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La educación de nuestros hijos

„El hombre no puede descubrir nuevos océanos a


menos que tenga el coraje de perder de vista la costa.“

André Gide
























Dedicado a mis hijos, mis nietos y todos los niños y sus familias que acudieron
durante años a mi consulta. Ellos motivaron e inspiraron los contenidos de
este libro.


1
Reconocimiento

Agradecer a todos los padres, educadores, profesionales de la salud y amigos
que con sus preguntas, cuestionamientos e inquietudes, me han ido creando una
consciencia creciente de la importancia de la educación de nuestros niños y del
desafío que tenemos por delante.

Como pediatra no puedo eludir la responsabilidad de hacer este planteamiento
que sea un aporte a la tarea que nos incumbe a todos, llevar al florecimiento de todas
las potencialidades que todo ser humano trae al venir a este mundo. Esos niños, que
son nuestros hijos, representan el futuro de la humanidad, y en estos tiempos de crisis
y confusión, debemos despertar al espíritu y al amor donde todo ser humano
encuentra su pleno sentido.

En esta tarea no he estado solo y se puede decir que esta obra sintetiza un largo
trabajo que fue surgiendo desde un colectivo que por amor a los hijos, vocación
profesional y altos ideales, se han jugado por una verdad y opción educativa que no ha
sido carente de postergaciones personales, malos ratos, resistencias sociales y otras
dificultades que superar día a día. Por otra parte, es importante reconocer que en este
recorrido se han dado de manera pródiga las inspiraciones superiores y encuentros
llenos de alegrías que incentivaron a perseverar en esta senda. Después de llevar más
de tres décadas en esta opción de vida, los resultados con los numerosos niños y sus
familias que han osado tomar esta vía alternativa a la corriente cultural imperante,
tanto en el cuidado de la salud como en la educación de sus hijos, también son un
acicate para perseverar en los esfuerzos.

Por tanto, esta obra está dirigida a aquellos espíritus que se atreven a
abandonar las certezas que ofrece ese estrecho fundamento materialista del ser
humano y de la vida, y no trepidan en explorar los misteriosos e ilimitados espacios de
la creación, comenzando por sí mismos. Para ello hay que tener coraje y confianza en
las capacidades propias. Coraje para ir contra la corriente, para reconocer los límites y
trasgredirlos, para buscar nuevos horizontes, para cambiar lo que haya que cambiar,
partiendo por nosotros mismos y nuestras formas de pensar. Y hay que tener
confianza, porque en cada uno de nosotros pulsa lo espiritual, que desde su plena
autoconsciencia se erige en autoridad, sin necesidad de depender de juicios ni
dictámenes ajenos o externos.

Es dentro de estos supuestos que está escrito este libro, por tanto su lectura
entregará el sentido que se propone solo si se logra formar una imagen completa o
integral de esta mirada, independiente de que se tenga o no una “fundamentación
científica” de sus partes aisladas.



2
Advertencia

Los contenidos de esta obra son una síntesis de una reflexión del camino
recorrido con la experiencia de haber sido padre, educado hijos, trabajar como
pediatra y seguir enseñando y analizando críticamente la situación que vivimos como
humanidad.

No se trata de un libro científico o técnico a la usanza clásica, está escrito para
despertar las evocaciones que todo ser humano tiene dormidas en las profundidades
de su ser y que lo relacionan con su naturaleza más noble y trascendente. Es por esta
razón que se ha omitido intencionalmente toda referencia puntual, para no descansar
en autoridades externas, dejando abiertos grandes temas que toda persona interesada
puede investigar por sí misma. Estos temas no son nuevos, ya han sido puestos en la
consciencia de los seres humanos una y otra vez a lo largo de la historia, pero como se
olvidan y tomamos otros derroteros, hay que repetirlos. Ellos viven en lo que Jung
denominó el inconsciente colectivo o en ese plano de ideas o arquetipos de donde
brota el mito. Es por ello que vamos a recurrir en más de una ocasión, a esas imágenes
míticas que simbolizan grandes hitos de la evolución humana y que son imposibles de
reducir al leguaje discursivo. Con ello se apela a la intuición del lector, tratando de que
este sea un proceso no solo autodidacta, sino profundamente sanador e iluminador
para quien lo recorre. Para ello debemos atrevernos a abandonar las parcialidades de
las creencias religiosas o de las teorías científicas, para colocarnos en las vivencias del
espíritu que pulsa en el interior de cada uno buscando la integración de ciencia,
filosofías, arte y religión para alcanzar el Conocimiento que da pleno sentido a la vida
de todos.

Respecto a la autoría, por el hecho de vivir en sociedad, todo lo aprendemos de
otros, de manera directa o indirecta, de forma activa o reactiva, todas estas ideas ya
han sido puestas en el mundo por distintos autores desde tiempos inmemoriales. Pero
ellas deben de ser actualizadas y recordadas ajustándose a la consciencia y apertura
de las nuevas generaciones que llegan. La presente obra pretende cumplir ese rol
frente a la situación de la humanidad de hoy, que da la sensación de que no quiere
mirarse a sí misma y descubrir su parte espiritual. A los espíritus receptivos y con
ansias de un cambio, van dirigidos los contenidos que vienen a continuación. Esta
tarea ya la hizo Rudolf Steiner de manera insuperable hace un siglo atrás, por lo que
también debe considerarse este trabajo como una introducción a su obra, puesta en
términos más sintéticos y en un lenguaje más acorde a nuestra realidad de humanidad
del siglo XXI con todo el peso de la perspectiva científica encima, pero donde estamos
siendo testigo de una nueva espiritualidad que está emergiendo en las generaciones
que llegan. De todos modos, se recomienda encarecidamente a quien quiera
profundizar en estos temas, que se remita a la obra original de Steiner.

Una consideración importante que no hay que perder de vista es que el ser
humano está siempre en un constante proceso de devenir, por lo que toda propuesta
de explicación y orientación es concordante con los tiempos y condiciones que se
viven. Nunca es algo definitivo ni acabado. El ser humano siempre está evolucionando

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y adecuándose a nuevas circunstancias que plantean nuevos desafíos y otras formas
de vivir, lo cual debe encontrar a su vez otros cauces de expresión para que se
despliegue lo netamente humano.

Y como última advertencia, debido a las limitaciones propias de nuestro idioma
español y tratando de hacer fluida la lectura de esta obra, cuando se usan los vocablos
“hombre”, “niño”, “ser humano” y el pronombre “él”, nos referimos siempre a ambos
géneros, masculino y femenino.





































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Introducción


Mucho se habla hoy en día de que estamos en crisis, que vivimos en una
sociedad en crisis, donde se cuestionan todas las estructuras que nos permiten vivir
organizadamente conformando lo que llamamos la cultura de un pueblo o grupo
humano. Ello comprende la forma cómo nos gobernamos, como enfrentamos la
subsistencia del día a día en términos económicos, productivos y laborales, nuestra
relación con el medio ambiente, cómo tratamos y cuidamos a esos miembros de la
sociedad que se enferman o envejecen y dejan de ser productivos, la forma como
educamos y protegemos a nuestros niños, las condiciones para que la creatividad y
expresiones del arte tengan un real espacio y valoración en la vida cultural, que
podamos tener una sociedad que acoja en toda su diversidad a los miembros que la
constituyen, etc.

Si miramos la historia de la humanidad, siempre el ser humano ha vivido en
crisis y gracias a ellas se debe el progreso y transformación de todos y todo. Sin
embargo, lo que estamos enfrentando en el presente es una crisis valórica, nos
estamos cuestionando el sentido de nuestra existencia en sociedad, ya que los valores
que nos mueven dentro de lo que llamamos la sociedad de consumo están
destruyendo al mundo y colocando en serio peligro la sobrevivencia de la especie
humana y de todo el planeta. Hoy estamos en una urgencia por generar cambios y
hacer las cosas de otra manera porque es la perpetuación de la especie humana y de
toda la creación lo que está en juego.

Mirando la situación en perspectiva, la raíz de este problema está en la forma
como educamos a nuestros niños, los valores que les estamos inculcando y lo que les
estamos ofreciendo como estructura social para que se desarrollen. Todo está
supeditado a los dictámenes de un aparato productivo y económico basado en el
egoísmo y avidez de grupos que detentan poder dentro de esta sociedad que
llamamos de consumo. Todos los índices para medir el grado de funcionamiento y
eficacia de un grupo humano y poder compararlo con otros, son económicos; casi
nadie se pregunta por el nivel de satisfacción o felicidad de sus miembros ni menos se
toman medidas efectivas para fomentar ese bienestar.

Esta miopía es reflejo a su vez de la forma como nos vemos o conceptualizamos
a nosotros mismos. ¿Qué es el ser humano? Esta es la pregunta que debemos
responder en profundidad y cuya respuesta debería constituirse en la piedra
fundamental desde la cual se erijan todas las organizaciones sociales. El hombre
moderno con el progreso científico que ha alcanzado ha conquistado todos los
espacios del planeta, incluso se atreve a explorar el universo más allá de nuestra
tierra, acumulando un conocimiento sin precedentes de la realidad física, … ¡pero muy
poco sabe de sí mismo! El mandato escrito hace mas de 2.500 años en el dintel del
Templo de Epidauro: “Conócete a ti mismo”, nos sigue desafiando hoy en día al igual
que a los aspirantes a los Misterios de aquella época.

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La presente obra tiene por objetivo hacer esta reflexión profunda desde la
perspectiva de la educación, que es la vía a través de la cual una sociedad se estructura
y relaciona tanto con su medio natural como cultural, a la vez que le permite
proyectarse hacia el futuro con fines bien precisos.

Solo para ir dimensionando la magnitud del problema educativo, basta que
miremos a nuestro alrededor y veamos la cantidad creciente de niños que están
teniendo dificultades para integrarse al régimen escolar. Por lo general sus conflictos
comienzan en el hogar, cuando los padres aplican normas de educación que ellos
mismos aprendieron de chicos o que no se atreven a aplicar por temor a generar los
mismos traumas que ellos vivieron. Después viene el jardín infantil o lo que se llama la
educación preescolar y luego la escuela que paulatinamente van tensionando al
escolar en su progreso formativo. La gran mayoría de ellos son niños normales, pero
que, no obstante, sufren esa presión para someterse a un sistema educativo que no
reconoce, respeta ni acoge su particular naturaleza y condición vital por la que están
pasando.

Tanto en el ámbito pedagógico como en el médico, hacia donde rebasan todos
estos niños que no se adaptan al sistema escolar, no existe una clara imagen integral
de lo que es este pequeño ser humano en desarrollo, y menos aún se logra formar una
idea clara y operativa de aquel escolar que presenta dificultades en su proceso de
aprendizaje. Para todos nosotros es una realidad la presencia de niños en número
creciente que les cuesta aprender, se estresan con el colegio y les va mal o fracasan
con sus estudios. Todos los días estamos viendo escolares que:

• Se quejan constantemente de que la escuela o colegio es aburrido
• Asistir a clases les genera ansiedad o angustia
• Sufren de dolores o enfermedades por somatización del estrés escolar
• Asumen conductas negativas, como hacerse el payaso, oposicionismo, etc.
• Les toma mucho tiempo hacer las tareas o estudiar
• Sus notas no reflejan el nivel de esfuerzo que hacen
• Fallan mucho en su asistencia a clases
• Tienen serias dificultades para integrarse socialmente
• Se bloquean frente a las evaluaciones
• Presentan muchas anotaciones en el libro de clases y suspensiones
• Sufren o ejercen conductas agresivas, disruptivas o de bullying
• Se encuentran condicionados o a punto de ser expulsados de la escuela.

Indudablemente que hay muchos factores que pueden explicar este fenómeno.
El primero que se cruza por la mente siempre es si existe en el niño una condición
orgánica o de otra índole que dificulte su proceso de aprendizaje. Pero también puede
haber factores ambientales, familiares, sociales, etc., que lo afecten psicológicamente y
no le permitan rendir adecuadamente frente a las exigencias escolares. Pocos se hacen
la pregunta de si nuestro actual sistema educativo, con el acento tan puesto en lo

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cognitivo, ¿no tendrá una cuota importante de responsabilidad en la génesis de los
problemas que estamos viviendo?
Una sentencia que es repetida constantemente por los pedagogos en sus cursos
y congresos, es la célebre frase del poeta William Butler Yeats: “Educar no es llenar un
balde, sino encender un fuego”.1 Sin embargo, el sistema educativo que impera en el
mundo occidental insiste en llenar el balde con información y muy pocos se preguntan
como encender ese fuego, cómo despertar la creatividad y motivación del niño para
que aprenda a aprender por sí mismo. Los resultados académicos son cada vez más
deficientes, el nivel de insatisfacción y aparición de patologías reactivas crece año a
año, frente a una exigente realidad social que se mueve vertiginosamente en una
dirección incierta que no es la que todos anhelamos.

Es común ver escolares estigmatizados bajo diversas etiquetas médicas que se
han popularizado y que todo el mundo las utiliza sin mayor cuestionamiento: “mi hijo
tiene déficit atencional”, “es Asperger”, “tiene dislexia”, “lo catalogaron como del
espectro autista”, “es impulsivo”, “tiene un síndrome oposicionista/desafiante”, “está
con depresión”, “le diagnosticaron el trastorno de las piernas inquietas”, “tiene fobia
escolar”, etc. Los más compenetrados con la jerga médica los nombran usando la
moda de los acrónimos: “tiene un TEA, TGD, TOC, TEL,” etc.

Se aceptan y enfrentan estas caracterizaciones médicas igual como si fueran
una gripe o diabetes: obedecen a un déficit de neurotransmisores o a una defectuosa
maduración e integración neurológica, que hay que compensar con un psicofármaco.
Todo se centra o se pone el acento en la administración del medicamento,
absolutamente descontextualizado del entorno familiar y/o escolar. Es como si se
aceptara que la familia o el sistema educativo de una sociedad fuesen perfectos, o
porque sus intenciones son buenas lo están haciendo bien, y el niño debe adaptarse al
sistema como sea. Lo correcto es considerar que la educación es una dinámica donde
interactúa un ser humano lleno de potencialidades que busca expresarse en un
escenario que lo constituye el entorno humano, social, cultural, natural, etc. Si los
resultados son buenos o malos, si aparece una disfuncionalidad en el proceso, debe
analizarse en ese contexto amplio y no señalar solo a un aspecto aislado como sería el
cerebro del niño. Solo para dimensionar la gravedad de la estrechez de miras para
enfocar este problema, casi todos los países avanzados del mundo occidental tienen
entre un 10 al 15 % de su población escolar bajo la prescripción de psicofármacos, y
este porcentaje sigue aumentando año a año.


1 La frase original decía “La mente no es un vaso que tiene que ser llenado, sino un fuego que tiene que

ser encendido” y pertenece a Plutarco, lo que nos pone en la situación de que en 2000 años el debate no
ha cambiado mucho! Plutarco era sacerdote de Apolo y el concepto de mente en aquella época
correspondía al del espíritu capaz de recordar su origen divino.
2 En su esencia, este mismo tipo de consideraciones surgen en la actualidad frente a la incorporación

temprana de la computación y medios audiovisuales en la educación del niño, los que podrían ir en
desmedro de su imaginación y capacidad creativa.

3 Fue la alternativa de Isócrates la que se impuso paulatinamente con el tiempo, y sería la que a la larga

desembocaría en el nominalismo de fines de la Edad Media, al perder la palabra su fuerza ontológica.


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Cuando consideramos esta realidad educacional desde una mirada amplia,
multifactorial, vemos que la gran mayoría de los niños que llegan a la consulta del
pediatra o neurólogo bajo esas categorizaciones de enfermedad, corresponden a
reacciones emocionales frente a una familia que no los está acogiendo como ellos
esperaban, desde su dimensión de alma infantil, o a un sistema educativo que no
respeta su naturaleza íntima, frente al cual se rebelan voluntariosamente. Solo un
porcentaje muy pequeño de niños realmente presenta un problema neurológico,
donde el diagnóstico de trastorno autista, disfasia, dislexia, discalculia y otros, tienen
una base orgánica que hay que enfrentar terapéutica y pedagógicamente. La gran
masa de niños estigmatizados con esos diagnósticos en boga, corresponden
principalmente a un problema pedagógico no asumido ni comprendido. En ellos la
participación médica es secundaria, ¡sin obviar que la principal tarea del médico
también es educar!

La estrategia de enfrentar estos trastornos con medicamentos se origina, por
una parte, como un escapismo frente a la gran dificultad y responsabilidad que
significa ir a la raíz del problema: tenemos que cuestionarnos la estructura
fundamental de nuestra sociedad, los valores que nos mueven, los propósitos y
aspiraciones que depositamos en nuestros hijos, y dentro de esto el cómo y para qué
los educamos. Todos estamos inmersos en una “lucha diaria por la subsistencia” y
cambiar nuestras rutinas, hábitos, compromisos y aspiraciones personales, se
transforma en una tarea difícil de encarar por la gran mayoría. Frente al desafío de
reflexionar acerca de la vida que llevamos, enfrentar preguntas incómodas, más aún
cuyas respuestas involucran obviamente un esfuerzo mancomunado, … resulta mucho
más tentador buscar la “píldora mágica” que adapte al niño al sistema, ¡a sabiendas
que no es la solución!

Por otra parte, no es menor la influencia que ejerce en nuestra cultura
occidental la poderosa industria farmoquímica. Hay que tomar consciencia que con su
danza de billones de dólares mueve la opinión médica y pública, ofreciendo una vida
feliz y exitosa al alcance del bolsillo. La educación médica, las políticas de salud de
cada país, el periodismo sensacionalista, los movimientos sociales, etc., están
“infiltrados” o se dejan conducir directa o indirectamente por esos intereses
macroeconómicos.

¿Cómo es que hemos llegado a este estado de cosas? ¿Por qué nos vemos
obligados a aceptar y someternos a ciertas reglas del juego, que en nuestro fuero
interno no concordamos con ellas o al menos nos producen un sentimiento de
desazón? Este es un tema difícil de analizar y objetivar por estar envuelto en
creencias, prejuicios, emocionalidades, condicionamientos de todo tipo, que por lo
demás son propios de nuestro camino como humanidad y que ha llegado el momento
de cuestionarlos y comenzar a superarlos. Una forma más amigable y con mayor
probabilidad de formarnos un juicio operativo de la realidad educativa en el presente,
es irnos al pasado y contemplar el derrotero histórico que ha tenido la educación del
ser humano. Ese camino facilita llegar a consensos para la tarea que tenemos por

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delante y dejar las teorías y especulaciones que han dirigido las políticas de educación
en los últimos dos siglos.

Entender que esta es una tarea de todos, que todos los niños son nuestros hijos,
y que todos debemos sentir la responsabilidad de darles la posibilidad de que lo más
sublime que pulsa en ellos, esa chispa divina que es el espíritu, floresca y se exprese
en el mundo. Ello debe llevarse a cabo de manera respetuosa con la individualidad de
cada niño, sin “patologizar” o “medicalizar” sus características personales, asumiendo
el desafío pedagógico de transformarlo en un adulto sano, que se conoce a sí mismo y
es capaz de pararse frente al mundo asumiendo su destino. Bajo esta premisa,
pedagogía y terapéutica deberían fundirse en un solo quehacer.

Sin duda todos queremos lo mejor para nuestros niños, pero no sabemos a
ciencia cierta cómo llevar a cabo esas aspiraciones. Se recurren a creencias, teorías y
otros supuestos que nacen desde una necesidad individual, pero no hay una clara
comprensión del ser humano desde la cual fundamentar un proceder pedagógico
realista y efectivo. Fácilmente se cae en tratar de suplir en nuestros hijos, las carencias
y frustraciones propias, sin reconocer que sus potencialidades y necesidades pueden
ser otras. Prácticamente todas las decisiones de búsqueda y elección de un
establecimiento educativo para nuestros niños, se fundamenta en esta situación. De
una vez por todas debemos reconocer que vivimos en una sociedad enferma, que
necesita de toneladas de psicofármacos para funcionar en el día a día, sin un rumbo
preciso que de un sentido más amplio y elevado a sus miembros. El “pan y circo” de
los romanos, en el fondo sigue igual, pero se han metamorfoseado en la búsqueda
afanosa del poder adquisitivo y el embotamiento en los medios audiovisuales. El
“éxito” del actual sistema educativo tiene que ver en gran parte con dar satisfacción a
la competencia por el estatus económico-material dentro de nuestra sociedad, pero…
¿es eso lo que queremos?

Este libro intenta ampliar este horizonte tan estrecho, desarrollando una
concepción comprensible de la realidad del espíritu y la forma de desplegarlo en el
mundo. Lo que aquí se plantea no es nuevo, ya ha sido expresado de manera
exhaustiva y coherente por Rudolf Steiner con la creación de la Educación Waldorf.
También se han acercado a esta mirada con mayor o menor coincidencia, otros
educadores como Joan Amos Comenius y Johann Pestalozzi, María Montessori y
diversos educadores que conforman la Pedagogía Progresista, también conocida como
Escuela Nueva, Loris Malaguzzi con su propuesta educativa en Reggio Emilia y muchos
otros. También grandes maestros espirituales, como Jiddu Krishnamurti, Djwhal Khul
se han referido al tema y han dejado ciertas directrices que, en un futuro ideal, debería
seguir la humanidad sin mas dilaciones. Para ellos, ¡educar es despertar la consciencia
humana hacia el espíritu!

Ya es hora de que se enfrente este fenómeno con una reflexión profunda y
desprejuiciada tanto por los estamentos pedagógicos como médicos. El profesional de
la salud recibe al niño con un problema o daño ya hecho y dispone de escasos recursos
y tiempo para enfrentar el caso de una manera realista y exitosa. Por su parte el

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pedagogo se ve enfrentado en la sala de clases con estudiantes de difícil manejo y no
se le han entregado las herramientas y recursos educativos para abordar este desafío.
Ahora hay que actuar en la prevención, diagnóstico y manejo precoz de las
dificultades que puede presentar ese ser humano en la etapa que se está formando y
que es tan susceptible de ser influenciado tanto positiva como negativamente. Para
ello debe darse un diálogo entre el educador y el profesional de la salud para alcanzar
en primer lugar ese conocimiento integral de ese ser humano lleno de potencialidades
que es el niño, para luego sacar de allí las directrices que lo conduzcan sanamente a
una realización en este mundo.

Es atingente recordar aquí la poesía de Khalil Gibran “Sobre los hijos” que
aparece en “El Profeta”:

Y una mujer que sostenía un bebé contra su pecho dijo, «Háblanos de los Hijos».

Y el contestó:

Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Ellos son los hijos y las hijas de la Vida deseosa de sí misma.
Vienen a través de vosotros pero no vienen de vosotros.
Y, aunque ellos están con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas,
Pues sus almas habitan en la casa del mañana, la cual no se puede visitar, ni tan
siquiera en los sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como sois
vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer.

Vosotros sois los arcos desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son
lanzados a la Vida.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito, y os doblega con su poder para
que su flecha vaya veloz y lejana.
Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue,
porque así como él ama la flecha que vuela, ama también al arco que es estable.

Esta poesía sintetiza como un gran símbolo los contenidos expresados en los
capítulos que siguen a continuación. El presente enfoque parte de las premisas de que
el hombre es un ser espiritual teniendo una experiencia terrenal y que el propósito de
toda educación es que se manifieste en toda su plenitud lo espiritual que hay en él. De
hecho, estos supuestos eran conocidos y aceptados desde la antigüedad, ya que la
misma palabra “educar” viene, en una de sus raíces etimológicas, de educere o ex-
ducere, que significa sacar, llevar o conducir desde dentro hacia fuera, esa naturaleza
espiritual que busca expresarse en todo ser humano.

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Uno de los propósitos de este libro es mostrar de manera comprensible que la
condición actual de la humanidad en su postura frente a la vida, obedece a una
corriente de pensamiento parcial que llamamos “científico”. Es importante que no
demonicemos esta palabra, ya que detrás de ella hay un ingente esfuerzo evolutivo
por el desarrollo de un pensar reflexivo crítico que debe alcanzar el hombre en estos
tiempos. El problema surge con el “método científico”, que si bien es aplicable al
mundo físico material, se ha cometido el ilícito de llevarlo a esos ámbitos de la
realidad y del ser humano que tienen otra fenomenología y paradigmas, como son la
vida, lo anímico y lo espiritual. Estos aspectos no son susceptibles de reducir al
“método científico” y hay que tomar consciencia de que se está cometiendo un craso
error hoy en día dentro del auge de las “neurociencias”, de pretender resolver los
problemas educativos del hombre actual centrándose solamente en el cerebro, o peor
aún, por medio de modelos computacionales del cerebro. Paradójicamente ello no
hará más que aumentar y agregar más dificultades al desolador panorama pedagógico
que tenemos. Apelando precisamente a ese pensamiento reflexivo crítico que nos ha
enseñado el camino de la ciencia, debemos incursionar ahora en esos otros ámbitos
fenoménicos de la realidad, respetando su naturaleza y leyes particulares.

Hoy se hace cada vez más obvia y perentoria la necesidad de mirar la tierra
como un gran organismo, del cual todos somos parte y por ende responsables. Esta
mirada debe comenzar por hacernos solidarios con el hombre mismo, es la primera
realidad con la cual debemos identificarnos y la responsabilidad para con la
humanidad comienza por nuestros hijos y niños. Al contemplarlos en su dimensión
integral de cuerpo, alma y espíritu, la tarea de su crianza y educación toman otra
dimensión, en cuya exploración pretende la siguiente obra hacer un aporte.



















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La educación como fenómeno humano

Si miramos desde el asombro a todos los seres animados que pueblan nuestro
mundo, vamos a encontrar que el único que tiene que enseñarle todo a sus hijos es el
hombre. De partida nace en la más completa indefensión, que si no fuera por el
cuidado de los adultos, su vida no sería viable en absoluto. Incluso ese cuidado que se
debe prodigar a los hijos tuvo que ser aprendido por un largo y doloroso camino
plagado de errores.

Los animales, en cambio, se conducen instintivamente sobre la tierra con gran
sabiduría: desde que nacen se pueden mover y alimentar por sí solos, saben reconocer
el peligro y moverse en su medio con gran habilidad. El cuidado y protección de la
prole por parte de los progenitores, también lo realizan con una precisión sabia. Solo a
modo de ejemplo, podemos mencionar a las abejas que construyen sus panales con
una hermosa precisión y cuentan con una organización social sorprendente; las aves
que cuidan solícitas a sus hijos, conociendo el momento exacto cuando ellos están
maduros y tienen que ser expulsados del nido; los castores que hacen represas con
una maestría que nuestros ingenieros han aprendido sólo en los últimos siglos; y así
se podrían mencionar infinitud de ejemplos. Decimos que la conducta animal es
instintiva, es inherente a su estructura biológica, y desde que están sobre la tierra sus
comportamientos tienden a repetirse de manera invariable.

El ser humano, por su parte, a lo largo de su historia ha mostrado de manera
cada vez más sobresaliente, la tendencia a modificar constantemente el medio
ambiente según sus deseos. El hombre no se adapta a la naturaleza tal cual aparece
frente a sus ojos, la va transformando paulatinamente según sus necesidades y gustos.
Así, construye casas, pueblos, domestica animales, cultiva plantas, fabrica vestimentas
y adornos, se organiza para sobrevivir a las inclemencias del clima y defenderse de los
peligros del entorno. También inventa armas para matar, crea convenciones sociales y
se las ingenia para controlar y prolongar su sobrevida en la tierra.

Todo este proceso de trasformar el medio donde vive en un entorno artificial,
no natural, es lo que denominamos la cultura, palabra que proviene de cultivo, labrar
la tierra para beneficio propio. Y algo que es muy notorio en este proceso, es que
nunca el ser humano queda conforme con sus resultados, siempre se puede apreciar el
impulso a hacerlo de otra manera, haciendo un camino hacia la perfección, ya sea de
las formas (belleza), de la operatividad o funcionamiento, de optimización de recursos
y tiempos, etc.

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Por ejemplo, si consideramos que en sus inicios el ser humano deambulaba
sobre la tierra y se guarecía en los accidentes que el terreno le ofrecía, como cavernas,
concavidades o bajo salientes, de a poco comienza a modificarlas, colocando su huella
en ellas. Según el entorno geográfico, tiende a independizarse de cierta manera del
hallazgo fortuito del refugio protector y se las ingenia para construir sus propios
alberges, ya sea simples colgadizos hechos con ramas y pieles, o en forma más
elaborada como tiendas móviles como son los tipis, yurtas, etc.; o viviendas fijas como
chozas, palafitos, iglúes, etc. Con el tiempo descubre que el gregarismo y el desarrollo
de un lenguaje agrega una ventaja substancial a la sobrevivencia, con lo que van
naciendo las tribus, villorrios y pueblos hasta llegar a nuestros días, donde nos
encontramos con ciudades como las grandes capitales del mundo que son moles de
cemento atiborradas de rascacielos hechos de acero, hormigón y vidrio. Los niños que
crecen en estas condiciones urbanas, si los padres no ponen especial cuidado, pueden
sufrir a consecuencias del escuálido contacto con la naturaleza.

Esta característica que presenta el ser humano, de transformar el medio donde
vive y adaptarlo según sus gustos y necesidades, es una cualidad que nace del espíritu.
Solo un ser dotado de espíritu muestra esos impulsos a aprender, mejorar y
progresar. Todo niño que nace en este mundo trae de manera natural una curiosidad
por saber y buscar explicaciones de lo que pasa a su alrededor. Las respuestas las
encuentra por sí mismo, como cuando se quema o le da la corriente, o en las
explicaciones que le dan los mayores que lo cuidan. Ello le permite moverse cada vez
con más expedición y habilidad en su medio, que corresponde a su impulso por
mejorar. Pero también está ese deseo íntimo de adquirir cada vez más habilidades en
distintos ámbitos y conquistar condiciones que son un desafío a su naturaleza. Así, un
niño cuando aprende a ponerse de pie y dar sus primeros pasos, inicia un largo
recorrido donde todos los días se va colocando a prueba, sin importar las caídas. De
este espíritu de superación surge el impulso para caminar, correr, saltar, cada vez más
rápido o alto. Pero no contento con ello, se coloca el desafío de conquistar la movilidad
en el agua, con lo cual aprende a nadar o fabricar embarcaciones; y finalmente
conquistó el aire, ¡aprendiendo a volar!

Estos tres impulsos, a aprender, mejorar y progresar, son innatos en todo ser
en cuyo interior pulsa lo espiritual, y es la base donde nace y se despliega toda
educación. Ésta cumple el rol de perpetuar la cultura de un pueblo y en la medida que
esta tarea se complejiza, el hombre comienza a preguntarse también, a partir de estos
mismos tres impulsos del espíritu, como puede educar mejor y con los más variados
objetivos. Es así como surge lo que llamamos la pedagogía, que es la reflexión sobre la
educación y la manera de optimizarla. En un principio el aprendizaje es informal, el
ser humano aprende básicamente a través de imitar a otros lo que ya saben hacer. Con
el tiempo, este proceso educativo se va formalizando y aparecen instituciones como
las escuelas, institutos, universidades, etc., tal como lo vivimos en nuestra sociedad
moderna, lo que es fruto de este pensar pedagógico.

El niño en sus primeros años aprende de manera informal, se le deja que imite
y aprenda a través del juego. En la medida que se va haciendo adulto, la educación

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formal se va haciendo más relevante. Sin embargo, en la realidad esta educación
informal es la que más nos marca como seres humanos: ¿qué recordamos del colegio?
¿Que impronta sacamos de allí? Lo que somos ahora, ¿de donde lo sacamos? Si somos
sinceros en responder estas preguntas, nos daremos cuenta de que casi todo lo que
sabemos lo hemos adquirido por medio de experiencias vitales a lo largo de los años,
experiencias que obedecieron a encuentros significativos con otros seres humanos, a
circunstancias fortuitas y hechos que nos marcaron profundamente. De los contenidos
formales nos va quedando poco, solo el saber leer y escribir y otras pocas cosas. Del
resto nos hemos olvidado, pero sí interiorizamos ciertos hábitos de aprendizaje y
formas de resolver frente a la vida que nos dan una impronta personal. Pero nuestra
particular forma de ser, ¿acaso no está dada en gran medida por patrones de conducta
que repetimos de nuestros progenitores? Nuestras afinidades, aversiones, miedos,
también han sido generadas en este aprendizaje no formal del día a día. El gusto o
rechazo por las matemáticas u otro saber que podemos tener, también viene de una
relación significativa que tuvimos con algún adulto que por destino se cruzó en
nuestra educación.

Lo mismo podemos decir del considerarnos a nosotros mismo como seres
espirituales. Si fuimos educados en términos dogmáticos, colocando el acento en la
memorización de contenidos y con gran énfasis en la formalidad mecánica de la
enseñanza, lo más probable que terminemos siendo sujetos muy estructurados, tal vez
muy ordenados y eficientes, repitiendo patrones aprendidos, lo que nos puede llevar a
pensar y sentir de manera muy automática, donde concebir lo espiritual en sí mismo
pasa a ser solo una abstracción, un deber ser, pero no una vivencia. Por el contrario, si
el niño en sus primeros años tuvo un adulto, que con entusiasmo y alegría de vivir lo
acompañó cariñosamente en su curiosidad y afán de saber, dejándolo que se moviera
libremente, podrá como adulto concebir en sí lo espiritual y moverse creativamente
sin estar determinado por creencias, deberes o factores externos a él.

Estas sutilezas en la vida diaria, que podemos llamar un aprendizaje por el
destino, son las que hacen la diferencia entre dos individuos, que a veces teniendo el
mismo recorrido vital, como haber asistido al mismo colegio, realizado los mismos
estudios, teniendo los mismos profesores, etc., toman caminos muy distintos en la
vida posterior. ¡Es la fuerza con la que eclosionó lo espiritual como una realidad en
cada uno lo que hace la diferencia!

Este camino que realiza cada ser humano desde que nace hasta el momento
que se para como una individualidad frente al mundo, sabiendo lo que quiere, es el
mismo recorrido que la humanidad como un todo, ha hecho a lo largo de su historia.
En prácticamente todas las cosmogonías de todas las culturas que intentan explicar el
origen del hombre y del mundo, se encuentra la imagen mítica de La Caída, ese
momento que el ser humano es apartado de los dioses y dejado a su suerte sobre la
tierra, donde debe aprender a vivir con el sudor de su frente y tener como “maestros”
al dolor, la enfermedad y la muerte en un camino de ensayo y error. Ahí se inició ese
largo y difícil camino de aprendizaje, que en el fondo no es otro que un paulatino

14
incremento de la consciencia hacia ese mandato que también se encuentra en las
grandes religiones: “Y seréis como dioses”.

Contemplar la historia de la humanidad, y en especial su forma de educarse a
través del tiempo, es contemplar la epopeya del espíritu humano en su camino de
encarnación en la tierra y su tarea de enseñorearse de la creación, ¡partiendo por su
propia corporalidad! Esto que llamamos lo espiritual que encarna en una corporalidad
terrena, tiene que aprender todo para progresar en términos de consciencia. Este
proceso va en contra de la vida instintiva con su sabiduría innata pero ciega,
antagonismo que marca el punto de separación entre el reino animal y el humano.
Este alejamiento paulatino del hombre del animal, obedece a esa cualidad del espíritu
que en un camino de ampliación de consciencia, debe hacer todo sabiendo por qué lo
hace, tiene que aprender todo para sobrevivir, y de allí surge por consiguiente la
necesidad de educar.

Teniendo todas estas consideraciones como un marco de referencia amplio,
trataremos de entender el derrotero de la educación a lo largo de la historia de la
humanidad bajo esas premisas en el capítulo siguiente. En los que vienen después,
entraremos en el camino que toda alma humana debe hacer en su venida al mundo
para poder evolucionar y progresar. Si se hacen comprensibles esos procesos como
una vivencia desde el sentido común, estas premisas dejarán de ser dogmáticas y
aparecerán como una realidad obvia.

Solo entonces podremos responder las grandes preguntas que la humanidad se
hace permanentemente en relación con la educación y la pedagogía. Ya mencionamos
la primera gran pregunta: ¿Por qué hay que educar? Porque una generación debe
transmitir a la que le sigue sus conocimientos y herencia cultural. Ello involucra dos
grandes aspectos: el primero es el sentido que le vamos a imprimir a esta educación,
para qué queremos educar y hacia dónde queremos orientar nuestra cultura. En este
aspecto radica la posibilidad del hombre de alcanzar la libertad y ser creativo,
¡cocreador con los dioses! Pero aquí encontramos también la causa de la gran crisis
que estamos viviendo con la educación tal como se está haciendo hoy en día. En la
realidad actual, la educación se ha constituido en un entrenamiento para manipular y
dominar la naturaleza terrena, construyendo un mundo paralelo que nos atrapa y
enajena con sus mecanicismos y materialidad a tal punto que estamos en el grave
peligro de perdernos a nosotros mismos en nuestra esencia.

El otro aspecto tiene que ver con el cómo vamos a educar, altamente
dependiente del momento histórico que se vive. En la panorámica sobre la historia de
la educación que sigue a continuación, se considerarán ambos factores como
formando una unidad fenomenológica tal como aparecen en la realidad.




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La educación desde una perspectiva histórica


La problemática del ser humano arrojado a la tierra

El ser humano sigue siendo en la actualidad un gran enigma en muchos
aspectos. La vida, la conciencia, la inteligencia, los sentimientos y emociones, el mismo
lenguaje, el habla son algunas características netamente humanas que hasta el día de
hoy desafían una comprensión desde la perspectiva de las ciencias modernas. Si
hablamos del alma y del espíritu, para la gran mayoría de las personas criadas bajo el
paradigma científico no pasan de ser una abstracción o un mero nominalismo. En el
mejor de los casos una creencia religiosa propia de gente poco “cultivada”. El
problema mayor surge en todo ser humano cuando, usando estas mismas cualidades
que posee, se pregunta por el sentido de su vida, por qué le toca una existencia tan
distinta a la que tienen otros, por qué se tiene que enfrentar con la enfermedad, con la
muerte, con dificultades y desafíos todos los días que no son los que esperaba y menos
desea tenerlos, etc.

Aquí nace esa esquizofrenia del hombre moderno que por una parte niega o no
le da cabida al espíritu en su vida diaria, pero para aplacar sus angustias existenciales
asiste a misa el domingo, consulta una adivina o vidente, busca respuestas en su
horóscopo, en el Tarot o en otras partes que se contradicen con sus “convicciones
científicas”.

Cuando investigamos la historia de la humanidad, estos cuestionamientos
existenciales y por sobre todo la angustia que lleva aparejada cada situación vivida,
estaban presentes miles de años atrás y el hombre desde siempre ha buscado
explicaciones y consuelo en la religión, esos sistemas de creencias propios de cada
cultura y tiempo, que precisamente nacen con sus grandes cosmovisiones para
mitigar la angustia del hombre abandonado por los dioses, explicando su origen, el del
universo y el significado de la vida.

Hay ciertos elementos que son comunes a todas esas grandes cosmovisiones
del pasado, como son su origen divino entregado por revelación y ciertos tópicos de
carácter universal, que se narraban como imágenes que constituían los mitos a partir
de los cuales se interpretaba toda la existencia.

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Para poner en cierta perspectiva el planteamiento que seguiremos en el
presente capítulo, vamos a partir considerando un par de estas imágenes míticas las
cuales se refieren a la creación del hombre y su destino, pero narradas desde dos
contextos culturales muy distintos. Es relevante entender esto ya que ello determinó
la orientación que tomó el mundo occidental y la conformación de la cultura moderna,
dentro de la cual hay que considerar el tema de la educación.

Una de ellas es el mito del Paraíso Terrenal, la tentación y la caída del hombre
narradas desde la tradición hebrea cristiana. Esta es una historia ampliamente
conocida por lo que no entraremos mayormente en los detalles. Leemos en el Génesis
que habiendo creado Yahveh Dios el Paraíso colmado de todo tipo de árboles y frutos,
puso al hombre para que morara en él, imponiéndole el siguiente mandamiento: “De
cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal
no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio”.

Se nos relata que en el medio de ese jardín habían brotado dos árboles muy
especiales, uno era el árbol de la vida y el otro el de la ciencia del bien y del mal. Ya
todos sabemos que esta primera pareja de seres humanos es tentada por la serpiente
que les ofrece el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal afirmándoles: “No
moriréis. Dios sabe que el día que comiereis de este fruto se os abrirán los ojos y
seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.” Ambos comen de este fruto y
entonces, nos cuenta el relato bíblico, “se le abrieron los ojos, y se dieron cuenta de
que estaban desnudos”.

Frente a este acto de desobediencia, Dios expulsa a Eva y Adán del Jardín del
Edén con un mandato muy significativo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan,
hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo
tornarás.” Luego, Yahveh Dios como hablando consigo mismo dice “¡He aquí que el
hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal!
No vaya a ser que se le ocurra comer del fruto del árbol de la vida y viva para
siempre”. Para evitar esta posibilidad, Yahveh coloca frente a las puertas del Paraíso a
querubines para impedir el acceso al árbol de la vida.

Esta misma situación, gravitante en la evolución del hombre, está narrada en el
mito griego de Prometeo. Existen varias corrientes mitográficas dentro de la narrativa
griega y si tomamos la versión que nos dejó Apolodoro (Pseudo-Apolodoro),
Prometeo creó a los hombres modelándolos en el barro, al igual que Yahvé en la
tradición judeocristiana. Pero según Hesíodo, en su Teogonía, él es solo un bienhechor
de la humanidad, que por amor a los hombres se atreve a desafiar a Zeus.

Durante un sacrificio solemne, Prometeo hizo dos partes de un buey inmolado:
una conteniendo los huesos desprovistos de carne envueltos en blanca grasa que
aparecía apetecible, y otra donde estaba la carne cubierta con la piel y el estómago del
animal que dan la falsa apariencia de incomestible. Se las presenta a Zeus para que
elija su parte, quien obviamente se inclina por la mejor presentada. En Protágoras, el
diálogo de Platón, este acontecimiento tiene lugar en un tiempo cuando los dioses y

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los hombres todavía no estaban separados, vivían juntos y participaban de todo por
igual, tal como aparece en el primer capítulo del Génesis.

Prometeo muestra su simpatía y complicidad con aquellos a quienes el orden
de los dioses había situado en una posición inferior, condenándolos a la limitación y el
sufrimiento. En esta repartición del buey se establece la frontera entre los dioses y los
hombres, segregando a estos últimos, al comer la carne de un animal muerto en un
camino que lleva implícito la fatiga, el envejecimiento y finalmente la propia muerte,
lo que guarda una clara analogía con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal
en el Paraíso.

Zeus no cayó en la trampa de Prometeo al elegir la parte más vistosa que solo
contenía huesos, los cuales los hombres irán a quemar en el futuro como ofrenda
sacrificial a los dioses. Al recibir y contentarse con el humo y aroma de los sacrificios
que los hombres le ofrendan, los dioses muestran ser de una naturaleza inmortal e
incorruptible, distinta y superior a la de los hombres.

Sin embargo, airado Zeus por esta artimaña de Prometeo, castiga al hombre
impidiéndole el acceso al fuego, el bios, la vida que emanaba libremente en el cosmos,
(el árbol de la vida en la imagen bíblica). De ahora en adelante tendrán que cultivar la
tierra y extraer la vitalidad de las plantas que siembren. El castigo a la humanidad se
impone por acceder a un bien que según el designio de los dioses no le correspondía.
Por esta razón, viendo ahora que la raza humana languidecía hacia la aniquilación,
Prometeo se roba el fuego de los dioses y se lo entrega a los hombres, enseñándoles su
conservación y uso para la subsistencia.

Ese fuego es vacilante, sale escondido en una cañita de hinojo, no es capaz de
subsistir por sí mismo, se apaga y se extingue en cenizas. Pero es también el que le
permite al hombre unirse nuevamente a los dioses al elevarse hacia el cielo en los
altares sacrificiales. El fuego es divino en su origen y destino, pero en las manos de los
hombres es perecedero, permitiéndole por una parte la subsistencia terrenal a través
de la cocción de los alimentos y la convocatoria gregaria en torno a la fogata. Por otra,
la unión con los dioses por la calcinación sacrificial de los huesos.

Al darse cuenta Zeus de que le robaron el fuego, castiga a Prometeo
encadenándolo con cerrojos de hierro a una roca en el Cáucaso, donde diariamente
acudía un buitre que le devoraba el hígado. Como Prometeo era un dios, ese órgano se
regeneraba en el descanso de la noche.

Zeus permitió que los hombres se quedaran con el fuego, pero en su Némesis
les envió a la mujer, a Pandora, modelada por Hefestos con arcilla y lágrimas, símbolos
del dolor y la melancolía. Con la complicidad de todos los dioses, volcaron en ella
dones que la hicieran irresistible al hombre y Hermes es el encargado de llevársela al
titán Epimeteo, hermano de Prometeo y su antítesis, quien la acepta como esposa, a
pesar de haber sido advertido por este último de no aceptarla. Prometeo es el

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previsor, el que reflexiona antes de actuar; Epimeteo es el que actúa irreflexivamente
y después se da cuenta de las consecuencias.

Pandora con su aspecto divino pero humana en su rol de madre y esposa, es
asumida por el hombre en su expulsión del ámbito de los dioses. Reciben una vasija
como regalo de bodas y los desposados cuando la abren con curiosidad, salen ráfagas
de males que se entronan en la humanidad: la enfermedad, el error, el deseo, la
mentira, el egoísmo, la envidia, las penas, la vejez, el cansancio, etc. Ellos se mezclan
con los bienes que ya existían de manera impredecible. ¡Pero queda la Esperanza
dentro de la vasija al ser cerrada en el último momento!

En este duelo entre Zeus y Prometeo, los hombres sufren las consecuencias y
quedan relegados en una escala entre los dioses y los animales. Todo contacto con los
dioses, solo puede ser franqueado a través del sacrificio, sumiéndose en la polaridad
donde no puede existir la felicidad sin el sufrimiento, el nacimiento sin la muerte, el
saber sin la ignorancia. En todo ser humano conviven Prometeo, Epimeteo y Pandora,
siendo respectivamente estos dos últimos los equivalentes a Lucifer y Eva de la
tradición hebrea cristiana.

Prometeo es finalmente liberado de su sufrimiento por Heracles, quien mata al
buitre y rompe sus cadenas. Heracles, el héroe mitad hombre y mitad dios, personifica
al alma humana que tras haber deambulado por la tierra y superado todas las pruebas
de su condición encarnada, vuelve con toda legitimidad a su patria espiritual, por lo
que el sufrimiento de Prometeo no tiene razón de ser. El fuego que porta ahora el
hombre es el mismo que el de los dioses. Pero esta es una historia por contar de la
humanidad de hoy. Nuestra cultura moderna es inminentemente luciférica o
epimeteica, y debemos despertar a la realidad divina que nos señalan Prometeo y
Heracles, realidad que sigue dentro de la vasija de Pandora junto a la Esperanza!

En ambos relatos se hace referencia a un mismo hecho central en el devenir
humano: la salida del hombre del seno cósmico, la pérdida de su unión o participación
con la divinidad y su paulatina transformación en un ser terrenal, abandonado por los
dioses. Hay en él una doble naturaleza, una polaridad que fue simbolizada
magistralmente por los griegos en la figura del centauro: está la chispa divina, el fuego
robado por Prometeo que le da el aspecto humano “a semejanza de los dioses”, que
tiende continuamente hacia la búsqueda de la divinidad; y está la parte animal, que lo
ata a la tierra con sus impulsos instintivos, la animalidad. El desafío del hombre es
transitar de la figura del centauro al simbolismo del caballero, donde lo humano se ha
separado del caballo y lo domina como su vehículo. En esta tarea hay dos visiones
ilustradas por ambas corrientes mitográficas que se han mencionado.

Por un lado está la corriente hebrea cristiana con el mito de Adán y Eva y la
expulsión del Paraíso. Lucifer, el “portador de la luz” les da la posibilidad del
conocimiento, un camino desde el pensar. El hombre, a partir de esa intervención
luciférica, experimenta un cambio en su consciencia, que de tener el foco en el plano
espiritual, se traslada al cuerpo, por ello en la narración del Génesis se recalca que el

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hombre mientras vivía con los dioses, “Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer,
pero no se avergonzaban uno del otro.” Pero después de la irrupción de Lucifer cambia
la conciencia, se le abren los ojos y se fija en su corporalidad: “Entonces se les abrieron
a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y, cosiendo hojas de
higuera, se hicieron unos ceñidores.”

En el mito de Prometeo de los griegos, se pone el acento en la chispa ígnea que
va a animar al ser humano. Es gracias a ese fuego que aparecen las “artes”, el tekne, y
que corresponde al Yo humano donado por los dioses, que se expresa desde la
voluntad en un hacer:

“Yo he liberado a los hombres de la obsesión de la muerte,
he instalado en ellos las ciegas esperanzas,
les he regalado el fuego,
de él aprenderán artes sin número”

Esquilo: “Prometeo Encadenado”


Recorrido reduccionista del hombre como ser terrenal

Arrojado el hombre sobre la faz de la tierra, inicia un largo recorrido que en
síntesis es un camino de conocimiento y de consciencia progresiva para dominar su
entorno y hacerse dueño de su destino. Evolutivamente ya ha llegado a dominar gran
parte del mundo físico, ha llegado a cierta altura con los dioses, ya es capaz de salir de
este mundo y explorar el espacio estelar. Sin embargo poco conoce de sí mismo y lejos
está de vislumbrar el sentido de su existencia. La intromisión luciférica tuvo su precio
ya que lo orientó unilateralmente, considerando solo lo que sus órganos de
percepción física le brindan, y con ello perdió no solo su conexión con su esencia
divina, sino también toda relación con lo divino en la naturaleza que lo rodea, esa
consciencia “participatoria” donde entiende la realidad sensible y la correcta relación
con el mismo. Era esa consciencia la que tenía Adán en el Paraíso y que le permitía
saber el nombre de todas las plantas y animales que allí había.

El camino de conocimiento que ha llevado el hombre ciego a lo espiritual, lo ha
puesto en una situación de confrontación sujeto/objeto con el medio, generando como
consecuencia esa actitud de salir a “conquistar” el mundo físico a partir de un deseo
egoísta. Este ha sido un proceso altamente destructivo tanto para la naturaleza como
para el hombre mismo, en tanto su propia corporalidad es connatural con el medio
donde se desenvuelve.

Se ha movido en un ensayo y error permanente, cual Epimeteo, reconociendo
las consecuencias nefastas de su actuar irreflexivo y divorciado de la sabiduría
universal que hay en la creación. Esta tendencia unilateral a enfrentar los desafíos se
ve reflejada en todos los quehaceres humanos, desde cómo nos alimentamos y

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actuamos en nuestro entorno hasta cómo nos educamos y enfrentamos la salud y la
enfermedad.

Habiendo bosquejado a grandes líneas las imágenes cosmogónicas que nos
llegan de la antigua sabiduría, donde se puede barruntar el origen del hombre y las
razones de su existencia, nos vamos a focalizar en la problemática de la educación a
través del tiempo, que no es más que un reflejo de este caminar a tientas donde hace
un buen rato se perdió el rumbo!

La educación a lo largo de la historia

En las primeras etapas del desarrollo cultural del hombre, la educación tenía
lugar de manera espontánea e informal en el seno de la familia, donde los niños
imitaban a sus padres. Dentro de la tribu o grupo social la persona que sabía más por
su experiencia era respetada y venerada por los que le seguían. Los hábitos, la lengua
materna, destrezas, creencias religiosas, rituales, las tradiciones y valores de la tribu
eran transmitidos por medio de una praxis que era imitada. Un ser humano como un
todo, que gozaba de un mayor ascendiente moral dentro de su grupo, era un modelo
de imitación para sus congéneres. Este tipo de aprendizaje es el que ocurre hoy en día
con el niño en sus primeros años de vida, cuando aprende a andar, hablar y pensar
reconociéndose como un yo dentro de una familia.

Más avanzadas las civilizaciones, ciertas habilidades, como las relacionadas con
el chamanismo o con los cultos religiosos, por ejemplo, comienzan a ser enseñadas de
una manera más sistemática y dirigida. Había una persona encargada de acompañar y
orientar a un niño o adolescente con el fin de conservar una tradición o recibir un
conocimiento específico. Esta enseñanza individualizada, de una persona adulta que
sabe, a un niño que ha sido elegido por él por sus características personales, no solo se
extendió a casi todas las áreas del saber, sino que a lo largo del tiempo fue una
modalidad que perduró por milenios, alcanzando incluso la época griega clásica,
donde a este educador se le llamó preceptor, por ser responsable de mantener los
preceptos u ordenanzas de la ciudad.

El niño siempre era educado en sus primeros años en el seno de la familia, a
veces bajo la tutela de un esclavo culto que servía dentro del grupo. Cuando llegaba a
cierta edad, era sacado de su hogar y establecía una íntima relación con el educador,
personaje influyente y reconocido por su entorno humano como poseedor de un
conocimiento y sabiduría que descollaba en su medio. Este educador o preceptor
influía en el joven no solo por lo que le transmitía oralmente, sino también por su
forma de ser y vivir, impartiendo una mirada y forma de vida siempre desde un
ascendiente moral.

Esta manera de formar a sus futuras generaciones y de transmitir la herencia
cultural de un pueblo fue, a grosso modo, común a todas las grandes civilizaciones de
la antigüedad, tales como la hindú, la persa, la china y la griega. Los contenidos
educativos eran más o menos los mismos en todas partes y evolucionaban a la par: el

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estudio de las costumbres, prácticas religiosas y ceremoniales, el estudio de la lengua
que hablaban a través de la poesía, canto y más adelante de la métrica, fonética y
gramática. También van a aparecer en etapas posteriores la oratoria y el estudio de la
música, que iba íntimamente ligado al dominio de la aritmética y astronomía, ya que
se consideraba que las leyes que regían estos ámbitos del saber eran las mismas.

En general, este tipo de educación pretendía formar seres humanos íntegros,
que supieran manejar tanto los conocimientos de su época, como también que fueran
moralmente intachables, en concordancia con los principios religiosos y valores del
grupo social al que pertenecían. El objetivo de este tipo de educación estaba dirigido a
unos pocos individuos que por sus características personales descollaban del resto del
grupo y serían los responsables el día de mañana de asumir la conducción de la tribu o
agrupación social. La gran masa que era conducida o gobernada seguía sumida en un
aprendizaje por imitación dentro del grupo.

Algo importante que hay que señalar es la diferenciación de la educación de
acuerdo a los sexos. Si miramos la antigua Grecia, que nos ha legado mucha
información al respecto, vemos que a los jóvenes que llegaban a cierta edad, se les
entrenaba en la actividad física, deportes, ciencia militar, equitación, lucha, boxeo,
lanzamiento de la jabalina, el arco, etc. A la mujer se la conducía a actividades que
encarnaran una moral doméstica, dentro de un contexto de belleza y prudencia,
siguiendo los preceptos de la Grecia clásica.

Esta educación diferenciada según el sexo era una modalidad que se perdía en
los albores de la historia. En las épocas primitivas de la humanidad, el hombre era el
que establecía una relación más intensa con las fuerzas de la naturaleza y ejercía su
voluntad en ese medio. A la mujer le correspondía la responsabilidad de mantener el
saber y la tradición de las primeras agrupaciones sociales, desarrollando la
imaginación y creando los gérmenes de lo que sería la memoria y más tarde el
intelecto. Es allí donde se van sembrando los primeros gérmenes de lo que más tarde
va a brotar como los primeros conceptos morales. Bien comprendida esta parte del
desarrollo del ser humano, paradojalmente fue la mujer la que originó y mantuvo la
línea del pensamiento dentro de la civilización en sus primeras etapas, siendo las
depositarias de la herencia cultural y por tanto la responsable de la educación en la
tribu. Esto explica por qué en las figuras míticas mencionadas, Lucifer dirige su
tentación a Eva y en el mito griego sea Pandora la responsable de la catástrofe.

En la medida que las culturas van avanzando y complejizándose, la educación
la comienzan a tomar los hombres sabios del grupo social. De manera muy sintética,
se podría decir que en estas primeras etapas de la civilización, la educación es
absolutamente personalizada, de transmisión oral, casi elitista o aristocrática,
dominada por un ideal religioso o moral, destinada a formar hombres que
encontraran su unidad con el espíritu del universo a través de una autodisciplina y
auto conocimiento. Esta imagen ideal del hombre corresponde al héroe homérico, al
filósofo chino, es el afán del gurú en la India antigua, etc. Solo así podían ser miembros

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del grupo social capaces de ampliar el horizonte de sus congéneres y alcanzar los altos
destinos que perseguía su cultura.

En la medida que transcurre el tiempo, en esta tradición oral se van apagando
las grandes imágenes cosmogónicas expresadas en los mitos, perdiendo éstos la
fuerza para modelar a los hombres. Como consecuencia, el ser humano va perdiendo
su conexión con los dioses y el universo. Toda esa memoria imaginativa del hombre
primitivo comienza a extinguirse y ya no es capaz de evocar el pasado glorioso ni la
herencia tribal por medio de esa memoria viva que se despertaba cuando entraba en
contacto con determinados objetos o lugares o por el ritmo dado por cánticos u
oraciones de sus narrativas tribales.

Es entonces cuando aparece la escritura y se comienza a confiar en el papel la
reminiscencia de esas grandes imágenes, que la mayoría de las veces no son más que
sombras que van quedando de ese pasado en comunión con los dioses. Aparecen
entonces las primeras expresiones literarias escritas, como poesías, mitos, leyendas,
historias, epopeyas y los textos religiosos en las grandes culturas: los Vedas en la
India, el Ta Hio y Tao-Te-King en China, el Zend-Avesta en Persia, los textos homéricos
en Grecia y muchos otros. En el Poema de Gilgamesh de los sumerios, encontramos un
par de frases en la tablilla introductoria de la obra, que sintetizan magistralmente las
motivaciones de esa época:

“Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto,
a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas,
que ha examinado, en su totalidad, todos los misterios.
A él (Gilgamesh), dotado de sabiduría, que lo ha conocido todo,
que ha descubierto los secretos, que ha visto los misterios,
y que nos ha transmitido noticias anteriores al Diluvio”.

La aparición de la escritura fue un tremendo acontecimiento, que si bien por un
lado permitió una cierta masificación del conocimiento y la educación, por otro
despersonaliza la enseñanza, ya que el educador, que enseña desde su propia
naturaleza que había conquistado y transformado en sabiduría, como era la
costumbre hasta ese momento, comienza a ser prescindible. Esta nueva modalidad
para aprender produjo una verdadera crisis, que está sintetizada por Platón en su
diálogo Fedro o de la belleza, que si bien lleva por subtítulo “de la belleza”, pone en
boca de Sócrates una serie de otros temas como el amor, la inmortalidad del alma, la
retórica y la dialéctica. Sócrates se lamenta de la falta de veracidad e integridad en la
gente que tomaba la responsabilidad de dirigir las masas, con una retórica vacua
donde lo único que tenía valor era la apariencia convincente para conducirla según
sus intereses. Es ahí cuando trae a colación un antiguo relato que tiene lugar en
Egipto, donde el dios Teut, quien había inventado los números, el cálculo, la
geometría, la astronomía, el ajedrez, los dados y también la escritura, se acerca al rey
en Tebas y le ofrece todas estas artes de su invención aduciendo “lo conveniente que
sería extenderlas entre los egipcios”. El rey sopesaba los pro y los contra de cada una
de esas artes y en lo que se refiere a la escritura se dio el siguiente diálogo:

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“Oh rey!, le dijo Teut, esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a
su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y
retener. Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no
está en el caso de la sabiduría que aprecia las ventajas y desventajas que
deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu
invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no
producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles
despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a
caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro
habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la
memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra
de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender
muchas cosas sin maestro, se tendrán ya por sabios, y no serán más que
ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de
la vida.”2

Platón ejerció una enorme influencia en su tiempo y propuso un sistema
educacional que pretendía formar personas con una clara orientación hacia un
desarrollo espiritual consciente, donde la búsqueda de la Verdad y el Bien supremo
basados en el conocimiento de principios universales eran las directrices centrales.
Este era un camino difícil, ya que necesitaba de preceptores de alta calidad y con un
desarrollo personal profundo. Hacía hincapié en determinadas materias necesarias
para la educación de toda persona sin distinción de sexos, tales como la educación
física que comprendía la dietética y la higiene, la música en unión con las matemáticas,
y así, en un camino formativo progresivo que prácticamente duraba toda la vida.

En contraposición a él, estaba Isócrates, quien pone el acento no tanto en la
formación intelectual de la persona sino en su oratoria destinada a preparar
conductores del pueblo. Lo importante era la formación humanista del educando, por
lo que la educación literaria, gramática, retórica y dialéctica eran centrales. Al
contrario de Platón que perseguía la autorrealización del ser humano individual,
Isócrates perseguía desarrollar la memoria, una dicción perfecta, apostura,
laboriosidad e imaginación.

La educación griega, no obstante estas dos corrientes, seguía considerando al
ser humano como una totalidad y su entrenamiento debía abarcar todos los aspectos.
Es decir no había perdido aún su carácter moral ni la visión de un ideal humano: la
formación de un hombre universal, que dentro de una cultura ético-política


2 En su esencia, este mismo tipo de consideraciones surgen en la actualidad frente a la incorporación

temprana de la computación y medios audiovisuales en la educación del niño, los que podrían ir en
desmedro de su imaginación y capacidad creativa.

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demostrara variedad de talentos, iniciativa individual, libertad, confianza en sí mismo,
independencia, gusto por cultivar las artes e interés por los asuntos políticos.3

El camino para alcanzar este ideal educativo, estaba claramente establecido en
etapas muy precisas. Se daba por sentado que el niño debía aprender el idioma, las
costumbres y hábitos en el seno de su familia hasta los 7 años. A esa edad comenzaba
la educación propiamente tal cuando debía asistir a la escuela donde era instruido en
la lectura y escritura, aprendiendo la gramática del idioma, pero sin descuidar otros
aspectos educativos donde la música, el canto, la danza, los deportes y juegos tenían
un protagonismo central, al igual que la higiene de vida y la dietética. Más adelante, al
llegar a los 14 años, sumaban a los estudios literarios la geometría, la aritmética y
junto con ella la música y por último la astronomía, conformando estos cuatro ramos
lo que más tarde, en tiempo de los romanos, se denominará el Quadrivium. La parte
humanista estaba conformada por la gramática, retórica y dialéctica, el Trivium,
modalidad que perduró hasta muy entrada la Edad Media bajo el nombre de las siete
artes liberales.

Esta impronta griega predominó a lo largo de todos los siglos siguientes, no
obstante sufrir modificaciones importantes bajo el imperio romano. En Roma el
educador ya no era un preceptor que influía en el educando por la totalidad de su
persona o humanidad, sino que aparece el rhetor, el maestro de retórica o elocuencia
como el máximo exponente de esta práctica educativa. También se suprimen los
deportes y toda actividad física de los educandos, siendo reemplazadas por el estudio
del derecho.

Con el advenimiento de la Edad Media y el desarrollo de la cultura occidental
propiamente tal, la influencia griega en la educación se vio permeada por el
cristianismo. Sin embargo hay que considerar que en este período de la historia se
produce un deterioro importante tanto de la calidad como del acceso a la educación en
Europa. La posibilidad de ser educado bajo un régimen formal era un privilegio de las
clases superiores y prácticamente no existían escuelas para la gran masa de población
del mundo occidental. La educación en su mayor parte volvió a estar en el seno de la
familia, donde era usual que los hijos siguieran desde temprana edad a sus padres y
trabajaran junto a ellos, ejerciendo después como adultos la misma actividad del
padre. Por su parte la Iglesia, preocupada de mantener vivo el movimiento cristiano y
asegurar su difusión, se orienta a formar clérigos y para ello crea escuelas monásticas
y episcopales o catedralicias, pero como faltaba una buena base formativa desde los
primeros años, crea también las escuelas parroquiales o presbiterales, donde a todos

3 Fue la alternativa de Isócrates la que se impuso paulatinamente con el tiempo, y sería la que a la larga

desembocaría en el nominalismo de fines de la Edad Media, al perder la palabra su fuerza ontológica.


También es notable constatar que ya en el siglos V y IV aC, se debatía vivamente acerca del carácter de
la educación en términos de si debía ser gratis bajo la responsabilidad del estado o si era lícita la
educación privada y que los alumnos le pagaran a su preceptor. Temas como los contenidos
educacionales, la supervisión de la calidad de la enseñanza, la formación de educadores idóneos, eran
motivos de arduos debates, … ¡lo que pone en evidencia que muchos problemas en educación no logran
ser resueltos hasta el día de hoy!

25
se les enseña a leer y escribir centrados en los preceptos religiosos. Estas escuelas
serán las precursoras de las escuelas de aldea más tarde, donde el maestro y el cura
pasan a ser personajes importantes dentro de la vida de una comunidad.

Las escuelas monásticas y catedralicias estaban sometidas a una severa
disciplina donde se enseñaban las 7 artes liberales (gramática, retórica, lógica o
dialéctica, aritmética, música, geometría y astronomía), siendo el latín el idioma
oficial. El método de trabajo que utilizaban se basaba en el principio de autoridad que
emanaba principalmente de la Biblia, a la cual supeditaban textos clásicos griegos,
especialmente los de Aristóteles que habían llegado “teñidos” de arabismo a través de
España. Esta forma de aprendizaje y enseñanza fue lo que se conoció como la
escolástica, que buscaba conciliar los conocimientos alcanzados por medio de la
razón, con lo que provenía de la revelación, estableciendo una clara subordinación de
la razón a la fe, o de la filosofía a la teología.

Esta forma de educar se restringió a la formación de médicos, abogados y
teólogos, que en los tiempos posteriores hizo que las escuelas monásticas y
episcopales se transformaran en las distintas universidades que comienzan a aparecer
en Italia, Francia, Alemania, Inglaterra, etc.

A pesar del elitismo de la escolástica, tuvo el gran mérito de incentivar el
razonamiento, de modo que el hombre pueda alcanzar un conocimiento sólido por
medio del correcto y riguroso uso de la razón para explicar las experiencias tenidas.
Esto trajo como consecuencia que el ser humano desarrollara cada vez mayor
confianza en un pensar independiente y dejara de lado el dogma religioso para
explicar el mundo y sus acontecimientos. Copérnico, por ejemplo, fundamentado en la
rigurosidad de sus observaciones, se atreve a desafiar el geocentrismo de Ptolomeo
sustentado por la Iglesia. Otro hecho gravitante fue el descubrimiento de América por
Colón, que confirma la redondez de la tierra pero a la vez fue un espaldarazo a la
osadía humana y la confianza en su razonar. Estos hechos señalaron una nueva actitud
del hombre que comienza a cuestionarse todo y se replantea su posición en el mundo,
lo que en historia se conoce como el Renacimiento. Dentro de él, hubo una corriente
en particular que se llamó el humanismo, que surge como un sistema de creencias
provenientes exclusivamente de la inteligencia humana que se va a contraponer al
teocentrismo medieval y en particular a la educación universitaria escolástica, que con
el correr del tiempo había tomado un carácter pragmático y pedante.

Esta forma de pensar, liberada de los dogmas y rescatando el legado de la
antigüedad clásica para crear una filosofía moral fundamentada en cualidades
humanas universales, comenzó a sentar sus raíces en Italia y pronto fue un
movimiento que abarcó toda Europa. Sus centros de formación pretendían llegar a un
máximo de la ciudadanía, incluidas las mujeres, y extendiéndose a ámbitos del saber
más allá de los aceptados por la escolástica. Hubo además dos hechos de mucha
relevancia que dieron un gran auge a la difusión y calidad de la educación. En el siglo
XV se inventa la imprenta que masifica el acceso a la información haciéndola asequible
a estratos sociales más bajos de la población; y luego, en el siglo XVI se inicia la

26
Reforma protestante en toda Europa, que entre muchas otras consecuencias,
promovió la fundación de escuelas donde se enseñaba a leer y escribir en el idioma
vernáculo, por lo que el latín deja de ser un impedimento para el aprendizaje y el
saber.

De esta forma la influencia de la Iglesia comienza a disminuir y el control de la
educación se traslada paulatinamente a manos del estado. La culminación de este
proceso se dio en el siglo XVIII con el advenimiento de la Ilustración, movimiento
cultural que pretendía “iluminar” las tinieblas de la ignorancia de la humanidad por
medio del conocimiento y la razón y así construir un mundo mejor.

Si bien no más allá de un 30% de los europeos sabía leer en esa época, esa
parte de la población constituyó una elite con enormes deseos de aprender y enseñar
al resto a razonar, “para erradicar así la superstición, la ignorancia y los vicios de la
tiranía”, de modo que se diera un progreso social y económico de la población en
general. Estos anhelos se materializaron en Francia con la aparición de “La
Enciclopedia o Diccionario razonado de ciencias, artes y oficios”. Es una obra que llegó
a tener alrededor de 74.000 entradas y artículos, escritos por más de 130
colaboradores, que resumían los pensamientos de connotadas personalidades
inglesas y francesas, sobre los más variados tópicos y que tendrá una enorme
influencia en los acontecimientos que se irían desarrollando después.

Es interesante comprender este fenómeno cultural único, ya que aparece en la
segunda mitad del siglo XVIII, cuando la Iglesia y las monarquías aún ostentaban un
gran poder y ejercían una censura implacable, por lo que esta Encyclopédie era un
verdadero caballo de Troya tratando de meter furtivamente nuevas ideas y
orientaciones en la población de entonces, que con el tiempo fueron derivando en un
enfoque inminentemente laico y materialista por el exceso de celos contra el poder
eclesiástico y los dogmas que trataban de mantener el poder imperante.

Desde estas transformaciones profundas del pensamiento y del sentir del
europeo, que tomaron los mas diversos caminos y expresiones, es que podemos
entender la revolución francesa que ocurrió a corto andar y luego el derrocamiento de
prácticamente todas las monarquías en ese continente y la perdida del poder de la
Iglesia. También bajo esta nueva mentalidad es que se inicia en Inglaterra la
Revolución Industrial, un proceso de profundas transformaciones económicas y
sociales que en las décadas siguientes se expande por toda Europa Occidental y
Norteamérica. Abarcó prácticamente toda la segunda mitad del siglo XVIII y la
primera mitad del siglo XIX, y se caracterizó por la incorporación cada vez más intensa
y perfeccionada de la tecnología en los medios de producción, lo que llevó a un
desmedro dramático de la economía agrícola y artesanal y la aparición en cambio de
fábricas e industrias altamente mecanizadas para la época.

Los movimientos sociales que produjo esta nueva forma de economía fueron
muy grandes y con muchas implicancias. De partida se generó un verdadero éxodo de
población desde el campo hacia las zonas urbanas donde se ubicaron ahora las fuentes

27
de trabajo. Para controlar estos movimientos poblacionales y no se generara el caos
en las ciudades, se hizo imperiosa la necesidad de educar a todos los miembros de la
sociedad, con una estructura bien establecida y controlada por el estado, lo que dio
origen a las características del actual sistema educativo que impera en occidente.

En Inglaterra se aplicó el sistema pedagógico ideado por Joseph Lancaster y en
Francia el de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fundado por San Juan Bautista
de La Salle. El principio que inspiró a ambos fue el de acoger a tanto niño huérfano,
abandonado, o de estratos sociales muy pobres, que eran explotados en las fábricas y
se les asegurara una educación que les enseñara a leer, escribir, algo de aritmética y
doctrina cristiana. Como la población infantil en estas condiciones era tan grande y no
habían profesores, adultos voluntarios le enseñaban a los niños más capacitados que a
su vez se transformaban en tutores de otros niños que estaban más atrasados,
formando una pirámide multiplicadora en la propagación de conocimientos. La
disciplina era rigurosa, casi militar, donde los educandos debían observar una
conducta adecuada que era manejada con premios y castigos, incluyendo los físicos.
Esta metodología fácilmente derivaba en el maltrato infantil, especialmente en el
sistema lancasteriano que seguía el precepto “la letra con sangre entra”. El mismo
modelo productivo que caracterizó a la Revolución Industrial, se aplicó en las
escuelas, con contenidos y metodologías estandarizadas, rígidas, a las cuales los niños
debían adaptarse a la fuerza según lo socialmente aceptado en esa época. En esa
verdadera ritualización de la educación se perdió el espíritu que nace en la interacción
humana. En contraste, los niños de estratos sociales pudientes se educaban con
tutores o institutrices privados que iban a sus hogares.

Si bien esta era una situación casi de guerra y las propuestas educativas eran
bien inspiradas en sus principios, en la realidad lo que se estaba dando era muy
alejado de los ideales y objetivos planteados por el iluminismo del siglo XVIII. La
explotación infantil en las fábricas era repugnante, especialmente en la industria
textil, con una alta siniestralidad frente a la cual nadie respondía; prostitución infantil,
criminalidad, etc. Hasta el siglo XIX en Inglaterra los niños eran enjuiciados y
castigados igual que los adultos, incluso con la horca. Este drama se podía encontrar
en casi toda Europa. Quien haya leído Oliver Twist de Charles Dickens, se podrá formar
una idea aproximada de lo que eran esas condiciones reinantes. Esta obra aparece a
mediados del siglo XIX como una denuncia social que tuvo gran impacto en las
consciencias de la época, lo que suscitó que los gobiernos fueran aplicando cada vez
nuevas leyes para frenar esos abusos, pero en sus comienzos la efectividad de tales
medidas fue discreta. Basta mirar nuestro mundo actual ya entrado en el siglo XXI, y
vemos estas mismas condiciones de los niños en África, Asia y partes de América, que
sufren bajo la connivencia de las naciones “civilizadas”. Tampoco hay que olvidar que
en las últimas décadas se han exterminados a miles de niños, solo por el hecho de ser
de una raza distinta o pertenecer a credos religiosos diferentes.

La Revolución Industrial le quitó la dignidad al ser humano, pasando a ser este
un bien de mercado más. Esta situación fue el crisol de donde emergieron los grandes
movimientos sociales e ideologías que fueron protagonistas del siglo XX, como el

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socialismo y el comunismo. De manera más sutil, estas sombras de la falta de
humanidad se siguen proyectando en la herencia del sistema educativo obsoleto que
aún tenemos, que conserva la estructura de esa época: una estandarización
programática que se aplica con un orden y apego a las directrices ministeriales con el
fin de sacar personas productivas y que se adecuen al sistema imperante, aunque sea
a punta de psicofármacos. La varilla de la educación victoriana se ha cambiado por
una droga que torne al niño bueno, obediente y tranquilo!

Si en los tiempos de la Grecia clásica la filosofía que comandaba la educación
era la de formar un hombre universal, y en la Edad Media era el afán religioso de
asegurar la salvación espiritual del hombre, ahora la educación comienza a ser
determinada por los dictados de la ciencia y la necesidad tecnológica que se
desarrollan dentro de las sociedades industrializadas de consumo.

Esta nueva influencia pone el acento en la cabeza, la memoria y el pensar
lógico, modalidad que se ha universalizado en todo el orbe, estableciéndose una
jerarquía académica basada exclusivamente en el intelecto.

También se ha establecido a nivel de educación escolar una jerarquía
pragmática de asignaturas donde los ramos científicos son los más importantes, luego
vienen los ramos humanistas y por último, con mucha limitación, vienen las artes.
Bajo este mismo prisma se le quita al niño la iniciativa del juego y se le somete
precozmente a una educación intelectual en el jardín infantil, con los “aprestos a las
letras y números”. Como la información que hay que entregar es mucha y el tiempo
limitado, surgen slogans como “La universidad comienza en el Jardín Infantil”. Una
nefasta influencia que tuvo este énfasis en el estudio de las ciencias por sobre las
asignaturas humanistas, fue la introducción del positivismo de Auguste Comte, en el
siglo XIX que solo aceptan como cierto o verdadero las realidades concretas que
suministran los órganos de los sentidos, negando los otros aspectos más sutiles y
trascendentes de la experiencia humana.

Hoy en día las universidades están totalmente supeditadas al mercado y
necesidades productivas de la sociedad bajo este modelo positivista de la ciencia y la
tecnología. El modelo del educador moderno es el “doctor” o profesor universitario,
un intelectual que finca toda su autoridad en un mundo de ideas abstractas muy
parceladas, totalmente divorciado de un concepto integral del ser humano y de la
realidad. Es esta tendencia moderna la que propone en el último tiempo estudiar al
cerebro, el órgano donde asienta el intelecto, para encontrar la forma de optimizar las
estrategias de enseñanza o “adiestramiento”.


Corrientes alternativas en educación

En este camino que al principio se caracterizaba por una educación de
excelencia, pero aplicable a una elite muy restringida, de los que serían los
gobernantes o conductores de un pueblo, hemos llegado en la actualidad a la

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posibilidad de que todo el mundo puede ser educado con un alto nivel, capaz de
satisfacer las demandas del mundo moderno. Sin embargo esta universalidad de la
educación, orientada de acuerdo a los requerimientos productivos de la sociedad,
trajo como consecuencia que el ser humano perdiera la consciencia de su propia
esencia espiritual que le da su dignidad y fuerza interior para pararse frente a la vida.

Lo que pretendía el humanismo que comenzó a nacer en el siglo XV y XVI era
que el ser humano recuperara en consciencia esa dimensión trascendente de sí
mismo, que fuera capaz de pararse frente al mundo conociendo sus propias fuerzas y
valía, sin importar que él pensara diferente de los demás, o que su cultura de origen,
su credo religioso o los valores que lo condujeran en la vida fueran otros. Estos
principios los expresó de manera elocuente Giovanni Pico della Mirandola en su
“Discurso sobre la dignidad del hombre”, obra que se convirtió en un verdadero
manifiesto del Renacimiento, pero que con el transcurso de la historia se vio ahogado
bajo el sesgo de las ávidas necesidades de la sociedad industrial y el poder de la iglesia
católica que veía peligrar su hegemonía. De hecho, Pico della Mirandola se transformó
en un personaje incómodo que debió ser eliminado tempranamente, muriendo
envenenado a los 30 años. Igual destino debía enfrentar en esos tiempos todo el que
osara desarrollar un pensar independiente de los dogmas religiosos, siendo la figura
más emblemática Giordano Bruno, muerto en el fuego de la Inquisición.

No obstante esta corriente educativa central que pierde completamente en el
camino histórico la mirada integral del ser humano, desdibujándose su esencia
espiritual, cada cierto tiempo han surgido personalidades en estos últimos 4 siglos
que alzan sus voces y hacen nuevas propuestas educativas que intentan devolverle su
dignidad al ser humano.

Así por ejemplo, en el siglo XVII, surge un destacado educador y teólogo nacido
en Moravia, hoy en la actual República Checa, Juan Amos Comenio (1592 – 1670),
quien con su lema “enseñar todo a todos” se paseó por distintas cortes de Europa
intentando introducir reformas en la sociedad de su época, especialmente en la
educación de la juventud, de modo que la instrucción no solo fuera dirigida a lo
intelectual, sino también a lo moral y espiritual, porque la persona es un todo
indivisible. En sus palabras, el estudio tenía que ser “completamente práctico,
completamente grato, de tal manera que hiciera de la escuela una auténtica diversión,
es decir, un agradable preludio de nuestra vida”. Abogó por el uso del idioma materno,
la progresividad de los contenidos, desde lo más simple a lo más complejo, y que este
proceso de aprendizaje debería abarcar toda la vida del individuo, con igualdad de
derechos para todos.

La discusión sobre cómo debe ser la escuela y la enseñanza transcurrió por
diferentes caminos, que si bien coincidían en términos generales en la necesidad de
educar al hombre para la sociedad en que vive, muy pocos iban a una reflexión más
profunda, al modo de Comenio, preguntándose quién era el hombre, cómo sería ese
ideal de sociedad y cuál debía ser la orientación dentro de ella, de modo que la
educación estuviese al servicio del progreso de ambos.

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En el siglo XVIII aparece Jean-Jacques Rousseau (1712 - 1778), un pedagogo
suizo célebre por su frase: «El hombre es bueno por naturaleza». Abogaba por una
educación centrada en el conocimiento de la evolución natural del niño, respetando
sus peculiaridades y con contenidos bien claros y prácticos.

En ese mismo siglo, vivió Johann H. Pestalozzi (1746 - 1827) otro suizo, que al
igual que su compatriota, al que admiraba profundamente, dejó una gran obra escrita
donde plantea que el objetivo de la educación es formar “hombres morales”, lo que
solo se podía alcanzar si este proceso se hacía en el seno de la familia, dando buen
ejemplo y un trabajo en común, “que ocupase, a la vez, a la mente, el corazón y los
dedos”, con lo que quería señalar la vida intelectual, la moral y la práctica.
Recomendaba no entregar a los niños conocimientos terminados, sino que debía
dárseles la oportunidad de que ellos, por su propio impulso fueran descubriendo el
mundo y formando sus propios juicios. Para lograr estos objetivos, recalcaba la
importancia del maestro en ser artífice de su propia formación y desarrollar un amor
por su trabajo y los niños.

Discípulo de Pestalozzi fue Friedrich Fröbel (1782 - 1852), quien introdujo en
Alemania el principio del trabajo libre del niño en contacto con la naturaleza como el
núcleo del proceso educativo, al cual el adulto debía acompañar y guiar con pleno
respeto y entendimiento. Es a través de actividades, juegos y tareas que el maestro
debe orientar sabiamente al niño en su aprendizaje. Él fue el que instauró la educación
preescolar con los Kindergarten, para que el niño desarrollara la percepción sensorial,
el lenguaje y tuviese en el juego espontáneo su principal vía de expresión. Esta era una
educación integral donde se buscaba la participación conjunta de la familia y la
escuela. Sus ideas fueron tan radicales en su época, que Prusia proscribió las escuelas
bajo esta filosofía.

A partir del siglo XIX en adelante, surgen una serie de personajes notables que
se oponen a la educación imperante que tenía su énfasis en la memorización pasiva
por parte del alumno de los contenidos de la enseñanza, bajo una atmósfera
autoritaria y rígida que fomentaba la competitividad. Estas propuestas contestatarias
nacen de las más diversas orientaciones ideológicas pero tenían en común la idea de
que el niño, a partir de sus propios intereses, asumiera un rol activo en su formación
que lo preparara para la vida real. Constituyeron lo que pasó a llamarse la Pedagogía
Progresista o la Escuela Nueva, que abogaba por una educación universal, integrada e
individualizada.

Algunos de los más insignes participantes de este movimiento que no podemos


dejar de mencionar:

John Dewey (1859 – 1952), pedagogo y filósofo estadounidense, que abogaba
por la enseñanza centrada en el niño, donde el educador, a partir de la realidad e
interés de los alumnos, debía crear situaciones en las cuales tuviesen que

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experimentar, pensar y establecer relaciones. Es en el hacer inteligentemente dirigido
por el educador donde los niños van aprendiendo.

Maria Montessori (1870 - 1952), médico y educadora italiana, a raíz de la
experiencia con niños con trastornos mentales, dedicó su vida a la educación, creando
el método que lleva su nombre. Influenciada por Pestalozzi, reconoce el valor del
trabajo libre y el respeto que hay que tener por la independencia del niño, de modo
que vaya alcanzando autonomía dentro de un ambiente estructurado que le estimule
sus capacidades físicas, intelectuales y espirituales. Lo plantea como un camino de
descubrimiento y desarrollo personal, siendo clave la figura del profesor, quien con
amor hacia el niño, cuidando la belleza y orden del ambiente, motiva a sus alumnos y
despierta en ellos las ganas de aprender bajo el lema : «Ayúdame a hacerlo solo». En el
presente las escuelas que siguen la modalidad de la educación Montessori suman
miles en el mundo.

Ovide Decroly (1871 - 1932), fue un médico y pedagogo belga, de manera
similar a Maria Montessori, despertó su interés por la pedagogía trabajando
inicialmente con niños que tenían retraso mental. Su método también se fundamenta
en el respeto por el alumno, motivándolo a partir de sus necesidades básicas que
planteó como “centros de interés”: nutrición, refugio, protección, acción, etc., lo que
los prepararía para vivir en libertad.

William Heard Kilpatrick (1871 – 1965) pedagogo norteamericano,
influenciado por Pestalozzi y Dewey, plantea que el aprendizaje nace de experiencias
significativas para el niño, por lo que elabora el método basado en proyectos que los
alumnos deben realizar a partir de sus intereses que el profesor guía y ayuda a
ordenar.

Alexander S. Neill (1883 –1973), fue un educador escocés fundador de
la Escuela de Summerhill. Su método prioriza el aspecto emocional de los niños antes
que lo intelectual, ya que el objetivo de la educación es formar personas felices, bajo
un ambiente de libertad con respeto y responsabilidad.

Célestin Freinet (1896 – 1966), pedagogo francés que abrevó de diversas
fuentes a lo largo de su vida, partiendo del marxismo, el estructuralismo y muchas
otras filosofías de su tiempo, para terminar con Teilhard de Chardin. Del mismo modo
su método de enseñanza era un proceso de descubrimiento colectivo inmerso en el
contacto con la naturaleza. El trabajo escolar debe ser siempre pleno de sentido para
el niño, con espacios de investigación del entorno, de reflexión, en lo que llamaba el
“tanteo experimental”, donde además se estimulaba la cooperación y la libre
expresión de los alumnos, que en último término se plasmaba en un texto editado por
ellos mismos.

Jean Piaget (1896 - 1980) biólogo suizo, se hizo ampliamente conocido por sus
estudios sobre el desarrollo cognitivo del ser humano y su teoría constructivista del
aprendizaje, que consiste en un proceso de enseñanza interactivo con el medio,

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especialmente el social, donde las disposiciones del niño se van a ir reconstruyendo en
esa dinámica sumando un saber sobre otro. El profesor es un facilitador de esta
construcción propia que hace el educando de su realidad tanto interna como externa.

Lev Vygotsky (1896 – 1934) psicólogo ruso muy influenciado por el
constructivismo de Piaget amalgamado con la dialéctica marxista. Puso el énfasis en la
interacción social que a través del lenguaje va transmitiendo los valores, normas y
conceptos de una cultura que el niño interioriza para la formación de sus
características psicológicas individuales. Este es un proceso de autoconstrucción que
valoriza la influencia del adulto como medio de transmisión de los valores e
instrumentos culturales, y el rol del juego donde el niño se va apropiando de dichas
características socioculturales en la interacción con sus pares.
Benjamin McLane Spock (1903 - 1998) fue un pediatra norteamericano que
revolucionó el ambiente disciplinario rígido y castigador de su tiempo, apelando en
sus libros al sentido común de los padres: “Ud. sabe más de lo que cree”. Con ello
modificó la vida de innumerables familias dejando mayor libertad a los hijos con
padres más cariñosos y flexibles.

Paul Goodman (1911 - 1972) sociólogo estadounidense, destacó el rol
formador enorme que tienen las experiencias espontáneas que se viven en el día a día,
que denominó educación incidental, en contraste con la educación formal de las
escuelas de muy poca utilidad.

David Ausubel (1918 - 2008) psiquiatra, psicólogo y pedagogo estado-
unidense, conocido por sus estudios en psicología del desarrollo, especialmente en la
parte cognitiva, también desde la mirada constructivista. Basa su postura pedagógica
en lo que llamó el aprendizaje significativo, el cual se produce cuando los contenidos a
aprender son significativos en sí, guardando una cierta lógica o coherencia, la que
puede relacionarse orgánicamente con lo que el alumno ya posee como conocimiento
previo.

Paulo Freire (1921-1997) pedagogo brasilero, autor del libro “Pedagogía del
Oprimido” donde aboga por la autonomía de la enseñanza, reconociendo tanto al
maestro como al alumno como hacedores de historia, como seres pensantes críticos,
capaces de transformar sus vidas y de ahí cambiar el mundo. La búsqueda del
conocimiento se logra por medio de preguntas que nacen de la curiosidad o afán de
saber, con las cuales se va construyendo una realidad basada en la solidaridad. Fue
muy reconocida su gestión en la alfabetización de Brasil bajo el lema “La lectura del
mundo precede a la lectura de la palabra”, con lo cual reconoce y destaca el
patrimonio socio-cultural de los educandos que justifica la alfabetización:
“Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra.”

Como se ve, todas estas posturas pedagógicas parten de las más diversas
interpretaciones filosóficas, psicológicas, políticas y otras, con propuestas que en el
fondo buscan romper con el formalismo de la pedagogía tradicional. Se podría
simbolizar todo este movimiento en el gesto pionero que hizo León Tolstoi el año

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1859 al fundar una escuela para los hijos de los campesinos de su finca, confiando
absolutamente “en las potencialidades del alma infantil”, que debía florecer libre de
restricciones, “dejando que los niños decidan por sí solos lo que les conviene”. En
tiempos más recientes, esta tendencia a una educación distinta a la tradicional se ha
mostrado bajo ribetes épicos en películas como “La sociedad de los poetas muertos”,
basada en la novela “Goodbye, Mr. Chips” de James Hilton, o en la película española
“La lengua de las mariposas”, ambas con gran éxito en la opinión pública.

Estas propuestas hacen sentido cuando se las mira desde la perspectiva
correcta, no son excluyentes una de otra, por lo que cabe preguntarse: ¿Y funcionan?
¿Cómo son los resultados? En un primer instante parecen dar buenos frutos la
mayoría de ellas, por lo menos en determinadas etapas del desarrollo del niño, pero
con bastante frecuencia terminan en una “anarquía pedagógica” que no conduce a
ninguna parte. Ello se puede explicar porque caen en parcialidades o en un
reduccionismo al focalizar todo el proceso de formación de un ser humano en un solo
aspecto, olvidando la complejidad del fenómeno.

Pero es importante que nos centremos en el análisis de esas propuestas que sí
están teniendo éxito como la educación Montessori, Waldorf o la experiencia que
surgió en el pueblo italiano de Reggio Emilia después de la Segunda Guerra Mundial.
La comunidad bajo el liderazgo del educador Loris Malaguzzi construye sus propias
escuelas y aplica un nuevo modelo educacional que se inspira en el máximo respeto
por la naturaleza propia del niño de modo que manifieste todas las potencialidades
que trae, siendo la tarea del educador reconocer y estimular debidamente esas
capacidades que se van manifestando. El niño deja de ser el objetivo de la educación,
pasando a ser el constructor activo de su conocimiento en un contexto social con otros
niños, familia, educadores, comunidad, etc.

Todas estas miradas alternativas en educación tienen en común que se centran
en el niño, en reconocer su naturaleza que debe ser catalizada por el educador como
una totalidad. Después de varias décadas de incubación, estas nuevas tendencias están
experimentando un auge de popularidad y difusión en familias que se atreven a
cuestionar los dictámenes estatales y dogmas religiosos, bajo el anhelo de que sus
hijos no solo sean personas cultas e íntegras, sino también felices y responsables con
este mundo donde nos toca vivir. Desarrollar habilidades que van mucho más allá de
la acumulación de conocimientos, es el beneficio que muchos padres buscan al
momento de inscribir a sus hijos en colegios que le hacen el quite a adjetivos como
“excelencia académica” y “alto rendimiento”.

Hay un factor que explica el éxito que pueden tener estas modalidades
pedagógicas, y que por lo general no se pondera con la fuerza suficiente: es el maestro
o profesor que imparte la enseñanza y cuan vivo y maduros están en él los ideales que
se han transformado en el propósito de su vida. Este aspecto fue señalado en forma
inequívoca por Gabriela Mistral, cuyo amor por los niños no solo está en su poesía,
sino también es la base de su pedagogía: “Si no puedes amar mucho, no enseñes
niños”, es el primer precepto de su Decálogo de la Maestra, escrito sincrónicamente

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con el desarrollo de la Pedagogía Waldorf y Montessori en Europa. Para ella educar
era un acto creador casi sagrado, lleno de espíritu, que debía entregar amor y belleza a
la vez. Su trabajo no fue valorado en su propio país, sin embargo adquirió fama en
toda América por su participación en la reforma educacional de México donde fue
requerida.

Ese mismo aspecto, la formación moral del pedagogo y su amor por los niños,
fue reiteradamente subrayado por Rudolf Steiner (1861 – 1925), filósofo y educador
austríaco, quien con plena consciencia de los planos superiores propios del espíritu,
sentó las bases de la educación Waldorf. Desde que nació la primera escuela bajo esta
modalidad en Alemania el año 1919, se cuentan hoy en día sobre los 3000
establecimientos educacionales distribuidos en más de 60 países del mundo. No
entraremos en mayores detalles por ahora sobre las ideas dejadas por Steiner, ya que
forman el eje central de los contenidos de los capítulos siguientes.


El reduccionismo en otros ámbitos del quehacer humano

En síntesis, al mirar el proceso educativo a través de la historia, se puede
apreciar un claro reduccionismo: a partir del preceptor que buscaba formar hombres
íntegros considerando al ser humano en su totalidad, hemos pasado posteriormente al
rhetor que enseñaba desde el discurso con el fin de que hubiese ciudadanos prácticos,
para llegar en la actualidad al doctor, docto en determinado campo de un saber
altamente dependiente de tecnología de la información y comunicación, que a su vez
se ha divorciado absolutamente de la totalidad que representa el hombre y su
entorno.

Esta misma trayectoria cognitiva, donde el hombre se conceptualiza cada vez
de manera más atomizada y aislada de su entorno, la ha tenido la humanidad en todos
los aspectos de su cultura. En medicina, por ejemplo, la enfermedad era considerada
en los tiempos antiguos como un castigo o advertencia de los dioses frente al mal
proceder del individuo. Por ello todo el proceso curativo se centraba en los templos
bajo la responsabilidad de los sacerdotes.

Con Hipócrates la actuación del médico se independiza del templo y su arte se
basa en los conocimientos entregados por la razón y la experiencia. Toda esta
sabiduría antigua también sufre un apagamiento posterior hasta un oscurantismo
extremo en la Edad Media. Con el Renacimiento, al volcarse el afán inquisitivo del
hombre hacia la naturaleza, también estudia al ser humano como parte de esa
naturaleza y médicos como Giovanni B. Morgagni logran establecer una
correspondencia de las enfermedades con determinados órganos que encuentra
alterados en las autopsias. Más tarde, otro médico, Theodor Schwann, describe a la
célula como la unidad estructural de todos los seres vivos; y a continuación, Rudolf
Virchow basa la patología en dicha “célula enferma”. Hoy en día se ha descrito a una
molécula, el ADN, como la base de todo lo orgánico y se buscan las alteraciones
moleculares de dicha molécula para explicar la enfermedad y diseñar nuevas terapias.

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Desde esta concepción moderna ahora se habla de biología molecular e ingeniería
genética, con un médico altamente tecnologizado que se focaliza en un saber muy
acotado, desdibujándose totalmente el médico humanista de antaño que ponderaba
tanto el cuerpo como el alma de su paciente.

El mismo fenómeno, donde el hombre va perdiendo su propia noción y
ubicación en el mundo, se puede apreciar en prácticas cotidianas tan simples como
ver la hora. En los tiempos antiguos el hombre organizaba sus actividades cotidianas
mirando la ubicación del sol en el cielo. Toda su vida se estructuraba según la salida y
puesta de ese astro en el horizonte. Para facilitar y precisar esta observación, a alguien
más ingenioso se le ocurrió enterrar un palito en la tierra y marcar el rumbo que
seguía su sombra. Con ello nace el reloj solar que aportó mayor precisión y
uniformidad a las actividades humanas. Sin embargo, como esta invención no servía
cuando el sol no era visible, se crean más tarde los relojes de arena y de agua que
emulaban el tiempo que tomaba dicho astro en dar una vuelta al horizonte terrestre.
Pero estos métodos era muy aparatosos y poco prácticos por lo que con el desarrollo
tecnológico se inventó una esfera que simulaba el cielo, sobre el cual giraba una aguja
que representaba al astro solar. Dicha esfera se dividió en 12 lapsos iguales que
representaban a las constelaciones del zodíaco. Hasta aquí el hombre aún guardaba
una pálida representación del tiempo en su relación con los movimientos del cosmos.

Hoy en día, con los relojes de cuarzo, el tiempo pasó a ser también una
abstracción matemática, desconectada del hombre y su relación con su entorno: al
preguntar la hora no nos extraña para nada que la persona interpelada saque un
aparato rectangular pequeño de su bolsillo, con el cual habla a distancia, saca fotos, se
entera de las noticias del mundo, juega a la guerra, envía mensajes y entre una
multitud de otras aplicaciones, mira unos números digitales y nos responda, por
ejemplo: ¡19:48! El tiempo ya no se vivencia como una realidad cósmica, sino como
una mera convención susceptible de modificarse según necesidades económicas.


Desafío actual

Este reduccionismo que ha experimentado el ser humano a lo largo de su
historia es la consecuencia de haber comido el fruto del árbol del conocimiento. En
este afán de saber y dominar nuestro entorno nos hemos ido focalizando cada vez más
en lo físico material y hemos perdido la dimensión espiritual de la realidad, y por
ende, el hombre se ha entrampado en los constructos mecanicistas que ha creado el
cientificismo moderno.

Ahora es el tiempo que comencemos el camino de retorno al Paraíso y nos
acerquemos al árbol de la vida; que abandonemos nuestra actitud epimeteica y al
igual que Heracles, nos dirijamos hacia Prometeo para alcanzar nuestra mutua
liberación. Para ello habrá que considerar nuevamente al ser humano en toda su
dimensión física, anímica y espiritual, enfrentando este desafío bajo una nueva
realidad.

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¿Cómo lo hacemos? Ese camino es el que trataremos de esbozar en los
capítulos que vienen.









Una Mirada Integral del Ser Humano


Cuando nos enfrentamos al desafío de educar a un hijo o a un niño de manera
responsable, sin repetir viejos patrones de manera irreflexiva, hay dos preguntas
fundamentales que debemos hacernos: ¿para qué lo queremos educar? Y, ¿cómo lo
queremos educar?

No es fácil responder estas interrogantes, ya que entran en consideración una
serie de valores y puntos de vista que muchas veces no es posible conciliar entre los
adultos que rodean a ese niño. Reflejo de esta dificultad son las múltiples propuestas
pedagógicas y los distintos sistemas educativos que existen o han existido en el
mundo. Esto ya lo vimos de manera muy a vuelo de pájaro en el capítulo anterior.

Algo que es obvio, es que cada propuesta educativa parte de una imagen o
concepto del ser humano, en el cual se ha impuesto la tarea de transformarlo en un
adulto adecuado a la sociedad que se quiere construir. Por consiguiente, junto a las
dos preguntas previas debemos incorporar una tercera más amplia: ¿qué tipo de
sociedad queremos que acoja a nuestras generaciones futuras?

Para encontrar un camino que lleve a una respuesta satisfactoria a estas
preguntas, más allá de consensos circunstanciales, hay que partir formándonos una
imagen cabal de lo que es un ser humano y comprender esas primeras etapas de su
vida donde crece y se desarrolla desplegando esas características que nos identifican
como tales. En este sentido es importante destacar los trabajos de Piaget, Lievegoed,
del mismo Steiner y otros, que obviando la nomenclatura particular que cada uno le
haya dado a sus observaciones, todos coinciden más o menos en lo fenomenológico. Y
es importante que tomemos esta base descriptiva del ser humano, porque es la única
manera de llegar a entender la verdadera naturaleza y propósito de la enseñanza y
enfrentar de manera realista y eficiente los problemas que presenta.

Ya hemos visto que en las últimas décadas han ido surgiendo en forma
sostenida propuestas de educación, como las de María Montessori, Rudolf Steiner,

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Loris Malaguzzi y otros, que si bien no son plenamente reconocidas ni aceptadas por
las autoridades educacionales, se han ido haciendo un espacio innegable dentro de la
población. Este es un fenómeno social que tiene un marco mucho más amplio, donde
el cuestionamiento y búsqueda de miradas alternativas a las oficiales, no solo se
encuentra en el campo de la educación, sino también en salud, agricultura, economía,
responsabilidad social, etc.

Casi todas estas miradas alternativas tienen en común una concepción más
amplia del ser humano y la educación se plantea como el desafío de desplegar lo
anímico espiritual de las personas y no un mero rendimiento intelectual útil para una
sociedad de consumo. Desde esta perspectiva vamos a tratar de hacernos una imagen
desprejuiciada de lo que es la entidad humana con una observación lo más
fenomenológica hasta donde sea posible.

Cuando contemplamos de manera objetiva a un niño o a ser humano, de
inmediato nos salta a la vista que tiene un cuerpo el cual podemos pesar y medir, se
pueden describir sus características físicas, tal como se puede hacer con cualquier
objeto animado o inanimado del mundo que nos rodea. La ciencia imperante nos dice
que está compuesto por materia que se estructura en átomos y moléculas, que son las
mismas que se encuentran en los otros reinos de la naturaleza.

Frente a este hecho surge la pregunta, ¿por qué no nos disgregamos en las
distintas partes y componentes que nos conforman, tal como ocurre en el reino
mineral que va siendo inexorablemente erosionado y degradado? Este es un
fenómeno que caracteriza a todos los seres vivos, ya sean plantas, animales o el ser
humano, los cuales son capaces no solo de mantener su estructura física bajo una
organización bien precisa, sino también crecen, pueden reparar y cicatrizar los daños
o heridas, respiran, se nutren y eventualmente pueden reproducirse, ¡generar más
seres iguales a sí mismo!

En realidad, estos fenómenos que llamamos vitales están tan íntimamente
ligados a la materia física de los seres vivos, que desde la mirada científica se ha caído
en la ilusión de pensar que ellos son dependientes de funciones moleculares y su
actividad electro química, que por azar se ha ido organizando en un largo camino
evolutivo dando origen a todos los reinos de la naturaleza. Algunos han visto en la
molécula de ADN el eje central de la evolución, vistiéndola con atributos ónticos como
si fuera un ser humano con intencionalidades!

La realidad es que hasta el momento todo intento de crear vida a partir de
materia inerte ha fracasado y afirmaciones como la de la “sopa primordial” de donde
salieron los seres vivos no es más que una pretensión que no resiste un análisis serio.
Lo que ocurre en los modernos laboratorios de investigación, es la manipulación de
células y tejidos que ya están vivos. Siempre se parte de un material que cuenta
previamente con esas características vitales y se vive con la incertidumbre de que algo
puede pasar y perderse de un instante a otro esa cualidad de ser vivo. Por ejemplo, los
bancos de células madre que han ido proliferando en el último tiempo, toman sus

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resguardos con el fin de mantener las condiciones de temperatura, luminosidad,
humedad, requerimientos nutricios, etc., ante un eventual corte de energía eléctrica,
que pondría en riesgo vital a todas las células. ¿Qué es eso que determina que en un
instante muy fugaz una célula pasa de ser viva a estar muerta? La misma pregunta la
podemos hacer cuando un ser humano exhala su último aliento y lo declaramos sin
vida. Sabemos que en ese preciso momento comienza la degradación de la
corporalidad física con todos los fenómenos de putrefacción que tanto rechazo nos
producen.

Pues bien, hay una organización bien precisa y llena de sabiduría, de la cual
solo logramos tener atisbos que no dejan de maravillarnos, que es responsable de los
fenómenos vitales. Esta concepción, históricamente se le llamó en términos generales
vitalismo, la cual ha sido denigrada como anacrónica por la mirada materialista de la
ciencia oficial moderna. Pero dejando de lado estas consideraciones intelectuales y
nos focalizamos en una contemplación desde el asombro de nuestro cuerpo físico, no
tenemos más que aceptar que es realmente misterioso cómo nuestros órganos
funcionan en armonía y se estructuran en un organismo complejo, maravilloso, del
cual nada sabíamos hasta hace algunos siglos cuando la ciencia comenzó a dilucidar
su fisiología, produciéndose la paradoja de que en vez de encontrar respuestas a
nuestras preguntas, se ha abierto un horizonte donde aparecen más interrogantes.

Cada vez que actuamos irresponsablemente con excesos o descuidos en la
alimentación, trabajo inadecuado, falta de ritmos y de hábitos sanos de vida, consumo
de substancias o químicos nocivos, etc., se producen descalabros que dan origen a
malestares o trastornos en el funcionamiento normal del organismo, lo cual llamamos
enfermedad o el estar enfermo. El secreto de una vida sana es respetar las señales del
cuerpo y las leyes de la naturaleza viva. Este aspecto asume su máxima importancia en
los primeros años de vida de un niño, que es cuando se establece la base orgánica
sobre la cual se va a desplegar la vida anímica espiritual en las etapas posteriores.

Si seguimos profundizando nuestra observación, vemos otro orden de
fenómenos: este ser humano tiene conciencia, se da cuenta que vive en un entorno, es
sensible a los estímulos que provienen de ese medio y reacciona con agrado o
desagrado frente a ellos, y más aún, es capaz de moverse y generar una respuesta e
interactuar con su medio. Para realizar estas funciones u orden de fenómenos, que
denominamos de índole anímica y que son comunes tanto al hombre como a los
animales, identificamos en la organización física un sistema nervioso, órganos de los
sentidos, un esqueleto articulado y un sistema de músculos y ligamentos que
caracterizan a todo ser que tiene cierta autonomía en su medio, desarrollando una
conducta instintiva y una orientación vital en función del deseo. Todo este orden de
fenómenos obedece a una organización que es distinta a la que organiza la vida. Basta
comparar las características de una planta cualquiera con un animal, una rosa con un
gato por ejemplo, y veremos que hay un mundo que los separa. Esa diferencia está
dada por lo que Aristóteles llamaba el alma animal y que como idea se encuentra en
todas las grandes culturas y religiones que ha habido en el mundo. Se la ha
conceptualizado como un soplo, aliento o hálito de vida, tal como aparece en el

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Génesis y que en el fondo se refiere a un principio o realidad que está más allá del
cuerpo físico vivo.

Hoy en día el concepto de alma ha quedado proscrito de las ciencias, siendo
relegado a contextos religiosos o teológicos. En su reemplazo la ciencia usa los
términos mente y psique, o mental y psíquico, englobando tanto a los fenómenos
anímicos (consciencia, sensibilidad) como a los espirituales (persona, yo). Las
neurociencias en su línea dura atribuye todos estos fenómenos a la actividad eléctrica
del cerebro y que se podría condicionar mediante intervenciones químicas o
electromecánicas en un futuro promisorio. Si esto fuera cierto, no tendría ningún
sentido la psicoterapia, como tampoco podríamos cambiar nuestra conducta a partir
de determinaciones de la voluntad, sin embargo esos hechos son una realidad que
rebate esa postura de las neurociencias. Igual ocurre con las experiencias que tienen
lugar fuera del cuerpo, como las de las personas que han muerto, y que
posteriormente han sido resucitadas por maniobras de reanimación, o también de
aquellas personas que han estado en coma profundo por varios días, con EEG planos, y
que después se recuperan y recuerdan todas las vivencias tenidas en ese tiempo, y
más aún, afirman haber aprendido cosas importantes que cambiaron el curso de su
vida. Es asombroso el nivel de coincidencia que todos esos relatos tienen, que por lo
demás son los mismos narrados por místicos y santos que experimentan esos estados
de éxtasis donde se proyectan a otra realidad distinta a la física.

Si los postulados de las neurociencias fuesen válidos, significa que nuestra
conducta estaría determinada biológicamente y por consiguiente no debería existir
una resonancia moral en nuestros actos, tal como ocurre con los animales. Eso nos
deja con el problema de cómo enfrentar las conductas que trasgreden las buenas
costumbres o normas de una sociedad. Por otra parte, fácilmente conduce al imperio
de regímenes absolutistas fundamentados en el conocimiento científico donde la
libertad humana es una ilusión.

Postular una realidad más allá de la física, mencionamos que la ciencia la
desacredita con el término de vitalismo, ahora que se diga que en esa otra realidad
existen además entidades y seres que continuamente se están manifestando en el
plano físico, se tilda de ¡animismo medieval propio de gente supersticiosa y sin mayor
educación!

Si obviamos por el momento todos los reparos que vienen desde el
materialismo y proseguimos desprejuiciadamente en nuestro camino de reflexión,
vamos a encontrar en esa vida anímica descrita, que aparecen ciertas cualidades que
distinguen el ser humano de los animales: el hombre es capaz de ir más allá del
instinto y actuar en su medio a partir de la razón o de otras fuerzas que no son el mero
deseo. El espíritu colaborativo y generoso que vaya en beneficio de todo un grupo
humano es contrario a la mirada darwinista de la lucha por la subsistencia y la
sobrevida del más apto. De igual modo no se entiende desde esa mirada el que un ser
humano se sacrifique por amor a otro al punto de entregar su propia vida.

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Todo ser humano tiene el impulso de ir al mundo y comprenderlo, naciendo de
manera natural en él el deseo de aprender, de mejorar y progresar dentro de esa
realidad donde vive. Frente a un enigma o un problema, busca explicaciones y posibles
respuestas, desarrolla habilidades para superar sus limitaciones, que con el tiempo va
perfeccionando para hacerlo de mejor manera, mientras a la vez enfrenta nuevas
dificultades y otros desafíos. En ese proceso se va conquistando y transformando a sí
mismo, al igual que cada espacio y dimensión que va descubriendo. Esa conquista
involucra una transformación del entorno a diferencia de los animales que se adaptan
a éste y desarrollan una especialización que los limita a determinadas condiciones
físicas, como el pez al agua o las aves al aire.
En el reino animal también se pueden observar conductas colectivas
organizadas, por ejemplo en las migraciones, en la apropiación de territorios, incluso
producir grandes transformaciones, como en el caso de los castores, pero esta
actividad obedece a sus instintos, que se ha repetido invariable en el curso de los
miles de años de evolución. Si no se producen cambios dramáticos de las condiciones
del entorno, seguirán actuando siempre de la misma manera.

El ser humano, en cambio, es capaz de prever lo que viene y genera conductas
anticipatorias. Así, a partir de la necesidad de un refugio para la noche o las
inclemencias del tiempo, se construye cobertizos, chozas, casas, etc. Nunca se queda
tranquilo con los resultados, siempre busca introducir cambios en el sentido de una
perfección o una optimización de los resultados. Basta mirar todos los adelantos que
contamos en nuestros hogares modernos, que de seguro serían un sueño fantástico
para la realeza que vivía en palacios hace un par de siglos atrás. Si miramos como
vivimos en nuestras urbes, poco queda de naturaleza, siendo ese entorno artificial que
hemos creado nuestro medio ambiente cotidiano para bien o para mal. Es lo que
hemos reconocido como la civilización o cultura de un pueblo.

Estas cualidades que ha mostrado y desarrollado la humanidad a lo largo de su
historia, son privativas de un ser que acoge lo espiritual en sí. Al incorporar lo
espiritual el ser humano se separó del reino animal y fue capaz de erguirse en dos
extremidades para liberar las otras, las manos, con las cuales transforma su medio
físico circundante; también desarrolló un habla por medio del cual podemos
comunicarnos con otros seres humanos y llevar a cabo trabajos colaborativos; y por
último, desplegamos un pensamiento, con el cual formaremos representaciones
mentales, las que guardamos en la memoria y evocamos a voluntad como recordación.
Gracias a estas capacidades es que el ser humano puede aprender y progresar
creativamente, o en otras palabras, “cultivarse” a sí mismo. Ese es el espíritu del ser
humano, el fuego sagrado robado por Prometeo a los dioses del Olimpo, el que nos
permite reconocernos como un Yo. Es el ser humano hecho a semejanza de Dios según
el relato del Génesis. Esta entidad espiritual que es la que constituye en su esencia al
ser humano, es la que se va apropiando de esa corporalidad física, viva, sensible, y la
transforma en su instrumento para vivir una experiencia terrenal. Esta es una
aseveración transmitida por muchos investigadores espirituales: el hombre es un ser
espiritual que vive una experiencia como ser terreno.

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La biografía humana no es más que la hazaña del espíritu que se apropia de la
corporalidad para hacerla su instrumento de aprendizaje y progreso en la tierra. Y si
miramos con cierta acuciosidad hacia atrás la historia de la humanidad, veremos que
ella se recapitula en cada vida individual desde que nace hasta que muere, con mayor
o menor éxito y verosimilitud, según la educación que haya recibido. Estas
afirmaciones van a quedar más claras y explicitadas en los capítulos siguientes, donde
también se irán respondiendo las preguntas planteadas al inicio.


Al otro lado del umbral


Nada de lo que se describió en el capítulo precedente puede ser explicado
desde el intelecto y la ciencia ligada a él, salvo la corporalidad física en cuanto cuerpo
material. Si mantenemos una actitud abierta y libre de prejuicios, podremos ver
reflejado en los fenómenos del organismo físico, la actividad de los otros planos más
sutiles constitutivos del ser humano, los cuales la ciencia moderna interviene y
manipula ciegamente por medio de compuestos químicos o diversas formas de
energía como los campos electromagnéticos y otros.

Para lograr comprender en profundidad el fenómeno humano tenemos que
traspasar el umbral de lo físico sensible y entrar en otra realidad que es mucho más
amplia, compleja y dinámica que nuestro medio ambiente físico. En un camino inicial
para explorar y comprender esos nuevos dominios, sirve recurrir a las alegorías que
dan imágenes explicativas frente a estos dilemas.

En la alegoría del Paraíso, por ejemplo, se describe al hombre viviendo en
compañía de Dios y conociendo el nombre de todas las cosas, hasta que es tentado por
la serpiente y pierde esa condición paradisíaca sufriendo La Caída, nombre que se da
en todas las grandes cosmogonías a ese tránsito que lo obliga a vivir en la tierra con
esfuerzo y lágrimas. Este alejamiento de la condición paradisíaca significó el cierre
paulatino de las posibilidades de ver y relacionarse conscientemente con la divinidad
y los planos espirituales. En un principio el hombre conservó una cierta clarividencia
atávica que le permitía seguir los designios y enseñanzas de los dioses o guías de la
humanidad, que como se relata en el Éxodo y otros libros sagrados de la antigüedad,
motivaban grandes movimientos migratorios en los pueblos antiguos, la fundación de
ciudades y el establecimiento en determinados lugares para desarrollar actividades
como la agricultura, la construcción de templos para honrar y encontrarse con la
divinidad, incluso el inicio de guerras tal como se describe en la Ilíada, donde hombres
y dioses luchan codo a codo en los dos bandos en el sitio de Troya.

Cuando esa posibilidad clarividente se fue reduciendo a tal punto que solo era
una capacidad de algunos de los hombres más adelantados de un pueblo, comienzan a
nacer los mitos, que son esas grandes imágenes cosmogónicas con las cuales se enseña
al resto de los congéneres el origen y destino de dicho pueblo y cultura al cual

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pertenecían. En las grandes civilizaciones se construyen templos, que es la casa del
dios que a través de una casta sacerdotal sigue cuidando y guiando al pueblo. En
civilizaciones menores o más primitivas surge el chamanismo como fenómeno
universal, donde a través de ciertos ritos y un camino preparatorio bien particular,
tanto el chamán de Siberia como el machi de la Araucanía lograban entrar en
comunicación con los espíritus de los antepasados y de la naturaleza para favorecer a
los miembros de su pueblo. En la antigua India surge el yoga y la meditación como el
camino de comunicación de vuelta a lo divino. Ha sido un fenómeno universal que
todos los hombres y cada cultura hayan buscado de una forma u otra los medios para
entrar en otra realidad más allá de los órganos de los sentidos, donde encuentran las
respuestas a su angustia existencial.

En sus inicios esta actividad que englobamos con el concepto de religión, tenía
por finalidad orientar al hombre en sus grandes decisiones de vida, en el destino del
pueblo, sanarse de sus enfermedades, encontrar consuelo a sus aflicciones, en fin, era
una ayuda para dar un sentido a la existencia y reorientarla hacia perspectivas más
elevadas.

Concomitantemente con la complejización de la vida en sociedad, se fue
cerrando también esa vía de comunicación directa con los dioses que se encontraba en
los templos o en determinados lugares de la naturaleza. A partir de entonces el
hombre comienza a guiarse por la fe a las revelaciones que los dioses hicieron en un
tiempo lejano y que se encuentran contenidas en los Libros Sagrados de las religiones.
Los nuevos sacerdotes también dejan de ser clarividentes y se mueven por la fe a las
escrituras al igual que el resto del pueblo. Es la época donde la sabiduría mistérica se
desmiembra en actividades independientes del templo, como la medicina, la historia,
la filosofía, etc. En la Grecia clásica aparece Hipócrates como el padre de la Medicina,
Herodoto como el padre de la Historia o los filósofos como Sócrates, que muestran un
camino a la humanidad fundamentado en la razón. Todavía podemos ver en Sócrates
parte de esa tradición milenaria de comunicación con los dioses, cuando afirmaba que
toda su sabiduría le era comunicada por un daimon que le hablaba en su interior. Él no
se sentía dueño de sus pensamientos, venían de otro plano como una dádiva de los
dioses que lo hacían partícipe de esas realidades excelsas. Su discípulo Platón lo
explica en su Alegoría de la Caverna, señalando que las ideas y pensamiento que
habitualmente tenemos como seres humanos terrenos, son solo sombras de los
verdaderos pensamientos que como la luz del sol, brillan como realidades que pueden
ser alcanzadas por todo ser humano que se atreva a traspasar las limitaciones de su
corporalidad física y entrar en comunicación directa con lo divino en la creación.

El punto de quiebre donde se cierra definitivamente la posibilidad de esa
comunicación con los dioses y se debe seguir solo en la creencia de una revelación
pasada, se da en el choque en tiempos del Imperio Romano, entre el emperador
Juliano el Apóstata, quien deseaba revivir la actividad mistérica de los templos, con la
religión cristiana que comenzaba a expandirse. Desde entonces la humanidad sigue las
creencias que va construyendo a partir de la interpretación de las escrituras sagradas,
hasta llegar a los tiempos actuales donde el pensamiento occidental en la boca de

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Nietzsche ha declarado la muerte de Dios. Las creencias religiosas han perdido su
ascendiente en la humanidad que se mueve ahora bajo los dictámenes de una ciencia
materialista sin dios.

Sin embargo el ser humano en su angustia existencial sigue clamando en su
inconsciente o en su intimidad por restablecer esa conexión con los dioses, con los
daimones o lo divino, como sea que se conceptualice. Producto de esa aspiración surge
en el siglo XVIII y XIX en Europa el fenómeno del espiritismo. Por todas partes se
realizan sesiones espíritas para comunicarse con los muertos. En la actualidad surge
el fenómeno de las regresiones y canalizaciones para despejar las nieblas de nuestra
vida y salir de los conflictos que nos ahogan. Cada día son más las personas que se
interesan por su carta astral como guía para orientar su existencia, y también son
muchos los que al igual que Sócrates, están escuchando esa voz interior que los
acompaña en este camino de aprendizaje y progreso.

En la antigüedad la divinidad se buscaba en el templo, en la naturaleza. Hoy en
día tenemos que buscarla en nuestro interior, en un camino personal sin fijaciones a
dogmas ni doctrinas de ningún tipo; desde ahí es que la aseveración de Nietzsche
toma su significado correcto. También esta nueva postura frente a la vida nos hará
descubrir que la sabiduría contenida en los mitos no es más que la representación de
la lucha que nuestra propia psique o alma debe llevar a cabo para alcanzar su
consciencia divina. Es la crisis de Arjuna, el camino de Heracles, la leyenda de Parsifal,
de todos esos héroes mitad hombres y mitad dioses, que dramáticamente se esfuerzan
por superar su naturaleza terrenal y hacerse copartícipes en la creación.

Los resultados de este viaje del alma humana de retorno a su naturaleza
espiritual ha sido comunicado por muchos hombres desde la antigüedad hasta el
presente. A continuación se hará una breve reseña de esos conocimientos, que no
deben tomarse como otra creencia, sino como un mapa o guía de viaje que ayude a
todo aquel que quiera hacer ese camino por sí mismo. El que nosotros hayamos
perdido la consciencia de un mundo espiritual poblado de dioses y que más aún, hoy
en día los neguemos, no significa que ellos nos hayan abandonado. Por el contrario,
nos están esperando para manifestarse cuando nuestras intenciones sean sinceras y
elevadas.


Camino de percepción suprasensible

El cuerpo físico es el vehículo que nos da nuestra primera identidad y nos
inicia en un camino hacia la consciencia de uno mismo actuando en una realidad
temporal y espacial. Se forma a partir de una célula aportada por la madre y otra por
el padre, que en un proceso de multiplicación sostenida va creciendo y desarrollando
paulatinamente tejidos, los que a continuación se van diferenciando en órganos y que
en su conjunto armónico, dan finalmente la forma y funcionamiento del organismo
humano. Toda esta dinámica de crecimiento y desarrollo está dirigida por las leyes de
la herencia, donde la multiplicación celular se supedita constantemente a un plan

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invisible que contiene a todo el organismo humano. Es como si toda la vida de la célula
fuera guiada por una inteligencia que la organiza y mantiene en funciones bien
especificas, coordinándola con el resto de las células del cuerpo humano al igual que
los instrumentos de una orquesta cuando ejecutan una obra musical.

La misma naturaleza nos señala la posibilidad de que una célula se salga de ese
patrón formativo que la organiza y siga sus propias leyes de multiplicación, lo cual
lleva a la aparición de tumores, benignos o malignos, que como excrecencias se salen
de la organización general del cuerpo físico.
Esa malla o patrón invisible que contiene y organiza sabiamente a todas las
células de un organismo vivo es lo que se llama el cuerpo vital o etérico, que es
inseparable de la materia viva que moldea. Si se llegara a separar, se produce la
muerte del organismo, con la dispersión de todos los átomos y moléculas que
conforman la organización física.

Para hacernos una idea mejor de este cuerpo etérico, que es mucho más
complejo y variado que nuestro cuerpo físico, podemos compararlo con el aire que
permea nuestro organismo en un perpetuo vaivén manteniendo una continuidad con
el aire del exterior. Los antiguos hindúes lo llamaban el prana, que daba a los
organismos vivos las manifestaciones de vida, como respirar, nutrirse, multiplicarse,
etc. Su fuente está en el sol, que no solo irradia calor y luz a la tierra, sino también este
prana que es el principio formativo de la biosfera en la tierra. El prana del sol es
captado por el reino vegetal, que a su vez constituye la base de la pirámide alimentaria
de los reinos superiores, los animales y el ser humano. Mirada en este contexto
universal, la vida es eterna, no muere, solo se traspasa de una generación a otra,
asumiendo una organización vital propia según la especie.

Los antiguos egipcios en sus templos, lo llamaban el doble, porque toma una
forma idéntica a la del cuerpo físico que percibimos con los ojos. Sigue el contorno del
organismo humano en todos sus detalles, tanto en forma externa como en toda su
organicidad interior.

Pero además posee otras funciones fuera de brindar vida a la materia orgánica.
Las personas dotadas con una visión espiritual pueden describir una sutil formación
etérica que sobresale de la organización física y que Rudolf Steiner llamó el cuerpo
sensible, que es donde asienta la capacidad de recordar, por lo que se puede llamar
también el cuerpo de la memoria, que comprende tanto la capacidad de guardar los
conocimientos útiles para nuestra vida diaria como el condicionamiento kármico. Este
último es el que va a conformar las características individuales del organismo físico en
una encarnación dada, adecuadas a las necesidades evolutivas que ese espíritu
humano requiere para su evolución. El DNA es solo la base física molecular de la
herencia, es la pauta que contiene la melodía, pero no es la melodía, esta tiene que ser
ejecutada por el CE que serían los músicos y sus instrumentos. Esta actividad es la que
se engloba en la ciencia oficial con la palabra “epigenética”.

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Hoy en día se ha vuelto habitual la literatura que habla de los chakras. Estas son
estructuras que también pertenecen a la organización del cuerpo etérico. Esa es una
palabra en sánscrito de los antiguos hindúes con la que ellos describían como centros
de fuerzas, en número de siete que son los principales y que sobresalen largamente de
la superficie corporal física, pero hay decenas de otros chakras secundarios y
terciarios que en la acupuntura están perfectamente identificados como puntos de
punción. Todos estos centros están unidos por líneas de fuerzas, los nadis, que en su
conjunto forman una intrincada red de prana o vida organizada para establecer la
vinculación interna de las distintas estructuras y órganos que conforman el cuerpo
humano, como al igual la relación que mantiene con el entorno etérico. Por ejemplo, si
tengo hambre y veo una manzana y siento que se me hace agua la boca o se mueven
los intestinos, toda esa reacción coordinada es orquestada por el cuerpo etérico. Del
modo contrario, cuando un acupunturista diestro coloca sus agujas en la oreja y en
otros puntos produciendo una anestesia del bajo vientre adecuada para realizar una
cesárea, está bloqueando momentáneamente esa función perceptiva e integradora del
cuerpo etérico. La relación que tiene el lóbulo de la oreja con la zona del útero solo se
explica por la anatomía del cuerpo etérico y no por el físico.

Este mundo etérico se puede considerar el escenario donde confluyen los
poderes creativos del universo. Este cuerpo en el ser humano es el medio donde se
despliega y desarrolla lo anímico espiritual. Igual como en el plano físico el agua es el
medio para que las sustancias químicas puedan reaccionar y formar nuevos
compuestos, la sustancia etérica posibilita el encuentro de las ideas y afectos que se
unen a la voluntad en un propósito común. Se puede decir que el agua es al mundo
físico, lo que el etérico es al mundo espiritual.

El director de la orquesta o el arquitecto de la creación humana es el cuerpo
astral. Es un cuerpo luminoso conformado por las mismas energías que irradian
desde el cosmos, desde las estrellas fijas, por lo que vivenciar este cuerpo como propio
da la sensación de unidad consciente con el cosmos y de ser partícipe de ese devenir
universal. Es la fuente donde se origina la “música de las esferas” de los pitagóricos. Su
organización es mucho más sutil y compleja que la de los otros dos cuerpos y en las
imágenes mitológicas se le representa como el aliento, soplo o hálito de Dios que
anima al ser humano dándole consciencia y movilidad en su medio, como también el
primer nivel donde se manifiesta lo anímico espiritual. Es el cuerpo donde radican los
deseos y emociones y cuando vemos este aspecto desiderativo del hombre, nos damos
cuenta que hay impulsos que nos elevan hacia la superación y encuentro con lo
espiritual, pero también hay tendencias destructivas y degradantes. Es el centauro con
sus dos naturalezas, la del caballo con sus pulsiones instintivas y la del humano que
con su inteligencia y habilidad crea la cultura. Esta doble naturaleza se originó a partir
de lo que en el mito bíblico se llama la tentación luciférica simbolizada con una
serpiente.

En esta imagen bíblica, están contenidas dos tendencias que muestra el ser
humano en su derrotero evolutivo posterior. Por una parte el deseo de ser igual que
los dioses, de saber e intervenir en la creación de igual a igual con la divinidad, sin

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tener aún la madurez para ello, al igual que el niño chico que se siente grande y quiere
ir al mundo solo. Este pecado de orgullo lo llevó a identificarse erróneamente con su
corporalidad física, de ahí la frase “se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta
de que estaban desnudos”.

Por otra parte la serpiente es el animal que en la evolución pierde las
extremidades y el lado izquierdo del cuerpo, en un gesto regresivo que la lleva a
pegarse a la tierra sin la posibilidad de mirar a las alturas. Simboliza en el hombre su
tendencia a hacerse un ser terrenal, a negar lo espiritual y moverse según impulsos
que solo consideran la realidad física material. Es el Mefistófeles de Fausto, que le
niega la Deidad pero le ofrece en cambio el conocimiento y la fama en el mundo
material.

Estas dos tendencias han acompañado siempre al hombre sobre la tierra. Una
es acceder de manera tramposa y fácil a la realidad espiritual, experimentando con las
llamadas “plantas mágicas” o drogas, por ejemplo, y que se llama lo luciférico, de
Lucifer, el portador de la luz. El otro impulso es negar toda realidad más allá de lo que
nos ofrecen los sentidos físicos, dirigiendo los esfuerzos a construir un nuevo paraíso
en la tierra sin un dios. Esta tendencia se le llama ahrimánica, de Ahrimán, la deidad
persa que reina en la oscuridad y se opone al sol o Ahura-Mazda. En la Biblia esta
división de la humanidad está representada en las figuras de Abel y Caín y sus
respectivas descendencias. Son los abelitas los que constituyen las castas sacerdotales
y mantienen un diálogo con la deidad para guiar adecuadamente al pueblo. Pero son
los cainitas, que se enojaron con Dios, los que tienen el conocimiento para construir
los templos y trabajar la tierra para la sobrevivencia del hombre. A pesar de la
rivalidad y antagonismo de esas dos tendencias, se necesitan mutuamente para salir
airosos de este deambular en el desierto y volver a la tierra prometida.

Pero esta historia mítica encierra otra verdad que es importante reconocer: las
tendencias que llamamos luciféricas y ahrimánicas, son inherentes a nuestra
conformación, actuando las primeras de manera preferente en el plano astral y las
segundas en el etérico. Son esas tendencias las que llamamos “el mal”, el que por tanto
es estructural a nuestra naturaleza humana!

Finalmente llegamos al dueño del vehículo, al morador del hogar, a esa esencia
espiritual que llamamos el Yo. Este es el fuego de Prometeo, la chispa divina que debe
conducir su corporalidad para aprender y obrar en el mundo según los designios de
los dioses, pero que se encuentra temporalmente ofuscado por la presencia de lo
luciférico y ahrimánico en su vehículo, que lo arrastran en la ilusión de identificarse
con su corporalidad: yo soy mi cuerpo.

Lo que estamos nombrando como el Yo, encierra todavía un gran misterio y
reviste una complejidad mayor aún que la que se ha mencionado en relación con la
corporalidad humana y sus tres planos, físico, etérico y astral. Si uno se va a los
diccionarios y enciclopedias, la palabra espíritu y también alma, que se esconden
detrás de lo que llamamos un Yo, han recibido las más diversas interpretaciones

47
según la religión o corriente filosófica que tomemos en consideración, lo que refleja
desde ya la dificultad comprensiva que existe en esos planos, que el intelecto no puede
superar con su linealidad lógica o literalidad.

Siempre ha existido el concepto de que hay algo de índole inmaterial, cuyo
origen es divino, que preexiste al cuerpo y le sobrevive después de su muerte, que se
homologa con el aliento o el fuego. Algo de esto fue intuido por los psicoanalistas
cuando hablaban del Super-Ego, el cual al proyectarse en su vehículo sufre la ilusión
del ego. Colocarse en la perspectiva del espíritu significa dejar las creencias y
constructos del ego o personalidad, y aceptar esa premonición de ese algo superior
que es el Yo Humano de donde provienen las intuiciones para la recta conducta en la
tierra.

El punto de vista que vamos a usar en nuestras reflexiones es el del Yo Humano
o espíritu como esa esencia divina que progresa en el mundo por medio de
encarnaciones sucesivas, que al apropiar su corporalidad va experimentando y
expresando ciertas cualidades que constituyen el alma, como la voluntad, las
emociones y sentimientos, el pensar y la recordación, que en la medida que se
desarrollan e integran van formando la personalidad. Por tanto, lo anímico es la
expresión del espíritu que se experimenta relacionado con la corporalidad, siendo el
espíritu mismo en la mayoría de los seres humanos muy poco consciente de su
naturaleza divina, por algo la mayoría de las personas dudan de su existencia o lo
niegan, haciendo equivalentes el espíritu y el alma. También como resultado de esta
ilusión resulta tan difícil aceptar las ideas de la reencarnación y el karma.

Usando la alegoría de la caverna de Platón, el espíritu o Yo Humano se hace
consciente de sí mismo solo cuando sale de la caverna y deja de relacionarse con las
sombras y entra en contacto directo con la luz y los seres de la realidad que le es
connatural. Esta superación de la ilusión o del maya, como la llamaban los hindúes, es
la que debe realizar el espíritu en cada una de sus expresiones anímicas: la voluntad,
el sentir y el pensar. Cuando entremos en el análisis del desarrollo y educación del
niño vamos a explicar con más detalle este camino de superación.

Un fenómeno muy importante y central en la etapa actual de la evolución del
ser humano, es comprender que su espíritu o Yo al entrar en su proceso de
apropiación de la corporalidad, no puede relacionarse directamente con las
envolturas astral, etérica y física. Para ello necesita una estructura intermedia, de
sustancialidad espiritual, que vamos a llamar el cuerpo mental.

No es fácil explicar en términos literales esta cuarta envoltura, por lo que
haremos uso de una imagen a partir de la alegoría del auriga que conduce un carro
tirado por dos caballos alados. En la antigüedad esta alegoría fue usada para explicar
la naturaleza anímica del ser humano y las dos narraciones más importantes, y que
son muy coincidentes, son las que aparecen en uno de los libros hindúes del
Upanishad y en el diálogo Fedro de Platón.

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En síntesis, esta es una imagen mítica que habla de un auriga, que sería la
naturaleza espiritual del ser humano, que conduce un carro arrastrado por dos
caballos alados, uno de color blanco y de buen talante, y el otro negro y de difícil
carácter. La conducción tiene un alto grado de dificultad, ya que el caballo negro es
problemático y tiende a irse siempre hacia abajo, atraído por la tierra. El caballo
blanco es más dócil y tiende a volar hacia las alturas del cielo.

El caballo es uno de los animales que ha estado muy unido al ser humano a lo
largo de su historia. Ha sido su compañero en el trabajo, en la guerra y también es
quien lo conduce a su descanso último en la tierra. En la simbología, el caballo alado es
el mediador entre el cielo y la tierra, que trae al espíritu humano a su encarnación
terrenal y lo lleva de vuelta. Está hecho de sustancia espiritual, con un majestuoso
carácter solar cuando es de color blanco, pero que al comprometerse en demasía con
la influencia terrenal, puede perder sus alas y tornarse negro, pasando a ser un
conductor hacia las tinieblas.

Para los efectos de la explicación que nos interesa en este momento, podríamos
decir que los dos caballos son el cuerpo mental en sus dos aspectos posibles: uno que
orienta a la mente hacia el pensar terreno, ofuscado por su vehículo, y el otro que
tiende a devolver la atención a las alturas del espíritu. Ellos son los que realizan el
pasaje del Yo humano a su encarnación para encontrarse con sus otras envolturas
representadas por el carro que arrastran.

Este punto de vista es complementario al intento de Platón para explicar la
visión que él tenia del alma humana. En la tensión que se establece en la conducción
del carro, se pueden comprender las manifestaciones contrapuestas que se aprecian
en el alma de todo hombre encarnado. Si predominan los impulsos del caballo negro,
el ser humano aparece muy ligado a la tierra y al disfrute terrenal, dejándose llevar
por sus simpatías y antipatías en búsqueda del gozo inmediato de la vida. Si es el
caballo blanco el que progresivamente hace sentir su influencia, va a ir apareciendo
cierta cordura y dominio de los instintos que orientará la vida anímica de manera
razonable hacia la verdad y el bien siguiendo principios morales. Cuando el auriga va
tomando mayor dominio y conocimiento en el manejo de los dos caballos alados,
podrá dirigirse raudo a su destino según su propia voluntad, dejando de ser
arrastrado en esta pugna que lo desvía de sus propósitos y arruina al carro.

Este cuerpo mental todavía se encuentra en una etapa bastante embrionaria y
recién se está manifestando como una cuarta envoltura del vehículo en los seres
humanos que se han preocupado de educar su pensar. En la mayoría de las personas
se impone el caballo negro, que usa el intelecto para justificar sus impulsos y
satisfacer sus deseos. Pero en la medida que el auriga o el Yo logren dominar o
sublimar esas tendencias y se alineen con el caballo blanco, podrán conducirse
paulatinamente por lo que es correcto y verdadero, más allá si al caballo negro le
guste o no. Sólo cuando el Yo haya alcanzado la madurez y destreza suficiente para
imprimirle una nueva dirección al carro, podrá ordenar y alinear los otros tres

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cuerpos y orientar al alma humana para que salga de la caverna y pueda dar
nacimiento al espíritu con su imaginación creativa.

Como ya se señaló, si la corporalidad que es el vehículo del ser humano cuando
encarna es complejo y difícil de integrar, lo que llamamos el Yo, o su naturaleza
propiamente espiritual, es mucho más complicada y se escabulle a la comprensión de
la mente moderna todavía. Para simplificar las explicaciones futuras, cuando
hablemos del Yo, nos vamos a estar refiriendo de aquí para adelante al espíritu
humano en toda su complejidad en conjunto con su envoltura del cuerpo mental.

Para ayudar a comprender toda esta organización tan compleja del ser
humano, lo vamos a dibujar esquemáticamente:



El Yo Humano está recién incorporándose a su vehículo de manera operante a
partir de un hecho central en la historia de la humanidad que es el Misterio del
Gólgota que ocurrió hace dos mil años. En ese evento, solo comprensible desde el
punto de vista espiritual, se produjo una inflexión en la línea evolutiva del hombre,
donde su Yo es puesto en propiedad en el vehículo, surgiendo una autoconsciencia e
individualismo progresivo a partir de entonces. La consciencia de identidad “tribal”
comienza a retirarse y se manifiestan cada vez más las características egoicas o de la
personalidad de cada uno.

Como ya se mencionó, en la corporalidad están insertas las tendencias que nos
meten en la tierra en exceso y las que nos alejan de nuestra tarea, que llamamos
ahrimánicas y luciféricas respectivamente, por lo que bien visto, el organismo humano
es el escenario de sucesos cósmicos donde al espíritu humano le corresponde ahora
equilibrar esas dos tendencias tomando consciencia del impulso dado por el Cristo.
Lucifer con el fruto del Árbol del Conocimiento nos arrastra hacia el egoísmo, el
orgullo de ser como Dios, desarrollando esa personalidad cuyo foco es la corporalidad
física: “Yo soy mi cuerpo”. Ahrimán nos precipitó en la materia y nos engaña
haciéndonos creer que solo existe ella y nos da el poder para dominarla. El Cristo es la
divinidad que trajo el mensaje del amor al mundo, a través del cual podemos

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encontrar el camino de vuelta hacia nuestra verdadera naturaleza espiritual. Si el ser
humano es consecuente, le cabe la responsabilidad de poner esta cualidad del amor en
la creación, superando en su actual naturaleza las pulsiones hacia los extremos del
poder ahrimánico y el saber luciférico que lo colocan de manera egoísta en el mundo.

Todo este simbolismo contenido en los mitos, es una realidad que se manifiesta
tanto en la psiquis humana como en su propia organización física. Lo que llamamos el
mal es inherente a nuestra naturaleza y la historia de la humanidad se encuentra
plagada de “guerras santas”, donde por dogmatismos religiosos de carácter luciférico
o por afanes de poder de naturaleza ahrimánica, se han matado los seres humanos
entre sí por millones, encontrándonos en el presente al borde del colapso mundial. El
mensaje dejado por Jesucristo que se puede sintetizar en la frase “hombres, ámense
los unos a los otros” tiene que ser implantada en el corazón de cada uno y ese es el
gran objetivo de una verdadera educación que es responsabilidad de todos y cada uno.

Esta apretada síntesis es un esbozo de lo que el alma humana encuentra
cuando traspasa el velo de las percepciones sensoriales. Para lograrlo hay que seguir
el camino meditativo de autoeducación, entregado por todos los grandes maestros
espirituales de la humanidad en todos los tiempos.


























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La dinámica encarnatoria del ser humano


La imagen del hombre que nos formamos en el capítulo anterior es solo un
esquema con fines didácticos. En la realidad, el ser humano es mucho más complejo y
está siempre en un constante devenir. Hay que considerar que esas cuatro
organizaciones del vehículo, la física, la etérica, la astral y el Yo, se interpenetran y
establecen una actividad que dará expresión a todo lo que llamamos el fenómeno
humano con sus más variadas y heterogéneas manifestaciones, pero que sin embargo,
nunca pierden la armonía y sentido. Cuando ello llega a ocurrir, entonces hablamos de
enfermedad. Esto lo vamos a ver ahora con mayor detalle sin llegar a ser exhaustivos.

Esta dinámica de las distintas partes que hemos descrito, va variando a lo largo
de la vida, desde que la persona nace hasta el momento de su muerte. Pero también
cuando observamos un hombre adulto, se aprecia que la participación de las
instancias constitutivas dentro del mismo organismo humano en un momento dado,
nunca es homogénea ni fija, estableciéndose una expresión fenomenológica que es
muy importante considerar tanto en los aspectos de la salud como de la educación.

Trataremos de hacer a continuación un esbozo introductorio de lo que son
estos fenómenos estructurales, vitales, anímicos y espirituales del ser humano tanto
en un momento dado de su vida, como a lo largo de la misma. En los capítulos
siguientes se darán más detalle para mostrar las implicancias prácticas que tienen en
educación estos aspectos.

Para facilitar la comprensión, vamos a hacer una simplificación conceptual,
donde por una parte nos vamos a referir a la corporalidad del hombre, entendiendo
como tal a un cuerpo con las características físicas que todos percibimos pero que
además se encuentra vivo. En realidad cuando hablamos del cuerpo humano no
pensamos en un cadáver, sino en ese cuerpo biológico donde los fenómenos vitales y
físico materiales forman una unidad que solo se rompe con la muerte. Eso por una
parte, pero por otra tenemos lo anímico espiritual, lo que llamamos el cuerpo astral o
sensible y el Yo que también forman una cierta unidad funcional en la vida cotidiana
de vigilia. Por ahora vamos a dejar de lado lo que se refiere al cuerpo mental que
mencionamos, ya que lo vamos a englobar dentro de la palabra Yo para referirnos a la
proyección de lo espiritual en su corporalidad.

Ambas partes, el cuerpo biológico y lo anímico espiritual, se relacionan
estableciendo una cierta polaridad, que como ya mencionamos, se da entre los
fenómenos vitales y los anímicos, siendo los primeros constructivos, reparadores del
cuerpo biológico; y los segundos, para poder manifestarse deben menoscabar, hacer
retroceder los fenómenos vitales.

Vamos a comenzar con una contemplación del organismo humano para
descubrir en su estructura y organización funcional, la actividad de lo anímico

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espiritual en el cuerpo biológico, donde de inmediato podemos apreciar que existen
tres campos fenoménicos bien distintos, los cuales caracterizan funcionalmente al ser
humano como un organismo trimembrado.


a) Trimembración funcional

Cuando contemplamos a una persona adulta, comprobamos que en el polo
cefálico están concentrados el sistema nervioso y los órganos de los sentidos, lo que
constituye lo que vamos a llamar el sistema neurosensorial. Este sistema es el que nos
da la base anatómica para establecer una relación consciente con el entorno. Todos los
fenómenos de consciencia y el pensar que desplegamos durante la actividad del día, se
asientan en esta organización, actuando el cerebro como un espejo donde se reflejan o
representan todos los fenómenos anímicos que vamos experimentando, como las
percepciones sensoriales, los pensamientos que vamos teniendo, la recordación que
surge cuando vemos o pensamos algo, los sentimientos y emociones que se suscitan
en un encuentro, la voluntad de hacer ciertas tareas durante el día, etc. Esto es lo que
constituye la actividad consciente del hombre en estado de vigilia, que produce un
gran desgaste fisiológico y que obliga a descansar entrando en el estado de sueño
profundo, donde lo anímico espiritual se retira y deja de percibirse en el espejo que es
el tejido nervioso. Si miramos bien los órganos de los sentidos, especialmente el ojo y
el oído, funcionan casi como un instrumento físico, comprensibles con las leyes de la
óptica y la acústica. Incluso pueden ser operados cambiando el cristalino del ojo o
colocando un implante coclear en términos muy mecánicos, parecido a lo que hace el
traumatólogo cuando fija un hueso quebrado. Por otra parte es sabida la baja vitalidad
de las neuronas, con escasa capacidad de resistir la falta de oxígeno y nutrientes, como
igual su prácticamente nula capacidad de multiplicarse. Todo esto es reflejo de la
intensa actividad consciente de lo anímico espiritual que se produce en desmedro de
la vitalidad del organismo biológico.

En el polo opuesto, en la zona del abdomen y de las extremidades, ocurren los
fenómenos metabólicos y motores de manera preponderante. Aquí se da una cierta
dualidad fenomenológica: por una parte tienen lugar los procesos metabólicos, por
otra acontecen, por medio de las extremidades, todos los fenómenos motores, a través
de los cuales se manifiesta la voluntad del hombre en el mundo. Esta misma dualidad
es dable reconocer también en la cabeza, donde por una parte se encuentran los
órganos de los sentidos que nos conectan con el mundo circundante, y por otra el
sistema nervioso central que elabora o “digiere” la información suministrada por los
órganos de los sentidos, constituyendo la base orgánica de nuestro mundo interno del
pensar.

Por medio de la actividad metabólica se incorporan los nutrientes que vienen
de los otros reinos de la naturaleza, los que luego son transformados y llevados a la
formación de la propia sustancialidad humana. Esta función se realiza de manera más
eficiente durante la noche, cuando la persona duerme, por ello decimos que un niño
crecerá bien si duerme bien. Ésta es la actividad reparadora de los daños que se

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producen en el día y que se hace eficiente durante el sueño cuando lo anímico
espiritual consciente se retira. Toda esta actividad ocurre fuera de nuestra
consciencia. No tenemos idea cómo los órganos metabólicos como el hígado, riñones,
páncreas o bazo funcionan y hacen su tarea de manera maravillosa, manteniendo la
integridad del organismo humano. Sólo cuando algún órgano de esta zona se enferma,
tomamos cierta consciencia porque nos llega el aviso como dolor o malestar.
Igualmente misteriosa es nuestra actividad volitiva. La forma como un artista, ya sea
un bailarín o un músico, coordina y mueve su cuerpo de manera rápida y armoniosa
es algo que no pasa por el cerebro. Cuando por alguna circunstancia le pone “cabeza” o
consciencia, ¡se equivoca! El pianista que desliza magistralmente sus manos sobre un
teclado, adquiere esa habilidad repitiendo esos movimientos una y mil veces. Lo que
nos aflora a la consciencia es la representación de esa actividad, pero el movimiento
coordinado e integrado a una intención, es algo que se pierde en las profundidades de
la consciencia. Esto nos queda más claro cuando consideramos el proceso de escribir
algo: nuestra consciencia se focaliza en las ideas o pensamientos que queremos fijar
con la escritura, mientras nuestras manos se mueven ágilmente plasmando esas ideas
con el movimiento del lápiz o con un teclado, sin traer a la consciencia nuevamente las
incontables horas de aprendizaje de las letras, su sonido y significado al juntarlas en
palabras y oraciones.

En la actividad motora, el ser humano al asumir la postura erguida, libera las
extremidades superiores de la locomoción y las usa como el instrumento creador y
trasformador del mundo. También son sus manos y brazos los que junta en una
plegaria hacia la divinidad buscando religarse con lo espiritual. Es en este polo donde
lo anímico espiritual se manifiesta de manera más directa y real, y no en nuestra
cabeza, donde solo nos llegan los reflejos o “pensamientos sombras” del mundo,
viviendo en la ilusión de nuestra vida diurna, de allí la alegoría de la caverna de
Platón.

Entre los dos polos recién mencionados, el neurosensorial y el metabólico
motor, se establece un tercer ámbito fenomenológico, en la zona media del cuerpo,
donde asientan las funciones rítmicas como la respiración y la circulación de la sangre,
encontrando también en estos dos sistemas, el respiratorio y el circulatorio, una
dualidad funcional. En la respiración mantenemos una cierta regulación consciente
del ritmo respiratorio, pero no así en el ritmo del corazón, que se acerca más al
sistema metabólico. En el plano anímico, a esta zona rítmica referimos el sentir, las
manifestaciones que afloran a nuestra conciencia como emociones y sentimientos.
Ello ocurre en una consciencia de ensoñación, semidespierta, donde el vaivén de
sensaciones, emociones y sentimientos ascienden a nuestra consciencia diurna con
menos claridad y definición que nuestros pensamientos.

Toda nuestra vida emocional diurna influye de inmediato en los ritmos
respiratorios y circulatorio. Si nos alegramos o vivimos un momento de excitación,
respiramos más rápido y nuestro corazón late con más fuerza. Si pasamos un susto
grande, caemos en apnea y da la sensación que nuestro corazón se detiene y nos
vamos a desmayar.

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Esta tripartición funcional de nuestro organismo la sentimos de manera
natural cuando nos llevamos las manos al corazón para expresarle nuestros
sentimientos a alguien, del mismo modo como nos tomamos la cabeza cuando
nos sumimos en una reflexión profunda, o nos golpeamos suavemente el abdomen
cuando nos encontramos en un estado de bienestar.

En esta parte media del organismo humano se establece la relación con el
entorno a través del aire que respiramos. La respiración con sus dos fases: la
inspiración, donde incorporo el aire del medio externo y la espiración con la expulsión
del aire que dejó de ser mío, es el gesto arquetípico de la creación. Es el mismo aliento
creador de Brahma o el hálito de Dios en la Biblia, que en la física moderna se describe
como la expansión y contracción del universo. Este mismo gesto se repite
metamorfoseado en el acto cognitivo que tiene lugar en el polo cefálico consciente con
la percepción del fenómeno y la idea o concepto que le da significación. También es el
mismo que ocurre cuando nos alimentamos incorporando los nutrientes y excretamos
lo que no nos sirve o dejó de ser nuestro. En un plano más sutil también encontramos
este ritmo en el escuchar/hablar, en la actividad/pasividad de nuestra voluntad
cuando vamos al mundo.

En el esquema siguiente sintetizamos estas ideas centrales, pero no hay que
perder en consideración que es solo un esquema. Cuando decimos que en el nervio
asienta la vida consciente, la cual prepondera en el polo cefálico, es precisamente eso:
una mayor concentración de la actividad nerviosa consciente en la cabeza, pero los
nervios llegan hasta el final de las extremidades, al igual que el sentido del tacto se
extiende por toda la superficie del cuerpo. De mismo modo los procesos metabólicos
tienen que estar presentes en todo el organismo sin excepción, de lo contrario las
células se mueren, pero esa actividad de síntesis metabólica está centrada en el hígado
y el resto del sistema digestivo y metabólico. Lo mismo vale para la respiración y la
circulación de la sangre.

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b) Expresión biográfica

La segunda consideración que podemos observar en esta relación dinámica
entre la corporalidad física/viva y la parte anímica espiritual del ser humano, es que
ella va cambiando desde la concepción hasta la muerte.

En forma muy esquemática, podríamos decir que en el ser humano en su
gestación intrauterina encontramos de manera casi exclusiva fenómenos vitales de
formación y crecimiento. Al momento de nacer, con la primera respiración, se produce
la unión de lo anímico espiritual con el cuerpo físico que se formó en el vientre
materno, y con ello, comienza a despertar la vida consciente del polo neurosensorial.
Es a partir de esta primera manifestación de lo anímico que se encarna en su
corporalidad, cuando se inicia lo que llamamos una biografía de la persona.

Si dibujamos la curva del desarrollo biológico, ésta sigue un curso de
crecimiento y maduración que en sus primeras etapas está determinada por las leyes
de la herencia. Es una curva que evoluciona de manera ascendente hasta alcanzar el
máximo desarrollo con la adultez, y luego, paulatinamente va descendiendo en la
medida que la persona entra en la senescencia, y termina con la muerte. Esta parte es
la que se alimenta y cuida para que sea un instrumento dúctil a las necesidades del Yo.

Si sobreponemos ahora la curva del desarrollo anímico espiritual, tendríamos
que dibujarla de manera descendente, como viniendo de los mundos espirituales y
que toma contacto con la corporalidad física/viva, la cual va haciendo gradualmente
su instrumento para colocarse en el mundo y, en la medida que este instrumento
corporal envejece, inicia el camino de retorno hacia su patria connatural. Esta parte
del ser humano es la que debe ser educada en un contexto social para que se
despliegue en toda su potencialidad, la cual varía mucho de una persona a otra. Esta
variabilidad obedece al grado de individualización y de ampliación de su consciencia
que haya ido adquiriendo el Yo a lo largo de encarnaciones sucesivas.

Desde la mirada espiritual del ser humano, hay dos conceptos que deben ser
considerados para la correcta comprensión de los fenómenos. Uno es el de la
reencarnación, es decir que el espíritu humano viene repetidamente a la tierra y se
posesiona de una corporalidad para vivir determinadas experiencias que le van a
aportar una enseñanza necesaria para su progreso. El otro concepto es el del karma o
del condicionamiento kármico, que explica la actividad de determinadas leyes para
crear las condiciones precisas que un espíritu necesita en una encarnación
determinada. En los últimos tiempos este término se ha popularizado mucho, pero por
lo general se le da un sesgo de castigo o del pago de cuentas pendientes de
encarnaciones previas. En su verdadera acepción corresponde a la generación de
condiciones de encarnación, especialmente en las relaciones que se establecen con
otros seres humanos encarnados simultáneamente, para que en esa interacción el Yo
pueda despertar a su verdadera realidad espiritual y desplegarse en toda su
naturaleza. De esto se puede colegir la tremenda importancia de la educación en los
primeros años de la vida, que contemple no solo los aspectos de los contenidos

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educativos, el cómo educamos, sino también la enorme relevancia de la figura del
maestro o educador, ¡quién educa!

De manera muy sintética, esta relación de lo anímico espiritual con el cuerpo
biológico sigue ciertas fases y ritmos bien determinados que constituyen las leyes de
toda biografía. En primer lugar podemos observar que toda biografía pasa por tres
grandes fases. La primera, que va desde la concepción hasta alrededor de los 21 años,
se caracteriza por el crecimiento y desarrollo corporal, con lo cual se sientan las bases
orgánicas para que ese ser humano llegue a ser un hombre terrenal. La segunda fase,
entre los 21 y 42 años aproximadamente, es la conquista de un lugar en la tierra,
cuando el hombre forma su familia, se despliega laboralmente y construye una
situación material que lo coloca como una personalidad en el mundo. Y por último hay
una tercera fase, que se desarrolla después de los 42 años, donde el hombre tiene el
trabajo, no siempre realizado, de darle un sentido o significado trascendente a todo su
recorrido de vida, que en el fondo es asumir la tarea que el destino le deparó en esa
particular encarnación, respondiendo a la pregunta ¿a qué vine?

La primera fase se puede llamar corporal, ya que en ese periodo se produce la
maduración e integración del cuerpo y es cuando tiene lugar la educación formal. La
segunda fase es anímica, cuando se constituye y ejercita la personalidad, asumiendo la
tarea de autoformarse. La última fase se denomina espiritual, ya que en ella el ser
humano tiene la oportunidad de entregar generosamente de vuelta, toda la
experiencia ganada para beneficio de la sociedad o de los demás. Hoy en día las
expectativas de vida alcanzan fácilmente los 80 años de edad y más, por lo que esa
fase de espiritualización debería adquirir mayor relevancia y trascendencia con una
entrega carente de egoidad.

Trabajar

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Además de estas tres grandes fases de toda biografía, podemos distinguir
dentro de ellas períodos de tiempo más cortos de 7 años o septenios, determinados
por ritmos que son propios de los fenómenos vitales. Ellos son muy marcados y de
fácil delimitación en la etapa de formación y apropiación de la corporalidad. Los
septenios siguientes se van difuminando sus transiciones y solo es posible darse
cuanta por sutiles cambios anímicos y por las llamadas crisis de la biografía. Cuando el
joven alcanza la mayoría de edad, debería tomar su educación y desarrollo anímico
directamente en sus manos, en un camino de auto-aprendizaje que de manera libre
determine el curso a seguir, de acuerdo a los impulsos que surgen de su interior frente
a las experiencias que la vida le depara.

Desgraciadamente la realidad es muy distinta, encontrándose una masa
ingente de personas marcando el paso en su etapa adolescente sin progresar a la
madurez. Ello se debe en gran parte al sistema educativo imperante que exalta el éxito
económico y la competitividad egoísta, dentro de una sociedad de consumo vacía de
valores espirituales. Es difícil en un medio así, encontrar referentes que se constituyan
en modelos dignos de seguir en la prosecución de los septenios siguientes.

La descripción de lo que ocurre en los tres primeros septenios es atingente a
las actuales necesidades que tenemos como humanidad. Lo que viene después es algo
que la inmensa mayoría aún no despliega. Este juicio no hay que tomarlo como
una descalificación prepotente, sino como la caracterización de una dolorosa realidad,
responsable de todos los grandes problemas que estamos viviendo.

Por tanto, solo entraremos en detalle con los tres primeros septenios, que son
el tema de este libro. La primera consideración que hay que tener es que tanto la
curva de lo anímico espiritual como la del cuerpo biológico forman una unidad, pero
que dentro de ella distinguimos características que son propias y bien definidas en
cada etapa de 7 años. Mencionaremos en líneas generales estas características pero
nos vamos a explayar en los capítulos correspondientes donde se expondrá con más
detalle la tarea educativa que le corresponde a cada ciclo.

Como ya se dijo, en los primeros septenios, el Yo tiene la tarea de manifestarse
en su corporalidad y apropiarse de ella, lo cual va logrando paulatinamente en cada
uno de los niveles que caracterizan a ese vehículo corporal: el físico, el vital y el
anímico.

Para todos es obvio que el cuerpo físico se forma en el embarazo y nace al
mundo exterior en el momento del parto y a partir de ese momento va siendo
estructurado y apropiado por el Yo humano. Todos los hitos del desarrollo que
describe la psicología evolutiva, como el dominio corporal para ponerse de pie y
caminar, el control de esfínteres, el hablar, la adquisición de una autonomía paulatina,
la socialización, el desarrollo de la memoria y un pensamiento propio, etc., son
manifestaciones de ese Yo en su tarea de encarnar y dominar su corporalidad.

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Si somos acuciosos y nos volvemos a colocar “detrás del umbral”,
figurativamente podemos decir que para formar la corporalidad completa, el ser
humano pasa en este proceso por cuatro “embarazos” y cuatro “nacimientos”. La
formación del cuerpo físico es evidente para todos, en cuanto ocurre en el vientre
materno. En esta parte no habría mayor discusión, ya que es sabido que se forma a
partir del óvulo que aporta la madre y el espermatozoide que aporta el padre, y que
luego de la fecundación, viene toda la multiplicación celular y la diferenciación en
tejidos y órganos que ocurre dentro del organismo materno. Para que ese embrión
humano sea viable y nazca, se necesita de 7 a 9 meses de gestación, todo lo cual está
determinado por las leyes de la herencia biológica.

Pero si observamos el óvulo y lo comparamos con los espermatozoides, la
célula femenina es enorme, de hecho es la célula más grande de un organismo, que
incluso se puede ver a simple vista como un diminuto punto, sin la necesidad de un
microscopio. En contraste, el espermatozoides es muy pequeño, solo está conformado
por los cromosomas cuyo ADN contiene la información genética, a lo cual se agrega
una cola que le da una movilidad propia necesaria para llegar hasta el óvulo. Este
último no se mueve por sí mismo, es transportado dentro del aparato reproductor
femenino y contiene todo el metabolismo y vitalidad que requiere el embrión en las
primeras etapas de su desarrollo. Se podría decir entonces que la parte vital o etérica
es aportada casi en su totalidad por la madre, que forma una envoltura durante la
gestación igual a la que forma el útero con la placenta y las membranas embrionarias.

No hay que olvidar que ese cuerpo etérico es el cuerpo de la memoria y que
cada ser humano tiene impreso en él su memoria kármica. Cuando el Yo Humano se
acerca a una nueva encarnación, toma su propio cuerpo etérico y también el astral,
que como una semilla contienen en sí las cualidades y características que ese Yo ha ido
adquiriendo en encarnaciones previas y que van a condicionar ahora la nueva vida
en la tierra. Muy temprano durante la gestación, el Yo entra en contacto con el
embrión por medio del cuerpo etérico que trae, el cual es anidado en el seno del
cuerpo etérico del embrión, que proviene de la madre. Este “embarazo” del cuerpo
etérico individual dentro de la etericidad materna, dura de 5 a 7 años hasta ser
“viable” su nacimiento como entidad independiente.

Lo mismo se puede decir de la formación del cuerpo astral, con la diferencia
que es un proceso más sutil todavía y la envoltura o “útero” astral lo conforma la
atmósfera anímica que crean tanto el padre como la madre por igual. Cuando el feto
comienza a realizar los primeros movimientos de sus extremidades, es señal de que su
cuerpo astral ha comenzado a ser anidado dentro de la astralidad de los padres. No
hay que olvidar que la astralidad son las fuerzas cósmicas que provienen de las
estrellas formando una gran “atmósfera anímica” que rodea a toda la tierra, pero no
debemos pensar en términos espaciales físicos, por lo que si el padre biológico no vive
con la madre igual está su impronta anímica que influye para bien o para mal en la
futura formación del cuerpo astral del niño. De aquí se comprende la gran importancia
de los sentimientos y pensamientos que se tengan en este período tanto por parte de
la madre como del padre, que pueden ayudar positivamente o contaminar

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negativamente la envoltura astral del niño. Esta formación del cuerpo astral se hace
viable después de los 9 años de edad, completando su formación y naciendo en torno a
los 14 años cuando comienza la pubertad.

Es importante formarse un concepto de viabilidad: esa capacidad que tiene un
ser de sobrevivir a ciertas experiencias durante su formación, que le permiten seguir
con la encarnación. Un feto puede ser viable a los 6 o 7 meses de gestación, es decir
nacer en ese período de su formación y gracias al progreso tecnológico médico
completar su desarrollo faltante fuera del útero materno. No es el ideal, ya que nunca
el proceso será igual al natural, por lo que se podrán presentar dificultades o déficits
en la vida más adelante, por lo que la encarnación podrá tener connotaciones que no
estaban contempladas en el destino inicial de esa alma. Para que no ocurra un parto
prematuro, se recomienda especial cuidado con la nutrición de la madre, el aporte de
vitaminas, evitar drogas o químicos como el alcohol o la nicotina del tabaco, cuidar de
las horas de sueño y descanso, etc. Hay bastante consciencia al respecto, pero
desgraciadamente no ocurre lo mismo cuando se trata de cuidar la indemnidad y
viabilidad del cuerpo etérico, astral o del mental. Esto lo veremos con detalles en los
capítulos correspondientes a los tres primeros septenios, pero en términos generales
corresponde al especial cuidado que los adultos deben tener para que el niño vivencie
que el mundo es Bueno (CE), Bello (CA) y Verdadero (CM).

En todas estas etapas iniciales el Yo del niño no participa directamente ni es
consciente de lo que pasa. Su primer contacto consciente con el cuerpo se produce
alrededor de los dos a tres años de vida, cuando el niño usa la palabra “yo” por
primera vez para referirse a sí mismo. Eso es lo que se llama la “consciencia del yo” y
señala la anidación del cuerpo mental del niño dentro del ambiente de pensamientos y
representaciones que generan los padres, en este caso, particularmente el padre. Este
es un proceso relativamente nuevo dentro de la evolución humana, que en ningún
caso tiene el desarrollo y perfección que se ve en los planos físico, etérico y astral. El
Yo Humano todavía no encarna en propiedad en su vehículo corporal y solo lo hace a
través de este cuerpo mental, que como los hilos de una marioneta, proyecta en esas
envolturas una actividad que llamamos la personalidad. Este nacimiento del yo de la
personalidad en propiedad ocurre después de los 18 años, que es más o menos la edad
que todas las culturas antiguas consideraban al hombre con la madurez para ser
autónomo y con derechos dentro de la tribu más allá de su familia.

Resumiendo, hemos visto que el cuerpo físico requiere 9 meses para nacer al
mundo, el cuerpo etérico necesita 6 a 7 años para esa misma formación, el astral 12 a
14 años y el mental con el yo de la personalidad toman 18 a 20 años. Pero una vez que
se han formado y desprendido de las envolturas o involucros de sus progenitores,
viene todo el proceso de apropiación, es decir, que el Yo Humano o la esencia
espiritual de ese ser, de manera autónoma los pueda usar como su instrumento de
aprendizaje y progreso en el mundo. Volviendo a la imagen de la marioneta, la
apropiación es la habilidad que se adquiere para mover los hilos de tal modo que la
figura exprese fielmente lo que el operador quiere. El espíritu humano está por sobre
las relaciones temporales y solo busca oportunidades de apropiación y progreso a

60
través de su interacción con su instrumento corporal. En este proceso de apropiación
es donde toma vigencia la necesidad de educar al niño para que su verdadera esencia
espiritual salga al mundo y se exprese en su real naturaleza, y que será lo que veremos
con más detalle en los siguientes capítulos.

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Un problema epistemológico


¿Por qué si somos en esencia seres espirituales no tenemos consciencia de ello?
¿Por qué negamos el alma y el espíritu y se nos hace tan difícil aceptar lo que ocurre al
otro lado del umbral?

Ello obedece a la particular manera que tenemos para conocer el mundo.
Cuando el ser humano comió del fruto del Árbol del Conocimiento, se vio precipitado
en una dicotomía donde la realidad se le manifiesta por dos vías: la percepción de los
fenómenos que le entregan los órganos de los sentidos y las ideas o conceptos que
esclarecen lo percibido. Estas ideas son “elaboradas” en la mente y al producirse la
síntesis de ciertos fenómenos con las ideas correspondientes, tenemos como
resultado el conocimiento de una parte de la realidad.

El mundo fenoménico se nos aparece en una totalidad que se percibe
simultáneamente por todos los órganos de los sentidos. En su esencia más pura, sin
que todavía surjan los conceptos que van cribando y ordenando la percepción
sensoria, nos llegan estímulos de toda índole sin relación aparente entre uno y otro, es
decir, sin una significación que los integre. Por ejemplo, si vamos en un paseo,
mientras me desplazo voy viendo todo tipo de formas, colores, movimientos, escucho
sonidos de los más diversos, desde el canto de los pájaros, hasta mi respiración, siento
la brisa que toca mi cara, tal vez un calzado o una prenda que me molesta, la
temperatura fría o caliente del entorno, una sensación de hambre o sed, me llegan
olores de todo tipo, me comienza a pesar lo escarpado del camino, etc., etc.

Esta es una experiencia que no se tolera mucho tiempo y desde el pensar viene
la focalización en algunos de esos estímulos y el apagamiento del resto, con lo cual
alcanzo un cierto significado coherente de esa parte de la realidad que aislé con mi
atención. Si de repente vi una planta con una hermosa flor que me produce un deleite,
en ese momento me olvido de todo el resto de los estímulos que vienen del entorno y
de mi propio cuerpo, y todo mi ser se une en la experiencia de esa planta y su flor. Tal
vez ya conozca su nombre y sus características botánicas, lo cual contribuye a
aumentar la satisfacción de la experiencia, reforzando un conocimiento que ya tenía.
Si es la primera vez que me encuentro con un ejemplar así, me entra la inquietud por
saber de qué se trata y de alguna manera u otra me las voy a ingeniar por identificar y
conocer más de esa planta.

Por tanto, en nuestra actividad cognoscente vamos al mundo donde nos
encontramos con objetos, actividades, otros seres humanos, en fin, fenómenos de toda
índole. En la medida que ellos llaman mi atención, de inmediato surge un concepto o
una idea que los explica e integra con lo que guardo en la memoria y mi curiosidad se
calma y salta a otro fenómeno en un flujo que dura mientras tenga la consciencia
despierta. Si aparece un objeto extraño que nunca había visto u ocurre un hecho
inaudito, de inmediato mi pensar es tomado por esta percepción y se siente acicateado

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a elucubrar ideas o plantear hipótesis que de alguna manera le den un significado
razonable a lo percibido. Si esa relación que se estableció es correcta, en el sentido
que es congruente con el resto de las ideas que guardo en mi memoria, cesa la tensión
y muchas veces con un suspiro de alivio abandonamos el asunto y nuestra atención
se va a focalizar en nuevos fenómenos que nos siguen llegando por todos los sentidos.
La percepción sensorial se da de manera automática y fidedigna en la medida que
tengamos órganos de los sentidos sanos, de allí la importancia de cuidar el
crecimiento y desarrollo de un niño en sus primeros años para que esta parte de su
organismo se despliegue en toda su potencialidad.

La segunda parte, la elaboración de los conceptos o ideas es adquirido
activamente, es la parte que se aprende. Por ejemplo, si vemos las manchas negras en
el dibujo plano que está más abajo, una persona que no tenga ninguna idea
preconcebida al mirarlas, como es el caso de un niño de dos años, ¡solo percibirá
manchas negras! Pero una persona mayor que tenga interiorizado el concepto del
cubo, va a descubrir en esas manchas la figura tridimensional de un cubo.



Así es con toda nuestra aproximación a la realidad. Cada uno la va
construyendo activamente de acuerdo a su madurez neurológica y a las ideas que ha
ido aprehendiendo con anterioridad, las que constituyen los particulares cuerpos de
memoria o creencias. Es decir, la realidad que percibimos permanecería caótica y sin
significado si no le damos un orden y estructura según nuestros conocimientos
previos o cuerpos de creencias que guardamos en la memoria. En otras palabras, en el
hombre adulto, la percepción y la formación de la realidad no es mas que la
proyección de los pensamientos particulares que hemos decidido como válidos para
mirar el mundo. Cuando tomemos plena consciencia de este hecho, vamos a
comprender en toda su plenitud la alegoría de la caverna de Platón.

Si vamos en un paseo por el sur del país y miramos los cerros, vemos cerros
verdes cubiertos de árboles. Desde muy temprana edad aprendimos los conceptos de
cerro y árbol, pero si nos hemos ido cultivando con el tiempo, podremos ser más
acuciosos y reconocer distintos tipos de árboles, como alerces, mañíos, raulíes,
coihues, etc. Por tanto, si bien dos personas pueden estar observando lo mismo, ven
dos realidades distintas porque cada una guarda conocimientos distintos en su
memoria que proyecta para interpretar el mundo de los fenómenos. A este mundo

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conceptual debemos agregar además las creencias, prejuicios, motivaciones, simpatías
y antipatías, emociones negativas como el miedo, odio u otras, que hemos ido
acumulando a lo largo de la vida, todo lo cual ha ido conformando nuestra singular
mirada del mundo. En esta dinámica radica la causa de todas las discrepancias que
surgen entre las personas, cuando se aproximan a la naturaleza de las cosas o a la
realidad que los rodea y deben ponerse de acuerdo para actuar en concordancia.

¿De donde vienen las ideas y conceptos con las cuales vamos dando un sentido
a lo que nos entregan los órganos de percepción sensorial? Si somos objetivos y nos
sacamos todos los prejuicios, nos daremos cuenta que la inmensa mayoría de las ideas
que concebimos, por no decir todas, nos vienen de la educación que recibimos desde
temprana edad. Las hemos ido aprendiendo a lo largo de la vida a través de
experiencias propias, de lo que nos enseñaron los adultos encargados de nuestra
educación, de conversaciones con otras personas, de información que leímos en
libros, en Internet, etc. Cuando aparece el fenómeno, obra como un estímulo que
activa nuestra capacidad recordativa y se proyecta el concepto o idea
correspondiente.

El nombrar las cosas, las acciones, las relaciones, etc., de lo que contemplamos
en el mundo, lo hemos ido adquiriendo dentro de un contexto cultural, conformado
por las creencias sustentadas por determinados grupos humanos, que en el fondo no
pasan de ser sesgos de la realidad con muchos prejuicios. Prácticamente todas las
ideas religiosas, políticas, filosóficas, incluso científicas, que constituyen nuestra
mirada de mundo las hemos adquirido por esta vía.

Pero también hay personas que llamamos creativas, que tienen ideas nuevas
con las cuales introducen innovaciones y trastocan los viejos cuerpos de creencias.
Cuando estas ideas nuevas, inéditas, surgen en relación a un fenómeno susceptible de
ser percibido físicamente, las vamos a llamar intuiciones sensorias, para diferenciarlas
de las verdaderas intuiciones que corresponden a la percepción directa de una
realidad superior o espiritual donde las ideas tienen su existencia propia. Esas
ideas originales duermen en todos nosotros, constituyen, en palabras de Platón, una
“reminiscencia” de la realidad última donde vivía el alma humana antes de encarnar, y
que Kant las reconoció como los “juicios sintéticos a priori”, que esperan ese momento
de tensión frente a una percepción del mundo para emerger. De esa dimensión
superior de la realidad venía el daimon que inspiraba a Sócrates con su sabiduría, de
allí que algunos autores modernos hablan de realidad daimónica o la nombran con
eufemismos como mente participativa, consciencia imaginativa, inconsciente
colectivo, etc., palabras que son aceptadas desde las convenciones de la ciencia que no
habla de espíritu ni de alma.

Estas ideas originales son excepcionales en la gran mayoría de las personas que
han sido educadas desde el sistema tradicional, el cual se basa en la entrega y
memorización de información para responder de manera eficiente y rápida cuando se
requiera su aplicación, y que en el fondo no deja de ser una forma de entrenamiento o
adoctrinamiento sutil. Si somos sinceros y objetivos vamos a reconocer que todas las

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crisis que vivimos en el mundo todos los días, surgen del choque de los cuerpos de
creencias que la gente sustenta. Esas creencias pueden aparecer como nacionalismos,
doctrinas religiosas, ideologías, principios filosóficos, enseñanzas esotéricas, trending
topics o tendencias de moda en un momento dado. Si bien todas esas ideas se iniciaron
en alguien que sí tuvo una intuición original, después son aceptadas por simpatía y
porque concuerdan y refuerzan los moldes de pensamiento que se guardan en la
memoria. Del mismo modo pueden ser rechazadas por antipatía o porque están en
desacuerdo con lo que guardo en la memoria. En este último caso se establece una
polaridad que es la fuente de todos los conflictos que vivimos a diario en el mundo!

El ser humano cuando nace, llega a este mundo sin conceptos, sin formas de
pensamiento. Entra al mundo en un total asombro donde tendrá que aprender todo,
absolutamente dependiente de sus progenitores y adultos que lo cuidan y educan. En
una primera etapa comienza a nombrar los objetos de percepción de su entorno,
comenzando por “mamá” y “papá”. Después a relacionarlos a través de actividades. Si
escuchó el ruido de un motor de auto que ya identifica, podrá exclamar “¡papá!”. En
esa primera etapa puede usar una misma palabra con múltiples acepciones, como
“papa” que puede significar “tengo hambre”, “mamadera”, “leche”, “comida”, etc.,
según el contexto donde la exprese. A medida que progresa, va aumentando su
vocabulario y las relaciones que establece entre los conceptos aprendidos y con ello
comienza a incorporar un idioma y formas de pensar que son características de una
cultura y época dada. Esas formas de interpretar la realidad forman parte del acerbo
cultural que es transmitido al menor por los adultos que se relacionan con él. Esto va
modelando una mentalidad colectiva. Por ejemplo, pensamos en la vida como un
espacio de lucha por la subsistencia, donde el más apto se impone a los menos
capacitados, siguiendo el dogma darwiniano. Pero podemos construir una
aproximación distinta si observamos la naturaleza sin los prejuicios emanados de las
teorías evolutivas en boga, y miramos que hay un equilibrio donde todos son
necesarios y se puede entender desde la cooperación, la entrega y el sacrificio, como
un gran organismo que requiere de todas sus partes para sobrevivir. Cambiar el
modelo de lucha competitiva por uno de sabia cooperación amorosa de este mundo,
que es nuestro hogar donde aprendemos el camino de retorno a lo espiritual, va a
depender de cómo eduquemos a las nuevas generaciones.

En este proceso cognitivo se va desarrollando también la capacidad recordativa
o memoria. Todos nosotros podemos retrotraernos en el tiempo y evocar recuerdos
de distintas etapas de nuestra vida. Sin embargo surge un momento en el pasado a
partir del cual ya no somos capaces de recordar nada para atrás. En casi todos los
seres humanos ese punto se ubica entre los dos a tres años de edad, que es cuando
comenzamos a pensar. Si hay recuerdos que vienen de etapas más precoces, por lo
general se deben a que se han acompañado de un carácter traumático para la vivencia
del niño.

Pero hay un hecho muy importante y que toda persona que ha tenido la
experiencia de criar hijos en sus primeros años no deja de asombrarse.
Los niños antes de aprender a hablar y pensar sí pueden tener ideas y demostraciones

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de genialidad que emocionan hasta las lágrimas a sus padres, quienes muchas veces
exclaman: “¡Mi hijo es un genio!” Incluso estos atisbos se pueden presentar
en niños que después van a manifestar características del espectro autista, por ello
muchos padres dicen “¡pero si mi hijo antes era normal!” Por ejemplo, una madre que
busca afanosa algo que necesita y no lo encuentra como el celular o las llaves de la
casa, de pronto el hijo que ya aprendió a caminar pero todavía no habla, sale
corriendo y vuelve con su chupete en la boca y las llaves o el celular en la mano. A esa
edad es capaz de “percibir” el pensamiento de su madre, al igual como sabe
perfectamente el estado de ánimo que ella trae desde el trabajo, incluso antes de que
llegue a casa, y comienza a comportarse en concordancia con ese estado. También es
maravilloso ver como más adelante aprenden la lengua materna. Solo escuchando
hablar son capaces de incorporar las reglas gramaticales, las conjugaciones
temporales de los verbos, las concordancias de género y número, etc. Intuitivamente
aplican esas reglas y siempre son motivo de risa y admiración cuando conjugan los
verbos irregulares como regulares, no “cabo” por no “quepo”; o inventan palabras:
“¡Estos zapatos son muy desabrochosos!”.

¿De donde provienen estas ideas? Es obvio que no son enseñadas desde un
contexto cultural. El niño a esa edad está poco conectado aún con su corporalidad, aún
es torpe para moverse en el mundo físico, por lo que su parte anímica espiritual vive
más en la periferia con una mayor consciencia “simbiótica” con el entorno,
especialmente con las personas que ha generado fuertes lazos afectivos. Es por ello
que le “adivina” los pensamientos a la madre y se adapta naturalmente con el espíritu
del idioma. Esta vivencia de la realidad en una dimensión no física, explica también el
hecho de que si se pega fuerte con un mueble, lo golpea de vuelta diciendo “¡tonta
mesa!”. Los amigos imaginarios con quienes juegan en estos primeros años, caen en
esta misma categoría de percepción de una realidad no física.

Estas son las ideas que como “reminiscencias” se bajan desde las dimensiones
del espíritu y entran en la mente, donde se produce su síntesis con la percepción
sensorial generando un conocimiento. El niño en sus primeros años de vida, por esa
constitución particular que lo hace sentirse en una cierta comunión con los planos
superiores de la realidad, va “descubriendo” todo en su incursionar en el mundo y se
maravilla pleno de asombro frente a cada percepción sensorial que va
experimentando. Cuando tenemos una persona que ha sido capaz de conservar esta
habilidad en etapas posteriores de la vida, hablamos que es una persona creativa o
intuitiva. De hecho todos somos capaces en mayor o menor grado de tener intuiciones.
Una madre cuando escucha llorar a su bebé sabe perfectamente la causa del llanto.
Todos hemos tenido ocurrencias geniales en situaciones de stress o exigencia que nos
han permitido superar la contingencia que vivíamos. Son circunstancias donde no
tenemos ninguna idea en nuestra memoria o experiencia que podríamos aplicar frente
a una situación que nos apremia, pero de repente se nos ocurre algo, como una chispa
de genialidad, que no sabemos de donde lo sacamos.

Todos los conceptos que usamos cotidianamente en nuestra vida consciente,
provienen en su origen de una intuición. Si bien aprendimos el concepto “casa” de

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nuestros progenitores, y ellos a su vez de los suyos y así sucesivamente de generación
en generación, hubo alguien quien por primera vez intuyó y conceptualizó un lugar
que le brindaba protección, abrigo, cobijo y encuentro con el grupo, como “casa” u
“hogar”, sin importar que esa funcionalidad vivenciada se haya expresado
culturalmente como cueva, choza, ruca, iglú, palafito, o lo que sea y en el idioma que
sea. Más aún, ese concepto de casa u hogar se fue modificando en el tiempo con
nuevas intuiciones que fueron adaptando, transformando y complejizando ese espacio
de tal modo que hoy en día es difícil encontrar una casa igual a otra, reflejándose en
ellas la individualidad del que la habita. Ello muestra que la cultura es algo vivo y
tremendamente dinámico, que espeja y acoge las tendencias que le imprimen los
individuos que participan en ella. Cuando una idea o concepto anida en una cantidad
crítica de individuos dentro de una sociedad, se produce un cambio de las costumbres
frente a una determinada situación de la realidad. Por ejemplo, hace algunos años
atrás estaba el precepto en educación de que “la letra con sangre entra”, lo que daba
lugar a castigos físicos y maltrato infantil. Hoy aparece como algo aberrante en la
mentalidad de muchos, que lo externalizan con “los derechos del niño” y se dictan
leyes que deben ser aceptadas por todos. Cuando el principio espiritual de amor y
respeto por el prójimo viva en el corazón de la humanidad, no se requerirán esas leyes
ni pautas porque será un comportamiento obvio en la consciencia de todos el ser
congruentes con ese espíritu.

En los albores de la humanidad, el hombre tenía una consciencia semejante a la
del niño en sus primeros años. Es lo que llamaríamos una clarividencia atávica, siendo
la época cuando nace el mito y todas las grandes cosmogonías, ya que la percepción de
esas realidades espirituales era encarnada al lenguaje corriente en grandes imágenes
y símbolos. En medicina surge el chamanismo, fenómeno universal que toma las
mismas concepciones y prácticas en todos los lugares del orbe, no importa que sea en
los bosques de América del Sur, en las estepas siberianas o el desierto de Australia. La
enfermedad sobrevenía porque la conducta del hombre había contravenido los fines
para los cuales había nacido en esta tierra. El chamán o médico brujo se contactaba
con los dioses y espíritus protectores o lares, quienes le mostraban el problema y la
posible solución, que era transmitido al enfermo. Todo el conocimiento de las plantas
comestibles y medicinales proviene de esta época, y es sorprendente constatar que
hay plantas de ubicación cosmopolita, como el diente de león (Taraxacum officinale),
que en todas las culturas era identificado como un remedio para estimular las
funciones digestivas del hígado, ¡esto puesto en los términos que usamos hoy en día!
Lo mismo se puede decir del simbolismo que asignamos a otras, como la rosa, la
malva, etc… ¡Todos “percibían” lo mismo!

En esos tiempos primigenios, había una particular forma de ir a la naturaleza y
descubrir sus secretos, lo que era trasmitido por tradición oral desde el preceptor al
aprendiz hasta la época de la cultura griega, cuando comienza a plasmarse de manera
regular esta información en libros, que constituyen la “memoria” de una realidad que
se iba difuminando. Con el auge de la cultura griega se marca la declinación y
desaparecimiento de la clarividencia del hombre. Son sólo algunos que en los
acontecimientos del mundo pueden ver la realidad espiritual que pulsa tras ellos y les

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brinda todo su significado. Cuando Homero describe en su Ilíada la guerra de Troya, la
existencia de los hombres y la de los dioses aparecen totalmente interpenetradas.
Ambas viven en la consciencia de Homero. De igual modo Hipócrates, como buen
médico Asclepíades, heredero de una medicina centaurea, era capaz de comprender
esa realidad sutil desde donde se generaba la enfermedad. Ya no era capaz de
intervenir directamente en ella como el médico chaman o el sacerdote en el templo,
pero sí podía ayudar con su razón a generar las mejores condiciones para que esas
fuerzas espirituales volvieran a reequilibrarse y restablecer la salud. Pero para tener
esa capacidad el griego de entonces debía hacer un camino iniciático que se impartía
en los Templos de Misterio. Sin embargo, la constitución y estructura del hombre de
ese periodo histórico, hacía difícil despertar esa facultad perceptiva, y ese mundo tras
los sentidos aparecía como algo más bien sombrío y tenebroso.

Es por ello que frente a este ocaso de la percepción de la realidad última, los
griegos comienzan a verter en libros todas las imágenes e inspiraciones que les
llegaban de esa sabiduría milenaria. Con ellos llegan a su fin las grandes concepciones
mitológicas y religiosas y nace la filosofía. Tener consciencia de este tránsito y
aceptarlo genera enormes conflictos en el alma humana, que son del mismo tenor que
los del niño cuando debe aceptar la realidad literal chata que le inculcan los adultos
que se preocupan por sus características tan fantasiosas y su afición a jugar con
amigos imaginarios.

Aristóteles por medio de la lógica, establece las reglas para llegar a lo correcto
a partir del lenguaje mismo, no desde esa realidad espiritual que nos posibilita
alcanzar la verdad última que es el Bien en la mirada de Platón. ¡Un cambio de
consciencia dramático desde el maestro a su discípulo! De ahí para adelante el hombre
inicia ese camino hasta la consciencia moderna donde solo lo perceptible por los
órganos de los sentidos y los instrumentos que afinan esa percepción, es válido, lo cual
llega a mi mente como una representación, teniendo la convicción de que soy yo el que
genero los conceptos e ideas que asocio a esa representación de lo percibido. Ya no es
la vivencia del antiguo que veía en la planta no solo su apariencia física de forma,
color, aroma, etc., sino también el “genio” inherente a ella que le enseñaba para qué
servía. Esta cualidad de “sombra” o maya de los pensamientos que tiene el hombre en
la actualidad, hace que al final los considera como meros nombres que asignamos por
convención. El mundo del espíritu y de los dioses no tiene cabida en este contexto, o
en el mejor de los casos, Dios y sus designios quedarían fuera del alcance de la
inteligencia humana.

¿Cómo podremos alcanzar esa certeza en el mundo de las ideas que tenía
Platón?, ¿Cómo podemos liberarnos de las cadenas que nos atan al fondo de la caverna
y no nos permiten volvernos hacia la luz? De algún modo la humanidad ya comenzó a
recorrer un camino en esa dirección. El rescate y auge de técnicas antiquísimas para
tener acceso a las realidades suprasensibles es algo que está en boga en todo el
mundo moderno. Por la particular estructura del hombre en la actualidad, muy
centrado en el intelecto, el camino que se impone como natural es el meditativo.

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El primer gran paso es ordenar el pensamiento, de modo que toda digresión y
salto que se produce en la concatenación de una idea a otra quede supeditada a una
voluntad ordenadora. Con el tiempo se coloca un pensamiento en el foco de la
atención, de preferencia un pensamiento puro que no tenga una contraparte concreta
en el mundo de los sentidos. A través del fortalecimiento de ese pensar, llega el
momento que ese pensamiento es “percibido” como una unidad armónica con
absoluta concordancia interna, independiente de mi propio pensar. En nuestra cultura
occidental el primero que dio ese paso como un ejemplo paradigmático que nos señala
un camino, fue Goethe. Contemplando el mundo de las plantas, con todos sus
fenómenos vitales y sus procesos de crecimiento y desarrollo, llegó al arquetipo de la
planta original, desde la cual se pueden comprender todas las plantas que existen y
sus variaciones. Más aún, se puede llegar incluso a encontrar nuevas variaciones que
todavía no se manifiestan en la materialidad del reino vegetal. Cuando explicaba estas
conclusiones a su amigo Schiller, éste desde su pensar intelectual pulcro y
esquemático le contesta: “Pero esas no son más que ideas!”,… “¡Pero esas ideas yo las
veo!” replicó Goethe.

Goethe le muestra a la humanidad el gran paso que debe dar como imperativo
cognitivo del presente: alcanzar nuevamente la “percepción” de esa realidad que en el
curso de la historia ha llegado a ser una mera creencia que debe superarse por
“infantil”.

Si hemos comprendido bien cómo se da el proceso cognitivo, nos daremos
cuenta perfectamente lo nocivo que pueden ser nuestros hábitos pedagógicos de estar
siempre explicando la realidad cotidiana al niño, donde apelamos en exceso a la
memoria y lo bombardeamos con juicios que tienen que ver con nuestras propias
falencias y miedos. El ideal es dejar que el niño vaya libremente a descubrir el mundo,
que él encuentre los conceptos y llegue a sus propias conclusiones. El verdadero
educador lo acompañará con preguntas o gestos de estímulo para favorecer esa
exploración del mundo desde el asombro y establecer las relaciones correctas entre
los hechos que va encontrando. Esa era la mayéutica o método socrático que a través
de preguntas se encaminaba al alumno hacia el conocimiento. La madre de Sócrates
era partera y éste tomo la palabra mayéutica, que en griego significaba “el arte de
hacer nacer bebés” y lo reorientó a la filosofía como “el arte de hacer nacer la luz en el
pensar humano”.

Si nos cuidamos de no ser indicativos con nuestros hijos y más que hablarles
nos dedicamos a “escucharlos”, de ayudarlos a encontrar por ellos mismos respuestas
a sus intereses, los estaremos iniciando en ese largo camino del “conócete a ti mismo”
donde serán creativos y se encontrarán irremediablemente con su esencia
espiritual. En los primeros años de vida de todo ser humano se manifiesta con mucha
claridad y fuerza ese interés o motivación por conocer la realidad, que es una
característica privativa y universal del espíritu, que si somos objetivos, nos daremos
cuenta que en ese ir al mundo se encuentran íntimamente unidos el afán de conocer
con una necesidad de expresar activamente su voluntad. Esta característica del
niño es como una semilla, que si la cuidamos de manera apropiada, va a brotar en las

69
etapas maduras de la vida como una tekné, como un arte de hacer las cosas
creativamente, sabiendo por qué las hace.










































70
La educación como camino a la libertad


Si vivimos con plena consciencia el día a día, cuidando de no repetir
automáticamente los pensamientos que nos llegan de la memoria, sino por el
contrario, frente a los hechos cotidianos nos abstenemos de emitir juicios, tratamos de
no llegar de inmediato a conclusiones consabidas ni de repetir las mismas ideas
clichés y nos damos el tiempo para asombrarnos frente al fenómeno, veremos que
comienzan a aparecer otras explicaciones y pensamientos que alumbran los enigmas
de la vida.

Si cultivamos la objetividad con nosotros mismos, es decir, aprendemos a
mirarnos con la misma imparcialidad y espíritu crítico con que analizamos a los
demás, nos iremos dando cuenta que las ideas y puntos de vista que sustentan otros,
no son tan descabellados ni contradictorios con los míos. Mirado desde una
panorámica amplia y una perspectiva superior, las aparentes contradicciones
comienzan a desaparecer y llegamos a la conclusión que ellas obedecen solo a la
estrechez de nuestra mirada. Si ilustramos esta situación con un ejemplo muy simple,
nos quedará claro lo que se dice. Si tenemos un árbol y a su lado un perro
descansando, desde cierta perspectiva una persona verá que el perro se encuentra a la
derecha del árbol. Si viene otro observador desde la dirección contraria, al perro lo
verá en el lado izquierdo del árbol. Una tercera persona que se aproxima de manera
perpendicular a la situación descrita verá al perro por delante del árbol, y una cuarta
desde la dirección opuesta a la del tercer observador lo verá detrás del árbol. Solo si
tomamos una altura adecuada nos haremos la imagen completa de la situación
descubriendo que cada aseveración es correcta desde su propia perspectiva, siendo
cada una complementaria con la otra para construir una imagen completa de esa
realidad en particular. Desde este ejemplo podemos comprender la aseveración de
que a la verdad última se llega con la suma o integración de las verdades parciales que
obedecen a los distintos puntos de vista.

También está ese ejemplo que viene de la antigua sabiduría hindú, donde tres
hombres ciegos se acercan a un elefante, uno le toca la cola, otro la oreja y otro una
pierna. Cada uno describe al elefante como una cuerda, un paño o una columna
respectivamente, de acuerdo a los contenidos de la memoria que tiene cada uno, con
los cuales hacen asociaciones semánticas. Esa ceguera para comprender la realidad
como un todo es la que tenemos como seres humanos cuando nos acercamos al
mundo fenoménico con nuestros prejuicios e ideas preconcebidas inculcadas desde
nuestra más tierna edad. En este mismo sentido J L Borquez decía: “La memoria del
hombre forma su propio Edén interior.”

Es fácil entender entonces que esa tendencia que tenemos de mirar las cosas
desde un lado solamente se debe a la educación que recibimos desde nuestra infancia.
Somos moldeados de acuerdo a ciertos juicios, creencias, ideologías y patrones de
conducta que se repiten incansablemente hasta que constituyen un hábito en nuestras

71
vidas, las que en último término nos llevan a separarnos unos de otros. Son
contenidos que abarcan ideas religiosas, filosóficas, políticas, de toda índole, pero
también ciertas formas de conducta social que tienen que ver como nos vestimos, nos
sentamos a la mesa, hablamos con los demás, etc. También todas nuestras simpatías y
antipatías se van determinando por estos patrones que nos llegan desde
afuera. Cuando nos damos cuenta de estos moldes mentales que nos apresan y limitan,
nos toma años de psicoterapia para tratar de liberarnos de ellos y alcanzar cierta
individualidad y autonomía de vida.

Ya se mencionó a Platón con su noción de la reminiscencia (anamnesis), donde
el alma humana despierta de la ilusión del mundo sensorial físico y contempla de
manera directa las ideas fuente del verdadero conocimiento, lo cual era su condición
natural antes de encarnar en la tierra. Desprendiéndonos de la ilusión del ego, que se
forma en base a la memoria asentada en el cuerpo etérico, que Platón llama mnémica,
dejamos de repetir conceptos inculcados a lo largo de la vida y accedemos
directamente al plano de las ideas originales o arquetípicas que rigen la creación. Este
mismo punto es central en la enseñanza de Jiddu Krishnamurti cuando repetía una y
otra vez la necesidad imperiosa de no aceptar ninguna autoridad externa con
imposiciones de ningún tipo, ya que ello impedía que el ser humano se transformara
en la luz de sí mismo. Solo un hombre que se libera de estos condicionamientos puede
aprender, amar y entrar en comunión con sus congéneres

Cuando aprendemos a reflexionar desde el asombro, sin ideas preconcebidas,
nuestra perspectiva del mundo y por ende de la realidad, comienza a ampliarse de tal
manera que comenzamos a acoger muchas ideas nuevas y a aceptar como realidades
ciertas situaciones que nos eran desconocidas del todo o que lejanamente nos
parecían extravagantes.

Una de esas realidades son los conceptos de la reencarnación y el karma. La
reencarnación del espíritu humano a lo largo de muchas vidas sucesivas, cuando lo
consideramos desde la perspectiva superior, obedece a la necesidad de que ese
espíritu vaya ampliando su consciencia y autopercepción a través de múltiples
experiencias que le van enseñando a relacionarse con la corporalidad en todos sus
planos, para así llegar a ser co-creador con los dioses dentro de un plan divino
universal. Lo que ordena y regula esas múltiples experiencias de vidas sucesivas es la
ley del karma que, al igual que un programa académico, organiza las tareas y
oportunidades de aprendizaje que cada alma debe seguir y asumir para su propio
progreso. Hay una enorme sabiduría en esta ley espiritual, que solo la vamos a
comprender correctamente si extendemos la mirada no a una simple vida como es la
tendencia psicoanalítica, sino a muchas vidas para atrás. Es entonces que se
comprende con cierta claridad y justicia la situación tan dispar de los seres humanos a
nuestro alrededor, y desde esa vivencia cultivar la compasión y el espíritu solidario.

Hasta hace pocas décadas atrás, hablar de reencarnación y karma era algo
absolutamente desconocido para el hombre común, sin embargo en pocos años estas
palabras ya son parte del léxico habitual de todas las personas, si bien con distintas

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acepciones y una tendencia a mirarlas con un cierto fatalismo. Podemos encontrar un
parangón con la concepción geocéntrica y su paulatino paso a la teoría heliocéntrica
del universo. Cuando Copérnico transmitió tímidamente la idea de que el sol era el
centro de ese universo que se concebía en el siglo XVI y no la tierra, prácticamente no
tuvo mayor resonancia en sus contemporáneos. Se calcula que no mas de 80 personas
en toda Europa leyeron y acogieron esa idea, hasta que un siglo más tarde, Galileo la
proclamó públicamente. Es de todos conocida la historia de que Galileo se tuvo que
retractar de sus dichos bajo la amenaza de la Inquisición, pero que según la leyenda
habría murmurado para sus adentros: “pero la tierra sigue girando alrededor del sol”.
Poco tiempo antes Giordano Bruno fue ejecutado en la hoguera por llevar la lógica del
pensar hasta extremos que contradecían los dogmas de la Iglesia, entre otros, de que
en el universo habían múltiples sistemas planetarios como el nuestro y de que era
posible que hubiera otras formas de vida similares en la creación.

Si tomamos toda la historia que se ha calculado para el desarrollo de la
humanidad tal como se concibe hoy en día, los hechos recién mencionados ocurrieron
hace muy poco tiempo, sin embargo esas ideas ya se inculcaron en todos nosotros y
hasta los niños de básica saben de que la tierra gira alrededor del sol. Pero si somos
objetivos, nos seguimos moviendo bajo una sensación de geocentrismo muy fuerte.
Organizamos el día según el movimiento aparente del sol en el firmamento, nos
orientamos para navegar según las estrellas del firmamento, incluso vemos nuestra
carta natal y horóscopo como que todavía somos el centro del universo! Más aún,
hemos dado un paso hacia un antropocentrismo extremo en nuestra cultura,
independiente del cosmos, sin mirar la naturaleza a nuestro alrededor, a la que hemos
sustituimos por el reloj digital, el celular, el GPS, los programas computacionales, etc.

De igual manera las ideas de la reencarnación y el karma se han propagado y
hacen sentido en el razonar de muchas personas con gran velocidad. Pero este
fenómeno está recién comenzando. Tendrá que pasar tiempo para que tengan una
validez práctica en nuestra cultura tan materialista y puedan fecundar y renovar
nuestra vida diaria. Toda nuestra organización social, la forma como nos
relacionamos, cómo educamos a nuestros hijos, cómo nos orientamos vitalmente en
nuestra existencia, tendrá que ser replanteada a la luz de esta realidad trascendente
que se abre con estas ideas, que paulatinamente serán una vivencia en la mayoría de
los corazones. Estos conceptos, bien comprendidos y madurados, nos tendrán que
sacar de vuelta del antropocentrismo fundado en el ego, en el cual nos ha metido el
cientificismo moderno. Si seguimos pensando que el cuerpo humano es como una
máquina que se formó por azar, no es posible llevar a cabo una tarea educativa que
merezca tal nombre. Las máquinas se programan, pero no se educan. Solo cuando se
acepte la realidad del espíritu y comprendamos al cuerpo humano como el escenario
donde se actualizan esas influencias, fuerzas formativas e impulsos que vienen de
planos superiores, podremos desarrollar una educación cuyo único objetivo es
despertar en plena consciencia esa chispa divina que pulsa en el interior de todo ser
humano. Solo entonces nos vamos a mover bajo motivaciones propias, independiente
de los dogmas religiosos o científicos, con un espíritu fraterno y de respeto por todo y
todos.

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Otro aspecto importante que va a ir aflorando en la consciencia del ser
humano, que desde su reeducación del pensar se labra un camino hacia una realidad
más trascendente, es que le va a dar cada vez más importancia a la vida que
transcurre durante el sueño. De hecho, para el espíritu es más importante la realidad
del hombre nocturno, mientras duerme, que la vida diurna, del hombre en vigilia. Ya
hemos dicho que lo anímico espiritual para manifestarse debe hacer retroceder la vida
biológica, tiene que producir una cierta destrucción de la organización corporal para
que afloren la consciencia y toda la vida sensible aparejada. Para que ello transcurra
sin grandes repercusiones para la corporalidad, debe sobrevenir de manera rítmica el
sueño, periodo durante el cual lo anímico espiritual se retira del cuerpo permitiendo
su recuperación. Es entonces que esta parte superior, que sale dejando en la cama la
corporalidad sin consciencia, retorna a los planos espirituales correspondientes
donde renueva sus propósitos y tareas de la encarnación pertinente. Por desgracia, al
despertar en la mañana la inmensa mayoría de esas experiencias espirituales se
ofuscan y solo emergen como símbolos en los sueños que recordamos o como
impulsos misteriosos que nos solucionan un problema que nos preocupaba antes de
dormirnos o que nos hacen tomar una decisión importante que resolvemos con
determinación, sin saber las poderosas razones que teníamos para ello.

¿Por qué ocurre este obnubilamiento de la consciencia frente a los hechos
espirituales? En términos generales se puede decir que nuestra esencia espiritual
todavía no es lo suficientemente grande y fuerte para mantener su autoconsciencia al
entrar en el vehículo corporal. Debido a la tentación luciférica nos hundimos en la
materialidad más allá de lo deseado, cayendo en la ilusión de identificarnos con
nuestro cuerpo, donde encontramos la memoria que nos da la falsa identidad del
hombre diurno con su ego, que en términos psicológicos llamamos la personalidad y
que es tan apreciada por cada uno de nosotros. Cuando vamos a los mundos
espirituales solo se proyecta el Yo Humano y parte de su cuerpo astral, quedando el
cuerpo etérico, que es el cuerpo de la memoria mnémica, en la cama junto al cuerpo
físico. Es como si fuéramos a clases sin un cuaderno de notas y confiamos a la
memoria astral, que es muy volátil, fugaz y confusa, las experiencias espirituales de la
noche. Por esta razón despertamos en la mañana como los hindúes ciegos de la
parábola, relacionándonos con el mundo a través de un estrecho punto de vista dado
por nuestra educación unilateral que se centra exclusivamente en la memoria que se
plasma en nuestro cuerpo etérico. La memoria que es propia del vehículo, se pierde de
una encarnación a la otra, y con ella perdemos todo lo que aprendemos para vivir
exitosamente en la tierra, como el idioma, costumbres y todos los conocimientos y
habilidades que tanto trabajo nos dieron adquirirlos. El espíritu que vive en su
realidad espiritual vive en la intuición, donde conocer, amar y actuar se funden en un
solo acto. Este fue el conflicto del faraón cuando le presentaron la escritura! Se dio
cuenta que los hombres, en vez de esforzarse por alcanzar la vivencia intuitiva de la
realidad, se iban a conformar fácil y cómodamente con los contenidos muertos de la
memoria. ¡Fue un remake de la tentación luciférica!

Esa cualidad efímera de la experiencia espiritual también se comprueba
cuando ella ocurre durante la vida de vigilia: si no anotamos de inmediato las

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impresiones, imágenes o inspiraciones que nos llegan como revelaciones
espirituales o intuiciones, rápidamente se disipan y solo nos queda un dejo de algo
asombroso que ocurrió sin lograr precisar los detalles. Si queremos tenerlas de nuevo,
no podemos recordarlas, pero sí a través de un trabajo interior meditativo bien
dirigido, se pueden generar las condiciones para que ellas sean vivenciables
nuevamente.

De lo dicho hasta aquí, se puede colegir que el objetivo de una buena educación
en los primeros años de la vida, es formar un vehículo corporal que sea dúctil a las
necesidades kármicas que trae ese espíritu en particular que va a encarnar. Para ello
debe desarrollar al máximo las cualidades de cada plano de la corporalidad física,
etérica, astral y mental en armonía con el espíritu, sin cuerpos de memoria o creencias
que lo constriñan en su autopercepción. Si el niño en esas etapas ha logrado plasmar y
actualizar su propio bagaje espiritual en su corporalidad, esa vivencia amplia y
sincrónica con el universo que tendrá de sí mismo, va a aflorar como una realidad
espiritual plena en su mayoría de edad, donde tomará la responsabilidad de su
autoeducación con la consciencia que empieza a despuntar como hombre nocturno. Si
mantenemos este punto de vista en consideración, vamos a comprender en su
verdadero sentido la frase tantas veces repetida de que educar es también un camino
hacia la libertad. Quien mejor desarrolló esta idea fue Rudolf Steiner, cuyo
pensamiento lo podemos sintetizar en el siguiente extracto: “Ser libre significa ser
capaz de pensar los pensamientos propios –no los pensamientos únicamente
corporales o de la sociedad, sino aquellos (pensamientos) generados por nuestro ser
más íntimo y profundo, original, más esencial y espiritual, nuestra individualidad…”

En la actualidad son pocas las personas que alcanzan este ideal a cabalidad y el
principal obstáculo para ello son los dogmas de todo tipo que cercenan la mirada
frente al mundo. ¡Sólo veo lo que mi cuerpo de creencias proyecta en el acontecer del
mundo, construyendo una percepción fragmentada de la realidad! Nuestra sociedad
actual está limitada por los dogmas científicos que se han construido a partir de una
percepción totalmente material con exclusión de todo aquello que no sea susceptible
de ser comprobado a través de los órganos sensoriales físicos o de los instrumentos
que los magnifican o precisan. Más aún, a lo largo del tiempo se ha ido dando un
reduccionismo en esta mirada científica de lo cual no somos plenamente conscientes.
Ya vimos como en la educación este reduccionismo nos llevó del preceptor, al rhetor
para terminar ahora en el doctor. También mencionamos este fenómeno cercenado de
la realidad en otras áreas de la actividad humana como la medicina y en prácticas tan
cotidianas como ver la hora.

Una educación que tenga como propósito despertar al espíritu que se cierne en
todo niño, debe tomar como guía esos tres ideales platónicos, la Bondad, la Belleza y la
Verdad como el faro que dará todo el sentido a la vida. Estos ideales deben vivir con
plena consciencia en el educador, de modo que el niño bajo su responsabilidad tenga
la experiencia siempre presente de estas cualidades que son propias del plano
espiritual, más allá de las sombras que proyectan las ideologías, creencias o
convenciones del plano físico.

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Si el niño desde un comienzo experimenta la libertad de moverse en el mundo
con plena seguridad, porque este mundo es bueno, y luego encuentra que este mundo
también es bello, al final de su período educativo, cuando desarrolle un pensar propio,
individualizado, producto de una movilidad anímica igualmente libre, no estará
constreñido por creencias ni por dictámenes que provengan de otros.

La Bondad, que es actividad, compromiso, me pregunta qué puedo hacer por el
otro, cómo hago este mundo mejor. La Belleza nace en la armonía de las relaciones
con el mundo y con los demás. La Verdad se alcanza al unirnos con la sabiduría
operante en la creación. Si este recorrido lo hacemos con un genuino interés por el
futuro de ese pequeño ser bajo nuestro cuidado, se llega en definitiva al Amor. En ese
proceso todos progresamos y seremos capaces de trabajar con sentido pleno, amor y
creatividad frente a las desafíos que se nos presentan en la vida, sin esperar que las
soluciones vengan del gobierno, de los economistas o de algún laureado con el premio
Nobel. En definitiva ¡libres!

En síntesis, el sentido de la vida, y por ende de la educación, es caminar hacia la
libertad, la búsqueda de la verdad, la armonía del encuentro relacional y la creatividad
frente a los desafíos que se nos presentan. Ello solo será posible si lo espiritual que
pulsa en el alma de todo niño logra ser conservado y alimentado para su plena
expresión el día de mañana.

“Libre es quien se ha liberado de sus propias creencias”






















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Primeros años: Despertando la voluntad


En los momentos que un niño sale del útero de la madre y realiza su primera
inspiración de aire, se lleva a cabo uno de los actos más trascendentes de la vida sobre
la tierra: el espíritu de ese niño toma posesión de esa corporalidad que los padres le
prepararon y que se fue formando sabiamente durante 9 meses en el vientre materno.
Ese espíritu divino, que proviene de las vastas y luminosas realidades propias de esas
dimensiones espirituales con las que es connatural, se constriñe y “despierta” en ese
cuerpo de carne y huesos, con el firme propósito de ganar nuevas experiencias como
un ser encarnado, requisito absoluto para su progreso como ser espiritual.

El primer y enorme desafío que se le plantea a ese espíritu humano que acaba
de llegar al mundo es hacer suyo ese cuerpo físico como un instrumento que le sirva
para aprehender esa nueva realidad que se le abre a los ojos y con ello colocar su
voluntad con propósito en este mundo, que no es otra cosa que cumplir con el destino
que se fijó para esta nueva encarnación. En esos primeros instantes, que se vivencia
por primera vez separado de su “patria espiritual”, va a tener las primeras
sensaciones y experiencias dentro de esa corporalidad que le ofrecen los padres. Es
una etapa de mucha confusión, de consternación para el espíritu, donde comienzan a
perfilarse en la consciencia con fuerza creciente las intenciones amorosas de los
adultos que lo trajeron al mundo y que se aprestan solícitos a acompañarlo y cuidarlo
en este tránsito tan difícil.

Esa atmósfera amorosa de la familia que rodea a ese niño que acaba de llegar,
va a ser el gran estímulo para que esa alma se apropie voluntariosamente de su
corporalidad, y vaya logrando en el futuro cada hito del crecimiento y desarrollo que
se describe en los libros de psicología evolutiva. No vamos a entrar en mayores
detalles en la descripción de todas las capacidades que se van despertando en estos
primeros meses y años de vida, ya que ello ya ha sido ampliamente descrito por
numerosos autores, sin embargo vamos a contemplar tres grandes logros que realiza
toda alma humana en su camino para llegar a ser un hombre terreno. Son tres
verdaderas hazañas que todo niño es capaz de realizar como expresión de un espíritu
humano que se coloca correctamente en el mundo: el colocarse de pie en torno al año
de vida y comenzar a dar sus primeros pasos explorando el mundo a su alrededor; el
inicio del habla con el que expresa y comparte sus vivencias y necesidades, hecho que
ocurre de manera comprensible cerca de los dos años de vida; y por último, ese
momento cuando el niño se da cuenta que es un “yo”, que tiene su propio mundo
interior con el cual se opone al entorno físico y humano, instante cuando se siembra la
semilla de un pensar propio que tendrá que ir emergiendo en el futuro.

Esos tres grandes hitos, el ponerse de pie y andar, el hablar y el pensar, son
características arquetípicas de un ser poseedor de un espíritu encarnado, que se está
apropiando correctamente de su corporalidad. Nada se le va a equiparar con esa
magnitud y trascendencia en el futuro y todo lo que ese ser va a realizar en su vida por

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delante, no será más que un eco o reminiscencia de estos tres grandes logros llenos
de simbolismo y que representan lo más noble y esencial del ser humano y que
muchas veces no valoramos en toda su magnitud. ¿Y cómo aprende estos tres grandes
logros? Por imitación. Nosotros como padres o educadores no somos muy
conscientes de la importancia trascendental que tenemos en servir de modelos de
imitación a nuestros hijos. Por ejemplo, nuestra postura física y la forma cómo nos
paramos y caminamos será la piedra fundamental desde donde se desplegará más
tarde todo lo que constituyen las características más relevantes de un ser humano,
llegando incluso a su postura moral frente a las exigencias de la vida.

A continuación vamos a ver con mayor detalle cada uno de estos logros.


El andar

Cuando el niño nace no tiene control de sus movimientos ni mayor consciencia
de su corporalidad. De manera natural buscamos encontrarnos con él a través de sus
ojitos y su mirada. En ellos vamos a encontrar las primeras y tenues manifestaciones
de lo espiritual en el niño, por algo desde antiguo se dice que “los ojos son la ventana
del alma”. A través de ellos fluye esa corriente de amor que brota y busca encontrarse
en una comunión de dicha y sonrisas.

Progresivamente hay una maduración que sigue la dirección del cuerpo desde
la cabeza a los pies: afirma la cabeza, luego el cuello, el tronco y las manos. Las
manitos del niño son el otro aspecto que nos lleva a maravillarnos cada vez que lo
contemplamos: cómo las mira, las mueve, intenta coger algo, las junta en la línea
media frente a sus ojos, todos ejercicios que permiten la integración de su lado
izquierdo con el derecho del cuerpo. En esos gestos va naciendo la consciencia de su
propia corporalidad y la identificación de sí mismo. Por ello en esta etapa entre el mes
y los 5 meses se deben priorizar esos momentos y crear las condiciones para que el
niño se “encuentre” con sus manos y las pueda juntar. Debe permanecer de espaldas y
sin un sobreestímulo de objetos o sonidos que lleven su mirada y atención más allá de
él. En el encuentro de las manos se plasma con toda su fuerza la voluntad del yo
humano, ya que en su habilidad de trabajar juntas van a transformar el mundo a
través del arte y también le van a permitir encontrarse conscientemente con lo divino
por medio de la oración. Las manos y su expresión son lo más humano que tenemos y
de siempre han sido un símbolo de la actividad, la potencia y el dominio, en suma, de
la libertad humana.

De los 5 a 6 meses, cuando el niño necesita afirmar la columna vertebral y
adquirir control de sus piernas, la posición ventral será la más adecuada, hecho que a
esta altura el bebé encontrará por sí mismo: comienza a darse vueltas, reptar, gatear y
finalmente alcanza la posición erguida y se larga a caminar. Es de suma importancia
que todos estos logros los alcance por sí solo, sin la ayuda de andadores, arneses u
otros artefactos que lo mantengan en una postura que no ha sido una conquista
propia. Por esta razón se recomiendan las colchonetas o corralitos para que el niño se

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mueva sin peligro y tome la confianza suficiente que lo impulsa para ir al mundo. En
nuestra vida moderna, con padres que trabajan y tienen que dejar a sus hijos en
guarderías, éstos pasan muchas horas del día inmóviles amarrados a sillas de
transporte o sillas-nido lo que dificulta enormemente el proceso de integración
neurosensorial que todo niño sano debiera tener y con ello la confianza en su relación
con el mundo. Si la madre es aprehensiva, que no deja que su hijo se ensucie en el
suelo o que lo retiene por miedo a que le pase algo, obstaculiza más esa maduración y
sin lugar a dudas van a aparecer problemas del desarrollo en el corto tiempo. En este
sentido es muy importante la experiencia de Emmi Pikler, pediatra austríaca que
trabajó en Budapest después de la Segunda Guerra Mundial, tomando la dirección de
una casa-cuna donde recibían niños con privaciones afectivas dramáticas, propias de
esas circunstancias de post guerra. Ella logra llevar a esos niños a una integración
armoniosa y de gran confianza gracias a la atención amorosa del escaso personal de
que disponían, quienes confiaban en la capacidad que cada niño tenía para generar su
propia actividad según sus intereses, la que era apoyada y estimulada solícitamente
por sus cuidadoras en el momento preciso.

Cuando el niño logra ponerse de pie por primera vez, representa un gran acto
de coraje y perseverancia, cuya trascendencia la podemos ver en la carita de felicidad
y asombro que pone. A partir de ese acto, su relación con el mundo queda
determinada para el resto de la vida. ¡Comienza la conquista del espacio físico, que ha
partido por su propio cuerpo! El eje de su mirada cambia, el tórax comienza a
desarrollarse en la verticalidad al igual que la laringe, y la cavidad bucal se moldea en
la horizontalidad, condiciones fundamentales para el desarrollo del habla.

El niño en esta etapa despliega una energía inagotable. Pareciera que no se
detiene nunca y cansa a todos a su alrededor. Es capaz de caerse cien veces y… ¡las
cien se para y sigue! Todos sus logros motores los adquiere en el movimiento. Ponerse
de pie es una actividad donde están en tensión todos y cada uno de sus músculos que
alcanzan un cierto equilibrio. Dar un paso es romper ese equilibrio que se alcanzó con
tanto esfuerzo y caer al suelo nuevamente. Levantarse y caer se repiten
incansablemente hasta llegar a la madurez del equilibrio en reposo. Ese dominio
corporal tranquilo se conquista después de haberse movido y caído de manera
interminable.

Un fenómeno común de observar hoy en día es la costumbre de colocar a los
niños tempranamente frente al televisor o pantalla. Los departamentos y casas son
chicos, no hay espacio suficiente, los adultos andan apurados y necesitan mantener a
los hijos quietos. Esta es una excelente forma para inhibir la movilidad espontánea
que deben ejercitar los niños en esta etapa de la vida. Se suma el agravante de la
pantalla que reduce la realidad tridimensional a una imagen plana, que engaña la
percepción que el niño debiera ir formando del espacio real y también del transcurso
del tiempo. Muchos de los problemas que presentan después los escolares que no
logran adaptarse a la jornada educativa, se deben precisamente a esta falta de
movimiento y contacto con la realidad natural durante esos primeros años.

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Las condiciones óptimas que un niño requiere para colocarse de pie y tener un
dominio corporal en el movimiento y el reposo, son contar con un espacio adecuado y
con adultos a su alrededor que no solo los cuiden con amor, paciencia e interés, sino
además que ellos mismos estén bien parados en la vida. El niño en sus primeros años,
por sus particulares condiciones perceptivas ve no solo al adulto en una verticalidad
física, sino también percibe su rectitud moral frente a la vida. El niño que tenga a su
alrededor un ser humano íntegro, que le brinda un patrón de imitación digno de
seguir, será capaz de transformar todas las características de adquisición de la postura
erecta en una postura moral frente a la vida, con el coraje de dar muchos primeros
pasos en lo que emprenda hacia delante y la perseverancia de volver a pararse
después de cada caída que sufra.


El habla

Otra característica propia de un ser espiritual encarnado es el impulso a
comunicarse con sus iguales, desarrollando un lenguaje hablado. El niño muestra esta
tendencia a muy temprana edad, estableciendo un vínculo afectivo a través de
miradas, sonrisas, gorjeos o arrullos, cambios de expresiones como el llanto, suspiros,
gritos, etc. Más adelante, alrededor de los 4 a 6 meses, muestra una clara intención
comunicativa a través de balbuceos. Es muy llamativo el hecho de que todos los niños
del mundo, sin importar el contexto cultural y la lengua natural de donde nacieron,
emiten los mismos sonidos en esos primeros meses. Para comprender este fenómeno
es necesario que tomemos en consideración cómo se desarrolla el habla en términos
generales, independiente del idioma que se use.

Se distinguen dos grandes grupos de sonidos en el hablar: los consonánticos y
los vocálicos. El sonido de las consonantes proviene de los fenómenos que el ser
humano ha escuchado en la naturaleza y los ha ido interiorizando. Sin importar el
idioma, ellos suenan más o menos parecido en todas partes, especialmente esos
fonemas que se pronuncian con los labios (bilabiales), por fuera de la cavidad
bucal: “p”, “b” y “m”. Por ello no es de extrañar que para nombrar a la “mamá”, se use
una palabra muy similar en la mayoría de las lenguas del mundo. Esto pone de relieve
también que hay una cierta sabiduría universal que relaciona ciertos sonidos con
determinados significados. En la medida que los sonidos consonánticos se van
interiorizando dentro del aparato fonador, se van diferenciando de manera creciente y
comienzan a aparecer características propias de cada idioma.

Cuando el niño se acerca al año de edad, esos balbuceos van a ir tomando las
características que los identifican con el idioma materno, ya que empiezan a aparecer
de manera progresiva los otros sonidos: dentales, linguales, palatales, velares,
faringales y glotales, tal como se ve en el dibujo que sigue. Por su parte las vocales
siguen el camino inverso según de donde sale cada sonido.

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Los sonidos vocálicos se originan de sensaciones que vienen del mismo cuerpo
humano: la “a” como expresión de asombro, la “o” de temor, la “u” de enfriamiento, la
“e” de protección de algo que me afecta, la “i” de reafirmación personal. Son sonidos
más individuales y por ello cada idioma las pronuncia y las usa de manera distinta. Por
ejemplo el idioma árabe cuenta con solo tres vocales, que pronuncia de manera corta
o larga; el español cuenta con 5 que son siempre iguales, en cambio el inglés o el
francés tienen más de 10 sonidos vocálicos distintos. Es una tarea interesante
establecer la relación de la idiosincrasia de un pueblo, con las particularidades de su
lengua natural, tomando en cuenta esta dinámica del mayor o menor uso de vocales
que surgen de la vivencia anímica de las personas, con esa corriente que conforma las
consonantes desde afuera hacia adentro, y el particular predominio de ciertos sonidos
según los idiomas, como grupos consonánticos complicados que se encuentran en las
lenguas eslavas y la sonoridad llamativa de fonemas linguales palatales como la “r”, o
la pronunciación nasal de las “m” o “n” en francés, o la “h” glotal de los alemanes.

Es divertido escuchar a los niños en su jerga de sonidos donde imitan la
entonación y ritmo del habla de los adultos. De manera prodigiosa se va produciendo
en su segundo año de vida un incremento del uso de las palabras y su habilidad
progresiva para ir combinándolas de acuerdo a la gramática del idioma. Es como si
mágicamente se fueran identificando con el ethos o el espíritu idiosincrático del lugar,
asimilando sus maneras de ser, la prosodia o musicalidad característica de los adultos,
la gestualidad, costumbres, etc. Inicialmente se trata de palabras sueltas, repetitivas,
para nombrar objetos o hechos, luego va adquiriendo cierta fluidez e integración, que
se manifiesta en la capacidad asombrosa para repetir y recordar cantos y rondas. Esa
es una memoria dinámica, que acompaña con el movimiento rítmico, como si de todo
su cuerpo fluyeran las palabras. Mas tarde irá surgiendo el interés por las poesías,
adivinanzas y trabalenguas.

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Tempranamente el habla se coloca al servicio de las intenciones comunicativas
del niño, en una primera instancia para compartir emociones, donde predominan los
gestos por sobre las palabras. Pero alrededor de los dos años ya forma oraciones con
las que expresa sus deseos y necesidades por ello se dice que el habla surge a esa
edad, sin embargo se ve que su génesis viene ya del primer mes de vida. De igual
manera, el niño siempre es capaz de entender mucho más de lo que habla, por lo que
si una madre se preocupa porque su hijo entiende todo lo que le dicen pero no habla,
debe tener paciencia y confianza, porque de un día para otro comenzará a hacerlo.

Al igual que vimos los requisitos para que un niño se ponga de pie y camine,
para que un niño adquiera esta capacidad de comunicarse con otros seres humanos,
es clave que haya adultos que le hablen en su entorno. Esos niños salvajes o ferales,
que han sido criados entre animales, no logran después de cierta edad desarrollar un
habla si no tuvieron contactos humanos significativos en sus primeros años. Para que
el niño desarrolle esta cualidad, ¡es fundamental que haya un adulto que muestre
amor e interés por escucharlo y verlo! El hacer contacto visual interesado y cariñoso,
que lo haga sentir que hay respuesta a sus balbuceos, que detrás de los sonidos y
palabras hay contenidos claramente visualizados e intencionados por el adulto, que
más encima satisfacen las necesidades del menor, no tendrá ninguna dificultad de
encontrarse con el espíritu detrás de las palabras.

Para desarrollar su capacidad de hablar, el niño no solo imita los fonemas, sino
también toda la expresión gestual y la melodía del habla, con su acento, ritmo y
entonación, que en términos lingüísticos se denomina la prosodia. Por esta razón es
importante que los adultos le ofrezcan un buen modelo de habla, bien articulado, con
la forma típica del adulto, usando correctamente la gramática, y lo más importante:
que sea un hablar verídico, donde no solo la gestualidad debe ser concordante con las
emociones y sentimientos que se comunican, sino que también debe haber una
congruencia entre lo que se piensa y se dice, sin “mentiras piadosas” o hipocresías,
que el niño rápidamente aprende a captar y hacen crecer en su corazón la
desconfianza.

Del mismo modo que para la apropiación de la corporalidad física el niño
comienza su dominio desde la cabeza hacia los pies hasta que adquiere la posición
erguida, para el habla el dominio del aparato fonador va de adelante hacia atrás,
comenzando por los labios, siguiendo la lengua, el paladar, hasta llegar a la glotis. Por
esta razón los primeros fonemas de un niño son “m”, “p”, “b” que son labiales y los
últimos en adquirir son la “r”, “g” y “j” que se forman atrás en el paladar. Es así como el
lenguaje va creciendo en vocabulario y haciéndose más complejo en su forma
lingüística, de modo que a los 5 años la mayoría de los niños tiene un dominio que se
acerca mucho al de los adultos que lo rodean. Sin embargo el lenguaje sigue
evolucionando y madurando hasta la pre-adolescencia, cuando va tomando una cierta
individualización que distingue a un individuo de otro dentro del mismo idioma.

Paralelamente al desarrollo del lenguaje como medio de expresión, se va
produciendo el despertar de un mundo propio. El habla ahora comienza a ser

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expresión de una incipiente reflexión interna propia del niño y de una voluntad que se
expresa fuertemente en el encuentro con los demás, hecho que ocurre pasado los dos
años de edad y es cuando se dice que nace el pensar. Empieza a improvisar e inventar
sus propios cantos e historias y es el momento preciso para que los adultos lo
introduzcan en el diálogo, esa respiración del alma donde me encuentro con el otro de
igual a igual. Si se coloca esta semilla adecuadamente, con un hablar cariñoso y una
escucha interesada en una atmósfera de cariño y respeto reverencial, brotarán sus
frutos espontáneamente en los años de la escuela básica. Cuando el habla se ha
desarrollado correctamente, será capaz de expresar toda la dignidad y sentido de vida
que tiene la persona, permitiéndole unirse con otros seres humanos en pensamientos,
sentimientos y voluntad que emanan desde lo más profundo de su ser. El habla crea
un espacio social, genera vínculos entre seres humanos, pero para alcanzar este ideal
de manera correcta el niño no solo debió haber escuchado un hablar correcto y bien
articulado, sino también que todo lo que se dijo era verídico y brotó del corazón de la
persona que tenía al frente como el adulto de referencia. Ya mencionamos que el niño
a esta edad tiene una percepción de la realidad que raya en la clarividencia, por lo que
es extremadamente sensible a la veracidad de lo que se dice. En lo verídico que
escucha y en el interés cariñoso del que le habla, radica toda la fuerza formativa para
que desenvuelva correctamente esa cualidad tan humana.

Desgraciadamente, en nuestro mundo moderno, con un exceso de medios de
comunicación audiovisuales, donde la voz humana es emitida por máquinas sin un yo
real que establezca un vínculo con el niño que escucha, ha ido produciendo un
deterioro enorme en la nobleza del habla y en la calidad de las relaciones humanas.
Nos hemos acostumbrado a hablar sin importarnos mayormente si lo que decimos es
verídico o no. Decir las cosas con verdades a medias, con “mentiras piadosas” o sesgos
interesados, lo que comprobamos a diario en los programas de televisión y radio, es
parte de nuestra cultura cotidiana. El uso masivo de teléfonos celulares,
paradojalmente ha sido un gran atentado para la comunicación real entre los seres
humanos. No se miran a los ojos, se abusa de los mensajes de texto, los
adultos prestan más atención a su teléfono que a los niños que intentan decirles algo.
Con estos nuevos hábitos la gente no se escucha, todos hablan, hay un exceso de
información, que se entrega de manera muy veloz y simultánea. Se ha perdido el ritmo
de hablar y escuchar, que es una transformación anímica del respirar con la salida y
entrada del aire a los pulmones. También hay padres, que conscientes de la
competitividad de este mundo moderno, tratan de enseñarle inglés u otro idioma a su
hijo desde chico, “para que el día de mañana no se sienta menoscabado”. Es
importante que el niño aprenda la lengua madre que sus progenitores habitualmente
usan y con la cual piensan y sueñan! Si uno de los padres aprendió el inglés como
adulto, por ejemplo, debiera abstenerse de hablarle al niño en ese idioma en esos
primeros años, porque solo le agregará confusión y retrasará su habla.

Niños con problemas para adquirir esta capacidad de hablar, han ido creciendo
de manera paralela con la mecanización de nuestra vida y la pérdida de valores
humanos. Un niño va a hablar correctamente si tiene al frente a otro ser humano con
el cual anhela comunicarse, sintiendo que es escuchado y respetado en su particular

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forma de comunicarse como niño, y que a su vez esa persona le responde de manera
tranquila, con el lenguaje normal de adulto, lleno de sinceridad e interés que brota
espontáneamente del corazón. No hay que corregir al niño cuando habla en esos
primeros años, solo hay que preocuparse de ser un buen patrón de imitación, lo más
noble posible. El niño por sí mismo se acercará rápidamente a ese ideal que se le
ofrece con amor y genuino interés.


Pensar

Esta es la capacidad de dar coherencia, significado y orden a todo lo
que nuestros órganos de los sentidos nos aportan como experiencias en la vida. Esta
cualidad humana, el niño la va adquiriendo paulatinamente hasta llegar a la adultez.
En sus primeras etapas la conciencia está puesta afuera, en todo el entorno que
le rodea y la interpretación de esa realidad que percibe va a depender de lo que sus
órganos de los sentidos le entregan y del lenguaje de los adultos a su alrededor. En
otras palabras, ese pensar incipiente del niño está íntimamente ligado a los órganos
de los sentidos y al habla, en un proceso de aprendizaje que es inverso a la forma
habitual que tienen los adultos para aprender. El adulto piensa algo y luego busca las
palabras para expresarlo. En cambio el niño comienza su proceso de aprendizaje a
partir de la percepción sensoria en asombro: todo lo que siente en su propia
corporalidad o percibe de su entorno, lo relaciona en esas primeras etapas con
“mamá” o “papá”, ¡ese es todo su mundo inicial! Ello está dado porque sus
progenitores aún lo envuelven en sus envolturas sutiles, etérica y astral, por lo que su
consciencia se va a mecer entre el placer y la incomodidad, dependiendo de los
mensajes que le llegan de su cuerpo por una parte y del estado anímico de su madre
y/o padre por otra. En los primeros meses la influencia del padre pasa
necesariamente por la madre, dependiendo de la imagen que ella se forma de su
pareja.

Progresivamente ese mundo se va ampliando, papá, hermanos, presta atención
a los sonidos del entorno, comienza a balbucear “mamá”, “papá”, “bebé”, más adelante
a nombrar las cosas, las acciones y los eventos en que se fija. En su relación con los
hermanos o con las personas que constituyen su entorno familiar va aprendiendo
patrones de imitación: ya vimos que para andar y hablar ello es fundamental. También
aquí es gravitante esa influencia, donde en la armonía entre el decir, el hacer y la
consecución de metas de los adultos, se va conformando el mundo valórico de ese
niño, dentro del cual tamizará todo lo que le llegue de afuera en la medida que va
desarrollando su propio pensar.

Otra característica notable en estos primeros años es que el niño todavía no
tiene una consciencia de sí mismo, se percibe en una unidad con todo lo que lo rodea,
y ello es evidente, por ejemplo, en el hecho que no se forma una idea de la distancia y
el espacio: trata de tomar un avión que va pasando en el cielo o una lancha que divisa
en el mar. Por esa razón tampoco tiene consciencia del peligro. Su atención está
puesta en la periferia a la cual viste con su sentir: si una hoja caída la mueve el viento,

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la ve como un animal amenazante; no asocia su sombra con su cuerpo y se complica
porque la tiene pegada! Para él, todo está vivo y dotado de las mismas cualidades que
es capaz de vivenciar en sí mismo. Ese es el pensamiento mágico propio de los pueblos
primitivos y de las primeras culturas humanas que explicaban el mundo desde las
imágenes míticas. Estas cualidades del pensamiento infantil se dan gracias a que su
sistema nervioso, responsable de la interpretación e integración de sus percepciones
sensoriales aún no se encuentra mielinizado, por lo que su pensar no se limita a la
fisiología cerebral y vive en una clarividencia mágica que construye sus pensamientos
en el mundo mismo a su alrededor. Esto es de fundamental importancia a considerar,
ya que los gestos, actitudes y palabras de los adultos lo pueden marcar de forma
indeleble para bien o para mal. ¡Las palabras de los adultos le construyen su realidad!
¡De igual modo sus actitudes y gestos! Es por esta apertura al mundo que son capaces
de imitar y repetir todo lo que perciben, lo que explica también esa gran movilidad
que tienen en sus juegos de asumir distintos roles de “papá”, “profesora”, “león”, etc.
Por ello en esta etapa hay que cuidar mucho los juicios que se emiten en su presencia,
los contenidos que se le transmiten, las conductas que se muestran delante de él, la
cualidad de los sentimientos que se abrigan, ya que gracias a su “pensar mágico”, que
se focaliza en las envolturas etéricas y astral de los padres, y en el mundo circundante
hasta donde irradian, captan completamente las sutilezas anímicas de los que lo
rodean, siendo extraordinariamente sensibles a todos esos aspectos negativos que su
naturaleza espiritual no encuentra afín. Esta es una de las causas principales por la
cual los niños de hoy experimentan serios trastornos para dormir profundo en las
noches. Todas esas experiencias diurnas que violentaron su delicada naturaleza
espiritual, quedan “pegadas” en sus cuerpos sutiles actuando como anclajes que
impiden a su alma volver a los planos espirituales durante el sueño.

Ese mundo imaginario está dado en un principio por los estímulos que el niño
recibe del mundo y es muy cambiante en el tiempo. En la medida que va madurando,
se va formando un universo de fantasía propio, como el que ha sido magistralmente
descrito por Bill Watterson en la década del 80 – 90, con su tira cómica “Calvin y
Hobbes”. El personaje central es un niño de 6 años, Calvin, que vive en esa fantasía
creadora con su modesto oso de peluche, (a los ojos de los adultos), pero que para él
es Hobbes, un enorme tigre con quien vive su propio mundo de aventuras lleno de
emociones. Este mundo imaginativo fantasioso que construye el niño en esta etapa de
la vida, que es una transformación de la realidad sensible, aparece muchas veces como
una oposición y vía de escape de la realidad que viven e imponen los adultos. Con la
llegada de la adolescencia se comienza a superar esta tendencia fantasiosa, aunque de
manera normal puede aparecer en la etapa adulta cuando por momentos nos
sumergimos en ensoñaciones pictóricas donde superamos las frustraciones o nos
imaginamos alcanzando grandes anhelos y deseos incumplidos.

En este caminar hacia el mundo, inevitablemente se van a producir choques,
con los adultos que lo limitan, con sus pares que se sienten tan “floreros” o “centros de
mesa” como él, con la materialidad física que le pone barreras, etc. En un determinado
momento, que ocurre entre los 2 a 3 años, experimenta una epifanía en su consciencia,
dándose cuenta que él es distinto al resto, comenzando a colocarse en una dualidad

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frente a la realidad, lo que se pone en evidencia al llamarse por primera vez “yo” a sí
mismo. Este es un momento trascendente en la vida de toda persona, porque significa
el despertar de la propia autoconciencia. A partir de ese momento es capaz de tener
sus primeros recuerdos conscientes, recuerdos que no vienen gatillados por un
estímulo externo, ni por una palabra, sino afloran espontáneamente en ciertos
momentos de quietud interior y despunta la capacidad de seguir elaborando
pensamientos imaginativos en torno a ese recuerdo. En otras palabras, comienza a
construir un espacio interior, su propio mundo interno que irá gestando hasta el
último día de su vida y que va a constituir ese hilo biográfico fundamentado en la
memoria. También ese momento de epifanía la tuvimos todos como humanidad en
un pasado no muy remoto, el cual fue el punto de partida de la filosofía, el arte, la
ciencia y la religión, cuando evolutivamente tomamos consciencia de nuestro propio
mundo interno que se contrastaba con una realidad exterior que no comprendíamos.

Antes de que el niño se de cuenta de que es distinto al mundo que percibe,
sintiéndose en una dualidad de sujeto/objeto frente a ese realidad, se sentía como
parte de un todo externo, observándose a sí mismo igual como observa los otros
objetos de percepción: “Pablito se cayó”. Como la gran mayoría de los niños logra un
cierto dominio del lenguaje después de los dos años, y esta consciencia del yo se ha
ido adelantando hoy en día, no nos damos cuenta de su manera de vivenciarse a sí
mismos en tercera persona, y parecieran que parten de inmediato con su
actitud dualista u oposicionista desde esa consciencia del yo: “yo como solo”, “yo
quiero eso”, etc. Con esto comienzan a tomar sus propias decisiones y a mostrar sus
preferencias, por ello se dice que a esta edad nace el verdadero pensar y también se
forman los primeros recuerdos que perduran toda la vida.

Cuando observamos el juego de un niño en sus primeras etapas, antes de tener
una autoconciencia y cierto desarrollo de la memoria, vemos que se centra en el
vivenciarse en el movimiento: se mueve incansablemente y repite una y otra vez las
mismas acciones, como subirse a un banco, mecerse en un columpio, armar torres de
objetos que a continuación desarma y vuelve a armar, etc. Cada momento para él es
algo nuevo, todo parte desde un asombro absoluto. Por ello, su comida, a pesar de ser
muy simple y monótona, la recibe como una exclusividad y la goza intensamente en
cada ocasión.

Cuando el niño despierta a su autoconsciencia y comienza a despuntar la
memoria, su juego experimenta un cambio. La capacidad de imitación la amplía a lo
que él observa y recuerda del mundo. Estos recuerdos no son cosas abstractas; para él
son realidades trascendentes. Tal vez tome un zapato o cualquier objeto y lo mueva
como el auto del papá. Un palo es un ser con el cual habla o un avión que vuela por los
aires, una espada, un caballo para andar. ¡Una enorme caja de cartón vacía puede
entretener a los niños en esta edad por horas! Todo depende del interés y las
emociones que vivencian en esos instantes. En estos juegos imaginativos de imitación
se va dando la tremenda oportunidad para que despliegue su capacidad de integrar lo
que percibe, piensa y recuerda. Es muy importante que respetemos esta etapa y le
demos la oportunidad para que ella se exprese de manera espontánea e íntegra. No

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corregir sus expresiones ni tratar de adecuar su pensamiento mágico a nuestro pensar
intelectual de adultos. De la libertad que ellos experimenten en esta etapa de
juegos, va a formarse una fantasía que será la fuente de la creatividad el día de
mañana. Lo que sí es grave y hay que evitarlo, es que estos juegos comienzan a ser
teñidos por los contenidos de los programas de televisión, que distorsionan la
jerarquía de la realidad y los valores netamente humanos, por lo que hay que prestar
especial cuidado de que no tengan acceso a las pantallas a esa edad, que es una de las
mejores formas de matar la imaginación y creatividad del niño.

Esta actividad centrada más en el proceso del hacer, no tiene aún objetivos o
metas. Un niño de 4 o 5 años puede estar jugando entretenido con sus juguetes y si la
madre lo llama a almorzar se altera profundamente porque lo sacan de su juego. Sin
embargo cuando termina de almorzar, se olvidó de lo que estaba jugando e inicia una
nueva actividad con algo que le llamó la atención en otra parte. Cuando vemos que el
niño es capaz de mantener una continuidad en su memoria, retomando una misma
actividad después de haber sido interrumpida, lo que ocurre normalmente alrededor
de los 6 a 7 años, es cuando asumimos que está maduro para entrar a la escuela e
iniciar una educación formal. Ahí se ve que la voluntad de ese niño ha sido bien
conducida en su primer septenio y maduró lo suficiente como para tener un control
propio, no solo de sus movimientos y quedarse quieto, sino también del flujo de sus
pensamientos e intereses.

En síntesis, en este primer septenio todo el afán educativo debe estar orientado
a permitir que el niño se mueva libremente, apareciendo el juego como la actividad
que progresivamente va a dar un orden y sentido al movimiento. En este gesto radica
la base de toda la apropiación e integración de la corporalidad que se tiene que
realizar en los primeros tres septenios. En el dominio del movimiento corporal se
despliega la voluntad y con ello la apropiación del cuerpo físico. A través del juego y su
estructuración en una complejidad cada vez mayor se forma y permitirá la
apropiación del cuerpo etérico en el segundo septenio. Y si toda estas vivencias se
llevan a cabo en estrecho contacto con la naturaleza lo más pura posible, se posibilita
que en el tercer septenio se apropie adecuadamente el cuerpo astral que nos debería
dar la vivencia de unidad con todo.


Los juguetes

Aquí entra a colación otro aspecto importante en educación: ¿qué juguete
debiera pasarle al niño? Si se ha comprendido su forma mágica de mirar el mundo e
interactuar con él, tienen que ser objetos simples, idealmente de materiales nobles
que evoquen la naturaleza, y no muy acabado de modo que estimulen su imaginación
para que puedan asignarles diferentes funciones en sus juegos. Esa actividad lúdica
favorecerá la integración armónica de los estímulos sensoriales y la modelación
plástica de su cerebro de modo tal que mantenga siempre una creatividad y
originalidad en el futuro. Hay que aplicar el mismo gesto educativo que hicimos para
enseñar a caminar a un niño: ayudarlo a ponerse de pie y luego retirarnos unos

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pasos y esperar que él cubra ese espacio que media. Eso mismo tiene que repetirse en
todo proceso de aprendizaje futuro. En el caso del juego, hay que ofrecerle estímulos
sensoriales que despierten su curiosidad y entusiasmo, para que el propio niño se
lance en una aventura de descubrimientos, sacando la consciencia de su propia
corporalidad para llevarla ahora imaginativamente al exterior que lo rodea. Las
pedagogías Waldorf, Montessori y otras, han comprendido perfectamente estas
características del preescolar y habilitan sus salas de manera muy creativa, con
elementos muy simples, pero a la vez con mucha nobleza y elegancia de tal modo que
le dan una cálida acogida al niño y despiertan su amor por el mundo. ¡Para esos niños,
el no ir un día a su jardín infantil lo sienten como un castigo!

Es una experiencia frecuente por parte de los padres, que esos juguetes caros,
llenos de detalles muy realistas y perfectos, que condicionan un juego muy rígido,
llaman la atención del niño por un tiempo corto, pero pronto se aburren y queda
abandonado. Llena mucho más el anhelo de un niño el que sus padres puedan
interactuar con ellos en ese ir al mundo, y la forma ideal y espontánea de lograrlo es el
contacto con la naturaleza. El tocar la tierra, subirse a los árboles, descubrir los
bichitos, saltar por arriba de las rocas, meterse al agua y embarrarse, escuchar el
canto de los pájaros, recoger piedras, palos, hojas, flores, semillas son experiencias
llenas de vida y un gran estímulo para la imaginación y el desarrollo de la memoria.
Estas experiencias con la naturaleza dejan recuerdos imborrables que a su vez van a
querer repetir con sus propios hijos en un futuro más lejano. Por otra parte, también
son el germen para el desarrollo de un sentido artístico y del goce estético frente a la
vida.


Los cuentos

En torno a los 4 a 5 años, la mayoría de los niños comienzan con esa fase tan
cansadora para los adultos de preguntar incesantemente “¿por qué…?”. Aparecen las
preguntas filosóficas, que no solo agotan a los padres, sino también muchas veces los
descolocan con paradojas dignas de la filosofía Zen. Si hemos entendido el trasfondo
psicológico del niño a esta edad, nos daremos cuenta fácilmente que no le sirven las
explicaciones y respuestas intelectuales. Él busca imágenes vivas, afines a su propia
naturaleza anímica que vivencia, por lo que nos va a exigir como padres y educadores
respuestas imaginativas y llenas de vida. Hay que desarrollar la habilidad para
transformar pequeñas historias y narraciones anecdóticas en algo vivo, que lleguen a
su corazón y lo enciendan de entusiasmo. Aprovechar cualquier circunstancia, como el
choque con un compañerito o con un hermano, para narrarles un hecho que les
cambie su actitud y se orienten con apertura frente a los desafíos propios de la vida.
Para ello, como educadores debemos de esforzarnos al máximo para tener un amplio
repertorio de narraciones e imágenes a las que podamos recurrir una y otra vez
cuando las circunstancias lo requieran. El mismo niño, en ciertos momentos nos va a
pedir reiteradamente que le contemos nuevamente una determinada historia que
para él se ha transformado en una necesidad anímica.

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Aquí entran a tallar los cuentos de hadas, las narraciones y cuentos de los
hermanos Grimm, de Anderson y otros. En todos ellos hay imágenes vivas que se
constituyen en alimento para el alma del niño que está creciendo. Contienen fuerzas
arquetípicas que tienen que ver con la formación del ser humano, siendo las mismas
que vivían en las imágenes de los mitos cosmogónicos de los albores de la humanidad,
que sintetizan y rememoran los grandes hitos del devenir humano.

Los cuentos, bien narrados en concordancia con la naturaleza del niño,
estimulan su imaginación y fantasía, pero a la vez le permiten establecer de manera
sólida y viva una relación entre el pensar y las palabras. Es llamativo el hecho, que
cuando un niño escucha una buena narración, se aquieta su cuerpo, conquistando una
tranquilidad física para que se despliegue todo un mundo interior lleno de imágenes
vivas. Esta es la mejor forma de educar a un niño para que un tiempo después, al
entrar a la escolarización formal, pueda estar atento y tranquilo en la sala de clases.

Todo ser humano que en su niñez tuvo la dicha de escuchar estos cuentos
infantiles, en mayor o menor grado introdujo una alegría por la vida y despertó
fuerzas propias que no solo le dieron sentido a toda su existencia, sino además le
aportaron herramientas para enfrentar la realidad cotidiana de manera constructiva.
La sabiduría de los cuentos de la infancia queda como una semilla en el alma del niño
que en la etapa adulta le dará una protección contra el desánimo, la enfermedad y la
falta de espiritualidad.


El problema de los límites

Toda evocación de una vida humana comienza en ese instante del primer
recuerdo consciente, que es también cuando el niño empieza a nombrarse como un
“yo” frente a los demás. Se inicia esa fase de distanciamiento, cuya primera
manifestación es decir “no” a todo, lo que no es más que un reflejo de ese sentirse
distinto, en contraposición al mundo. Pierde la unidad armónica con el entorno y de
ser un bebé fácil, dependiente de los progenitores, que busca su cariño y contacto,
comienza a mostrarse rebelde, oposicionista, desafiante, ofreciendo resistencias para
todo. Aparecen las pataletas, incluso esas actitudes contradictorias o vacilaciones
como que no sabe lo que quiere. Lo que antes le gustaba hacer mostrando su voluntad
de ponerse solo en el mundo, como el “yo como solo”, de pronto comienza a exigir que
le den la comida y cuando la madre se aproxima, se enojan!

Este es el momento de establecer límites bien claros y firmes, que no oscilen en
el tiempo según el temor, cansancio o sentimientos de culpa de los adultos
responsables del niño. Previo a esa etapa, el bebé es muy dependiente de sus
progenitores y aparece fácil de llevar en ese sentido. Cuando comenzó a
experimentarse en el movimiento, a dominar su cuerpo, a pararse y caminar, muchas
veces tuvo caídas que le significaron dolor. Fueron sus primeras vivencias de que el
mundo físico y la gravedad le imponen límites que debe aprender a superarlos en la
debida forma. El impulso natural del niño es que al chocar con una resistencia, su

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voluntad lo lleve a vencerla, de lo contrario no podría progresar. Por ello cuando
adquiere cierto dominio del habla y despierta su pensar, inicia su exploración del
espacio social, necesita encontrarse con otros, con los adultos, a tomar consciencia de
esas relaciones, lo cual aparece como una conducta provocadora, pero no es más que
la búsqueda de límites, de sentir la resistencia de sus mayores, tal como aprendió a
conocer los límites del mundo físico.

Es una etapa agotadora para los adultos que lo rodean, pero hay que
comprender que el menor necesita sentir y reconocer esos límites. Hay rutinas que se
respetan, formas de pedir las cosas o de satisfacer los deseos, no deben tomar
decisiones en lo que no les corresponde por edad. Ya tendrán su momento para ello
más adelante. Por ahora tienen que vivenciar esos límites sociales que les norman la
vida en el día a día. Eso les da seguridad, sienten que alguien los cuida y se preocupa
de ellos. Es importante que se encuentren con un “no”, que tomen consciencia a
temprana edad que no todo lo pueden hacer según sus deseos y caprichos. Un niño
que nunca recibió un “no” por respuesta y sus padres siempre le dieron en el gusto en
todo, no aprendió a conocer los límites sociales y el día de mañana tendrá serias
dificultades de relación con los demás, oscilando entre el despotismo y la sumisión y
el miedo con los que se encuentra, según los choques que le haya deparado la vida.
Tempranamente pueden aparecer conductas ambivalentes como de ser un tirano en el
hogar con las personas que tiene confianza, pero en la escuela se manifiestan pasivos,
siendo pasados a llevar por sus pares, a los que comienzan a rehuir incapaces de
colocarse de igual a igual frente a ellos. ¡Aparecen como dos niños distintos según el
escenario donde se encuentren!

Indudablemente que a esa edad el niño quiere ir al mundo sin trabas y
experimentar todo, sin tener mayor consciencia del peligro o inconveniencia. Si
encuentra dificultades hará berrinches o pataletas, pero es la oportunidad para un
manejo firme, tranquilo y cariñosos de esas explosiones conductuales, dándole tiempo
para que se calme y desarrolle un cierto razonamiento por sí solo. Así es como
aprende a conocer las frustraciones y superarlas de la debida forma. No hay que caer
en esos momentos en explicaciones, en argumentos que se repiten eternamente
porque el niño no los escucha, ni menos en consuelos que rayan en el chantaje o
intentar “comprarlos” con promesas para salir rápido del trance. No todo se puede
conseguir y no todo tiene que ser siempre placentero. Si no se entiende esto a esta
edad, valores como el respeto, la responsabilidad, el sentido del deber, la autonomía,
la resiliencia y otros, tendrán serias dificultades para desarrollarse de manera
adecuada en el futuro. Frente al berrinche, basta con dejarlo solo un rato o aislarlo en
su pieza, a veces solo necesita un abrazo contenedor firme, cariñoso, en silencio. Las
expresiones de cariño tendrán que venir cuando se encuentre calmado y más que
hablarle en esos momentos, conviene escucharlo, sin reprimendas ni explicaciones.

Si desde un principio se aplica este manejo, el niño comprende rápidamente lo
que se le pide y la etapa de los desafíos y peleas pasará rápidamente. Es todo un
período de aprendizaje por ensayo y error, que de su buena conducción dependerá su
forma de aprender en el futuro de su vida. Estimular la autonomía, ello requiere

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dedicar tiempo, tener paciencia, ayudar con “complicidad”, de modo que el niño lo vea
como un aporte dentro de su mirada. En la cultura china antigua, esa tarea se
entregaba a los abuelos. En nuestra vida moderna recae habitualmente en los Jardines
Infantiles, a los que no debería asistir antes de los 3 años, cuando necesita ampliar su
mundo que era el hogar y su familia. Es entonces que va a conocer otros adultos que
amorosamente lo van a cuidar, y pares con los cuales va a comenzar a relacionarse y
formar afinidades y amistades que se mantendrán de por vida, si se siguen cultivando
en el periodo escolar. Esta debiera ser la única meta de los establecimientos para
párvulos: favorecer la socialización y el juego creativo entre los niños. Sentarlos en
una mesa con los famosos “aprestos” a las letras y números, es ir contra su naturaleza
y se transforma en la mejor manera de matar su interés por aprender y ahogar el
espíritu de superación. Frente a esa afrenta el niño reaccionará sobreadaptándose,
escapándose u oponiéndose con una rebeldía ciega. Estas respuestas si no son
equilibradas a tiempo, van a generar problemas serios en la escolarización posterior.

El niño a esta edad debe sentirse libre para moverse y descubrir sus intereses
en el mundo. Intentar que se quede quieto y en silencio es un atentado a su espíritu. El
educador a través de la motivación va introduciendo dominio y armonía en ese
movimiento, pero no lo coarta. Aún en adultos altamente intelectualizados debe
cultivarse el movimiento como un medio para alcanzar la correcta integración de las
experiencias del mundo.


La memoria

Todo lo que se ha descrito como la fenomenología del niño en estos primeros 7
años, tiene un substrato orgánico que también se va desarrollando a largo de
este lapso. Dijimos que cuando se completan los 9 meses del embarazo nace el niño,
pero que en rigor nace solo su corporalidad física. Las otras partes del vehículo
corporal como son su parte etérica, astral y mental, prosiguen su formación en las
envolturas correspondientes que aportan sutilmente los padres. La parte etérica o
vital, responsable de dar vida y organización a la materia que conforma el cuerpo
físico, completa su formación en torno a los 6 a 7 años, desprendiéndose de la “matriz
etérica” dada mayormente por la madre. Entonces se dice que nace el cuerpo etérico y
que coincide más o menos con el cambio de los dientes de leche.

En los primeros años de la vida, el cuerpo etérico del niño va formando y
compenetrando paulatinamente el organismo físico, cumpliendo la función casi
exclusiva de organizar y vitalizar todos los tejidos, órganos y estructura general del
cuerpo humano. Para ello, mantiene una estrecha unión con el cuerpo físico, sirviendo
de modelo o matriz donde se deposita la materia y se plasma la forma que constituyen
las distintas estructuras. En este proceso, el cuerpo etérico del niño va cambiando
completamente toda la materialidad que recibió como herencia de sus padres,
molécula a molécula, hasta culminar con el cambio de los dientes de leche, que son las
estructuras más duras del cuerpo. Esta es una tarea titánica, que solo para
comprender la verdadera magnitud de esa labor, hay que considerar que el recién

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nacido pesa como promedio alrededor de tres kilos, y a los 6 a 7 años, cuando inicia el
cambio de dientes alcanza los 22 a 24 kilos, es decir, ha subido en ese lapso 7 a 8 veces
su masa corporal. Algo que es muy importante mencionar en este proceso de
transformación de la corporalidad, es el rol que cumplen las enfermedades febriles en
esta etapa de la infancia, especialmente esas enfermedades exantemáticas, que
presentan erupciones en la piel como parte de las manifestaciones clínicas. Es por
medio de estos cuadros caracterizados por fiebres altas, por lo general de origen viral,
que los niños “queman” la parte heredada de su organismo y la adecuan a su
individualidad. Por ello que es necesario respetar y acompañar debidamente el curso
natural de estas enfermedades propias de la infancia, para que no se pierda ese
impulso madurativo que es fundamental para la buena salud posterior.



En la medida que el cuerpo físico se va completando y apropiando
adecuadamente, parte de ese cuerpo etérico se va liberando de esa función y sobresale
de la superficie del órgano que formó. Esa etericidad que queda libre del cuerpo físico,
conforma lo que Steiner llamó el cuerpo sensible, que es el asiento de la memoria. Por
tanto, ésta se va formando paulatinamente en relación con la aparición del cuerpo
sensible, al que también lo podemos llamar el cuerpo de la memoria y que es donde se
espeja el yo encontrando su identidad y continuidad de consciencia diaria.

En un principio, las evocaciones del niño son altamente dependiente del habla
y de las percepciones sensoriales. Todo lo que viene de su memoria son sensaciones
que tienen que ver con colores, olores, sabores, formas, sonidos, etc. Él parte desde el
asombro, ya que todo lo que percibe en el mundo es nuevo para él, la leche, la papilla,
el juguete, un sonido que escuchó, una persona que se acerca, etc. y lo va grabando en
su memoria. Simultáneamente esas impresiones se van relacionando con palabras que
también quedan retenidas y cuando quiere expresar algo, sube desde la memoria la
recordación exacta. A través del habla le va colocando nombres a lo percibido y
comienza a establecer relaciones, que son las relaciones que las mismas palabras

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establecen en la cotidianeidad, como el “guau-guau” con “ladrido” y “perro”: si ve un
perro o escucha su ladrido, exclamará “guau-guau”. De a poco ese mundo de
percepciones y relaciones se va ampliando y complejizando y en la medida que
progresa en su habla va incrementando su memoria. Algo muy sorprendente es la
capacidad del niño para recordar todo aquello que tiene un ritmo musical y se
acompaña de movimiento. Escuchan una melodía, un canto o una poesía y de
inmediato son capaces de repetirla, por ello que las rondas y canciones en esta etapa
infantil son tan formadoras y los niños en general las acogen con gran predilección.
Desgraciadamente también escuchan los comerciales en la radio o televisión, que se
aprovechan de esas características de la memoria humana que están perfectamente
estudiadas, para inducir al consumismo con melodías y ritmos que se “pegan” y los
niños repiten inocentemente.

Ese cuerpo de memoria no solo acoge y graba las impresiones de la vida del día
a día en una complejidad creciente, sino también contiene la memoria de la
individualidad del niño, trae grabado en sí los impulsos, tendencias y cualidades de
alma que ha ganado en encarnaciones anteriores y que son necesarias para la actual
encarnación. En la medida que se relaciona con los otros seres humanos que lo
rodean, estas características se van despertando en su consciencia y “actualizando” en
su corporalidad, por lo que de manera más exacta podríamos decir que las cualidades
espirituales del niño se reflejan en su cuerpo etérico como en un espejo, llegando ese
momento donde se reconoce a sí mismo y surge la palabra “yo” que de ahí para
adelante usará con fuerza para hacer la distinción con el resto del mundo. Con este
salto maduracional, los recuerdos comienzan a independizarse de las impresiones
sensoriales y son evocados y relacionados entre sí de manera libre en el pensar.
Ese momento, cercano a los tres años, es crucial en la etapa de todo niño, cuando
se “descubre” a sí mismo como un ser único, distinto a todo el resto del mundo que lo
rodea, capaz de desarrollar un pensamiento y guardar recuerdos que evocará a
voluntad desde allí en adelante. Previo a ese punto de inflexión en la vida del niño,
éste se coloca en el mundo con toda su voluntad expresada en el movimiento,
percibiéndolo todo y nombrando todo siguiendo el vaivén de los estímulos externos.
De ahora en adelante será capaz de quedarse quieto un instante, guardar silencio y
permanecer en ese espacio interior donde se reconoce a sí mismo y comienza a
formar sus primeros pensamientos, que van a surgir tanto de su memoria que ha
formado en su cotidianeidad, como de su “memoria” que podríamos llamar “cósmica”,
que lo une con toda la creación y que es desde donde afloran esas preguntas,
expresiones y ocurrencias que nos sorprenden con su genialidad. Esto siempre ha
intrigado a los filósofos, preguntándose de donde vienen esas ideas e impulsos
reconocibles en casi todos los seres humanos y que los llevan naturalmente hacia la
bondad, la verdad, la libertad, la solidaridad, la cooperación, etc., que dan la sensación
que viven en el alma de todas las personas. Platón lo explicaba con su concepto de la
“reminiscencia” (anamnesis), de esa recordación que hace el alma humana de las
etapas previas a su encarnación en la tierra. Kant las englobó bajo el término de
“juicios sintéticos a priori”, es decir que surgen antes de las experiencias sensoriales y
se caracterizan por tener un carácter universal, igual que las verdades matemáticas:
nadie va a pensar en un triángulo que tenga 4 ángulos y 4 lados, del mismo modo,

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ningún niño va a faltar a la verdad sin darse cuenta que está haciendo algo que no
corresponde.

El reconocer esta fuente de vivencias “cósmicas” en el niño es de vital
importancia, para respetarla y dejar que siga su libre expresión. No reírse ni
preocuparse de sus ocurrencias, como sus fantasías, amigos imaginarios, aceptar con
entereza y tranquilidad sus observaciones críticas que nos llegan al alma y nos
desconciertan, en fin todas esas cosas que dicen y hacen que ¡no sabemos de donde las
sacaron! Conservar esa fuente es el secreto de la creatividad y genialidad que todas las
personas tienen en su interior, pero que con la actual educación restrictiva y con su
sesgo tan intelectual, queda sistemáticamente aplastada y sin posibilidades de
despertar nuevamente.

Es importante que el niño pueda hacer una asociación de las imágenes
recordativas y de las ideas con realidades que percibe de su entorno. Así se va
conformando una relación viva con el mundo, que se espeja en la enorme cantidad de
neuronas y sinapsis que conforman su cerebro. La falta de mielinización, propia de esa
edad, hace que esta formación de imágenes sea muy viva y se establezcan relaciones
de manera intuitiva, pero con la mielinización se van transformando en conceptos y
representaciones con un carácter más abstracto. Al igual como se mueve libremente
en el mundo físico, debe descubrir libremente en el plano del espíritu, las ideas y
conceptos que lo iluminarán en la comprensión del mundo. Los adultos encargados de
su educación deben evitar los juicios, opiniones personales y conclusiones cerradas
frente a su educando, más aún las críticas y descalificaciones que tan a larga mano
emitimos todos en el día a día. Hay que ejercer una autovigilancia constante en ese
sentido y ayudar al niño a través de preguntas, contrastes de imágenes, asociaciones, a
que llegue a sus propias conclusiones y juicios, que él descubra ese mundo de las ideas
donde su parte “cósmica” podrá desplegarse en una creatividad disciplinada. Por ello
es tan importante que a sus preguntas: “¿por qué…?, no le respondamos de manera
abstracta o intelectual. ¡Él necesita imágenes vivas! Entregarle al niño contenidos
acabados, ¡se transforma en un simple adoctrinamiento!, y es así como matamos su
creatividad e interés para aprender por sí solo. Ese interés por saberlo todo, de ir al
mundo con su curiosidad infinita y buscar respuestas a través de experiencias, es lo
que realmente produce la integración neurosensorial y plasma su cerebro con una
plasticidad llena de potencialidades futuras. Lo que las neurociencias ha descrito
como la poda neuronal, está dado en gran parte por la intelectualización precoz de los
niños, por la entrega de conceptos acabados y juicios que no son más que creencias y
prejuicios de los mayores. Eso restringe las posibilidades asociativas del cerebro.

Para desarrollar y educar debidamente la memoria en esta edad, son
importantes los versos, canciones, poesías que en sí tienen un cierto ritmo musical
que facilita su retención. Las imágenes de los cuentos, los relatos que agregamos a las
vivencias en la naturaleza, el interés y entusiasmo con que nos hacemos partícipes de
ese mundo mágico de los niños, permiten el desarrollo sano de su capacidad
recordativa. Cargarlos con información abstracta que no les hace ningún sentido, es
obligarlos a sustraer fuerzas etéricas que se encuentran formando su organismo, para

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llevarlas al cuerpo de memoria y con ello solo los desvitalizamos y los hacemos más
propensos a futuras enfermedades.

Por otra parte no hay que tenerle miedo a entregar imágenes en los cuentos
que el niño no es capaz de entender todavía, como tampoco hay que explicarles
mayormente los significados ni darles enseñanzas moralizadoras de las poesías,
fábulas, refranes y dichos populares llenos de sabiduría, porque ellos quedan
guardados como semillas en el alma infantil, y solo más tarde van a brotar como
fuerzas espirituales integradoras de una realidad más amplia que traspasa el mundo
físico.

También es una ilusión de las neurociencias creer que la memoria se encuentra
en el cerebro. ¡Recordamos con todo el cuerpo! Aprender algo es grabarlo en la parte
sensible del cuerpo etérico, donde se transforma en un hábito y conocimiento que
aflora como conducta en el plano físico. Cuando aprendimos a caminar, a hablar,
cuando aprendimos a leer, escribir, andar en bicicleta, tocar un instrumento o bailar,
es por medio de la repetición periódica, interrumpida con lapsos donde nos vamos a
dormir, que va quedando incorporado en el cuerpo de memoria. Este era un
conocimiento de la sabiduría antigua, de repetir los contenidos a memorizar durante
varios días seguidos, porque durante el sueño de la noche van quedando plasmados
en el cuerpo sensible o de la memoria. Con más de tres días de práctica con sus
respectivas noches, se puede decir que quedaron incorporados con cierta seguridad.
Ayuda también si ese aprendizaje se acompaña de movimiento, por ello Aristóteles
filosofaba con sus discípulos paseando alrededor de su escuela, lo que ayudaba tanto a
fijar las ideas como a recordarlas después cuando se volvían a discutir. Cuando
bailamos, las piernas se mueven automáticamente sin que tengamos que pensar en el
cómo moverlas, lo mismo pasa con nuestras manos cuando escribimos o tocamos un
instrumento musical. Solo en la fase inicial de aprendizaje somos consciente de ello y
pasa por nuestro cerebro, con todo el sufrimiento, cansancio y frustraciones que van
aparejados en ese trabajo de adiestrarnos en algo. Una vez que se transforma en
hábito, se sumerge en el inconsciente y aflora como una facultad que se expresa de
manera independiente de nuestra consciencia, la cual se puede ocupar de otras cosas
o llevarse a un plano inspirativo superior, como el buen músico que se mete en la
melodía lleno de pasión y sus dedos se mueven “solos” sobre el teclado.

En rigor el cerebro es un órgano que también podríamos llamar de percepción,
no de los estímulos sensorios, sino de las ideas y conceptos que a su vez integra con
los estímulos sensoriales que le llegan de la periferia del cuerpo. Esas ideas y
conceptos los saca habitualmente de su cuerpo de memoria distribuido en todo el
organismo, pero también le pueden llegar como intuiciones o ideas que no provienen
de la memoria y son absolutamente nuevas en su consciencia. Las personas que han
conservado una cierta plasticidad cerebral, sin caer en una poda neuronal excesiva,
con una mente creativa, son capaces de sustraerse a su memoria y cuerpos de
creencias, para alcanzar esas intuiciones con carácter de genialidad, que no son mas
que las reminiscencias de esos planos superiores del espíritu que se filtran a la
consciencia ordinaria.

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La educación

La etapa preescolar tiene sus propios fines y objetivos que alcanzar y nunca
debería ser considerada como una preparación del intelecto a la educación formal que
vendrá con la escolarización. Intelectualizar y forzar al preescolar a rutinas de
aprendizaje estructurado, que deberían aplicarse de los 6 a 7 años en adelante, es
colocarle límites y constricciones de manera prematura que se oponen a su deseo e
interés de vivenciar el mundo. Su pensamiento está inmerso en una fantasía mágica,
en una imaginación creadora que en sí no hay que estimular, pero sí conducir hacia
una armonización adecuada con la realidad cotidiana y sus normas. Entrar con
conceptos abstractos de números o letras, si bien en una inmensa mayoría de niños
hoy en día les resulta muy fácil, son exigencias antinaturales que comunican a su alma
una falta de coherencia y es la mejor forma de apagar su creatividad. La actividad
natural en estos primeros años es el juego espontáneo, donde se produce la
interacción con sus pares, con la naturaleza y el mundo. Es en el juego donde nace la
posibilidad de tener una existencia con plenitud y autoconocimiento: en ese encuentro
con los demás va sembrando la semilla de lo que florecerá como empatía; al chocar
con dificultades, enfrentar desafíos, asumir consecuencias, le dará las herramientas
para el posterior desarrollo de habilidades ejecutivas como adulto, sabiendo tomar
decisiones, manejando sus emociones, superando sus inseguridades y miedos. Por
algo se dice que “el arte de jugar cuando niño es el arte de saber vivir cuando grande”.

En el fondo, la educación del párvulo debería ser una continuación de la
atmósfera ideal que el niño debe tener en el hogar donde se siente seguro y querido
de manera incondicional, permitiéndosele jugar y moverse libremente. Los límites de
su “nido” hogareño ahora se le ampliaron a ese “gran mundo” que es el jardín infantil
donde se encontrará con otros niños iguales a él, que se sienten también el “centro del
mundo” y con los cuales tendrá que aprender a convivir. Las rutinas que deberían
establecerse en un parvulario no deberían diferir mayormente de las que hay en un
hogar: aprender a cocinar y preparar la merienda que luego se comparte, lavar la loza,
utensilios, ropa, barrer, ordenar, con grandes espacios para que se contacten con la
naturaleza y sociabilicen libremente. Siempre debe estar presente uno o más adultos
de referencia para que regulen los conflictos que siempre surgen entre estos
pequeños seres tan centrados en sí mismos.

El niño que se incorpora en esas rutinas del quehacer cotidiano, aprende a
vivenciar el tiempo y valorar la espera. Comprende que para hacer algo hay que seguir
un orden y ello toma tiempo y trabajo, pero que al final es gratificado con el gozo de
disfrutar un alimento rico, un ambiente lindo y acogedor, que más encima se vive en
un compartir alegre y lleno de cariño junto a otros. El jardín infantil debería
constituirse en ese espacio ideal donde se nutre el cuerpo, el alma y el espíritu del
niño.

Es de suma importancia rescatar nuevamente esos valores del trabajo conjunto
hecho con paciencia y dedicación, que culmina en un disfrute colectivo. En este mundo
moderno, donde todo se exige que sea rápido o instantáneo, con tendencia a aislarnos

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en la virtualidad de las pantallas, la comida rápida, las cosas desechables, el
enseñoramiento del dinero y el consumismo, ...tener de repente esos espacios donde
se despliegue el alma del niño en sus elementos propios como el cariño en el
encuentro, el gozo compartiendo con alegría un alimento rico que es producto del
propio trabajo, el sentir que todo el tiempo del mundo pareciera detenerse frente al
maravillarse en la naturaleza, vivenciar el calor de las rondas y cantos, dejarse llevar
por las imágenes de los cuentos de hadas, van a ser una bendición que permitirán que
ese niño como adulto conciba y despliegue lo espiritual que en él vive.

Para que este ideal se pueda llevar a cabo, se requieren de padres, educadores
y adultos en general bien preparados y con plena conciencia de la tarea que tienen al
frente. En primer lugar deben tener una clara comprensión de lo que es el desarrollo
psicomotor del niño, de lo contrario no podrán darse cuenta cómo éste va apropiando
su cuerpo físico y no podrán estimularlo adecuadamente para que alcance su objetivo.
El segundo gran aspecto es el pensamiento mágico que posee el niño en sus primeros
años, reconocerlo, validarlo y guiarlo en la medida que se va formando su cuerpo
etérico que le va a dar la capacidad de recordación y con ello introducir una ilación
lógica en el pensar que debe emerger en el segundo septenio con la escolarización. En
ese pensamiento mágico se encuentra la fuente de la creatividad, también el interés y
amor por el mundo. En la conducción hacia un pensar práctico se da la posibilidad de
introducir esa fantasía creadora en el mundo. Si se permite que el pensar mágico no
sea ordenado sabiamente por la racionalidad, tendremos en etapas posteriores
adultos ensoñados, dispersos, incoherentes. Si por el contrario, a un niño se le
intelectualiza precozmente se le mata su creatividad, y tendremos después personas
rígidas, incapaces de gozar de la existencia y sin la adaptabilidad que se requiere
cuando se enfrentan a situaciones nuevas o desafíos inesperados.

Cada niño tiene una dinámica encarnatoria propia, por lo que no se pueden
fijar normas estrictas que se adecuen a todos los niños. Ahí está la sabiduría que todo
educador debe cultivar para reconocer en sus educandos la etapa de desarrollo donde
se encuentran y cómo estimular su progreso en la mejor medida. Solo se puede hacer
esta tarea si se ha tenido el cuidado de objetivar este camino de crecimiento y
desarrollo en sí mismo. Si no soy capaz de reconocer una determinada cualidad en mí,
no podré reconocerla en el otro. Todos tenemos nuestra propia historia, con altos y
bajos, aspectos positivos y luminosos y otros más oscuros que obstaculizan nuestro
desempeño en el mundo. Verlos, trabajarlos y superarlos, nos da ese ascendiente
moral que nos transformará en educadores íntegros que requiere todo ser cuyo
destino sea el encuentro con el espíritu. Gran parte de esa tarea la realiza el propio
niño con las fuerzas e impulsos que trae en su alma. Si su educador es capaz de intuir
esas potencialidades que buscan manifestarse, podrá conducirlas a su pleno
florecimiento, enseñándole de paso a su educando, las señales de su corporalidad para
que el día de mañana sea capaz de asumir su autoeducación. En este contexto general
cobra todo el valor la máxima de “educar a un niño es autoeducarse”. Introducir orden
en la propia vida, jerarquizar los motivos que nos mueven, aprender a respetar los
tiempos de cada uno, superar los miedos y culpas, vencer la tendencia a la comodidad,
romper creativamente las rutinas, aprendiendo a colocar plena consciencia en todo lo

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que hagamos, enfrentando cada situación con cariño y entusiasmo, todo eso es lo que
nos piden los niños para llegar a ser ellos mismos un adulto seguro de sí mismo y de lo
que quiere hacer en el mundo.


Transición a la escuela

Cuando el niño llega al final de este septenio, ha logrado apropiarse
debidamente de su cuerpo físico, habiéndolo renovado en su totalidad con la
superación, en teoría, de las fuerzas de la herencia; y también es capaz de usarlo como
un instrumento al servicio de su voluntad con cierta destreza. La conquista del
movimiento ha llegado a tal punto que ahora puede mantenerse tranquilo en
equilibrio, poniendo atención a otras cosas.

Por su parte el cuerpo etérico completó su formación y nace de manera
independiente de la envoltura de la madre y queda a disposición de ser apropiado.
Ello significa que podrá ser usado en la actividad consciente del aprendizaje. Las
funciones vitales que ejercía en esos primeros años se han ido completando y ahora
hay una parte que se puede liberar de esa actividad fisiológica y quedar disponible
para el proceso educativo, sin detrimento para la organización física del cuerpo.

Estos dos procesos, la apropiación del cuerpo físico y la formación y nacimiento
del cuerpo etérico, presentan variaciones individuales según los niños, que se notan
en el dominio corporal y en la madurez física, emocional y cognitiva, por lo que la edad
por sí sola no debería ser considerada en la decisión para que un niño entre a la
educación básica. Estas variaciones maduracionales se pueden deber a múltiples
causas, como condiciones hereditarias, enfermedades, deficiencias o errores
educacionales y de crianza, ciertos condicionamientos kármicos y también a la
individualidad espiritual que anima en cada niño en particular.

Por consiguiente, para decidir si un niño está maduro para entrar a la
educación formal, hay que tomar una serie de consideraciones de manera conjunta,
que para efectos didácticos las podemos esquematizar como sigue:

1. Físico: se ha completado la apropiación del cuerpo físico, que se puso en
evidencia con la caída de los dientes de leche, que ocurre entre los 5 y 7 años. La
postura del niño es firme, con buen dominio del movimiento y equilibrio, su columna
vertebral forma claramente una S amplia y la proporción de los brazos en relación a la
cabeza le permiten tocarse fácilmente con una mano la oreja opuesta pasando por
sobre la cabeza.

2. Emocional: su habla ya no es un monólogo solamente, sino ha aprendido a
escuchar, lo que lo hace capaz de discutir y colocar su parecer sin que reaccionen con
rabietas. Ello es producto de una buena formación de su cuerpo etérico que ha logrado
formar hábitos e interiorizar normas sociales básicas que le permiten ese control
sobre los vaivenes emocionales o las frustraciones. El establecimiento de límites con

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firmeza interior y cariño, cumple un rol importante en este sentido. Esta madurez
emocional le permite ganar cierta autonomía para actuar con más independencia de
los padres o de otros adultos, mostrándose seguro y empoderado, con dominio de
escena en la cotidianidad del jardín. Este aspecto puede estar interferido fuertemente
por la astralidad de los progenitores que todavía lo envuelve, quienes le traspasan sus
miedos, inseguridades y angustias que lo limitan.

3. Cognitivo: ya es capaz de actuar en conjunto con otros niños para llevar a
cabo una actividad práctica como un juego grupal, donde asumen distintos roles.
Mantiene una continuidad en el tiempo de sus intereses, con una memoria bien
estructurada. Por ejemplo, puede suspender un juego porque es hora de comer o de ir
a dormir y retomarlo al día siguiente exactamente en el punto donde lo dejó. Antes de
llegar a este logro el niño fácilmente se distrae por otros estímulos y pierde el interés
por lo anterior o se le olvida en lo que estaba. Dentro de este contexto también puede
estar manifestando ya cierta colaboración pensante en términos abstractos, como
ayudar al papá a tomar una decisión o manifestar su opinión en un tema que se habla
en la mesa. Esta cualidad puede estar reflejando solo la influencia de la envoltura
mental del padre y no debiera tomarse como un requisito. El niño a esta edad, ya
refleja por este mismo motivo, valores, ideas políticas, filosóficas y también los
famosos prejuicios que son transmitidos por los padres. Estas características no son
deseables, ya que solo son productos de un exceso de información que se le ha dado.
























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Los sentidos como ventanas del alma


Innumerables veces habremos escuchado la expresión poética de que “los ojos
son la ventana del alma”. Pero detrás de esa metáfora se esconde una realidad
espiritual que podríamos hacer válida para todos los órganos de los sentidos. Si
recordamos que el ser espiritual, que hemos llamado el Yo, cuando encarna sufre un
eclipse de su propia naturaleza al ser absorbido por la corporalidad, podremos
hacernos una imagen de lo que significa en términos fenoménicos el despertar
paulatino a esa nueva realidad física que encuentra como ser encarnado.

El Yo va tomando consciencia de sí mismo y formando una visión propia y del
mundo a través de los órganos de los sentidos, que se encuentran en la periferia del
cuerpo físico. Así va descubriendo su propia corporalidad, el entorno físico a su
alrededor y a los otros seres humanos que lo rodean y lo van a ayudar en este nuevo
camino que inicia. Estas “ventanas” le permiten ir conociendo el mundo donde
encarnó, pero simultáneamente le van a dar la oportunidad de ir conociéndose a sí
mismo en ese encuentro, trayendo a su consciencia las facultades que trae como
espíritu y que le van a servir para la tarea de esa encarnación precisa. Es decir, los
órganos de los sentidos son el instrumento de aprendizaje y de desarrollo
fundamentales para el progreso del Yo, a través de los cuales podrá ir al mundo para
realizar su destino, pero también le van a dar la oportunidad de tomar consciencia del
camino de vuelta a lo espiritual.

Siempre se habla de los 5 sentidos: la vista, la audición, el tacto, el gusto y el
olfato, pero desde la fisiología se describen 3 más: el sentido del equilibrio que lo
colocan junto con el oído, el visceroceptivo que nos informa del estado de nuestros
órganos internos y el propioceptivo, que nos hace tomar consciencia de nuestros
movimientos y postura corporal. Rudolf Steiner dedicó muchos años de su vida a
investigar sobre este tema, que bien visto es central en la vida de todo ser humano y
de vital importancia a considerar tanto en educación como en las terapias. Él agregó
tres sentidos más, que aún se encuentran exclusivamente en el plano etérico del
organismo humano y que son los responsables de la percepción de la parte más
espiritual de los otros seres humanos. Con ello elaboró toda una teoría de la
percepción sensoria que es la que vamos a presentar a continuación por ser la base de
la pedagogía y de la terapia.

Por tanto tendríamos 11 sistemas sensoriales, pero el sentido del tacto se
separó de la percepción del calor, colocando esta última como un sentido por sí
mismo, que vamos a explicar luego. Entonces tendríamos 12 sentidos que tienen su
razón de ser desde la organización anímica espiritual del ser humano, los que pueden
ser divididos en tres grupos diferentes:


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1. Los sentidos que nos informan sobre nuestra corporalidad:
a. Tacto
b. Vital (visceroceptivo)
c. Movimiento (propioceptivo o cinestésico)
d. Equilibrio
2. Los sentidos que nos informan del mundo alrededor:
a. Olfato
b. Gusto
c. Vista
d. Térmico (Calor)
3. Los sentidos que nos ponen en relación con los otros seres humanos:
a. Audición
b. Palabra ajena
c. Pensamiento ajeno
d. Yo ajeno

Todos estos órganos de los sentidos constituyen un orden en sí, donde la
actuación de cada uno de ellos se armoniza maravillosamente con la actividad del
resto. Gracias a esta actividad conjunta podemos alcanzar esa comprensión respecto
del mundo y de nosotros mismos. Pero además, si bien los órganos de los sentidos nos
brindan la capacidad de percibir determinados estímulos físicos del mundo que nos
rodea, en cuanto ellos llegan a la conciencia del alma y se transforman en sensaciones,
se despierta en dicha alma la posibilidad de desarrollar ciertas cualidades anímicas
que con el tiempo nos van transformando en esos seres humanos únicos, que a través
de un largo camino evolutivo nos ha hecho distintos a los miembros del reino animal.
La metamorfosis anímica de las percepciones sensoriales nos permite alejarnos del
mundo instintivo, ligado al cuerpo, y acercarnos al mundo espiritual.

Es fácil colegir de lo anterior que la tarea educativa, especialmente en los
primeros años de vida, no debe estar dirigida a entregar mayores contenidos de
aprendizaje, sino debe orientarse en desarrollar las capacidades del niño para percibir
correctamente. Esto es de gran importancia en los primeros años de la vida, cuando
tiene lugar el desarrollo preponderante de la cabeza del niño, donde se concentra el
sistema nervioso y los órganos de los sentidos. Conocer cómo funciona cada uno de
ellos, cómo se integran entre sí y cuáles son las cualidades anímicas que se derivan de
sus respectivas sensaciones, son aspectos que si bien han sido tratados con cierta
negligencia hasta ahora, se les debe restituir el protagonismo fundamental que les
corresponde: todos los sentidos son grandes maestros que nos educan en el camino
hacia lo espiritual.

No vamos a referirnos a la fisiología de la percepción sensoria, ya que ella se
encuentra desarrollada en extenso en muchos textos, sino que entraremos de lleno a
formarnos una imagen de lo que los sentidos significan como instrumento del alma
para conocernos a nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Ellos son los
responsables de que podamos llegar a ser seres humanos íntegros y creativos. Como
educadores tenemos que compenetrarnos del propósito de desarrollar las

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capacidades del niño en sus primeros 7 años de vida, de modo que pueda percibir
correctamente, y en ningún caso poner el énfasis en que aprendan más. En el fondo
esta actitud es la que sintetizó Yeats cuando dijo que educar a un niño es encender un
fuego y no llenar un balde con agua.

Sin perder de vista que los sentidos funcionan orquestados en un todo, vamos a
analizar cada uno de ellos en términos de su aporte a la consciencia del niño:


Tacto

Este es el sentido más extenso, ya que se encuentra distribuido en toda la piel
que delimita nuestra corporalidad. Sabemos que existen muchos receptores que nos
informan de la presión ejercida sobre la piel, de vibraciones, roce, dolor, etc. Si
hacemos el ejercicio mental de tratar de percibir el mundo solo a través del tacto,
anulando todos los otros órganos sensoriales, nos daremos cuenta que tomamos
consciencia de que algo nos toca en una determinada parte del cuerpo, pero no
sabríamos nunca discriminar que es, si no lo miramos o nos movemos para
determinar su forma, textura, dureza, temperatura, etc. El sentido del tacto está muy
unido al de la vista y por sobre todo con el sentido del movimiento y el térmico. En la
mano, ese órgano maravilloso que sintetiza toda nuestra humanidad, es imposible
separar el tacto de los movimientos de los dedos.

Esa sensibilidad primitiva, que solo nos informa de manera grosera sin mayor
discriminación del mundo externo, es la que se llama protopática. Con ella la única
certeza que tenemos es que una determinada parte de nuestro límite corporal ha sido
tocada. Por consiguiente, este sentido nos hace tomar consciencia de los límites de
nuestro cuerpo físico, ese espacio tridimensional donde habita el Yo. Esta es la
sensación que prima en el niño en sus primeros meses de vida. En la medida que
coordina su mirada y aprende a manejar sus manitos, va integrando los otros sentidos
y haciéndose una vivencia del mundo más allá de él. En síntesis, el sentido del tacto
solo me hace tener consciencia de mi corporalidad física, pero me informa que hay
algo más allá de mí que no puedo discriminar y despierta mi curiosidad. Cuando este
sentido es bien estimulado en el niño y se va integrando con el resto de los sentidos, se
despierta el impulso para aprender, ese afán por saber qué hay más allá en el mundo.
Con esa vivencia se va separando progresivamente del entorno, de ese mundo al cual
el niño se siente unido como una totalidad en sus primeros años. En ese contacto o
choque con el mundo externo, comienza a experimentarse paulatinamente dentro de
su naturaleza corporal bien delimitada, lo que lo empuja a apropiarse de ella en
términos de dominio corporal y en última instancia a tomar conciencia de sí mismo.
En este proceso hay dos aspectos que destacar: el sentido del tacto como objetivación
de lo físico, que me lleva a experimentarme separado del entorno; y el tacto como
expresión de afecto, una caricia, por ejemplo, que me lleva a una conexión afectiva con
el otro. La caricia despierta el deseo de conectarse con otro. Con el sentido del tacto se
da ese vaivén de sentirse separado del mundo pero al mismo tiempo el deseo de
entrar en contacto con él. Esta sensación es muy fuerte en los niños y por ello es su

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impulso a tocar todo lo que les despierta el interés, y llevárselo a la boca en sus
primeros años, con la lengua y los labios que tienen una discriminación táctil casi
como la de las manos. De aquí surge la importancia de aportar al niño experiencias
táctiles con materiales naturales y nobles, de modo que sus primeras sensaciones lo
conduzcan con certeza hacia una realidad que culmina en el espíritu.

Este parece ser un sentido muy humilde, pero si lo consideramos en
profundidad, prácticamente no podríamos sobrevivir si no lo tuviésemos. Podemos
vivir siendo sordos, ciegos, sin olfato o sin gusto, pero sin tacto la vida no sería viable.
Por esta razón es que este sentido es fundamental en las primeras etapas de la vida y
también en todo proceso terapéutico de los niños o personas con discapacidades
físicas y psíquicas. Cuando un bebé se siente tomado o acariciado con amor, tendrá
una buena conexión con su corporalidad y podrá seguir con seguridad e interés un
camino de integración para adelante. Este camino de integración se transformará
luego en ese tacto social con el que se construye la cultura donde nos contactamos
todos como individuos. “Tener tacto” en términos sociales significa movernos
hábilmente en nuestras relaciones humanas. Y más aún, es el germen que en el plano
del espíritu dará nacimiento al sentimiento religioso, a la búsqueda de la divinidad y
trascendencia que dan sentido a la vida. Con el correcto desarrollo del sentido del
tacto se sientan las bases para que se establezcan las relaciones adecuadas entre
nuestro mundo interno y el externo, entre los miembros de una sociedad y entre los
individuos y lo divino.

Cuando un niño ha sido golpeado o abusado, se produce una ruptura brutal de
este sentido, una parálisis en su normal desarrollo y maduración, que costará mucho
reparar para que retornen la confianza y el gusto por ir al mundo y encontrarse con el
otro. Toda la violencia que podemos ver dentro de una sociedad en determinadas
circunstancias, brota de individuos en quienes se descuidó este sentido. No se
sintieron acariciados, tocados o mirados con calor humano, no interactuaron de
manera segura con su entorno físico y social que les enseñó a reconocer y respetar
límites; como tampoco lograron tener la vivencia de que más allá de ellos, hay algo
espiritual o alguien que les hizo sentir amor.

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Vital

Este es el sentido que le avisa al niño si tiene hambre, si tiene sed, sueño, si se
siente enfermo o le duele algo. Normalmente cuando estamos bien, no nos percatamos
de este sentido y solo se activa y se hace presente si tenemos alguna disfunción
orgánica que nos impide dirigir nuestra atención a actividades en el mundo externo.
En el fondo, el sentido vital nos da una vivencia de cómo se encuentra funcionando
nuestro cuerpo etérico, cómo está llevando a cabo las funciones orgánicas y qué nos
pide hacer para satisfacer necesidades como el hambre, sed, cansancio, sueño, etc.

Se activa como un sistema de alarma que nos informa sobre nuestros procesos
vitales: nos hace saber si algo anda mal en nuestro interior. Si está todo bien, no
tenemos ninguna conciencia de los órganos dentro del cuerpo, ya que su integración y
funcionamiento es dependiente del sistema autónomo neurovegetativo, que se sustrae
normalmente a nuestra consciencia. Solo en caso de enfermedad, cansancio o un
desequilibrio orgánico aflora a la consciencia como malestar, dolor o desagrado, que
resumimos en un no sentirse bien. El nivel de sensibilidad es muy variable de una
persona a otra, expresada como tolerancia al agotamiento, al hambre, al dolor, etc.

En el caso de los niños, son sus padres, cuidadores o el pediatra los que deben
estar atentos a sus señales, para anticiparse a las necesidades vitales de lo contrario se
puede llegar a problemas más serios. Por ello es tan importante establecer ritmos y
hábitos que se deben respetar siempre: los horarios y calidad de las comidas, la hora
del sueño, los juegos, los contenidos de sus aprendizajes y la forma como se imparten,
el contacto con la naturaleza, en fin, todo aquello que llamamos higiene de vida.

Pero lo anterior debe matizarse con la necesidad de que el niño debe vivenciar
el cansancio físico, el rigor, como por ejemplo experimentar la sensación de hambre.
El niño muy mimado o consentido, que todo lo obtiene fácil cuando él quiere, se
insensibiliza frente al sufrimiento ajeno, tendiendo a vivir en el egoísmo. Todo
aprendizaje en sí tiene una cuota de dolor y sacrificio, basta acordarse cuando
aprendimos a leer o escribir. Pero también hubo una gran satisfacción cuando se
descubre que con la lectura se abre todo un mundo nuevo.

Este proceso de aprendizaje está reflejado magníficamente en los cuentos de
hadas, tan apropiados en los primeros años de la vida. Allí se dan imágenes que son
crueles: el lobo que se engulle a la abuela, la bruja que es empujada dentro del horno
por los niños y se quema, el cazador que raja la guata del lobo y saca a las cabritas que
se engulló, etc. Pero hay una dinámica: se despliega una trama que va tensando al
niño, cuidando de no exagerar que termine angustiado y llorando, se alcanza un
clímax y luego viene un fin que libera las tensiones y deja a todos contentos. Si el
cuento es bien narrado, debiera repetir la misma sensación que experimenta el niño
cuando tiene hambre o sed y se alivia con la ingesta de alimentos o líquidos! Tiene
que sentir “hambre” por la historia. Lo mismo ocurre con las decepciones inevitables
en la vida: cuando descubren que el Viejo Pascuero son los padres, cuando algo que
esperaban con anhelo no llegó, cuando pierden en un juego o se rompió su juguete

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favorito. Este sentido nos despierta las fuerzas de superación ante las dificultades, y
en eso consiste el verdadero aprendizaje. Ello implica aguantar, restringirse, aprender
a esperar. Si se deja tiempo al niño para que supere sus dificultades, que se
sobreponga al dolor o la pena, aprenderá a ser autónomo y capaz de superar cualquier
dificultad que le ponga la vida por delante. Es difícil encontrar un gran logro de la
humanidad que no haya sido conquistado sin dolor, sacrificio y enfermedades. En este
sentido vale la pena recordar un dicho antiguo: “La sabiduría es pena cristalizada”.

A medida que crece y es bien conducido, el niño interioriza hábitos y ritmos de
vida, aprendiendo a reconocer las señales del cuerpo y hacerse cargo de su
autocuidado. Este tránsito es muy importante, ya que habitualmente nuestra
consciencia del cuerpo etérico es casi nula y por ello no se le reconoce su existencia
desde el pensar moderno. La ciencia materialista atribuye los fenómenos de la vida a
las reacciones químicas que ocurren dentro de los organismos y todo intento de verlo
en un plano superior más allá de lo físico-químico, se cataloga despectivamente de
vitalismo, como que eso ya ha sido superado por el “pensamiento científico serio”.

Entender los fenómenos vitales como un campo con un paradigma propio, solo
será posible si llegamos a vivenciar el cuerpo etérico en nosotros mismo, lo que en los
tiempos actuales, cuando la humanidad está llegando a su mayoría de edad y debe
tomar las riendas de su destino por sí sola, reviste cierta premura. La persona cuando
se hace adulta y desarrolla un pensar propio, es porque también ha desarrollado su
cuerpo de memoria o sensible de manera adecuada, y como se dijo, este cuerpo de
memoria es una transformación del cuerpo etérico que se destina al aprendizaje. Las
señales de su cuerpo que antes reconocía como de bienestar o malestar, ahora tiene
que reconocerlas también en un plano superior que se relaciona con las emociones
que surgen en el encuentro con el otro. El cuerpo de memoria trae también la
individualidad de la persona y sus relaciones kármicas, por lo que desarrollar la
sensibilidad suficiente es necesario hoy en día si queremos reconocer nuestro karma y
obrar en consecuencia con él, no solo para nuestro propio progreso, sino también para
que con sentido social y responsabilidad ecológica, podamos mitigar el “sufrimiento
de la tierra”.


Movimiento propio o cinestésico

Cuando el bebé comienza a realizar sus primeros movimientos voluntarios,
necesita mirar lo que está haciendo y apoyarse con otros sentidos como el tacto y el
equilibrio principalmente. De a poco va tomando cierta autonomía y es capaz de
moverse de manera más fluida y sin ponerle tanta atención externa a sus
extremidades. Aprende a reconocer la información que le llega desde el propio cuerpo
que le avisa de cada movimiento que ocurre con su sistema muscular. Es importante
en esta fase que disponga del espacio suficiente que le permita experimentar su
cuerpo en movimiento. A través de ello tendrá una vivencia de la envoltura astral de
su corporalidad, que lo capacita para usar su cuerpo como instrumento para la
expresión del alma.

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Debemos distinguir en este sentido dos tipos de movimientos. Uno son los que
llamamos la mímica o gestualidad que acompaña a nuestro hablar o manifestaciones
que reflejan nuestras emociones y sentir en un determinado momento. El otro tipo de
movimientos son los de tipo adaptativo, como el trabajar con las manos o caminar que
obedecen a la voluntad de hacer algo en el mundo. Ambos van a reflejar fielmente al
Yo que anima en una determinada persona, a la cual podemos identificar
perfectamente por sus gestos, la manera de caminar, de reír, etc. El niño aprende esta
mímica y desarrolla toda su motricidad de acuerdo al patrón de imitación que le
ofrecen los mayores, así nos reímos cuando nos damos cuenta que se para y camina
igual que el padre o la madre. Esto tiene su lado negativo, ya que si uno de los mayores
tiene la manía de comerse las uñas u otra mala costumbre, ¡es cosa de tiempo para
que el menor también lo haga!

Cuando el niño se ha movido lo suficiente y de manera adecuada que le
permiten adquirir un buen dominio corporal, es cuando son capaces de llevar la
quietud al cuerpo y trasladar la movilidad a la parte anímica. La fantasía que
despliegan cuando vuelan con sus pensamientos en mundos imaginarios o esa
imaginación creadora, con gran movilidad asociativa de ideas que los hace ser tan
originales es porque interiorizaron este sentido al plano del alma. El problema surge
cuando tenemos niños que en sus primeros años tienen esa tendencia a la ensoñación
y se mueven poco. Ello obedece a que su cuerpo astral está formándose y
conectándose con su cuerpo de manera deficiente, por lo cual debemos intervenir
para una mayor integración neurosensorial e incrementar la movilidad física
voluntaria. En el otro extremo tenemos esos niños que se mueven demasiado y no
logran interiorizar el movimiento a la parte anímica, mostrando una inquietud motora
exagerada en los años escolares, ¡y algunos toda la vida! Eso se debe a una
astralización exagerada que no logra ser contenida ni conducida hacia una vida
interior. Nuestra vida cultural moderna con exceso de estímulos audiovisuales y la
tendencia a tomar la vida cotidiana como una lucha frenética por la subsistencia, lleva
a eso, con padres o adultos de referencia que también se quedan en la superficialidad
de las sensaciones y no logran desarrollar un pensar ordenado y profundo, como
tampoco una calma expresiva frente a los vaivenes emocionales del día: gritan, hablan
muy fuerte, gesticulan exageradamente, mucha discusión y pelea, etc. En una ínfima
minoría de los niños hiperactivos habría que buscar una causa neurológica que
explique esa falta de madurez y dominio. La gran mayoría obedece a una deficiente
educación de su sentido del movimiento.

Con la madurez, la movilidad anímica podrá ser llevada a un pensar y formas
de conducta que son capaces de ajustarse a los requerimientos y desafíos que se le
presentan en la vida social como adultos. Podrá comprender que la realidad tiene
múltiples formas de manifestarse y que obedecen a dimensiones muy distintas, a las
cuales debo aprender a respetar y manejarme frente a ellas de manera plástica y
consecuente. Las personas muy rígidas en su forma de vivir, llenas de dogmatismos,
fanáticas o con falta de adaptabilidad frente al mundo, por lo general han tenido una
infancia donde sus movimientos se vieron restringidos porque tuvieron padres que

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los normaron en exceso y no los dejaron tener una movilidad espontánea ya sea física
o anímica. Padres temerosos, sobreprotectores, ¡paralizan a sus hijos!

Cuando uno logra entender el movimiento como una dinámica en los planos
físico, anímico y espiritual, también logra comprender que la vida toda es un
movimiento, la biografía es un caminar entre un nacer y un morir, con todos sus
matices, como los encuentros significativos, las circunstancias y oportunidades que
nos abren a nuevas perspectivas o las crisis que nos obligan a reflexionar sobre el
recorrido hecho y nos fuerzan a un cambio. Para que ello sea bien conducido, se
requiere eso sí que se haya desarrollado perfectamente el sentido siguiente que es el
del equilibrio.


Equilibrio

Si el sentido del movimiento nos permitió tomar consciencia y posesionarnos
de ese espacio interior que es nuestro propio cuerpo, con sus niveles físico, vital y
anímico, con el sentido del equilibrio nos vamos a posicionar ahora en el espacio
externo del mundo. Esta es una función del auriga que describimos anteriormente
para simbolizar al Yo que conduce hábilmente a dos corceles alados, el cuerpo mental,
tirando el carro de la corporalidad. Este sentido nos permite orientarnos en la
materia, oponiéndonos a la gravedad, para que se manifieste la voluntad del espíritu.

Con la postura erecta nos vivenciamos como dueños del mundo, dominando
todos los espacios que abarca la vista, por ello, cuando perdemos el equilibrio y
sufrimos una caída, nos embarga la vergüenza, como si fuera una pérdida de la
dignidad y desearíamos muchas veces que en esos momentos nos tragara la tierra. ¡De
inmediato viene la urgencia de recuperar la compostura! Ese es el Yo de la
personalidad que vive de la apariencia, es nuestro Yo absorbido y ofuscado por la
materia que lo hace olvidar se esencia. Cuando la persona despierta a su Yo superior,
busca el equilibrio en el encuentro con los demás, en el interés por algún tema
determinado donde llega con autoridad a una conclusión significativa para la vida, que
puede ser transmitida a los demás. Si lo que entrega como conocimiento nuevo lo ha
copiado de otros y es sorprendido en el plagio, decimos que “se cayó” o exclamamos
“¡qué caída más fea!”, lo que refleja que todavía esa persona se mueve en el Yo de la
personalidad identificada ilusoriamente con su apariencia física. Por esta razón
Goethe afirmaba, que solo el que ha sabido conquistarse a sí mismo, puede servir en
majestad a otros. El hombre que ha llevado su equilibrio a la dimensión del espíritu, se
mostrará ecuánime frente a cualquier exigencia de la vida y no tendrá problemas en
arrodillarse humildemente ante lo divino.

El trastorno del sentido del equilibrio se manifiesta como vértigo, que
figurativamente no es más que la falta de dominio del auriga, el Yo, sobre sus corceles
alados que le dan vuelta el carro. Esto se puede producir a raíz de una inflamación del
órgano del equilibrio por una infección viral, por un traumatismo, también se puede
producir cuando la persona entra a espacios muy amplios o altos, o de manera

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permanente como en la enfermedad de Ménière. El significado profundo de los
vértigos es muchas veces una falta de interés por comprender la verdadera naturaleza
del mundo o la poca altura de nuestro pensar que se queda en un inmediatismo
pragmático. ¡Fue el problema de Faetón que lo precipitó al desastre y la muerte, al
querer conducir el carro de su padre Helios motivado por la vanidad! La superación
definitiva de estos vértigos, que también pueden obedecer a un requerimiento
kármico, es dominar los corceles, superar el pensamiento intelectual muerto y
aprender a moverse en la altura y vivacidad del espíritu.

Hay muchas pruebas iniciáticas y rituales de tránsitos donde se pone el
desafío en este sentido. Andar con la vista tapada, superar el miedo a las alturas, no
caerse de un caballo al galope, como ejemplos, exigen despertar al yo para que se haga
cargo de la situación, que el auriga tenga el dominio de los corceles y del carro que se
le entregan.

Hasta aquí hemos visto los sentidos que nos informan de nuestra propia
organización corporal y nos llevan a tomar consciencia de las envolturas del vehículo,
por ello también se les llama los sentidos corporales o también volitivos, ya que
permiten la expresión de la voluntad del yo por medio de su vehículo. Ahora vamos a
ver los sentidos que nos relacionan con el mundo físico a nuestro alrededor y la
vivencia que producen en el plano del alma, por ello se les llama también anímicos o
del sentir.


Olfato

Este es un sentido que está en un franco proceso de involución en el ser
humano. En los mamíferos como el perro y el gato es tal vez el más importante, al
punto que la sexta parte de su cerebro, el sistema límbico, está organizado en relación
con la capacidad olfatoria. Buscan su comida a través del olfato, de la misma manera
que nosotros la buscamos con el sentido de la vista. También el encuentro con la
pareja para reproducirse se determina por el olfato: las feromonas invaden y
embriagan despertando los impulsos sexuales. En los anfibios y reptiles,
prácticamente todo su cerebro corresponde al sistema límbico, el que en los seres
humanos se ha ido atrofiando a lo largo de la evolución a expensas del crecimiento del
lóbulo frontal donde se encuentran representadas las funciones ejecutivas, esas
habilidades cognitivas que nos permiten organizarnos para alcanzar las metas que nos
proponemos como Yo.

Es decir, el ser humano ha ido superando su vida instintiva y ha aprendido a
determinarse desde los dictámenes de la razón y el espíritu. Un resabio de esos
antiguos impulsos instintivos basados en el olfato, es la industria de la perfumería, por
cierto muy modificada por la cultura actual, pero que en el fondo nace del deseo de
seducir eróticamente al otro.

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Llaman la atención ciertas características de este sentido que lo diferencian de
todos los demás. Para hacerse presente, las substancias deben encontrarse en el aire,
por lo que es absolutamente dependiente de la respiración, y eso le da un carácter de
obligatoriedad. Uno está obligado a oler, aunque sea desagradable, no es posible dejar
de respirar, pero por fortuna se neutraliza rápidamente en el tiempo y desaparece.
¡No es posible establecer un límite espacial, nos invade obligatoriamente! Según la
cualidad del aroma reaccionamos con atracción o repulsión.

Discriminamos muy mal con este sentido, y por lo general nos movemos en el
entorno colocando poca atención a los olores, a menos que sea algo muy llamativo. En
un principio nos apoyamos con el sentido de la vista para identificar su fuente y así
hablamos de olor a naranja, a lavanda, etc. Los miembros de sociedades primitivas que
viven inmersos en la naturaleza, aún conservan muy desarrollado su olfato, lo mismo
que los catadores de aromas en la industria de perfumería, del vino y alimentos,
quienes educan y desarrollan dirigidamente su capacidad olfativa junto con la del
gusto.

Gracias a este sentido el ser humano ha desarrollado la tendencia al aseo y la
higiene. Se anticipa para que no haya malos olores y cuida de que todo huela bien, lo
que da la sensación de limpieza. A todos los detergentes y artículos de aseo doméstico
le adicionan aromas de flores para reforzar esa sensación. En los niños no se coloca
especial énfasis en cultivar este sentido, solo cuidar la higiene y tal vez orientar la
sensibilidad por los aromas naturales de las flores, cuya atracción no va aparejada a la
pasión instintiva, por esa razón siempre se han convertido en símbolos de pureza y
amor sublime.

En el plano del espíritu, el sentido del olfato despierta otra reacción que es muy
importante y que en nuestra vida urbana moderna hemos olvidado, que es esa
resonancia moral frente al mundo. El sentir un mal olor, en nuestro interior se asocia a
decadencia o deterioro en el plano espiritual y reaccionamos alejándonos de esa
fuente. Un símbolo potente en este sentido es el de la flor de loto y del malvavisco
(Althaea off.) que nacen del barro y materias en descomposición, pero buscan la luz
hacia la cual abren sus flores inmaculadas. Desde muy antiguo estas flores simbolizan
nuestro camino a la superación y perfección moral. Fruto de una sabiduría antigua,
nuestro lenguaje todavía mantiene reminiscencias de esta asociación del olfato con la
moral. Cuando decimos que una situación o una persona nos “apesta” o es una
“cloaca”, que “algo no huele bien”, o “huele a podrido”, nos referimos a valoraciones
morales. Estas asociaciones, que en la antigüedad eran mucho más frecuentes, se han
ido perdiendo y ello es debido al desarrollo del chakra del entrecejo en todos los
hombres, que irá reemplazando a la “nariz” en su apreciación de lo que es bueno y lo
que es malo moralmente. Cuando una persona se anda inmiscuyendo en todas las
cosas con un interés personal egoísta o por mera curiosidad, decimos que “anda
husmeando o metiendo su nariz”, pero si esa persona lo hace con un sentido de
responsabilidad social, ya no aplicamos ese término porque reconocemos en ella un
aporte, que se logra precisamente por el desarrollo del sexto chakra.

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Gusto

Es el sentido que permite detectar substancias químicas disueltas en la saliva.
Al igual que con el olfato, todavía hay mucho misterio y discrepancias en cuanto a la
fisiología de este sentido, que se ubica casi en su totalidad en la lengua. Hasta ahora
hay concordancia en reconocer cuatro sabores básicos: dulce, salado, amargo y ácido,
pero con el tiempo se ha estado considerando otros sabores como el picante, el
astringente o acre, oleoso o graso, umami (sabroso), starchy (harinoso), metálico, …y
seguramente vendrán otros con el tiempo.

La tarea principal de este sentido es darnos una discriminación con lo que
ingerimos en términos de ser saludable o nocivo para nuestro organismo. Por medio
de este sentido el hombre en la antigüedad pudo establecer una relación precisa con el
reino vegetal, cuya tradición mantenemos hasta ahora: distinguimos entre plantas
comestibles, medicinales y venenosas. En la actualidad hemos perdido esa capacidad,
por las mismas razones que se ha ido atrofiando el sentido del olfato, pero hay otro
factor muy poderoso que nos ha jugado en contra en el último siglo y es el consumo
excesivo de azúcares, endulzantes y comida industrializada, con muchos aditivos
químicos que han pervertido completamente el gusto. A lo máximo que llegan los
niños hoy en día es a tomar consciencia de que algo es rico o malo, “me gusta” o “no
me gusta”; en el mejor de los casos si está en buen estado o se descompuso.

La relación del sabor con la alimentación del niño es un arte que deberíamos
rescatar del conocimiento que tenían nuestras abuelas. Hoy viene todo envasado,
aséptico, con sabores homogenizados, listo para servir, perdiéndose el uso sabio de
los aliños y condimentos. En la tabla a continuación damos un esquema de los sabores
más importantes y su efecto en lo anímico. Los ejemplos que se dan ayudarán a
formarse una idea de cada sabor, aunque son todos bien conocidos.

Gusto Efecto anímico Ejemplos
Dulce Satisfacción egoísta Azúcar, miel, frutas maduras
Aceitoso u Sentirnos bien con nuestro cuerpo Nueces, aceitunas, almendras, aceite, mantequilla,
oleoso grasas
Ácido o agrio Refresca la conciencia, la Limón, cítricos en general, vinagre, frutas verdes,
mantiene lúcida rúcula, lácteos fermentados
Picante Despierta bruscamente, Cebollas, pimienta, mostaza, rábanos, ají, pimientos
colocándonos en alerta picantes, jengibre, ajos
Astringente o Concentra, nos mete en nuestro Perejil, orégano, salvia, tomillo, romero, quinina, té,
acre cuerpo y ayuda a focalizarnos granada, caqui, plátano verde
Salado Ayuda al pensar lógico Sal, ligústico, alcaravea, ajedrea
Amargo Estimula la voluntad para Ajenjo, canela, quinina, algunos quesos, café, cerveza,
sobreponernos aceitunas no curadas

Sobre su uso en la alimentación nos extenderemos más en el capítulo siguiente.
El uso sabio de ellos, solos o en combinaciones, nos van a permitir equilibrar ciertas
tendencias que se pueden ir dando en el desarrollo del niño y para despertar ciertas
fuerzas anímicas que se encuentren en detrimento. Unos toques de amargo con
hierbas como el ajenjo, ruda, artemisia y otras similares, enseñan a superar las
resistencias de la voluntad para hacer algo que no nos gusta. Por el contrario, un niño

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muy rígido y estructurado en su forma de ser, deberíamos enseñarle a comer sin sal.
Otro friolento, enfermizo, debe ser alimentado con sabores oleosos y dulces. Cuando
uno penetra en el conocimiento de los alimentos, en sus sabores, en esas sutilezas que
aún perduran en la sabiduría popular, como por ejemplo el uso de “la granada para
vitalizar y ayudar a la fecundidad”, hace que el arte de cocinar se transforme en algo
muy entretenido además de terapéutico.

El sentido del gusto, cuando se espiritualiza, sienta las bases para la formación
de la cultura. Fuimos expulsados del Paraíso y arrojados a la tierra porque Eva y Adán
fueron tentados por el sentido del gusto. Desde entonces el hombre tiene que
alimentarse con los frutos de la tierra que él mismo debe procurarse con el sudor de
su frente. Allí nace y se desarrolla la cultura como una consecuencia de la intervención
luciférica. El sistema digestivo y el sentido del gusto que va asociado con él, se
hicieron necesarios en la medida que el ser humano se terrenalizó. No es casualidad
que muchas de nuestras expresiones lingüísticas en el trato social se relacionen con
este sentido. El que alguien tenga “buen o mal gusto” para vestirse, decorar su casa,
son un ejemplo. Otras expresiones como “experiencia amarga”, “una persona picante”,
“niño dulce”, “una mujer rica”, “un hombre agrio”, “un libro indigesto”, “una idea
substancial”, “el gusto (o disgusto) de ver a alguien”, ¿“probemos”? (si resulta algo),
“una relación tóxica” y así muchas otras, muestran esos hilos ocultos que vinculan
realidades espirituales con lo mundano a través de este sentido


Vista

Es el sentido mas preciado y central en la experiencia humana. Viene a ser el
instrumento principal dentro de la orquesta que conforman los órganos sensorios,
¡por lo menos al que más protagonismo y lucimiento le damos! Toda la ciencia se ha
desarrollado en torno a este sentido: los instrumentos científicos casi en su totalidad
buscan hacer visible lo que no es visible: telescopios, microscopios, osciloscopios,
termómetros, calorímetros, dinamómetros, espectrómetros, sismógrafos, voltímetros,
y un largo etc., y paradojalmente es el sentido que más nos engaña, existiendo libros
completos de ¡ilusiones ópticas! Nuestro pensar intelectual está determinado en gran
parte por la visión, con los ojos formamos nuestros “puntos de vista” y nuestra “visión
de mundo”. Cuando queremos reflexionar sobre algo o considerar un hecho o tema,
decimos “veamos”! Y cuando lo entendemos, exclamamos “está claro”!

La estructura del ojo en sí está hecha para captar los colores, luz y sombra. La
posibilidad de discriminar formas, volúmenes, distancias se da por la participación
conjunta del sentido del movimiento, que está incorporado en los músculos
intrínsecos y extrínsecos del ojo. Se puede decir que la visión contiene en sí a todos los
otros sentidos. Ya vimos que la identificación de los olores y de los sabores también se
fundamenta en la visión; el tacto, el equilibrio, incluso la audición son altamente
dependientes de la vista. En las personas ciegas este protagonismo lo asumen el
sentido del tacto y de la audición. En los perros y gatos es el olfato y en el caballo el
oído los que predominan.

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La experiencia anímica de la luz y los colores nos pone en relación con el plano
astral, que nos permite formarnos el concepto de la belleza, de la apreciación y placer
estético. Los colores forman una totalidad en sí, complementándose armoniosamente,
tal como los vemos en la rosa o círculo cromático con su polarización entre colores
fríos y cálidos, lo cual es difícil de explicar matemáticamente. En esa experiencia ya
tenemos una primera aproximación anímica frente a la luz, asociando nuestros
estados de ánimos con matices de colores, mostrando predilecciones cromáticas
según nuestra forma de ser, y en lo más profundo de nuestra psique surgen
significados simbólicos, que pronto descubrimos que pueden ser leídos de igual
manera por muchas personas y son pertenencia de una cultura. ¿Por qué en un
determinado momento se pone de moda un color en la ropa, en la decoración? Por qué
vestimos de rosado a las niñitas y de celeste a los varones en sus primeros meses?
¡Nos casamos de blanco, nos morimos de negro, al amor lo vestimos de rojo! Este
conocimiento se utiliza con fines comunicacionales en las películas y también en los
comerciales y propaganda política.

Pero con la visión podemos llegar más lejos aún, pasando del ámbito astral al
espiritual, cuando experimentamos ese placer frente a una obra de arte que nos
emociona profundamente, sintiéndonos extasiados y transportados a esas
profundidades eternas donde nos olvidamos de nuestro propio cuerpo y sus conflictos
con el alma. Cruzamos el límite de nuestra sensibilidad entrando en la dimensión
espiritual, donde nos encontraremos con lo universal y permanente de la naturaleza
humana.

De estas consideraciones con el sentido de la vista, se deduce claramente la
importancia de cuidar el entorno de los niños en términos de su belleza, de la
naturalidad de sus colores, de la asociación fuerte con la higiene, lo bueno y lo
verdadero. No hay que cansarse repitiendo la necesidad de dar patrones de imitación
dignos, que en la coherencia e integración de las conductas y valores humanos, el niño
encuentre espontáneamente su comunión con lo divino.

Térmico o Calórico

Este es un sentido que hasta hace poco se consideraba parte del sentido del
tacto, sin embargo los termoreceptores, como los corpúsculos de Ruffini y
posiblemente los de Krause que registran el frío, cuentan con su propia vía nerviosa
de integración central y elaboración de la información. Si sumamos otras
consideraciones que veremos a continuación, con propiedad se puede clasificar como
un sistema de percepción aparte. Steiner afirmaba que fue el primer sentido que tuvo
el hombre, representando un arquetipo para los demás. Todavía se encuentran
resabios de él como sistema independiente en algunos reptiles, como la foseta loreal
en los crótalos o el foramen de la glándula pineal con un ojo parietal en algunos
lagartos, anfibios y peces. Igual muchos otros animales como insectos y vampiros que
se alimentan de sangre son capaces de percibir las radiaciones infrarrojas, contando
para ello con un órgano de percepción bien preciso.

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A nivel orgánico cumple una importante función de protección del organismo
en dos sentidos. El primero es de defensa frente al fuego o calor extremo, actuando
conjuntamente con las sensaciones del dolor. La otra función es la de informar
permanentemente al organismo de la temperatura circundante para que pueda
mantener la temperatura interna estable entre los 36 y 37 ºC. Todas las funciones
vitales requieren ese estrecho rango de temperatura óptimo para poder llevarse a
cabo de manera correcta. Para ello el organismo humano cuenta con una serie de
mecanismos para generar o disipar calor según las circunstancias, lo que le permite al
hombre moverse del calor abrazador del desierto, al frío de las nieves eternas con
mínimos cambios de la temperatura corporal.

La experiencia del frío nos lleva a una contracción corporal, disminuye el flujo
sanguíneo en la periferia del cuerpo, que toma el aspecto de “piel de gallina”,
escalofríos y espasmos musculares. Por el contrario, el exceso de calor nos produce
una sensación de expansión, con un flujo intenso de sangre hacia la piel y
sudoraciones profusas.

Estas vivencias tienen su contraparte en el plano anímico al igual como sucede
con todos los otros sentidos. Cuando decimos que una persona es fría estamos
hablando que tiende a retirarse de los demás, se muestra distante, poco expresiva y
empática, parca. Una persona cálida es esa personalidad efusiva, cariñosa, que recibe
con interés y entusiasmo. El calor anímico y físico es el medio por el cual el espíritu se
conecta con su alma y con su cuerpo respectivamente. Si la temperatura corporal se
dispara con la fiebre, o en el otro sentido nos congelamos, no somos capaces de
mantener la consciencia y la voluntad desaparece. Es el yo humano el que transforma
el calor físico corporal en calor anímico cuando quiere a otra persona, cuando con
entusiasmo quiere conocer el mundo o se le despierta la curiosidad por algo. Cuando
ese interés es fuerte puede llegar incluso hasta el sacrificio, expresión máxima del
calor que retorna lo físico a lo espiritual.

Dos hechos centrales en la evolución del hombre, que tienen que ver con el
fuego y el sacrificio son el robo que hace Prometeo del fuego de los dioses para
entregárselo por amor a la raza humana; y el sacrificio del Cristo en el Gólgota, como
culminación del proceso encarnatorio del Yo Humano como un ser espiritual en la
tierra. Este mismo carácter de calor anímico y sacrificio nos pide como padres, la
educación del niño en sus primeros años, que tiene que vivenciar que el mundo es
bueno, es acogedor, seguro y que vale la pena estar aquí en la tierra, ¡donde tenemos
tanto que aprender!

Hasta aquí, los sentidos que nos colocan en relación con nuestra corporalidad o
con el mundo externo donde estamos inmersos. Ahora vienen los sentidos que nos
permiten relacionarnos con otros seres humanos, que crean ese espacio espiritual
donde percibo y comprendo al otro en su propio mundo interior, lo cual crea las
condiciones para toda la vida en sociedad.

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Rudolf Steiner puso aquí el sentido de la audición y agregó otros 3 sentidos
nuevos que no son considerados en la ciencia oficial, ya que no tienen un órgano físico
que los identifique y solo se dan en el plano etérico. Por otra parte su verdadero papel
en la capacidad perceptiva del hombre es algo que está recién comenzando a
desarrollarse y no es fácil tomar consciencia de ello. Por estas razones vamos a ver
esos tres nuevos sentidos en un solo bloque.


Audición

Escuchar nos permite detectar los sonidos que se producen por las cualidades
vibratorias del ambiente y que nos llegan a través del aire. Esas vibraciones surgen de
las naturaleza más interna de las cosas o seres que las producen, generándose un
vínculo comunicacional que es esencial para la vida.

Un sonido irradia expandiéndose en el espacio revelando la naturaleza de su
fuente y va al encuentro de un receptor con el cual se generan lazos con significado.
Escuchando los sonidos del entorno, sabemos si ellos provienen de la naturaleza o son
generados por la actividad cultural del mismo hombre. Distinguimos si su fuente es
metálica, madera, agua; si tiene un carácter inerte o está lleno de vida, refleja
emociones, nos “dice” algo.

Emitir sonidos y escucharlos, es un gesto que aparece en los animales y ha sido
fundamental en la evolución para favorecer la sobrevivencia y la posibilidad de
reproducirse. A partir de la audición nace la capacidad del habla en el ser humano, y
con ello de vivir en sociedad. Si no detectamos a tiempo que un niño nace sordo, no
desarrolla el habla y con ello tampoco podrá aprender a leer y escribir, sufriendo un
aislamiento social muy difícil para su existencia. En la antigüedad, cuando no se tenía
una clara comprensión de esta incapacidad de escuchar, a las personas sordas las
trataban de “tontas”, ya que se genera una barrera infranqueable que impide el
entendimiento mutuo con los que la rodean. Esta característica tan dramática solo se
da con la deficiencia de este sentido en particular.

Toda la música y el canto se despliegan gracias a esta capacidad de escuchar y
emitir sonidos llenos de sentimiento y significado, con lo cual construimos un espacio
intangible donde nos encontramos como seres espirituales. Los pitagóricos hablaban
de “la música de las esferas” como las fuerzas formadoras en la creación, el Logos o la
palabra de los griegos. Es a través de la palabra que también vamos a educar al niño y
como nos seguimos educando los humanos a lo largo de toda la vida.

Si se logra contemplar este rol de la audición para la emergencia de lo
netamente humano en el hombre, nos daremos cuenta que no ha sido un capricho
evolutivo que el oído y el sentido del equilibrio, que permite la percepción del yo en el
espacio, se encuentren conformados en un mismo órgano. Son el punto de partida de
ese gran camino que tiene que recorrer un Yo autoconsciente para retornar a lo
espiritual plenamente individualizado. Recién se está comenzando a tomar

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consciencia de esa fuerza individualizadora que poseen la palabra, el canto y la
música, que se puede usar tanto con fines terapéuticos como pedagógicos.


Habla ajena o sentido verbal, pensamiento ajeno y yo ajeno.

Cuando escuchamos hablar a personas en un idioma que no conocemos, solo
somos capaces de percibir ciertos sonidos con cierta entonación y ritmo que llamamos
prosodia, pero no entendemos nada de lo que dicen. Para ser estrictos, el sentido de la
audición solo nos permite captar sonidos: esa es la vivencia del niño en sus primeros
meses. Luego viene esa etapa donde comenzamos a asociar ciertos sonidos con
significados que están asociados. Para ello abandonamos ese elemento musical del
habla y nos concentramos en dejar que los sonidos vocálicos y consonánticos se
expresen, reflejando cierto orden cósmico que resuena en nuestro inconsciente.

Para que ello ocurra, también es necesario que de alguna manera nos
olvidemos de nosotros mismos, haciendo el gesto opuesto al que tuvimos con el
sentido del movimiento propio: de experimentar el propio cuerpo en movimiento,
ahora nos olvidamos de la corporalidad y experimentamos el movimiento en un
proceso externo que es el hablar ajeno, del mismo modo como veríamos correr a otra
persona. Pero igual como podemos comprender el esfuerzo y las dificultades de un
atleta que corre, porque nosotros mismos ya aprendimos a correr, podemos captar los
significados de una persona que habla, porque nosotros mismos pasamos por esa
etapa de asociación de sonidos con significados en los primeros años de vida. Esta es
una experiencia que tiene lugar en el plano etérico, que en el niño a esa edad se
encuentra con cierta autonomía del plano físico, por ello ocurre de manera tan fluida y
natural el aprendizaje de la lengua materna.

Cuando el adulto quiere aprender otro idioma, no le resulta tan fácil como
cuando era niño y aprendió su lengua materna, ya que este nuevo aprendizaje pasa
por el cerebro y su actividad analítica, que desglosa el idioma en léxico, gramática,
fonética, semántica, etc. La primera dificultad estriba en pronunciar las vocales según
la modulación propia del hablante del otro idioma. Como la laringe es modelada por el
habla en el niño, que conserva una plasticidad orgánica que hace eso posible, en el
adulto tiene sus limitaciones por ello siempre vamos a hablar con un acento donde se
nota que ese idioma no fue nuestra lengua madre. Pero ahora viene la dificultad
mayor, que es sacar de la consciencia todas esas reglas propias de un idioma y
quedarnos solo con los significados, con aquello que vibra en el plano etérico. Este
tránsito es muy claro en las personas que se van a vivir al extranjero y tienen que
aprender el idioma de ese país: llega un momento que se dan cuenta que están
pensando e incluso soñando en ese idioma extranjero. Ahora piensan en algo y la
palabra brota espontáneamente de las profundidades de la psiquis, sin hacer un
esfuerzo consciente con la memoria.

Cuando somos capaces de entender este mismo proceso en otra persona,
haciendo abstracción de cómo habla y solo captamos lo que quiere decir, es porque

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hemos desarrollado este sentido del habla ajeno, que si se ha entendido bien, no es
lo mismo que el habla propio. Más aún, tenemos que abolir en cierta manera nuestra
propia personalidad para escuchar al otro y entender lo que nos quiere decir. En
nuestra realidad moderna eso se ha tornado muy difícil, estamos tan ensimismados en
nuestros propios pensamientos, que habitualmente no son más que creencias y
prejuicios, que formamos una verdadera barrera frente al interlocutor y no lo
percibimos en su exacta intención comunicativa, y de ahí surgen prácticamente todas
las discrepancias y conflictos del día a día, porque malinterpretamos el elemento
emocional y formativo del habla.

Pero podemos dar un paso más todavía, si es que estamos escuchando al otro
con genuino interés. Por ejemplo, si asistimos a una charla cuyo tema nos despierta un
gran motivación, llega un momento que nos olvidamos del conferenciante y de su
forma de hablar y nos dejamos llevar por las ideas mismas en su concatenación lógica.
Más aún, podemos ir a escuchar a otra persona que desarrolla las mismas ideas de
otra forma y con otro lenguaje, sin embargo vamos a llegar a las mismas conclusiones.
Es decir, llegamos a un mundo silencioso donde las ideas viven por sí solas,
independientes de las palabras y de quien las exprese. Si intensificamos esa
experiencia, vamos a llegar a la vivencia del mundo ideal de Platón y Sócrates, donde
se alcanza la Verdad y el Bien. Ese es el camino que nos ayudaría a encontrar el
sentido del pensamiento ajeno.

Por último, podemos dar un paso más y preguntarnos qué diferencia hay entre
esas dos personas que hablan del mismo tema. ¿Quién está detrás de esas palabras?
¿De donde le fluyen esas ideas? Si entramos en la respuesta a estas preguntas vamos a
encontrarnos con la experiencia del ser esencial que anima a la persona que tenemos
al frente. Solo cuando nos acercamos a ese núcleo, podremos aceptar con plenitud la
sentencia del Cristo: “Cuando dos o más personas se junten en mi nombre, yo estaré
en medio”. Será el sentido del yo ajeno el que producirá ese encuentro.

Todavía estamos lejos de esta meta, ya que nuestra personalidad se ha forjado
en la cultura moderna de la desinformación, de las fake news, de las mentiras piadosas
o de las verdades a medias, con voces virtuales que nos contestan el teléfono o con
interlocutores reales que no nos miran a los ojos porque tienen la vista fija en las
pantallas de sus teléfonos. En este mundo actual donde abundan los medios de
comunicación, nos encontramos más aislados que nunca, no estamos aprendiendo a
vivenciar los pensamientos ni a quienes los emiten, y por ello caemos en la paradoja
enseñada por Hegel en su alegoría del amo y el esclavo: o somos seducidos y
manejados por las ideas, argumentos y slogans que nos llegan del mundo externo, sin
hacerlos pasar críticamente por nuestro yo; o tendemos a imponer nuestras propias
ideas, opiniones y convicciones a los demás.

No caer en esa dicotomía del “amo y el esclavo”, solo es posible si aceptamos el
Impulso del Cristo en nuestro corazón, donde con amor estamos viendo al otro como
nuestro hermano, llegando a las mismas Verdades Eternas: “No yo, sino Cristo en mí”.

116
Síntesis final

Los órganos sensoriales tienen la cualidad de funcionar como una vía de doble
sentido. Uno es el que permite al alma humana aprehender el mundo que se
manifiesta a su alrededor, considerando a su propia organización corporal como parte
de ese mundo. Cada órgano de los sentidos aporta un aspecto de la realidad, pero ellos
funcionan como un todo, dando una imagen unitaria dentro del alma humana. Este es
el camino por el cual un educador imprime su influencia en el educando!

Si esa educación es bien conducida, también pueden transformarse en los
portales a través de los cuales lo espiritual del hombre retorna a su naturaleza
esencial. En todo proceso perceptivo participa el alma con sus tres manifestaciones: el
pensar, el sentir y la voluntad. Se debe producir un equilibrio entre el calor volitivo
que nos hace interesarnos por el mundo y la frialdad del pensar que nos permite
ordenar y fijar en la memoria lo percibido. Si la educación despierta un sano
sentimiento de devoción por el mundo exterior, que en el fondo es el Amor que debe
brotar en el corazón de cada uno gracias al impulso que el Cristo trajo a la tierra, la
voluntad humana debe potenciarse en el acto creador consustancial con lo divino, y el
pensar espiritualizarse de modo que alcancemos la libertad de movernos en los
pensamientos cósmicos lejos de los condicionamientos del mundo terreno.

Esta tarea será posible de llevar a cabo si en el plano corporal integramos bien
el sentido del movimiento y el equilibrio, y más tarde, en el plano del espíritu, se
aprenda a escuchar e interpretar correctamente la palabra ajena, sin olvidar nunca lo
que han repetido hasta el cansancio Gabriela Mistral, Rudolf Steiner y otros grandes
maestros de la humanidad:
“Educar es un acto de amor”

117
La nutrición en el ser humano


Bajo riesgo de caer en la repetición, nunca hay que olvidar que somos seres
espirituales viviendo una experiencia como seres encarnados en la tierra. El gesto
evolutivo de toda la humanidad se puede sintetizar en el propósito del Yo humano de
unirse a la corporalidad, con el fin de hacer un camino de individualización y después
libremente retornar a la naturaleza espiritual habiendo rescatado y espiritualizado su
vehículo corporal.


Volviendo al mito de la creación del hombre descrito en el Génesis, vemos que
en sus inicios el espíritu participaba en el devenir espiritual del universo, era la
condición paradisíaca del hombre, quien se sentía parte armónica de ese todo. Pero
viene la tentación luciférica que le ofrece prematuramente al ser humano el fruto del
Árbol del Conocimiento, con el cual podía llegar a ser igual que los dioses
“conocedores del bien y del mal”. Por esta pretensión humana son expulsados del
Paraíso y obligados a vivir en la tierra, de cuyo suelo tendrán que sacar con fatiga el
alimento diario: “con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo,
pues de él fuiste tomado”.

En esta parte se hace referencia a la corporalidad, que es connatural con los
elementos de la tierra, y que para mantenerse debe incorporar diariamente esos
elementos a través de la alimentación. Este vehículo, con todos los planos que lo
conforman, traía ya un largo camino evolutivo, que debido a la incorporación de las
leyes de la herencia, hace que no haya dos cuerpos iguales sobre la tierra. Por otra
parte, el Yo del ser humano “caído” desde los mundos espirituales, se va uniendo y
compenetrando de manera creciente con su corporalidad terrena, sufriendo la
ofuscación de su naturaleza propia y despertando a la ilusión de identificarse con su
cuerpo, que le daba una individualidad reflejada desde su sangre (herencia).

En los albores de la humanidad, esta identificación del espíritu con su cuerpo
era parcial, conservando el hombre una añoranza atávica por los mundos espirituales.

118
Por ello el antiguo hindú, que mantenía un resabio que compendiaba toda la evolución
previa, sentía esta venida a la tierra como un castigo y todo su afán se dirigía a no
perder ese vínculo con el mundo espiritual, anhelando volver cuanto antes para
fundirse en él, como la gota de agua que retorna al océano. En esos tiempos, el espíritu
del ser humano sólo era capaz de unirse de manera muy débil con el cuerpo, por lo
que éste no podía ser tan denso y rígido que dificultara esa unión, por ello, para
mantener esa sutileza, la alimentación consistía en leche, miel y frutas que
espontáneamente se tomaban del entorno. Hasta el día de hoy ha llegado la actitud del
hindú de mirar a las vacas como un animal sagrado que se mueven libremente en el
hábitat humano.

Con el correr del tiempo, el Yo humano se fue incorporando con mayor fuerza
en su vehículo y haciéndose más terrenal. En Mesopotamia, entre lo ríos Tigris y
Éufrates, nace la cultura persa que comienza a cultivar la tierra y alimentarse con esas
partes de las plantas que están más terrenalizadas: hojas, tallos y raíces. También
consumen las semillas, que es la parte más dura de la planta, y con ello se inicia la
elaboración del pan,… y en paralelo ¡de la cerveza! El alcohol es un facilitador de la
encarnación del Yo, le hace olvidar la “pérdida” y sentirse bien en su condición
terrenal. En uno de los textos del libro sagrado de los persas, el Zend-Avesta, se
pueden encontrar muchas indicaciones sobre el cultivo de la tierra, por lo que se le
considera como el primer tratado de agricultura que tuvo la humanidad.

La percepción de la realidad que tenía el antiguo persa de la época de
Zoroastro, el gran iniciador de esa cultura, ya no era esa ensoñación que tenía el
hindú, que conservando cierta clarividencia, se sentía siempre en unión con la
divinidad. Ahora el persa siente que la vida se mueve en una dualidad, la luz y la
sombra, lo divino en el sol que llamaba Ahura-Mazda, y en la tierra Ahrimán, el dios de
las tinieblas.

Luego viene la cultura egipcia, donde se intensifica el cultivo de la tierra en las
riberas del río Nilo. En esa época comienza el consumo de la sal, algo absolutamente
térreo, desprovisto de vida. Grandes caravanas comercian con la sal, que se
transforma en algo esencial en la dieta de los hombres.

En esta época histórica vemos también la construcción de los templos, la casa
de la divinidad. Ahora lo divino no se percibe de manera clarividente como lo hacía el
antiguo hindú; tampoco lo encuentra mirando al sol como el persa de Zoroastro, sino
que surgen multiplicidad de dioses que mantienen un nexo muy terrenal.

Con la cultura griega se llega al ocaso de la percepción de los dioses, la
comunicación con ellos en el templo se logra hacer de manera velada a través de una
pitonisa en estado de trance. El hombre, alejado de los dioses da nacimiento a la
filosofía, el pensamiento de “sombras” proyectadas por una realidad luminosa que se
le escapa. Esta individualización terrena se intensifica a tal punto que incluso le cuesta
encontrar el camino de vuelta a los mundos espirituales después de la muerte. En la
Odisea, Aquiles, tras su muerte, le confiesa a Ulises cuando éste baja al Hades:

119
Preferiría estar sobre la tierra y servir en casa de un hombre pobre, aunque no
tuviera gran hacienda, que ser el soberano de todos los cadáveres, de los muertos.

Con los romanos el hombre pasa a ser un ciudadano de la tierra, aparecen las
individualidades fuertes de los emperadores que conquistan el mundo conocido. ¡Ellos
son los dioses! Para su afán guerrero necesitan incorporar la carne en su alimentación,
aparecen los asados, muy condimentados, tal como se lee en los primeros libros del
arte culinario que aparecen en esos tiempos. Los templos paganos desaparecen y se
impone el Cristianismo, cuyas creencias se fundamentan en antiguas revelaciones, sin
acceso directo a la divinidad.

El derrotero histórico que se ha sintetizado corresponde más o menos al hilo
conductor de nuestra actual cultura occidental. En paralelo se dieron otras
civilizaciones que tuvieron dinámicas distintas de desarrollo, como los hunos que a la
cabeza de Atila y más tarde los pueblos mongoles guiados por Gengis Kan, asolaron
Europa. Esos eran pueblos guerreros, nómadas cuya alimentación se fundamentaba en
la carne. Por el contrario. en otros lugares de Oriente se formaron pueblos que hasta el
día de hoy se alimentan básicamente de arroz, lo que les da un carácter tranquilo, casi
de mansedumbre.

El punto a destacar es que en la medida que la humanidad se fue alimentando
de productos cada vez más comprometidos con la tierra, en sentido inverso se fue
separando de los dioses, pero fue ganando en consciencia y capacidad de pensamiento
cada vez más perfilado para dominar el mundo físico. En los últimos 5 siglos de
historia, el hombre ha conquistado con su pensamiento científico no solo el mundo,
sino que también ha puesto un pie en la Luna y pretende alcanzar el resto de los
planetas del sistema solar. La religiosidad está en extinción, reemplazada por el
pragmatismo cientificista que dictamina las necesidades del hombre moderno y las
maneras de satisfacerlas en términos muy egocéntricos. La acuciosidad intelectual no
alcanza para percibir lo espiritual, lo cual se descarta como una creencia que ha sido
superada, muchas veces de manera rabiosa. Los encargados de mantener el espíritu
religioso en la sociedad, se han perdido en el sensualismo del mundo externo. ¿Y cómo
nos alimentamos? ¡De chatarra! Comida procesada industrialmente, llena de aditivos
químicos que le permiten tener “larga vida” y mantener su apariencia atractiva, sin
contar con las toneladas de fármacos químicos que se consumen a diario con el fin de
mantenernos sanos, felices y adaptados al sistema. En otras palabras, nos estamos
alimentando con “piedras”, por ello nuestros cuerpos se endurecen y no son capaces
de desarrollar un pensar más creativo hacia una realidad más abarcante.
Paradojalmente, en los últimos 100 años ha habido más guerras y nos hemos matado
entre nosotros en cantidades nunca vistas en toda la evolución de la humanidad.


La ontogenia sigue la filogenia, (¡o debería seguirla!)

Cada vez que nace un niño, éste sigue el mismo camino de desarrollo que ha
tenido la humanidad para hacerse un ciudadano del mundo: en sus primeros meses se

120
alimenta de leche materna, de a poco se incorporan jugos y papillas de frutas, purés de
verduras, los cereales que son las semillas y solo después que caminan y comienzan a
explorar el mundo a su alrededor, según las necesidades y características del niño,
debería incorporarse la carne. La sal tendría que estar restringida hasta la edad
escolar, es suficiente la sal intrínseca en cada alimento natural.

¿Qué está ocurriendo en la realidad? La mujer se ha ido incorporando
activamente en los mercados laborales y tiene que ser competitiva igual que los
hombres dentro de la sociedad. También la familia ha dejado de ser ese núcleo
humano que como un nido acogedor, daba cobijo a los nuevos seres que llegaban al
mundo. La maternidad, por tanto, se ha visto interferida por una serie de exigencias
propias de la vida moderna y el acto de la lactancia natural está siendo reemplazada
por fórmulas lácteas procesadas industrialmente.

Ya no se dan frutas, que se reemplazan por vitaminas sintéticas, los cereales
vienen procesados, muertos, con enormes cantidades extra de azúcar y/o sal, igual
que las papillas de verduras que incorporan precozmente carnes y mucha papa. Todo
ha sido ultraprocesado, adicionado de azúcares, harinas refinadas, grasas
hidrogenadas, mucha sal, aditivos químicos de toda índole, y luego esterilizado y
puesto en envases sellados para que dure meses en buenas condiciones en los
anaqueles de los supermercados. Para agravar la situación, el mercado de consumo
ofrece una infinita variedad de golosinas, bebidas de fantasía y “snacks” que rebosan
en químicos, para el “picoteo” que rompe los ritmos naturales que debería tener la
alimentación del ser humano.

Lo anterior nos ha conducido a lo que llamamos la “dieta occidental”, que
impera en todo el mundo occidental a partir de los años 80, donde todos los alimentos
como la leche, fruta, verduras, huevos, carne comienzan a ser reemplazados por esos
alimentos tan industrializados que son de fácil adquisición, consumo rápido, gusto
atractivo y ¡sospechosamente baratos! Son alimentos prácticos que se ajustan al estilo
de vida moderna, donde comer es un trámite para saciar el hambre o apaciguar los
apetitos. Además tienen la ventaja de ser perdurables, pudiendo ir al supermercado
una vez al mes o a la semana y apilar las compras sin temor a que se descompongan o
a guardarlos congelados por meses.

¿Y cuales son las consecuencias? Bebés con intolerancias alimentarias, llorones,
que no pueden dormir en las noches, rabiosos ¡y padres colapsados! Después vienen
los problemas de obesidad, trastornos metabólicos, alergias, depresión, conductas
inadecuadas, que con los años desembocan en el consumo de drogas de todo tipo que
son parte ya de nuestra “civilización”. Las enfermedades degenerativas del sistema
nervioso y las cardiovasculares también se deben en parte al tipo de alimentación sin
vitalidad que consumimos.
Este cambio de hábitos de consumo y de calidad de la alimentación se ha
impuesto en nuestra sociedad de manera muy rápida, generando adicciones y
boicoteando los mecanismos sociales de consumo sano. Hay una enorme inversión de
la industria alimentaria en publicidad, precisamente para superar las prácticas

121
sociales de consumo equilibrado, creando necesidades y estereotipos sociales
superfluos que apelan a las emociones con valores muy cuestionables.


Cambiar o perecer

Como humanidad nos encontramos en una encrucijada que nos coloca frente a
una decisión urgente que hay que tomar. Estamos frente a una verdadera pandemia
de enfermedades derivadas de la mala alimentación y el mundo se precipita a un
desastre ecológico sin parangón en la historia. El hombre ha perdido el rumbo y
sentido de su vida y a pesar de todas las advertencias y señales de la inminente
catástrofe, el egoísmo lo atrapa y no es capaz de enmendar su camino.

De partida la agricultura y todos los métodos industriales de producción y
elaboración de alimentos, que si bien produce mayor cantidad de productos a un costo
menor en el corto plazo, debe cambiar drásticamente, porque el imperio de los
monocultivos es responsable del alto nivel de desgaste y muerte del suelo,
empobrecimiento del mundo rural y contaminación del medio ambiente que hace
tiempo han transgredido los límites de lo permisible. La desaparición de especies
animales y vegetales debido al tremendo deterioro de sus hábitats, crece cada día y el
mismo hombre se encuentra en una condición vital donde le resulta casi imposible
mantenerse sano y menos aún abrirse a lo espiritual. La paradoja viene en que la
misma industria, ahora en su vertiente farmacológica, ofrece como solución la oferta
de medicamentos que paliarían esos efectos adversos de la mala alimentación:
mantener en “rangos normales” los niveles orgánicos de colesterol, azúcar, controlar
el exceso de peso o la presión sanguínea alta, los psicofármacos para andar con
energía y felices sin preocupaciones durante el día, y otro químico… ¡para dormir
profundos en la noche!

El antiguo adagio “dime qué comes y te diré quien eres” nos muestra que la
actual alimentación tan cargada a lo mineral, sin vida, contaminada, ha ido
endureciendo al hombre quien con su pensar rígido, mecánico, no logra cuestionarse
el sistema de vida en que estamos inmersos. Tampoco le permite soltar los viejos
hábitos y cambiar a formas de sobrevivencia más acordes a la crisis que estamos
enfrentando. Estamos ciegos y sordos para aceptar la realidad que se nos precipita. El
niño imita a sus padres, tanto en lo positivo como en lo negativo. Si como adultos
comemos cualquier cosa a la rápida, productos insanos, somos altamente
dependientes de medicamentos para funcionar en el día a día, con nuestra consciencia
puesta en otras preocupaciones, sin responsabilidad social, vamos a educar a nuestros
hijos dentro de esos mismos valores.

Para salir de este estado de cosas, tendremos que replantearnos forzosamente
toda nuestra actual forma de vida tanto en lo personal como en lo social, cosa que ya
está en ebullición en el inconsciente colectivo de todo el mundo.

122
Habrá que desarrollar una agroecología armónica con la naturaleza en todos
los ámbitos, rescatando el conocimiento tradicional que puede existir aún en las
distintas regiones del mundo y que preservan las fuerzas formativas de los alimentos
propios de una zona geográfica. Históricamente cada región del planeta contaba con
una gran diversidad de plantas que cultivaban para la subsistencia. Así a comienzos
del siglo XX se contaban con unos 300 plantas distintas para el consumo humano, lo
que contrasta con la actual agricultura industrial, donde el 80% de los cultivos se
focalizan en 30 plantas que en su mayoría han sido modificadas genéticamente y solo
se sustentan con los agroquímicos que contaminan y matan el ambiente natural. Solo
para colocar un par de ejemplos, la India cultivaba tradicionalmente 110.000
variedades de arroz adaptadas a las más diversas condiciones de suelo y clima,
capaces de soportar sequías, inundaciones, salinidad, pestes, etc. Con la “Revolución
Verde” en ese país, que impuso variedades de alto rendimiento, pero muy
dependientes de fertilizantes y pesticidas, hizo desaparecer el 90% de las semillas
existentes en las familias de agricultores. Lo mismo se puede decir de la Isla de Chiloé,
que contaba con más de 200 variedades de papa, pero hoy en día solo se encuentran
una decena con suerte.

La ciencia moderna considera la calidad de los distintos alimentos que
conforman la dieta habitual del ser humano, en base a los componentes
“científicamente identificados” como proteínas, grasas, hidratos de carbono,
vitaminas, minerales y las calorías. En base a eso se plantean modelos de alimentación
saludable, como la “cardiodieta” basada en la “hipótesis lipídica”. Esto es un
reduccionismo propio de la ciencia, que se focaliza solo en lo físico material, que bajo
la manipulación de la industria y los dictámenes de los nuevos gurúes o sacerdotes
que son los científicos, médicos, nutricionistas, periodistas, etc., formados con ese
criterio cientificista, van dictaminando lo que es bueno y lo que es malo, dando inicio a
modas y hábitos de consumo muy cuestionables muchas veces desde el sentido
común. Esto se complejiza con ciertos grupos que razonablemente rechazan esos
modelos, que a su vez tienen sus propios gurúes, pero se van al otro extremo con
propuestas dietéticas vegetarianas, veganas, desintoxicantes, macrobióticas,
naturistas, la trofología, etc., que para la gran mayoría de las personas no son
adecuadas porque no se enmarcan en un efectivo cambio de actitud anímica o no se
consideran las características individuales. El péndulo de las tendencias en nutrición
oscila de un extremo a otro, mientras la población se sigue nutriendo mal y
enfermando igual.

Por tanto, si consideramos que el acto de nutrirse tiene por objetivo aportar la
mejor sustancialidad para la conformación del cuerpo como un instrumento dúctil a
los requerimientos del espíritu humano, la alimentación tendrá que disponer
nuevamente de ese espacio y tiempo donde la familia se congrega a compartir un
proceso que nutre cuerpo, alma y espíritu. Comer solo para saciar el hambre o las
pulsiones antojadizas del cuerpo, con premura, sin darse la oportunidad de encuentro
con el otro, de compartir, entregar y agradecer, es la causa de que más de la mitad de
la población sufra de problemas metabólicos. Debe surgir un compromiso de familia,
donde la calidad del alimento y su sabia y cariñosa preparación sean una atracción

123
para el grupo familiar. Hay que rescatar ahora de manera consciente, esa sabiduría
antigua, cuando las personas sabían perfectamente lo que les convenía consumir,
porque tenían un sentido del gusto sano y bien desarrollado.

De esa relación que se establece entre el tipo de alimentación y el nivel de
consciencia e individualización de una persona, se tiene que buscar la dieta más
apropiada para cada una. No se puede estandarizar con regímenes fundamentados en
las concepciones científicas imperantes o en las dietas de moda que continuamente
surgen como la panacea para todos los problemas de salud. De manera responsable, la
nutrición debe estar orientada a hacernos más terrenos y precisos en la vida cotidiana
o a sacarnos de la rigidez y chatura de nuestros hábitos para entrar en un camino más
creativo y abierto a lo espiritual. En otras palabras, la forma como se alimenta tiene
que estar en conformidad con la maduración del hombre como ser terreno, de dónde
se encuentre una persona determinada en su propia curva evolutiva. Eso como un
marco de referencia general, pero también hay que tomar en cuenta factores como la
edad: un niño, un adolescente, un adulto o un anciano se alimentan diferente. La
actividad que ejecuta la persona es otro factor gravitante a considerar: no sería lo
mismo alimentar a un intelectual que pasa horas frente al computador que a un
trabajador agrícola o de la construcción. "Que la comida sea tu alimento y el alimento
tu medicina", es un viejo aforismo hipocrático que señala precisamente esta necesidad
de individualizar la alimentación.

Si logramos aceptar que la alimentación es un proceso altamente individual y
dinámico, sujeto al grado de desarrollo de las personas, vamos a comprender que cada
indicación nutricional tiene sus tiempos, alcances y límites que hay que observar y
respetar para llegar a la expresión máxima de lo que cada ser humano tiene como
esencia en su intimidad. Para ilustrar este punto vamos a considerar algunas
situaciones comunes, que debieran ser tenidas en consideración en este cambio de
actitud que se requiere hoy en día.


La lactancia materna

Este es un tema delicado en la actualidad porque se encuentra en medio de un
debate donde se identifican varios frentes, cada uno con razonamientos muy
justificados.

Como ya se mencionó, la situación de la mujer en la sociedad actual es difícil,
donde se ve impulsada a un desarrollo profesional y personal acorde a una economía
de libre mercado, por tanto se le exige ser competitiva y eficiente igual que a los
hombres. Este modelo no da mucha cabida a una maternidad tranquila y segura, que
se ve contaminada por el estrés, las preocupaciones laborales, las necesidades
económicas, las metas personales autoimpuestas, etc. Las madres modernas requieren
de una gran fortaleza interior, de convicciones claras y una voluntad bien determinada
para sobreponerse al medio y entrar en el proceso de dar de mamar a su bebé de
manera armónica y por el tiempo necesario para los dos.

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Como este ideal no siempre se logra, aparecen los laboratorios que fabrican
fórmulas lácteas ofreciendo sutilmente sus productos, “reconociendo que la lactancia
materna es insustituible, pero en aquellos casos donde no es posible que ella ocurra o
que la “mamita” necesite salir o descansar,… ¡pueden usar este producto!” Hay una
gran oferta en el mercado con muchos laboratorios que compiten y tratan de mostrar
sus ventajas dietéticas colocando más o menos azúcar, adicionando vitaminas,
químicos, aminoácidos, ácidos grasos, cambiando relaciones de nutrientes, etc., “para
que sea lo mas similar posible a la leche materna”. Nunca será igual, pero en la
realidad que vivimos, se ha transformado en un mal menor.

Frente a esta situación han surgido los grupos pro-lactancia, que son
asociaciones de mujeres que apoyan con su experiencia a madres que se inician en el
amamantamiento de sus hijos. Esto ha resultado ser una iniciativa de gran ayuda y
que cumple un rol importantísimo para empoderar la maternidad dentro de nuestra
sociedad tan despersonalizada. Desgraciadamente estos grupos son muy
heterogéneos y a veces se dejan llevar por las idiosincrasias de sus miembros,
imponiéndose conductas contaminadas por emocionalidades reactivas, dogmas,
teorías y creencias que se alejan del espíritu de la lactancia. Desgraciadamente estas
mismas tendencias tan humanas, se dan entre los pediatras y profesionales de la salud
en general. Como ejemplos, se pueden dar las modas de la lactancia a la libre demanda
del bebé y la “lactancia prolongada”, que según sus defensores puede durar de los 2 a
los 7 años. Estas conductas las justifican en base a estudios antropológicos realizados
en sociedades primitivas donde la fisiología de las mujeres y su instinto materno no se
encuentra mayormente interferido y las condiciones de subsistencia son difíciles y por
tanto han resultado en conductas adaptativas exitosas.

En la actualidad el ser humano tiene otra realidad y consciencia, donde su vida
instintiva ha retrocedido enormemente a favor del desarrollo intelectual, lo cual
interfiere enormemente con su fisiología. Ya no es posible integrarnos y convivir con
los ritmos de la naturaleza, por lo que en base al conocimiento que hemos adquirido,
hay que introducir esos ritmos desde un proceso educativo consciente en pro del
florecimiento de la vida anímica espiritual. Reflejo de esta situación es la
medicalización del parto y la salida de la clínica con un librito que da pautas para
“manejar” al bebé. Lo queramos o no, tenemos que entrar en un camino de
aprendizaje racional con la lactancia en particular y con la maternidad y paternidad en
general, única forma de adquirir una madurez de vida plena de sentido. Si hemos
aprendido que la fisiología funciona en base a ritmos y que la vitalidad se recupera en
el reposo, tenemos que darle ritmos a la lactancia, donde la madre descansa y permite
que se produzca más leche y por el lado del bebé, que su sistema digestivo digiera,
descanse y vivencie la sensación de hambre nuevamente para mamar. Esto tiene
ritmos orgánicos de 3 a 4 horas a los cuales hay que adaptarse y no se debe
interpretar cualquier quejido o llanto del niño como que tiene hambre o simbolizar
todo el amor por el hijo en el gesto de amamantar.

Nunca hay que perder de vista que nutrir comprende al cuerpo, alma y espíritu,
tanto de la madre como del hijo. No existen leches “malas”, solo actitudes equivocadas.

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Un hecho llamativo es que el volumen de leche materna es mucho menor que los
volúmenes que se aportan con las fórmulas artificiales, sin embargo el progreso del
niño es siempre mejor. Por ello, para una lactancia exitosa hay que tomar en
consideración las dos partes de la dupla madre/hijo: ¿Cómo es la madre, cómo ha
logrado estructurarse en términos anímico espirituales a lo largo de su vida? ¿Quién
es ese niño que llegó? En la interacción de esos dos grandes factores se dará la
dinámica relacional y desde ahí se debe entender toda toma de decisiones. No hay
reglas fijas en este ámbito.

Dentro de este mismo contexto amplio y considerando la dupla madre/hijo,
llega el momento de plantear la suspensión de la lactancia. En condiciones ideales, eso
ocurre naturalmente cuando le salen los dientes al niño, alrededor de los 8 a 10 meses
de vida, y comienza a morder el pezón. Pero más allá de estos hitos fisiológicos, se
debe tomar en cuenta la relación emocional y afectiva que se ha creado entre la madre
y el hijo. Cortar la lactancia materna debe ser como un corte de un cordón umbilical
psicológico que existía sutilmente, momento cuando el bebé debe nacer a una vida
más autónoma e ir al mundo gateando o caminando guiado por su propia curiosidad, y
la madre a sus labores de entrega de afecto y protección desde el corazón. Obviamente
todo esto puesto en términos metafóricos. La sabiduría de toda educación es hacer lo
apropiado en el momento preciso. Igual como desde el instinto las aves saben empujar
a su “pajarito” fuera del nido sabiendo que va a salir volando solo y no se lo va a comer
el gato que espera abajo, la madre debe suspender la lactancia con sabiduría, no con el
instinto que se perdió ni en base a sus necesidades de reafirmación psicológica, de tal
modo que no se formen dependencias posteriores que enturbian todas las relaciones.
Este punto decisivo es algo que debe reconocerse siempre en cada nuevo hito del
desarrollo del niño en el futuro: cuándo lo dejo solo en el jardín infantil, cuándo lo
coloco en la escuela, cuándo lo dejo ir a dormirse a la casa de un amigo, cuándo le paso
las llaves del auto, cuándo lo “echo” de la casa? Hoy en día tenemos una generación de
hijos “canguro” que son el resultado de una sobreprotección que no respetó esas
necesidades evolutivas e hizo los cortes necesarios cuando debieron haber sido
hechos. En vez de relacionarse desde la libertad y el cariño, quedan atrapados en
conductas manipuladoras y/o de victimización que no permiten avanzar con sentido.

Es importante aproximarse a estos temas sin apasionamiento y con una actitud
de autocrítica sana para poder hacer las cosas bien, de los contrario se transforma en
una pugna de creencias y “guerras santas” donde no se progresa ni se gana nada y
seguimos chapoteando en los conflictos. El desafío que tienen los padres actuales con
su cambio de consciencia y el desarrollo de sus capacidades intelectuales, es
reemplazar la vida instintiva por sentimientos cultivados con sabiduría y dirigidos
hacia un amor pleno que contempla a ese nuevo ser que les llegó, como alguien lleno
de potencialidades, que con seguridad va a llegar mucho más lejos que uno mismo en
la vida, si es que comprendemos que la paternidad es una entrega y un sacrificio
sagrado que simbolizamos al inicio con la poesía de Khalil Gibran. Si esos grupos pro-
lactancia materna logran amalgamarse con sabiduría y amor universal, superando los
dogmas y protagonismos personales, también van a cambiar a toda la sociedad y
salvar el mundo. No hay que olvidar que el amamantamiento es el primer gran acto

126
educativo que recibe un ser humano en su vida. ¡Ese primer paso para entrar al
mundo va a condicionar el resto del camino que tenga que recorrer!


La cocina como un arte

Luego viene el desafío de cómo alimento a mis hijos, cómo descubro lo que les
conviene y lo que sería contraproducente. En los primeros años no hay tanto
problema porque las diferencias de opiniones no son tan dispersas, tal vez nos hemos
acostumbrado a la comida chatarra y nos falte un poco de rigurosidad a la hora de
elegir alimentos naturales y de buena calidad.

Cuando el niño comienza a mostrar su temperamento, ya es la hora de
comenzar a individualizar su nutrición. Esto coincide más o menos cuando entra a la
educación básica. Si tenemos un niño melancólico, pasivo, que le cuesta
entusiasmarse, con la tendencia a llorar por todo, como sintiendo que el mundo es
tenebroso y amenazante, hay que ayudarlo a despertar a algo más luminoso y
chispeante con alimentos como frutas tropicales, alimentos dulces de buena calidad,
idealmente hechos en casa, dosificando el azúcar, los chocolates, la miel. Sus comidas
se pueden condimentar con toques de aliños fuertes y estimulantes como pimienta,
mostaza, curry, ají de color. En estos niños es importante evitar todo alimento que
contenga minerales o químicos que le restan vitalidad.

Si por otro lado tenemos un niño gordito, tranquilo, muy sumido en sus
sensaciones vitales gozando del comer y beber, con sueños profundos, en general con
buena disposición anímica pero que viven ensoñados, hay que darles alimentos que lo
despierten y no le faciliten la digestión: muchas frutas y verduras crudas, comida
integral, condimentada con sabores fuertes como limón, cebolla, ajo, rabanitos.
Obviamente que el exceso de azúcar, harinas refinadas, leche y alimentos procesados
tienen que ser restringidos al máximo.

Frente a ese niño grácil, mas bien menudito, muy despierto lleno de chispas,
que no se cansa de mover o de hablar, saltando de un tema a otro, hay que traerlo a
tierra y que se ordene. Para ello es recomendable alimentos preparados con cereales,
harinas, aceites. El uso preferente de raíces como zanahoria, betarraga, nabo, y
productos oleosos como las nueces, almendras, maní, semillas de maravilla, le
equilibrarán adecuadamente para su vida escolar y familiar. Por supuesto hay que
evitar en estos niños todo tipo de estimulantes, como golosinas, chocolates, azucares
en general, el té y el café, etc.

Por último, en los niños coléricos, muy voluntariosos, que siempre están
peleando para imponer sus gustos, que explotan fácilmente, hay que apagarles el
exceso de fuego con alimentos integrales ricos en sal y con un toque de amargo. Las
raíces como los rabanitos y nabos, condimentos como la canela, ensaladas con rúcula,
vinagre, cumplen estos requisitos. Más importante aún es que no coman carnes y se
restrinjan las legumbres.

127
En general debiera procurarse que todo niño experimente de vez en cuando lo
amargo en su alimentación. Esa sensación despierta y nos enseña la superación, por lo
que es importante considerarlos cuando manejan mal sus frustraciones o se
desaniman fácilmente a la menor dificultad.

En una familia con muchos niños, no es práctico ni aconsejable cocinar a la
medida de cada niño, pero sí se pueden dar orientaciones individualizadas al plato de
cada uno con los condimentos y salsas apropiadas que se requieran. Se puede educar a
uno de los hijos que coma más yogurt y a otro llevarlo a ciertas frutas o a las nueces,
almendras y miel.

Estas mismas consideraciones que se acaban de esbozar, también hay que
tenerlas según la actividad física y mental de una persona, su estado de salud, la edad
y grado de consciencia de lo espiritual. No entraremos en mayores detalles, ya que
existe literatura al respecto que puede ser de utilidad. Sí nos vamos a detener
brevemente en un alimento que debiera ser el centro de la alimentación del hombre
hoy en día.


Los cereales

Son alimentos constituidos por la semilla de la planta. Es la parte más dura del
vegetal, que prácticamente ha asumido una dureza mineral, sin embargo está
impregnada de vitalidad. No se formó en la tierra, como la raíz, sino en la flor, la parte
más cercana a las fuerzas que vienen del cosmos. Por ello, si bien se forma después de
un proceso de muerte en la planta, lleva fuerzas que le permitirán renacer y generar
un nuevo ser. Esto ha sido valorado como un símbolo de resurrección desde los
tiempos más remotos, de donde deriva la práctica de colocar cereales en las tumba de
los muertos o de arrojárselos a los novios recién desposados. En la antigua Grecia
estaban íntimamente unidos a los Misterios de Eleusis y al mito de Deméter y su hija
Perséfone. Ceres es el nombre que daban los romanos a Deméter, de donde deriva la
palabra cereal.

Es interesante ver su origen y la idiosincrasia de los pueblos que los cultivaron.
El arroz que proviene del Asia, con pueblos pacíficos, que se caracterizan por su
paciencia y tolerancia que llega a la sumisión. El maíz en América, con ese carácter
térreo y sombrío de los pueblos andinos. El mijo, pequeño y duro, que viene del África,
con pueblos curtidos por las inclemencias de ese continente. El trigo en la cuenca
mediterránea, más ponderada y templada. La avena y el centeno en las zonas norte de
Europa, que aportan el calor y energía que tienden a disiparse en esas frías latitudes.
La cebada en pueblos que vivían con el caballo para labrar la tierra o ir a la guerra,
muy propio del pueblo griego y de otros del Medio Oriente.

Estos cereales representan fuerzas cósmicas, que en su conjunto son capaces
de aportar todo lo que el hombre necesita en este difícil trance evolutivo que es la vida
en la tierra. Su cultivo por tanto debiera estar hecho con la consciencia de las fuerzas

128
sagradas que portan, capaces de conducir al hombre a una nueva resurrección hacia lo
espiritual. Su elaboración de igual modo debe estar encaminada a potenciar esas
fuerzas para que se dirijan al cuerpo, alma y espíritu. Un producto que brinde cualidad
para construir una sustancialidad humana acorde a los fines espirituales del hombre,
pero entregada además con amor, sabiduría y agradecimiento. Por ello, es necesario
rescatar a los cereales como alimentos centrales en la dieta humana, que permitirán
ese ascenso de la humanidad hacia una nueva espiritualización.


Desafíos y conclusiones

En términos generales podemos decir que hay dos imperativos que debemos
asumir: uno es volver a una alimentación mas natural, tanto en su producción como
en su elaboración, y la otra es que tenemos que reconquistar un sentido de vida más
trascendente, donde la alimentación queda al servicio de la tarea que espiritualmente
nos trajo a este mundo y que debemos cumplir.

En el presente el hombre ha alcanzado un punto dentro de su formación y
desarrollo, que a partir de esa individualización que experimenta desde su
personalidad, se pueda reconectar activa y libremente con esa parte espiritual
superior que ha conducido todo su devenir, encontrando el sentido de este complejo
escenario evolutivo. Si el hombre comprende este hundirse en la materia que le veló la
conciencia de esa realidad última que es lo espiritual, podrá en el ejercicio de su
libertad, iniciar un camino de retorno a esa patria sublime, pero ahora no como una
gota de agua que retorna al océano y se pierde en él, sino como una individualidad en
el plano espiritual, constituyéndose en un co-creador con los dioses.

Estamos viviendo un punto crucial en la historia de la humanidad, donde el
hombre siente que está solo, abandonado de los dioses y debe decidir el sentido que le
imprime a su futuro evolutivo. O se deja llevar por las fuerzas que lo pusieron en la
Tierra en un progresivo compromiso con la materia, o se yergue en plena consciencia
bajo el ejercicio de la libertad para alcanzar esa comunión con su naturaleza
espiritual, pero con la tarea de rescatar sus envolturas de la influencia material y
sutilizarlas como digno “ropaje” para la nueva patria que debe alcanzar.

Este imperativo de formar un cuerpo sano, choca con la realidad actual donde
se encuentran dos grandes impedimentos que se ciernen sobre la humanidad. Uno es
la profusión de productos químicos, no-naturales, que monopolizan e inundan el
mercado de alimentos y también farmacéutico. El otro peligro que se ha ido cerniendo
es el de los alimentos genéticamente modificados, que introducen una vitalidad y
fuerzas extrañas a las necesidades del ser humano. Ambas influencias, sustancias
químicas muertas y nutrientes extraños a la naturaleza del hombre, endurecen y
desnaturalizan la corporalidad que no puede ser tomada por el Yo.

Hoy nos encontramos frente al desafío de encontrar nuevamente un alimento
impregnado de fuerzas cósmicas que permita el retorno del hombre a su “patria”

129
espiritual. Como acciones inmediatas hay que rescatar esas prácticas donde se
devuelva lo sacro y trascendental al acto de alimentarse y que se pueden sintetizar en
algunos puntos:

• Prácticas agrícolas que encuentren una sabia armonía con la naturaleza viva.
Ello implica abandonar el empleo de químicos como fertilizantes y
desinfectantes o plaguicidas; uso de semillas no manipuladas genéticamente,
manejo de la tierra como una substancia viva que reciba nuestra veneración y
agradecimiento.
• Producción y comercialización de alimentos en congruencia con la esencia del
ser humano, libre de aditivos y de alteraciones.
• Educación del ser humano en el sentido de resignificar la alimentación dentro
de la imagen amplia que implica lo anímico espiritual en él. Cada uno debe
labrar su camino de retorno a una alimentación saludable y adecuada a las
necesidades propias.

Esta nueva instancia brinda una oportunidad única de agradecer, de aprender a
reconocer lo que nos da la vida y desarrollar una actitud positiva, lo cual podemos
simbolizar en la pintura El Angelus de Jean François Millet:

130
La escolarización

Cuando el niño ha alcanzado la madurez escolar, significa que ha nacido en
propiedad su cuerpo etérico desprendiéndose de la envoltura etérica de la madre. Con
el cambio de la dentición de leche, se señala el hecho de que las funciones vitales que
cumple ese cuerpo, han concluido su tarea de apropiación del cuerpo físico
habiéndolo renovado en su totalidad y adquirieron el pleno dominio de sus funciones
para colocarlo al servicio de la individualidad que está encarnando.

Ya vimos que parte de ese cuerpo etérico se fue emancipando gradualmente de
sus funciones vitales para constituir el cuerpo sensible que es responsable de formar
la memoria, fenómeno que aparece alrededor de los 3 años del niño. Ahora al nacer
este cuerpo etérico, comienza el proceso de su apropiación y transformación. Hasta
ese momento la mayor parte de la actividad vital del cuerpo etérico estaba destinada a
la formación de la organización física de la corporalidad, y en este sentido hay ciertos
procesos que son comunes a todos los seres vivos, por ende, que tienen un cuerpo
etérico: las plantas, animales y el ser humano. Todos los seres vivos respiran, son
capaces de mantener una temperatura dentro de ciertos rangos para que los procesos
vitales puedan ocurrir de manera normal, se nutren, excretan lo que no necesitan
asimilar, mantienen su organización biológica estable reparando el desgaste corporal,
son capaces de crecer y eventualmente reproducirse. Estas funciones que llamamos
metabólicas se tienen que mantener durante toda la vida de un ser vivo, de lo
contrario se produce su extinción.

En el ser humano se produce un fenómeno particular que consiste en que estas
fuerzas o procesos vitales se van retirando paulatinamente de su actividad orgánica,
especialmente en la zona de la cabeza donde se concentran los órganos de los sentidos
y el cerebro. Los órganos sensoriales son la parte de nuestro organismo más
mineralizada, aparte del esqueleto óseo, y que puede ser estudiada e intervenida de
acuerdo a leyes físicas. El ojo es una pequeña cámara fotográfica que se rige por las
leyes de la óptica; el oído también es un órgano que se comprende mecánicamente por
las leyes de la acústica. Ambos se pueden intervenir con fines terapéuticos cambiando
el cristalino o haciendo un implante coclear. Estas características no son tan evidentes
en los otros órganos de los sentidos, pero igual encontramos un gesto en ellos que
tiende a la desvitalización por ese retiro parcial del cuerpo etérico.

Esa parte del cuerpo etérico que se retira de los órganos de los sentidos,
alcanza cierta dimensión al terminar el primer septenio, que entonces puede ser
utilizada con propiedad en el aprendizaje escolar. Con este fin ese excedente de las
capacidades vitales necesitan ser metamorfoseadas para aprender, así la respiración
pasa a dar una cualidad más consciente en la percepción sensorial; el calentamiento se
transmuta en la capacidad de relacionar una percepción sensorial con otra, de
establecer relaciones significativas entre los fenómenos. La nutrición en el plano
anímico es la capacidad de “digerir” lo que nos llega de información desde el mundo
exterior y ver lo que podemos asimilar como conocimiento propio. La excreción de lo

131
que no nos sirve en nuestra organización física, corresponde a la individualización del
conocimiento: lo que aprendo lo tengo que contrastar e integrar con lo que ya he
adquirido previamente. Si no me hace sentido lo elimino y así voy formando mi propia
visión de mundo. Este proceso que lo miramos con cierta actitud de rechazo en el
plano físico, en el anímico es fundamental para la individuación del hombre.

La capacidad de mantener mi corporalidad, de reparar el desgaste natural del
cuerpo, de recuperarme de las enfermedades o cicatrizar heridas, en el proceso de
aprendizaje se transforma en el practicar repetidamente una actividad hasta que logro
una expedición en algo, como leer, escribir, andar en bicicleta, tocar un instrumento
musical, etc. El crecimiento orgánico se transforma a su vez en la adquisición de
nuevas destrezas y capacidades que me van a servir para la vida, es un crecimiento
interior de mis capacidades anímicas por el incremento de mi consciencia. Por último,
las fuerzas reproductivas en el plano biológico pasan a ser creatividad en el plano del
alma. Así como puedo traer otro ser igual a mí al mundo desde el aspecto biológico,
puedo ahora aportar nuevos conocimientos que favorezcan el progreso de la
humanidad.

Esta transformación de las fuerzas etéricas en capacidad de aprendizaje, en la
realidad comienza desde que el niño abre los ojos al nacer. Sin embargo, como el
propio cuerpo etérico se encuentra muy en la periferia aproximándose
paulatinamente para reemplazar al cuerpo etérico materno que envuelve a la
corporalidad física, la consciencia del niño vive expandida en el entorno, no se
vivencia a sí mismo con claridad. Esta condición etérica es la que le da al niño esa
asombrosa capacidad de imitar a los adultos que lo rodean. Por otro lado su cerebro
en los primeros años de la vida no tiene la mielinización suficiente como para
comenzar a elaborar sus propios conceptos e ideas con una objetividad lógica. Por
tanto, esta actividad de aprendizaje escolar debe respetarse en sus tiempos. Si se
intelectualiza precozmente a un niño, se desvían esas fuerzas vitales que deben estar
orientadas a la conformación del organismo, impidiendo la correcta apropiación y
transformación del cuerpo físico, lo que trae como consecuencia debilitamiento
orgánico y la propensión a enfermedades más adelante. Por otra parte, como la base
neurosensoria para el conocimiento aún no se ha completado, se produce la pérdida
del sentido del aprendizaje. Hay que aprender a reconocer las señales de maduración
del niño y seguir con sabiduría lo que emana naturalmente como necesidad propia de
ese ser que viene al mundo. Esa fue la genialidad de Emmi Pikler, quien no tuvo miedo
de esperar las señales que los mismos niños le daban. Hacer una apelación a las
fuerzas vitales para colocarlas en un proceso de aprendizaje intelectual antes de
tiempo, es equivalente en el plano físico a sacar prematuramente al feto del útero
materno y someterlo a las exigencias de la vida externa cuando todavía no tiene la
madurez orgánica para ello. Puede ser viable, pero eso acarrea inevitablemente
consecuencias de lamentar.

Se puede esquematizar lo dicho hasta aquí en el siguiente dibujo:

132


La tarea en este segundo septenio es favorecer esta metamorfosis, esta
transformación de fuerzas vitales en capacidad de aprendizaje, el cual se podrá
desplegar con toda propiedad en el tercer septenio cuando se coloque el acento
educativo en el desarrollo del pensar. Por lo tanto, este septenio se va a caracterizar
por la apropiación del cuerpo etérico, por un lado, pero también por la formación que
se ha venido dando del cuerpo astral, el cual debiera nacer con la pubertad. La
presencia e interacción de las tres envolturas, física, etérica y astral, cada una en su
propia dinámica formativa, van a darle las características a este septenio. Lo vamos a
ver por partes.


Apropiación del cuerpo etérico

Dijimos que el cuerpo etérico también es el asiento de la memoria, no solo de la
memoria cotidiana que hemos ido formando desde los 3 años, sino también de nuestra
individualidad, de nuestro condicionamiento kármico que viene de otras vidas. Todo
aquello que nos identifica como un ser individual, con ciertas características “innatas”,
las tendencias e impulsos que vamos a tomar en la vida futura persiguiendo el
propósito de nuestra encarnación, todo ello está impreso en nuestro cuerpo etérico, al
igual que la música está inscrita en una partitura. Por consiguiente cuando el Yo

133
Humano se da a la tarea de apropiar este cuerpo y comienza a ejecutar esa pieza
musical que es su propia biografía, va a experimentar un encuentro con ciertas
cualidades que lo identifican y que más aún, lo relacionan kármicamente con otros
seres humano a su alrededor, en especial con sus familiares y amigos que ha ido
formando hasta entonces. Esa consciencia tan centrada en sí mismo que caracterizaba
al niño en el primer septenio, donde todo era “yo”, identificándose prioritariamente en
la envoltura etérica de la madre, se fue modelando con la socialización en el jardín de
párvulos donde se dio cuenta de que había otros niños, que había que aprender a
esperar su turno, a cantar y hacer rondas en grupo, etc., pero bajo la tutela de la
educadora. Con el nacimiento del cuerpo etérico se interioriza esta regulación social y
se produce una especie de revelación al “ver al otro”, por ello en este segundo
septenio, con la escolarización se da la posibilidad del encuentro con el otro, de igual a
igual, surgiendo la posibilidad de vivenciar lo bello y lo sublime que brota de las
profundidades del alma humana como reminiscencias de su real naturaleza espiritual,
en la cual se encontraba plenamente inmerso antes de nacer en este mundo. Surge un
vislumbre, tenue al principio, de que en el encuentro con el otro se esconden
significados y afectos importantes que pueden orientar la vida con fuerza hacia
delante. Se produce esa fuerte atracción por un par, con el cual se genera un vínculo
afectivo entrañable que por lo general perdura para toda la vida. ¡Las amistades de
esta etapa de la escuela son para siempre!

Ya vimos que el niño alrededor de los 3 años comienza a vivenciarse
progresivamente separado del mundo, se da esa polaridad de su yo con el mundo, de
donde surge el conflicto del sujeto/objeto, espíritu/materia, idea/fenómeno, que tanto
han preocupado a la filosofía hasta el día de hoy. Este camino divergente del yo frente
a la realidad, encuentra con la apropiación del CE un puente de unión, de volver a
fundirse en una unidad, esta vez con el otro.

Si esto es acogido por los adultos que los educan, y estimulan el
establecimiento de relaciones carentes de egoísmo y competitividad, esos pálidos
tintes anímicos que se cruzan en la consciencia del niño se transformaran en firmes
determinaciones de solidaridad y empatía con los demás.

Esta nueva identificación en su propia biografía va emergiendo en el espejo que
le hace el prójimo, que aparentemente llevaría a una oposición de las individualidades,
que es lo que vio Hegel cuando describió el encuentro de un Yo con otro Yo en su
alegoría del amo y el esclavo: si me encuentro con otro ser autoconsciente igual que
yo, se va a dar “una pugna de dominio y servidumbre”. Sin embargo este error surge
de una mala comprensión y por ende de una mala apropiación del cuerpo etérico. Éste
es un cuerpo que mantiene una cierta pureza espiritual, que si somos bien conscientes
de ello, tendríamos que tener la experiencia de unidad con el otro en ese plano: todos
estamos unidos o relacionados. De esta vivencia se van a desarrollar hacia delante la
empatía, la capacidad de colocarse en el lugar del otro; la solidaridad, que busca el
bienestar de todos; la compasión que quiere aliviar el dolor del que sufre. Ese es el
verdadero camino del Impulso Crístico, donde todos nos reunimos como hermanos,
sin perder nuestra identidad subyugándonos a otros. En la resolución de este

134
aparente conflicto donde reconozco la importancia de mi propio ser, pero también veo
la trascendencia del otro, se encuentra todo el fundamento del desarrollo social, que
va a quedar sembrado en este segundo septenio.

Pero para que ello ocurra, no basta el mero hecho de establecer una amistad
profunda con alguien para que de por sí eso florezca en capacidad empática. Desde el
entorno del niño deben venir dos condiciones de los que lo van educando para que
esta vivencia pueda seguir creciendo y transformándose en una individualización
armónica con el plano del espíritu. La primera es que tenga al frente un adulto que
desde la propia conquista de su cuerpo etérico, se transforme a los ojos del niño en
una autoridad bien amada. Ese niño ya no lo va a imitar de manera refleja como lo
hizo con los adultos a su alrededor en el primer septenio, sino que se va a sentir
atraído conscientemente a ser como él, a emular en su propia vida los logros que ese
adulto le está mostrando. Si un niño tuvo por fortuna la oportunidad de relacionarse
con otros pares y entablar una amistad profunda con alguno de ellos y sintió ese
respeto veneracional hacia un adulto, tiene bien encaminada su apropiación del
cuerpo etérico y con ello despertar lo espiritual en su vida que va a conducir a un
impulso social sano.

Pero esta potencialidad se puede estropear si no se toma en consideración el
otro factor que es necesario: que sea educado con el máximo respeto de su
individualidad. Ello significa no colocar juicios atentatorios u otros obstáculos contra
esa vivencia de encuentro con los otros. Todos los prejuicios raciales, nacionalistas, de
clase social, descalificaciones de género, o visiones históricas como el materialismo
que niega el espíritu o el darwinismo con su teoría de la sobrevivencia del más apto,
actúan como venenos que intoxican ese proceso hacia la concepción de lo espiritual
que naturalmente va emergiendo en el niño. También lo invalidan el hecho de forzarlo
a una metodología educativa exitista sin ver sus necesidades profundas, negarle esos
espacios y momentos de encuentro con otros niños porque mis prejuicios no los
considera aptos o a la altura que yo quiero.

En el último siglo, como humanidad, hemos sido testigos de las atrocidades
históricas nunca vistas antes. Mucho se ha escrito sobre la maldad que se ha
manifestado en todas estas décadas de tanta violencia en todo el mundo. Es una
humanidad escindida, incapaz de sentir compasión o empatía producto de una
educación prejuiciosa, sesgada, que conlleva una incapacidad absoluta de vivenciarse
en el cuerpo etérico propio donde se produce el encuentro con el otro. Cuando esa
apropiación del cuerpo etérico no ocurre, se endurece la mirada del mundo, prevalece
lo mecánico de los órganos sensorios, se relativiza la existencia del otro y en el niño,
en este segundo septenio, puede observarse un cambio muy llamativo: de vivir en una
imaginación fantasiosa, en un mundo mágico con amigos imaginarios, lleno de sueños,
de repente se pone muy concreto en su pensar, se avergüenza de sus “ocurrencias” y
tiende a un cierto aislamiento social selectivo. Como no alcanza esa autoconsciencia o
conciencia de individuación en sí mismo, la sigue buscando afuera como lo hacía
inconscientemente en el primer septenio, y tiende a ir tras personalidades con las que
se identifica y ve como ídolos, los que muestran por lo general actitudes disruptivas

135
antisociales, que en el fondo reflejan de igual modo una mala apropiación del cuerpo
etérico. Otra manifestación más sutil de una deficiente apropiación del cuerpo etérico
es la tendencia al consumismo, cuya raíz hay que verla en los padres. El hecho de
buscar una satisfacción en la adquisición y posesión de bienes materiales, por lo
general de carácter superfluo y altamente inducidos por la publicidad, refleja esa
carencia de identidad interior, de ese encuentro consigo mismo cuyo escenario está
dado en el cuerpo etérico. Lo mismo se puede decir de esa moda actual de hacerse
tatuajes en el cuerpo, que muestra una excesiva fijación en la apariencia física con
desmedro de la vida interior propia.

La gran mayoría de los niños logran una cierta apropiación exitosa de su
cuerpo etérico, con una formación suficiente del cuerpo sensible, que es el cuerpo de
memorias, lo que les permite un pasar exitoso en la escuela desde la perspectiva
académica, sin importar mucho aparentemente los errores pedagógicos. Pero si se
mantienen tendencias a la separatividad, a ser poco sensible frente a los otros,
conductas egoístas o muy egocéntricas que pueden ser normales en el primer
septenio, pero que siguen manifestándose hacia delante, significa que esa apropiación
de cuerpo etérico es parcial o sesgada. Con mucha frecuencia vemos también el caso
contrario, niños que a los 3 o 4 años ya muestran conductas muy amorosas y
compasivas, que se comportan de manera muy maternal o solidaria con sus pares,
pero eso se debe a la actitud existente en el hogar y la envoltura etérica de la madre
que le da una “simbiosis anímica” al niño donde ese tipo de conductas brota
naturalmente. ¡Ese sería un crisol educativo ideal que va a garantizar en los años
siguientes la correcta apropiación del plano etérico por parte del niño! Si el amor
quedó sembrado en el primer septenio, la socialización brotará adecuadamente en el
segundo y seguirá creciendo en el resto de la vida. Es el amor el que crea los vínculos
para comprender a los demás y por ese medio comprendernos a nosotros mismos.

Si hemos logrado hacernos una idea aproximada del cuerpo etérico y su
apropiación, podemos deducir que para favorecer ese proceso hay que fomentar en la
escuela el encuentro entre los niños, generar las condiciones de integración a todo
nivel, por ello que esas escuelas especiales, de sesgos académicos, elitistas o clasistas,
no debieran existir, porque eso genera un veneno que se destila veladamente en la
sociedad y en el largo plazo va a hacer crisis. La educación básica debe ser la instancia
donde los niños se descubren mutuamente, aprendiendo a conocerse en su diversidad
y aceptarse solidariamente en una realidad donde participamos todos con
responsabilidad. Por esta razón, en esta etapa los recreos son tan importantes como la
hora de clases. Allí se van aquilatando los hábitos y conductas que se inculcan a través
de la actividad formal que ocurre en la hora de clases. En esos momentos de
recreación donde el niño se mueve libremente, juega y expresa su voluntad, va
conformando su personalidad y estableciendo la correcta relación con sus
compañeros. Allí se da una instancia pedagógica que se debe reforzar, como también
favorecer las actividades al aire libre, en la naturaleza, el contacto social con
actividades en la comunidad, con trabajos cuyo fruto vaya a otros, etc. De la misma
manera que en el primer septenio para favorecer la apropiación del cuerpo físico nos
preocupamos que ese niño se alimentara bien y tuviese espacios para moverse de

136
manera libre y segura, en este segundo septenio, para la apropiación del cuerpo
etérico nos tenemos que preocupar de crear un espacio social donde el niño se
relacione libremente en el encuentro con el otro, siendo la veneración, el respeto y el
cultivo de la gratitud, los alimentos que debe recibir ese cuerpo etérico para
mantenerse vivo y con capacidad para desplegarse en plenitud.


El temperamento

En esta conformación y apropiación del cuerpo etérico se va estableciendo al
mismo tiempo una interrelación entre este cuerpo y el físico, de cuya dinámica
interactiva aflora un matiz anímico que le da una característica expresiva al niño, que
es más o menos estable, ya que se fundamenta en los dos cuerpos mas estructurados
del ser humano.

Este ánimo y motivación natural del niño a esta edad, que expresa la forma
característica como se relaciona con su entorno, es lo que se llama el temperamento.
Esto ha sido reconocido desde muy antiguo y ya en tiempos de Hipócrates se hablaba
de 4 temperamentos básicos: melancólico, flemático, sanguíneo y colérico.

En los niños con temperamento melancólico se da una preponderancia de su
cuerpo físico sobre el etérico, quitándole movilidad y capacidad de espejar la realidad
en su parte sensible relacionada con los órganos de los sentidos y la cabeza. Por eso
estos niños aparecen como introvertidos, ensimismados, con baja reactividad a los
estímulos del medio, con mucha vida interior pero estructurada, rígida, que buscan el
perfeccionismo, desgastándose a veces en un exceso de ponderaciones para decidirse
a hacer algo. En general son muy sensibles, por ello tienen una especial capacidad
para disfrutar de las artes, la lectura, capaces de desarrollar muchos talentos si son
bien conducidos.

El niño flemático también se encuentra con su cuerpo etérico más atrapado en
la corporalidad, pero en especial en la parte metabólica, vegetativa, por lo que se
muestran tranquilos, ensoñados, disfrutando mucho de la comida y vida sedentaria.
También son introvertidos, pero a diferencia de los niños melancólicos que viven
mucho en su pensar, éstos no se complican mayormente la vida y fluyen disfrutando
su existencia, acomodándose sin mayor conflicto a las exigencias del diario vivir. Estas
características los hacen ser muy equilibrados, conciliadores, capaces de desarrollar
un sentido práctico, que si bien rehúyen los liderazgos por comodidad, son buscados
por sus sabios consejos.

En el niño sanguíneo su cuerpo etérico tiene una vida más autónoma de su
corporalidad física y es capaz de reflejar de manera muy eficiente la actividad de su
astralidad, por ello aparecen muy gráciles y sensibles, llenos de movimiento, alegres,
con gran sentido del humor, se precipitan en sus reacciones, actuando más desde los
afectos y emociones que desde la racionalidad, a la inversa de los dos temperamentos
previos. Por esta razón en la vida diaria pasan muy fácil de la risa al llanto, con un gran

137
vaivén emocional, pero con poca resonancia posterior, olvidando fácilmente los malos
ratos. Como tienen un gran desarrollo del habla, socialmente pueden ser muy
entretenidos y por lo general son el alma de las fiestas.

Por último, los niños coléricos también tienen este cuerpo etérico orientado
más hacia lo anímico que a lo corporal, pero en vez de dejarse llevar por las
fluctuaciones de su cuerpo astral, reflejan ya la influencia fuerte del Yo que empieza a
esbozarse tempranamente en su consciencia como una voluntad fuerte. Muy
orientados a alcanzar metas u objetivos que se autoimpone y trabaja firmemente por
alcanzarlas pasando por arriba de los obstáculos. Por ello aparecen como muy
independientes, voluntariosos, que no toleran las contradicciones, explotando
fácilmente, ya que son sensibles y arrastrados por las emociones igual que los
sanguíneos, pero en vez de usar esta sensibilidad en un disfrute social de la vida, la
colocan al servicio de sus ambiciones muy personales.

Estos cuatro matices del temperamento viven en todo ser humano,
manifestándose en intensidad variable cada uno de ellos, por lo que encontrar un
temperamento puro en un niño es difícil, ya que depende de la dinámica de
interacción de todas sus envolturas. Así durante la infancia casi todos los niños
tienden a mostrarse como sanguíneos; con la adolescencia aparecen más
melancólicos. En la edad adulta se tornan más coléricos y con la senescencia se
conquista la calma y la sabiduría del flemático. Durante el segundo septenio, como
solo se ha dado el nacimiento de los cuerpos físico y etérico propios, su dinámica
interactiva se ve menos influida por las envolturas superiores, apareciendo el
temperamento de manera más pura, sin las sombras del carácter ni de la
personalidad. Por ello es importante que en la educación básica se pueda identificar el
temperamento preponderante e idealmente la jerarquización de los otros tres para
ajustar la enseñanza según la naturaleza propia del educando. Ya vimos que la
alimentación la podemos orientar para lograr un equilibrio en el desarrollo del niño.
De igual modo la educación debe buscar el florecimiento de todas las potencialidades
que trae el escolar, de modo que aprenda a sacar lo mejor de sí según las
circunstancias: un pensar profundo y ordenado como le resulta al melancólico; el
disfrute contemplativo de la vida típico del flemático; la adaptabilidad y chispa
creativa del sanguíneo; y la voluntad fuerte y perseverante del colérico.


Formación del cuerpo astral y el arte

El proceso de apropiación del cuerpo etérico tal como lo hemos descrito hasta
aquí, nos da el marco de referencia amplio, el escenario donde debería llevarse a cabo
la enseñanza básica. Ahora qué enseñamos y cómo lo enseñamos, tenemos que tomar
en consideración el otro fenómeno vital que está ocurriendo en el desarrollo del niño:
la formación de su cuerpo astral. Este es un cuerpo de luz responsable de brindar la
sensibilidad, la consciencia y la movilidad de un ser animado, ya sea animal o ser
humano. En el ser humano se supedita al Yo como instrumento para el desarrollo del
pensar, de la vida afectiva y de la voluntad, cualidades anímicas que debieran ser un

138
camino hacia la intuición, el amor y la actividad creadora en armonía con lo espiritual.
Este cuerpo también se ha estado formando desde el nacimiento, y con la aparición de
la pubertad se desprende de la envoltura astral de los padres e inicia su proceso de
apropiación en el tercer septenio con la educación del pensar. En el segundo septenio
culmina esta formación y se debe prestar especial cuidado para que su nacimiento e
integración con los cuerpos inferiores, etérico y físico, se ejecute de la mejor forma.
Ello se lleva a cabo a través del arte, descubriendo la belleza en el mundo, y con ello,
desarrollando un sentido estético frente a la vida. El arte en sus distintas expresiones
constituye el camino pedagógico por excelencia en este septenio.

Cuando estudiamos los distintos currículos educativos de todo el mundo, el
arte siempre es postergado al último lugar, dando prioridad a las asignaturas
científicas, la literatura e idiomas, porque ellos se consideran centrales para el éxito
académico y la entrada a la universidad. ¡El arte quita tiempo a los contenidos que sí
son importantes! Esa sensación proviene de una incomprensión absoluta de lo que es
el ser humano, cómo se forma y el sentido de su vida.

El arte en sus orígenes se desprendió de la religión y nace para encarnar
impulsos espirituales, como un testimonio de las fuerzas creadoras en la naturaleza
que se plasman en la materia. Con el tiempo toma un derrotero autónomo dentro de la
sociedad y va perdiendo ese carácter simbólico o mediador de lo divino, haciéndose
más imitativo de la naturaleza.

El niño en el primer septenio es un ser religioso, es un artista innato, que
espontáneamente busca expresarse en dibujos, formas y colores, que si sabemos
interpretarlas bien, nos entregan mucha información de las vivencias de ese niño. En
cierto sentido perpetúa a través del arte que surge espontáneamente, esa religiosidad
natural que tenía en el primer septenio. Por ello que sus primeras obras no se tienen
que intervenir ni menos corregir, solo en el segundo septenio se conduce sutilmente
esta actividad con fines educativos, que muchas veces resultan también terapéuticos,
para la normal integración de las envolturas física, etérica y astral. En este contexto se
entiende la sentencia de Gabriela Mistral: “La Pedagogía tiene su ápice, como toda
ciencia, en la belleza perfecta”.

Para comprender bien esta conducción de la creatividad artística del escolar,
podemos agrupar las distintas expresiones del arte en aquellas que llamamos
pictóricas, como el dibujo, la pintura, también el modelado, que expresa una forma en
una materialidad externa al niño, ya sea el papel, greda, madera, piedra, etc. Y las artes
escénicas y la música, donde el propio ejecutante es un medio de expresión sin que se
plasme en una materialidad. En este segundo grupo la forma es dinámica, se percibe
en el movimiento.

Toda actividad que signifique dar forma, crear imagen, actúa favorablemente
sobre el cuerpo etérico, ayudando a su formación e integración con el cuerpo físico.
También ayuda a plasmar en la memoria las experiencias del día, por ello que el
dibujo, la pintura y el modelado deben acompañar concordantemente los contenidos

139
que se van estudiando en clases. El que un niño exprese en un dibujo lo que acaba de
escuchar en su clase de historia o de ciencias naturales por ejemplo, le reafirma una
vía al conocimiento que acaba de descubrir, eso por una parte, pero además le permite
colocar esos conocimientos en directa relación con su propia vivencia, no queda como
una información abstracta que fácilmente se olvida y es difícil de integrar a un sentido
de vida. Todos los contenidos educativos debieran entregarse de una manera centrada
en la vivencia del ser humano, qué han significado para la evolución del hombre, qué
nueva perspectiva le han aportado, y en este sentido las artes pictóricas son el
catalizador por excelencia de este proceso de integración del conocimiento. El niño
llega a la escuela todavía con esa gran movilidad e inconstancia propia de su mundo
de fantasías que trae del primer septenio, cualidades que le permiten ser muy creativo
y espontáneo, sin mayor miedo a equivocarse. Con el dibujo y la pintura va
encausando estas características de su pensar, en imágenes más coherentes, estables,
recordatorias de conocimientos entregados, que permanecen vivos y con la
potencialidad de ir creciendo. Si la figura del profesor ante los ojos del niño es el de
una autoridad bien amada, capaz de estimularlo en este proceso de aprendizaje
integrador, ese niño nunca va a perder su creatividad, será capaz de transformar sus
sueños en ideales que conduzcan su vida con coraje y motivación inagotables.

Esta actividad formativa del arte en el aprendizaje se verá profundamente
reforzada con las experiencias que el niño tenga en un estrecho contacto con la
naturaleza. Las sensaciones que surgen al ir al campo, a la montaña, al mar y meterse
en el agua, en los bosques, el contacto con los animales, producen un impacto en el
propio organismo sintiéndose unido a las fuerzas creadoras que bullen en la
naturaleza, las que luego se verán plasmadas en sus dibujos y pinturas. En este mismo
sentido, es un pilar fundamental el trabajo de huerta, donde aprenda y experimente el
arte de cultivar la tierra, simiente de toda la cultura y fuente de vivencias mágicas
como el nacer, brotar, crecer y florecer de la vida. Cuando representa en su obra llena
de figuras y colores sus experiencias, lo que impactó en su alma en relación a lo
aprendido, van tomando consciencia simultáneamente de sí mismos, de su propio
mundo interno que es tan vasto como el mundo afuera. Si el profesor tiene la
sensibilidad suficiente para percibir estos matices en el alma del niño, podrá
sabiamente estimular y equilibrar esas fuerzas que bullen en él, para alcanzar una
vida emocional equilibrada, sin miedo a expresarse, a equivocarse, lo que va a ser la
base para un correcto desarrollo del intelecto sin perder esa creatividad tan preciada.

La pintura, el dibujo y más tarde el modelado, son el medio por los cuales el
niño desarrolla y toma consciencia de su vida interior, de las fuerzas creativas que
pujan tanto en la naturaleza propia como externa, reconociendo en esa dinámica tan
compleja y rica, un estímulo para ir al mundo lleno de confianza y entusiasmo, con la
misma exuberancia que el reino vegetal brota en la tierra si las condiciones son
favorables. ¿Cómo se modela y regula este “brotar” del alma del niño? Aquí es donde
entran las otras artes, la música, el canto, el teatro y todas las representaciones
escénicas con el movimiento.

140
Estudio de la música

La música forma nuestro cuerpo astral según sus leyes, sus acordes, escalas y
armonías, el cual se transforma a su vez en el instrumento que interpreta la “música
de las esferas”, las fuerzas formativas que plasman la materia viva en un continuo
proceso de crecimiento y desarrollo.

El niño desde temprana edad puede discriminar los sonidos y las distintas
melodías y ritmos, siendo natural para él la escala pentatónica, que posee intervalos
musicales enteros y que corresponde a la escala primordial en la historia de la
civilización. Ese ambiente pentatónico que debiera envolver el alma del niño en sus
primeros años, brinda una especie de protección amorosa que si se acompaña
lúdicamente con el canto, rondas rítmicas, sonidos musicales de la flauta, kántele o
lira, propicia su desarrollo completo y abierto a hacer la transición a la escuela. Allí
comenzará con un estudio más formal de la música, ahora en la escala diatónica,
aprendiendo a tocar un instrumento, cantar, integrarse a un coro o a una orquesta, en
la medida que progresa en su madurez. El estudio de la pauta musical con sus
símbolos que se traducen en notas musicales, es semejante al aprendizaje de la lectura
con sus símbolos que se expresan en palabras.

No se trata de formar músicos, sino de desarrollar la sensibilidad del niño y
favorecer su integración neurosensorial. Ello significa formar el cuerpo astral e
integrarlo armónicamente con las envolturas inferiores, física y etérica. Dijimos que
todo aprendizaje se logra por medio de la repetición, de la práctica constante y
perfeccionamiento progresivo de las habilidades que vamos adquiriendo. En este
sentido, a los 9 años cuando gran parte de la formación del cuerpo astral se ha
completado y se hace viable, es el momento de madurez suficiente para comenzar con
el estudio de un instrumento musical, que se determina según el temperamento del
niño: a los melancólicos se les asigna un instrumento de cuerda frotada como el violín
o la viola, a los flemáticos el piano, a los sanguíneos un instrumento de viento y a los
coléricos la percusión.

La práctica cotidiana con el instrumento requiere despertar un compromiso
consigo mismo que le va a demandar concentración, disciplina, autocontrol,
responsabilidad, perseverancia, cualidades necesarias para la formación de hábitos,
mejorar la capacidad de estudio y desarrollar la memoria de manera integral. El
trabajo que implica dominar un instrumento musical exige otro nivel de apropiación
del cuerpo físico, con mayor consciencia y coordinación que lo que había aprendido en
el primer septenio. También le da mayor consciencia del tiempo, cómo controlarlo y a
organizarse con sabiduría. Todo ello se ve gratificado por la satisfacción estética que
brinda una pieza musical bien ejecutada y un reconocimiento del entorno que sube su
autoestima. Cuando ha logrado cierto dominio con su instrumento, puede integrarse a
un trabajo de grupo, constituyendo una orquesta donde tendrá que aprender a
coordinarse con los demás y perder el miedo escénico, que conlleva a un desarrollo de
las habilidades sociales. De todo esto se puede comprender el tremendo rol educador

141
e incluso terapéutico o sanador que tiene el arte, que en su armonía de forma y ritmo
va estructurando e integrando al ser humano en sus diferentes planos.

Especial cuidado hay que tener con la elección de los distintos tipos de música
que tendrá que acceder el joven en su aprendizaje, que también se regularán según su
edad, temperamento y habilidades particulares, complementando con el estudio de
los autores y países de donde provienen esas obras, de modo que sea una actividad
que en ningún momento pierda ese nexo con el ser humano creador que se expresa a
sí mismo a través de este arte según su individualidad e idiosincrasia.

Hay que tomar consciencia que la música es una fuerza formativa muy
poderosa, que es capaz de mover multitudes al son de una marcha o un himno con el
cual se va a la guerra o se enfrenta una competencia deportiva en un delirio de masas.
Pero si se pone consciencia en esta actividad, adecuándola a la individualidad del niño,
ejerce un rol educativo muy importante, capaz de armonizar su naturaleza y llevarlo a
una percepción del otro cuando lo integro en un pequeño grupo musical, donde cada
uno de sus miembros se tiene que “escuchar” y “ver” para tocar al unísono o esperar
su momento. En la música se refuerza la vivencia del cuerpo etérico que me hace
sentir en unidad con el otro, punto de partida de la colaboración, empatía y respeto
que deben primar en la vida en sociedad. Si el niño logra interiorizar el espíritu que
vive en la música, estará capacitado para aprender de manera integral y con sentido
cualquier disciplina que se imponga en su vida por delante.

En la práctica musical la persona se entrena en observar, escuchar, cultivar un
goce estético y sensibilidad que es altamente individualizadora, permitiendo al mismo
tiempo, acceder al mundo con una actitud cognitiva abierta, dinámica, que se adapta a
las características de los fenómenos según las circunstancias, que es el fundamento de
la aproximación a la realidad según el método de Goethe. Ésta es una práctica que me
entrena en el ejercicio del conocimiento en base a la libertad, a lo vivo, a lo que está en
proceso de devenir, como es la vida en las plantas, el sentir en los seres animados y el
empeño por comprender la realidad propio de los seres humanos, más allá del espacio
que me da la percepción de mi cuerpo físico, más allá del tiempo que me da la
percepción del cuerpo etérico, y también me proyecta más allá del movimiento que
me da la percepción de mi cuerpo astral. Traspasar los límites de mi corporalidad me
abre al espacio de un mundo nuevo que tengo que descubrir. Traspasar el sentido del
tiempo me lleva a participar en el devenir de la creación; ir más allá del movimiento
vivenciado en mi corporalidad, es conectarme armónicamente con las influencias del
cosmos. Esos tres aspectos se reconocen e integran desde un yo, que es el director de
la orquesta que hace posible la ejecución de esa sinfonía que es el hombre en su
trayecto de vida.


Cultivo de los ritmos

Este es un aspecto fundamental en todos los ámbitos de la vida. Por doquier
que contemplemos el mundo descubrimos que se rige por ritmos, que también es

142
parte integral de la música. Todo en la naturaleza se organiza por tiempos y ciclos que
se repiten regularmente en lapsos de segundos a años. Eso también es válido para
nuestro organismo como parte de un todo universal. Por tanto, la crianza y educación
del niño debe realizarse también en base a ritmos que se traducen en orden y hábitos:
cuando su vida es caótica, prontamente aparecen problemas psíquicos y físicos.

El arquetipo del ritmo es la respiración, con su vaivén inspiratorio y
espiratorio, que rige en toda la creación, desde la pequeña planta que crece en el ritmo
del día y la noche, en ciclos anuales, bianuales o mayores, hasta el cosmos con sus
movimientos de los cuerpos celestes que completan ciclos enormes, de hasta millones
de años. El gesto básico que se establece con los ritmos es el de expansión y
contracción, es un ir al mundo y perderme en él, para luego contraerme y centrarme
en mi interioridad. ¡La vida toda es ritmo!

Esa actividad rítmica debe comenzar desde que el niño nace con su
alimentación al pecho de la madre. De a poco se va introduciendo en otros ritmos,
diarios, semanales, mensuales, estacionales, anuales, etc., que deben ser intencionados
cuidadosamente, ya que en nuestra sociedad moderna, donde todo es prisa y
competitividad, ellos se han perdido y producto de esa falta de ritmo es el estrés y las
enfermedades cardiovasculares y respiratorias que constituyen la gran causa de
muerte en el hombre actual.

Cuando se estructura la actividad del Jardín de Párvulos en base a ritmos y
ciclos bien precisos, que dan un orden y regularidad en la vida del niño, éste
rápidamente aprende lo que viene y lo que hay que hacer, con lo cual adquiere
seguridad, interioriza hábitos y aprende a reconocer límites que lo hacen partícipe de
un grupo. En esa “respiración pedagógica” el niño es llevado a una actividad inspirada
por el educador y luego se le permite que se expanda en una actividad libre con sus
pares. ¡Los recreos son tan importantes como la hora del cuento!

Cuando se entra a la escuela en el primer año, cada niño viene con sus
peculiaridades, conformando un grupo muy heterogéneo y a veces dispar de pequeñas
individualidades. Será por medio de los ritmos que el profesor irá gestando un alma
de grupo que los armonizará en su proceso de aprendizaje a lo largo de la etapa
escolar. En este caminar juntos se debe valorar el esfuerzo individual para conseguir
los logros de la educación, sin poner el acento en la meta. Es más importante el trabajo
que se realiza que el resultado de ese trabajo, por ello se debe cultivar una actitud del
niño frente a los desafíos, donde se estimula su capacidad de ejecutar algo, pero
también de detenerse, de observar lo realizado y reflexionar sobre los resultados. En
esta dinámica los errores enseñan más que los éxitos y despiertan fuerzas de
superación, por ello que no debiera evaluarse el trabajo escolar con notas, que se
fundan en los logros y solo incentivan la competitividad, sin tomar en consideración el
ritmo de aprendizaje que cada niño tiene. Es fundamental que el educador reconozca
esos ritmos propios de cada uno de sus alumnos, permitiendo que se desplieguen con
libertad motivados por el amor a lo que se hace. Aquí también debiera introducirse
una especie de respiración entre el trabajo individual y las actividades de grupo,

143
donde aparece la presencia del otro con el cual hay que armonizarse. El cómo
aprenden, formando rutinas y métodos de trabajo, debe estar siempre por sobre los
contenidos mismos de la enseñanza. En este contexto hay que aceptar de manera
explícita el derecho a equivocarse que todo niño tiene. En el error, en la caída se da la
oportunidad de hacer una pausa y ponderar lo realizado. En ese silencio brotan las
fuerzas de superación y solidaridad tan necesarias para la vida futura que
irremediablemente va a deparar muchas caídas.

Para que este proceso se pueda llevar de la manera adecuada, es necesario que
hayan educadores que hayan pasado ellos mismos como personas, por este camino de
auto observación y corrección. Si el adulto no es capaz de esa disciplina y haya
aprendido a escuchar esas señales en su propia vida en el mundo, no podrá atender,
respetar y validar las experiencias del niño a su cargo. El ideal es que esta actitud sea
cultivada también por los padres en el hogar, de modo que la vida diaria de los niños
en esta etapa de su desarrollo, no sufra una disparidad de escenarios que dan valores
y formas de ser que se contradicen.

Por lo mismo, la actividad educativa debe estar estructurada rítmicamente
tanto en el colegio como en la casa, conteniendo momentos para la contracción
anímica en la realización de tareas, y para la distención en base al juego libre. El
programa de enseñanza escolar debiera estar estructurado también de acuerdo a
estos ritmos formativos, con contenidos programáticos que se entregan por ciclos
temáticos que integran las distintas asignaturas, cada una aportando su particular
perspectiva. En el día se cuida igualmente que los contenidos tengan una disposición
rítmica, con la exposición de un tema, la pausa para su asimilación, trabajo sobre lo
expuesto, el descanso de la noche que permite fijar en la memoria lo aprendido,
recordar la materia al día siguiente agregando nuevos contenidos, vuelta al trabajo
sobre el tema y así se sucede por períodos de semanas o meses según los objetivos. La
hora de clases misma debiera tener una cierta dinámica que contempla un periodo de
introducción al tema, llevarlo a un máximo de atención e interés y luego soltar, que el
niño se disipe. El profesor debe cultivar en sí la música y los ritmos de modo que sean
parte inherente a su vida, para dar su clase de manera que imprima una especie de
ritmo respiratorio en el proceso cognitivo del niño, ajustándose a las características de
cada uno de sus alumnos. Por ejemplo, si tenemos un niño muy disperso, inquieto, que
le cuesta seguir el hilo de la clase sin distraerse, debe trabajar con mayor ahínco las
formas del dibujo, la aplicación cuidadosa de los colores, el modelado sistemático de
volúmenes y formas espaciales. Por el contrario, si tenemos otro muy rápido en llegar
a conceptos, que se adelanta a la clase con actitud crítica y poco empática, hay que
meterlo con intensidad en la música e integrarlo rápidamente a un grupo de
instrumentos. Ese otro niño con tendencia a vivir ensoñado, que todo se le olvida, hay
que traerlo a la tierra con ritmos cambiantes donde se incluya el canto, la música y el
movimiento que tiene que ejecutar simultáneamente. En cambio un niño muy
estructurado, con conductas muy rígidas que le cuesta aceptar el cambio, hay que
ponerlo a pintar con acuarela en papel húmedo, de modo que se le “arranquen” los
colores y tenga que aceptar los imprevistos, aprendiendo a transformar la
imperfección en una vivencia artística. Este tipo de intervenciones no solo ayudan a la

144
adquisición de hábitos por parte de los niños, sino a que ellos se vayan desarrollando
de manera equilibrada y sana.

Cuando una persona ha sido educada de esa manera, podrá desplegar todas sus
potencialidades con sabiduría, capaz de integrarse eficazmente en la sociedad,
comprendiendo que hay deberes que cumplir que van en beneficio propio y/o para el
de otros, ahora en una “respiración social”, donde se da y se recibe. Y más aún, quien
ha sido formado en estos gestos universales, no tendrá tampoco ninguna dificultad
cuando llegado a la etapa de la adultez, se tenga que hacer cargo de su autoeducación
y autodisciplina frente al mundo.


El currículo escolar

El gran desafío educativo que tiene el profesor frente a su clase es acoger a
cada niño en su diversidad, respetando su individualidad, pero con la tarea de
conducirlos a todos a la interiorización de ciertos principios universales
absolutamente necesarios para la convivencia futura y para el despliegue de lo
espiritual en cada uno: la formación de hábitos de aprendizaje, que aprendan a
aprender, que reconozcan la diversidad y sientan un profundo respeto por ella, con
desarrollo de la paciencia, la tolerancia, el sentido de cooperación y solidaridad, etc.
Cada niño trae su propia biografía y tiene su propia idiosincrasia para aprender, por
ello el currículo debe ser abierto, con directrices amplias que las pueda adaptar el
profesor a los requerimientos de la comunidad donde está inserto y a las
características de los niños que el destino puso en sus manos. Como ya se adelantó,
este proceso debe ser pedagógico y terapéutico a la vez. El ser humano está siempre
en devenir, conquistando un escalón evolutivo e iniciando a continuación otro proceso
de desarrollo superior. Los contenidos educativos y cómo se imparten, deben ser
considerados siempre en este sentido, colocando el acento en las capacidades
anímicas que se despiertan en el proceso de enseñanza, más que en los contenidos
mismos, sin restarles la justa importancia que puedan tener.

Especial cuidado se debe colocar en la educación del habla del niño. Éste debe
ir aumentando su vocabulario siguiendo al profesor en un camino de exigencia
creciente, especialmente en los tres primeros años de la escuela. Cuando comienza
con el aprendizaje de las letras y a escribir, debe apoyarse con poesías, versos y rimas
que tengan un ritmo bien marcado, donde destaquen las letras y sílabas que están
estudiando. Cuentos bien narrados, sin tanto dramatismo para que el énfasis vaya en
las palabras y no en los gestos. Luego las fábulas en el segundo año dan la oportunidad
de representaciones escénicas cortas, alegres, que dejan una enseñanza. Igual las
leyendas y sagas donde la temática se centra en un hombre en busca de perfección o la
conquista de sí mismo.

En el tercer año se entregan poesías, versos y cantos que por su letra y ritmo
bien marcado sean afines a las actividades de huerta, construcción y otras labores que
ejecuten. Después se va entrando en la lectura de textos escogidos que provengan de

145
esos grandes libros de sabiduría que han conducido a la humanidad desde tiempos
pretéritos.

En estos tres primeros años de la escuela, el cuento del primer septenio se va
cambiando a la narración épica, al encuentro del héroe al cual me quiero parecer, a las
imágenes de la mitología con las luchas del alma humana para comprenderse y
superarse. La enseñanza de la historia, de las grandes figuras que forjaron el recorrido
del hombre a lo largo del tiempo, deben ser entregadas como un ejemplo de la
consciencia dormida que despierta a la luz del espíritu. El alumno debe comprender
que como fruto de ese gesto de superación, se ha dado el progreso sostenido de la
humanidad a lo largo del tiempo. Se deben entregar esos contenidos desde la
experiencia humana, como grandes imágenes, sin explicaciones intelectuales, de modo
que conserven una viveza que por sí mismas vayan desplegándose e integrando en la
consciencia del joven. Las imágenes de los cuentos del primer septenio tenían la
finalidad de despertar sentimientos y emociones como la alegría, el gusto por vivir, de
reírse todos juntos, dejando semillas en el alma del niño que brotaran después como
cualidades anímicas. Las imágenes de las historias del segundo septenio tienen la
tarea de hacer germinar esas semillas depositadas, de modo que el niño vaya tomando
consciencia paulatina de sus impulsos de alma, los reconozca y guíe hacia el ideal que
anhela. Tiene que nacer en su alma el deseo de emular los hechos que va aprendiendo
de las historias, los que van orientando el rumbo de su vida. Hay que cultivar una
cierta sensibilidad con cada niño para descubrir sus aficiones y no atiborrarlos con un
exceso de imágenes, que los van a hacer propensos a la dispersión y superficialidad,
características muy propias de nuestra época tan exaltada y que solo vive en lo
inmediato.

Las asignaturas como matemáticas, lenguaje, ciencias naturales, historia, arte,
deben confluir en un foco temático determinado, que según su importancia y
complejidad debiera durar entre 3 a 6 semanas. En ese lapso se trabaja
exhaustivamente en ese tema todos los días, respetando los ritmos que ya se
mencionaron, de modo que el niño se vaya involucrando y despertando el interés y
motivación hacia un trabajo propio. Si esto es bien conducido, de manera natural el
joven al terminar su enseñanza básica, habrá hecho la transición del pensamiento en
imágenes hacia uno más conceptual, que señala el momento de educarlo centrado en
el pensar abstracto. El alma soñadora del niño podrá transformarse en la mente
creadora llena de sentido práctico con el mundo.

Después de los 12 años, es decir en 7º y 8º año, cuando el niño ya ha madurado
lo suficiente y su naturaleza anímico espiritual se ha compenetrado más intensamente
con la fisiología de su organismo físico, es el momento oportuno para enseñarle con
provecho y sin dañarle, todo lo que en la vida se halla sujeto a leyes mecánicas. Ahora
se introduce en el pensamiento concreto propio de las ciencias, donde se le abren
nuevas áreas del saber. Este es el momento cuando se produce el crepúsculo de la
infancia y la aurora de la juventud, que señala el despertar del pensamiento crítico y
del juicio. La tendencia espontánea del joven es la crítica inmisericorde del mundo
circundante, pero al introducirle el estudio de las ciencias naturales como la física,

146
mineralogía, química, se va labrando con belleza y reverencia un camino hacia hechos
poseedores de una verdad objetiva, los que va a poder distinguir de la mera opinión
que surge de las simpatías o antipatías. A través de los experimentos en ciencia irá
despertando la objetividad frente a la observación, superando el subjetivismo de su
opinión, lo que despierta paulatinamente el amor por la verdad que debe primar en el
tercer septenio. La vida del sentimiento que había primado hasta entonces, comienza
a templarse para dar paso a la vida del pensar ordenado, con capacidad de abstracción
para formar representaciones mentales fidedignas.

También en este período es crítico para acoger el impulso hacia el trabajo
social mancomunado que comienza a nacer junto con la autonomía del cuerpo astral
que se libera de su envoltura. Los adolescentes son orientados a organizarse en base a
obras y proyectos para ayudar a otras personas. Ese trabajo altruista va en
concomitancia con el despertar de ideales para la vida y una preocupación por los
problemas del mundo, que los sensibiliza frente a las necesidades de otros y ayuda a
orientar positivamente las turbulentas fuerzas de individuación que se despliegan con
la adolescencia.

Dado el alcance de la presente obra, no se entrará en el detalle del currículo de
cada grado escolar, el cual debe plantearse en líneas generales de modo que pueda ser
adoptado a las más diversas situaciones. Esa es una labor creativa de los pedagogos, la
que se puede encontrar en algunos libros recomendados en la bibliografía.


El desarrollo anímico del niño

Haciendo una recapitulación de lo expuesto en este segundo septenio, vemos
que lo central es la apropiación del cuerpo etérico con el despliegue de las habilidades
para el aprendizaje y la capacidad de descubrir al otro, sentando las bases de la
empatía, lo que se trabaja principalmente por medio del arte pictórico y la formación
de imágenes. Por el otro lado se completa en este septenio la formación del cuerpo
astral, dando gran relevancia a los sentimientos y la movilidad anímica que expresa un
niño, lo cual se encauza a través de la música, los ritmos y el arte escénico.

Pero hay otros factores que es muy importante considerar en el segundo
septenio y que influyen enormemente en los dos procesos centrales recién
mencionados. Uno es, como ya se mencionó, la presencia de las envolturas sutiles de
los progenitores, que en esta etapa están constituidas por la astralidad de ambos y la
influencia del padre con su visión de mundo. Es importante que comencemos a
ponderar la realidad de este factor de la misma manera que tomamos en cuenta la
envoltura física durante el embarazo: durante esos nueve meses que dura la gestación,
la madre se cuida de alimentarse sanamente, hace el reposo necesario, evita riesgos
para su salud y la del hijo que viene no ingiriendo ciertos medicamentos, alcohol,
tabaco, etc. En el “embarazo etérico” que dura alrededor de 6 a 7 años, los padres
deben cuidar los sentimientos, pensamientos y actitudes que abrigan y expresan cada
día y en cada momento. No hay que olvidar que el niño va a imitar inconscientemente

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estos aspectos que se transmiten por la envoltura etérica. Si uno de los progenitores
vive en una rumiación negativa contra el otro o muestra actitudes agresivas contra los
demás, ello actuará de manera tóxica alterando o deformando el cuerpo etérico del
niño, al igual que el alcohol o una droga afecta la formación del cuerpo físico del
embrión. De la misma manera, para que la gestación del cuerpo astral llegue a buen
término, deben darse condiciones donde la armonía y el goce estético estén presente
gran parte del día, con adultos que ejerzan sobre el niño un ascendiente moral por su
forma de ser y estar en el mundo que los transforma en autoridades dignas de ser
amadas. Desgraciadamente este aspecto deja mucho que desear en nuestra
civilización, reinando el egoísmo y la inconsecuencia, y por ello es tan difícil encontrar
seres humanos con su cuerpo astral bien formado e integrado. ¡Nuestra sociedad se
caracteriza por el predominio de adultos “minusválidos astrales”!

Por último, nunca debemos olvidar que a lo largo de la vida nos movemos entre
dos tendencias polares que hemos simbolizado con los nombres de Lucifer y Ahrimán.
La influencia luciférica nos lleva al goce egoísta y fácil en la vida, desconociendo el
Bien, la Belleza y la Verdad que debieran cultivarse en el camino a lo espiritual. Por el
otro extremo, la tendencia ahrimánica nos ciega ante la presencia del otro y nos mete
en la ilusión de que solo el mundo material perceptible por los sentidos físicos es lo
único que existe y al ser humano lo tengo que considerar de la misma manera que veo
cualquier máquina. Lo luciférico vive en el plano astral y lo ahrimánico en el plano
etérico, por lo que frente a todo niño estas dos tendencias se van a manifestar
ejerciendo su influencia, ya sea desde los respectivos cuerpos del niño o desde las
envolturas que aportan los padres.

Cuando nos entregamos a la tarea de educar a un niño, éste nos va a ofrecer
resistencias en la consecución de las metas que nos propongamos, dependiendo de
esos cuatro factores que acabamos de mencionar:

1. Cómo se ha formado y apropiado su cuerpo etérico
2. Cómo se está llevando a cabo la formación de su cuerpo astral
3. Cual ha sido la influencia de las envolturas de los padres
4. Cómo se manifiestan las influencias luciféricas y ahrimánicas.

Al nacer el cuerpo etérico del niño en torno a los 6 a 7 años, mencionamos que
comienza a menguar su tendencia a la fantasía que salta de un estímulo externo a otro,
y su pensar va experimentando un cierto orden y objetividad, producto de las
imágenes que se le van entregando en su educación. Físicamente se produce entre los
7 y 8 años, un primer aceleramiento en el crecimiento de la zona media del cuerpo, y
en el plano etérico se alcanza un retiro suficiente de la vitalidad de los órganos de los
sentidos que en propiedad se puede dirigir hacia el aprendizaje más formal y objetivo.
Estos cambios llevan a una crisis más o menos notoria en muchos niños alrededor de
los 9 años, que es cuando el cuerpo astral propio alcanza cierta maduración y
viabilidad para una vida emocional independiente de la familia. Como consecuencia de
ello, se ponen muy concretos y pudorosos, más sensibles, se quejan de aburrimiento,
desarrollando un cierto distanciamiento afectivo de los padres, con sentimientos más

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individualizados, todo lo cual es producto de la influencia ahrimánica en el cuerpo
etérico que nació en el niño y de la influencia luciférica en la envoltura astral de los
progenitores. Según como se manejen y contrarresten estas influencias, este tránsito
será fluido, casi imperceptible o se vivirá como una gran crisis con ribetes de tragedia
al vivenciarse totalmente separado del mundo. Esto se salva habitualmente por la
generación del vínculo afectivo con un amiguito o por la imagen de un adulto, ya sea
uno de los padres o un profesor que le dan esa vivencia de respeto con veneración por
el otro, lo cual forma un puente a través del cual se va a transitar hacia la solidaridad y
la empatía. En este tránsito en la consciencia del niño, denominado también el
rubicón, por primera vez logra plenamente una objetivación en su autopercepción
como alguien separado del mundo. Esa es la vivencia del Yo, que si no se salva creando
ese puente que lo une con el otro, que aparece en el correcto proceso de apropiación
del cuerpo etérico, va a dificultar enormemente la socialización del niño. Lo que vivió
como la consciencia del Yo en torno a los 2 a 3 años, fue un primer paso, inconsciente,
en su autopercepción como alguien separado del resto del mundo, que se reflejó en su
lenguaje sintiéndose como un Yo frente a los demás, pero que sin embargo siguió
sumido en una unidad simbiótica con la madre y a través de ella con el mundo. Ahora
esa separación irrumpe en la consciencia plenamente, con un pensar que empieza a
dar sus primeros pasos con autonomía y un sentirse solo y abandonado en el mundo.
Esa vivencia de separatividad solo se supera con el nacimiento de un cariño
veneracional hacia un otro Yo. De no ocurrir, quedará sumido en los vaivenes
luciférico / ahrimánico que brotan como impulsos desde las profundidades de su
alma. Se van tornando muy egocéntricos y concretos, muy celosos de su intimidad
personal, pues desconfían del mundo.

Alrededor de los 12 años comienza otro salto madurativo y puede sobrevenir
otra crisis más profunda aún que corresponde al nacimiento del cuerpo astral
separado definitivamente de la astralidad de los padres. Con ello se da inicio a la
pubertad o la pre-adolescencia. Ahora se comienza a dejar atrás la infancia con todo lo
mágico y protector que tenía, y se atreve a salir al mundo con todas las
incertidumbres e inseguridades que eso involucra. Físicamente se produce otro
estirón en el crecimiento, con mayor desarrollo y calcificación del esqueleto, se
alargan las extremidades, empieza el desarrollo sexual, crece la masa muscular en los
hombres, se redistribuye la grasa en las mujeres, y en los movimientos dan la
sensación de que el cuerpo les queda grande, se ponen torpes, mucho más los varones,
algunos se mueven como dinosaurio en una cristalería, no calculan bien, no saben qué
hacer con sus extremidades. Como los órganos internos no van a la par con este
crecimiento, no logran acomodarse a las nuevas exigencias y comienzan a
experimentar mareos cuando cambian de posición, se desmayan, tienen sensaciones
extrañas y molestias de todo tipo, viven cansados y con un hambre voraz.

Anímicamente también pierden su armonía, como que retroceden en su
voluntad con falta de iniciativa, se tornan introvertidos, “pesados”, con tendencia a
aislarse, siendo presa de emociones que no entienden y los superan: aparecen
caprichosos, cambiantes, hipersensibles. Lentamente dejan de pensar con las
imágenes que surgían del espejo del cuerpo sensible ligado a los órganos de los

149
sentidos y se comienzan a relacionar con la eterizidad ligada a la profundidad del
sistema óseo. Con ello empiezan a pensar en conceptos cada vez más abstractos y
mecánicos, que al coincidir con el hecho de que su cuerpo astral por fin sale de su
envoltura y nace al mundo, se sienten embargados por esos sentimiento de soledad y
abandono por ser incapaz aún de unir su vivencia propia con lo espiritual del mundo,
hecho que debería lograrse en el tercer septenio con la debida apropiación del cuerpo
astral. Esta transición puede darse de manera fluida y sin sobresaltos si en el primer
septenio el niño creció en una atmosfera que trasuntaba religiosidad, donde los
adultos que lo rodearon le hicieron sentir que el mundo era bueno, confiable y digno
de ser vivido. No se trata de la religiosidad devocional referida a algún culto en
particular, sino de esa actitud de estar en el mundo con la certeza de que hay algo
sagrado tras las impresiones sensorias, por lo cual se siente veneración y
agradecimiento. Esa sensación de aislamiento, en la cual muchos niños poseedores de
cierta clarividencia en los primeros años, a esta edad la pierden, se disipa en parte si
se logra la correcta apropiación del cuerpo etérico al final de este segundo septenio,
que brinda esa vivencia de unidad con algún otro, (alteridad). Este despertar de
nuevos afectos aparece como un salvavidas en ese mar tormentoso de soledad frente
al mundo, representado por los padres, la familia y el entorno humano más cercano,
volcándose más hacia los amigos o a temas que despertaron su interés, por influencia
de algún adulto que ejerció un ascendiente moral sobre ellos.

Este proceso es el tránsito hacia la adolescencia, cuando comienzan a
manifestarse sentimientos y pensamientos más individualizados, con opiniones
críticas y contestatarias, lo que señala el punto donde se puede iniciar la educación
intelectual del pensar. Estos eventos que se acaban de describir, no siempre ocurren
por igual en todos los niños. En algunos pueden pasar desapercibidos, en otros se
funden la crisis del rubicón con la adolescencia, las edades de inicio pueden aparecer
más tarde, pero en general la tendencia es a que aparezcan más temprano. Esta
variabilidad obedece a muchos factores como la constitución genética y familiar, la
nutrición, el funcionamiento del sistema endocrino, el ambiente sociocultural y la
educación, condicionamientos kármicos, etc.

Si pudiésemos formar una imagen que sintetice todo este tránsito de la infancia
a la adultez, donde el alma del niño sale desnuda de un mar de vida en común y se
encuentra con un cuerpo propio en un entorno que tiene que conquistar, la podemos
equiparar a la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, quienes extraños en su propia
materialidad, tienen que descubrir el mundo a su alrededor y dominarlo para
sobrevivir y seguir su evolución.


La figura del profesor

En esta etapa del niño que entra a la escuela, llena de cambios, tránsitos y
desafíos, la imagen del profesor reviste una importancia vital, más aún cuando será
parte acompañante de su vida por 6 a 8 años. En el primer septenio ese rol lo cumplen
los padres principalmente, que por su forma de ser se constituyen en el patrón de

150
imitación del niño, por ello el acento se colocaba en las cualidades interiores del
adulto como su rectitud, su veracidad y consecuencia frente a la vida, de modo que
fuesen un modelo digno de imitar que irradia bondad y confianza.

En este segundo septenio, el profesor surge como una figura señera que tiene
que estar revestida de ciertas cualidades, que en palabras de Steiner, “sea el
continuador de la tarea formativa que hacían entidades espirituales excelsas en la
época prenatal”. Esa exigencia tan alta, que también se aplica a los padres, involucra
dos aspectos. Uno es la conquista en sí de una calidad humana que lo transforme a los
ojos del niño en una autoridad bien amada, poseedor de un ascendiente moral capaz
de ejercer una influencia positiva en sus alumnos y en sus familias. Lo que el profesor
es y lo que transmite con su enseñanza son valores que ha ido cultivando en sus
pensamientos y sentimientos a lo largo de su vida y que ahora con su actitud los
irradia al niño y su familia. Ante los ojos de su alumno debe aparecer como alguien
digno de ser admirado y querido, capaz de despertar en su educando un anhelo de
ideales que reconoce y respeta profundamente, y que lo impulsa a emular ese camino
formativo que su profesor le muestra como una conquista personal. Esa es la manera
como el niño va equilibrando su temperamento, templando el carácter y despertando
a una consciencia cada vez más amplia, lo que le permite encausar sus inclinaciones a
la formación de nuevas actitudes frente a la vida.

El otro aspecto del cual debe estar revestido el educador es de la autoridad que
le brinda el conocimiento y maestría de los contenidos que enseña. Es alguien que ha
estudiado y reflexionado sobre los temas que imparte como asignaturas, con espíritu
crítico, sin prejuicios, capaz de formar imágenes vivas, dinámicas que surgen de su
alma. También ha madurado la forma de entregar sabiamente esas imágenes según el
niño y las circunstancias que lo rodean, para incentivar el florecimiento de sus
cualidades anímicas, sin producir un efecto contrario de rechazo o resistencia,
contrarrestando las inclinaciones o hábitos no deseables que su alumno pueda
manifestar. Pero al mismo tiempo tiene claro el camino del conocimiento hacia un
pensar lógico abstracto, en cuyo umbral debe dejar a su alumno para que transite
hacia la enseñanza media. Esas imágenes que el niño ha recibido a lo largo de esos
años juntos, se van transformando en ideales que ordenan el pensar y lo impregnan
de voluntad dirigida hacia una meta.

En síntesis, la figura del profesor ya no es imitada, sino emulada, donde toma
valor su función docente y su individualidad. Es una autoridad bien amada que se
fundamenta en el cariño, la amistad y que con su forma de mirar y relacionarse con el
mundo despierta en el joven fuerzas intelectuales y morales. Si con la imitación seguía
el ejemplo de los padres de manera más o menos inconsciente, los que a sus ojos
aparecían revestidos de magia y poder, en este segundo septenio surge una sed por
ideales y la necesidad de una autoridad bien amada quien como un faro le muestra un
destino que puede alcanzar.

Un educador con las características recién reseñadas solo podrá ser una
realidad, cuando los mejores miembros de una sociedad comprendan la trascendencia

151
de la tarea docente y asuman esa responsabilidad que les recae con amor y entrega
vocacional para el progreso de la humanidad. Es por esta misma razón que una figura
sobresaliente dentro de la comunidad, como sería este profesor ideal, debe
acompañar al niño el mayor tiempo posible hasta dejarlo en el umbral de la enseñanza
media, cuando entre a la educación conceptual.


La autoridad y los límites

Se ha mencionado repetidamente a lo largo del texto las palabras “autoridad”,
“ascendiente moral”, “autoridad bien amada” y otras similares en el mismo sentido. Es
importante que nos detengamos a reflexionar sobre estos conceptos por sus vastas
implicancias pedagógicas, dejando de lado los contextos políticos, filosóficos o
sociológicos, que si bien son importantes, no vienen al caso en la perspectiva que
estamos desarrollando.

La palabra autoridad deriva etimológicamente del latín auctor o autor,
refiriéndose a la cualidad de ser creador o hacer que algo crezca y prospere. Se aplica
este vocablo al prestigio moral de una persona, que por su capacidad superior en una
determinada actividad o saber, es acatada de manera natural o espontánea. Llevado al
ámbito pedagógico, una autoridad sería quien es capaz de garantizar el progreso de
otros que se encuentran menos desarrollado que él. En el primer septenio de la vida
de un niño, este rol de autoridad lo ejercen fundamentalmente los padres, quienes
tienen la responsabilidad de velar por el crecimiento y formación del hijo como
persona. En este sentido también otros adultos e incluso pares pueden ser percibidos
como autoridad por el menor, si él los vivencia como importantes e imprescindibles
en su crecimiento físico, anímico y espiritual. Si esa autoridad se mantiene de manera
estable y consecuente a lo largo del tiempo, ejerce una influencia o ascendiente moral
sobre el niño quien va a confiar ciegamente en esa persona, constituyendo parte de su
mundo afectivo y un patrón digno de imitar, que acepta y obedece sin problemas
porque la considera Buena.

En el segundo septenio, el profesor pasa a ser la autoridad a los ojos del
alumno, si su saber e integridad como persona es percibido como alguien digno de
emular. En este período de la vida el niño ya dejó de mirar a sus padres como su
mundo, también se dio cuenta que en muchas cosas pueden fallar y no son tan
confiables, pero reconoce en ellos un cariño y buenas intenciones que son suficientes
para ir dando sus propios pasos en la vida. Por esa misma razón ahora va a mirar a su
profesor con espíritu escrutador, evaluando a cada instante cuánto sabe y cómo se
maneja en el día a día. Ya no va a sentir esa confianza ciega en las personas y el mundo
alrededor que tenía en sus primeros años, ni tampoco va a imitar y seguir de manera
refleja a quien tiene por delante, pero si esa persona despierta su admiración y cariño,
tratará de emularlo, de ser igual que él porque lo reconoce como una autoridad bien
amada que le pone una meta alta con su ejemplo. Es la edad cuando llenos de
entusiasmo dicen “cuando grande voy a ser profesor”. (Hoy, como los niños pasan más

152
horas frente al televisor que frente a su profesor, quieren ser policías, bomberos,
astronautas, superhéroe, guerreros de la galaxia, etc.)

Cuando frente a alguien investido de autoridad se produce una decepción, por
su falta de integridad moral o porque su accionar se contradice con las expectativas de
ser un aporte al crecimiento de otro u otros, en éstos se produce una pérdida del
respeto o consideración hacia esa persona. Esto ocurre frecuentemente con las
autoridades políticas que no “dan el ancho” para el cargo que ostentan y se las acata
solo por su potestad, sin reconocerles una autoridad o ascendiente moral, por lo que
pasan a ser objeto de mofas e incluso agresiones. Del mismo modo un progenitor o un
profesor con una personalidad débil o deficiencias pedagógicas, puede perder su
ascendiente moral frente a su educando, el que frecuentemente asume conductas
desafiantes, rebeldes o atrevidas. Desgraciadamente en esas circunstancias se recurre
a la amenaza, al castigo u otros medios para lograr una sumisión del niño, que solo
persigue el acatamiento efectivo frente a determinadas tareas o responsabilidades
que tiene que cumplir. Allí la autoridad pasa a ser autoritarismo, dominación o
simplemente potestad como ejercicio del poder, que es deletéreo en términos
pedagógicos. Esto tiene un enorme efecto negativo en el niño, ya que precisamente
ocurre en la etapa cuando va al encuentro del otro al estar apropiándose de su cuerpo
etérico. Se genera un obstáculo en la confianza que debe existir en ese ir al otro,
entrando fácilmente en ese juego de dominio y sumisión de la alegoría de Hegel. Este
daño es más significativo aún cuando el objetivo de todas estas medidas coercitivas es
meter información en el niño y no despertar sus facultades de aprendizaje, lo cual es
un desgaste orgánico y anímico para el educando.

Aquí entra a tallar el problema de los límites. Es propio de la naturaleza del
niño ir al mundo empujando y chocando con los límites, ya que en ese choque se
vivencia a sí mismo, va tomando consciencia de su Yo y lo que es capaz de hacer. Ya
mencionamos que el primer límite del cual se hace consciente es el de su propia piel
con el sentido del tacto. Allí se produce la demarcación entre su propio cuerpo y el
entorno, entre lo que es él y lo que no es él. Eso que se abre más allá de su límite
corporal es un misterio que invita a develarlo, punto de partida del impulso a
aprender y de la vivencia religiosa. Posteriormente esos límites se van ampliando y
complejizando con la formación de hábitos: hay tiempos y lapsos para levantarse,
alimentarse, jugar, ir a dormir, etc. Esas actividades acotadas estructuran el día de
actividades del niño, aprende a anticiparse a lo que viene, eso le da seguridad. Igual va
a tratar de estirar algunos tiempos cuando está muy entretenido, ofrecerá resistencias
para ir a lavarse los dientes o abrigarse, pero él busca ese choque con el adulto,
porque se reafirma en su fuero interno, no solo porque se siente capaz de expresar su
voluntad, sino también cuando se encuentra con la firme determinación de su
progenitor, quien tranquilo pero firme lo encauza en su rutina, le confirma que es
visto y es importante para sus padres que lo cuidan. Muchas conductas de riesgo,
rebeldía u oposicionismo se deben a progenitores muy permisivos o ausentes,
comportándose el niño de forma anómala solo para llamar la atención, ya que se
sienten no queridos o que no son importantes para ellos. El niño que experimentó

153
límites bien precisos en sus primeros años de vida, siempre lo va a agradecer cuando
adulto.

También mencionamos que con la entrada al jardín de párvulos el niño toma
consciencia de los límites sociales. Hay otros que son tan importantes como él, que
para un buen relacionamiento debe aprender a controlar sus impulsos y emociones,
saber pedir lo que quiere de buena forma, lo que se irá perfeccionando en la escuela
cuando se encuentre con ese otro que le ayudará a cultivar sus sentimientos. En el
reconocimiento y correcta superación de los límites sociales va naciendo la
fraternidad y la asertividad del niño, que solo serán adecuadas si se dan en el contexto
de cariño o amor, ya que en esa situación los limites de ambos se funden en una
unidad. Mucho se refuerza hoy en día en psicología la necesidad de establecer los
límites propios frente a los demás, pero si ello ocurre de manera unilateral, se llega
fácilmente a la transgresión del otro, no se reconoce ni respetan los límites del otro.
Tiene que establecerse un flujo comunicacional en ambos sentidos, como una
respiración anímica que va y viene según los requerimientos de ambas partes. Los
niños que todo lo obtienen de manera muy fácil, sin esfuerzos ni mayor espera, se
tornan muy egocéntricos y tendrán grandes dificultades en su relacionamiento social
para delante. Cuando a ese niño se le antojan golosinas y juguetes de manera
caprichosa, se tornan muy demandantes y dependientes de los padres, sobre los que
ejercen una tiranía. Como nunca reciben un no como respuesta, no logran ser capaces
de reconocer los límites sociales y ver al otro, desarrollando personalidades inseguras
y dependientes que hasta el fin de sus días culpan a los padres por no haberlos
educado correctamente!

También se puede dar el caso contrario, de adultos muy autoritarios,
controladores, que pasan todo el día dando explicaciones y sermoneando al hijo: eso
no dan margen al niño para el ejercicio de su propio albedrío. Si el Yo del niño se
somete a ese régimen familiar, se tornan sobreadaptados, sumisos, sin que afloren sus
inclinaciones propias, viviendo las expectativas de otros. Por lo general esta situación
en algún momento hace crisis generando muchos problemas que requieren largas
intervenciones psicológicas para reencontrar la identidad perdida. Más común es que
ese establecimiento de límites se haga de manera manipuladora, comprando o
“chantajeando” al menor lo que también crea una situación poco sana, que tarde o
temprano llevara a un choque y desenmascaramiento de las partes.

Pero si ese niño trae un Yo fuerte, va a oponer una resistencia constante a la
autoridad, siendo motivo de frecuentes idas al pediatra, psicólogo o neurólogo en
busca de ayuda para que no se comporte como el demonio de Tasmania y se adapte a
las normas.

Si ese exceso de límites se dio de manera voluble, con padres inconstantes, que
oscilaban entre la culpa, el miedo, la frustración o la rabia, haciéndose común la
violencia intrafamiliar o situaciones traumáticas que arrasan con los límites del niño y
caotizan su concepción del mundo que lo rodea, también las consecuencias serán
desastrosas que requerirán intervenciones terapéuticas difíciles para intentar

154
arreglar esos descalabros. Se producen verdaderas cicatrices en el cuerpo etérico que
se está formando, las que van a actuar como cuerpos extraños rígidos que constituirán
la base de los traumas anímicos que los acompañarán en la vida futura.

Si no se han establecido los límites en su debido momento en los planos físico y
social, será difícil que en la transición a la adultez, pueda comprender los límites que
se tienen que reconocer en lo moral. Hoy no hay muchos escrúpulos con decir
mentiras piadosas o hablar con verdades a medias; se juega con el límite entre lo legal
y lo moral, siendo el primero lo que se ha normado por consenso y el segundo lo que
es universalmente correcto. Se cae fácilmente en la manipulación o utilización del otro
por medio de las más diversas artimañas psicológicas y no se cultiva el respeto
amoroso por su individualidad.

En el tercer septenio será importante el límite que se establece entre el
conocimiento intelectual y el despertar de la intuición, punto de partida hacia la
Verdad. La ciencia se fundamenta en el razonamiento intelectual, en la ilación lógica
del pensamiento, lo que es correcto solo para el mundo físico material. La realidad que
nos rodea es mucho más amplia que lo que nos aportan los órganos de los sentidos,
comprendiendo fenómenos de vida, anímicos y espirituales difíciles de reducir a las
teorías que urde el intelecto. Por esta razón, las conclusiones de la ciencia imperante
son relativas y el edificio de conocimientos que se construye a partir de esas teorías va
cambiando continuamente según los nuevos puntos de vista que aparecen y las
influencias de los grupos de poder tras las investigaciones.

Colocar límites es un arte, que depende del niño y de la autoridad que tenga al
frente como educador. Una actitud firme puede ser adecuada para un niño, tal vez
exagerada para otro, o muy débil para un tercero. Se requiere sabiduría para tratar a
cada uno según lo que su particular forma de ser requiere, ni más ni menos. Por otro
lado el educador debe tener la sensibilidad suficiente para ver a ese niño en particular
y reaccionar de manera equilibrada y concordante con la situación dada. Para ello
debe ser un adulto que se ha conquistado a sí mismo, porque se conoce a sí mismo y
es consciente de sus capacidades. Si el niño, y más tarde como joven, es conducido
sabiamente en ese camino formativo con límites claros, firmes, pero que a la vez van
cambiando en relación al crecimiento y madurez que experimenta la persona, es decir
de su capacidad de ir interiorizando su propio control con límites que se auto impone,
podrá como adulto pararse con seguridad y determinación frente a la vida sabiendo lo
que quiere hacer y por qué lo quiere hacer. Ese es el camino a la libertad, porque en un
momento dado toma consciencia de que los límites son internos y se pueden traspasar
con responsabilidad creciente para alcanzar esa cumbre donde se encuentra el
espíritu eterno. Desde ese instante la autoridad va a radicar en el interior de la
persona, que no será regida por fuerzas o factores externos, pudiendo desplegar con
plena consciencia lo que trae como tarea de vida.



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Síntesis

En esta etapa de la vida, entre el cambio de los dientes de leche y la pubertad,
lo individual y eterno que duerme en cada ser humano despierta a la tarea de hacer
propio el mundo que lo rodea, a través de un aprendizaje formal en la escuela. Ello es
posible por la transformación de las fuerzas vitales en capacidad para aprender, que
se conducen a través del dominio de la forma con las artes pictóricas, rutinas de
enseñanza y contenidos educativos vivos y estructurados orgánicamente. De manera
simultánea el niño debe desarrollar una movilidad propia y una sensibilidad frente al
mundo al cual está entrando, para reconocerlo en toda su integridad humana y física,
e incursionar de manera consecuente con lo que se le va abriendo. Esto se cultiva por
medio de la música, las artes escénicas y la figura señera del educador, quien
representa ese ideal de integración y autoridad frente al mundo el cual el niño se ve
impelido a emular.

Para que estos objetivos de la educación se puedan llevar a cabo con éxito, la
enseñanza básica debe estar fundamentada en tres pilares fundamentales: el
despertar de la capacidad de aprendizaje a través del arte, la creación de espacios de
sociabilización donde se produce el encuentro con el otro y la experiencia de la
naturaleza. Ir al campo, tener la vivencia de la tierra a través del cultivo de plantas y
flores, no solo le permite sumergirse en la vida misma, sino también es un verdadero
alimento para el alma del niño. En torno a esos tres pilares y en concordancia con
ellos, se deben entregar los contenidos educativos de modo que ese niño sienta una
admiración por el ser humano, un amor por la vida y un sentido de trascendencia de
su propio ser.

156
La educación del pensar


En el tercer septenio, desde la pubertad hasta alcanzar la mayoría de edad, el
joven comienza a usar sus fuerzas del pensar para comprender el mundo, develando
las verdades que se ocultan tras las apariencias e intervenir en él en concordancia. La
educación en esta etapa de la vida debería estar enfocada en facilitar este impulso
natural que nace en todos los seres humanos. Ello se debe al nacimiento del cuerpo
astral y el inicio de su apropiación y alineación con los otros dos cuerpos inferiores, el
físico y el etérico. Ya dijimos que el cuerpo astral es un cuerpo de luz, conformado por
las fuerzas que provienen del cosmos, de las estrellas, y es el responsable de
transmitir la forma y ritmos a los cuerpos que envuelve, pero simultáneamente brinda
la sensibilidad al organismo humano y posibilita la vida consciente del alma humana,
que es el escenario donde tiene lugar el aprendizaje y progreso.

También dijimos que en la evolución del ser humano en la tierra, se produjo lo
que llamamos la influencia luciférica, que contaminó la naturaleza astral y como
consecuencia de ello ocurrió lo que en las cosmogonías se denomina La Caída del
hombre. Este accidente evolutivo hizo que la parte anímico espiritual del ser humano
se precipitara en demasía dentro de su corporalidad, identificándose con la realidad
que le daban los órganos sensoriales físicos: “se le abrieron los ojos y se dieron cuenta
de que estaban desnudos”. Esta confinación en la naturaleza física material del cuerpo,
hizo perder la conexión consciente con lo anímico espiritual, y desde entonces el
hombre quedó atrapado en la influencia luciférica, viviendo la ilusión restringida de la
realidad que otorga la parte neurosensorial del cuerpo humano.

Son pocas las personas que logran llevar a cabo de manera completa los hitos
de este tercer septenio, que son la debida apropiación de la parte noble, no
contaminada, del cuerpo astral y el desarrollo de un pensar individualizado que en las
etapas posteriores de la vida conduzca a la vivencia de la realidad espiritual, que abre
y da sentido a la realidad física, más allá de la influencia luciférica, tal como Sócrates y
Platón describen como el mundo de las Ideas donde el Bien, la Belleza y la Verdad
reinan e irradian la creación.

Cuando se ha producido una cierta apropiación eficiente del cuerpo astral,
sobreviene una especie de epifanía que marca un hito en la vida de las personas, que
se puede resumir en la sensación de unidad con toda la naturaleza y el universo. Es
algo equivalente a la vivencia de encuentro y sensibilidad con un otro que se
experimenta cuando se apropia debidamente el cuerpo etérico, pero ahora se trata del
plano astral que mantiene esa comunión con toda la creación. El cuerpo etérico nos
hace sentir unidos con todos, el astral con todo. Si contemplamos la vida de ciertas
personalidades, nos daremos cuenta que describen en cierta parte de su biografía una
experiencia de características extáticas, donde súbitamente se dieron cuenta de una
realidad que no habían visto antes y que si bien ese arrobamiento es transitorio,
marca sus vidas desde ese momento en adelante.

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Cuando Alexander von Humboldt se encontraba en los faldeos del volcán
Chimborazo en Ecuador, a la edad de 33 años, contemplando todo el paisaje que se
desplegaba a sus pies, tuvo esa certeza de “la conexión que existe entre las fuerzas de
la naturaleza y el sentimiento íntimo de su mutua dependencia”, tal como lo expresa
en su obra Cosmos, donde sienta las bases de una mirada que solo dos siglos después
el resto de la humanidad ha ido tomando una débil consciencia en el movimiento
ecológico. Esa revelación que experimentó en esos instantes, fue lo que motivó en los
años posteriores hasta el final de su vida, la escritura de su obra magna,
absolutamente consciente de la dificultad de traspasar a una narración intelectual una
experiencia de esa índole: “La naturaleza es el reino de la libertad, y para pintar
vivamente las concepciones y goces que su contemplación profunda engendra
espontáneamente sería preciso dar al pensamiento una expresión también libre y
noble en armonía con la grandeza y majestad de la Creación”. Agrega luego: “La
intuición de estas relaciones es la que engrandece los puntos de vista y ennoblece
nuestros goces”.

Algo similar describe Giovanni Pico della Mirandola, quien a los 22 años,
estudiando el pensamiento aristotélico a través de los escritos de Averroes, se da
cuenta que las más diversas corrientes de pensamiento como la filosofía griega, la
cábala hebrea, la tradición caldea, el hermetismo y el saber árabe convergían en el
cristianismo. El año 1486, contando con solo 23 años de edad, escribe y presenta al
Papa su obra Conclusiones, que contenía 900 proposiciones que debían discutirse por
los eruditos de la época con el fin de alcanzar la unidad del pensamiento humano y la
paz en el mundo. Esta propuesta iba precedida por la Oratio De hominis dignitate,
(Discurso sobre la dignidad del hombre) que sintetiza todo el pensar de Pico: el hombre
como centro del universo creado y la posibilidad de la concordia del pensamiento. Si
bien la dignidad del hombre viene de Dios, define a aquel en términos de la libertad
para llegar a ser, de devenir lo que él mismo se proponga, a diferencia del resto de la
creación que tiene un destino inamovible. En este contexto reconoce algunos
principios universales que deben ser respetados en todos los seres humanos, como su
derecho a disentir, la aceptación de las diversidad y el crecimiento a partir de la
diferencia, que hoy pasados más de 600 años todavía hay dificultades en aceptarlos, lo
que refleja el lento avance que hemos tenido.

Otro gran personaje que sin lugar a dudas alcanzó esta apropiación e
integración intima de su vehículo astral fue Jane Goodall, la famosa investigadora de
los chimpancés en Tanzania, quien se ha transformado en nuestros tiempos en el
modelo del científico del futuro, que ha movido a miles de personas con su ejemplo e
inspirando a las nuevas generaciones en el compromiso de cuidar y mejorar el mundo.
Confiesa que estando en el bosque, de espaldas en el suelo observando los árboles y
los chimpancés, tuvo una experiencia que califica de espiritual. Sin ser una persona
particularmente religiosa, cuando entraba en esa intimidad con la naturaleza sentía
una gran fuerza espiritual que sobrepasaba todo y le daba una sensación de plenitud,
donde reconoció que “es perfectamente posible estar increíblemente comprometida
emocionalmente, sintiendo gran empatía con el sujeto de estudio”. Esto es una
verdadera revolución frente a la actitud del científico moderno, quien indaga la

158
naturaleza dejando conscientemente de lado su parte emocional “para no afectar la
objetividad de la observación”. Goodall por el contrario, desarrolló un cariño
profundamente respetuoso por esos primates objetos de su estudio, colocándoles
nombres que los identificaban en vez de números, lo que le permitió generar vínculos
profundos con ellos donde se revelaron conocimientos impensados hasta entonces
sobre el comportamiento de los chimpancés. Estas experiencias marcaron la vida de
esta mujer, quien sin tener una formación académica previa, siguiendo su propio
impulso de alma, cambió la actitud indagatoria frente a la naturaleza viva, y de manera
similar a Humboldt reconoció el impacto del hombre en el devenir del mundo.
Después de estar más de 20 años viviendo en la selva, se transformó en una
ambientalista que hasta el presente, con sus 86 años, recorre incansablemente todo el
planeta creando consciencia y programas de protección del medio ambiente.

Estos tres testimonios que se han descrito muestran sin lugar a dudas lo que es
una apropiación correcta del cuerpo astral con plena consciencia. Lo que
habitualmente se ve cuando se ha apropiado este cuerpo en cierta medida, es el
impulso a seguir ideales de pertenencia y de unidad con todo y con todos, que es lo
que muchos jóvenes experimentan de manera transitoria y que ha dado origen a esos
movimientos tipo “revolución de las flores”, el hipismo, New Age, o simplemente el
ingreso a grupos religiosos, esotéricos o a las famosas “tribus urbanas”. Como en el
cuerpo astral se encuentra la influencia luciférica, tarde o temprano termina por
imponerse esta última llevando a las actitudes de dominación, de desbande sexual,
conductas separatistas, tentados por el ganancial egoísta frente al mundo que se abre.

¿Qué hace que en la gran mayoría de las personas la apropiación del cuerpo
astral experimente este desvío? Fundamentalmente se debe a la destrucción de la
capacidad pensante por el adoctrinamiento que se produce en los años previos! El
pensar intelectual que nos permite analizar de manera crítica el mundo y comunicar
nuestras ideas dentro de una lógica o formalidad precisa y congruente, no logra
emerger con toda su fuerza y nos seguimos moviendo en la realidad en base a las
simpatías y antipatías propias de un alma infantil o sensible. Esto termina por
desvirtuarse con la concepción de que la vida es un escenario donde hay que luchar
para subsistir y triunfar, inculcándose la competitividad y supremacía sobre el otro,
tema que se ve en toda su crudeza en el ámbito deportivo con la formación de barras y
rivalidades que alcanza a países enteros. Bajo estas condiciones, la racionalidad o
intelecto se coloca al servicio de los vaivenes emocionales del alma infantil,
justificando sus caprichos, sin importar lo que es correcto o verdadero.

Aunque parezca paradójico, el intelecto se cultiva correctamente en el tercer
septenio si es que en el segundo septenio se tuvo la sana vivencia de la autoridad, si se
contó con ese adulto que era creíble y confiable a los ojos del educando al cual quiso
emular, y que ahora, al nacer el cuerpo astral, debe transformar esa respeto
veneracional hacia la autoridad bien amada, en veneración o amor por la verdad,
independiente de las personas y los grupos que detenten determinadas formas de
pensamiento y de ser. Desde este fundamento va a nacer la inserción adecuada a la
vida en sociedad, donde la cooperación, la solidaridad, el respeto por las diferencias, la

159
entrega amorosa y abnegada para el bienestar de todos y no solo para sí, serán las
fuerzas que conduzcan la evolución de la humanidad.

Si bien cuando hablamos del pensar y del pensamiento, podemos tomar
distintas perspectivas tanto filosóficas (epistemológicas) como psicológicas para
entender estos conceptos, a continuación vamos a tomar un punto de vista
psicológico, ya que nos centraremos en el proceso que todo ser humano en desarrollo
recorre de manera consciente y progresiva, para llegar a un cierto conocimiento
operativo del mundo, que le permita un accionar adecuado dentro de esa realidad que
se le va abriendo. Si queremos desarrollar las potencialidades cognitivas que un niño
trae como ser espiritual a esta tierra, tendrá importantes implicancias pedagógicas el
conocer lo que es el pensar y cómo a través de esta capacidad va formando un
conocimiento que explica o relaciona de manera significativa los fenómenos que
conscientemente va percibiendo en el mundo.

Haciendo una breve recapitulación de lo que se ha dicho previamente, desde la
perspectiva pedagógica con fundamento en lo espiritual del ser humano, es
importante considerar que en el primer septenio, cuando el niño es todo movimiento,
la educación se focalice en sentar las bases para el desarrollo de la voluntad. En este
sentido se deben dar las condiciones para que en esa etapa etaria pueda explorar y
aprehender el mundo a partir de su propio impulso, cabiéndole al adulto procurar que
ese entorno donde el menor se mueve sea bueno y seguro. En esta etapa se toma
consciencia y dominio sobre la corporalidad física como instrumento para ir al
mundo. En este período de la vida despiertan los primeros esbozos de un
pensamiento que hemos catalogado de mágico o de una fantasía creadora.

En el segundo septenio, cuando experimenta esa separación con el acontecer
de fenómenos que ocurren a su alrededor y se percibe a sí mismo en un vaivén de
emociones y sentimientos, la educación se debe centrar en brindar la oportunidad de
encuentro y unión simpática con otro, armonizando el sentir por medio del arte. Como
en esta etapa comienza la escolarización propiamente tal, el educador debe conducir
al educando por el camino del conocimiento a partir de la vivencia de una autoridad
que en sí le muestra una realidad armónica y bella que puede ser alcanzada. Para este
fin, la pedagogía debe dirigirse a formar grandes imágenes armónicas e integradoras
de conocimientos, los que provienen de la síntesis que el mismo educador ha hecho en
su vida. Ese goce estético frente a la realidad cotidiana, es el alimento para completar
la maduración del cuerpo astral que debe nacer al final de esta etapa, el cual
constituye la base donde se va a desplegar el intelecto.

Entonces, recién en el tercer septenio se va a poner el acento en la educación
del pensar, de modo que al finalizar esta última etapa esté constituida la personalidad
y ese individuo sepa pararse frente al mundo con seguridad y conocimiento de sí
mismo y de lo que quiere hacer a futuro. El amor por la verdad es la fuerza que deberá
despertarse en el alma del joven, lo que solo será posible si su educador en esta etapa
educativa, tiene un genuino entusiasmo por el conocimiento y un afán de encontrar lo
verdadero.

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Si se comprende bien esta dinámica, se puede colegir que la educación de todo
ser humano en su camino de llegar a ser con toda propiedad un habitante de este
mundo, debe considerar estos tres grandes aspectos de manifestación de lo anímico
espiritual: la voluntad o hacer en el mundo, la vida de los sentimientos y emociones, y
la vida consciente pensante. Además es fundamental que este proceso educativo
respete la expresión en el tiempo que tiene cada una de estas instancias del alma
humana y luego las conduzca adecuadamente en su camino de maduración e
integración armónica.

Si dejo que un niño desarrolle la parte volitiva sin equilibrarla e integrarla
como corresponde con su sentir y pensar, el día de mañana como adulto puede ser
una persona “trabajólica” con poco cuestionamiento de por qué hace lo que hace, y sin
mayor consideración de las necesidades afectivas propias y ajenas. Son esos padres
proveedores, que tienen rodeada a su familia de bienestar material, pero ellos mismos
raramente están presentes, llegando un día a darse cuenta que los hijos ya están
grandes y se fueron de la casa. Si, en cambio, dejo que predomine la parte
afectiva/emocional del niño, sin una armonización con el pensar y la voluntad, el
resultado puede ser el de un adulto soñador, “romántico sin rumbo”, que salta de un
anhelo en otro, sin concretar nada ni asumiendo las responsabilidades que involucra
vivir en sociedad o formar una familia. El movimiento hippie de la década del 60 del
siglo pasado, representa esta unilateralidad, que si bien los impulsaban valores como
el amor, la paz universal y la no-violencia, dentro de un espíritu alegre y colorido para
formar una nueva sociedad, no tuvieron la claridad de pensamiento ni la disciplina
para sostener sus ideales, cayendo en las drogas, la promiscuidad sexual, el
nomadismo romántico tras la música, que solo era posible sostener si se daba dentro
de una sociedad ya estructurada! Y por último, si es el pensar el que educamos
unilateralmente, tal como está ocurriendo con nuestro actual sistema educativo, el
resultado será que cada vez veremos más adultos que viven en una tiranía intelectual
dogmática e intransigente, que desestabiliza la vida de los sentimientos y de ahí las
características neuróticas de nuestra sociedad, que vive formando comisiones de
estudio que construyen castillos en el aire con pocos frutos prácticos.

161
Cuando hablamos entonces que en este tercer septenio hay que poner el acento
en la educación del pensar, estamos partiendo de una base que comenzó a construirse
desde los 2 a 3 años, cuando el niño toma consciencia de sí mismo y emplea la palabra
“yo” en su habla. Es a partir de esa edad que toda persona puede encontrar los
primeros recuerdos de su vida, que son los primeros pasos aislados para formarse su
propia visión del mundo. Por ello sintetizamos los tres primeros años de vida del niño
diciendo que el primer año aprende a caminar, el segundo a hablar y el tercero a
pensar. Tras esa “consciencia del Yo” comienza la formación de la memoria, con la
capacidad de recordar fácilmente contenidos que le llegan al niño de manera rítmica,
con cadencias de sonido que entran con cierto ritmo y musicalidad, lo cual debería
constituir la metódica de enseñanza de los jardines infantiles y en los primeros años
de la escuela, donde el canto, la música, las rondas, la poesía y el repetir de manera
cadenciosa contenidos como las tablas de multiplicación, darían los mejores
resultados sin producir un desgaste innecesario de su vitalidad.

Simultáneamente comienza a formarse la capacidad de representación mental
de los objetos y hechos de la realidad circundante, con la cual el niño establece
relaciones que mueve según su voluntad, dándole una ilación a los fenómenos
percibidos a partir de esa consciencia de sí mismo, de un cierto egocentrismo que
comienza a despuntar en esos primeros años de la vida. Si consideramos que el niño
cuando llega a este mundo no sabe nada de él y todo debe ser enseñado por otros
seres humanos, lo característico de estos primeros pasos del pensar es que parten
desde el asombro, donde el niño se va maravillando frente a cada cosa y realidad que
va descubriendo. Vimos que en estos primeros años el pensar se va formando
íntimamente unido al habla, aprendiendo a nombrar los objetos y fenómenos que
ocurren a su alrededor, relacionándolos entre sí según los patrones que imita de los
adultos. Si no hay primero una buena base de desarrollo del habla, el pensar va a
encontrar serias dificultades para expresarse correctamente.

Alrededor de los 4 años la formación de imágenes mentales, y cómo ellas se van
relacionando, comienza a ser determinada desde la vida afectiva del niño. Ya no tiene
esa total apertura frente al mundo que mira con asombro, sino que ahora comienza a
establecer un tamizado de los estímulos que le llegan a partir de simpatías y
antipatías. Los objetos y hechos de su alrededor los comienza a revestir con un
colorido anímico, que Steiner denominó “fantasía creadora” y hoy en día se cataloga
de “pensamiento mágico”. Ese mundo imaginario está dado en un principio por los
estímulos que el niño recibe del entorno y es muy cambiante en el tiempo,
centrándose en un hacer sin objetivos o metas en estas etapas iniciales. Alrededor de
los 6 a 7 años ya se ve con claridad que hay una continuidad de la memoria
manteniendo el niño un interés bien focalizado con un flujo de pensamientos
estructurados en concordancia con ese foco de interés. Este es el momento que se
inicia la escolarización.

El desafío que se le plantea ahora al educador es cómo conducir al escolar
desde esa fantasía creadora al mundo real, pero sin que pierda su creatividad, siendo
ésta una fantasía que se ha disciplinado. Esto se logra en gran parte con la narración

162
de los cuentos propios del jardín de párvulos, llenos de imágenes evocadoras de
sensaciones y emociones pletóricas de significados, que más adelante se van
conduciendo paulatinamente a las fábulas, leyendas, epopeyas, que se integran a los
contenidos de enseñanza general que van correspondiendo a cada grado del programa
escolar. Luego vendrán los relatos históricos y el estudio de biografías de figuras
señeras en la historia de la humanidad. Esto se acompaña con una fuerte actividad
artística, para que asimilen los contenidos que reciben y los vayan transformando de
acuerdo a su propia naturaleza, tarea que no se apoya en la mera memorización, sino
por el contrario, van construyendo un mundo interior de conocimientos vivos y llenos
de plasticidad.

Esta educación del pensar se va haciendo en base a imágenes que despierten
un interés devocional o reverencial por el mundo exterior, sentimiento que irá
amalgamando las distintas materias que se han ido trabajando de acuerdo a los ciclos
temáticos de la enseñanza escolar. La actividad artística que se centraba más en el
dibujo y pintura en las primeras etapas se va llevando a la música y el teatro. Estas
actividades se van repitiendo cíclicamente y con ello se cultiva la memoria y
recordación sin que se produzca un agotamiento del organismo.

Con los contenidos programáticos de la escuela y el método pedagógico
esbozado, el joven debería ir abriéndose progresivamente al mundo, saliendo de su
reino interior tan centrado en las emociones y sensaciones, para descubrir un mundo
exterior por medio de la observación y una ampliación del lenguaje hacia nuevas
formas de expresión. En este tránsito debe reconocer la subjetividad de su opinión, en
comparación con la descripción objetiva de un fenómeno de la naturaleza y sus leyes.
Si este proceso se lleva acabo de manera exitosa, el joven será capaz de llegar a la
representación mental abstracta, la que se verá alimentada de manera creativa gracias
al respeto que se tuvo por la fantasía creadora en los años previos. Esa viveza y
plasticidad del pensar será llevada a la formación de conceptos abstractos, con los
cuales el adolescente irá al encuentro del universo que se le revela con el nacimiento
del cuerpo astral, de una manera receptiva que le permitirá construir creativamente
su propia visión del mundo llena de sentido, superando la polaridad de yo y el mundo.
Ya se mencionó que esta transición en la adolescencia no es fácil, donde hay que
aguantar los vaivenes emocionales y contradicciones que ponen en evidencia las
inseguridades y temores que experimenta el joven en este tránsito. Como en la
formación de los pedagogos no se insiste en la formación del carácter y personalidad
propia, tenemos en la realidad actual a una humanidad atascada en su etapa
adolescente.

Tras este largo camino madurativo, se entra por fin de manera dirigida en la
educación del pensamiento en la Enseñanza Media. Ahora el objetivo pedagógico más
importante es el desarrollo del pensar con la formación de un juicio propio y para ello,
como educadores debemos presentarle el mundo como verdadero, hacia esa Verdad
que mencionaba Platón con letras mayúsculas, a la que se accedía quitando
sucesivamente los velos de la ilusión. Se trata de hacer esa transición de un mundo
que el niño construyó en su interior motivado en gran parte por sus simpatías y

163
antipatías, a una percepción objetiva de la realidad, es decir realizar el tránsito desde
mirar al mundo desde las polaridades emocionales, hacia lo que es correcto y
verdadero, a lo cual llego a través de un pensar discursivo con una rigurosa ilación de
los pensamientos. Esto sólo es válido realizar si se reconoce la individualidad del
joven, a partir de la cual se lleva a cabo la construcción de esa visión de mundo que
debe alcanzar al final de este septenio. Esto reviste un especial cuidado, porque no es
la verdad del profesor la que se transmite, sino la verdad que el joven encuentra en su
propio proceso de desarrollo disciplinado de su pensar, reconociendo que la realidad
está constituida por distintos ámbitos que plantean desafíos cognitivos diferentes. El
educador debe refrenar sus propios juicios y limitarse a facilitar y estimular que el
alumno descubra y fortalezca sus capacidades para aprehender esa nueva realidad
que se le va develando paso a paso.

Un aspecto importante a considerar en esta fase es que si se recibe un
adolescente que en sus primeros dos septenios no ha alcanzado los hitos propios de
esas etapas evolutivas, vamos a tener problemas. Si del primer septenio, cuando
despertó su voluntad, no alcanzó esa confianza básica en sí mismo y en el mundo, le va
a costar lanzarse en su propia aventura del conocimiento. Y si en el segundo septenio
no internalizó hábitos ni valores como el de la autoridad y el sentir de algo sagrado
más allá de los límites propios, se ha perdido un tiempo precioso y habrá que ponerse
al día antes de encarar las metas propias de este tercer septenio.

Si a ese niño lo rodearon adultos que le permitieron hacer lo que quiso, que no
internalizó un sentido de autoridad que respetara con cariño, se hará difícil pasar al
desarrollo de un pensar disciplinado. Hay que poner al día las características anímicas
para que el niño o joven se haga receptivo a las tareas que debe enfrentar según su
edad. No se logran las metas de un septenio si no se han alcanzado con éxito las del
septenio anterior. En un septenio se construye el fundamento sobre el cual se apoya el
siguiente, sin perder de vista que en sí cada septenio tiene sus propios objetivos
maduracionales. Si hacemos un símil con la construcción de una casa, en el primer
septenio se sientan los fundamentos sólidos y firmemente arraigados en la tierra;
sobre ellos se apoyan las paredes, columnas y pilares, que estructuran los espacios,
siendo ésta la analogía con el trabajo del segundo septenio. Finalmente se coloca la
techumbre y todas las terminaciones como puertas, ventanas, energía, agua, etc., que
permiten el uso seguro y cómodo de la construcción, que es el símil lo que debería
hacerse en el tercer septenio con la educación del pensar. Cada una de estas etapas en
la construcción de una casa requiere materiales, técnicas y maestros constructores
muy diferentes.

Lo que está ocurriendo hoy en día con la intelectualización precoz y la
escolarización temprana, equivale a construir el techo sin haber terminado antes los
cimientos y muros de la casa. Ello provoca un daño al organismo en desarrollo, se
merman las fuerzas biológicas que se sustraen antes de tiempo de su labor formativa
orgánica para dirigirlas a un proceso de aprendizaje. Esa es la mejor manera de anular
el entusiasmo y fuerza que debe tener el niño para formarse su propio juicio de
realidad e ir al mundo con una voluntad transformadora. Esta perversión de la

164
educación se traduce en la realidad actual en la enorme cantidad de personas
enfermas, tanto física como mentalmente, que son dependientes de fármacos para
poder ser capaces de funcionar en el día a día.

Tomando consciencia de la realidad educacional que nos toca enfrentar hoy en
día, vamos a dejar bosquejado en grandes líneas el desafío de lo que debería ser la
educación ideal del pensar en la enseñanza media, a partir de lo que es la imagen del
ser humano en desarrollo que hemos bosquejado en los capítulos previos.




El pensar creativo práctico

Esta forma de pensar es el que nos capacita para resolver cada pequeño desafío
que nos presenta la cotidianeidad. Comenzó a temprana edad con el dominio del
cuerpo para lograr la destreza para comer solo, para vestirse, tomando consciencia de
qué viene primero y qué viene después. En el jardín infantil, con las actividades de
cocinar, lavar, ordenar la sala, aprende a coordinarse con otros en un trabajo
integrado. Esto se perfecciona un paso más con el trabajo en el jardín y huerta, la
actividad artística para combinar forma y color, luego reconocer sonido y tono en la
música, con el dominio de un instrumento musical que se aplica en la ejecución de una
obra con una pequeña orquesta. En ese hacer con entusiasmo y cariño de los primeros
dos septenios, se va introduciendo el pensar como una sutil fuerza ordenadora y
jerarquizadora, que no se explicita, sino se deja que actúe desde la imitación y
emulación de los patrones que los adultos dan al niño. No hay que cansarse en
recalcar nuevamente la enorme responsabilidad que tienen los padres y profesores en
el desarrollo de sí mismos para tener una actividad cotidiana tranquila y ordenada,
expresarse de manera clara y oportuna y cultivar un pensar profundo y atingente.

Este pensamiento práctico se toma ahora como objetivo inicial en la enseñanza
media. Es el momento que se explicita la lógica de un correcto funcionamiento en el
hacer, pero todavía en un sentido inminentemente práctico. Esto va a aflorar sin
mayores dificultades si en los años previos se dio una buena enseñanza de las
matemáticas, geometría y de las ciencias en general, que dejaron una semilla que
comenzará a crecer ahora. Por ejemplo, estudiar cómo funciona un motor, desarmarlo,
ver sus partes, ensamblarlo y hacerlo funcionar. Distinguir que hay distintos tipos de
motores, con funcionamientos y aplicaciones muy diversas, que se han hecho
imprescindibles en la vida moderna, tales como la licuadora, la enceradora, la
cortadora de pasto, la sierra eléctrica, el torno, el auto, el aire acondicionado, el
refrigerador, etc., etc.

Este recorrido se debe ir ampliando a otros inventos que han cambiado la
existencia humana y le han abierto una nueva perspectiva del mundo, como el estudio
y manejo de instrumentos ópticos como el microscopio, el telescopio, el teodolito, etc.
El progreso tecnológico nos proporciona hoy en día instrumentos de mucha

165
sofisticación, que en una primera etapa no es aconsejable para el joven que da sus
primeros pasos en este terreno, pero sería altamente provechoso si se le pudiera guiar
en la construcción de su propio telescopio o catalejo, de la misma manera artesanal
que lo hizo Galileo y ver como cambia la dimensión de la realidad. De a poco irá
comprendiendo las dificultades técnicas que reviste hacer un instrumento y cómo se
van superando las limitaciones para tener en el presente equipos que integran
múltiples invenciones para un desempeño óptimo.

En la actualidad vivimos inmersos en un mundo donde las computadoras,
teléfonos celulares y equipos electrónicos han invadido nuestra realidad diaria,
determinando nuestra vida para bien o para mal de una manera ineludible. Los niños
desde temprana edad tienen acceso a esta tecnología digital, siendo la gran mayoría
expertos en manejar este tipo de dispositivos ya en la enseñanza básica, por lo que se
hace imperioso hacer un camino de estudio consciente de estos medios, de modo que
el joven no solo se maneje bien con ellos, sino también reconozca los peligros, límites
y conveniencia de su uso, de la misma manera como luego tendrá que hacerlo al
aprender a conducir un vehículo motorizado.

En un programa educativo integrado, todas estas actividades deben llevarlos a
comprender cómo estos inventos han transformado al mundo y la manera de
mirarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, las consecuencias sociales que se
produjeron con la incorporación de la máquina en los medios productivos, que
comenzó en la primera revolución industrial; los cambios vertiginosos que estamos
viviendo ahora con la revolución científico tecnológica en curso, que ha impactado el
desarrollo de la humanidad. Es importante que junto al invento, se conozca al inventor
y las motivaciones que tuvo para llegar a esa realización, para no perder de vista
nunca la correcta relación que debe tener el progreso material con el ser humano.


El pensamiento teórico abstracto

Luego se pasará al desarrollo de un pensamiento abstracto, donde se penetra
en las ideas y conceptos que han motivado a los grandes hombres en la historia de la
humanidad, a realizar sus descubrimientos e invenciones. Ya no se pone el acento en
lo concreto, práctico de la realidad, sino en las grandes ideas y corrientes de
pensamiento que han conducido a la humanidad a la condición que actualmente tiene.
Si bien en la Grecia Clásica se comenzó a filosofar sobre los grandes enigmas de la
vida, no fue hasta el siglo XV que se aplicó esta forma inquisitiva de la realidad a la
búsqueda de leyes que explicaran la naturaleza. Una figura paradigmática fue Nicolás
Copérnico, quien se coloca teóricamente en el sol para explicar su sistema
heliocéntrico. También es notable el ejemplo de Galileo Galilei, quien a la edad de 19
años, cuando estudiaba medicina en Pisa, estando sentado en una banca de la catedral
mientras se realizaba un oficio religioso, observa el vaivén de una de las lámparas que
colgaba del techo. Haciendo abstracción de todo lo que acontecía a su alrededor, se da
cuenta, que las oscilaciones de la lámpara tomaban el mismo tiempo, independientes
de la amplitud del movimiento, para lo cual se ayudó contabilizando su propio pulso,

166
ya que en esas épocas no se contaba con un reloj mecánico preciso, el que sí se fabricó
a corto andar aplicando las leyes del péndulo que descubrió Galileo. Lo significativo en
este descubrimiento y en todos los otros que hizo a continuación, fue esa forma
original de mirar los fenómenos, que dio nacimiento a la mecánica en física, donde a
partir de una observación, planteaba una hipótesis y después realizaba experimentos
para confirmarla definitivamente.

Este tipo de pensamiento es relativamente nuevo en la historia de la
humanidad, a pesar de que para nosotros es algo común hoy en día. La percepción
sensorial y la experiencia ceden paso al pensar puro, con lo que se inicia el camino de
las ciencias modernas.

En una situación ideal, el alumno debería llegar a determinar por sí mismo las
leyes del péndulo, por ejemplo, o las de la gravitación universal, emulando el proceder
que tuvo Galileo o Newton en su momento. Por ello que, en esta fase de la educación,
el profesor debe motivar, estimular a través de preguntas o mostrando contrastes,
planteando desafíos, de modo que el pensamiento del joven alcance la meta
propuesta. En esta etapa se entrena en un pensar puro, ese pensamiento fincado solo
en las ideas sin que ellas se sostengan en percepciones del mundo físico concreto. Esto
se lleva luego a experimentos para corroborar o comprobar dichas ideas en el mundo
de las percepciones sensoriales, como podría ser la determinación del trayecto
parabólico de un proyectil. Ese ha sido exactamente el camino recorrido por las
ciencias modernas a partir del siglo XV y XVI. Basta que el alumno logre establecer por
sí mismo una sola de las tantas leyes de la física, y habrá internalizado esa forma
peculiar del pensar, que sin duda marcará su vida para adelante, sin necesidad de
pasar largos períodos de tiempo memorizando fórmulas y leyes que luego se aplican
mecánicamente, tal como es la enseñanza de las ciencias en la educación actual. La
confianza que obtiene el joven en su capacidad de discernimiento teórico y
abstracción frente a los fenómenos físicos, lo empodera enormemente en este camino
del pensar.


El pensamiento anímico

Cuando se estudia el mundo físico tal como lo hizo Galileo, toda persona,
independiente de la época que haya vivido o la cultura donde haya nacido, llegará a las
mismas conclusiones y las mismas leyes siguiendo esa misma rigurosidad del pensar
intelectual. Sin embargo cuando se comienza a abandonar las certezas de lo físico,
aparece una diversidad de puntos de vista que llamamos teorías para explicar ámbitos
fenoménicos en los cuales no logramos un pleno acceso a la verdad última.

Por ejemplo, frente al fenómeno de la luz, se puede estudiar la mirada de
Newton y las conclusiones a las que llegó, frente a las ideas que desarrolló Goethe
haciendo los mismos estudios y experimentos con los prismas. ¿Por qué llegan a
planteamientos teóricos tan divergentes frente a los mismos fenómenos? Esta
pregunta lleva la problemática del proceso cognitivo a la interioridad del alma

167
humana. Aquí se reconoce la enorme influencia que tiene lo anímico espiritual de la
persona que indaga la realidad, donde gravita de manera definitiva su voluntad y
sentir en la ilación de las ideas para llegar a un juicio. Esto es lo que llamaríamos el
pensar anímico, que ha determinado históricamente las grandes corrientes del pensar
humano. Es lo espiritual de cada uno que influye en la construcción de la realidad a la
cual se accede en este camino de conocimiento. Lo anímico espiritual es lo que motiva
e inspira en esta búsqueda de la verdad, conduciendo a conclusiones más o menos
abarcantes, dependiendo del grado de autoconsciencia y de su relación con el mundo
que tenga el investigador.

Cuando entramos a estudiar los fenómenos de lo vivo, la disparidad de
explicaciones y conclusiones frente a lo vital se hace más notorio aún. Se puede
contrastar a dos eximios investigadores de la fisiología humana, ambos laureados con
el Premio Nobel de Medicina, como son Francis Crick, descubridor de la estructura del
ADN y John C. Eccles, un neurocientífico que estudió el funcionamiento del sistema
nervioso.
Crick a los 12 años de vida decidió no asistir más a la iglesia y sumergirse en los
libros de ciencia que lo apasionaban, haciendo un intenso recorrido por las
matemáticas, la física y la química. A los 31 años hizo un giro hacia la biología y a los
35 años comenzó sus estudios de la estructura de la molécula de ADN, por lo cual fue
galardonado con el premio nobel en 1962, un año antes que Eccles. Su última etapa
como investigador la dedicó a develar los misterios del cerebro y la consciencia.
Escribió varios libros, construyendo un concepto mecanicista de la vida y del ser
humano, donde destacan la linealidad ADN – ARN – Proteína como el “dogma central
de la biología” que explica la transmisión y expresión de la herencia genética. A pesar
de que reconoce que “un hombre honesto, premunido con todo el conocimiento
disponible en la actualidad, debería concluir que el origen de la vida es un milagro”,
reduce sin embargo todos los aspectos de la biología al nivel molecular, siendo todo lo
existente producto de la evolución, donde “la casualidad es la única fuente de
verdadera innovación”. Lo espiritual o la divinidad como realidades en sí, no tenían
cabida en su visión de mundo, afirmando, como para mencionar un ejemplo, que el
“libre albedrío en el ser humano no sería más que la actividad cerebral localizada en el
sulcus cingulatum anterior o en su cercanía.”

Si miramos ahora el trabajo y pensamiento de Eccles, nos encontramos con una
persona que desde pequeño también traía una inquietud inquisitiva para saber como
se resolvía esa dualidad de la mente y el cuerpo. Lo educaron en su hogar hasta los 12
años, después entró por primera vez a la escuela y a los 17 años se ganó una beca para
estudiar medicina. Siempre buscando una respuesta al enigma de la interacción
mente/cuerpo, dedicó su vida a la investigación del cerebro y los nervios, pero su
marco de referencia era muy amplio, influenciado por el trabajo conjunto con el
filósofo Karl Popper. Conceptualizaba la realidad en tres planos: un mundo físico; un
mundo de la consciencia, de carácter subjetivo, que incluía las impresiones
sensoriales, sentimientos, pensamientos, memorias, etc., y también la autopercepción
del Yo o espíritu; y un tercer plano, que era el mundo de la civilización y la cultura,
escenario del conocimiento objetivo. Llegó a concluir que cada Yo era una creación

168
divina: “De alguna manera misteriosa, Dios es el Creador de todas las formas vivientes
... y ... de las personas humanas, cada una con la conciencia de un alma inmortal”… “Los
eventos en el mundo material son causas necesarias pero no suficientes para explicar
la consciencia y la autopercepción del Yo.”

Podríamos plantearnos nuevamente la pregunta, ¿por qué si ambos
investigadores se introducen en los misterios de la fisiología del organismo humano,
el primero concibe un explicación mecanicista del mismo y el segundo logra una
mirada más amplia que da cabida al espíritu? Es curioso cómo cada uno se refiere a la
postura cognitiva sostenida por el otro: Crick: “Los seres humanos ... son demasiado
propensos a generalizar a partir de un ejemplo. La palabra técnica para esto,
curiosamente, es superstición.” Por su parte, Eccles: “Sostengo que el misterio
humano está increíblemente degradado por el reduccionismo científico, con su
pretensión en el materialismo promisorio de explicar eventualmente todo el mundo
espiritual en términos de patrones de actividad neuronal. Esta creencia debe
clasificarse como una superstición...”

Al estudiar a estas personalidades y sus obras, el alumno va experimentando
simpatías y antipatías frente a uno y el otro. Es importante que reconozca esos
matices anímicos que surgen en su alma y de a poco se dará cuenta que el interés o
rechazo que siente por determinada forma de pensamiento, es algo inherente a su
propio ser, algo “estructural” a su constitución íntima. Ya vimos que el conocimiento
aparece cuando frente a un fenómeno dado surge la idea que lo explica. ¿De dónde
proviene la idea? Por lo general ella está en nuestro cuerpo de memoria, donde quedó
impresa como concepto, dogma o creencia entregada por la educación que recibimos.
Esa educación dada por los mayores, por los libros o por los medios audiovisuales hoy
en día, va inculcando contenidos de carácter científico, religioso, también doctrinas e
ideologías de las más variadas índoles, condicionando la mente de la persona que
explicará la realidad de acuerdo a esos conceptos inculcados, que muchas veces
actúan como preceptos. La participación de la voluntad del individuo manifestada
como interés o afición por ciertos rubros del saber, así como el mayor o menor
compromiso afectivo con su proceso de aprendizaje, van individualizando el
contenido ideico o bagaje de conocimientos que una persona tiene, y que le permite
desarrollar una particular mirada de mundo. Si recibo ideas que no tengo en mi
propio cuerpo de memorias, las aceptaré si armonizan con mis cuerpos de creencias
previos, o las rechazaré si son discordantes o aparecen como algo extraño. Es decir,
siempre en el acto de conocer participan de manera conjunta el pensar con la vida
afectiva y la voluntad de la persona, por ello frente a un mismo fenómeno surgen
distintas interpretaciones o explicaciones que en rigor no dejan de ser opiniones o
verdades parciales y circunstanciales. Es chocante darse cuenta que el intelecto puede
acomodarse para justificar cualquier punto de vista, tal como hemos visto con Crick y
Eccles, por lo que se llega a la conclusión de que por sí solo no nos conduce a la
verdad, hecho que ya fue categóricamente señalado por Kant en su “Crítica a la razón
pura”.

169
Sin embargo ese horizonte se puede ampliar e ir recorriendo en profundidad
en la medida que el individuo va apropiando su cuerpo astral, que lo conecta en
unidad con toda la creación. Eso fue lo que les ocurrió a Humboldt, Pico della
Mirandola y Goodall, tal como lo describimos. En esa nueva realidad surgen las
intuiciones “que engrandece los puntos de vista y ennoblece nuestros goces”,
repitiendo las palabras de Humboldt; o nos lleva a la conclusión de que todas las
formas del pensar, desde una perspectiva más elevada, confluyen y dejan de ser
contradictorias, como concluyó Pico della Mirandola. Hagamos una analogía que sirva
para reforzar esta idea: en Kyoto, Japón, está el templo Ryoan-ji el cual tiene un
famoso jardín de rocas y arena (karesansui) construido en el siglo XV y que está
formado por 15 rocas dispuestas de tal manera, que no importa donde uno se pare
para observar, siempre queda una de ellas oculta. Solo elevando la mirada desde una
cierta altura se verá el jardín completo con todos sus elementos en armonía.
Pensamiento individualizado

Esa integración la tiene que haber hecho el profesor, quien al tener apropiado
su propio cuerpo astral, tendrá la sensibilidad y claridad para ver los atisbos que sus
alumnos van despertando en esta conquista de la realidad, porque él ya hizo ese
camino. Solo le cabe estimularlos con preguntas y colocarles desafíos de modo que
cada uno descubra sus intereses, valores e ideales que en suma les permitirá construir
su propia mirada del mundo, superando las aparentes contradicciones que siempre
surgen cuando no se eleva la mirada a una perspectiva superior.

En este camino de conocimiento, se pondrá énfasis en ese respeto reverencial
por la naturaleza a descubrir, tal como nos mostró Jean Goodall con su devoción por
los chimpancés que estudiaba. Cuando el alumno descubre y se forma una clara
imagen de cómo el pensar es modelado por lo anímico de cada uno, podrá desarrollar
con el tiempo el amor por la verdad y el conocimiento, admirando en la figura del
profesor la consumación de ese camino. El alumno no le exige a su profesor que lo
sepa todo, le exige que sea veraz, que reconozca los límites de su conocimiento y que
esté dispuesto y lleno de entusiasmo para intentar traspasarlos en la búsqueda de esa
verdad.

Es de gran ayuda en esta etapa la lectura de las biografías de esas
personalidades que han logrado recorrer en plenitud este camino del conocimiento y
han llegado a ser grandes maestros de la humanidad, como el Buda, Pitágoras, Platón,
el mismo Jesús, Francisco de Asís, el héroe medieval Parsifal, Leonardo en el
Renacimiento y por supuestos las tres figuras señeras que ya hemos nombrado más
arriba: Humboldt, Pico della Mirandola y Goodall. Este recorrido va preparando y
dando la posibilidad al joven de identificar su propio pensar con algunas de las formas
de pensamiento que va descubriendo, como también comprender que en la realidad
existen muchos ámbitos distintos y que cada uno de ellos requiere una particular
forma de aproximación cognitiva. De ese modo, con el tiempo, ya fuera de la escuela,
podrá formar su propio juicio de realidad y de aproximación efectiva a esa realidad.
Esto es lo que debe ser guiado y estimulado por el educador, para que ese alumno
desarrolle en el futuro un pensar activo propio y le dé esa seguridad y autonomía para

170
pararse frente al mundo con plena confianza del camino que elige y recorre para
adelante.

Ese es el pensamiento individualizado, que debería ser impulsado en la escuela
y madurado en la educación universitaria. Hoy en día la cantidad de información
disponible en Internet es apabullante, llena de sesgos y engañosa en su mayor parte. Si
el estudiante ha sido bien conducido a lo largo de estos tres primeros septenios,
debería ser capaz de ponderar esos contenidos de manera objetiva e imparcial para
llegar a un conocimiento confiable y de calidad tal que sea armónico con el todo que
pulsa en su alma. En este camino disquisicional, tiene que ser capaz de distinguir,
como ya se ha dicho, lo que es mera opinión de lo que está zanjado como
conocimiento sólido, lo que está demostrado y lo que no, lo que es información
provisional de la definitiva, lo que es la interpretación teórica de un fenómeno de lo
que es su descripción fidedigna. De ese modo descubre que el conocimiento es una
aventura del espíritu humano que se va labrando camino hacia alturas cada vez
mayores y nunca es un acúmulo fijo y acabado de información.

En este caminar hacia el conocimiento, pronto se dará cuenta que el intelecto
es solo un instrumento en la búsqueda honesta de la verdad, capaz de mostrarnos los
errores y contradicciones de nuestro proceder inquisitivo, pero no nos entrega la
verdad última! Bien concebido y desarrollado, es un instrumento de autoeducación y
autoevaluación, pero no nos coloca en ese plano que “es el reino de la libertad” que se
alcanza por la intuición de acuerdo al relato de Humboldt. Si a lo largo de todos esos
años de la escuela se ha cuidado de no estropear la individualidad del niño y del joven,
en la adultez podrá seguir sus propias ideas, independiente de las creencias en boga o
de los dictados de la autoridad externa. Si además fue educado sintiendo que “el
mundo es bueno”, va a entregar con amor lo que sabe para el progreso de todos. Ese
sería un actuar creativo libre que es la culminación de la vida humana en esta tierra.
Para alcanzar esa consciencia hay que realizar la tarea de los tres septenios siguientes,
donde el adulto tiene la responsabilidad de asumir su autoeducación. ¡Ese sería el
tema de un próximo libro!





171
Trastornos del aprendizaje


Todo lo descrito previamente es el camino ideal que debería seguir todo ser
humano en su crecimiento y desarrollo físico, anímico y espiritual. Es evidente que
muchos niños presentan dificultades en algún aspecto de su proceso madurativo para
llegar a ser un habitante activo y responsable en este mundo, con gran variabilidad en
cuanto al tipo de impedimento que presentan como en la intensidad de su
compromiso, lo que en el fondo es el reflejo de obstáculos que han tenido en el camino
de formar y apropiar las distintas corporalidades o planos del vehículo. Como el
objetivo de este libro es dar una pincelada sobre la educación que todo ser humano
debería recibir, teniendo siempre en consideración su naturaleza espiritual, hablar de
la patología se sale del interés presente y sería más bien un tema a desarrollar dentro
del ámbito médico terapéutico o en lo que se llama la pedagogía curativa. Sin embargo
son los pedagogos o los padres los que primero reconocen los problemas en sus hijos,
por lo que deben tener una cierta noción general de este tema con el fin de actuar
tempranamente de la forma más adecuada. Con este fin, vamos a esbozar una
introducción general para motivar un estudio más profundo, según los intereses
particulares de cada uno, colocando siempre el punto de vista espiritual de estas
patologías del desarrollo. Como hoy en día prácticamente no existe un curso sin niños
que padezcan de lo que se ha dado en catalogar síndrome de déficit atencional (SDA) y
trastornos del espectro autista (TEA), vamos a dedicar una especial consideración a
esos dos temas.

Haciendo un breve recuerdo de la compleja naturaleza del ser humano y su
dinámica de formación y apropiación de la corporalidad por parte del Yo, para los
efectos del presente capítulo vamos a homologar la unidad físico, anímico y espiritual
a una moneda, la cual presenta dos caras: en una aparece el desarrollo biológico dado
por la interacción de lo físico y etérico, el cual es el campo de acción del pediatra o
médico; y la otra cara corresponde al desarrollo anímico espiritual, que es la parte que
se educa conscientemente para su expresión máxima.

Sin embargo, como el ser humano en sí es una unidad, cualquier alteración que
se produzca en el desarrollo de alguna de ellas, se va a afectar el otro lado. Si hay una
enfermedad física, como una simple gripe, fiebre o molestias, ellas impiden al niño ir a
la escuela y llevar cualquier proceso de aprendizaje de manera efectiva. Si hay un
daño orgánico más severo, como una sordera, déficit motor o daño cerebral, el
impedimento es más dramático y permanente, que obliga a otras estrategias
educativas. La intervención médica busca restituir las condiciones óptimas para que el
aprendizaje sea lo más fructífero posible en cada niño en particular.

Por otro lado, si lo anímico espiritual no es bien reconocido y conducido a su
plena manifestación, se va a producir una repercusión en el vehículo físico que
llamamos una enfermedad funcional u orgánica. Si la familia, el educador o todos los
adultos que cumplen o tienen una influencia en la formación del niño no hacen su

172
tarea como corresponde, tarde o temprano van a aparecer trastornos físicos. Si la
educación no despierta la motivación del niño, le inculca hábitos y ritmos de vida, en
una atmósfera de amor y protección, ¡ese niño se va a enfermar físicamente! Solo para
ilustrar este punto, en las últimas décadas hemos sido testigos del incremento
alarmante de las enfermedades respiratorias, especialmente aquellas que producen
obstrucción de la vía aérea, lo cual tiene como trasfondo un agobio anímico del niño
por una sobrecarga emocional. Ésta puede estar dada por un alto nivel de exigencia
que se impone sobre el menor, lo cual debe considerarse desde la vivencia del niño.
Como ejemplos basta pensar en el frenesí de la vida moderna que no respeta ritmos, la
imposición de logros académicos desde temprana edad, con párvulos que se ven
expuestos a exámenes, evaluaciones y confrontaciones competitivas desde que
aprenden a hablar, bajo la mirada de adultos perfeccionistas y controladores que
amedrentan, etc.

Indudablemente que la enfermedad se produce por una suma de factores, que
como los eslabones de una cadena se van engranando para resultar en ultima
instancia en la aparición de un trastorno que atenta contra el bienestar de la persona.
En el caso de las enfermedades físicas, el primer eslabón es una condición anímica la
que genera esa susceptibilidad frente al frío, el contagio, la contaminación, los
alérgenos, etc. Si la persona se encuentra feliz y satisfecha con su vida,… ¡no se
enferma! Si se pusiera atención a las epidemias de gripe que sobrevienen todos los
inviernos, se vería que los que se enferman es porque anímicamente estaban mal
parados. En cambio los que resisten sin problema esos contagios masivos, es porque
se encuentran con la mente y el corazón abocados a cosas más positivas y fructíferas,
que no dan cabida al miedo.

Por el contrario, las mal llamadas enfermedades mentales, dentro de las cuales
están los trastornos neurológicos como el SDA y TEA, que son un gran obstáculo al
proceso de educación establecido, tienen su origen en una falla orgánica, que puede
ser identificada en el vehículo físico según el grado de progreso de la ciencia médica,
pero también puede encontrarse en el plano etérico o en la interacción del cuerpo
etérico con el físico, lo cual requiere otro planteamiento cognitivo más allá del
paradigma médico en boga.

Es curioso darse cuenta que los problemas del aprendizaje han saltado a la
consciencia colectiva solo en las últimas 5 a 7 décadas. Por supuesto nos estamos
refiriendo a esos niños que dentro del sistema tradicional de enseñanza, no logran ir a
la par con los progresos de sus compañeros, sin que en apariencia exista un daño
neurológico evidente o un trastorno en los órganos de los sentidos que bloquee de
alguna manera la percepción de la realidad.

Esto lo podemos entender dentro del contexto evolutivo que ha experimentado
la humanidad en los últimos siglos. Si consideramos el nivel educacional de la
población europea hace 3 o 4 siglos atrás, la gran mayoría eran analfabetos, y eso no
era algo mayormente invalidante en esa época. Pero hoy en día se nos hace difícil
comprender cómo una persona, que no sepa leer y escribir, podría sobrevivir en la

173
realidad moderna, con todas las exigencias que se nos impone. No es exagerado decir
por ejemplo, que los niños en la educación básica ya piensan y discurren con una
lógica que era exclusiva de los grandes filósofos griegos de la antigüedad.

Haciendo un parangón con el desarrollo físico, cuando un niño viene con un
déficit motor sutil en una de sus piernas, no nos damos cuenta de ello hasta que tiene
que pararse y caminar, sólo en ese momento queda en evidencia que algo anda mal.
De igual manera, si consideramos que en nuestra civilización actual, con su alto nivel
de exigencia en términos intelectuales, donde a cada instante hay que tomar
decisiones rápidas y complejas, se requiere que las personas hayan desarrollado
ciertas capacidades básicas como leer, escribir, con un pensar lógico matemático
elemental para desempeñarse satisfactoriamente. Si una persona muestra dificultades
en esas habilidades mentales queda rápidamente expuesta y aparece como un
problema. Esto es relevante en las sociedades desarrolladas, las que deben enfrentar
esta limitación con una responsabilidad colectiva. Se puede citar el caso de Alemania,
país que tradicionalmente ha puesto gran énfasis en la educación, donde se calcula
que alrededor del 12% de su población corresponde a lo que se llaman “analfabetos
funcionales”, es decir, personas que han aprendido la mecánica de la lectura y con
mayor o menor expedición de la escritura básica, pero que sin embargo no entienden
lo que leen.

Cuando se habla de diversidad cultural, se dan por entendido aquellas
características que diferencian a un ser humano de otro en términos de raza, lenguaje,
creencias religiosas, costumbres, expresiones artísticas, formas de identidad, etc. En el
encuentro entre dos personas de culturas distintas, idealmente se puede dar un
proceso de interacción donde cada uno aporta su bagaje por igual, enriqueciendo una
nueva condición intercultural. Pero también existe una diversidad funcional, donde
los miembros de una misma sociedad presentan capacidades muy diferentes uno de
otro, características que pueden hacer muy expedito el desempeño de uno en
determinados ámbitos del quehacer habitual, mientras que otro se encuentra limitado
y requiere ayuda para conseguir su objetivo. Esto también aparece con toda claridad
en un mismo individuo, con las grandes variaciones que experimenta a lo largo de su
vida, como niño, adulto y en la vejez.

En el último tiempo las sociedades más organizadas han ido tomando en
consideración estas diferencias individuales y legislan de modo que existan
alternativas y facilidades para que las personas en la tercera edad o con
discapacidades físicas se puedan mover con cierta autonomía y acceder a las mismas
oportunidades de educación, trabajo, comunicación, uso del tiempo libre, etc., que
toda sociedad ofrece a sus integrantes.

Sin embargo hay una diversidad más sutil que se presenta en la forma como
cada persona percibe el mundo y responde frente a los requerimientos vitales a lo
largo de su vida. Hasta ahora predomina un criterio de “normalidad estadística”,
donde una gran masa mayoritaria de individuos impone una forma de ser estándar
para todos. Esto es muy evidente en educación, que es el tema que nos atañe. Los

174
contenidos y metodología de la enseñanza se confeccionan considerando a niños que
usan prioritariamente el órgano de la vista como el dominante en la percepción del
entorno, y que elaboran sus contenidos según una intelectualidad lineal, acorde a las
neurociencias fundamentadas en modelos informáticos. Quien no se ajuste o rinda
según este patrón, es “patologizado” y enviado al especialista para que se ciña al
sistema. Pero la realidad es otra, ya que hay niños y personas que utilizan otras vías
de percepción como dominantes para conocer el mundo, como la audición, el
movimiento, con formas de pensar muy variadas, siendo todos normales en su
constitución y expresión fenomenológica, los cuales deben ser reconocidos y
respetados de igual manera en su diversidad. En las familias con varios niños, es
evidente que algunos son más movedizos que otros, con pensamientos y asociaciones
de ideas más rápidas o lentas que sus hermanos, con intereses y necesidades muy
dispares y diferentes, y eso no los coloca fuera de las normas o los hace menos
valiosos.

Por consiguiente, un sistema educativo acorde a esta realidad tan compleja y
variada, debiera adaptarse a las características que cada niño trae desde que nace,
para sacar lo mejor de él, y no seguir con la exigencia de un modelo extemporáneo e
ineficiente que intenta moldear a los educandos dentro de un estereotipo restringido
a una sociedad de consumo. En una sociedad ideal, donde cada ser humano tiene su
lugar con dignidad, la pedagogía cumple la noble labor de conducir la formación de
personas físicamente sanas, satisfechas y llenas de motivación para asumir la
responsabilidad de su propia condición y relación con el mundo. Por su parte, un
sistema médico terapéutico acorde a este enfoque trascendente del hombre, debe
reconocer que frente a cada trastorno o problema de salud está interviniendo en el
destino de cada niño, y por ende en su condicionamiento kármico. Ya no se trata de
simplemente eliminar la manifestación de una enfermedad, sino hay que hacerse
cargo de la causa última que originó ese trastorno, para lo cual debo encontrar
respuestas a preguntas como: ¿qué tengo que aprender con mi enfermedad o
limitación?, ¿qué desafío me está señalando en términos de mi evolución espiritual?
En último término, reconocer esa nueva dimensión que se abre significa de igual
manera una educación consciente para asumir una responsabilidad moral frente a la
vida.

En la realidad nos encontramos con una gran diversidad de niños y personas
adultas, que muestran dificultades de las variadas características frente al proceso de
aprendizaje y de relacionarse dentro de la sociedad. Como una manera de introducir
cierto orden comprensivo en ese aparente caos fenomenológico, surge la necesidad de
agruparlos por cuadros clínicos que clasificamos como enfermedades. Ello facilita el
estudio y toma de decisiones terapéuticas con el fin de superar los obstáculos al
normal desempeño de las personas. No hay que olvidar que toda clasificación es solo
un instrumento cognitivo, de carácter analítico y validez temporal, que pretende
facilitar la toma de decisiones que redunden en un mejor bienestar para todos. Esto es
altamente dependiente del nivel de conocimientos y comprensión de la realidad que
se tengan en un tiempo y lugar determinado. Así, por ejemplo, en la Edad Media en
Europa a las personas con manifestaciones mentales disruptivas se las consideraba

175
poseídas por demonios, por lo que se las encerraba y apaleaba para expulsar esos
demonios. Hoy en día, bajo las teorías de las neurociencias con sus neurotransmisores
y neuromoduladores, se hace una clasificación de las enfermedades psiquiátricas que
es funcional a la intervención con fármacos que modulan el ánimo, nivel de alerta,
impulsividad, etc.

Dentro del enfoque científico imperante, los trastornos de salud y del normal
desempeño de las personas se reducen al estudio de la corporalidad física material,
explicándola desde el modelo físico-químico molecular. Alteraciones en las moléculas
de DNA o deficiencias en la síntesis de proteínas u otros mediadores biológicos,
explicarían las enfermedades que aquejan al ser humano, incluso las llamadas
mentales o psicológicas. Este paradigma ha proporcionado un notable progreso
médico y tecnológico en los últimos tiempos, pero choca con ciertos límites que no
logra franquear y más aún, ha ido creando problemas adicionales para insatisfacción
de un número creciente de personas. Cuando analicemos el caso del Trastorno por
Déficit Atencional (TDA), veremos con mayor detalle esta problemática.

Si seguimos la lógica planteada en la concepción del ser humano dada hasta
aquí, es decir, como una entidad espiritual que vive una experiencia terrenal usando
una corporalidad que consta de varios planos, que hemos llamado físico, etérico o
vital, astral y mental, que van en un nivel de complejidad y sutileza creciente, es dable
plantear que el Yo Humano encuentre dificultades en cada uno de esos planos
mencionados para su normal desempeño y expresión. De manera muy somera vamos
a explicar esta perspectiva sin olvidar que es algo incipiente y que plantea el desafío
de un futuro desarrollo y aplicación.

Ya vimos que en el primer septenio nace el cuerpo físico a una vida autónoma
del vientre materno y debe ser apropiado por el Yo para usarlo como su vehículo en el
mundo terreno. Simultáneamente con ello se va formando el cuerpo etérico que
establece una unión íntima con el cuerpo físico, al que aporta todas esas
características orgánicas y funcionales que llamamos vida. El cuerpo etérico es el
portador de la memoria kármica, por lo que condiciona la formación y estructura de lo
físico según leyes espirituales. Por lo tanto, todo trastorno en el plano físico-orgánico,
que son los que han sido identificados y descritos por la ciencia oficial, obedecen a
condicionamientos kármicos, para que el Yo tenga determinadas experiencias
necesarias para su ampliación de consciencia. Caen en esta categoría todas las
enfermedades congénitas, donde hay malformaciones físicas que afectan el normal
desempeño de la persona. Como ejemplo podemos mencionar una falla en el corazón
o en un órgano de los sentidos como el oído, que limitan la vida y la experiencia de lo
espiritual de la persona afectada. Puede ser que el daño orgánico no sea tan evidente y
solo aparezcan trastornos funcionales, como la incapacidad de recibir y procesar
ciertos alimentos que vemos en las enfermedades metabólicas. También la limitación
se puede dar en el plano mental, con alteraciones sutiles a nivel del cerebro, como es
el caso del síndrome de Down, el autismo y otros. Todas estas enfermedades han sido
o están siendo motivo de estudio y manejo por parte de la medicina convencional, que
como hemos dicho se restringe a una mirada muy materialista, y por tanto, tenemos el

176
desafío de incorporar la perspectiva espiritual que resignifique a nivel individual y
colectivo esas experiencias.

En un plano más elevado, nos encontramos con trastornos que solo se dan en el
cuerpo etérico, sin una contraparte orgánica evidente en el cuerpo físico. Se dijo que
en la medida que el cuerpo etérico se va formando, una parte de él se va emancipando
de las funciones con el cuerpo físico y se constituye en una organización propia que
sirve de espejo o sustrato para las funciones anímicas. Es allí donde la persona se
encuentra con la memoria kármica que le da el sentido de individualidad y le permite
reconocer a los otros en su vinculación que trae de otras vidas, base de la alteridad.
También en esa parte del cuerpo etérico se va formando la memoria que nos sirve
para funcionar de manera acorde a la realidad cotidiana. Su importancia la podemos
apreciar en toda su magnitud cuando una persona pierde esa memoria, como es el
caso de una demencia senil o de la enfermedad de Alzheimer, donde desaparece la
identidad propia y todo el mundo de relaciones personales y físicas con el entorno.
Estos trastornos, que ocurren dramáticamente hacia el final de la vida, con un daño
evidente en el sistema nervioso central, pueden darse también en la etapa de la
formación del cuerpo etérico y luego, cuando debe ocurrir su apropiación, aparecen
las limitaciones, sin que podamos identificar un correlato físico en el organismo
humano. Los problemas de memoria y del pensamiento en las primeras etapas de la
vida tienen su fundamento en este plano. El que un niño manifieste dificultades con
las matemáticas y el pensamiento lógico, una carencia de poder gozar estéticamente lo
que percibe y llevarlo a una manifestación artística, corresponden a “malformaciones”
en el plano etérico. Si esta parte es el espejo donde se identifica el alma humana,
también es dable encontrar anomalías en este proceso, que por su sutileza no hemos
identificado con propiedad. Para comprender la trascendencia de la apropiación del
cuerpo etérico, basta darnos cuenta que toda la formación de nuestra individualidad
se va dando en el encuentro con ese otro que me acompaña en el camino de la vida. En
el enfrentamiento con otro me voy conociendo a mí mismo y con ello se da la
posibilidad de crecimiento y transformación, especialmente cuando en esos
encuentros se dan situaciones conflictivas o incómodas que sacan a la luz mi
verdadero Yo. Allí surge la posibilidad de poner en práctica la compasión, de formar la
asertividad, de contextualizar el pensar en la alteridad, que es la base de la empatía. Se
puede aseverar que alcanzar un desarrollo social inclusivo es un proceso de
aprendizaje y crecimiento a través del otro, que tiene su sustrato fisiológico en la
correcta apropiación del cuerpo etérico.

Cuando la formación y apropiación de ese cuerpo no se da de la manera
adecuada, aparecen conductas antisociales. Por ejemplo, en los niños donde este
proceso se atrasa surge el bullying, que debemos tomarlo como una advertencia de un
deficiente trabajo pedagógico en el primer septenio, faltando el dominio de los
sentidos básicos corporales como el tacto, el vital, del movimiento propio y del
equilibrio. Experiencias traumáticas o la imposibilidad del niño de haber vivido esa
etapa sintiendo que el mundo es bueno y seguro, producen trastornos en la formación
del cuerpo etérico que en el segundo septenio dificultan su apropiación. Por desgracia
esta es una situación que es muy común en muchos adultos, que en su grado menor

177
aparecen como esas actitudes antisociales de rechazo al otro por prejuicios de toda
índole. Más sutil es la falta de autoconsciencia, con una ausencia de reflexión frente a
la vida y de construir una mirada de mundo que me permita tener una identidad
propia. Estas personas, de apariencia muy “normal” en nuestros tiempos, se dejan
llevar por los vaivenes de la opinión pública hábilmente manipulados por grupos de
poder, formando esas masas que se mueven sin mayores consideraciones ni
cuestionamientos morales, solo repiten una conducta porque “todos la hacen”.

Cuando se da una individuación mínima desde la personalidad, tenemos a esas
personas que se rigen en la vida por creencias religiosas, científicas o doctrinas de
todo tipo, a las cuales se aferran como una verdad absoluta que tratan de imponer
dogmáticamente a los otros. Las sectas, las llamadas “tribus urbanas”, están
constituidas por personas que no han logrado apropiar su cuerpo etérico, con líderes
que han usado sus capacidades intelectuales superiores al resto, para ejercer un
dominio manipulador para beneficio egoísta. Si por alguna razón esas creencias se
rompen, o el grupo se desarma, quedan a la deriva, y si no hay un trabajo de
fortalecimiento interior, se van a asir a otras dogmas o grupos, como el náufrago que
se agarra al primer madero que flota.

En un grado mayor de disociación del cuerpo etérico y con un Yo no formado,
aparecen las personalidades psicopáticas. En estos casos se ha producido una pérdida
de la relación con el cuerpo y con los demás. Como consecuencia se produce una
consciencia fragmentada de la realidad y de sí mismo, moviéndose según las
condiciones que se presentan con absoluto relativismo valórico, que se acomoda para
beneficio egoico. Si no se logra esa gratificación, aparecen esas conductas catastróficas
o disociativas, tan propias de esas personalidades carentes de un Yo con una fortaleza
suficiente para encontrar una identidad que los sostenga en el tiempo.

En síntesis, si no se produce una apropiación de cierta magnitud del cuero
etérico, será muy difícil hacer la transición a una concepción espiritual de la vida, y
mucho menos llegar a tener la capacidad de escuchar al Yo Superior, esa esencia
espiritual que debería regir la conducción de nuestra vida con plena consciencia.
Apropiaciones incompletas y localizadas del cuerpo etérico se encuentran detrás de
los problemas específicos del aprendizaje, como en las dificultades de la
lectoescritura, dislexia, capacidad comprensiva y en otros procesos cognitivos básicos.
Por ello en el manejo de estos trastornos se debería comenzar siempre con
restablecer la correcta relación con el cuerpo a través del estímulo de los cuatro
sentidos corporales.

El siguiente orden de fenómenos que trastornan el normal desempeño de los
seres humanos como personas autoconscientes en pos de lo espiritual, son las fallas
en la naturaleza y deficiente apropiación del cuerpo astral. Y aquí,… ¡prácticamente
toda la humanidad se encuentra atascada! Recordando, este cuerpo es el responsable
de la consciencia, movilidad y de la vida afectiva en lo que se refiere al individuo, pero
también está permeando toda la creación. Está formado por las energías que
provienen de las estrellas y constelaciones, formando una gran unidad dinámica en

178
continuo flujo y reflujo, que son los ritmos cósmicos. Este vaivén tiene su expresión
máxima en el ser humano básicamente con los ritmos de la respiración y la
alternancia sueño/vigilia.

Este cuerpo se forma y establece una correcta relación con los cuerpos físico y
etérico en la medida que respetemos los ritmos fisiológicos que pide el organismo, se
haya creado una atmósfera emocional tranquila y afectuosa, con un cultivo del sentido
estético frente a la naturaleza y el diario vivir. Si ello se ha llevado a cabo de manera
satisfactoria, surge ese gozo y satisfacción frente a la vida toda, con la cual se
experimenta un sentimiento de unidad, con la convicción de que soy parte de ese todo
al cual debo integrarme de manera armónica y con cierta reverencia. Mencionamos
que en la evolución de la humanidad se produjo una contaminación en este plano
astral, que simbolizamos con la figura de Lucifer, que es responsable de todos esos
impulsos que emergen en nuestra consciencia que tienden a aislarnos de los demás y
del todo, sumiéndonos en el egoísmo. Si el proceso de apropiación de este cuerpo, que
comienza con la pubertad, se realiza bien, la influencia luciférica es contrarrestada en
gran medida. Para que se produzca esta apropiación es necesario el control de la vida
emocional y desiderativa a través del cultivo de las virtudes y de la educación del
pensar que conduzca a esa individuación que da un sentido a la vida, lo cual no es otra
cosa que entrar bajo la conducción del Yo humano autoconsciente.

Si ello no se produce como corresponde, aparecerán problemas en la vida
afectiva y movilidad de la persona, como fenómenos más evidentes. El sentimiento de
separatividad con el mundo, las conductas neuróticas, trastornos de consciencia
obedecen a una inadecuada apropiación e integración de este cuerpo. También son un
síntoma de esta deficiencia los problemas de movilidad en todos los planos: en lo
físico motor, teniendo un aparato músculo-esquelético normal, si cuesta tener
movimientos firmes y fluidos, marcha inestable, con caídas y accidentes frecuentes, es
porque el cuerpo astral no se encuentra bien integrado. De igual manera en el plano
anímico, la torpeza social, los bloqueos emocionales y fobias, corresponden a
anomalías de la astralidad. En el plano del pensar vamos a encontrarnos con la rigidez
mental, con la incapacidad de integrar experiencias nuevas, enjuiciando el mundo en
términos de lo que me gusta lo acepto y lo que me desagrada lo rechazo, sin mayor
esfuerzo por encontrar la verdad o la coherencia con la realidad. No olvidemos que los
contenidos del pensar se encuentran en el cuerpo etérico, tal como una pieza musical
se encuentra escrita en la pauta musical, pero quien establece relaciones y mueve los
pensamientos es el cuerpo astral, igual como el músico interpreta la partitura. De igual
manera todo aquello que se constituye en un hábito o tendencia en nosotros, como
por ejemplo la afición a la música, está grabado en el cuerpo etérico, pero el gozo o
realización de esa experiencia se produce en el plano astral.

Una forma sutil de este deficiente dominio de lo astral, que permite la intrusión
de la influencia luciférica, es esa actitud tan común de sentir siempre que yo y mi
mundo somos buenos, que mis intenciones han sido siempre las correctas y son los
demás los malos y equivocados que intentan atacarme. Si en esta confrontación salgo
airoso, me siento un héroe que ha alcanzado alturas épicas. Si por el contrario, no

179
conseguí lo que quería, me siento una victima de la injusticia del mundo. Esta actitud
tan común e infantil, es señal de un predominio astral luciferizado, que no da ninguna
cabida a la emergencia de lo espiritual que debe reinar en una contemplación
ecuánime y amorosa del mundo.

Cuando emerge esa cualidad del Yo que controla, dirige y da una armonía
intencionada a toda su vida, es porque se han dado los primeros pasos de integración
del cuerpo mental. El Yo está comenzando a dominar los corceles alados que le
permiten conducir el carro de la corporalidad física, etérica y astral, siguiendo los
planes que desde los mundos superiores le han dado como su destino. Si una persona
se mueve en la vida bajo dictámenes que se autoimpone desde valores universales,
independiente de leyes y normas externas emanadas desde una convención social, es
porque ha tomado consciencia de ese puente con lo espiritual que es lo que llamamos
el cuerpo mental, y transita en consecuencia con esas inspiraciones superiores. Por
desgracia, encontramos pocas personas con estas características, que son capaces de
influir enormemente en el crecimiento de sus congéneres.

Si somos autocríticos, nos daremos cuenta que como humanidad, reconocemos
claramente y tenemos bien clasificados los problemas de formación y apropiación de
los cuerpos físico y etérico. En psicología desde hace un siglo se admite la falta de
empatía como un impedimento social, pero la gran mayoría de las deficiencias y
anomalías en la apropiación del cuerpo astral, todavía las consideramos como
variaciones de la normalidad. Prácticamente todos los conflictos que tenemos entre
seres humanos, ya sea de parejas, laborales, con los hijos, y en un plano más amplio,
las guerras y conflictos sociales, se deben al no reconocimiento de la astralidad y la
necesidad de trabajarla de tal manera que sea armónica con lo espiritual que debería
regirla. Reconocer el cuerpo mental y aprender a conducir coordinadamente al caballo
negro y al caballo blanco, ¡es futurología!

Viene al caso reiterar las consideraciones mencionadas previamente, cuando se
dijo que toda madre responsable de la gestación de su hijo, se cuida durante el
embarazo para no afectar la formación del embrión, con una alimentación sana,
evitando el alcohol, tabaco, químicos y cualquier factor nocivo. También se adelantó
que para la correcta formación del cuerpo etérico, se debería tener la misma
conciencia, cuidando los sentimientos y pensamientos que abrigan los adultos
alrededor del niño en su primer septenio. Todos esos juicios categóricos, dogmáticos,
más aún las críticas y descalificaciones que se emiten tan fácilmente todos los días,
constituyen verdaderas afrentas a la formación del cuerpo etérico. También se habló
del daño que produce la intelectualización precoz en los niños en vez de educarlos a
través de imágenes, al igual que la falta de ritmos y estructura en las actividades
cotidianas.

Del mismo modo debiéramos ser muy responsables y cuidadosos de crear las
condiciones ideales para el buen despliegue de los astral en el niño: trabajar
dirigidamente una actitud positiva, alegre frente a la vida, aprendiendo a descubrir y
gozar esa sensación de armonía y unidad con la naturaleza y la humanidad toda. Es

180
esa actitud ecuánime frente a la realidad expresada de manera tan sabia y poética por
un padre: “Este mundo desquiciado pero a la vez sagrado y maravilloso...”

Crear las condiciones óptimas para la formación y apropiación del cuerpo
mental, se requiere de adultos que hayan conquistado en sí ese pensar individualizado
que se inspira en las intuiciones que emanan de los mundos superiores. La
construcción de una visión de mundo propia, capaz de colocarse frente a los demás
con claridad y firmeza, pero al mismo tiempo tolerante de la diversidad y
comprensivo de los caminos ajenos, forman la matriz que va a acrisolar el alma juvenil
de los demás en su orientación al espíritu. Ello solo es posible si nos encontramos con
el karma y lo aceptamos como el hilo conductor que nos lleve a la plena comprensión
del sentido del mundo, que no es otro que vivir en amor.

Todas estas ideas generales las vamos a enfocar ahora en dos problemas serios
que han surgido en el ámbito de la educación en el último siglo: el trastorno por déficit
atencional y el autismo.


SDAH: un constructo moderno

Daremos una mirada reflexiva a este síndrome que se configuró en las últimas
décadas como un problema médico-pedagógico, que produce tantos dolores de cabeza
al normal desarrollo de la educación imperante.

Niños inquietos y que saltan de una cosa que les interesa a otra de manera
caótica, siempre han existido. Más aún, se puede decir que esta es una etapa normal
que se observa de manera habitual en el primer septenio de vida, cuando despierta la
voluntad y el niño va al mundo lleno de curiosidad y ansias de saber todo. En este
grupo etario distinguimos dos patrones de conducta que aparecen como opuestos:
uno son esos niños mas bien gorditos, tranquilos, gozadores de la comida, que tienen
una gran imaginación y se vuelan en ensoñaciones. Dan la sensación de que andan
flotando en el aire, ensimismados en su mundo propio, aprendiendo con lentitud las
cosas del diario vivir, porque se distraen al menor estímulo. El otro patrón conductual
está dado por niños de constitución más menuda, muy despiertos, vivaces, que no se
les va ningún detalle de lo que ocurre a su alrededor y no paran ni un segundo,
siempre en movimiento, exigiendo una atención constante de los adultos porque
fácilmente se meten en problemas! Todos sus intereses están volcados al mundo
exterior y pareciera que no tuvieran mayor resonancia interior las experiencias con el
mundo, ya que saltan de una cosa a otra y se tropiezan una y otra vez en la misma
piedra.

Estos dos grupos extremos de niños, con todas las variaciones conductuales
intermedias que se puedan encontrar, son normales de ver en el primer septenio. En
el primer grupo extremo el despertar de la conciencia y voluntad está más centrado
en su parte anímica, porque el alma de estos niños, que se está aproximando para
tomar posesión de su corporalidad física, se encuentra muy en la periferia y no logra

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establecer un buen contacto y dominio para apropiarla. En el segundo grupo se
produce el fenómeno contrario: encarnan muy rápido, entran precozmente en un
estrecho contacto con su corporalidad a la que transmiten toda su movilidad anímica
en términos motrices. El primer grupo de niños se les cataloga con el diagnóstico de
“síndrome de déficit atencional sin hiperactividad”, cuando esas características del
comportamiento se llevan a la etapa escolar y aparecen como esos típicos alumnos
que se “vuelan” en clases. A los segundo se los encasilla en el “síndrome de déficit
atencional con hiperactividad” ya que no son capaces de quedarse sentados en su
puesto e interrumpen la clase a cada instante.

Cuando nos encontramos con estos niños en la escuela, significa que la
educación de la voluntad, que debiera ser relevante en el primer septenio, ha fallado
rotundamente. En esos primeros años de la vida, ese Yo que viene al mundo tiene
como tarea fundamental alcanzar el dominio del cuerpo físico, y eso se hace desde el
movimiento, desde un ir al mundo conquistando el espacio físico tridimensional que
comienza en la propia corporalidad. Al primer grupo de niños les faltó moverse más,
experimentar más con su cuerpo y no quedarse solo en la cabeza. Al segundo grupo le
faltó la contención y encauzamiento de su movilidad, no su paralización, para que su
accionar aprenda a centrarse en motivos que se le van despertando con sabiduría a
través del juego. Se podría afirmar sin temor a equivocarse, que la gran mayoría de
estos niños que dan problemas en la escuela, es porque no jugaron lo suficiente en sus
años de párvulos.

Para el proceso de aprendizaje escolar se requiere que los niños estén
tranquilos, pero esa es una condición que significa la culminación de la conquista del
cuerpo físico y del movimiento. Estar quieto es mantener un equilibrio estático donde
se tiene plena consciencia de todo el cuerpo y se le lleva al “silencio”, para que no
interfiera en la focalización de la consciencia, que es lo que llamamos atención. Para
lograr esta meta se debe haber llevado a feliz término la maduración de los sentidos
corporales: el tacto, vital o del bienestar interior, el del movimiento propio y del
equilibrio. Para todo proceso de aprendizaje es fundamental que el niño se sienta bien,
que no tenga interferencias desde su cuerpo que le molesten e impidan su interés por
el mundo. Un niño con hambre, con frío, con falta de sueño o enfermo no puede ser
enseñado de manera adecuada. Habiendo cuidado este bienestar general, se puede
trabajar activamente el sentido del tacto con aquellos que tienen poca conexión con su
cuerpo, y los sentidos del movimiento propio y equilibrio con los que viven en una
actividad incansable. Todo esto ha sido desarrollado con técnicas que se llaman de
integración neurosensorial y aprendizaje kinestésico. En palabras simples significa
tocar al niño, que vaya tomando consciencia de cada una de las partes de su cuerpo,
que aprenda a usarlas de manera coordinada, enfrentando dificultades o resistencias
progresivas de modo que logre dimensionar sus capacidades y despertar fuerzas de
superación. Esto le genera confianza en sí mismo y es ahí donde la sabia intervención
del educador le va mostrando el mundo con interés y amor, introduciéndole los
motivos que lo muevan hacia delante. Ya dijimos que el aprendizaje consciente es una
actividad que caracteriza al ser humano y por ende es un fenómeno propio del
espíritu. No puede haber un buen aprendizaje si no está presente otro ser humano que

182
con genuino interés, entrega y dedicación amorosa se propone sacar todas las
potencialidades que cada niño trae.

El drama de estos escolares es que llegan a una sociedad con un sistema
educativo completamente centrado en procesos cognitivos orientados a la eficiencia
productiva. Se les fuerza ya en el Jardín de Párvulos a desarrollar el intelecto y la
memoria, y se les obliga a estar quietos, hechos que como hemos visto son totalmente
contrarios a la naturaleza del niño de esa edad. Algunas cosas ya se mencionaron,
como los múltiples obstáculos al libre movimiento que existe en nuestra vida
moderna. Se vive en departamentos pequeños, con poco espacio, los niños son puestos
tempranamente frente a una pantalla que los absorbe y paraliza, se les coloca en
andadores y centros de juego, con posturas que no son una conquista propia,
saltándose la etapa de gateo, porque ello demanda que un adulto esté constantemente
vigilando para que no vayan a sufrir un accidente. Por razones socio-económicas
tienen que asistir tempranamente a salas-cuna donde los amarran a sillas nido y es
frecuente que los pongan frente a un televisor o parlantes que les transmiten música
grabada. En los jardines infantiles los sientan tempranamente en una mesa
favoreciendo las actividades intelectuales de manera precoz, con los famosos aprestos
a las letras y los números o la introducción de idiomas. Agravan esta situación el
hecho de que un niño para ir a la sala cuna o al jardín, debe trasladarse en auto y a
veces se demoran hasta una hora metidos en congestiones vehiculares, mientras se
encuentra amarrado a una silla como astronauta.

Otra consecuencia de nuestra vida moderna y que no se le ha dado la debida
importancia en la génesis de todos estos problemas del desarrollo, es la falta de cobijo,
de amor e interés demostrado explícitamente y que encienda en el niño ese deseo de
estar en este mundo porque es bueno. Por razones de todos conocidas, ambos
progenitores trabajan, pasan la mayor parte del día sin ver a sus hijos, se organizan
con salas cunas y jardines infantiles. Las nanas de antaño están en vías de extinción. Y
si a eso sumamos que los adultos andan en este mundo enfermos de los nervios,… lo
poco que pasan con sus hijos no es de la mejor calidad. No hay tiempo de caricias, de
tocarse, de diálogo, de escucharse, todos vivimos acelerados. En un alto porcentaje de
las familias, los padres se encuentran separados, muchas veces con conflictos severos
que no se resuelven y se ventilan sin ningún cuidado delante de los hijos, agregando
un elemento altamente perturbador.

El sacrificio que antiguamente los padres hacían acompañando y apoyando a
sus hijos con el proceso escolar, hoy en día se ha sustituido por un sacrificio
financiero, pagando al neurólogo, al psicólogo, la psicopedagoga, la profesora de
matemáticas o de inglés extra, etc. Educar a cualquier niño tiene una alta cuota de
sacrificio, donde hay que postergar expectativas personales, con horas de descanso y
sueño insuficientes, preocupaciones, renuncias o posponer el desarrollo profesional,
actividades sociales, viajes, sueños, proyectos, etc., pero un niño que creció junto a la
presencia activa, amorosa y paciente de sus padres, ¡tendrá otras herramientas para
enfrentar de manera mucho más satisfactoria la vida posterior!

183
Los niños modernos llegan a la consulta del pediatra jugando con el celular, es
una forma ingeniosa para que estén tranquilos y no molesten, en su hogar casi todos
tienen video-juegos, solo mueven los pulgares con el foco de atención fuera de ellos.
Así, el sentido del movimiento propio y del equilibrio no se desarrollan. Se ha perdido
la costumbre de incorporarlos a las labores domésticas, de hacer actividades con
sentido, en especial si son de beneficio para todos. Cuando tienen la edad suficiente, se
les incentiva el deporte, con un enfoque altamente competitivo, que más tarde se
transforma en una lucha por la subsistencia, por la vida. También está la tendencia a
medicalizarlos de tal manera que para estar a la altura de las demandas escolares,
tienen que asistir en sus tiempos extra a la consulta del psicólogo, al apoyo del
psicopedagogo, a las clases con el fonoaudiólogo, al control con el neurólogo, a las
clases de reforzamiento… y si los padres tienen algunas inquietudes más amplias, a
clases para aprender a tocar un instrumento musical… ¡y nunca tienen tiempo para
jugar!! ¡Cuando jugar es lo único importante en el primer septenio!!! ¡Y tampoco se les
deja tiempo para socializar que es lo central en el segundo septenio!! Este estado de
cosas es tan ridículo y aberrante como que la enseñanza de la medicina se centrara en
el estudio de los progresos científicos médicos a tal punto que no nos dejara tiempo
para ver enfermos! (¡Cosa que está pasando en las escuelas médicas, por desgracia!)

Otro factor relevante es la perversión que se ha ido dando en la alimentación
de nuestros hijos. La cantidad de golosinas, comida chatarra, bebidas químicas,
azúcares y estimulantes que consumen los llevan no solo a estar en un estado de
sobreexcitación, sino también a un endurecimiento o pesadez de la corporalidad física,
que no es fácil de transformar en un instrumento dúctil para el alma del niño, y llega a
ser más bien su cárcel.

Y por último, y no por ello menos importante, es una realidad cada vez más
evidente que los niños que nos están llegando vienen con unas tremendas
potencialidades. Una y otra vez nos sorprenden con sus capacidades intelectuales y
sus atisbos de genialidad. Para una mayoría creciente de ellos es muy fácil entrar y
conquistar el modus operandi de nuestra cultura occidental, ¡qué se ha construido en
base al intelecto! No les estamos enseñando a amar, a expresar sus afectos, a respetar
a los otros, a ser creativos, a moverse dentro de un espíritu de solidaridad y
cooperación que es el impulso propio que traen. Por el contrario, nos hemos ido
metiendo en una cultura consumista y competitiva que solo lleva al egoísmo más
extremo. Estos niños no son capaces de someterse al régimen de la sala de clases, se
aburren, lo encuentran sin gracia, tienen otros intereses, y nuestro sistema
educacional no reconoce esas necesidades ni se adapta a estas nuevas generaciones.

En síntesis, es nuestra sociedad la que está enferma y se necesita una
reestructuración profunda y urgente en la manera cómo nos estamos gestionando en
todos los ámbitos de nuestra vida cultural. Se requiere un cambio valórico, que los
adultos que lideran las tendencias dentro de nuestra sociedad aprendan a reflexionar
por sí mismos y descubran lo obvio, sin dejarse influenciar por las creencias
dogmáticas que han sido instilados por grupos de poder políticos y económicos que
buscan su propio beneficio sin ninguna consideración de la humanidad.

184
Cuando miramos con ojo crítico el derrotero histórico de lo que se llama el
síndrome de déficit atencional (SDA), se comprende de manera evidente lo dicho
recién. Antes que nada, es importante que precisemos algunos conceptos como el de
síndrome que significa un conjunto de síntomas o signos que conforman un cuadro
clínico, que puede ser producido por diversas causas, a diferencia del concepto de
enfermedad que comprende una categoría bien delimitada donde la causa y su
fisiopatología están bien precisadas. También se habla de trastorno, con lo cual se
refiere a una alteración del funcionamiento del organismo o del equilibrio mental de
una persona, que se consideran anormales con respecto al grupo social de referencia
del cual proviene el individuo. Así se habla también de trastorno de déficit atencional
con o sin hiperactividad (TDAH)

Por consiguiente, cuando hablamos de SDA o TDAH, estamos frente a una
entidad clínica poco precisada, sin ninguna base orgánica que se haya descubierto
hasta el día de hoy que explique su fisiopatología. Bajo este concepto se encasilla a una
gran cantidad de niños con una amplia dispersión de problemas en su desarrollo, la
mayoría de ellos que no pasan de ser desviaciones en grado de la normalidad, que solo
requieren tiempo y un manejo acertado para llegar a feliz término. Si nos remontamos
a la génesis histórica de este trastorno, podremos apreciar el verdadero carácter que
representa este diagnóstico en términos sociales y médicos.

En la década de los años 30’s se descubrió el efecto “paradójico” de ciertos
estimulantes anfetamínicos que sedaban a niños inquietos y al parecer mejoraban su
concentración. Se llegó a esta conclusión a raíz de un estudio con estas drogas para
ver si calmaban los dolores de cabeza. En el año 1944, un químico del laboratorio Ciba,
logró sintetizar el metilfenidato, que a partir del año 1955 se ofrece en el mercado
bajo el nombre de Ritalin, para consumo de adultos que buscan mejorar su
rendimiento laboral, afirmándose en aquel entonces que era “más fuerte que una taza
de café, sin los efectos secundarios de las anfetaminas”.

Esta actitud apareció de manera sincrónica con el período de post guerra con
grandes cambios en la sociedad norteamericana, que entró en una carrera espacial
con la Unión Soviética, compitiendo en el progreso científico y tecnológico. En el
ámbito médico, el éxito obtenido por los progresos en salud con la vacunación contra
la polio, la erradicación de la viruela, el uso de antibióticos para tratar enfermedades
infecciosas como la tuberculosis, fue introduciendo paulatinamente la sensación de
que los fármacos eran la solución mágica que se necesitaba para vivir bien. En este
contexto se exigía a los niños un alto rendimiento académico, para lo cual debían estar
bien sentados y concentrados en sus pupitres, y si podían tomar una pastilla que los
ayudara en este propósito, ¡fantástico!

Así, en 1964 se aprobó el uso de metilfenidato en niños y en 1969, C. Keith
Conners diseñó dos escalas para objetivar el efecto que el tratamiento farmacológico
tenía en la conducta de niños hiperactivos. Se trata de cuestionarios dirigidos a los
padres por un lado y al profesor por otro, sobre su apreciación de características
conductuales como inquietud, distracción fácil, emocionalidad cambiante y exagerada,

185
actitudes agresivas, molestosas o disruptivas, frustración fácil, etc., quedando sujeta la
valoración a la subjetividad de cada evaluador, y según la frecuencia de coincidencias
se catalogaba el efecto positivo o negativo del fármaco sobre el niño. Sin embargo, con
el paso del tiempo, su utilidad se extendería al proceso de diagnóstico previo al
tratamiento. De este modo, se han convertido en un instrumento clásico para la
detección del SDA con la correspondiente prescripción del metilfenidato.

El año 1980, aparece por primera vez el nombre de “trastorno por deficit de
atención” en el DSM-III, que corresponde al Manual Estadístico y Diagnóstico de
Trastornos Mentales, publicacion de la Asociación Americana de Psiquiatría que
unifica la terminología y criterios diagnósticos de las enfermedades mentales, similar
al International Classification of Diseases (ICD) de la OMS, que se usa en Europa y
otras partes del mundo. Antes de esa fecha a estos niños se les catalogaba de tener una
“disfunción cerebral mínima”, “reacción hiperquinética de la infancia” o con otros
epítetos médicos.

La carencia de un conocimiento de las causas de las enfermedades y su
fisiopatología, es una condición general de la psiquiatría, por ello se forman “grupos
de expertos” que por medio de un consenso, agrupan síntomas y signos en entidades
nosológicas que obedecen a factores operacionales, como la posibilidad de un
tratamiento o la disponibilidad de un medicamento. Esto ha conducido a una
“medicalización” de la naturaleza humana, bajo la influencia creciente de las
compañías farmacéuticas. En las ediciónes de los DSM, participan decenas de
profesionales médicos, encontrándose que la mitad de ellos a lo menos mantienen
conflictos de interés con la industria farmoquímica, por tener relaciones financieras
con ella. Esto ha llevado a una reducción del modelo bio-psico-social que la psiquiatría
tenía inicialmente a otro totalmente biologicista susceptible de influenciar con un
producto químico.

Por lo anterior, las personas que reciben este diagnóstico conforman un grupo
muy heterogéneo que tienen en común el presentar hiperactividad, impulsividad y
falta de atención, características que pueden obedecer a múltiples causas o
situaciones vitales como una inmadurez relativa en comparación con sus pares, (no
todos tienen la misma dinámica de desarrollo ni el mismo temperamento), falta de
motivación, trastornos emocionales reactivos o sencillamente una no adaptación al
sistema educativo, factores que no son bien consideradas al momento del diagnóstico.
El diagnóstico termina siendo muy poco preciso, dependiendo de frecuencias
estadísticas y del subjetivismo de evaluadores no médicos, lo que explica la presencia
de focos de niños con TDAH (colegios que tienen un alto porcentaje de niños
medicados y otros no), y la falta de confiabilidad y validez de los resultados de las
intervenciones prácticas. Lo que sí es claro, es la estigmatización y discriminación que
se ha hecho de una cohorte importante de la población escolar, que necesitan tomar
una pastilla para funcionar en la vida. Estos niños internalizan esa situación afectando
su identidad y percepción de sí mismos, solo por el hecho de no tener un sistema
educacional que les respete su dinámica y particularidad de aprendizaje.

186
A poco andar, este diagnóstico se extendió también a la población adulta y se le
dio un carácter de cronicidad, por lo que su medicación debía ser de por vida. La
prescripción de este fármaco para el diagnóstico de TDAH comenzó a aumentar de
manera exponencial año a año, especialmente en las sociedades occidentales que son
altamente competitivas. Si para tener éxito en la vida, una pastilla representa un
beneficio en la carrera,… es bien recibida.

El 2009, siete meses antes de su muerte, Leon Eisenberg, un connotado
psiquiatra infantil norteamericano, afirmó en una entrevista dada al diario alemán Der
Spiegel, que "el TDAH es un ejemplo excelente de una enfermedad fabricada", y que “la
predisposición genética para el TDA está completamente sobrevalorada”.

El año 2013, apareció la quinta versión del DSM (DSM-V), que fomentaba aún
más la categorización con este diagnóstico y favorecía su tratamiento con fármacos.
Reconoce que alrededor del 11% de la población escolar y el 4 % de la población
adulta tendría este diagnóstico. Esto motivó que el NIMH (National Institute of Mental
Health de EE.UU.) le quitó el respaldo a este manual cuestionando la validez de los
criterios usados.

Sin embargo, a pesar de las numerosas críticas y controversias en torno al
diagnóstico y manejo farmacológico de este síndrome, la tendencia mundial es seguir
aceptando este modelo biologicista lineal, con el uso en aumento de psicofármacos
que ahora se les agrupa con el eufemismo de “facilitadores cognitivos”, ampliamente
prescritos tanto a la población escolar como en las universidades. Más aún, hay
protocolos de estudio que promueven su uso en niños a partir de los 4 años. El criterio
que prima en estas actitudes es que el TDAH es una enfermedad neurológica que no es
curable, pero sí se puede manejar de manera efectiva con una amplia variedad de
fármacos, ya que en la actualidad hay un gran abanico de químicos ofrecidos por los
laboratorios farmacéuticos.

El principal obstáculo para un estudio crítico de este problema es que es muy
difícil encontrar trabajos serios y objetivos que no sean los que los mismos
laboratorios realizan. Hay que considerar que estas empresas tienen ingresos anuales
por sobre los 3.000 millones de dólares solo en el mercado de las drogas para el
TDAH. Para hacerse una idea comparativa de la magnitud de esta cifra, hay que
considerar que un cuarto de los países del mundo tienen un producto interior bruto
(PIB) anual inferior a este monto.

Desde una observación con sentido común, lo que se aprecia con estos
“estimulantes cerebrales”, es que si bien parecen mejorar la inquietud y concentración
en algunos niños, es difícil apreciar un salto en su rendimiento académico o un cambio
en sus habilidades sociales. Por el contrario, es notorio el cambio de conductas con la
aparición de irritabilidad, ansiedad, ánimo deprimido, trastornos del apetito, etc.
Muchos de estos niños refieren que “dejaron de ser ellos” (fenómenos de
despersonalización), y se niegan a seguir tomando la pastilla. Se podría decir que en
estos niños estaría mal indicada esta intervención farmacológica, pero la realidad es

187
que ¡la gran mayoría de los escolares que toman estos estimulantes se encuentran en
esta situación! Y en los escolares que aparentemente se ven favorecidos con estos
medicamentos, en el largo plazo igual aparecen problemas conductuales con mayor
frecuencia que en los niños que no recibieron ninguna droga, como comportamientos
obsesivo-compulsivos, depresión, falta de sociabilidad, mayor tendencia a la
drogadicción y conductas de riesgo.

Una revisión Cochrane del 2018 destacó los efectos adversos del metilfenidato
en niños y adolescentes tanto a nivel físico como psicológico, muchos de ellos de
carácter grave. La Colaboración Cochrane es una organización internacional sin fines
de lucro conformada por investigadores de ciencias de la salud, que voluntariamente
revisan de manera sistemática y rigurosa las intervenciones en salud para ayudar a la
correcta toma de decisiones de manera más independiente de la industria
farmacéutica.

En síntesis, hasta el día de hoy, todo lo que se ha investigado y se sabe en torno
a este síndrome, sigue permaneciendo en un plano altamente especulativo, incluso las
asociaciones genéticas y algunos indicios que se señalan en estudios con neuro-
imágenes. Por ello, se puede decir con certeza que no existen marcadores cognitivos,
metabólicos o neurológicos específicos ni pruebas médicas que permitan diagnosticar
el TDAH. Sigue siendo un diagnóstico controvertido fundamentalmente porque se
basa en características clínicas que son parte del desarrollo normal de todo niño, y el
criterio de anormalidad recae en un “subjetivismo estadístico” de los adultos que
tienen que ver con ese niño. Más allá del modelo que brinda la teoría eléctrica del
cerebro con sus neurotransmisores y neuromoduladores, no se ha encontrado ningún
sustrato neurobiológico que explique este trastorno y tampoco se sabe el mecanismo
exacto de acción de los psicoestimulantes.

A esta altura nos podríamos preguntar frente a esta situación,… pero, ¿qué
hacemos con estos niños que presentan dificultades en su adaptación al sistema
escolar? Es evidente que el modelo de educación que impera en el mundo tiene que
cambiar, pero ello es una labor a largo plazo, frente a la cual las ideas vertidas en este
libro tratan de ser un aporte. Ante la inmediatez del problema, de todas maneras hay
que generar cambios urgentes en el manejo médico y pedagógico de la población
escolar.

En primer lugar, hay que reconocer que la gran mayoría de los estudiantes
estigmatizados con este diagnóstico de TDAH son normales, que es solo un problema
de tiempo y educación adecuada para que maduren y logren su armonía. Esa política
de que los niños tienen que estar en determinado nivel con cierta edad, es aberrante y
lo que hay que considerar es la madurez escolar tal como se planteó en el capítulo 10,
“Despertando la Voluntad”. Otro aspecto importante es hacer la diferencia entre esos
niños que tienen un problema cognitivo de aquellos que su dificultad es volitiva. Fallas
cognitivas pueden obedecer a una discapacidad intelectual, a trastornos del
desarrollo, genéticos, metabólicos, trastornos neurológicos, endocrinos, etc. También
pueden ser debidos a medicación como la que se usa en el asma bronquial, alergias,

188
psicofármacos contra la epilepsia y otros.

Los trastornos en la expresión de la voluntad tienen que ver con una pérdida
de la motivación, y ello puede ser por causas psicológicas como sería ese niño que vive
en medio de conflictos familiares severos, los que duermen mal y se encuentran
agotados, niños con otros problemas psicológicos o médicos que los invalidan en
mayor o menor grado, etc. También entran en gran medida aquí los trastornos
específicos del aprendizaje por deficiente apropiación corporal como ocurre con la
dislexia o discalculia.

Para hacer la diferencia entre ambos grupos, es importante no perder de vista
la diferencia entre lo que es la atención y la concentración. La primera es la capacidad
cognitiva de focalizarse selectivamente en un aspecto de la realidad sensorial,
ignorando otros que no son de interés. La concentración es la capacidad de
mantenerse en el tiempo con el pensamiento fijo en algo, sin distraerse. La base de la
atención es neurológica y por ende de resorte del médico principalmente. La
concentración depende de la voluntad de la persona y eso es fundamentalmente algo
que se educa. Si un niño pone atención y se concentra solo en lo que le gusta, ¡es
porque puede! Con él hay que despertar la motivación para que amplíe su campo de
interés, y con paciencia y perseverancia crear hábitos. Lo mismo ocurre con esos
niños que frente a determinadas personas o circunstancias se portan de manera muy
adecuada, pero en otros contextos son desastrosos: ¡solo hay que educarlos desde un
ascendiente moral, que sientan que hay una autoridad bien amada que los insta en el
sentido y forma correctos!

No podemos entrar en mayores detalles del manejo médico o pedagógico de
estos niños dado el carácter general de esta obra, pero como conclusión se puede
decir sin temor a errar, salvo escasas excepciones, que estos niños disruptivos son por
lo general el síntoma de una familia disfuncional o una sociedad enferma. Por
consiguiente, lo primero que hay que hacer es eliminar estas categorizaciones en
síndromes artificiales, y los esfuerzos terapéuticos y educativos principales deben ir
dirigidos a la causa de fondo que distorsiona la expresión del niño y no tanto al niño
en sí.


El niño autista

A partir de la década del 40 del siglo pasado comenzaron a aparecer otros
niños, con ciertas características muy llamativas, altamente invalidantes para la vida
en sociedad, que se han ido transformando en un verdadero desafío para todo el
mundo. Ello, porque su número ha ido aumentando de manera creciente en las
últimas décadas, revistiendo un carácter casi epidémico, y porque presentan
características que son un reto a todas las aproximaciones médicas y pedagógicas
aplicadas hasta el momento, no obstante los estudios e investigaciones que se cuentan
por miles y que no logran dar una explicación a este fenómeno humano.

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Si seguimos el mismo camino histórico que realizamos con el TDAH, nos
daremos cuenta que aquí estamos frente a un misterio que solo podremos
aproximarnos de manera operativa, si aceptamos la naturaleza espiritual del ser
humano. Estos niños vienen a romper los paradigmas científicos tanto en medicina
como en educación, por consiguiente, hay que hacer un esfuerzo enorme para
aproximarnos al fenómeno sin ideas preconcebidas y absteniéndonos de juicios
precipitados! Hay que desarrollar una cierta humildad frente a este misterio del niño
autista, reconociendo nuestra ignorancia, y al mismo tiempo, cultivar dirigidamente
una aproximación empática que nos conecte efectivamente con esta tarea que es
responsabilidad de todos como sociedad.

Como veremos a continuación, toda la historia de la emergencia de este tipo de
niños está rodeada de un halo de tragedia que los acompaña hasta el día de hoy,
trasladándose el drama a la familia donde nacen y a todo el entorno humano que debe
hacerse cargo de ellos. Este es un tema que recién se está enfrentando porque se ha
hecho ineludible, encontrándose en una etapa de estudio muy incipiente, por lo que
van a quedar muchas preguntas y tareas abiertas para ser trabajadas en el futuro.

Cuando comenzamos a estudiar la historia de esta enfermedad, nos
encontramos de inmediato con dos personajes: Leo Kanner y Hans Asperger, que
monopolizan la mayor parte de la historia “oficial” y el conocimiento que se tiene de
este trastorno. Sin embargo la historia es más compleja con algunos matices muy
significativos.

El primer niño descrito en la literatura médica apareció en Moscú en el año
1924. Se trataba de un preadolescente de 12 años, que no jugaba ni se relacionaba con
sus pares, pero había aprendido a leer solo a los 5 años y se pasaba todo el tiempo en
sus lecturas. Se sentía mejor en compañía de adultos, con quienes le encantaba
trenzarse en discusiones filosóficas. Fue recibido por una joven y brillante pediatra,
Grunya Sukhareva (1891 – 1981), quien al encontrarse frente a un niño altamente
inteligente, pero sin habilidades sociales, lo catalogó como un “tipo introvertido con
tendencia autística”. Ese término “autístico” lo había tomado de Eugen Bleuler, un
psiquiatra suizo que en 1911 lo usó para describir a un grupo de niños “encerrados en
sí mismos”, considerándolo una perturbación básica de la esquizofrenia.

Al año siguiente, a esta misma doctora le llegaron 5 niños más con rasgos de
conducta similares: muy metidos en su mundo interno, con pocas habilidades sociales,
con temor a relacionarse con las demás personas porque, en palabras de los propios
niños, “hablaban muy alto”, “son muy ruidosos” o porque “no me dejan pensar”. Sí
tenían peculiaridades o talentos excepcionales, como tocar el violín de manera
extraordinaria, una capacidad de cálculo y memoria matemática fuera de lo común,
“talentosos en ciencia y tecnología” o escribían “poesía profunda”, pero con falencias
como la incapacidad de reconocer las caras de las personas, o conductas bizarras
como interactuar solo con un amigo imaginario que vivía en la chimenea.

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Sukhareva se dio cuenta que estos 6 niños presentaban características que no
entraban en los típicos cuadros clínicos de la psiquiatría infantil, conocidos hasta esa
época y los publicó en ruso el año 1925, bajo la caracterización de “tendencia autista”,
describiendo su falta de habilidades sociales, poca expresividad facial y mímica,
tendencia a aislarse de los demás, un habla estereotipada, un profundo interés por
temas muy focalizados e hipersensibilidad sensorial. Ese trabajo de la doctora
Sukhareva fue publicado en alemán al año siguiente, por lo que es posible que Leo
Kanner y Asperger lo hayan leído, pero nunca lo citaron en sus propias publicaciones,
posiblemente por el origen judío de Sukhareva. Recién en el año 1996 el trabajo de
Sukhareva fue traducido al inglés y ampliamente difundido.

Si nos vamos ahora a Viena, al mismo tiempo que Sukhareva hacía sus
observaciones en Moscú, dos jóvenes de ascendencia también judía, Georg Frankl,
médico y Anni Weiss, psicóloga, también describieron niños cuyas características
clínicas caen sin duda dentro del espectro autista. Diez años antes de Asperger y
Kanner, escribieron una serie de artículos destacando sus deficiencias sociales, un
habla atípico y apego a ciertas rutinas y objetos bizarros. Señalaban la falta de
congruencia entre lo que hablaban con sus expresiones faciales y lenguaje corporal,
sin embargo reconocían una gran inteligencia oculta en muchos de ellos.
Curiosamente estos artículos no tuvieron mayor lectura ni fueron mencionados
posteriormente por nadie, tal vez porque nunca usaron en sus descripciones la
palabra “autista” y por ello pasaron desapercibidos. Frankl había llegado a ser director
médico de la clínica cuando llegó un joven pediatra, Hans Asperger, para ser formado
bajo su dirección.

Corrían los tiempos cuando Hitler asumió el poder de Alemania y comenzó una
presión para desembarazarse de todos los profesionales de ascendencia judía. Anni
Weiss, como hablaba inglés, se fue a Estados Unidos encontrando trabajo como
consultora infantil en la Universidad de Columbia de Nueva York. Estando ya
establecida, comenzó a hacer las gestiones para traer también a América a Georg
Frankl, para lo cual contó con la apreciable ayuda de Leo Kanner (1894 – 1981), en
ese entonces uno de los brillantes fundadores de la Universidad Johns Hopkins en
Baltimore y primer director de su servicio de Psiquiatría Infantil. Kanner era también
judío, quien se encontraba trabajando en Berlín cuando los nazis comenzaron a tomar
el poder y comprendiendo el peligro que se cernía, migró oportunamente a América
cuando tenía 30 años. Desde la posición privilegiada que alcanzó en Estados Unidos,
pudo ayudar a unos 200 médicos judíos a que escaparan de Europa, encontrándose
Frankl entre ellos. A la semana de haber llegado, Frankl y Weiss se casaron cuando
corría el año 1937.

En un principio, Frankl se fue a trabajar con Kanner en la Johns Hopkins y en
1943, de manera independiente cada uno de ellos publicó su experiencia con niños
que tenían serias dificultades sociales y de comunicación. El título de la publicación de
Frankl era “Lenguaje y contacto afectivo”, en cambio Kanner lo tituló: “Trastornos
Autísticos del Contacto Afectivo”, y a partir de ese momento la palabra autismo quedó
grabada en el lenguaje médico y se asoció con Kanner. Había estudiado a once niños

191
que los definió como “ensimismados y con severos problemas sociales, de
comportamiento y en la comunicación”.

En paralelo, pero en Viena, se encontraba Hans Asperger (1906 – 1980), quien
identificó en cuatro niños un patrón de comportamiento que incluía "una falta de
empatía, escasa habilidad para entablar amistad, conversaciones con uno mismo,
fijación intensa hacia un determinado asunto, y movimientos torpes". La diferencia de
este grupo con el descrito por Kanner, es que estos niños sí podían hablar. Asperger
los llamó "pequeños profesores" debido a su habilidad para hablar de sus intereses
favoritos con gran detalle y publicó sus observaciones en 1944 con el diagnóstico de
psicopatía autista, definición que resultó básicamente idéntica a la publicada con
anterioridad por la neuróloga rusa Grunya Sukhareva en 1926. Un aporte importante
que hizo fue el seguimiento de estos niños diagnosticados como autistas, quienes
como adultos podían sacar partido de sus talentos y tener carreras exitosas. Uno de
ellos llegó a ser profesor de astronomía y arregló un error en la obra de Newton que
había descubierto como estudiante. Otro de sus pacientes fue la escritora y Premio
Nobel de Literatura Elfriede Jelinek.

El mismo Asperger parece haber presentado algunas de las características del
síndrome con su nombre. Tenía una particular atracción por el lenguaje, aficionado a
la obra de un poeta austríaco poco conocido, recitando frecuentemente esas poesías a
sus compañeros de clase. También le gustaba citar sus propias palabras, y a menudo
se refería a sí mismo desde una perspectiva de tercera persona. Hoy se sabe que
Asperger colaboró con el partido nazi y envió decenas de niños discapacitados para
que aplicaran la eutanasia, hecho que ha promovido la moción de retirar su nombre
de los epónimos médicos.

Leo Kanner siguió trabajando e investigando todo lo referente a estos niños,
llegando a la conclusión de que el autismo se debía a una inadecuada relación afectiva
entre el niño y los padres. Fundamentaba su teoría en que todos sus pacientes
provenían de familias acomodadas: hijos de médicos, científicos, escritores,
periodistas y artistas. Es decir, padres y madres ‘demasiado ocupados en sus tareas
profesionales’ que mantenían una relación distante y mas bien fría con sus hijos.
Kanner llamó a esta “teoría de las madres refrigerador” (o nevera). Este enfoque
generó mucha culpabilidad en las familias y especialmente en las madres, a quienes se
les achacaba su incapacidad para crear vínculos adecuados en las etapas tempranas de
la infancia de sus hijos. Este argumento fue tomado a continuación por Bruno
Bettelheim (1903 – 1990) un psicólogo también austriaco de origen judío, al igual que
Kanner y Asperger, que pasó un año en un campo de concentración, pero que
finalmente pudo migrar a Estados Unidos donde se interesó por el autismo. Su
experiencia de aislamiento en los campos de concentración le llevó a hipotetizar que
el autismo era consecuencia de una mala práctica educativa, y popularizó el término
de "madres nevera" para hacer referencia al distanciamiento materno como causa del
trastorno. Esta convicción lo llevó a fundar escuelas donde los niños eran separados
de sus madres para emprender una terapia que reeducara a sus pacientes. Escribió
varios libros sobre el tema, siendo muy conocido el titulado “La fortaleza vacía:

192
autismo y el nacimiento del Yo” (1967). Tras su muerte, aparecieron alegaciones
acerca de la falsificación de credenciales, plagio y abusos físicos y sexuales a los
pacientes internados en sus escuelas! En la década del 60 se comenzó a aplicar la
hipótesis de que este trastorno tenía causas neurobiológicas, lo que hizo olvidar
paulatinamente este estigma que recaía sobre las familias.

¿Existían niños autistas antes del siglo XX? Hay cuentos y leyendas
provenientes de países nórdicos, que se remontan al siglo XVIII, incluso antes al
parecer, que cuentan sobre niños extraños y distintos a los demás. Se decía que su
alma habían sido raptada por un hada o un duende quienes dejaban en intercambio a
sus propios hijos por alguna razón desconocida. Estas leyendas justificaban los
maltratos, abandono e incluso asesinatos de estos niños por parte de los propios
familiares. Se describían diversas estratagemas e incluso rituales violentos para
confirmar el intercambio de almas e intentar que las hadas devolvieran al niño
original. Hoy día se piensa que algunos niños salvajes, como es el caso de “Victor, el
niño de Aveyron” (Francia), hayan sido algunos de aquellos que se intentó matar o
abandonar.

En las últimas décadas ha habido mucha investigación respecto a estos niños,
especialmente centrada en la asociación de variables, neuroanatomía comparada con
niños normales, efecto de psicofármacos, marcadores genéticos, signos de detección
precoz, patología concomitante frecuente, etc., pero sin llegar a configurar aún una
imagen de enfermedad comprensible en términos de etiología y de fisiopatología. Por
esta razón, los resultados en las intervenciones terapéuticas son pobres y muy
variables. Lo que sí se ha visto es que los niños que muestran un progreso y logran ser
autovalentes en la vida, se debe a un intenso trabajo conductual bajo el amparo de un
adulto, por lo general uno de los progenitores que con cariño y firmeza los acompaña
en el día a día como si fuera un Yo sustituto, hasta que van logrando tener una cierta
autonomía.

Algo muy llamativo es que han aparecido de manera progresiva en las últimas
décadas en todas partes del mundo. Hasta la década del 1940 no existían o no eran
reconocidos. Para el 2010 se estimaba una frecuencia de 1 en 1000 niños menores de
17 años. El 2012, habiendo mayor consciencia de este cuadro y con mayor difusión de
los criterios diagnósticos, su incidencia saltó a ¡1 cada 88 niños! El 2014 su
prevalencia era de 1 en 68 niños. Estas son cifras de Estados Unidos, quienes en la
actualidad calculan un niño autista por cada 50 escolares. A nivel mundial las cifras
oscilan entre uno por cada 100 a 160 niños normales. Se ha visto que aparecen por
igual en todos los países, clases sociales y diferentes culturas y razas, encontrándose sí
una mayor prevalencia en los varones, entre 4 a 8 veces mayor. Las variaciones que se
describen en los distintos lugares y a lo largo del tiempo, han sido muy influenciadas
por los criterios diagnósticos, especialmente por la última tendencia a hablar de
trastorno del espectro autista (TEA), que engloba a niños con autismo clásico tipo
kanneriano, los niños con trastorno de Asperger y los que tienen un trastorno
generalizado del desarrollo, apareciendo un universo de niños muy dispares que

193
requieren estrategias educativas y terapéuticas muy distintas y con pronósticos a
largo plazo también muy variables.

Desde la mirada del ser humano en formación que hemos desarrollado en los
capítulos precedentes, podemos trazar una línea distintiva entre los niños que
lograron la consciencia del Yo, fenómeno que debiera ocurrir evolutivamente entre los
dos a tres años de vida, de los que no lograron tener esa consciencia. En este último
grupo entrarían los niños autistas clásicos tipo Leo Kanner (autismo infantil
temprano), que si recurrimos a la imagen de la alegoría platónica del carro alado con
el auriga para simbolizar al ser humano, diríamos que el auriga no está presente
dirigiendo a sus caballos y conduciendo el carro.

En aquellos niños que sí logran en mayor o menor medida tener una
consciencia del Yo, y por ende, desarrollan un habla de eficiencia variable,
encontramos una gran dispersión en sus expresiones clínicas, desde esos niños que
aparecen como muy lentos y torpes en general, hasta esos otros que en algunas áreas
de la vida consciente muestran habilidades fincadas en la genialidad. Podríamos
recurrir a la alegoría de Platón nuevamente, diciendo que el auriga está presente pero
no es capaz de manejar a los caballos y el carro, sin embargo esa es la condición de
todo ser humano que encarna y es labor de la educación enseñarle a gobernar su
vehículo. Con estos niños especiales deberíamos recurrir a otra imagen mitológica que
los simbolice mejor: la leyenda de Helios y su hijo Faetón.

Helios, el Sol, es un titán de resplandeciente belleza que recorre el cielo
conduciendo un carro que arrastran cuatro briosos y flamígeros corceles. Tuvo un hijo
con la oceánide o ninfa marina Climene que se llamó Faetón, quien fue criado solo por
su madre. Al llegar a la adolescencia, éste quiso conocer a su progenitor, por lo que se
dirigió a su palacio para reclamarle un testimonio de su paternidad. Helios lo recibió
cariñosamente y ante las dudas de su hijo le ofrece satisfacer el deseo más querido
para disipar sus inseguridades. Faetón de inmediato le pidió a su padre conducir su
carro por un día, solicitud que llenó de consternación al dios, pero fiel a su palabra,
finalmente cedió dándole innumerables recomendaciones que el joven, en su
impetuosidad, no escuchó. Faetón pronto se dio cuenta de la magnitud de la tarea y
entró en pánico perdiendo el control absoluto de la cuadriga. En un momento se
acercó demasiado a la Tierra a la que envolvió en llamas. Volvió a subir y ahora
amenazaba quemar los astros y constelaciones. Zeus, para evitar una conflagración
universal, lo fulmina con uno de sus rayos.

¿Cómo se explica que en algunos niños no podamos identificar a un Yo que los
anime, y en otros un Yo débil o imperfecto que no está a la altura de lo que se le pide?
Sólo podremos dar una respuesta satisfactoria a estas interrogantes desde la
aceptación de la existencia de vidas pasadas que están condicionando la actual. Por
tanto la pregunta es, ¿cuales eran las condiciones de vida donde se desarrollaron
ciertas almas algunos siglos atrás, para que lleguen estos niños donde lo más esencial
y distintivo de lo humano quede velado? En el actual estado evolutivo de la
humanidad no le está permitido inquirir en los karmas individuales, pero en términos

194
muy generales podríamos vislumbrar una falta extrema de compasión y consciencia
por el otro, que debe de haber sido una actitud cultural muy generalizada en ciertas
sociedades, para explicar el carácter “epidémico” de estos niños que nos están
llegando. Su existencia actual es absolutamente dependiente de otros, quienes tienen
el desafío de rescatar esos Yoes por medio del amor más incondicional y sacrificado
que pueda darse. Todas las distintas líneas terapéuticas y educativas con estos niños
darán sus frutos si se contextualizan en esa atmósfera de entrega y sacrificio carente
de egoísmo que pide la corriente del karma.


Conclusión

No hay que olvidar que educar viene de ex ducere, conducir o sacar hacia
afuera! ¿Cómo se hace esta tarea? No existe una receta o fórmula determinada, sino,
por el contrario es el resultado de cómo nosotros, como adultos que tenemos una
responsabilidad con los niños, nos acercamos con sabiduría y con amor a realizar esta
labor. De lo que ya se ha expuesto se deriva que el autoconocimiento y la
autoeducación tomada con responsabilidad es central en este proceso. ¡Educar es
autoeducarse!

Hay que partir de un acto de humildad y reconocer que de muchas cosas no
sabemos nada todavía! Dios nos envía a ciertos niños con necesidades especiales a los
cuales debemos acoger y tratar de lanzar como flechas en su progreso espiritual,
siguiendo la imagen que nos dio Khalil Gibran:

Vosotros sois los arcos desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes,
son lanzados a la Vida.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito, y os doblega con su poder
para que su flecha vaya veloz y lejana.
Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue,
porque así como él ama la flecha que vuela, ama también al arco que es estable.

Los niños con autismo son un desafío inesperado, a los cuales debemos hacer
una entrega Crística para poder redimirlos: solo el amor es el que permite aceptar al
otro como alguien diferente de manera positiva y redentora.










195
La formación del educador


El recorrido que hemos realizado hasta ahora, que pone la mirada del ser
humano desde la perspectiva espiritual, exige que el proceso educativo conduzca a la
toma de consciencia por parte del niño de esa realidad superior. Para que ello se
pueda llevar a cabo con éxito, se requiere que sus maestros se encuentren ellos
mismos en esa vivencia de lo espiritual, que no sea una mera abstracción o teoría con
la cual se ajustan los contenidos y métodos pedagógicos. Ya se vio que la enseñanza en
los tres primeros septenios se debería dar desde un ascendiente moral de los adultos
que rodean al niño o al joven, que por su propia fuerza interna van incentivando y
conduciendo el alma de sus educandos, hacia los reinos del espíritu que para ellos es
una realidad vivenciable. Por consiguiente, cuando hablamos de la formación del
educador, no nos estamos refiriendo a la formación pedagógica clásica que se imparte
en las universidades, la que sin duda es necesaria, pero no es suficiente para alcanzar
esa excelencia que hemos pretendido mostrar aquí.

En los tiempos que estamos viviendo, con el cuestionamiento de las estructuras
sociales y de los valores culturales que nos conducen, surge como una necesidad
ineludible caminar hacia nuevos horizontes donde el ser humano encuentre sentido a
su vida y un renovado impulso a superar su condición de incertidumbre frente a la
realidad física que continuamente lo embarga. Todos los cambios que deben
introducirse en una sociedad, deben partir en los miembros de la misma, en especial
en sus educadores, quienes deberían ser el crisol y orientadores del proceso cultural.
¡Por ello deberían estar a la par e incluso por encima de otras profesiones en cuanto a
reconocimiento social y valoración económica! Es por esta razón que los educadores
deberían ser siempre los mejores de una comunidad, para que asuman tan magna
tarea; los mejores en el sentido de haber avanzado en ese autoconocimiento que los
coloca a la vanguardia de su grupo social. El futuro de una sociedad depende de cómo
eduque a sus niños. Un educador es alguien que no solo realizó la conquista de los
hitos de cada septenio de su vida, sino también se conquistó a sí mismo, es decir,
siguió un camino de autoeducación donde descubrió los propósitos de su vida y
perfiló el destino hacia el que quiere caminar con sus niños o educandos.

Hoy en día, la inmensa mayoría de los seres humanos se encuentran
conscientemente con su destino espiritual a través de una crisis, ya sea un conflicto,
accidente, enfermedad o un evento catastrófico. En esas circunstancias se acuerdan de
Dios y renuevan el propósito de conducirse en la vida de otra manera, pero apenas se
pasa el susto o el dolor, se olvidan de las buenas intenciones hasta la próxima crisis.
Pero este aprendizaje a golpes no tiene que ser siempre así, podemos hacerlo de
manera fluida y coherente si desde un principio fuéramos educados en la consciencia
del espíritu.

Ese camino a los mundos espirituales, era enseñado por los antiguos griegos a
través de la práctica de la virtud, que según Platón eran 4 las importantes: la

196
templanza, fortaleza, prudencia y justicia. Posteriormente fueron tomadas por el
cristianismo en su doctrina que tendía a establecer las correctas relaciones entre los
hombres desde una dimensión moral, llamándolas las virtudes cardinales. Con el
tiempo han caído en una absoluta vacuidad conceptual y hoy en día con el
apagamiento de la religiosidad de los seres humanos, que se rigen por los dictados de
la ciencia, las miran con una sonrisa displicente como algo del pasado. Sin embargo
cuando se quiere seguir un desarrollo interior para alcanzar una emergencia de lo
espiritual que nos guíe en la vida, estas virtudes cobran todo su valor, pero para ello
deben desprenderse del carácter de adoctrinamiento que tomaron en la historia
posterior y ser nuevamente una fuerza viva que despierte al espíritu y determine el
actuar cotidiano. Constituyen el primer gran paso en el dominio del deseo que emana
del plano astral, el cual impide con su desmesura el progreso hacia el reconocimiento
del espíritu.

Estas fuerzas que se originan con la práctica de la virtud, deben vivir en el
profesor, quien con su forma de ser y actuar será responsable del despertar de lo
espiritual en la consciencia del niño a su cuidado. De la misma manera que a un
educador se le exige que domine los contenidos y métodos de enseñanza en las áreas
que imparte ese conocimiento, debe conducirse en su vida y relación con los demás
bajo esos principios que irradian desde mundos superiores. Si consideramos al niño
en su primer septenio como un ser humano que encarna y para ello debe apropiarse
de su corporalidad desde una voluntad de estar en la tierra, cuenta para llevar a cabo
esta tarea con la capacidad de imitar. Vimos que las tres facultades que nos identifican
como seres humanos y que son conquistadas en ese primer septenio son la posibilidad
de caminar erguidos, hablar y pensar, y que ellas se adquieren tempranamente
siempre y cuando se tenga la oportunidad de contar con adultos que ofrezcan un
modelo de imitación digno. Se hizo hincapié que el niño a esa edad todavía vive con
una cierta consciencia en el plano espiritual, pero que no es capaz aún de
conceptualizarlo como tal. Por ello era de vital importancia que esos modelos de
imitación en el estar de pie, hablar y pensar no fuesen solo una apariencia, sino que
fueran la expresión de una naturaleza espiritual o moral que se manifestaba en el ser
del educador: detrás del andar hay una rectitud interior; detrás del hablar una
veracidad y honestidad de vida; y detrás del pensar una coherencia con lo que digo y
hago, en lo cual radica la dignidad humana. El niño en el propósito de llegar a ser un
hombre terreno, entra con todo el ímpetu de su impulso volitivo y usará esas
facultades que aprende rápidamente de manera desmedida: explora el mundo
moviéndose de forma incansable, temeraria, su hablar se torna atrevido y el pensar
que salta según sus simpatías y antipatías. El educador que ha adquirido la sabiduría
en su relación con esta etapa de la infancia, lo que más hace es contención, actuar
como un yo subrogante que va fijando los límites frente a los peligros del mundo
físico, pero también con su paciencia y perseverancia le enseña la compasión frente a
los errores que comete y con su entusiasmo le muestra un norte donde confluye su
pensar y aprendizaje de vida. Para que esta situación sea efectiva, el educador debe
haber cultivado la virtud de la prudencia, entendiéndola como esa conducta
equilibrada que respeta la individualidad del otro, permitiendo que la esencia
espiritual que anima al niño florezca con todas las potencialidades que trae. Esta es

197
una virtud que sintetiza muchas otras, por ello el educador que se requiere para esta
etapa de la vida debe haber recorrido ya un largo camino de autoeducación y
alcanzado la madurez que le permita ver esa esencia espiritual del niño a su cuidado
como una realidad absoluta, a la cual envuelve con su bondad. Sabe escucharlo, no le
impone sus propias ideas, pero lo ayuda a descubrir el mundo y que vaya formando su
propia mirada.

Si no hay prudencia se cae en extremos con nefastas consecuencias
pedagógicas. Por ejemplo, si el profesor hace prevalecer su personalidad sin ver el
espíritu del niño, transforma la educación en adoctrinamiento. Si su entusiasmo es
desmedido, no reconocerá las limitaciones de su alumno ni respetará sus ritmos de
aprendizaje, llevándolo al agotamiento y frustración. En el caso de niños con
dificultades en su desarrollo o impedimentos cognitivos o de otra índole, si los adultos
que los cuidan no ven la llamita que pulsa en cada uno de ellos, no serán capaces de
infundirle fuerzas de superación que sean sanadoras. Se puede caer también en el otro
extremo con un amor desmedido, rayano en la adoración, lo cual atrapa y coarta la
libertad del niño, ya que el adulto se pierde en el ser de su educando. En el caso de los
padres, es común reconocer esos vaivenes emocionales que provienen de su
inseguridad, oscilando entre la sobreprotección, el exceso de control, y también con
mucha frecuencia, el miedo y la culpa, lo que es altamente paralizante del desarrollo
sano del hijo. Todo adulto que tenga relación con niños en sus primeros años, debiera
plantearse continuamente la pregunta: ¿Estoy siendo un modelo digno de ser imitado?

Cuando se entra al segundo septenio, la virtud que debe cultivar el educador y
darle preponderancia es la fortaleza, que es la fuerza que nos permite vencer el miedo
sin caer en la temeridad. Frente al niño en esta etapa de su vida, que está en su
proceso de encuentro con el otro, con sus conflictos de dominio y subyugación, a lo
que se suman todo tipo de pulsiones emocionales provenientes del cuerpo astral que
se acerca a su nacimiento, es importante que tenga al frente un adulto que se yerga
como un ser humano con entereza y constancia, al cual admira por su estabilidad
interior y consecuencia de vida. Está en la naturaleza de todo niño el ser desafiante y
estar continuamente chocando con los límites, ya que es su forma de reafirmar su
propia valía e identidad que se está formando. ¡Quien no corre riesgos, no sabe de lo
que es capaz!

Si el profesor no muestra frente a su clase una firmeza interior, será
sobrepasado por sus alumnos y se desvirtuará el sentido de la enseñanza. Si ejerce un
exceso de autoridad, frenará la manifestación propia de sus educandos,
obstaculizando el encuentro y reconocimiento de sus yoes. La prudencia y la fortaleza
deben amalgamarse en una actitud empática de parte del educador, de modo que sirva
de faro señero a sus alumnos. El cariño o amor que los niños demuestren por su
profesor, será el indicador de cuan correcto éste está haciendo su labor. Por esta
razón, la pregunta clave que debiera hacerse constantemente todo adulto que guarda
alguna relación con niños en su segundo septenio de vida es: ¿soy una autoridad bien
amada? Ya hemos enfatizado que solo el amor crea los vínculos para comprender a los
demás y por ese medio comprendernos a nosotros mismos. Ese ha sido un camino

198
muy largo que ha recorrido la humanidad, que en sus inicios nació como la compasión,
que como un impulso inconsciente empuja a un ser humano a un acto de auxilio con
su prójimo que sufre. Sólo en el último siglo comenzamos a hablar de empatía, cuando
los seres humanos habiendo ampliado su consciencia, son capaces ahora de reconocer
al otro como un igual, capaz de compartir pensamientos, sentimientos e impulsos que
los unen en un camino común. Si esta toma de consciencia del otro no es fertilizada y
continuamente alimentada por el amor, se corre el peligro de quedarnos en una
concepción intelectual del otro, con el cual nos sentimos unidos por una mera
simpatía o intereses comunes con un sentido práctico. Esto es lo que en psicología se
tiende a llamar como el rapport, base de la actual psicoterapia que no alcanza a
percibir lo anímico espiritual del otro como una realidad en sí. Este es un riesgo
importante que corre todo educador que puede quedar fincado en el mero interés del
progreso académico de sus educandos, sin considerar el despliegue de su esencia
espiritual. Por esta razón es importante la fortaleza, que también podríamos llamar
coraje, palabra que viene de corazón, “el lugar donde residen los sentimientos”, que
nos permite el encuentro con el otro desde un yo autoconsciente a otro, en esa
atmósfera amorosa que supera la confrontación de poder de la cual hablaba Hegel en
su alegoría del amo y el esclavo.

Cuando llegamos a la enseñanza media, con jóvenes en su tercer septenio,
comienza el gran desafío de encausar el pensar como el camino para acceder a la
realidad espiritual tras las apariencias físicas. Los educadores en esta fase formativa
debieran tener desarrollado su pensar de manera rigurosa, de tal modo que les
permita discernir correctamente para llegar a un juicio propio con autoridad. Ahora es
cuando la virtud de la templanza toma todo su valor. Debemos entender la templanza
como esa luz del pensar capaz de orientar la voluntad hacia el bien, más allá de lo que
nos guste o desagrade. Esta virtud llevada a su extremo, implica una entrega a la
verdad, que conduce al sacrificio del propio ego. Nuestra imagen de la realidad y de
nosotros mismos está construida en base a creencias e ideas que nos han sido
inculcadas a lo largo de nuestra vida. Solo desde el asombro, esa condición donde
observo el fenómeno desprovisto de toda idea preconcebida, puedo moverme con
certeza hacia una realidad trascendente, donde descubro mi verdadera esencia y la de
los demás. Con prudencia y sobre todo coraje, el educador debe caminar hacia la
extinción de su ego, de modo que la templanza surja ahora en plenitud para ver a sus
alumnos en toda su fuerza para empoderarse frente a la vida, y para ello es necesario
que retire esa autoridad centrada en su persona que tenía en el segundo septenio,
reenfocándola hacia la realidad del mundo, donde el joven debe encontrarse
creativamente con la Verdad. Este es un proceso que la inmensa mayoría de las
personas no logra llevar a cabo, en gran medida porque no se logra la apropiación
debida del cuerpo astral y con ello se pierde el sentimiento religioso frente al mundo.
En consecuencia nos aferramos a la ilusión de nuestro ego, entendiendo a éste como el
constructo de todas esas ideas y vivencias que nos han sido dadas por el entorno y
hemos aceptado sin digerir, sin una reflexión propia que nos conduzca a un
autodescubrimiento. Por ello es tan importante que el educador se conozca a sí
mismo, sea consciente de sus capacidades para que encuentre el equilibrio
fundamental para el progreso de todos. Es importante señalar que en la extinción del

199
ego, el adulto no se debe perder en las nuevas dimensiones de la realidad que se le va
abriendo. Este peligro se contrarresta precisamente con la práctica de la templanza y
un pensar fortalecido, riguroso, que conserva un sano saber de sí mismo en su
recorrido por los nuevos mundos.

Todas esas posturas que calificamos como ideologías, es decir ideas que se han
quedado en un plano abstracto y no logran ser impregnadas con el sentimiento que las
transforma en ideales que nos mueven en la vida, provienen de esta incapacidad de la
educación en su etapa final, de orientarse hacia la Verdad extinguiendo el ego y esas
verdades relativas que se han ido formando según lo que me gusta o no me gusta. Es la
liberación del encierro en la caverna de la alegoría de Platón, lo que constituye la meta
ideal de la educación de un tercer septenio. Recuperar ese sentimiento religioso y el
sentido por la Verdad, solo es posible si se ha sembrado la devoción en el alma del niño
y que ahora como adulto es capaz de esa entrega amorosa carente de prejuicios. El
educador que no se ha cultivado en este sentido, seguirá influenciando desde su
personalidad de manera sesgada a sus alumnos, y lo que entregue lo hará como un
adoctrinamiento que fácilmente cae en el dogmatismo. Si por desgracia los niños no
han apropiado adecuadamente su cuerpo etérico en el segundo septenio, caerán
fácilmente en una mirada materialista de la vida, con intolerancia hacia otras
posturas. Y si la apropiación indebida se centra más en el cuerpo astral, se cae en los
fanatismos de todo tipo que se aferran con fe ciega e irracional a doctrinas o
ideologías que determinan la vida cotidiana. Cuando el niño no ha apropiado
eficientemente su cuerpo físico en el primer septenio y recibe posteriormente esta
educación sesgada por el ego de los adultos que lo rodean, genera las condiciones de
nuestra sociedad depresiva que debe sobrevivir a punta de psicofármacos para
moverse en el día a día. Una forma más sutil de esta condición es también la actitud
escéptica frente al conocimiento de sí mismo y del hombre, que ha conducido a toda
una generación a ser adicta a la tecnología encerrándose en un mundo virtual. Se
podría decir que todas estas conductas extremas se deben en el fondo a una mala
conducción pedagógica en el primer septenio, donde ese entusiasmo propio del niño,
que nace de su impulso espontáneo por saber, no fue atemperado por la prudencia
que debieron darle los adultos a su alrededor.

En cambio, si la educación en los tres primeros septenios transcurrió por los
carriles ideales, con el correcto desenvolvimiento y aplicación de las otras virtudes, al
pasar el joven a la adultez, va a surgir en él de manera natural la cuarta virtud
señalada por los griegos: la justicia. También podríamos denominarla equidad o
ecuanimidad, entendiendo como tal la sabiduría para dar lo que es debido a cada
prójimo, de modo que sea un aporte al bien común. Esta virtud se constituye en la
base sobre la cual se construye una sociedad sana.

En la realidad que vivimos como humanidad, que hemos olvidado el cultivo de


las virtudes como motor de vida y han quedado relegadas en el pasado como letra
muerta, se hace muy difícil encontrar adultos que hayan logrado una completa
apropiación de sus corporalidades ni menos apagado su ego, el que se fue
construyendo de manera reactiva frente a un mundo que se experimentó como no

200
bueno, ni bello y menos aún verdadero. Por esta razón, no es fácil encontrar una
pregunta clave general que el educador de la enseñanza media se plantee a sí mismo
como guía en su trabajo pedagógico. Más bien, según el grado de desarrollo que cada
uno haya alcanzado, podría preguntarse, como ejemplos: ¿soy consecuente en mi vida
con lo que estoy entregando como enseñanza?, ¿siento una verdadera devoción por lo
que hago, en el sentido de una entrega carente de egoísmo y llena de amor?, ¿me
esfuerzo genuinamente en la búsqueda de la verdad?

Consecuencia de este estancamiento que vivimos como humanidad, se observa


como fenómeno la existencia de múltiples teorías y propuestas educativas frente al
ser humano que necesita desplegarse como tal en el mundo. Podemos mencionar a
aquellos que han tomado una perspectiva más ceñida a la ciencia moderna, como Jean
Piaget, Lev Vygotsky, Jerome Bruner, David Ausubel, B. F. Skinner, David Elkind,
Lorenz Kohlberg, Erik Erikson, Paulo Freire, Içami Tiba, Loris Malaguzzi, etc., pero no
debemos dejar de mencionar a todos aquellos que se han atrevido a disentir de la
corriente de pensamiento imperante en cada época y han abogado por una concepción
más profunda y viva del ser humano. Entre estos podemos mencionar a Jan Comenius,
Jean-Jacques Rousseau, Johann H. Pestalozzi, su discípulo Friedrich Froebel, Johann
Friedrich Herbart, María Montessori, Rudolf Steiner, Gabriela Mistral, Jidu
Krishnamurti y otros. Siendo consecuentes con la búsqueda de la verdad, todo
educador debiera estudiar la obra de estos diferentes autores, comprendiendo sus
ideas desde la particular biografía de cada uno, reconociendo el aporte que hacen
como una contribución a la imagen del ser humano que cada uno de nosotros debe
formar activamente y debiera inspirar nuestro propio trabajo. Si elevamos nuestra
mirada y los consideramos desde el plano espiritual esbozado en esta obra, veremos
que todas esas aproximaciones, con mayor o menor justicia, se van ajustando y
armonizando como las piezas de un puzle, de tal modo que nos ayuden a construir la
imagen verdadera de lo que es el fenómeno humano.

Para llegar a esa verdad de que hablamos, que nos conduzca a un saber sólido y
universal, volviendo a esa condición platónica del mundo de las ideas con plena
autoridad, se debe cultivar en el alma el amor por el mundo, por sus misterios, por el
ser humano que se encuentra en medio y por el devenir del todo. Luego, si somos
honestos en abolir nuestro ego, podremos encontrar esa armonía y unión con el
mundo donde se nos revelan sus secretos, tal como esa experiencia con carácter de
epifanía que hemos narrado al mencionar a Pico della Mirandola, Alexander von
Humboldt y Jane Goodall. Esa es la entrega a la experiencia del fenómeno sin
preconcepciones, que en conjunto con el amor por el conocimiento constituyen la
devoción. Debemos distinguir esta devoción de la cual estamos hablando de la actitud
devocional inculcada por la religión, que lleva a ceñirnos a un ritual y credo religiosos
en particular. Hay que trascender esas opciones parciales de conducirnos por la vida
dadas por circunstancias externas a nuestra voluntad, y alcanzar una actitud de alma
donde nuestra voluntad y nuestros sentimientos se colocan como guías interiores en
la búsqueda de lo Espiritual. El pensar riguroso que se ha ido desarrollando como
lógica, nos da las herramientas para evaluar este proceso de progreso del alma. Detrás
de esa lógica debe existir un sentido de la verdad, que solo se da si tenemos una firme

201
voluntad de entregarnos a los sucesos del mundo con interés amoroso, que es la
verdadera devoción.

En este sentido deben entenderse esas severas palabras que Steiner dirigió a
los maestros en la formación de la primera escuela Waldorf cuando sentenció: “Si no
consideran que nuestra tarea tiene un carácter sagrado, mejor que se cambien de
trabajo.” A lo mismo se refería Krishnamurti cuando dijo: “El hombre que sabe
desintegrar el átomo pero no tiene amor en su corazón, se convierte en un monstruo”.
El pensar debe ser guiado por la voluntad y el corazón, de lo contrario extravía el
camino. Ese es el verdadero sentido del cultivo de las virtudes y de la devoción por
parte de todo educador que quiere hacer de su labor un arte trascendente, que se
imprima positivamente en el devenir humano.

Puesto lo anterior en términos más gráficos, se requiere que el Yo del educador


no solo haya apropiado su propio vehículo corporal para moverse de manera eficiente
en el mundo, sino también que sepa con claridad hacia donde quiere ir con su vehículo
y por qué quiere hacerlo, reconociendo y viviendo en esa sensación de unidad plena
de sentido con toda la humanidad y la creación.

Ese respeto por la individualidad del ser humano es clave para el éxito del
camino educativo que culmine en la autoconsciencia del hombre como ser espiritual.
Esto con mayor razón debe estar presente frente a aquel niño que por su
condicionamiento kármico no logra adquirir esa madurez que le de autonomía y ser
su propia autoridad, como es el caso de los niños con autismo. Allí también hay un
espíritu en un camino de individualización, que merece todo nuestro amor y respeto.
Si la cualidad de esos sentimientos logran alcanzar el subconsciente de un niño así,
actuarán como fuerzas sanadoras ya sea en esta encarnación o la próxima. Una
educación que se entrega desde el corazón, con esa fuerza moral propia del espíritu
autoconsciente, es terapéutica, es capaz de sanar la condición humana de su ceguera
frente a su propia naturaleza divina. Hay que entender que en la mayoría de estos
casos la oportunidad de progreso es para el niño pero mucho más para su tutor, que
tiene la posibilidad de dar un salto espiritual en su recorrido de alma. Es entender la
tarea del ser humano en el proceso de la creación, transmitida por todos los grandes
maestros que ha tenido la humanidad, como Buda, Platón, Jesucristo descollando
entre muchos otros.

Recapitulando, todo educador debe reconocer un ánimo particular que tiene
todo niño en sus tres primeras etapas del desarrollo, que es lo que debe guiar la
actividad educativa. En el primer septenio, cuando el niño va despertando
paulatinamente al mundo y salta lleno de curiosidad y asombro, los adultos deben
procurarle que cada rincón que explora se encuentre con esa maravilla y bondad que
debiera estar imbuida toda la vida. En el segundo septenio se va abriendo al encuentro
con el otro y que en esa socialización se da cuenta de que no está solo, que necesita a
los otros y los otros lo necesitan a él. El educador en esta etapa se tiene que esforzar
para mostrar que toda la belleza del mundo que fue descubriendo en el primer
septenio es solo el escenario donde se despliega el sentir más noble de lo humano. Por

202
último, en el tercer septenio, cuando el joven busca una explicación a todo lo que ha
recorrido y se le ha revelado hasta ese momento, debe ser conducido al encuentro de
significados que pulsan tras toda esa armonía y belleza que se le ha mostrado en el
mundo, lo cual constituirá el impulso hacia algo superior donde querrá ser partícipe.
Lo que se siembre en cuanto a educación en estos tres septenios iniciales, va a actuar
como semillas que irán germinando y creciendo en los septenios siguientes a lo largo
de la vida. Solo el educador que ha mantenido firmemente en su consciencia el
verdadero conocimiento de lo que es un ser humano y su camino de progreso, podrá
realizar con sabiduría su tarea frente a ese niño que viene al mundo, de sembrar en él
las semillas del espíritu que brotarán espontáneamente al concluir la educación
formal.

Con cierto rubor, hay que reconocer que todo el espíritu que anima este libro,
ha sido sintetizado maravillosamente por Gabriela Mistral en su conocido “Decálogo
de la maestra”:

1. AMA. Si no puedes amar mucho, no enseñes niños.
2. SIMPLIFICA. Saber es simplificar sin restar esencia.
3. INSISTE. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.
4. ENSEÑA con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
5. MAESTRO. Se fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en tu corazón.
6. VIVIFICA tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
7. CULTÍVATE. Para dar hay que tener mucho.
8. ACUERDATE de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.
9. ANTES de dictar tu lección cotidiana mira a tu corazón y ve si está puro.
10. PIENSA en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana.



















203
Educación y neurociencias


En la actualidad estamos viviendo un tremendo auge de las neurociencias que
pretenden develar la conducta humana y con ello encontrar la educación óptima del
hombre que haga su vida mejor. Desde hace algunas décadas, más exactamente en los
años 90 del siglo pasado, se comenzó a dar gran importancia a la investigación del
cerebro, con lo que se denominó la Década del Cerebro (1990 – 2000), decretada por
el presidente de Estados Unidos. Se encausaron enormes sumas de dinero para
propulsar diversos programas de estudio sobre el funcionamiento de este órgano,
aprovechando los grandes avances en imaginería tecnológica de los últimos años:
TAC, RNM, SPECT, etc.

Este impulso fue seguido por la Decade of Behavior Project el año 2000, luego
la Decade of the Mind Project el 2007. Por su parte Suiza había comenzado su propio
plan de estudio con el Blue Brain Project el año 2005, simulando computacionalmente
un pequeño segmento del cerebro de la rata, para lo cual contaban con el aporte de
IBM. Estados Unidos puso en marcha el Brain Activity Map Project el 2011 con el fin
de mapear todas las áreas del cerebro, de manera similar como se había hecho con el
Human Genome Project que desentrañó la estructura de los cromosomas humanos. En
un esfuerzo mancomunado, donde participan 15 países de la Unión Europea y cerca
de 200 centros de investigación, el año 2013 se dio inicio al Human Brain Project que
se basaba en tecnologías avanzadas de supercomputación que simulaban al cerebro
en sus redes y circuitos neuronales. Estados Unidos no se quedó atrás y el 2013 echó a
andar el BRAIN Initiative, acrónimo por Brain Research through Advancing Innovative
Neurotechnologies, que pretende desarrollar las herramientas necesarias para
dilucidar la actividad cerebral que controla los pensamientos, los sentimientos y la
actividad motora, por medio de herramientas tecnológicas como la tomografía axial
computarizada (TAC); la resonancia nuclear magnética (RNM); la resonancia
magnética funcional (RNMf); la tomografía por emisión de positrones (PET); la
tomografía computarizada por emisión de fotón único (SPECT); la magneto
encefalografía (MEG); la encefalografía de 256 canales, la resonancia magnética con
tensores de difusión (DTI) o tractografía y otras que seguirán viniendo, para
monitorizar, medir y estimular el cerebro.

China entró fuerte en este interés por el estudio del cerebro humano con su
Brain Project el 2016. Israel, Canada, Australia, Nueva Zelandia y Japón, también
habían comenzado a desarrollo grandes proyectos de investigación del cerebro, en lo
que se llama Big Science. Pero fuera de estas grandes iniciativas que agrupan más de
500 laboratorios, existen centenares de investigadores y otros centros de estudios en
diversos países del mundo que con un perfil más bajo, desarrollan sus propios
proyectos con el fin de desentrañar los misterios de este órgano que ha llegado a
ocupar el lugar que en tiempos previos se le asignaba al corazón del ser humano, y
más aún, ha asumido la representación de lo humano por antonomasia.

204
Este interés por un órgano como el cerebro es algo inusitado en la historia de la
humanidad. Cuando nos vamos a las antiguas culturas que fueron la cuna de la actual
civilización que vive el mundo, como China, India, Egipto y otras, no le daban ninguna
importancia al cerebro, siendo más bien un órgano despreciable a la hora de explicar
el alma o realizar los ritos funerarios. En Egipto se daba una importancia central al
corazón, y los vasos canopos que acompañaban a la momia guardaban el hígado, los
pulmones y los órganos digestivos, pero el cerebro se desechaba. Y ello no obedecía a
un desconocimiento de su anatomía y función, ya que el papiro de Edwin Smith (2500
a. C.), describe con detalle el cerebro, algunas de sus patologías como la epilepsia, la
jaqueca y los traumatismos craneales y sus secuelas.

Por otra parte, es llamativo el fenómeno de la trepanación de los cráneos que
se realizaba en todas las culturas del mundo desde los tiempos prehistóricos. Este es
un hecho que sigue intrigando al hombre moderno, ya que obedecía a una práctica de
carácter mágico religiosa dentro de la tradición chamánica, que pretendía aumentar la
clarividencia de la persona y facilitar su comunicación con los planos suprasensibles.
Esto se ha perdido en el tiempo y nos han sido legadas sus aplicaciones degeneradas
para aliviar problemas de salud como dolores de cabeza, convulsiones, locura y
lesiones traumáticas.

Recién con Alcmeón de Crotona, un médico griego del siglo V a.C., se postula
que en el cerebro se origina el pensamiento, y en el siglo III a.C., en la escuela médica de
Alejandría se realizan disecciones humanas para describir la estructura del cerebro.
Pero estos hechos quedaron como anécdotas históricas, ya que hasta entrada la época
del Renacimiento, la corriente principal de pensamiento era considerar el alma humana
y el espíritu como lo importante en todo ser humano, los cuales no eran encasillables
con un órgano en particular, pero sí tenían a la corporalidad física en su totalidad como
su instrumento para colocarse en el mundo. La palabra mente, que venía del sanscrito
manas, pasó al griego como menos (μένος) y al latín como mens, se refería al espíritu
capaz de pensar y recordar su origen divino, la anamnesis de Platón. La acepción de
mente como ese concepto que incluye todas las facultades como la consciencia, el
pensar, la imaginación, la memoria, los sentimientos, la voluntad, el habla, etc., es un
constructo moderno que data del siglo XV en adelante, con un carácter herético ya que
ha venido a reemplazar a las palabras alma y espíritu en la nomenclatura de la ciencia
positivista.

Con Vesalio, en pleno Renacimiento se sientan las bases anatómicas de la
neurología moderna. Más tarde vinieron otros anatomistas, grandes clínicos e
investigadores que comenzaron a establecer las relaciones entre las manifestaciones
neuropsiquiátricas y las lesiones que observaban al abrir el cadáver del enfermo. Así
se fueron haciendo los primeros mapas funcionales del cerebro, que en sus inicios
tendieron a dar importancia a características anímicas, pero con el tiempo y el
advenimiento de las neuroimágenes hizo posible la objetivación en vida de la persona,
de la relación entre anatomía cerebral con las funciones neurofisiológicas, surgiendo
disciplinas como la neuroanatomía experimental y neuropsicología experimental. A
fines del siglo XIX y comienzos del XX, Wilhelm Wundt, Iván Pávlov y más tarde

205
Burrhus Skinner orientan definitivamente todo lo psíquico a lo físico orgánico,
culminando hoy en día en considerar al cerebro como el órgano más representativo de
lo humano.

Como sigue siendo un gran problema el estudio funcional del cerebro humano
en tiempo real, se cayó en la tentación de homologarlo a un gran computador y
construir modelos que combinaran la neurología con la ciencia de la computación y
las matemáticas. Por medio de complejos y enormes ordenadores digitales que
pretenden representar estructuras cerebrales que simulan funciones mentales
simples, se pretende dar explicaciones a los procesos neurocognitivos del hombre. Por
otra parte, los que han seguido con el estudio biológico del cerebro, han recurrido a
investigaciones en gusanos, moscas, peces y ratas, cuyos resultados extrapolan sin
mayores consideraciones al hombre. Estas metodologías de estudio han ido formando
una imagen muy simplista del ser humano, en el cual la antigua triada de cuerpo –
alma – espíritu, ha quedado reducida a cuerpo – cerebro – mente. Así, se describe al
cerebro humano como una síntesis evolutiva del cerebro del reptil, que genera la
conducta instintiva de sobrevivencia; el cerebro del mamífero capaz de tener
emociones y conductas aprendidas según experiencias pasadas necesarias para la vida
grupal; y el cerebro propiamente humano representado por el neocortex responsable
del razonamiento y de todas las habilidades cognitivas que se requieren para alcanzar
metas y objetivos orientados al futuro, con los cuales conquista y se coloca
creativamente en el mundo dando origen a la cultura. Según este enfoque científico
reduccionista, el cerebro humano sería una materialidad que piensa, se ha construido
a sí mismo e incluso piensa de manera trascendente sobre sí mismo. En congresos de
neurociencias se ha llegado a conclusiones desafiantes como que “Dios no creó al
cerebro, sino el cerebro es el que crea a Dios”. El cerebro habría inventado a los dioses
en la etapa infantil de la humanidad para que sirvieran de intermediarios frente a las
amenazantes fuerzas de la naturaleza.

El problema es que este tipo de conclusiones han invadido el campo de la
pedagogía y nos encontramos con aserciones como “El bebé en su cuna es una máquina
de aprendizaje”, o enunciados “inspiradores” como “Enseñar sin saber cómo funciona el
cerebro es como querer diseñar un guante sin nunca haber visto una mano". Lo
horroroso de estas aserciones se disipa solo con sentido común, ya que toda persona
que ha vivido la experiencia de la maternidad o paternidad, se choquearía con ese
desconocimiento craso del amor que surge frente a ese hijo que llega y que tenga que
mirarlo solo como un cerebro que hay que meterle información. También es una
pretensión orgullosa creer que hemos dilucidado los misterios del cerebro y ahora
podemos educarnos bien. La realidad es que todavía hasta el día de hoy no
entendemos nada del funcionamiento cerebral y desconocer los miles de años de
historia y progreso de la humanidad que se ha logrado por la educación, bien o mal
hecha, es tan ridículo como decir que solo nos podremos alimentar bien si conocemos
como funciona el estómago. Lo humano sobrepasa los límites de un órgano
determinado e incluso de toda una corporalidad orgánica. Educar no es hacer un
guante o un gorro a medida de la mano o de la cabeza, sino que se ajusta mejor la
imagen dada por Plutarco, de encender ese fuego prometeico que despierte al espíritu

206
humano con toda su grandeza y complejidad, que en una actividad creadora libre sea
capaz de transformarse a sí mismo y de paso hacer este mundo algo mejor.

El pensamiento mecanicista instaurado por esa corriente predominante de las
neurociencias, solo podrá adiestrar a seres humanos, condicionar su conducta de tal
modo que en sus consecuencias lógicas, desembocaríamos en un mundo de pesadillas
como se describe en libros y películas futuristas, con estados totalitarios que
manipulan a una población que se mueve como autómatas. No es por un mero afán de
conocimiento que las grandes potencias trabajan competitivamente e invierten
enormes sumas de dinero en la investigación del cerebro. China ha explicitado
abiertamente en sus programas que el conocimiento que obtengamos del
funcionamiento cerebral ayudará al desarrollo de la robótica, inteligencia artificial,
desarrollo de psicofármacos, la fabricación de supercomputadores que podrán
procesar enormes cantidades de información en fracciones de segundos, lo que se
llama neuroingeniería, con la creación de interfaces para manipular los circuitos
neuronales por medio de electricidad, luz, magnetismo, ultrasonidos, etc. Esta carrera
tecnológica ya partió hace tiempo y ha quedado en evidencia en el manejo mundial
que se ha hecho de la pandemia del Coronavirus. El poder y rentabilidad económica
que es dable esperar con estas nuevas tecnologías que copian el funcionamiento del
cerebro es enorme, lo que ha tentado a muchas empresas privadas, con Microsoft y
Facebook a la cabeza, a entrar en la competencia “neurocapitalista” que los estudiosos
de la realidad contemporánea han comenzado a llamar la incubación de la Cuarta
Revolución Industrial dentro de la Tercera Revolución Industrial. La declaración
inicial de que todas estas investigaciones y tecnologías eran para fomentar la salud y
bienestar de las personas, ha ido quedando tirada en las pistas donde compiten con
voracidad las grandes empresas.

En forma menos notoria aparece esa otra corriente dentro de las neurociencias
con investigadores que sin abandonar sus propias creencias religiosas o filosóficas,
reconocen en lo humano algo más trascendente y tratan de justificarlo desde las
mismas metodologías y resultados científicos de la mirada materialista. Así, por
ejemplo, se concluye de que con amor la impronta cerebral de la enseñanza se lleva a
cabo de manera más eficiente, y a partir de premisas similares se elaboran proyectos
que intentan encontrar las bases biológicas de la compasión, la empatía, el altruismo,
el libre albedrío y otras características humanas, precipitándose a localizarlas en
determinadas funciones o zonas del cerebro. Se postuló en un momento que la
oxitocina sería la hormona del amor, a partir de lo cual se hicieron protocolos de
investigación para administrarla en niños autistas, por supuesto que sin ningún
resultado positivo.

Bien mirado este problema, lo que se está alcanzando es a precisar el límite de
la ciencia para indagar en la realidad con su método científico. Desde hace ya bastante
tiempo que se conoce la estructura y funcionamiento del cerebro y circuitos
neuronales del gusano Caenorhabditis elegans y de la mosca de la fruta (Drosophila),
solo para mencionar un par de ejemplos, sin embargo hasta el momento no se ha
podido explicar la conducta instintiva básica de ninguno de ellos. Insectos gregarios

207
como las abejas y las hormigas, que ni siquiera tienen un cerebro reptiliano, muestran
conductas sociales que es imposible inferirlas a partir de su estructura neural.
Tampoco la conducta de las aves migratorias se puede explicar a partir del cerebro
que poseen y menos los comportamientos de los elefantes, delfines y otros mamíferos
que no terminan de sorprendernos con la sabiduría que guardan.

Un caso que es interesante traer a colación es el de James V. McConnell, un
neurobiólogo de la Universidad de Michigan, que se hizo muy famoso en la década del
50 por un experimento donde alimentaba unos gusanos llamados planarias, con el
cerebro de otras planarias que habían sido condicionadas para encontrar su alimento.
Estas planarias caníbales aprendían más rápido a responder al estímulo para llegar al
alimento que las planarias de control. Con ello demostraba que había una
transferencia de la memoria, tal vez por un mecanismo químico no identificado, según
sus conclusiones. McConnell era un tipo muy particular que generaba mucha
controversia por su forma de ser. De partida editaba su propia revista para publicar
sus trabajos, donde mezclaba artículos serios con otros de carácter satírico generando
mucha confusión en sus comunicaciones, las que pronto cayeron en el olvido. Sin
embargo, en el año 2013, investigadores de la Tufts University “desenterraron” esos
estudios con las planarias, gusanos que tienen la particularidad de ser muy vitales,
que al ser descuartizados, cada parte regenera la restante y vuelven a tener un
organismo completo. Entrenaron a un grupo de estos animalitos a encontrar el camino
a su alimento y luego ¡las decapitaron! Después de dos semanas, cuando se había
regenerado una nueva cabeza, recordaban el entorno y encontraban su camino al
alimento de manera más eficiente que las planarias que se enfrentaban por primera
vez a este desafío. Ello significaba que almacenan su información fuera del cerebro y
se reconectan con ella cuando tras perder la cabeza, les crecía una nueva. Cuando
observamos a un bailarín o a un pianista que hábilmente mueve sus cuerpo o
extremidades en perfecta coordinación y arte, tras arduas horas de ensayo, no se
puede decir que esa memoria e integración se lleva a cabo en el cerebro. Las manos o
los pies se mueven automáticamente de manera perfecta y según la mecánica
fisioeléctrica del cerebro y nervios con sus innumerables sinapsis, serían un obstáculo
a la rapidez y fluidez que requieren esos movimientos. ¡Los tiempos no dan! Esto
también es evidente en esas reacciones reflejas que todos hemos tenido frente a un
peligro y damos un salto para salvarnos.

Pero esa conclusión de que al parecer la memoria no radica solamente en la
cabeza, no es la única que podemos sacar del caso de McConnell. También queda en
evidencia que el conocimiento científico es un trabajo colectivo que no está libre de
esas características tan humanas como son las simpatías y antipatías. De hecho, el
Human Brain Project, tras dos años de funcionamiento y billones de euros invertidos,
estuvo a punto de fracasar por este tipo de manejo humano partidista. El
conocimiento se genera a partir de hipótesis que deben ser demostradas dentro de
una teoría y con las metodologías que la comunidad científica acepta como válidas.
Cuando un investigador realiza un trabajo, éste es revisado críticamente por sus pares
los que lo aceptarán o rechazarán según sus propias creencias, simpatías, intereses o
conveniencias. Luego esos estudios son replicados en otros centros para corroborar

208
esos resultados, también según el interés personal de los participantes involucrados,
dinámica que tiende a imponer y consagrar un determinado paradigma o forma de
pensamiento. Esto se ve refrendado más tarde en convenciones médicas o congresos
científicos, que son auspiciados por la Big Pharma e industria tecnológica médica,
donde se llegan a consensos que legitiman resultados parciales o momentáneos, …y
con el tiempo las teorías se van transformando en verdades dogmáticas inamovibles
en la mente de las personas. Este sesgo espontáneo de la investigación científica hace
que trabajos que se salen del paradigma imperante sean rechazados, y los resultados
que atentan contra la creencia en boga sean relegados y olvidados, a menos que la
evidencia sea tan fuerte y haya una cantidad suficiente de partidarios que la apoyen,
ese nuevo paradigma podría imponerse en lo que en epistemología se llama una
“revolución científica”. Reflejo de esta dinámica inestable, es que los textos médicos
tienen que reeditarse cada cierto tiempo y cambiar sus contenidos según la nueva
información que se ha acumulado. El desarrollo de la genética y luego de la
inmunología, produjeron una verdadera revolución en el enfoque médico terapéutico
que se vio reflejado en todos los libros médicos. Este fenómeno también se encuentra
en las ciencias duras como la física, pero estos cambios toman lapsos de tiempo
mucho más largo, como la transformación de la física newtoniana por el desarrollo de
la astrofísica y la física cuántica que desde hace décadas está en curso.

Volviendo a las neurociencias, el paradigma de ver al cerebro como una
máquina electroquímica que en su actividad genera la mente, choca contra el sentido
común. El cerebro es condición necesaria, pero no es suficiente para que la mente
realice sus funciones y hay muchos fenómenos que muestran la imposibilidad de
reducir la mente al cerebro, por muy promisoria que sea la ciencia del futuro que
intenta demostrar lo contrario. No es imaginable una tecnología que sea capaz de
abarcar de manera integrada los billones de neuronas interconectadas por trillones de
sinapsis que con sus neurotransmisores funcionan como un todo armonioso en el
sistema nervioso de una persona que se emociona ante la contemplación de una obra
de arte o una puesta de sol. Se podrán crear ordenadores fantásticos que superen al
hombre en eficiencia para procesar información, pero esto tiene sus límites que han
sido lapidariamente establecidos por Kurt Gödel y sus teoremas de la incompletitud.
¡Las matemáticas no dan!

Pero además hay misterios en torno a la mente humana que no pueden ser
abarcados bajo el paradigma científico materialista. La consciencia constituye uno de
esos grandes enigmas que se resiste al estudio y explicación por los medios de la
ciencia habitual. Se consideran desde las neurociencias duras que la consciencia, la
idea del Yo o consciencia de sí mismo, también la idea de la libertad y el libre albedrío
son una invención, ya que todo estaría predeterminado por la necesidad biológica. Las
experiencias de casi muerte, las vivencias de santos, místicos y de gente que medita,
apuntan a fenómenos que contradicen esa aserción, apuntando a que estas facultades
no asientan en el cerebro físico. Hoy en día la clarividencia es un fenómeno cada vez
más frecuente y que se resiste a ser interpretada desde una lógica mecanicista. Una
pequeña paciente dotada de gran sensibilidad y dotes clarividentes, motivada por el
asombro y maravilla que le producía mirar las personas a su alrededor, cuando tuvo la

209
edad suficiente entró a la escuela de medicina para seguir esta carrera según su
vocación. Pero fue incapaz de pasar el segundo año porque era tal la contradicción que
le generaban los contenidos que le enseñaban que chocaban con lo que ella “veía”. “Me
están enseñando cosas que no son verdad y es triste ver que mis profesores sin darse
cuenta me dicen mentiras”. (Se labró su propio camino en solitario para ayudar a las
personas que lo requerían.)

En todos los tiempos y culturas han existido esas personas que llamamos
místicos o santos, que con facultades de consciencia ampliada nos hablan de otras
dimensiones de la realidad, que llamativamente son coincidentes en todos ellos.
Igualmente nos olvidamos que todo el progreso de la humanidad hasta hace poco,
dependía de ciertos líderes y figuras señeras que conducían a sus pueblos y
transformaban la consciencia de su tiempo. Podemos mencionar a Moisés, Lao Tse,
Pitágoras, Sócrates, Platón, Buda, Jesús, Mahoma y muchos otros que hasta el día de
hoy hacen sentir su influencia en gran parte de los hombres. Y todos ellos se
caracterizaban por ser altamente espirituales, teniendo la convicción de la existencia
de planos superiores de donde se inspiraban para hacer su tarea.

Es cierto que la gran mayoría de las personas no son libres, ya que están
atrapadas en sus creencias y determinismos biológicos o culturales, pero es innegable
que todos son capaces de ejercer el libre albedrío dentro de condiciones más o menos
variables. Si no fuera así, ¿dónde queda la responsabilidad moral y penal de un
individuo que atenta contra el bien común? ¡No podríamos castigar al criminal! Nadie
metería presa a una computadora que entregó información equivocada que dio por
resultado millones de pérdida, pero sí castigamos al operador que la manipuló.

Para todos es difícil cambiar su forma de ser, pero no es imposible, de lo
contrario las terapias, las escuelas filosóficas y de desarrollo espiritual, la misma
educación general de las personas no tendrían razón de ser. ¿Como se explica a ese
ser humano capaz de cambiar su destino y labrarse su propio camino como un
ejemplo a los demás? Tenemos el caso de Nelson Mandela, quien se sale de ese
determinismo fatalista que asigna la ciencia, y contraviniendo todo lo esperado, fue
capaz de transformar a una nación que todavía en el siglo XX tenía legitimizadas
formas de esclavitud. ¡Basta un caso en contrario para derribar esos constructos
intelectuales que llamamos teorías! Ello muestra que potencialmente todo ser
humano puede ser un agente activo dentro de ese universo determinista que nos pinta
la ciencia, capaces de hacer cambios y construir un futuro distinto según nuestras
elecciones, y eso es ser libre.

La educación tal como se está realizando en la actualidad, lleva a un
condicionamiento mental que establece los valores morales, los ideales y también los
objetivos y prioridades que configuran nuestra vida en el mundo. Esto es más bien un
adiestramiento o adoctrinamiento que conduce a patrones conductuales repetitivos
que son ventajosos para grupos de poder con doctrinas de libre mercado, para los
cuales las conclusiones de las neurociencias les vienen como anillo al dedo. Pero esta
es una situación que el espíritu humano no tolera por mucho tiempo e irrumpe de

210
manera rebelde a través de manifestaciones sociales que rompen el status quo. La
Revolución Francesa fue la primera gran manifestación de un clamor que puso tres
grandes ideales que debieran conducir a los hombres en el mundo: la Libertad, la
Igualdad y la Fraternidad. Desgraciadamente la humanidad no estaba lista para que
estos principios fructificaran en la forma debida y se perdieron, pero desde entonces
no han cesado de ocurrir estallidos sociales que de manera mas o menos ciega siguen
buscando esa otra forma de relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos. Si la
educación se estableciera respetando la individualidad de las personas y
reconociendo su aspecto espiritual como una realidad vivenciable y no como una
abstracción que se disfraza bajo la palabra mente, muchas cualidades netamente
humanas comenzarían a emerger de manera creativa dentro de la sociedad que sin
duda le imprimirían un progreso sin paralelo. Debido a lo que hoy llamamos
educación, muchos pequeños “Mandela” se pierden en el camino.

Un conflicto similar surge cuando contemplamos el sentimiento religioso y la
idea de Dios que se encuentra en la inmensa mayoría de la humanidad. El
pensamiento científico ha sido determinado históricamente en un camino señalado
por grandes filósofos, que de manera progresiva fueron modelando la actitud que
prevalece hoy en día. Tomás de Aquino marcó claramente la separación entre la
verdad que nos llega por revelación de aquella que alcanza el intelecto humano.
Francis Bacon pone el acento en el conocimiento intelectual de la naturaleza a partir
de la experiencia, porque ello da poder. Luego, Galileo Galilei afirma que solo podemos
hacer ciencia con esas cualidades de la naturaleza que podemos objetivar con la
medida, el peso, la masa, posición, velocidad, etc. Las otras cualidades de los
fenómenos que se refieren a las manifestaciones sensibles como el color, sabor, olor,
etc., entran en el ámbito del goce estético o el arte, pero no en la ciencia. Descartes,
escribe “especular de Dios y sus designios está fuera de la capacidad cognitiva del
hombre”. Es Newton el que aplica a continuación esta nueva mirada, construyendo
una imagen totalmente mecanizada del universo y la naturaleza inanimada que han
servido de modelo de conocimiento científico válido hasta el presente, donde
preocuparse de Dios no está en los planes. Finalmente es Immanuel Kant el que
sanciona definitivamente esta nueva forma de pensamiento al considerar que el
espíritu, Dios y “la cosa en sí” están más allá de los límites del intelecto y del pensar
abstracto ligado al cerebro, dejándonos en un callejón sin salida.

Sin embargo es curioso que todos estos grandes pensadores tenían un
profundo espíritu religioso, pero al forjar los límites del conocimiento científico y su
método, fueron marginando paulatinamente la idea de lo espiritual y de Dios en los
que los siguieron. Darwin sustituye la divinidad creadora por el azar como motor de la
evolución y establece ciertas premisas como “la sobrevivencia del más apto” que como
leyes van conduciendo la deriva de la naturaleza por selección natural. Se concluye
lapidariamente que el hombre proviene del mono y no de Dios, y es Nietzsche quien
proclama finalmente la muerte de Dios.

Por definición, Dios y el espíritu son un misterio inabarcable para la ciencia y
su metodología, quedando relegados a la religión y la filosofía como preocupación

211
inquisitiva. Por ello ha surgido como un fenómeno reciente en los hombres de ciencia,
el ateísmo como una actitud consciente y confrontacional con su propia naturaleza
humana de negar a Dios y todo ámbito que se salga del materialismo. Pero esto es
contrario al propio impulso que todos tenemos y que de una forma u otra intenta
manifestarse en la humanidad. Así somos testigos de que Dios ha vuelto en las últimas
décadas en una nueva forma de religiosidad que es el interés creciente y masivo por el
esoterismo y filosofías orientales, las medicinas mal llamadas alternativas y la
búsqueda desesperada de nuevas propuestas de relacionarnos como seres humanos
más allá de la lucha por la sobrevivencia y de la supremacía del más apto. Estos
impulsos propios del espíritu, incluso juegan sus malas pasadas en los mismos
científicos que se declaran ateos. Muchos de ellos recorren el mundo dando
conferencias como apóstoles de un nuevo saber, con el mismo fervor religioso y
actitud dogmática que los antiguos predicadores buscaban prosélitos y llamaban a las
“guerras santas”. Los mismos atributos que se le asignaban a Dios, ahora se le
atribuyen al gen, a la neurona, al microtúbulo, al campo electromagnético, etc.

Otro aspecto que se niega a una comprensión desde las neurociencias es la
intencionalidad que se puede observar en la naturaleza y en el hombre, y que no es
posible encontrarla en ningún artefacto mecánico. Aristóteles hablaba de cuatro
causas que explicaban la existencia de la naturaleza: eficiente, material, formal y final.
Todo lo que proviene del espíritu tiene un sentido, un significado trascendente que va
más allá de la necesidad biológica, y de las creencias y dogmas inculcados por la tribu.
Desde la concepción materialista de la vida, después de la muerte no hay nada y se
niega que todo tenga un sentido de ser, sin embargo cualquier observación
desprejuiciada de la biografía humana, salta a la vista que todos los acontecimientos
de una vida en particular se van entretejiendo hacia una meta final que llamamos
destino, la cual se alcanza con mayor o menor consciencia. Ese aspecto, que en
filosofía se llama teleológico y que corresponde a la causa final de Aristóteles, fue
eliminado de las ciencias naturales, pero si también miramos la evolución de todo el
universo en su conjunto, no dejamos de maravillarnos por la sabiduría y complejidad
armónica que en él existe. Esto no puede ser alcanzado por simple casualidad y los
números son categóricos en confirmar que es imposible de alcanzar el actual estado
de cosas en el tiempo asignado para el Big Bang. Esta situación ha sido comprendida
por muchos que han buscado modelos alternativos a la evolución darwiniana como el
“diseño inteligente” de la creación o el “creacionismo proevolutivo”. El imprimirle una
intencionalidad o propósito a la propia vida, es una cualidad privativa del espíritu, que
puede ser reconocida desde el intelecto, pero nunca entendida en su esencia y fin.
Para ello debemos abandonar los paradigmas científicos y entrar al dominio de lo
espiritual.

Estas mismas consideraciones son válidas cuando hablamos de la inteligencia
humana, de la memoria y el olvido, el sueño, la creatividad y la imaginación. Las
mismas ciencias reconocen un límite evolutivo en el desarrollo del cerebro dado por
las leyes de la física con que analizan el cableado neuronal. Sin embargo hay personas
dotadas de una inteligencia privilegiada, con estados de consciencia ampliada y
memorias prodigiosas, ¿cómo explicamos eso a partir de la estructura del cerebro? A

212
esas personas las llamamos genios, sensitivas, creativas, superdotadas o talentosas.
Hasta el día de hoy algunos neurocientíficos hurguetean en el cerebro de Einstein para
encontrar la fuente de su genialidad.

Entonces, ¿cómo debemos considerar a este órgano superstar? Siempre se ha
dicho poéticamente que los “ojos son la ventana del alma”, y desde esta analogía
podemos decir también que “el cerebro es el espejo del alma”. Es allí donde aflora a la
consciencia subjetiva de cada uno el devenir de la vida. Si entendemos bien esta
imagen, podríamos homologar efectivamente el cerebro a la pantalla de un
computador a través de la cual sostenemos una conversación con alguien cercano y
querido. Nadie va a caer en la ilusión de que esa figura que observo en la pantalla es
mi amigo en la realidad y comience a buscarlo desarmando el computador. Tengo la
absoluta convicción de que esa persona querida está en otro lugar muy distante, pero
que gracias a un aparato electrónico logro establecer un contacto con ella y se
construye una realidad virtual debido al cariño e interés en común que tenemos. En
esa comunicación se pueden apreciar distintos aspectos como imágenes, colores,
sonidos, movimientos, etc., para los cuales se crearon y perfeccionaron distintos
hardware y software, para reflejar de la manera más fiel lo que nos interesa saber.
Todo el mapeo del cerebro solo nos entrega el diseño del hardware o software, pero
no nos dice nada del yo que los usa y se refleja en ellos. Se podría colegir del estudio
de la estructura y función del computador las ideas e intenciones de la persona que lo
fabricó, y del mismo modo podemos encontrar diferencias sutiles entre el cerebro de
un científico, un músico o maratonista, pero esas diferencias no hacen al científico, al
músico o al maratonista. Es el alma la que modela al cerebro en los primeros años de
la vida según el destino que trae y lo seguirá modelando en el resto de la vida de
acuerdo a la actividad que lo someta. No podemos olvidar que el computador lo pensó,
diseñó y fabricó una persona a partir de una necesidad operativa intelectual bien
precisa, inspirada en una función parcial del cerebro que se logró desentrañar, pero
no se puede caer en el error infantil de invertir las cosas y postular que estudiando el
computador y maravillarme con sus posibilidades, me olvido del diseñador y digo que
ese aparato se construyó a sí mismo y más encima inventó al diseñador con toda su
vida anímica.

Siguiendo con la analogía, para que el computador funcione bien se tiene que
conectar a la red eléctrica y contar con los software adecuados, de lo contrario el
usuario no sería capaz de trabajar con él; del mismo modo el cerebro humano, solo
puede formarse y funcionar si recibe permanentemente la energía a través de una
alimentación adecuada que lo mantiene vivo. Gran parte de la fisiología del organismo
humano se orienta a mantener constante el flujo de oxígeno y glucosa al cerebro. Pero
el Yo humano que se refleja en este órgano debe sentirse motivado a ello y ese es el
sentido del amor en el mundo, hecho que ya ha sido destacado por algunas
investigaciones de las neurociencias, pero que son interpretadas nuevamente bajo el
estrecho paradigma materialista y se explica el amor desde actividades hormonales,
electroquímicas o celulares como las neuronas espejo. Para que una persona se
acerque a un computador, lo conozca y use de forma expedita, necesita de otra
persona que se lo muestre y haga asequible enseñándole cómo usarlo. Así podríamos

213
ver que la misma relación que guarda el alimento con el cuerpo físico, la encontramos
en el amor con el alma y espíritu humano.

La vida emocional y afectiva solo puede darse entre un ser humano y otro, y su
manifestación o representación aflora a la consciencia a través de ciertas estructuras
cerebrales que identificamos como el tálamo o sistema límbico. El cerebro es solo un
instrumento, mejor o peor afinado, que un Yo debe aprender a ejecutar para reflejar
conscientemente en él su experiencia terrena. La educación tiene el objetivo de hacer
consciente a ese Yo de sí mismo y empoderarlo para que haga la tarea que trae como
destino. Esto solo se logra por el ascendiente de otro Yo que un niño tiene al frente al
cual va a imitar y seguir. La nutrición, higiene y vida ordenada van a permitir la buena
puesta en marcha del instrumento físico para los fines del Yo. Pero es el amor que le
llega de otro ser humano el que lo atraerá a vivir esa experiencia en el mundo terreno.
La intensidad de esa influencia irá modelando el cerebro y adecuándolo a la tarea de
vida que el espíritu trae, algo que las neurociencias también han identificado y
nombran como la plasticidad neuronal. Es el operador el que modifica y perfecciona
su equipo según sus necesidades, pero como las neurociencias con su método
científico solo logran llegar hasta un límite demarcado por lo físico, no logran
vislumbrar al operador que es el alma humana y por tanto la niegan. Las ciencias
están mostrando el mismo límite que reconocimos con el sentido del tacto: sabemos
que hay algo más allá de nuestra piel, pero por el solo sentido del tacto no logramos
identificar qué es. Para conocer algo más allá de nuestros límites o posibilidades, hay
que abrirse a otras dimensiones y formas cognitivas propias del alma o del espíritu.
Eso requiere el coraje para abandonar las viejas creencias, quemar las naves, y
adentrarse en esos nuevos territorios que son todo un continente por descubrir y que
indudablemente van a transformar el mundo. ¡Eso nunca lo podrá hacer ninguna
máquina con inteligencia artificial, por muy acabada que sea su tecnología!

El actual sistema educativo está diseñado para entregar y guardar en la
memoria información de utilidad práctica económica. Paulatinamente se han ido
cercenando esas enseñanzas como el arte donde un ser humano debe vivenciarse a sí
mismo en un acto creativo, y la filosofía donde debe aprender a reflexionar sobre sí
mismo y la realidad que experimenta. Ya es hora de qué nos preguntemos seriamente
qué es el ser humano y el sentido de la vida, y desde esas nuevas perspectivas que se
vayan abriendo, encontrar los contenidos y metodologías de la nueva enseñanza.

Un día llegó a la consulta una niñita de 11 años, porque estaba teniendo mucha
ansiedad y angustia frente al proceso educativo en un colegio de alta exigencia
académica. Le va excelente siendo una de las alumnas estrella de su curso, sin
embargo para ella es un sufrimiento enfrentar las materias y a ciertos profesores que
la aterran con sus exigencias y formas de impartir la enseñanza. Le pregunto:

- ¿Te cambiarías de colegio?

A lo que me responde con una metáfora:

214
- “Si una manzana tiene un gusano, hay dos opciones: Una es tirar la manzana
y buscar otra buena. Otra opción es sacar el gusano y comerse la manzana.
En ese colegio hay profesores y compañeras que amo”.

- ¿Y qué hacemos con el gusano?, le pregunto de vuelta.

- “¡Pobrecito! Hay que ayudarlo a que se transforme en mariposa”.

La educación del niño tiene que basarse en una comprensión cabal de su
naturaleza humana, a la cual el educador debe respetar como algo sagrado y acercarse
con amor devocional. Las neurociencias solo pueden aceptarse en el sentido que
ponen en evidencia y objetivan el daño orgánico que producen las malas estrategias
educativas, igual que al estudiar el sistema digestivo podemos descubrir las
consecuencias de una mala alimentación.































215
Conclusiones y desafíos futuros


Si hacemos una apretada síntesis de las principales ideas desarrolladas a lo
largo de este libro, deberíamos concluir que la educación es un arte que debe nacer
del corazón. El amor y cariño por todos nuestros niños debiera ser el núcleo de
nuestra actitud pedagógica. Hoy en día tenemos una humanidad enferma porque su
educación no se ha estado fundamentando en estos sentimientos con toda la
intensidad y protagonismo que debiera.

Identificar y cultivar la vida afectiva cada día de la existencia, es una condición
básica para que el proceso de enseñanza logre despertar en los niños las cualidades
espirituales que cada uno trae al nacer. Si volvemos a la imagen entregada al inicio de
que “educar no es llenar un balde, sino encender un fuego”, deberíamos darnos cuenta
que educar sin amor, es como acumular leña para una fogata y no tener fuego para
encenderla. ¡El amor es el único alimento para el espíritu!

También se mencionó que el proceso de educar niños debiera estar en manos
de las mejores personas de una sociedad, entendiendo esta superioridad en que son
capaces de objetivarse a sí mismas, de reflexionar sobre su actuar y corregirse
constantemente en su actividad educativa, adecuándose a los requerimientos de sus
educandos. Solo quien sea capaz de autoeducarse imbuido de los más altos
sentimientos, podrá llevar a cabo esa noble tarea de encender las llamitas en el
corazón de sus niños, base del progreso de toda sociedad.

Una educación planteada desde estos lineamientos ideales, es en sí terapéutica.
La intervención médica debiera ser excepcional y absolutamente secundaria al trabajo
educativo, quedando reservada para aquellos niños especiales que requieran un
acompañamiento conjunto de pedagogos y terapeutas, por lo que surge la necesidad
de desarrollar ese enfoque integrado en una medicina escolar. De esta mirada se
concluye que como regla general, es el sistema educativo el que se debe adecuar a los
alumnos y no ellos al sistema, como es el caso en el presente. También, dentro de esta
adecuación, debe identificarse y respetarse la madurez escolar del niño para colocarlo
en el nivel que le corresponda y abandonar la costumbre de formar cohortes según la
edad cronológica. El currículo escolar además debiera ser abierto y flexible de modo
que acoja los intereses y particularidades de cada alumno y grupo de alumnos, como
también de la comunidad en general, que sería la forma a través de la cual la cultura
imprime su dinámica de desarrollo. En esta situación, al estado le corresponde un rol
garante de este proceso, pero no debiera participar determinando los objetivos de la
educación escolar, ello es algo que debe nacer desde la comunidad.

Para que ello se constituya en una realidad efectiva, nuevamente se requieren
adultos llenos de madurez y sabiduría que hayan superado sus miedos para
embarcarse en una empresa de esta índole. Es indudable que como en toda aventura
humana, se va a incurrir en errores, pero también es importante tener la confianza de

216
que es parte de esta empresa tener las habilidades para reconocer a tiempo esos
errores y enmendarlos. Ello solo será posible si nos miramos todos como seres
humanos integrales dotados de un espíritu que nos mueve.

Habrá muchos obstáculos y resistencias que atenten contra este nuevo enfoque
y forma de educar a nuestros hijos. Pero la humanidad ha llegado a su mayoría de
edad y está capacitada para enfrentar este desafío con éxito, de acuerdo a los
requerimientos que nos imponen los tiempos que estamos viviendo.

Cada paso que ha dado la humanidad en su progreso ha tenido que enfrentar
resistencias para imponerse. Lo vimos cuando mencionamos la creación de la
escritura en tiempos de los egipcios; el principio de la libertad de los individuos, de los
pueblos y la instauración de la democracia que reemplace a los autoritarismos; las
sucesivas revoluciones industriales que han cambiado las relaciones entre los seres
humanos y de éstos con el trabajo, el medio ambiente y el entorno cultural. Plantear
ahora que debiéramos reconocer la esencia espiritual del ser humano y a partir de esa
realidad reestructurar toda la sociedad, abre un abismo frente a la concepción
materialista de la vida y del hombre. Estamos entrando en lo que se está llamando la
cuarta revolución industrial, con la automatización de la vida diaria desde la
inteligencia artificial y la robótica. Este progreso tecnológico nos ahorra trabajo y nos
deja tiempo libre de una manera nunca imaginada en épocas pasadas, pero… ¿para
qué? Solo podremos adecuarnos libre y creativamente al progreso que se viene si lo
espiritual es una vivencia en las personas, de lo contrario caerán dominadas por las
adicciones, el consumismo y la manipulaciones de los grupos que controlan la
tecnología.

Esta tendencia tiene dos grandes aspectos que hay que considerar para que no
se extravíe el ser humano en esta nueva aventura. Uno son todos aquellos obstáculos
externos, que nacen del entorno cultural y que hay que superar para no perder la
capacidad de reflexión y de autodeterminación. Los otros son esas características
propias de nuestra personalidad que como el miedo, el egoísmo, el afán de poder y
otros, nos impiden o paralizan para realizar los cambios necesarios frente a los
nuevos desafíos.

Dentro de los obstáculos externos, están los intereses de todos esos grupos de
poder que controlan la política y los medios de producción. Ejercen presiones y
adecuan las directrices para evitar el empoderamiento de los individuos con el riesgo
que se tornen no manipulables. Para Mandela, que vivió una experiencia terrible en un
país que tenía instaurada una forma de esclavitud en pleno siglo XX, este aspecto le
era lapidariamente claro cuando dijo: “La educación es el arma más poderosa que
pueda usarse para cambiar el mundo”. Algo similar vivió George W Carver, ese
educador norteamericano del siglo XIX que recibió el apodo de “Leonardo Negro”
cuando con toda autoridad sentenció: “La educación es la llave para abrir la puerta de
oro de la libertad”. De aquí se colige la importancia de que la educación no caiga en
manos del estado o de los grupos dirigentes, que como hemos visto en los últimos dos
siglos, se ha transformado en un medio de adoctrinamiento y subyugación más dentro

217
de la sociedad. Ese peligro solo se puede evitar si contamos con individuos, aunque
sean unos pocos, comprometidos con una educación que se fundamente desde la
realidad del espíritu humano, único ámbito donde podemos encontrar la libertad.

En el siglo XIX, cuando la homeopatía hizo su entrada en Francia y comenzó a
experimentar un rápido crecimiento, se alzó la voz de los grupos que sintieron
amenazada su tranquilidad económica y mental, como la academia médica y los
farmacéuticos, quienes se acercaron al gobierno solicitando la proscripción de la
homeopatía en el país. El primer ministro de entonces, de manera salomónica le quitó
la presión al asunto: “Si la homeopatía es falsa, caerá por su propio peso; si es
verdadera, se impondrá igual a pesar de todas las leyes que la prohíban”. El tiempo se
encarga de hacer madurar a las personas y de que surjan los medios para que el
verdadero progreso se vaya haciendo camino en las marejadas de la vida social. Es
importante reconocer de que los niños de hoy vienen con otra consciencia y con otras
necesidades y que como adultos, más que imponerles nuestros puntos de vistas y
condicionamientos estrechos, tenemos que aprender de ellos y seguir la dirección que
nos muestran día a día. En los tiempos antiguos eran grandes individualidades los
maestros que conducían la civilización, hoy en día son los niños los que traen esos
chispazos que alumbran el futuro, y como adultos tenemos que estar abiertos a
aprender de ellos y sabiamente facilitar esa transición.

Por esta razón, la modernidad con todos los medios de comunicación que se
mueven entre las verdades a medias y las fake news, los medios audiovisuales que se
apoderan de la atención de sus usuarios, el facilismo que ofrece el mundo tecnológico,
el consumismo generalizado que impera en las familias, atenta contra la emergencia
de lo espiritual en nuestros niños, al crearles una realidad virtual engañosa que los
desvía de su naturaleza esencial. En esta primera etapa todo nuestro afán debiera
estar encaminado a proteger la indemnidad anímico espiritual de los niños, de la
misma manera como cuidamos su integridad física. Regulamos el acceso de los
menores a la posesión de armas, a la conducción de vehículos motorizados, al
consumo de alcohol y drogas, etc. De igual manera debiéramos controlar y regular
estrictamente su acceso a los medios audiovisuales, a relacionarse con el manejo de la
información de manera gradual y dirigida, enfrentando equilibradamente esa realidad
oscura de nuestra sociedad donde el abuso, la agresión y la violencia en todas sus
formas, constituyen el centro de los tabloides y noticiarios televisivos. Si se logra que
esa pequeña llamita en el corazón de cada niño se mantenga viva hasta llegar a la
adultez, “ni toda la oscuridad del mundo será capaz de apagarla”.

No se trata de manera alguna de ir en contra del progreso material de la
civilización. Pero sí de supeditar esa prosperidad y bienestar físico al servicio del
despliegue de lo espiritual en el mundo. Como seres humanos tenemos que usar el
conocimiento, los avances tecnológicos y el tiempo libre para el perfeccionamiento
propio y de toda la humanidad, de modo que la vida tenga un sentido o significado
trascendente donde el amor o fraternidad, la libertad y la igualdad dejen de ser meras
palabras. Seguramente estamos todos de acuerdo en no pasarle las llaves del auto a un
menor para que vaya solo a la escuela. También deberíamos desarrollar la misma

218
responsabilidad cuando le pasamos a un niño un teléfono inteligente, un juego
electrónico, un computador o cualquiera de estos aparatos con pantallas interactivas,
sin tomar en consideración su madurez para usarlos. No deberíamos entregar estos
medios al uso indiscriminado de la juventud, si antes no han desarrollado una cierta
disciplina básica con un pensar propio, y un sentir fuertemente orientado en el
sentido de la empatía, de modo que estos recursos modernos sean un instrumento de
creación y no de subyugación. Esa es una responsabilidad de cada familia y luego de
una regulación acorde desde los establecimientos educacionales.

El lado oscuro del progreso tecnológico ha hecho que los seres humanos se
divorcien de su naturaleza espiritual, apareciendo en su lugar una imagen
distorsionada afín al consumismo. El acceso masivo y precoz a los medios
audiovisuales hace que las formas de pensar estén supeditados a la linealidad del
lenguaje computacional. A los jóvenes en la universidad les cuesta reflexionar y emitir
una opinión personal, se apoyan totalmente en sus aparatos electrónicos y todo se
hace a partir de la costumbre del copiar/pegar información que abunda en el
ciberespacio. La mente humana se acostumbra a este “vitrineo” virtual absorbente, sin
apropiar los contenidos del pensar, desviándose de su tarea de individualización. La
lectura ha sido reemplazada por las versiones cinematográficas y los juegos
audiovisuales. El libro y su lectura tienen su ritmo y crean los espacios para que el
propio lector desarrolle su imaginación o elucubre sus particulares puntos de vista,
dando la posibilidad de una mayor compenetración en la trama o en el tema, sin
perder su centro desde donde analiza críticamente los contenidos. Los medios
audiovisuales absorben la atención del espectador, sin dejarle tiempo para colocar sus
propias ideas o reflexiones, ya que la profusión de imágenes que se suceden a gran
velocidad y los diálogos aforísticos no permiten contrastarlos.

El sentido de la evolución de la humanidad consiste en transitar desde una
expresión poco consciente e individualizada de la naturaleza espiritual de cada uno,
hacia una condición donde con plena autoridad y consciencia de sí mismo, nos
hacemos copartícipes de la actividad creadora del mundo, actuando en concordancia
con las grandes leyes espirituales y los seres superiores que conducen la creación.
Esta tendencia evolutiva humana se ve interferida por dos grandes escollos que hay
que superar. El primero es el sistema educacional que impera en el mundo, el cual
atenta contra el proceso del encuentro entusiasta del joven con lo que le depara la
vida. La supremacía de un modelo que privilegia la entrega de información de manera
mecánica por sobre el estímulo de la creatividad, seca el impulso natural para
aprender que todo niño trae cuando nace y que en último término lo lleva al
encuentro con lo espiritual. La estructura que ha alcanzado el sistema educacional es
compleja y difícil de modificar, ya que está arraigada en valores sociales como el éxito
económico y el arribismo material que habría que cuestionar. La “valoración de
mercado” de las profesiones y la vía de acceso y evaluación para la educación superior
tienen que cambiar, igual que toda la malla formativa profesional. Todo se hace por la
vía más fácil de objetivar, que es la capacidad de manejar información y la rapidez con
que se elabora y entrega con fines productivos. En el fondo se intenta plasmar la
mente humana, una vez más, bajo el modelo computacional, apoyándose más en la

219
memoria que en la capacidad creativa!

El otro gran escollo es nuestro sistema de salud académico que se ha
fundamentado en una concepción materialista mecanicista del ser humano, al cual
pretende intervenir por medio de fármacos que mágicamente lo alivian del dolor y el
sufrimiento, sin permitir que un Yo autoconsciente encuentre un significado evolutivo
a la enfermedad y trabaje por superarse y labrar su propio destino. En este camino
terminaremos con una humanidad absolutamente dependiente de drogas, tratando de
vivir joven y para siempre, pero con un vacío interior.

Todo lo mencionado hasta aquí, corresponde a los obstáculos externos a los
cuales hay que sobreponerse si queremos que lo estrictamente humano se imponga
con propiedad. Es relativamente más fácil evidenciar estas resistencias y lidiar con
ellas. Las resistencias internas, propias de cada persona que con sus miedos vacila en
dar los pasos que tiene que dar, son las más difíciles de ver y superar. Todos hemos
sido condicionados en nuestra forma de pensar, en nuestra escala valórica con la que
nos movemos en la vida y en la forma cómo nos miramos a nosotros mismos, y es todo
un desafío poner en cuestionamiento algo que nos ha movido siempre y en muchos
aspectos consideramos que ha sido exitoso. Sabemos que cambiar nuestros viejos
hábitos, nuestras creencias y esquemas mentales es difícil, constituyéndose en el
principal obstáculo al progreso tanto individual como colectivo. Nos cuesta salir de
nuestro reducido espacio de confort y mirar el mundo en toda su amplitud, donde
podríamos movernos plenos de sentido y responsabilidad. Con frecuencia se escuchan
esos argumentos cortoplacistas como: “Pero si ese remedio le permite tener mejores
notas y relacionarse mejor en el colegio, ¿por qué no usarlo?” En ningún momento se
pretende responder a la pregunta previa de ¿para qué tiene que sacarse mejores notas
y adecuarse al sistema? Se carece de un ideal del ser humano que se haya construido
desde una reflexión amplia y profunda, ignorándose por tanto su naturaleza
trascendente. Esto se fomenta por el conformismo de los espíritus flojos que no
piensan por sí mismos y se dejan llevar por la corriente cultural imperante. Es ahí
donde crece el miedo que paraliza toda buena intención, oponiéndose a todo cambio
que amenace la seguridad material y la comodidad interior que dan las creencias
propias.

En los últimos siglos somos testigos de una humanidad adolescente donde
destacan algunas individualidades que aportan pensamientos profundos que logran
impactar transitoriamente la opinión pública, como también estallidos sociales que
desde un inconsciente colectivo se rebelan contra el orden instaurado, pero… a corto
andar, los ánimos se aplacan y todo sigue igual. En el mundo sobran los intelectuales,
pero faltan los sabios capaces de inspirar las voluntades ciegas de sus congéneres, de
modo que se supere esa inercia interior en cada uno de nosotros que se opone a que
seamos distintos, a tener nuestra propia autoridad interior y escribir nuestras propias
vidas con plena libertad. Hay que entender que todo estancamiento personal es un
atentado contra el bien común y el progreso de la sociedad.

220
Si unas pocas personas, colocadas en el lugar y tiempo preciso, logran realizar
ese camino de autodescubrimiento creativo, encontrando su lugar y forma de accionar
en la vida con sentido, que sería la trascendencia, van a marcar definitivamente la
senda que debe entregar una verdadera educación del ser humano. Siempre se ha
temido a esas personas que piensan por sí mismas, ya que representan un peligro a
los poderes imperantes y a la mediocridad de la masa que es manipulada desde el
miedo. Por esta razón, no puede faltar el coraje para recorrer este camino y superar
los desafíos que le son inherentes e inevitables.

Un buen profesor será aquel que se ha formado a sí mismo teniendo plena
consciencia de quien es. Solo si ha recorrido ese camino de autoconocimiento con
coraje, será capaz de sostener sus valores y principios, desde los cuales comprende a
su alumno, reconoce en qué etapa de su desarrollo se encuentra y actúa en sabia
concordancia con los requerimientos que necesita para su progreso como un ser libre.
Su forma de transmitir esos valores es por medio del ascendiente moral que emana
naturalmente de su diario vivir y ese rol no podrá nunca ser sustituido por ningún
computador o programa educativo por mucha inteligencia artificial que contenga. Sólo
estas figuras señeras que se necesitan, serán inspiradoras de los cambios valóricos y
de conducta de las generaciones futuras y de las comunidades de padres que deben
sostener este proceso.

En síntesis, estamos enfrentados a un dilema que requiere ser resuelto desde
un compromiso activo y responsable por parte de todos los miembros de una
sociedad. Es una tarea enorme reconociendo desafíos inmediatos, a mediano plazo y a
largo plazo, teniendo como fondo la oposición constante a que esta mirada del ser
humano y su manera de estar en el mundo desde lo espiritual sea aceptada. Por ello se
requiere de adultos cuya fortaleza se haya forjado desde una convicción interior por
haber hecho ese camino de autoeducación, que surge de manera natural y necesaria si
la educación en sus tres primeros septenios logró mantener viva esa llamita en el
corazón con la cual van a encender a su vez el fuego del entusiasmo en los que los
siguen.

En términos concretos, vamos a mencionar algunos de esos desafíos que
aparecen como más imperiosos y universales que hay que superar, cada uno en su
propia dinámica de objetivos y desarrollo.

En primer lugar es imprescindible que se formen comunidades o agrupaciones
de padres, apoderados, pedagogos y personas interesadas en educación que decidan
gestionar sus propios proyectos educativos, independientes del estado. Este último,
deberá abrirse en sus normativas a respetar y reconocer estas iniciativas como un
crisol de cambio y progreso dentro de la sociedad, aportando la base material y
legislativa para que ello tenga lugar. Este proceso de reforma educacional debe
comenzar en la etapa preescolar, donde con especial énfasis debe ser erradicada toda
tendencia intelectualizante. Medios audiovisuales, incluso textos, lápices y papeles
fuera. ¡La principal tarea que tiene todo niño preescolar es moverse y jugar
libremente! Ahí se siembra la semilla de la creatividad y la autodeterminación. Todo lo

221
que coarta el interés natural del niño en su búsqueda de conocimiento, se transforma
en entrenamiento o adoctrinamiento que conduce a un sometimiento pasivo que será
difícil de contener con las nuevas generaciones que vienen.

El programa escolar para el segundo septenio debe estar fundamentado en ese
espacio de socialización y consolidación de hábitos responsables, acogiendo la
individualidad y creatividad de cada uno por medio del arte que debe permear todo el
aprendizaje en esta etapa. Los dos últimos años de este periodo deben enfocarse como
una transición al trabajo dirigido del pensar, que deberá tener en propiedad su énfasis
en la educación media.

Ahora viene el problema de las vocaciones. Estamos viviendo en un mundo que
cambia con mucha rapidez, donde aparecen algunos oficios y profesiones con gran
profusión y atractivo mientras que otras quedan extemporáneos. En una cultura de
masas y de consumo desechable, los zapateros, relojeros, sastres han desaparecido. Se
abre todo el mundo de la informática y cibernética con programadores, digitadores,
procesadores, ingenieros, técnicos, etc., apareciendo últimamente los bioingenieros
que trabajan en el desarrollo de las interfaces hombre/máquina, proyectando
sombras tenebrosas con ese futuro tecnológico que considera al ser humano una
prolongación de la máquina. Los medios audiovisuales también han creado un mundo
aparte con sus propias necesidades: cineastas, ingenieros de sonido, guionistas,
comunicadores, periodistas, estilistas, diseñadores de todo tipo, etc. Los filósofos,
encargados de mantener un pensar reflexivo y abierto a nuevos horizontes dentro de
la sociedad están siendo relegados y reemplazados por los economistas como los
modernos gurúes que “saben” lo que es conveniente para todos. Los hombres
encargados de la religión han perdido la fe y desviado su actuar cayendo en la
puerilidad. Todo el resto de las otras profesiones, como la del médico, arquitecto,
ingeniero, la del soldado, etc., que han debido incorporar las nuevas tecnologías, se
han visto en la necesidad de reinventarse frente a este nuevo escenario de un mundo
que cambia vertiginosamente en medio de su cuarta revolución industrial. Muchas de
estas adaptaciones se han realizado desde la premura de la sobrevivencia,
considerando solo el aspecto económico, olvidando en el camino al ser humano que
debiera ser el afán último de todo quehacer. En este contexto, la crisis vocacional es
social y por consecuencia afecta la elección de todo joven que se enfrenta a este caos y
falta de coherencia. Reflejo de ello es la profusión de universidades, escuelas
superiores y técnicas, que basadas en un lucro oculto en eufemismos, ofrecen
formaciones de dudosa calidad y divorciadas de ese contexto amplio que toda
sociedad debiera tener en su proyección futura, que es fruto de una reflexión
profunda y mancomunada.

La educación media con el desarrollo del pensar propio, debiera ser una
instancia que arrojara nueva luz para que cada ser humano encuentre su lugar y forje
su destino en la vida. Ello involucra por tanto una modificación radical de la
enseñanza superior, para que las distintas profesiones recuperen los valores
inherentes y se inserten orgánica y creativamente en un proyecto social integrado,
que tenga en su base una concepción del ser humano en todas sus dimensiones. Esto

222
hará necesario crear una etapa de transición donde cada joven reencuentre su
orientación con sentido frente al camino que se le abre, más allá de las convenciones y
pragmatismos actuales carentes de valor humanista. Ello se podría hacer mediante la
instauración de un año más de educación media para consolidar ese pensar
individualizado y/o la creación de una forma propedéutica como un bachillerato, que
sirva de antesala a la orientación vocacional definitiva.

Toda esta reforma va a requerir diversas etapas preparatorias, durante las
cuales se deben capacitar, como ejemplo, suficientes profesores que estén a la altura
de los nuevos requerimientos. Es un camino que se debe recorrer de manera
paulatina, liberando restricciones a nivel gubernamental, implementando nuevas
políticas formativas en las universidades, estimulando la autogestión en todo sentido
en la población y respetando los nuevos valores que vayan surgiendo. En el largo
plazo, serán los niños de hoy representando las generaciones futuras las que van a ir
realizando los cambios que se requieren desde sus más profundos y elevados
impulsos. Por ello es tan importante que en los nuevos planes educativos, si bien hay
que conservar la universalidad de la educación que hemos conquistado, ahora
nuevamente se introduzca el reconocimiento de la individualidad del niño, con una
metodología que considere y destaque la genialidad de cada educando, de modo que
se constituya en el fermento que la sociedad irá requiriendo en el futuro. Esto solo
será posible si el educador que se necesita para esta tarea se constituya en tutor, que
con su sabiduría y ejemplo de vida inspire a las generaciones que vienen, y al mismo
tiempo sea capaz de reconocer las potencialidades que su educando trae y permite
que se desplieguen con libertad. En esta dinámica relacional se irán ampliando las
consciencias para que la sociedad como un gran organismo de cabida a lo espiritual de
manera operativa en todos sus niveles de organización. Todo tendrá que ser
modelado y jerarquizado en esta nueva y amplia realidad que se irá abriendo en
función del reconocimiento de lo humano como un fenómeno que evoluciona hacia la
luz del espíritu.

Dos aspectos que requieren una consideración especial y que por la premura
de los tiempos exigen tomar una postura a corto plazo: los medios audiovisuales y el
manejo de los niños con problemas en el aprendizaje, ya que si seguimos en la
dinámica actual, nos acercaremos rápidamente al despeñadero que sería la abdicación
de lo más esencial del ser humano.

Una y otra vez a lo largo del texto, hemos tocado el asunto de los medios
audiovisuales y toda la tecnología electrónica y computacional que hay detrás de ellos
y que ha invadido el hogar. Hoy en día nuestra civilización no podría seguir adelante si
de un instante a otro todos estos recursos dejaran de existir. Literalmente, ¡el mundo
se paralizaría! Internet y la World Wide Web (www) han transformado la
configuración clásica del mundo en una aldea global al construir esa red digital que
nos envuelve. La humanidad se ha acostumbrado a la realidad virtual de las imágenes
audiovisuales que los medios de comunicación nos entregan permanentemente,
generando una relación emocional y sensaciones del mismo modo como si
estuviéramos percibiendo los sucesos del mundo de manera directa. Esto ha llevado a

223
la gran masa de la población a conductas regresivas de carácter tribal que se reflejan
en el consumismo, los trending topics, la manipulación de la opinión pública con fines
políticos y proselitistas, relativización de los valores propios, la banalización de la
cultura que vulgariza y distrae la mirada que debería estar puesta en los grandes
temas, etc.

Si estos medios fuesen usados principalmente por aquellas personas que han
logrado una disciplina mental con un pensar reflexivo propio, con pleno
autoconocimiento y respeto por la alteridad, se transformarían en un instrumento de
progreso social con la difusión de valores como la solidaridad, la cooperación, el
incremento del conocimiento universal, una relación sana con el medio ambiente, la
construcción de ideales y normas comunes, que propugnarían democracias y
economías sustentables centradas en los individuos y el bien común, y no en esa
dependencia de grupos de poder que se mueven por intereses partidarios mezquinos,
tal como se ve hoy en día. El verdadero progreso de la humanidad debe ir en el sentido
de favorecer la individualización responsable, que también podría llamarse el
individualismo ético, donde cada miembro de la sociedad va diferenciándose
progresivamente de la masa, al tiempo que interioriza su propia autoridad, y con ello
se hace responsable de su accionar en el mundo.

La cantidad de información que existe en ese mundo digital es abrumadora, la
mayor parte de ella es “basura”, sin embargo, una persona entrenada en un pensar
disciplinado puede “colar” esos contenidos y usarlos creativamente con un ahorro de
tiempo y energía no pensados algunos años atrás. Eso nos ha permitido disponer de
mayor tiempo para nosotros mismos ya que ha facilitado todas las labores domésticas
y compromisos en los cuales incurrimos en el diario vivir. Ya no necesitamos ir al
banco a pagar las cuentas, tampoco al supermercado, nos guía cómodamente en la
conducción del vehículo para llegar al destino que queramos evitando imprevistos,
podemos programar mejor nuestras actividades según la previsión del clima, sabemos
qué ocurre en el mundo en cada momento, nos mantiene conectados de manera
permanente con nuestro hogar, familia, trabajo o lo que queramos. Cada vez más, esas
labores domésticas como el lavado de ropa, cocinar, el aseo del hogar, etc., se han ido
delegando a la tecnología robótica que nos deja la posibilidad de orientarnos hacia
esas actividades más humanas como encontrarnos con otro, cultivar nuestra
sensibilidad a través del arte y la naturaleza, estudiar cosas que nos interesan,
cooperar en actividades de bien común, hacer sentir nuestra opinión en asuntos de
interés general, aunque estén al otro lado del mundo, etc.

Pero por desgracia, estos modernos medios que pueden hacernos la vida tan
cómoda y productiva, están mayoritariamente en manos de personas que carecen de
la madurez y solidez para usarlos con responsabilidad. Así, se da la paradoja de que
tenemos la posibilidad de comunicarnos unos a otros al instante con cualquier parte
del mundo, sin embargo nunca habíamos estado más aislados emocionalmente. Es
común esa escena donde los padres no prestan atención a sus hijos porque están
imbuidos en sus pantallas, o esas reuniones sociales, de trabajo o de simple

224
recreación, donde todos están enajenados en sus celulares y no se miran a los ojos, no
conversan entre sí o no disfrutan de ese momento presente.

El mal se ha definido como lo bueno que se descontextualiza al sacarlo del
lugar y/o tiempo apropiado. Poner estos medios a disposición de los niños que se
están forjando como individuos, produce un enorme daño que amenaza la integridad
de la personalidad. Esto se comprende fácilmente si hacemos un rápido recuerdo de
algunas de las características que comparten los medios audiovisuales y nos permiten
vislumbrar las limitaciones de su uso:

• Se fundamentan exclusivamente en el sentido de la vista y en menor grado del
auditivo. No nos muestran el mundo en toda su dimensión y variabilidad como
es lo natural.

• La información se entrega por medio de imágenes que se suceden de manera
muy rápida y cambiante, lo que no da tiempo para formar ideas propias.

• Están programados en un lenguaje matemático que determina en los usuarios
un pensar mecánico lineal, restando oportunidad al pensar imaginativo como
punto de partida de la creatividad.

• Se han masificado para una población que se mueve en el consumismo, con
productos como los video-juegos, que distraen, pero no enseñan ni estimulan el
pensamiento, enajenándonos de nuestra tarea como seres humanos pensantes
si no hemos interiorizado previamente la responsabilidad de autocontrolarnos.
Es indudable que esas generaciones de niños criados bajo el influjo de estos
aparatos, tienen un desarrollo más pobre de su intelecto y una capacidad de
interacción social francamente disminuida.

• Incluso la gran mayoría de los programas que se presentan disfrazados como
“educativos”, solo achatan la mente. La inteligencia se desarrolla en el contacto
con otros seres humanos, aprendiendo en ese encuentro de corazón a través de
las ventanas del alma que son todos los sentidos corporales, en la inmersión en
la naturaleza, en la lectura, en el escribir a mano, en el movimiento corporal,
etc. No hay que olvidar nunca que el primer instrumento que todo ser humano
debe aprender a usar y dominar para vivir exitosamente en el mundo, es el
propio cuerpo físico con todos sus órganos sensoriales. Todo lo que venga
después, si se hace de manera sabia, va a facilitar o hacer más expeditas las
capacidades que hayamos conquistado de la manera tradicional.

• Estos medios interfieren en el ir al mundo, al contacto necesario con la
naturaleza, al encuentro genuino con el otro, desvían la atención para
reconocer lo esencial, dispersan la consciencia en trivialidades que apartan de
las verdaderas metas y objetivos. Por ejemplo, si el niño no ha tenido la
experiencia previa de observar la naturaleza acompañado de un adulto, que se

225
siente en unión y armonía con ella porque ha apropiado debidamente su
cuerpo astral, no podrá descubrir esa sabiduría y voluntad operante en la
creación, y el uso de las pantallas con su realidad virtual, solo será un
distractor en su aprendizaje que conduce finalmente a la pérdida del interés,
del sentido y a una separación de sus congéneres.

• Hace unos pocos años atrás, era solo el televisor el que se interponía en la
correcta relación entre los miembros de la familia, pero ahora con los tablets,
computadores portátiles, celulares “inteligentes”, cada uno se sumerge en su
mundo propio absorbido por videos de las más diversas características, y no ve
a quien tiene al lado, contaminando la atmósfera emocional del grupo familiar
con gritos, frustraciones, rabias, explosiones de alegría, que provienen de esta
invasión permanente del trabajo, los negocios, el fútbol, las noticias, etc. Se da
la paradoja que le pongo más atención a esa otra persona con la cual hablo al
otro lado del mundo, que a los hijos que requieren jugar y correr al aire libre,
que esperan que sus padres los miren y los hagan sentir personitas
importantes en sus vidas.

• En el presente estamos viviendo un verdadero drama con el uso de
aplicaciones que permiten realizar clases online, sin darnos cuenta que con ello
se intensifica el divorcio y deshumanización en las relaciones. El miedo que se
ha infundido en la población frente a la pandemia por coronavirus, ha sido
aprovechado por los establecimientos educacionales de todos los niveles como
una oportunidad para maximizar sus ganancias, sin importar la calidad de la
educación. ¿Alguien se subiría a un avión cuyo piloto solo se ha entrenado en
un simulador de vuelo? Ese tipo de entrenamiento se justifica en una primera
etapa introductoria, pero luego tiene que pasar a la realidad donde madura e
integra con la experiencia que le transmite otro aviador avezado. Es cierto que
con inteligencia artificial se puede conducir un avión mejor que un humano
dentro de ciertas circunstancias o condiciones, pero siempre hay imprevistos,
donde solo el ingenio y la oportuna intervención del hombre pueden salir
airosos y evitar un desastre. Ello, ¡sin considerar de que un ser humano no
puede ser homologable al simplismo mecánico de un avión!

• Crean dependencia y adicción. Los berrinches que hace el niño porque le
quitan el celular son los mismos del adulto cuando se corta su conexión a
internet! La moderna tecnología se ha transformado en un apaciguador de
niños y adultos, que nos mete en una gratificación egoísta privándonos del
genuino encuentro con el mundo. De a poco hemos ido construyendo una
sociedad autista en sí misma. Muchos se sienten desvalidos si no tienen el
celular en la mano al cual pueden mirar constantemente, incluso sacrificando
horas de sueño y de alimentación. Basta sentir el sonido de una llamada, un
mensaje o notificación que entra, y se abandona todo para ser succionados en
esa atracción irresistible del celular, tablet o de lo que se haya inventado. Esa
realidad virtual se ha inmiscuido y reemplazado definitivamente al mundo de
relaciones interpersonales donde debiera darse el espacio para que florezca lo

226
espiritual de las personas. Un adulto que tiene un buen desarrollo de su vida
afectiva, puede supeditar e incluso usar estos medios para encontrarse con
otro a pesar de la distancia y el tiempo. Pero, ¿qué pasa con un niño que
todavía no asienta la semilla de la empatía en su organismo ni ha interiorizado
valores e ideales en su vida consciente?, ¿qué pasa con esa gran masa de
adultos que no han apropiado su astralidad y se sienten inmersos en una lucha
épica al más puro estilo darwiniano que tienen que sobrevivir en un mundo
adverso? Fácilmente se cae en la falsa sensación de seguridad y dominio de un
mundo que está vacío, pero desgraciadamente pronto la vida se encarga de
mostrar esa vacuidad, fuente de toda la patología psiquiátrica que como una
epidemia afecta a un porcentaje importante de la población, que en el fondo no
es más que una carencia de amor, de ese amor que solo nace y se cultiva entre
seres humanos llenos de interés por la vida toda.

• Por último, cada día somos testigos de cómo esta tecnología se ha ido
transformado en un medio de estafa, desinformación y control de masas. Sólo
un ser humano íntegro y con valores firmemente anclados en su vivencia
espiritual, puede salir airoso de esta moderna jungla de Darwin.

No es imaginable desprendernos de esta tecnología en el mundo moderno. Hay
que contextualizar su uso de manera racional, teniendo siempre en consideración de
que es un instrumento para el progreso y bienestar del hombre, pero que como todo
instrumento se puede usar para bien o para mal. Con un martillo podemos construir
una casa, pero también le podemos romper la cabeza a un prójimo. La sabiduría
consiste en hacer algo en el momento preciso respetando estrictamente las razones
nobles de ese actuar. Responder al para qué quiero construir una casa. Si me mueve el
egoísmo, la venganza, el aburrimiento, el afán de poder, el aprovechamiento u
oportunismo fácil, con ausencia de valores morales, se produce mucho daño con esta
tecnología que se creó para el progreso humano. Por ello es absolutamente necesario
y urgente establecer directrices generales que se puedan adecuar a cada caso
individual, familiar y sociocultural.

Para usar responsablemente estos medios se debe de haber desarrollado
previamente un mínimo de la capacidad pensante y creatividad que me permita no
perder mi propio centro y sean un instrumento constructivo a los fines que me
autoimpongo conscientemente. También el desarrollo de sentimientos y afectos
sólidos debe preceder a esta inmersión en los medios audiovisuales, que tienden a
cosificar al ser humano y todos los valores que permiten relacionarnos de un Yo a otro
Yo. Todas estas condiciones solo se pueden dar en el seno de una familia que dedica
tiempo y preocupación amorosa por sus hijos y asume un papel activo en la gestión
educativa de todos. Desde esa realidad anímica espiritual que se cultiva en el día a día,
saldrá naturalmente la certeza de cuándo permitir a un niño su acceso a estos medios
y de qué forma será monitorizado en sus primeras etapas, antes de dejarlo a su libre
arbitrio.

227
Frente a la necesidad imperiosa de actuar con premura, igual como se ha
establecido una edad adecuada para que un joven esté autorizado a conducir
vehículos motorizados, se debería establecer un límite en el cual se le permita a los
niños tener acceso a esta tecnología audiovisual. El problema que para definir esta
aptitud entran en consideración muchas más variables muy difíciles de definir, como
la madurez del niño, la capacidad de contención de su entorno familiar, el nivel de
consciencia e involucramiento en la educación de ese niño, los valores que se
sustentan en esa educación, el entorno cultural donde esto tiene lugar, etc. Pero sin
lugar a equivocarse y no correr riesgos innecesarios, habría que ser enfáticos en
afirmar que el ideal es que ningún niño tenga acceso a este tipo de medios durante el
primer septenio, salvo circunstancias excepcionales como ver una película en
compañía de los adultos.

En el segundo septenio hay que establecer ese punto de quiebre colocando en
la balanza las necesidades de adaptarse a este mundo moderno por una parte, y la
madurez y capacidad de control responsable del uso de la tecnología por la otra.

Pero no hay que caer en la ilusión simplista de que con normas y
establecimientos de límites se va a cambiar la realidad en la cual estamos inmersos
culturalmente. Estos cambios deben hacerse dentro de un contexto amplio, que
incluya reconsiderar los valores que nos mueven. Como ejemplo, podemos mencionar
que los padres y educadores con sus principios de eficiencia y productividad con los
cuales enfrentan la vida al igual que todos los miembros de estas sociedades
altamente industrializadas, no ofrecen una alternativa real al mundo virtual de los
medios audiovisuales, y más aún, en vez de compensar los desvíos que dejan horas de
estar frente a la pantalla, muchas veces los acentúan por esa premura y neuroticismo
en los cuales viven habitualmente. Si a esto sumamos que hoy en día la gente vive más
y dispone de más tiempo libre, no hemos sido capaces de responder con sentido la
pregunta ¿para qué? También los adultos son absorbidos en sus tiempos de ocio por
todo tipo de pantallas, sin emplear creativamente sus capacidades, lo que ha traído
como consecuencia la proliferación de enfermedades degenerativas con la edad. Hay
que aprender a estar con uno mismo, a experimentar esa interioridad donde vive el
espíritu. Solo desde esta conquista, los adultos serán capaces de ofrecer a los niños
una realidad amplia y atractiva que mitigue la fascinación por la virtualidad
tecnológica,… al igual que la tentación a las drogas adictivas y las conductas de riesgo.
En otras palabras, antes de prohibir algo, hay que ofrecer una alternativa válida
llenando el vacío espiritual y las carencias afectivas propias de nuestro medio cultural
moderno.

El otro gran aspecto a tomar en cuenta con cierta urgencia es el enfoque
médico pedagógico que estamos haciendo de esos niños que presentan dificultades
con su aprendizaje y desarrollo.

Resulta obvio el enfoque de las patologías orgánicas, donde se hacen evidentes
los retrasos en los hitos del desarrollo psicomotriz. Nos preocupamos cuando un niño
después del año, no logra caminar solo. También si ya tiene dos años y parece que no

228
comprende lo que le dicen o no controla esfínteres después de los 4 a 5 años. Nos
damos cuenta que algo anda mal y acudimos al médico. Padres más perceptivos, se
dan cuenta mucho antes de que algo va mal dentro de un contexto más abarcante del
niño, y a veces les cuesta su trabajo convencer al médico de que en el hijo hay
dificultades en la apropiación de la corporalidad.

Pero las cosas no son tan obvias ni están en la consciencia de nadie en lo que se
refiere a la formación y apropiación de las corporalidades más sutiles, como son las
etérica, astral y mental. Los hitos del desarrollo del niño y del joven hay que ir a
buscarlos en el plano anímico espiritual, y son tanto o más importante que los
acostumbrados logros en el plano físico orgánico, ya que afectan la percepción de sí
mismo, la vida en sociedad y la relación que se establece con el mundo.

Ya hemos mencionado que la correcta formación y apropiación del cuerpo
etérico nos lleva a una percepción sana y unitaria de nosotros mismos, donde
despierta la percepción del otros como el camino hacia la empatía. Los traumas del
primer septenio afectan este proceso madurativo del cuerpo etérico, dejando
“cicatrices” en ese plano que actúan como cuerpos extraños que llevan a la percepción
escindida de sí mismo, a la falta de empatía y compasión, dificultades con la memoria,
que en síntesis dificultan el fluir de la vitalidad y su transformación en capacidad de
aprender y orientarse con objetivos en la vida. Gran parte de la humanidad se puede
considerar que ha logrado este hito de integración de su personalidad, pero no son
pocos los que arrastran estas cicatrices que se esconden en actitudes compensatorias
como el narcisismo, la tendencia a la victimización, conductas psicopáticas
antisociales y otras. Es importante reconocer estas falencias porque la tarea médico
pedagógica es ir a completar la formación del primer septenio, donde debe primar la
atmósfera de bondad y plena aceptación de la persona en sus características, las que
irá cambiando en la medida que ese calor anímico que la rodea, disuelve las cicatrices
y le permite el encuentro con su pedagogo-terapeuta como un otro válido que respeta
y restaura su confianza con el género humano. La vida y trabajo en comunidad serán
el entorno ideal para corregir estas deficiencias en el cuerpo etérico.

No son tan evidentes los problemas de una mala apropiación del cuerpo astral,
que se manifiestan en los sentimientos egoístas y de separatividad. La estructura
general de nuestra sociedad es testimonio de esta deficiencia de integración del
cuerpo astral con ese exagerado individualismo carente de autocrítica, que se valida
con los más diversos argumentos intelectuales. Solo para mencionar algunos de ellos:
la lucha de clases, la persecución del poder con doctrinas políticas y económicas de
libre mercado, el socialismo o la vía armada, la justificación del afán de riquezas y
lucro desmedido que va a “chorrear” a los demás, el cientificismo de la ciencia
materialista, la educación fundamentada en unas neurociencias duras, la explotación
del medio con ausencia de consciencia ecológica, la acumulación del poder en grandes
transnacionales para optimizar los recursos y “el bienestar de las personas”, etc. En
cualquier estructura social que observemos, vamos a encontrar múltiples anomalías y
problemas que se justifican con constructos intelectuales de diversa índole. El
extremo de este problema lo estamos viviendo con la corrupción política y moral que

229
azota a la gran mayoría de los países del mundo, que simplemente se tolera con el
argumento infantil de que ahora es nuestro turno en el poder y tenemos que
aprovecharlo. ¡Luego vemos la justicia en acción con su doble estándar para ricos y
pobres!

Por lo habitual que son estas costumbres en nuestro medio, nadie las considera
como una enfermedad, se aceptan como “normales” y toda la sociedad se va
estructurando en base a convenciones que validan estas características totalmente
ajenas al espíritu humano. Basta detener la mirada en nuestro sistema educativo que
no es más que un buen aparataje de adoctrinamiento y de formación para ser buenos
entes productivos. Chapoteamos en creencias que se nos han inculcado desde
pequeños y el drama mayor es encontrarnos con una vida universitaria que no es más
que una prolongación de los contenidos y métodos de la enseñanza escolar, carente de
creatividad, ¡¡porque “no hay paño” en los alumnos ni en los profesores!! Son muy
pocos los que han logrado un pensar reflexivo propio y por ello la universidad dejó de
ser ese crisol que buscaba libremente nuevos horizontes y ofrecía orientaciones
innovadoras a la sociedad. Se ha transformado en un lugar que sigue los intereses de
los grupos de poder que la sustentan desde una economía de libre mercado y un
cientificismo que se ha erguido como la nueva religión. Esta mirada ha permeado la
formación de todas las profesiones, colocándose el acento en la adquisiciones de
habilidades técnicas para la vida productiva. Incluso carreras como antropología,
psicología y medicina, cuyo objeto de estudio es el hombre mismo, han sido presas de
los intereses de esa visión materialista con la consiguiente jibarización del ser
humano que ha perdido su esencia en la maraña de constructos teóricos positivistas:
¡es el hombre sin alma!

Es difícil hablar de las deficiencias del cuerpo mental si no hemos sido capaces
de apropiar aún el cuerpo astral. Hemos perdido el espíritu religioso con una falta
absoluta de devoción por el hombre y el mundo. Al comienzo señalamos que educar
viene de educere o ex-ducere, que significa sacar desde dentro hacia fuera la
naturaleza espiritual del niño. Por otra parte, religión viene de religare, de
reestablecer el vínculo del hombre con lo divino. Si carecemos de sentimiento
religioso, esa actitud de temor reverencial hacia algo superior en la existencia,
independiente de dogmas y rituales determinados, no seremos capaces de educar, de
traer a la luz de la consciencia lo espiritual que despierta en el niño. La correcta
apropiación del cuerpo astral nos permite reconocer las emociones y sentimientos
con los cuales nos unimos al mundo y los demás en un camino hacia el verdadero
amor. Este es el alimento para el alma que busca superar el miedo y el egoísmo, que
como una gran sombra envuelve a toda la humanidad, impidiéndole el tránsito hacia
la libertad.

Para reconocer y apropiar el cuerpo mental, tan opacado en el mundo actual
que se mueve en la no-verdad, con ausencia de reflexión y espíritu crítico, habría que
descubrir la vida y la belleza que existe en el pensar. Nos embelesamos cuando una
persona sabia habla, la escuchamos con interés y admiración, pareciera que nos
corriera velos de una realidad trascendente llena de inspiraciones, y siempre nos

230
quedamos con la sensación de querer más, de saber más. Estas personas sabias son
escasas dentro de una sociedad, no siguen esquemas, son originales, motivan a sus
congéneres al cambio. Si educamos nuestro pensar en el sentido de superar las
estrecheces del intelecto y lo abrimos al amplio mundo de las ideas de Platón, de
atrevernos a salir de la caverna hacia la luz del espíritu, …¡todos podríamos ser sabios!
Es cosa de que nos atrevamos a alejarnos de esa falsa seguridad que nos ofrecen las
creencias y convenciones, no importa que ellas provengan de la religión o de la
ciencia, sólo representan la comodidad del resguardo de la costa a la cual nos
acogemos temerosos del amplio mar que tenemos por delante y que esconde esos
nuevos mundos por descubrir.

En su camino de autoformación, el ser humano debe superar estos dos grandes
desafíos que tenemos pendientes: la apropiación de nuestra astralidad con un sentir
carente de egoísmos y transitar hacia un pensar vivo donde se encuentran el Bien, la
Belleza y la Verdad. Solo desde esta nueva realidad podremos enfrentar de manera
exitosa los problemas de educación y salud que aquejan al hombre, con estrategias
pedagógicas y terapéuticas firmemente asentadas en las necesidades evolutivas del
espíritu de cada persona.

Pero no hay que perder el panorama completo de la actualidad que vivimos.
Hemos hablado de los niños que vienen con profundas dificultades para aprender en
el mundo y tener experiencias que los ayuden a su progreso. Pero también están
llegando numerosos niños con habilidades especiales y con otro nivel de consciencia.
Ellos vienen con la tarea de romper los esquemas y convenciones que hemos
construido como sociedad, mostrando las incongruencias y estrecheces de los
intereses mundanos que nos mueven. Ellos traen otros impulsos y valores más
universales, que van a generar grandes crisis y conflictos al romper los viejos patrones
sociales que se establecieron desde el intelecto abstracto y seco que se acomoda a los
intereses egoístas de unos pocos. Es importante que en esta oportunidad, haya
algunas figuras emblemáticas que los acojan y sepan interpretar para el bien de todos,
y no se repita la desgracia de la Revolución Francesa donde todo cambió,… para que
nada cambiara!

Es ahora que se necesitan esos educadores que intuitivamente sean capaces de
reconocer en esas almas el espíritu que lucha por manifestarse, más allá de las
disrupciones y anomalías propias de las circunstancias en las cuales nacen y que no
les dan otras opciones. Estos niños vienen con una sabiduría innata, ganada en
encarnaciones pasadas, solo necesitan despertar sus habilidades pensantes para
penetrar con interés, amor y deseo de progreso en este mundo de apariencias. Si en
estos niños se enciende y aviva esa llama en el corazón, en su momento se va a
generar un caos inicial en las instituciones humanas, pero ello da la posibilidad de que
surja paulatinamente una armonía y orden fundamentado en valores superiores.

La madurez del espíritu en la humanidad, le permitirá ahora aprender de los
errores del pasado. En ello está en juego la sobrevivencia del planeta.

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Índice de contenidos

Reconocimiento 2
Advertencia 3
Introducción 5
La educación como fenómeno humano 12
La educación desde una perspectiva histórica 16
Una mirada integral del ser humano 37
Al otro lado del umbral 42
La dinámica encarnatoria del ser humano 52
Un problema epistemológico 62
La educación como camino a la libertad 71
Primeros años: Despertando la voluntad 77
Los sentidos como ventanas del alma 100
La nutrición en el ser humano 118
La escolarización 131
La educación del pensar 157
Trastornos del aprendizaje 172
SDA: un constructo moderno 182
El niño autista 190
La formación del educador 197
Educación y neurociencias 205
Conclusiones y desafíos futuros 217

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