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PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

TEXTOS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA SEMANA SANTA


CICLO B

Departamento Diocesano de Liturgia


Diócesis de la Inmaculada Concepción de Loja

1
INTRODUCCIÓN

La Semana Santa que es el culmen del año litúrgico la volveremos a vivir este año en
nuestra comunidades cristianas. El departamento de liturgia les ofrece este sencillo folleto
que contiene las celebraciones correspondientes al ciclo B de estos días santos. Pues es
necesaria una participación más activa y consciente, para ello, el uso de este subsidio nos
puede ayudar a vivir de una manera más adecuada las diversas celebraciones de estos días.

En este folleto encontraran los textos de las celebraciones que pide la Iglesia, así como el
Via Crucis, la Hora Santa, y sermón de las Siete Palabras y el Descendimiento del Señor.
Además, hemos puesto un esquema de la celebración de la Palabra, que puede resultar muy
útil a los laicos misioneros que en estos días compartieran la Semana Mayor en alguna
comunidad rural.

Esperamos que este material sea de provecho para todos aquellos que quieren vivir con
mayor intensidad estos días, y que podamos participar más activamente de las
celebraciones de la Semana Santa.

P. Luis Marcelo Enríquez M.


Director de Pastoral litúrgica

3
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado,
sepultado y resucitado, el cual entrando en Jerusalén dio un anuncio profético de su poder (CO 263). En este
día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo a la Ciudad Santa, por esta razón, en todas las misas se hace
memoria de esta entrada del Señor; esta memoria se hace o bien por la procesión o entrada solemne antes de
la misa principal, o bien por la entrada simple antes de las misas restantes.
Los fieles llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey.
Habiendo enseñado el Apóstol: «Si sufrimos con él, también con él seremos glorificados» 1,el nexo entre
ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día (CO
263).

LO QUE SE DEBE PREPARAR

En la sacristía:
– Alba & cíngulo.
– Estola & Casulla de color rojo.
– Albas para los ministros2.

En el lugar de la procesión:
– Cruz alta.
– Dos cirios.
– Turiferario & naveta & incienso.
– Agua bendita.
– Misal Romano, que contenga los ritos a celebrarse antes de la procesión.
– Leccionario, que contenga el Evangelio que se debe proclamar, puede ser el
mismo Misal.
– Megáfono.

CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA DEL SEÑOR EN JERUSALÉN3


Primera Forma:
Procesión
A la hora señalada se reúnen todos los fieles en una iglesia menor o en otro lugar apto fuera de la Iglesia
hacia la cual se va a dirigir la procesión. Los fieles llevan en sus manos los ramos4.
El Sacerdote y el diácono –si lo hay–, revestidos con los ornamentos rojos que se requieren para la
celebración de la Misa, se dirigen al lugar en donde se ha congregado el pueblo. El Sacerdote, en lugar de
casulla, puede llevar capa pluvial, que se quitará una vez acabada la procesión.
Mientras los ministros llegan al lugar de la reunión, se puede cantar la siguiente antífona u otro canto
apropiado: (Jesucristo reina, reina ya; Dios es mi Rey)

ANTÍFONA. Mt 21,9.

Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel.
¡Hosanna en el cielo!

1
Rm 8,17.
2
Llamados también «acólitos» o «monaguillos».
3
Nuevo Misal Popular Iberoamericano, tomo I, Eunsa, Pamplona, 2003, 551.
4
No es necesario que sean «ramos», también pueden ser otras ramas como de Eucalipto u otro árbol o planta.

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Terminado el canto, el sacerdote de pie y de cara al pueblo, dice:
V. En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Después saluda al pueblo diciendo:

V. La paz del Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu.

Luego hace una breve monición, en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la
celebración de este día. La puede hacer con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de


la Cuaresma, con obras de penitencia y de caridad, nos reunimos hoy para iniciar con toda
la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo, es decir, su pasión
y su resurrección.
Para consumar este misterio Él mismo hizo su entrada a Jerusalén, su ciudad. Por eso,
conmemorando con fe y devoción esta entrada salvífica, sigamos al Señor para que,
participando por la gracia de los frutos de su cruz, tengamos también parte en su
resurrección y en su vida.

BENDICIÓN DE LOS RAMOS

Después de la monición, el sacerdote dice una de las siguientes oraciones, con las manos extendidas:

Oremos:

Dios Todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición + estos ramos, para que nosotros,
que seguimos exultantes a Cristo Rey, podamos llegar, por Él, a la Jerusalén eterna. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén

R. Amén.

Seguidamente el sacerdote, sin decir nada, rocía con agua bendita los ramos. Antes de la proclamación del
Evangelio, el sacerdote puede distribuir ramos a los concelebrantes –si los hubiere–, a los ministrantes,
religiosas y a algunos fieles. Él por su parte, recibe del diácono u otra persona el ramo que le ha sido
preparado.

En seguida el sacerdote pone incienso en el incensario, bendice al diácono que va a proclamar el Evangelio,
recibe su ramo que tiene en su mano durante la proclamación del Evangelio. En el caso de que no haya
diácono, él debe hacer la proclamación del Evangelio. El Evangelio se lee en la forma habitual.

V. El Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu.
V. Lectura del Santo Evangelio según san Marcos 11, 1-10.

Cuando Jesús y los suyos iban camino a Jerusalén, Betfagé y Betania, cerca del monte de
los olivos, les dijo a dos de sus discípulos: “Vayan al pueblo que ven allí en frente al entrar,
encontrarán amarrado un burro que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganmelo. Si

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alguien les pregunta porque lo hacen contéstenle: “El Señor lo necesita y lo devolverá
pronto”.
Fueron y encontraron al burro en la calle atado a una puerta, y lo desamarraron. Algunos de
los que allí estaban les preguntaron: “¿Por qué sueltan al burro?” Ellos le contestaron lo que
había dicho Jesús y ya nadie los molestó.
Se llevaron al burro, le echaron encima los mantos y Jesús montó en él. Muchos extendían
su manto en el camino y otros lo tapizaban con ramas cortadas en el campo. Los que iban
delante de Jesús y los que lo seguían, iban gritando vivas: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el reino de nuestro padre David!
¡Hosanna en el cielo!”. Palabra del Señor

Después del Evangelio, si se juzga oportuno se puede hacer una homilía. Antes de la procesión el
sacerdote, u otro ministro idóneo, puede hacer una monición con estás o semejantes palabras:

Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús, acompañemos también nosotros con


júbilo al Señor.

Y comienza la procesión hacia la Iglesia donde se va a celebrar la Misa. Si se emplea el incienso va adelante
el turiferario con el incensario, seguidamente el que lleva la cruz adornada, en medio de dos ministrantes con
cirios encendidos. A continuación el sacerdote con los ministros, y por último, los fieles, que llevan los ramos
en las manos. (En algunas parroquias es tradicional que el sacerdote vaya montado en un asno, esta
costumbre se la puede seguir haciendo). Durante la procesión, los cantores, junto con el pueblo, cantan los
siguientes cantos u otros apropiados. (Canto: Cristo es mi Rey; Un pueblo que camina por el mundo;
Jesucristo reina, reina ya)

EL SACERDOTE EN EL PRESBITERIO

Cuando ha llegado al altar, el sacerdote lo venera, lo inciensa y va a la sede, y, omitiendo los demás ritos,
dice la oración colecta de la misa. Dicha esta oración, la misa continúa como de costumbre.

MISA

Después de la procesión o de la entrada solemne, el sacerdote comienza la misa con la oración colecta como
lo habíamos indicado.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, por cuya voluntad nuestro Salvador se hizo hombre y murió en
la Cruz para dar al género humano ejemplo de humildad, concédenos, en tu bondad, que
aprendamos las enseñanzas de su pasión y merezcamos participar de su resurrección. Por
nuestro Señor Jesucristo.
La misa de este Domingo tiene tres lecturas, y es muy recomendable que se lean las tres, a no ser que algún
motivo pastoral aconseje lo contrario. Dada la importancia de la lectura de la historia de la pasión del
Señor, el sacerdote, teniendo en cuenta la índole peculiar de cada asamblea en concreto, podrá leer, si es
necesario, una sola de las dos lecturas que preceden al Evangelio, o bien leer únicamente la historia de la
pasión, incluso en su forma más breve.

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PRIMERA LECTURA

Lectura del Libro de Isaías 50, 4–7.

En aquel entonces, dijo Isaías: «El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda
confortar al abatido con palabras de aliento. Mañana tras mañana, el Señor despierta mi
oído, para que escuche yo, como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y
yo no he puesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y
salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi
rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado». Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal 21, 8–9. 17–18a. 19–20. 23–24.

V. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Todos los que me ven, de mí ser burlan; me hacen gestos y dicen: «Confiaba en el Señor,
pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre».

Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han
taladrado y se pueden contar todos mis huesos.

Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor, auxilio mío, ven
y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor,
alábenlo; glorifícalo, linaje de Jacob; témelo, estirpe de Israel.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6–11.

Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición
divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y
se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por
obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre
todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de
Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan
públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios.

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

V. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.


Cristo, se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de
cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre.
V. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

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EVANGELIO

Para la lectura de la Pasión del Señor no se llevan ni cirios ni incienso, ni se hace al principio la salutación
habitual, ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o si falta éste, el mismo celebrante. Pero
también puede ser proclamada por lectores laicos, reservando al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.
El diácono, pero no los otros lectores, pide la bendición al sacerdote, antes de proclamar la Pasión, como se
acostumbra antes del Evangelio. Terminada la pasión, si se juzga oportuno, puede hacerse una breve
homilía. También puede guardarse un tiempo breve de silencio.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47.

C.- Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas
andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían:

S.- “Durante la fiesta no, porque el pueblo podría amotinarse”.

C.- Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una
mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el
perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:

S.- “¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos
denarios para dárselo a los pobres”.

C.- Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó:

+.- “Déjenla. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los
pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no
me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo
para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el
Evangelio, se recordará en su honor lo que ella ha hecho conmigo”.

C.- Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a
Jesús. Al oirlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando una buena
ocasión para entregarlo. El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:

S.- “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Pascua?”.

C.- Él les dijo a dos de ellos:

+.- “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y
díganle al dueño de la casa en donde entre: «El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la
habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» El les enseñará una sala
grande en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena”.

C.- Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho
y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando sentado a la
mesa, cenando, les dijo:

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+.- “Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a
entregar”.

C.- Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

S.- “¿Soy yo?”

C.- Él respondió:

+.- “Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del
hombre va a morir, como está escrito: pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!
¡Más le valiera no haber nacido!”.

C.- Mientras cenaba, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus
discípulos, diciendo:

+.- “Tomen: esto es mi cuerpo”.

C.- Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dió,
todos bebieron y les dijo:

+.- “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que
no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de
Dios”.

C.- Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo:

+.- “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: «Heriré al Pastor
y se dispersarán las ovejas»; pero cuando resucite, iré por delante de ustedes a Galilea”.

C.- Pedro replicó:

S.- “Aunque todos se escandalicen, yo no”.

C.- Jesús le contestó:

+.- “Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me
negarás tres”.

C.- Pero él insitía:

S.- “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.

C.- Y los demás decían lo mismo. Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús
dijo a sus discípulos:

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+.- “Siéntense aquí mientras hago oración”.

C.- Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustía, y les dijo:

+.- “Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando”.

C.- Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que si era posible, se alejara de él
aquella hora. Decía:

+.- “Padre, Tú lo puedes todo: aparta de Mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo
quiero, sino lo que Tú quieres”.

C.- Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

+.- “Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora? Velen y oren, para que no
caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil”.

C.- De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió una y otra
vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué
contestarle. Él les dijo:

+.- “Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca
el traidor”.

C.- Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente
con espadas y palos, enviada por los sacerdotes y los escribas y los ancianos. El traidor les
había dado una contraseña, diciéndoles:

S.- “Al que yo bese, ése es. Deténganlo y llévenselo bien sujeto”.

C.- Luego se acercó y le dijo:

S.- Maestro.

C.- Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó
la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la
palabra y les dijo:

+.- “¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido?
Todos los días he estado entre ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pues
así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras”.

C.- Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más
con una sábana, y lo detuvieron; pero él soltó la sábana y se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los
escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo y se sentó con los criados, cerca de la

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lumbre, para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una
acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque muchos
presentaban falsas acusaciones contra Él, los testimonios no concordaban. Hubo unos que
se pusieron de pie y dijeron:

S.- “Nosotros le hemos oido decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en
tres días construiré otro, no edificado por hombres»”.

C.- Pero aún ni en esto concordaba su testimonio. Entonces el sumo sacerdote se puso de
pie y le preguntó a Jesús:

S.- “¿No tienes nada que responder ante estas acusaciones?”

C.- Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar:

S.- “¿Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?”.

C.- Jesús contestó:

+.- “Sí, lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del hombre está sentado a la derecha del
Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del cielo”.

C.- El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando:

S.-“ ¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les
parece?”.

C.- Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la


cara, lo abofeteaban y le decían:

S.- “Adivina quién fue”.

C.- Y los criados le daban también bofetadas. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el
patio. Llegó una criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente
y le dijo:

S.-“Tú también andabas con Jesús Nazareno”.

C.- Él lo negó, diciendo:

S.-“Ni sé ni entiendo lo que quieres decir”.

C.- Salió afuera a un zagúan, y un gallo cantó. La criada al verlo, se puso de nuevo a decir a
los presentes:

S.- “Ese es uno de ellos”

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C.- Pero él lo volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:

S.-“Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo”.

C.- Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S.- “No conozco a ese hombre del que hablan”.

C.- Enseguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que
había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres», y
rompió a llorar. Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos,
los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo
entregaron a Pilato. Este le preguntó:

S.- ¿Eres tú el rey de los judíos?.

C.- Él respondió:

+.- Sí lo soy.

C.- Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S.- “¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan”

C.- Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado. Durante la
fiesta de pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la
cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín.
Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo:

S.- ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?

C.- Porque sabía que los sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos
sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrrabás. Pilato les volvió a
preguntar:

S.- ¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?

C.- Ellos gritaron:

S.- ¡Crucifícalo!

C.- Pilato les dijo:

S.- Pues, ¿qué mal ha hecho?

C.- Ellos gritaron más fuerte:

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S.- ¡Crucifícalo!

C.- Pilato queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
mandarlo a azotar, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al
interior del palacio, al pretorio y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de
color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a
burlarse de Él, dirigiéndole este saludo:

S.- ¡Viva el rey de los judíos!.

C.- Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban
ante Él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su
ropa y lo sacaron para crucificarlo. Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que
pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y
llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir «lugar de la Calvera»). Le ofrecieron vino con
mirra, pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para
ver qué le tocaba a cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la
acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a
su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Fue contado entre
los malechores». Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole:

S.- “¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y
baja de la cruz”.

C.- Los sumos sacerdotes se burlaban también de Él y le decían:

S.-“Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de
Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”

C.- Hasta los que estaban crucificados con Él y también lo insultaban. Al llegar la
mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres,
Jesús gritó con voz potente:

+.- “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?.

C.- (Que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los
presentes, al oirlo, decían:

S.- “Miren, está llamando a Elías.

C.- Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para
que bebiera, diciendo:

S.- Vamos a ver si viene Elías a bajarlo.

C.- Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

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Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.

C.- Entonces el velo del templo se rasgo en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que
estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo:

S.- De veras este hombre era el Hijo de Dios.

C.- Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas,
María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor y de José) y Salomé, que cuando
Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas, otras muchas que
habían venido con Él a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera
del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba
el Reino de Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se
extrañó de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si hacía mucho tiempo
que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Este compró una
sábana, bajó el cadaver, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en
una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre
de José, se fijaron en dónde lo ponían. Palabra del Señor.

HOMILÍA

Después de la lectura del Evangelio es oportuno hacer una breve homilía, la misma que puede ser con estas
palabras.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Oremos a Dios y supliquémosle que, por la pasión de su Hijo, sea misericordioso con
nosotros y con toda la humanidad. Respondemos diciendo:
ESCÚCHA, SEÑOR, NUESTRA ORACIÓN.

1. Para que la Iglesia ayude a sus hijos a reconocer a Jesús como el único Rey de reyes
y Señor de señores, y lo acojamos con un corazón bien dispuesto, para celebrar
durante estos días el misterio de su Pascua. OREMOS:

2. Para que los hombres y mujeres de todo lugar, por los que Cristo se entregó a la
muerte, se sientan movidos a buscar a Dios sinceramente y a ser obedientes a su
voluntad. OREMOS:

3. Para que todos los que sufren encuentren el verdadero consuelo en Cristo, el médico
de los cuerpos y de las almas. OREMOS:

4. Para que todos los cristianos participemos activamente en todas las celebraciones de
esta semana y así nos dispongamos a renovar nuestro compromiso con Dios y la
sociedad. OREMOS:

1
5. Para que los que participamos de esta Eucaristía podamos ser fieles discípulos de
Jesús y no solo de palabra, sino que pongamos en practica lo que Dios nos pide.
Oremos:

Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo, por tu bondad, y haz que los creemos en Cristo se
ofreció libremente a ti como una víctima sin mancha, seamos dignos de ofrecerte también
nuestro corazón arrepentido. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Por la pasión gloriosa de tu Unigénito llegue pronto, Señor, a nosotros tu perdón; y, aunque
nuestras obras no lo merezcan, que la mediación de este sacrificio único nos haga recibir tu
misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN Mt 26, 42.

Padre, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Alimentados con este santo sacrificio, te pedimos suplicantes, Señor, que, así como por la
muerte de tu Hijo fortaleciste en nosotros la esperanza de obtener cuanto la fe nos promete,
nos concedas, por su resurrección, la plena posesión de la gloria que anhelamos. Por
Jesucristo, nuestro Señor.

Seguidamente si es necesario se dan los avisos pertinentes sobre todo, los horarios y lugares de las demás
celebraciones respecto a estos días santos. Una vez dados los respectivos avisos, se da la bendición final.

RITO DE CONCLUSIÓN

V. El Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu.
V. La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda
sobre ustedes.
R. Amén.
V. Pueden ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.

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LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTOS

Estos días son importantes, para la preparación inmediata a la celebración del Triduo Pascual. Dicha
preparación se lo puede hacer mediante la Confesión sacramental, pero también es un momento propicio
para que los misioneros visiten las casas de los enfermos y en las reuniones en las zonas rurales se vayan
preparando las diversas celebraciones de estos días. Proponemos las lecturas que la Liturgia utiliza en estos
días. También es aconsejable el rezo de la Liturgia de las Horas con toda la Comunidad.

LUNES SANTO

Misa: Propia, Prefacio II de la Pasión del Señor;


Lect: Is 42, 1-7/ Sal 26/ Jn 12, 1-11;
LH: Lunes II semana; Oficio de feria.

MARTES SANTO

Misa: Propia, Prefacio II de la Pasión del Señor;


Lect: Is 49, 1-6/Sal 70/Jn 13, 21-33.36-38;
LH: Martes II semana; Oficio de feria.

MIÉRCOLES SANTO

Misa: Propia, Prefacio II de la Pasión del Señor;


Lect: Is 50, 4-9/Sal 68/Mt 26, 14-25;
LH: Miércoles II semana; Oficio de la feria

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SANTO TRIDUO PASCUAL

El santo Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo es el punto culminante de
todo el año litúrgico, «ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la perfecta
glorificación de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte
y, resucitando, restauró la vida»5.

Téngase como sagrado el ayuno pascual, el viernes de la Pasión y Muerte del Señor ha de celebrarse en
todas partes, y aun extenderse, según las circunstancias, al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al
gozo del domingo de Resurrección con elevación y apertura del espíritu6(CO 274).

Durante el Triduo, la Iglesia conmemora los grandes acontecimientos que jalonaron los últimos días del
Señor, y nos invita a celebrar los misterios de nuestra redención. La bienaventurada Pasión y Resurrección
del Señor se hará sacramentalmente presente en los oficios litúrgicos, de gran belleza, de modo que los fieles
puedan renovar su vocación cristiana en el costado abierto de Jesús, fuente de la vida del mundo y de la
Iglesia.

La praxis litúrgica actual de la Iglesia romana considera que el Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección
del Señor da comienzo la tarde del Jueves Santo, con la Misa «in Cena Domini», culmina en la Vigilia de la
Pascua y se cierra con las vísperas del Domingo de Resurrección. Los colores litúrgicos del Triduo son el
blanco para el Jueves y Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección; y rojo para el Viernes Santo. La Vigilia
Pascual debe comenzar después de caída la noche –no antes de las ocho de la noche– y después de despuntar
el día.

JUEVES SANTO:

Misa in Cena Domini

LO QUE SE DEBE PREPARAR

En la sacristía:

– Alba & cíngulo.


– Estola & Casulla de color blanco.
– Albas para los ministrantes.
– Cruz alta.
– Dos cirios.
– Turiferario & naveta, con incienso.

En la credencia:

– Cáliz & copones (es recomendable consagrar suficientes hostias para hoy y
mañana).
– Vino & agua.
– Bandeja & jarra de agua.
– Dos toallas & jabón.

5
Cfr. Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario 18. Cfr. Nuevo
Misal Popular Iberoamericano, tomo I, Eunsa, Pamplona 2003, 599.
6
Ceremonial de los Obispos, Consejo Episcopal Latinoamericano – CELAM, Divinni Editorial Ltda, Bogotá
1997, 140.

1
– Paño de hombros.
– Misal Romano.
– Leccionario, en el ambón.

Si se va a hacer el rito del «lavatorio de los pies»:

– Albas para los que harán de apóstoles.

En el altar de la reposición:

– Un sagrario vacío.
– Suficientes flores que adornen el lugar.
– Cirios o velas encendidas desde el momento de la reposición.
– Un reclinatorio para el sacerdote.
– Un número adecuado de bancas o asientos girados hacia el sagrario para facilitar
la adoración de los fieles.

Según una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día están prohibidas todas las misas sin pueblo. Por la
tarde en la hora más oportuna se celebra la Misa de la Cena del Señor.
El Sagrario ha de estar completamente vacío; se ha de consagrar en esta misa suficiente pan para que el
clero y el pueblo puedan comulgar hoy y mañana.

ANTÍFONA DE ENTRADA Ga 6, 14.

Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra


salvación, vida y resurrección. Él nos ha salvado y nos ha liberado.

Se dice el «Gloria» o se canta, se hacen sonar las campanas que no se vuelven a tocar hasta la Vigilia
Pascual.

ORACIÓN COLECTA

Al congregarnos, oh Dios, para celebrar esta sacratísima Cena, en la cual tu Unigénito,


cuando iba a entregarse a la muerte, encomendó a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno y el
banquete de su amor, concédenos, te rogamos, que por la celebración de tan sagrado
misterio obtengamos la plenitud del amor y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Éxodo 12, 1–8. 11–14.

En aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: -«Este mes será
para ustedes el principio de todos los meses y el principio del año. Díganle a toda la
comunidad de Israel: ‘El día diez de este mes, tomará cada uno un cordero por familia, uno
por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y
elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda
comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardarán hasta
el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos de Israel lo inmolará al

2
atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa
donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne, asada o fuego; comerán
panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en
los pies, un bastón en la mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del
Señor. Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país
de Egipto, desde los hombres hasta los ganados. Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo,
el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas donde habitan ustedes. Cuando yo vea
la sangre, pasaré de largo y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la
tierra de Egipto. Ese día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en
honor del Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución
perpetua’». Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal 115, 12–13. 15–16bc. 17–18.

V. Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de salvación e
invocaré el nombre del Señor.

A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De la muerte, Señor, me has
librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.

Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al


Señor ante todo su pueblo.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23–26.

Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche
en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo
partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza que
se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él». Por eso, cada
vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor,
hasta que vuelva. Palabra de Dios.

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 13, 34.

R. Honor y gloria a ti, Señor, Jesús.


Les doy un mandamiento nuevo –dice el Señor–: que se amen los unos a los otros, como yo
los he amado.
R. Honor y gloria a ti, Señor, Jesús.

2
EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1–15.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo. En el transcurso de la cena, cuando el diablo había puesto en el corazón de Judas
Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había
puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se
levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en
una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se
había ceñido. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los
pies?». Jesús le replicó: «Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo
comprenderás más tarde». Pedro le dijo: «Tú no me lavarás los pies jamás». Jesús le
contestó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Entonces le dijo Simón Pedro: «En ese
caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «El que se
ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están
limpios, aunque no todos». Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos
están limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la
mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman
Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y Señor, les he
lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado
ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan». Palabra del
Señor.

En la homilía se comentan los grandes misterios que se celebran este día: la institución de la Sagrada
Eucaristía, el sacramento del Orden y el mandato del Señor sobre la caridad fraterna.

HOMILÍA

LAVATORIO DE LOS PIES

En los lugares donde existe la costumbre se hace el rito del lavatorio de los pies. Las personas designadas,
acompañadas por los ministrantes, van a ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar visible a los
fieles. El sacerdote (deja la casulla, si es necesario) se acerca a cada una de las personas designadas y, con
la ayuda de los ministrantes, les lava los pies y se los seca.

Mientras tanto se canta algún canto apropiado. (Canto: Un mandamiento nuevo)

Inmediatamente después del lavatorio de los pies o, si éste no ha tenido lugar, después de la homilía se hace
la oración de los fieles. En esta misa no se hace la profesión de fe.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Hermanos y hermanas, Jesús es el justo perseguido y condenado en un mundo injusto, pero


en la cruz se ha hecho intercesor por todos los hombres. Presentemos al Padre nuestras
peticiones sabiendo que serán escuchadas. A cada invocación respondemos:

2
Escucha, Señor, nuestra oración.

1. Padre santo, te pedimos por tu Iglesia católica, para que la bendigas y le


ayudes a mostrar siempre el divino rostro de tu amado Hijo. Oremos al Señor.

2. Padre eterno, te pedimos por el Santo Padre Francisco, para que le ilumines y
pueda gobernar sabiamente a la Iglesia. Oremos al Señor.

3. Padre misericordioso, te pedimos por nuestros sacerdotes, en este día que


celebran su día. Hazlo dóciles, sabios y prudentes y ayudales a ser fieles a tu
amado Hijo. Oremos al Señor.

4. Padre bueno y compasivo, te pedimos por los enfermos y anciamos, ayudales


a llevar con visión sobrenatural su enfermedad o ancianidad y hazlos otros
Cristos en la tierra. Oremos al Señor.

5. Padre misericordioso, te pedimos por todos los que participamos en esta


Eucaristía. Haz que participemos siempre sabiendo que es el mayor milagro
en el que participamos y ello nos lleve a acudir prontamente a ella. Oremos al
Señor.

Acoge, Señor, la oración de tu Iglesia, que acompaña con amor a tu Hijo en su pasión,
y concédenos obtener de Ti las cosas buenas, necesarias para llegar a la Pascua eterna.
Por Cristo nuestro Señor. R. Amén.

Al comienzo de la liturgia eucarística se puede organizar una procesión de los fieles con dones para los
pobres: Mientras tanto se canto un canto apropiado. (Canto: Te ofrecemos, Señor, este pan y este vino;
Ofertorio de amor).

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Concédenos, Señor, participar dignamente en estos misterios, pues cada vez que
celebramos el memorial de este sacrificio, se realiza la obra de nuestra redención. Por
Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN

Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; este cáliz es la Nueva Alianza sellada con mi
sangre, dice el Señor. Cuantas veces hagan esto, háganlo en memoria mía.
Acabada la distribución de la comunión, se deja sobre el altar el copón con el pan consagrado para el día
siguiente.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Concédenos, Dios todopoderoso, que de la misma manera como nos alimentas en la Cena
de tu Hijo, en esta vida, podamos ser saciados también en la eternidad. Por Jesucristo,
nuestro Señor.

2
Dicha la oración, el sacerdote, de pie ante el altar, pone incienso en el incensario, y de rodillas inciensa tres
veces el Santísimo Sacramento. Después, poniéndose el paño de hombros, toma en sus manos el copón, lo
cubre y lo lleva al altar de la reposición.

La cruz alta abre la procesión, en la que en medio de dos cirios e incienso, se lleva al Santísimo por la
Iglesia hasta el lugar preparado para la reserva. Mientras tanto se canta un canto apropiado. ( Dios de
Amores; Cantemos al amor de los amores).
Cuando el sacerdote ha llegado al altar de la reposición, deja el copón y, poniendo incienso, lo inciensa de
rodillas, mientras se canta A tan grande Sacramento. Después se cierra el sagrario.

Después de un tiempo de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros, hecha la genuflexión, vuelven a
la sacristía. Seguidamente se despoja el altar y se quitan, si es posible, las cruces de la Iglesia. Si quedan
algunas cruces en la Iglesia, conviene que se cubran con un velo. Exhórtese a los fieles a que dediquen algún
tiempo de esta noche, a la adoración del Santísimo Sacramento. Esta adoración si se prolonga más allá de la
medianoche, debe hacerse sin solemnidad.

2
VIERNES SANTO:

Celebración de la Pasión del Señor

LO QUE SE DEBE PREPARAR


En la sacristía:
– Alba & cíngulo.
– Estola & Casulla de color rojo.
– Albas para los ministrantes.

En la credencia:
– Un mantel sencillo y pequeño para el altar.
– Dos o tres purificadores.
– Un corporal.
– Agua para la purificación.
– Paño de hombros.
– Misal Romano.
– Leccionarios (tres, si leen la Pasión tres lectores).
– Uno o diversos cojines para la postración.

En el altar de la reposición:
– Paño de hombros.
– Cirios o velas encendidas.

En la parte posterior del templo:


– Cruz alta.
– Paño de hombros.
– Cirios o velas encendidas.

Según una antiquísima tradición, la Iglesia no celebra la eucaristía ni en este día ni en el siguiente. El altar
debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles. Después del mediodía, cerca de las
tres, a no ser que por razones pastorales se elija una hora más tardía, tiene lugar la celebración de la Pasión
del Señor, que consta de tres partes: liturgia de la Palabra, adoración de la Cruz y Sagrada Comunión. En
este día la Sagrada Comunión se distribuye dentro de la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos,
que no pueden participar en esta celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.

El sacerdote y los ministros, revestido de color rojo como para la misa, se dirigen al altar, y hecha la debida
reverencia, se postran rostro en tierra o, si se juzga oportuno, se arrodillan, y todos oran en silencio durante
algún espacio de tiempo. Luego el sacerdote, con los ministros, va a la sede, donde, de cara al pueblo, que
está de pie, dice, con las manos juntas, una de las siguientes oraciones, omitida la invitación Oremos.

ORACIÓN

Oh Dios, que por la pasión de Cristo, tu Hijo, Señor nuestro, nos libraste de la muerte,
herencia del primer pecado que alcanza a toda la humanidad: concédenos asemejarnos a Él
y haz que, así como naturalmente llevamos en nosotros la imagen del hombre terreno, por
la gracia de la santificación llevemos también la imagen del hombre celestial. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

2
PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 52, 13–53, 12.

He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto.
Muchos se horrorizarán al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya
aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él los reyes cerrarán
la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán lo que nunca se
habían imaginado. ¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le revelará
el poder del Señor? Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en el desierto.
No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y
rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual
se aparta la mirada, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores; nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado
por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae
la paz. Por sus llagas hemos sido curados. Todos andábamos errantes como ovejas, cada
uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo
maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como
oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Inicuamente y contra toda justicia se
lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo
hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a
la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a
sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del
Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará
mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los
grandes, y con los fuertes repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue
contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por
los pecadores. Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 30, 2 y 6. 12–13. 15–16. 17 y 25.

V. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi
espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás.

Se burlan de mí mis enemigos, mis vecinos y parientes de mí se espantan, los que me ven
pasar huyen de mí. Estoy en el olvido, como un muerto, como un objeto tirado en la basura.

Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino. Líbrame de
los enemigos que me persiguen.

Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y valientes
de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor.

2
SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14–16; 5, 7–9.

Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo.
Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote
que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha
pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Acerquémonos, por tanto,
con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y
obtener ayuda en el momento oportuno. Precisamente por eso, Cristo, durante su vida
mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía
librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a
obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación
eterna para todos los que lo obedecen. Palabra de Dios.

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8–9.

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.


Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de
cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

EVANGELIO

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1–9, 42.

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde
había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el
sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la
patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles,
antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre Él, se adelantó y les dijo:

+ -«¿A quién buscan?»

C. Le contestaron:

S. -«A Jesús, el Nazareno.»

C. Les dijo Jesús:

+ -«Yo soy.»

C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y
cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+ -«¿A quién buscan?»

2
C. Ellos dijeron:

S. -«A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús contestó:

+ - Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen marchar a éstos».

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote,
cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+ -«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo


llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás
el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el
pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo
sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera
a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo
entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:

S. -«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»

C. Él dijo:

S. -«No lo soy».

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le
contestó:

+ -«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y


en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué
me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo
que he dicho yo».

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús,
diciendo:

S. -«¿Así contestas al sumo sacerdote?».

C. Jesús respondió:

2
+ -«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe,
¿por qué me pegas?».

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie,
calentándose, y le dijeron:

S. -«¿No eres tú también de sus discípulos?».

C. Él lo negó, diciendo:

S. -«No lo soy».

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja,
le dijo:

S. -«¿No te he visto yo con él en el huerto?».

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al
pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y
poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. -«¿Qué acusación presentan contra este hombre?».

C. Le contestaron:

S. -«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

C. Pilato les dijo:

S. -«Llévenlo ustedes y júzgenlo según su ley».

C. Los judíos le dijeron:

S. -«No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró
otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús le contestó:

+ –«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

C. Pilato replicó:

2
S. -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has
hecho?».

C. Jesús le contestó:

+ -«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría
luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

C. Pilato le dijo:

S. -«Conque, ¿tú eres rey?».

C. Jesús le contestó:

+ -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser
testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

C. Pilato le dijo:

S. -«Y, ¿qué es la verdad?».

C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:

S. -«Yo no encuentro en Él ninguna culpa. Es costumbre entre ustedes que por Pascua
ponga a uno en libertad. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?».

C. Volvieron a gritar:

S. -«A ése no, a Barrabás».

C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los
soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por
encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían:

S. -«¡Salve, rey de los judíos!».

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. -«Miren, lo saco afuera, para que sepan que no encuentro en Él ninguna culpa».

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les
dijo:

S. -«Aquí lo tienen».

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

3
S. -«¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. -«Llévenlo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él».

C. Los judíos le contestaron:

S. -«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado
Hijo de Dios».

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio,
dijo a Jesús:

S. -«¿De dónde eres tú?».

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. -«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para
crucificarte?».

C. Jesús le contestó:

+ -«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el
que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. -«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el
César».

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el
sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la
Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

S. -«Aquí tienen a su rey».

C. Ellos gritaron:

S. -«¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. -«¿A su rey voy a crucificar?».

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

3
S. -«No tenemos más rey que al César.»

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la
cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo
crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un
letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los
judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y
estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron
a Pilato:

S. -«No escribas: “El rey de los judíos”, sino, éste ha dicho: “Soy el rey de los judíos”».

C. Pilato les contestó:

S. -«Lo escrito, escrito está».

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una
para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza
de arriba abajo. Y se dijeron:

S. -«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica».
Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y
María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su
madre:

+ -«Mujer, ahí tienes a tu hijo».

C. Luego, dijo al discípulo:

+ -«Ahí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús
que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+ -«Tengo sed».

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a
una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+ -«Está cumplido.»

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.


[Todos se arrodillan, y se hace una pausa]

3
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los
cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que
les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al
primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya
había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le
traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. Él que lo vio da testimonio, y su
testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también ustedes crean. Esto
ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la
Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los
judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue
entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche,
y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a
enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un
sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día
de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Palabra del Señor.

HOMILÍA

Después de la lectura de la Pasión es oportuno hacer una breve homilía. Al final de la homilía, el sacerdote
puede invitar a los fieles a que permanezcan en oración silenciosa durante un breve espacio de tiempo.

ORACIÓN UNIVERSAL

La liturgia de la Palabra se concluye con la oración universal, que se hace de este modo: el diácono u otra
persona, desde el ambón, dice la invitación que expresa la intención. Después todos oran en silencio durante
un espacio de tiempo, y seguidamente el sacerdote, desde la sede o, si parece oportuno, desde el altar, con
las manos extendidas, dice la oración. Los fieles pueden permanecer de pie o de rodillas durante todo el
tiempo de las oraciones.

De entre las oraciones propuestas, el sacerdote puede escoger aquellas que se acomodan mejor a las
condiciones del lugar, pero de tal manera que se mantenga el orden de las intenciones que se propone para
la oración universal7.
POR LA SANTA IGLESIA

Oremos, queridos hermanos por la Iglesia santa de Dios, para que Dios nuestro Señor se
digne concederle la paz, la unidad, y su protección en toda la tierra; y para que nos conceda
una vida pacífica y serena para glorificarlo como Dios Padre omnipotente.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva
la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por el universo, persevere con fe
inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

7
Proponemos todas las oraciones que constan en el misal. Se recomienda en coordinación con el sacerdote
elegir las más adecuadas o decirlas a todas.

3
POR EL PAPA

Oremos también por nuestro Santo Padre el papa Francisco, para que Dios nuestro Señor,
quien lo eligió en el orden episcopado para regir al pueblo salto de Dios, lo preserve ante
todo mal, para bien de su santa Iglesia.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, que, en tu sabiduría todo lo diriges, atiende bondadoso


nuestras suplicas y protege con tu amor a nuestro Papa, para que el pueblo cristiano, que Tú
gobiernas bajo el cayado de este pastor, crezca en meritos y progrese en la fe. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
POR TODOS LOS MINISTROS Y POR LOS FIELES

Oremos también por nuestro Obispo Alfredo José Espinoza Mateus, por todos los obispos,
presbíteros y diáconos de la Iglesia, y por todos los fieles del pueblo santo.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia,
escucha las súplicas que te dirigimos por tus ministros y haz que, con el don de tu gracia, te
sirvamos en todas las cosas con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

POR LOS CATECÚMENOS

Oremos también por los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor escuche sus oraciones,
les abra de par en par la puerta de la misericordia, y, perdonados todos sus pecados por el
Bautismo, quede incorporados a Cristo Jesús Señor nuestro.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, que fecundas a tu Iglesia con nuevos hijos, aumenta la fe y la
sabiduría en los catecúmenos, para que, al renacer en la fuente bautismal, los cuentes entre
tus hijos adoptivos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor
se digne congregar y custodiar en la única Iglesia a quienes viven de acuerdo con la verdad.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, que congregas a los dispersos y conservas a los que
congregaste, mira con bondad la grey de tu Hijo para que, a los consagrados por un solo
Bautismo, los conserve unidos la integridad de la fe y los una el vínculo de la caridad. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

3
POR LOS JUDÍOS

Oremos también por los judíos, que fueron los primeros a quienes habló Dios nuestro
Señor, para que Él les conceda crecer en el amor de su nombre y en la fidelidad a su
alianza.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.


Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abrahán y a su descendencia,
escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la Antigua Alianza,
logre alcanzar la plenitud de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

POR LOS QUE NO CREEN EN CRISTO

Oremos por los que no creen en Cristo, para que, también ellos, iluminados por Espíritu
Santo, puedan entrar en el camino de la salvación.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, caminando en tu


presencia con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; y has que nosotros, por el
continuo crecimiento en el amor y por el deseo de conocer más plenamente el misterio de tu
vida, seamos más perfectos testigos de tu caridad en el mundo. Por Jesucristo nuestro
Señor. R. Amén.

POR LOS QUE NO CREEN EN DIOS

Oremos también por los que no conocen a Dios, para que viviendo rectamente según su
conciencia merezcan encontrarlo.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que deseándote te
busquen, y para que al encontrarte descansen en Ti; concédenos que, en medio de las
dificultades de este mundo, al ver los signos de tu amor y el testimonio de las buenas obras
de los creyentes, todos los hombre se alegren al confesarte como único Dios verdadero y
Padre de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

POR LOS GOBERNANTES

Oremos también por todos los gobernantes de las naciones, para que, de acuerdo con sus
designios, Dios nuestro Señor los dirija en sus pensamientos y en sus decisiones hacia una
auténtica paz y libertad para todos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos están los corazones de los hombres y el
derecho de los pueblos, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, promuevan en
toda la tierra, con tu ayuda, la prosperidad de los pueblos, la libertad religiosa y una paz
duradera. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

3
POR LOS QUE SUFREN

Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que, en todo el mundo, aleje
los errores, haga desaparecer las enfermedades y erradique el hambre, redima a los
encarcelados, rompa las cadenas, proteja a los viajeros, conceda pronto el regreso a los
emigrantes y peregrinos, dé salud a los enfermos y conceda la salvación a los moribundos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote.

Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren, escucha
las suplicas de los que te invocan en cualquier tribulación, para que todos experimenten en
sus necesidades la alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ8

Acabada la oración universal, tiene lugar la solemne adoración de la santa Cruz.


El sacerdote o diácono, con dos ministros, o bien otro ministro idóneo se dirige a la puerta de la Iglesia
donde toma la cruz descubierta, los ministros acompañan con cirios encendidos, y van procesionalmente por
la Iglesia hacia el presbiterio. Cerca de la puerta, en medio de la iglesia y antes de subir al presbiterio, el
que lleva la cruz la eleva y canta la invitación: Mirad el árbol de la cruz, a la que todos responden: Venid a
adorarlo y después de cada una de las respuestas se arrodillan y la adoran en silencio durante unos
momentos. Después se coloca la cruz al pie del presbiterio, y allí la deja o la entrega a los ministros para que
la sostengan.

Luego se hace la adoración de la Cruz, comenzando por el sacerdote, los ministros y el pueblo se acercan y
la adoran mediante una genuflexión simple o con algún otro signo de veneración (por ejemplo besándola).
Para la adoración sólo se debe exponer una sola cruz. Si por el gran número de asistentes resulta difícil que
cada uno de los fieles adore individualmente la santa cruz, el sacerdote u otro ministro idóneo, después que
una parte de los fieles ha hecho ya la adoración, toma la cruz y, de pie ante el altar, invita al pueblo con una
breve monición a que adoren la santa cruz. Luego la levanta en alto durante unos momentos y los fieles la
adoran en silencio.

Mientras se hace la adoración de la Santa Cruz se pueden recitar los improperios o se canta cantos
apropiados como los que se proponen a continuación. (Cantos: Pueblo mío, que te he hecho; Oh Cristo, tú
reinarás; Sangre Preciosa)
Mientras se hace la adoración de la cruz, sobre el altar se pone el mantel y sobre el mismo se coloca el
corporal y el misal. Luego el sacerdote traslada el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva,
pasando por el recorrido más breve, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros con velas
encendidas acompañan el Santísimo Sacramento y dejan las velas cerca del altar.

Después que el sacerdote ha colocado en el altar al Santísimo, y una vez acabada la adoración de la Santa
Cruz, teniendo las manos juntas, dice en voz alta lo correspondiente al rito de la comunión:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a


decir:
Padre nuestro...

El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:

8
Proponemos una de las dos formas que se prescriben en el misal. Esta es la segunda fórmula. Para la primera
ver el misal.

3
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda
perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
El pueblo concluye:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.
A continuación el sacerdote dice la oración en secreto:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo...

Seguidamente hace la genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre el copón y dice en
voz alta, de cara al pueblo:

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena
del Señor.

El pueblo responde:
Señor, no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Luego comulga el Cuerpo de Cristo. Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se
puede entonar cantos apropiados.
Acabada la comunión un ministro apropiado o el mismo sacerdote lleva el copón a un lugar especialmente
preparado fuera de la iglesia. Después el sacerdote hace la oración después de la comunión.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Oremos

Dios todopoderoso y eterno, que nos restauraste por la bienaventurada muerte y


resurrección de tu Cristo, conserva en nosotros la obra de tu misericordia, para que vivamos
siempre en tu servicio por la participación en este misterio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Para la despedida, el diácono, o en ausencia de éste el sacerdote mismo, puede decir esta invitación:
Inclínense para recibir la bendición. En seguida el sacerdote, de pie, vuelto hacia la asamblea, y extendiendo
las manos sobre ella, dice esta oración sobre el pueblo.

ORACIÓN SOBRE EL PUEBLO

Señor, te rogamos que descienda una copiosa bendición sobre tu pueblo, que ha celebrado
la muerte de tu Hijo, en la esperanza de su resurrección; venga sobre él tu perdón,
concédele tu consuelo, auméntale la fe y reafírmalo por la eterna redención. Por Jesucristo,
nuestro Señor.

Y todos, después de hacer genuflexión ante la Cruz, se retiran en silencio. El altar se desnuda en el momento
oportuno.

3
SÁBADO SANTO

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y
se abstiene del sacrificio de la misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne
Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia
inundará los cincuenta días pascuales. En este día no se puede distribuir la Sagrada Comunión, a no ser en
caso de viático.

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL

LO QUE SE DEBE PREPARAR

En la sacristía:
– Alba & cíngulo.
– Estola & Casulla de color blanco.
– Albas para los ministros

En la credencia:
– Cáliz & Copón
– Vino y agua como para la Misa.
– Misal Romano.
– Campanilla para la entonación del Gloria.

En algún lugar oportuno:


– Recipiente con el agua bautismal.
– Hisopo o ramas verdes para la aspersión del pueblo.
– Los santos óleos, si hay celebración de algún bautismo.
– Ritual del Bautismo.
– Una toalla pequeña.

En el Ambón o lugar de la Palabra:


– En un lugar más apropiado y visible se coloca el candelabro para el cirio pascual.

En el lugar donde se hace la bendición del fuego:


– Brasas encendidas.
– Unas tenazas para sacar las brasas encendidas.
– Una mecha o vela pequeña para encender el cirio pascual.
– Cinco granos de incienso con su respectivo punzón.
– El Cirio Pascual y los cirios para los ministros.
– Una linterna.
– Misal romano.
– Un Megáfono.
– (Para evitar inconvenientes que presenta la oscuridad, el cirio puede prepararse
antes de la celebración con la cruz ya hecha y los granos de incienso ya puestos;

3
cerca del fuego se hará la bendición con el rito prescripto indicando los signos con
la mano).

Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Ex 12, 42). Los fieles, tal
como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35ss), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas
encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue les encuentre en vela y los
invite a sentarse en su mesa.

La celebración de esta vigilia se celebra de la siguiente manera: después de un breve lucernario o liturgia de
la luz, la santa Iglesia, llena de fe en las palabras y promesas del Señor, contempla las maravillas que el
Señor Dios realizó desde el principio en favor de su pueblo (liturgia de la Palabra), hasta que, al acercarse
el día de la resurrección y acompañada ya de sus hijos renacidos en el bautismo (liturgia bautismal), es
invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo
(liturgia eucarística).
Toda la celebración de la vigilia pascual debe hacerse en la noche, de lo contrario pierde su sentido y
significado. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la
noche, ni tan tardía que concluya después del alba del Domingo.

BENDICIÓN DEL FUEGO Y PREPARACIÓN DEL CIRIO

Se apagan las luces de la iglesia. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende el fuego.
Congregado allí el pueblo, llega el sacerdote con los ministros. Uno de los ministros lleva el cirio pascual. Si
las circunstancias no permiten encender el fuego fuera de la iglesia, se lo puede hacer en la puerta de la
misma.

El sacerdote y los fieles se signan mientras él dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El sacerdote saluda, como de costumbre, al pueblo congregado y hace una breve monición sobre el sentido
de la Vigilia nocturna con estas o semejantes palabras:

Hermanos muy amados: en esta santísima noche, en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de
la muerte a la vida, la Iglesia invita a sus hijos, dispersos por toda la faz de la tierra, a
reunirse para vigilar y orar. Al realizar de esta manera el memorial de la Pascua del Señor,
escuchando la Palabra de Dios y celebrando sus misterios, tenemos la esperanza de
participar en su victoria sobre la muerte y de vivir con Cristo, en Dios.

Seguidamente se bendice el fuego:

Oremos: Oh Dios, que por medio de tu Hijo, has dado a los fieles el fuego de tu luz,
santifica + este fuego nuevo, y concédenos que la celebración de estas fiestas pascuales
encienda en nosotros el deseo de las cosas celestiales, para que podamos llegar con el alma
purificada a las fiestas de la eterna claridad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

Bendecido el fuego nuevo, un acólito o ministro, sostiene el cirio delante del celebrante; éste, con un punzón,
graba una cruz en el cirio. Después traza en la parte superior de esta cruz la letra griega Alfa, y debajo de la
misma la letra griega Omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del
año en curso. Mientras hace estos signos dice:

1. Cristo ayer y hoy,


(Graba el trazo vertical de la cruz)

4
2. Principio y fin,
(Graba el trazo horizontal)

3. Alfa
(Graba la letra alfa sobre el trazo vertical)

4. y Omega.
(Graba la letra omega debajo del trazo vertical)

5. Suyo es el tiempo
(Graba el primer número del año en el ángulo izquierdo superior de la cruz)

6. y la eternidad.
(Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz)

7. A Él la gloria y el poder,
(Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz)

8. Por los siglos de los siglos. Amén.


(Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz)

Acabada la incisión de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de
incienso, en forma de cruz, mientras dice:

1. Por sus santas llagas


2. gloriosas
3. nos proteja
4. y nos guarde
5. Jesucristo nuestro Señor. Amén.
El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo diciendo:

La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.

PROCESIÓN

Seguidamente, el sacerdote toma el cirio pascual y, manteniéndolo elevado, canta él solo:

Luz de Cristo.

Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

Después todos entran en la iglesia precedidos por el sacerdote con el cirio pascual. Si se emplea el incienso,
el turiferario con el incensario humeante va delante del sacerdote.

En la puerta de la Iglesia, el sacerdote, de pie y elevando el cirio, canta de nuevo:

Luz de Cristo.

4
Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

Y los fieles encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y avanzan.
El sacerdote, al llegar al altar, de pie y vuelto al pueblo, canta por tercera vez:

Luz de Cristo.

Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

Y se encienden las luces de la iglesia.

PREGÓN PASCUAL

Cuando el sacerdote ha llegado al altar, va a su sede. El sacerdote pone el cirio pascual sobre un candelabro
colocado en medio del presbiterio o junto al ambón; seguidamente, una vez puesto el incienso –si se emplea–
como para el Evangelio en la misa, inciensa el libro y el cirio –si cree oportuno– anuncia el pregón pascual
en el ambón, estando todos de pie y con las velas encendidas en las manos.
El pregón pascual puede ser anunciado por un cantor que no sea un ministro ordenado 9; en este caso omite
las palabras: Por eso, querido hermanos, hasta el fin de la invitación, y el saludo: El Señor esté con
ustedes10.

Forma larga:

Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria del
Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra inundada de tanta claridad, y radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre, la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este
templo con las aclamaciones del pueblo.
[Por eso, queridos hermanos que asisten a la admirable claridad de esta luz santa, invoquen
conmigo la misericordia de Dios todopoderoso, para que Aquél que, sin mérito mío, me
agregó al número de sus ministros, infundiendo el resplandor de su luz, me ayude a
proclamar la alabanza de este cirio]11.

[V. El Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu].
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

9
Puede ser proclamado por un religioso o religiosa, o por un laico.
10
Transcribimos la forma larga del pregón pascual, también se puede utilizar la forma breve.
11
Lo que está en corchetes, si es un ministro no ordenado, debe omitir.

4
En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque Él pagó al eterno Padre por nosotros, la deuda de Adán; y con su sangre santísima
destruyó el recibo de esta obligación, contraída por el antiguo pecado.
Estas son, en efecto, las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya
sangre consagra las puertas de los fieles.
Esta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y, sin mojarse los
pies, los hiciste atravesar el mar Rojo.
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.
Ésta es la noche en la cual, por toda la tierra, los que creen en Cristo son arrancados de los
vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia, y agregados a los
santos.
Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del
abismo.
¡De nada nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido redimidos!
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad:
para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
¡Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo! ¡Oh feliz
culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa! ¡Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los
muertos!.
Ésta es la noche de la que estaba escrito: la noche será clara como el día, la noche que me
ilumina en mis alegrías.
Y así esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los
caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.
En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, el sacrificio vespertino de esta alabanza que la
santa Iglesia, por las manos de sus ministros, te ofrece con la solemne ofrenda de este cirio,
cuya cera elaboraron las abejas.
Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de
Dios. Y, aunque distribuye su luz, no disminuye al repartirla, porque se alimenta de cera
fundida que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.
¡Noche feliz en la cual se unen el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!.
Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a honor de tu nombre, para destruir la
obscuridad de esta noche, arda sin apagarse. Y qué recibido como agradable aroma, se
asocie a las luminarias. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no
conoce ocaso, Jesucristo, tu Hijo, quien, volviendo del abismo, resplandece sereno para el
linaje humano, y quien vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.

En esta Vigilia, Madre de todas las vigilias, se proponen nueve lecturas: siete del AT y dos del NT. Por
motivos de orden pastoral puede reducirse el número de lecturas del AT. Deben leerse, al menos, tres
lecturas del AT, que en casos muy especiales se pueden reducir a dos. Nunca puede omitirse la lectura del
cap. 14 del Éxodo (tercera lectura).
Apagadas las velas, todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote hace una breve monición
al pueblo con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos: después de haber comenzado solemnemente esta Vigilia Pascual, escuchemos


ahora con atención la Palabra de Dios. Meditemos cómo Dios obró grandes maravillas de
salvación a favor de su pueblo y cómo, en la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como

4
Redentor. Oremos para que nuestro Dios lleve a su plenitud la redención, por el Misterio
Pascual.

Después siguen las lecturas. El lector se dirige al ambón y lee la primera de ellas. Seguidamente el salmista
dice el salmo, proclamando el pueblo la respuesta. Acabado el salmo todos se levantan y el sacerdote dice:
oremos, y, después que todos han orado en silencio durante algún tiempo, dice la oración colecta.

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Génesis 1, 1–2, 2.

SALMO RESPONSORIAL PS 103, 1–2a. 5–6. 10 y 12. 13–14.

V. Bendice al Señor, alma mía.

ORACIÓN

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, que te muestras admirable en todas tus obras,
concede a los que has redimido comprender que el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua, en
la plenitud de los tiempos, es una obra todavía más maravillosa que la misma creación del
mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

SEGUNDA LECTURA

Lectura del libro del Génesis 22, 1–18.

SALMO RESPONSORIAL PS15, 5 y 8. 9–10. 11.

V. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

ORACIÓN

Oremos. Oh Dios, Padre supremo de los fieles, que por medio de la gracia de la adopción y
por el misterio pascual sigues cumpliendo la promesa hecha a Abraham de multiplicar su
descendencia por toda la tierra y de hacerlo el padre de todas las naciones, concede a tu
pueblo responder dignamente a la gracia de tu llamada. Por Jesucristo, nuestro Señor. R.
Amén.

TERCERA LECTURA12

Lectura del libro del Éxodo 14, 15–15,1.

SALMO RESPONSORIAL PS Ex 15, 1–2. 3–4. 5–6. 17–18.

V. Alabemos al Señor por su victoria.

12
No omitir esta lectura por ninguna razón.

4
ORACIÓN

Oremos. Oh Dios cuyas antiguas maravillas vemos brillar también en nuestros tiempos,
pues de la misma manera como manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la
persecución del faraón, hoy obras la salvación de todas las naciones haciéndolas renacer
por las aguas del Bautismo: concede al mundo entero contarse entre los hijos de Abraham y
participar de la dignidad del pueblo elegido. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

CUARTA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 54, 5–14.

SALMO RESPONSORIAL PS 29, 2 y 4. 5–6. 11 y 12a y 13b.

V. Te alabaré, Señor, eternamente.

ORACIÓN

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, multiplica, por el honor de tu nombre, lo que


prometiste a la fe de nuestros padres y aumenta, por la adopción sagrada, los hijos de la
promesa, para que tu Iglesia contemple cómo se va cumpliendo en gran medida lo que los
patriarcas no dudaron que habría de llegar. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

QUINTA LECTURA

Lectura del libro del Isaías 55, 1–11.

SALMO RESPONSORIAL PS Is 12, 2–3. 4bcd. 5–6.

V. El Señor es mi Dios y salvador.

ORACIÓN

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, única esperanza del mundo, que anunciaste, por la
voz de tus profetas, los misterios de los tiempos presentes: acrecienta complacido la
dedicación de tu pueblo, ya que todo crecimiento en la virtud proviene, no de sus propias
fuerzas, sino de tu inspiración. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

SEXTA LECTURA

Lectura del libro de Baruc 3, 9–15. 32–4, 4.

SALMO RESPONSORIAL PS 18, 8. 9. 10. 11.

4
V. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.

ORACIÓN

Oremos. Oh Dios, que haces crecer continuamente, con hijos llamados de todas las
naciones, a tu Iglesia, concede siempre la seguridad de tu protección a quienes purificaste
con las aguas del Bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

SÉPTIMA LECTURA

Lectura del al profecía del Ezequiel 36, 16–28.

SALMO RESPONSORIAL PS 41, 3. 5bcd; 42, 3. 4.

V. Estoy sediento del Dios que da la vida.

ORACIÓN

Oremos. Oh Dios de poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad a tu Iglesia
sacramento, y, según tus eternos designios, lleva a termino la obra de la salvación humana;
que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta y lo viejo se renueva
volviendo todo a su integridad primera, por el mismo Jesucristo, en quien todo adquiere su
fundamento. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.

Después de la última lectura del AT, se encienden los cirios del altar, y el sacerdote entona el himno Gloria a
Dios, que todos prosiguen mientras se hacen sonar las campanas. Acabado el himno, el sacerdote dice la
oración colecta, como de costumbre.
ORACIÓN COLECTA

Oremos. Dios nuestro, que haces resplandecer esta noche santa con la gloria del Señor
resucitado, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que, renovados en cuerpo y alma, nos
entreguemos plenamente a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo...

Seguidamente un lector proclama la lectura del Apóstol.

EPÍSTOLA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 3–11.

Acabada la epístola, todos se levantan, y se entona el solemne Aleluya. Después el salmista proclama el
salmo, y el pueblo intercala Aleluya en cada una de las estrofas.

SALMO RESPONSORIAL PS 117, 1–2. 16 ab–17. 22–23.

V. Aleluya, aleluya, aleluya.

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EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 1-7

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron


aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir
el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: -«¿Quién nos correrá la piedra de la
entrada del sepulcro?» Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy
grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco.
Y se asustaron. Él les dijo: -«No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado?
No está aquí. Ha resucitado. Miren el sitio donde lo pusieron. Ahora vayan a decir a sus
discípulos y a Pedro: Él va por delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, como les dijo».
Palabra del Señor.

HOMILÍA

Inmediatamente después del evangelio se hace la homilía. Después comienza la liturgia bautismal.

LITURGIA BAUTISMAL

El sacerdote, con los ministros, se dirige a la fuente bautismal, si ésta se encuentra situada a la vista de los
fieles. Si no es así, se coloca un recipiente con el agua bautismal en el presbiterio. Si hay catecúmenos
adultos se los llama, y sus padrinos los presentan; pero si los catecúmenos son niños, son sus padres y
padrinos quienes los llevan y presentan ante toda la asamblea. Después hace a los presentes una monición
con estas palabras u otras parecidas:

Amados fieles: Acompañemos unánimes con nuestras oraciones, la feliz esperanza de estos
hermanos nuestros, para que el Padre todopoderoso proteja con su misericordia infinita a
quienes se dirigen a la fuente de la vida nueva.
Si se bendice la fuente, pero no hay bautizandos:
Amados fieles: Supliquemos humildes la gracia de Dios Padre todopoderoso sobre esta
fuente, para que, cuantos renazcan de ella, sean injertados en Cristo y contados entre los
hijos adoptivos de Dios.
Un cantor entona las letanías a las que todos responden estando de pie. Si no hay bautizandos ni se ha de
bendecir el agua bautismal, omitidas las letanías, se procede inmediatamente a la bendición del agua.
En las letanías se pueden añadir algunos nombres de santos, especialmente el del titular de la iglesia y de los
patronos del lugar y de los que van a ser bautizados.

V. Señor, ten piedad


R. Señor, ten piedad.
V. Cristo, ten piedad
R. Cristo, ten piedad
V. Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros.
San Miguel
Santos Ángeles de Dios. Ruegen por nosotros.
San Juan Bautista.
San José.

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Santos Pedro y Pablo.
San Andrés.
San Juan.
Santa María Magdalena.
San Esteban.
San Ignacio de Antioquia.
San Lorenzo.
Santas Perpetua y Felicidad.
Santa Inés.
San Gregorio.
San Agustín.
San Atanasio.
San Basilio.
San Martín.
San Benito.
Santos Francisco y Domingo.
San Francisco Javier.
San Juan María Vianney.
San Juan Bosco.
Santa Catalina de Siena.
Santa Teresa de Jesús.
San Juan XXIII
San Juan Pablo II
Santa Marianita de Jesús.
Santo Hno. Miguel.
Santa Narcisa de Jesús.
Beato Pablo VI
Beata Mercedes de Jesús Molina.
Santos y santas de Dios.
Muéstrate propicio. Líbranos, Señor.
De todo mal. Líbranos, Señor.
De todo pecado. Líbranos, Señor.
De la muerte eterna. Líbranos, Señor.
Por tu encarnación. Líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección. Líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo. Líbranos, Señor.
Nosotros, que somos pecadores. Te rogamos, óyenos.
(si hay bautizados)
Para que por la gracia del Bautismo concedas a estos elegidos renacer a la nueva vida. Te
rogamos, óyenos.
(si no hay bautizados)
Para que por tu gracia te dignes santificar esta fuente en la cual tus hijos nacerán a la nueva
vida. Te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo. Te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Si hay bautizados, el sacerdote dice la siguiente oración con las manos juntas:

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Dios todopoderoso y eterno, que tu piedad inmensa se haga presente en estos sacramentos;
y, a fin de que nuevos pueblos sean regenerados, engendrados para Ti de esta fuente
bautismal, envía el espíritu de adopción, para que, se realice plenamente el misterio
confiado a nuestro humilde servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

BENDICIÓN DEL AGUA BAUTISMAL

El sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo la siguiente oración con las manos juntas:

Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de
diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo.
Oh Dios, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya
desde entonces concibieran el poder de santificar.
Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la
nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la
santidad.
Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el
pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados.
Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue ungido por el
Espíritu Santo; colgado en la cruz vertió de su costado agua, junto con la sangre; y después
de su resurrección mandó a sus apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo. Que esta agua
reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu
imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida
por el agua y el Espíritu.
Y, metiendo, si lo cree oportuno, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue:
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de
esta fuente, y teniendo el cirio en el agua dice: para que los sepultados con Cristo en su
muerte, por el bautismo, resuciten con él a la vida. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.
Una vez que el sacerdote ha sacado el cirio del agua, cada uno de los catecúmenos hace la renuncia a
Satanás y la profesión de fe y, a continuación recibe el bautismo. Para este sacramento ver el ritual del
Bautismo.

Si no hay bautizados ni se bendice la fuente bautismal, el sacerdote bendice el agua con la siguiente oración:

Invoquemos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que bendiga esta agua,
que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que
nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.

Después de una breve oración en silencio, prosigue con las manos juntas:

Señor Dios nuestro, escucha las oraciones de tu pueblo que vela en esta noche santa, en que
celebramos la acción maravillosa de nuestra creación y la maravilla, aún más grande, de
nuestra redención; dígnate bendecir + esta agua. La creaste para hacer fecunda la tierra y
para favorecer nuestros cuerpos con el frescor y la limpieza. La hiciste también instrumento
de misericordia al librar a tu pueblo de la esclavitud y al apagar con ella su sed en el
desierto; por los profetas la revelaste como signo de la nueva alianza que quisiste sellar con

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los hombres. Y, cuando Cristo descendió a ella en el Jordán, renovaste nuestra naturaleza
pecadora en el baño del nuevo nacimiento. Que esta agua, Señor, avive en nosotros el
recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos
bautizados en la Pascua. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES


Acabado el rito del bautismo, o después de la bendición del agua, si no hubo bautismos, todos, de pie y con
las velas encendidas en sus manos, renuevan las promesas del bautismo. El sacerdote dirige a los fieles la
siguiente monición u otra semejante:

Amados hermanos: por el misterio Pascual fuimos sepultados con Cristo para que
caminemos con Él en vida nueva. Por eso, terminado el ejercicio de la Cuaresma,
renovemos los compromisos del santo Bautismo, con los cuales, en otro tiempo,
renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos servir fiel mente a Dios en la santa
Iglesia Católica.
Por lo cual:

V. ¿Renuncian al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?


R. Sí, renuncio.
V. ¿Renuncian a todas las seducciones del mal, para que el pecado no los esclavice?
R. Sí, renuncio.
V. ¿Renuncian a Satanás, autor y príncipe del pecado?
R. Sí, renuncio.

V. ¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?


R. Sí, creo.
V. ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de María la Virgen,
padeció, fue sepultado, resucito de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?
R. Sí, creo.
V. ¿Creen en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna?
R. Sí, creo.
V. Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos regeneró por el
agua y el Espíritu Santo, y nos concedió la remisión de los pecados nos proteja con su
gracia hasta la vida eterna, en el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
El sacerdote asperja al pueblo con agua bendita, mientras todos cantan un canto apropiado:
(Canto: Renuévame, Señor Jesús; Bautízame Señor, con tu Espíritu)

Acabada la aspersión, el sacerdote vuelve a la sede, donde, omitida la profesión de fe, dirige la oración de
los fieles en la que los recién bautizados participan por primera vez.
El sacerdote va al altar y comienza la liturgia eucarística, en la forma habitual.

5
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Escucha, Señor, la oración de tu pueblo y acepta sus ofrendas para que los misterios
pascuales que hoy hemos comenzado, con tu ayuda, sean remedio para la vida eterna. Por
Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO PASCUAL I

V. El Señor esté con ustedes.


R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca en esta noche en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó
nuestra muerte, y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y
también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu
gloria:
Santo, Santo, Santo...

ANTÍFONA DE COMUNIÓN
Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado: así, pues, celebremos con panes ázimos de
sinceridad y de verdad. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN


Infunde, Señor, en nosotros el Espíritu de tu caridad, y, ya que nos has saciado con los
sacramentos pascuales, haz que seamos concordes en el mismo amor. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R. Amén.

BENDICIÓN SOLEMNE
Dios todopoderoso, los bendiga en esta solemnidad de Pascua y que su misericordia los
proteja de todo pecado. R. Amén

Y, ya que por la resurrección del su Unigénito los hizo renacer para la vida eterna, los
colme con los premios de la inmortalidad. R. Amén

Para que así como al terminar los días de la Pasión del Señor celebran ustedes con gozo la
fiesta de la Pascua, puedan también participar un día, con su ayuda, en el banquete de las
alegrías eternas. R. Amén

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo. Descienda sobre


ustedes.

5
PARA DESPEDIR AL PUEBLO

V. Pueden ir en paz, aleluya, aleluya.


R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

5
ESTRUCTURA DE UNA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA13

Señalemos el esquema ritual completo de las celebraciones de la palabra de Dios tal como
las ofrece y las quiere la Iglesia:
1. Canto inicial de pie
2. En el nombre del Padre y del Hijo… + saludo del celebrante

V. En el nombre del Padre y + del Hijo y del Espíritu Santo.


R. Amén.
V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu
Santo estén con todos ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Hermanos, antes de iniciar esta celebración de la Palabra, reconozcamos nuestros
pecados.
Tras una breve pausa en silencio, el presidente y pueblo confiesan en común sus pecados:

Yo confieso, ante Dios todopoderoso


y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

El presidente concluye con la absolución:

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleva a la vida eterna.
R. Amén.
V. Oremos…

Se hace la oración correspondiente. Y se continúa con la liturgia de la Palabra.

3. Oración inicial. La que corresponde al día.

4. Lliturgia de la Palabra (AT, NT y Evangelio) Sentados, excepto el Evangelio. Se leen las lecturas
correspondientes al día
-(intercalando salmos o momentos de silencio)
-(lectura de algún texto patrístico que glose las lecturas)
V. Del Evangelio según san …
Al final se dice:

13
B. CABALLERO., Liturgia de la Palabra y Misión, celebraciones misionales de la Palabra y oración de los
fieles, ed. El Perpetuo Socorro, Madrid, 1965, 21–22.

5
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

5. Homilía

6. Silencio meditativo

7. Preces, oración universal, o plegaria leída por uno o varios lectores. (de pie). Se dice las
oraciones del día correspondiente y se aconseja dejar al pueblo hacer sus propias peticiones.

8. Padrenuestro
V. Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo
nos enseñó:
Padre nuestro…

9. Oración

10. Bendición
Para la bendición el presidente puede utilizar la siguiente fórmula:
V. Dios todopoderoso nos bendiga: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.

11. Despedida: “Pueden ir en paz”.


V. Pueden ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
Observemos que el silencio está previsto tanto entre las lecturas como después de la homilía para facilitar la
asimilación meditativa y orante. No existe el rito de la paz, pues éste, en el uso romano, se reserva siempre a
la celebración eucarística.

5
HORA SANTA PARA EL JUEVES SANTO

CANTO INICIAL: Oh buen Jesús

1. Oh buen Jesús, yo creo firmemente


que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
/al alma fiel en celestial manjar/.

2. Indigno soy, confieso avergonzado


de recibir la santa comunión;
Jesús que ves mi nada y mi pecado,
/prepara tú mi pobre corazón/.

3. Oh buen Jesús pastor fino y amante


mi corazón se abrasa en santo ardor;
si te olvidé hoy juro que constante
/he de vivir tan solo de tu amor/.

4. Dulce maná de celestial comida,


gozo y salud de quien te come bien,
ven sin tardar, mi Dios mi luz, mi vida;
/desciende a mí, hasta mi pecho ven/.

INTRODUCCIÓN:

Hemos celebrado la Cena del Señor en la que hemos recordado la Institución de la


Eucaristía y del Sacerdocio, y el Señor nos ha dado como testamento el mandamiento
nuevo del amor.

Ahora, otra vez reunidos junto al altar, queremos prolongar en meditación contemplativa y
en oración lo que hemos celebrado esta tarde. Renovemos delante del Señor Sacramentado
el memorial de su misterio de amor. Escuchemos sus palabras pronunciadas en el Cenáculo
junto con sus discípulos. Sus palabras son su testamento.

Esta noche santa se respira silencio contemplativo, misterio y amor de un Dios-con-


nosotros, el Emmanuel. Queremos dedicar este tiempo a estar junto a Él para escucharle,
orar con él al Padre y darle gracias por el gran misterio de su Pascua.

Jueves Santo es uno de los días más hermosos y más intensos del año litúrgico. La
hermosura de las palabras y los gestos. La intensidad de las palabras y los sentimientos. Lo
expresaba el mismo Jesús cuando se reunió aquella tarde con sus discípulos: “Con ansia he
deseado comer esta Pascua con ustedes”.

5
En aquella cena Jesús de algún modo se rompe, se desborda en palabras, gestos y
sentimientos. Los vamos a recordar. Los vamos a celebrar. Los queremos vivir.

1. Memoria de la Última Cena. Lc 22, 14-20

«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: “Con ansia he
deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que ya no la
comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios”. Y recibiendo una copa,
dadas las gracias, dijo: “Tomen esto y repartanlo entre ustedes; porque les digo que, a
partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de
Dios”. Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi
cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en recuerdo mío”. De igual modo,
después de cenar, la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre, que es
derramada por ustedes”».

REFLEXIÓN:

El discurso de Jesús en la Última Cena fue una conversación en un clima de amistad, de


confianza, y a la vez, el último adiós, que Él nos da abriendo su corazón. ¡Cómo debió de
esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había venido, la hora de darse a los
discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Lo que Jesús hizo aquél día, en aquella hora, es lo
que Él todavía, aquí presente, hace para nosotros.

Por eso no dudamos en sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó
a sí mismo por todos, como don y testimonio del amor del Padre. Fue precisamente durante
esa cena cuando el Señor Jesús instituyó la Eucaristía, y con ello nos ha dejado como don
toda su vida, desde el primer instante de la encarnación hasta el último momento, con todo
lo que concretamente había llenado dicha vida: silencio, sudores, fatigas, oración, luchas,
humillaciones… Toda su vida fue expresión de aquél Amor hasta el extremo.

Vive este momento y preparar tu corazón para que el paso de Jesús no te sea indiferente.
Descubre su verdadero amor que no deja de hacerse presente ante ti, ante tu corazón que lo
siente de manera especial en esta noche.

Pídele al Señor que ese amor que inflamó su corazón en la institución de la Eucaristía te
ayude a ser un cristiano de bien. Que nunca busquemos hacer el mal, sino que por el
contrario la celebración de esta noche, nos lleve a tener un corazón grande donde quepa
todo el mundo. Que nunca excluyamos a nadie, sea de donde sea, o venga de donde venga.

Aquí frente al Santísimo renovemos nuestro compromiso y que el día de mañana se note
que el amor de Jesucristo, que se quedó en el sagrario, nos ha transformado.

SILENCIO

CANTO: Cantemos al amor de los amores

5
Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! venid adoradores,
adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús! cielos y tierra
bendecid al Señor,
honor y gloria a ti, rey de la gloria,
amor por siempre a ti, Dios del amor.

REFLEXIÓN:

Hoy es un día para sentarte tú también con Jesús en la mesa… para escucharle, mirarle a
los ojos, ponerte en su situación… ¿cómo imaginas que se sentiría por dentro? ¿qué te
gustaría decirle después de escucharle? ¿qué sientes? … ¿Quieres hacer “eso mismo” en
memoria suya? Es lo que dice el sacerdote en cada Eucaristía repitiendo las palabras de
Jesús: hagan esto en memoria mía, es decir, ser ustedes Cristo para los demás. ¿Cómo?

Entregando tu vida como se entrega el pan y el vino… La Eucaristía, es el pan de vida que
está vivo en sí mismo y por eso, verdaderamente, viven aquellos que lo reciben. Jesús en la
Eucaristía nos transforma y nos hace semejantes a Él.

“Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”. ¡Qué
misterio! Jesús nos une a Él en la acción más sublime y santa de la historia.

CANTO: Dueño de mi vida

Dueño de mi vida, vida de mi amor,


ábreme la herida de tu corazón.
1. Corazón divino dulce cual la miel,
tú eres el camino para el alma fiel.
2. Tú abrasas el hielo, tú endulzas la hiel;
tú eres el consuelo para el alma fiel.
3. Corazón divino, ¡qué dulzura dan
de tu sangre el vino, de tu carne el pan!
4. Tú eres la esperanza del que va a vivir,
tú eres el remedio del que va a morir.

Ora en silencio ante este sacramento admirable que contemplamos. Déjate inundar de su
amor y acompáñale con fe y amor inquebrantable, dando gracias por su entrega.

SILENCIO

REFLEXIÓN:

5
Nos preguntamos: ¿Qué es lo más grande que alguien ha hecho por ti? ¿Alguien se ha
hecho pan y vino para que tú sigas caminando, para que tú sigas viviendo y dando vida,
para que no desfallezcas, sin fuerzas?

Jesús de Nazaret Él quiso quedarse siempre contigo en forma de pan y de vino. Quiso que
su Cuerpo y su Sangre fueran cuerpo y sangre tuyos. Quiso ser tu alimento, tu fuerza, tu
Luz. Y sólo porque te quiere. Sólo por amor.

¿Qué te alimenta a ti en la vida? ¿Qué te da fuerza?

Jueves Santo, Jueves de Pan y entrega, Jueves de mesa compartida hasta el fin del mundo.
Así es el Dios en quien creemos. Sólo tienes que acercarte a Su Mesa y querer recibirle.

PRECES:

La Eucaristía es también oración de alabanza y acción de gracias. Demos gracias al Señor


por el misterio de la Eucaristía que en esta noche Santa nos ha sido dada y por su presencia
permanente a partir de entonces en medio de nosotros. Respondamos diciendo:

R. Eucaristía, milagro de amor; Eucaristía, presencia del Señor.

· Gracias, Señor, por el misterio pascual de tu muerte y tu resurrección. R.

· Gracias, Señor, por haber instituido la Eucaristía antes de padecer tu muerte. R.

· Gracias, Señor, por haberte quedado sacramentalmente entre nosotros. R.

· Gracias, Señor, por habernos invitado a celebrar la Eucaristía, sacrificio perenne de


salvación. R.

· Gracias, Señor, por darnos tu Cuerpo y Sangre como alimento. R.

· Gracias, Señor, por este tiempo que nos has concedido para adorarte y venerarte en el
sacramento. R.

· Gracias, Señor, por todos los beneficios que nos concedes. R.

LECTURA: Jn 13, 1ss

“Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a
Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y , tomando una toalla , se la ciñó.
Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos
con la toalla con que estaba ceñido”. (Jn 13 3-5)

5
REFLEXIÓN:

En el lavatorio de los pies Jesús ha querido resumir todo el sentido de su vida, para que
quedara bien grabado en la memoria de sus discípulos, que este lavatorio, desde el
principio, fue un servir a los hombres hasta el final.

El gesto del Lavatorio de los pies tiene como finalidad recordarnos que el mandamiento del
Señor debe llevarse a la práctica en el día a día: servirnos mutuamente con humildad.

Jesús nos da ejemplo de una vida gastada por los demás. La caridad no es un sentimiento
vago, no es una experiencia de la que podemos esperar gratificaciones simplemente
humanas, sino que es la voluntad de sacrificarse a sí mismo con Cristo por los demás, sin
cálculos. El amor verdadero siempre es gratuito y siempre está disponible: se da pronta y
totalmente.

Por eso, el Jueves Santo celebramos el día del amor fraterno. El lavatorio de los pies nos
introduce en esta dinámica. En recuerdo de lo que hizo Jesús, quiere enseñarnos a servir
con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para
demostrarle nuestra fe en él.

Tenemos que aprender a dejarnos “lavar”. Jesús le da un significado muy fuerte, es una
condición necesaria para estar con Él.

Necesitamos que Él lave nuestra mente y corazón:

· que nos limpie de toda soberbia y nos regale su humildad

· que nos limpie de toda codicia y nos regale generosidad

· que nos limpie de toda violencia y nos regale mansedumbre

· que nos limpie de todos los apegos y nos regale libertad

· que nos limpie de todo pecado y nos regale pureza

· que nos limpie de todo hasta que lleguemos a ser limpios de corazón…

CANTO: Renuévame, Señor, con tu espíritu.

Renuevame Señor con tu espíritu... Renuevame... Renuevame Señor con tu espíritu y


déjame sentir, el fuego de tu amor, aquí en mi corazón... Señor, y déjame sentir, el fuego de
tu amor, aquí en mi corazón Señor.

Lavame Señor con tu espíritu... Lavame... Lavame Señor con tu espíritu y déjame sentir, el
fuego de tu amor, aqui en mi corazón... Señor, y déjame sentir, el fuego de tu amor, aquí en
mi corazón Señor.

5
REFLEXIÓN:

Aprende también a lavar los pies. Les he dado ejemplo para que también ustedes hagan
como yo he hecho con ustedes. Es un deseo, un imperativo de Jesús, que corresponde al:
Hagan esto en memoria mía. Así, para poder comulgar plenamente con Cristo, tenemos que
estar dispuestos para lavarnos mutuamente los pies.

Debemos aprender de Él a decir siempre “gracias” y a celebrar la Eucaristía en la vida


entrando en la dinámica de su amor que se ofrece y sacrifica a sí mismo para darme vida a
mí, para que viva su vida verdadera.

LECTURA: Lc 22, 40-46

Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron.
Llegado al lugar les dijo: “Oren para que no caigan en tentación”. Y se apartó de ellos
como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de
mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un ángel
venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su
sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la
oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo:
“¿Cómo es que estan dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación”.
Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de
los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: “¡Judas,
con un beso entregas al Hijo del hombre!”.

REFLEXIÓN:

Cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a
Jesús en el sufrimiento del huerto de Getsemaní.

Recordemos este momento en que Jesús se separa de sus discípulos, la angustia de su alma
al rogar que el cáliz se apartara de Él, la amorosa respuesta del Padre que envía un ángel
para sostenerle, la soledad del Maestro que tres veces encuentra a sus discípulos dormidos
en lugar de orar con Él, el valor expresado en la resolución final de ir al encuentro del
traidor: esta combinación de dolor humano, apoyo divino y ofrecimiento solitario son la
clave para acompañar a Jesús en su agonía. Nosotros queremos velar junto a Él…

La Hora esperada y temida ha llegado. Jesús ora: A Jesús se le hace presente todo el
sufrimiento de la crucifixión.

De esto se trata. De amar a pesar de los pesares. Y viene la angustia, el desasosiego, las
lágrimas, el desaliento. Experimenta los efectos del pecado en su alma, especialmente la
separación del Padre. Ha comenzado la Pasión. Pero no cede, sigue rezando, sigue amando
la voluntad del Padre que también es la suya, y ama a los todos hombres a pesar de su
pecado, que lo ha conducido a la muerte más cruel y dolorosa.

6
Es el misterio de la noche, de la debilidad, de la tentación. Noche de sufrimiento. Jesús no
lo rechaza, sino que lo asume y así lo redime. Vence al sufrimiento, sufriéndolo Él. Esta es
la respuesta de Dios a todas las angustias del hombre.

Entonces, podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestros sufrimientos? ¿Qué llena de


impotencia, de dolor, de tristeza y de desesperanza nuestra vida?

SILENCIO

Jesús, de Getsemaní, se levantó para seguir el camino hacia el Calvario, camino de entrega,
de abandono confiado a la voluntad del Padre. Camino de amor sin límites.

Los invitamos a rezar la oración de abandono al Padre

ACTO DE ABANDONO AL PADRE (oramos juntos)

Padre, me pongo en tus manos,


haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo,
con tal que tu voluntad se cumpla
en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más;
te confío mi alma;
te la doy con todo el amor
del que soy capaz,
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con infinita confianza
porque tú eres mi Padre.

CANTO: Padre nuestro, tú que estás.

Padre nuestro tu que estás


en los que aman la verdad,
haz que el reino que por Ti se dio
llegue pronto a nuestro corazón,
que el amor, que tu Hijo, nos dejó,
ese amor... reine ya… en nosotros.

Y en el pan de la unidad,
Cristo danos Tu la paz
y olvidate de nuestro mal,
si olvidamos el de los demás,
no permitas, que caigamos en tentación...
oh Señor... y ten piedad... del mundo.

6
ORACIÓN FINAL:

Oremos: Gracias, Señor, por tu entrega generosa. Concédenos que nuestra vida sea siempre
sincera acción de gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Y que el ejemplo de tu
amor nos lleve a amar de verdad a los que nos necesitan y a los que están a nuestro lado.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

CANTO: DIOS DE AMORES


Dios de amores Santa Eucaristía,
mira al pueblo de tu corazón.

Todo es tuyo, lo ha jurado un día,


todo es tuyo, salva al Ecuador.

Corazón de Jesús, arca de vida,


faro y puerto, luz y salvación.
Corazón de Jesús, fuente florida,
de Ti brotan, aguas de perdón.

Corazón de Jesús, abre tu herida


dí a la Patria, Soy tu redención.

Corazón de Jesús ves cuán sufrida


hoy la Patria, llora su aflicción.

Corazón de Jesús, la Patria unida,


por Ti canta, el himno de amor.

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VIA CRUCIS CON EL PAPA FRANCISCO
«EL ROSTRO DE CRISTO, EL ROSTRO DEL HOMBRE»14

INTRODUCCIÓN
«El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para
que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le
quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que
atravesaron”» (Jn 19,35-37).
Dulce Jesús, subiste al Gólgota sin hesitar, como gesto de amor, y te dejaste crucificar sin
lamento. Humilde hijo de María, cargaste con nuestra noche para mostrarnos con cuánta
luz querías henchir nuestro corazón. En tu dolor, reside nuestra redención, en tus
lágrimas, se bosqueja la «hora» en la que se desvela el amor gratuito de Dios. Siete veces
perdonados en tus últimos suspiros de hombre entre los hombres, nos devuelves a todos
al corazón del Padre, para indicarnos en tus últimas palabras la vía redentora para todo
nuestro dolor. Tú, el plenamente encarnado, te anonadas en la cruz, solamente
comprendido por Ella, la Madre, que permanecía fielmente al pie de aquel patíbulo. Tu
sed es fuente de esperanza siempre encendida, mano tendida incluso para el malhechor
arrepentido, que hoy, gracias a ti, dulce Jesús, entra en el paraíso. Concédenos a todos
nosotros, Señor Jesús crucificado, tu infinita misericordia, perfume de Betania en el
mundo, gemido de vida para la humanidad. Y, confiados finalmente en las manos de tu
Padre, ábrenos la puerta de la vida que nunca muere. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús condenado a muerte : El dedo acusador
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían
gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Por tercera vez les dijo: “Pues, ¿qué mal ha hecho
este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un
escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo
crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que
pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y
homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad» (Lc 23,20-25).
Un Pilato atemorizado que no busca la verdad, el dedo acusador y el creciente clamor de la
multitud, son los primeros pasos de la muerte de Jesús. Inocente como un cordero cuya
sangre salva a su pueblo. Ese Jesús, que ha pasado entre nosotros curando y bendiciendo, es
condenado ahora a la pena capital. Ninguna palabra de gratitud por parte del gentío que, en
cambio, elige a Barrabás. Para Pilato, se convierte en un caso embarazoso. Lo entrega a la
muchedumbre y se lava las manos, enteramente apegado a su poder. Lo entrega para que
sea crucificado. No quiere saber nada de él. Para él, el caso está cerrado.
La condena apresurada de Jesús acoge así las acusaciones fáciles, los juicios superficiales
entre la gente, las insinuaciones y prejuicios, que cierran el corazón y se convierten en

14 MEDITACIONES de S.E. Mons. Giancarlo Maria BREGANTINI, Arzobispo de Campobasso-Boiano

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cultura racista, de exclusión y descarte, con cartas anónimas y horribles calumnias. Si
acusados, se salta inmediatamente en primera página; si absueltos, se termina en la última.
¿Y nosotros? ¿Sabremos tener una conciencia recta y responsable, transparente, que nunca
dé la espalda al inocente, sino que luche con valor en favor de los débiles, resistiéndose a la
injusticia y defendiendo por doquier la verdad ultrajada?
ORACIÓN
Señor Jesús, hay manos que amparan y hay manos que firman sentencias injustas. Haz
que, ayudados por tu gracia, no descartemos a nadie. Defiéndenos de la calumnia y la
mentira. Ayúdanos a buscar siempre la verdad, y a estar siempre de parte de los
débiles. Y concede tu luz a quien, por misión, debe juzgar en el tribunal, para que emita
siempre sentencias justas y verdaderas. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas : El pesado madero de la crisis
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como
ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,24-
25).
Pesa el madero de la cruz, porque, en él, Jesús lleva consigo todos nuestros pecados. Se
tambalea bajo este peso, demasiado grande para un solo hombre (cf. Jn 19,17).
Es también el peso de todas las injusticias que ha causado la crisis económica, con sus
graves consecuencias sociales: precariedad, desempleo, despidos; un dinero que gobierna
en lugar de servir, la especulación financiera, el suicidio de empresarios, la corrupción y la
usura, las empresas que abandonan el propio país.
Esta es la pesada cruz del mundo del trabajo, la injusticia en la espalda de los trabajadores.
Jesús la carga sobre sus hombros y nos enseña a no vivir más en la injusticia, sino a ser
capaces, con su ayuda, de crear puentes de solidaridad y esperanza, para no ser ovejas
errantes ni extraviadas en esta crisis.
Volvamos, pues, a Cristo, pastor y guardián de nuestras almas. Luchemos juntos por el
trabajo en reciprocidad, superando el miedo y el aislamiento, recuperando la estima por la
política y tratando de solventar juntos los problemas.
La cruz, entonces, se hará más ligera, si la llevamos con Jesús y la levantamos todos juntos,
porque con sus heridas – resquicios de luz – hemos sido curados.
ORACIÓN
Señor Jesús, cada vez se hace más densa nuestra noche. La pobreza se torna miseria.
No tenemos pan para los hijos y nuestras redes están vacías. Nuestro futuro es incierto.
Vela por el trabajo que falta. Despierta en nosotros el celo por la justicia, para que no
arrastremos la vida, sino que la llevemos con dignidad. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.

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R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez: La fragilidad que se abre a la acogida
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él» (Is 53,4-5).
Es un Jesús frágil, muy humano, el que contemplamos con asombro en esta estación de
gran dolor. Pero es precisamente esta caída en tierra lo que revela aún más su inmenso
amor. Está acorralado por el gentío, aturdido por los gritos de los soldados, cubierto por las
llagas de la flagelación, lleno de amargura interior por la inmensa ingratitud humana. Y
cae. Cae por tierra.
Pero en esta caída, en este ceder al peso y la fatiga, Jesús vuelve a ser una vez más maestro
de vida. Nos enseña a aceptar nuestras fragilidades, a no desanimarnos por nuestros fallos,
a reconocer con lealtad nuestras limitaciones: «El deseo del bien está a mi alcance – dice
san Pablo – pero no el realizarlo» (Rm 7,18).
Con esta fuerza interior que viene del Padre, Jesús también nos ayuda a aceptar las
debilidades de los demás; a no indignarnos con quien ha caído, a no ser indiferentes con
quien cae. Y nos da la fuerza para no cerrar la puerta a quien llama a nuestra casa pidiendo
asilo, dignidad y patria. Conscientes de nuestra fragilidad, acogeremos entre nosotros la
fragilidad de los emigrantes, para que encuentren seguridad y esperanza.
En efecto, en el agua sucia del cántaro del Cenáculo, es decir, en nuestra fragilidad, es
donde se refleja el verdadero rostro de nuestro Dios. Por eso, «todo espíritu que confiesa a
Jesucristo venido en carne, es de Dios» (1 Jn 4,2).
ORACIÓN
Señor Jesús, que te has humillado para rescatar nuestra debilidad, haznos capaces de
entrar en una verdadera comunión con nuestros hermanos más pobres. Arranca de
nuestro corazón toda raíz de miedo y cómoda indiferencia, que nos impide reconocerte en
los emigrantes, para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras, sino que es
verdadera madre de todos. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con la Madre : Lágrimas solidarias
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este ha sido puesto para que
muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción: así quedará
clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2,34-

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35). «Llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros» (Rm
12,15-16).
Este encuentro de Jesús con María, su madre, está cargado de emoción, de lágrimas
amargas. En él se expresa la fuerza invencible del amor materno, que supera todo obstáculo
y sabe abrir caminos. Pero impresiona aún más la mirada solidaria de María, que comparte
e infunde fuerza al Hijo. Nuestro corazón se llena así de asombro al contemplar la grandeza
de María, precisamente en su hacerse, ella misma criatura, «prójimo» para con su Dios y su
Señor.
Ella recoge las lágrimas de todas las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes
condenados a muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños
soldados. En ellas escuchamos el lamento desgarrador de las madres por sus hijos,
moribundos a causa de tumores producidos por la quema de residuos tóxicos.
¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Solidaridad en compartir la ruina de los hijos! Madres que
velan en la noche, con las luces encendidas, temblando por los jóvenes abrumados por la
inseguridad o en las garras de la droga y el alcohol, especialmente las noches del sábado.
Junto a María, nunca seremos un pueblo huérfano. Nunca olvidados. Como a san Juan
Diego, María también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice:
«No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 286).
ORACIÓN
Salve, Madre, dame tu santa bendición. Bendíceme, a mí y a toda mi casa. Dígnate
ofrecer a Dios todo lo que hoy haré y soportaré, unido a tus méritos y a los de tu
santísimo Hijo. Te ofrezco y dedico todo mi ser y todas mis cosas a tu servicio,
poniéndome por entero bajo tu manto. Obtén para mí, Señora, la pureza de la mente y
del cuerpo, y haz que, en este día, no haga nada que desagrade a Dios. Te lo pido por tu
Inmaculada Concepción y tu intacta virginidad. Amén (San Gaspar Bertoni).
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz: La mano amiga que levanta
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«A uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de
Rufo, lo forzaron a llevar la cruz» (Mc 15,21).
Simón de Cirene pasa casualmente por allí. Pero se convierte en un encuentro decisivo en
su vida. Él volvía del campo. Hombre de fatigas y vigor. Por eso se le obligó a llevar la
cruz de Jesús, condenado a una muerte infame (cf. Flp 2,8).
Pero este encuentro, el principio casual, se trasformará en un seguimiento decisivo y vital
de Jesús, llevando cada día su cruz, negándose a sí mismo (cf. Mt 16,24-25). En efecto,
Simón es recordado por Marcos como el padre de dos cristianos conocidos en la comunidad
de Roma: Alejandro y Rufo. Un padre que ha impreso ciertamente en el corazón de los
hijos la fuerza de la cruz de Jesús. Porque la vida, si uno se aferra demasiado a ella,

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enmohece y se agosta. Pero si la ofrece, florece y se convierte en espiga de grano, para él y
para toda la comunidad.
En esto radica la verdadera cura de nuestro egoísmo, siempre al acecho. La relación con el
otro nos rehabilita y crea una hermandad mística, contemplativa, que sabe mirar la
grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que puede
soportar las penas de la vida, apoyándose en el amor de Dios. Sólo con el corazón abierto al
amor divino, me veo impulsado a buscar la felicidad de los demás en tantos gestos de
voluntariado: una noche en el hospital, un préstamo sin intereses, una lágrima enjugada en
familia, la gratuidad sincera, el compromiso con altas miras por el bien común, el compartir
el pan y el trabajo, venciendo toda forma de recelo y envidia.
El mismo Jesús nos lo recuerda: «Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
ORACIÓN
Señor Jesús, en el Cireneo amigo vibra el corazón de tu Iglesia, que se hace refugio de
amor para cuantos tienen sed de ti. La ayuda fraterna es la clave para atravesar juntos la
puerta de la Vida. No permitas que nuestro egoísmo nos haga pasar de largo, y
ayúdanos a derramar el ungüento de consolación en las heridas de los otros, para
hacernos compañeros leales de camino, sin evasivas y sin cansarnos nunca de optar por la
fraternidad. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

SEXTA ESTACIÓN
Verónica enjuga el rostro de Jesús : La ternura femenina
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu
rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me
abandones, Dios de mi salvación» (Sal 26,8-9).
Jesús se arrastra con dificultad, jadeando. Pero la luz de su rostro se mantiene intacta. No
hay ofensa que pueda oponerse a su belleza. Los salivazos no la han empañado. Los golpes
no han conseguido quebrarla. Este rostro se parece a una zarza ardiente que, cuanto más se
le ultraja, más consigue emanar una luz de salvación. De los ojos del Maestro manan
lágrimas silenciosas. Lleva el peso del abandono. Sin embargo, Jesús avanza, no se detiene,
no vuelve atrás. Afronta la opresión. Está turbado por la crueldad, pero él sabe que su
muerte no será en vano.
Jesús, entonces, se detiene ante una mujer que viene a su encuentro sin titubeos. Es la
Verónica, verdadera imagen femenina de la ternura.
El Señor encarna aquí nuestra necesidad de gratuidad amorosa, de sentirnos amados y
protegidos por gestos de solicitud y de cuidados. Las caricias de esta criatura se empapan
de la sangre preciosa de Jesús y parecen purificarlo de las profanaciones recibidas en
aquellas horas de tortura. La Verónica consigue tocar al dulce Jesús, rozar su candor. No
sólo para aliviar, sino para participar en su sufrimiento. Reconoce en Jesús a cada prójimo

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que ha de consolar, con un toque de ternura, para entrar en el gemido de dolor de los que
hoy no reciben asistencia ni calor de compasión. Y mueren de soledad.
ORACIÓN
Señor Jesús, ¡qué amarga la indiferencia de quien creíamos a nuestro lado en los
momentos de desolación! Pero tú nos cubres con ese paño que lleva impresa tu sangre
preciosa, que has derramado a lo largo del camino del abandono,
que también tú sufriste injustamente. Sin ti, no tenemos ni podemos dar alivio alguno.
Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez : La angustia de la cárcel y de la tortura
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Me rodeaban cerrando el cerco... Me rodeaban como avispas, ardiendo como el fuego en
las zarzas, en el nombre del Señor los rechacé. Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó... Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la
muerte»(Sal 117,11.12-13.18).
En Jesús se cumplen verdaderamente las antiguas profecías del Siervo humilde y obediente,
que carga sobre sus hombros toda nuestra historia de dolor. Y así, Jesús, llevado a
empellones, se desploma por la fatiga y la opresión, rodeado, circundado por la violencia,
ya sin fuerzas. Cada vez más solo, cada vez más en la oscuridad. Lacerado en la carne, con
los huesos magullados.
En él reconocemos la amarga experiencia de los detenidos en prisión, con todas sus
contradicciones inhumanas. Rodeados y cercados, «empujados para derribarlos». A la
cárcel se la mantiene aún hoy demasiado lejana, olvidada, rechazada por la sociedad civil.
Hay absurdos de la burocracia, lentitud de la justicia. El hacinamiento es una doble pena,
un dolor agravado, una opresión injusta, que desgasta la carne y los huesos. Algunos –
demasiados – no sobreviven... Y aun cuando un hermano nuestro sale, lo seguimos
considerando «ex recluso», cerrándole así las puertas del rescate social y laboral.
Pero más grave es la tortura, por desgracia muy practicada en varias partes de la tierra de
muchos modos. Como lo fue para Jesús, también él golpeado, humillado por la soldadesca,
torturado con la corona de espinas, azotado con crueldad.
Ante esta caída, cómo nos percatamos de la verdad de aquellas palabras de Jesús: «Estuve
en la cárcel y no me visitasteis» (Mt 25,36). En toda cárcel, junto a cada torturado, siempre
está él, el Cristo que sufre, encarcelado y torturado. Aunque probados duramente, él es
nuestra ayuda, para no ser entregados al miedo. Sólo juntos nos levantamos, acompañados
por agentes apropiados, apoyados en la mano fraterna de los voluntarios y rescatados de
una sociedad civil que hace suyas las muchas injusticias cometidas dentro de los muros de
una prisión.
ORACIÓN
Señor Jesús, una conmoción indecible me embarga al verte postrado en tierra por mí.
No hallas mérito alguno, sino una multitud de pecados, incongruencias, debilidades. Y

6
¡qué amor de predilección como respuesta! Al margen de la sociedad, denigrados por los
juicios, tú nos has bendecido para siempre. Dichosos nosotros si hoy estamos aquí, por
tierra, contigo, rescatados de la condena. Haz que no eludamos nuestras
responsabilidades, concédenos vivir en tu humillación, a salvo de toda pretensión de
omnipotencia, para renacer a una vida nueva como criaturas hechas para el cielo. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén : Compartir, no sólo conmiseración
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,28).
Las figuras femeninas en el camino del dolor se presentan como antorchas encendidas.
Mujeres de fidelidad y valor que no se dejan intimidar por los guardias ni escandalizar por
las llagas del Buen Maestro. Están dispuestas a encontrarlo y consolarlo. Jesús está allí,
ante ellas. Hay quien lo pisotea mientras cae por tierra agotado. Pero las mujeres están allí,
listas para darle ese cálido latido que el corazón ya no puede contener. Antes lo observan
desde lejos, pero luego se acercan, como hace el amigo, el hermano o hermana cuando se
da cuenta de las dificultades del ser querido.
Jesús se impresiona por su llanto amargo, pero les exhorta a no desgastar el corazón en
verlo tan maltratado, a no ser mujeres que lloran, sino creyentes. Pide un dolor compartido
y no una conmiseración sollozante. No más lamentos, sino deseos de renacer, de mirar
hacia adelante, de proceder con fe y esperanza hacia esa aurora de luz que surgirá aún más
cegadora sobre la cabeza de quienes caminan con los ojos puestos en Dios. Lloremos por
nosotros mismos si aún no creemos en ese Jesús que nos ha anunciado el Reino de la
salvación. Lloremos por nuestros pecados no confesados.
Y lloremos también por esos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que
llevan dentro. Lloremos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la explotación. Pero no
basta compungirse y sentir compasión. Jesús es más exigente. Las mujeres deben ser
amadas como un don inviolable para toda la humanidad. Para hacer crecer a nuestros hijos,
en dignidad y esperanza.
ORACIÓN
Señor Jesús, frena la mano que ataca a las mujeres. Libera su corazón del abismo de la
desesperación cuando se convierten en víctimas de la violencia. Enjuga su llanto cuando
se encuentran solas. Y abre nuestro corazón para compartir todo dolor, con sinceridad y
fidelidad, más allá de la compasión natural, para hacernos instrumentos de la verdadera
liberación. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

6
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez: Superar la nociva nostalgia
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto
vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).
San Pablo enumera sus pruebas, pero sabe que Jesús ha pasado antes por ellas, que en el
camino hacia el Gólgota cayó una, dos, tres veces. Destrozado por la tribulación, la
persecución, la espada; oprimido por el madero de la cruz. Exhausto. Parece decir, como
nosotros en tantos momentos de oscuridad: «¡Ya no puedo más!».
Es el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos terminales, los oprimidos por
el yugo.
Pero en Jesús se ve también su fuerza: «Si hace sufrir, se compadece» (Lm 3,32). Nos
muestra que en la aflicción siempre está su consuelo, un «más allá» que se entrevé en la
esperanza. Como la poda de la vid que el Padre celestial, con sabiduría, hace precisamente
con los sarmientos que dan fruto (cf. Jn 15,8). Nunca para cercenar, sino siempre para
rebrotar. Como una madre cuando llega su hora: se inquieta, gime, sufre en el parto. Pero
sabe que son los dolores de la nueva vida, de la primavera en flor, precisamente por esa
poda.
Que la contemplación de Jesús caído, pero capaz de ponerse en pie, nos ayude a vencer la
congoja que el temor por el mañana imprime en nuestro corazón, especialmente en este
tiempo de crisis. Superemos la nociva nostalgia del pasado, la comodidad del inmovilismo,
del «siempre se ha hecho así». Ese Jesús que se tambalea y cae, pero que luego se levanta,
es la certeza de una esperanza que, alimentada por la oración intensa, nace precisamente
durante la prueba, y no después de la prueba ni sin prueba. Por la fuerza de su amor,
saldremos más que victoriosos.
ORACIÓN
Señor Jesús, te rogamos que levantes del polvo al mísero, levanta a los pobres de la
inmundicia, hazlos sentar con los jefes del pueblo y asígnales un puesto de honor.
Quiebra el arco de los fuertes y reviste a los débiles de vigor, porque sólo tú nos haces
ricos precisamente con tu pobreza (cf. 1 S, 2,4-8; 2 Co 8,9). Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de las vestiduras: La unidad y la dignidad
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una
para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a
quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte
mi túnica”. Esto hicieron los soldados»(Jn 19,23-24).

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No dejaron ni un trozo de tela que cubriera el cuerpo de Jesús. Lo despojaron. No tenía
manto ni túnica, ningún vestido. Lo desnudaron como un acto de humillación extrema. Sólo
le cubría la sangre, que borbotaba de sus numerosas heridas.
La túnica queda intacta: es símbolo de la unidad de la Iglesia, una unidad que se ha de
recobrar mediante un camino paciente, una paz artesana, construida día a día en un tejido
recompuesto con los hilos de oro de la fraternidad, en un clima de reconciliación y perdón
mutuo.
En Jesús, inocente, despojado y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los
inocentes, especialmente de los pequeños. Dios no impidió que su cuerpo despojado fuera
expuesto en la cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto, y demostrar
que él, Dios, está irrevocablemente y sin medias tintas de parte de las víctimas.
ORACIÓN
Señor Jesús, queremos volver a ser inocentes como niños, para poder entrar en el reino
de los cielos, purificados de nuestra suciedad y de nuestros ídolos. Retira de nuestro
pecho el corazón de piedra de las divisiones, que hacen a tu Iglesia poco creíble. Danos
un corazón nuevo y un espíritu nuevo, para vivir según tus preceptos y observar y poner
en práctica tus leyes. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz : En el lecho de los enfermos
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se
llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su
derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo consideraron
como un malhechor”» (Mc 15,24-28).
Y lo crucificaron. La pena de los infames, de los traidores, de los esclavos rebeldes. Esta es
la pena que se aplica a nuestro Señor Jesús: ásperos clavos, dolor lacerante, la congoja de la
madre, la vergüenza de verse acomunado a dos bandidos, la ropa repartida entre los
soldados como un botín, la burlas crueles de quienes pasaban por allí: «A otros ha salvado
y él no se puede salvar..., que baje ahora de la cruz y le creeremos» (Mt 27,42).
Y lo crucificaron. Jesús no desciende, no abandona la cruz. Permanece obediente hasta el
fin a la voluntad del Padre. Ama y perdona.
También hoy, como Jesús, muchos hermanos y hermanas nuestros están clavados al lecho
de dolor, en hospitales, asilos de ancianos, en nuestras familias. Es el tiempo de la prueba,
de días amargos, de soledad e incluso de desesperación: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?» (Mt 27,46).
Que nuestra mano nunca sea para clavar, sino siempre para acercar, consolar y acompañar a
los enfermos, levantándolos de su lecho de dolor. La enfermedad no pide permiso. Llega
siempre de improviso. A veces trastoca, limita los horizontes, pone a dura prueba la
esperanza. Su hiel es amarga. Sólo si tenemos junto a nosotros a alguien que nos escucha,

7
que nos es cercano, que se sienta en nuestro lecho..., entonces la enfermedad puede
convertirse en una gran escuela de sabiduría, en encuentro con el Dios paciente. Cuando
alguno toma sobre sí nuestra enfermedad por amor, también la noche del dolor se abre a la
luz pascual de Cristo crucificado y resucitado. Lo que humanamente es una condena, puede
transformarse en un ofrecimiento redentor por el bien de nuestras comunidades y familias.
A ejemplo de los Santos.
ORACIÓN
Señor Jesús, no te alejes de mí, siéntate en mi lecho de dolor y hazme compañía. No me
dejes solo, tiende tu mano y levántame. Yo creo que tú eres el Amor, y creo que tu
voluntad es la expresión de tu amor; por eso me encomiendo a tu voluntad, porque me
confío a tu amor. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz : El suspiro de las siete palabras
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó
el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,28-
30).
Las siete palabras de Jesús en la cruz son una obra maestra de esperanza. Jesús, lentamente,
con pasos que también son los nuestros, atraviesa toda la oscuridad de la noche, para
abandonarse confiado en los brazos del Padre. Es el gemido de los moribundos, el grito de
los desesperados, la invocación de los perdedores. Es Jesús.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es el grito de Job, de
todo hombre bajo el peso de la desgracia. Y Dios guarda silencio. Calla porque su respuesta
está allí, en la cruz: él mismo, Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna encarnada por
amor.
«Acuérdate de mí...» (Lc 23,42). La invocación fraterna del malhechor, convertido en
compañero de dolor, llega al corazón de Jesús, que siente en ella el eco de su propio dolor.
Y Jesús acoge la súplica: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,42-43). El dolor del
otro nos redime siempre, porque nos hace salir de nosotros mismos.
«Mujer, ahí tienes a tu hijo...» (Jn 19,26). Pero es su Madre, María, que estaba con Juan al
pie de la cruz, rompiendo el acoso del miedo. La llena de ternura y esperanza. Jesús ya no
se siente solo. Como nos pasa a nosotros cuando junto al lecho del dolor está quien nos
ama. Fielmente. Hasta el final.
«Tengo sed» (Jn 19,28). Como el niño pide de beber a su mamá; como el enfermo abrasado
por la fiebre... La sed de Jesús es la todos los sedientos de vida, de libertad, de justicia. Y es
la sed del mayor de los sedientos, Dios, que infinitamente más que nosotros tiene sed de
nuestra salvación.

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«Está cumplido» (Jn 19,30). Todo cumplido: cada palabra, cada gesto, cada profecía, cada
instante de la vida de Jesús. El tapiz está completo. Los mil colores del amor lucen ahora
con hermosura. Nada se ha desperdiciado. Nada se ha desechado. Todo se ha convertido en
amor. Todo está cumplido, para mí y para ti. Y, así, también el morir tiene un sentido.
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Ahora, heroicamente, Jesús
sale del miedo a la muerte. Porque si vivimos en el amor gratuito, todo es vida. El perdón
renueva, sana, transforma y consuela. Crea un pueblo nuevo. Frena las guerras.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Ya no más desesperación ante la
nada. Más bien plena confianza en sus manos de Padre, recostado en su corazón. Porque, en
Dios, cada fragmento se compone finalmente en unidad.
ORACIÓN
Oh Dios, que en la pasión de Cristo nuestro Señor, nos has liberado de la muerte,
heredad del antiguo pecado, transmitida a todo el género humano, renuévanos a imagen
de tu Hijo; y, así como hemos llevado en nosotros por nacimiento la imagen del hombre
terrenal, haz que, por la acción de tu Espíritu, llevemos la imagen del hombre celestial.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre: El amor es más fuerte de la
muerte.
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo
de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo
entregaran» (Mt 27,57-58).
Antes de ser puesto en la tumba, Jesús es entregado finalmente a su Madre. Es el icono de
un corazón destrozado, que nos dice cómo la muerte no impide el último beso de la madre a
su hijo. Postrada ante el cuerpo de Jesús, María se encadena a él en un abrazo total. Este
icono se llama simplemente «Piedad». Es desgarrador, pero demuestra que la muerte no
quiebra el amor. Porque el amor es más fuerte que la muerte. El amor puro es perdurable.
Ha llegado la tarde. La batalla está vencida. El amor no se ha truncado. Quién está
dispuesto a sacrificar su vida por Cristo, la encontrará. Transfigurada más allá de la muerte.
En esta trágica entrega, se mezclan lágrimas y sangre. Como en la vida de nuestras familias,
atribuladas a veces por pérdidas imprevistas y dolorosas, creando un vacío insalvable, sobre
todo cuando muere un niño.
Piedad, entonces, significa hacerse cercanos de los hermanos en luto y que no se resignan.
Es una caridad muy grande cuidar de quien está sufriendo en el cuerpo llagado, en la mente
deprimida, en el ánimo desesperado. Amar hasta el final es la suprema enseñanza que nos
han dejado Jesús y María. Y la misión fraterna diaria de consuelo, que se nos entrega en
este abrazo fiel entre Jesús muerto y su Madre Dolorosa.
ORACIÓN

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Oh, Virgen de los Dolores, que en nuestros santuarios nos muestras tu rostro de luz,
mientras que con los ojos hacia el cielo y las manos abiertas ofreces al Padre un signo
de ofrenda sacerdotal, la víctima redentora de tu Hijo Jesús. Muéstranos la dulzura del
último fiel abrazo y danos tu maternal consuelo, para que el dolor cotidiano nunca
apague la esperanza de vida más allá de la muerte. Amén.
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.
R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro: El jardín nuevo
V. Te adoramos, Cristo y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde
nadie había sido enterrado todavía... Allí pusieron a Jesús» (Jn 19,41-42).
Aquel jardín, donde se encuentra la tumba en la que Jesús fue sepultado, recuerda otro
jardín: el Jardín del Edén. Un jardín que, a causa de la desobediencia, perdió su belleza y se
convirtió en desolación, lugar de muerte en vez de vida.
Las ramas silvestres que nos impiden respirar la voluntad de Dios, como el apego al dinero,
la soberbia, el derroche de la vida, se han de cortar e injertarlas ahora en el madero de la
cruz. Este es el nuevo jardín: la cruz plantada en la tierra.
Desde allí, Jesús puede ahora llevar todo a la vida. Cuando retorne de los abismos
infernales, donde Satanás ha encerrado a muchas almas, comenzará la renovación de todas
las cosas. Aquel sepulcro representa el fin del hombre viejo. Y, como para Jesús, Dios
tampoco ha permitido para nosotros que sus hijos fueran castigados con la muerte
definitiva. La muerte de Cristo abate todos los tronos del mal, basados en la codicia y la
dureza de corazón.
La muerte nos desarma, nos hace entender que estamos expuestos a una existencia terrenal
que termina. Pero, ante ese cuerpo de Jesús puesto en el sepulcro, tomamos conciencia de
lo que somos: criaturas que, para no morir, necesitan a su Creador.
El silencio que rodea ese jardín nos permite escuchar el susurro de una suave brisa: «Yo
soy el que vive, y yo estoy con vosotros» (cf. Ex 3,14). El velo del templo se rasgó.
Finalmente vemos el rostro de nuestro Señor. Y conocemos plenamente su nombre:
misericordia y fidelidad, para no quedar nunca confusos, ni siquiera ante la muerte, porque
el Hijo de Dios fue libre en medio de los muertos (cf. Sal 87,6 Vulg.).
ORACIÓN
Protégeme, oh Dios, en ti me refugio. Tú eres mi heredad y mi copa, en tus manos está
mi vida. Te pongo siempre ante mí, como mi Señor, contigo a mi derecha, no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se regocija mi alma, y también mi carne descansa
segura. No abandones mi vida en el abismo ni dejes a tu fiel conocer la corrupción. Me
enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría
perpetua a tu derecha. Amén. (cf. Sal 15)
Padrenuestro. Avemaría.
V. Señor, pequé.

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R. Tened piedad y misericordia de mí.
Canto.

UNIDOS AL PAPA

Es una piadosa costumbre terminar el Vía crucis rezando por la persona e intenciones del
Papa, “el Dulce Cristo en la tierra”, como lo llamaba Santa Catalina de Siena. Con ello
podemos conseguir también las indulgencias concedidas para el rezo de esta oración.
Por la persona e intenciones del Papa.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

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DESCENDIMIENTO DEL SEÑOR

El descendimiento del Señor es una tradición muy arraigada en nuestros pueblos. Para realizar esta práctica
se revisten a algunas personas con albas o túnicas blancas y con capuchas, éstas personas son denominadas
con el nombre de «santos varones». En el momento oportuno salen desde el fondo de la Iglesia en silencio. Es
preciso que en el arreglo del calvario se haya previsto todo lo necesario para el descendimiento del Cuerpo
del Señor. El mismo sacerdote u otra persona idónea hará de relator pero como lo pide el momento, es decir,
con gran solemnidad.

«Informado por el centurión, Pilato concedió el cuerpo a José de Arimatea, quien,


comprando una sábana lo descolgó de la cruz y lo envolvió en la misma» (Mc 15,45-46)

El descendimiento del Cuerpo del Señor constituye para nosotros en un canto a la vida, en
una oda a la esperanza porque el Dios del misterio lo tenemos ante nosotros muerto en una
cruz, pero resucitado a la vez a una vida nueva, a la vida del espíritu, a la vida de quien
nunca más muere. «Jesús siendo Dios se despojó de su investidura para hacerse hombre», y
para enseñarnos que en esta vida lo más importante es lo que hemos hecho más que lo que
tenemos.

Cuando Jesús desciende de la cruz, se besa el cielo con la tierra, la divinidad con la
humanidad, la muerte con la vida, la alegría con la tristeza, la fe con la duda y la desilusión
con la esperanza.

Santos Varones, despojen de la cabeza de Jesús la Corona de espinas y que las espinas que
punzan hoy la cabeza de nuestros pueblos se transformen en laureles de vida y de progreso;
no sigamos coronando a Jesús con las coronas confeccionadas por nosotros a fuerza de
angustia y de tristeza, no coronemos a Jesús con espinas de muerte y de miseria y si
dejémonos coronar por él con la corona de su amor y su alegría; no coronemos a Jesús con
coronas ensangrentadas producto de la violencia que vive nuestro pueblo, coronemos al
Señor de la vida con la corona de nuestros buenos sentimientos y propósitos; hoy te
quitamos Señor la corona de espinas de tu cabeza, vuélvela gloriosa y redentora.

Santos Varones, bajen el brazo derecho de Jesús, el brazo de la bendición, el brazo de la


ternura, brazo de Jesús que levanta, brazo de Jesús que redime, brazo que corrige, brazo de
poder, brazo de esperanza, brazo que orienta, brazo que sana; que nuestro brazo derecho
sea hermanos y hermanas signo de victoria en medio del conflicto, signo de altivez en
medio de nuestros sollozos, signo de valentía en medio de la guerra cobarde llevada a cabo

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por los agoreros del desastre; que los brazos de papá y mamá sean para bendecir a sus hijos,
sean para estrecharlos en su pecho, para corregirlos cuando se equivoquen y sean para
levantarlos cuando caigan.

Santos Varones bajen el brazo izquierdo de nuestro Salvador, es el brazo de la resurrección,


es el brazo que empuña la bandera de la vida sobre las huestes de la muerte, es el brazo que
sostuvo al ciego, al paralítico y también a la hemorroísa, ese brazo encaminó y alentó a sus
discípulos cuando en cierta población fueron despreciados, es el brazo que animó a los
discípulos a la profesión de fe señalando el monte de la transfiguración; que este brazo
izquierdo de Jesús sea nuestro propio brazo hábil y capaz en la construcción y edificación
de nuestra vida, construyámonos y erijámonos como verdaderos hijos de Dios en la
humildad y en el servicio.

Santos Varones bajen los pies de Jesús, pies sagrados que con sus dulces huellas bendicen
nuestra tierra, son los pies que caminaron por las calles polvorientas de la Galilea, son los
pies que dejan a su paso alegría y bendición, son los pies descalzos de los pobres que
anhelan calzarse las sandalias de la oportunidad de trabajo para su sustento, son los pies de
los militares mutilados por el fantasma de la guerra y la barbarie, son los pies del
campesino que camina ahora acongojado por su tierra y por sus campos esperando
encontrase con una mina anti personal, donde en otra hora corría cual ciervo libre por las
praderas de su propiedad, son los pies del desplazado que después de acariciar el rocío de la
mañana depositado en los pastos frescos de la vida, ahora acaricia con sus pies el frío
asfalto de las grandes urbes, son los pies del deportista que si bien corre detrás de un
premio, debería correr también en pos de la conquista de la corona de la gloria: Jesucristo.
Los pies de Jesús son los pies de nuestro Pueblo que a veces tropiezan con las piedras que
nosotros mismos hemos puesto en el camino, cual obstáculos insalvables en el camino
hacia la reconciliación.

Santos varones bajen el cuerpo de Jesús y pónganlo en el sepulcro, pero no en el sepulcro


de la muerte y del luto, sino en el sepulcro hecho puente para contemplar la vida, pónganlo
en el sepulcro no de la condena, sino de la salvación, pónganlo en el sepulcro de la gloria,
en el sepulcro de nuestra humanidad que con viva ilusión desea contemplar la luz del
resucitado, junto a los días de gozo representados en la paz para nuestro pueblo.

Hermanos y hermanas que esta escena que tenemos ante nuestros ojos, el cuerpo de Jesús
en el sepulcro, nos lleve a pensar que en muchas oportunidades nuestras palabras como

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nuestros actos pueden enviar a Jesús al sepulcro o por el contrario a la resurrección
gloriosa.

María Santísima, Nuestra Madre y Señora, concédenos acompañar a Jesús en su muerte y


caminar con él hacia la resurrección.

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SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS

ORACIÓN PREPARATORIA
Señor Jesucristo, Salvador y Redentor, me arrodillo ante tu bendita cruz. Mi espíritu y mi
corazón se dedican a reflexionar sobre tu sagrada Pasión. Levántese tu cruz ante mi pobre
alma para hacerme comprender mejor y grabar en el corazón cuanto hiciste y sufriste y por
quien lo sufriste.
Que tu gracia me asista; disípense el desánimo y la indiferencia de mi corazón; que yo
olvide, al menos durante media hora, la mediocridad de mis días, para permitirles a mi
amor, a mi arrepentimiento, a mi gratitud, descansar junto a ti. Oh Rey de los corazones,
abraza en tu amor crucificado mi corazón flaco y pobre, cansado y triste. Haz que se sienta
interiormente atraído hacia Ti. Despierta en mí lo que falta: compasión, amor y fidelidad
para contigo, que se detengan en la contemplación de tu sagrada Pasión y Muerte.
Meditaré sobre tus siete palabras en la cruz, tus últimas palabras antes de que la muerte te
redujera al silencio, a ti, Palabra de Dios desde toda la eternidad. Estas palabras salieron de
tu corazón, con el alma traspasada de dolor y con los labios resecados por la sed. Las
dirigiste a todos, las dirijiste también a mí. Haz que penetren profundamente en lo más
íntimo de mi corazón, y yo pueda comprender todo su sentido. Que no se queden en el
olvido, sino que vivan y tengan fuerza en mi corazón sin vida. Pronúncialas tú mismo para
mí y que yo escuche el eco de tu voz.
Un día, en la hora de mi muerte y después de ella, tu hablarás y estas palabras significarán
un comienzo eterno a un fin sin termino. Oh Señor, haz que en la hora de mi muerte yo
escuche de tu boca palabras de misericordia y de amor, haz que yo no deje de escucharlas.
Concédeme ahora recibir con el corazón dócil tus últimas palabras en la cruz.

Primera Palabra: Padre Perdónales porque no saben lo que hacen (Lucas. 16:34)
Hermanos queridos en Cristo Jesús hoy deseo reflexionar sobre las siete palabras de Jesús
en la Cruz. Acompáñenme en esta reflexión. Según la narración del Evangelista Lucas, ésta
es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz. Constituye esta palabra la postura
cumbre de la doctrina evangélica sobre el amor; y pronto fue practicada por los cristianos,
como en el caso de Esteban (Hechos 7,60). Esta palabra falta en algunos códices. El motivo
que ocasionó la supresión parece ser la intención de los copistas de subrayar de este modo
la responsabilidad de los judíos. Sin embargo, la admiten todas las ediciones críticas:
- Es coherente con la doctrina de Cristo sobre el amor a los enemigos (Mateo 5,44).
- Con la oración del Padrenuestro (Mateo 6,9-13)
- Con su propia conducta durante la pasión (Mateo 22,48.51).
El propósito de la cruz era traer perdón y eso mismo hizo Cristo, pidió a Dios que
perdonara a quienes lo mataban. Jesús pide ante Dios por los romanos, los líderes judíos
religiosos (fariseos y saduceos), por los líderes romanos, por el pueblo de Israel y el pueblo
gentil. Cristo estuvo allí intercediendo por cada uno de nosotros que como los que le
mataron, tampoco sabemos lo que hacemos.
Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta “primera palabra” de Jesús con un tono
soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para
decir: “que Dios te perdone... yo no”; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios,
nuestros pecados fueron perdonados. Nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo
hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y

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mil cosas más. Esta oración al Padre, no es para mi vecino, o para aquel que no paso o
acepto en la comunidad, es para mí... porque no se lo que hago.
Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen
los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido
crucificados con Él, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios,
baja de la Cruz y creeremos en ti” (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo
libre ahora” (Mt.27,43). La humanidad entera, representada por los personajes allí
presentes, se ensaña contra Él. “Me dejarán solo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y
ahora está solo, entre el Cielo y la tierra. Se le negó incluso el consuelo de morir con un
poco de dignidad. Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que
lo han entregado a la muerte. Para Judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado.
Para los que han gritado que lo crucifiquen, a Él, que es la dulzura y la paz. Para los que allí
se están mofando. Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros.
Para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión.
“Padre, perdónales, porque no saben…” Jesús sumergió en su oración todas nuestras
traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta… (1 Cor. 13).
¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…
Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para
decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Segunda Palabra: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas.
23:43)
Sobre la colina del Calvario había otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús,
fueron crucificados dos malhechores. (Luc. 23,32). Es la respuesta de Cristo a la súplica
del ladrón arrepentido. Jesús le promete la vida eterna.
No es cualquiera quien pronuncia como “Segunda palabra” esta promesa, es el mismo
Camino hacia el paraíso y la Puerta a la vida nueva, con autoridad puede darnos este
mensaje de esperanza. Hasta el último momento Jesús se preocupa por aquellos excluidos y
marginados de la sociedad. A nosotros no nos es debido contradecir la Palabra de Dios,
debemos velar por darle cumplimiento, por allanarle el camino. Pero ¡NO! por lo general
hacemos lo contrario, en lugar de abrir las puertas del paraíso, se las cerramos en la cara a
aquellos a quienes Jesús mismo invitó y llamó. Condenamos a las prostitutas, a los presos,
a los enfermos, y mucho más si son de SIDA, a los homosexuales, a los drogadictos; a los
criminales, a los violadores; y más aún a los que no tienen el mismo color que yo, la
misma ideología política, la misma condición social. Nuestras comunidades no se salvan de
esta acusación, porque muchas veces le cerramos la puerta a los demás tan solo por ser
diferentes, o tantas otras veces que recibimos a alguien pero no le damos su lugar. Ojalá
seamos nosotros y nuestras comunidades los destinatarios de este mensaje esperanzador del
Maestro, porque para la conversión, para volver la vista hacia Dios... nunca es tarde.
La sangre de los tres formaban un mismo charco, aunque para los tres la pena era la misma,
sin embargo, cada uno moría por una causa distinta. Uno de los malhechores blasfemaba
diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Lc.
23,39). Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso el título que
habían escrito sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Era un hombre
desesperado, que gritaba de rabia contra todo. Pero el otro malhechor se sintió
impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este

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mundo. Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido
hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían. Y le hace esta
súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Se
acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían
pan a la puerta de los señores. ¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué
pocas le hacemos a Dios!… Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le
injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el
Paraíso”. Jesús no le promete nada terreno. Le promete el Paraíso para aquel mismo día. El
mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en Él. Pero el verdadero regalo que Jesús
le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí
mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia
con Jesucristo. Hemos sido creados para vivir en comunión con Él.

Tercera Palabra: Madre he ahí tu hijo, Hijo he ahí tu madre (Juan 19:26-27)
De todos los discípulos de Jesús, solo uno (Juan) estuvo cerca de Jesús durante sus juicios.
¿Por qué a Juan? José había muerto, Juan era hijo de Zebedeo y Salomé quien era hermana
de María y por lo tanto Juan era primo hermano de Jesús, lo cual también es probable.
Probablemente porque los hermanos de Jesús no creían en Él (Juan 7:5); como María creía
a Jesús, ella fue echada a un lado por la falta de fe de sus hijos.
Vemos que en el evangelio son rechazadas, palabras de Dios para quienes no tienen lugar
en la sociedad.
Con la muerte de Jesús, María quedaba desamparada, pero no fue demasiado su dolor como
para olvidarse de su madre.
Jesús nos deja un ejemplo para que todos podamos seguir, la Iglesia de Cristo (los
verdaderos hermanos de Jesús) está puesta para recibir al desamparado y necesitado.
El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su maestro y amigo sufriendo y muriendo, por
eso Jesús lo recompensó tan pronto... le encomienda a María su Madre; pero ¿qué significa
esto? Jesús no quiere dentro de su familia ningún excluido, y María, sin ningún varón cerca
quedaría fuera de la sociedad... ¿volvemos al mismo tema que antes? ¿los excluidos? Y es
que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial predilección (Lc. 4, 16-19). El
“hermano de todos” no quiere que nadie quede fuera del Reino y de la liberación
definitiva. Hace ya 2000 años que Jesús entregó a su madre a todos los hombres en la
persona de Juan, y ella sigue acompañándonos, acompaña a los pueblos haciéndose uno de
nosotros.
Y ahí junto a la Cruz estaba María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue
para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Porque sabía Jesús que ella quedaría
abandonada. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Ella que, por otra
parte, era el primer fruto de la Redención. Pero, a la vez, esta presencia de María, la madre
de Jesús, tuvo que producirle un enorme dolor, al ver en el Hijo los sufrimientos que su
muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su Madre. Era la presencia de una
mujer, ya viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo. Y que iba a perder a su
Hijo. Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama de muchas familias, de tantas
madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación,
por razones de trabajo, de enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de
la vida, se encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos. Al ver Jesús a su Madre,
presente allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían vivido

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juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había aprendido el shema, la
primera oración con que un niño judío invocaba a Dios. Agarrado de su mano, había ido
muchas veces a la Pascua de Jerusalén… Habían hablado tantas veces en aquellos años de
Nazaret, que el uno conocía todas las intimidades del otro. En el corazón de la Madre se
habían guardado también cosas que Ella no había llegado a comprender del todo. Treinta y
tres años antes había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo entre los brazos, para
ofrecérselo al Señor. Y fue precisamente aquel día, cuando de labios de un anciano
sacerdote oyó aquellas palabras: “A ti, mujer, un día, una espada te atravesará el alma”. Los
años habían pasado pronto y nada había sucedido hasta entonces. En la Cruz se estaba
cumpliendo aquella lejana profecía de una espada en su alma. Pero la presencia de María
junto a la Cruz no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere. Esta
presencia va a tener un significado mucho más grande. Jesús en la Cruz le va a confiar a
María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para ser Madre de Jesús, pero
también para ser Madre de los hombres. Pueblo creyente, aquí tienes a tu Madre.

Cuarta Palabra: ¿Dios mío, Dios mío porque me has abandonado? (Marcos 15:34)
Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por
hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Es
una oración tomada del salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo (Eli Eli
lama sabachthani), lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron ver en esta
súplica una llamada de auxilio a Elías. Esto es un acto de profunda soledad y alejamiento
de su Padre. Este es el punto mas profundo de la cruz. Probablemente este sea el texto más
misterioso. ¿Cómo es posible que Dios desampare al justo? ¿Cómo es posible que Dios se
separe de su Hijo? ¿Cómo es posible que Dios se separe de sí mismo?
Esta “primera palabra” pronunciada por el Dios crucificado es, más que un reproche hacia
Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y
olvidarse de Dios, clama al Padre pues confía en que Él lo escucha, pero Dios no responde,
porque ha identificado a su hijo con el pecado por amor a nosotros, y este debe morir,
Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el cielo y por la tierra, porque el pecado
no tiene lugar. Cuantas veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios. ¿Por
qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo que
encuentran como respuesta el silencio de Dios. Por lo general, es la mejor respuesta que nos
puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que del silencio brota la
resurrección. Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”. No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus
venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le
colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le
clavaron a la Cruz. Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el
Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único” , “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús
en la Cruz se siente abandonado de su Padre. ¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de
Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo
había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había
abandonado?.
¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre? Por el Padre al cual Él había a cumplir
una misión de Amor; dar la vida para que muchos vivan. Me gustaría poder ayudarte a
conocer un poco, y, sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez

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inmensamente grande, que Jesús vive en este momento. Este momento de la Pasión de
Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para Él de toda
la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su
padre. Y la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre,
que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre
derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de
Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los
hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre. Porque todo lo vivió por
haberse ofrecido a devolver a su Padre los hijos que había perdido y por obediencia a Él. Se
entrega a la muerte.

Quinta Palabra: Tengo Sed (Juan 19:28)


Es la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed
fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. La palabra está tomada de los
salmos 19:21; 68: 22:15 y 21:16. Se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de
Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del
cuarto evangelio, y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la
Samaritana. Muestra la humanidad de Jesucristo, es un hombre real, no un fantasma sino un
ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro. El vinagre (Marcos 15:23)
vino mezclado con cidra. Se le daba al crucificado para endrogar al penitente. Se le daba
para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. El vino ayudaría al crucificado a
olvidar su dolor. Muchas personas desean escapar su dolor en las drogas y el alcohol. Cristo
nos enseña otro camino: Jesús enfrentó su futuro. Ante la copa que estaba tomando, Jesús
se negó a tomar el vino que se le ofrecía.
Esta “quinta palabra” es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas
más humanas y más profundas. La sed es algo profundamente humano y natural, tan
necesario para conservar la vida tanto casi como la misma existencia de Dios que nos
conserva; pero la sed de Cristo es mucho más profunda no puede ser calmada solo con
agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y comida suficiente... es la sed
de los pobres de ayer, de hoy y de siempre. ¿Nos preocupamos de calmar la sed de nuestro
pueblo?.
Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que
sufrían, debido a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que
sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.
No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera. La sed que experimentó Jesús en
la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan
elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier
enfermo o moribundo.
Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan
y piden un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un
moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de
morir. Pero no podemos olvidar el detalle que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo:
“Tengo sed”. “Para que se cumpliera la Escritura”, dice San Juan (Jn.19,28). Jesús habló en
esta quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía Él como Redentor. Jesús, en aquel
momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra
bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes, Jesús se

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había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaria, a la que había pedido de
beber. “Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de
aquella mujer. Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere
hacernos ver que Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaria. “La sed del
cuerpo, con ser grande es limitada”. “La sed espiritual es infinita”. Jesús tenía sed de que
todos recibieran la vida abundante que Él había merecido. De que no se hiciera inútil la
redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que
viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos
con Dios.

Sexta Palabra: Todo está cumplido (Juan 19:30)


Se puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de
la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era
consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche
de oro que corona el programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la
voluntad del Padre (Mt 5,17 ss.; 7, 24 ss.; Le 22,42; lo 4,34). Es una declaración de
victoria. Cristo había cumplido su misión, había conseguido el propósito para el que fue
enviado – la salvación de su pueblo. Con su obediencia perfecta, Jesucristo cumplió la ley
en toda su totalidad. Durante su vida Jesús guardó la ley en toda su perfección, es lo que
llamamos ‘obediencia activa’; en su muerte de cruz, Jesús llevó el castigo que requería la
ley de todos aquellos que rompían sus ordenanzas. Jesús logró ambas cosas a favor nuestro.
Por medio de su vida y su muerte podemos ser justificados delante del Dios Padre. Somos
justos porque su justicia es contada a nosotros por medio de la fe. Somos libres de
condenación porque la culpa por todos nuestros pecados fue puesta sobre los lomos de
Cristo y por eso podemos ser libres de condenación. Cristo hizo una obra completa, no
solamente nos quitó la culpa de nuestra cuenta, sino que también nos aseguró la vida
eterna. Jesús fue no solamente el cordero sino también el sumo sacerdote. Gracias a la
muerte de Cristo hoy podemos nosotros allegarnos a Dios por medio de Jesús. En la cruz de
Cristo: el diablo fue destruido, la ley fue cumplida, y nuestro pecado fue quitado. No hay
acusación, el abismo de separación entre Dios y los hombres ha desaparecido. La cruz de
Cristo revela la justicia divina. La cruz abre la puerta al cielo a todo aquel que le cree a
Él. “Todo está cumplido” y murió... si hubiéramos seguido paso a paso el drama de la vida
de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque el
autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere
el protagonista. Pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la
vida real, o de “la mas real de las vidas”, nos acongojamos y sufrimos por la muerte de
nuestro redentor, pero por uno de esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida
posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos alegramos por la muerte, porque
sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al Padre. Jesús finaliza su
misión entre nosotros... nos ha dado su mensaje, y algunos, aunque sin entenderlo mucho,
han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la misericordia
del Padre... ahora nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es
nuestro, el mensaje de que “todo se ha cumplido” y la redención fue consumada por Cristo
desde la Cruz y la resurrección.
Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas
de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor. Estas palabras manifiestan la

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conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la
vida por la salvación de todos los hombres. Jesús ha cumplido todo lo que debía
hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el
fondo. Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a
los hombres la pobreza, y nació en Belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo y vivió
treinta años trabajando en Nazaret. Le dijo que anunciara el Reino de Dios y dedicó los tres
últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese Reino, que es el corazón de
Dios. La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero no fue una muerte, ni una vida
malograda. Sólo tiene una muerte malograda, quien muere inmaduro. Aquel a quien la
muerte le sorprende con la vida vacía. Porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que
se ha construido sobre Dios. Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre,
en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de
Dios son manos de salvación y no de condenación. Dios es un Padre. Antes de Cristo,
sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso,
pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE. El
Padre más Padre que existe. Y Jesús sabe que va a descansar al corazón de ese Padre.

Septima Palabra: Padre, en tus manos entrego mí espíritu (Lucas 23:46)


Esta palabra expresa la oblación de la propia vida, que Jesús pone a disposición del Padre.
Evoca el salmo 30, en que el justo atormentado confía su vida al Dios bondadoso y fiel. En
Cristo todo se había cumplido, sólo quedaba morir, lo que acepta con agrado y libremente.
Esteban, protomártir cristiano, que imitó a Cristo en la primera palabra, lo hizo también en
esta última, encomendando su espíritu en el Señor Jesús (Hch 7:59). Abba, una palabra
íntima para referirse al ‘padre’. Jesús dando cumplimiento a la profecía (Salmo 22:8) puso
su espíritu en manos de su padre amado. Jesús pone su espíritu el cual salía de su cuerpo en
aquella hora, al cuidado del Dios Padre. Las últimas palabras de Jesús nos muestran un
principio que todos los que tenemos a Dios como Padre podemos seguir. Cuando llegue el
momento de partir de este mundo, digamos tal como Jesús mismo dijo, “Padre, en tus
manos entrego mi espíritu”. Esteban pudo hacerlo, quiera Dios que nosotros también
podamos en su debido momento. Nosotros debemos intentar que cada día de nuestras vidas
esté en las manos del Padre. Lamentablemente en nuestro tiempo esto parece volverse
imposible, nuestra cultura no entiende que los tiempos de Dios no son los nuestros y en
cada momento confía mas en sus fuerzas que en las de Dios. Hoy parece que vivimos como
si Dios no existiera, o por lo menos como si no tuviera influencia en nuestras vidas, hemos
tomado solos las riendas de nuestras vidas y nos ha ido bastante mal pues no hemos puesto
nuestro espíritu en las manos del Padre. ¿Cuántas veces he empezado algo sin rezar antes?
¡Y después me quejo de cómo me va! Todas esas veces fui crucificado, pero sin esperanzas
de resurrección... pues ¿quién nos da la vida?
Y el que había temido al pecado, y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene
miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su
Padre. Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y
por las montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le
llamaba “El”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era Su
Padre. Y también, nuestro Padre. Y el hecho de que tenga seis mil millones de hijos en el
mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime y nos cuide como a un hijo
único. Y, salvadas todas las distancias, también nosotros podemos decir, lo mismo que

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Jesús: “Dios es mi Padre”, “los designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre”. Y si es
cierto que es un Padre Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las
mismas manos que sostiene el mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre,
mi nombre. Y, a veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mi nadie me
quiere”, Él, el padre del Cielo, responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy
contigo”. Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros.
Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que Él sabe
mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse
amar y querer por Dios. En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan
entrañablemente, es donde Él puso su espíritu.

Conclusión: Hermanos queridos después de esta reflexión de las siete palabras de Cristo
en la Cruz, podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo dijo su última palabra, en la Biblia
se explica que el velo del templo se rasgó. Ya no más había que ir a Jerusalén una vez al
año para ofrecer un sacrificio el día de la expiación. El sacrificio perfecto ha sido
completado y tanto usted como yo tenemos acceso a la presencia de Dios por medio de
Cristo. “Único puente entre Dios y los Hombres”. Si usted todavía no ha tomado el
beneficio de este sacrificio perfecto, hoy Jesús le extiende una invitación para que se
beneficie de este sacrificio. “si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. Acepta
a Jesús como tu Señor Personal; y entrégale tu corazón y tu espíritu para que tengas vida
abundante, en esta tierra y en la eternidad con Él.

DIÓCESIS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LOJA


DEPARTAMENTO DIOCESANO DE LITURGIA
10 de Agosto y Bernardo Valdivieso
Telf. 2561039 ext. 134
0991959499
liturgialoja@hotmail.com
Loja - Ecuador

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