferentes sectores
sociales, así como el reconocimiento a la capacidad creadora del cubano y la necesidad
de fomentarla bajo las nuevas condiciones que estaba viviendo el país.
[…] estudiar y revalorizar nuestra tradición cultural, y muy especialmente la del siglo
xix, en que surgió la nacionalidad cubana; estudiar, investigar y divulgar nuestras raíces
culturales. (reconocimiento del aporte del negro y la significación que le corresponde en
la cultura cubana); despojar las expresiones folklóricas del campo y de la ciudad y las
manifestaciones populares de nuestra cultura, de las mistificaciones de los elementos
ajenos a su propia esencia, trabajar porque se reconozca sin reservas el talento, la
capacidad del cubano y se valorice adecuadamente a nuestros creadores; formar, a
través de las escuelas de arte y seminarios, una nueva intelectualidad surgida de la
propia masa obrero-campesina; propugnar un arte y una literatura en consonancia con el
momento histórico que vive Cuba (a través de una labor educativa paciente que propicie
cada vez en mayor grado el contacto íntimo de nuestros creadores con el pueblo, su
convivencia directa con los hombres del campo y los obreros de las fábricas); dar a las
ciencias el lugar que les corresponde en la actividad cultural en el proceso de superación
de nuestras condiciones de país subdesarrollado; propiciar la superación cultural de las
grandes mayorías desarrollando intensivamente actividades encaminadas a interesarlas
en el buen arte y en la lectura de los libros de valor literario o científico; hacer
desaparecer el gran desnivel que hoy existe entre la vida cultural de la capital y la del
resto de la isla, propiciando las actividades culturales en las provincias, tanto en las
localidades urbanas, como en los medios rurales, desarrollar; potenciar las posibilidades
del intercambio cultural con todos los países, que permita que el pueblo de Cuba, sus
intelectuales y científicos, tengan la oportunidad de conocer las expresiones culturales y
los criterios científicos de diferentes escuelas y continentes (García Buchaca, 1963:7).
Las acciones culturales partían de la creación de una serie de Direcciones y
Departamentos concebidos para la plena consecución de los objetivos que se había
planteado el CNC y que funcionaban como rectorados de las diferentes manifestaciones
artísticas en el país.
Además, el CNC estaba integrado por algunos departamentos que tenían que ver con el
establecimiento de un circuito educativo especializado en el campo artístico y de esta
manera suplir las necesidades profesionales existentes en todas las regiones del país.
Para esto se crea el departamento de Enseñanzas Especiales, que estaba al frente de la
Escuela para Instructores de Arte, la Escuela Nacional de Arte, las de danza y ballet,
artes dramáticas, conservatorios, etc. Otro era el de Cine, Radio y Televisión, que
abarcaba casi todos los medios masivos de comunicación, en tanto estos constituían un
pilar en el trabajo ideológico con las masas. Se concibió para extender a los centros de
trabajo, estudiantiles y otros, un cine orientado y comentado que respondiera a un
esclarecimiento del proceso revolucionario, así como a la formación de una firme
conciencia política. A través de la televisión y el cine, sería el encargado de llevar a los
lugares más recónditos de la isla los grandes espectáculos musicales, teatrales, etc. y la
convocatoria de numerosos concursos.
Conclusiones
La política cultural cubana se define a partir de una intervención estatal con marcados
intereses de reorientar políticamente al país. En este proceso se identifican dos etapas
fundamentales. La primera de ellas abarca el período anterior a la pronunciación de
“Palabras a los intelectuales”, donde la política cultural se ha definido como “implícita”
y se hace evidente en las medidas tomadas en el sector cultural, educacional y en los
medios masivos con el objetivo de reorientar e impulsar estas actividades.
Por otra parte, el desempeño intelectual debía incluir la creación para el pueblo, es
decir, se pretende potenciar la figura del intelectual orgánico que prepara a la masa en
vías de una reforma de las conciencias. La propia organicidad del trabajo intelectual
encauza la asunción de posturas que se alejan gradualmente del elitismo burgués.
En este sentido, se destaca la postura seguida por el CNC. Esta institución —en nombre
de sus dirigentes— defendía una tendencia radical que privilegiaba la función
propagandística del arte, según los postulados del realismo socialista. Esta tentativa no
solo se quería imponer como política cultural interna, sino también como parte de la
política cultural estatal que se solidificaba estableciendo homologías inexistentes entre
lo que había planteado Fidel Castro y sus propias concepciones. El CNC se movía en un
concepto de cultura más adscrito a la función didáctica y difusionista del arte y más
enfocado hacia la cultura popular.
Sin embargo, las restantes instituciones estudiadas, ICAIC y Casa de las Américas,
constituyeron baluartes en la lucha contra la intención de imponer criterios dogmáticos.
Estas instituciones estaban dirigidas por figuras como Alfredo Guevara y Haydée
Santamaría, los cuales, respaldados por el grupo de intelectuales a quiénes dirigían,
convirtieron sus discursos, escritos y acciones en verdaderos testigos —en tanto
documentos de las instituciones— de oposición a las tendencias doctrinarias que se
pretendía imponer. Se adherían a una concepción cultural orientada hacia la libre
creación, aunque debía inspirarse en el ambiente revolucionario.
Casa de las Américas aparece como una institución más orientada a fomentar los
valores de lo latinoamericano. De este modo, aunque también desarrollaba una política
de producción y difusión cultural dentro del país, se distingue como espacio de
encuentro y reconocimiento en la intelectualidad latinoamericana, que tributaría a
fomentar en el área sentimientos de solidaridad y adhesión para con el proyecto
cubano.
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