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TEMA 4. Wittgenstein
La teoría figurativa del significado en el Tractatus Logico-Philosophicus.
La distinción entre decir y mostrar y los límites del lenguaje
Tractatus Logico-Philosophicus
Escrito con un estilo muy sintético, en ocasiones oscuro, y carente de las divisiones
bibliográficas habituales en capítulos o epígrafes, el texto se organiza en bloques de
proposiciones numeradas correlativamente (los siete enunciados más importantes, con los
números del uno al siete, podrían corresponder a encabezamientos o títulos de capítulos, y
la idea principal que expresan va seguida en cada caso por párrafos de varios enunciados que
se numeran correlativamente y que pretenden desarrollar las ideas del número anterior: 1,
1.01, 1.012, ..., 2, 2.01, ... etc.). Las notas para esta obra, finalmente presentada como tesis
de habilitación en Cambridge, fueron escritas por Wittgenstein antes y durante la primera
guerra mundial, donde tomó parte tras haberse alistado como voluntario en el ejército
británico. Para estudiar su contenido es preciso tener en cuenta los diversos trabajos
preparatorios (el Prototractatus, cuadernos y anotaciones que se conservaron) y, sobre todo,
el contexto intelectual de problemas e ideas que unen a Wittgenstein con las filosofías de
Frege y Russell. También es preciso dejarse guiar por el trabajo de quienes se han
especializado en su estudio.
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Aunque no hay, como decíamos, una estructura manifiesta en el Tractatus, se han propuesto
algunas en un intento de facilitar la lectura y el estudio. Aquí podemos seguir la del profesor
H.-J. Glock (en A Wittgenstein Dictionary) y considerar que la obra contiene cuatro grandes
temas: (a) su teoría de la lógica, (b) la teoría figurativa del significado, (c) una discusión sobre
las ciencias y las matemáticas, y (d) una reflexión sobre lo que Wittgenstein llama “lo místico”.
1 – 2.063 Ontología del Tractatus. Que el libro comience introduciendo este tema se justifica
por una tesis central: la de que la representación (lenguaje o pensamiento) tiene que
ser isomórfica a lo representado (los hechos del mundo, la realidad).
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2.1 – 3.5 Teoría figurativa del significado. Ya en el prólogo de la obra, Wittgenstein declara
que quiere llegar a establecer la “forma general de la proposición”; y las proposiciones
son figuras (Bilder), tienen la capacidad de representar los hechos del mundo.
4 – 4.2 Tarea de la Filosofía. Puesto que la forma lógica de los hechos del mundo, que es la
forma lógica que comparten el lenguaje y la realidad, sólo puede manifestarse
mediante la forma lógica de proposiciones empíricas, la filosofía no puede consistir en
un cuerpo doctrinal de conocimiento expresado enunciativamente. Su tarea no puede
ser otra que la del análisis lógico del lenguaje.
4.21 – 5.641, 6.1 – 6.13 Teoría de la Lógica. La forma lógica de la proposición se obtiene
al mostrar, mediante el análisis, que las proposiciones complejas están construidas a
partir de combinaciones veritativo-funcionales de proposiciones elementales; las
constantes lógicas no representan ninguna relación ontológica real, y las
“proposiciones de la lógica” (Wittgenstein llama así a las formas lógicamente válidas)
son tautologías.
6 – 6.031, 6.2 – 6.241; 6.3 – 6.372 Matemáticas y Ciencias. Las proposiciones matemáticas se
deducen entre sí mediante operaciones lógicas (Wittgenstein comparte el enfoque
logicista de Frege). Las ciencias contienen elementos a priori que componen la red o
estructura de nuestra descripción del mundo.
6.53 y siguientes. Los límites de lo que puede decirse. (Su trazado lleva a Wittgenstein a la
conclusión paradójica de que todo lo que se ha dicho en el Tractatus está en el límite
exterior a lo que puede decirse con sentido, y lleva a la séptima proposición: “Sobre lo
que no se puede hablar, se debe guardar silencio”).
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Es importante tener presente que es la teoría figurativa del significado proposicional la que
da lugar, en el Tractatus, a una ontología atomista, a una teoría de la lógica y a una aclaración
de las proposiciones “místicas”. Esta es por tanto la tesis de la que nos vamos a ocupar
fundamentalmente, y estudiaremos otros aspectos en la medida en que ayuden a
comprenderla.
Ontología
Los cuadernos y las notas que acompañan al Tractatus permiten concluir que esta ontología
sólo la obtiene Wittgenstein a partir de la teoría de la lógica y del análisis lógico del lenguaje.
Es por tanto una conclusión o un corolario, aunque Wittgenstein la situara al comienzo. En el
Tractatus leemos:
El mundo consiste en todo lo que acontece, consta de todos los hechos que efectivamente
tienen lugar. Estos hechos que se dan en el mundo son complejos y pueden analizarse hasta
llegar a un nivel básico, el de los hechos elementales. Los hechos elementales consisten en
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Una convicción básica de Wittgenstein, compartida con Russell y que caracteriza al atomismo
lógico de ambos (aunque el primero nunca denominara así a su propia filosofía), es que los
hechos elementales son lógicamente independientes entre sí. Esto significa que el que un
hecho elemental acontezca no depende de algún otro hecho con el que el primero esté
relacionado. (Esta independencia lógica de los hechos elementales entre sí tiene una
traslación directa al lenguaje, porque entraña que las proposiciones que describen hechos
elementales también han de ser lógicamente independientes entre sí; es decir, la verdad o
falsedad de las proposiciones elementales se establece únicamente en función de que se den
o no los hechos correspondientes, pero no en función de ninguna relación inferencial o de
dependencia lógica entre proposiciones elementales).
Los objetos, que son la “sustancia del mundo”, se caracterizan por sus propiedades formales
o internas, que es su estructura interna: ésta consiste en la posibilidad, dada con la naturaleza
de cada objeto, de que éste presente determinadas propiedades o establezca determinadas
relaciones con algunos de los otros objetos. La estructura interna de un objeto determina,
por tanto, sus posibilidades de aparecer en determinadas configuraciones con otros objetos.
Las configuraciones que efectivamente tienen lugar constituyen el mundo, en tanto que
constituyen los hechos elementales que componen el mundo. Y cada realización concreta de
una posibilidad de las dadas con la forma de los objetos pasa a ser la estructura de un hecho
elemental.
Las configuraciones que no llegan a realizarse en hechos efectivos, pero que están dadas
como posibilidades con la estructura interna de los objetos, constituyen lo que el Tractatus
llama, en varias de las apariciones de este término, la realidad, entendida como realidad
posible –aunque Wittgenstein no es enteramente consistente con esta distinción, y así afirma
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también que “La realidad total es el mundo”. También aparece una distinción terminológica
entre hecho (Tatsache) y estado de cosas (Sachverhalt) que sugiere dos posibles
interpretaciones: la de que los estados de cosas sean los hechos elementales, y la de que los
estados de cosas sean posibles configuraciones de objetos de acuerdo con su forma lógica (de
acuerdo con su estructura interna o posibilidades de combinación), aunque no
necesariamente realizados efectivamente en el mundo. Ambas interpretaciones pueden
defenderse y discutirse a partir del texto de Wittgenstein, por lo que no nos ocuparemos
ahora de ello.
Serían relaciones externas aquéllas que parecen estar dadas con nuestra experiencia del
mundo y de las que hablan, en primera instancia, los enunciados descriptivos, en particular
los enunciados de las ciencias empíricas. Sólo un proceso de análisis permitiría alcanzar el
nivel básico de los objetos simples y sus relaciones. Puede pensarse, por ejemplo, en la tabla
periódica de los elementos como aproximación al tipo de cosas que podría haber en este nivel
básico. Pero, como recuerdan quienes han estudiado a Wittgenstein, no hay ejemplos de
objetos en el Tractatus, y ha sido tema de discusión y de interpretaciones diversas intentar
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La dificultad para hablar de este nivel de objetos y su estructura interna, como se pone de
manifiesto en 4.122, reside en que no hay otro nivel más básico o fundamental en términos
del cual describir o enunciar en qué consiste un hecho elemental, si no es describiendo o
enunciando ese hecho directamente mediante una proposición. Pero esto nos obliga a
avanzar en el estudio de la teoría de la representación que se presenta en el Tractatus, y que
se conoce como la teoría figurativa.
El análisis de todo enunciado con sentido finaliza en proposiciones elementales, cuyos únicos
componentes son símbolos semánticamente simples, o nombres, que refieren a los objetos
del mundo. En la proposición elemental los nombres están organizados o relacionados entre
sí de manera que representen o simbolicen o reflejen el modo en que los objetos se
relacionan entre sí en el mundo. Cada proposición elemental se puede poner en
correspondencia con un hecho elemental en el mundo, y esta correspondencia se establece
en un doble nivel: los nombres de la proposición nombran o refieren al objeto o los objetos
que componen el hecho, y los nombres se relacionan entre sí de alguna manera que
representa o simboliza la propiedad del objeto, o la relación de los objetos del hecho entre sí.
Esta es la tesis fundamental de la teoría figurativa del significado.
Lo que Wittgenstein en el Tractatus llama Satz, y que se ha traducido por proposición, son en
primer lugar enunciados lingüísticos, y ellos son el objeto de su teoría. Después aplicará el
mismo análisis al pensamiento. Lo que llama proposiciones elementales serían
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Puede entenderse que los términos forma, forma lógica y forma de figuración funcionan
como sinónimos en el Tractatus. Todos ellos remiten a las posibles maneras en que un grupo
de elementos pueden articularse u organizarse entre sí. Del lado de los hechos del mundo,
estos elementos son los objetos, con los que están dadas sus posibilidades de interrelación.
Del lado de la representación de esos hechos, es necesario que la representación o figura (el
término original en la lengua alemana del Tractatus es Bild) consista también en una
interrelación de elementos, de forma que se establezca una correspondencia uno-a-uno con
el hecho representado: a cada objeto del hecho le ha de corresponder un elemento de la
representación o figura; y al modo de interrelacionarse los objetos entre sí en el hecho ha de
corresponderle el modo en que los elementos aparecen interrelacionados entre sí en la
representación o figura.
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Que la figura no puede figurar su propia forma de figuración, que sólo la muestra, apunta a
una de las principales conclusiones de la teoría figurativa (volveremos sobre ello enseguida).
El espacio lógico estaría constituido por todas las posibles configuraciones de objetos en el
mundo, por todas las posibilidades dadas con la forma o estructura interna de los objetos. El
sentido es una propiedad de la representación, y consiste en aquello que permite proyectarla
sobre el mundo, poniéndola en correspondencia con los hechos del mundo. El sentido es
idéntico a las posibilidades veritativas, o condiciones de verdad, de la representación. Que no
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hay representaciones de hechos que puedan declararse verdaderas a priori es una convicción
de Wittgenstein que diferencia a su filosofía de otras concepciones filosóficas tradicionales, y
una convicción que le aproxima a Russell y a la tradición empirista.
Todo lo dicho hasta aquí acerca de la representación o la figura en general va poder aplicarse,
de forma inmediata y directa, al lenguaje. La transposición desde la figura o representación
en general al caso particular de las proposiciones lingüísticas (enunciados) se da en dos pasos:
se establece en primer lugar que también el pensamiento es figura o representación de los
hechos, y se observa en segundo lugar que el pensamiento se expresa en el lenguaje de
manera sensorio-perceptible, es decir, de manera perceptible por los sentidos. La misma
identidad de forma lógica que se requiere entre la representación y lo representado se
concluye ahora para los tres términos de esta relación: mundo, pensamiento y lenguaje han
de presentar una forma lógica idéntica, si es que, y sólo en la medida en que, las
representaciones del pensamiento y las proposiciones del lenguaje que las expresan sean o
puedan ser representación o figura de los hechos del mundo. (Esto significa que por
pensamiento Wittgenstein está entendiendo un pensamiento verbal o verbalizable, lo que
puede verse como una delimitación o restricción del concepto. Y, de la misma forma, el
fragmento de lenguaje al que atiende es un lenguaje enunciativo con la capacidad expresiva
de describir los hechos del mundo.)
La proposición 3.3 es una versión del principio del contexto de Frege (al que hemos aludido
muy brevemente), de acuerdo con el cual sólo es posible determinar la referencia de un
nombre cuando éste aparece en el contexto de un enunciado susceptible de ser verdadero o
falso. Lo que Wittgenstein llama aquí la trama de la proposición es algo ambiguo en el
Tractatus. En algunos puntos considera que la proposición elemental ha de constar de
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nombres concatenados, ha de consistir en una sucesión de nombres. Sugiere, con ello, que
las relaciones entre objetos han de venir simbolizadas o representadas también mediante
nombres. Pero en otros puntos, y esto es lo que mejor concuerda con la teoría figurativa,
afirma que las relaciones entre objetos han de venir simbolizadas o representadas mediante
relaciones o articulaciones entre los nombres. Sólo así puede verse la proposición como un
hecho, como un complejo de elementos articulados. (Sólo así puede entenderse también una
aparentemente paradójica y oscura proposición del Tractatus, la 3.1432, en la que afirma:
“No: ‘El signo complejo aRb dice que a está en la relación R con b, sino: que a está en una
determinada relación con b, dice que aRb”).
Una proposición consiste en una configuración o articulación de nombres, más una relación
proyectiva con un hecho en el mundo. Si el hecho se da efectivamente, la proposición es
verdadera. Cuando la proposición es falsa, ¿cuál es el hecho al que corresponde? La única
manera de resolver esta paradoja –que condujo a Russell a postular la existencia de hechos
negativos- es considerar, como parece haber hecho Wittgenstein, que con cada hecho
elemental pueden ponerse en correspondencia dos proposiciones elementales: una
verdadera y otra falsa, que representan el darse y no darse efectivo de ese hecho. Las
proposiciones elementales, cuando son falsas, están representando posibilidades dadas con
la forma lógica de la realidad, es decir, posibles configuraciones de objetos que, sin embargo,
no llegan a hacerse efectivas. En tanto que acordes con la forma lógica de la realidad, esas
proposiciones tienen sentido, es decir, posibilidades veritativas. Pero sólo proyectándolas
sobre los hechos del mundo puede llegar a establecerse su verdad o falsedad.
De esta forma, lo dicho antes sobre el espacio lógico y la identidad de forma lógica se puede
trasladar al ámbito del lenguaje:
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Esto explica también un aspecto “misterioso” del lenguaje: que podamos entender de un
enunciado que nunca antes hemos oído, y cuyo significado no nos ha sido explicado, sin tener
tampoco conocimiento o experiencia sobre el hecho representado:
(Esta misma observación ha dado lugar después, en el ámbito de la teoría lingüística, a afirmar
que el lenguaje humano se caracteriza por su productividad y sistematicidad, y a tratar de
explicar estas dos propiedades mediante el principio de composicionalidad que Frege exigía
para un lenguaje lógicamente perfecto. Sobre este ideal volvemos a hablar más abajo).
Las proposiciones compuestas o moleculares, que resultan de operar sobre las proposiciones
elementales por medio de las operaciones lógicas clásicas (negación, conjunción, disyunción,
condicional, cuantificación universal y existencial), son verdaderas o falsas en función de los
valores de verdad de las proposiciones elementales que contienen y del modo en que se haya
operado sobre ellas. Pero estas operaciones lógicas no representan ninguna relación
ontológicamente real entre los hechos del mundo. El mundo puede analizarse
completamente en hechos elementales, y las proposiciones elementales podrían llegar a
describir la totalidad de los hechos, por tanto de todo lo que acontece. En correspondencia
con este análisis, Wittgenstein cree poder haber llegado a la forma lógica de la proposición:
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(Wittgenstein utiliza en el Tractatus un simbolismo notacional que permite expresar todas las
operaciones veritativo-funcionales en términos de una única operación, la negación conjunta,
y crea el procedimiento de las tablas de verdad para calcular los valores de verdad de
proposiciones moleculares a partir de las asignaciones de valores de verdad a sus
componentes elementales. Una amplia sección del Tractatus está dedicado a desarrollar este
trabajo, aunque no vamos a tratar nada más de esto aquí).
Establecer qué proposiciones son verdaderas o falsas, ya lo hemos visto, es tarea de las
ciencias empíricas (lo que el Tractatus llama las ciencias naturales).
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Esta crítica al lenguaje natural, y a su forma gramatical externa, es afín a la que ya habíamos
visto formular a Frege y a Russell, y Wittgenstein se refiere explícitamente a sus análisis
previos -a través de los cuales, y mediante la creación de un simbolismo especial, aspiraban a
crear un lenguaje lógicamente perfecto:
3.325 En el lenguaje corriente sucede con singular frecuencia que la misma palabra
designa de modo y manera distintos –esto es, que pertenece a símbolos
diferentes-, o que dos palabras que designan de modo y manera distintos
son usados externamente de igual modo en la proposición (...) Surgen así las
confusiones más fundamentales (de las que está llena la filosofía entera).
3.35 Para eludir estos errores tenemos que usar un lenguaje sígnico que los
excluya, en la medida en que no use el mismo signo en símbolos distintos, ni
use externamente de igual manera signos que designan de modo diferente.
Un lenguaje sígnico, pues, que obedezca a la gramática lógica –a la sintaxis
lógica. – (La escritura conceptual de Frege y Russell es un lenguaje así, que,
no obstante, no excluye aún todos los errores).
Pero hay una diferencia fundamental respecto a Frege y Russell. Para Wittgenstein, el
lenguaje lógicamente perfecto no es algo que haya que postular o construir artificialmente,
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sino que el propio lenguaje natural ya es un lenguaje lógicamente perfecto, capaz de cumplir
mediante sus propios enunciados las fuertes exigencias que definían a aquél:
Que es así se sigue, con necesidad lógica, de la propia tesis que sostiene la teoría figurativa
del significado proposicional: la que afirma la identidad de forma lógica entre las
proposiciones del lenguaje y los hechos del mundo, en el nivel elemental o lógicamente
simple. Sólo así puede explicarse que podamos describir los hechos mediante nuestras
proposiciones, y que éstas puedan ser declaradas verdaderas (o falsas).
Pero queda entonces por explicar cuál es esta forma lógica, elusiva y no directamente
accesible, de la que depende sin embargo que podamos describir los hechos del mundo –lo
que, en efecto, podemos hacer.
Decir y mostrarse: Lo que podemos describir y lo que sólo se muestra en los límites del
lenguaje
Las condiciones que hacen posible la representación simbólica de los hechos del mundo en
general, y su descripción lingüística en particular, no pueden a su vez representarse o
describirse. Esta es la tesis fundamental que se expresa a través de la distinción conceptual
entre lo que se dice en el lenguaje, y lo que sólo puede mostrarse en sus límites. Y esta tesis
tiene consecuencias sobre cuáles otros ámbitos de la experiencia o de la vida quedan fuera
de lo expresable, es decir, de un lenguaje con sentido. Entre lo que no puede decirse mediante
proposiciones con sentido, es decir, con posibilidades veritativas, se incluye en el Tractatus
(la enumeración no es completamente exhaustiva, y la explicación sólo viene después):
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2.17 Lo que la figura ha de tener en común con la realidad, para poder figurarla a
su modo y manera –verdadera o falsamente- es su forma de figuración. – (...)
2.172 Su forma de figuración, sin embargo, la figura no puede figurarla; la exhibe.
2.173 La figura representa su objeto desde fuera (su punto de vista es su forma de
representación), y con ello la figura representa su objeto verdadera o
falsamente.
2.174 La figura no puede, no obstante, situarse fuera de su forma de
representación.
− La identidad de forma lógica entre el lenguaje (las proposiciones) y la realidad (los hechos)
(4.041, 4.12 y sig.)
− El significado de los signos y el sentido de las proposiciones (3.33 y sig., 4.126; 4.022)
3.332 Ninguna proposición puede afirmar algo sobre sí misma, pues el signo
proposicional no puede estar contenido en sí mismo (esta es toda la “Teoría
de tipos”)
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− Las relaciones lógicas entre proposiciones (pues no hay reglas de inferencia lógica
formando parte de la forma lógica de la realidad; las operaciones lógicas no representan
relaciones ontológicamente reales). (5.12-5.132, 6.1221)
− La categoría lógico-sintáctica a la que pertenecen los signos. Las categorías con que se
intenta describir la sintaxis lógica, que el Tractatus llama “conceptos formales”, son sólo
conceptos aparentes (4.126)
4.126 (...) Que algo cae bajo un concepto formal como su objeto no puede
expresarse mediante una proposición. Antes bien, se muestra en el propio
signo de ese objeto. (El nombre muestra que designa un objeto; el signo
numérico, que designa un número, etc.)
− Los límites del lenguaje, que son también los límites del pensamiento y del mundo
(5.5561, 5.6 y sig., 6.124).
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que rebasar los límites del mundo: como si pudiera contemplar estos límites
también desde el lado de fuera.
Lo que no podemos pensar, no podemos pensarlo; por tanto, tampoco
podemos decir lo que no podemos pensar.
La resistencia de Wittgenstein a aceptar que podamos describir la forma lógica, o las reglas
de la sintaxis lógica, o la identidad de estructura lógica entre una proposición y un hecho
elemental, responde a una convicción a la que parece haber llegado por un razonamiento
lógico. En primer lugar, y como acabamos de ver (especialmente en 2.172, 2.174 y 3.332), las
proposiciones elementales que describen los hechos del mundo no son, al mismo tiempo,
descripciones de sí mismas, no se describen a sí mismas en su relación proyectiva con ese
hecho: llegamos al hecho descrito directamente, por decirlo así, a través de la comprensión
de la propia proposición. Esta comprensión no se obtiene a través de alguna descripción
añadida, que acompañe a la proposición, y que diga de qué manera sus elementos entran en
relación con los elementos del hecho por ella figurado.
Podríamos pensar, con Russell y contra Wittgenstein, que es posible sin embargo construir un
segundo lenguaje, de un orden superior al nivel de las proposiciones elementales (llamémosle
Lenguaje-1), en el que poder describir esa relación proyectiva entre las proposiciones
elementales y los hechos del mundo. (Sería un lenguaje que incluiría el tipo de categorías o
“conceptos formales” al que se refiere 4.126, por ejemplo). Pero también es un razonamiento
lógico el que muestra que esta posibilidad es un sinsentido: para poder llevar a cabo esta
descripción, tendríamos que suponer la capacidad figurativa del lenguaje de orden superior
que estamos introduciendo (nuestro Lenguaje-1). Pero su capacidad figurativa o expresiva,
en sí misma considerada, sólo estaría presupuesta, y para buscar una descripción que la
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justificara, y siguiendo el mismo método iniciado, tendríamos que ascender a otro nivel
superior de lenguaje (llamémosle Lenguaje-2), desde el que describir el primer lenguaje de
orden superior (o Lenguaje-1). Y es fácil ver que esta ascensión nos obligaría a una regresión
al infinito en la que, en cada nivel, tendríamos que suponer la capacidad figurativa del
lenguaje que describe o representa el nivel inmediatamente inferior. Esto, en términos de la
teoría figurativa del Tractatus, equivale a decir: tendríamos que suponer la identidad de
forma lógica entre los dos niveles de lenguaje, el inmediatamente superior y el
inmediatamente inferior. Pero, y en última instancia, toda la construcción (semejante a la
llevada a cabo en la teoría de tipos de Russell, a la que Wittgenstein se refiere en 3.332) no
conduciría a nada fundamental: la capacidad figurativa del lenguaje dependería de las
relaciones proyectivas que efectivamente se encuentren ya dadas en el nivel de las
proposiciones elementales, sin que toda la construcción de niveles de lenguaje haya llegado
a proporcionar más garantía de esto que la que ya encontrábamos en la comprensión de las
proposiciones elementales y de sus posibilidades veritativas.
El intento de describir los límites del sentido “desde fuera”, diciendo lo que no tiene sentido,
conduce también a una paradoja: si la proposición que pretende describir el sinsentido tiene
sentido ella misma, entonces es que su estructura se corresponde con una posibilidad dada
con la forma lógica de la realidad y, por esto mismo, no estaba después de todo enunciando
un sinsentido, y no era ilógica, sino que enunciaba una posibilidad incluida en la forma lógica
del lenguaje y del mundo. O, en otro caso, la proposición que enuncia el sinsentido es ella
misma sinsentido, en cuyo caso no está enunciando ni describiendo nada.
Este es el punto de vista de la teoría figurativa: si se acepta la tesis de que sólo puede tener
sentido una proposición cuya estructura concierte con la forma lógica del mundo, el límite de
lo que puede decirse con sentido (con posibilidades veritativas) se alcanza cuando hayamos
formado todas las posibles proposiciones con sentido, es decir, cuando hayamos formado
todas las proposiciones que se corresponden con una posibilidad dada con esa forma lógica
del mundo (que es idéntica a la forma lógica del pensamiento y el lenguaje).
No son proposiciones con sentido (con posibilidades veritativas) las proposiciones que hablan
de valores inefables, como las de la ética (que atribuyen valor a las acciones humanas), las de
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la estética (que atribuyen valor a los productos de la actividad humana), o las que hablan de
valores trascendentes (“lo místico”). Pero tampoco pueden ponerse en correspondencia con
los hechos del mundo las proposiciones que quieren describir esa correspondencia entre
otras proposiciones, las proposiciones elementales, y los últimos elementos de los hechos del
mundo. (Pues, como veíamos, conducen a una regresión paradójica al infinito en la que la
capacidad figurativa del lenguaje tiene que estar ya presupuesta en el nivel que se quiere
describir o fundamentar).
“La lógica es trascendental” (6.13) porque la identidad de forma lógica, que no podemos
conocer en el sentido de hacerla accesible explícitamente mediante alguna descripción, tiene
que poder estar dada, sin embargo, si es que el lenguaje natural ha de poder describir los
hechos del mundo. Y, puesto que es así, puesto que podemos describir con nuestros
enunciados estos hechos, es preciso igualmente que supongamos cumplidas en el lenguaje
las condiciones que hacen posible esta capacidad expresiva. Es la investigación sobre las
condiciones de posibilidad de un lenguaje con sentido, es decir, de una descripción lingüística
de los hechos del mundo, lo que nos lleva a concluir con Wittgenstein que esa
correspondencia esencial, en el nivel lógicamente simple de los últimos constituyentes del
lenguaje y del mundo, tiene que estar antecedentemente dada. (Y esta correlación esencial
de forma lógica tiene que tener algún sujeto lógico, al que el Tractatus identifica como “el Yo
del Solipsismo” (5.64) o con el Yo que establece los límites del lenguaje y del mundo –pues
los sujetos empíricos, reales, sólo podemos presuponer ya dada una forma lógica en nuestro
pensamiento y nuestro lenguaje que nos permite representarnos y describir los hechos del
mundo).
Comentario final
Frente a Wittgenstein, y adoptando una perspectiva crítica, podríamos decir que la teoría
figurativa descansa sobre una convicción filosófica: la de que es posible llegar a un gran
modelo de la realidad, que sería el dado por una descripción exhaustiva y verdadera de todos
los hechos del mundo a través de la descripción de los hechos elementales que los componen.
(Este mismo gran modelo expresado en el lenguaje se encontraría en nuestro pensamiento,
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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED
en tanto que constituido por nuestras representaciones lógicamente simples de esa misma
realidad). Esta convicción lleva al corolario de que tiene que haber una estructura esencial en
el lenguaje, correlativa con la estructura ontológica de los hechos del mundo, que permanece
oculta bajo la gramática externa pero que un análisis lógico –el único análisis lógico correcto:
“Una proposición tiene un y sólo un análisis completo”, 3.25- podría aproximar, al
conducirnos hasta el nivel lógicamente simple de las proposiciones y los hechos elementales.
Que no hay una estructura esencial “oculta” en el lenguaje, ni un único análisis que pueda
efectuarse correctamente sobre las proposiciones y los hechos, es la convicción a la que
Wittgenstein fue llegando después y manifestó con claridad en sus escritos posteriores, muy
en especial en las Investigaciones Filosóficas. (También puso en cuestión, poco después de
haber escrito el Tractatus, su atomismo lógico de hechos elementales lógicamente
independientes, al verse confrontado con el “problema de la exclusión de los colores”). Cabría
preguntarse entonces si la teoría figurativa del significado que se presenta en el Tractatus
deja de tener validez o vigencia, en el momento mismo en que se renuncia a la convicción
filosófica sobre cuya base se pudo llegar a formular.
El intento de defender la teoría figurativa ha llevado a distinguir dos teorías distintas, que
Wittgenstein no habría llegado a diferenciar: una teoría ontológica del lenguaje,
comprometida con las tesis que acaban de enunciarse, y una teoría del significado
proposicional que prescinde de ese compromiso, pero que continúa defendiendo que es
posible analizar el significado de los enunciados, localmente, de acuerdo con las indicaciones
básicas del Tractatus –aunque sin postular un último nivel de análisis. Esta segunda
perspectiva propone utilizar, metodológicamente, las herramientas de la teoría de modelos y
la lógica formal para analizar la estructura semántica y lógica de los enunciados y otras
expresiones lingüísticas, con el fin de describir a continuación algún procedimiento que
permita asignar contenido de significado de forma sistemática a estas expresiones, en función
precisamente de su estructura semántica y lógica. Puede considerarse que el programa de la
primera filosofía analítica compartido por Frege, Russell y Wittgenstein, y que les impulsó a
preguntarse por la forma lógica o estructura semántica de las expresiones del lenguaje natural
como algo distinto de su gramática aparente, ha encontrado una clara recuperación en las
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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED
Cristina Corredor
Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia
UNED
Nota bibliográfica
Hay tres traducciones al castellano del Tractatus: la ya histórica de E. Tierno Galván en Alianza
Editorial y hoy descatalogada, la posterior de J. Muñoz e I. Reguera también en la misma
editorial, y la de L.M. Valdés Villanueva en Tecnos. De todas ellas, es la segunda la más
aconsejable; de la última citada puede consultarse la muy útil introducción del profesor
Valdés Villanueva. Las tres traducciones tienen el inconveniente de haberse hecho en gran
medida a partir de la traducción inglesa, y sigue faltando una buena traducción de esta obra
al castellano.
En la dirección:
http://www.tractatus.hochholzer.info/index.php?site=main
se tiene acceso, en hipertexto, al texto completo del Tractatus en su versión original alemana.
En la dirección:
http://www.kfs.org/~jonathan/witt/tlph.html
se puede encontrar, también en hipertexto, la traducción al inglés debida a C.K. Odgen, con
la Introducción de Russell.
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