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EL SALVADOR DE LOS GUAYANESES

Mi nombre es José Gregorio Hernández nací por allá en Isnotú estado


Trujillo – Venezuela. Soy un médico, científico y filántropo de vocación católica
venezolano. El 8 de junio de 1918, reposando en la comodidad de mi cama
minutos antes de dormir después de un largo día y una larga jornada de trabajo,
presencié un fenómeno que cambiaría mis perspectivas sobre muchas
perplejidades que había tenido a lo largo de mi efímera vida. En una especie de
portal, una brecha o viaje en el tiempo, llegaron en un cierto rincón de mi
habitación tres jóvenes agitados y exaltados. Impresionado y aterrado por lo que
mis ojos acababan de presenciar, los jóvenes intentan calmarme y exponerme la
razón por la que se encontraban aquí, describiéndome así, acontecimientos que
no podía ni imaginar.
Estos tres chicos me explicaron que venían del Siglo 21 y que en su época
hay una gran amenaza que está acabando con la vida de todas las personas de
su ciudad. Así pues, me comentaron que hay una cura que sólo yo puedo
encontrar y preparar, sin embargo, no saben dónde está, pero la necesitan para
acabar con el gran villano popularmente conocido como COVID-19; el cual, es un
virus en forma de monstruo volador que ataca el sistema inmunológico de las
personas y se propaga muy rápidamente ocasionándoles la muerte. Anonadado
con todo lo que me contaban, al verlos desesperados y sin opciones, decidí viajar
con ellos a través del tiempo para llegar al año 2021 y ayudarlos a encontrar la
cura que acabaría con el ruin COVID-19.
Al incursionar con ellos en la línea del tiempo en una brecha inimaginaria y
un poco espeluznante, llegamos a Ciudad Guayana. Mis ojos no podían creer el
futuro que se esperaba, todo estaba acabado. No había nadie en las calles. Las
vías estaban oscuras, deterioradas. Los árboles no tenían hojas. Las aves se
encontraban muertas en el piso. Olía apestoso y la sensación de miedo y
escalofrío recorrían todos los espacios.
Uno de los jóvenes que me acompañaba -de nombre Tadeo- poseía la
mitad de un mapa en el cual se encontraban las indicaciones para conseguir la
cura, sin embargo, al conservar solo una mitad, no tenían la otra parte en donde
se encontraba la ubicación exacta. No obstante, los chicos sabían que esta otra
mitad se encontraba en el hospital Uyapar, en la conocida guarida del COVID-19.
-Los chicos, no se contagiaban tan fácilmente como la mayoría de la
población, pero de igual forma no eran inmunes- viajaron en el tiempo para
conseguirme y convencerme de encontrar la cura, puesto a que yo si soy inmune y
sólo yo puedo combatirlo.
Mientras incursionamos en una gran caminata hacia el Hospital Uyapar,
Ricardo -otro de los jóvenes que me acompañaba-, comenzó a notar algunos
movimientos y sonidos extraños. Poco a poco que avanzábamos notábamos como
varios perros deformes y muy muy aterradores se acercaban lentamente hacia
nosotros. Estos perros con grandes colmillos, sangre en sus bocas, y con ojos
totalmente rojos, comenzaron a correr para atacarnos. Agitados comenzamos a
correr de igual forma, dándome cuenta así de que ostentaba habilidades
voladoras. Asombrados todos -incluyendo los animales- por esa acción, Sabrina -
la tercera de los chicos que me acompañaba- aprovecha para sacar una bengala
cuyo sonido era bastante fuerte para espantar a los perros. Apuntando hacia
lugares cerca de estos animales y presionando el gatillo, los perros huyen
espantados. En silencio decidimos seguir caminando hacia el hospital.
Cuando llegamos allí pudimos notar como las puertas de entrada estaban
zancadas, no había forma de pasar. Pero, sin darme cuenta pude notar otra
habilidad, y es que podía traspasar las paredes. Era extraño, pero podía hacerlo.
Por lo que caí en cuenta de que la razón de esas hazañas se debía a que no
había llegado a esta época con mi forma de cuerpo humano, sino que había sido
de manera espiritual. Al traspasar la pared busque formas de abrir de manera
silenciosa las puertas, y al lograrlo, Ricardo, Tadeo y Sabrina entraron para
recorrer conmigo cada uno de los pasillos, hasta conseguir la otra parte del mapa.
A medida que avanzábamos, noté como un susurro exclamaba mi nombre:
José, José, José...
Poco a poco siguiendo el llamado y separándome de los chicos llegué a
una enorme puerta con una extraña luz roja que resaltaba sobre ella, atrás de mí
pude notar que llegaba Ricardo para convencerme de no entrar, que era peligroso
y ahí podía estar el malvado COVID. Aun así, volteamos y para nuestra sorpresa
nos encontramos con el infame villano, quien nos gritaba reñido que estábamos
muertos y que jamás nos daría la otra parte del mapa. Es entonces cuando
empieza a expandirse y brotarse, Ricardo -quien me acompañaba- se contagia.
Entre toda su tosedera, ahogamiento y sufrimiento. Me doy cuenta de que la
enfermedad no me hace efecto y es por ello que decido enfrentar al COVID-19.
Entre fuertes golpes logro arrebatarle de las manos la otra parte del mapa. Al dejar
al monstruo inconsciente decidí atarlo con una soga de medicamentos
(acetaminofén, ibuprofeno, aspirinas, y demás) que acabarían con él brevemente.
Además, con mis manos sanadoras hice una breve oración para ayudar a Ricardo,
quien se recuperó lentamente, y entre precarios pasos y con ayuda de los otros
muchachos -los cuales llegaron justo a tiempo- pudimos salir huyendo de ese
lugar.
Entre la escapatoria llegamos a una vieja escuela en donde pudimos
reposar y unir rápidamente las partes del mapa. Al juntar los pedazos, notamos
que los medicamentos necesarios, se encontraban muy cerca de donde
estábamos, en una clínica llamada Chilemex. Ricardo estando un poco mejor se
encontraba preparado para luchar por si se presentaban obstáculos otra vez. Sin
embargo, calmados al saber que el Villano había sido derrotado entre risas y
chistes logramos llegar a la clínica. Pero no fue más que solo una ilusión, cuando
no lo creíamos posible ahí estaba él otra vez.
Al llegar al lugar pudimos notar que no estaba solo y que efectivamente no
habíamos derrotado al Villano. El COVID se encontraba en ese lugar impidiendo el
paso para entrar. Sorprendidos por lo que veíamos, ideamos un plan que sería
nuestra única opción para salvar la ciudad. El plan consistía en que: 1) Yo pelearía
en contra del ruin COVID-19 para distraerlo y derrotarlo definitivamente, y 2) Los
chicos buscarían a toda costa los medicamentos necesarios para crear la cura.
En una cuenta regresiva de 3, 2, 1... salimos corriendo a emprender el plan
ideado. En una batalla intensa y ardua que sostenía con el Virus, escuché gritos al
fondo donde los chicos me expresaban que tenían los medicamentos, fue
entonces momento en el que me distraje y el COVID-19 logró golpearme a tal
punto de dejarme un poco indefenso. Sin embargo, con mucha valentía y fuerza
logré levantarme y conseguí derrotarlo para siempre.
En mi ida hacia los chicos un poco cansado, logre unir todos los
medicamentos y hacer una vacuna la cual sería rociada por toda la ciudad, para
así concluir con los daños ocasionados por esa asquerosa peste.
Faltaba muy poco para amanecer y antes de que la luz solar alumbrará
todos los espacios tendría que volver a casa, por eso rápidamente mi espíritu
volando fue rociando la vacuna por todos los espacios de Ciudad Guayana.
Viendo, así como poco a poco todo optimaba. Las flores renacían, los animales
ocultos salían, y a los enfermos sanaban.
Después de esta aventura, ya era hora de volver a casa. Agradecido y feliz
de que mis amigos y yo pudiéramos derrotar al COVID, tomé la máquina del
tiempo y volví a mi hogar.
Agitado desperté, y pude ver la luz del amanecer en aquella cama en donde
me encontraba durmiendo y reposando, dejando así en mí, esa felicidad de haber
salvado a mis hermanos Guayaneses.
Fin de la historia.

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