LA CABRONA
Dona Maria estaba tan apenada que la encontré
completamente sobria: su marido andaba “de leva”. Cuando
Jos “cabrones” quieren reafirmar su autoridad se apartan de
la “cabrona” y salen en gira a visitar los negocios de sus
colegas: “la leva”... Toman, comen, bailan, pelean y
generalmente regresan al hogar cuando la “abandonada” debe
ir a sacarlos a la comisarfa.
Mientras dura la leva e] lenocinio se torna gris, sin vida,
y nadie se emborracha, lo que para los clientes habituales
resulta insfpido porque una nifia sin trago en la cabeza deja
de ser prostituta y se convierte en una “dama”. En el salén
no se desnuda, no besa en publico y en el lecho se comporta
como una vaca marina. Se desnuda a la luz apagada y se
acuesta con calzones y camisa de dormir.
Es tal la tristeza ambiente que el homosexual encargado
de tocar e] piano ejecuta ritmos intelectualizados: valses
antiguos, etc, No viste sus vistosas blusas, no aporrea el
“pandero” ni aumenta el consumo de los clientes botandoles
el licor. No canta con femineidad ni se le insinua al cliente
més joven a través del espejo enorme del salén.
Y el “campanillero”, que tiene Ja misién de situarse en laesquina para avisar la venida de la comision de alcoholes,
puede dormir tranquilamente. El salén esta de duelo: pura
agua mineral.
Las “nifias” —por su parte— se dedican a consolar a “la
Mamy”, como ella exige que le digan cn tales ocasiones,
Cuando la cabrona tiene a su lado al esposo, es La Sefiora,
En los momentos de gran afliccidn se materniza con sus
chicas y ordena al homosexual que traiga carne para la
comida. La vida interna del lenocinio cambia
fundamentalmente cuando su duefa siente el azote de la
soledad. Dofia Marfa tenia la costumbre de exhibir y acentuar
su pesadumbre. Cuando él andaba de leva vestia de riguroso
Juto, y adornaba aquel crucifijo que existe en todo dormitorio
de cabrona, con flores y prendia a giorno las lamparas
votivas. Tales fervores s6lo brotan en estas ocasiones y du-
rante los dfas de Semana Santa. Ningtin lenocinio trabaja en
esos dias. Cierra sus puertas, las chicas duermen, no se peca,
se respeta el drama de la Pasién, no tanto por Cristo mismo,
sino para que el “negocio no se fatalice” y vengan muchos
clientes durante el resto del afio.
E] negro vestido de la gorda Marfa, los rostros
hipécritamente cejijuntos de las nifias, los pasos leves y
silenciosos de los homosexuales, la abundancia de comida
y carne en los platos, los fuertes ronquidos que en el sofa
del salén daba el “campanillero”, el aspecto de sacristia que
ofrecfa el dormitorio principal y aquel Mamy con el cual
llamaban a Ia dofia, me hicieron comprender la situacién
apenas Ilegué. A pesar de mi estado de dnimo pude apreciar
que no era muy oportuna la ocasién que habia clegido para
legar. Me equivoqué, sin embargo; la Mamy estaba
dispuesta a solidarizar con cualquier afliccién, aun con la
més genuina. Cuando Ilegué daba consejos al maricén det
piano.EL RIO 27
—No debjs ser asi con tu hombre, nifia. Trétalo mas
suave. No te vaya a pasal lo que a mf: jes tan re amargo
sentirse sola!
EI homosexual qued6 pensativo. Intenté pararse para ir
en busca de su amante: un cojo fétido que acarreaba clientes
para los lenocinios. Se contuvo, Sabfa que la Mamy hablaba
pensando en lo que ella sufrfa. Sabfa que el problema con
su Cojo poco le importaba a ella, puesto que miles de veces
se lo habia correteado, No obstante, consideré prudente decir
algo:
—Tengo que castigal a este piojento, Mamy.
—No hablis asf de tu hombre, a. Tenis que sel
considerao con él. No es piojento. Seré un poco feo y
hediondo, pero naa mds. Anda a buscalo. Dile que Ja Mamy
quiere hablal con é]. Cuando lo traigai lo hasfs pasal pa’ tu
pieza: apriende a scl astuto con los hombres, nifia.
El homosexual salié.
Desde la ventana de una pieza situada frente al salén,
pude ver ala gorda. Miraba los muros, revisaba los cuadros
que su marido le habia regalado, observaba al campanillero
con ldstima, se espantaba una que otra mosca que se le
detenia en los brazos regordes y suspiraba pensando,
seguramente, en la buena acci6n que recién habfa realizado.
Creo que se sentia feliz con su “dolor”. Si lo aumentaba con
escenas ridiculas, slo perseguia sentirse mds feliz. Me vio:
—{Qui’hubo, cauro? ,A qué hora llegaste? No te vi
entral, ,Y el Zanahoria? ,Tai con la Julia?
—Si, Mamy. Est4 aqui conmigo. Yo lo hice entral
—respondié la prostituta, duefia de la pieza en que yo estaba.
—Atiéndelo bien a ese cauro, nifia. Mira que puee llegal
a sel un giien lairén con el tiempo. ,Y la Mayita énde esta?
Ahora que te veo, cauro, mi acordé della.
—Salié, Mamy, parece que jue pa’! policlinico.218 EL RIO
—Y vos, nifia, cudindo vai a pasal la visita?
—No me toca hoy, Mamy: tengo que il los maltes.
La gorda qued6 satisfecha con esa explicaci6n. Sus chicas
debjfan asistir al control médico todas las semanas, cada una
en dfas distintos. Tenia especial cuidado que no faltara
ninguna porque pregonaba con orgullo a quien quisiera
ofrselo: “... en mi casa no hay sifilazos ni pringaduras. Mis
chiquillas son limpias...” Era Jo importante para ella. Cuando
alguna chica enfermaba, la cuidaba y medicinaba por
consideraci6n al prestigio de la casa, simplemente.
Sali de la pieza y fui al salén con el propésito de
conversar ampliamente con la Mamy. Querfa contarle todo
lo que me ocurria a fin de que me diera un consejo, pero
deseaba que Julia ignorara mi situacién: me daba vergiienza
y la mujer me gustaba.
Hablamos.
Cuando concluf me qued6 mirando largo rato. Se cruzé
de brazos, pases fa vista por los cuadros del salén, se paré,
fue al piano, lo abrié y tecleé pausada y desordenadamente.
Desperté al campaniltero, lo hizo salir, cerré la puerta, se
me acercé, y con una delicadeza que jamas le habria
imaginado tomé mi frente y me besé.
iCudnto le agradecf ese beso!
No me senti solo. Aquellos labios ajados por las orgias y
pinturas baratas, el aguardentoso aliento que salfa de su boca,
el olor a sudor que emanaba de sus axilas, los ruidos
subterrdneos de sus intestinos —que senti claramente cuando
estuvo a mi lado—, todo Io que en otra oportunidad pudo
haberme producido repugnancia me entré tiernamente en el
alma y un hijo frustrado me broté al través de las lagrimas.
Como creo que podria verse un monigote de estopa entre
los brazos de un payaso que se pusiera a llorar en la pista
para hacer refr al publico, asi me vi entre los brazos de laEL RIO 219
Mamy. Lloramos en silencio, sin decirnos nada y sin pensar
en nada: mis lagrimas le mojaban el vientre y las suyas cafan
sobre mi cabeza. Nos habfamos encontrado en la bifurcacién
del dolor y la miseria.
E! piano parecfa reir con sus maxilares de marfil muy
abiertos. En un cuadro colgado en la pared un Satands de
tridente besaba a una mujer desnuda y en otro jugaban tres
nifios a la ronda en torno de una enorme botella de vino.
Nos separamos y un frfo gelatinoso recorrié mis
vértebras. La gorda tenfa su cara destefiida como suelen estar
Jos escudos herdldicos grabados sobre piedras milenarias.
De pronto se iluminé con una idea de amor:
—Julia, atiende al nifio. Acuéstate con él y no te
preocupis po! dalme la palte ni pol pagalme la pieza: hacelo
feliz...
No me importé eso de que me hiciera feliz. Me importé
la palabra nifio.
No estaba frente al rio, lo tenia muy lejos, acaso perdido
para siempre. Lo extrafiaba més que nunca. Hubiese querido
pedir a la gorda Marfa que en vez de hacerme acostar con
Julia me acompaiiara al rio para que suplicara a los pelusas
que me recibieran nuevamente: era lo mas importante en
ese minuto de mi vida. Presentfa que la ternura de la Mamy
tendria que pasar, que se diluiria pronto frente a la realidad
bruta de su vida, desaparecerfa cuando Ilegara su marido y
recuperara el amor. Sab/a que una sola cosa podia ser segura
si querfa recibir amor: el rfo. Pero el amor, aunque sea fugaz,
deja huellas, y las soluciones que ofrece nunca son triviales
ni desechables.
Estuve diez dias con Julia: lo que duré la “leva”. Cuando
él regres6 cambié la Mamy. Habfa terminado su necesidad
de comprender el dolor ajeno. Volvia a ser duefia de
lenocinio, con marido. Julia me impulsaba y alentaba a220 EL RIO
delinquir, en forma suti] y con mucho tacto. Me preducia la
refrescante impresién que admiraba mi actividad y oficio
de ladrén, Me encantaba. Me sentfa héroe. Le narraba como
habfa realizado tal 0 cual hurto, lo que me habfa arriesgado,
exagerando la nota y mintiendo, Gastaba con ella todo e]
dinero que consegufa. Durante ese lapso, hicimos proyectos,
nos juramos amor y nos comprometimos a ayudarnos
mutuamente, salfa de noche y hurtaba algunas cosillas: allj
creo que comenzé mi record de ladrén nocturno.
Dofia Marfa vino a la pieza:
—Vai a tenel que ilte, cauro. Si te querfs queal aquf tents
que hasel algo de provecho. Ya habis bolseado bastante.
—(Y qué podria hacer, Mamy?
—Na’ de Mamy, cauro. Yo soy la sefiora. Mira: al Tres
Dedos me lo pidieron prestao de la calle Bulnes: le debo
plata y licor a esa Sefiora y poirfa pagarle presténdole al
campanillero. Te querfs queal por él unos pocos dias? Es
re poco lo que debfs hacer.
Julia me miré. Esperaba mi negativa. Las prostitutas
desprecian el oficio de campanillero por la incapacidad y la
falta de virilidad que muestran esos tipos frente a la vida. E]
campanillero tiene la funcién de despertarlas en las mafianas
para que “despachen” a los hombres que pasaron la noche
con ellas, es e] que encera el sal6n, bota las bacinicas con
orines, y segdn una antigua costumbre, puede ser vendido o
alquilado por la duefia del prostibulo. Un ladrén que se
estime jamds aceptarfa la propuesta de la gorda. A pesar de
lo ocurrido, me sabia ladrén, con o sin la aprobacién del
rio. Albergaba la esperanza de la rehabilitacién y del retorno
al grupo.
Decidf no aceptar.
Dolorido y solo, mas desorientado que nunca, mas
perdido dentro de mf mismo, me fui esa misma noche delEL RIO 221
Jenocinio. Sabfa que debja irme a alguna parte, lejos, muy
lejos de todo y de todos: donde nadie me conociera. Me
despedf de Julia y Mayita, agradeciéndole a ésta su tacito
silencio, abracé con un poco de rencor a la Sefiora y salf a
la calle: vi pasar un cortejo fiinebre.
Envidié la suerte del que iba en el cajén.