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Delfin Grueso
Delfin Grueso
Los autores�����������������������������������������������������������������������������������������������������������������������11
Prólogo �����������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������19
Del conflicto armado a la reconciliación política
Delfín Ignacio Grueso��������������������������������������������������������������������������������������������������������21
Sección 1
MEMORIAS DEL CONFLICTO COLOMBIANO
Reelaborando el pasado:
Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
Onasis R Ortega���������������������������������������������������������������������������������������������������������������381
Índice temático���������������������������������������������������������������������������������������������������������������633
Índice Onomástico���������������������������������������������������������������������������������������������������������643
LOS AUTORES
Ricardo FORSTER
Fernán GONZÁLEZ
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Los autores
Zoé de KERANGAT
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Los autores
Daniel PÉCAUT
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Los autores
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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PRÓLOGO
El libro que el lector tiene en sus manos emerge del proyecto de investiga-
ción interinstitucional “Pluralidad, justicia y construcción de paz en el Valle
del Cauca. Reflexiones desde la Filosofía y las Ciencias Sociales sobre la
otredad cultural en el marco del post-acuerdo en Colombia”, financiado y
avalado por la Universidad del Valle, la Pontificia Universidad Javeriana
Cali, la Universidad Autónoma de Occidente y con la participación de la
ORIVAC (Organización Regional Indígena del Valle del Cauca). Cuatro
grupos de investigación aunaron esfuerzos académicos para sacar adelantes
los objetivos del mismo: Praxis, de la Universidad del Valle; Comunicación
y Lenguajes, y De Humanitate, de la Pontificia Universidad Javeriana Cali;
y Entornos e Identidades, de la Universidad Autónoma de Occidente.
La mayoría de los artículos de este libro se fueron escribiendo y deba-
tiendo en el Seminario Permanente de Investigación que el proyecto in-
auguró con el propósito de ordenar la discusión sobre los aportes de los
investigadores participantes, y del proceso de intercambio con algunos aca-
démicos invitados al mismo, como Fernán Enrique González González S.J.,
Daniel Pécaut, Jefferson Jaramillo Marín, Jesús Alberto Valencia Gutiérrez,
Beatriz Pérez Galán y Alberto Antonio Berón Ospina. En ese espacio, du-
rante año y medio, se retroalimentaron las diferentes perspectivas con las
que los académicos abordaron las relaciones entre el conflicto colombiano,
la memoria y la justicia, todo en el afán de contribuir a una reflexión crítica
sobre la construcción de paz en el marco de la firma de los acuerdos de paz
con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejér-
cito del Pueblo (FARC-EP). Así se intentaba pensar, desde la academia, lo
que por fuera de ella se estaba decidiendo en un proceso políticamente muy
polarizado, cuyo punto más alto fue el plebiscito del 2 de octubre de 2016,
en el cual triunfó, si bien por estrecho margen, la decisión de no aprobar
los acuerdos que hasta ese momento habían alcanzado guerrilla y gobierno.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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DEL CONFLICTO ARMADO
A LA RECONCILIACIÓN POLÍTICA
Lo que sería necesario afirmar es que las iniciativas políticas para evitar,
suspender o terminar la guerra, fueron tan abundantes y tan plurales como
las batallas, las tomas de poblaciones o los encuentros armados en las en-
crucijadas de los caminos; que a la par con los lenguajes políticos de “los
agravios”, “la sangre derramada”, “la tiranía” y “la conspiración”, co-
rrieron parejos los del “perdón y el olvido”, “la clemencia” y “la recon-
ciliación” y que si bien Colombia puede pensarse como un país en guerra
permanente, también sería preciso recordar que es quizá el país de América
Latina con una más larga y más continua experiencia de negociación, tran-
sacciones formales e informales, acuerdos políticos, discursos pacifistas e
instrumentos jurídicos para la superación de los conflictos armados. (María
Teresa Uribe, 2003, p. 30)
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Del conflicto armado a la reconciliación política
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
del siglo XXI y estará llegando al proceso que llevó a la firma del acuerdo
con las FARC arriba mencionado, que no podrá entender en razón de qué
ese era un conflicto armado de naturaleza política.
Tras todo esto, nuestro hipotético revisor de archivos no habrá necesi-
tado este estudio introductorio para cuestionar la ya mencionada tesis ne-
gacionista. Y tendrá una mejor orientación académica si, además, revisa
algunos de los bien documentados estudios que sobre el conflicto armado
han ido produciendo las ciencias sociales.
Los resultados de la investigación social despliegan su potencial en el
campo académico, donde los postulados fácticos son evaluados en tér-
minos de verdad o falsedad. No es así en el campo político, donde el
prisma de las perspectivas ideológicas filtra las versiones y valida una
entre ellas, a menudo también en consonancia con intereses preexistentes.
Por eso, hasta cierto punto, es un error limitar el enfrentamiento de la
postura negacionista al plano académico, como si todo se redujera a ante-
poner verdad a error.
Al negacionismo hay que denunciarlo como la expresión de unas po-
siciones de poder ganadas en ese conflicto bélico que, precisamente, está
negando. Y eso, que ya es una tarea intelectual de naturaleza un poco más
política, es todavía una tarea coyuntural, urgente únicamente frente a la co-
rrelación de fuerzas políticas del presente; correlación que puede cambiar
en un tiempo relativamente corto. Un compromiso intelectual mayor, polí-
tico también, y en un nivel más alto, sería lanzar una mirada de más largo
alcance que permita poner al descubierto un patrón recurrente y estructuran-
te de la presencia del conflicto armado en diversos momentos de la historia
colombiana; más concretamente, poner en evidencia una actitud ventajosa
a la hora de tramitar políticamente los conflictos, una de la cual la actual
posición negacionista no es sino su más reciente versión.
Esa posición ventajosa está estrechamente ligada a cierta lógica bélica,
en la medida en que, al tenor de ella, se han venido colonizando territorios,
expandiendo fronteras agrícolas y construyendo poder social, afirmando
lo logrado a través de la imposición política del olvido y, si es necesario,
un nuevo recurso al conflicto armado. Esta estrategia, en cuanto ha sido
exitosa, ha sido también estructurante de la existencia del conflicto arma-
do porque, ahondando la inequidad social y no cerrando apropiadamen-
te las heridas, se ha constituido en determinante del siguiente conflicto.
En virtud de ella, buena parte de la historia colombiana ha sido una espiral
creciente de conflictos, cada uno con raíces en el anterior, que a medi-
da que avanza genera nuevas posturas de poder igualmente ventajosas y
negacionistas.
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Como lo señalan Giraldo y Fortuo, comparadas con los conflictos armados del siglo XX, las gue-
rras del siglo XIX, fueron también más cortas.
Al comparar la severidad ajustada con la duración de las guerras civiles, se ve que todas
las que ocurrieron durante el siglo XIX fueron al mismo tiempo más cortas y menos
severas que las guerras del siglo XX, con la excepción de la guerra de 1876-1877, cuya
severidad ajustada es un poco más alta que la de El Conflicto (el conflicto armado de las
últimas décadas). (Giraldo y Fortou, 2011, p. 14)
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Del conflicto armado a la reconciliación política
¿En qué escenario se libraban las guerras civiles del siglo XIX? En un
país con enormes obstáculos orográficos e hidrográficos para la integración
territorial; uno cuyo Estado no había podido conectar regiones separadas
por las tres cordilleras e ir más allá de los valles interandinos; uno con una
población separada por compartimientos estancos, en aldeas que vivían de
espaldas a las grandes controversias políticas del país. Dadas esas condi-
ciones, las guerras civiles parecen haber llevado a campesinos despoliti-
zados, y atrapados hasta entonces en lo excesivamente local, a lidiar con
cuestiones propias de ciudadanos políticos3. Estas guerras fueron también,
como llegó a decir el poeta Porfirio Barba Jacob, “la universidad de los co-
lombianos” (citado por Guerrero, 2016, p. 14)4; un medio de socialización
y de nacionalización que llevaba a la gente ‘de excursión’ por la geografía
y los problemas del país haciéndolos sentir parte de las grandes decisiones
políticas5. Bien es verdad que a la mayoría de esos individuos la guerra
3
Miguel Borja trae a colación a María Teresa Uribe y Liliana López, quienes sostienen que las
guerras civiles del siglo XIX colombiano fueron fundamentalmente conflictos entre ciudadanos:
guerras por la nación, por la definición y unificación del territorio, por el establecimiento
de poderes y dominios con capacidad de control y dirección política, y por la instau-
ración del Estado moderno. Luchas cruentas y violentas por el control de los grandes
monopolios públicos; el de la violencia legítima, el de los impuestos, el del control
administrativo territorial y el de la definición moral y cultural del pueblo de la nación.
(Uribe de Hincapié, 2006, como se citó en Borja, 2015, p. x)
4
Pero bien pudo haberlo citado de una manera más extensa, apelando a la propia biografía del
poeta:
Fui soldado sin quererlo y sin pensarlo, de una guerra civil; actué en ella como un au-
tómata, porque sí, porque una fuerza superior, el gobierno, después de reclutarme, me
obligó a marchar, hoy en un batallón, mañana en otro, en busca de un batallón contrario,
de hermanos de la patria, para dispararles al primer encuentro. He ahí en ese parénte-
sis de mi vida militar, el símbolo exacto de las guerras civiles que ensombrecieron la
república, la modalidad de las luchas cruentas en que se partían el campo y el sol los
colombianos de otras épocas (Barba Jacob en Jaramillo Meza, 1972, p. 17)
No era excepcional que quienes combatían en esas guerras hubieran sido forzados a eso a través
de ‘batidas’ o ‘levas’ pues, como bien señala Jurado (2004):
la realización de levas para dotar los ejércitos de nuevos contingentes, es narrada con
vivacidad y dramatismo por militares, literatos y hasta anónimos testigos cuyos registros
literarios, crónicas, novelas y cuentos recrean estos aspectos de la vida cotidiana y de las
guerras durante el siglo XIX. (p. 676)
5
Dice González (2014):
Las guerras de 1961, 1876 y 1885 (…) se centraban alrededor de dos temas: el modelo
de régimen político que debería ser adoptado –federalismo o centralismo– y, consi-
guientemente, el tipo de relación que debería establecerse entre el Estado central y las
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
los envolvía antes de que pudieran decidir por sí mismos y que, a la larga,
como había ocurrido en la Campaña Libertadora6, no terminaban de en-
tender bien por qué estaban peleando7. Y algunos no peleaban por razones
políticas sino por venganza8. Muchos de ellos, si no perecían en el campo
de batalla, podrían terminar reconociendo, como lo hizo Barba Jacob, ‘fui
soldado conservador, porque me reclutó un gobierno conservador’(en Jara-
millo Meza, 1972, p. 17)9. Aun así, la aldea podía abrirse participativamente
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Del conflicto armado a la reconciliación política
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Con la guerra los campesinos podían salirse al menos, según Lleras Camargo (1997), de la abulia
de la vida aldeana extensa y dormida.
Era la guerra también, su maraña de males, la cosa más auténticamente nacional, y no
restringidamente provinciana, como lo demás de su tiempo. Lo único que lograba vencer
los obstáculos que mantenían erguidas fronteras entre los Estados, las provincias y las
ciudades era su formidable y hediondo aliento, que traspasaba las montañas inaccesi-
bles, los ríos desbordados, los caminos de greda y de lodo, las trochas cegadas por los
bejucos, los pantanos, las nieblas, el calor, el frío, la calígine, las pestes, el paludismo,
la fiebre amarilla, las heridas gangrenadas, la muerte misma. La guerra era el correo
popular, y en muchos casos, el único. Los pueblos que se acostaban a la oración, sin
lámparas ni velas, sólo por la guerra sabían, al fin, las grandes noticias, mezcladas con
el suspenso y la picardía del chisme. Que los enemigos de Dios andaban escupiendo
Cristos y hablando mal de la Virgen; que Mosquera iba a fusilar a los Ospinas y al
Arzobispo; que Núñez traicionaba a los liberales; que el general Mateus combatía a sus
copartidarios porque se había enamorado de una sobrina de Soledad Román; que Uribe
se había escapado a Tona, en medio de la batalla de Bucaramanga, o que su herida en
Peralonso era infringida por él mismo; que Herrera le había arrancado de un mordisco la
oreja a uno de sus capitanes. (p. 35)
11
Sirva de ejemplo el balance que hace Fernán González (2014) de lo que terminó haciendo, en el
país fragmentado de entonces, la Guerra de los Supremos (1839-1841):
Sin embargo, este carácter fragmentado de la nación, evidenciado por la guerra, es preci-
samente compensado por este juego de alianzas entre caudillos y jefes civiles de ciuda-
des y regiones, representan cierta interrelación espacial entre las grandes microrregiones
que dividían al país, como muestra la geografía de la guerra… Al lado de estos proble-
mas regionales, subregionales y locales, esta guerra buscaba definir el sujeto político de
la nación en formación. (p. 189)
12
La política no solo inflama las pasiones y lanza a la guerra; también se transforma en racionalidad
que busca salidas al conflicto en medio de las más cruentas situaciones. Como dice María Teresa
Uribe (2003), hablando de las guerras civiles del siglo XIX:
Pero las palabras de la guerra también sirvieron para buscarles otras salidas no bélicas
a las hostilidades, a las venganzas y a los odios; contribuyeron a evitarlas cuando se
percibía su cercanía o a suspenderlas una vez iniciadas; con ellas se llegó a mínimos
consensos orientados a disminuir su ferocidad y se lograron acuerdos y transacciones
parciales o puntuales, para ponerles fin en una región o localidad, sin que ello signifi-
case la terminación de la guerra en la Nación; las palabras y las acciones diplomáticas
estuvieron al orden del día en las exponsiones, los armisticios, las rendiciones o los
sometimientos a la soberanía del vencedor, y las amnistías y los indultos fueron las
estrategias jurídicas y políticas privilegiadas para lograr hacia el futuro alguna forma de
convivencia social. (p. 30)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Víctor Guerrero (2016) explica el término así:
designa aquellos avenimientos o compromisos recíprocos celebrados en el propio cam-
po de batalla o terreno de enfrentamiento, con la finalidad de suspender temporalmente
las acciones armadas, atender a los heridos o enfermos de los bandos enfrentados, per-
mitir el retiro de tropas, intercambiar prisioneros, pasaportear los integrantes designados
y procurar alguna fórmula de entendimiento acerca de la cesación de los actos hostiles,
que incluye o no compromisos de orden judicial y político, como el otorgamiento de
indultos o concesión de amnistías. El rasgo distintivo de la exponsión consistió en dife-
rir la entrada en vigencia efectiva del acuerdo hasta su aprobación por las autoridades
superiores (…) Se trató, entonces, de un procedimiento enmarcado en la lógica del de-
nominado derecho de gentes y en primacía de lo político. (p. 25)
14
Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más ac-
tivos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia
será irremisiblemente pasado por las armas (…) Españoles y canarios, contad con la muerte, aun
siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. America-
nos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables. (Bolívar, en De Zubiria, R. 1983, pp. 67-68)
15
En las guerras del siglo XIX,
contrario a la acción de los comisionados que era desarrollada por civiles no involucra-
dos de manera directa en la lucha armada, las exponsiones eran acuerdos o armisticios
suscritos por los comandantes militares en el teatro mismo de las operaciones, mediante
las cuales se negociaba un cese parcial de hostilidades que afectaba a un territorio parti-
cular, pero que no tenía efectos necesariamente sobre el conjunto de la Nación. (Uribe,
2003, p. 33)
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Del conflicto armado a la reconciliación política
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Una mirada panorámica sobre las guerras de la primera mitad del siglo XIX, permite afirmar que
pese a las apariencias y a los énfasis predominantemente bélicos de la historiografía tradicional,
éstas no fueron confrontaciones “por el todo o nada,” guerras con propósitos irreconciliables que
solo podían concluir con una derrota militar contundente donde el enemigo absoluto debía ser
excluido de manera radical del corpus político de la Nación. (Uribe, 2003, p. 38)
17
Esto se inició ya con la exponsión de Pasto en 1839, e inauguró un proceso que tuvo gran vigencia
en la Guerra de los Supremos, a lo largo de la cual se firmaron cinco (Guerrero, 2016, p. 26).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Razón parece tener Guerrero Apráez cuando dice de las guerras decimonónicas que ellas
señalaron derroteros y configuraron procesos de poblamiento, despoblamiento y repo-
blamiento de gran parte del territorio; determinaron los ejes estratégicos de una espa-
cialidad que apenas comenzaba a desligarse de su condición colonial, fijando la funcio-
nalidad táctica tanto para el ejercicio como para el desafío del poder gubernamental;
procuraron las gramáticas y las apelaciones valorativas tanto para su condición regulada
como para la exacerbación de atrocidades y su descenso en los abismos de la degrada-
ción. (Guerrero¸ 2016, p. 14)
19
Ya en el Congreso de Angustura se premió a los libertadores con propiedades. El general
Francisco de Paula Santander, por ejemplo, recibió un predio aledaño a Chiquinquirá (Tirado,
1998, p. 155).
20
Miguel Borja (2015) cita a Tirado Mejía caracterizando de ese modo las guerras decimonónicas:
Tirado Mejía recuerda que la descentralización de las guerras, reducidas al ámbito regio-
nal, se debió al reparto burocrático, el de las tierras, el de las minas y los bienes; pues las
oligarquías de los Estados disponían de sus propios ejércitos ante un Estado central que
no tenía poder político ni militar. Cerca de 40 rebeliones y levantamientos se presentaron
durante la vigencia de la Constitución de Rionegro, y una guerra de tipo nacional (la de
1876-1877). (p. x)
21
A este respecto Miguel Borja (2015) cita en extenso a Gonzalo Sánchez:
En el siglo XIX la guerra es la forma más acabada de hacer la política, la cual a su vez
era “un campo de batalla en el cual la hacienda aportaba soldados, el partido respectivo
banderas y la Iglesia muchas cosas a la vez: un lenguaje y un espíritu de cruzada, la re-
presentación de la diferencia como cisma, la demonización del adversario político”. (p. x)
34
Del conflicto armado a la reconciliación política
los curas y los abogados. Ese poder político y ese prestigio social, nacidos
ambos de la guerra, funcionaban como un medio excelente para asegurarse
los botines ganados en la guerra misma.
Uno de esos botines era el Estado. Alberto Lleras Camargo (1997),
refiriéndose a los efectos de la Guerra de los Mil Días en su universo
infantil de la sabana de Bogotá, describe cómo la captura del Estado era,
finalmente, un resultado de la guerra misma: “En mi casa éramos de los
vencidos. Las tropas, los agentes de la policía, el clero, los alcaldes, los
maestros y recaudadores, todos los funcionarios, eran los que habían ga-
nado la guerra” (p. 29).
El precio de esta lógica acumulativa y la dinámica propia de los reajustes
en las relaciones de poder entre las regiones y entre estas y el poder cen-
tral, explica parcialmente ese desdén hacia las víctimas de la guerra misma.
Se sabe que la sola confrontación armada de 1876 a 1877 dejó 5.721 muer-
tos, 4.052 heridos y 6.166 prisioneros, resultantes de 87 batallas (Guerrero,
2016, p. 147). Y que la última gran guerra decimonónica, ya comenzando
el siglo XX, la Guerra de los Mil Días, sacrificó a toda una generación de
jóvenes reclutados por el régimen de turno o afanados por la defensa de
las últimas conquistas liberales que aún se creían salvables del vendaval
regeneracionista. La sola batalla de Palonegro, en 1901, que duró casi 15
días, en la que se enfrentaron casi 18.000 combatientes, dejó entre 5.600 y
12.000 muertos (Guerrero, 2016, pp. 151-152).
El punto es que esas víctimas no eran tomadas en cuenta en las negocia-
ciones políticas que permitían pasar la página de la guerra. No lo eran por-
que, para comenzar, las negociaciones de paz involucraban a los ´señores
de la guerra’ en proceso de regreso a la vida civil y estos, si no ganaban la
guerra, solo podían aspirar a la amnistía22, figura políticamente orientada a
alcanzar la paz y la estabilidad política. Al perdón político no le interesaba
tanto el pasado político del amnistiado; le interesaba más neutralizarlo y, de
22
José Fernández Vega (1999) entiende la amnistía como un recurso de la tradición occidental,
vigente al menos hasta 1945, como alternativa a la memoria y al castigo. Explica:
Desde la antigüedad griega, pasando por la consigna unio et oubli de Luis XVIII, se
entendió que la superación de crisis profundas –la guerra civil y las conmociones re-
volucionarias son los casos típicos– sólo podía esperarse de una restauración de la
convivencia anterior a su estallido y del esfuerzo de borrar todo lo que vino después.
El valor de la paz social fue permanentemente privilegiado frente al de la justicia. Per-
dón y reconciliación se propagaron desde el poder como lemas garantizadores de un
futuro armónico, opuestos a los riesgos de la venganza y de la perduración de divisiones
y enemistades. (pp. 48-49)
35
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
ser posible, ganarlo para el nuevo ordenamiento23. Y, aun así, todo dependía
de los cálculos políticos24. En cuanto a las “víctimas inútiles”, las que nunca
tuvieron poder bélico o ya no constituían peligro alguno, quedaban al mar-
gen de la negociación.
Había otra razón para no tomar en cuenta ni a las víctimas, ni a la me-
moria, como exigen los parámetros actuales. Como lo que se quería con la
amnistía era aclimatar la paz, la prioridad política era reducir la pugnacidad
política que podrían despertar los reclamos de las víctimas, que fácilmente
podían ir atados a las mismas perspectivas ideológicas que, precisamente,
llevaron a la guerra25. Ahora bien: no es que se cancelara la memoria de la
23
Explica María Teresa Uribe (2003):
Los acuerdos sobre indultos y amnistías significaban, generalmente, la aprobación pú-
blica por parte de los vencidos de la soberanía del vencedor, el sometimiento explícito
a su orden político y la aquiescencia sobre su derecho a gobernar, recibiendo como con-
trapartida algunos beneficios judiciales; es decir, estas estrategias jurídicas estuvieron en
su mayor parte orientadas hacia la restauración del orden y la búsqueda de alguna forma
de convivencia social; no obstante, estos recursos jurídicos fueron usados de una manera
muy discrecional y para multitud de propósitos que a veces poco tenían que ver con el
discurso “del perdón y olvido”. (p. 36)
24
María Teresa Uribe (2003) nos trae un buen ejemplo de hasta dónde llegaba la mediación política
en los conflictos para alcanzar una amnistía:
Fue definitiva la mediación del encargado de negocios inglés en Cartagena para lograr
un acuerdo político bastante generoso con los supremos de la Costa Atlántica (Mompox,
Santamarta y Sabanilla), mediante la cual éstos entregaron las armas y se sometieron a
la soberanía del Estado, pero recibieron, en cambio, una amnistía prácticamente incondi-
cional para los civiles y los militares involucrados; igual efecto lograron los rebeldes de
Panamá con el comisionado Anselmo Pineda, enviado por el Gobierno central: allí nadie
fue perseguido por los delitos de rebelión o sedición, a pesar de que las provincias de
Panamá y Veraguas fueron declaradas república independiente y separadas de la Nueva
Granada durante los dos años que duró la guerra, situación contrastante con las provin-
cias del Cauca y Antioquia, donde los Supremos y sus asociados terminaron frente a
pelotones de fusilamiento. (p. 33)
25
Explica, de nuevo, María Teresa Uribe:
Si bien los indultos y las amnistías pudieron cubrir una gama muy amplia de propósitos,
la mayor parte procedían al final de la guerra y durante el momento postbélico, que podía
ser un período muy prolongado y en ocasiones se anudaba con un nuevo levantamiento
en armas; fueron, en lo fundamental, actas de terminación de la guerra; acompañaron los
armisticios, las exponsiones, las rendiciones y su propósito principal fue la restauración
del orden institucional, pues los actores políticos decimonónicos estaban conscientes de
que el orden no surgía del silencio de los fusiles sino de la aceptación voluntaria y el
compromiso público de los vencidos con el derecho a gobernar, del vencedor. (Uribe,
2003, p. 38)
36
Del conflicto armado a la reconciliación política
¿Les fue mejor a las víctimas con los conflictos violentos del siglo XX?
¿Las favoreció el haber vivido en un siglo caracterizado por cambios sig-
nificativos en relación con las víctimas, con la memoria y con el castigo de
los delitos de lesa humanidad? En general, no; en general, en parte por las
características propias de estos conflictos, les fue peor.
¿Y cuáles fueron esas características? Para comenzar, unas que impidie-
ron incluir los conflictos en la misma categoría de esas guerras civiles del
siglo XIX que se declaraban, se hacían y se terminaban26. Porque estos fueron
conflictos de otra naturaleza, difíciles de delimitar geográfica y cronológica-
mente; que emergieron unos en campos y veredas y otros en las montañas
y las selvas y que, a partir de allí, se extendieron y proliferaron como una
explosión inmanejable en las que primero había que lidiar con ‘chusmeros’,
‘chulavitas’, ‘pájaros’ y ‘bandoleros’ y luego con ‘guerrilleros’, ‘autodefen-
sas’, ‘paramilitares’, ‘disidentes’ y ‘bacrims’, casi todos ellos emergiendo de
heridas no cerradas de un conflicto anterior y tratando de abrirse su propio
espacio justiciero en la fase posterior y todos ellos, cómo no, tratando de ase-
gurarse botines y ventajas estratégicas a partir de su propia aventura bélica.
Giraldo y Fortou, englobando las múltiples facetas de estos múltiples
conflictos a lo largo del siglo XX, los reducen a dos: La Violencia (1946-
1957), que enfrentó de nuevo a Conservadores y Liberales y El Conflicto
(1994-2005), que terminó enfrentando Gobierno y Guerrillas y terminó in-
volucrando Paramilitares (Giraldo y Fortou, 2011, p. 8). La primera fue un
26
“Las guerras hasta principios del siglo XX eran clásicas y por tanto tienen fechas de inicio y termi-
nación bastantes precisas, determinadas por declaraciones de guerra, armisticios, tratados y otros
hechos parecidos. No pasa lo mismo con las guerras civiles posmodernas, en las que las fronteras
entre la guerra y la paz se han difuminado”. (Giraldo y Fortou, 2011, p. 9).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
27
La aparición de este tipo de guerrillas es sólo a medias un fenómeno colombiano. Emergieron en
varios países del continente tras el triunfo de la Revolución cubana y el clima de la Guerra Fría,
generando a su vez una estrategia político-militar de los Estados Unidos, su Doctrina de Seguri-
dad Nacional, que las ligo al ‘peligro comunista’ y adoctrinó a los ejércitos para convertirlas en el
‘enemigo interno’.
38
Del conflicto armado a la reconciliación política
28
“(En Caicedonia) en 1958, había 5.700 conservadores y 43 liberales. La cifra es diciente, toda vez
que en 1949, en el municipio, había cerca de 7.000 liberales” (Jaramillo, 2014, p. 63).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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“Las guerrillas liberales durante La Violencia habrían tenido hasta 32.000 soldados hacia 1951,
de los cuales 20.000 se concentraban en los Llanos Orientales. Del lado conservador, paralelo al
ejército, habría unos 5.000 hombres armados pertenecientes a fuerzas ilegalmente constituidas”
(Giraldo y Fortou, 2011, p. 11).
30
A mediados del año 1953, el país se encontraba en una situación caótica. El partido conservador
divido en tres grupos, los jefes liberales en el exilio y la población rural enfrascada en una guerra
de exterminio bipartidista. Amplios sectores sociales veían en los militares la posibilidad de atajar
el baño de sangre. Para ese entonces el ejército era símbolo de neutralidad, en contraposición al
extremo dogmatismo y compromiso político de la policía. (Uribe, 1990, p. 62)
40
Del conflicto armado a la reconciliación política
31
Gracias a esta política, los bandoleros que quedaban de la Violencia fueron exterminados o confi-
nados a medidas de extrañamiento social, toda protesta social devino un asunto de orden público
y las guerrillas se convirtieron, primero, en los grandes enemigos potenciales y, con el tiempo, en
los principales enemigos reales del sistema. (Jaramillo, 2014, p. 47)
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“Recordar sería retornar a la barbarie e inmovilizar la política de concertación. Olvidar sería avan-
zar, estar del lado del progreso” (Jaramillo, 2014, p. 44).
33
Dice Jefferson Jaramillo: “en el marco de la eclosión del Frente Nacional, se combinaron estrate-
gias de amnistía y reinserción a la vida civil de bandas e individuos alzados en armas, mecanismos
de pacificación y gamonalismo armado” (Jaramillo, 2014, p. 36).
34
“Una de las muestras de cómo se pactó el olvido de los años de la Violencia, sin prever el costo
de esa decisión, son los manuales escolares de la época, en los que no se mencionaba ese período”
(Jaramillo, 2014, p. 44).
42
Del conflicto armado a la reconciliación política
43
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
35
Su investigación muestra el papel determinante de los intereses de ciertas empresas multinacio-
nales en la mayor presencia de grupos paramilitares en ciertas zonas del norte de Colombia, de
1995 a 2005 y el consiguiente recrudecimiento de la violencia. Un ejemplo concreto es el modo
como la entrada, en 1994, de capital multinacional interesado en la explotación minera en el sur
del departamento de Bolívar hace que se incrementen los hechos violentos contra los trabajadores
mineros, los afiliados a organizaciones del sector y cómo se incrementa el desplazamiento for-
zado y la pobreza de su población, situación que corre pareja con la mayor presencia de grupos
paramilitares, que buscan ‘despejar la zona’. Situación similar reporta para algunas zonas del
departamento del Chocó (Jiguamiandó y Curbaradó), donde el desplazamiento no sólo responde
a la presencia de recursos mineros (oro), sino también a los intereses de empresas dedicadas a
la siembra de palma africana y que se enmarca en todo el debate suscitado en el mundo por los
biocombustibles. En general, su estudio deja al descubierto cómo en algunas zonas del país (sur
de Bolívar, Arauca, norte del Cauca, Chocó) se evidencian las características de una economía
de Guerra: se han incrementado los niveles de pobreza, desplazamiento y violencia, ligados a la
riqueza minera (minas de oro) y natural (Cfr. Otálora, 2008, p. 163).
44
Del conflicto armado a la reconciliación política
permeada por lógicas que se trenzan, como plantas parásitas trepadoras, por
los pilares del conflicto mismo, es cada vez más complejo trazar una línea
entre ‘los de allá’ y ‘los de acá’; a veces son más los que no pertenecen ni
‘acá’ ni ‘allá’ y que, sin embargo, tienen nexos económicos y asuntos lega-
les pendientes que no es posible ignorar en una eventual mesa de negocia-
ción entre dos partes antagónicas. Sus demadas, que intentarán alinearse a
uno u otro bando, tienen un potencial desestabilizante de lo político sin ser,
en sentido estricto, exigencias políticas.
Refiriéndose al proceso de negociación de la Ley de Justicia y Paz del
primer gobierno Uribe, Álvaro Camacho Guizado identificó el juego de
nuevos actores que, “además de sus orígenes en la ilegalidad, están repre-
sentando grandes intereses asociados con la tenencia de la tierra, otras fuen-
tes de riqueza, la exportación de drogas ilícitas o la apropiación privada de
recursos públicos” (Camacho, 2009, pp. 7-8). De esas fuerzas, dice más
adelante Camacho, “surgieron los verdaderos empresarios de la coerción
y/o señores de la guerra, y de allí nacieron, también, las alianzas con políti-
cos regionales, muchos de ellos reos de la justicia, en lo que se ha conocido
como la parapolítica.” (Camacho, 2009: 73).
En general, este último conflicto, durante sus cinco décadas (contando
las dos primeras del siglo XXI), compitió con La Violencia en derroche de
crueldad. No solo masificó e intensificó los episodios de desplazamiento
forzado, las masacres en zonas campesinas y el exterminio por razones po-
líticas (de los cuales el exterminio de la Unión Patriótica, partido nacido de
un acuerdo de paz, es el caso paradigmático), sino que terminó agregándole
de su cuenta prácticas inéditas hasta entonces como el secuestro de civiles
y militares, tanto con fines económicos como políticos, el reclutamiento de
menores, el bombardeo de pueblos con pipetas de gas, la siembra de ‘minas
quiebrapatas’, el asesinato de civiles para hacerlos pasar por guerrilleros
caídos en combate, el uso de hornos crematorios para desaparecer los cuer-
pos de las víctimas.
Contabilizando esa variedad de formas de violencia, se ha llegado a
hablar de ocho millones de víctimas, lo que equivaldría a decir que uno de
cada cinco colombianos, directamente o indirectamente, ha sido victimi-
zado por este prolongado conflicto. Cifras un poco mejor sustentadas han
sido brindadas por el Centro de Memoria Histórica, que estima en 218.094
las víctimas del conflicto armado posterior al inicio del Frente Nacional,
en concreto de 1958 a 2012, de las cuales 177.307 fueron civiles (CMH,
2012). Giraldo y Fortou citan al presidente Juan Manuel Santos diciendo
que en esa guerra habían muerto 792 soldados del ejército oficial y alrede-
dor de 145 mil personas sumando civiles y guerreros irregulares (Giraldo
45
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
46
Del conflicto armado a la reconciliación política
un nuevo enfoque en las negociaciones, uno que más bien exploraba los
caminos del perdón judicial (o de la alternatividad penal) a cambio del des-
monte de los grupos armados. Ese era el tratamiento que deberían esperar
las guerrillas, si acaso para ellas se abrían las mismas posibilidades. Pero,
en términos ideológicos, ese gobierno emergía con una clara vocación an-
ticomunista, que compartía con el más genuino discurso paramilitar, y se
mostraba dispuesto a aprovechar políticamente el fracaso de las negocia-
ciones de la Administración Pastrana (los Diálogos del Caguán entre el go-
bierno y la guerrilla de las FARC). Y eso iba de la mano con la imposición
de la perspectiva de que en Colombia no había ningún conflicto armado de
naturaleza ideológica, ningún nexo entre lo que se podría llamar ‘injusti-
cia social’ y el levantamiento en armas, por ende, nada que negociar más
allá de un sometimiento, voluntario o impuesto, de los reductos armados
al orden institucional. En tanto fuera posible, se pondría fin al expediente
de negociar la paz para desmovilizar guerrillas, como se había hecho an-
Debe ir en
tes con el EPL, con el m-19, con el Quintín Lame, por ejemplo. Eso no se mayúsculas?
compadecía con el orden democrático nacional y no tenía sentido poner en
duda la legitimidad de las instituciones poniéndolas en plan de igualdad con
grupos armados. Un giro radical del gobierno Uribe, con relación a los que
le antecedían, es que el conflicto con las FARC, clasificadas ahora como el
principal problema nacional, iba a ser tratado en términos policiales (pero
con todo el andamiaje, robustecido, de las Fuerzas Armadas) y sin contem-
plación alguna. El gobierno ponía de su parte el ánimo nacional, adverso a
las FARC, que resultó del proceso del Caguán.
Un giro de la negociación emprendida bajo el gobierno de Juan Manuel
Santos (2010-2018), con relación a la del gobierno Uribe, fue volver al re-
conocimiento de que se estaba en presencia de un conflicto que, en últimas,
no podía ser superado ni tratándolo en términos propios del Código Penal,
ni leyéndolo exclusivamente con la lupa heredada de la confrontación ideo-
lógica de la Guerra Fría. Tampoco apelando a los indultos, las amnistías y
los pactos para el olvido de los pasados dos siglos, pues los nuevos están-
dares les daban una novedosa centralidad a las víctimas y a su memoria.
¿De dónde llegaron esos nuevos estándares?
Muchos, al reconstruir su origen, se remiten al Juicio de Núremberg36 y
a toda esa línea de desarrollo que desembocó en el Derecho Internacional
36
Dice Xabier Etxeberria:
En el origen de ello podemos situar la experiencia impactante de maldad que supuso
el Holocausto, el brutal genocidio causado por los nazis. Dio que pensar –en el mejor
sentido de la expresión– en muchas direcciones. Una de ellas fue la del perdón que, al
47
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Del conflicto armado a la reconciliación política
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Luis Eduardo Hoyos lo dice en estos términos: “La justicia transicional está más enfocada en la
reparación de las víctimas que en el castigo del victimario. Se orienta más al futuro y a la restau-
ración que al pasado” (Hoyos, 2018: 364).
50
Del conflicto armado a la reconciliación política
43
Xabier Etxeberria ilustra un poco esta multiplicidad de significados de la justicia en relación con
el delito y el perdón y la reconciliación Comienza contemplando el hecho de que la violencia
implica, a la vez, la generación de víctimas en forma de irrespetos a su dignidad, y el daño a las
estructuras cívicas de convivencia, en forma de delito o quebrantamiento de sus leyes legítimas.
La reacción institucional a ambos daños es la de esa modalidad de justicia que solemos llamar
«penal», por estar focalizada en la pena, en el castigo al que ejerció la violencia. Se pretende
con él suturar las heridas causadas al orden democrático –más relevantes cuando el delito tiene
motivación política–, prevenir el que vuelvan a producirse las violencias y satisfacer a la vícti-
ma con el propio castigo al victimario y con la reparación posible de los daños que ella sufrió.
No siempre resulta fácil armonizar los tres objetivos, dándose dentro de la justicia penal al menos
tres modalidades, en función de lo que se quiere privilegiar:
*La justicia retributiva, la que se focaliza en la «retribución» al delincuente en función
de sus deméritos, haciéndole sufrir un castigo proporcionado al daño que causó. La ley
del talión, como ya indicara Kant (1989), es la expresión más clara de este modelo; con
tal de que, añadía, se la despojara, a través de su institucionalización pública, de los
sentimientos que la suelen alentar, como el de la venganza.7 Los protagonistas decisivos
son el Estado y el delincuente, y las víctimas son protagonistas colaterales: pueden reci-
bir reparaciones ante determinados delitos, pero a lo que se les invita decisivamente es
a satisfacerse con el daño que recibe el delincuente, equivalente al que les causó a ellas.
*La justicia preventiva. Desde la sensibilidad utilitarista, quiebra el rigorismo del mo-
delo retributivo. Sigue siendo justicia «de las penas», pero «relativa», al buscar sobre
todo que sean eficaces para prevenir futuros delitos y para garantizar la paz social. Los
protagonistas decisivos siguen siendo el Estado –en activo– y el delincuente –en pasivo.
*Dado que ninguna de las dos justicias contempla la dignidad que sigue teniendo el
delincuente (tal como es entendida tras las declaraciones de derechos humanos universa-
les, no tal como la entendía Kant a este respecto), se hace una corrección significativa de
esos modelos para hablarse de la justicia rehabilitadora en relación con el delincuente.
Esta, por un lado, marca un límite a la proporcionalidad entre delito y pena para garan-
tizar el respeto a su dignidad: exige la exclusión de la pena de muerte y de castigos que
supongan trato inhumano, cruel o degradante (la tortura). Por otro lado, propone que
las penas no sean mera retribución por el delito ni mera estrategia de prevención, sino
ocasión para la reintegración social del delincuente, lo que supone ser a la vez expresión
de humanidad hacia él y la mejor forma de prevención. La víctima sigue estando en
segundo lugar, aunque el protagonismo del Estado aumenta –no solo castigar y prevenir,
sino rehabilitar– y el del delincuente empieza a ser activo –participar en una rehabili-
tación que puede disminuir el castigo flexibilizando su proporcionalidad. (Etxeberria,
2018: 38-40)
51
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“la suposición de que la retribución –u otras ideas míticas o afectivas– exige por esencia el
castigo de los combatientes por los crímenes cometidos durante el conflicto armado” (Burchard,
2018: 38)
52
Del conflicto armado a la reconciliación política
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
o las grandes olvidadas del proceso de paz. Ya fue evidente, durante la ne-
gociación de los acuerdos, cómo la polarización política puso en evidencia
expectativas opuestas que tendían a ‘re-victimizar a las víctimas’. Unos, en
nombre de la reconciliación y la paz, esperaban que las víctimas perdona-
ran, sin mayores exigencias, a aquellos que las habían victimizado45 y hasta
preferían que fuera el Estado o la sociedad quien directamente otorgara un
Falta nota
perdón político para así ir más rápido y dar la vuelta a la página sin media-
pie de
pagina 46 ción de las víctimas . Otros, que no tenían afán de que se perdonara, ni de
46
parte del Estado, ni de parte de las víctimas, no parecían para nada interesa-
dos en pasar la página. No, al menos, de cualquier forma. Al primer grupo le
incomodaban las víctimas, al segundo que las víctimas pudieran fácilmente
perdonar. Los primeros no las querían tener ante sí; los segundos casi les
exigían que llevaran riguroso luto y colgado en el pecho un retrato que re-
cordara a todos que ella es, ante todo, la expresión pública de un acto que
demandaba venganza. Ambos parecían conculcar el derecho de los indivi-
duos para procesar, a su propia manera, las huellas del oprobio; a no estar
encerrados para siempre en una identidad que ellos no eligieron y atreverse
a recomenzar su vida una vez hecho su propio duelo.
45
De hacerse esto, se caería en lo que De Gamboa llama un abandono normativo: “se rompería la
expectativa de confianza moral que tiene la víctima en la sociedad y en sus instituciones, pues
sería ella la que tiene que asumir todo el peso de la ofensa en aras de supuestamente contribuir a
la reconciliación política” (De Gamboa et alt, 2018: 263).
46
47
Dice José Zamora: “una justicia centrada en castigar al culpable concede un valor secundario a
las víctimas, las relega a un papel de medio probatorio, de meros testigos de la culpabilidad de los
victimarios, pero no de testigos de su propio sufrimiento, de la verdadera dimensión del crimen,
de las exigencias de reparación y de la proyección de un futuro bajo un nuevo signo” (Zamora,
2005: 68-69).
54
Del conflicto armado a la reconciliación política
48
“Junto a la proliferación del arrepentimiento público asistimos a una constante escenificación de
la ceremonia de autovictimización estratégica”. De la mano del protagonismo político de las víc-
timas, del aumento de su autoridad moral, se produce una eclosión de autovictimización narcista”
(Zamora, 2005: 59)
55
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
por igual, otorgar el mismo perdón a los victimarios, como parece exigirlo
cierta retórica de la paz y la reconciliación. Pero tampoco es fácil, como
siempre se hizo en la historia de los conflictos en Colombia, y como todavía
quisieran algunos, pactando la paz por encima de las víctimas, ignorándo-
las, como si la cosa pudiese arreglarse sin su concurso.
Al perdón que la víctima puede otorgar (o negar) hay que darle su peso
específico dentro de un proceso de transición hacia la paz49. Ya es una ga-
nancia que las víctimas tengan la prioridad del perdón y que el Estado les
reconozca esa prioridad, no queriendo reemplazar ese perdón con el suyo
propio (en la forma de indulto). Como dice José Zamora, “el Estado podrá
indultar, amnistiar o sancionar la prescripción, pero nunca podrá perdonar.
En el perdón la víctima tiene la palabra, también para negarlo” (Zamora,
2008: 69).
Pero hay que hilar un poco más fino. Por una parte, está claro que, al me-
nos en principio, la ofendida es la víctima y no el Estado. En ese sentido no
deja de ser cierto que “el Estado y sus representantes no pueden administrar
el perdón, no pueden atribuirse la representación de las víctimas. (Que) al
Estado sólo le cabe administrar la repercusión pública del perdón” (Zamora,
2005: 76). Pero, por otra parte, no es menos cierto que el Estado, es decir, la
organización institucional resultante de una correlación de fuerzas e ideo-
logías dentro de una nación en un momento determinado, lo que termina
concretando la unidad nacional y la convivencia social, ha sido también
ofendido por el accionar de los victimarios en cualquier conflicto que se
haya vivido bajo su jurisdicción. Esos victimarios han actuado ignorándolo,
utilizándolo o reemplazándolo, cuando no simplemente, como suele ser el
caso con los actores subversivos, escogiéndolo como su objetivo militar y
político. ¿Cómo no puede ser el Estado, la organización institucional de la
sociedad, un ofendido por las acciones de los victimarios, así estos sean,
también, en algún sentido, al menos figurativamente, ‘una víctima’? Solo
una concepción del Estado excesivamente instrumental, que haga de éste
un vengador de las ofensas que reciben los individuos, puede conculcarle
su condición de parte vulnerada en el conflicto. Y sólo una concepción ex-
cesivamente juridizante de los conflictos sociales y de sus soluciones, que
bloquee las posibilidades de politización de los mismos, puede caer en una
lectura puramente intersubjetiva de los efectos del conflicto. Pero volvamos
49
Razón tienen De Gamboa y Lozano al proponerse, como objetivo de su artículo, “mostrar los
límites de una concepción que ve en el perdón interpersonal la base de la reconciliación política”
(De Gamboa et alt, 2018: 240).
56
Del conflicto armado a la reconciliación política
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
54
“Si te digo: ‘Te perdono a condición de que, pidiendo perdón, hayas cambiado y ya no seas el
mismo’, ¿acaso estoy perdonando?” (Derrida, 2008: 122).
55
(El perdón debe ser) otorgado graciosamente, infinito, an-económico, concedido al culpable en
tanto que culpable, sin contrapartida, incluso a quien no se arrepiente o no pide perdón (Derrida,
2008: 119).
56
Pensando en Argentina, Gabriel Carlos Sánchez se pregunta si allí se han satisfecho los cinco
pasos que Mario López Martínez (2006) estipula para la reconciliación política: 1) haber recono-
cido la existencia de víctimas y victimarios; 2) catalogación de los horrores y los errores que se
han cometido; 3) haber alentado fases de perdón, reconocimiento y justicia; 4) haber definido los
actores que tomarán parte en la pacificación, rehabilitación y reconciliación; 5) haber delineado
un plan general y planes específicos; y 6) coincidir en un modelo de convivencia y democracia.
Al parecer no.
Argentina se encuentra todavía enmarañada en una compleja red de conceptos que no
portan el mismo significado para todos los actores de la sociedad. La palabra reconci-
58
Del conflicto armado a la reconciliación política
puede asumir, desde ese afán justiciero, es que la reconciliación política im-
plica siempre acoger la impunidad, pues ella es perfectamente conciliable
con un espíritu justiciero transicional que no renuncia al esclarecimiento de
la verdad, al reconocimiento de la culpa. Tras una ruta para rehabilitar la so-
ciedad como un todo, que debe ser construida democráticamente, la recon-
ciliación política viene a ser como un nuevo momento político fundacional
capaz de doblar, con ayuda de la memoria, la dolorosa página del pasado y
de abrir una nueva era de convivencia social57.
Ante un conflicto tan complejo como el que ha vivido Colombia es inútil
copiar ese rigorismo justiciero que prioriza el castigo a los victimarios so-
bre la tarea política de alcanzar la reconciliación de la sociedad como todo.
Para comenzar, aquí es muy difícil trazar una Línea Maginot que divida
tajantemente víctimas y victimarios58. Aquí los victimarios no han estado
siempre del mismo lado estatal, victimizando a la sociedad civil como lo
harían los esbirros de una dictadura militar. Aquí algunos de los han vic-
timizado a otros por fuera del Estado aducen haber sido víctimas primero.
Porque muchas veces aquí los victimarios y las víctimas lo han terminado
siendo, más que por sus elecciones personales, por la vocación guerrillera o
paramilitar del territorio en que estaban ubicados. Así como hay victimarios
podrían parafrasear al poeta Barba Jacob diciendo ‘terminé combatiendo
como guerrillero o como paramilitar porque me reclutaron los guerrilleros
o los paramilitares’, hay también víctimas que podrían decir ‘fuimos tor-
turados, asesinados o desplazados porque estábamos en el territorio que se
ganaron los que llegaron después’. Porque a cada rotación vocacional del
territorio al compás de las dinámicas bélicas, se le sumaron víctimas a las
que de nada les valió su anterior capacidad adaptativa para sobrevivir donde
mandaban los anteriores señores de la guerra. Y a esas víctimas se habrían
de sumar otras, las que resultarían de la inserción del narcotráfico y de las
59
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Del conflicto armado a la reconciliación política
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Pero no puede haber perdón sin justicia. Xabier Etxeberria lo expresa en estos términos:
“la reconciliación solo es tal si no sustituye a la justicia: no se puede, en aras de la
restauración de las relaciones, aceptar que ampare la impunidad. No solo porque se
agranda y afianza la injusticia hacia las víctimas y la sociedad, sino porque no se
restauran de verdad las relaciones, que es de lo que va la reconciliación. Aunque hay
que añadir igualmente que ciertos modos de concebir y realizar la justicia bloquean,
por lo que son en sí, cualquier intención reconciliadora. Ante esta observación se dirá,
con razón, que no deben igualarse impunidad y justicia en cuanto negadores de la
reconciliación, pues –se añadirá– puede resultar obligado sacrificar a esta para que se
realice la justicia prioritaria y obligante. Pues bien, desde una apuesta por la reconci-
liación que no se rinde a la impunidad, lo que cabe proponer es, como ya se expuso en
el capítulo precedente, revisar la concepción de justicia. Retomo aquí puntualmente y
con otros matices algunas consideraciones, enmarcándolas en el objetivo de la recon-
ciliación” (Etxeberria, 2018: 108-109).
62
Del conflicto armado a la reconciliación política
61
Germán Rodríguez presenta esta especificidad del perdón en los siguientes términos:
“El perdón (no es) olvido. Si se ha olvidado, entonces no se necesita perdonar. Es ne-
cesario acudir a la memoria, dignificar y legitimar el papel como seres humanos que
recuerdan y sienten, una memoria que libere al pasado del mal sucedido y que impulse
hacia la construcción desde el presente. (…) El perdón no es resentimiento. Pensemos
que, al estar atorados en un momento histórico, reviviéndolo constantemente, representa
haberse quedado atrapado en el pasado sin que el tiempo pasara (…) El perdón no es
comprensión. No se trata de justificar el mal hecho, y la compresión está asociada a
eliminar la responsabilidad moral y política sobre los actos del pasado, por lo que la
intención no es exculpar y justificar la injusticia. Por el contrario, el perdón requiere
de la aceptación de responsabilidades y del esclarecimiento de la verdad de los actos
realizados (…). El perdón no es reparación. Es verdad que la reparación es un acto de
responsabilidad que asumen los ofensores con el propósito de restablecer o contribuir
a la construcción de un nuevo futuro, es un elemento necesario, pero no suficiente”
(Rodríguez, 2018: 48).
62
“Un segundo rasgo del perdón intersubjetivo es que la víctima perdona a quien considera culpa-
ble, lo cual, en circunstancias no claras, pide por parte de ella un adecuado discernimiento para no
errar en la evaluación. Perdonar no es dis-culpar, sino que presupone culpar. Esto implica que se
percibe en el violentador una suficiente consistencia de su libertad y, por tanto, de su responsabi-
lidad por el mal hecho” (Etxeberria, 2018: 55)
63
Etxeberria discrepa un poco en esto de que el perdón es algo enteramente privado:
“frente a las resistencias que persisten a asumir que es posible un perdón público, no se
puede ignorar que, de hecho, perdón y reconciliación son ya categorías situadas en lo pú-
blico, aunque, en general, en formas problemáticas y discutibles” (Etxeberria, 2018: 10).
No obstante, más adelante reconoce este carácter privado, en todo caso no cívico ni público-po-
lítico, del perdón:
“En definitiva, de arranque, el perdón se presenta situado no en la ética cívica común y
obligada, sino en la ética orientada a la vida plena, plural, dependiente de la libre acep-
tación de las personas” (Etxeberria, 2018: 30).
63
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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“Recordemos que hemos definido que ‘la reconciliación política es una medida pública para en-
frentar un pasado opresivo e injusto, y que incluye a toda la comunidad política’, garantizando
que suceda en condiciones de igualdad política y moral. Por tanto, nos hemos centrado aquí en
la reconciliación colectiva y política y no en la reconciliación personal, interpersonal o sagrada
(López Martínez, 2004)” (Rodríguez, 2018: 50).
65
Como dice Derrida, “el perdón debe implicar a dos singularidades: el culpable y la víctima.
En cuanto interviene un tercero, se puede seguir hablado de amnistía, de reconciliación, de
reparación, etc. Pero, con toda seguridad, ya no se puede hablar del perdón en sentido estricto”
(Derrida, 2008: 125).
66
De Gamboa y Lozano matizan esta posición de esta manera: “Es innegable que el perdón es una
acción interpersonal de carácter privado que se da entre un ofensor y un ofendido, pero el hecho
de que sea privado no significa que no tenga connotaciones sociales y efectos que trascienden la
órbita personal, y que pueden ser influidos positiva o negativamente por el contexto social, políti-
co o jurídico circundante (De Gamboa et alt, 2018: 261).
67
¿Acaso no es en rigor lo único que hay que perdonar? ¿Lo único que requiere perdón? Si no estu-
viésemos dispuestos a perdonar más que lo que parece perdonable, lo que la Iglesia llama ‘pecado
venial’, entonces la idea misma de perdón desaparecería. Si algo hay que perdonar sería lo que,
64
Del conflicto armado a la reconciliación política
como estos es que toma sentido la famosa aporía derridiana según la cual
‘lo perdonable es lo imperdonable’. Es con respecto a eso que la decisión
política es grave y trasciende la cotidianidad del trámite político.
Lo imperdonable no debe desaparecer de nuestra vista sólo porque ten-
gamos una urgencia pragmática de convivir tras la guerra, al uso de los
pactos de silencio y de impunidad que han poblado la historia de los con-
flictos colombianos. Necesitamos de la memoria, incluso para poder perdo-
nar68 Que la memoria de las víctimas no se escurra por entre las grietas del
pragmatismo político es un deber al que presta su valioso concurso quienes
abogan por poner, con todas sus letras y en su sangrienta evidencia, lo que
fue el oprobio de la guerra. Allí es donde la memoria aparece, al lado del
perdón, pero con distintas funciones, en el proceso de alcanzar la reconcilia-
ción política. Y, como con el perdón, emerge también la pregunta: memoria
sí, pero ¿con qué objetivo y hasta dónde?
Nunca como ahora se ha revelado más necesario darle a la memoria el
lugar que no tuvo en los pasados intentos de cerrar políticamente un con-
flicto armado. Porque ya no podemos seguir avanzando en ese rosario de
despojos, confrontaciones armadas y masacres que ha sido la historia de
Colombia; una que se ha construido sobre una pila de cadáveres, pero ig-
norando justamente la versión de las víctimas, incluso cuando los acuerdos
de paz se han hecho, oficialmente, para que no haya más cadáveres; cuando
las amnistías se han hecho para pasar la página a despecho de las víctimas69.
65
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Del conflicto armado a la reconciliación política
70
El texto toma su motivación principal de los desafíos que imponen a los colombianos las masacres
perpetradas por los paramilitares y se ocupa de examinar “por qué estaría mal que los colombia-
nos olvidaran a las víctimas de éstos y otros incidentes similares” (De Greiff, 2005: 192).
67
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José Zamora lo pone en estos términos: “Los victimarios han obtenido ventajas del crimen, han
construido su presente sobre la injusticia cometida y pretenden asegurar un futuro que les permita
seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido” (Zamora, 2005, p. 64).
72
Llevado a sus últimas consecuencias, el perdón exigiría creer en el restablecimiento de todo lo
que perdido y derrotado, en la reparación integral de lo destruido por el crimen en las víctimas
y en los victimarios y en la sanación radical de los sujetos y de la historia, también de los verdu-
gos, y esto supone la existencia de un poder trascendente con una capacidad ilimitada de amor,
68
Del conflicto armado a la reconciliación política
3) Aquellos a los que se les debe algo, el recuerdo, no son los muertos
sino los vivos; es por quienes aún están vivos por quienes hay que recor-
dar a los muertos. Es para reconstruir nuestras relaciones cívicas con los
sobrevivientes de los muertos por lo que hay que mantener la memoria.
Este argumento elude vincular nuestra identidad con los crímenes del pa-
sado (como si hubiese un pecado original, transmisible de padres a hijos)
que forja nuestra identidad; elude vincular a las futuras generaciones con
una responsabilidad moral con los hechos del pasado. “Lo que sostiene es
que deberíamos recordar pues esa una manera de ganarse la confianza de
aquellos cuyos ancestros fueron victimizados” (De Greiff, 2005, p. 213).
Y en el sentir de De Greiff, se saca el asunto de la esfera de la moral
(personal o colectiva o intergeneracional) del saber y de la memoria, se lo
deja en manos de la política. Aporta un interesante elemento para mostrar,
desde la necesidad de la reconciliación política, un criterio para fijar la in-
comparable contribución de la memoria. No es una contribución cuyo peso
podamos establecer a priori, en el puro plano de la moral o del derecho,
sino que depende del accionar político de la sociedad en busca de su futuro;
de la sociedad que está queriendo salir de la dinámica del conflicto armado.
de reconciliar los contrarios –justicia y misericordia– tal como postulan las grandes religiones
(Zamora, 2005, p. 60)
69
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es muy importante que estén también las víctimas, insertas en esas organiza-
ciones o en agrupaciones propias. También se sitúan en este nivel los medios
de comunicación en sus diversas expresiones y los diferentes agentes edu-
cativos que apuestan por la reconciliación. Todos ellos para trabajar, desde
sus contextos y perspectivas, con las coordinaciones que se precisen, en los
diversos aspectos implicados en ella. En cuanto al ámbito más estrictamente
político tenemos, evidentemente, las instituciones públicas garantes del in-
terés general, a las que les corresponde en este tema: amparar los procesos
sociales de reconciliación que se produzcan, estimular la deliberación cívica
orientada a la reconciliación, fomentar acuerdos que puedan ir en la línea de
la reconciliación, tratar de regular con prudencia y delicadeza moral las ten-
siones que puedan aparecer entre el nivel primario de la reconciliación –el de
las víctimas– y el segundo –el de la sociedad (Etxeberria, 2018, pp. 99-100)
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“La justicia es un elemento central para la reconciliación, es por eso que se propone un modelo
de justicia restaurativa que aborda las injusticias del pasado de manera diferente a la justicia re-
tributiva, ya que no se centra en el victimario y los castigos sino en la víctima y el daño. Aquí es
importante el trabajo conjunto con todos los actores involucrados, dándole un papel prioritario a
las víctimas y comunidades afectadas” (Rodríguez, 2018: 52).
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Lo establece taxativamente Etxeberria
En primer lugar, la convivencia cívica de las personas precisa que estas estén situadas en
unidades políticas de soberanía que les reconozcan sus derechos de participación políti-
ca y de disfrute de la distribución justa de los bienes y recursos: piénsese en el drama de
los inmigrantes sin ese reconocimiento. En segundo lugar, ante los conflictos existentes
en torno a la delimitación de los ámbitos de soberanía para la participación, no responde
a la realidad la distinción que tiende a hacerse entre comunidades cívicas (que serían los
actuales Estados democráticos) y comunidades étnicas (que serían las que se estructura-
rían en torno a sus rasgos culturales, como las que demandan segregarse de ellos). Todas
son comunidades étnicamente configuradas. De lo que se trata es de que incluyan en su
etnicidad los rasgos que pueden calificarlas como cívicas. Esto es, la distinción no está
entre comunidades cívicas y étnicas, sino entre comunidades etnocívicas y etnoincívi-
cas” “La convivencia cívica suele ser situada en lo que llamamos, en el contexto de la
cultura occidental en la que me sitúo ahora, el ámbito público, distinguido del ámbito
privado. (Etxeberria, 2018, p. 25)
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y puedan declarar saldadas las cuentas con el pasado. En tal sentido tienen
razón De Gamboa y Lozano al afirmar:
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Hablando de estas condiciones, agrega Germán Rodríguez:
se requiere de participación colectiva que busque consensos, en lugar de responsabilida-
des políticas y morales, que permitan la construcción de una nueva nación o una nueva
sociedad. Esta construcción debe estar atravesada, principalmente, por una cultura de
los derechos humanos y de legitimidad institucional que a través del tiempo facilite un
proceso de confianza cívica horizontal y vertical, que procure la reconstrucción social,
un enfoque de justicia restaurativa y que incluya al tiempo (presente, pasado y futuro).
(Rodríguez, 2018, p. 51)
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Pero ese ‘imperativo ecológico de la salud social y política’, dice Derrida, “no tiene nada que
ver con el perdón, del que se habla entonces con mucha ligereza. El perdón no depende, ni debe-
ría depender nunca, de una terapia de la reconciliación. (…) la amnistía no significa el perdón”
(Derrida, 2008, p. 125).
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Puede decirse que la justicia tiene efectivamente dos componentes: uno re-
trospectivo –representado por la indagación o reconstrucción colectiva del
contenido de ideales imperfectamente encarnados– y otro prospectivo –re-
presentado por el proyecto siempre abierto de interpretación y realización
de aquellos ideales con la participación de múltiples experiencias sociales.
(Casuso, 2018, p. 345)
Referencias
Arendt, H. (1997). ¿Qué es la política? Paidós I.C.F./U.A.B.
Borja, M. (2015). La historiografía de la guerra en Colombia durante el siglo
XIX. Análisis Político, 28 (85), 173-188. https://doi.org/10.15446/anpol.
v28n85.56253
Burchard, C. (2018). ¿Es efectivo el castigo penal de combatientes en un conflicto
armado? Reflexiones iniciales sobre maneras para vencer la ignorancia sobre la
eficacia de soluciones penales en la justicia transicional. En K. Ambos, F. Cor-
tés y J. Zuluaga (Comp.), Justicia Transicional y Derecho Penal Internacional
(pp. 35-50. Siglo del Hombre Editores.
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Se c c ión 1
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En el libro con Alberto Valencia afirmo que la Violencia de los años 1950
no tiene historia. Es evidente que se puede construir un relato que ponga el
acento en la oposición entre los dos partidos tradicionales y en la estrategia
a través de la cual el gobierno conservador de Laureano Gómez trata de
restablecer los fundamentos católicos del orden social. En este sentido la
Violencia aparece efectivamente como un fenómeno “desde arriba” orques-
tado por los activistas del partido en el poder con el concurso de diversos
sectores de las élites. Reducirla a esto conduciría sin embargo a ignorar las
dinámicas complejas que caracterizan a la Violencia.
Cuando digo que “la Violencia no tiene historia” es que esta comprende
tanto los conflictos entre veredas, el terror, las venganzas diversas entre
bandas, el bandidismo económico, los desplazamientos masivos y, sobre
todo, que estos fenómenos hayan estado marcados por innumerables atro-
cidades. La conformación de algunas guerrillas liberales o comunistas no
permitió conferir una verdadera cohesión a estos fenómenos fragmentados.
Este es un primer argumento para dar cuenta de la dificultad de hacer un
relato de conjunto.
Si puede existir relato es menos a partir de las víctimas que a partir de
los que se beneficiaron del caos que se impuso en el contexto de una fase de
elevación de los precios del café; la Violencia, por lo demás, alcanzó cimas
en las regiones de producción de este grano. En estas condiciones en lugar
de ser afectadas por la Violencia, las élites no hicieron más que consolidar
sus ventajas. Las palabras del presidente de la ANDI son muy conocidas,
cuando en plena agravación del drama afirmaba que Colombia nunca se
había comportado mejor desde el punto de vista económico.
Pero las élites no solo tenían de que complacerse con la buena salud eco-
nómica del país. También tenían razones para estarlo en el plano político.
La Violencia les había permitido poner fin a lo que subsistía de la amenaza
populista y había propiciado una desorganización de las clases populares
tanto urbanas como rurales. Los esbozos de guerrilla liberal o comunis-
ta estaban demasiado aislados como para inquietarlas verdaderamente.
Cuando apareció Rojas Pinilla dejaron las armas. Y la hegemonía de los
partidos tradicionales y, por consiguiente, de las élites, en lugar de estar
amenazada salía de la prueba más reafirmada que nunca.
En contrapartida, los sectores campesinos implicados en la tragedia di-
fícilmente podían elaborar un relato heroico a partir de sus experiencias.
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Las élites cargaban los horrores de los enfrentamientos sobre los hombros
de la barbarie de las masas (como lo habían hecho para dar cuenta del “Bo-
gotazo”). Los campesinos, por su parte, descubrieron retroactivamente que
se habían matado entre sí por una causa que no era la suya. Marcados por
su fragmentación, estaban lejos de disponer del nivel educativo que les hu-
biera permitido elaborar un relato explicativo, más allá de la exposición de
su sufrimiento.
Como si esto no fuera suficiente, el Frente Nacional impuso un pac-
to de silencio sobre lo que había ocurrido. Inútil recordar las reacciones
cuando apareció el libro de Germán Guzmán Campos y otros actores sobre
La Violencia.
La paradoja es que este silencio, al mismo tiempo espontáneo e impuesto,
tuvo por efecto convertir La Violencia en un momento inaugural de la his-
toria contemporánea de Colombia. Todo lo que siguió fue presentado como
efecto de este episodio. Muchas trayectorias personales posteriores fueron
justificadas por la experiencia de La Violencia, incluso cuando miembros
de sus familias también habían tomado parte en las acciones destructivas.
A fortiori, muchas de las organizaciones que se comprometieron en la lucha
armada presentaron esta opción como si fuera la prolongación de La Violen-
cia. Si no hubo posibilidad de relato en ese momento, eso no quiere decir
que no lo hubiera habido poco después: las FARC, en particular, supieron
componer un relato de los orígenes que llegó a convertirse en una vulgata
para gran parte de la sociedad.
En realidad, la referencia a La Violencia rápidamente deja de ser solo
un relato de los orígenes y se convirtió en una forma constante para definir
las relaciones sociales y culturales “desde entonces”. Su historia se vuelve
imposible y fue reemplazada de manera exclusiva por las memorias en las
que se mezclan lo real y lo imaginario con el riesgo de metamorfosearse en
mito colectivo.
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Si bien casi todas las guerras internas golpean sobre todo a la población civil,
esta ofrece un ejemplo particularmente trágico.
No por ello el conflicto cabe en la categoría de “guerra civil”. Amplios
sectores de la población no se inclinan hacia ninguno de los campos. La po-
blación urbana escapa en gran medida al conflicto, al igual que la de diver-
sas regiones, y asiste al conflicto como espectadora a través de los medios.
A pesar de todas las diferencias del conflicto armado con la Violencia,
la variedad local de sus manifestaciones sigue siendo un rasgo esencial.
Exceptuando el momento en que las FARC llevan a cabo una gran ofensiva
para rodear las metrópolis y las Fuerzas Armadas tratan, con el concurso
de los paramilitares, de recuperar vastas porciones del territorio, el conflic-
to conserva un aspecto extremadamente fragmentado: las fronteras entre
adversarios son eminentemente móviles y evolucionan de acuerdo con la
localización espacial de las atrocidades.
Otra aproximación tiene que ver con la coyuntura económica. Esta vez
ya no son los precios del café los que sostienen el crecimiento sino los nue-
vos recursos tanto ilegales como legales. Gracias a la economía de la droga
se mantiene la buena salud de la balanza de pagos. Pero también ocurre que
sus progresos coinciden con la valorización de las materias primas, como
el petróleo y el carbón. A pesar de una crisis financiera pasajera de 1998 a
2001, las tasas de crecimiento del período son positivas. Sectores como la
construcción conocen una prosperidad inédita y la mayor parte de las ciuda-
des experimentan procesos de modernización.
Las repercusiones no solo benefician a las élites convencionales sino a
gran parte de las clases medias, que también obtienen beneficios. Aunque
las desigualdades sociales en su conjunto apenas si se atenúan, el conflicto
va a la par con una dosis significativa de movilidad social. “Nuevos ricos”
surgidos a menudo sobre la base de capitales dudosos, logran integrarse al
universo de los poderosos. De allí resulta que numerosos sectores no son
verdaderamente afectados por la longevidad del conflicto, sino todo lo con-
trario. Como ocurría en la Violencia las élites tienen razones para felicitarse
de la imposibilidad en que se encuentran las clases populares de presentar
reivindicaciones: el terror reduce al silencio a los que tratan de convertirse
en portavoces. De allí la paradoja: el conflicto se convierte en una especie
de paz social como consecuencia del terror.
Además, el flujo de recursos financieros no hace más que acentuar la
fragmentación territorial, sobre todo en las periferias que abrigan, además
de gran parte de los cultivos de la droga, la extracción del petróleo y del
carbón y las explotaciones de banano o de aceite de palma. Las minorías
culturales, indígenas y afro colombianas, se encuentran con frecuencia en
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A manera de conclusión.
De las catástrofes a la complementariedad
entre fragmentación espacial y presentismo
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aniquilación de un partido entero como la UP. Los trabajos del Centro Na-
cional de Memoria Histórica (CNMH) han tenido el inmenso mérito de tra-
tar de los unos y de los otros y han mostrado como al mismo tiempo se
asocian y se sitúan en planos diferentes. En el informe general ¡Basta ya!
(2013) se ofrece una lectura de conjunto, pero las múltiples monografías
elaboradas por el CNMH han puesto de presente la diversidad y la comple-
jidad de las dinámicas locales.
La polarización política extrema que ha seguido a los acuerdos de La
Habana es un testimonio de que subsiste el presentismo como modo de tem-
poralidad. La implementación del acuerdo habría supuesto, en efecto, que
las diversas redes de poder, comenzando por los detentadores oficiales del
poder del Estado, fueran capaces de impulsar reformas en el marco de una
visión de futuro. En lugar de esto parecen acomodarse a sufrir los aconteci-
mientos del día a día y, lejos de tratar de poner fin a las tensiones heredadas
del conflicto, no dudan en exacerbarlas de nuevo. Parece dominar en ellas
las pasiones venidas del pasado y el temor y los odios engendrados por el
presente reciente.
Durante largo tiempo las afiliaciones partidistas y la autoridad de la Igle-
sia mantuvieron las divisiones, pero también aparecían como figuras del
orden social. A la salida del conflicto las divisiones subsisten, pero tienden
más bien a sugerir la visión de un desorden permanente. El presentismo no
es más que la marca de la imposibilidad de la referencia a una simbólica
nacional.
Referencias
CNMH (2013). ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Bogotá,
Centro Nacional de Memoria Histórica.
Pécaut, D. (2015). En busca de la nación colombiana. Conversaciones con Alberto
Valencia Gutiérrez. Bogotá, Penguin Random House.
Ricoeur, P. (2000). La mémoire, l´histoire, l´oubli. Paris, Éditions du Seuil.
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ENTRE LA VIOLENCIA Y LAS VIOLENCIAS:
MEMORIA E HISTORIA EN EL ACERCAMIENTO
AL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO
DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS
Fernán González
Esa rica tradición se inicia con el estudio pionero del entonces monseñor
Germán Guzmán que parte de su experiencia en la Comisión de paz de los
inicios del Frente Nacional, especialmente en el Tolima, completada por
alguna información secundaria sobre los Llanos orientales, Antioquia, Cun-
dinamarca y Boyacá, junto con alguna literatura testimonial sobre hechos
violentos, de distinta orientación. Como muestra Alberto Valencia (2012),
Guzmán se distanciaba de las versiones oficiales de los partidos liberal y
conservador, cuyas oligarquías enjuiciaba duramente, desde el punto de
vista de ‘un populismo católico’, más cercano a los valores tradicionales
que a los de la modernidad. Según él, las dirigencias de los dos partidos no
solo no estuvieron a la altura de su papel de dirigentes, sino que obraron
irresponsablemente, al no caer en la cuenta de “las consecuencias que su
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La lectura positiva de
La Violencia de Camilo Torres Restrepo
Esa transición ha sido preludiada, según algunos, por el ensayo que realizó
sobre el tema Camilo Torres Restrepo, cuyos contactos habían sido deter-
minantes para la configuración del grupo y la publicación del libro, como
confiesa Orlando Fals Borda en la entrevista concedida a Fernando Cubides
(2010). En una de las preguntas de la misma entrevista, Cubides insinúa
que, alguien con un carácter visionario, podría pensar que la valoración
positiva de la violencia –que hace Camilo en su ensayo sobre los cambios
socioculturales que ella produjo en el campo colombiano, en contraste con
la visión negativa que tenía su amigo Eduardo Franco Isaza– podría prede-
cir que Camilo terminaría optando por la violencia.
En sentido similar opina Alberto Valencia Gutiérrez (2017), cuando re-
cuerda que, en esa ponencia, presentada en el primer congreso nacional
de sociología realizado en 1963 en Bogotá, Camilo Torres presentaba a la
violencia de los años cincuenta como un factor importante de cambio social,
que rompió con el tradicional aislamiento de los campesinos que empeza-
ron a buscar nuevas formas de organización y adquirieron conciencia de su
situación. Así, esa ponencia de Camilo concluye con la afirmación de que la
violencia de esos años constituía “el cambio sociocultural más importante
en las áreas campesinas desde la conquista efectuada por los españoles”,
totalmente imprevisto para las clases dirigentes. Según Camilo, la violen-
cia despertó la conciencia y solidaridad grupal del campesinado para que
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priorizara sus intereses propios sobre los de los partidos políticos, le abrió
posibilidades de ascenso social y le proporcionó sentimiento de seguridad
para que se fuera constituyendo en grupo de presión.
Pero, además de esta mirada un tanto positiva de la violencia, Camilo
refleja tanto sus influjos teóricos, como los de Robert Redfield (sobre la
cultura folk), Fernando Toennies (diferencia entre comunidad y sociedad)
y Emile Durkheim (la división del trabajo social), como su concepción del
mundo rural y su análisis del sistema político de Colombia. En ese sentido,
consideraba que la sociedad rural colombiana antes de la violencia era rela-
tivamente estática, sin división ni especialización del trabajo, basada en re-
laciones primarias. Todo eso se transforma con la violencia, que rompe los
marcos del vecindario rural, al tiempo que relaja los mecanismos locales de
control social y diversifica las actividades de los campesinos. El campesi-
nado se acerca así a tensiones propias del mundo urbano, pero sin los fenó-
menos concomitantes de la industrialización y la creación de las ciudades.
Para Camilo, uno se los principales efectos de la violencia fue la división
del campesinado entre liberales, conservadores y comunistas, según sus in-
tereses socioeconómicos, lo que produce una solidaridad más orgánica.
Al lado de esta caracterización clásica del campesinado, Camilo se refie-
re a la ausencia de canales de movilización social ascendente como varia-
ble del mundo rural de los países subdesarrollados, canales que pueden ser
económicos, sociales, políticos, culturales, burocráticos, militares o ecle-
siásticos. En el análisis detallado que hace de cada uno de ellos, se refiere
especialmente al canal político, en el que destaca el fenómeno del gamona-
lismo como institución política informal, para sostener que este se ha veni-
do modificando con la violencia, que ha brindado a algunos campesinos la
posibilidad de ascender con el surgimiento de un nuevo gobierno, “informal
y anómico”, de líderes guerrilleros, con más poder que el gobierno legal.
Este análisis lleva a Camilo a concluir que en los países subdesarrolla-
dos como los latinoamericanos y específicamente en Colombia, los cana-
les de movilidad social ascendente están bloqueados para la mayoría de
la población, sobre todo la rural, principalmente por motivos económicos,
mientras que la minoría que controla la movilidad social está interesada en
mantener ese bloqueo, para lo cual necesita el conformismo de la población.
Frente a ese bloqueo, la violencia produjo una conciencia de clase al lado
de “instrumentos anormales de ascenso social”, que terminaron cambiando
las actitudes del campesinado colombiano, que se transformó en “un grupo
mayoritario de presión” (Torres, 1985, pp. 65-66).
De ahí que algunos autores consideren que en este ensayo ya estaba el
germen de la opción revolucionaria de Camilo Torres, que deduce de la
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dirigentes, pero fueron luego desautorizados por ellos o eliminados por las
Fuerzas Militares.
Luego, Guzmán se refiere al funcionamiento de la Comisión Nacional
Investigadora de las Causas Actuales de la Violencia, de la que él hizo parte
y de la Comisión Especial de Rehabilitación, cuyas labores defiende como
“un inmenso servicio al país”, aunque reconoce que pudo haber yerros.
Pero afirma que sus planes no pudieron culminar por la hostilidad política
de algunos líderes conservadores, que los acusaba de beneficiar a bandole-
ros; esto defraudó a muchas gentes y aumentó la desconfianza frente al sec-
tor oficial. Lo mismo ocurrió con la suspensión de los equipos polivalentes,
que en algunas regiones produjeron excelentes resultados y en otras no, y
con la de los tribunales de conciliación y equidad, encargados de arreglar
problemas de propiedad, que habían hecho revivir la confianza de los des-
pojados, que ahora vieron nuevamente frustradas sus esperanzas.
Menciona también el autor los esfuerzos por liquidar el apoyo moral
a las bandas armadas y el apoyo a las misiones de predicadores católicos
como la del Tolima, pero concluye que los integrantes de las guerrillas fue-
ron engañados por los dirigentes de la oligarquía política, que luego ter-
minan reconciliados. Y muestra, al lado de los éxitos de la pacificación,
los fracasos para integrar a los desadaptados producidos por la secuela del
conflicto, que tuvieron que ser exterminados como muestran los casos de
Sangrenegra, Chispas y Efraín González, cuyos crímenes y eliminaciones
cuenta detalladamente.
Pero talvez el capítulo más interesante de esta parte es el dedicado a las
“repúblicas independientes” de Marquetalia, El Pato, Riochiquito y el Sím-
bola-Páez, basadas en la autodefensa de masas y adoctrinadas por el partido
comunista –Según Guzmán, el triunfo de la Revolución cubana evidenció
las posibilidades de las actividades revolucionarias en el campo y la ciudad
si se contaba con una estrategia antiimperialista dinamizada por la doctrina
marxista-leninista– Para el desarrollo de este capítulo, Guzmán reproduce
el relato tradicional de los orígenes de las FARC, contrastando los partes
oficiales del ejército con los testimonios de la contraparte, con algunas re-
ferencias a los enfrentamientos previos de los grupos que denomina “filo-
comunistas” con la guerrilla liberal de los “limpios” de Mariachi, que deja
muertos en ambos bandos, entre ellos el de “Charronegro” (Fermín Charry
Rincón), que es reemplazado en el mando por “Tirofijo” (Manuel Marulan-
da Vélez o Pedro Antonio Marín).
También relata el autor el fracaso de la propuesta de una comisión, para
evaluar la situación de la región de Marquetalia, de la que él hacía par-
te, junto los entonces todavía sacerdotes Camilo Torres y Gustavo Pérez
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Así, el contexto nacional está marcado por los profundos cambios estructu-
rales y culturales que experimenta la sociedad colombiana en los años se-
senta: el país pasa, rápidamente, de ser predominantemente rural a urbano,
por una migración de población campesina a las ciudades, especialmente
a las grandes como Bogotá, Medellín y Cali, cuya capacidad de servicios
públicos se ve desbordada por el aumento de población, que tampoco puede
ser absorbida por la industria y la economía formalizada. Esta urbanización
y metropolización aceleradas, de carácter espontáneo y caótico, traen consi-
go un ambiente propicio para la protesta social con un desbordamiento de la
capacidad del sistema bipartidista para canalizar las tensiones sociales, que
se expresa en la creciente abstención y el surgimiento de grupos políticos
no tradicionales, como el populismo de la ANAPO y grupos incipientes de
izquierda radical.
Este surgimiento de grupos de izquierda se inserta, de alguna manera, en
el contexto internacional de la Guerra fría y el continental del impacto de la
triunfante revolución cubana en América Latina y continental. En el campo
socialista, la escisión sinosoviérica se reproduce en el surgimiento de gru-
pos juveniles críticos del reformismo e inmovilismo del partido comunista
oficial, ligado al liderazgo de Moscú y concentrado en la lucha sindical y
electoral, que se muestran partidarios de retomar la lucha guerrillera con un
enfoque campesinista de guerra popular prolongada. Por otra parte, la pro-
puesta foquista, inspirada en el triunfo de la Revolución cubana, inspirará
a algunos jóvenes radicalizados de los sectores urbanos de clases medias,
para adoptar una opción voluntarista que no necesitaba de un trabajo polí-
tico previo que aprovechara las tensiones sociales existentes como causas
objetivas que justificaran su opción.
Estas opciones revolucionarias reflejaban otro importante cambio de
la sociedad colombiana: su creciente apertura a las nuevas corrientes del
pensamiento mundial, frente al cual había estada tradicionalmente aisla-
da: la llegada de las diferentes corrientes del marxismo y de la sociolo-
gía de corte funcionalista, el psicoanálisis, la llamada revolución cultural
de los años sesenta y los cambios internos de la Iglesia católica con el
Vaticano II y la Conferencia episcopal en Medellín, se combinaban para
presentar un escenario cultural de ruptura profunda con los modelos cul-
turales dominantes hasta entonces, A estos se añadía un aumento notable
de la cobertura educativa en la secundaria y universidad, con la movili-
zación social creciente de capas medias y el acceso de la mujer a la vida
universitaria y profesional, que traerían consigo una crisis profunda de la
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que habían sido parte del MRL, Movimiento Revolucionario Liberal, que
no acompañan a este partido cuando se reintegra al partido liberal oficial.
La historia de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
es un poco distinta ya que se originan en los enfrentamientos con las guerri-
llas liberales en El Davis, que habían sido sus aliadas en la lucha contra los
gobiernos conservadores en La Violencia de los años cincuenta (Delgado,
2007). Las disputas entre esas guerrillas en el sur del Huila y los intentos tanto
de la fuerza pública para recuperar militarmente el territorio como de la clase
política tradicional para volver a tener el control político, junto con la estig-
matización por parte de sectores políticos de derecha contra las comunidades
controladas por las autodefensas comunistas, conducen a la transformación
de esas autodefensas en la guerrilla insurgente de las FARC. La mirada desde
la Guerra fría y la revolución cubana se reflejaba en las campañas de sectores
políticos de derecha contra esas comunidades, presentadas como “repúblicas
independientes” que amenazaban la soberanía nacional para llevar a una cam-
paña militar contra las regiones que controlaban.
La resistencia guerrillera frente a esa campaña originó el mito fundacio-
nal de las FARC, como aparece en los estudios de Eduardo Pizarro Leon-
gómez, que se acerca al tema en dos momentos: primero en 1991, cuando
denunciaba las consecuencias de la combinación de las formas de lucha
para el fracaso del experimento fallido de la UP, y luego, en 2011, cuando
se distancia en parte del mito fundacional de las FARC. Según él, este grupo
utilizó el cerco militar contra Marquetalia para crear un relato que marcara
distancia frente a los otros grupos guerrilleros de entonces (ELN y EPL)
que habían surgido por la iniciativa política de sectores de clase media radi-
calizados. En contraste con el foquismo y voluntarismo del ELN y el EPL,
las FARC habrían nacido como respuesta contra la agresión del Estado, que
ostentaba un gran poderío militar, para aniquilar un puñado de campesinos
pobremente armados. Esta recreación de la historia buscaría, según Pizarro
(2011), presentar un relato de su opción armada como una guerra justa con-
tra la agresión de la violencia oficial.
En un sentido similar se mueven las consideraciones de Daniel Pécaut
(2017, 284-286), que sostiene que las FARC han logrado imponer como
verídico un relato sobre sus orígenes, un mito fundador con datos muy im-
probables sobre la magnitud de la ofensiva del ejército, pero que terminó
por ser adoptado por la mayoría de los analistas, como si la crítica histórica
no pudiera aplicarse en ese caso. Esas críticas son retomadas por Pécaut
(2017, 273) cuando comenta el discurso de Marulanda, leído por Joaquín
Gómez en la inauguración de los diálogos con el presidente Pastrana en El
Caguán, en enero de 1999.
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Confirmar
asumir una opción ofensiva encaminada a la toma del poder, tomada en la si va punto
VII Conferencia de las FARC de 1982– Este cambio se debía a la percepción en lugar del
de situación colombiana como prerrevolucionaria, expresada en el auge de guion?
las movilizaciones sociales con el paro cívico de 1977 como punto culmi-
nante y la respuesta represiva del presidente Turbay (1966-1970) con su
estatuto de seguridad, junto con el nuevo auge revolucionario producido por
el triunfo rebelde en Nicaragua (Pizarro, 2011).
Como señala Pizarro (1991 a y b), la opción por la expansión militar con mi-
ras a la toma del poder significaría un cambio significativo en las relaciones
de las guerrillas de las FARC con la población, al pasar de un tipo societario
de guerrilla con respaldo en las comunidades a las cuales había acompañado
en su proceso de organización social, a uno de guerrilla societaria con un
control más militar. La necesidad de mayores recursos para la expansión lle-
varía a un aumento significativo de las extorsiones, inicialmente toleradas
por las comunidades campesinos a cambio de la seguridad que brindaba la
autoridad de la guerrilla, pero llegan ahora a montos insoportables. A esto se
añaden el aumento de los secuestros y la inserción creciente de las guerrillas
en varias etapas de la economía cocalera.
Además, significaría un cambo de los escenarios regionales de operación
de las guerrillas, que comienzan a insertarse en regiones distintas de las
tradicionales, especialmente en zonas de rápido crecimiento económico con
grandes desigualdades sociales donde las instituciones reguladoras del Es-
tado eran precarias o casi inexistentes (Bejarano et al., 1997). Así, las FARC
aprovechaban las tensiones sociales y el trabajo político del PCC en zonas
como las regiones ganaderas del Meta, Caquetá, Córdoba y Magdalena Me-
dio, la zona bananera del Urabá antioqueño, las zonas petroleras del Mag-
dalena medio, Sarare y Catatumba, las regiones auríferas del sur de Bolívar
y bajo Cauca antioqueño y, obviamente, las zonas cocaleras en Putuma-
yo, Nariño, Caquetá, Guaviare y Sierra Nevada de Santa Marta (González
et al., 2011).
Paradójicamente, la decisión voluntarista de expansión de las FARC
coincidió con la opción igualmente voluntarista del presidente Belisario
Betancur (1982-1986), cuya propuesta de paz y el reconocimiento de los
llamados factores objetivos del conflicto terminarían por profundizar la
polarización política y social del momento. La resistencia de los sectores
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Pocos años después de esta comisión, la creación del Programa por la Paz
de la Compañía de Jesús llevó al CINEP a emprender unos procesos inves-
tigativos que ofrecieran mayores luces para su intervención. Así, el CINEP,
con el apoyo del CCFD, el Comité contra el hambre y a favor del desarrollo,
y la FPH, Fundación para el progreso del hombre, emprendió, entre 1989 y
1992, un ambicioso proyecto de investigaciones, de carácter tanto estruc-
tural como histórico, que pretendía explorar las relaciones entre conflictos
sociales, económicos, políticos y opción armada.
En esas investigaciones se partía de la situación económica, caracteri-
zada por Consuelo Corredor Martínez (1992) como de modernización sin
modernidad y de la configuración política del país basada en las redes del
bipartidismo, a cargo de Fernán E. González (1997), pero teniendo en cuenta
las modalidades del poblamiento desde los tiempos coloniales hasta los más
recientes, analizadas por Fabio Zambrano Pantoja (1989), con un énfasis es-
pecial en los procesos de colonización campesina periférica del sur del país,
la Orinoquia y Amazonia, estudiados por José Jairo González Arias (1989).
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las tensiones sociales de esas regiones. Así, la idea de una presencia di-
ferenciada del Estado en el espacio y el tiempo implica, como lo muestra
la historia comparada de los procesos de otros países occidentales, que
el monopolio estatal del monopolio de la violencia no está ligado a una
esencia abstracta del Estado, sino que es socialmente construido a lo largo
de la historia, pero de manera diferente según las diversas circunstancias
de espacio y tiempo.
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La creación de este grupo despertó mucho interés desde sus inicios, ya que
el nombramiento de Gonzalo Sánchez como coordinador y seleccionador
del grupo de expertos que la componían, con el respaldo de Pizarro y San-
tos, representaba una garantía tanto de seriedad e independencia académi-
cas de los resultados que se esperaban de ella como de su carácter pluralista
e interdisciplinar. Desde sus inicios, la mayoría de los expertos hizo una
opción explícita por asumir la perspectiva de las víctimas del conflicto y
el enfoque de “casos emblemáticos” que ilustraran las diferentes maneras
como se vieron afectadas por el conflicto las distintas regiones, localidades,
grupos sociales, minorías étnicas. Esos casos emblemáticos eran concebi-
dos como “lugares de condensación de procesos múltiples”, que permitían
acercarse a “la diversidad de victimizaciones provocadas por las distintas
modalidades de violencia, como afirma Martha Nubia Bello, coordinadora
del informe general del grupo (Bello, M N, 2013, p. 16).
Los resultados de las investigaciones del Grupo de Memoria Históri-
ca, transformado luego en el Centro Nacional de Memoria Histórica, se
han venido plasmado en una larga y creciente, colección de libros, de los
cuales se destacan, obviamente, según mi gusto personal, los de El Sala-
do en Carmen de Bolívar, La Rochela, Bojayá, El Tigre y San Carlos en
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con los enfrentamientos entre grupos pequeños y facciones que van dando
lugar a agrupaciones mayores, con una capacidad de alianzas inesperadas
en torno al negocio del narcotráfico (CNMH, 2017).
En esta evolución, las masacres van adoptando una nueva modalidad, de
terror generalizado, como en el caso de El Salado, en la región de los Mon-
tes de María, donde los grupos paramilitares endógenos no habían logrado
contrarrestar la ofensiva guerrillera contra hacendados y narcotraficantes y
se vieron obligados a acudir a los paramilitares del orden nacional, para des-
plegar una violencia extrema para destruir los lazos sociales que la guerrilla
había construido con la población campesina. Pero, en Sucre, a diferencia del
modelo endógeno de Córdoba y Urabá, no se consolidó una alianza orgánica
entre políticos y paramilitares sino una relación pragmática de corta duración.
El mismo carácter de violencia desmedida contra las retaguardias de la
guerrilla aparece en el caso de Mapiripán, Meta, considerado un bastión
histórico de las FARC, en el que convergieron grupos locales de los parami-
litares de los Llanos, con grupos armados del clan Castaño y la complicidad
de la fuerza pública. Del mismo estilo punitivo son las expediciones para-
militares en el sur del Caquetá y bajo y medio Putumayo, donde lograron
asentarse exitosamente. De ese estilo ofensivo son las masacres de El Ti-
gre, en el bajo Putumayo, y El Castillo en el Meta. En cambio, los autores
contrastan esta expansión con lo que ocurría en los Llanos del Yarí, –en el
medio y bajo Putumayo–, y en El Caguán, donde los intentos expansivos de
los paramilitares de la primera generación habían sido contrarrestados por
la acción armada de las FARC y la resistencia de las comunidades, cuyas
movilizaciones de colonos y campesinos cocaleros, entre 1995 y 1996, ha-
cían que fueran sospechosas de ser bases sociales de la guerrilla.
En una línea similar de análisis se había movido, previamente, el estudio
sobre el paramilitarismo de Edwin Cruz Domínguez (2007), que se queja de
la escasez de estudios teóricos sobre el tema pero que realiza un buen aná-
lisis de los principales trabajos realizados hasta entonces. Cruz empieza por
distanciarse de los enfoques reduccionistas que veían en el paramilitarismo
un mero instrumento de la lucha contrainsurgente del Estado, considerado
como una entidad monolítica, y de las fuerzas militares, que luego fue ins-
trumentalizado por el narcotráfico. Luego señala que los estudios regionales
de caso obligan a considerar el papel de las elites regionales y locales en un
contexto de gran debilidad del Estado central, al lado de las inversiones de
narcotraficantes en el agro. Estas matizaciones llevarían a considerar, con
Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas, el fenómeno no como una estrategia
centralizada del Estado sino como la combinación, un tanto contradictoria,
de la fragmentación del régimen político con la irrupción del narcotráfico.
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La cita textual de Eduardo Pizarro (Pizarro, 2015, 63) sobre esta afirmación de Wills no aparece
en la referencia del capítulo de la autora
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El recorrido que hemos efectuado por las maneras como el conflicto arma-
do reciente en Colombia ha sido narrado y analizado permite comprender
mejor las dificultades para lograr un relato nacional que otorgue sentido a
las diversas manifestaciones de los fenómenos que se han agrupado bajo la
denominación genérica de La Violencia. En el fondo, nuestro balance gene-
ral insinuaría que es imposible realizar un relato homogéneo de una realidad
heterogénea de múltiples y diversos fenómenos.
Así, habría que empezar a diferenciar, como hizo la Comisión de estudios
de 1987, entre diversas formas de violencia, para concentrarnos en la vio-
lencia política, vinculada a la lucha por el poder estatal. Pero incluso dentro
de ella, habría que diferenciar entre la violencia bipartidista, de carácter
intrasistémico, centrada en la competencia de los partidos tradicionales por
el control del aparato del Estado, de la lucha insurgente, extrasistémica, que
busca cambiar el régimen político existente.
Además, dentro de cada una de esas violencias, habría que diferenciar
momentos distintos y escenarios espaciales diferentes: una cosa es la vio-
lencia de los años treinta, concentradas en algunas regiones de Boyacá, San-
tander y Viejo Caldas, donde la competencia se daba en torno al control de
las burocracias locales, de la violencia generalizada después del 9 de abril
de 1948 y el cierre del Congreso en 1949, cuando la violencia empieza a
cubrir buena parte de la Colombia del centro andino del país y que contras-
ta, de alguna manera, con la violencia previa, entre los años 1946 y 1948,
cuyos parámetros son similares a la de la violencia de los años 30, pero en
sentido inverso.
Pero algo similar ocurre con los escenarios espaciales de los momentos
de las guerrillas de corte insurgente, que nacen en el contexto de la Guerra
Fría, bajo el influjo del triunfo de la revolución cubana y la escisión sino-
soviética y el impacto de los cambios de la urbanización acelerada y de los
cambios culturales que el país afrontaba en los años 60. Esas guerrillas na-
cen en regiones periféricas del mundo andino, en zonas de frontera agraria
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156
EL TEMA DE LA MEMORIA HOY
El auge memorístico
78
Este artículo es un resultado más del proyecto de investigación ´La Violencia y la memoria colec-
tiva´, realizado con el apoyo de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas y la Vicerrectoría
de Investigaciones de la Universidad del Valle.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
han perdido algunos de sus privilegios históricos, incluso parte del mono-
polio de la fuerza o de la administración de justicia, y ya no representan un
marco exclusivo para la acción política de sus ciudadanos, los cuales deben
aprender a vivir en un universo global, que aparece ahora como una realidad
original, desconocida anteriormente. Estas nuevas condiciones ponen sobre
el tapete el problema de la reconstrucción de las identidades parciales y lo-
cales, que anteriormente no existían con igual fuerza porque las referencias
nacionales pretendían abarcarlo todo. Y de allí surge entonces el problema
de la memoria como un componente fundamental de las nuevas identidades
(Castells, 2000).
Esta nueva actitud frente al pasado se opone al mismo tiempo a los in-
tentos de suprimir la memoria que llevaron a cabo los regímenes totalitarios
del siglo XX, con su afán sistemático de destruir documentos y monumentos
para reconstruir en sus propios términos la representación del pasado (como
aparece bien ilustrado en la ficción construida por George Orwell en la nove-
la 1984); y a la promoción del consumo frenético de información de las de-
mocracias liberales occidentales, que ha contribuido también, a su manera, al
deterioro de la memoria y a la exaltación del presente y del instante absoluto,
desligado de la historia (Todorov, s.f.) La exigencia de reconstrucción del pa-
sado se constituye de esta manera en una crítica simultánea a regímenes po-
líticos opuestos pero, sobre todo, representa un intento de reformulación del
sentido de la democracia como reconocimiento del derecho de las minorías
y no simplemente como “ley de las mayorías” las cuales, como lo describió
Tocqueville a comienzos del siglo XIX, aplastan y absorben cualquier tipo de
manifestación de la diferencia y la singularidad79.
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http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-85804.html (consultado 20-07-2019).
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Hago referencia al concepto de “definición de la realidad”, caro a la sociología norteamericana,
expresado en el famoso “Teorema de Thomas”: “If men definite situations as real, they are
real in their consequences”. En la aplicación de este principio se encuentra una de las claves
fundamentales para comprender en qué consiste la memoria. Al respecto se puede consultar
Merton (1995).
82
Jaramillo Jefferson (2014) estudia la Comisión investigadora de las causas actuales de la Violen-
cia, de 1958; la “Comisión de violentólogos” de 1987, que produjo el libro Colombia: violencia y
democracia (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia); y los trabajos del Grupo de Memoria
Histórica, que comenzaron a publicar sus informes en 2007 con el libro Trujillo. Una tragedia que
no cesa (CNMH, 2008).
83
Existe una literatura liberal representada por textos como Lo que el cielo no perdona, sobre la
violencia en el noroeste antioqueño, escrito por un cura y firmado con varios nombres de acuerdo
con las ediciones (Fidel Blandón Berrío o Ernesto León Herrera); Los días del terror, de Ramón
Manrique, una versión novelada sobre la violencia en Cundinamarca; Guerrilleros Buenos días,
de Jorge Santos Vásquez, sobre la Violencia en la región de Yacopí, donde actuaban Saúl Fajardo
161
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
El carácter de la memoria
Después de todos los grandes cambios que conocimos en el paso del siglo
XX al siglo XXI en lo que tiene que ver con la resolución de los conflictos
hoy en día tenemos claro que cuando un país ha pasado por una conmoción
interna (una guerra civil, un conflicto como el que conocemos en Colombia,
una guerra con el exterior) necesita, para poder sobrevivir, llevar a cabo
al menos tres tareas: la identificación y la reparación de las víctimas, la
identificación y el enjuiciamiento de los responsables de cualquier manera
que esto se haga (física o simbólica) y la elaboración del significado de lo
sucedido.
Estos procesos de reconstrucción del tejido social de un país después
de un período de conmoción interior tienen en lo fundamental un carácter
y Drigelio Olarte. Las guerrillas de los Llanos orientales, el excelente libro de Eduardo Franco
Isaza, ex combatiente liberal de la zona, que describe las angustias y los dolores de una guerrilla
liberal, empeñada en la lucha, pero abandonada por sus jefes. Y existe también una literatura
conservadora representada los libros escritos bajo el seudónimo de Testis Fidelis, que correspon-
de a Juan Manuel Saldarriaga Betancur. El primero es El Basilisco en acción o los crímenes del
Bandolerismo, de 1953, en el cual se describe con profusión de fotografías y de manera abso-
lutamente sectaria, los crímenes cometidos por los liberales o imputados a ellos, departamento
por departamento, expurgando de toda culpa al partido conservador; y el segundo, es De Caín a
Pilatos o lo que el cielo no perdonó, que es una respuesta a la novela Viento Seco, sobre las masa-
cres de Ceylán y Barragán de 1949, y al libro de Blandón Berrío sobre la violencia en el noroeste
antioqueño. En este panfleto conservador se establece no solo la conexión entre la violencia y el
comunismo, lugar común en este tipo de bibliografía, sino entre los llamados por el autor bando-
lerismo y protestantismo. A estos libros habría que agregar el libro Balas de la ley, crónica de la
violencia en Boyacá, escrita por un suboficial de la policía conservadora, a quien el propio Lau-
reano Gómez, sacó del Ejército por sus excesos, y que hoy en día se considera como uno de los
clásicos en su género. Al uso de estas fuentes habría que agregar la literatura comunista de Treinta
años de lucha del partido comunista, de 1960, y algunos otros textos escritos por militares como
el de Gustavo Sierra Ochoa, sobre los Llanos orientales.
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El llamado “marxismo analítico” es una excelente expresión de esta tendencia. Ver en particular
Olin Right (2005). Este autor siempre comienza con la presentación de los presupuestos éticos a
partir de los cuales se configura el análisis marxista.
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Los habitantes del municipio colombiano de Buenaventura solicitaron al Centro nacional de me-
moria histórica la elaboración de un informe sobre lo que sucedía allí (CNMH, 2015).
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Cornelius Castoriadis habla de “institución imaginaria” (1975); Jacques Lacan diferencia entre lo
real, lo simbólico y lo imaginario (1966).
87
No es preciso que entremos aquí en una discusión sobre las complejidades semánticas ni en cuan-
to al uso ya sea cotidiano filosófico de estos términos. Para nuestro propósito, bastará con definir
la “realidad” como una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independientes
de nuestra propia abolición (no podemos “hacerlos desaparecer”) y definir el “conocimiento”
como la certidumbre de que los fenómenos son reales y de que poseen características específicas.
(Berger y Luckmann, 1994, p. 13),
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Con los estudios sobre la memoria está ocurriendo algo similar a lo que pasaba con los estudios de
“representaciones sociales” en la época del boom de esta noción. Se recogen opiniones que se ha-
cen pasar por representaciones sociales, sin ningún tipo de elaboración de por qué esas opiniones
merecen ser consideradas como una representación social, es decir, sin pasar por el laboratorio del
análisis y de la interpretación, con base en consideraciones teóricas sobre el concepto. Hoy en día
estudiar memoria es ir a pedir el testimonio a unas personas, pero sin que el investigador se tome
el trabajo de elaborar esos testimonios. En ambos casos el trabajo de investigación queda reducido
a un “estudio de opinión”.
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A la lista elaborada por Alexander Jeffrey (1992) de los “presupuestos metafísicos” de la observa-
ción empírica se podría agregar el sustrato de ficción o de relato literario que está detrás de toda
investigación.
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Sin embargo, un poco más adelante borra con una mano lo que había es-
crito con la otra al afirmar que «La revolución social del siglo XIX no puede
Revisar
sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede puede co-
menzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa
por el pasado» (Idem, p. 410).
En el primer párrafo señala claramente la existencia de la representación
imaginaria del pasado como un componente fundamental de las acciones
del presente, pero en el segundo deja claro que no considera este hecho
como un mecanismo universal, propio de todo comportamiento social, sino
como una situación que, en el marco de mediados del siglo XIX, debía ser
superado en aras de la «transparencia» de las nuevas luchas revolucionarias:
«Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la
historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolu-
ción del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para
cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el conte-
nido; aquí, el contenido desborda la frase» (Idem, pp. 410-411) La memoria
termina relacionada con una falsa representación ideológica, que deforma
el sentido de las luchas, y que debe ser superada por el propio movimiento
social, iluminado tal vez por una “ciencia nueva” de la historia, que devela
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Las dos formas de la magia, la magia imitativa u homeopática y la magia por contagio, corres-
ponden a los dos mecanismos de los sueños, condensación y desplazamiento, respectivamente.
(Freud, 2001d, pp, 70-112).
91
Freud (2011c) asimila el ceremonial de la neurosis obsesiva con las prácticas religiosas hasta el
punto de que considera “a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una
neurosis obsesiva universal”. El mecanismo fundamental el fenómeno religioso es precisamente
el proceso de desplazamiento.
92
La lógica del funcionamiento colectivo que Freud describe como masa, en la que se dan dos
procesos: de los miembros de la masa entre si y de los miembros de la masa con el líder, bajo la
forma de la identificación, también están atravesados por la lógica de la condensación y el despla-
zamiento (Freud, 2011e)
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93
Una versión ampliada del contenido de este acápite se encuentra en mi artículo El proceso de
construcción de la memoria de los años 1950, publicado en la Revista colombiana de sociología,
Volumen 40, Suplemento 1, 2017.
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Los vehículos de la memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia (1946-
1953). es uno de los pocos textos que ha tomado en serio el valor documental de esta clase de
libros panfletarios. (Rodriguez, 2008, pp. 63-97).
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liberales que parecían superadas por el pacto del Frente Nacional: los con-
servadores acusan a los liberales, los liberales acusan a Laureano Gómez, el
propio Rojas Pinilla se une a esta última acusación y así por el estilo. Este
tipo de confrontación de responsabilidades se convierte entonces en una
transgresión del pacto de amnistía implícita que el Frente Nacional repre-
sentaba (Valencia, 2015, pp. 289-312). En los años posteriores la reapari-
ción del espíritu de contienda bipartidista tiene efectos en la vida política
nacional y despierta muchos temores en la población95.
En segundo lugar, la llegada del Frente Nacional tiene éxito en sofocar
la representación de lo sucedido como inculpaciones de un partido contra
otro, con la propuesta de un imaginario de concordia y de fraternidad en
oposición a la barbarie del enfrentamiento bipartidista. La Violencia, sobre
la base de una versión metafórica de lo sucedido, se comienza a representar
como un ente supra individual, por encima de los actores y los intereses, una
especie de fuerza anónima, impersonal y ciega, que aparece por encima de
las intencionalidades y se impone con una fuerza irresistible, a la manera
de un gran cataclismo o de una calamidad natural. Además, esta violencia
aparece como la repetición de otras violencias que ya el país había vivido a
comienzos de los años 1930 en los departamentos de Boyacá y Santander,
en la Guerra de los Mil días (1899-1902), en las guerras civiles del siglo
XIX e, incluso, antes96.
Este tipo de representación memorística de la Violencia se convierte en
el referente al que apelan los más diversos pobladores para dar cuenta de sus
vidas: la Violencia me expulsó del campo, la Violencia mató a mis padres,
la Violencia me robó mi heredad, etc. (Ortiz, 1985, p. 22). La referencia
a la Violencia como un cataclismo, como un ente anterior y exterior a la
voluntad de sus protagonistas, es la versión que predomina, y marca una
generación de colombianos, no solo a los sectores ciudadanos, campesi-
nos y populares sino también a los grupos ilustrados. Orlando Fals Borda,
fundador de la sociología moderna en Colombia, reproduce casi literal este
imaginario de la Violencia, en una actitud muy ingenua y sin mucha con-
ciencia de su significado:
95
En las elecciones del año 1982 el candidato liberal Alfonso López Michelsen utiliza la efigie de
un gallo azul que picotea un gallo rojo. Los votantes, como reacción a la resurrección de ese re-
cuerdo, prefieren al candidato contrario, el conservador Belisario Betancur, a pesar de su pasado
laureanista.
96
Las elaboraciones imaginarias que aparecen en Cien años de Soledad (Benavides, 2014), a las
que hicimos alusión líneas atrás, se corresponden perfectamente con esta representación de la
violencia.
180
El tema de la memoria hoy
181
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
terminación (13 mayo 1957, día de la caída del gobierno), unas responsabi-
lidades claramente definidas (el “dictador”) y unas enseñanzas para el futu-
ro. Para dar nombre a aquellos años, ya no se habla entonces de la «época
de la Violencia», sino de la época de la dictadura.
En síntesis, pues, lo que podemos observar es que la memoria que se
ha construido de la Violencia de los años 1950, consiste, en sus diferentes
versiones, en una clara tergiversación de lo sucedido. La deformación no
quiere decir que se trate de una mera ilusión; su existencia y su significa-
ción son reales, por sus consecuencias, como elementos determinantes de
las acciones Lo que está en juego allí no es la verdad, ni las víctimas, sino
la supervivencia del pacto del Frente Nacional, que para funcionar debía
expurgar de culpas a sus protagonistas en una especie de amnistía implícita
y de «perdón y olvido» frente a lo sucedido.
La ilustración del tema de la memoria con la Violencia de los años 1950
nos permite comprender que en este caso nos encontramos con un hecho
social de construcción social de la memoria, con base en los mecanismos
de los procesos primarios, propios de la interpretación de los sueños y de la
estructura del psiquismo, que son al mismo tiempo individuales y colecti-
vos. Y sobre esta base no se trata propiamente de reconstruir la verdad sino
de elaborar el significado de una época al servicio de los intereses en pugna.
Con este ejemplo lo importante es que sepamos diferenciar el uso político
de la memoria de su uso analítico para el proceso de investigación.
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182
El tema de la memoria hoy
183
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
184
FRICCIONES Y ENCUENTROS EN TORNO
A LA MEMORIA EN COLOMBIA 97
Aperturas y precauciones
97
Inicialmente presenté este texto bajo la figura de “notas inconclusas” en el Simposio Internacional
Conflicto, Memoria y Justicia, Universidad de Valle/Pontificia Universidad Javeriana/Universi-
dad Autónoma de Occidente, Cali, 9 y 11 de mayo de 2018. Evento al que me invitó a partici-
par el profesor Delfín Grueso, de la Universidad del Valle y con el que estoy muy agradecido.
Por invitación de él, decidí transformar dichas notas, acudiendo también al “reciclaje creativo de
ideas” presentes en otros textos míos y en coautoría, citados en el texto. También es resultado de
“colocar en limpio” algunas de las sugerencias que surgieron en el marco de este encuentro en
conversaciones con Fernán González, Alberto Valencia, Carlos Andrés Tovar, Ana Yancy Mon-
toya y Alberto Verón. El texto se publicará también, con ligeras variaciones, bajo el nombre de
“Formas de la memoria en Colombia: fricciones y encuentros” en un libro editado por Fernando
Blanco y Michael Lazzara en la editorial Contracorriente, apoyada por el Departamento de Len-
guas y Literaturas Extranjeras de North Carolina State University.
98
Profesor Titular del Departamento de Sociología y director del Doctorado en Ciencias Sociales y
Humanas de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Coordinador del Grupo de Investigación
Política Social y miembro del grupo Clacso Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
186
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
en todo tiempo y lugar las sociedades humanas han tenido una obsesión por
la memoria colectiva y la han alimentado de ritos, ceremonias e incluso de
políticas. Las estructuras más elementales de la memoria, [como ya nos lo
recordaran los antropólogos y sociólogos] residen en la conmemoración de
los muertos. (p. 16)
99
Resalto esta expresión, dado que con el cambio de gobierno nacional aún es incierto cual será el
futuro del espacio.
187
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
100
“Palabras mágicas” han adobado varias coyunturas nuestras, así como las agendas investigativas
y la movilización de recursos y esto debe ser puesto en perspectiva analítica crítica: la paz, el
desarrollo, los derechos humanos, la multiculturalidad, la reconciliación, la seguridad, la convi-
vencia, el perdón, etc.
188
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
189
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
“saber cómo vivir lo perdido”, en reconocer con qué nivel de pérdida se puede
vivir y en reinventar la vida desde múltiples estéticas (Alban, 2009).
Para situar un ejemplo concreto. Un hito de época, poco recordado como
una contramemoria y que se inserta en un marco interpretativo de época
es El libro negro de la represión, escrito por el Comité de Solidaridad con
los Presos Políticos, CSPP en 1974. Este libro del cual ya casi nadie tiene
recuerdo, condensa, unas memorias que hablan de las violaciones emble-
máticas producidas por el Estado Colombiano a los derechos humanos, pero
también unas contramemorias, las de la izquierda activista, que controvierte
el discurso estatista del momento marcado por la tradicional “desmemoria
institucional”. La expresión de esta desmemoria se puede encontrar en las
afirmaciones de Carlos A. Dunshee de Abranches, presidente de la Comi-
sión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, quien, en una visita a
Colombia en 1973, afirmaba que el país “daba un espectáculo de equilibrio
democrático” (González Jácome, 2016). El informe se concentra en denun-
ciar ese equilibrio, mostrando los cuerpos torturados y a la fuerza pública
reprimiendo civiles; además, señalando, la ira popular, expresada en su mo-
mento en jóvenes guerrilleros y movilizaciones populares.
Otro ejemplo concreto, ocurrió hace cerca de 100 años, con el pensamien-
to de liberación expresado por Manuel Quintín Lame, un indígena terrajero
del Cauca. Sin detenerme en sí la figura de Quintín ha sufrido de inflación o
devaluación antropológica o histórica, me refiero a él como expresión de la
contramemoria a nivel local y regional. Su obra y pensamiento, contenido
en libros como «En defensa de mi raza», y también en algunos documentos
que se editaron bajo el título de “Las luchas del indio que bajó de la monta-
ña al valle de la civilización”, hablan de los trazos de esa contramemoria en
la invasión y la usurpación de la tierra, planteando los dilemas no resueltos
en este país entre resistencia y liberación, entre integración a la nación o
resistencia local (Vasco, 2008).
101
Varias de estas tramas explicativas en lógica de una batalla narrativa entre visiones rupturistas y
visiones reformistas de los intelectuales que interpretan el conflicto, han sido trabajadas reciente-
mente por Garzón y Agudelo (2019)
190
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
102
La expresión la retomo del trabajo del reconocido historiador colombiano Gonzalo Sánchez
(1985), quien la utiliza para señalar que en el país la guerra es una cuestión que amerita una
comprensión en términos de procesos históricos de larga duración. Este tema en particular ha ge-
nerado acaloradas reacciones, especialmente con su inclusión como tesis en el trabajo Colombia:
Violencia y Democracia (Comisión de Estudios sobre la Violencia, 1987/2009) que coordinó el
mismo historiador. Creo encontrar un trazo nuevamente de este tema en el informe Contribución
al entendimiento del conflicto armado en Colombia (Comisión Histórica del Conflicto y sus Víc-
timas 2015).
191
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
fondo existen para considerar que unas y otras lecturas han llegado a co-
lonizar la escena nacional afectando también las “formas de la memoria”.
En el caso de la primera lectura, si seguimos a Daniel Pécaut103, la vio-
lencia y la guerra son evocadas en el país en nombre de una trama histórica
que es “violenta a lo largo y ancho, no dudando de ella ni por un segundo”
(2003, p. 27). Esta visión queda claramente expresada, en la obra de Gar-
cía Márquez que “da cuenta, mejor que cualquier obra sociológica, de las
estructuras míticas que soportan las concepciones de la violencia” (Pécaut,
2003, p. 27). En esa macrolectura de país, muchos de los hechos relatados,
se resisten a la inserción en una narración que no sea la de la experiencia
individual, haciendo que una y otra vez persista, en detrimento de una his-
toria de conjunto, la representación de un país como signado por la vio-
lencia. Bajo ese lente, las violencias y la guerra son interpretadas en tanto
fuerzas “anónimas e incontrolables que se sustraen a las determinaciones
sociales, asumiéndose de una manera aleatoria por las entidades sociales y
los individuos más diversos” (Pécaut, 2003ª, p. 9). Además, se incorporan
a un relato memorioso que nunca termina de cerrarse, porque está fabrica-
do con fragmentos biográficos e históricos que deben sumarse, reciclarse,
modificarse indefinidamente, mientras no haya cierre definitivo al desangre.
En ese sentido, para Pécaut, dado que no se cierra la narrativa de la guerra,
el relato de su “fatalidad” se hace interminable desde las narrativas.
Esta lectura defendida por amplios sectores sociales, institucionales, me-
diáticos y algunos académicos, encierra también un fuerte contenido mítico,
dado que remonta la explicación del proceso a una especie de “origen” en-
raizado en lo más hondo del ser colombiano, que daría cuenta de su “fatum
violento”. Esta lectura se encuentra presente en algunos pasajes del libro
La Violencia en Colombia (1962) bajo la metáfora de las cadenas atávicas
que signan el alma nacional (Guzmán, Fals Borda y Umaña, 2005) que
conducen al desangre entre liberales y conservadores. Volverá a reaparecer,
con algunas atenuaciones, bajo el problemático concepto de la “cultura de
la violencia” esgrimido en el trabajo de los expertos, Colombia, Violencia
y Democracia (Comisión de Estudios sobre la violencia, 1987). Y también
103
Como ha reconocido Sánchez (2008), Pécaut hace parte de toda una generación de franceses, en-
tre los cuales vale destacar a Pierre Gilhodes, Christian Gros, Jon Landaburu, Ivon Lebot, “que en
gran medida vinieron a Colombia para quedarse”. Fue director de Estudios de la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales de París y ha sido asesor externo del Centro Nacional de Memoria
Histórica y miembro de la Comisión Histórica del Conflicto y sus víctimas. Recientemente se pu-
blicó una larga y profunda conversación con el profesor Alberto Valencia, muy recomendada para
los interesados en los marcos comprehensivos y contextuales de las violencias y las transiciones
de paz en el país (Pécaut, 2017).
192
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
193
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
de hacerse evidente desde los sujetos que narran, una gran disputa por el
pasado, por el posicionamiento de versiones sobre el presente, y por lo que
debería ser o incluir un futuro nacional, se estructura de manera notoria un
relato en el que prima el pasado por encima de los otros marcos temporales.
Así, en los relatos, todos ellos fueron víctimas de una guerra endémica, que
parece estar cabalgando enfermizamente en la historia nacional desde siem-
pre. Es decir, todos ellos, independiente de su condición estratégica en la
guerra, vulnerabilidad o poder diferencial para reclamar o victimizar, termi-
nan posicionándose en dichos relatos como víctimas de violencias recicla-
das desde siempre. A través de estas narrativas, reivindican unas memorias
con las que buscan “redención” (Rabotnikof, 2007) para ellos mismos o
para la nación106.
En el caso de la segunda lectura, la que defiende la tesis de las disconti-
nuidades, se parte del hecho de que, aunque es innegable que Colombia se
encuentra sumergida en una guerra prolongada, o al menos ante una que
histórica y socialmente además de seguir su curso tiene la capacidad para
mutar de piel, protagonistas, escenarios e intenciones justificadoras du-
rante este medio siglo, no son pocas las razones de fondo para argumentar
críticamente contra su sedimentación discursiva. Lo que se cuestiona es
que a través de un mito comprensivo de nuestro pasado reciente se quiera
leer la totalidad de la cartografía histórica nacional como si fuera siempre
de violencia, como si no hubiera nada diferente en la nación. Contra esa
visión que ondea por doquier el “gran mito” colombiano, que al igual que
en otros países con mitos fundacionales o mitomanías nacionales para
utilizar una expresión del antropólogo Alejandro Grimson (2018), parece
llevar la reflexión hasta un origen naturalizado en el que el colombia-
no está preso de sus cadenas atávicas predatorias, se levantan tres críti-
cas, esgrimidas por académicos e intelectuales. Aunque no son los únicos
que acometen tal labor, si nos parecen representativos de unas anatomías
también común en los años cincuenta, sesenta y setenta en Colombia, con los protagonistas de la
denominada Violencia. En ella aparecen el coronel guerrillero escribiendo su memoria sobre las
guerrillas del Llano (Eduardo Franco Isaza), el oficial del ejército analizando las tácticas guerrille-
ras (Gustavo Sierra Ochoa), el sargento del ejército penetrando una reconocida banda y planeando
su destrucción (Evelio Buitrago), el jefe guerrillero contando sus andanzas personales (Saúl Fajar-
do) o el líder guerrillero campesino relatando el acontecer de la guerra en las zonas de influencia
comunista (Manuel Marulanda Vélez) (Sánchez, 2009; 1986). Para una discusión reciente sobre
las literaturas testimoniales en Colombia se recomienda (Suárez, 2016).
106
En algunos discursos políticos de Álvaro Uribe Vélez, ha sido común una memoria de “víctima
del terrorismo”, lo que sirvió de correa transmisora para acometer la tarea mesiánica de redimir a
la patria de los terroristas.
194
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
107
A estas lecturas, habría que sumar posiciones intermedias o de intersección entre continuidades
y discontinuidades (Gutiérrez, 2015); o las generadas por especialistas que demandan la nece-
sidad de las “comparaciones” con otros países para mirar que tan “excepcionales” son nuestras
violencias (Wills, 2015); o las de aquellos que insisten en las “combinaciones analíticas” entre
contradicciones estructurales y tensiones de orden regional y local en la formación de lo estatal
(González, 2015; Vásquez, 2015).
108
Reconocido por sus análisis históricos sobre la formación del Estado-nación en Colombia. Fue
dos veces rector de la Universidad Nacional de Colombia y es profesor del Colegio de México,
sus trabajos más importantes giran alrededor de El Café (1979); el populismo (2001) y Entre la
legitimidad y la violencia (1995).
109
Lo que los datos históricos reflejan, es que entre 1950 y 1965 el país tiene tasas altas, por encima
de la media latinoamericana. Según cálculos de las Naciones Unidas, Colombia ocupa, para fina-
les de los años 60, el primer lugar en tasas de homicidio con 34.0 personas asesinadas por cada
100.000 habitantes, seguido por México con 31.1 (1958), Nicaragua con 22.1 (1959), Sudáfrica
con 21.2 (1959), Birmania con 10.8 (1959), Guatemala con 9.8 (1960), y Turquía con 6.1 (1959).
Wolfang y Ferracuti (1982) citados en Valencia (1996). De 1965 a 1975 tienden a la baja, que-
dando al nivel de Brasil, México, Nicaragua o Panamá. En la segunda mitad de la década de 1970
comenzaron en ascenso y en la última década del siglo XX tuvo las más altas del mundo (Palacios,
2002, p. 629). En la dos primeras décadas del siglo XXI si bien las tasas siguen siendo altas, otros
países de la región las sobrepasan.
110
La tendencia no lineal de la criminalidad en el país será demostrada empíricamente con series de
datos por los economistas Fernando Gaitán Daza y Mauricio Rubio. Sobre el tema se ha seguido
profundizando más recientemente en el trabajo coordinado por Guzmán Barney (2018).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
un grupo de ornitólogos que viajó a lo largo del país durante la segunda mitad
del siglo XIX dejó expresa constancia de que sentían seguros y a salvo de la
posibilidad de asalto o aún de robo menor […] quizá contaron con suerte o
quizá los colombianos no tenían el menor interés en asaltar ornitólogos. (p. 16)
111
Historiador inglés y reputado colombianologo, especialista en el siglo XIX, aunque también con
estudios sobre historia venezolana, ecuatoriana y argentina. Sobre Colombia, es célebre su trabajo
sobre el Poder de la gramática (1993).
112
Se recomienda también la reseña de este libro realizada por Uribe (1999).
196
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
113
Una discusión sobre esto se puede encontrar en Castillejo (2010; 2015), Jiménez (2010) y Marais
(2003).
198
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
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Según Claudia Hilb (2018), el Nunca Más es “la barrera infranqueable para los argentinos”, es
decir, lo que condensa que “aquello que sucedió no debió suceder, para siempre y sin sobresal-
tos” (p. 168). Esta es la certeza ética-política básica y fundamental, la memoria mínima, lograda
con la Conadep. Más allá de ello, “todo lo demás puede ser objeto de controversia, dado que la
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
construcción de la memoria exige una multiplicidad de relatos” (pp. 165-168). ¿Será posible esto
con la reciente comisión de esclarecimiento en Colombia? ¿Será que este mínimo no es posible
encontrarlo propiamente en la comisión sino más bien en el Acuerdo de Paz? ¿Será que el “Basta
Ya” colombiano no podría jugar al mismo nivel de esa memoria mínima del “Nunca Más”? Estas
preguntas me surgen de un reciente intercambio con la autora en Argentina.
200
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
201
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
115
Más allá de toda la literatura convencional existente sobre Pablo Escobar, me parece digno de
mencionar el reciente trabajo de investigación y creación de Gabriel Caldas (2018) para obtener
el título de Magíster en Educación y Derecho Humanos de la Universidad Autónoma Latinoame-
ricana de Medellín, titulado “La Pasión de San Pablo Escobar, una propuesta pictórico-literaria
para una comprensión de la memoria histórica-mítica de la violencia en Colombia”.
116
Un aporte central a la figura de Alberto Lleras Camargo y Manuel Marulanda en las búsquedas lo-
cales, regionales y nacionales de “paz criolla” en los años 50 y 60, es el reciente libro del profesor
Robert Karl (2018).
117
Aquí ubico el libro de Alonso Salazar (2017).
118
La idea de “activación” y “tejido” y no de “reconstrucción” tiene trazos compartidos con el traba-
jo que viene desarrollando el Cesycme en varias regiones del país (Jaramillo et al., 2017) y con el
acercamiento al escenario de trabajo Memorias en Diálogo en Medellín, a través del investigador
social y comunicador popular Leonardo Jiménez.
202
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
Confirmar
sus propios territorios ) aperturan esos marcos temporales a través de con-
119 si se puede
poner el
cepciones propias, “relatos otros” para hacer frente a políticas de miedo y numero
de muerte. de pie de
En el caso colombiano, son incontables las experiencias que se movi- pagina por
lizan por estos senderos de la memoria (Jaramillo et al., 2017). Sin entrar fuera del
a evaluar los alcances y límites, los logros y las fisuras organizativas que paréntesis?
les dan forma, creo necesario y justo con los procesos mostrar los que
considero son los sentidos de estas formas de la memoria. Por ejemplo, en
el Proceso de Comunidades Negras en el Pacífico es posible entrever una
apuesta de la memoria como práctica de lucha frente a desarraigos histó-
ricos de comunidades locales y, en ese orden de ideas, como gramática de
defensa de la vida, del bienestar local y de los territorios colectivos. En el
caso de las víctimas o familiares de víctimas del Magdalena Medio o las
víctimas reunidas en torno a los Oficios de la Memoria en Bogotá y otras
zonas del país hay un énfasis de la memoria como espacio de sanación
y tejido frente a las fracturas producidas a raíz del desplazamiento y la
desaparición forzada. En la Asociación de Trabajadores Campesinos del
Carare, el MOVICE, las Madres de Soacha o las Madres de los 12 jóvenes
asesinados en Punta del Este en Buenaventura, entiendo las memorias en
lógica de prácticas dinamizadoras de entornos pacíficos y de recuerdos que
no encubran lo sucedido.
En lo que posibilita el Foro Internacional de Víctimas está la idea de
las memorias como dinamizadoras de unas narrativas necesarias sobre lo
no contado del exilio, lo aún ausente en los relatos hegemónicos sobre la
diáspora de colombianos. En el Semillero por la Vida, en la Escuela de
Comunicación Popular Ubuntu, en la Fundación Espacios de Conviven-
cia y Desarrollo Social - Fundescodes (Buenaventura) y en la Asociación
Minga en varios territorios del país, entiendo que la memoria se torna en
un horizonte político y cultural posible, que, ante geografías violentadas,
activan nuevas formas de ser y hacer ciudadanía en el espacio público a
través del arte.
En colectivos políticos como Hijos, UP, ANUC y Plataformas organi-
zativas como REDEPAZ, Movimiento estudiantil o Ruta Pacífica de Mu-
jeres, las memorias juegan como práctica de movilización de demandas de
justicia y reparación frente a la persecución y/o exterminados a raíz de sus
adscripciones políticas de izquierda u opciones de trabajo por la paz o la
119
Retomo esta noción de una charla a la que asistió Offray Vladimir Luna en el marco de la Bienal
de los 10 años del Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas en la que abordó temas relaciona-
dos con ciudadanías digitales y hackerspaces.
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Entrevista personal con Jesús Abad Colorado (Jaramillo, 2020). La noción de esperanza en la que
pienso aquí está en sintonía con lo que plantea Terry Eagleton (2016) como aquello que requiere
reflexión y compromiso.
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121
Para ciertos críticos, entre ellos Pécaut (no necesariamente para mí), obras de sociólogos como
Arturo Alape y Alfredo Molano; o de periodistas como Alonso Salazar, Pedro Claver Téllez, Patri-
cia Lara y Olga Behar, solo por citar algunos ejemplos; estarían por esta vía de las vulgatas. Y lo
serían porque acuden a la “historia vivida”, a las “memorias activas” desde los actores, recabadas
mediante historia oral y testimonio, y a la larga también editada por los autores de las obras.
122
Las relaciones entre historia y memoria han sido abordadas de manera sistemática por una enorme
cantidad de autores. No vamos a entrar por ahora en este debate interminable. Nuestra perspec-
tiva es que oponerlas, bajo la idea de que la primera corrige a la segunda, o que la memoria es
206
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Con ello no quiero caricaturizar la discusión sobre el estatus epistemológico de la verdad históri-
ca, debate que por cierto ha tenido en el cuadrilátero, las visiones “retoricistas” o “narrativistas”,
sostenidas por Hayden White (1992), y las más asépticas, que aun compartiendo la crisis del “dog-
ma histórico” serán críticas de la reducción de la historia a una mera ilusión narrativa. Creemos
que aquí se ubican Paul Ricoeur (2010), Carlo Ginzburg (1991) y Saúl Friedlander (1992). Hoy, lo
cierto es que los historiadores comparten que el estatuto epistemológico de la “verdad histórica”
entró hace mucho en crisis, sin embargo, son más bien cautos con liberar las ataduras de la relati-
vidad histórica en la recuperación del pasado.
208
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
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dings in Contemporary Latin American Art, 1995-2010 (pp. 203-219). Duke
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Richard, N. (2000). Políticas y estéticas de la memoria. Editorial Cuarto Propio.
213
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
214
Fricciones y encuentros en torno a la memoria en Colombia
215
VIOLENCIA Y MEMORIA:
EL CUERPO EN LA MASACRE PARAMILITAR COMO
TEXTO DE INSCRIPCIÓN PARA ANIQUILAR AL OTRO
A través del exceso del ejercicio de fuerza física sobre el otro, sobre los
otros, entendido aquí como violencia, emerge un saber de la corporalidad
y la conciencia como disposición, no solo para generar dolor y sufrimiento
en los cuerpos/conciencia, sino dominar las poblaciones y sus territorios, a
través del miedo y el terror, con operaciones físicas de extrema crueldad.
Para este trabajo de investigación es fundamental la Sentencia de la Sala
Penal de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Bogotá, donde, a través de
la ponencia del magistrado Eduardo Castellanos Roso, se documentaron las
formas de tortura sobre los cuerpos, empleadas por los grupos paramilitares
en Colombia.
Es decir, las diferentes formas con las que se intervino la corporalidad de
quienes los paramilitares señalaron y estigmatizaron como enemigos.
Luego de examinar la oleada de violencia, de masacres, asesinatos, se-
cuestros, desapariciones, y alianzas con políticos regionales de todo el país,
el Tribunal Superior de Bogotá identificó 31 formas de torturar el cuerpo de
quienes el paramilitarismo etiquetó como colaboradores/sapos de la guerri-
lla (FARC-ELN).
Esas formas de torturar el cuerpo, de quienes eran estigmatizados como
enemigos contingentes, diferentes a los enemigos principales (guerrilleros),
tuvieron como núcleo central la población civil, los habitantes que vivían
en los municipios, corregimientos, veredas, inspecciones de Policía, que
fueron sometidos y azotados por este contrapoder armado.
Estas 31 formas de ejercer violencia física desbordada sobre los civiles,
de intervenirlos e instrumentalizarlos para generar miedo y terror, se visi-
bilizaron en las masacres en las que fueron asesinadas miles de personas, a
través de técnicas de estrangulamiento, mutilaciones, golpizas, ahogamien-
tos, abuso sexual, amenazas como forma de presión sicológica, y quedaron
consignadas en una manual de tortura, que fue adoptado en las diferente
escuelas de descuartizadores creadas en los frentes y bloques regionales de
las ACCU, inicialmente, y después las AUC.
La aplicación de este manual y las técnicas de cortes y mutilaciones de
los cuerpos con una logística puntual, en un espacio físico y territorial con-
trolado, la utilización de herramientas para provocar daño y sufrimiento,
tuvieron como escenario las poblaciones de 19 departamentos del país, An-
tioquia, Arauca, La Guajira, Atlántico, Cesar, Magdalena, Sucre, Cundina-
marca, Boyacá, Caldas, Tolima, Santander, Norte de Santander, Valle, Meta,
Putumayo, Caquetá, y Vichada.
De acuerdo con la Sentencia, la tortura (de los cuerpos) tendió a ser utili-
zada para alcanzar los fines de la organización ilegal y no tanto para satisfa-
cer individualmente un patrullero sádico y sanguinario. Analizando el caso
218
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
Gian Carlos Delgado, alias Terraspo, también fue reconocido en las comuni-
dades con el mote de “El Cirujano” por la sevicia con la que trataba a sus víc-
timas: les cortaba los dedos, las orejas y los brazos, y cuando los asesinaba
tras haberles infligido graves sufrimientos, les laceraba el estómago donde
les depositaba piedras y posteriormente los arrojaba al río Saldaña, para des-
aparecer sus cuerpos. Fue con alias Terraspo que se empezaría a generalizar
la práctica del descuartizamiento en el Bloque Tolima. (pp. 29-30)
219
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Visibilidad y exceso
Un primer ámbito está relacionado con los sentidos y significados que son
puestos en juego, desde la visibilidad y el exceso durante esta forma de
ejercer violencia física sobre los cuerpos del Otro concebido como una es-
tructura débil y vulnerable, disponible para ser sometida.
La masacre en esta reflexión es “una acción excesiva donde la violencia
disfruta de una libertad absoluta, pues ella no tiene ninguna oposición a
vencer” (Sofsky, 2009:158).
220
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
Hay personal antiguo con ellos que a cualquier hora lo hacen, ellos saben
los mecanismos de desmembramiento, de cómo hacer los huecos, de que
capacidad. Estos antiguos, en su rol de instructores, les enseñan a los reclutas
sobre qué es hacer los huecos, cómo desmembrar el paciente, cómo meter la
herramienta y sacarla (CNMH, 2014, p. 93)
Mirando los cuerpos (cadáveres), tu estableces el que era profesional, el cor-
te era perfecto, sin traumas periféricos en el tejido óseo; sobre el esternón,
perfecto; sobre la primera o segunda vértebra cervical, igual; sobre el cuello
del húmero y lo mismo el cuello del fémur. Entonces cuando tu observas
varios cortes periféricos al principal, uno dice que a este le estaban enseñan-
do, pero cuando tú lo ves lineal, uno concluye este era el experto (CNMH,
2014, p.142)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
Operaciones semánticas
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Durante la masacre hay una economía del sufrimiento, el tiempo del ver-
dugo es prolongado, es una economía de fuerzas, de la víctima resistiendo a
morir y del victimario por prolongar su agonía, queriendo, a su vez, acabar
con ella.
226
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
incluso sus límites vitales) que en manos de quienes operan ´la máquina’ de
torturar se constituirá en factor de poder determinante” (CNMH, como se
citó en Sánchez, 2006, p. 137).
En el cuerpo como texto se inscribe y despliega una capacidad para ob-
jetivar, para cosificar al otro, esos procedimientos de objetivación –en el
momento en que se están ejerciendo cortes y mutilaciones– son completa-
mente regulados. Los cortes del cuerpo, la cabeza, los hombros, el tórax, los
brazos, las muñecas, las piernas, los tobillos, tienen un sentido, lo comuni-
can, tienen una eficacia sobre un cuerpo que se puede dividir, fragmentar,
desarticular en sus partes.
El Otro, en su condición humana, es negado y su cuerpo lleva en si la
representación del enemigo que ‘hay que acabar’. Mutilaciones y desmem-
bramientos son una operación semántica, significan una manipulación ope-
rativa del Otro, en su relación con las diferentes formas de causar dolor y
las diferentes herramientas utilizadas para esas técnicas de cortes, dentro de
una política de terror y muerte:
Cuando las hostilidades con las Farc cesaron, los grupos de alias Amaury y
El Tigre entraron al pueblo (El Salado), mientras el de alias Cinco Siete ce-
rraba el cerco en los cerros. Entonces empezaron a recorrer el pueblo patean-
do las puertas de las viviendas y a obligar a sus pobladores a salir y dirigirse
hacia el parque principal, acompañando sus acciones con insultos y gritos en
los que acusaban a los habitantes de ser guerrilleros. (CNMH, 2010, p. 50)
228
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
permanece, que no puede ser borrada. Abandonarlo, dejar tirado ese “un
montón de carne”, a merced de las inclemencias del tiempo y de los ani-
males, afecta el imaginario que los pobladores tienen de sus espacios coti-
dianos, cargados de actividades vitales, de interacciones, que se configuran
como lugares de relaciones intersubjetivas para la celebración del mercado,
la fiesta patronal, el matrimonio, la misa, el desfile, el encuentro amoroso,
el asado. Esos espacios –cuerpos y lugares cotidianos– de memorias com-
partidas, celebradas comunitariamente, son convertidos en lugares de dolor
y muerte, de torturas y ejecución.
Los hombres armados que llegan a la población, ocultando sus iden-
tidades con pasamontañas o pañoletas, la copan, la dominan, la someten.
Son sujetos anónimos que llegan y se quedan allí, como portadores de un
poder absoluto, cuya magnitud se desplegará en los cuerpos de aquellos van
a sacrificar. Con la masacre, estos desconocidos que se señalan como ver-
dugos, hacen estallar los significados compartidos de prácticas cotidianas,
cuyo vehículo de lectura e inscripción en el cuerpo.
El Otro, el extraño
230
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
El postulado también relata cómo los miembros del Frente Andaquíes que
sabían y tenían práctica desnudaban a las víctimas antes de cortarles las ‘co-
yunturas’, pues la ropa dificultaba la mutilación, porque exigía más fuerza.
Además, afirma el postulado: Podrían salpicar sus caras pedazos de carne y
huesos. (CNMH, 2015, pp. 63-64)
231
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Con la música, los victimarios del bloque Norte de las AUC, procla-
maron, con sentido de fiesta, la vulneración y arrasamiento del enemigo
construido, deshonrándolo y humillando a los testigos, a sus familiares, a
sus amigos y vecinos.
La deshumanización
232
Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
Minutos más tarde, su familia escuchó unos disparos, pero por temor a la
presencia de los paramilitares no salieron de la casa hasta la madrugada
cuando encontraron los cuerpos con impactos de bala. El rostro de Yamid
Daniel (hijo de María Lucero Henao, presidenta de la junta de acción comu-
nal en Puerto Esperanza, vereda de El Castillo) se encontraba desfigurado
con impactos de bala en la boca y con una oreja amputada. Ellos decían que
era un sapo. (CNMH, 2014, p. 33)
El postulado señala que la víctima fue decapitada, luego de los cual dio or-
den a otro miembro del grupo armado que le abriera el pecho, pero como
éste aún no tenía experiencia para hacer el corte toraco-abdominal, le causó
muchos cortes en esta área del cuerpo. (CNMH, 2015, p. 63)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
de la iglesia del pueblo. Además de los cuerpos, los lugares de prácticas co-
tidianas se incorporan al miedo de los habitantes, provocado por la sevicia
en las ejecuciones, quedando impresos en sus imaginarios como operacio-
nes semánticas. Todo lo que soportará la existencia del enemigo/sapo debía
será arrasado con él.
Síntesis
Conclusiones
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Violencia y memoria: El cuerpo en la masacre paramilitar como texto de inscripción…
Referencias
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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LA TIERRA Y LA LEY:
ENTRE EL ESTADO-ÉLITE Y LAS COMUNIDADES
124
Sumaj Kawsay (quechua), o sumaj Qamaña (aymara) traduce “buen vivir”. Propuesta sociopolíti-
ca que viene fluyendo desde los andes centrales y recorre América, como una propuesta alternati-
va a los modelos depredadores y consumistas que se viven hoy en el mundo. Plantea el equilibrio
material y espiritual del individuo (saber vivir) y la relación armoniosa dialogante del hombre con
todas las formas de existencia (convivir).
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
125
Valle del Cauca: Cali, Jamundí, Candelaria. Cauca: Caloto, Miranda, Padilla, Puerto Tejada, San-
tander de Quilichao, Villarrica.
126
Los Nasa, conocidos entonces como paéces, habitaban las faldas orientales y occidentales de la
cordillera central, su posesión territorial conectaba al sur del Valle del Cauca con el alto Valle del
Magdalena. Esto explica por qué Caloto tantas veces asediada y trasladada, se establece defini-
tivamente después de siglo y medio de intentos fallidos y una vez sometidos la nasa hacia 1723
(Finji y Rojas, 1978).
127
Una que arrancó con la llegada de los invasores en 1536 y duró hasta 1541, la segunda va de 1562
a 1571 y la tercera de 1604 a 1650 (Findji y Rojas, 1978).
238
La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
Son notorios los ataques de afros e indígenas a las haciendas tanto de libe-
rales como de conservadoras durante la Guerra de los Mil días128.
Actualmente, varios municipios del norte del Cauca y sur del Valle, li-
mítrofes y adyacentes al Rio Cauca, habitantes de zona plana unos y de
ladera otros, interactúan, comercian y fluyen con Santiago de Cali, la capital
del departamento del Valle. Hasta allí, avanzó el frente agroindustrial cañe-
ro del Valle del Cauca y absorbió parte del valle fértil cultivable del lado
del departamento del Cauca. Desde el lado opuesto, las comunidades afro
y campesinos mestizos, habitantes de las riveras del río Cauca, de ambas
márgenes, se resistieron, con poco éxito, al despojo de sus parcelas. Hoy
la resistencia continúa tratando de conservar la última franja de valle del
pie de monte cordillerano fruto de recientes “recuperaciones” de un largo
procesos de despojo “legal” por un lado y violento por otro que los confino
a pequeñas parcelas de pan coger.
Otro tanto ocurre desde la parte alta de la falda occidental de la cordille-
ra central, confluyente con este frente cañero, los indígenas nasa acosados
por la falta de tierras productivas vieron el valle de pie de monte como una
tierra de promisión. Esta confluencia de intereses urgentes ha generado un
nuevo conflicto por la tierra que involucra al menos 10 municipios, entre
el departamento del Valle y del Cauca, cuya antigüedad e intensidad nos
impulsa a examinar cual es el papel que juegan los diversos actores; por un
lado los terratenientes de la agroindustria azucarera, quienes a partir de los
años 1940 ensancharon su proceso de acaparamiento de tierras para el culti-
vo de la caña y por otro, los indígenas, afro y campesinos mestizos que han
liderado una fuerte resistencia y hoy, para el caso indígena, la propuesta es
“liberar la madre tierra”, lo cual ha derivado en conflicto con alto nivel de
confrontación violenta. Igual interesa examinar el papel que juega el Estado
en cuyo seno se amparan las elites de la agroindustria, como quiera que el
poder económico de estos empresarios de la agroindustria tiene mucho peso
en las esferas del poder estatal, local y nacional.
Antes de que los indígenas nasa, se aventuraran a “recuperar” tierras
planas del pie de monte cordillerano, los campesinos mestizos del país,
particularmente de Sucre y Valle del Cauca, bajo el grito “Tierra para quien
la trabaja”, venían de encabezar “tomas de tierras”, exigiendo con ello la
128
Los indígenas del Cauca participaron activamente en la guerra de los Mil días, igual abundante
población afro del Valle y Cauca habitantes de las riveras del Rio Cauca desde Piedra grande, al
sur de Cali, hasta el río Palo. Conformaron “un ejército de negros comandados por Cinecio Mina
que se unieron a los nasa y mestizos del lado del liberalismo”. Otro tanto participaron las guerri-
llas de Yanaconas en el sur. El fuerte de las huestes liberales, en el Cauca, estaba conformado por
negros e indios (Campo, 2003).
239
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
129
Campesinos de Once municipios del Valle del cauca participaron de las “Tomas”, orientados por
la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, el instituto Mayor Campesino IMCA y
la Federación Agraria Nacional FANAL, entre ellos Cali.
130
Las investigaciones posteriores, solicitadas gracias a la presión internacional de organismos de-
fensores de Derechos humanos, dieron como resultado que aproximadamente la tercera parte de
los integrantes del MAS eran miembros activos de las fuerzas militares.
131
Otros grupos de para militares de la época: Colombia sin Guerrilla, Comandos Verdes, Black
Flag, Colombia Eficiente, Las Cobras, Mano Negra, Kankil, Muerte a Jibaros, Bandera Negra, y
otros. En Proyecto Colombia Nunca Más. En: wwwcolomianuncamas.org/
240
La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
132
Participaron agentes del batallón Palacé de Buga, La Tercera Brigada del ejército, Miembros de la
Policía Nacional adscritos al municipio, La División Antinarcóticos, El Departamento Adminis-
trativo de Seguridad DAS. Para el Grupo de Memoria Histórica, acciones criminales sistemáticas
que se venían adelantando desde 1988 (Grupo de Memoria Histórica, 2008).
241
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
en la zona que nos ocupa, la franja del pie de monte de la cordillera central
adyacente al rio Palo y Cauca, en ambas márgenes.
La barbarie de estas masacres, su alto nivel de sevicia, crueldad y la tác-
tica de obligar a los moradores a presenciar los vejámenes y los asesinatos
muestran además de una violencia física brutal, una violencia simbólica
enfocada contra todo proceso organizativo comunitario y de tendencia de
izquierda, las víctimas de los peores vejámenes fueron dirigentes campe-
sinos, sindicales, líderes comunitarios, de izquierda y defensores de De-
rechos Humanos, entre otros. Es claro que las acciones unificadas de las
élites locales, los narcos y agentes del Estado iban dirigidas a destruir las
organizaciones comunitarias y desestructurar el tejido social obligando a
los moradores al silencio o al desplazamiento por el terror, mientras élites,
y mafia se apoderaban de las tierras a muy bajos costos. Un estudio sobre
cambios en la estructura agraria en el Valle del Cauca entre 1975 y 1995 dio
como resultado la compra fraudulenta y masiva de tierras por parte del nar-
cotráfico en prácticamente todos los municipios del Valle del Cauca, excep-
to cinco del sur. Para la Contraloría General de la Nación, el Departamento
del Valle del Cauca es el de mayor concentración de la tierra en manos de
narcotraficantes. Este fenómeno transformó radicalmente la función social
de la tierra, pasando de la producción agrícola a la ganadera de ladera, ex-
tensiva e intensiva y elevando los precios de la tierra al convertirse esta en
mecanismo de ostentación de las nuevas narco élites.
El “Land Rush” o Fiebre por la tierra hoy se explica en parte por la crisis
financiera de 2008 que tuvo, entre otros efectos, el alza de los precios de los
alimentos, sobre todo en los países industrializados. Este fenómeno lanzó
a los grandes inversionistas a buscar un refugio menos riesgoso y rentable
para sus capitales y lo encontraron en la compra de tierras. Gobiernos, Mul-
tinacionales, fondos privados, se lanzaron a la compra masiva de tierras en
diversos lugares del mundo, afectando derechos de comunidades locales en
diversos países, Colombia no es la excepción. Estos inversionistas, “desco-
nocen derechos locales, buscan beneficios a corto plazo, deterioran el medio
ambiente” (Areski, 2012). Y exigen millonarias inversiones de parte del
Estado que garanticen a su vez sus inversiones, como accesibilidad terrestre
o marítima de calidad, sistemas de riego, protección a sus inversiones, etc.
En Colombia la inversión se hace muy atractiva al acaparamiento, dado
que las políticas públicas, promueven este tipo de inversiones a través de
una de las “locomotoras del progreso” del gobierno de Santos, enfocada en
el agro. Pero si la política pública no opera, no es raro encontrar alianzas
entre estos inversionistas y grupos armados al margen de la ley que allanan
el camino para la adquisición de tierras, “desocupadas”.
242
La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
133
Para el año 2015 el área sembrada con cultivos transitorios fue de 802.406 hectáreas; mientras que
los cultivos permanentes (grandes) fue de 1.530.170 hectáreas. Encuesta Nacional Agropecuaria
del DANE 2015.
243
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
134
Según los comuneros Nasa de López adentro 8 comuneros fueron asesinados por la fuerza publi-
ca, dentro de los predios, en la “recuperación” de esta hacienda.
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La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
basura, migajas, somos las comunidades del pueblo nasa que nos paramos
frente Goliat y le largamos una pedrada en la frente” (Pueblo Nasa, 2016,
p. 25). Así es como el piedemonte de la cordillera central del sur del va-
lle del río Cauca, vuelve a ser escenario territorial de múltiples violencias,
asociadas a los procesos de “recuperación-liberación” de tierras que, según
los nasa, perdieron a lo largo de cuatro siglos de luchas, desde la conquista,
hasta nuestros días. “Estas son tierras que los abuelos se vieron forzados
a abandonar”, dadas las acciones violentas de “los verdaderos ladrones de
tierras”, argumentan.
El concepto de “recuperación”, que propuso el dirigente indígena Quin-
tín Lame, en la segunda década del siglo XX, fue uno de los gritos de com-
bate del levantamiento que él dirigió y que se denominó posteriormente
“La Quintinada”; era un mensaje claro y directo contra el terraje que ponía
a sus seguidores de frente a los hacendados en la retoma de las tierras que
les habían sido arrebatadas a las comunidades, con engaños unas y con ma-
niobras jurídicas otras, amparadas ambas bajo autoridades elite que garan-
tizaban el buen nombre y buena fe de los detractores en detrimento de las
comunidades afectadas. Igualmente la “Recuperación” hacia parte vital de
las propuestas de ampliación de los resguardos y constitución de otros, uno
de los siete puntos de la lucha de Quintin Lame, que prácticamente pasaron
intactos a la plataforma de lucha del Consejo Regional Indígena del Cauca
–CRIC– en los años 70 y que sigue vigente en los actuales procesos deno-
minados “Liberación de la Madre Tierra” que impulsa la comunidad nasa
acompañados de su Asociación de Cabildos del Norte del Cauca ACIN.135
Por otro lado, “Recuperar” es el grito de campesinos, afros e indígenas
antes de los años 70 con la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
–ANUC–, caminar que inician juntos, indígenas y campesinos y que se
rompe por divergencias en las concepciones de posesión de la tierra, mien-
tras para el campesinado era vital la titulación individualizada en términos
de la propiedad privada, para los indígenas, debería ser en posesión colec-
tiva, esta escisión obliga a los indígenas a organizarse y liderar su propia
lucha de recuperación cuyo grito resonará con fuerza a partir de 1974, una
vez creado el Consejo Regional Indígena del Cauca, –CRIC– iniciándose
así el proceso de “recuperación” de la tierras y ampliación de sus resguar-
dos, lo cual atrajo muchos enemigos al movimiento: hacendados amparados
en las fuerzas del Estado, por un lado, campesinos de mediana propiedad,
135
Plataforma de lucha del CRIC. También “El costo de organizarse” disponible en: http://www.
verdadabierta.com/tierras/la-lucha-por-la-tierra/5263-el-costo-de-organizarse-1971-1991. recu-
perado 06 de diciembre de 2017. 10:30 gmt.
245
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
136
Feliciano Valencia en “El costo de organizarse” disponible en: http://www.verdadabierta.com/
tierras/la-lucha-por-la-tierra/5263-el-costo-de-organizarse-1971-1991
137
El caso recorrió distintos despachos judiciales, sin mucha claridad; se habló de civiles en compli-
cidad con la policía de Santander de Quilichao y ciertamente en 1999 la justicia condenó a tres de
ellos, quienes se acogieron a sentencia anticipada rebajando sustancialmente sus años de prisión.
Años más tarde Orlando Villa Zapata, alias “Rubén”, desmovilizado de las AUC aseguró en de-
claraciones a la justicia que la masacre fue ordenada por ganaderos de la región.
246
La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
138
El movimiento FLT más conocida por su nombre en inglés, Earth Liberation Front (ELF) o tam-
bién como los Elfos, nació en el Reino Unido en 1992, se autodenomina un grupo de “Ecodefen-
sa” que acuden a la “acción directa” para frenar la implementación de empresas explotadoras de
recursos naturales incluidos el monocultivo (Best & Best, 2006, p. 50).
139
Cuando los Nasa retomaron territorios de la zona plana del Valle, encontraron familias afro traba-
jando de manera permanente dentro de las haciendas, (peones, cuidanderos, ayudantes), los cuales
inicialmente se opusieron al avance de los recuperadores en defensa de sus patrones. Las nasas
acuerdan con ellos dotación de tierras por familia bajo el sistema de posesión. Hoy algunos se han
integrado plenamente a los ritmos de la comunidad y hacen parte del sistema productivo y de las
estructuras de gobierno Nasa.
247
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
Es claro que las tierras planas de clima cálido producen tres veces más que
las altas y de ladera, necesitándose menos insumos y, por ende, disminuyen
los costos. Si contáramos con este tipo de tierras, aseguraríamos la produc-
ción de alimentos y existiría menos riesgo de atentar contra los bancos de
agua. (Pueblo Nasa, 2015, p. 35)
140
El estudio demográfico en referencia muestra un
[…] fuerte peso de población en edades entre 15 y 29 años –potenciales demandantes
de tierras– en tres resguardos adyacentes a Corinto: San Francisco el 30.3 %, Tacueyó
el 33.6 %, y Toribío el 36.6 % del total de la población. (Castaño López, 2016, p. 273)
Toribio limita con Caloto, Corinto y Padilla, municipios en conflicto. Proyecto Nasa 2014.
Contratado por la Asociación de Cabildos del Norte de Cauca.
141
Disponible en http://www.cric-colombia.org/portal/la-tenencia-de-la-tierra-en-corinto/
249
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
142
Las UAF son un instrumento de distribución de tierras. El objetivo, era “ofrecerle al campesino o
adjudicatario un predio que, según las condiciones productivas del suelo y del entorno, le garan-
tizara el mejoramiento de su calidad de vida y la posibilidad de generar excedentes económicos
que incrementaran su patrimonio familiar”. Aparecieron bajo la ley 135 de 1961 y en adelante
sufrió diversas modificaciones que dejan en entredicho las verdaderas intenciones del Estado.
En: Las Unidades Agrícolas Familiares UAF. Un instrumento de política rural colombiano. Revis-
ta Tecno-gestión, Volumen11 N° 1-2014, disponible en:
revistas.udistrital.edu.co/ojs/index.php/tecges/article/download/8290/9895. 8 de diciembre de
2017. GMT 10.36 pm.
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Los pocos que sobreviven fueron desplazados y hoy viven espantados en pe-
queños rincones de monte. Del valle del río Cauca la casi totalidad de selva
y animales fue eliminada para dar paso a extensas plantaciones de caña. Un
ecocidio. Para que este sistema recupere su salud, debe volver a poblarse de
plantas y animales. Ellos son quienes más anhelan la libertad de Uma Kiwe
(madre tierra). (Pueblo Nasa, 2016, p. 24)
254
La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
Sí, (…) usted va por la parte montañosa, parte alta, por lo general ellos son
los dueños, usted va (…) caminando tranquilamente cuando de pronto se le
acomodó la nube ahí y no le deja avanzar nada, porque usted no ve el cami-
no, no sabe por dónde pegar, entonces si usted en ese momento no hace su
ritual, no lleva algo con que brindarle, pues lógicamente no van a poder con-
tinuar. (…) Saca su paquetico de remedios, se lo baña tranquilamente (…)
Sí, entonces usted se defiende con eso, ya le abre el paso, se despeja la luz,
común y corriente, sí, (…) porque es un espíritu, si a ese espíritu usted no
le paga es como ¿Bueno, y éste qué? ¿Qué sé está creyendo conmigo? (…)
Por eso la mochila para llevar las planticas que son los remedios (…), las
defensas, sí, entonces si usted no lleva el aguardientito, la chichita, cualquier
cosa. (Molina Bedoya, 2015)143
143
Citado por Víctor Alonso Molina Bedoya en: Polis vol.14 no.40 Santiago mar. 2015. Disponible
en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682015000100008. Consul-
ta 9 de dic.2017.GMT. 11.30.am
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
una única producción que les da renta, pues solo ese es su interés, la renta
que logran a nombre del “progreso” y del fortalecimiento del “sistema”, es
una apropiación fruto de la expropiación fraudulenta, que desequilibra y
pone en riesgo la vida, toda la vida. Esta es una desigualdad impuesta por
las relaciones sociales de producción, que evidencia el carácter puramente
mercantil que les justifica el uso y abuso de la tierra, pues cuando se cultiva
demasiado, cuando no se deja “descansar” a la tierra, se dice que entra en
“frío”, es decir se desequilibra, se desmineraliza y, según la lectura de los
pueblos indígenas, se nota en su color, su contextura, incluso su sabor (Mo-
lina Bedoya, 2015). Razones de más para “liberarla”.
Desde que entramos a las fincas hemos cortado muchas, muchas hectáreas
del monocultivo de miles de hectáreas de caña que están sembradas en el
norte del Cauca para producir azúcar y combustible. Azúcar que endulza los
refrescos hechos del agua que baja de nuestras montañas. Combustible que
mueve carros que comercializan los refrescos y ganan mucho dinero. Dinero
que financia la guerra, los batallones que siguen presentes en nuestro territo-
rio y nos siguen amenazando y nos siguen matando. El círculo que esclaviza
a Uma kiwe. (Pueblo Nasa, 2016, p. 32)
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La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
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Requerimiento. Texto español de 1513, creado en el contexto de las leyes de Burgos, por el jurista
Juan López de Palacios Rubios, documento que, durante la conquista de América, debía ser leído
a los pueblos nativos como procedimiento protocolar para exigirles la sujeción a la corona, a la
iglesia católica, por tanto, al Papa y a los conquistadores.
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Los nasa dicen que la conquista no ha terminado. Los pueblos han vi-
vido resistiendo la brutal colonización, el despojo con o sin requerimiento.
Lo que se ve es la aplicación del Requerimiento, entrar poderosamente con-
tra los pueblos y hacer guerra por todas partes, el terror se yergue entre los
diversos mundos que pueblan esta tierra. El terror se apodera de los territo-
rios, mientras las comunidades, que tienen las de perder, huyen para salvar
lo único que no podrían recuperar, la vida. ¿Y dónde está el derecho?, no
está llamado a mediar entre los hombres para exorcizar la violencia?
Los campesinos de Tuluá, narran como los paramilitares entraron al co-
rregimiento La Moralia, donde la organización campesina había logrado
avances significativos, “En 1999 las AUC entraron violentamente a La Mo-
ralia y protagonizaron una masacre sin precedentes que acabó con al menos
300 campesinos y campesinas en Tuluá”145. Casos que se han repetido a lo
largo y ancho del Valle del Cauca y del país.
El derecho católico, durante la conquista y la colonia, repartió los terri-
torios y redujo las comunidades a siervos de la iglesia y de encomenderos
españoles, los repartió en fracciones controlables para la conversión, los
conminó a territorios de “misiones” y ambos, sociedad civil y autoridad
eclesiástica se apoderaron de sus tierras. Hasta los años 70 del siglo XX, aun
las comunidades trataban de recuperar enormes extensiones de tierras que la
iglesia asigno a vírgenes y santos, lo que hacía intocable la tierra usurpada
a los indígenas. El derecho liberal republicano avanzó con tanto ahínco so-
bre las últimas tierras de las comunidades que acabó con diversos pueblos
y puso la tierra en manos del mercado, la convirtió en propiedad privada
bajo el pretexto de la “igualdad”, de la libre empresa, del libre mercado.
Casi borra la existencia de las últimas comunidades que se resistieron a des-
aparecer, pues legitimó de un tajo la destrucción de la propiedad colectiva y
por tanto de la identidad comunitaria de pueblos milenarios.
Así que no hubo fin de la violencia colonizadora con la instauración de
la República, la colonización ahora era más legal que nunca y los jueces
más sordos al clamor de las comunidades, incluso más de lo que ocurría en
la colonia. Además, quien reclamaba, en las primeras décadas del siglo XX,
no era directamente el indígena sino su apoderado, generalmente un tinte-
rillo, poco conocedor de la ley o peor aún un abogado al servicio del mejor
postor y por tanto servidor del terrateniente; de aquí que el dirigente nasa
Quintín Lame se lamentara profundamente de la sordera de las instancias
del Estado frente a las quejas de los indígenas: “Pues no hay justicia a favor
de las propiedades indígenas; todos los reclamos que hacemos los indígenas
145
Directivo de ASTRACAVA: asociación de trabajadores campesinos del Valle.
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El Derecho de la mujer indígena en Colombia: manifiesto de catorce mil mujeres lamistas.
Documento de 1927. Primera publicación del Movimiento de Mujeres Indígenas. Surgió bajo la
inspiración y dirección de Quintín Lame. Redactado por el e impreso en la Imprenta Girardot.
Aunque es un documento colectivo, en él se refleja el estilo y el pensamiento de Quintín Lame.
En: Documentos para la historia del movimiento indígena colombiano contemporáneo. Enrique
Sánchez Gutiérrez y Hernán Molina Echeverri. Compiladores. Biblioteca Básica de los Pueblos
Indígenas de Colombia. Mincultura. Bogotá 2010
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La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
Es claro cómo se premia a unos y se castiga a otros, sin corregir los pro-
blemas de raíz. En las masacres de las que han sido víctimas los nasa y los
campesinos, se castiga a los ejecutores, mas no a los autores intelectuales,
por tanto, las masacres continúan. El derecho actúa a posteriori, cuando ya
es tarde para salvar la vida, no confronta su propia complicidad “…maldice
a los asesinos, […] sin cambiar con ello el retorno inevitable de la violen-
cia colonizadora” (Lemetre Ripoll, 2016, p. 289). Un calmante moral que
exorciza la culpa sin sanar. Situación que por demás nos remite a repensar
la legitimidad del Estado.
Este tipo de arbitrariedades desdicen el papel del Estado en la defensa de
los derechos de los ciudadanos y nos lleva a repensar las relaciones del cen-
tro con la periferia y a establecer si ciertamente, como dice Centeno (2002),
el Estado central “no controla” la periferia. El asunto reviste diversos
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Documento “Seguimos en Minga por la Libertad de la Madre Tierra”, 2015: P, 93.
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cierto es que es a través del derecho que millones de hectáreas han pasado
a ser propiedad colectiva de los indígenas”. Los indígenas no han tenido
que pagar dinero por ellas. Por otro lado, plantea algo que deja ver claro las
raíces de la ambivalencia en las comunidades y es como las tierras que han
recibido, “pocas veces es buena tierra de labranza” y en más de una ocasión
tienen restricciones de uso, impuestas desde el Estado o auto impuestas por
ser parques nacionales, zonas de reserva ecológica, nacederos de agua y
zonas de páramos que son las reservas más importantes de agua.
La ley sirve y no sirve, es una posición que nos muestra resistencia a
inclinarse exclusivamente al código de ley, cuando la ley se entiende como
un pacto que beneficia a quienes la promovieron en perjuicio de los no in-
vitados. Para los recuperadores o liberadores, la constitución de 1991 fue
“un pacto político con el que ganaban ellos, mientras nosotros debíamos
contentarnos con el rincón al que nos habían destinado, […] con la masacre
de los veinte [masacre de El Nilo] nos advirtieron lo que sería la vida en
adelante. De vuelta al terraje, se rinden o se mueren” (Pueblo Nasa, 2016,
p. 11), por ello es tan difícil para las comunidades indígenas decidirse ple-
namente por el derecho y a la vez es clave enlazarse a esos mecanismos del
Estado, como estrategia, pero también es clave no abandonar su moviliza-
ción. Es decir, con la ley en una mano y con las acciones de presión en la
otra, sospechando siempre.
La ineficiencia del Estado en la aplicabilidad del derecho afecta a todas
las comunidades por igual. Los campesinos del norte del Valle del Cauca
asociados a la Asociación de trabajadores Campesinos del Valle –ASCA-
TRAVA–, se quejan de las múltiples peticiones, en términos de la ley para
la adjudicación de tierras, hasta que cansados de esperar, “acudimos a las
vías de hecho, a la toma de las tierras (…), yo no conozco a nadie que tenga
escritura pública de su finca” (ASTRACAVA. 2016).
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La tierra y la ley: entre el estado-élite y las comunidades
Figura 01. Zona de conflicto por tierra del Valle geográfico del río Cauca
Municipios limítrofes entre los departamentos del Valle del Cauca y norte del departamento del
Cauca adyacentes a río Cauca. Zona de conflicto por la tierra. Valle del Cauca: Jamundi, Pradera,
Florida. Cauca: Santander de Quilichao, Caloto, Villa Rica, Corinto, Miranda.
Fuente: https://img.webme.com/pic/v/viajeporlatinoamerica/colombia_rutas_sur.jpg
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Figura 02. Zona limítrofe entre el departamento del Valle del Cauca y Cauca. Dentro
del círculo territorio de zona plana del valle geográfico en conflicto.
Fuente: Google Maps. https://www.google.com/maps/@3.4224947,-76.1961762,9.75z
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LOS ESENCIALISMOS ESTRATÉGICOS
Y LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ:
UN ACERCAMIENTO A LA PERSPECTIVA DE LOS
LÍDERES INDÍGENAS DEL VALLE DEL CAUCA
En este capítulo abordaremos la pregunta por el lugar que ocupan los esen-
cialismos estratégicos en la configuración de consensos para la inclusión
de las comunidades indígenas en el ámbito del reconocimiento previsto por
el Estado. En este sentido, advertimos posibilidades y limitaciones en las
estrategias que ponderan la identidad indígena como rasgo reconocible del
diálogo político. Estudiaremos la utilidad de las estrategias orientadas a dar
voz al subalterno, atendiendo a la premisa de un cambio epistemológico en
la noción del sujeto político occidental, el cual participa de los conflictos
sociales, para formular experiencias expresivas y de apropiación de len-
guajes para diagnosticar las injusticias del presente promoviendo acciones
orientadas al cambio social.
Asumiremos la idea inicial de que los esencialismos estratégicos posi-
bilitan el afrontamiento del conflicto intercultural en el Valle del Cauca150.
El enaltecimiento de los valores comunitarios, la relación con el territorio,
la relevancia de su cultura y, en términos generales, la idealización de la
150
El concepto de esencialismo estratégico se le reconoce a la pensadora india Gayatri Chakravor-
ty Spivak. El ensayo ¿Puede hablar el subalterno?, Spivak problematiza el lugar que tienen los
grupos históricamente subordinados en el espacio intercultural de los grupos que han alcanzado
una posibilidad discursiva capaz de incidir en la distribución de oportunidades para afrontar la
pobreza. Los esencialismos estratégicos corresponden a una lectura de las ventajas posibles que
hacen los grupos para mejorar sus opciones de participación.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
vida indígena, han servido para presentar a las comunidades como grupos
al margen del conflicto, como víctimas y participantes de la construcción
de paz. No obstante, es relativamente poco el conocimiento que tenemos
de estas comunidades y los efectos que ha tenido la transculturización en la
comprensión de lo indígena hoy en día en el Valle del Cauca.
En la actualidad, las comunidades son cercanas a influencias diversas del
capitalismo global, las cuales subvierten la idealización de la vida comuni-
taria. Las comunidades de las que hablaremos están integradas a las cabe-
ceras municipales de diferentes localidades del departamento, el encuentro
con habitantes oriundos del eje cafetero y la costa pacífica, así como de los
departamentos de Nariño y Tolima, suponen una experiencia de intercultu-
ralidad que genera conocimiento sobre cómo afrontar las vicisitudes socia-
les de una región cuyo desarrollo económico está imbricado con la historia
de la violencia.
Los indígenas, cuyos testimonios son presentados en este capítulo, alu-
den a una interpretación del derecho ajustada a las demandas particulares
de reconocimiento. La noción de derecho propio refiere a un ensanchamien-
to interpretativo de la normativa resultante de la Constitución Política de
1991; tal aproximación, es compatible con un relato de memoria en el cual
la identidad indígena es considerada como subalterna y afectada por la vio-
lencia. El derecho propio responde, de manera parcial, a las exigencias de
comunicación que emergen cuando el Estado promueve una operacionali-
zación de las alternativas para hacer realizable el reconocimiento cultural
promulgado por la Constitución Política.
Lo que deviene de las expectativas indígenas y de los gobiernos de tur-
no nos ubica en el plano de los intercambios pragmáticos entre grupos so-
ciales. Los trabajos en antropología política nos muestran una trayectoria
de etnografías que aluden al aprendizaje de la política en el entramado de
las luchas sociales por parte de comunidades indígenas. En estos traba-
jos aprender la política tiene dos connotaciones; por una parte, supone un
complemento de las acciones de hecho que son un recurso habitual de las
protestas en contra del gobierno; por la otra, implica reproducir las formas
clientelistas en las que se establece la lectura del poder en el espacio local
(Castro y Rodríguez, 2009).
Estas dos maneras de concebir la relación con el Estado están presentes
en las mediaciones que se desprenden de la participación política. De ahí
que la construcción de paz supone considerar el plano pragmático de las rei-
vindicaciones y de las interpretaciones de cómo funciona y fluctúa el poder
local. La paz no está desprovista de las lecturas utilitarias que los diferentes
grupos realizan para optimizar sus posibilidades en la lucha.
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Los esencialismos estratégicos y la construcción de paz: un acercamiento a la perspectiva…
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Siguiendo a Krotz:
(…) determinadas formas sociales, es decir, civilizaciones organizadas como estados,
parecen ceder, de manera casi obligada ante ciertas circunstancias, al impulso de una
expansión territorial absoluta. Ésta persigue, por lo general, una combinación de intere-
ses territoriales, demográficos, económicos, religiosos y militares, se dirige al aumento
del prestigio ante sí mismo o ante los dioses y conduce a la incorporación, más o menos
violente, de otros grupos humanos”. (Krotz, 2002, p. 53)
152
En el siglo XIX la sociedad industrial europea se expandió por todo el planeta en pocas generacio-
nes. Tal expansión, casi siempre forzada, puso en contacto a muchas sociedades no europeas que
no habían tenido que ver antes entre ellas. Con esto se inició una nueva era de encuentros entre
culturas (Krotz, 2002).
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Los esencialismos estratégicos y la construcción de paz: un acercamiento a la perspectiva…
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En los tiempos de la presidencia de Laureano Gómez (1948-1953) no habría sido posible pensar
que la identidad se convertiría en un atributo para gestionar alimentación, educación y vivienda,
entre otros. Según Gros (1993), la retórica anti indigenista que se promovió durante ese tiempo
tendría un efecto negativo en los procesos de reivindicación social, la desnaturalización de la
subordinación y el mejoramiento de condiciones de segregación socio-espacial que afectaban a
las comunidades históricamente marginadas. Es a partir de la apertura constitucional de 1991 y un
ambiente internacional de reformas que se instala la idea de que los indígenas pueden aportar a la
construcción de la sociedad colombiana.
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Esta manera de nombrar una aparente limitación es planteada por Honneth como la imposición
del discurso de los vencedores sobre los vencidos. La lógica resultante de la lucha por el sentido
social forja mecanismos de dominación que impiden la concreción de la razón moral o las gramá-
ticas morales de los conflictos sociales (Honneth, 2009).
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Al respecto Krotz nos remite a la fascinación por los pueblos y culturas orientales, o en la imagen,
de los indios norteamericanos que siempre infundían miedo debido a su pretendido sentido gue-
rrero innato y, al mismo tiempo, despertaban gran admiración por su presunta inocencia natural.
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La violencia política entre los liberales y los conservadores en el periodo de 1948 a 1958 generó
desplazamientos forzados que afectaron a las comunidades indígenas en el Valle del Cauca. Sobre
esta experiencia cuentan los consejeros de la ORIVAC que los primeros líderes de la organización
propusieron una expedición al Cañón de Garrapata para estudiar la viabilidad de nuevos asen-
tamientos, distantes de las cabeceras municipales para evitar la violencia. Este cañón es rico en
biodiversidad, hace parte de la selva tropical y en él habitan comunidades embera chamí y embera
catio, la posibilidad para llevar a cabo nuevos asentamientos no fue posible. La exploración de
nuevas tierras se orientó a las inmediaciones del río Calima, en el municipio de Darien, en la ac-
tualidad se ubica el resguardo Navera Drua.
157
Según líderes de la ORIVAC, los territorios perdidos colindaban con el departamento del Chocó.
Debido a al desplazamiento forzado, las familias Guasiruma y Niaza salieron del territorio hacia
sectores embera ubicados en el río Dagua. Las familias continuarían su éxodo y darían origen a
los resguardos Niaza Nacequia, en cercanías de la cabecera municipal del municipio de Restrepo;
y al resguardo Wasiruma, ubicado en las inmediaciones del municipio de Vijes.
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Al respecto plantea Pécaut (2015):
El viejo orden moral, del cual la Iglesia era su baluarte, se derrumba a finales de 1960 y
no fue remplazado por nada. La política deja de suscitar pasiones. El apetito consumista
rara vez ha sido satisfecho, aun cuando el rebusque –arte tradicional de actuar con astu-
cia frente a las normas y las circunstancias–, adornado a partir de cierto momento con los
colores de la modernidad, ha permitido a veces colmarlo por vías tortuosas. El decorado
estaba instalado para que la economía de la droga alimentara los sueños. (p. 40)
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El ambiente reformista generado por la Constitución Política de 1991 fue aprovechado por las
comunidades indígenas del Valle del Cauca para promover procesos jurídicos conducentes a la
fundación de resguardos. Es preciso decir que los resguardos embera chamí del departamento
aparecen entre 1991 y 1994, periodo en el cual se lleva a cabo la reflexión sobre los grupos étni-
camente diferenciados en el marco de la discusión nacional sobre el pluralismo.
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Según Donado, para la época de la conquista española el actual departamento del Valle del Cauca
fue descrito como un grande y fértil valle densamente poblado. Según Donado citando a León
(2005), “había en él muy grandes provincias llenas de millares de indios, y ellos y los de la sierra
nunca dejaban de tener guerra” (Cieza de León, 2005, p. 82).
Tras el poblamiento producido por españoles, estos territorios formaron parte de las Provincias
de Cali, Alto Chocó, Buga y Cartago. Rodríguez (1992, p. 300), citando a Romoli (1974), afirma
que en 1552 existían más de 60 cacicazgos en estos territorios y una cantidad similar en el Alto
Chocó; aproximadamente 300.000 indígenas, esto es sin contar ancianos y niños, cuyos asenta-
mientos fueron denominados Pueblos de Indios. A juicio de la historiadora, la declaración de que
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Los esencialismos estratégicos y la construcción de paz: un acercamiento a la perspectiva…
en el Valle del Cauca no había indígenas no solo no tenía lugar, sino que evidenciaba un sesgo de
discriminación disímil con el espíritu de renovación de esa época.
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que sintetiza los diferentes relatos que hay sobre la violencia y les da una fi-
nalidad política. En el proceso de consolidación de grupos genera cohesión
y ayuda a la asimilación del progreso moral representado en los discursos
jurídicos. De ahí que la función de síntesis resaltada en el relato histórico
resulte tan relevante, sintetizar supone editar, seleccionar, descartar y repro-
ducir las hegemonías inherentes a las estructuras de los grupos.
Las comunidades indígenas en el Valle del Cauca no son homogéneas y
aquellos líderes que han logrado reconocimiento en la causa indígena cuen-
tan con posibilidades distintas de aquellos que no participan en las luchas
sociales de igual manera. Ya hemos advertido que el aprendizaje de la polí-
tica regional también trae consigo el desequilibrio de poder al interior de la
comunidad, las confrontaciones con el Estado conforman un vehículo para
legitimar expectativas particulares de reconocimiento por parte de los líde-
res sociales que componen el indigenismo. De esta forma, el esencialismo
estratégico consigue su efectividad en el plano del afrontamiento del con-
flicto con el Estado en el plano de la transmisión de la dimensión política de
la identidad y la percepción del conflicto con el Estado como una instancia
para la reafirmación de la identidad cultural.
En lo que respecta a la transmisión de la dimensión política de la identi-
dad. En los resguardos del Valle del Cauca la formación para participar en
la lucha social comienza en la niñez. La educación indígena se fundamenta
en la transmisión de la cultura y en la enseñanza-aprendizaje del derecho
propio, interpretación que se desprende de la comprensión de los derechos
que promueven la protección de las culturas originarias. De esta manera, los
adultos de la comunidad introducen a los niños y los hacen participes en la
discusión de los asuntos comunes.
Incluso en las marchas, los niños participan en actividades logísticas.
El activismo político y el desarrollo de capacidades que favorecen los pro-
cesos organizativos son asuntos relevantes para la integración de estos gru-
pos. Debido a la alta concentración de habitantes jóvenes que viven en los
resguardos, la rotación de líderes es alta y se considera que no es adecuado
que se generen permanencias indefinidas, se estima que los jóvenes deben
aprender del gobierno indígena y en muchos casos combinar las vías de
hecho con la participación política desde la interpretación estratégica del
derecho propio.
La participación en la organización política se concibe como un recono-
cimiento que tiene sentido para hombres y mujeres jóvenes de la comunidad
a pesar de la influencia de otras experiencias que complejizan la valoración
social de la vida indígena, muchas de ellas asociadas con el uso y apropia-
ción de tecnologías de información y comunicación. En el ámbito de la
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Sobre el asunto, un testimonio derivado de la entrevista a un líder de la ORIVAC: “Pues las bases
de nuestro pensamiento indígena nos las dan los líderes. Hemos tenido algunas capacitaciones en
educación no formal, en leyes, cosas así, pero realmente las bases las orientan realmente el mismo
pueblo indígena, los mismos líderes que han empezado a surgir, que han aprendido, esos son los
mismos que nos orientan a nosotros desde el ideal de una unidad. El tema de la unidad no implica
que estemos siempre de acuerdo, tiene que ver con que seamos capaces de gestionar, de hacer.
Es muy diferente la realidad de este resguardo que se ha tomado la bandera de decir “vamos a
progresar, vamos a estudiar, vamos a capacitarnos, vamos a ser más emprendedores”; en compa-
ración de otros resguardos” <(Entrevista realizada 01/03/2014).
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Al respecto la postura de uno de los habitantes: “(…) el gobierno colombiano nos discrimina.
Las luchas que nosotros hemos ganado por la educación nos permiten presentar nuestras condicio-
nes. En esas protestas hemos perdido líderes” (Entrevista al consejero en economía, 01/03/2014).
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Para ejemplicar este atributo presentamos el relato de un líder indígena respecto de las relaciones
establecidas con el Estado:
Los pueblos indígenas participan en la mesa de concertación nacional, no siempre se
llega a un acuerdo que nos convenga, muchas veces nos paramos de la mesa y seguimos
con la protesta, igual seguimos participando porque sabemos que también en esa mesa
se han logrado cosas. (Entrevista realizada el 22/02/2013)
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Se c c ión 2
MEMORIAS, JUSTICIAS
Y CONTEXTOS POLÍTICOS
LA FILOSOFÍA:
ENTRE LA TORRE DE MARFIL
Y LA MODERNIDAD
Se puede de superación de la guerra que se han vivido durante sesenta años en la so-
quitar el ciedad colombiana*165
asterisco?
Nos preguntamos aquí: ¿Qué significa para el filósofo caminar a un cos-
tado de la víctima? Consistirá en arriesgarse a reconocerla. En ese sentido,
los asuntos propios de la filosofía hasta hace dos décadas no se ocupa-
ron ni de la memoria, ni mucho menos de los testimonios de las víctimas.
Se necesitó de la aparición de los llamados discursos de la memoria que im-
pugnaron los relatos de la modernidad y los imperativos del progreso como
bien lo describe Huyssen:
165
Estas reflexiones se originan en el marco del proyecto adelantado con el Instituto colombo alemán
para la Paz (Capaz) y la Universidad Tecnológica de Pereira, la Universidad Pontificia Javeriana
de Bogotá y la Universidad de Eigstacht titulado Persistencia de vínculos comunitarios y cons-
trucción de procesos de memoria y paz. El caso de Quinchía en el Departamento de Risaralda.
A su vez contó con la lectura permanente de Isabel Cristina Castillo Quintero.
298
La filosofía: entre la torre de marfil y la modernidad
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Estos intelectuales judíos eran sólo una pequeña parte de la enorme masa
de exiliados que escapaban de la Europa presa del fascismo, a lo largo de
los años treinta. Las fotos, las cartas, los artículos de estos escritores des-
terrados, desarraigados y desplazados, nos sumergen en un tiempo caduco,
en una Europa que no es más, en un continente deglutido por la historia.
(Traverso, 2004, p. 12)
Narrativas de la memoria
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Los silencios
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Así como los restos, las ruinas y los escombros de un lenguaje divino
sobreviven, a manera de débiles indicios en el lenguaje humano, la memoria
depositada en los testimonios de las victimas parece sobrevivir a la caída en
el tiempo de la historia, quedando inscrita esa memoria en los susurros, la-
mentos, mensajes encriptados, que la modernidad separó, despreció y arrojó
al olvido. El filósofo en cuanto depositario de esa memoria lo que hace es
atreverse a recoger esos fragmentos, descifrarlos, situarlos en contextos ac-
tuales, permitiendo así que aquello que pareciera pasado enterrado, pueda
encenderse y decirnos algo en el lenguaje del presente.
En Benjamin la experiencia se define en un nivel psíquico inmediato
como el “shock”, término que describe la absoluta inmediatez, reemplazada
esta por una nueva experiencia. Se plantea que esta nueva forma de experi-
mentar obliga a la integración del sujeto a un contexto social gracias a la tra-
dición. Esa integración, es un llamado a valorar el sentido de la comunidad.
Esa generación de la que hizo parte Benjamin experimentó el significado de
la desintegración del individuo en los procesos de modernización, algo que
para la filosofía manifiesta una crisis, la del pensamiento filosófico europeo,
la subjetividad moderna, el proyecto civilizatorio, etc.
El pensamiento europeo hace conciencia de su propio tránsito en las
tres primeras décadas del siglo XX. Un ejemplo de ello son las Tesis sobre
concepto de Historia propuestas por Walter Benjamin y que emprenden
una crítica al historicismo como filosofía de la temporalidad. Sus cues-
tionamientos no implican invalidar esa tendencia. La crítica que hizo, es-
taba dirigida al idealismo y positivismo presentes en algunos discursos
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Por esto, se torna indispensable preguntar por la relación que tienen los
filósofos con la historia, considerando el vínculo del sujeto con los hechos
en una perspectiva donde la filosofía de la historia muestra la grave crisis
que afecta hasta la misma concepción del tiempo.
Si bien el historiador presenta una versión de los hechos manteniendo
una relación entre las fuentes donde indaga, es en la filosofía de la histo-
ria, donde se constituye una reflexión acerca de esa relación. En sus Tesis,
uno de los aspectos que Benjamin resalta, son las consecuencias que tiene
determinado tipo de escritura para el historiador. Piensa en dos opciones:
la de una historia que contribuye a justificar la opresión o una historia
que tenga propósitos de redención y opta por la segunda: “En cada épo-
ca es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la tradición de ma-
nos del conformismo, que está siempre a punto de someterla” (Benjamin,
2005, pág. 20).
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Las vidas fracasadas son las que menos cuentan en el proceso de la con-
figuración de una razón moderna de la historia; por lo anterior, “los lucha-
dores de la resistencia no tienen nombres tan solo son animales muertos; sin
duda no son ciudadanos del estado…” (Franco, 2016, pág. 25). Esta razón
tiene su punto de origen en la configuración del orden burgués europeo.
Benjamin está dirigiéndose fundamentalmente al historiador que interpela
la historia y lo hace, no desde la razón y la argumentación tradicional, sino
gracias a una perspectiva que le interesa salvar para el presente: la orilla de
los vencidos y los masacrados. ¿Pero cómo se constituye este tipo de histo-
riador? Bajo la certeza de que “Aquellos que se hicieron de la victoria hasta
nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy,
que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo” (Benjamin,
2005, p. 21).
En la actualidad se pretende reconciliar a la víctima y al victimario a
nombre de dos principios como son la salud moral de los individuos y el
futuro de la sociedad insertos en el ámbito del presente. ¿Pero qué acontece
con quienes se les arrebató la vida? ¿Qué hacer con las heridas que siguen
abiertas? Pensar, en cómo los daños sin cicatrizar del pasado, pueden con-
taminar la carne viva del presente, significa para los defensores del olvido
privilegiar los logros del presente a costa de silenciar el pasado. De allí que
la memoria se haga tan inquietante, pues hay temor a actualizar heridas y
desafiar el pasado de dónde pueden emerger las voces de quienes no pu-
dieron hablar. En consecuencia, la relación que se establece con el pasado
implica responsabilidad con el mundo del presente. El mensaje que se eleva
del pasado, interpelando la actualidad con un mensaje: tras los logros y los
triunfos, está el sufrimiento, el lamento, la explotación de muchos.
La afirmación central de este punto sobre la relación con el pasado, ha
sido que el filósofo atento a los relatos de las víctimas contribuye a cues-
tionar el discurso progresista de la modernidad. La postura acá planteada,
puede contribuir a desafiar las seguridades de algunos discursos modernos,
permitiendo que fluyan desde abajo nuevas dialécticas para pensar lo so-
cial, dialécticas porosas que se escapan a los encasillamientos de un mo-
delo donde a cada encuentro, uso y abuso de categorías sociales ya se está
promoviendo y estimulando camisas de fuerza, que en absoluto representan
otra cosa bien distinta al recordar para rebelarse contra el horror, rebelarse
contra el discurso de lo mismo. Proponemos un pensador que se libera de la
comodidad de la contemplación del pasado y que descubra a través de las
narrativas de los vencidos, aspectos decisivos que enriquezcan su propia
acción de pensador.
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Referencias
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ENTRE LA MEMORIA CRÍTICA Y LA EMPÁTICA:
UN PEINADO A CONTRAPELO DE LA NARRATIVA
LATINOAMERICANA
Walter Benjamin fue un filósofo alemán víctima del nazismo, tuvo que salir
de Alemania para refugiarse en Francia y cuando ésta fue ocupada por Hitler
buscó huir, pero al no poder cruzar la frontera hacia España terminó quitán-
dose la vida. En sus Tesis sobre la filosofía de la historia (2009), publicadas
después de su muerte, advierte del peligro que conlleva la utilización de la
historia en la justificación de las políticas del presente a partir de la prefi-
guración de un futuro emancipador pero que en la realidad nos conduce a
la destrucción. A este dispositivo imaginario donde el pasado y el futuro se
articulan para justificar la violencia en el presente lo define como progreso166.
166
Las citas de “Las tesis sobre el concepto de la historia”, que aparecen en este capítulo, corres-
ponden a la traducción comentada de Reyes Mate, publicadas bajo el título: Medianoche en la
historia. Comentarios a las Tesis de Walter Benjamin ‘Sobre el concepto de Historia’, Madrid,
Trotta, 2009. En adelante se cita como ( Reyes Mate, 2009), agregando la página.
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Entre la memoria crítica y la empática: un peinado a contrapelo de la narrativa…
Para este filósofo la tarea del historiador materialista debe consistir en desarti-
cular este complejo mecanismo. Así es como lo expone en la tesis número 7:
Quien hasta el día de hoy haya conseguido alguna victoria, desfila con el
cortejo triunfal en el que los dominadores actuales marchan sobre los que
hoy yacen en tierra. Como suele ser habitual, al cortejo triunfal acompaña el
botín. Se le nombra con la expresión de bienes culturales. El materialista his-
tórico tiene que considerarlos con un aire distanciado. [Sie werden im histo-
rischen Materialisten mit einen distanzierten Betrachter zu recchen haben].
Todos los bienes culturales que él abarca con la mirada tienen en conjunto,
efectivamente, un origen que él no puede contemplar sin espanto. Deben su
existencia no solo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino
también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay un solo
documento de cultura que no sea a la vez de barbarie. Y si el documento no
está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión de unas
manos a otras. Por eso el materialismo histórico toma sus distancias en la
medida posible. Considera tarea suya cepillar la historia a contrapelo (Reyes
Mate, 2009, pp. 129-130).
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Entre la memoria crítica y la empática: un peinado a contrapelo de la narrativa…
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Sólo puede recordar Auschwitz una memoria capaz de atender los gritos inauditos de dolor de
millones de víctimas inocentes con el ánimo de que no se repita. A eso le llama Metz ‘una me-
moria moral’ que puede interpretarse filosófica o teológicamente. Ejemplo de la interpretación
filosófica es la constitución de recuerdo de Auschwitz en el nuevo imperativo categórico, por
parte de Adorno. Para el teólogo, a su vez, recordar es reconocer que el pasado está pendiente y
lo seguirá estando mientras la redención llega. Esa esperanza contra toda esperanza se activa con
cada recuerdo moral. Cada vez que nos negamos a reconocer como prescritos los derechos de las
víctimas (recuerdo moral), se pone en juego, añade el teólogo, la esperanza de la resurrección, al
invocar el nombre del Dios de Israel o de Jesús (teología). El sufrimiento de las víctimas exige ha-
blar de Dios pues sin él el recuerdo sería vano, sería reducible a un cálculo racional, a costumbre
ritual, al olvido. Se ve la diferencia. La interpretación filosófica de la ‘memoria moral’ apunta en
dirección histórica: que no se repita. La interpretación teológica, por el contrario, mira de frente
los ojos de las víctimas y responde a la misteriosa pregunta del cara a cara. (Reyes Mate, como se
citó en Metz, 1999, p. 181)
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(Mate, 2018). Esta lectura que busca responder a la barbarie del Holocausto
se desvía de lo que Benjamin realmente proponía: este autor sugiere como
antídoto a la historia del vencedor no la identificación con los vencidos sino
‘tomar distancia’ para ‘peinar la historia a contrapelo’. Lo que no queda
claro en la propuesta del filósofo español es cómo ‘re-pensar’ por medio de
la memoria ya que solo se puede pensar a partir de los conceptos y no de
los sentimientos.
Benjamin no dice mucho más, no explica en qué consiste esta toma de
distancia por lo que habrá que seguir en la dirección que traza con sus imá-
genes filosóficas. El método del historiador materialista, a diferencia del
historicista, debe evitar transitar exclusivamente por las emociones ya que
el fomento de la tristeza termina avalando el triunfo de los vencedores y el
acompañamiento del ‘desfile triunfal’ o la impotencia paralizante del ángel
melancólico.
Si no es por medio de las emociones podemos deducir que la tarea le
corresponde a la razón, pero se trata de una racionalidad crítica y no es-
peculativa. Para comprender esta diferencia recuperemos lo que Adorno y
Horkheimer señalan en su estudio sobre la Dialéctica de la Ilustración pu-
blicado pocos años después de la muerte de Walter Benjamin.
El juicio filosófico tiende a lo nuevo, y sin embargo no conoce nada
nuevo, puesto que siempre repite solo aquello que la razón ha puesto ya
en el objeto. […] Lo que existe de hecho es justificado, el conocimiento se
limita a su repetición, el pensamiento se reduce a mera tautología. Cuanto
más domina el aparato teórico todo cuanto existe, tanto más ciegamente se
limita a repetirlo. De este modo, la Ilustración recae en la mitología, de la
que nunca supo escapar (Benjamin, 1994, p. 80).
La razón especulativa o lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt
denominan ‘aparato teórico’ solo considera verdadero lo que puede com-
probarse con las reglas lógicas que se elaboran con los axiomas en los que
se fundan las mismas reglas, de ahí su circularidad tautológica. De acuerdo
a este funcionamiento del pensamiento todo aquello que queda fuera de
este movimiento de validación no debe considerarse objeto de estudio del
pensamiento filosófico.
El análisis de pasado que desarrollan los historiadores a partir de sus
‘aparatos teóricos’ cae en esta dinámica autorreferencial ya que es a par-
tir de ciertos principios metodológicos determinados a priori que se hace
la selección e interpretación de los documentos y las narrativas. Antes de
comenzar la revisión, el historiador ya determinó que elementos deben bus-
carse y cómo organizarlos. En esta dinámica no hay posibilidad de recu-
perar lo que escapa al método, antes de comenzar a explorar ya se conoce
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Un ejemplo de esto lo podemos ver en la justificación que hacen los españoles de la conquista de
sus colonias en el siglo XVI cuando minimizan el número de víctimas adjudicando sus muertes a
las enfermedades, presentan la parte civilizatoria ‘evangelizadora’ que al cristianizar terminó con
los sacrificios humanos que hacían los pobladores de los territorios conquistados y muestran a las
víctimas como victimarios aduciendo que liberaron a los pueblos sometidos de sus dominadores
como por ejemplo en el Imperio Azteca.
169
Un ejemplo de estas contradicciones lo encontramos en los discursos norteamericanos en los
años de la Guerra Fría donde justificaron su apoyo a las dictaduras militares de América Latina a
nombre de la defensa de la libertad.
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Entre la memoria crítica y la empática: un peinado a contrapelo de la narrativa…
manos de los nazis como los propios soldados alemanes que fallecieron en
los combates o en los ataques de las distintas resistencias.
Sin embargo, para ‘peinar a contrapelo’ por medio de la memoria crítica
es necesario hacer distinciones, aquí la pura identificación del sufrimiento
no es suficiente, por lo que se hace necesario analizar críticamente los por-
menores que llevaron a la situación específica estableciendo los márgenes
de responsabilidad y el grado de inocencia. Esta tarea se complica cuando
vemos que en cada situación concreta es difícil determinar cuándo una per-
sona amenazada por su opresor colabora en el crimen170.
Por medio de lo que hemos definido como ‘memoria crítica’ podemos
‘peinar a contrapelo’ la historiografía historicista con la que se configura el
pasado de nuestras sociedades en Latinoamérica, analizar la barbarie que
acompaña el proceso civilizatorio, identificar el ‘botín en el desfile triunfal
de los vencedores’ y buscar cómo podría ser un futuro en el que podamos
vivir mejor. A continuación, trazaremos algunas líneas en esta dirección
como un ejercicio, que lejos de pretender ser exhaustivo, busca ilustrar las
aplicaciones de esta manera crítica de ver el pasado.
El imaginario Latinoamericano
Es pertinente aclarar a que nos referimos cuando agrupamos a más de seis-
cientos millones de personal bajo el término ‘Latinoamérica’ lo que repre-
senta por sí misma una abstracción problemática. Estamos hablando de un
enorme colectivo que identificamos de acuerdo con un imaginario, enten-
diendo este término como lo hace el historiador Benedict Anderson (1993)
cuando al hablar de una entidad política dice que
170
Un ejemplo de esta situación podemos encontrarlo en el debate que se abrió sobre la colaboración
de las autoridades judías en el Holocausto ver: Arendt Hannah. 1999. Eichmann, en Jerusalén;
Estudio sobre la Banalidad del Mal, traducción de Carlos Ribalta Segunda edición. Publicado en
inglés en 1963. Barcelona: Editorial Lumen.
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En estos días (noviembre de 2018) miles de inmigrantes hondureños, salvadoreños y guatemalte-
cos se encuentran en la ciudad de Tijuana al norte de México tratando de cruzar hacia los Estados
Unidos de Norteamérica y una parte de la población de esa ciudad se está manifestando para que
el gobierno mexicano los deporte con el argumento que son extranjeros y no hay porque recibirlos
ni ayudarles.
172
Incluso aquellos cuyos descendientes llegaron después de lo que se conoce como la Conquista iden-
tifican este elemento como constitutivo de la narrativa amalgamadora de la identidad colectiva.
173
Nos referimos a Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Haití, Jamaica, Las Guyanas, Trinidad y
Tobago
174
La explicación de esta diferenciación es compleja y no será tratada en este espacio por tratarse de
otro tema que si bien no es del todo ajeno tampoco es necesario para el desarrollo de esta exposición.
325
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175
De una población de quizás 25.2 millones de habitantes (según los investigadores de Berkeley), el
centro de México había descendido en 1532 a 16.8 millones, luego a 6.3 en 1548, antes de alcan-
zar los 2.6 millones en 1568. En 1585, el país ya sólo contaba con 1.9 millones de indígenas y, sin
embargo, el estiaje todavía estaba lejos de alcanzarse. (Gruzinski, 1980, p. 87)
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A lo que dice: que por librar de muerte a los inocentes que sacrificaban era
justa la guerra, pero no se debe hacer porque de dos males se ha de escoger Revisar
el menor, y que son mayores los males que se siguen desta guerra que las
muertes de los inocentes: muy mal hace su señoría la cuenta, porque en la
nueva España a dicho de todos los que de ella vienen y han tenido cuidado
de saber esto: se sacrificaban cada año más de veinte mil personas: el cual
176
José Antonio Sánchez, quien fue responsable de la Radio y Televisión Española RTVE afirmó el
6 de abril de 2017 que: “Lamentar la desaparición del imperio azteca es como mostrar pesar por
la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial” como uno de sus argumentos para probar
que “que la misión de los españoles que colonizaron América fue ‘evangelizadora y civilizadora’”
(Sanchez, 2017, p 1).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
número multiplicado por treinta años que ha que se ganó y se quitó este sa-
crificio: serían ya seis cientos mil: y en conquistarla a ella toda: no creo que
murieron más número de los que ellos sacrificaban en un año. Y también por
esta guerra se evita la perdición de infinitas ánimas de los que convertidos
a la fe se salvaran presentes y venideros. Y como dice Sant Agustín en la
Epístola 75. Mayor mal es que se pierda un ánima que muere sin baptismo:
que no matar innumerables hombres, aunque sean inocentes. (Bartolomé de
las Casas, 1965, p. 315)
328
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177
Argentina 1810, Bolivia 1809, Brasil 1822, Chile 1810, Colombia 1818, Ecuador 1809, México
1810, Paraguay 1811, Perú 1811, Uruguay 1825, Venezuela 1810.
329
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
¡Americanos! Tenemos sobre América el derecho mismo que tengan los in-
dios originarios de la Asia como todo el género humano, el que tienen todas
las naciones en sus países, el de haber nacido en ellas, cultivado la tierra,
edificado y defendido sus pueblos: tenemos el mismo derecho que nos da la
injusticia de los españoles europeos, que por haber nacido allí nos quieren
considerar como iguales sino en palabra: tenemos el derecho de las castas,
que han sido excluidas del censo español en la Constitución, porque dicen
los europeos que su representación está embebida en la nuestra: tenemos
el derecho de los indios, porque como paisanos tenemos el derecho nato
de protegerlos contra el bárbaro derecho que se arrogaron los españoles de
declarar en pupilaje eterno a la mitad del mundo para darle su protección que
nadie le pedía. (Teresa de Mier,1997, pp. 577-578)
178
En México se minimiza la participación demográfica de los negros y mulatos y se les confunde
con los llamados mestizos que se presentan como mezcla de español con indígena.
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Entre la memoria crítica y la empática: un peinado a contrapelo de la narrativa…
Los criollos, para poder consolidar su poder, tuvieron que enfrentar a los
europeos que no renunciaron fácilmente a sus intereses y al mismo tiempo
buscaron mantener sus privilegios frente a los indígenas y a los afroameri-
canos. De lo primero tenemos constancia en las narrativas sobre las inde-
pendencias donde se conmemora e incluso se festeja el fin del colonialismo
mientras que lo segundo no aparece nunca registrado en los discursos na-
cionalistas y más bien se ‘disfraza’ en la supuesta emancipación universal
promovida por los libertadores.
La configuración de la nación latinoamericana a partir de las narrativas
independentistas es instrumentada por los criollos que son una minoría de la
población, pero se encuentran en la parte más alta de la jerarquía económica
y social y por lo mismo cercanos a los círculos religiosos. Para movilizar
a las masas y buscar integrarlos como nación imaginaria las elites criollas
se encontraron un lugar en la historia colonial como víctimas del opresor
peninsular y defensores de los derechos de los indios. Dentro de este discur-
so la evangelización se recupera en términos de un humanismo que buscó
rescatar a los indios y emancipar a los esclavos frente a un colonialismo
explotador ajena al verdadero espíritu del cristianismo. “Los principales
temas del patriotismo criollo surgían a partir de la búsqueda de derechos
autónomos. El español americano halló en la historia y en la religión los
medios simbólicos que le permitían rechazar el status colonial” (Brading,
1980, p. 43).
Una de las figuras a las que se recurre para articular esta memoria em-
pática es la de Fray Bartolomé de las Casas que a mediados del siglo XVI
se convirtió en un defensor de los derechos de los llamados ‘indios’. En lo
que se conoce como “La junta de Valladolid” (1550) mantuvo un debate con
Juan Ginés de Sepúlveda que citamos anteriormente y en el argumentó lo
siguiente:
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
que todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación de las que se
hicieron; pero aunque las dijéramos todas, que son infinitas las que dejamos
de decir, no son comparables ni en número ni en gravedad a las que desde
el dicho año de mil e quinientos y cuarenta y dos, e hoy, en este día del mes
de septiembre, se hacen e cometen las más graves e abominables. Porque
sea verdad la regla que arriba pusimos, que siempre desde el principio han
ido cresciendo en mayores desafueros y obras infernales. (Bartolomé de las
Casas, 1965, pp. 64-65)
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Entre la memoria crítica y la empática: un peinado a contrapelo de la narrativa…
Conclusiones
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Referencias
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J. Sánchez, Trad.). Editorial Trota. (Trabajo original publicado en 1969).
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Arendt, H. (1999). Eichmann, en Jerusalén; Estudio sobre la Banalidad del Mal
(C. Ribalta, Trad.). Editorial Lumen. (Trabajo original publicado en 1963).
Brading, D. (1980). Los orígenes nacionalismo del mexicano, traducción Soledad
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Madrid. Disponible en: https://elpais.com/internacional/2017/04/05/mexi-
co/1491351919_094131.html
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MEMORIA Y OLVIDO:
DERRIDA LEE A HERMANN COHEN
Ricardo Forster
Tal vez este sea el espíritu fundacional, aquello sobre lo que se han le-
vantado las instituciones políticas, aquello que está en la base de la má-
quina estatal moderna, lo que le ha dado su razón de ser a toda forma de
soberanía. Esa violencia aterrorizante debe permanecer en el fondo opaco
de la memoria, apenas debe dejarse intuir manteniendo su condición de
huella invisible que sigue recordando que la unidad nacional responde, en
última instancia, a esa imprescindible y arrogante violencia del principio.
336
Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
Pero, y esto es lo esencial del texto de Renan, se vuelve imposible vivir con
la memoria de ese origen, ninguna nación puede perpetuarse recordando
una y otra vez su fondo bárbaro, esa violencia que golpeó dentro de su pro-
pio cuerpo, y lo hizo de un modo brutal, exterminador.
No es casual que Derrida, en su interpretación de Cohen, de ese ensayo
tan urticante escrito en 1915 –Deutschtum und Judentum– utilice como es-
pejo invertido ese otro escrito de un francés; que en la cita que ha elegido,
cita central y definitoria de un campo hermenéutico, aparezca esa palabra
que, sin saberlo, vuelve equívocamente fatal el ensayo de Cohen, me refiero
a exterminio. Cuando Renan ejemplifica con la historia de Francia que no
puede eludir ese origen en el que alguien fue exterminado para que surja
la nación (la historia del Languedoc, de la cruzada contra los cátaros, es el
escenario de fondo al que se refiere el historiador.) Y, sin embargo, Francia
ha “olvidado” ese baño de sangre, del mismo modo que no puede detener-
se una y otra vez en la noche de San Bartolomé o, más cerca de nosotros
y del equívoco de Cohen, de la colaboración sistemática del régimen de
Vichy con la maquinaria exterminadora nazi. Que el exterminio esté en el
origen de la nación vuelve indispensable el olvido, supone que la reescritu-
ra de la historia sea capaz de eludir el trauma que se guarda en ese tiempo
de violencia criminal. Lo que ninguna narración puede impedir, por más
benévola y autoindulgente que sea, es la recurrencia de esa violencia que
elegirá sus propios modos de manifestarse (es oportuno, aquí, recordar el
papel de Francia en Argelia y las derivaciones de algunos de los militares
que participaron en esa guerra colonial, militares que sirvieron de inspira-
ción y fueron maestros del ejército argentino).
Caminos opuestos. Cohen, el judío alemán, el que aspira a recuperar des-
de el fondo de la historia la matriz judía de lo alemán, del mismo modo que
buscará destacar que en el presente, y desde la Reforma, lo judío encuentra
su suelo nutricio, su patria, en Alemania (que Filón de Alejandría esté en la
base de la interpretación cristiana del platonismo, es decir, de la recepción
cristiana de lo griego, y que éste haya sido fundamento del idealismo filosó-
fico alemán, constituye esa genealogía a la que persigue anamnéticamente
Cohen y que le permite formular su convicción nacionalista-cosmopolita,
judeo-alemana.) Renan, por el contrario, postula el olvido como mecanismo
esencial para consolidar la unidad nacional (como francés no siente que
tenga que dar cuenta de su pasado, de sus influencias, de sus derechos, sino,
por el contrario, sabe que es mejor apelar a una narración mitologizante que
opera sobre el pasado construyéndolo de acuerdo con las necesidades de la
nación).
337
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Ahora bien, la esencia de una nación es que todos los individuos tengan
muchas cosas en común, y que todos hayan olvidado muchas cosas. Ningún
ciudadano francés sabe si es borgoño, alano, tefalo, visigodo; todo ciudada-
no francés tiene que haber olvidado la noche de San Bartolomé, las matanzas
del Sur en el siglo XIII. No hay en Francia diez familias que puedan esgri-
mir la prueba de un origen franco, e incluso esa prueba sería enteramente
defectuosa, como consecuencia de los mil cruces desconocidos que pueden
descomponer todos los sistemas genealogistas. (Renan, 1983, p. 16)
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Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
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Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
su fiel admirador, y los comunistas exiliados, cuya delegación estaba dirigida por el escritor pra-
guense Egon Erwin Kisch, que guardaban el recuerdo de Joseph el rojo (“Die rote Joseph”); luego
entre el cura católico encargado de bendecir sus restos y el escritor judío Joseph Gottfarstein, que
exigía que se pronunciara un Kaddish. Todos tenían buenas razones para reivindicar la herencia
espiritual de Joseph Roth. Si él había podido adoptar con desenvoltura todas esas identidades, apa-
rentemente tan contradictorias, es que, en el fondo, era un Heimatlos, un Luftenmensch, un judío
errante. Su cosmopolitismo y su europeidad tenían raíces judías. Abandonó Europa justo antes de
que ella tratara de extirpar a los judíos de su seno, en Auschwitz y en Treblinka” (Traverso, 2004,
pp. 117-118).
342
Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
Israel a un nivel mundial, y dentro de ese destino que logra salirse del loca-
lismo, que rompe lo tribal, el papel de Filón, su platonismo, será decisivo.
Es llamativo que Cohen vea en la figura de Filón el verdadero nexo entre
lo griego y lo cristiano, ya que “había sido el heredero judío de Platón que,
mediante el logos, el ‘nuevo espíritu santo’ (heilige Geist), ha preparado
la vía del cristianismo. Platón (y Filón), como hubiera dicho Pascal: para
preparar al cristianismo. El logos que tiene en efecto un lugar de mediador
en la filosofía de Filón, se convierte en el mediador (Mittler) entre Dios y el
hombre, entre Dios y el mundo.
Sin duda –continúa Derrida en su lectura de Cohen– “Filón no es judío
en tanto que platónico. Pero este discípulo de Platón (y la disciplina tiene
aquí un carácter institucional) domina una corriente judeo-alejandrina que,
por la mediación del logos y del espíritu santo, reconcilia helenismo y ju-
daísmo. Esta influencia no fue solo especulativa sino también institucional.
Ha marcado toda la vida social de los judíos” (Derrida, 1997, p. 59). Es más
que interesante esta filiación que construye Cohen, este lazo entre lo hele-
nístico (habría que destacar que ya no se trata solo de lo “griego”, sino de
ese proceso de universalización nacido del impulso alejandrino que acabó
por sacar a Grecia y a su filosofía de los estrechos marcos fronterizos) y lo
judío-exílico, en particular ese núcleo irradiado por Filón desde Alejandría,
verdadera ciudad-cosmopolita que redefiniría el derrotero posterior del ju-
daísmo. Para Cohen, lo alemán, mediado por la reforma y por Kant, es el
más genuino heredero de ese universalismo judeo-helenístico, en el que
Filón emerge como figura ejemplar, como antecedente de ese hilo originario
que une lo alemán con lo judío.
Cerrando su interpretación del texto, Derrida escribe:
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
344
Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
345
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
que, para él, constituía un término menor, una mala necesidad que alcanzara
a dar cuenta de lo específicamente alemán. Cohen, por supuesto, se sentía
más a gusto con la matriz kantiana183, aquella que sostenía un cosmopoli-
tismo asociado a la paz perpetua y que trataba de imaginar un horizonte
europeo afirmado en la tolerancia entre las naciones. Pero no deja de ser
interesante destacar las diferencias que separan el universalismo sostenido
por Cohen, su enraizamiento en la teoría de las ideas platónica y en la Críti-
ca de la razón práctica kantiana, un universalismo afincado en el idealismo
alemán y portador de una racionalidad de raíz ilustrada, con el genuino
cosmopolitismo de un Joseph Roth o un Walter Benjamin, para quienes lo
transfronterizo, lo supranacional, la traducción, constituían su genuina ex-
periencia europea antes que alemana o, incluso, austríaca.
Benjamin siempre estuvo entrelenguas y entreciudades, fue un habitante
del margen y un francotirador que supo de exilios; Roth, amante del im-
posible imperio desmoronado al final de la Gran Guerra, supo degustar las
diferencias culturales, supo viajar por mundos distintos descubriendo sus
subterráneas correspondencias allí donde también destacaba sus alterida-
des. Lo judío, para el autor de La marcha de Radeztky, era su verdadero
componente cosmopolita, la fuerza que lo volvía un genuino habitante de
Europa. Cohen, arraigado a Alemania, fuerza intelectual alrededor de la que
se forjó una tradición filosófica decisiva, se sentía judeo-alemán, creía que
no había ninguna contradicción entre ambos elementos. Su patriotismo fue
genuino, ingenuo, ridículo si es que lo valoramos desde los acontecimientos
posteriores cuando esa conjunción sería brutalmente arrasada por aquellos
que ahora hablaban en nombre de la verdadera Alemania, la que se despren-
día sin miramientos de sus supuestas raíces judías.
Lo sugestivo de esta filiación que reconstruye Derrida leyendo a Co-
hen es que, más allá de su aparente estructura delirante, de su extrava-
gancia, responde a un núcleo de sentido que ha estado desde un inicio
en la marcha de Occidente y que ha ido adquiriendo distintas caracterís-
ticas de acuerdo a la estación en la que se detuvo. Dicho de otro modo:
Cohen, que persigue la filiación helénico-judía del espíritu alemán, que
exalta el triunfo del protestantismo como eje vertebrador de una nueva
visión del mundo capaz de traducir, modernamente, la idea platónica,
183
Derrida escribe captando la sensibilidad de Cohen: Este movimiento lleva pues a Kant. ¿Quién es
Kant? Es el santo de los santos del espíritu alemán, la más profunda y la más interior sacralidad
del espíritu alemán (in diesem innersten Heiligtum des deutschen Geistes), pero es también aquel
que representa la afinidad más íntima (die innerste Verwandtschaft) con el judaísmo. (Derrida,
2004, p. 72)
346
Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
Pero desde luego que sí, es eso realmente lo que pasa: si la mundialización, si
la homogeneización de la cultura planetaria pasa por la tecno-ciencia, por la
racionalidad, por el principio de razón (y ¿quién podría discutirlo en serio?),
si la gran familia del anthropos se reúne gracias a esta hibridación general,
a través de las más grandes violencias, ciertamente, pero irresistiblemente,
si esa gran familia se unifica y se dispone a juntarse y a asemejarse no como
familia genética sino como familia ‘espiritual’ que confía en este conjunto
que se llama la ciencia y el discurso de los derechos del hombre, en la unidad
de la tecno-ciencia y del discurso ético-jurídico de los derechos del hombre,
a saber, en su axiomática común, oficial y dominante, entonces la humani-
dad se unifica realmente alrededor de un eje platónico-judeo-protestante (y
los católicos son ya protestantes, como hemos visto, al igual que los judíos
son todos ellos kantiano neoplatónicos). El eje platónico-judeo-protestante
es también el eje alrededor del cual gira la psique judeo-alemana, heredera
ésta, guardiana y responsable ésta de la hipótesis platónica, relevada a su vez
ella misma por el principio de razón. Esta unificación del anthropos pasa de
hecho por lo que se llama la cultura europea, en adelante representada, en su
unidad indisociable, por el poder económico-técnico-científico-militar de los
Estados Unidos. Pero si se considera los Estados Unidos como una sociedad
esencialmente dominada, en su espíritu, por el judeo-protestantismo, por no
hablar de un eje americano-israelí, entonces, cabría seguir en el sentido de la
misma hipótesis, la hipótesis de Cohen a propósito de la hipótesis platónica y
su descendencia no sería tan loca. Si es una hipótesis loca, es porque traduce
la locura ‘real’, la verdad de una locura real, esta psicosis logocéntrica que
se habría apoderado de la humanidad desde hace más de veinticinco siglos,
quedando confundidos o articulados ciencia, técnica, filosofía, religión, arte
y política en el mismo conjunto. (Derrida, 2004, pp. 76-77)
347
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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He abordado el pensamiento de Franz Rosenzweig en: Forster, R. (2003). “(Des)habitar el exilio:
Franz Rosenzweig y lo judío”, Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna, Paidós,
Buenos Aires, pp. 171-214.
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Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
185
Michael Löwy recuerda que sus propios padres al salir de Austria buscando el exilio en las lejanas
tierras brasileñas, entre los pocos objetos que se pudieron llevar figuraban las obras de Lessing
y Schiller, verdaderos íconos de esos judíos centroeuropeos que todavía se sentían unidos a lo
alemán a través de su impronta humanista ilustrada (Löwy, 1997).
186
En Deutschtum und Judentum, Cohen escribirá programáticamente que: “Todo alemán debe co-
nocer, hasta el punto de intimidad que ofrece el amor, su Schiller y su Goethe, y tenerlos siempre
tanto en la cabeza como en el corazón. Pero esta intimidad presupone que ha adquirido también un
conocimiento y una comprensión elemental de su Kant”. (Cohen, 2010. Como se cita en Derrida,
2004, p.109)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen
Referencias
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354
LA VISIÓN DE LOS VENCIDOS EN LA CONSTRUCCIÓN
DE LAS IDENTIDADES NACIONALES187
Reyes Mate
187
Este trabajo se inserta en el Proyecto de I+D Sufrimiento social y condición de víctima: dimen-
siones epistémicas, sociales, políticas y estéticas (FFI2015-69733-P), financiado por el Programa
Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
356
La visión de los vencidos en la construcción de las identidades nacionales
las meninas. Sin ellos no habría escala social. Esa España era una pirámide
donde había toda una escala, incluidos esos esclavos negros que encontra-
mos hasta en los conventos (en Valladolid, siglo XVI, un esclavo costaba
lo que un caballo). Santa Teresa, que admitió negrillas en sus conventos,
confiesa a modo de disculpa, que los esclavos le inspiraban gran piedad y
que su padre nunca quiso tenerlos (Ortiz, 1992, p. 35).
En uno de los escalones inferiores de esa escala social encontramos a los
moriscos, considerados seres inferiores, apocados, que malcomían (sobre
todo poca carne y mucha verdura). Mudéjar significa por lo visto “hecho
como carne de pollo o gallina. Y, para más hinri, eran “bozales”, es decir,
hablaban mal romance y su lengua era pura algarabía.
Lo interesante es advertir que cuando España descubre América los in-
dígenas fueron vistos “como unos nuevos moros o moriscos y mudéjares,
unos nuevos esclavillos, una nueva casta de dominguillos y criados… va-
mos, sabandijas conquistadas en buena lid” (Lozano, 1992, p. 23). Cualquier
español bien nacido tenía derecho a tener su perro, su Bárbola o su moro.
Y los españoles en conjunto se veían frente a ellos como seres superiores.
Para manifestar la superioridad de la cultura de aquella España, Jiménez
Lozano cita como testigo a un tal Fray Antonio de Remesal (1619) quien
no tiene empacho en reconocer que militares y evangelizadores exhibían
como símbolo de su religión no la imagen del crucificado sino la del após-
tol Santiago Matamoros, montado en caballo blanco (el de la invasión),
consiguiendo de los indios que creyeran que el Dios de los españoles era
“muy valiente”. Como esa exhibición de poderío tenía el no pequeño in-
conveniente de que su Dios había muerto en una cruz, se tomó entonces la
prudente decisión de no hablar de la Pasión de Jesús, porque hablar de un
Dios crucificado podía ser ruinoso. Así lo escribe el fraile predicador para
que nadie se llame a engaño por la gravedad de la decisión:
357
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
4. ¿Qué lengua? Los lingüistas bien saben que la lengua acompaña al poder,
pero con la particularidad que el español que llega a América no puede ser
pensada al margen de otras dos lenguas con las que convivió: el árabe y el
hebreo. Convivió, primero, y las sobrevivió, después. Para entender el papel
histórico de la lengua, los hispanohablantes tienen que someterse al ejerci-
cio que propone Derrida en su texto El monolingüismo del otro, un título
paradójico pues a entender que la lengua que uno habla es de otro. Derrida
ahí analiza su relación con el francés, pero con la intención de aclarar la re-
lación de cualquier hablante con su lengua “materna” o “natural”. A Derrida
le preguntan que cual es su lengua, una pregunta fácil a primera vista pero
que deja de serlo si tenemos en cuenta que él es un francés “pied noir” y
358
La visión de los vencidos en la construcción de las identidades nacionales
judío. Al ser judío es francés por decreto (Decreto Crémieux, 1870), luego
revocado por el Gobierno francés de Vichy (desde 1940 a 1943).
Tengamos igualmente en cuenta que Derrida nace en y se forma en Arge-
lia, una colonia francesa de la que no saldrá hasta los 19 años. Si, conforme
a lo que decía Max Aub, “uno es de donde hace el bachillerato”, tendremos
claro que Derrida tenía conciencia de ser un francés marginal, no de la me-
trópoli. Estas circunstancias condicionan su relación con la lengua francesa
que él habla ya que esa habla es inseparable de un triple “interdit” (pro-
hibición, restricción, exclusión). El primer “interdit” afecta al hebreo: el
francés es la lengua de sus padres, judíos, que no saben hebreo; el segundo,
al árabe: el francés es la lengua de los pied noir argelinos porque el árabe es
considerado una lengua extranjera; el tercero se refiere el francés que él ha-
bla pero que es un francés impuro, con acento, que suena extraño al francés
de la metrópoli. Habla francés porque ha habido esos tres silenciamientos.
Eso le lleva a la conclusión de que el francés que habla en casa y en la colo-
nia es una lengua impuesta, violentamente impuesta, es decir, no es natural
ni materna.
Esa relación de Derrida con la lengua podría ser interpretada como la
propia de un colono, de una colonia, experiencia tantas veces repetida por
los pueblos colonizadores. Derrida, sin embargo, no se refugia en esa có-
moda explicación, sino que tiene la osadía de universalizar su caso, es de-
cir, eleva su experiencia singular a categoría. Lo que nos quiere decir es
que solo podemos decir que poseemos una lengua –y que esa lengua es la
materna o natural– si media un gesto de imposición y de silenciamiento
violentos.
La violencia, en efecto, es evidente en el caso de la imposición violenta
que lleva a cabo el colonizador (decretando, por ejemplo, en argelina que el
árabe es una lengua extranjera) pero también está presente en el momento en
el que el infante aprende la lengua de la madre. Se la transmite ciertamente
como un don, como algo gratuito, pero tras un proceso de acallamiento de
otras alternativas. Por eso dice Derrida que “no tengo más que una lengua y
ésa no es mía”. No podemos decir que poseemos una lengua porque la len-
gua siempre nos precede, es “la casa del ser” y de nuestro lenguaje, es decir,
es un don que solo podemos apropiárnoslo desnaturalizando la gratuidad
originaria al silenciar alternativas rivales.
Por lo que respecta al español hay que decir que esa lengua se impo-
ne porque consigue acallar violentamente el árabe y el hebreo con las res-
pectivas expulsiones. El español se ha impuesto en España violentamente.
Lo explica muy bien Cervantes, en el capítulo VIII de El Quijote de la
Mancha. Ahí nos enteramos de que El Quijote es traducción de un original
359
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La visión de los vencidos en la construcción de las identidades nacionales
190
Y así como Grecia vencida helenizó en cierta medida a Roma, los muslimes y los hebreos rendi-
dos o expulsados, dejaron (aunque no siempre visibles) hondas huellas en la vida de los cristianos
de España; los vencidos y descartados por los Reyes Católicos ya habían impreso en el ánimo el
vencedor, ante todo, el sentido totalizante de la creencia religiosa. (Castro,1973, p. 148)
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La visión de los vencidos en la construcción de las identidades nacionales
sus colegas porque intuyen que tuvo un pasado sin pedigrí. Sospechan en
efecto que viene del mono y no de una noble cuna como ellos. El científico
cuyos ancestros eran simios (y, por tanto, él era un exsimio) tiene que justi-
ficarse y reconocer lo que la ciencia no puede ignorar, algo que confirma las
peores sospechas de sus sesudos colegas… El aviso que nos manda Kafka
es de actualidad: no nos creamos eso de que el hombre moderno es sujeto
de derechos; para el poder el ser humano es un animal.
Entonces ¿qué nos queda? Pues deconstruir la identidad. Entender su
profunda contradicción inscrita en el mismo término del “nosotros” que
significa no-otros. Somos sujetos de responsabilidad convocados por los
demás. Un politólogo alemán, Helmut Dubiel, da la vuelta al tema de la
identidad y propone que ésta se construya no sobre los rasgos emergentes
de un pueblo (su religión, su lengua, sus costumbres etc) sino sobre lo ex-
cluido por esos elementos dominantes. Dubiel sostiene la tesis de que “au-
mentan los signos de trasformación de una forma de legitimación estatal,
en clave positiva tradicional, hacia una forma de legitimación democrática
que integra la memoria del duelo por la injusticia colectiva perpetrada en el
contexto de la propia historia” (Dubiel, 1999, p. 11).
Según este autor estaríamos pasando de una forma de legitimación colec-
tiva, basada en la tradición, –en el patriotismo, en el orgullo por pertenecer
a una historia que ha conquistado grandes metas– a otra, mucho más de-
mocrática, que integra la memoria de los sufrimientos causados para lograr
esas metas. El autor pone ejemplos: EE. UU. asume la culpa por la esclavi-
tud y el racismo; el gobierno australiano hacía lo mismo en relación con el
exterminio masivo de aborígenes; el gobierno holandés, por la injusticia en
el saqueo colonial de Indonesia; el gobierno francés reconocía su culpa por
la colaboración del régimen de Vichy 191; Noruega, por la colaboración de su
gobierno con los nazis. También habla de la culpa reconocida por las “jó-
venes” democracias de América Latina respecto a su pasado dictatorial…
Estamos pues ante una nueva cultura de legitimación “postotalitaria” que
incorpora la memoria de injusticias pasadas como momento fundamental
de esa nueva identidad.
El autor da un paso más y fija el nacimiento de esa nueva conciencia
en 1989, con la caída del muro. Hasta ese momento la legitimación de las
democracias liberales se definía en contraste con el totalitarismo del Este.
Cuando cae el muro, ese juego ya no vale. En ese momento comienza una
reflexión colectiva sobre la propia responsabilidad en el proceso conforma-
dor de la identidad nacional. Es lo que ocurre en Alemania que pasa a ser
191
Francoise Vergès, amplia el campo de responsabilidades a la esclavitud (Verges, 2010, p. 17).
365
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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366
MEMORIA Y JUSTICIA POPULAR:
EXHUMACIONES DE LAS VÍCTIMAS
DEL FRANQUISMO DURANTE LA TRANSICIÓN
ESPAÑOLA
192
Esta investigación ha sido posible gracias a las ayudas para la formación de jóvenes investigadores
del Ministerio de Economía y Competitividad (España), convocatoria 2013, así como del trabajo
realizado en el marco de los proyectos de I+D+I CSO2012-32709: “El pasado bajo tierra: exhuma-
ciones y políticas de la memoria en la España contemporánea en perspectiva transnacional y compa-
rada”, CSO2015-66104-R: “SUBTIERRO: Exhumaciones de fosas comunes y derechos humanos
en perspectiva histórica, transnacional y comparada”, Ministerio de Economía y Competitivad y
“UNREST: Unsettling Remembering and Social Cohesion in Transnational Europe” financiado por
el European Union’s Framework Programme for Research and Innovation “Horizon 2020”
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Exhumar
368
Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
369
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Desde la mitad de los años 80, la ciencia forense –la que sirve para la justi-
cia– ha asumido una posición dominante en la investigación sobre violencia
política (Dziuban, 2017, p. 12) –el llamado “giro forense”. Hubo un giro
epistémico hacia los cuerpos y los objetos, basado en –y desarrollándose
a través de– la preferencia por la evidencia material en su capacidad para
contener la “verdad” (Dziuban, 2017). Hemos pasado de la era del testigo
a la era del hueso (Ferrándiz et al., 2015, p. 13). En este nuevo paradigma,
el hueso destrona al testigo porque se considera algo más fiable que una
persona que podría mentir (Keenan y Weizman, 2015, p. 93).
La influencia del discurso transnacional de derechos humanos basado en
los conceptos de “verdad, justicia y reparación” en una exhumación fomen-
ta el uso de una metodología científica que permite la recopilación de prue-
bas para un procesamiento judicial. A la inversa, el uso de tal metodología
produce cierto tipo de pruebas y evidencias que son las que construyen los
discursos, y producen cierta idea de justicia. Actualmente, la idea de justicia
en las exhumaciones es una de justicia formal basada en la exactitud cientí-
fica de los datos que pueden proporcionar las aperturas de fosas.
En el contexto de las exhumaciones de los 70 y 80, sin metodología cien-
tífica y sin proceso judicial, los conceptos de verdad y de prueba eran muy
distintos a los que conocemos y manejamos hoy en día. La construcción de
la verdad en los discursos de memoria tomaba un camino distinto. No se
trataba necesariamente de saber “a ciencia cierta” quiénes eran las perso-
nas que fueron asesinadas y enterradas en la fosa común que se exhumaba,
370
Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
Evidenciar
371
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Figura 1 Figura 2
Exponer y denunciar
“Esta misma [foto], fueron los primeros huesos que se recogieron, que llevé
una sábana y se echaron en una sábana. Y al haber tantos, se vino a por una
caja. […]. ¿Lo ves […] cómo se puso todo en el Interviú para que parecieran
más?” Entrevista con Felisa Casatejada en Casas de Don Pedro (Badajoz),
15 de mayo de 2015 [Énfasis mío].
372
Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
193
Como el experto forense Clyde Snow en los juicios a la junta militar argentina (ver Joyce, C., y
Stover, E. (1993). Witnesses from the Grave. From Mengele to Argentina’s “Disappeared”-The
Stories Bones Tell. London: Grafton)
375
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
Teniendo en cuenta las formas protagonizadas por los cuerpos, tanto los
de los muertos como los de los vivos, combinando aspectos de exposición
a la luz pública –es decir de visibilidad sobre el crimen–, y de puestas en Revisar
escena – es decir de denuncia del crimen, podemos hablar de la emergencia
de una justicia popular, que se quedó en un plano informal y local, dadas
las circunstancias y la poca repercusión a nivel nacional de los procesos de
exhumación en aquellos años, pero que participó –gracias a la forma en la
que fue plasmada en su escenificación– de la dignificación de las víctimas.
La idea de justicia no era explícita, pero podemos ver en estos procesos
de memoria los primeros pasos hacia ella. Consisten en reactivar la memo-
ria como responsabilidad histórica. Según Reyes Mate (2012), la memoria
es el inicio del proceso de justicia (p. 106) y sin la memoria de la injusticia,
no hay justicia posible (p. 110). En efecto, la memoria hace visible lo in-
visible y se presenta como capaz de conocer los no-hechos (Mate, 2011b,
pp. 471-473). En este sentido, el hacer memoria de la injusticia como se
hizo con las exhumaciones de los años 70 y 80 formaba parte de un proceso
de justicia
Sin embargo, estos procesos fueron ellos mismos víctimas de una nueva
–o en realidad, una continuada– invisibilización por parte de los vencedo-
res, del poder vigente. Ya no víctimas de una represión brutal como la de
la Guerra Civil y de la dictadura, sino de una represión a través de meca-
nismos sutiles de contención que resultaron en el hecho de que la memoria
de las víctimas del franquismo no entrara en el régimen de verdad. En este
sentido, podemos concluir que lo que obtuvieron las víctimas gracias a las
exhumaciones fueron algunos elementos de justicia, que fueron el resultado
de una mezcla entre deseo de dignificación y amoldamiento a las circuns-
tancias de la Transición y su discurso hegemónico (de Kerangat, 2017).
Como consecuencia, no lograron una gran visibilidad y en este sentido, fue
una justicia limitada.
Hoy en día, la situación es distinta y las víctimas buscan por todos los
medios obtener justicia a través de los mecanismos oficiales. Benefician
de mayor visibilidad, pero la respuesta del Estado sigue siendo negativa
en su conjunto. Esto puede llevar a preguntarnos qué tipo de justicia se
377
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
puede buscar para poder hacer su duelo como víctima. El hecho de que no
hayan sido juzgados los perpetradores y probablemente nunca lo serán es
un primer problema. Quizás se puede compensar con la responsabilidad
del Estado, su reconocimiento oficial y un apoyo real a las iniciativas de
recuperación de la memoria. Pero la idea de reparación a través del proce-
so de justicia formal hoy en día se enfrenta a muchos obstáculos, también
económicos y materiales que, en los años de la Transición, por ni siquiera
contemplarse, no se daban. Como las demandas o exigencias en términos
de justicia y exactitud científica son más altas, hay dificultades añadidas
para obtener satisfacción.
A modo de conclusión, recordemos que los marcos necropolíticos están
en cambio permanente, se conectan y se funden. Los conceptos y los dis-
cursos evolucionan a la par que las prácticas de memoria se ajustan a los
contextos y a los deseos de las familias en un movimiento permanente en el
tiempo y en el espacio. Van modificando la interpretación de prácticas pasa-
das y, a la vez, se puede reinterpretar las actuaciones actuales y ponerlas en
perspectiva. Las fosas de las víctimas de la represión franquista se han ido
abriendo y memorializando desde 1936. Es importante tener en cuenta esta
genealogía a la hora de interpretar los procesos de exhumación.
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Memoria y justicia popular: Exhumaciones de las víctimas del franquismo…
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José Vidorreta.
[Fotografía del monte de La Horra (Burgos)]. (Principio de los años 80). Fotogra-
fía cedida por José Ignacio Casado.
[Fotografía de la “Operación Retorno” de Peralta (Navarra)]. (1978). Fotografía
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379
REELABORANDO EL PASADO:
UNA APROXIMACIÓN A LA JUSTICIA
TRANSICIONAL EN COLOMBIA194
Onasis R Ortega195
194
El presente trabajo se deriva del proyecto de investigación: Limites y desafíos de la memoria:
justicia, verdad y olvido (C.I. 4394), proyecto desarrollado en el marco del doctorado en Filosofía
de la Universidad del Valle, con el apoyo de Colciencias, Convocatoria doctorados nacionales
757-2016.
195
Becario de Colciencias, doctorados nacionales 757-2016.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
196
Mención aparte merece la negociación con los paramilitares (AUC), pues tratándose de un grupo
para militar y antisubversivo, no se conocen confrontaciones importantes entre las fuerzas mili-
tares y frentes paramilitares. Se sabe que actuaron con la anuencia de las fuerzas del Estado, tal
como ha sido documentado en los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica. La ne-
gociación de paz con este grupo no fue una negociación entre el Estado y un grupo de oposición,
sino una negociación entre similares. Véase GMH (2013).
El estado colombiano había implementado otros procesos de paz: en 1984 el gobierno de Belisario
Betancourt firmó un acuerdo de paz con las FARC, acuerdo que terminaría fracasando en 1987
tras el asesinato de los líderes de la Unión Patriótica. En 1990 el gobierno de Virgilio Barco firmó
un acuerdo de paz con el M19, tras el cual se hizo uno de los primeros procesos de reinserción
de excombatientes a la vida civil. En ese mismo sentido se firmaron acuerdos de paz con el EPL
y el Quintín Lame en 1991. Sin embargo, en ninguno de esos casos se implementaron procesos
de justicia transicional, lo que predominó fue el indulto y la amnistía, no hubo comisiones de la
verdad, ni juicios, ni reparación, ni víctimas, ni verdad.
382
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
197
Con la ley 975 de 2005 se creó la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR)
cuya función, entre otras, es: “Garantizar a las víctimas su participación en procesos de esclare-
cimiento judicial y la realización de sus derechos. Presentar un informe público sobre las razones
para el surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales” (Congreso de la República, 2005,
p. 27). Para adelantar esa tarea, la Comisión creo el Grupo de Memoria Histórica (GMH), un gru-
po interdisciplinar que elaboró el informe ¡Basta ya! Colombia; memorias de guerra y dignidad.
Tanto la (CNRR) como él (GMH) pasan a conformar el Centro Nacional de Memoria Histórica
creado por la ley de víctimas y restitución de tierras en junio de 2011; desde entonces el país ha
conocido un significativo número de informes que documentan el conflicto y reconstruyen la
memoria histórica de la violencia.
383
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
384
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
198
Sobre la incidencia que ha tenido en Colombia la Corte Interamericana de Derechos, véase Acosta
López y Espitia Murcia (2017).
385
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Las razones que miran hacia atrás son sin duda sobre todo las razones de los
jueces y litigantes, y de las organizaciones de víctimas y de derechos huma-
nos que rondan el aparato judicial. Las razones que miran hacia adelante son,
en cambio, las del ejecutivo y muchos políticos. (Orozco, pp. 36-37)
386
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
387
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Justicia en suspenso:
Los caminos de la transición en Colombia
[…] José Arcadio Segundo no habló hasta que no terminó de tomar el café.
― Debían ser como tres mil, murmuró.
― ¿Qué?
Los muertos, aclaró él. Deben ser todos los que están en la estación.
― La mujer lo midió con una mirada de lástima. “Aquí no hay muertos”,
dijo. “Desde los tiempos de tu tío, El Coronel, no ha pasado nada en macon-
do… No hubo muertos” (Marqués, 1967, p. 261)
388
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
acuerdo con los paramilitares y se trazó el camino para futuros acuerdo con
las guerrillas199.
No hay entre los estudiosos del caso colombiano un acuerdo sobre si en
el país se aplica un proceso genuino de justicia transicional, el caso colom-
biano parece más bien sui géneris. Por un lado, hay quienes dudan de una
justicia transicional en Colombia, ¿Justicias transicional sin transición?, de
Rodrigo Uprimny es una muestra de cierto escepticismo frente al proceso
con los paramilitares; para el sector judicial, pareciera que, si se está apli-
cando un proceso de justicia transicional, así lo muestra la intervención de
la Corte Constitucional200 en la ley de justicia y paz y el desempeño de la
Fiscalía General de la Nación en la operación de esa ley. Otros como Pablo
de Greiff toman un camino intermedio, ven el caso colombiano un proceso
con fórmulas y mecanismos de justicia transicional, pero no de justicia tran-
sicional como tal (De Greiff, 2007).
Para aclarar el panorama jurídico y político, la Corte Constitucional esta-
bleció que la justicia transicional en Colombia se entenderá como:
199
Esta ley se inspira en un principio judicial que muchos países aplican frente a la delincuencia, el
de medir el castigo según el grado de colaboración y sometimiento de los inculpados. Si ello se
aplica respecto de delitos individuales, con mayor razón debe operar para la llamada violencia
colectiva por causas políticas. “Pero, la discusión se hace más compleja cuando se coloca como
parámetro los grandes avances de la humanidad en materia de justicia humanitaria”. (Acevedo, 2
de agosto de 2005)
Por esos tiempos, el historiador Dario Acevedo (2005) afirmaba: “El equipo de Gobierno ha sos-
tenido que el objetivo de la paz exige un cierto sacrificio de los umbrales de justicia teniendo en
cuenta que la paz es el anhelo más importante para Colombia y que el Estado no ha derrotado a
los paramilitares en el campo de batalla. Lo anterior obligaba al Gobierno a tramitar un marco
jurídico para legitimar los acuerdos y para hacerlos universales, es decir, aplicables a cualquier
grupo que, esgrimiendo motivaciones políticas, hubiese organizado estructuras para adelantar ac-
ciones violentas”.
200
Corte Constitucional, Sentencia N°C-370 de 2006.
389
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202
Véase Jaramillo (2016) y Valencia (2015).
394
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Por estos mismos tiempos, se crearon dos espacios oficiales que se con-
sideran emblemáticos para la memoria del conflicto: el Museo Casa de la
Memoria de Medellín (2006) y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación
en Bogotá (CMPR). En el primer caso se trata de una iniciativa oficial, en
el marco del Programa de Atención de Víctimas de la Alcaldía de Mede-
llín, este espacio tiene como fin: “contribuir desde el ejercicio de la memo-
ria en escenarios de diálogos abiertos y plurales, críticos y reflexivos, a la
comprensión y superación del conflicto armado y las diversas violencias
de Medellín, Antioquia y del país” (Museo Casa de la Memoria, 2008).
En el mismo sentido, el Centro de Memoria Paz y Reconciliación (2008)
fue una iniciativa oficial de memoria impulsada por la Alcaldía de Bogotá y
la ONG-INDEPAZ, cuyo compromiso es dignificar la memoria de las víc-
timas y promover una cultura de paz y respeto por los derechos humanos.
Si bien se trata de iniciativas oficiales, estas instituciones representan la
implementación de los fines de la justicia transicional con marcado interés
de incidir en la compresión del pasado.
La justicia transicional está cambiando el discurso dominante de la his-
toriografía tradicional sobre el pasado de la violencia, discurso centrado
en la estructura, los actores, las instituciones, los partidos y personajes
de la política. Un efecto de la justicia transicional consiste en la legitimi-
dad que han ganado los procesos de memorialización, procesos que cuen-
tan con iniciativas que someten a discusión la interpretación del pasado.
Las iniciativas oficiales a las que me referí, surgieron en un momento en el
que el discurso negacionista del conflicto contaba con un importante res-
paldo político e ideológico, sin embargo, el rigor académico fue abriendo
camino a el enfoque de memoria histórica como perspectiva oficial de me-
moria, con un fuerte reconocimiento de las víctimas del conflicto, pero tanto
la perspectiva metodológica, historiográfica y jurídica, como el reconoci-
miento de las víctimas contribuyeron a su legitimidad que, a mi entender,
implica un cambio en el enfoque de la historia de la violencia.
Con lo dicho hasta ahora, resulta comprensible que el papel de la me-
moria en el entendimiento del pasado de violencia resulta relevante. Desde
la perspectiva de la memoria, el pasado de la violencia no es un periodo
histórico que dejó víctimas, sino que evidencia las luchas ciudadanas por la
396
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
[…] por lo general los relatos de las víctimas son negados por la versión
mayoritaria de los hechos, a través de al menos dos estrategias: por un lado,
la racionalidad de las víctimas es puesta en duda, pues se las presenta como
seres patológicos, con problemas sicosociales, demasiado emotivos, resenti-
dos, etcétera. Por otro lado, las víctimas son sometidas a la teoría de los dos
demonios, de conformidad con la cual las atrocidades cometidas en su contra
se justifican en función de su pertenencia o cercanía al grupo enemigo, cuya
aniquilación por parte del Estado es justificada. (Saffon, 2007, p. 1)
203
A esta iniciativa se sumaron organizaciones de derechos humanos que existían con anterioridad a
la Ley 975 de 2005.
397
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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204
Véase Jaramillo, J. (2016)
398
Reelaborando el pasado: Una aproximación a la justicia transicional en Colombia
399
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
400
LOS DILEMAS DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL EN
LOS PROCESOS DE CONSTRUCCIÓN DE SENTIDO:
EL CASO COLOMBIANO
Introducción
205
En el proceso constituyente confluyeron entre otros, movimientos estudiantiles de finales de la
década de los 80 (el movimiento de la Séptima Papeleta) y la institucionalización de una parte de
la insurgencia guerrillera (especialmente el M-19) (Cfr Fariñas Dulce, M. 2012).
402
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403
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
404
Los dilemas de la Justicia Transicional en los procesos de construcción de sentido:…
El fin principal del proceso consiste en configurar una solución que re-
gule adecuadamente el conflicto propuesto. En este contexto se construye
verdad jurídica, por medio de la confrontación de unos hechos afirmados
y negados por los sujetos procesales con las pruebas obtenidas en el pro-
ceso; de esta forma, y, parafraseando a Heidegger, se llega a una fase de
“desocultación”.
La sentencia debe concretar ese propósito al desvelar el estado de incer-
tidumbre presentado por las partes procesales. Se trata de un momento en
el cual se manifiesta un juicio sobre los hechos delimitados en el thema de
decisión. Es el lugar de la verdad jurídica, fundamentalmente procesal, ya
que es aquí donde un sujeto manifiesta, por medio de la fuerza del discurso,
cuál es el derecho que corresponde frente al caso concreto en atención a lo
confirmado en el debate procesal.
Es en la decisión judicial donde se crea un “derecho concreto” (una nor-
ma particular y concreta, según Kelsen), gracias a la conciliación entre un
texto normativo general y abstracto, que debe ser interpretado, argumentado
y justificado responsablemente en relación a un caso específico. Al final, se
supera la formulación insuficiente de las proposiciones vertidas en el juicio.
405
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
206
Manuel Atienza (2017), advierte que el “giro argumentativo”, se ha debido a “una demanda cre-
ciente de democratización (de necesidad de justificar con razones, y no apelando simplemente a
la autoridad, las decisiones de los órganos públicos): un fenómeno este último que, en la inmensa
mayoría de nuestros países, es todavía reciente” (p. 98).
406
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Atienza (2017), advierte del riesgo de utilización ideológica de las teorías argumentativas del
derecho y la confusión de lo ideal con la realidad (pp. 112-ss.).
208
Cuando se piensa en la imparcialidad, la posición de Brian Barry es bien ilustrativa, siendo per-
fectamente aplicable a los procesos del sistema transicional de justicia. Un tercero habrá de tener
en cuenta los intereses de todos los sujetos participantes del proceso, todos conscientes de que
han obrado del modo que razonablemente se podía esperar que lo hicieran, excluyendo toda po-
sibilidad de reclamación de privilegios especiales basados en motivos que no pueden resultar
libremente aceptables para los demás (Barry, 1997, p. 33).
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209
Es interesante la aportación de Hannah Arendt (1981), a pesar de sus presupuestos metafísicos e
idealistas, porque nos sitúa descarnadamente ante los fundamentos de toda dominación totalitaria,
que por definición rechaza la ejemplaridad de la memoria (pp. 461ss.).
410
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210
En la obra colectiva coordinada por Felipe Gómez Isa (director), El derecho a la Memoria,
Diputación Foral de Guipuzkoa, Zarautz, 2006, se pueden encontrar un variado número de
artículos de relevantes autores sobre diferentes aspectos del derecho a la memoria, en clave
interdisciplinaria, así como el derecho de reparación de las víctimas y la Jurisprudencia inter-
nacional sobre la misma.
211
Especialmente la justicia y la reparación es urgente en el caso de las mujeres y niñas, cuando la
violencia general contra ellas y la violación sexual han sido utilizadas sistemáticamente como
arma de guerra o como técnica de limpieza étnica.
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Reconocemos dos tipos de reglas: (i) Reglas de argumentación racional de tipo monológico:
reglas referidas a la estructura de los argumentos, que exigen, por ejemplo, la no-contradicción,
la universabilidad en el sentido del uso coherente de los predicados utilizados, la claridad lin-
güístico-conceptual, la verdad de las premisas empíricas utilizadas, la completitud deductiva de
los argumentos, la consideración de las consecuencias, ponderaciones, el intercambio de roles
y el análisis del surgimiento de las convicciones morales. (ii) Reglas de tipo no-monológico:
reglas referidas al procedimiento del discurso, para asegurar la imparcialidad de la argumentación
práctica y con ello la formación práctica de los juicios que en ella se basa. Las reglas específicas
del discurso hacen referencia a la participación, cuestionamiento y expresión en aquel. Entre las
reglas específicas del discurso identifica las siguientes: (1) Todo hablante debe participar en el dis-
curso. (2) Todos pueden cuestionar cualquier aserción; todos pueden introducir cualquier aserción
en el discurso; y, todos pueden expresar opiniones, deseos y necesidades. (3) Ningún hablante
puede ser impedido a través de una coacción dentro o fuera del discurso a ejercer los derechos
establecidos (R. Alexy, 1994, pp. 137-138).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Creemos que esta apuesta de Alexy puede tener total aplicación en los
procedimientos dialógicos que se surtan ante la JEP. Para esto deben res-
petarse unas reglas de juego, que finalmente permitirán la obtención de de-
cisiones que estén en consonancia con la corrección de verdad a la que se
aspira. Son los mínimos que se imponen, sin que pueda olvidarse la parti-
cipación de las víctimas en esa lógica dialógica del trámite adversarial que
deberá hacer viable la imparcialidad, la independencia judicial, debida mo-
tivación, publicidad, contradicción, presunción de inocencia, favorabilidad,
doble instancia, etc.
Al fin, habrá un resultado satisfactorio: “una teoría sobre la fundamen-
tación que presupone una construcción teórica adecuada sobre el lenguaje.
Las decisiones de nuestros jueces deben basarse en “argumentaciones ra-
cionales”. La argumentación judicial se constituye en la cuestión central de
la teoría del discurso jurídico. “De que sea posible la argumentación jurídi-
ca racional depende no solo el carácter científico de la Jurisprudencia, sino
también la legitimidad de las decisiones judiciales” (R. Alexy, 1989, p. 19).
En estas condiciones, creemos que la configuración de la verdad en el
escenario procesal supone respetar las siguientes reglas:
En primer lugar, se impone respetar condiciones de orden contractual que
deben ser llenadas y respetadas en todos los procesos, como reglas formales
esenciales para un discurso racional en dichos espacios. Esas condiciones
son las siguientes: la capacidad de comprensión, igualdad de derechos de
las partes, la exclusión de la fuerza, amenaza y engaño. Asimismo, debe
satisfacerse la pretensión de legitimidad del derecho a través de su consis-
tencia y su aceptabilidad racional.
414
Los dilemas de la Justicia Transicional en los procesos de construcción de sentido:…
213
Arthur Kaufmann rechaza cualquier consideración que asevere que los contenidos de justicia
puedan inferirse exclusivamente de la forma o del procedimiento, toda vez que se sucumbiría en
un autoengaño. Aboga por una teoría procesal que no sea pura en su totalidad. El procesamiento
de un derecho justo requiere de la formulación de una teoría procedimental de la justicia fundada
materialmente, que tenga como fuente las relaciones personales. La persona es el centro de impu-
tación del Derecho justo, es el cómo y el qué, entendiendo por persona relación. Así, es persona
el cómo y el qué, sujeto y objeto del discurso normativo en uno, dentro y fuera de ese proceso
discursivo.
Elaborar en concreto una teoría procesal de la justicia basada en la persona, de este
estilo, no puede ser sólo tarea de la filosofía del derecho sino una causa de todos aquellos
a quienes está confiado el derecho. Para ello se necesita el discurso, pero no sólo en la
forma de un modelo de pensar ficticio (“estadio primitivo”, “situación dialogante ideal”)
sino sobre todo en la forma de comunidades de argumentación realmente existentes
(a través de la historia), en las cuales se intercambien verdaderas experiencias y con-
vicciones sobre “cosas”. Un discurso real semejante requiere un fundamento empírico.
También, filosofía, filosofía del derecho y teoría del derecho son dependientes de la ex-
periencia y el experimento, si no se quieren reducirse a especulaciones. El experimento
de la filosofía es su entrada en la historia y este experimento tiene la gran ventaja de que
no es simplemente ficticio. Los principios de justicia –suum cuique, regla de oro, impe-
rativo categórico, principio de equidad, mandamiento de tolerancia– son efectivamente,
más allá de toda experiencia histórica, “fórmulas vacías”. Pero nunca serán entendidas
así y ellas sólo tienen sentido en la forma en que, en las correspondientes circunstancias
temporales, están saturadas de contenido. Ciertamente ellas no son en tal conformación
nunca absolutas sino históricas. (Kaufmann, 1999, pp. 509-510)
415
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
situación del otro, tratar de entender sus sentimientos y razones de una ma-
nera que nos mueva a la acción” (García Villegas, 2018, p. 139).
¿Qué hacer?
418
Los dilemas de la Justicia Transicional en los procesos de construcción de sentido:…
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419
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
420
Pa r te 3
La paz como ruptura con un pasado violento involucra una difícil reconfigu-
ración de la memoria. Para procurar comprender este proceso, me resulta de
particular interés partir de una intuición del universo borgeano sintetizada
por María Kodama en una disertación: “el tiempo y la memoria determi-
nará con inflexibilidad el destino de los seres humanos” (Kodama, 2016,
p. 28)214. Cuando la paz es efectiva, es decir cuando se llega a un acuerdo
para dejar atrás las violencias presentes en las comunidades y garantizar su
no repetición en el futuro entonces se enfrentan profundas transformaciones.
Es allí donde la memoria actúa como expresión colectiva asentándose de
manera férrea y con la firmeza borgeana marcará un quiebre hacia el futuro.
Esto en efecto delimitará con precisión los modos de relaciones al interior
del régimen político y del Estado, reparando de manera fundamental en la
consideración de lo justo. En este sentido, una paz sin eufemismos conlleva
214
Si bien en la conferencia María Kodama hacía referencia a la biografía, esta intuición puede ser
extensiva la memoria de los pueblos.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
215
En el primer prólogo de Fervor de Buenos Aires publicado en 1923, y también como El Tamaño
de mi Esperanza autocensurado durante su vida, presenta su poesía como una declaración del
“asombro de las calles endiosadas por la esperanza o el recuerdo” (Borges, 2011. p. 187).
216
A propósito del criollismo dialogante es pertinente precisar cómo se relaciona con estructuras de
pensamiento propias de la civilización occidental para la construcción de la memoria. Borges en
su dialogo con Ernesto Sábato ponen al descubierto su carácter permanente, inconcluso e imper-
fecto. En él mismo Sábato introduce el asunto haciendo referencia a disposición, muy latinoame-
ricana a mi gusto, de discutir y procurar resolver diversos temas al rededor en una mesa de café,
a propósito, señala: “Sócrates era un filósofo de café, le gustaba charlar con los muchachos en las
esquinas de Atenas”, después de una digresión puntualiza: “El pensamiento occidental empieza
en Grecia. Por eso creo, Borges, que a los griegos les debemos muchas virtudes y otros defectos”
desde su percepción del mundo griego presenta contradicciones a través de las lecciones socrá-
ticas, a propósito, puntualiza: “La exaltación de la razón y la desvalorización de los atributos no
racionales del hombre, que son mucho más importantes, son esos defectos. Sócrates mismo desva-
lorizó esas cosas profundas de la religión, la emoción, el sentimiento”; a lo que Borges responde
no sin ironía y credulidad: “Pero eso es irreversible. Somos irreversiblemente griegos” (Borges
Sábato, 1996, p. 115).
424
La paz a través de la reconfiguración de la memoria. Una salida a las guerras fratricidas
las ciencias sociales “el problema planteado por las necesidades conflictivas
de la sociedad no puede resolverse si no poseemos conocimiento del dere-
cho natural” (Strauss, 2014, p. 63). En este orden de ideas para el abordaje
de la paz como salida de la guerra fratricida Hobbes formuló el modo por el
cual los miembros de una misma unidad política dejan de destruirse unos a
otros a través del establecimiento de un orden pactado. La paz se corpori-
za en la comunidad cuando se garantiza la futura obediencia por todos los
miembros de la unidad política al nuevo orden y con ello se hace legítima
la no repetición de hechos violentos. Esta perspectiva se diferencia de la
paz como salida a la guerra entre Estados, expuesta por Hugo Grocio en la
época de Hobbes y desde la misma visión del derecho natural217.
Thomas Hobbes, reconocido por Macpherson como un investigador del
poder y la paz burgués218, parte de la consideración del miedo irracional a
la muerte de los individuos generado por el caos de la guerra; el miedo se
constituye en una pasión por la cual los hombres se encuentran atraídos
hacia la paz. Entonces haciendo uso de la razón se sugieren normativas con-
venientes para la instauración de la paz, es así como los hombres pueden ser
provocados hacia la construcción colectiva de consensos. Estas normativas
constituyen las leyes naturales y envuelven el nuevo orden de la paz. Ellas
se asocian de alguna manera con el deseo de las cosas necesarias para un
cómodo sustento y la esperanza de adquirirlas a través del trabajo219.
217
En la dedicatoria de su Del derecho de la paz y de la guerra Grocio destaca:
Y, si bien ninguna parte de la Justicia os es extraña, con todo, ésta, que se aplica a la
materia a de este libro, esto es, a las deliberaciones guerra y de la paz, es tanto más pro-
pia de vos en cuanto que sois Rey, y Rey de los Francos. Inmenso es este vuestro reino,
que se dilata por tantas y tan fértiles extensiones de la Vos, de tierra entre ambos mares;
pero mayor que éste es el señorío de no ambicionar los reinos ajenos. Digno es esto de
vuestra piedad, digno de esa dignidad, no atacar con las armas el derecho de cualquiera,
no alterar los confines antiguos; sino, en la guerra, buscar negociaciones de paz, y no
comenzarla sino con este deseo, de terminarla cuanto antes (Grocio, 1924, pp. 3-4).
218
En la presentación del Leivathan realizada por Macpherson a propósito de la obra de Hobbes
señala: “We began by calling Hobbes the analyst of power and peace. We added that he was a
scientific analysis of these. And now we are saying that he was a scientific analysis of bourgeois
power and peace” (Macpherson, 1981:12).
219
El párrafo citado es el que corona el capítulo XIII de la obra cumbre de Hobbes, en la versión del
Leviathán de la Universidad de Oxford es el siguiente:
The Passions that incline men to Peace, are Feare of Death. Desire of such things as are
necessary to commodious living; and a Hope by their Industry to obtain them. And Re-
ason suggesteth convenient Articles of Peace, upon which men may be drawn to agree-
ment. These Articles, are they, which otherwise are called the Lawes of Nature: whereof
I shall speak more particularly, in the two following Chapters (Hobbes, 1965, p, 98).
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Para Hobbes no solo fue la imprenta “una invención provechosa para perpetuar la memoria del
tiempo pasado, y la conjunción del género humano, disperso en tantas y tan distintas regiones
de la tierra”; pero antes se había producido una invención mucho más prodigiosa para el género
humano: el lenguaje. El mismo se constituye en el código mediante el cual
los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado, y los enun-
cian uno a otro para mutua utilidad y conversación. Sin él no hubiera existido entre los
hombres ni gobierno, ni sociedad, ni contacto, ni paz, ni más que lo que existe entre
leones, osos y lobos (Hobbes, 1984, p.45).
En Hobbes es inequívoca la presencia de la memoria como soporte del quehacer humano, “así,
el primer uso de los nombres es servir como marcas o notas del recuerdo” (Hobbes, 1984, p. 46).
El desenvolvimiento del pensamiento de Hobbes diferencia el conocimiento acerca de la expe-
riencia adquirida por un hombre para la solución de problemas comunes o inclusive para orientar
su comportamiento político prudente en situaciones regulares, del conocimiento de la ciencia por
la cual se da cuenta “de las consecuencias y dependencias de un hecho respecto a otro” el cual
nos provee elementos para perfeccionar nuestro comportamiento, “porque cuando vemos como
una cosa adviene, por qué causas y de qué manera, cuando las mismas causas caen bajo nuestro
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En el texto en italiano se lee: “Ma come di quella battitura la memoria si spegne” (Maquiavelli,
1971 aa, p. 118).
224
Aquí es conveniente aclarar la diferencia entre el tratamiento de la memoria en Maquiavelo con la
definición de larga duración acuñada por Fernard Braudel en su libro Historia y Ciencia Sociales.
Para Braudel la estructura:
Buena o mala, es ella la que domina los, problemas de larga duración. Los observadores
de lo social entienden por estructura una organización, una coherencia, unas relaciones
suficientemente fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros, los historiadores,
una estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero, más aún, una
realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estruc-
turas están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una
infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan
su transcurrir. Otras, por el contrario, se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas,
constituyen, al mismo tiempo, sostenes y obstáculos. (Braudel, 1970, p. 70)
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Hobbes después de afirmar que el estado de naturaleza se puede inferir hipotéticamente o confir-
mar por la experiencia, niega que una situación parecida hubiera producido en “el mundo entero”.
Sin embargo, el texto se vuelve confuso al afirma que si existió en algunas tribus de América
donde “el régimen de pequeñas familias cuya concordia depende de la concupiscencia natural,
carecen de gobierno en absoluto, y viven en estado bestial a que me he referido” (Hobbes, 1983,
p. 137). La ambigüedad de Hobbes parecería deliberada tendiente a enmascarar la guerra civil
inglesa de su época evitando cualquier referencia directa a ella; esto podría atribuirse a su rechazo
a la insurgencia de aquel entonces. A través de la interpretación del escrito Elements of Law de
1640, su biógrafo Martinich conjetura acerca de la predilección de Hobbes por la instauración de
la monarquía porque veía en ella la ruta para deshacerse de la guerra civil. De manera inequívoca
señala a las conflagraciones internas como “la máxima inconveniencia ocurrida al Commonweal-
th”. En ese mismo texto enumera las condiciones para la guerra civil; primero está el descontento
hacia las circunstancias motivadoras de infelicidad; segundo es la creencia en un derecho para
estar descontento y tercero es la creencia acerca de la circunstancia oportuna en arriesgar para
realizar la propia felicidad. Entonces cuando estas condiciones están presentes la guerra civil
estalla, solo se requiere que hombre de crédito en la comunidad da un paso adelante. Hobbes
duda del brillo intelectual de la insurgencia, desde su visión si fueran capaces sabrían cómo las
insurrecciones usualmente fracasan. Cuando Hobbes explica la primera condición los insurgentes
buscan gloria y no la encuentra en el descontento exactamente (Martinich, 1999, pp. 159-160).
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Para Leo Strauss
Originalmente, las preguntas relativas a las primeras cosas y a la manera correcta son
respondidas antes de ser formuladas. Son respondidas por la autoridad. Pues la autoridad,
en tanto derecho de los seres humanos a ser obedecidos, es en esencia lago derivado de la
ley, y originalmente la ley no es otra cosa que la manera de vida de la comunidad. Las pri-
meras cosas y la manera correcta no pueden volverse cuestionables o volverse objeto de
una búsqueda, o la filosofía no puede emerger, o la naturaleza no puede ser descubierta,
mientras la autoridad en tanto tal no sea puesta en duda, o mientras todo postulado gene-
ral de quienquiera sea se acepte a base de confianza. La emergencia del derecho natural
presupone, por ende, la duda respecto de la autoridad. (Strauss, 2013, p. 136).
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De manera preferencial en este artículo recurro a la traducción de la editorial Losada titulada La
Orestía.
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Vernant en su revisión observa como su obra puedo ser leía en relación con Homero y Hesíodo,
confrontado con sus contemporáneos Píndaro y Baquilides, o puesta en relación con filósofos del
siglo V como Heráclito, Píndaro y Parménides; también puede asociarse con historiadores pudien-
do hacerse paralelos entre Esquilo y Heródoto y se ha tratado de explicar a Tucidides a través de
Esquilo (Vernant, 1989, p. 101).
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A propósito de la industria cinematográfica para Adorno y Horkheimer la tragedia en los tiempos
contemporáneos se ha convertido en instrumento de manipulación de la burguesía. Al respecto
señalan:
La mentira no retrocede ante la tragedia. Así como la sociedad total no elimina el su-
frimiento de sus miembros, sino que más bien lo registra y planifica, de igual forma
procede la cultura de masas con la tragedia. De ahí los insistentes préstamos tomados
del arte. Éste brinda la sustancia trágica que la pura diversión no puede proporcionar
por sí misma, pero que sin embargo necesita si quiere mantenerse de algún modo fiel
al postulado de reproducir exactamente el fenómeno. La tragedia, reducida a momento
previsto y consagrado del mundo, se convierte en bendición de este último. Ella sirve
para proteger de la acusación de que no se toma la verdad suficientemente en serio,
mientras que en cambio se la apropia con cínicas lamentaciones. La tragedia hace in-
teresante el aburrimiento de la felicidad censurada y pone lo interesante al alcance de
todos. Ofrece al consumidor que ha conocido culturalmente mejores días el sucedáneo
de la profundidad hace tiempo liquidada, y al espectador normal, las escorias cultu-
rales de las que debe disponer por razones de prestigio. A todos concede el consuelo
de que también es posible aún el destino humano fuerte y auténtico y de que su repre-
sentación incondicionada resulta inevitable. La existencia compacta y sin lagunas, en
cuya reproducción se resuelve hoy la ideología, aparece tanto más grandiosa, magnífi-
ca y potente cuanto más profundamente se da mezclada con el sufrimiento necesario.
Tal realidad adopta el aspecto del destino. La tragedia es reducida a la amenaza de
aniquilar a quien no colabore, mientras que su significado paradójico consistía en otro
tiempo en la resistencia desesperada a la amenaza mítica. El destino trágico se con-
vierte en el castigo justo, como era desde siempre el ideal de la estética burguesa.
La moral de la cultura de masas es la moral «rebajada» de los libros infantiles de ayer
(Horkheimer y Adorno, 1998, p. 196).
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A muchos, hacia Atenas, su patria fundada por dioses, traje que habían sido
vendidos, unos sin justicia otros justamente, a otros que por la apremiante
pobreza habían huido, y ya que las lenguas áticas no hablaban, de haber
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rodado por tantos sitios. A los que aquí mismo en servidumbre vergonzosa
estaban temblorosos ante el semblante de sus dueños, los hice libres. Esto
con mi autoridad untando a la vez fuerza y justicia lo realicé y terminé como
había prometido. Escribí leyes igualmente para el pobre y el rico, encontran-
do justicia recta para cada uno. (Aristóteles, 1996, p. 50).
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Con vigor Pisistrato acrecentó su poder a través de su enriquecimiento y la creación de tropas mer-
cenarias hasta asumir el control de la ciudad por la fuerza. De manera indulgente promocionó el
trabajo agrícola procurando con ello tener a los ciudadanos retirados del medio urbano y estuvieran
“dispersos en el campo”; por otra parte, sus cálculos le hacían prever como con “una prosperidad
moderada y dedicados a sus cosas, no desearan ni tuvieran tiempo de ocuparse de cosas comunes”.
Para Pisistrato era fundamental mantener desactivados los conflictos en la comunidad. El poder
de la tiranía se endureció tras su muerte y la sucesión en el poder de sus hijos quienes llevaron la
tiranía al colapso y a la restauración de la democracia y la república (Aristóteles, 1996. P. 85 y ss.).
233
La diferencia entre consentimiento y compulsión es tomada del Politico de Platón (Platón,
1992. p, 544).
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La transformación de la memoria:
De la enemistad a la justicia
casada más feliz de toda su obra. Y son todo menos dos demonios, a pesar de sus espan-
tosos crímenes y sus merecidas catástrofes. Tan rápida y escorzada es su obra, que nos da
ociosidad para confrontar su descenso al infierno mientras sucede. (Bloom, 2008. p. 641).
235
Koselleck formado en la academia alemana de comienzos del siglo XX contó entre sus maestros
a Carl Schmitt con quien mantuvo una copiosa correspondencia, particularmente influyó en sus
desarrollos acerca de la historia conceptual. El trabajo sobre los conceptos se convirtió en una de
las labores intelectuales del jurista alemán, a propósito, traigo a colación la afirmación al inicio
de su Teología Política: “Todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado son
conceptos teológicos secularizados” (Schmitt, 2001, p, 43). Mehring observa “La contraposición
crítica con la obra de Schmitt llevó a Koselleck a formular su decidida crítica histórico conceptual
de los conceptos de movimiento y los conceptos polémicos. Por eso, la historia de los conceptos
es por de pronto ella misma un concepto claramente antitético a La Teología Política de Schmitt”
(Mehring, p. 2013, 168).
446
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Para Weber “la fe en que, en cualquier ámbito del saber, los postulados deterministas pueden
incluir el postulado metodológico de la definición de conceptos de género y de ‘leyes’ como fin
exclusivo no es un error más grave que la correspondiente suposición del signo opuesto: que
cualquier fe metafísica en la ‘libertad de la voluntad’ humana está unida a una específica ‘incalcu-
labilidad’ o, más en general, a cualquier especie de irracionalidad ‘objetiva’ de la acción humana
(Weber, 1985, p. 164)
237
La teoría de la enemistad fue revisada por Schmitt en numerosas ocasiones. A propósito, me
resulta sugestiva la realizada en sus breves escritos durante su paso por el juicio de Núremberg
mientras estaba en prisión. En la carta de abril de 1947 donde procura salvaguardar en alguna me-
dida su concepción de la enemistad de los excesos observados en la guerra; consignó lo siguiente:
No hables a la ligera del enemigo. Uno se clasifica por sus enemigos. Te pones en cierta
categoría por lo que reconoces como enemistad. Es fatal el caso de los destructores que
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se justifican con el argumento que hay que aniquilar a los destructores. Pero toda des-
trucción es autodestrucción. El enemigo, en cambio, es el otro (Schmitt. 2010 b, p. 78).
Parecería acertado diferenciar la enemistad de la destrucción. La enemistad haría parte de la vida
humana y no sería contraria a la justicia como modo de preservación de quienes hacen parte de
una unidad política. Sin embargo, en la Tiranía de los valores retoma de manera controvertida la
teoría de la enemistad.
238
Resulta pertinente recurrir a la reflexión de Irme Kertész como sobreviviente del Holocausto
para quien “desde Auschwitz no ha ocurrido nada que podamos vivir como una refutación de
Auschwitz”; pero sí se puede analizar el resentimiento intelectual para justificar tales atrocidades,
en particular puntualiza que se “podría escribir la historia espiritual del odio al espíritu” (Kertész,
2002, pp, 81-82). De manera curiosa en su opera prima Sin destino, Kertész parece darle la razón
al derecho natural. A propósito de su experiencia en Auschwitz nos dice:
puesto que no podía haber ninguna cosa insensata que no pudiéramos vivir de manera
natural, y en mi camino, ya lo sabía, me estaría esperando, como una inevitable trampa,
la felicidad. Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los
intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por
las calamidades, por los ‘horrores’, cuando para mí ésa había sido la experiencia que
más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería
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Para Borges el transito por los laberintos del conocimiento hacia parte de
los ejercicios previos de su escritura. A propósito de la “Biblioteca de Ba-
bel” creo no estar equivocado al afirmar que su idea central habría surgido,
de alguna manera, de la imagen utilizada por Cicerón en su libro Sobre la
Naturaleza de los Dioses donde representa las veintiuna letras de oro del
alfabeto lanzadas al azar sobre la tierra. Para el jurisconsulto romano con
esta tipografía aleatoria sería imposible reproducir en el suelo para el lector
un solo verso de los Anales de Ennius. Esta imagen aparece subrayada de su
puño y letra en la versión inglesa de su volumen personal, el cual hace parte
del catálogo de la colección Jorge Luis Borges conservado en la Biblioteca
Nacional, compuesta por libros dejados por él en la sede de la calle México
en Buenos Aires, su lugar de trabajo por muchos años, y editada en el ex-
quisito trabajo de Laura Rosato y Germán Álvarez.
Sin embargo, su criollismo conversador con el pasado se caracterizó por
la confrontación de fuentes escritas sobre el mismo pasaje pudiendo incluso
arribar a imágenes opuestas a las inicialmente examinadas. Efectivamente
Rosato y Álvarez nos remiten a la revista Sur Nº 59 de agosto de 1939 don-
de Borges en su artículo «La Biblioteca Total» retoma la imagen de Cicerón
y pone al descubierto la larga vida de esta imagen topográfica en la escritura
occidental (Rosato, Alvarez 2017, p 88)239. Borges identifica una primera re-
aparición de ésta imagen a mediados del S. XVII en un discurso académico
de Pascal; luego a principios del S. XVIII Swift la reproduce en el preám-
bulo de su indignado Ensayo Trivial sobre las Facultades del Alma. Poco
más de un siglo después ubica a tres pensadores encargados de refutarla.
El primero es Huxley para quien los caracteres de oro “acabarán por com-
poner un verso latino, si los arrojan un número suficiente de veces; dice que
media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en
unas cuantas eternidades todos los libros que contiene el British Museum”.
El segundo es Lewis Carroll en la novela onírica Silvia y Bruno donde ob-
serva el “limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es
asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros” por ello
en un tiempo futuro “los literatos no se preguntarán, ¿qué libro escribi-
ré?›, sino ‹¿cuál libro?›”. El tercero es Lasswitz quien imaginó ‘Biblioteca
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Desde otra perspectiva, Habermas contrapuso la concepción deontológica en la teoría jurídica
contemporánea a la concepción de La tiranía de los valores de impronta weberiana propiciada
por Schmitt. Habermas diferencia la acción teológica basada en valores de la acción sujeta a obli-
gaciones basada en normas, ambas coexisten bajo un mismo ordenamiento jurídico (Habermas,
1998, p. 328).
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Corolario
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suspicacias acerca de sus convicciones, Naipul le pregunto “si ser una colo-
nia sirve para algo”, a lo que Borges respondió que le parecia “provinciano
y aburrido” (Naipaul, 2019, p 439). Esta respuesta podría reafirmar el reto
del pensamiento borgeano grabado en su autocensurado libro El Tamaño de
mi la Esperanza. Tal vez al proscribirlo no quiso dejar lo que podría inter-
pretarse como un “ideario de sus convicciones”. El universo borgeano al in-
terior del reciente espacio latinoamericano post independentista, los criollos
conversan con múltiples representaciones del mundo remotas y recientes,
sin poderse aun deshacer de esa forma de dialogar con el pasado propio de
la Civilización Occidental.
Dentro de los ingenios borgeanos el olvido de Hormero en el XVIII de
haber escrito la Odisea magnetizó a Naipaul (Naipaul, 2019. p 432). Esto
aparece en el cuento “los Inmortales” que abre el libro El Aleph. Entonces
Borges acudió a recursos insospechados para poder conversar con Homero
“pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo consideré la posibilidad de un
lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o
de indeclinables epítetos”. (Borges, 2009, p. 994). Pero la civilización tras-
ciende la frágil y limitada vida de los hombres por el cuño de su escritura.
En ese pasaje Borges puntualiza “por muy basto que fuera el entendimiento
de un hombre, siempre sería superior al de irracionales” (Borges, 2009, p.
994). Finalmente, al cierre parecería la posibilidad que la memoria de la
civilización perdure por sobre las vidas individuales e impregne los mundos
futuros “he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré
todos: estaré muerto” (Borges 2009, p m,998).
Los escritores y críticos colombianos desde Rafael Gutiérrez Girardot a
William Ospina reconocen en Borges un referente del desarrollo de las le-
tras latinoamericanas en el S. XX como expresión de la literatura occidental
(Rincón 2014, p, 77), un fenómeno no reciente porque se había producido
con otros autores tiempo atrás (El Inca Garcilaso, Sor Juana, Isaacs o su
contemporáneo Asturias por nombrar algunos al azar). El interés de los jue-
gos civilizatorios en el universo borgeano nos abre la posibilidad imagina-
tiva para atraer de ese pasado remoto fragmentos de memorias y alcanzar a
impregnar la vida con contenidos de modos pacíficos de relación. Podría-
mos los colombianos continuar pisando nuestro suelo como un camposanto
cada día más dilatado con cuerpos lanzados por las violencias irracionales
y absorbidos por la savia del olvido vegetal, o forjar una transformación
inspirada de la memoria para que equívocas creencias de justicia y doctrinas
desafortunadas que parecerían dominar las acciones en nuestro territorio se
transformen y constituyan un nuevo entramado institucional donde la paz
456
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¿DE DÓNDE MANA LA RECONCILIACIÓN?
OSCILACIÓN ENTRE APROXIMACIONES
HEGELIANAS Y EXPERIENCIAS COLOMBIANAS
DE PAZ TERRITORIAL
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El proyecto de investigación Hacia una cartografía discursiva de la reconciliación en Colombia,
fase 1 (febrero/2017-marzo/2019) contó con la financiación de la Vicerrectoría de investigacio-
nes de la Pontificia Universidad Javeriana, luego de concursar en la convocatoria interna 004 de
Apoyo a profesores doctores. Dicho proyecto se propuso indagar distintos discursos que enuncian
la reconciliación en Colombia. Para ello, se realizó un trabajo con cuatro comunidades que han
adelantado procesos de reconciliación: Comité cívico del sur de Bolívar en Monterrey, San Blas
y Paraíso en el Departamento de Bolívar; FUNDESCODES en Buenaventura, Valle del Cauca;
Centro de acercamiento, reconciliación y reparación –CARE– en San Carlos y Dos Quebradas,
Antioquia; y Unión de costureros en Bogotá D.C. Ver: http://www.usc.es/revistas/index.php/ricd/
article/view/5212/5622.
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Aquí seguimos a Luis Ramiro Beltrán (2006) quien en La comunicación para el desarrollo en
Latinoamérica: un recuento de medio siglo, dedica un capítulo entero a explicar por qué la con-
ceptualización es posterior a la experiencia.
462
¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
243
Distintos autores controvierten la decisión de seguir remitiendo a Antígona cuando se intenta
aludir a la reconciliación pues la obra de Sófocles sólo aplicaría para entender la tragedia griega
donde lo común era superior a las unilateralidades. Jorge Aurelio Díaz (2005) anota que la refe-
rencia de Hegel a Antígona es relevante porque constituye la imagen viva de la fuerza y de las
contradicciones de la sociedad occidental, donde se encuentran las bases de la sociedad moderna,
lo cual nos acerca a la lectura de la reconciliación hegeliana. Y esta interpretación de la tragedia
griega es capital a la hora de desentrañar el aspecto humano de superación de aquello que ata al
individuo a la naturalidad.
244
En esta noción de la reconciliación, no tiene cabida el olvido del acto transgresor o restarle impor-
tancia al mismo o a sus consecuencias. Por el contrario se hace necesaria la integración de eso que
se creyó perdido –la vida de una víctima, la dignidad, la relación con el entorno– al nuevo estado
de la realidad lo cual puede ocurrir vía el perdón o en su ausencia. Entender al otro con el cual
se reconcilia como parte de una historia ampliada, posibilita un tránsito en la comprensión de los
elementos de la trasgresión.
El criminal entiende que su acto, inicialmente comprendido como una trasgresión frente a otro,
no es más que una transgresión frente a sí mismo, frente a la unidad de la vida, que pone en juego
inmediatamente un anhelo de recuperación de la unidad, de restauración de la justicia. (Acosta,
2008, p. 182)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
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Por esto cobran sentido las experiencias de reconciliación, pues una aproximación etimológica
tiene más que ver con los esfuerzos por volver a ser parte de la esfera ética de la que se ha sido
arrancado no siempre por decisión propia; esfuerzos por revivir una comunidad que había perdido
el sentido al haber sido restringida en sus dinámicas cotidianas; por volverle a dar voz a un grupo
humano acallado durante años; por volver a soñar con la vida propia y la de los hijos.
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Tales leyes son valoradas por Hegel por la claridad que una autocon-
ciencia tiene respecto a ellas, pues no requiere encontrarlas escritas y valen
para los dioses con mayor fuerza que las leyes humanas. Al respecto Adams
y Obarrio (2018), mientras indagan por la importancia de la familia frente
a cuestiones de orden público, advierten en Antígona una concepción de
la ley de los muertos como superior: “la ley verdadera que está por enci-
ma de la ciudad y del poder que la representa. Por esta razón no duda en
466
¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
246
A decir de Luis Mariano de la Maza (2000), “el principio estructurador del espíritu en la Feno-
menología es el principio de la reconciliación” (p. 255) y da cuenta de tres manifestaciones del
mismo a lo largo del texto: A. “el conflicto entre dos determinaciones unilaterales de la ley ética”
(p. 255); B. otra contraposición en la cultura cristiana; y C. la libertad como experiencia que cul-
mina con la reconciliación entre el bien y el mal.
467
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
247
Para Lyonel Fernando Calderón Tello (2017) “La pena en el sentido idealista hegeliano es la con-
firmación, restauración y aseguramiento del derecho”. El autor apela a Hegel para indicar que el
derecho penal opera frente a un hecho identificado con el quebrantamiento de la norma.
468
¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
248
Traducción propia: “Os lados em que a consciência ética se dissocia tragicamente são imediatida-
des singulares (representadas pelos irmãos) que não encontram consolo nem reconciliação dentro
de si mesma” (2017, p. 46).
249
Siguiendo a Miguel Giusti (2008), la ‘eticidad’ se entiende aquí como la “institucionalización
social de los valores y principios compartidos por una comunidad” (p. 9).
250
Es necesario recordar lo arriba referido en cuanto a que al hablar de las experiencias de recon-
ciliación el presente texto se remite tanto a fuentes secundarias debidamente citadas, como a
fuentes primarias con las cuales se avanzó el trabajo de campo. Ellos son: Comité cívico del sur
de Bolívar en Monterrey, San Blas y Paraíso, corregimientos de Simití en el Departamento de
Bolívar; FUNDESCODES en Buenaventura, Valle del Cauca; Centro de acercamiento, reconci-
liación y reparación –CARE– en San Carlos y Dos Quebradas, Antioquia; y Unión de costureros
en Bogotá D.C.
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¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
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¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
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Conclusión
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¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
Referencias
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¿De dónde mana la reconciliación? Oscilación entre aproximaciones hegelianas…
477
EL RECONOCIMIENTO Y RESTAURACIÓN MORAL
EN LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ
251
A mi manera de ver, hay que pasar de un conflicto armado a una mirada del conflicto social y
político.
252
Se denomina extrema derecha al movimiento político que instituye el neoliberalismo apelando a
valores conservadores como en Colombia el del expresidente Álvaro Uribe.
253
Ahora bien, siguiendo a Daniel Pécaut, la mayoría de las movilizaciones sociales a partir de los
ochenta estuvieron manipuladas por parte de las organizaciones al margen de la ley y los sectores
políticos. Cuando no han sido instrumentalizado son señaladas por el Estado y perseguidas por los
grupos narcotraficantes. Esto ha imposibilitado movilizaciones autónomas que lleven a trasfor-
maciones sociales. Para poner un ejemplo, la mayoría de las formas de manifestación social son
señaladas como comunista y ateas. Con esto se ha hecho cooptación. No dejando prosperar líderes
populares y organizaciones sociales que le apuestan a la paz y la democracia.
480
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
254
El odio y el resentimiento social se expresa en que las demandas de los líderes sociales se siguen
silenciado y estigmatizando. Las cifras de muerte de los líderes populares aumentan.
255
Así que para la eficacia del Acuerdo de Paz pactado con las FARC se necesita de una base moral,
el sentimiento de aceptación de los ciudadanos. Para ello se necesita procesos de inclusión y reco-
nocimiento de los que han sufrido por la injusticia social y la violencia.
481
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
482
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
256
En el mundo contemporáneo de la filosofía política, Charles Taylor y Axel Honneth, en 1992,
reviven la categoría reconocimiento para explicar los conflictos sociales, pero es Honneth quien
actualmente tiene una teoría del reconocimiento con mayor desarrollo, inaugurando un paradigma
de la explicación del conflicto, la teoría social y el análisis político.
483
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Fenomenología de la violencia
Sentimos más horror y repulsa moral frente a unas vidas perdidas en unas
determinadas condiciones que frente a otras vidas perdidas en otras condi-
ciones distintas. Si, por ejemplo, alguien mata o es abatido en la guerra, una
guerra patrocinada por el Estado, y si investimos al Estado de legitimidad,
484
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Violencia y sociedad
257
Axel Honneth (2016), en su texto Sufrimiento de indeterminación, nos expone como la ausencia
de condiciones sociales y la instauración de un liberalismo, reproduce individuos separados y una
sociedad egoísta donde no se realizan las personas. Bajo esta perspectiva se originan patologías
de la razón, desorden social y sufrimiento de los individuos.
486
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
258
En el caso de Suramérica, llama la atención que en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Brasil han exis-
tido un populismo y/o gobiernos de ‘izquierda’, con cierto tono social y en Colombia se ha dado
sólo un populismo de derecha con el expresidente Álvaro Uribe.
259
La semana siguiente del Plebiscito por la Paz, octubre 2 de 2016, Juan Carlos Vélez, el director de
campaña del Uribismo afirmo que: “el No ha sido la campaña más barata y exitosa de la historia…
Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca.”. De este modo, la estrategia era dejar
de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. Para ello habían incorporado
una estrategia de ‘mentiras políticas’. Entre ellas sobresalía que sí ganaba el Si, el presidente Juan
Manuel Santos impondría un gobierno basado en el castro-chavismo. Además de ello, el exprocu-
rador Alejandro Ordoñez afirmó que la institución de la familia iba ser diluida por la ‘ideología de
género’ del gobierno de Santos.
487
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
260
Este tipo de populismo le apuesta a una democracia de las mayorías, exacerbando sentimientos
de una derecha religiosa que promueve estratégicamente cierto nacionalismo basado en valores
conservadores y cuya centralidad es el hombre cristiano y heterosexual. Fenómeno que está pro-
liferando en el plano internacional, por ejemplo, en las elecciones de Donald Trump en EE.UU.
y el Brexit en Inglaterra. Por ejemplo, el candidato presidencial Alejandro Ordoñez el concepto
heterosexual de familia.
261
Los programas de gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, en términos generales no
tienen mayor diferencia se encuentran direccionados bajo el paradigma del neoliberalismo.
262
Estos últimos representa a los ‘Señores de la guerra’, los cuales quieren seguir conservando el
statu quo y la apropiación de la tierra; en vista que el conflicto armado les ha posibilitado acceder
a la tierra del campesino desplazado. Este sector, históricamente, no ha dejado realizar o ha boico-
teado todo tipo de acuerdo de paz. Estamos en presencia en Colombia en lo que han denominado
la ‘post-tierra’, grupos de terrateniente nuevos al margen de los tradicionales dueños de la tierra.
Los nuevos grupos se han apoderado de la tierra de los campesinos producto del desplazamiento
forzado y del conflicto armado. Guardando cierta relación estos grupos con relación al paramili-
tarismo y con alianza de la ultraderecha.
263
En cuanto a las injusticias sociales, según Daniel Pécaut, la voz de protesta o la indignidad social,
históricamente en Colombia, ha sido silenciada por la represión estatal y la violencia del conflicto
armado. Según el autor ello ha permitido que de cierto modo la oligarquía, entendida como una
clase política elitista, se haya sostenido en el poder. Renán Vega expone que la protesta social
ha sido reprimida e Colombia porque ha sido estigmatizada como insurgencia del comunismo o
como militancia de la guerrilla. En este sentido, ha sido controlada, domesticada y sometida por
políticas y grupos contra-insurgentes –y por la injerencia de EE.UU. Este país con un programa
expansionista con interés en Colombia como aliado dominado geopolíticamente.
488
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
264
Ante este asunto, lo que nos podríamos preguntar aquí es si estas luchas sociales son ideológicas,
esencialistas o si son luchas autónomas que corresponden a un proyecto de nación, y también, de
qué modo se puede procesar las demandas sociales.
489
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
la fuerza pública quedan facultados para castigar con las armas a aquellos
que se sorprendan in fraganti delito de incendio, saqueo y ataque a mano
armada». (Vega, 2015, p. 7)
265
Renán Vega considera que en el conflicto colombiano tiene una considerable influencia de EE.
UU. Expone que existe una relación de subordinación y dependencia de Colombia frente al país
norteamericano. Es decir, le presta los servicios a un tercero dotado de superioridad política eco-
nómica, cultural y moral. El enemigo son los grupos considerados comunistas conspirados del
Estado y la política expansionista de EE. UU.
266
Vega nos da elementos para exponer cómo se instauró este discurso: “La guerra civil española
es el pretexto de los conservadores para satanizar al comunismo, nombre que también se aplica
al ala reformista del partido liberal, con el argumento que en España se libra una lucha entre el
catolicismo y el comunismo ateo, lo que se replica en Colombia con el enfrentamiento entre la
Revolución en Marcha y la Iglesia. En la época es frecuente leer comentarios de este estilo:
El triunfo del partido liberal se convirtió en una victoria comunista y esto se advierte por
la desmesurada intervención del Estado en la vida de los individuos, en la legislación
sobre la tierra, en el control de la escuela, en la restricción del crédito, en la autogestión
de las industrias. Por todas partes, se ve, se siente la garra marxista. (Vega, 2015, p. 12)
267
En esa época se destaca cómo las Fuerzas Militares tienen una marcada influencia norteame-
ricana, las revistas militares traducen artículos norteamericanos anticomunistas. Asimismo, por
asesoría de los EE. UU., en 1955 se funda la Escuela de Lanceros antiguerrillas y se organiza la
Policía Militar para contrarrestar la protesta social.
490
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
268
El Equipo Especial recomienda formar un grupo contra-guerrillero. Ello porque consideran que la
amenaza estatal es la formación de movimientos insurgentes inspirados en el comunismo.
269
En esta dirección, las Fuerzas Armadas pasan de 10.820 en 1945, a 64.000 en 1969 efectivos,
gracias al rol determinante de la asistencia de Estados Unidos. Pese a la represión, ésta es una
época de efervescencia social y política, que se cierra con el Paro Cívico Nacional de 1977, cuya
radicalidad aterra al bloque en el poder, que reafirma sus políticas represivas y antipopulares.
491
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
270
Además, ese Estatuto legaliza la Justicia Penal Militar y los Consejos Verbales de Guerra, con lo
cual se generaliza la impunidad (Vega, 2015, pp. 32-33).
492
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
Ahora bien, en clave de Johan Galtung, también podemos decir que hay
diversas formas de violencia –violencia estructural, violencia cultural y vio-
lencia directa–, las cuales se entrelazan. En el caso de la ‘violencia directa’
que es de cierto modo la violencia perceptible como el conflicto armado,
ésta se ha ido transformado en la historia de Colombia, en grupos guerrille-
ros, terror del paramilitarismo, auge del narcotráfico y bandas criminales en
las principales ciudades.
Las FARC-EP han tratado de justificar su lucha armada como un mo-
vimiento social, es más, han tratado de apoyar partidos políticos como el
desaparecido Unión Patriótica271, o han instrumentalizado cierto movimien-
to social con su apoyo. Aunque su proyecto, como dice Pécaut, se ha trans-
formado más en una violencia y terrorismo contra la población civil que
como actores políticos, lo cual presupone que las FARC no reconocen a una
sociedad civil, sino que la preconciben como una sociedad civil armada y la
instrumentaliza para llevar a cabo sus objetivos militares.
La perspectiva desde que nació la guerrilla ha sido tomar el poder por las
armas, esto es, dar una lucha armada. Ello bajo la idea mítica de la revolu-
ción cubana. Tal proyecto, recientemente, se ha venido al traste, cuando en
la época de la modernización del ejército nacional y la política de seguri-
dad democrática, las FARC pierden la capacidad de terrorismo y presencia
en diferentes territorios, quedando de cierto modo replegadas. Ahora bien,
decir que las FARC es un actor político, en el sentido de que dan una lucha
social, en favor de la población civil es algo desmedido por lo menos en la
época de la violencia, el terrorismo y el auge del narcotráfico.
Ahora bien, Fernán Gonzales ha desarrollado un concepto de violencia
en Colombia relacionado con el territorio, es decir la violencia se reproduce
por dinámicas a nivel local y regional. Los conflictos sociales por la tierra
han sido sustituidos por luchas por el dominio territorial, tal cual como lo
expone también la CMH (Comisión de Memoria Histórica).
271
Partido político que desapareció rápidamente, en el cual existieron diferencia de las FARC con él,
en vista que algunos miembros del partido político se opusieron al reclutamiento. A partir de allí,
las FARC descree de los movimientos de izquierda.
493
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
las regiones donde las guerrillas, especialmente las FARC-EP tenían presen-
cia o donde había recursos estratégicos. Con esto buscaban también erigirse
como un “tercer actor” del conflicto con posibilidades de negociación frente
al Estado. Esta oleada de violencia –entre muchas otras cosas– ha forzado,
por ejemplo, el desplazamiento de millones de colombianos a otras regiones.
(Cancimance, 2013, p. 19)
Pensadores como Hannah Arendt y Johan Galtung consideran que los se-
res humanos tienen la capacidad de renacer y construir su vida aún en la
catástrofe. En este caso tiene la capacidad de revertir el fenómeno de la
violencia y potenciar la paz (Galtung, 2003, pp. 13-14)272. Asimismo, pero
desde la tradición filosófica del progreso moral, Hegel y Honneth exponen
que los individuos y los Estados-sociedad progresan moralmente hacia un
mayor reconocimiento y libertad. Allí superan el Estado de naturaleza de
‘guerra de todos contra todos’ al pasar a un Estado donde la solidaridad, la
empatía y la imaginación moral de ponerse en el lugar del otro desarrollan
la vida ética. Así, la solidaridad, la capacidad de imaginarse a un otro con
dolor permite el reconocimiento; ponernos en el lugar del otro que reclama
visibilidad ante su sufrimiento. Todo ello hace pensar que la moral y la
272
En esta misma línea, David Hume y John Rawls consideran que las personas tienen el sentido de
la humanidad y la justicia, ello permite la construcción moral de los individuos y la sociedad justa.
494
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
273
Francisco de Roux distingue el conflicto positivo del conflicto negativo, en el primero se da luchas
sociales por condiciones sociales mejores. Mientras en el conflicto negativo se produce la violen-
cia como elemento de deshumanización y formas de resolver nuestras diferencias bajo la barbarie,
la muerte, el secuestro y la tortura (De Roux, 2018).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Sobre el esencialismo estratégico, véase el capítulo de Carlos Andrés Tobar Tovar.
275
El Estado ha creado las UARIV, Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas.
Entidades regionales que tiene el fin de coordinar la política de atención a las víctimas del conflicto
armado. Estrategia para el restablecimiento social y económico. El problema estriba en que el
RUV, registro único de víctimas, en Colombia hay 8.376.463 víctimas del conflicto armado. Es de-
cir, un conflicto con unas dimensiones amplias para reestablecer el daño social, emocional y físico.
276
Como es el caso de Tumaco, en el cual, en el año 2017, posterior al acuerdo de paz, se cultiva el
20 % de la coca del país, la política pública de erradicación voluntaria de cultivo de coca no ha
desarrollado proyectos sociales con los campesinos de la zona, sino que a través de las fuerzas
armadas y la policía nacional ha impuesto su erradicación sin ninguna alternativa económica para
estas comunidades. Parece que al gobierno sólo le interesada cumplir los indicadores de erradica-
ción de coca pactados con EE. UU. y bajo la presión de Donald Trump.
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El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
Conclusión
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Referencias
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Honneth, A. (1997). La lucha por el reconocimiento. Crítica.
Honneth, A. (2016). Patologías de la libertad. Editorial Las cuarenta.
500
El reconocimiento y restauración moral en la construcción de paz
501
COLOMBIA HOY:
ENTRE EL ANHELO DE LA PAZ,
EL DESPRECIO POR EL OTRO Y LA CONSTRUCCIÓN
DE UN ESTADO DEMOCRÁTICO
Introducción
piel oscura llegara a gobernar esta nación y esto de entrada frustra el anhe-
lo del pueblo al perder un líder como Gaitán, quien podría transformar su
realidad al interpretar sus luchas como antecedentes de un trato más justo
y digno; c) la violencia reciente del país que se expresa a lo largo y ancho
de nuestra geografía y, que, según el CNMH (Centro Nacional de Memoria
Histórica) se calcula en alrededor de 2528 masacres. Esta es una muestra
sucinta de las huellas que se pueden seguir en nuestra historia para plantear
este asunto del desprecio, del insulto y del no reconocimiento.
Dos actitudes pareciera que se han generalizado en el pueblo colombia-
no: a) la sensación de esperanza porque pareciera que nos merecemos un
destino mejor al que tenemos. En este sentido, se inscriben las expectativas
que suscitaron los Acuerdos de la Habana; b) pero a la vez un malestar que
experimenta el pueblo porque no terminamos de aprender a convivir unos
con otros; esto se evidencia en el desprecio que se tiene por el semejante
e incluso en muchas ocasiones se le podría considerar un enemigo. Y si se
llega a esta constatación, lo más seguro es que se buscan todos los medios
para aniquilarlo, y aniquilar una vida humana, es perder la posibilidad de
una perspectiva moral que aporte a la pluralidad de visiones que debiera
alimentar una auténtica democracia. Por tanto, el no reconocer al otro ade-
cuadamente, ‘haciéndole justicia’, se puede convertir en fuente de conflicto
y protesta para un pueblo. Así, el no respetar al otro y no interesarse siquiera
por escuchar sus demandas y reclamaciones puede ser fuente de una ola de
reivindicaciones, de una revuelta o de una violencia sin parangón.
Al respecto, el escritor Juan Álvarez (2018) documenta en su último es-
crito El insulto: breve historia de la ofensa en Colombia, ese sentimiento
que ha estado latente en la historia del pueblo colombiano y que no termina
de abandonarle, puesto que es un pueblo que no ha sido valorado, ni por
sus dirigentes, ni por una elite dominante; elite que vive mejor que ellos y
que se siente diferente al pueblo en general. Este sentimiento de desprecio
termina movilizando las luchas sociales, puesto que se busca un tratamiento
más adecuado que destaque el respeto a mí mismo y este sentimiento que
se expresa en una lucha particular puede implicar cierto progreso moral:
“puesto que quiero que me trates de una manera diferente a como lo has
venido haciendo hasta ahora”.Estoy reivindicando otro trato, otro tipo de
relación, que implique un orden social más justo donde los derechos de las
personas sean respetados de verdad.
En este sentido, el insulto –el agravio– aparece como herramienta po-
lítica con una dimensión simbólico-cultural que moviliza la lucha social.
En esta lucha se juega lo que se debe hacer y a la vez, puede ser una fuen-
te de transgresión de lo normativo. Con todo, termina siendo un lugar
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
Hoy casi nadie negaría que las víctimas aparecen en la esfera pública como
una expresión de las luchas sociales por el reconocimiento y, a su vez, se
podría afirmar que se ha ganado sensibilidad moral en la sociedad ante su
situación de vulnerabilidad. Por tanto, hacerles justicia a las víctimas puede
ser un buen indicador para una paz estable y duradera, que sepa encauzar
moralmente los conflictos. He aquí un desafío impostergable tanto para la
filosofía política como para la filosofía social en los tiempos actuales.
Dicho de otra manera, la Modernidad admite diversas lecturas y una de
ellas propone que la historia de la libertad humana, pareciera, que ha ter-
minado socavando la justicia en su sentido más global y en un sentido más
preciso como justicia social. La pregunta primordial, en este apartado, se
plantea así: ¿son las experiencias de injusticia de las víctimas en Colom-
bia una clave privilegiada de interpretación crítica sobre la justicia en el
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
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Como reflexiona nuestro autor:
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Como agudamente señala Fernán González la propuesta analítica de Odecofi (Observatorio para
el desarrollo, la convivencia y el fortalecimiento institucional) insiste en la necesidad de una
aproximación interdisciplinar, donde se refleje la interacción entre centro y periferia, y permita
así explicar de una manera dinámica y multiescalar los fenómenos violentos desde la interrelación
entre factores estructurales y subjetivos.
Los elementos estructurales serían:
1. La configuración social de las regiones, su poblamiento y cohesión interna, ligados a un pro-
blema agrario nunca resuelto;
2. La integración territorial y política de las regiones y sus pobladores mediante el sistema político
bipartidista;
3. Las tensiones y contradicciones sociales que se derivan de los dos procesos anteriores, frente a la
incapacidad del régimen para tramitarlas adecuadamente y pacíficamente. (González, 2014, p. 27)
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Las sociedades contemporáneas se definen hoy por las luchas sociales por
el reconocimiento y por la consolidación de una cultura política pública
que afiance la base de la estructura democrática, que se entiende como la
expresión pluralista de sus conflictos. Una de las propuestas teóricas más
sólidas que ha ido encauzando esta expectativa moral de reconocimiento
es la del filósofo alemán Axel Honneth. Su propuesta se inserta en la idea
de cómo leer la realidad socio-histórica desde una filosofía social crítica y
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
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Obras destacadas de este autor son: Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. El Se-
ñor y el Campesino en la formación del mundo moderno (1966). Injusticia. Las bases sociales de
la obediencia y la revuelta (1978). Principios de la desigualdad social y otros ensayos (2005).
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ejercicio de derechos de otros. Por otro lado, Honneth plantea que la esca-
lada del reconocimiento obedece a una escalada de los conflictos; el menos-
precio se puede convertir en un acicate básico para luchar por los derechos y
las libertades que no han sido reconocidas en la esfera pública. El conflicto
surge porque se ha dado una herida moral –una humillación– sobre la per-
sona y esto de alguna forma menoscaba su dignidad, el respeto que se tiene
y su propia identidad.
Lo que vimos en la primera parte de nuestro texto es que el desprecio, el
insulto es un gran movilizador moral, puesto que no quiero ser tratado de
cualquier manera, y existen formas de tratar a otros que pueden ser degra-
dantes, propiciando así una herida moral. El reconocimiento es necesario
para la vida personal y en comunidad, puesto que las personas que interac-
túan en una comunidad política tienen ‘expectativas mutuas’ que solo pue-
den satisfacerse intersubjetivamente. En este punto, es necesario fortalecer
más la cultura política pública desde los postulados de una democracia
sólida con el fin de alcanzar una libertad social plena. De ahí que se edu-
que a los ciudadanos para poder alcanzar un bien mayor, el bien público;
una institucionalidad social que garantice la libertad. Cuando se afecta la
democracia se rompen ciertas reglas de juego de la comunidad política que
implican el respeto por el otro, la protección de la vida y una valoración del
actuar de los otros. El reconocimiento implica un ejercicio ético-político
de respeto por uno mismo que esté a la altura de mi propia dignidad. Esto
se traduce en un contexto donde se promueve un ordenamiento social justo
y se perciben las patologías que obstaculizan el desarrollo de las personas
en la sociedad.
Dicho de otra manera, se busca ser reconocido en mi propia especifici-
dad que haga justicia a mi modo de entender la existencia en su totalidad
y que aporte a mi propia autorrealización personal. En el reconocimiento
todo está entretejido con sentimientos, prácticas, y expectativas normativas;
por eso, lo que yo hago al otro termina afectándome a mí mismo, de ahí el
carácter social de la libertad: me realizo cuando veo los planes de los otros
en mi propio horizonte de comprensión y esto permite reivindicar mi propia
condición como ser humano y semejante a los otros.
Ahora bien, el mundo social aloja una tensión moral que motiva en el
sentido de que da las claves para que se entienda la acción humana inte-
gral como un progreso; esa misma vida social se encarga de encauzar la
conflictividad humana en clave moral, es decir implica un aprendizaje y
una motivación moral puesto que conlleva el reconocimiento intersubjeti-
vo de la identidad de los individuos en comunidades particulares. El paso
de Hobbes a Hegel en la lucha social y en su acontecer práctico es que el
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
Hegel es, sin duda, un gran pensador quien, al parecer, no deja por fuera
de su reflexión especulativa lo que constituye la realidad histórica y social.
De igual forma, se podría afirmar que, el pensador alemán, es el filósofo de
las conexiones, de las articulaciones, de las tensiones, de las síntesis y de
las superaciones. Un ejemplo de ello, es la relación profunda que establece
entre filosofía de la historia y filosofía política. Sin embargo, Hegel también
presenta su metodología de investigación desde una gradualidad que va de
lo más simple a la consumación de los procesos que se entretejen en la rea-
lidad. Esto conduce a vislumbrar, no solo en el sentido de que el ‘concepto
es la síntesis de la realidad’, sino de igual forma en una aproximación como
la que se puede hacer desde la dialéctica.
Al respecto, dos intuiciones hegelianas relacionadas con la concepción
misma de la filosofía nos pueden servir como marco general para lo que se
quiere esbozar aquí y tiene relación con lo que hemos venido argumentando
hasta ahora relacionado con las potencialidades y las tensiones internas de
la conflictividad social. Por tanto, para entender lo anterior son claves dos
presupuestos: 1) las contradicciones internas del tiempo presente (que sub-
yacen a la conflictividad humana y social), 2) y la reconciliación parcial del
mundo social en una eticidad concreta. Esto se plantea así porque se con-
sidera que Hegel sospecha de la inmediatez de los acontecimientos y trata
más bien de posibilitar una comprensión de la acción humana en términos
de racionalidad efectiva. Es decir, la racionalidad humana se expresa y se
constituye en la historia a partir de las costumbres y de las instituciones so-
ciales y públicas de individuos y pueblos con la pretensión de alcanzar una
libertad social.
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
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Conclusión
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Referencias
[Poder legislativo, Colombia: Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la
construcción de una paz estable y duradera. 26 junio de 2016. En: https://www.
refworld.org.es/docid/5a8744d54.html]
Álvarez, J. (2018). Insulto: Breve historia de la ofensa en Colombia. Editorial Seix
Barral.
Arendt, H. (2016). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión
política. Editorial Planeta Colombia.
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Colombia Hoy: Entre el anhelo de la paz, el desprecio por el otro y la construcción…
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DESARROLLO Y PAZ EN COLOMBIA
Introducción
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Desarrollo y paz en Colombia
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Desarrollo y paz en Colombia
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Hay que recordar el discurso del presidente Harry S. Truman en 20 de enero de 1949 en el que
señala que hay que embarcarse en un programa nuevo y audaz para lograr que los beneficios de
nuestros avances científicos y el progreso industrial para la mejora y el crecimiento de las áreas
subdesarrolladas. Más de la mitad de los habitantes del mundo viven en condiciones de acercarse
a la miseria. Su alimentación es inadecuada. Son víctimas de la enfermedad. Su vida económica
es primitiva y estancada. Su pobreza es un obstáculo y una amenaza tanto para ellos como para las
áreas más prósperas (Truman, 1949)
Para muchos, en este discurso están las bases de la idea del desarrollo como crecimiento econó-
mico que se busca alcanzar a través de la industria con el propósito de sacar de la pobreza a las
personas.
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Desarrollo y paz en Colombia
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Desarrollo y paz en Colombia
podría soportar tales niveles de explotación sino también porque una super-
producción inundaría los mercados. Por consiguiente, el modelo carece de
sostenibilidad en un sentido amplio a largo plazo.
En segundo lugar, el modelo pone como finalidad al bien económico y
desplaza la persona. Cuando el fin es el crecimiento económico, se termina
por divinizar el mercado y la persona se diluye como un bien de intercam-
bio que sirve en tanto contribuya a los fines del modelo. Finalmente, la
noción de bienestar atenta contra la libertad humana. Si el bienestar está en
la acumulación de bienes de consumo, la única libertad con la que cuenta
la persona es con la libertad para consumir y acceder a medios de confort.
Esto, como lo señala muy bien Amartya Sen, representa una limitación de
las libertades positivas y la capacidad para elegir una vida que considero
deseable pues de antemano establece los fines de la persona.
Este enfoque nació inicialmente como una manera de subsanar los proble-
mas que traía el enfoque del desarrollo ceñido únicamente el crecimien-
to económico. El mero crecimiento económico no parecía demostrar en la
práctica una mejora en la calidad de vida de las personas pues muchas ne-
cesidades básicas no se cubrían a pesar de que se tuviese mucho dinero, y
es así como se propone una alternativa que básicamente busca asegurar que
las necesidades básicas de todos estén satisfechas en un periodo de tiempo
determinado que debe ser corto. Fue inicialmente impulsado por Lobret en
1950 y después reformulado por los teóricos de las capacidades como Nuss-
baum. El enfoque sostiene que el desarrollo autentico, universal e integral
y armonizado debe comenzar por la satisfacción de las necesidades básicas
de cada individuo; buscar que las personas sean más en lugar de tener más,
reconociendo que esa idea de “ser más” resulta ser muy compleja. La idea
de desarrollo como satisfacción de necesidades obedece a tres principios
básicos: el acceso a “lo necesario” para todos; el acceso a los bienes de
“superación”, tales como promoción espiritual e intelectual; y acceso a los
bienes de “confort” y de facilidad.
Teóricamente, la satisfacción de estas necesidades constituiría lo que se
entiende por desarrollo a escala humana y tiene a su vez tres características
importantes: (i) pueden ser enlistadas y agregarse o desagregarse de acuer-
do múltiples criterios en relación con categorías existenciales y axiológicas.
Las existenciales corresponden a al ser, tener, hacer o estar; las categorías
axiológicas corresponden a la subsistencia, protección, afecto, identidad y
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Martha Nussbaum ha defendido una lista de capacidades que siguen esta misma línea. Para ella,
es posible determinar las condiciones mínimas de satisfacción de las necesidades con arreglo a la
dignidad humana atendiendo a estas categorías axiológicas y existenciales.
284
Esto es más fácil de atender desde la perspectiva que ofrece el enfoque de la capacidad. El enfo-
que sostiene que una capacidad se elabora a partir de una serie de funcionamientos que la constitu-
yen. La capacidad para leer depende de una serie de funcionamientos como estar bien alimentado,
gozar de una visión y unos medios materiales mínimos. Si uno de esos funcionamientos se ve
afectado, es posible que la capacidad se ve truncada por completo o que al menos eso afecte otros
funcionamientos que constituyen la capacidad.
285
Esto es importante porque, por ejemplo, el poseer una vivienda no es una necesidad, tener una
vivienda es la satisfacción de una necesidad de protección y eso es muy diferente.
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Desarrollo y paz en Colombia
¿Qué tiene o ha tenido que ver Colombia con estas tres nociones del de-
sarrollo? La respuesta es todo y nada. Todo, pues los planes de desarrollo,
las políticas públicas y la presencia constante de las Naciones Unidas en
Colombia han avalado de alguna manera estas nociones y en algunos ca-
sos ha mostrado proyectos exitosos donde se ha evidenciado un verdadero
aporte a las comunidades. Además, la academia ha sido bastante generosa
en la producción de documentos que señalan las fortalezas y debilidades
de estos modelos, así como ha elaborado modelos que buscan dar respuesta
a las necesidades propias del país. En relación al primer modelo, ya he-
mos dicho que Colombia ha tratado de copiarlo y reproducirlo buscando
parecerse camuflarse entre los países del primer mundo. En relación con
el segundo enfoque, poco o nada se ha logrado más allá de la formulación
teórica de los principios que defiende. El Estado trabaja para la economía y
esto significa operar en función de los capitales monetarios y no en función
de la persona.
De igual manera, podría decirse que por lo menos en relación con el
último enfoque Colombia no tiene nada que ver con él porque la realidad
es que hay muy poco que pueda hacerse para desanclarse de la política de
286
Es importante aclarar que el análisis que se realizará de los Planes escogidos se limita a analizar
apartados en relación con la paz y el desarrollo con el fin de determinar el entendimiento que se
tiene de estos conceptos y las formulaciones, así como los resultados que en términos generales se
conocen.
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una deforestación que alcanza las 43.000 hectáreas trimestrales, esta meta
parece menos que ambiciosa teniendo en cuanta además que mucha de-
forestación en Colombia no se considera como tal pues está amparada en
la política extractivista del Estado. La meta 11 promete erradicar 280.000
hectáreas de cultivos ilícitos. Para ello, el Estado ha recurrido a la aspersión
de glifosato con las nefastas consecuencias que ello tiene. Así, vemos una
política estatal sin innovación –pues intenta resolver un problema como
el narcotráfico con soluciones viejas, ineficientes y riesgos–, muestra poca
ambición y compromiso con la paz y señala unas metas de poco esfuerzo y
mucha ambigüedad que permitan manipular y funcionar sobre la marcha.
En suma, estamos ante una retórica del desarrollo más que ante una política
que lo promueva y se desconoce la necesidad de la seguridad ciudadana y la
paz y con ello se mina la posibilidad de hablar de desarrollo en un sentido
verdadero y sostenible.
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Desarrollo y paz en Colombia
La paz, no es un medio para un fin como a veces se señala, una vida bien
vivida tiene la paz como un fin en sí mismo. La paz, pasa por el abando-
no de las armas, pero debe implicar el abandono de todo clima de guerra
que es imposible pensar en un país donde las personas no tienen voz y su
voto es fácilmente manipulable. Una vida bien vivida, no es una vida donde
abundan las riquezas, es una donde abundan las oportunidades. Por ello, el
desarrollo no puede entenderse sino como la ampliación de esas capacida-
des, el resultado será un esquema de buen vivir para las personas; la paz es
un componente central en para ese objetivo. En otras palabras, podríamos
decir que Colombia necesita un modelo de desarrollo humano con enfo-
que de paz. Este modelo, por supuesto, sobrepasa las intenciones de esta
presentación, pero seguramente se ajustaría en gran medida al enfoque de
las capacidades básicas que ha formulado como Martha Nussbaum en sus
diferentes obras donde establece los mínimos para vivir una vida digna y
encontrar los principios de la justicia con arreglo a dicha dignidad (Nuss-
baum, 2006; 2011; 2012).
Conclusiones
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Desarrollo y paz en Colombia
Referencias
Acuerdo Final. (2016). Acuerdo final para la terminación del conflicto y la cons-
trucción de una paz estable y duradera. Recuperado de: https://www.cancilleria.
gov.co/sites/default/files/Fotos2016/12.11_1.2016nuevoacuerdofinal.pdf
Escobar, A. (1996). La Invención del Tercer Mundo: construcción y deconstruc-
ción del desarrollo. Norma.
Fernández, C. (1998). Desarrollo y paz: seis ensayos para abordar la discusión.
Ediciones Macondo.
Neira G. y Escorcia M. (2013). El desarrollo: aporte y límite a la solución del con-
flicto armado en Colombia. Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
Neira, G. (2008). Colombia, conflicto armado y desarrollo humano. Editorial Pon-
tificia Universidad Javeriana.
Nussbaum, M. (2006). Frontiers of Justice: Disability nationality, and Members-
hip. Harvard University Press.
Nussbaum, M. (2011). Creating Capabilities, the Human Development Approach.
Harvard University Press.
Nussbaum, M. (2012). Las mujeres y el desarrollo humano. El enfoque de las ca-
pacidades. Herder.
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LA POLÍTICA COMO SUBLIMACIÓN
DE LA VIOLENCIA EN TIEMPOS DEL POST ACUERDO
DE PAZ EN COLOMBIA
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Una prohibición tan fuerte sólo puede haber ido dirigida contra un impulso igualmente fuerte. Lo
que no anhela en su alma hombre alguno, no hace falta prohibirlo,” se excluye por sí solo. Preci-
samente lo imperativo del mandamiento «No matarás» nos da la certeza de que somos del linaje
de una serie interminable de generaciones de asesinos que llevaban en la sangre el gusto de matar,
como quizá lo llevemos todavía nosotros. (Freud, 1992, p. 297)
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A propósito de los destinos de la pulsión, Freud escribirá en su texto “El malestar en la cultura”
(1930), lo siguiente:
En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino
una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcir-
lo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo,
infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. “Homo homini lupus”: ¿quién, en vista de
las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho este apotegma?.
(Freud, 2010, p. 52)
289
Véase el documental “Voces de Trujillo. Un retorno a la vida”, sobre la masacre de Trujillo, muni-
cipio del Valle del Cauca, en el que hay relatos de las víctimas sobre las afectaciones socio-afec-
tivas que les trajo el conflicto armado y sobre su visión de futuro, en términos del acuerdo de Paz.
Este documental fue producido por RTVC y se realizó en cumplimiento de la medida de repara-
ción pactada en el Acuerdo de Solución Amistosa suscrito entre los representantes de las víctimas
y el Estado Colombiano. Consúltese en: https://www.youtube.com/watch?v=3gFIBLCL0Uw
290
El acuerdo firmado entre el gobierno colombiano y las FARC-EP, se compromete con una política
de desarrollo agrario integral, el fortalecimiento de la participación política, el fin del conflicto
armado, la solución al problema de las drogas ilícitas, la reparación de víctimas desde un sistema
Integral de verdad, justicia, reparación y no repetición, y la implementación, verificación y refren-
dación del acuerdo.
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Segundo Coloquio sobre Pluralidad, justicia y construcción de paz, encuentro con académicos e
investigadores. Junio 2 de 2017. Cali. En: http://comunicacionpuj.javerianacali.edu.co/pjcdepaz/
index.php/coloquio-con-academicos/
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La zona plana del Departamento del Valle del Cauca ha estado destinada a la agroindustria cañera,
la zona de ladera a la caficultura, silvicultura y cultivos ilícitos y la zona que constituye la salida al
océano pacífico, ha estado reservada a la economía sustentada en el tránsito de mercancías legales
e ilegales.
293
Algunos ejemplos de la geografía e historia universal, en los que coinciden tanto valles geográfi-
cos como las disputas por estos territorios, al ser ricos en recursos naturales, y por sus rutas de co-
mercio, se tienen en los sumerios –primeras civilizaciones (3500 a.C.)–, a los que se superponen
una y otra vez distintos pueblos disputándose el fértil Valle de la Media Luna, o los fenicios cuyo
poder tuvo que ver con el dominio de las rutas comerciales de Asiria a Egipto y del Asia Menor
a Mesopotamia. También se cuenta, al inicio del periodo de la República en Argentina, con los
conflictos violentos entre este país, Brasil y Paraguay por el control del territorio del Valle del Río
de la Plata, o los conflictos actuales por recursos naturales como el oro, petróleo, gas y coltan en
el gran valle del Arco Minero del Orinoco en Venezuela, en el que convergen intereses norteame-
ricanos, europeos y asiáticos.
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Freud, en el escrito De guerra y muerte. Temas de actualidad (1915), advierte la importancia de
ordenamientos simbólicos que orienten al psiquismo humano, en vivencias de guerra:
El individuo que no se ha convertido en combatiente —y por tanto en una partícula de
la gigantesca maquinaria de guerra— se siente confundido en su orientación e inhibido
en su productividad. Creo que dará la bienvenida a cualquier pequeño consejo que le
facilite reencontrarse al menos en su propio interior. (Freud, 1992, p. 277)
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Lo que ha ocurrido en los campos de concentración supera de tal modo el concepto jurídico de
crimen, que muchas veces se ha olvidado considerar la verdadera estructura jurídico-política en la
cual aquellos sucesos se produjeron. El campo es el lugar en el que se ha realizado la más absoluta
conditio inhumana que se haya dado jamás sobre la tierra: es decir, en última instancia, lo que
cuenta tanto para las víctimas como para los descendientes. Aquí seguiremos deliberadamente
una orientación inversa. En vez de deducir la definición de campo por los sucesos acaecidos, nos
preguntaremos más bien: ¿qué es un campo?, ¿cuál es su estructura jurídico-política, por qué han
podido tener lugar semejantes sucesos? Todo esto nos llevará a mirar el campo, no como hecho
histórico, ni como una anomalía perteneciente al pasado (aunque sí eventualmente, está todavía
por verificarse), sino, de alguna manera, a la matriz escondida del espacio político en el que vivi-
mos. (Agamben, 2001, p. 37)
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La política como sublimación de la violencia en tiempos del post acuerdo de paz en Colombia
296
El ciudadano particular puede comprobar con horror en esta guerra algo que en ocasiones ya
había creído entrever en las épocas de paz: que el Estado prohíbe al individuo recurrir a la injus-
ticia, no porque quiera eliminarla, sino porque pretende monopolizarla como a la sal y al tabaco.
El Estado beligerante se entrega a todas las injusticias y violencias que infamarían a los indivi-
duos. No sólo se vale de la astucia permitida, sino de la mentira consiente y del fraude deliberado
contra el enemigo, y por cierto en una medida que parece exceder de todo cuanto fue usual en gue-
rras anteriores. El Estado exige de sus ciudadanos la obediencia y el sacrificio más extremos, pero
los priva de su mayoridad mediante un secreto desmesurado y una censura de las comunicaciones
y de la expresión de opiniones que los dejan inermes, sofocados intelectualmente frente a cual-
quier situación desfavorable y a cualquier rumor antojadizo. Denuncia los tratados y compromi-
sos con que se había obligado frente a los otros Estados, y confiesa paladinamente su codicia y su
afán de poderío, que después los individuos deben aplaudir por patriotismo. (Freud, 1992, p. 281)
297
“La guerra es el modo de existencia privilegiado de la sociedad primitiva por cuanto se reparte en
unidades sociopolíticas iguales, libres e independientes: si los enemigos no existiesen, habría que
inventarlos” (Clastres, 2009, p. 73).
561
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Por cierto, se ha dicho que las guerras no podrán cesar mientras los pueblos vivan en condiciones
de existencia tan diversas, mientras difiera tanto el valor que cada uno de ellos atribuye a la vida
del individuo y mientras los odios que los dividen sigan siendo unas fuerzas con tanto imperio en
lo anímico. (Freud, 1992, pp. 277-278)
300
Detrás del orden calmo de las subordinaciones, detrás del Estado, detrás de los aparatos del Esta-
do, detrás de las leyes, ¿no será posible advertir y redescubrir una especie de guerra primitiva y
permanente? […] demás deberemos preguntarnos si las instituciones militares –y en general todos
los procedimientos puestos en acción para hacer la guerra– no son, directa o indirectamente, de
algún modo, el núcleo de las instituciones políticas. La última y principal pregunta que debemos
hacernos puede ser formulada así: ¿cómo, a partir de cuándo y por qué se comenzó a percibir o
imaginar que lo que funciona detrás y dentro de las relaciones de poder es la guerra? ¿Cómo, a
partir de cuándo y por qué se llegó a pensar que una especie de combate 44 ininterrumpido que
trabaja la paz y el orden civil –en sus mecanismos esenciales– no es otra cosa que un tipo de ba-
talla? (Foucault, 1992, p. 44)
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Por más que la conducta esté habitada por el pasado más lejano, no deja de
poseer un sentido actual. Al decir que un síntoma reproduce simbólicamente
un traumatismo arcaico queda implicado que el pasado no invade totalmente
el presente, sino que el presente se defiende contra su reaparición. El presen-
te mantiene una relación dialéctica con su propio pasado; lo reprime en el
inconsciente, separa las significaciones ambiguas, proyecta sobre la actua-
lidad del mundo real los fantasmas de la vida anterior, traspone los temas a
niveles de expresión reconocidos como valiosos (es la sublimación); en fin,
erige todo un conjunto de mecanismos de defensa […]. (p. 5)
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De todas maneras, la cultura, finalmente, resulta ser lo más propio del ser
humano; lo ordena, le provee una cadena de simbolismos para significar y
dar sentido a lo natural y al mundo y lo salvaguarda, incluso, de él mismo.
Tales ordenamientos simbólicos se reproducirán y reinterpretarán una y otra
vez en el trasegar de la humanidad. Hablar de reproducciones simbólicas
indica que lo vivenciado entre congéneres humanos, se ha ordenado y ha
quedado representado en la mente humana. Se ha constituido en un lenguaje
que contiene la estructura de la cultura y de lo inconsciente.
En la medida en que se establecen vínculos con otros se configura un or-
den que se simboliza, es decir que es aceptado mediante una ley social. Para
el humano, todo lo que emerge ante sus ojos como acontecimiento pasa
por lo simbólico del lenguaje, queda allí representado, lo que significa que,
en tanto representación puede ser reprimido, evocado y transformado. Esto
indica que, al ser regulada su relación con otros mediante la institución de
un acuerdo social que implica la represión de sus impulsos, el ser humano
puede dar salida a sus tendencias internas mediante mecanismos que las
representen, transformándolas en actos menos perturbadores para sí y para
el orden social. Dentro de estos mecanismos, la sublimación es considerada
como un elemento determinante en el mantenimiento de la cultura pues
permite la derivación de las pulsiones hacia construcciones más elevadas,
edificadoras de la misma cultura.
Al llegar a este punto cabe examinar con mayor detalle cómo la subli-
mación de instintos destructivos es inalcanzable por medio de la represen-
tación de la ley o la autoridad encarnada en un Estado. Se argumentará,
no obstante, sobre la necesidad de un factor cultural con suficiente fuerza
cohesiva para afectar el psiquismo humano de forma colectiva, como para
encausar fuertes pulsiones de violencia hacia fines propios de la civilidad.
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302
Los últimos cuatro alcaldes de Buenaventura han sido investigados por corrupción, el exalcalde
de Florida fue capturado en el 2017, por peculado. Los alcaldes de Cali: Mauricio Guzmán, John
Maro Rodríguez, Apolinar Salcedo, han sido investigados por corrupción. El actual alcalde de
Cali, manifestó su preocupación por la corrupción en la administración local: “Hemos encontrado
mucha corrupción y tenemos que evitarla. Para nadie es un secreto que el sistema está montado
para que la gente que tiene contratos pida contraprestaciones que no deben existir” (El País,
2016. Consúltese en: https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/diego-martinez-lloreda/ar-
mitage-y-la-corrupcion.htm ; y el columnista Javier Duque presenta la siguiente radiografía de la
corrupción en el Valle del Cauca:
En treinta años han sido investigados –y a veces condenados– por corruptos más de
veinte alcaldes y una gran cantidad de funcionarios de las grandes, medianas y pequeñas
ciudades de un departamento que tiene fama merecida de pujante y de moderno. (Daza,
2017, p.1) Consúltese en: https://razonpublica.com/el-valle-del-cauca-segunda-par-
te-politica-y-corrupcion-en-las-ciudades/
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La política como sublimación de la violencia en tiempos del post acuerdo de paz en Colombia
las guerras no podrían terminar mientras los pueblos vivieran en tan distintas
condiciones de existencia, en tanto que la valoración de la vida individual
difiera tanto de unos a otros y los odios que los separan representaran fuerzas
instintivas anímicas tan poderosas […]. (p. 278)
Quiere decir que, una vez cesa el enfrentamiento bélico y se opta por los
caminos de la política, ella no suprime, las condiciones de desigualdades
sociales de los hombres, tampoco, extirpa su condición psíquica. Por lo
tanto, el conflicto se hace evidente en la política y la paz no es más que el
enmascaramiento del conflicto. Más allá de la continuidad de la guerra por
la vía de la política, lo interesante del planteamiento freudiano sobre ellas,
es que permite pensar en la función o sentido de la guerra y la política. Ellas
posibilitan que el hombre haga consciente la fragilidad de los acuerdos en-
tre humanos, el riesgo permanente de desencadenamiento de la agresión y
muerte violenta, la capacidad de perjuicio de los Estados y sus gobiernos
y de la propia capacidad humana de odio y destrucción, aún entre aquellos
que dice amar. Por otra parte, Freud señalará que, tanto en periodos de paz
como de conflicto bélico, del Estado, el ser humano debe entender que,
–además de comprometerse con los acuerdos de un pueblo–, se reservará
para sí la violencia y la injusticia, sometiéndolo por la vía del patriotismo.
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Cualquier decepción que esto genere al ser humano, será injustificada para
Freud, pues la expectativa de una relación diferente con este ente de poder
se edifica en el terreno de la ilusión303.
Sin embargo, pese a que se entienda la política como una forma de con-
tinuación del conflicto, por medio del ejercicio de un poder tendiente a
controlar el comportamiento del colectivo, desde el mantenimiento de las
desigualdades, por vía del temor y de la fuerza, ¿no hay posibilidades para
que ella funja como alivio a las heridas psíquicas ocasionadas en un conflic-
to armado? ¿Si existiera, en alguna medida tal posibilidad, cuál debe ser su
talante para que, afine los vínculos humanos? Es decir, ¿puede ser la política
una forma de sublimación desde la que se fragüen las hondas fisuras simbó-
licas que deja la violencia del conflicto armado? Osar una respuesta a estas
inquietudes, seguramente, requiera apelar, por un lado, a la idea de la políti-
ca no como un campo de administración de lo que existe, en términos de un
ejercicio estatal de dominación, sino en el sentido de la resistencia que cada
cual puede hacer a lo establecido y en uso de su libertad para construir for-
mas de ordenar distinto, lo que se ha dado por sentado como desigualdades,
controles, arbitrariedades, entendiendo que la política la hacen los políticos
y todo aquel que intervenga en la transformación política.
Una política, más en sentido arendtiano, que abre un camino de esperan-
za, en tanto concibe al hombre como un agente político, es decir, capaz de
iniciar siempre algo nuevo que transforme al mundo. Arendt le concede al
hombre, muy a pesar de lo que otros teóricos describen de sus tendencias
ocultas de agresión y muerte, y pese a las estimables diferencias sociales,
la capacidad de juicio para acciones verdaderamente políticas, es decir, le
reconoce una capacidad de insertarse mediante su palabra y acción consis-
tentes, en un mundo habitado por otros, semejantes y distintos, y agenciar
en el espacio público, actos tendientes a construir relaciones de consenso,
Revisar
en las que la pluralidad sea la condición irrestricta< (Arendt, 1993, p. 223).
Una política de este talante, puede, en algo, tejer simbólicamente un esce-
nario social y cultural distinto, incluso, en la aceptación de la existencia
del Estado con lo que haya menoscabado en la gente, y en lugares donde el
conflicto armado ha ocasionado estragos subjetivos.
303
Podemos, sin embargo, someter a una consideración crítica tal decepción y hallaremos que no
está, en rigor, justificada, pues proviene del derrumbamiento de una ilusión. Las ilusiones nos son
gratas porque nos ahorran sentimientos displacientes y nos dejan, en cambio, gozar de satisfac-
ciones. Pero entonces habremos de aceptar sin lamentarnos que alguna vez choquen con un trozo
de realidad y se hagan pedazos. (Freud, 1992, p. 277)
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¿En qué se sostiene tal idea de orientar las propias acciones a suturar las
heridas de la guerra y a obrar en favor de la transformación política? Freud,
desde una visión culturalista apuesta por fortalecer aquello que también ha-
bita al psiquismo como oponente de las fuerzas destructivas: la pulsión de
vida. Esta pulsión también alimenta la vida anímica y tiende a mantenerla
como unidad, a lograr su homeostasis. Sin embargo, para que la pulsión de
vida florezca por encima de las tendencias destructivas y de muerte del ser
humano, es necesario un cierto equilibrio en el que las pulsiones individua-
les de vida y muerte, encuentren auténticos espacios de sublimación en lo
social. Tal sublimación se hace posible en la medida en que la violencia, en
tanto representación es un hecho del lenguaje, por lo cual, su sentido puede
ser reorientado.
Pensar las transformaciones sociales apoyadas en resignificaciones de
sentido del conflicto en los pobladores del Valle del Cauca puede ser alenta-
dor, en tanto, desde la mencionada ‘relativa libertad’ que tienen los hombres
para construir formas políticas de vinculación humanas edificantes, puede
deducirse que un camino de formas y acciones constructivas también ins-
taura en el psiquismo contenciones a la emergencia de las pulsiones des-
tructivas. A la construcción histórica del psiquismo por la vía de vivencias
dramáticas de conflicto armado, se aportarían experiencias que dignifiquen
la vida, resignifiquen lo vivido violentamente y afiancen la política como
una forma de sublimación de las pulsiones.
Otra de las apuestas freudianas, que pueden menguar en algo los es-
tragos de la guerra y la vuelta a las vías violentas, se da por la vía de la
identificación con el prójimo. En cuanto al amor al prójimo, Freud pone en
relieve como la humanidad lo ha dado por sentado desde la confirmación de
la Ley en el cristianismo, asumiendo que los hombres están regidos por el
deseo de hacer el bien. Para el autor, es insuperable el que la acción humana
orientada a hacer el bien va necesariamente en contravía de la satisfacción
de las tendencias egoístas. Así, dicho amor, en el fondo, no tiene que ver
con la beneficencia, es más una trampa desde la lógica psíquica que habita
en el humano, por cuanto quien pide el bien, seguramente no se lo merece,
porque comparte los malos deseos frente a los otros y porque se hace econo-
mía psíquica optando por la vía del menor esfuerzo, la del despojo del otro
en razón de los deseos propios. Si no se puede dar por sentado el amor al
prójimo, ¿qué puede apaciguar en el humano sus impulsos de sometimiento
y de dar muerte a sus congéneres, incluso del aniquilamiento de sí mismo?
La alternativa que en este punto se quiere retomar del psicoanálisis
freudiano, así el mismo Freud no haya sido muy optimista al respecto,
es aquella que tiene que ver con la cohesión simbólica del colectivo por
573
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
304
“La vida humana en común sólo se torna posible cuando llega a reunirse una mayoría más poderosa
que cada uno de los individuos y que se mantenga unida frente a cualquiera de éstos. El poderío de
tal comunidad se enfrenta entonces, como «Derecho», con el poderío del individuo, que se tacha
de «fuerza bruta». Esta sustitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso
decisivo hacia la cultura. Su carácter esencial reside en que los miembros de la comunidad restrin-
gen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el individuo aislado no reconocía semejantes
restricciones. Así, pues, el primer requisito cultural es el de la justicia, o sea, la seguridad de que el
orden jurídico, una vez establecido, ya no será violado a favor de un individuo, sin que esto impli-
que un pronunciamiento sobre el valor ético de semejante derecho. El resultado final ha de ser el
establecimiento de un derecho al que todos –o por lo menos todos los individuos aptos para la vida
en comunidad– hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno –una
vez más: con la mencionada limitación– a merced de la fuerza bruta” (Freud, 2010, p. 37)
574
La política como sublimación de la violencia en tiempos del post acuerdo de paz en Colombia
575
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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DISPOSICIONES AFECTIVAS Y CONSTRUCCIÓN DE
PAZ EN CLAVE ÉTICO-POLÍTICA
Rodrigo J. Ocampo G.
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Disposiciones afectivas y construcción de paz en clave ético-política
306
La representación de sentimientos morales y estados emocionales en la interacción social y en el
contenido valorativo y normativo de los proyectos políticos se ve reflejada incluso en las teorías
más liberales con pretensión de universalidad en sus principios y reglas. Rawls, por ejemplo, tiene
en cuenta la función de los sentimientos morales y naturales al momento de pensar una sociedad
bien ordenada. Usa el término sentimiento para referirse a “familias permanentes y ordenadas de
disposiciones rectoras, como el sentido de la justicia y el amor a la humanidad, y para adhesiones
duraderas a individuos o asociaciones particulares que ocupan un lugar importante en la vida de
una persona” (Rawls, 2006, p. 433).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Dicha referencia al sentimiento se entiende pensando en la psicología moral del ciudadano liberal
dispuesto a participar en una sociedad donde la cooperación, la reciprocidad y las relaciones equita-
tivas y en condiciones de igualdad representan un horizonte normativo para buscar la cohesión so-
cial con base en intereses compartidos. La cuestión del deseo social y de la motivación moral de los
individuos es de esta manera introducida vinculándola al presupuesto de un núcleo de sentimientos
básicos con los cuales cabe la realización de una concepción de sociedad justa e incluyente.
307
Rawls lo expresa en los siguientes términos:
[…] para realizar nuestra naturaleza no tenemos más alternativa que proteger nuestro
sentido de la justicia para que rija nuestros restantes objetivos. Este sentimiento no pue-
de realizarse si está comprometido y equilibrado frente a otros fines, como un solo deseo
entre tantos. Es un deseo de conducirse de un cierto modo, sobre todo lo demás, un es-
fuerzo que contiene en sí mismo su propia prioridad. Otros objetivos pueden alcanzarse
mediante un proyecto que permita un lugar para cada uno, siendo posible su satisfacción
cualquiera que sea el lugar que ocupen en la sucesión. Pero no es este el caso con el
sentido del derecho y de la justicia; y, por consiguiente, el conducirse mal siempre ofrece
el riesgo de despertar sentimientos de culpa y de vergüenza, emociones suscitadas por
la derrota de nuestros sentimientos morales reguladores. (Rawls, 2006, pp. 518, 519)
Si bien más adelante, en El Liberalismo Político, Rawls desatiende su interés por la función de los
sentimientos morales respecto al logro de una “sociedad bien ordenada”, continúa planteando al
menos de forma esquemática lo referente a la motivación moral de las personas y a una psicología
moral filosófica adecuadas para su teoría social y política (Rawls, 1996, pp. 112-119).
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308
En palabras de Nussbaum:
Aunque, para cuando publicó El liberalismo político Rawls tenía sus dudas acerca de
los detalles de este apartado [la educación de los sentimientos] tal como había apareci-
do en Teoría de la justicia, porque creía que se había basado demasiado en una única
doctrina comprehensiva del bien, Rawls no había dejado de avanzar en esa obra previa
toda una psicología política y había hecho, además, especial hincapié en su importancia,
arguyendo que, para mantenerse estable, la sociedad necesita un cierto cultivo público
del sentimiento. (Nussbaum, 2007, p. 402)
En una obra posterior, Emociones Políticas, mantiene esta interpretación de un pensamiento rawl-
siano para nada ajeno a la función de los sentimientos morales para el logro de sociedades orga-
nizadas desde principios de justicia:
[…] el proyecto rawlsiano y el mío, aunque distintos, están estrechamente relacionados,
ya que la propuesta de Rawls implica una sociedad de seres humanos, no de ángeles, y
él sabía muy bien que las personas no actúan automáticamente en pos del bien común.
Así pues, aun cuando en su sociedad bien ordenada, los problemas de exclusión y je-
rarquización estén ya superados, han sido superados por seres humanos que continúan
poseyendo las tendencias subyacentes que producen tales problemas. Incluso allí, en
tan ideal escenario, la estabilidad pasa por lidiar con las complejidades de la psicología
humana real. (Nussbaum, 2014, pp. 23, 24)
309
La relación entre un proyecto ético-político de convivencia y la función de los sentimientos mo-
rales se logra básicamente por vía del desarrollo de una conciencia individual y colectiva:
[…] la estabilidad de la sociedad justa depende de la capacidad que tenga de inculcar
las actitudes y los sentimientos correctos en las personas para que éstas se muestren fa-
vorables a cambios de gran alcance en la distribución existente de bienes. […] si se nos
conciencia del sufrimiento de otra persona del modo adecuado, acudimos en su ayuda.
El problema es que nos distraemos la mayor parte del tiempo, no se nos educa bien para
comprender los problemas de otras personas y (como Rousseau y Batson enfatizan, cada
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Disposiciones afectivas y construcción de paz en clave ético-política
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Fernández señala apropiadamente que, si bien es necesario buscar la reconciliación, se debe evitar
caer en el olvido. Sobre todo, la memoria ante los crímenes de lesa humanidad debe mantenerse
como exigencia ética, por mucho dolor que ello cause (Fernández, 2012, pp. 78, 80). Igualmente,
retomando a Derridá, Fernández precisa:
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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Arango lo expresa de la siguiente manera:
El resarcimiento económico no contrarresta la indignación de las víctimas y de la comu-
nidad internacional por las masacres cometidas […] cuando se insiste en la necesidad
de exigir la verdad so pena de perder los beneficios, se responde que la ley es producto
de una negociación de paz y no del sometimiento a la justicia. Con ello el sentimiento
mínimo de justicia, la certidumbre de lo sucedido a los seres queridos, se diluye en
las razones de conveniencia nacional […] Emociones morales como la compasión, la
indignación y la vergüenza son las grandes ausentes en el proceso de negociación. El co-
locarse en la situación de las víctimas y sentir con ellas no ha sido un objetivo de la ley.
Por el contrario, la ley y su retórica de derechos a la verdad, la justicia y la reparación,
han invisibilizado a las víctimas. (Arango, 2006, pp. 157, 158)
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Nussbaum parece compartir esta relación para nada ajena al tratamiento que hacen Mill y
Schopenhauer de los sentimientos de simpatía y de justicia.
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De Waal está de acuerdo en que las emociones morales implican una generalización, pero nota
que el resentimiento es una emoción demasiado egocéntrica como para ser catalogada como
moral:
Emociones como la gratitud y el resentimiento tienen que ver directamente con el in-
terés propio –cómo le han tratado a uno o cómo uno desea que se le trate–, por lo que
son demasiado egocéntricas para ser morales. Las emociones morales deberían estar
desconectadas de la situación inmediata de uno: tratan del bien y el mal a un nivel más
abstracto y desinteresado. Es sólo cuando hacemos juicios generales sobre cómo se debe
tratar a alguien que podemos empezar a hablar de aprobación y desaprobación moral.
(De Waal, 2007, p. 45)
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Disposiciones afectivas y construcción de paz en clave ético-política
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De hecho, la rehabilitación psicosocial implicará además de dar prioridad individual a las víc-
timas de violencia sexual, un plan de rehabilitación psicosocial para la convivencia y la no
repetición de forma colectiva que implica una serie de estrategias de rehabilitación con enfoque
diferencial y de género, ente las que cabe destacar, para los propósitos del presente capítulo, las
siguientes:
- Creación de espacios de diálogo comunitario y duelos colectivos que permitan la ex-
presión individual y colectiva del sufrimiento. - Impulso de iniciativas locales dirigidas
a la reconciliación, la dignificación y el reconocimiento. - Reflexión sobre imaginarios
colectivos de proyectos de vida futuros que permitan dotar de sentido transformador la
reparación y lograr una convivencia pacífica. - Estrategias para la reconstrucción de los
vínculos familiares afectados con ocasión del conflicto que, respetando las especificida-
des religiosas, étnicas y culturales y bajo el principio de la no discriminación, busquen
que las víctimas recuperen su entorno y sus lazos de afecto, solidaridad, respeto y asis-
tencia. (AA. VV., 2016, p. 182)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
condición de los más afectados por el conflicto armado. Las víctimas de los
conflictos armados convocan a la expresión de emociones morales conec-
tadas con las virtudes de la solidaridad y la cooperación para afrontar una
condición de desigualdad consistente en la limitación de las capacidades
de las víctimas para hacerse cargo de sí mismas y sostener relaciones de
reciprocidad.
Generalmente, la virtud de la benevolencia es exigida al ciudadano en
un marco de relaciones de cooperación y reciprocidad. Pero este marco su-
fre rupturas bajo relaciones de dominio y subyugación. En un escenario de
postconflicto, en ausencia de garantías de la seguridad y reparación ante la
afrenta y la vulneración de derechos fundamentales, la benevolencia es re-
emplazada por un deseo de justicia y reparación desde el que paralelamente
se pueden desarrollar iniciativas de paz desde convicciones ético-afectivas
profundas.
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Disposiciones afectivas y construcción de paz en clave ético-política
317
Estas tres formas de narrativa son descritas así:
La primera tiene que ver con el sufrimiento social, es decir con el impacto que tienen las
fuerzas violentas asociadas al narcotráfico, el paramilitarismo, la guerrilla y las Fuerzas
Armadas sobre la vida de los sobrevivientes. La memoria de los eventos y hechos vio-
lentos se constituye en torno a la experiencia del dolor físico y emocional que marca a
las víctimas para nombrar también los impactos sobre el tejido social local y el mundo
cotidiano de los sobrevivientes. […] La elaboración del duelo es el segundo eje narrativo
desde el que se construyen las memorias de las víctimas y se definen las maneras en que
se estructuran las conmemoraciones y se socializan los recuerdos de parte de las organi-
zaciones de víctimas. […] el horizonte de la verdad, la justicia y la reparación estructura
otro eje central de cómo las víctimas le dan sentido a la memoria como una labor de
resistencia frente al olvido y a la impunidad. (AA. VV., 2008, pp. 203-206)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
[…] la paz verdadera no es lo que están firmando los acuerdos de paz por allá
[…] la reconciliación primero va dentro de nosotros mismos y la paz que sa-
camos desde nuestro corazón olvidando esos odios, esos rencores […] todo
aquello que destruye nuestra vida […] para nosotros tener la memoria de
nuestros seres queridos es lo principal para que haya una verdadera paz, que
poder nosotros expresar todo lo que hemos sufrido, lo que hemos sentido,
eso es, desde la academia, enseñarle a los niños, a los jóvenes, a los adultos,
cómo podemos convivir en paz, dejando los odios, rencores, todo aquello
que destruye nuestra vida […] (AA. VV., 2017).
600
Disposiciones afectivas y construcción de paz en clave ético-política
601
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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603
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
604
LA EDUCACIÓN DE LAS EMOCIONES Y LA
IMAGINACIÓN MORAL: RETOS PARA UNA
PEDAGOGÍA DE LA ESPERANZA
Introducción
Después de la firma del tratado de paz del Gobierno colombiano con las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y el aparente
silenciamiento de los fusiles, que por más de 50 años ha dejado en Colom-
bia una huella de sufrimiento y un gran número de víctimas, les corresponde
a las ciencias humanas y a la filosofía reflexionar en torno a las herencias de
la guerra y cómo ellas repercuten en la formación humana.
La reflexión filosófica que quiero proveer con este texto hunde sus raíces
en la educación, pero no desde la idea de una educación institucionalizada
que, comúnmente, es catalogada como la responsable de las deformaciones
estructurales de un país o sociedad. Aquella que, para muchos, en palabras
del brasileño Pablo Gentili, “se mira miope el ombligo sin llegar nunca a
reconocerlo” (2007:10). Esto bajo la idea según la cual la educación ha sido
el instrumento de opresión y marginación política y social. En lugar de ello,
con lo que el lector y lectora se encontrará, será una aproximación desde la
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
para remarcar una premisa fundamental de nuestro discurso sobre paz y de-
sarrollo que dice que la transformación social (cultural, política, económica,
social y ambiental) concierne a toda la sociedad colombiana y no solo a la
parte de ella que vivido en carne propia los horrores de la violencia y la con-
frontación armada secular. (Morales, 2016, p. 144)
En este sentido, y con los cuatro puntos focales del acuerdo –respecto a
la educación y la pedagogía–, la construcción de la paz es por antonomasía Asimismo
un proceso de transformación cultural. Asímismo, ha sido la cultura, la cul- o
tura de la guerra y la violencia, la que ha impregnado, y en cierto sentido, Así mismo?
alienado nuestra existencia y modo de vida.
Marx señalaba que la cultura de la violencia no se le debe atribuir a la
mentalidad y al comportamiento de los ejecutores de la violencia. La cultura
de la violencia, según Marx, es el Lumpenproletariat que es el sustratum
más bajo de cualquier sociedad conformado por delincuentes que se pueden
rescatar. Para Colombia el Lumpenproletariat se ha alimentado y emanci-
pado como resultado del narcotráfico, la corrupción, la minería ilegal, la
extorsión y el secuestro que ha permeado la lucha de grupos insurgentes
que, paradójicamente, iniciaron tras motivaciones idealistas y puritanas del
cambio social (Morales, 2016).
Anteriormente en Colombia hacía los 90 la petición de un movimiento
estudiantil, conocido como el Movimiento de la Séptima Papeleta, propuso
incluir un voto adicional solicitando una reforma constitucional mediante la
convocatoria de la Asamblea Constituyente. Esto es muestra de la preocu-
pación de unos jóvenes por más libertad, más democracia y mejores institu-
ciones. De ahí que haya existido en las afecciones colombianas una creencia
en la institucionalidad para la cohesión social. Para esta época, en Colombia
y en casi toda latinoamerica, emergían nuevas oportunidades políticas pues
“la historia y la memoria se convertían en instrumentos para la reconstruc-
ción y reconstitución de sociedades devastadas por la violencia estatal y
paraestatal” (Ortega, 2011, p. 18). Sin embargo, en los últimos años no nos
hemos preocupado por recordar lo que hemos tenido que pasar como hu-
manidad para llegar al punto en el que estamos que es imperfecto pero que
es un presente, una realidad, que es mejor que el pasado. No recordar nos
despoja de las vivencias y de los saberes que nos dejan las aberraciones de
la violencia sistemática.
Lo incomprensible con lo dicho es que, dado el caso de conocer nues-
tra historia, no se tiene la capacidad de ponerse en el lugar y a favor del
611
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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[La idea de paz imperfecta se contrapone y supera la paz utópica/perfecta porque] supera su carga
de justificación de la violencia (de una violencia última que nos lleve a la paz utópica) y al superar
la apatía y la desmotivación que puede producir trabajar algo utópico, por algo que no existe.
(Comins Mingol, 2002, p. 324)
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Más adelante manifiesta:
Esto se da cuando por fin, desde la memoria dolorosa venida de cualquier lado, por en-
cima de la rabia, de la indignación y de las explicaciones que nos confrontan, caemos en
cuenta del abismo en que nos hemos precipitado los colombianos, destrozándonos unos
a otros y convertidos en escándalo para las naciones. (De Roux, 2018, p. 75)
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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Ver Acerca del Alma, Editorial Gredos (1978). Y Martha Nussbaum, (1995) Essays on Aristotle’s
de anima, Oxford University Press.
322
Cabe mencionar que los estudios aristotélicos sobre la imaginación son el resultado, como mu-
chos de los postulados del autor, de la discusión con presupuestos platónicos e, incluso, con otros
postulados anteriores que presentan la imaginación como una mezcla entre sensación y opinión.
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
(…) de utilizar los sentidos, pensar y razonar, y de hacer todo esto de forma
<<verdaderamente humana>>, forma plasmada y cultivada por una adecua-
da educación, incluyendo, aunque no solamente, alfabetización y entrena-
miento científico y matemático básico. Ser capaz de utilizar la imaginación
y el pensamiento en conexión con la experiencia y la producción de obras
y eventos de expresión y elección propia, en lo religioso, literario, musical,
etc. Ser capaz de utilizar la propia mente de manera protegida por las garan-
tías de libertad de expresión con respeto tanto al discurso político como ar-
tístico, y libertad de práctica religiosa. Ser capaz de buscar el sentido último
de la vida a la propia manera. Ser capaz de tener experiencias placenteras y
evitar el sufrimiento innecesario. (Nussbaum, 2007, p. 88)
616
La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
(…) el poder para generar cambios sociales y políticos está mucho más des-
concentrado de lo que suponen las “tecnologías del cambio”, usualmente
inclinadas a ver el Estado como el agente del cambio natural de la socie-
dad. Plantea que el cambio puede ocurrir simultáneamente en actividades y
procesos que se sitúan en orillas y opiniones opuestas, cuando las personas
encuentran alguna manera de vincularse y relacionarse para imaginar “una
323
La simpatía tiene todo un desarrollo extenso y minucioso en el trabajo de Smith.
Primero, la simpatía se refiere al sentimiento de piedad o compasión que surge al ver
la miseria de los demás, la cual afecta incluso al más rufián e insensible violador de las
leyes de la sociedad. Un segundo sentido es el fellow-felling o compañerismo, con cual-
quier pasión, sea agradable o no, la que nos va a acompañar (go along with) a nuestro
prójimo en su situación. (De la Cruz, 2015, p. 183)
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
nueva [,] aunque misteriosa y a menudo inesperada orilla”. Una vez se acti-
va la imaginación moral el cambio social y político se generaliza, así como
obra la levadura en la harina amasada. (Pérez, 2008, p. 401)
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
(…) la teoría de Nussbaum ofrece además una clara herramienta para la educa-
ción: las narraciones. La inclusión del carácter narrativo de las emociones per-
mite colocar a la narrativa como el instrumento que da lugar a la posibilidad de
una reconstrucción del origen de una emoción [y así lograr modificarla. Para
la norteamericana,] la narración, que no sólo se encuentra, como se verá en la
literatura sino también en otras formas de arte, se convierte en una herramienta
manejable en psicoterapia y en el aula. (Modzlewski, 2017, p. 15)
620
La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
Ahora bien, las nociones que hasta ahora he tematizado como ‘paz im-
perfecta’, ‘imaginación moral’ y el lugar de la educabilidad de las emo-
ciones tienen un carácter normativo. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿cuál
es el marco práctico donde estas nociones entran en juego? Si bien estos
elementos harían parte de la sociabilidad humana y, por ende, de la práctica
educativa ¿cuál es la pedagogía que se requiere? Modzlewski sostiene que
no se pueden identificar claramente estrategias o prácticas educativas que se
fundamenten en las emociones y sentimientos morales. Lo que sí existe es
una abundancia en la variedad de trabajos que enmarcan en esta dinámica.
Por nombrar algunos: “el potencial de la lectura de cuentos, la utilización
de la música, la actuación como asunción de roles y de trabajos que apuntan
a desarrollar disposiciones emocionales en la niñez” (Modzlewski, 2017,
p. 280). Empero, ellas solo apuntan al componente metodológico. Lo que
hay que resaltar hasta este punto es que la imaginación tiene que ver con las
621
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Así mismo una educación moral y social, que humanice las relaciones
sociales y la práctica educativa como tal, no puede pretender solamente im-
partir el cultivo de ciertas emociones, pues no existe una escala de valores
para decir que una es mejor que otra.
El proceso de la educabilidad, como ya se ha mencionado, debe ir acom-
pañado por le proceso de la imaginación y la racionalización. Ésta última,
lo que permite es desarrollar, por medio de la imaginación narrativa, por
ejemplo, la capacidad de autorreflexión. La autorreflexión es lo que permite
que la práctica educativa y los procesos de enseñanza y aprendizaje sean
dinámicas. La autorreflexión es la que nos lleva a un proceso crítico de
nuestra realidad circundante y de nuestras acciones.
No podremos llevar a cabo un proceso de educabilidad de las emociones
y cultivo de la imaginación, cuando el proceso autorreflexivo no está pre-
sente en la dinámica social y educativa. Para ello, y atendiendo a la pregunta
sobre cuál sería su pedagogía apropiada, es menester colocar en un diálogo
directo la relación educación-paz y emociones-imaginación en un modo de
práctica educativa. Aquí la apuesta es converger estos elementos con el pro-
ceso de liberación y concientización de Paulo Freire y su pedagogía de la
esperanza.
El impacto cultural que generó el conflicto en Colombia dialoga con el
modo como se constituyó cada actor del conflicto armado. En otras pala-
bras, las memorias del sufrimiento, las cuales permean la esfera social y
cultural, constituyen una linealidad narrativa que conforma un amplio re-
lato de la memoria de las víctimas del conflicto. Dicho impacto cultural se
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
centra en la variación de las prácticas cotidianas entre las víctimas del con-
flicto por parte de quienes accionaron contra ellos. Así pues, sus modos de
vida dieron un giro radical en las dinámicas del común.
Rememorar las situaciones por las cuales ha pasado el país, en relación
con la violencia, permite entender el modo cómo se ha configurado social-
mente. En esta visión social, parece pervivir la memoria como resistencia,
toda vez que hace eco ante los diferentes sucesos por los cuales ha convul-
sionado el país en términos de la guerra. La memoria, como resistencia,
retumba en la dinámica social del colombiano y en sus prácticas cotidianas
en tanto que pervive el modo como el sufrimiento del conflicto los ha afec-
tado, es una afectación que dialoga con sus contextos históricos y cohesiona
sus comportamientos sobre su entorno y sobre sí mismos. En este sentido,
la afección de lo acontecido debe estar sujeto a un proceso de liberalización
y concientización.
Uno de los temas centrales sobre los que reflexiona Freire en gran parte
de su obra es el de la liberación de los oprimidos. Además de las dificultades
externas, en su proceso de liberación los oprimidos enfrentan una tensión
que les dificulta salir de su condición de opresión. Ellos temen a la libertad,
aunque no tienen conciencia de este padecimiento. El temor a la libertad no
les permite luchar por su humanización, impidiéndoles, así, ejercer su voca-
ción; vocación que se expresa en su ansia de libertad y de justicia.
Desde la perspectiva freireana, el hombre posee ya sea una ‘conciencia
opresora’ o una ‘conciencia oprimida’ que sustenta las relaciones de do-
minación y fortalece dicha división. Freire plantea una posibilidad de la
liberación de las conciencias que vendría a iniciarse en el oprimido, al ser
este quien se encuentra expuesto con mayor frecuencia a las situaciones
concretas de opresión. No obstante, sostiene que tanto el opresor como el
oprimido se encuentran en un estado de inconsciencia que no les permi-
te reconocer las relaciones opresoras en las que ambos se desenvuelven.
Con esto, se puede sostener que la propuesta pedagógica de Freire no va
dirigida únicamente al oprimido o al opresor, sino al hombre que debe re-
conocer en sí mismo la existencia de una conciencia opresora-oprimida.
Solo de este modo es posible romper con la división de las conciencias y
emprender la búsqueda permanente de la liberación que menciona el autor.
A razón de continuar con el orden opresor, la educación es asumida bajo
una visión ‘bancaria’ en la cual el conocimiento se deposita de un sujeto a
otro que deforma la conciencia de quien educa y quien es educado. Es decir,
cuando el hombre se instruye con un conocimiento depositado por otros,
se forja en él un ser vacío de sí mismo cuya conciencia no le permitirá co-
nocerse desde su humanidad ni ser plenamente consciente de su existencia
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
325
“De tanto oír de sí mismos que son incapaces, que no saben nada, que no pueden saber, que son
enfermos, indolentes, que no producen en virtud de todo esto, terminan por convencerse de su
incapacidad” (Freire, 2005, p. 65).
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
convertirse en una parte de ellos” (Freire, 2005, p. 88). De ahí que se funda-
mente el pensamiento mecánico e inauténtico que lo determina como un ser
aislado de sí mismo, a pesar de que se reconozca superficialmente conscien-
te d sí y de su relación con los otros. Además, esta autoalienación lo lleva
a convencerse de su incapacidad de acción y a su vez a desarrollar perma-
nentemente una dependencia de una autoridad que determine su hacer. Esta
propuesta retoma la posición en la que el hombre debe ser consciente de su
responsabilidad de determinarse a sí mismo y a su realidad. Este reconoci-
miento juega un papel muy importante en el desarrollo de su ser, ya que de
esta manera el hombre establece su dignidad como lo que debe prevalecer.
No obstante, es posible que en la práctica de una ‘pedagogía de la li-
beración’ no se logre un reconocimiento de la realidad opresora ni de los
propósitos dominativos inmersos en el sistema educativo. La anterior si-
tuación es producto de la ‘concepción bancaria de la educación’, la cual le
impide al hombre percibir la fuerza deshumanizadora de este tipo de edu-
cación. Por esta razón, examinaremos los fundamentos de la ‘concepción
bancaria de la educación’ y el vínculo entre el educador y el educando en
dicha noción.
Hasta aquí, hemos señalado que es menester un reconocimiento del sen-
tido deshumanizador de las relaciones en las que el hombre se desenvuelve.
Puesto que éstas se han fundamentado en el interés de conservar un ‘orden
opresor’ que se ha alimentado en la ‘falsa generosidad’, es decir, que el
hombre ha estado condicionado por una autoridad que ejerce sobre él un po-
der de dominación que le ha impedido pensar por sí mismo. Dicha autoridad
ha ocultado sus verdaderos intereses por medio de una actitud altruista, lo
que minoriza las posibilidades de quien es educado. A medida que el sujeto
se educa bajo este orden, aloja en su interioridad una dualidad de la que
se debe percatar, la existencia de la ‘conciencia opresora’ y la ‘conciencia
oprimida’ con el fin de precisar su liberación.
El proceso de concientización, que pasa por el miedo a la libertad y
la creencia en la falsa generosidad, llega a un estadio de conciencia críti-
ca, característica de los regímenes que son auténticamente democráticos.
La concientización es entonces el proceso por el cual se llega al conoci-
miento del mundo, de los otros y de nosotros mismos. Proceso equiparable
con la autorreflexión en la educabilidad de las emociones y el cultivo de la
imaginación.
J. Alexander (2011) sostiene que reelaborar el pasado, mediante la cons-
trucción de los traumas culturales, “no sólo identifica cognitivamente la
existencia y la fuente del sufrimiento humano, sino que asume una respon-
sabilidad importante por él” (p. 126). Una pedagogía de la esperanza, de
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
talante freireano, requiere cierto aire de radicalidad que solo tiene su lugar
en una profunda vocación. De igual manera, “la pedagogía de la esperanza
es, por definición, una pedagogía de la igualdad por la igualdad” (Gentili,
2007, p. 79). El conflicto, la lucha son uno de los motores de la historia que
lleva entre líneas el fervor de encontrar nuevas salidas y de reinventar el
presente de cara al pasado. Para Freire, por ejemplo, la esperanza requiere
de un elemento transformador que necesita ir más allá de la mera fe, pues la
sola fe es considerada ingenua y es uno de los motivos fundamentales por
los que se cae en la desesperanza que nos lleva a estadios de apatía y frivo-
lidad del dolor de otros (Freire, 1999).
La esperanza conjuga otras afecciones y anhelos humanos, uno de ellos:
la libertad. El concepto de libertad, o liberación para ser más exactos, es
uno de los arquetipos en la propuesta freireana. Para el brasileño la libertad
está estrechamente relacionada con el valor de la humanidad. La esencia
de toda persona se trunca por los procesos homogeneizadores y opresores
que lo deshumanizan. De ahí que la educación, en libertad, es también una
educación humanista. Una educación liberadora, que tiene como motor la
esperanza, explica la relación dialéctica de la necesidad, a priori, del género
humano por humanizarse de forma global y no solo de modo parcial.
La cultura, para Freire, forma parte del proceso de humanización de las
personas, pues es en ella en que las personas pueden salir de una ‘cultura
del silencio’ que es una forma de dominación que les impide expresarse.
En el proceso de humanización, la cultura está inextricablemente ligada al
desarrollo de las personas tanto en el ámbito individual como en el colecti-
vo. La humanización va perdiendo su rumbo y su razón de ser cuando hay
una pérdida de identidad individual y colectiva que son producto de los
procesos de globalización, violencia y estandarización de la educación.
El efecto dinamizador de la educación nos lleva a estadios de democra-
tización. Ella está enmarcada en espacios de diálogo, como herramienta
fundamental, que no niega diferencias, sino que permite crear identidad.
En este caso, el rol del educador –y creo que, en cierto sentido, educador, y
también educando, somos todos– es potencializar y redescubrir la esperanza
en la sociedad, aun cuando ella parezca estar llena de desesperanza.
Conclusiones
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Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Referencias
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La educación de las emociones y la imaginación moral: Retos para una pedagogía…
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ÍNDICE TEMÁTICO
comunidad política 61, 64, 429, 440, 444, cultivo de la imaginación 606, 608, 615, 622,
480, 481, 486, 517, 519, 524, 588 627, 629
concentración de la propiedad 150, 243 cultivos permanentes 243
condición conflictiva 557, 563 cultura-barbarie 321
condición psíquica 555, 571
conflicto armado 20, 21, 22, 23, 24, 26, 28, D
43, 44, 45, 47, 48, 49, 52, 55, 60, 65, 66,
69, 75, 90, 92, 93, 95, 99, 127, 128, 132, daño moral 483, 494, 495, 497, 578, 583,
133, 137, 138, 142, 145, 148, 149, 153, 586, 593, 601
154, 155, 188, 191, 210, 211, 213, 215, derecho 11, 12, 13, 17, 32, 33, 34, 36, 38,
220, 243, 311, 312, 395, 396, 397, 401, 48, 49, 51, 52, 53, 54, 57, 59, 66, 69, 70,
402, 404, 412, 416, 420, 462, 473, 479, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 90, 95, 130,
480, 481, 482, 483, 488, 491, 492, 493, 147, 158, 167, 184, 187, 188, 190, 199,
495, 496, 497, 498, 499, 506, 531, 535, 202, 204, 205, 210, 237, 240, 241, 242,
546, 553, 555, 556, 557, 558, 559, 563, 244, 248, 252, 256, 257, 258, 259, 260,
567, 568, 569, 570, 572, 573, 576, 577, 261, 262, 263, 264, 265, 270, 280, 282,
578, 579, 583, 585, 586, 589, 590, 591, 287, 288, 290, 292, 316, 319, 330, 331,
593, 594, 595, 597, 598, 599, 600, 601, 332, 337, 347, 357, 365, 367, 370, 381,
602, 603, 607, 622 382, 383, 384, 385, 386, 387, 389, 390,
conflicto social 145, 152, 156, 158, 273, 274, 391, 392, 393, 394, 395, 396, 397, 398,
479, 480, 482, 501 399, 400, 402, 403, 404, 405, 406, 407,
connivencia del Estado 559 408, 409, 410, 411, 412, 413, 414, 415,
416, 417, 418, 419, 420, 425, 431, 442,
conquista 102, 105, 237, 238, 245, 248, 257, 443, 447, 452, 454, 458, 459, 466, 467,
258, 260, 280, 322, 326, 327, 329, 330, 468, 473, 474, 476, 487, 489, 498, 504,
361, 366, 518, 523, 524, 618 509, 510, 512, 513, 514, 515, 516, 517,
construcción de identidades 356 519, 524, 527, 549, 552, 560, 568, 574,
construcción de la verdad 167, 370, 403, 410, 418 580, 586, 595, 597, 598, 607, 610
construcción del Estado 83, 130, 138, 139, Derecho Internacional Humanitario 14, 47,
140, 262 95, 396, 410
construcción de paz 19, 269, 270, 271, 286, derecho natural 424, 425, 428, 431, 432, 434,
290, 291, 404, 409, 427, 479, 495, 555, 435, 437, 448, 450, 454, 455
556, 557, 576, 577, 578, 598, 600, 606, derechos ciudadanos 95, 113
607, 609, 613, 614, 615, 629, 630
desarrollo 15, 25, 47, 48, 52, 83, 90, 94, 105,
construcción de sentido 70, 401, 404, 418 109, 112, 113, 122, 126, 128, 130, 137,
convivencia política 49, 480 138, 139, 140, 143, 144, 148, 152, 160,
convivencia social 31, 36, 56, 59, 61, 101, 127 172, 188, 247, 252, 253, 256, 264, 265,
270, 278, 282, 283, 285, 293, 325, 333,
corrupción 91, 93, 94, 96, 263, 401, 402, 418,
386, 402, 416, 431, 439, 446, 452, 456,
508, 531, 533, 534, 547, 552, 553, 570,
462, 476, 481, 482, 483, 486, 492, 495,
611, 612, 620
497, 498, 508, 518, 519, 520, 522, 529,
coyuntura mundial 122 530, 531, 532, 533, 534, 535, 536, 537,
cuerpo 40, 77, 182, 187, 210, 212, 217, 218, 538, 539, 540, 541, 542, 543, 544, 545,
220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227, 546, 547, 548, 549, 550, 551, 552, 553,
228, 229, 230, 231, 232, 233, 234, 303, 554, 556, 565, 579, 581, 582, 586, 602,
337, 338, 344, 348, 349, 374, 465, 482, 607, 609, 611, 613, 614, 615, 617, 618,
562, 586, 593, 616 619, 622, 627, 628, 629, 630
cuestión indígena 263, 278 desarticulación política 480
634
Índice temático
635
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
636
Índice temático
justicia restitutiva 53 354, 362, 365, 367, 368, 369, 370, 371,
justicia social 50, 52, 53, 483, 495, 497, 505, 373, 377, 378, 379, 381, 382, 383, 384,
556, 574 388, 391, 392, 394, 395, 396, 397, 398,
399, 401, 402, 410, 411, 412, 416, 418,
justicia transicional 22, 49, 50, 52, 53, 66,
419, 420, 423, 424, 426, 427, 428, 429,
75, 76, 94, 133, 212, 381, 382, 383, 384,
430, 433, 434, 435, 436, 437, 439, 440,
385, 386, 387, 388, 389, 390, 391, 392, 441, 442, 446, 447, 448, 449, 450, 451,
393, 394, 395, 396, 397, 398, 399, 400, 452, 453, 454, 455, 456, 459, 470, 471,
407, 409, 410, 413, 415, 416, 417, 418, 472, 474, 482, 483, 486, 493, 495, 496,
488, 496, 497 497, 498, 499, 500, 501, 504, 514, 527,
575, 576, 583, 584, 585, 590, 591, 594,
599, 600, 602, 603, 611, 614, 622, 623
L
memoria colectiva 313
Liberación de la madre tierra 237
memoria crítica 315, 316, 322, 323, 327, 328,
líderes indígenas 246, 269, 271, 278, 279, 329, 332, 333
283, 285, 290
memoria de las víctimas 65, 167, 297, 300,
líderes locales 142, 202 302, 321, 328, 377, 396, 397, 622
límites del Estado 567 memoria empática 327, 328, 331, 332, 333
locomotoras del progreso 242 memoria Histórica 16, 22, 45, 46, 76, 98,
lógicas localistas 338 132, 133, 137, 151, 152, 160, 161, 183,
lucha contrainsurgente 135, 136 187, 192, 195, 199, 200, 207, 208, 211,
215, 235, 241, 266, 382, 383, 395, 398,
lugares de la memoria 303 402, 411, 474, 482, 493, 500, 501, 504,
576, 590, 602
M memoria inmediata 133
marcos interpretativos 185, 188, 189, 197, metropolización 121
198, 208, 484 minorías 82, 92, 115, 132, 158, 166, 167
masacre paramilitar 217 minorías sociales 167
medios de comunicación 73, 115, 127, 155, modelo liberal 83, 84, 90
289, 315, 368, 485, 600 movilización social 103, 116, 121, 133, 134,
memoria 11, 13, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 240, 263
25, 35, 36, 37, 41, 45, 46, 47, 49, 50, 52, Movimiento obrero estudiantil 111
59, 61, 63, 65, 66, 67, 69, 70, 71, 72, 73, Movimiento Revolucionario Liberal 88, 123
75, 76, 77, 81, 82, 86, 98, 99, 132, 133,
Movimientos anapistas 143
137, 151, 152, 156, 157, 158, 159, 160,
161, 162, 163, 165, 166, 167, 168, 169, movimientos gaitanistas 143
170, 171, 172, 173, 174, 175, 177, 178, movimientos LGTBI 165
179, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 187, movimientos revolucionarios 111
188, 189, 192, 194, 195, 196, 197, 199,
mujeres 167, 199, 203, 219, 224, 244, 257,
200, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207,
259, 265, 282, 312, 411, 416, 440, 444,
208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215,
445, 446, 508, 514, 553, 590, 594, 603
217, 225, 230, 235, 236, 241, 255, 266,
270, 271, 275, 276, 277, 279, 284, 293,
297, 298, 300, 301, 302, 303, 304, 305, N
306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313,
315, 316, 319, 320, 321, 322, 323, 326, nacionalidad 336, 356
327, 328, 329, 331, 332, 333, 334, 335, nacionalismo 334, 340, 342, 344, 345, 366,
336, 337, 338, 339, 340, 341, 342, 345, 488
637
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
nación latinoamericana 324, 325, 331 95, 96, 99, 100, 105, 110, 125, 126, 128,
narcotraficantes 91, 134, 135, 136, 147, 150, 132, 135, 155, 160, 167, 183, 186, 188,
240, 242, 260, 480, 495, 558 191, 192, 197, 198, 200, 201, 202, 203,
211, 212, 217, 218, 222, 235, 238, 249,
narración histórica 271, 279, 281, 286, 291
269, 270, 271, 286, 290, 291, 292, 298,
narración mitologizante 337 315, 316, 332, 346, 381, 382, 384, 385,
narrativa latinoamericana 315 386, 387, 388, 389, 390, 391, 392, 393,
Narrativas de la memoria 302 394, 395, 396, 397, 398, 399, 401, 402,
403, 404, 409, 412, 417, 418, 419, 420,
no repetición 22, 49, 53, 159, 199, 209, 302,
423, 424, 425, 426, 427, 428, 429, 432,
381, 382, 383, 388, 392, 394, 395, 404,
433, 434, 435, 437, 438, 439, 440, 443,
409, 410, 423, 425, 452, 496, 497, 556,
444, 446, 450, 451, 452, 453, 455, 457,
596, 597
458, 461, 464, 479, 480, 481, 482, 483,
485, 487, 488, 494, 495, 496, 497, 498,
O 500, 503, 505, 518, 526, 529, 530, 531,
532, 535, 543, 544, 545, 546, 547, 548,
odio 71, 94, 306, 363, 437, 448, 454, 479, 550, 551, 552, 553, 554, 555, 556, 557,
480, 481, 483, 485, 487, 499, 571, 579, 561, 563, 568, 571, 576, 577, 578, 585,
580, 583, 588, 592, 596, 601 586, 589, 590, 591, 593, 596, 597, 598,
odios heredados 117, 129 599, 600, 601, 602, 603, 604, 605, 606,
oligarquía política 109 607, 608, 609, 610, 611, 612, 613, 614,
615, 618, 619, 621, 622, 629, 630, 631,
olvido 21, 24, 25, 27, 36, 37, 41, 42, 47, 48, 648
61, 63, 73, 151, 153, 175, 179, 182, 184,
213, 236, 300, 304, 305, 309, 311, 319, paz imperfecta 488, 500, 608, 612, 613, 614,
335, 336, 337, 339, 345, 361, 381, 383, 621, 629, 630, 631
385, 386, 388, 390, 394, 397, 399, 402, peinado a contrapelo 315
416, 419, 420, 450, 456, 459, 463, 465, perdón 21, 35, 36, 37, 41, 47, 48, 51, 52, 53,
482, 489, 527, 584, 599 54, 55, 56, 57, 58, 61, 62, 63, 64, 65, 67,
omisión del Estado 147 68, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 179, 182, 188,
opción armada 119, 123, 128 376, 390, 391, 392, 398, 399, 400, 416,
417, 459, 463, 471, 476, 483, 495, 497,
opresor 323, 331, 623, 624, 625, 626, 627, 499, 584, 585, 587, 591, 593, 594, 595,
631 596, 598, 602, 603, 604
ordenamiento simbólico 559 personalismo patológico 111
otredad cultural 19, 277, 287, 291, 293 persuasión 375, 406, 569
pluralidad 51, 93, 144, 151, 169, 206, 207,
P 360, 363, 504, 510, 526, 572, 577
pluralismo 14, 105, 106, 252, 279
pacificación 42, 58, 109, 120, 122, 144
poderes locales 115, 119, 130, 134, 150, 291
pacto de silencio 87, 115
polarización 50, 52, 54, 61, 89, 95, 96, 98,
paramilitarismo exógeno 135
125, 416, 481, 546, 607
parroquia rural 122
política 12, 13, 14, 15, 17, 18, 21, 22, 23, 24,
participación ciudadana 503, 509, 540, 541, 25, 26, 28, 29, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 38,
545, 552 39, 40, 41, 42, 43, 44, 46, 48, 49, 50, 51,
paz 14, 16, 17, 19, 20, 21, 22, 23, 25, 26, 27, 52, 53, 54, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 62, 63,
32, 33, 34, 35, 36, 37, 39, 40, 42, 43, 45, 64, 65, 66, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76,
46, 47, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 57, 77, 78, 82, 83, 88, 91, 93, 94, 95, 96, 98,
60, 61, 64, 65, 72, 75, 76, 77, 78, 92, 94, 100, 102, 103, 104, 105, 107, 108, 109,
638
Índice temático
639
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
responsabilidades 63, 70, 71, 74, 180, 182, subjetividad 65, 70, 206, 231, 305, 523, 559,
189, 198, 301, 365, 564, 577, 625 584
responsabilidad moral 63, 69, 575, 608 sublimación de la violencia 570
restauración moral 479, 495 sufrimiento social 494, 496, 599
revictimización 501, 578
revolución en marcha 105 T
ritos del recuerdo 157
tanatomanía 108
ritualización 369
tejido simbólico de justicia 575
tomas de tierras 239, 240
S tortura 51, 59, 91, 218, 219, 220, 221, 224,
sabiduría del sur 363 231, 481, 491, 495, 497, 593
sanciones retributivas 411 trauma social 479, 483, 497, 499, 631
seguridad humana 530, 546, 550, 552
sentido de justicia 315, 584 U
sentimientos de empatía-antipatía 577 Unión Patriótica 23, 45, 126, 382, 493
servidumbre anónima 317, 321 uso estratégico de las memorias 275, 281,
Shoah 318 291
soberanía 31, 36, 73, 123, 129, 204, 244, 249, utopía 53, 106, 293, 349, 602, 630
299, 336, 531, 568
sociedad 30, 33, 41, 53, 54, 56, 58, 59, 62, 64,
66, 68, 69, 73, 74, 75, 82, 83, 87, 89, 90, V
93, 95, 103, 115, 116, 120, 121, 127, 129, valle geográfico del río Cauca 237, 244, 247
131, 135, 137, 138, 143, 144, 152, 156, valoraciones morales 53
158, 164, 166, 181, 182, 184, 187, 189,
198, 213, 240, 253, 258, 259, 262, 272, vencidos 35, 36, 97, 275, 300, 302, 306, 309,
273, 285, 286, 287, 288, 293, 298, 307, 311, 318, 319, 320, 327, 355, 358, 361,
308, 309, 312, 315, 318, 347, 356, 358, 366, 390, 427, 536
368, 369, 373, 375, 381, 383, 384, 385, venganza 30, 35, 51, 52, 54, 60, 63, 156, 391,
386, 387, 388, 389, 391, 392, 393, 401, 435, 437, 438, 439, 441, 442, 452, 453,
402, 403, 410, 412, 415, 416, 418, 425, 454, 479, 480, 481, 483, 485, 487, 499,
426, 428, 436, 462, 463, 479, 480, 482, 578, 580, 585, 588, 594, 596, 601
483, 484, 485, 486, 487, 488, 489, 493, venganzas de sangre 117, 129
494, 498, 499, 505, 506, 507, 509, 511,
verdad 22, 24, 29, 46, 49, 52, 59, 62, 63, 69,
512, 513, 514, 517, 518, 519, 520, 523,
70, 71, 72, 75, 88, 112, 133, 141, 151,
524, 525, 526, 527, 528, 531, 532, 533,
154, 159, 160, 163, 167, 168, 169, 170,
534, 538, 539, 540, 541, 544, 561, 562,
172, 177, 181, 182, 183, 186, 198, 199,
567, 568, 574, 579, 580, 581, 582, 583,
206, 208, 209, 211, 212, 225, 266, 319,
584, 590, 593, 595, 596, 597, 605, 607,
332, 344, 347, 355, 363, 364, 370, 371,
609, 610, 611, 612, 614, 617, 621, 625,
377, 381, 382, 383, 385, 387, 388, 390,
628, 629, 630
391, 392, 394, 395, 397, 398, 400, 403,
sociedad democrática 131, 621 404, 405, 406, 407, 408, 409, 410, 411,
solidaridad 67, 102, 103, 248, 252, 253, 472, 413, 414, 415, 416, 417, 418, 420, 430,
474, 480, 482, 483, 494, 495, 511, 514, 436, 468, 483, 496, 497, 504, 556, 586,
525, 554, 580, 581, 586, 590, 592, 593, 589, 593, 594, 595, 596, 598, 599, 602,
595, 597, 598, 599, 601, 602, 605, 607, 608 603, 618
640
Índice temático
vías nacionales 139 237, 238, 241, 242, 244, 247, 248, 254,
víctima 51, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 62, 257, 258, 259, 260, 261, 263, 264, 265,
63, 64, 73, 146, 167, 194, 219, 222, 223, 266, 270, 271, 274, 275, 276, 277, 278,
224, 225, 226, 227, 229, 230, 231, 232, 279, 281, 282, 285, 286, 287, 290, 291,
233, 298, 309, 310, 312, 316, 322, 355, 292, 293, 297, 300, 303, 304, 310, 312,
378, 381, 393, 394, 395, 398, 462, 463, 313, 315, 316, 321, 326, 328, 331, 336,
472, 596 337, 338, 339, 341, 343, 359, 363, 368,
370, 371, 381, 382, 383, 384, 389, 390,
victimarios 54, 55, 56, 58, 59, 60, 62, 68, 391, 393, 394, 395, 396, 398, 399, 401,
167, 220, 232, 322, 327, 394, 415, 452, 402, 403, 411, 418, 420, 427, 432, 433,
497, 578, 584, 587, 592, 594, 595, 596, 437, 438, 439, 440, 444, 445, 452, 453,
600, 601, 602 454, 462, 470, 471, 472, 479, 481, 482,
vida en común 75, 273, 275, 283, 428, 438, 483, 484, 485, 486, 487, 488, 489, 491,
444, 445, 451, 454, 471, 484, 485, 507, 492, 493, 494, 495, 496, 497, 498, 499,
523 500, 501, 504, 505, 507, 508, 509, 514,
violencia 7, 14, 15, 18, 22, 25, 26, 27, 28, 29, 518, 525, 527, 530, 531, 534, 544, 545,
37, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 45, 48, 49, 51, 546, 548, 551, 552, 553, 555, 556, 557,
65, 74, 76, 77, 78, 82, 84, 85, 86, 87, 90, 558, 559, 561, 563, 566, 567, 569, 570,
92, 93, 94, 95, 96, 97, 99, 100, 101, 102, 571, 572, 573, 574, 576, 577, 578, 579,
103, 104, 105, 106, 107, 108, 109, 110, 580, 583, 584, 585, 587, 589, 591, 595,
111, 112, 114, 115, 116, 117, 118, 119, 597, 599, 601, 602, 603, 604, 607, 608,
120, 123, 124, 126, 127, 128, 129, 130, 609, 611, 612, 613, 614, 615, 617, 618,
131, 132, 133, 134, 136, 137, 138, 140, 619, 623, 628, 629, 630
141, 142, 144, 145, 146, 147, 149, 150, violencia criminal 145, 337
151, 152, 153, 154, 155, 156, 157, 159, violencia del gobierno 110
160, 161, 162, 167, 170, 171, 172, 178,
violentología 100
179, 180, 181, 182, 183, 184, 186, 187,
188, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, vivir dignamente 237
196, 197, 198, 200, 201, 202, 206, 207,
209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217,
Z
218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225,
226, 227, 229, 230, 232, 234, 235, 236, zonas de colonización 124, 139
641
Los autores resaltados no
se encontraron.
Confirmar si están bien
escritos o se eliminan
ÍNDICE ONOMÁSTICO
A B
Acosta, María 463 Banquéz, Uber 231
Adams y Obarrio 466, 467 Barberá, Adolfo
Adorno, Theodoro 300, 302, 318, 319, 320, Barbero, Jesús 474
321, 333, 340, 341, 355, 363, 436 Bárbola, María 356
Afanador, Rafael 107 Barco, Virgilio 46, 126, 127, 135, 382
Agamenón, rey 433, 437, 439, 441, 444, 452 Barney, Guzmán 195
Alape, Arturo 117, 206 Barragán, Jackeline 129, 162
Albán, Adolfo 186, 202 Barry, Brian 407
Alejandro, el Magno 429 Bartolomé de las Casas, Fray 328, 331, 332
Alexander, Jeffrey 171, 605, 608, 627 Batson, Charles 581
Alexy, Robert 413, 414 Beethoven, Ludwig 342
Aljure, Dumar 112 Behar, Olga 206
Almqvist, Jessica Bejarano, Jesús 125
Álvarez, Juan 504 Bello, Martha 132
Alzate, padre Manuel 114 Beltrán, Luis 462
Anderson, Benedict 323, 324 Benjamin, Walter 67, 68, 297, 300, 304, 305,
Aponte, Alejandro 390 306, 307, 308, 309, 310, 316, 318, 319,
Aramburo, Clara 137, 139 320, 321, 326, 327, 328, 332, 334, 336,
340, 341, 346, 348, 349, 352, 375
Arango, Federico 111
Berger, Peter 164, 168
Arango, Mariano 250, 586, 592
Bergson, Henri 174
Ardila, Carlos 261
Bernet, Roberto
Arenas, Jacobo 110, 124, 143
Betancur, Belisario 125, 135, 180
Arendt, Hannah 32, 63, 323, 341, 410, 479,
494, 520, 572, 575 Betancur, Darío 129
Aristóteles 428, 429, 432, 433, 435, 440, 441, Bigger, Thomas 582
442, 443, 444, 445, 451, 457, 458, 606, 615 Bioy, Adolfo 436, 450, 453
Asuad, Julio 101 Blair, Elsa 129, 151
Atienza, Manuel 406, 407 Blanco, Fernando 185
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
644
Índice onomástico
645
Conflicto, memoria y justicia. Repensando las vías hacia la paz en Colombia
Gómez, Álvaro 43, 97 Heidegger, Martín 301, 342, 344, 363, 405
Gómez, Diana 124, 153, 204 Heller, Hermann 593, 594, 603
Gómez, Felipe 411 Henderson, James 115, 116, 118, 119, 151, 154
Gómez, Joaquín 123 Herder, Johann 298, 340, 342, 354, 527, 553,
Gómez, Laureano 41, 86, 117, 162, 180, 181, 630
202, 273, 490 Héritier, Françoise
González, Efraín 109 Hermitage, Maurice
González, Fernán 99, 120, 125, 126, 128, 138 Hernández, Avelino 473
González, Jorge 137 Heródoto 434, 441
González, José 128, 129, 151 Hilb, Claudia 189, 199, 211
Grimson, Alejandro 194, 210 Hitler, Adolf 298, 316
Grocio, Hugo 425 Hobbes, Thomas 26, 384, 424, 425, 426, 427,
428, 431, 457, 458, 459, 485, 519
Gros, Christian 192, 265, 273, 292
Hobsbawm, Eric 324, 334
Grueso, Delfín 21, 28, 32, 39, 77, 185, 420
Honneth, Axel 14, 274, 275, 293, 475, 476,
Grunfeld, Frederic 340
481, 483, 485, 486, 487, 489, 494, 497,
Gruzinski, Serge 326, 328, 334 498, 499, 500, 505, 512, 513, 514, 515,
Guaracas, Jaime 124 516, 517, 518, 519, 526, 527, 619, 630
Guerra, Julio 122 Horkheimer, Max 68, 320, 321, 333, 334,
Guerra, Luis 412 436, 458
Gutiérrez, Francisco 117, 122, 141, 144, 145, Hoyos, Guillermo 301
151, 195 Hoyos, Luis 50
Gutiérrez, Omar 138 Hugo, Víctor 341
Guzmán, Germán 87, 100, 106, 107, 108, Hume, David 494, 582, 604
109, 110, 111, 112, 113, 114, 115, 150, Husserl, Edmund 345
151, 181 Huyssen, Andreas 207, 211, 298, 313
Guzmán, Mauricio 570
J
H
Jaime, Blas 362
Habermas, Jürgen 69, 274, 345, 353, 407, Jakobson, Román 176, 183
408, 409, 414, 420, 454, 458, 516
Jaramillo, Jefferson 19, 20, 39, 41, 42, 43, 46,
Habsburg, Otto von 341 161, 171, 185, 186, 187, 188, 190, 191,
Halbwachs, Maurice 207, 209, 211, 236, 300, 198, 199, 201, 202, 203, 205, 394, 398
313 Jaramillo, Sergio 618
Hamann, Johann 342 Jelin, Elizabeth 207, 212
Hansen, Thomas 262 Jiménez, José 356
Hartog, François 97 Jiménez, Leonardo 202
Haussman, Baron 306 Jimeno, Ramón 129, 155
Hegel, George 225, 298, 299, 308, 313, 433, Jorge 40 193
459, 462, 463, 464, 466, 467, 468, 469,
Juan XXIII 114
471, 475, 476, 477, 485, 494, 505, 515,
517, 519, 521, 522, 523, 524, 525, 526, Jünger, Ernst 345
527, 528 Jurado, Alicia 29, 30, 77, 448, 450, 457, 458
646
Índice onomástico
K López, Klych
Kafka, Franz 341, 353, 364, 365, 455, 458 López Pumarejo, Alfonso 84, 85, 117
Kalyvas, Stathis 119, 154 Löwy, Michael 340, 351, 353
Kant, Immanuel 51, 274, 275, 298, 299, 335, Lozano, Juan 54, 56, 57, 64, 74, 76, 356, 357,
338, 339, 342, 343, 344, 346, 348, 351, 366
353, 364, 435, 458 Luckmann, Thomas 164, 168, 182
Karl, Robert 104, 202, 609 Luna, Offray 100, 101, 102, 110, 115, 150,
Kaufmann, Arthur 405, 415, 420 154, 203, 558
Kelsen, Hans 405 Lutero, Martín 335, 340, 342, 353
Kertész, Irme 448, 449, 458
Kodama, María 423, 450, 458 M
Koestler, Arthur 341 MacIntyre, Alasdair 588, 589
Koselleck, Reinard 97, 430, 434, 437, 438, Macpherson, Crawford 425, 427, 458
440, 441, 446, 447, 453, 458, 459
Madrid, Katz
Magris, Claudio 340, 341, 353
L Maimónides 335, 339, 340, 342
Lacan, Jacques 168, 176, 178, 183 Malinche 356
Lacapra, Dominick 301, 313 Mancuso, Salvatore 193
Landaburu, Jon 192 Mann, Thomas 560
Landazábal, Fernando 110 Manrique, Ramón 161
Lara, Patricia 206 Maquiavelo, Nicolás 384, 429, 430, 431,
Lara, Rodrigo 97 435, 458
Larrota, Antonio 111 Marburgo 335, 344, 350
Laureano, líder comunitario 205 Marcos, Jorge 114
Lazzara, Michael 185 Marín, Pedro 109
Lebot, Ivon 192 Márquez, Francisco 362, 364
Lederach, Jean 607, 615, 617, 618, 619, 631 Marulanda, Manuel 109, 113, 123, 124, 194, 202
LeGrand, Catherine 492 Marx, Karl 164, 169, 173, 176, 184, 301,
Leivas, Mateo 368, 379 511, 611
León, Ernesto 161, 280 Matamoros, Santiago 357
Lessing, Gotthold 342, 351, 363, 364, 366 Mbembe, Achille 189, 202, 210, 212, 368, 379
Lesskow, Vladimir 306 Mead, George 274, 293, 497, 498, 513
Levinas, Emmanuel 349, 352 Medina, Víctor 113, 253
Liévano, Indalecio 171 Meertens, Donny 117, 155
Lleras Camargo, presidente 31, 35, 41, 148, Melucci, Alberto 289, 292
202, 491 Mendelssohn, Moses 338, 353
Lleras, Carlos 89 Merton, Robert 161, 184
Lobret 537 Metz, Johannes 302, 313, 318, 319, 334
Londoño, Carlos Julio 479 Michelsen, Alfonso 88, 180, 491
López, Fabio 129 Middleton & Derek 207
López, Juan 257 Mignolo, Walter 209, 300, 313
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