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La Farra. Rodolfo Santana
La Farra. Rodolfo Santana
LA FARRA
RODOLFO SANTANA
”LA FARRA”
PERSONAJES:
PONGO: General filisteo. Viste gorra y chaqueta militar. Medallas de todos los
tamaños. Calza botas. Al trabajar como esposa del senador Mongo
viste un traje con muchos encajes. Sombrero con plumas. Cuando
participa en la ceremonia del asesinato de la hermana del sacerdote
Bongo utiliza una sotana de monaguillo. Siendo detective vestirá
impermeable y sombrero de ala ancha.
ESCENA I:
BONGO: ¡Con una quijada de burro fue asesinado Abel en medio de una fiesta
campestre!. ¡Como quisiera, en las oscuridades de un sótano, sin
tambores ni flautas, hacer lo mismo con mi hermana!.
BONGO: Cara.
PONGO: Sello.
MONGO: ¡Her-ma-niiii-tooo!
MONGO: (En tono melodioso) ¡La sopa! ¡Se enfría la sopa y eso no debe
ocurrir! (En tono seductor) ¡Es tan deliciosa la sopa caliente!¡Llega a
lo profundo, remueve las glándulas y las tentaciones se aglomeran
en la conciencia!
BONGO: Me da miedo comenzar yo. ¡No quiero sentir todas estas tentaciones!
¿Podemos aplazar esta situación?
Mongo se adelanta.
BONGO: ¿Sopa?
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MONGO: Quería prepararte una ensalada con salsa de ostras, pero al decir de
la gente pecadora, las ostras….animan las pasiones carnales. Me
contuve y preparé una sopa sencilla, de vegetales castos. Un brócoli
místico y papas virginales, todo adobado de forma prudente,
MONGO: ¡Sola!
BONGO: ¿Hiciste entrar al lechero? ¡Dejaste que el cartero te leyera las rayas
del vientre?
MONGO: Nonononono.
BONGO: (Aprieta su cabeza con las manos) ¡Lo que uno tiene que oír!. (Pausa
corta. Empuja a Mongo repetidas veces) ¿Hasta dónde llegaste con
el mecánico de la esquina?¿Y si te llevo a una clínica para un
examen vaginal?¿Y otro examen rectal? ¿Y otro bucal?
MONGO: ¡Lo que quieras, no tengo nada que ocultar! (Ve a Bongo. Abandona
su actitud femenina. Toma una copa de vino y bebe) ¡Este vino de
Alsacia lo pone a uno de buen humor.!
BONGO: ¿Yo?
PONGO: ¡Celos!
MONGO: (Coloca la copa en su soporte. Adopta pose) ¡Yo no hice nada malo!
…Solo pienso en las florecillas y mariposillas del campo.
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BONGO: ¿De qué otro sitio, fuera de la realidad, parte todo este universo de
susurros, elucubraciones y cópulas furtivas que me arañan la piel?
(Suelta a Mongo) ¿Eh? ¡Responde, lujuria con patas!
MONGO: ¡Nono!
BONGO: ¿Te acarició las caderas y luego te apretó las nalgas? Cuéntame
todas las porquerías, querida hermanita. Ego te absolvo.
BONGO: ¡La angustia de los profetas!. ¡El delirio del Mesías!. A eso te refieres.
BONGO: ¡Qué moral ni qué ocho cuartos, esto es pecado del bueno! (Pausa
corta) Pecado en los campanarios. En las mesas de café. Salgo a las
apacibles calles de mi parroquia y bandadas de jóvenes sátiros
preparan sus orgías.
MONGO: (Intensa) ¡Hay que rezar a Dios por todos los que mueren haciendo
el amor después de comer cocido gallego!.
MONGO: Cada uno de los soldados que mueren en batalla, tardará más en ir
al infierno por mi causa.
MONGO: Cada asesino notorio ha sido perdonado por dios merced a mí.
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BONGO: ¿Entonces? No puedo estar con esta muerta al hombro durante todo
el día.
PONGO: ¡Apresúrate!
BONGO: Así es. (Pausa corta) ¿Podrá perdonarse un crimen tan detestable?
Pausa corta.
PONGO: ¿Qué opinas de los sacerdotes que ocultan fusiles bajo sus sotanas?
BONGO: ¡Quinta columnistas! ¡Infiltrados que deben ser amonestados con sus
mismas armas!
PONGO: ¡Qué !
BONGO: No.
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Pausa corta.
BONGO: ¿Qué?
BONGO: ¿Quién?
PONGO: ¡Tú.!
PONGO: Por lo que veo, eres un gran bromista. ¡Límpiate la sangre de las
orejas!
BONGO: Gracias.
Entra Mongo.
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BONGO: (Aparte. A Mongo) ¡Un detective!. ¡Me atormenta con sus preguntas!.
MONGO: ¿Detective?
PONGO: Sí, señor. (Se acerca a Bongo. Le hace caricias burlonas en el rostro)
Di-vi-sión de ho-mi-ci-dios.
Pausa corta.
PONGO: ¡Unjú!
MONGO: Interesante.
MONGO: Esa palabra no existía hace cien años. Para ese entonces la iglesia
era milenaria.
BONGO: Mucho.
BONGO: Cansado.
MONGO: Le recomiendo una temporada a orillas del mar, así podrá olvidar el
desagradable suceso…
PONGO: Monzobispo.
MONGO: ¿Reconociendo?
MONGO: (Se sienta) ¡Ah, qué bella institución perdida! Ella ya habría arreglado
todo este engorroso asunto. (Pausa corta) Dices que vas a colocarle
esposas a mi discípulo. ¿No entiendes que si tal haces me las
colocarás también a mí, al Papa y al templo de San Pedro?
Pausa corta.
Pausa corta.
De nuevo el bolero.
PONGO: ¡He tenido que cumplir graves oficios en defensa de los potentados
flacos y sus esposas bellas y llego a mi hogar lleno de colores,
periquitos y aromas dulces!.
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PONGO: Botaras al basurero todos los potes de lavanda. Las colonias. Los
cuadros cursis que cuelgan de las paredes y los osos de peluche de
mis hijos.
Pongo se despereza.
Pausa.
BONGO: Erase que se era, un país donde los hombres nunca combatían,
porque existía en todas las puertas de las casas, un cura repitiendo
que el reino de Dios era para los humildes y tranquilos. Dominaba en
este país un dictador sangriento que, ante el temor de perder sus
privilegios, desató la guerra contra la ciudadanía y la perseguía y
perseguía. Asesinaba a hombres y mujeres en las Escuelas de
cadetes. Robaba los hijos de los perseguidos. A los jóvenes los
arrojaba vivos desde helicópteros, sobre el mar azul. Todas las calles
estaban tristes. Y en el interior de las casas la amargura era peor.
En el interior del país fue descubierta una cordillera de oro puro y
atraídos por tan admirable portento, llegaron a la región miles de
enviados que se descuartizaron los unos a los otros, a fin de lograr la
primacía en la explotación de tan vastos recursos. Vencieron las
famosas escuadrillas del Emperador Pecos Bill, quienes, advirtiendo
que los habitantes tenían intenciones de construir agradables
viviendas en las laderas de la cordillera aurífera, los raptaron,
instruyeron y armaron; para formar así los ejércitos invencibles que
custodian día y noche, con honor y fervor, las enormes carretas
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tiradas por bueyes, que arrastran el oro hasta los dominios del
emperador Pecos Bill.
PONGO: Fue esta mañana. La llaman ya, en los códigos militares, “La Batalla
de las Montañas Desiertas”. ¡Inolvidable gesta!
PONGO: ¡Y haciendo caso omiso del peligro, me arrojé sobre las poderosas
estructuras de barro y caña que guardaban a los sediciosos!.
PONGO: ¡Les pisé los cuerpos con mis elefantes y retorné a los cuarteles,
enarbolando como banderas los cadáveres aplastados!.
Fanfarria militar.
Surge Mongo con una banda de colores cruzándole el pecho. Se
acerca a Pongo que se cuadra. Abrazos. Aire de ceremonia.
PONGO: Gracias.
BONGO: ¡Una nube negra, que cubría únicamente mi casa, desató una
tormenta que reventó los cristales, espejos, copas y vasos!.
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Pausa corta.
Nuevo bolero.
Pongo hace girar a Bongo que se inclina como si recogiera una flor.
Caminan.
BONGO: Azul.
BONGO: Verdes.
PONGO: Porque el cielo es azul y los árboles verdes. Por eso, maricona.
BONGO: No lo creo.
BONGO: Te perdono.
MONGO: ¿Y eso?
MONGO: Hay quien dice que lo vio dándole el permiso para vivir bajo tierra.
MONGO: ¡Vaya, no podemos negar que es una gran jugada! (Sonríe. Estrecha
la mano de Pongo) Pero no les resultará. (Se adelanta) ¡Los
culpables de este acto pagarán las consecuencias hasta la cuarta
generación!.
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Bolero.
Pongo se dirige al ropero. Se despoja de la chaqueta militar y se
provee de un vestido de mujer. Bongo se adelanta con su vestidura
eclesiástica.
BONGO: (Suspira) Las cosas andan mal en la parroquia. A los feligreses les
cuesta llevar la mano a los bolsillos. La iglesia se cae. Sus paredes
se desconchan y desde hace varios años hace falta pintarla.
BONGO: Gracias por tu espontánea caridad. (Guarda los billetes. Se frota las
manos con energía) ¿Y bien? ¿Deseas para tu mujer un regalo
ajustado a tu fervor?
MONGO: No sé… (Pausa corta. Duda) Mi mujer usa los ungüentos de triple
efectividad preparados en los ritos del indio Paramaconi y sospecho
que el regalo que me sugiere no será bien recibido.
Pausa.
MONGO: No quise…
BONGO: Jamás nadie ha patrocinado el fervor mejor que yo. ¡Pongo a Dios
como testigo!
Mongo afirma.
Bolero.
Bongo se traslada a foro. Pongo se adelanta, muy femenina, y se
sienta en una de las sillas.
Bolero.
Bongo surge con una imagen de carácter siniestro. Pongo danza por
la escena.
PONGO: A cada uno de mis hijos les traerá una ballena para que jueguen en
el jardín. ¿Y a mí qué me obsequiará además de la alfombra? ¿Qué
será?
BONGO: ¡Apréndela de memoria y dila con fervor!. Si una oración no brota con
suficiente combustible no llega al cielo. La devoción es el
combustible.
BONGO: Claro, hijo. Mis plegarias harán que tu regalo sea bien recibido.
Bongo canta oración por lo bajo. Mongo sube sobre el banco. Pongo
se acerca a Mongo y simula confesarse.
BONGO: Tic-toc kirie eleison. La muerte para los sacerdotes alzados. La gloria
para la sumisión en los templos. Tic-toc.
Bolero.
Mongo levanta la imagen. Comienza a caminar, rápido, detrás de
Pongo. Bongo tras Mongo, gritos. Letanías. Pongo canta.
Silencio repentino.
MONGO: He caminado por todos los templos y santerías. Consulté a todos los
brujos, sacerdotes y espiritistas en relación a tu obsequio y aquí lo
traigo. Observa, ella es Santa Cataclísmica, patrona de las causas
perdidas.
PONGO: ¡Suena!.
PONGO: ¡Suena!
Bongo toma un gran trapo rojo lleno de aberturas y lo sitúa tras las
figuras de Pongo y Mongo, a manera de marco de sus acciones.
Pausa.
PONGO
BONGO Y
MONGO: Tic-tac-tic-toc.
PONGO: ¿Y tú?
PONGO: Deseo una caja de música y que cuando salga al jardín los
subversivos desaparezcan.
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Mongo se adelanta.
Bolero.
Pongo comienza a estremecerse y gemir. La luz se concentra sobre
sus movimientos. Bongo y Mongo terminan de vestir los trajes de
mujer y reiteran los gritos y gestos efectuados cuando fueron
muertos en su carácter de mujeres. Se calman. Se toman de la
mano. Agarran los vasos y copas. Beben. Decrece luz.
FIN