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Capítulo 1

Starr

La verdad prevalecería. Tenía que ser así. Tenía que ser así. Tenía que ser así.
El espacio sobre la tribuna del jurado centelleaba y luego un holograma del
jurado en tiempo real se materializó. Mantuve el rostro inmutable, tal como lo
aconsejó la abogada, y apreté las manos en mi regazo. Los miembros del jurado
evadieron mi mirada y la esperanza se evaporó, dejándome nauseabunda. Mi
abogada, Maridelle, colocó su mano sobre la mía y me dio un apretón.
—¿Han llegado a un veredicto? —preguntó el juez.
—Sí, su señoría —respondió el presidente del jurado.
—¿Qué han decidido?
—Nosotros, los miembros del jurado, encontramos a la acusada, Starr
Elizabeth Conner, culpable de asesinato en segundo grado.
Mi corazón se detuvo. No me percaté que me puse de pie abruptamente, pero
Maridelle me tomó del brazo.
—¡No lo hice! Soy inocente —exclamé. Mi mirada reposó sobre la mesa de la
fiscalía donde el fiscal del pueblo, Gil Aaronson un compinche de la familia
Carmichael, aunque no pude probarlo, guardaba sus documentos en el estuche.
No me miró, pero una sonrisa arrogante se dibujaba en su rostro.
Con esposas eléctricas en mano, el alguacil se dirigió hacia mí.
—Apelaremos, no te preocupes. Conseguiremos anular el veredicto —susurró
Maridelle a mis oídos mientras el alguacil abrochaba las ataduras. Ella me había
creído, pero nadie más lo había hecho. ¿Cómo podría ser eso un buen augurio para
el futuro? Si la primera vez no fue capaz de convencer a mis pares de mi inocencia,
¿qué probabilidad tendría en la apelación? Los Carmichael controlaban
demasiado. No ocupaban cargos políticos. Dominaban a quienes sí lo ocupaban.
—Se fija para dentro de una semana la audiencia para dictar sentencia —el
juez golpeó su mazo y su imagen holográfica parpadeó y luego se esfumó. Un
robusto alguacil me llevó a empujones a mi celda.

***

Una mujer escultural se dejó caer con un plaf junto a mí en la sala de espera.
Su piel me recordaba el suculento y cremoso chocolate con leche, del tipo que sólo
una persona adinerada se podía permitir. Los demás compraban lo sintético y
fingían que era bueno.
—Soy Andrea Simmons —dijo ella. “Piratería cibernética” a bordo del SS
Australia, nos presentamos por nombre y crimen.
—Starr Conner… asesinato en segundo grado —Maridelle me había advertido
no hablar sobre mi caso mientras estaba pendiente la apelación. Las grandes naves
tienen oídos agudos y todo eso. Así que intenté eludir a mis compañeros de viaje,
quedándome en mi camarote, atreviéndome a ir al comedor cuando estuviera
vacío. Finalmente, la soledad, o quizá la aceptación de mi destino, me alentó a salir
del aislamiento. Había menos probabilidad de revertir mi condena de lo que había
tenido para la absolución la primera vez. Mi presencia en la nave demostraba lo
bien que me había ido en el juicio.
Por si la apelación fuera exitosa, volví a centrar la conversación en Andrea.
—¿Fuiste condenada por piratería informática?
—Sí. Robo cibernético, para ser exacta. ¡Fui la mejor en Las Nuevas Américas!
—su alardeo confirmaba su culpa. Suspiró. —Escuché que Dakon es bastante
primitivo. No hay tecnología informática digna de mención.
—¿Cómo te atraparon?
—La ambición. Volví a un sitio que había pirateado anteriormente y habían
instalado un rastreador viral. ¡Pillada! —dijo, entrecerrando los ojos. —¿A quién
mataste?
—A nadie. Soy inocente —así lo seguiría afirmando hasta el final de mis días.
Soltó una carcajada ronca.
—Todas lo somos. ¿No has oído? No hay culpables a bordo del SS Australia.
—Mató a Jaxon Carmichael —una morena de rizos rebotantes abrió la boca
revelando la identidad de la “víctima” por la que había sido condenada de apalear
hasta la muerte.
Andrea silbó y me miró con renovado respeto.
—Cariño, te asocias con los grandes, ¿no es así?
La morena sacudió la cabeza.
—¿Cómo es que no la reconoces de los videos gubernamentales de pago por
evento sobre su juicio en la red? Es una celebridad.
Andrea resopló.
—Como regla general, evito los sitios gubernamentales.
—¿Muy arriesgado? —pregunté.
—Allí no hay dinero. Desgraciadamente, Mundo Terra One está casi en
bancarrota. ¿Por qué crees que estamos en esta nave? Primero, se ahorran dinero
al no tener que albergarnos en la prisión y, segundo, hacen dinero de los minerales
iluvianos que los Dakonianos están pagando por nosotras. Es doble ganancia.
—Nos vendieron como esclavas —miré fijamente mis manos. La “justicia” de
Carmichael había sido rápida. Mientras que otros languidecían en prisión durante
años esperando una audiencia en el tribunal, yo fui juzgada, condenada y
sentenciada en tan solo dos meses. Rápido como un cohete, un contraste con el
proceso de apelaciones que sería lento en la evolución. Sentarse en prisión
esperando un resultado incierto no atraía, pero ¿era esto mejor?
—Más bien nos presentaron una oferta que no pudimos rechazar —Andrea se
encogió de hombros.
—¿Qué quieres decir?
—Pudimos haber terminado nuestras sentencias. En su lugar, optamos por la
libertad inmediata a través de un transbordador de una sola vía hacia Dakon.
—¿Acaso tuviste otra opción? —miré entre Andrea y la otra mujer.
—El formulario de solicitud lo detallaba —la morena asintió. —El proceso de
selección fue muy competitivo. El noventa por ciento de las mujeres que aplicaron
no fueron aceptadas.
—¿Formulario de solicitud? Yo no llené un formulario de solicitud.
La mirada de Andrea se entrecerró.
—¿No completaste un perfil? El historial de salud, niveles de actividad,
descripción física…
—No —apreté los labios. Una vez más, la justicia de Carmichael, es decir, no
hay justicia. Me estaban enviando tan lejos como podían.
—Eso es extraño —dijo Andrea entrecerrando los ojos.
Quizá convertirse en la acompañante de un alienígena no era un destino tan
espantoso. Podríamos ser amigos con beneficios muy limitados. Miles de millones
de millas entre los Carmichael y yo no podían hacer daño y era mejor que pasar mi
vida en prisión. Si los Carmichael podían hacer que me condenaran injustamente,
podrían bloquear mi apelación.
Pero ¿cómo haría un seguimiento del estado? Dado que el planeta no estaba
conectado a la red, ¿cómo me mantendría al tanto Maridelle?
—Bueno, ya estamos todas aquí. Es como ser una “novia por pedido en la red”
—dijo alegremente la morena. —Por cierto, soy Tessa Chartreuse. Dirigí un
servicio de acompañantes para una clientela de élite.
—¿Entonces por qué estás aquí? La prostitución no es ilegal —había sido
despenalizada hace mucho tiempo.
—No, pero el lavado de dinero sí lo es —se encogió de hombros.
Andrea se rió.
—Ella es una empresaria.
Respiré hondo.
—¿Alguna idea de cómo son los alienígenas? —no lo había dicho, pero había
oído rumores de que nuestros tan esperados "compañeros" eran de un azul
escamoso con largas colas. Recientemente Mundo Terra One se había puesto en
contacto con Dakon. Me habían dicho que los alienígenas "se parecían a nosotros",
pero tenía poca confianza en que mi gobierno diría la verdad.
—Hice un poco de investigación en la red antes de que me trasladaran al
transbordador —explicó Andrea. —Son humanoides genéticamente compatibles
con nosotros, pero son más altos, mucho más musculosos y grandes —extendió su
mano a un metro de distancia.
—¿Estás hablando de sus penes o de su cuerpo en general? —preguntó Tessa.
Rayos, esperaba que Andrea se estuviera refiriendo a sus cuerpos. Observé la
distancia entre las palmas de sus manos.
Andrea torció los ojos.
—De sus cuerpos en general. No averigüé sobre su aparato.
—Sin embargo, sería proporcional, ¿no creen? —insistió Tessa. Podías sacar a
la chica del negocio de escort 1, pero no podías sacar el negocio de escort de la
chica.
Andrea colocó los dedos índices en su frente apuntando hacia arriba.
—Y tienen…
—¿Antenas? —quedé boquiabierta.
—Más bien cuernos.
—¡Eso es peor!
—Cuernos vestigiales. Prácticamente escondidos por su cabello.
—Así que somos las novias por orden judicial de los cornudos alienígenas, que
pueden o no tener pollas grandes —dije.
—Es más o menos eso—dijo Andrea con una risita.
Me levanté y me acerqué a la ventana de observación. Sin los efectos de filtro
de una atmósfera planetaria, las estrellas en el espacio no centelleaban. Parecían
puntos sólidos de luz. Habíamos viajado tan lejos que ya ninguna de las
constelaciones era familiar.
—Dakon debe estar muy lejos —llevábamos dos meses en la nave y nos
quedaban treinta días más.
—Es hiper veloz en comparación con el viaje de ida y vuelta de tres años que
hizo el primer contacto. Gracias al mineral iluviano, lo haremos en tres meses —
dijo Andrea. —Los Dakonianos llevan esperando mucho tiempo a sus compañeras.
Después de que la primera nave de contacto regresara a la Tierra, tomó un año
establecer el programa y reclutar al primer grupo de mujeres.
Tessa soltó una risita.
—A estas alturas van a estar muy cachondos. En más de un sentido.

1
Escort se refiere a un acompañante remunerado.
—¿Qué pasa si no les gusta las novias que reciben? —pregunté a Andrea.
Parecía estar informada.
—Entonces seremos enviadas de regreso a cumplir el resto de nuestra
sentencia —respondió. —Con crédito por el tiempo cumplido en Dakon.
En mi caso, eso aún significaba cadena perpetua sin posibilidad de libertad
condicional, no es una condena usual para un asesinato de segundo grado, pero mi
atacante no había sido la víctima habitual. Afortunadamente, pese a la influencia
de los Carmichael, no habían podido acusarme de asesinato en primer grado, pues
los videos de seguridad mostraban la pistola laser de Jaxon cayendo de su bolsillo.
Pero el jurado no había aceptado el argumento de defensa propia que Maridelle
presentó. Fuerza excesiva, había argumentado la fiscalía y había ganado. Dos
semanas después de haber sido condenada a cadena perpetua, me trasladaron al
SS Australia, donde un agente del gobierno desactivó las esposas eléctricas, metió
debajo de mis brazos un petate con mis pertenencias y anunció que yo había sido
reclutada en el programa piloto de intercambio de buena voluntad Terra-Dakon.
O, como le llamo, Rocas por Esposas.
—No creo que nos rechacen —dijo Andrea. —Están desesperados. Tienen una
escasez crítica de mujeres.
Tessa asintió.
—Un asteroide las mató.
Me alejé de la ventana.
—¿Uno como el que impactó la Tierra y mató a los dinosaurios causando un
invierno masivo que destruyó su suministro de alimentos?
—Así mismo. El planeta sigue sufriendo el invierno que provocó —respondió
Andrea.
—Pero ¿cómo es que el impacto de un asteroide mataría a las mujeres y no a
los hombres?
—Creen que portaba un virus al que sólo las mujeres eran vulnerables y que
causó una mutación genética. Cada generación subsiguiente ha producido cada
vez menos mujeres. El planeta ahora está compuesto por un 90 por ciento de
hombres. Pero no se preocupen. Todos los que contrajeron el virus murieron hace
un par de cientos de años.
Miré boquiabierta de asombro.
—¿Tuviste tiempo para investigar todo eso?
Sacudió la cabeza.
—Estaba en el paquete de orientación.
Fruncí el ceño.
—¿Paquete de orientación?
—En el disco pequeño —informó Tessa. —Todos tienen uno en sus camarotes.
—Oh, sí —vagamente recordaba haber visto algo así. Lo había encontrado
cuando abordé la nave, pero lo arrojé en un cajón. Una niebla depresiva me había
envuelto desde el veredicto. ¿Qué más da? Mi futuro estaba fuera de mi control.
No obstante, Andrea y Tessa habían despertado mi curiosidad. Insertaré ese
disco en el reproductor de video. ¿Cornudos? Aún no podía superarlo. ¿Se
parecerá al planeta Terra? Un asteroide que provoca invierno sonaba congelante.
No podía ser tan frío ¿o sí? Vivía gente allí. Hombres, en todo caso.
Terra tenía un problema contrario, aunque no tan serio. La cantidad de
mujeres que sobrevivían hasta la adultez superaba en más de un 10 por ciento a la
de los hombres. Otra razón por la que las mujeres convictas eran prescindibles.
—Noventa por ciento de hombres, ¿eh? Eso es mucha testosterona.
—¿Cierto? —Tessa se frotó los brazos.
—Suponiendo que producen testosterona. Es posible que tengan hormonas
alienígenas —señaló Andrea. —De hecho, es prácticamente una garantía,
considerando que son alienígenas.
—Pero ¿seguimos siendo genéticamente compatibles?
—En teoría, según pruebas preliminares de laboratorio. No podemos estar
seguros hasta que empecemos a producir hijos.
Aunque estuve en estado depresivo por el “fui condenada injustamente”,
recordé un par de extracciones de sangre. ¿Cómo pudo mi vida llegar a esto?
Enviada a un planeta a años luz para convertirme en la novia de un alienígena.
Apreté mi abdomen. Di a luz un bebé alienígena. Parecía una historia de esos
videos cursis en la red, que se dedicaban al chisme de celebridades y a las noticias
sensacionalistas como la de mi juicio.
—No puedo creer que la primera vez que descubrimos vida inteligente en otro
planeta, la primera acción del gobierno es la trata de mujeres a cambio de mineral
iluviano —la exploración espacial había descubierto vida alienígena hace un par de
siglos, en los años 2200s, pero eran organismos y bacterias unicelulares
gelatinosos. Otro planeta había tenido insectos resistentes al calor, pero eso era lo
más que se había avanzado.
—Mundo Terra One ha sido bastante civilizado en comparación con lo
ocurrido la última vez que los terratenientes codiciaron un metal mineral
particular que estimaban valioso —dijo Andrea.
Se refería a la búsqueda del oro. Hace un milenio, exploradores respaldados
por la monarquía y la iglesia diezmaron poblaciones nativas en su avaricia por
adquirir el metal térreo. Conocía la vergonzosa historia de nuestro planeta,
aunque no era tan experta como Andrea. La mujer conocía sus asuntos y sospecho
que también el de todos los demás. Era lista, algo que probablemente no le será
muy útil en Dakon. Pronostiqué que no tener acceso a la red sería su mayor
adaptación.
—¿Nunca te encontraste un fotograma o un vídeo que mostraba cómo se
ven?
—Ninguno bueno —dijo ella. —Había un fotograma en el video de
orientación.
—No se podía apreciar mucho por el pelaje —agregó Tessa.
—¿Pelaje? Santos dioses mitológicos, ¿son peludos? —cuernos y pelaje.
Tessa y Andrea se rieron.
—No, vestían prendas de piel con capucha, así que no podías ver sus rostros
con claridad —dijo Tessa. —Sólo la barbilla y la nariz.
—¿Y qué aspecto tenían?
Tessa encogió los hombros.
—Como una barbilla y una nariz.
—¿Como la barbilla y nariz de un Terrano?
—Ajá.
Seamos agradecidos por los pequeños favores, de todas maneras. Si el tipo se
veía muy alienígena, me enfocaría en la mitad inferior de su rostro.
Capítulo 2

Torg
Me quité el kel 2 sacudiendo los hombros, lo tiré encima de una pila y me
hundí sobre el banco de tronco frente al fuego. Después de una caminata en la
nieve hacia el lugar de reunión, la llama calentaba mi piel.
—Bueno, ¿cómo te fue? —preguntó Darq.
Levanté la pequeña ficha redonda que saqué del barril.
—¡Número tres! —sonreí.
—¡Excelente! Será una buena elección.
—Eso supuse —metí la ficha en mi bolsa de viaje para guardarlo. Las cincuenta
hembras que llegaban de un planeta llamado Terra no serían suficientes para
todos los hombres sin pareja, así que habíamos hecho un sorteo. Los ganadores,
anunciados ayer, habían sacado fichas hoy para determinar el orden en el que
elegirían a una mujer. Ser el tercero no era tan bueno como ser el primero, pero
era más que válido.
—¿Has decidido qué tipo de mujer te gustaría? —preguntó mi hermano.
Había pensado muy poco sobre eso de camino a casa. Antes de ayer, con
pocas esperanzas de conseguir una compañera, gustosamente habría aceptado a
cualquier hembra que pudiera conseguir. Hoy, con una compañera asegurada, me
he puesto exigente. No me enorgullece, pero no podía fingir que la verdad no
existía.
Con tan pocas hembras, protegíamos y mimábamos a las que teníamos. Todas
eran especiales, pero dado que la mía sería una alienígena, debía reunir ciertos
requisitos.
—Necesito una que sea corpulenta y robusta para soportar nuestro invierno,
con un cuerpo fuerte que produzca muchos retoños, ojalá hembras.
Darq asintió.
2
Kel es un tipo de piel proveniente de un animal con el mismo nombre.
—Creo que eso es lo que todos querrían. La situación se está poniendo
extrema.
—Nuestra extinción es inminente si no conseguimos compañera. El primer
grupo de mujeres de la Tierra será una prueba. Si funciona, el consejo ordenará
intercambiar más a cambio del mineral iluviano. La roca es inservible para
nosotros, pero los Terranos estaban muy interesados en ella.
Darq resopló.
—Alienígenas dementes.
—De hecho —los miembros del consejo habían bromeado diciendo que la
gente de la Tierra tenía rocas en lugar de cerebro y creían que estábamos
consiguiendo la mejor parte del trato, pero sólo el tiempo y la descendencia de
hembras probaría si tenían razón.
Un curador de la nave de la Tierra había realizado pruebas y sugirió que
nuestras dos especies podían reproducirse. No teníamos forma de verificarlo, sólo
su palabra, pero el consejo de jefes de la tribu aceptó el programa de intercambio
como un último y desesperado esfuerzo por salvar nuestra especie.
Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo. El programa de intercambio
tenía detractores. Muchos se oponían a tomar para sí compañeras alienígenas
porque las futuras generaciones serían mestizas, ya no serían Dakonianos puros.
Habían participado en el sorteo quienes preferían la supervivencia por encima de
la extinción y quienes no tenían una compañera. Por cuestión de suerte fui
elegido, el único de mi tribu.
En mi clan de doscientas doce personas teníamos solamente dieciocho
hembras adultas y dos niños, un escenario que se repetía en otras tribus. Con cada
generación subsecuente, nacen menos niños y menos femeninas. Los efectos
residuales del virus que había llegado con el asteroide hace dos siglos seguía
fastidiando. Además del problema mayor de nuestra extinción inminente, la falta
de compañeras hacía que los hombres fueran agresivos e irritables. Como jefe del
clan, pasaba demasiado tiempo arbitrando disputas y resolviendo peleas.
—¿Algún otro rumor? —pregunté.
Darq asintió.
—De ambos lados. Algunos están consternados de que estés tomando a una
alienígena; otros están celosos. Sobre todo, lo último —dijo, torciendo la boca
irónicamente. —Hubiese deseado haber conseguido una hembra, pero el sorteo
fue justo.
Aunque nadie se atrevía a decirme nada de frente, se oían rumores de que
había sido elegido para conseguir una hembra porque era jefe. No es verdad.
Todos habían tenido la misma oportunidad. Por las noches, ardía con un anhelo y
una lujuria implacables, así que empatizaba con los sentimientos de aquellos que
habían sacado fichas en blanco. Pero ninguno rechazaría la oportunidad, yo
tampoco, incluso si la negativa reprimiera el resentimiento.
Estuve allí cuando la delegación Terrana, compuesta por cuatro hombres y
tres hembras, aterrizó hace más de cuatro rotaciones solares. Los Dakonianos
éramos altos, musculosos y fuertes, incluso nuestras hembras. Teníamos que serlo
para sobrevivir al duro clima. A juzgar por la delegación, la gente de la Tierra venía
en una variedad de tamaños. Una de las mujeres había sido bastante enclenque,
del tamaño de una niña. No duraría ni un día, mucho menos una época de invierno
de doce meses. Afortunadamente, todas tenían el cabello y los ojos oscuros como
nosotros, así que cualquier retoño producido no se vería extraño. Cualquier
hembra sería un beneficio, pero esperaba conseguir una fuerte. Los ganadores del
sorteo elegirían su hembra en el orden de ficha. Con el número tres tenía una
buena posibilidad de conseguir lo que quería.
—¿Por qué tienen los Terranos una opinión tan pobre de sus mujeres que las
enviarían lejos? —preguntó Darq.
—No tiene sentido, ¿cierto? —debido a que teníamos muy pocas,
valorábamos a nuestras mujeres, las protegíamos y honrábamos. —En fin, su
estupidez es nuestra ganancia.
Eché un vistazo alrededor de la vivienda que compartía con Darq, intentando
verlo como lo haría un forastero. ¿Le agradaría a mi compañera? Mientras caía la
nieve y aullaba el viento, un fuego ardiente mantenía la cueva cálida y abrigada. El
humo de la leña recorría hacia arriba para fugarse por un agujero en el techo,
dejando un aroma en el aire. La luz del fuego danzaba en las paredes en una
incesante exposición artística.
La alfombra de piel de Kel suavizaba el duro suelo compacto. Las pieles
apiladas se convertían en cómodas camas. Observé la pila donde dormía. Tendría
que moverlo a otra de las cámaras para proveernos a mi hembra y a mí un poco de
privacidad. Estaría un poco más fresco, pero nos acurrucaríamos debajo de las
peludas pieles y yo la mantendría caliente. La expectación se apoderó de mi
cuerpo. Por primera vez en treinta y cuatro rotaciones solares tendría una
compañera.
—Espero que mi hembra se sienta complacida con su nuevo hogar.
—¿Cómo podría no estarlo? —respondió Darq. —Eres el jefe del clan. Tienes
la cueva más grande, con muchas habitaciones, una gran cantidad de mantas y
alfombras de kel. No le faltará nada —dijo, señalando hacia las vasijas para
cocinar, la loza y los utensilios de piedra. —¿Qué más podría desear una mujer?
No lo sabía, ese era el problema. Debido a la escasez de mujeres, ellas podían
elegir a su compañero y los hombres solteros competían por su atención. Las
mujeres no tenían que conformarse. Incluso el ser jefe de tribu no me había dado
suficiente ventaja en el grupo de cortejo para atraer una, excepto por Icha, a quien
nunca deseé. Su fuerte personalidad provocó que pusiera distancia, mucha
distancia, entre nosotros. Intenté decirle que no sin herir sus sentimientos, pero
fue difícil para ella cuando rechacé sus avances.
Inspeccioné mi casa. ¿Qué más podría hacer para recibirla?
—Mañana deberé cazar un kel para que tenga carne fresca cuando llegue.
Los núcleos familiares compartían vivienda, así que Darq y yo vivíamos juntos
en la cueva. Además, durante todo el día la gente de mi clan acudía a mí con sus
problemas y disputas. Buscaban mi consejo, mi mediación. Otros jefes también me
visitaban para discutir asuntos de interés mutuo. Estaba rodeado de gente, pero
en lo profundo de la noche, la soledad aullaba como el viento. Sí, necesitábamos
producir descendencia para que nuestra gente siguiera existiendo, pero por
razones personales también anhelaba una hembra.
—¿Y si no le agrado? —pregunté.
—Sólo tú te preocupas tanto. Todo estará bien. Pasado mañana irás por ella y
verás.

***

—¡Se robó a mi mujer! —gritó Armax.


—No lo hice —negó Yorgav. —Ella vino a mí por su propia voluntad. Me
prefirió a mí que a ti.
—¡Mentiroso!
Se requirió dos de mis hombres más robustos para detenerlos de los golpes.
Si Armax y Yorgav no estuvieran ya ensangrentados, yo mismo los habría
estrangulado. Revisé el tenue resplandor del sol a través de la cubierta de nubes. A
esta hora, la nave ya había aterrizado; en estos momentos, las mujeres
probablemente estaban desembarcando. Debo estar en el lugar de reunión, pero
en su lugar, me he visto obligado a mediar la disputa entre estos dos. Esto
demostraba otra razón por la que el programa de intercambio era tan importante.
Pelear por mujeres causaba más discordia que todo lo demás combinado. Si
tuviéramos más mujeres, esto no sería un problema.
No tenía tiempo para esto hoy.
—¡Llévense a ambos!
—Pero… pero… —ambos hombres farfullaron.
—¡Silencio!
Rara vez mandaba a alguien a las cuevas de detención aislados del resto del
clan. Los desacuerdos generalmente se resolvían con el diálogo, pero habían
escogido el día equivocado para poner a prueba mi paciencia. Ahora llegaría tarde;
no sería el tercero en elegir. Quizá si Armax y Yorgav cortaran leña para el resto
del clan y durmieran en el suelo pedregoso con una delgada piel de kel como
cubierta, lo pensarían dos veces antes de pelear en un futuro.
Protestando, los dos hombres fueron llevados a las cuevas.
—¿Por cuánto tiempo piensas mantenerlos confinados? —preguntó Darq. Él
supervisaría el asunto en mi ausencia.
—No lo he decidido —la ira ardía en la boca de mi estómago. De un tirón me
puse un abrigo grueso, de un chasquido me puse la capucha sobre mi cabeza y
luego metí un mitón en el bolsillo. El exterior del abrigo había sido frotado con
grasa de kel para hacerlo impermeable y en su interior estaba forrado de piel.
Afortunadamente, el kel fue uno de los animales que había sobrevivido al impacto
del asteroide que hundió nuestro planeta en el invierno. Sin ellos, habríamos
perecido. Todavía podría suceder, si el intercambio no diera resultado, si las
hembras no pudieran producir hijos.
Darq me dio una palmada en la espalda.
—Apresúrate, hermano —él entendía lo que estaba en juego.
Había caído nieve fresca por la noche, lo suficiente para cubrir la parte
superior de mis botas altas. Me puse en marcha a paso ligero, comprimiendo la
nieve con fuertes pisotones. De regreso, caminaríamos en las marcas de huellas. El
bosque estaba quieto y silencioso, mi respiración era el único sonido. Mis
exhalaciones empañaban el aire.
Al disiparse la ira, aumentó la emoción. Estuve equivocado al enfocarme en
requerimientos específicos. La verdad: recibiría a cualquier hembra para que fuera
mía. No podía esperar a conocerla, la futura madre de mis hijas e hijos, mi
compañera de hogar. Esperaba que hubiera un periodo de ajuste. Después de
todo, éramos desconocidos el uno para el otro, pero imaginé que su expectación
sería tan genial como la mía. ¿Por qué otra razón habría dejado su planeta para
viajar entre las estrellas a un nuevo y congelado mundo?
Pronto. Pronto. Pronto. Pronto.
La palabra alentadora que repetía en mi mente con cada paso.
Capítulo 3

Starr
El tecnólogo médico prensó la boquilla del dispositivo médico detrás de mi
oreja derecha.
—Quédate quieta.
Un dolor agudo impactó mi cabeza.
—¡Ay! —le di una palmada al lugar adolorido. El implante formó un bulto
subdural caliente y palpitante. Movía mi cabeza de un lado a otro. —¿Se supone
que debe estar caliente?
—Eso desaparecerá.
—¿Cómo puedo saber si el implante está funcionando?
Se encogió de hombros.
—Si logras entenderlos es porque está funcionando.
—¿También traducirá automáticamente a su idioma lo que yo diga?
—Envía una señal al área cerebral del lenguaje. Cuando hables con ellos,
hablarás en su idioma —respondió, haciéndole una seña al coordinador. —Todo
listo.
Me bajé del taburete. Nos habían informado que el clima sería “frío”, por lo
que deberíamos usar nuestras prendas más abrigadas. Ninguna de las prendas
empacadas por el personal penitenciario era apta para el clima frío, así que lo
remedié poniéndome toda la ropa que tenía: dos pantalones, dos camisas de
manga corta, una de manga larga y, por último, una camisa de dormir larga hasta
las rodillas. Ponerme varias capas no me hacía ver delgada para nada. ¿Se daría
cuenta el alienígena que la ropa me hacía parecer más pesada de lo que era? ¿Y
por qué me importaba si el alienígena pensaba que estaba gorda? Caminé
tambaleante hasta mi lugar junto a Andrea y Tessa.
El coordinador levantó las manos.
—Muy bien, damas. Este es el momento que han estado esperando. La
pasarela de la nave ha bajado. Sólo esperarán un momento más para
desembarcar. Al salir, diríjanse directamente al centro de recepción, al gran
pabellón de piedra. Afuera está un poco fresco, así que muévanse rápido. Sus
parejas están esperando adentro.
Mi estómago se volcó. Estudié a las otras mujeres para ver si estaban tan
nerviosas como yo. Era la primera vez que todas habíamos estado juntas en el
mismo salón y al examinarlas, me di cuenta de que yo era la persona más baja de
estatura aquí. Cada una medía al menos quince o veinte centímetros más que yo y
algunas eran mucho más altas que eso. Con un metro sesenta y uno, me había
acostumbrado a ser de las personas más bajas de estatura en cualquier reunión,
pero ¿no era extraño que nadie estuviera cerca de mi estatura? Tanto Andrea
como Tessa eran esculturales y musculosas como atletas. Lo único que teníamos
en común, físicamente, era el peso. Me superaban en estatura, pero
probablemente pesábamos igual. Ellas eran altas y elegantes; yo era achaparrada.
Algo más que noté ahora: la tez oscura de las mujeres. Andrea, y más de una
docena de ellas, eran de ascendencia africana Terrana. Las demás, así como Tessa,
eran caucásicos de cabello y ojos castaños oscuros. La mayoría tenían bronceados
químicos permanentes.
Una rubia de ojos azules; me sentía como un canario entre cuervos. Esto es un
poco raro. ¿Cuáles eran las probabilidades de que fuera la única rubia?
La puerta se abrió y los sobrecargos empujaron enormes contenedores
apilados con lo que parecía ser cadáveres de animales.
—¿Qué es eso? Me llevé una mano sobre la nariz y boca.
—Piel de animal. Pelaje —dijo Andrea. —Creo que lo que olemos se llama
cuero.
—Es desagradable.
—La gente acostumbraba a hacer zapatos y ropa de pieles de animales.
—Pero ya no, desde hace cientos de años —mi mano ahogaba mis palabras.
Los ricos compraban algodón y lino, los demás usábamos sintéticos.
—Los Dakonianos les han provisto abrigos cálidos —dijo el coordinador. —
Formen una fila, por favor, y vengan a conseguir uno.
Me habría quedado atrás, pero Andrea y Tessa me empujaron hacia adelante.
Haciendo muecas acepté el abrigo, eché la cosa apestosa sobre mi brazo,
manteniéndolo alejado como si se tratara de un animal muerto. Andrea, Tessa y
las demás se pusieron las suyas. Riendo, se colocaron las capuchas sobre la cabeza
y se pavonearon las unos a las otras. Asqueroso. ¿Cómo podían soportarlo?
—¿Cómo me veo? —Tessa se dio una vuelta. El pelaje la cubría de la cabeza a
las rodillas. Había abrochado los botones alargados de madera que la mantenían
cerrada. Solo sus manos, cara y algunos mechones de cabello castaño eran visibles.
—Como una alienígena —dije. Bajo el pelaje era idéntica a los Dakonianos del
video que finalmente había logrado ver.
Imitaba los cuernos con sus dedos índices presionados contra sus sienes.
—¿Qué tal ahora?
—¡Tessa! —reprendió Andrea, pero crispó la comisura de sus labios.
Tessa soltó una risita y metió las manos dentro de los bolsillos cosidas a los
lados. Sacó de allí dos mitones forrados con pelaje en el interior.
—Oigan todas, calentadores de manos —se los puso y las otras mujeres
revisaron sus bolsillos y encontraron el suyo. Sostener la piel de animal ya era
bastante desagradable. No tenía ganas de meter la mano en la piel y hurgar.
—Me pregunto qué clase de animal era —pensó Tessa.
—Creo que se llama kel —respondió el coordinador. Presionando su oreja con
una mano, ladeó la cabeza. —Muy bien, damas, estamos listos. Síganme, por favor
—hizo una seña y salió del centro de conferencias.
—¡Esto es muy emocionante! No puedo esperar a verlos —Tessa rebotó de un
pie a otro.
Un tornado se revolvió en mi estómago ante la inminente confrontación. La
justicia Carmichael podía subirme a un transbordador y trasladarme al otro lado de
la galaxia, pero la familia no podía obligarme a copular con un alienígena. De
ninguna manera. No va a pasar. Si lo Dakonianos eran amistosos y agradables
como lo había prometido Mundo Terra One, debería haber un periodo de
transición del tipo “conociéndote, no me toques, guárdate la polla”. Pero, con el
tiempo, mi supuesto compañero esperaría recibir lo que había pagado. El
alienígena se iba poner muy triste.
Solo planeaba quedarme aquí hasta conseguir mi apelación. Tenía que
conseguirlo. Tenía que ser. Cómo me lo notificaría Maridelle, de eso me
preocuparía más adelante. Enfrenta el encuentro. Una cosa a la vez.
En fila india, doblamos una esquina de la nave y la temperatura descendió al
menos cuarenta grados, indicando que nos acercábamos a la pasarela. El frío se
filtró entre las capas de ropa. Debí haberme puesto el pelaje. Olisqueé. No. Todo el
pasillo apestaba por el efecto multiplicado de cuarenta y nueve mujeres cubiertas
de animales muertos.
Entré a un mundo glacial blanco. Como agujas, punzaba el frío mi cara y se
colaba entre la barrera de ropa tanto como si no llevara nada en absoluto.
Respiraba con dificultad por el choque, aspirando aire helado a mis pulmones.
¡Demonios! Ese mundo mitológico habitado por demonios no era nada
caliente. Era un yermo alienígena congelado. Con razón los Dakonianos tenían
cuernos, eran criaturas del mismo infierno donde vivían.
Mi cuerpo tiritaba y mis dientes traqueteaban. Apresuradamente, me cubrí
con el pelaje. Me cubrió del cuello a los tobillos. Mis dedos estaban tan
agarrotados del frío que con dificultad podía abrochar los botones alargados. De
un tirón me puse la capucha sobre la cabeza y hurgué los bolsillos en busca de los
mitones. Mis manos temblaban tanto que dejé caer los mitones en la nieve. Antes
de que los pudiera recuperar, la fila de mujeres me empujó hacia adelante y el
viento se llevó mi clamor que pedía que se detuvieran. El frío sacó lágrimas de mis
ojos congelándolos en mi rostro.
El único calor provenía de un ardiente odio hacia los Carmichael o hacia
Mundo Terra One, o hacia quien me trajo aquí.
Con la cabeza agachada, seguí la espalda peluda de la mujer que iba frente a
mí. ¿Andrea? ¿Tessa? No podía distinguirlo. Al menos yo estaba en el medio de la
manada, así que las que lideraban habían hecho un camino a pisotones y mis pies
no se enterraban en la nieve.
Una ráfaga de calor acarició mi rostro. Levanté la cabeza y parpadeé entre las
lágrimas para ver un gran edificio de piedra en forma de domo. Las mujeres iban
entrando, sosteniendo a un lado la gruesa solapa de piel que servía como puerta.
Aquí está. Ya no hay marcha atrás. Me atraganté con mi propia broma triste.
Respirando hondo, empujé hacia adentro.
Caliente. Caliente. Caliente. Como un mantra, las palabras circulaban por mi
mente. Un enorme fuego ardía en un hogar que se encontraba en el centro; el
humo subía y salía por un agujero en el techo. En lugar de agolparse alrededor de
él, mis colegas novias de la red se quedaron quietas y en silencio, mirando
fijamente los… osos que estaban al otro lado de la habitación. Enormes osos
peludos.
Los alienígenas.
Nunca había visto seres tan grandes, su corpulencia realzada por el pelaje, las
capuchas echadas hacia atrás revelando sus rostros atezados. Mi mirada se dirigió
hacia sus cabezas. No había cuernos a la vista. A sus hombros caía una gruesa y
oscura cabellera lacia. Ojos y orejas: afortunadamente, sólo dos de cada uno. Una
boca, una nariz. Nada de escamas.
Algunos sonreían y con alivio noté que no tenían colmillos ni lengua de
lagartija. Hasta donde lograba ver.
—¡Se parecen a los hombres de Tierra! —susurró una mujer a mi derecha, me
percaté que era Tessa.
A primera vista sí, pero si te enfocabas en las sutilezas, no. Trabajando para
los Carmichael había aprendido que prestar atención te mantenía con vida. Si no
hubiese notado ese leve parpadeo en los ojos de Jaxon, ya estuviera muerta. Así
que notaba detalles que otros ignoraban. Los rasgos de los Dakonianos eran más
marcados y ásperos que el de cualquier hombre Terrano; su iris era tan oscuro que
parecían casi negros, y mientras que en Tierra su tez podría ser considerada como
“bronceada”, tenía una calidad tonal que nunca había visto en un ser humano.
Eran mucho más altos de lo que se consideraba normal entre Terranos. El más bajo
de estatura superaba los dos metros.
—Son macizos —dijo Tessa.
—Bastante bien. Estarán bien —murmuró Andrea al otro lado.
Una de las mujeres se quitó la capucha, las demás hicieron lo mismo y la
sonrisa de los hombres se agrandó; les gustaba lo que veían. Mantuve mi capucha
puesta; no me había recuperado del frío. O quizá me estaba escondiendo del viejo
de la bolsa de dos metros de alto disfrazado de alienígena. ¿Podíamos confiar en
estos hombres?
Uno de ellos se separó de la manada y se acercó. Ahora vi lo que se había
ocultado por la distancia: pequeñas protuberancias de color marrón oscuro que se
asomaban entre el cabello. ¡Sí tenían cuernos!
—¡Bienvenidas, hembras! Soy Enoki, líder del consejo de clanes de Dakon.
Estamos contentos de que hayan llegado.
¿Hembras? Estupendamente… deshumanizante. O quizá la traducción no era
exacta. Froté el bulto detrás de mi oreja. Al menos le había entendido, el traductor
sí funcionaba.
—Gracias.
—Hola.
—Contenta de estar aquí.
Las mujeres respondieron con sus propios saludos. No parecían estar
ofendidas por ser llamadas “hembras”. La expectación y la emoción aumentaron
palpablemente en la habitación.
—Permítanme explicarles cómo funcionará el proceso de selección. Se nos
informó que cincuenta de ustedes llegarían en la primera fase. Para ser justos con
todos los hombres solteros, el consejo realizó un sorteo. Los ganadores sacaron
una ficha numerada. Elegirán una pareja en orden. Si no les agrada el hombre que
las elige, pueden rechazarlo y él elegirá a alguien más.
¿Una selección de patio de escuela? ¿Hablaban en serio? Cuando el rechazado
eligiera a alguien más, la mujer número dos siempre recordaría que había tomado
el segundo lugar. ¿Y qué hay de la última mujer que quede en pie? Estos hombres
no habían pensado bien su pequeño proceso de selección. Aun así, una parte de
mí se entusiasmó por el hecho de que tendría parte en la decisión. Por primera vez
en mucho tiempo, tendría una opinión qué decir en lo que me sucedía.
Los hombres seguían sonriendo. Su felicidad y gratitud parecían genuinos y
contagioso. ¿Sería tan malo sentar cabeza con un alienígena? ¿En todo caso, qué
me esperaba en casa? Mis padres habían muerto en un accidente de
aerodeslizador cuando yo era niña; me había criado mi abuela materna, una arpía,
y nunca me hacía olvidar la magnitud de su sacrificio. Apenas cumplí la mayoría de
edad, me marché y nunca miré hacia atrás.
Pero Terra es mi hogar. Y es cálido. Tirité y me acurruqué más en el apestoso
abrigo. ¿Siempre hacía tanto frío?
—Una vez que hayan aceptado la selección, se unirán a su pareja y partirán
con él hacia su campamento —dijo Enoki. —Empecemos. ¡Número uno!
Un hombre alto de ojos negros y con el cabello suelto en la capucha de su
abrigo de piel, características que prácticamente los describía a todos, avanzó
hacia adelante. Su mirada se enfocó en una hermosa mujer de piel aceitunada y
ojos ovalados. Recuerdo que su nombre era Callie. Malversación.
—Mi nombre es Krok. Te elijo a ti.
Callie sonrió, pestañeando. Algunas personas nacieron coquetas.
—Me encantaría.
Le tendió la mano, ella se la tomó y le dijo su nombre. Mientras se la llevaba,
dijo adiós con la mano que estaba desocupada.
—¡Adiós, damas! ¡Buena suerte!
—¡Adiós, Callie!
La despedida fue como un golpe en seco y miré a Tessa y Andrea. Nos
habíamos hecho amigas. ¿Nos volveríamos a ver? ¿A qué distancia estaban los
campamentos? ¿Y a qué se referían con campamento? Eso sonaba… primitivo.
El número dos se acercó a Andrea.
—Eres muy hermosa. Soy Groman. Sería un honor si aceptaras ser mi
compañera.
Ella lo evaluó, su escrutinio apenas por debajo de un examen rectal visual. Por
el tiempo que tardó, casi sentí pena por el tipo. Podía ver su confianza en sí mismo
decaer con cada segundo que pasaba. Al fin asintió.
—Estoy de acuerdo —Andrea me abrazó. —Encontraremos la manera de
volvernos a ver —susurró a mi oído. —Recuerda, su nombre es Groman.
—Groman —repetí, mientras la abrazaba fuertemente. Se me hizo un nudo en
la garganta. —Espero que encuentres lo que viniste a buscar, Andrea.
—También tú. ¡Buena suerte!
Esperaba conseguir mi apelación para que pudiera regresar a Terra.
Luego, abrazó a Tessa y se fue con su novio alienígena.
—¡Número tres! —dijo Enoki en voz alta.
Nadie avanzó hacia adelante. Los hombres se miraron los unos a los otros.
Varios revisaron sus fichas, por si tuvieran el número equivocado.
—¿Número tres? —dijo Enoki en voz alta. —¿Torg?
—Torg no está aquí —dijo un hombre.
Enoki sacudió la cabeza.
—Muy bien, entonces puede esperar hasta el final. ¡Número cuatro!
Un alienígena sonriente saltó hacia adelante.
Uno a uno se emparejaban las mujeres y los alienígenas. Nadie fue rechazado.
Tessa fue elegida décima por un hombre llamado Loka.
—Quítate la capucha para que puedan ver tu rostro —me susurró al oído
cuando nos despedimos de un abrazo.
Mi pecho se apretó mientras se alejaba con pasos danzantes junto a su alto
novio alienígena. Me recordaban a los recién casados. Lo único que le faltaba a
esta fiesta era confeti. Y pastel. Ojalá tuviera un poco. El proceso de selección me
había provocado ansias de comer por el estrés. De las cincuenta mujeres, Andrea
había sido elegida en segundo lugar y Tessa en el décimo. Una envidia irracional
hizo un nudo en mi estómago y la sensación de humillación me hizo sonrojar.
Once. Doce. Trece. Catorce. Siguiendo el consejo de Tessa, me quité la
capucha. Veinticinco, veintiséis. Ni un solo alienígena me miraba. Treinta y uno.
Treinta y dos. No era una belleza despampanante, pero estaba a la altura de al
menos algunas de las mujeres que quedaban. Tenía ojos lindos. Buena piel. Una
nariz adorable. Sin duda, llevaba un exceso de equipaje en las caderas y piernas,
pero con el pelaje desagradable y apestoso no se notaba. Todas éramos masas
voluminosas. ¿Qué les pasaba a éstos alienígenas? Cuarenta y cinco. Me crucé de
brazos, metí mis manos todavía heladas debajo de mis axilas y fruncí el ceño.
Genial.
Cuarenta y siete, cuarenta y ocho.
El último. El número cuarenta y nueve se acercó a pasos largos a la otra mujer
que no había sido escogida.
—Estoy tan aliviado —dijo él. —Me preocupaba que alguien más te reclamara
antes de que llamaran mi número. ¿Te gustaría ser mi pareja?
Zalamero imbécil. Se me cerró la garganta y de un tirón me puse la capucha
sobre la cabeza. Si pudiera arrastrarme hasta un montículo de nieve, lo haría. Estos
alienígenas, desesperados por mujeres, me habían pasado por alto, cada uno de
ellos. Me acurruqué dentro del abrigo de piel y apreté la lengua contra el cielo de
mi boca para no llorar. Solo quedábamos Enoki, el líder alienígena, y yo.
Se aclaró la garganta.
—Por defecto, Torg será tuyo.
Me había olvidado del número tres que se había ausentado. Poco importaba,
porque nadie me había elegido; nadie se había fijado en mí. ¿Por qué?
—No puedo imaginar qué puede estar reteniendo a Torg —dijo Enoki.
Una ráfaga de aire frío entró a la habitación cuando la solapa se levantó.
—¡Aquí estoy!
Capítulo 4

Torg
Una gran cantidad de huellas conducían hacia el lugar de reunión; la mayor
parte, si es que no toda la selección, ya se había hecho. La furia se encendió
nuevamente. El deshielo vendría antes de que Armax y Yorgav salieran de la cueva
de detención.
Me apresuré hacia el pabellón, empujé a un lado la solapa y entré.
—Aquí estoy.
Enoki estaba frente a una figura solitaria envuelta en kel. Era pequeña, apenas
un poco más grande que un niño. Tenía la esperanza de que las primeras
impresiones fueran engañosas.
—¡Llegas tarde! Ha sido una falta de respeto —el jefe del consejo me miró con
furia por encima de la cabeza inclinada de la mujer. No, era tan pequeña como
parecía.
—Hubo un problema en el campamento. Me disculpo por la tardanza.
—No es conmigo con quien deberías disculparte. Torg, te presento a tu
compañera.
La mujer se dio la vuelta. Por debajo de la capucha, que cubría la mitad de su
rostro, se asomaba paja amarilla como la hierba que alimentaba al kel antes del
violento embate del invierno. De lo poco que podía ver, tenía una diminuta
barbilla, labios bien formados y una nariz chata rosada por el frío. Alzó la cabeza y
echó hacia atrás la capucha.
Intenté no retroceder, pero me estremecí. ¡La paja cubría toda su cabeza!
Rebotaban de su cuero cabelludo en espirales sueltos, enrollándose en su cuello y
rozando sus hombros. Igual de impactante eran sus ojos azules como el cielo
durante la corta temporada de cultivo, un color antinatural y desconcertante de
ver en una persona.
Peor aún, era escuálida. No me llegaba a los hombros e incluso con el volumen
adicional del grueso kel, podía notar que era piel y huesos. Había esperado por una
hembra que se pareciera más a los Dakonianos, pero había conseguido una que no
podía parecer más alienígena si lo hubiera intentado.
Pero era mía. ¡Tenía una compañera! La satisfacción y posesividad que nunca
había experimentado me llenaron precipitadamente y en un segundo comprendí
por qué los dos hombres que estaban en la cueva de confinamiento se habían
peleado por una hembra. Pelearía con cualquiera que me quitara a esta.
Incluso si no era precisamente lo que hubiera escogido.
Incluso si me miraba con furia y desagrado.
No podía culparla. Le había faltado el respeto con mi tardanza. Me acerqué.
—Lamento mi demora. Mi nombre es Torg.
Se quedó callada. ¿Estaba fallando el traductor? ¿Le habían implantado uno?
Los Terranos habían prometido hacerse cargo de eso.
—Starrconner —su voz era grave, una voz ronca y, a pesar de su extrañeza, de
inmediato sentí una aceleración en la entrepierna.
—Starrconner —repetí el inusual nombre para asegurarme de que lo tenía
bien.
—Solostarr —dijo ella.
—¿Solostarr?
—Llámeme. Starr —señaló al techo. —Star. Como lo que hay en el cielo por la
noche.
—Starr —intenté de nuevo.
—Así es.
—Debemos irnos ahora. Hay que caminar bastante y pronto caerá la noche —
el brillo de la nieve intensificaba la luz de las estrellas, proporcionando suficiente
iluminación para poder ver, pero la temperatura descendía vertiginosamente al
caer la oscuridad. Y si se desataba el viento… aunque tuviera el kel, Starr ya
parecía tener frío. Además, estaba ansioso por llevarla a casa. Mi compañera.
Sonaba increíble.
—¿Caminar? ¿Afuera? ¿A qué distancia?
—Aproximadamente dos tripta.
No reaccionó al principio y luego, se llevó una mano a la parte trasera de la
oreja y sus ojos se abrieron de par en par.
—Un tripta son casi cinco kilómetros. Dos tripta son nueve kilómetros y
medio. ¿En la nieve?
—¿Kilómetro? No identifico esa palabra. Un tripta es la distancia que puede
recorrer en una hora un hombre caminando a un paso constante —caminando de
prisa, he completado el viaje en menos tiempo, pero no esperaba que una hembra
pudiera ir tan rápido. —Somos afortunados. Mi campamento está cerca del lugar
de reunión. Otros vinieron de más lejos.
Enoki asintió en confirmación.
—¿No tienen algún tipo de transporte? ¿No hay un aerodeslizador?
¿Vehículos terrestres? —tiró del pelaje alrededor del cuello.
—Tenemos carretas con skis —respondí. —Son tirados por kel, pero los
animales pueden ser domesticados parcialmente, así que son impredecibles y
echan a correr sin advertencia. Restringimos el uso de las carretas al transporte de
materiales, no de personas.
—¿Usan animales?
—¿Qué más usarías?
—Oh, no lo sé… ¿mineral iluviano?
—¿Rocas? ¿Qué haríamos con las rocas?
—Bueno, células de energía. Energía solar. Demonios, incluso combustible
fósil o vapor.
Sacudí la cabeza.
—Ya nada de eso tenemos.
—¡Santo Dios! He sido transportada a la era de piedra.
Nuestras vidas fueron diferentes alguna vez, pero el asteroide lo cambió todo.
Por dos siglos nos hemos aferrado a la supervivencia y estuvimos a punto de
perder el control cuando aparecieron los Terranos. Cincuenta hembras no
bastarían para salvarnos, pero es un comienzo. Y si llegaran más…
Miré a mi pequeña hembra de cabello amarillo y pajoso de ojos escalofriantes.
Ella representaba nuestra última esperanza. Nuestros hijos serían parte
Dakoniano, pero una parte era mejor que nada.
—Deben irse —instó Enoki, —antes de que caiga la noche y traiga consigo más
frío. No querrás que tu hembra se resfríe.
¡Lo sabía! Me irritaba que había sentido la necesidad de señalarlo como si yo
había sido negligente en mi deber de cuidarla. Tampoco me agradaba la forma en
que le sonreía. O la forma en que ella le respondía. Si sonreía, debía ser a mí.
—Vamos. Sígueme —dije secamente y entonces noté sus manos desnudas. —
¿No tienes mitones?
—Los perdí.
—Toma los míos —saqué las mías.
Se las puso. Le quedaban tan grandes que pudo haber metido dos manos en
un mitón.
El frío golpeó mi rostro cuando abrí la solapa para que Starrconner saliera. A
paso ligero, dirigí el camino al otro lado del recinto, la nieve estaba tan compacta
como hielo por los pistones de la gente. Cuanto antes llegáramos al campamento y
a nuestra cueva, antes podríamos, ella y yo, conocernos.
—¡Oh, oh… rayos! —¡Zas!
Me di la vuelta. Starrconner estaba tendida boca arriba.
—Rayos… hijo de puta —por su tono, supuse que las palabras desconocidas
eran maldiciones. Corrí a su lado y le ayudé a ponerse de pie.
—¿Estás bien?
—El suelo está más resbaladizo que los mocos de perro —se quitó la capucha
y se frotó la cabeza.
No sabía lo que eran mocos de perro, pero entendí resbaladizo. Señalé hacia
el bosque.
—Iremos por ese camino. Camina sobre mis pisadas y te resultará más fácil —
sacudí la nieve del abrigo, le coloqué la capucha sobre su cabeza y metí los
mechones rebeldes. Aunque parecía paja, se sentía muy suave, resbaloso en un
buen sentido, y tuve que resistirme a tomar un puñado y acariciarlo. Era muy
pronto para un contacto tan personal. ¿Tal vez un cumplido podría romper el
hielo? —Tu cabello es más resbaladizo que los mocos de perro —probé un
modismo de su idioma.
Quedó boquiabierta, me miró con el ceño fruncido y avanzó hacia el bosque
dando fuertes pisotones, entonces me di cuenta de que había dicho algo
inadecuado. El traductor dejaba mucho que desear. Si era una muestra de la
avanzada tecnología Terrana, no parecía ser muy útil.
Me apresuré delante de ella para guiar el camino. Encontré las marcas que yo
mismo había dejado en la nieve y pisé sobre ellas. La caminata era tranquila y me
movía de prisa, pero cuando volví a ver a Starr noté que se había quedado atrás.
Mucho más pequeña que yo, luchaba por alcanzar las hendiduras que había
dejado para ella. Mis pisadas estaban muy distanciadas para los pasos cortos que
ella daba y la nieve era muy espesa. Mientras que a mí me llegaba hasta la
espinilla, a ella la cubría hasta los mulsos. Arrastraba el kel por la nieve y
entorpecía aún más su avance.
Seguí mis pasos, dejando una huella profunda entre las originales.
—¿Cuánto dura el invierno? —preguntó.
—Doce meses —respondí.
—¿Todo el año? —se veía horrorizada.
—Hay quince meses en un año. En dos siglos, nuestro invierno ha disminuido
gradualmente. Cuando el asteroide impactó, no volvimos a ver la luz del sol por
años —expliqué. —Eso fue mucho antes de que yo naciera.
Ladeó la cabeza.
—¿Cuántos años tienes, Torg? —era la primera vez que me llamaba por el
nombre. Con su ronco acento Terrano, sonaba alienígena y extrañamente
excitante.
—Treinta y cuatro rotaciones anuales ¿Y tú?
—Veintiocho.
Ahora conocía dos detalles acerca de esta hembra. Su nombre y su edad.
Starrconner tenía veintiocho rotaciones.
—¿Cómo son los otros tres meses?
—Más cálidos. La nieve se derrite. Crece la hierba y florecen las flores casi de
la noche a la mañana. Esa es nuestra temporada de cultivo durante la cual
sembramos, cosechamos y nos preparamos para el frío. ¿Cuántos meses de
invierno tiene tu planeta?
—Tres meses según el calendario, pero la duración e intensidad varían. En
algunos lugares el frío es parecido a esto y el invierno dura cinco o seis meses.
Otros lugares son tropicales y no hace frío en lo absoluto. Pero, por lo general, el
invierno dura tres meses.
—Creo que me gustaría un invierno corto.
—Sí, no aprecié la brevedad.
Me preguntaba por qué había venido si había suficientes hombres en Terra y
el clima era tan agradable, pero esa conversación sería mejor tenerla frente a una
cálida hoguera.
—Avancemos —gran parte de nuestra caminata aún estaba por delante. —
Debería cargarte.
—No. No, puedo caminar. Solo… ve más despacio y trata de no dar pasos tan
agigantados.
—Puedo hacer eso —asentí.
Esta vez, dejé rastros frescos, pisando entre las huellas que había dejado
cuando fui al lugar de reunión, de manera que estuvieran menos separadas para
ella. Aun así, avanzábamos lento. Cada vez que la volvía a ver, parecía estar
luchando, pero se rehusaba a aceptar mis ofrecimientos de cargarla.
Mi abrigo de kel y las botas de piel mantenían el frío controlado, mientras que
la satisfacción de tener una hembra me llenaba de calidez por dentro. Muchas
veces había caminado hasta el lugar de reunión, algunas veces con Darq o con
otros hombres, pero nunca había sentido el grado de compañía que sentía con
Starr, a pesar de que no platicábamos. Me arrepentía de mi reacción inicial por su
apariencia. Su cabello amarillo de paja, aunque era feo, era suave como el vello de
un kel cachorro. Por su bien, deseaba que fuera más grande y que estuviera más
rellena, porque le iría mejor con el invierno, pero su escualidez no afectaba mi
creciente apego.
Quizá Armax y Yorgav merecían un agradecimiento de mi parte. De haber
llegado a tiempo, no hubiera escogido a Starr y no hubiera conocido esta
satisfacción. Sin embargo, no podía desconfinarlos antes de tiempo. Necesitaban
aprender que las diferencias no se resuelven peleando. El clima traía consigo
suficientes desafíos sin sumar las disputas entre nosotros. La discordia consumía
energía y recursos que necesitábamos para sobrevivir e incluso, las recién llegadas
no aseguraban nuestro futuro. La disensión amenazaba a todos. Los Dakonianos
teníamos un largo camino por recorrer antes de podernos tomar un descanso. La
escasez de hembras no se resolvería por sí sola, por al menos una generación o
dos.
Pero, ahora que tenía mi propia hembra, empatizaba con Armax. Si alguno
intentaba robarme a Starr, probablemente reaccionaría igual que él. Quizá debo
ser más tolerante.
En la quietud del bosque, me percaté de un extraño ruido. Me detuve e incliné
la oreja.
—¿Escuchas eso?
—¿Q-q-qué-e-e? —peguntó Starr.
Me di la vuelta. Sus dientes traqueteaban y su cuerpo temblaba. Avancé
algunos pasos hacia ella.
—¡Estás helada!
—¡In-infi-ernos, c-c-claro! —su tono insinuaba que mi comentario había sido
ridículo.
—La piel de kel debió mantenerte caliente.
—El a-a-abrigo está bien, pero mis pies están m-m-mojados. No nos falta
mucho, ¿cierto? ¿Ya casi llegamos?
¡Su delgado calzado! ¿Por qué no le traje unas botas de kel? Los Terranos
podían atravesar la galaxia con naves voladoras, pero no sabían ni pizca de cómo
vestir para el frío. Debí prever esto y estar mejor preparado. Por eso, el consejo
había juntado y provisto el kel, por si acaso. Y habían tenido razón.
Si hubiéramos podido caminar a mi paso, ya estuviéramos en casa.
—Ya hemos avanzado la mitad del camino.
—¡Por d-d-dios! —parecía estar a punto de romper en llanto.
Suficiente. A veces, un hombre debía hacer lo que era correcto, a pesar de lo
que su hembra dijera. Me agaché, la recogí y la colgué en mis hombros.
—¡No! ¡D-d-detente! ¡B-b-bájame!
Llevaba nieve pegada desde los pies hasta la mitad de la pierna. Los delgados
leggins estaban mojados y tiesos por el hielo. El frío podía ser mortal para quien no
se abrigaba lo suficiente. Me apresuré trotando ahora que ya no tenía que ir a
paso lento.
Colgando sobre mi hombro, me golpeaba el trasero y piernas, sus golpecitos
sobre el grueso kel resultaban inútiles. El esfuerzo ayudaría a calentarla.
—Tus protestas tendrían más peso si pudieras pronunciarlas sin castañetear
los dientes.
—Soy demasiado pesada para que me cargues todo el camino.
Pesaba apenas más que un copo de nieve.
—¡Ah! Haces una broma. Me gusta que mi hembra tiene un buen sentido del
humor.
Capítulo 5

Starr
El hombro de Torg cavaba mi estómago como una roca. Una roca ancha, dura
y masculina. Corría a zancadas a través de la nieve a una velocidad que no hubiera
podido igualar ni con el mejor clima. Los dedos de mis pies estaban doloridos por
el frío y no podía parar de temblar, pero le golpeé el trasero para que me bajara.
Aunque llevarme colgada sobre sus hombros como un saco de patatas
genéticamente modificados disminuían la intimidad, el contacto directo me
incomodaba por muchas razones: a pesar de su aparente facilidad al cargarme, yo
era muy pesada; me propuse valerme por mis propios medios; no estaba segura
de querer ir donde me llevaba; él no había resultado ser como esperaba.
Su salvaje caballerosidad hacía que me agradara.
No era parte del plan. Tenía que volver. Además, la química era importante. El
tipo debía estar tan enamorado hasta tropezar con sus propios pies. Torg no lo
estaba. Avanzó a través de la nieve como una gacela o un kel, o lo que sea. Sí, sí,
nos conocimos hace apenas un par de horas. Pero, en aquel pabellón en forma de
domo, había visto la desilusión en sus ojos. Shock a primera vista. Lo había
ocultado y me había tratado cortésmente desde entonces, pero no lo podía
olvidar. Si no hubiera llegado tarde y si no se hubiera encasquetado conmigo,
tampoco me habría elegido. En un planeta desesperado por mujeres, ningún
alienígena me escogió.
Me han dicho que tengo bonitos e impresionantes ojos, eso dijo la mayoría, y
siempre había creído que tenía un lindo cabello, así que tenía que ser por mi peso.
Los alienígenas no se enamoraban de chicas voluptuosas. ¿Qué más podría ser?
—Bájame —exclamé otro acto de protesta acompañado de una leve
manotada.
Si accedía, estaría en problemas. Mis zapatos sintéticos baratos ofrecían poca
protección o calor. Se habían empapado. Llevarlos puestos era un poco mejor que
andar descalza. Un dolor punzante penetraba mis pies y dedos. Mis piernas se
habían entumecido. Sin los abrigos habríamos perecido de hipotermia. Me
pregunto cómo le iba a Andrea y a Tessa.
—Hasta que lleguemos al campamento —respondió, para mi alivio.
Me preocupaba el uso constante de la palabra “campamento”. Esperaba que
el implante hubiera traducido incorrectamente. En Mundo Terra One, la gente
pasaba días o semanas en áreas rodeadas de naturaleza llamadas campamentos,
por la única razón de complicarse la vida. Lo llamaban “subsistir”. Dormías en el
suelo duro en refugios improvisados y deficientes. Eran sucios y polvosos. Eran
muy calientes o fríos. Los insectos te picaban. Si llovía, te mojabas. Y todo eso
ocurría en un planeta civilizado y avanzado.
¿Subsistir en Dakon? Me estremecí.
—Pronto llegaremos a casa —Torg debió haber leído mi mente.
—Cuéntame de tu hogar —dije. —¿Cómo es?
—Es uno de los campamentos más agradables. Los otros clanes lo reclamarían
sin pensarlo si pudieran. Las cuevas son refugios naturales y son mucho mejor que
lo artificial.
—¿Dijiste cueva? ¿Una cámara dentro de una roca ahuecada?
— Así es. Pero hay varios túneles que se adentran en la ladera de la montaña.
Más que la gota que derramó el vaso, esto era la avalancha que desbordó el
vaso y lo fulminó. Había sido condenada injustamente de un crimen, exiliada a un
remoto planeta congelado, impidiéndome participar en la apelación, envuelta en
una apestosa piel de animal, entregada a un alienígena que me encontraba
deficiente, ¿y ahora tenía que vivir en una cueva durante un invierno eterno?
Como colgaba boca abajo, las lágrimas que goteaban de mis ojos se
congelaron en mi frente. Lloré más fuerte. Sollozos incontrolables estremecían mi
cuerpo. No sólo era gorda, fea y débil, sino que estaba hecha un manojo de
nervios.
—¿Qué sucede, Starrconner? —Torg se detuvo y me bajó de sus hombros. Al
instante eché de menos su calor corporal.
—N-n-nada —tartamudeé.
Frunció el ceño de preocupación y confusión.
—Tu traductor debe estar averiado. Esto —dijo, haciendo un ademán de mis
lágrimas, —significa nada. ¿Por qué lloras?
—Porque… —era demasiado.
Pero, sobre todo, por una extraña razón quería que me quisiera y no quería
vivir en una cueva.
Una caricia en la espalda se convirtió en una torpe palmada y en un instante
me vi envuelta por un abrazo de oso alienígena, mi rostro se prensó sobre el
enorme pecho de Torg cubierto de piel de animal. Apestaba, pero él olía bien. Y se
sentía bien. Robusto. Como el tipo de hombre en quien podías apoyarte. Por
mucho tiempo, me apoyé en mí misma.
Hipé y olisqueé intentando inhalar los mocos. De su bolsillo, Torg sacó un
retazo nada más ni nada menos que de piel de animal y lo untó suavemente en mi
rostro.
—Estarás bien, Starrconner. Te lo prometo.
La combinación de mi nombre y apellido en un solo nombre demostraba que
aún no comprendía la estructura de nombres Terranos, pero con esa voz
alienígena, ronca y áspera, sonaba tan dulce y encantador que lloré aún más
fuerte. En otro momento y lugar quizá lo hubiera deseado. Quizá lo deseaba, de
algún modo.
No, no lo deseaba. Planeaba limpiar mi nombre, irme a casa donde había
edificios reales, transporte y la red, y retomar mi organizada vida habitual libre de
los Carmichael.
¿No es así?
Torg me recogió, pero en lugar de colgarme en sus hombros, me llevó en sus
brazos.

***

Pude haber entrado a pie, pero Torg tenía que agachar la cabeza para entrar a
la cueva y tan pronto como lo hizo, la temperatura aumentó, calentando más al
adentrarse en la cueva iluminada por antorchas flameantes. Nuestra sombra,
enorme y descomunal se movía por las paredes de piedra a medida que nos
metíamos más adentro. No había bromeado acerca del túnel.
—Ya puedes bajarme.
—Aún no —dijo, asegurando más los brazos.
Apareció otra sombra y luego apareció un hombre grandullón. Su cabello
oscuro caía sobre sus hombros. Se parecía a Torg, aunque más joven y menos
apuesto.
—Esperaba que llegaras antes. Llegas tarde.
Torg torció la boca.
—Es lo habitual estos días.
—Me estaba empezando a preocupar.
—Estoy bien, aunque mi hembra se congeló —la frase posesiva pero objetiva
debía irritarme, pero no fue así. ¿Quizá le agradaba un poco? —Por favor, mueve
una cama cerca de la hoguera, ¿puedes?
—Ya está hecho —respondió. —Tengo una cazuela de guiso cocinándose.
—Piensas en todo. Gracias. Esta es mi hembra, Starconner, aunque prefiere
que le digan Starr —nuestras miradas se encontraron. —Este es mi hermano, Darq.
—Es un gusto conocerte también —respondí.
Torg hizo una señal con la cabeza.
—Ve tú delante.
Darq retrocedió y se dirigió por el pasadizo por donde había venido. Era más
bajo de estatura que Torg, pero ambos agacharon la cabeza para entrar por una
abertura que daba a una cámara. Era tan abrigado que tuve que reprimir un
gemido de placer. Iluminaban la habitación más antorchas y el fuego restallaba
dentro de un enorme agujero rodeado de piedras. Algo delicioso burbujeaba
dentro de una cazuela de barro sobre el carbón encendido. El humo subía en
espiral y salía a través de un agujero del techo rocoso. Aunque era tan primitivo
como había temido, era cálido y sorprendentemente hogareño.
Torg me llevó hacia la pila de pieles que estaba cerca de la hoguera.
—Tenemos que quitarte esa ropa mojada —dijo, y se quitó el abrigo. Debió
empequeñecer al quitarse la gruesa ropa de invierno para exteriores, pero, por el
contrario, agrandó su tamaño. ¡La anchura de sus hombros musculoso pudo haber
soportado dos veces mi tamaño! Su pecho ancho se estrechaba hasta su abdomen
plano y esbeltas caderas. Una túnica y un pantalón de cuero se amoldaba como un
guante a su cuerpo, llamando mi atención hacia el bulto entre sus musculosos
muslos. Era impresionante y ni siquiera estaba erecto. Tragué saliva al recordar la
conversación con Andrea y Tessa sobre la cosa de los alienígenas.
Se arrodilló junto a mí y tiró de mi abrigo de piel.
—Si te lo quitas, sentirás el calor aún más —persuadió con una sonrisa.
Oh, sentí el calor.
¡Santo Dios, era atractivo! Una barba oscura desaliñada matizaba su rostro y
emblanquecía más su sonrisa torcida. Tenía labios gruesos, y justo encima a la
izquierda, una pícara cicatriz. Una cabellera gruesa y sedosa rozaba sus anchos
hombros. Y entre los mechones se asomaban dos protuberancias de color marrón
oscuro. Cuernos. Eran tan adorables.
—¿Starr? Deberías quitarte el abrigo de kel —repitió.
—Oh, claro —sacudí los mitones de mis manos, pero mis dedos parecían no
lograr el movimiento. ¿Cómo era posible estar congelada y sonrojada al mismo
tiempo?
—Permíteme ayudarte —sacudió mis dedos, desabrochó el abrigo de kel y lo
quitó de mis hombros. —¡Estás empapada! —exclamó.
La fibra sintética de mi ropa había absorbido la humedad de tal manera que se
habían mojado incluso las partes que no estaban expuestas.
—Le traeré un poco de ropa seca —Darq desapareció y regresó unos instantes
más tarde y le lanzó una prenda a Torg. —Una de tus túnicas.
—No se me ocurrió pedir alguna prenda de su talla, no hubiera acertado.
Mañana conseguiremos algunos con el curtidor.
—La ropa de niños le quedaría mejor —sugirió Darq.
—Creo que tienes razón.
—¿De niños? —farfullé.
—Eres más pequeña que las hembras de nuestra especie. La talla de adultos
te quedaría muy grande —alcanzó el dobladillo de mi empapada camisa de dormir.
—No —me aparté. Miré a Torg y a Darq.
—¿Qué sucede?
—No puedo quitarme la ropa frente a ustedes.
—¿Por qué no?
—¡Por que recién nos conocimos! Apenas te conozco y a tu hermano no lo
conozco en lo absoluto.
—¿Y eso qué tiene que ver con quitarte la ropa?
—¿Acaso te desnudas frente a cualquiera?
—Si se moja nuestra ropa y nos congelamos, nos la quitamos. Es lógico —Torg
miró a su hermano, quien se encogía de hombres como diciendo “Estoy de
acuerdo”. Nos habíamos topado con una de esas diferencias culturales.
—Yo no —de un arrebato tomé uno de los abrigos más livianos y me cubrí,
sintiéndome bastante expuesta con su mirada escudriñadora. Dudaba que alguna
vez estaría lista para mostrarle a Torg la desnudez de un cuerpo perfecto, y
ciertamente no lo mostraría a su hermano espectador que no estaba involucrado
en este trato de compañeros. ¿Vivían todos los Dakonianos junto a sus hermanos o
familiares? Darq había mantenido la hoguera encendida, había preparado la
comida, que esperaba fuera servida pronto, y se había ido a traerme ropa seca.
Parecía deferir a Torg. ¿Era ese el comportamiento típico de un hermano menor?
—Debemos quitarte el calzado, al menos —dijo Torg. —Debo comprobar si
hay quemaduras por frío.
—Eso sí te permito hacer —respondí y le permití quitarme de un tirón uno de
mis botines tobilleros.
Torg lo miró detenidamente. El material sintético supuestamente lo hacía
impermeable al agua, pero eso había demostrado ser una patraña. No había
recorrido medio kilómetro cuando ya se habían empapado los botines. Su boca
sexy se curvó de disgusto y tiró el botín a un lado.
—Son pésimos.
Concordaba. Si no me hubiera cargado, estaría metida en un gran lío
Dakoniano.
Se deshizo del otro botín de la misma forma y luego me removió las dos
medias. Con sus manos fuertes y suaves masajeó mis pies.
—Los dedos de tus pies están congelados.
Ni en un millón de años hubiera esperado tener un alienígena sexy y macizo
atendiéndome y masajeando mis pies. Desafortunadamente, dolía mucho como
para disfrutarlo. Tenía una sensación punzante en los dedos de mis pies que se
intensificaba a medida que mis pies entraban en calor.
—¡Ay! —gesticulé y me dejé caer sobre los codos.
—Sé que duele. Mejorará —miró mi pie detenidamente. —Tienes suerte de
no sufrir un daño permanente —miró a Darq. —Asegúrate de conseguirle un par
de botas y ropa.
Cuando el dolor se convirtió en placer, detuvo el masaje.
—Ahora tus prendas.
Sacudí la cabeza en desacuerdo.
—Tienes frío y estás mojada. Estarás más abrigada con ropa seca.
¡Seguro! Pero no me desvestiré frente a ellos.
—No.
Pasó la mano sobre la cabeza. A pesar de las circunstancias y de nuestro
desapego, me preguntaba cómo se sentiría su cabello entre mis dedos. Se veía tan
suave y brillante. Ningún hombre debería tener un cabello tan fino. No estaba
bien.
—Eres mi hembra. Es mi deber cuidarte. No cederé —la mirada de sus sexy
ojos cafés se endureció.
Acerqué el kel a mi barbilla y luego tuve una idea.
—Me cambiaré la ropa debajo de la manta —tampoco me agradaba la idea de
esperar que la ropa se secara en mi cuerpo.
—De acuerdo —me entregó la túnica que Darq había conseguido.
Quitarme varias capas de ropa contoneándome debajo de una pesada piel de
animal tomaba su tiempo. Con cada prenda que le pasaba, Torg se asombraba
cada vez más. Cuando estuve finalmente desnuda de la cintura hacia arriba, me
puse la túnica rápidamente, mi prisa se alimentaba más por el hábito que por el
miedo. Me encontraba sola en una cueva a miles de millones de kilómetros de
casa, con un alienígena desconocido, pero empezaba a confiar en él. De haber
tenido la intención de atacarme, ya lo habría hecho.
La túnica, hecha de piel suave y flexible, calentaba mi piel. Me estaba
acostumbrando al olor del kel; ya no me molestaba tanto como al principio. Con
pudor, trataba de quitarme la ropa de la mitad inferior.
Los pantalones y leggins empapados resistían el esfuerzo por quitarlas, pero lo
logré. Mis pantalones altos tenían bolsillos profundos en las caderas y piernas, y
había guardado allí dentro mi ropa interior extra.
Un par de bragas cayeron de uno de los bolsillos.
Torg lo recogió y frotó la tela entre sus dedos. Lo acarició.
—¿Qué es esto?
Genial. Ahora tenía a un alienígena manoseando mi ropa interior. Lo mejor
que debía hacer era actuar con naturalidad y despreocupación, pero el calor subía
por mi rostro, así que cogí las bragas y las volví a meter en el bolsillo.
—Ropa interior —balbuceé.
—¿Los usas debajo de tu ropa?
—Sí.
—¿Por qué razón?
Para proporcionar calor adicional o para estimular el interés sexual eran
explicaciones que no eran relevantes, y de ninguna manera iba a discutir el
propósito higiénico y utilitario de la ropa interior.
—Es algo que hacemos los Terranos.
Aceptó la explicación asintiendo.
—¿Ustedes no usan ropa interior? —se requirió de toda mi fuerza de voluntad
para abstenerme de verle el bulto.
—No.
—¿Por qué no?
—Es algo que los Dakonianos no hacemos —su divertida sonrisa alteró mis
zonas erógenas. Otra sonrisa como esa y quedaría en evidencia la razón por la que
usábamos bragas. Apreté las piernas. Torg se puso de pie y colgó mi ropa mojada
en un perchero cerca de la hoguera.
Darq se aclaró la garganta. Había olvidado que estaba allí.
—Si ya has instalado a tu hembra, un asunto serio requiere tu atención.
—¿Qué sucede?
—Mientras no estuviste, Armax intentó matar a Yorgav.
Las maledicencias de Torg no necesitaban traducción.
—¿Cómo? ¡Estaban confinados! ¿Seguro que no fueron puestos juntos en la
misma cámara?
Darq sacudió la cabeza.
—No, pero los celos y la ira superaron el honor. Armax salió de la cámara de
confinamiento, buscó a Yorgav y lo atacó mientras dormía. Es posible que Yorgav
no sobreviva.
—Armax debe ser desterrado.
El destierro no sonaba como algo bueno. Al haber experimentado de manera
personal y de cerca el clima, no podía imaginarme estar sola allí afuera. Habría
muerto congelada si no fuera por Torg. Sin que nadie me lo dijera, sabía que, en un
mundo como este, los números aseguraban protección. Al llegar al campamento
nos había recibido una hoguera chisporroteante y una cena burbujeante porque
alguien más lo había hecho.
—Temí que dijeras eso —dijo Darq. —Estamos en la peor parte del invierno.
—¿Qué debo hacer? —peguntó Torg. —No podemos permitir ese grado de
violencia. No tendré a un asesino en mi tribu. El destierro es la única solución.
La culpa y el temor se alojaron en mi garganta en forma de un nudo asfixiante.
A bordo del SS Australia habíamos sido francas e incluso presumidas sobre
nuestros crímenes. Desde luego, yo era inocente. Pero ¿me creería Torg cuando
toda la “evidencia” me contradecía? Había sido condenada; una corte de mis pares
comprada o extorsionada por los Carmichael había certificado mi supuesta culpa.
¿Me desterraría Torg si lo descubriera? En efecto, ya había sido exiliada una vez,
Mundo Terra One me había enviado a Dakon en una nave. ¿Pero ser expulsado de
la seguridad de la tribu a una congelada tierra salvaje?
¿A cuántas personas le había dicho sobre mi condena? Me devanaba los
sesos. A Andrea y a Tessa con certeza. ¿A cuántos le dirían? Hasta donde tenía
entendido, era la única a bordo del SS Australia que había sido condenada por un
crimen violento. Los demás habían sido delitos de cuello blanco y/o contra la
propiedad. Una apuesta segura por parte de Terra. Dakon no tenía nada que robar.
Por lo que he visto, no tenían nada de valor más que el mineral iluviano, que Terra
había apartado, y tal vez apestosas pieles de kel. El jurado aún estaba deliberando
sobre eso.
—Tienes razón y eres el jefe del clan —dijo Darq. —Es tu decisión.
¿Torg era el jefe de un clan? Con razón su hermano le defería a él.
—¿Q-que tal si Armax no fue el responsable? —pregunté.
Darq respondió.
—Él lo hizo. Las manos y la túnica de Armax estaban manchadas con la sangre
de Yorgav.
La sangre de Jaxon Carmichael me había salpicado tras haberle partido la
cabeza.
—Pero si Armax es desterrado, podría morir allá afuera, ¿cierto? —imaginé mi
cuerpo frío y congelado enterrado en la nieve. Cuando llegara la temporada de
cultivo, aún estaría allí, perfectamente preservada en el hielo.
—Sí podría —asintió Torg. —A menos que pueda convencer a otro clan para
que lo acoja —miró a Darq. —Mi hembra tiene un corazón compasivo. Expúlsalo,
pero dale una piel de kel extra.
Darq asintió.
—¿Qué sucederá con Icha?
—Ella se queda. No podemos permitirnos perder a una hembra. Además, ha
hecho su elección, ¿no es así?
—No estoy seguro si eligió a Yorgav sobre Armax o si estaba tratando de
ponerlo celoso.
—Icha ha sido una persona problemática desde que era una niña, pero el clan
todavía la necesita.
—¿Qué sucederá si muere Yorgav?
—Entonces tendrá que elegir otro compañero.
Capítulo 6

Torg
El estómago de mi hembra retumbaba. Ella gesticuló.
—Lo siento.
—No deberías disculparte por tener hambre —dije. —Soy yo quien debe pedir
disculpas —había olvidado de darle de comer. Me apresuré hacia el guiso que
hervía a fuego lento, serví con un cucharón una porción generosa en un bol de
madera y se lo ofrecí con una cuchara de madera. La comida sustanciosa la
engordaría. La aceptaba tal como era, pero si ganaba más peso soportaría mejor
nuestro clima helado.
Miró el bol.
—¿Es kel?
—Y un poco de tubérculos secos que han sido rehidratados. ¿Cómo supiste?
—pregunté.
Se veía adorable acurrucada en la piel de animal, su cabello amarillo
enrollándose en su rostro, sujetando fuertemente el bol con sus pequeñas manos.
De no haber sido por Armax y Yorgav, no la habría tomado en cuenta y eso habría
sido terrible. Tenía una deuda de gratitud con ellos. Maldigo a Armax por llevar la
disputa al siguiente nivel obligándome a hacer cumplir las leyes. Nuestra
supervivencia depende del orden, de que trabajemos juntos. Pelear entre nosotros
mismos nos destruiría más rápido que cualquier temperatura bajo cero. El
asesinato era una de las prohibiciones principales. La agresión era común y los
hombres peleaban, pero en toda mi vida no habíamos tenido un homicidio.
—Golpe de suerte —dijo. —¿No vas a comer?
—En breve —Darq me hizo señas de que quería hablar conmigo a solas. —
Vuelvo enseguida.
Seguí a mi hermano más adentro del túnel hasta que nadie pudiera escuchar
nuestras voces.
—Te ves muy complacido con tu hembra —dijo.
—Lo estoy.
—Ella es… diferente de lo que esperaba. Su cabello y sus ojos son muy
inusuales. Muy alienígena.
—Sus rasgos me están empezando a gustar.
—¿Las otras se parecían a ella? —agitó las manos. —Lo amarillo… los ojos…
Encogí los hombros.
—Llegué muy tarde para verlas. Las demás habían sido elegidas. Enoki estaba
disgustado conmigo, pero estoy feliz de que las cosas hayan funcionado como
hasta ahora. No quiero que nadie la haga sentirse mal por su apariencia —
entrecerré los ojos. —Incluyéndote a ti —incluyéndome a mí. Me sentía
avergonzado por mi decepción inicial.
—Nunca haría eso.
—Bien.
—Mientras estuviste ausente, un mensajero del consejo vino al campamento
—dijo Darq. —Los Terranos tienen planes de instalar un centro de comunicación
en el lugar de reunión de manera que nuestra gente pueda hacer negocios mejor.
Tienen algo llamado red. Te permite hablar a largas distancias. Acelerarán el envío
de más hembras a cambio de más mineral.
Armax y Yorgav, un centro de comunicaciones, más hembras. Me había ido
por tan solo seis horas.
—Ha pasado mucho en mi ausencia —me sorprende que Enoki no lo haya
mencionado, pero había estado enfadado conmigo. Por una buena razón. No debí
hacer esperar a mi pareja.
—Estoy considerando participar en el sorteo.
—Es una excelente idea —le di una palmada en el hombro. —Deseo que seas
tan afortunado como yo.
—Pero… —se movía nerviosamente.
—No te gusta la apariencia de los Terranos —indignación en defensa de Starr
se encendía en mi estómago.
—No es eso, en lo más mínimo. Olvida que dije algo. Estoy seguro de que son
los celos. Deberías volver con tu hembra —Darq se dio la vuelta para irse.
—Espera —obstruí su camino. —¿A qué te refieres con celos?
—No es nada. Un rumor.
—Ahora necesito saberlo.
Suspiró.
—El mensajero me dijo que había escuchado rumores en otro campamento de
que las hembras que enviaron eran un problema.
—¿Problema? ¿Eso qué significa?
—Que habían quebrantada las leyes Terranas y les fue dada la elección de ser
confinadas o de venir aquí.
—¡Eso es ridículo! Si fuera cierto, ya me habría enterado —como jefe de un
clan, rotaba en el escaño del consejo. Enoki me habría dicho.
A menos que Enoki no supiera. Las hembras recién llegaron.
¿Por qué habían dejado su planeta para atravesar la galaxia y convertirse en la
compañera de hombres que nunca habían conocido? ¿Para dejar atrás su
avanzado y cálido planeta por una vida desafiante en un planeta alienígena
congelado?
Starr no podía haber hecho nada malo. No la conocía bien, pero mi instinto
apostaba por su inocencia. No habíamos empezado con el pie derecho, pero desde
entonces he percibido que nuestros lazos se han ido estrechando. El rumor no
podía ser cierto.
Pero le preguntaré a ella para probarle a Darq y a cualquiera que eso era falso.

***

Starr miraba detenidamente hacia arriba cuando entré a la habitación


principal. Alivio destelló en sus ojos y, si no me equivoco, alegría también. Estaba
alegre de verme. Mi pecho se llenó de una agradable calidez y convicción. Darq
estaba equivocado. Saqué el rumor de la cabeza para disfrutar su sonrisa. El bol
vacío descansaba en el piso.
—¿Todo bien? —preguntó.
Sí, porque los rumores no tenían fundamento. Los hombres celosos por no
haber conseguido una hembra intentaban arruinarlo para los demás.
—Muy bien. ¿Aún tienes hambre? ¿Te gustaría comer un poco más? —
pregunté.
—No debería, pero… sí. Estuvo delicioso.
—¿Por qué no deberías? —le volví a servir un bol y también me serví uno. Me
acomodé junto a ella en el kel. Dormiríamos aquí esta noche. Las otras cámaras
son climatizadas con pequeñas hogueras, pero no eran tan calientes como esta.
Una vez que se aclimatara a nuestro invierno, podríamos trasladarnos a donde
tuviéramos más privacidad.
Levantó un hombro.
—No debería comer tanto. ¿Dónde está tu hermano? ¿Nos acompañará?
No lo hará si sabe lo que le conviene.
—Su cámara está más al fondo de la cueva. Se ha retirado para dormir.
—Me alegro —dijo y luego se cubrió la boca con la mano. —Eso no salió como
lo había pensado. Él hizo todo esto —señaló con la mano la cazuela del guiso y la
pila de kel. —Parece agradable… Debería callarme ahora.
Solté una risita.
—Entiendo lo que intentas decir —si Darq no se hubiera largado, yo se lo
habría sugerido. Deseaba estar a solas con ella. Era una buena señal que ella
quisiese lo mismo.
No podía creer mi buena suerte. ¡Estaba sentado aquí sobre las pieles con mi
compañera! Starr era todo lo que había anhelado. Había tanto que necesitaba
decirle, pero las palabras escapaban.
Las llamas chasqueaban y restallaban, arrojando en la pared las sombras de
dos figuras. Por mucho tiempo hubo solo uno. Ahora había dos. Tenía a mi
hermano y estaba rodeado de otras personas en el campamento, pero su
compañía no se podía comparar. Mi sueño se había hecho realidad ¿y no se me
ocurría nada qué decir? Como un tonto, me atiborraba el guiso mientras el silencio
acrecentaba. Dio un vistazo alrededor de la cueva.
—Esto es muy acogedor. Mucho más cálida de lo que pensé.
—¡Sí! —concordé. —Es cálida.
—De no haber sido por ti, habría muerto allá afuera.
—No hubiera permitido que eso sucediera.
—Dijiste que muchos Dakonianos no vivían en cuevas. ¿Dónde viven?
—En chozas de piedra.
—¿Cómo el lugar de reunión?
—Sí, así pero más pequeño. Las chozas son compartidas porque excavar rocas
es un arduo trabajo y la temporada de cultivo es muy corta.
—¿Los diferentes clanes están a distancias muy separadas?
—De una a cuatro triptas la una de la otra.
Su semblante se demudó.
—Bastante lejos, entonces.
—No tan lejos —le corregí. —Recorrimos dos triptas para llegar aquí.
Dejó caer los hombros.
—¿Eso te preocupa? ¿Por qué?
—Mis amigas están en los otros campamentos. Esperaba visitarlas alguna vez.
—Me aseguraré de que las visites —cualquier cosa para hacerla feliz. —¿Cómo
se llaman? ¿Sabes con quiénes formaron pareja? —Sus ojos se iluminaron.
—Andrea y Tessa. Andrea se fue con un hombre llamado Groman y Tessa fue
elegida por Loka.
—Conozco a ambos. Sus campamentos no están muy lejos. El campamento de
Loka queda más cerca del lugar de reunión. Pronto iremos a visitarlos.
—¡Gracias! —sus ojos brillaron y mi pecho se hinchó de placer por la forma en
que me miraba. Como si hubiera hecho algo especial.
—Soy jefe de un clan —no estaba presumiendo sino minimizando. —Es un
asunto sencillo —mi corazón martilleaba en mi pecho al alargar mi mano y posarla
sobre la suya, que ahora estaba abrigada pero igual de pequeña y delicada. Al ver
que no se apartó, los latidos en mi pecho acrecentaron.
—No es un asunto sencillo para mí —dijo suavemente. Se puso de rodillas, se
recostó sobre mí y con sus labios rozó mi boca. Abrí los ojos de par en par al sentir
que el efecto del extraño roce recorría mi cuerpo.
Se sentó de nuevo, tan tranquila y serenamente como podía, mientras las
sensaciones y emociones se apoderaban de mí.
—¿Cuántas personas hay en tu clan? —preguntó.
—Sólo un poco más de doscientas.
—¿Hay otros clanes del mismo tamaño?
—Algunos son más pequeños, otro más grandes, de quinientas o más, quizá.
—¿Y cuántos clanes hay?
—Quince.
—No es posible que esas sean todas las personas en tu planeta.
—¿Sabes sobre el asteroide?
Ella asintió.
—Mató a millones de personas, y el invierno siguiente mató a millones de
personas más. Y animales. Muchas especies están ahora extintas. Los clanes son
descendientes de otros sobrevivientes que se encontraron y se aliaron. Es posible
que los descendientes de otros sobrevivientes vivan al otro lado de Dakon, pero no
tenemos forma de averiguarlo. Está demasiado lejos para viajar a pie. El impacto
arrasó con cada estructura hasta dejarlos en escombros, provocó incendios que
ardieron por décadas y expulsó tanto humo y polvo al aire que ocasionó un cambio
climático.
—Al principio, el invierno era interminable y nuestra gente luchaba por
sobrevivir. Ahora tenemos tres meses de clima soleado, al que llamamos
temporada de cultivo, y recuperamos aproximadamente un día por año. Durante
la temporada de cultivo, enviamos exploradores en búsqueda de otras personas,
pero el tiempo y la distancia limitan su recorrido. Deben volver antes de la llegada
del invierno.
—Nunca viajamos entre las estrellas como tu gente, pero no siempre fuimos
así de primitivos. Solíamos tener grandes ciudades y transportes que volaban por
el aire. Lo perdimos todo.
—¿No pudieron reconstruirlo?
—¿Con qué? Perdimos la infraestructura, las herramientas y la gente que
tenía el conocimiento. Viajaste en una nave espacial, ¿no es así?
—Sí.
—Explícame cómo se construye una nave espacial.
—Los robots lo hacen en las fábricas.
—Las fábricas y los robots han sido demolidos.
—Construyes más robots.
—Las partes y la maquinaria para construir robots han sido destruidos. ¿Y
dónde encuentro las instrucciones para construir las partes?
—En la base de datos.
—Los cuales también han sido eliminados.
—¡Oh!
—El impacto del asteroide nos transportó a una existencia rudimentaria y
básica. Fuimos obligados a comenzar de nuevo —acaricié una de las pieles. —
Afortunadamente, el kel sobrevivió. Usamos la piel, la carne, sus astas y huesos.
Ninguna parte del animal se desperdicia. Sin ellos, no sobreviviríamos.
—Tienen mineral iluviano.
—También lo usamos —pausé. —¿Recuerdas el lugar de reunión? Las paredes
de piedra…
Abrió los ojos de par en par.
—¿Con eso edifican sus estructuras? Pero son útiles para mucho más…
transmisores, celular de energía, es un conductor electromagnético natural…
—No tenemos el conocimiento para usarlo de esa forma. O, si alguna vez lo
tuvimos, se perdió con el impacto del asteroide. Pero encontramos otro buen uso
para el mineral.
—¿Cuál? —preguntó, pero al caer en cuenta, comprendió y se sonrojó.
—Sí, eso —el mineral se convirtió en la moneda para comprar hembras.
Busqué su mirada.
—¿Por qué viniste, Starr? ¿Por qué atravesaste la galaxia para venir a un
planeta tan primitivo como este cuando tenías suficientes potenciales compañeros
en el tuyo?
Capítulo 7

Starr
Había estado esperando esa pregunta, pero no tan pronto, así que no tenía
preparada una respuesta. En lo profundo de la fiera mirada penetrante de Torg,
destellaban la vulnerabilidad y honestidad. Merecía la verdad, pero la verdad lo
lastimaría y pondría en peligro mi seguridad, y no podía enredarme en otro dilema
por decisión propia. Me estaba enamorando de este alienígena, rápidamente y en
picada. Acurrucada en la piel de animal, dentro de una cueva en un planeta
alienígena maldecida por la era de hielo, nunca me había sentido tan valiosa y
protegida. Torg me había cargado por la nieve, había asegurado mi comodidad,
atendido mis necesidades y me había hecho el centro de su vida en pocas horas.
Los Dakonianos no eran personas primitivas como las había imaginado, sino
seres inteligentes que habían sufrido un enorme contratiempo en la evolución
tecnológica.
Su sinceridad, honestidad y su atractivo me hicieron desear haber venido en
busca de una aventura romántica y una oportunidad en el amor, pero los asuntos
legales pendientes me esperaban.
Aun si intentaba quedarme, la decisión no era mía. Cuando saliera la
apelación, recibiría una citación para comparecer en el nuevo juicio.
Me obligué a mirarlo a los ojos.
—Escapar —mi respuesta fue más corta que una verdad a medias.
Frunció sus cejas tupidas.
—¿Escapar de qué?
—Supe algunas cosas de algunas personas, así que me fui.
—¿Eran malas personas?
Malas no empezaba a describir la organización Carmichael. Miré la ropa
mojada. Hablar de mi vida pasada, incluso con palabras cuidadosamente dichas,
despertaba las ansias por coger mis pertenencias y huir.
—Lo peor.
—Darq escuchó rumores de que las hembras enviadas aquí habían
quebrantado las leyes de tu planeta. ¿Es verdad?
Se me hizo un nudo en el estómago. Para ser un planeta sin capacidad de
comunicación electrónica, los chismes se difundían rápido. Después de haber
decidido ser tan honesta con Torg como fuera posible, me había confrontado con
esto. La sangre irrumpía en mis oídos ante el diluvio de posibles consecuencias.
Torg había ordenado el destierro de un hombre por intento de homicidio. Una
corte de justicia me había condenado a mí.
Si Torg me exiliaba, moriría en la tierra salvaje. Si, por fortuna, me encontraba
a otro clan dispuesto a acogerme antes de mandarme a volar a Terra, aun así,
estaría condenada. Era muy pronto para volver a casa. Si volvía antes de que la
apelación revirtiera mi condena, terminaría en prisión.
Tenía que darle una respuesta a Torg. Negarlo abiertamente sería tonto. Ya
circulaba el rumor y sería confirmado por las demás mujeres que tenían mucho
menos que ocultar. ¿Se habrían atrevido a hablar de mí? ¿Le habrían contado a su
pareja sobre la asesina que habitaba entre ellos?
Si el rumor se esparcía, confesarlo ahora me permitiría explicarlo bajo mis
términos. Podría creerme. Un jurado riguroso y un público ingenuo no lo habían
hecho, pero quizá Torg sí. Quizá. Pero si Torg nunca se enterara, sería estúpido
arriesgarme a ser desterrada. Arriesgar o no arriesgar, esa era la cuestión.
En retrospectiva, las mujeres habíamos sido muy abiertas sobre nuestros
crímenes, nos reímos de ellos, o al menos las demás sí. El mío era muy serio. Sin
embargo, era inevitable hablar. A medida que nos íbamos conociendo, habíamos
entablado una amistad y habíamos bajado la guardia. ¿Qué harías en un viaje de
tres meses con desconocidos, más que compartir los lazos que las unían? Aun así,
debí haber mentido sobre mi condena, debí haber fabricado un crimen menor.
¿Cómo lograré escabullirme de esta situación potencialmente explosiva?
—Escuché que ese podría ser el caso de algunas —respondí, controlando mi
tono de voz y mi lenguaje corporal. Mi empleo en la organización Carmichael me
había enseñado a ser una buena mentirosa. —Pero sus crímenes no fueron muy
serios.
Frunció las cejas.
—¿Pero tu escapaste de personas malas?
Retomar una pregunta que ya había hecho era una técnica de interrogación
común. Había sido “entrevistada” suficientes veces como para saberlo. Torg no me
creía. O quizá sí y la paranoia estaba apoderándose de mí.
—Trabajé para ellos —estuve cerca de decir la verdad. La primera regla para
decir una mentira creíble: apégate lo más posible a los hechos. —Necesitaba
cortar por lo sano para tener un nuevo comienzo.
—Estoy contento de ser tu nuevo comienzo. ¿Has terminado de comer?
Tenía el bol en mis manos, aun medio lleno con la segunda porción. Había
perdido el apetito.
—Sí, gracias.
Colocó los boles a un lado. La hoguera se había reducido a brasas y arrojó
varios leños sobre ellas. Se encendieron de inmediato. Con un palo largo,
quemado en un extremo, los acomodó. Al parecer, una hoguera necesitaba mucha
atención, a diferencia de la calefacción solar. Cuando hubo acomodado a su gusto
los leños que se quemaban, se balanceó en cuclillas y se frotó uno de los cuernos.
¿Eran de hueso? ¿Cartílago? ¿Qué otros rasgos alienígenas tenían? ¿Tenía una
cola vestigial debajo de su ropa? ¿Tenía escamas en alguna parte de su piel?
Aspiró.
—Eso que hiciste…
—Tus cuernos —dije al mismo tiempo.
Soltamos una risita tímidamente, fue un momento de humor que nos unía de
una forma que no había anticipado. Maldición, me gustaba este alienígena.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Con tu boca.
¿Había estado haciendo muecas? Me devanaba los sesos tratando de recordar
lo que pude haber hecho con mi boca.
Señaló sus labios.
—Cuando ofrecí buscar a tus amigas… rozaste tu boca con la mía. ¿Es así como
los Terranos dicen gracias?
—Algunas veces —dije, encogiéndome de hombros. —Depende de quiénes
estén involucrados en la situación. También tenemos otras formas.
—Me agradó bastante esta forma en particular —su voz ronca llevó mi
atención hacia sus gruesos labios antes de que levantara mi mirada. La luz de la
hoguera centelleaba sobre su rostro y el rubor impregnaba sus marcados pómulos.
Santo Dios, era apuesto. —¿Cómo lo llamas? —preguntó.
—¿Lo llamo?
—El roce de bocas. ¿Tiene un nombre?
La traducción debió venir a mi mente, pero me quedé en blanco.
—¿No tienen una palabra para beso? —recurrí a una palabra universal
Terrana.
—Los Dakonianos no besamos —respondió.
—¿Bromeas? —sacudió la cabeza. —Pero te gustó.
Asintió lentamente.
Me acerqué hasta que nuestro aliento se entremezclaba.
—Gracias por la cena y por mantenerme a salvo allá afuera.
Sus fosas nasales se ensancharon. Indecisa, toqué su pecho. Su corazón latía
contra la palma de mi mano. Cerré los ojos y presioné mis labios contra los suyos,
dejándolos allí un momento. Cuando me aparté, gimió. Mi corazón también
martilleó con expectación mientras el calor se encendía por dentro. ¿Hasta dónde
me atrevía a llevar esto? ¿Qué esperaría él? Había muchas razones para no seguir
con esto. Pero, con mi futuro incierto, ¿por qué no había de aprovechar un poco
de consuelo donde podía hallarlo? Era egoísta, pero cuando intenté hacer lo
correcto terminé siendo condenada por un crimen. Podrían pasar años antes de
que saliera de Dakon.
—Tendré que encontrar muchas razones por las que me agradezcas —dijo con
voz ronca.
Sonreí.
—Besamos por más razones que para dar las gracias.
—¿Por qué otras razones besas?
—A veces… solo porque sí —rocé mi boca con la suya nuevamente. Tuve una
corazonada y le eché una mirada. —Debes cerrar los ojos al besar —murmuré.
—¿Por qué?
—Sólo porque sí.
Esta vez, cuando le besé, abrí los labios y rocé la comisura de los suyos. Se
sacudió como si estuviera sobresaltado, pero abrió la boca y nuestras lenguas se
encontraron en una exploración tentativa. Estaba deseable, exótico, todo
masculino. Sentí alivio al descubrir que no tenía la lengua bífida o algo así, aunque
la superficie se sentía un poco áspera, como la de un gato. Su caricia me producía
escalofríos que recorrían por la espalda. Me apretó contra su pecho y me besó con
fervor. Mi alienígena encantador había aprendido rápidamente.
Sostuve su rostro con mi mano.
—Se besa mejor con los ojos cerrados —dijo.
Nos miramos fijamente, no de forma incómoda, sino íntima. Me embriagué
con su oscura mirada ardiente, con la curva de sus labios, su barba desaliñada que
me había producido un delicioso hormigueo que daba saltos por las terminaciones
nerviosas y con sus cuernos. Me mataba la curiosidad. ¿Cómo se sentían?
—Tus cuernos… ¿son duros o suaves? —pregunté.
Inclinó la cabeza.
—Descúbrelo tu misma.
Toqué uno. Caliente. Coriáceo. No era tan duro como el hueso, pero más firme
que el cartílago; palpitante por la sangre que corría a través de él. Así que tenía
tejido enervado. Cada vez más audaz, pasé la palma de mi mano por la
protuberancia. Parecía crecer al tacto.
Un gruñido brotó de su garganta, un retumbo gutural masculino tan sexy, y
quité la mano. Santo Dios, ese sonido. Muy sexual.
—N-no me dijiste… —mi rostro se inundaba de vergüenza. Había manoseado a
un hombre, como una pervertida acechando pasajeros desprevenidos en medio de
un abarrotado tren aéreo.
—Nunca me había sucedido —se frotó el cuerno y ni siquiera pronunció algún
sonido. —Intenta de nuevo —me tomó la mano y se lo llevó a la cabeza. Quizá fue
mi imaginación, pero la protuberancia parecía palpitar más. Escuché un retumbo,
pero lo interrumpió y respiró profundo. Eché de menos ese gruñido. Era una
pervertida.
—Lo siento —dijo.
—¿Por qué lo sientes?
—El sonido te perturba.
En todas las formas correctas que, por supuesto, eran malas. No podía
permitir que esta situación siguiera su curso natural. Distancia, necesitábamos
distancia. Me puse de pie. Mi corazón saltaba en mi pecho. Mi ropa interior, si es
que hubiera llevado puesta alguna, habría estado muy mojada. Sí, producía ese
efecto en mí.
—No, es mi culpa —tocarle los cuernos había sido una mala idea, aunque él lo
había pedido.
—¿Por qué es tu culpa?
—No debí tocarte.
—Me agradó cuando me tocaste.
Mis rodillas bambolearon.
—N-no deberías decir eso.
Se puso de pie.
—¿Por qué no? Me gustas. Eres mi compañera.
¡Esas eran las razones! Tocarlo y sacarle gruñidos me daban ideas que no
debería tener, me hacían añorar una relación real con un hombre que me quisiera.
La epifanía me sacudió. En un corto tiempo, había comenzado a pensar que ser la
compañera de un alienígena era una relación real. Contuve los nervios.
—¿En tu planeta, los hombres no tienen cuernos? —cambió el tema. En cierto
modo.
—No.
—¿Qué tienen?
Mi rostro se llenó de calor nuevamente. ¿Qué me sucedía? No solía
ruborizarme. En mi vida pasada, las manifestaciones físicas pudieron haberme
conducido a la muerte, a la mía.
—Los dotes usuales —balbuceé.
—¿Cómo cuáles?
Me cubrí la boca con la mano y resoplé entre mis dedos. ¿En realidad
estábamos teniendo esta conversación?
—Lo siento. No puedo hablar contigo sobre penes.
Un terrible pensamiento asaltó mi mente. Había dado por sentado que su
abultamiento era su… pero él era un alienígena. ¿Quién sabe lo que tendrá dentro
de sus pantalones?
—Tienes uno, ¿no? —la pregunta escapó de mi boca. Quizá tenía más de
uno… quizá los Dakonianos apareaban en formas que nosotros no. Sólo porque
eran parecidos a los humanos no significaba que compartían el mismo aparato o
que funcionaba igual. ¡Nadie en Terra tenía cuernos!
—Por supuesto que tengo.
—¿Sólo uno?
—Solo necesito uno. ¿Te gustaría verlo? —ladeó la cabeza y sonrió, una
sonrisa pícara llena de mucho encanto diabólico y poco remordimiento, la lujuria
se precipitaba hacia el buen sentido. Que los dioses me ayuden, ¡quería ver!
Mi rostro ardía.
Torg soltó una risita.
Agaché la cabeza. ¿Se burlaba de mí o coqueteaba? ¿O hablaba en serio? Los
videos informativos no habían mencionado los hábitos de apareamiento. Quizás
aquí los hombres cortejaban a sus hembras mostrando sus partes íntimas. ¿Qué
me había llevado a besarlo? Me sentí fuera de mi elemento. No es que tuviera un
elemento. Había tenido algunos amantes, pero los hombres no clamaban por salir
conmigo. Ni en Terra ni aquí. Las otras mujeres del SS Australia habían sido
elegidas una a una hasta quedar sola. Luego había llegado Torg apresuradamente.
Ahora actuaba como si me deseara, pero esa decepción cuando me vio por
primera vez había sido real.
Colocó un dedo debajo de mi barbilla. Esperaba ver socarronería, pero su
mirada era seria.
—Starconner, me alegro de que hayas venido a Dakon. Me disculpo por mis
burlas.
—Está bien.
—No está bien si te ofendí.
—No me siento ofendida.
—¿Entonces cómo te sientes?
—No lo sé —agité mis manos. —Con miedo, pero no de ti —bajé la mirada
hacia mis pies descalzos. El calzado sintético había sido inadecuado. Mundo Terra
One había hecho poco para prepararnos, para prepararme a mí. Las demás se
habían ofrecido como voluntarias, pero a mí me habían metido a la nave sin
ninguna advertencia u orientación.
—Yo también tenía miedo —dijo calladamente.
Rápidamente volví mi mirada hacia él.
—¿Por qué?
—¿Y si no te gustaba? ¿Y si llegabas y no te agradaba aquí? Tenía sólo una
oportunidad para conseguir una compañera.
Me gustaba demasiado, de hecho. Tampoco odiaba Dakon, pero no podía
quedarme. Sus temores eran igual de justificados como los míos. Tenía mucho que
perder también. No quería lastimar a este hombre. Era injusto darle falsas
esperanzas, acostarme con él y hacerle creer que éramos compañeros.
Su mirada suplicante, sincera y llena de incertidumbre hacía que de mi boca
salieran las palabras equivocadas.
—Sí me gustas, Torg. El clima es un choque, pero no lo odio.
Su sonrisa irradiaba alivio.
—Me alegro —me abrazó suavemente y posó su mejilla en mi cabeza. Su calor
me envolvió mientras su corazón palpitante tocaba una serenata. Estaba acabada.
Levanté mi cabeza para mirarlo y me besó.
Capítulo 8

Torg
Hice esa cosa de rozar la boca con Starr y se derritió, envolviendo sus brazos
delgados alrededor de mi cuello. El dulce y exótico aroma de su aliento y de su
sabor despertaron mi deseo. Antes de conocerla, no pude haber imaginado juntar
mi boca con el de otra persona, pero parecía no cansarme de hacerlo con ella.
Besarla hacía que mi miembro viril la añorara intensamente desde lo más
profundo de mí ser.
Se sentía tan pequeña en mis brazos. Las hembras Dakonianas eran mucho
más grandes y fornidas. Casi tan altas y fuertes como los hombres. Una manotada
rápida podía dejarle un ojo morado a cualquier hombre si no se agachaba con
rapidez. Starr no parecía tan grande como para matar un insecto. Su pequeña
estatura fue una preocupación al principio, pero se había vuelto extrañamente
atrayente. Me gustaba abrazarla por la forma en que encajaba entre mis brazos.
Había esperado sentir el deseo de copular con mi compañera, esa era en parte
la razón por la que quería una, pero me sorprendía la intensidad. Un ardiente
deseo corría por mis entrañas y me hacía hervir la sangre.
Hasta la llegada de los Terranos, no habíamos conocido forastero alguno. Si
otros clanes habían sobrevivido el apocalipsis y vivían al otro lado de nuestro
mundo, no teníamos forma de averiguarlo. Los miembros de los quince clanes
eran las únicas personas que conocíamos. No todos éramos amigos, pero ninguno
era un desconocido.
Sin embargo, Starr y yo éramos desconocidos y había prometido ser paciente.
Un beso más…
—Sé que es demasiado pronto —murmuré cerca de sus labios. Me había
despertado esta mañana sólo. Parecía haber pasado mucho tiempo. Alejé mi boca
para echar mi rostro en su cuello, inhalando su aroma seductor. Me deleitaba en
él. Los Dakonianos tenían un sentido del olfato, aroma y gusto bien desarrollado
que se fundían en uno solo. ¿Le parecerá extraño que la olfatee?
Haz lo correcto. Sé fuerte.
—No quiero presionarte a nada para lo que no estés lista —mi cuerpo
protestó, aborreciéndome.
—Estoy lista.
Se tensaron los músculos. El olor a miel de su excitación aumentaba mi deseo.
Casi podía probarlo.
—Debes estar segura —mi voz era ronca.
Alzó la mano y acarició uno de mis cuernos. Una descarga de éxtasis corrió por
mi cuerpo. Incluso las yemas de mis dedos bullían.
—Estoy segura de ti y de este momento —se elevó para besarme, pero yo ya
estaba allí, despojando más de su dulzura.
Starr apretó mis hombros con sus pequeñas manos. Cuando nos apartamos
para tomar aire, buscó los botones de mi túnica. Desabrochó una al mismo tiempo
que yo desabrochaba las otras cuatro. De un tirón me quité la camisa y las botas, y
me arranqué los pantalones.
Starr abrió los ojos de par en par del shock. ¿Había actuado fuera de lugar?
¿Me había desvestido muy pronto? Recuerdo su resistencia por cambiarse la ropa
mojada. ¿Había profanado alguna costumbre Terrana? Los hombres de allí no eran
muy diferentes a nosotros ¿o sí? Muy tarde recordé sus preguntas acerca de mi
pene. No había visto a un Terrano desnudo, y no me gustaría, quizá todas mis
suposiciones eran equivocadas.
Un rubor cubrió el cuello y rostro de Starr.
—Wow, estás… proporcionado.
Caí de rodillas frente a ella.
—¿Qué significa proporcionado?
El color rosa se profundizó a escarlata.
—Bueno, eres muy alto.
—Ahora no soy tan alto, estoy sentado.
—No, sigues siendo alto —se cubrió con la mano una carcajada que se escapó
de sus labios. No sentí que se reía de mí, pero tampoco entendía su entusiasmo.
Teníamos muchas diferencias culturales por aclarar, por atender más tarde.
Impaciente por verla, pellizqué el dobladillo de la túnica que llevaba puesta y lo
jalé hacia arriba.
Pararon las risas. Sus ojos se agrandaron mientras la desnudaba rápidamente.
No conocía a los dioses de los que a menudo se refería, pero sus nombres
brotaron de mis labios al mirar detenidamente su belleza por primera vez. Su
suave piel no tenía mancha alguna, a diferencia de las cicatrices que yo mismo me
ocasioné luchando con bestias y cazando kel. Sus opulentos pechos llenaban mis
manos; las puntas color rosa estaban duras y llenaban mi boca. Su estómago se
extendía hacia adelante encorvándose seductoramente. Todo su cuerpo era
amarillo. Bueno, no todo, sino el nido de rizos dorados que escudaban el ápice de
sus muslos.
La deseaba tanto que temblaba por la fuerza de ese sentimiento. Era perfecta.
No sé por qué las duras palabras salieron de mi boca.
—Eres muy delgada —¡Algo tan espantoso de decir! Me encogí de miedo y me
preparé para una réplica mordaz y una bofetada en la cabeza. Era lo menos que
merecía. —L-lo… lo siento —una disculpa no podía deshacer las palabras hirientes.
Por hablar más de la cuenta, mi primer apareamiento terminaría en un desastre.
Me miró boquiabierta.
—¿Crees que soy muy delgada?
¿Cómo podía enmendar lo que mi insensatez había arruinado? Su delgadez no
me importaba. Nuestras mujeres acumulaban grasa para protegerse del clima
congelante. Starr era delgada, según nuestros estándares. Un poco de
sustanciosos guisos y asados de kel la engordarían, pero si nunca aumentara si
quiera un kilo, seguiría siendo hermosa para mí.
Se abalanzó encima de mí, me tomó por la nuca y me abrazó. Presionaba sus
pechos voluptuosos contra mi pecho; su montículo rizado rozó mi miembro viril.
Ella era muy suave y cálida. Tenía que seguir concentrado y tratar de arreglar el
daño causado por mis palabras impulsivas.
Con besos atacó mi cara.
—Es lo más agradable que alguien me haya dicho alguna vez.
¿Agradable? El traductor había fallado nuevamente, porque había entendido
mal. Por un error fortuito me había salvado. Starr deslizaba su cuerpo desnudo
contra el mío y apretaba su boca en mis labios. Mis cuernos se hinchaban con sus
caricias, enviaban sensaciones chisporroteantes por todo mi cuerpo. Gemí.
Acaricié su cabello de color inusual, embelesado por la fluidez de sus
mechones largos que se escurrían como agua entre mis dedos. Resbaladizos como
mocos de perro. Había mucho por descubrir. Sus hombros torneaban suavemente
sobre sus delicados huesos. Las líneas de su cuello invitaban mis labios. Sus pechos
desbordaban entre mis manos. Allí estaba, para nada delgada. Froté sus pezones
con mis pulgares y se endurecieron como piedras iluvianas, pero su sabor era
como las bayas que recogíamos durante la temporada de cultivo.
A medida que las chupaba, Starr gemía y se arqueaba, su reacción
intensificaba el deseo que ya corría por mi cuerpo. Necesitaba meterle la polla a
mi compañera, pero necesitaba complacerla primero.
Deslicé la mano por sus rizos amarillos y jugué con ellos, luego me aventuré
entre sus piernas. En conversaciones con los hombres que ya se habían apareado
antes, me habían dicho lo que debía esperar, pero no me habían preparado para la
revelación de su deseo. Su feminidad se había preparado para mí, liberando su
miel para humedecer sus pliegues. Una satisfacción intensa, casi orgullo, creció en
mi interior, excitándome la polla hasta sentir dolor.
Cuando encontré su nodo de placer y lo acaricié con movimientos circulares
lentos, se humedeció más, llenando mis dedos. Mi pecho se tensó de expectación
mientras exploraba su embocadura, introduciendo mi dedo. Las paredes
musculosas y húmedas lo apretaban. Podía imaginarme cómo se sentiría tener su
cuerpo enganchado a mi miembro viril. Pronto, muy pronto lo sabría.
Por poco me descompone cuando envolvió mi miembro con sus manos y lo
acarició desde el tallo hasta la punta, destilando mi esencia. Mi polla no conocía la
caricia de nadie más que la mía, pero prefería la de ella. Mi cuerpo vibraba y tuve
que apretar los dientes cuando la lujuria se abría paso subiendo tan cerca de la
superficie que temí verterme en sus manos. Había esperado tanto. Gruñí una
advertencia, pero en lugar de parar, sujetó mi miembro viril más fuerte.
Para no pasar vergüenza, me alejé. Después, cuando logré controlarme, pude
darle placer lentamente muchas veces. Nos esperaba toda una vida de largas
noches.
La recosté sobre su estómago y levanté sus caderas. Me miró con una
expresión de ironía.
—Debí haberlo adivinado…
—¿Adivinado qué?
—Nada —sacudió la cabeza, tirando su hermoso cabello de paja sobre sus
hombros. —Hablaremos después.
—Hablar. Después. Bien.
La luz de la hoguera danzaba en la desnudez de su trasero. Su feminidad
refulgía y el deseo perfumaba el aire. Inhalé, llenando mi cabeza y mis sentidos
con su seductora esencia. Conduje mi miembro viril hasta su embocadura. El mero
contacto de sus flujos con mi piel precipitó una intensa excitación, pero luego una
repentina e inesperada duda me afligió. Mi compañera era muy pequeña. La había
sentido apretada cuando introduje mi dedo.
Me paralicé.
—¿Torg? ¿Qué esperas? —Starr levantó sus caderas un poco más y contoneó
su trasero.
—Tengo miedo de lastimarte.
—No me lastimarás.
—No lo sabes.
—Sí lo sé. Confía en mí.
Creía lo que decía, pero ¿y si estaba equivocada? Pero cuando se contoneó
nuevamente, la duda cedió. Sujeté sus caderas y la penetré. Su feminidad me
apretó la polla, atizando una felicidad tan intensa que veía estrellas. Veía a mi
Starr. Corrientes de placer sacudía cada terminación nerviosa.
El instinto se apoderó de mis acciones. Avance y retirada. Una danza bélica, la
súplica de un amante. El sudor perlaba mi frente y quemaba mis ojos. Los
músculos se tensaban. Los pensamientos racionales ya no existían, salvo una: darle
placer a mi compañera. Rodeé con mi mano su cadera buscando su punto de
placer. Mientras me balanceaba, la acariciaba.
Starr gimió y desde mi pecho respondí con un gruñido. Estábamos destinados
para esto, ella y yo. Mi pequeña compañera alienígena de cabello amarillo. Juntos
nos movíamos en perfecta sincronía.
Su canal palpitaba alrededor de mi polla y las sensaciones en mi miembro viril
se descontrolaban. La presión y tensión se acumulaban en el tallo.
—¡Oh, Dios! Voy a venirme —dijo Starr con la voz entrecortada. —¡Joder!
No necesitaba el traductor para entender los gritos de éxtasis. Al traerle
deleite a mi hembra, yo también me permití alcanzarlo. El placer explotó dentro
de mí expulsando mi esencia.
Mis rodillas temblaban, así como el resto de mi cuerpo y tenía miedo de
desplomarme y estrujarla, pero aún no podía soltarla. Envolviendo su estómago
con mis brazos, me di vuelta a un lado y la acurruqué en la curvatura de mi cuerpo.
La satisfacción y gratitud me llenaban. Por un momento no podía hablar, sólo
podía sentir. La unión se había consumado, nada nos separaría jamás.
Capítulo 9

Starr
—Esta es mi compañera —anunció Torg. —Su nombre es Starrconner. Por
favor, denle la bienvenida.
—¡Hola, Starrconner! ¡Bienvenida, Starrconner! —los saludos murmullaban de
entre la multitud que se encontraba congregada a unos pasos de nosotros.
Aunque doscientas personas no representaban un grupo grande, se veía
mucho más grande cuando todos te miraban boquiabiertos como si hubieran visto,
bueno, a una alienígena.
Torg había convocado una reunión para presentarme ante su clan. Había
llevado un pedestal de madera sobre el que me paré para elevar mi estatura más
cerca de la suya de modo que la gente pudiera verme mejor. Se reunieron en un
claro, mientras que Torg y yo nos encontrábamos de pie bajo el inestable refugio
de una estructura similar a un kiosco. El viento que entraba por las aberturas de
los lados azotaba mi rostro. Aun así, el resto de mi cuerpo estaba bastante
calientito con mi nuevo atuendo: túnica y leggins de cuero, botas, el abrigo que me
dieron la noche anterior y nuevos mitones. Apenas notaba el olor.
Una fuerte ráfaga de viento arrancó la capucha que llevaba puesta en la
cabeza, haciendo que mi cabello volara hacia mi cara. La multitud jadeó en masa.
Abrieron los ojos de par en par y los susurros recorrieron la asamblea. ¿Qué
demonios? Recogí mi cabello, lo metí debajo de la capucha y miré a Torg.
—¿Qué sucede? —susurré.
Se las arregló para sonreírme mientras fruncía el ceño a la multitud.
—No habían visto un cabello amarillo antes —susurró.
—¡Oh! —observé a los Dakonianos. No había una sola persona rubia entre la
multitud de hombres de cabello castaño, casi negro, ojos oscuros y piel morena.
Me habían enseñado que era irrespetuoso quedarse mirando a las personas, pero
siendo que ellos me miraron boquiabiertos, me sentí con la libertad de hacer lo
mismo.
Me parecían enormes, como personas peludas del tamaño de un oso. Los
rasgos de las mujeres eran prácticamente parecidos a los de los hombres en
tamaño, musculatura y fiereza. Solo al compararlos uno al lado del otro, podía
distinguir un género del otro.
No es de extrañar que nadie me había elegido. Parecía una alienígena para
esta gente. Andrea, Tessa y las otras mujeres altas de tez oscura encajaban mejor.
Miré a Torg. Sonreía orgullosamente. Nunca había visto a un hombre más feliz.
Pero ¿me habría escogido si hubiera tenido la oportunidad?
No te obsesiones. Déjalo ir.
Un hombre estaba de pie en la primera fila, con una postura rígida y los brazos
cruzados. La capucha de su abrigo de kel ocultaba gran parte de su rostro, pero su
porte irradiaba descontento. Torg me había dicho que algunos hombres se
oponían al programa de intercambio. Quizá él era uno de ellos. ¿O, en mi
nerviosismo, estaba sacando conclusiones? Observé al hombre. No.
Definitivamente había animosidad. Me acerqué furtivamente a Torg y rodeó mi
cintura con su brazo.
—¿Cómo es Terra? —gritó un hombre entre la multitud.
Torg alzó las manos.
—Starrconner llegó anoche. Por favor, dale tiempo para aclimatarse.
—No, está bien. Estaré encantada de responder las preguntas.
Él se encogió de hombros.
—Terra es mucho más caliente en la mayoría de los lugares y no tenemos
tanta nieve —dije. Ni por asomo. Aquí, la nieve sobrecargaba las ramas y las hojas
de los árboles altos, cubría el suelo y se apilaba en montículos alrededor de las
cuevas. Una corazonada me decía que para cuando el apacible verano lograba
derretirlo, el invierno llegaba con más. Probablemente, quedaba algo de nieve
durante todo el año. Supuse que las regiones polares se parecían a Dakon, pero es
lo más parecido que hay.
—La mayoría de las personas vive en edificios altos en grandes ciudades
donde hay poco espacio. Nos movemos de un lugar a otro usando vehículos
voladores que funcionan con células solares —no estaba segura de lo que querían
saber.
—¿Todas las hembras se parecen a ti? —preguntó otro hombre. Las
conversaciones de alrededor se detuvieron y todos miraban fijamente.
¿Se refería a que, si todas eran rubias, pálidas o “escuálidas”? ¿Buscaban
reconfirmar que no serían endosados con una mujer fea? Me abstuve de tocarme
el cabello. ¡Vaya suerte la mía el venir a dar a un planeta donde mi peso no era un
problema, pero mi cabello, que antes era mi mejor rasgo, sí lo era! No lograba
tener un golpe de suerte. Miré a Torg. No, sí había tenido suerte. Un golpe de
suerte del tamaño de un alienígena grande y macizo.
—Más o menos —respondí. —Soy más baja de estatura y más rubia que la
mayoría de las mujeres. La mayoría de Terranas tiene el cabello castaño y la piel
más oscura.
El interrogador asintió, satisfecho con mi respuesta. Eso rompió el hielo y las
preguntas llegaban rápidas y furiosas. ¿Cuánto tiempo duró el viaje? ¿Cómo es una
nave espacial? ¿Qué es un vehículo volador? ¿Cuán rápido puede volar? ¿Cuántas
mujeres más llegarían?
—No lo sé —respondí la última pregunta con sinceridad. No fue hasta que me
metieron a bordo del SS Australia que supe de la existencia del programa.
—¿Por qué viniste aquí? —reclamó con voz femenina el hombre del ceño
fruncido que estaba al frente. ¡Era una mujer!
Torg se puso tenso. ¿Por qué? ¿Por cómo podría responder o porque, como
yo, percibía animosidad? No es posible que ella me vea como una amenaza. Ella
podía elegir a cualquier hombre. De acuerdo, yo había tomado al jefe, el soltero
más codiciado del clan, pero si ella lo hubiera querido, probablemente pudo
haberlo tenido antes de mi llegada.
Ahora es mío, mujer. ¡He dicho!
¡Caramba! No podía creer que me estaba alterando por la animosidad de otra
mujer; ni siquiera sabía si era real o era una interpretación errónea.
Se notaba la curiosidad en sus rostros mientras esperaban mi respuesta.
—Por una vida mejor —pasé mi brazo por el de Torg. Una vida mejor, podría
ser cierto si no tuviera que regresar a Terra. ¿Qué tenía allá de todos modos? Si
anulaban mi condena, no limpiaría mi nombre completamente. Mi caso había sido
el juicio del siglo y algunas personas siempre creerían que soy culpable. No tenía
trabajo ni familiares cercanos que se preocuparan por mí.
Esto podría ser un nuevo comienzo. Podría ser algo peor que un semental
alienígena.
—¿No pudiste conseguir eso en Terra? —insistió la mujer.
—Suficiente —dijo Torg. —Habrá más oportunidad para preguntas más
adelante. Mi compañera está cansada por el largo viaje.
No estaba para nada cansada. Envuelta en kel, apoltronada en el musculoso
cuerpo de Torg junto al fuego, había dormido como una piedra. Estaba tratando de
protegerme y le agradecía por eso. ¿Cuál era el problema de esa mujer, en todo
caso?
Los Dakonianos comenzaron a marcharse, pero Torg levantó la mano.
—Esperen. Hay un anuncio más.
Se detuvieron y Torg echó un vistazo a la mujer hosca de rasgos masculinos
que estaba al frente. Su expresión se endureció por un instante antes de enfocarse
en la multitud.
—Acorde a la ley del clan, esta mañana desterré a Armax. No se le permitirá
regresar.
Algunos hombres asintieron mientras la sorpresa se reflejaba en sus rostros.
—¿Qué hizo? —preguntó alguien.
—Atacó e hirió de gravedad a Yorgav.
Volvieron sus miradas hacia la mujer.
—Icha permanece en el clan, pues ha elegido a Yorgav.
¡La tristemente célebre Icha! ¿Esta mujer amargada había sido el motivo de
contienda entre los dos hombres? Dakon sí que estaba desesperado por encontrar
mujeres si valía la pena pelearse por una chica tan maciza con un rostro y
personalidad que combinan. Incluso su nombre. Icha. O querrás decir asco. Estaba
siendo odiosa y rencorosa. Sobre todo, porque la capucha ocultaba gran parte de
sus rasgos. Debajo de todo ese pelaje pudiera haber una belleza delirante, una
belleza que yo había confundido con un hombre.
¡Basta! ¿Qué demonios me sucedía? Dado que había sido la última de la
selección de patio de escuela en ser elegida, no tenía razón para hablar.
Pero ella había comenzado todo con su mala cara.
Haz lo correcto, Starr. Inhalé profundo y le di oportunidad a la helada brisa de
enfriar mis agitados pensamientos.
La multitud se dispersó e Icha se marchó pavoneándose. Si hubiera visto su
forma de caminar antes, no la habría confundido con un hombre.
—Gracias por atender sus inquietudes —dijo Torg cuando estuvimos a solas.
—Espero que no te hayan ofendido.
—Para nada. Entiendo su curiosidad —todo lo de Dakon me parecía extraño,
así que tenía sentido que mi planeta fuera un misterio para ellos también. —
Yorgav estará bien, ¿cierto? —el destierro me había parecido extremo, pero no lo
sería si la condición de Yorgav era tan seria como sonaba. Torg apretó los labios en
un gesto desalentador.
—Darq habló con el curador esta mañana. Las heridas de Yorgav son bastante
severas. Aún no ha recuperado la conciencia.
Dakon no tenía un hospital. Tampoco tenía una escuela de medicina. ¿Qué
clase de entrenamiento podía tener el “curador”? Quizá era como un curandero
que coreaba y sacudía un ramillete de plumas sobre el paciente.
—Lo siento —dije.
Torg miró a lo lejos.
—Yo también lo siento. Tuvimos mucho más, alguna vez.
—¿Antes del asteroide?
Asintió.
—Teníamos hospitales, edificios, equipos, escuelas. Todo se ha ido.
Afortunadamente, algunos curadores sobrevivieron y transmitieron su
conocimiento. La generación actual puede atender huesos rotos, suturar heridas,
pero diagnostican más de lo que pueden curar e incluso eso es difícil. No tenemos
medicamentos, solamente remedios herbales —me miró con sonrisa burlona y
dijo: —Podemos ayudar a aliviar el malestar estomacal o dolor de cabeza de
alguna persona, pero esas dolencias no te matarán.
—Me sorprende que hayas expulsado solo a Armax.
—La falta vino de ambas partes. Robarle la pareja a otro hombre es una
ofensa grave, así que Yorgav no está libre de culpa. Quizá, debía tomar medidas
más fuertes, pero no fue hasta esta mañana que Yorgav empeoró. Separé a los dos
hombres en el campamento para apaciguar la situación. Sin embargo, con Icha
involucrada, los problemas continuarían, así que opte por el destierro.
—¿Desterrar a Armax no traslada el problema a otra persona?
—La mayoría de nuestros problemas son desacuerdos interpersonales.
Separar a un individuo de la persona con la que tiene el problema, generalmente
lo soluciona. Sin la influencia de Icha, no creo que Armax represente un peligro
para nadie más.
—Pero Icha seguirá aquí ¿cierto?
Asintió.
—Esta no es la primera pelea que ha causado. A menudo ocasiona
enfrentamientos entre hombres. Supuestamente es muy hábil sexualmente y
antes de que eligiera a Armax, había provocado muchos celos en el campamento.
—¿Entonces por qué no la destierras? —pregunté y luego respondí mi propia
pregunta. —Porque es mujer.
Torg asintió.
—Necesitamos todas las mujeres que podamos conseguir y cuando se
involucra con dos hombres, Icha comparte su bondad con ambos. Los hombres
causarían disturbios si la desterrara.
—¿Ha tenido más de un compañero?
—Muchos. Nunca se queda con un hombre por mucho tiempo.
—Pero Yorgav podría morir.
—Sí, es posible.
Me estremecí ante la seriedad de su tono.
—Mis disculpas —Torg confundió el motivo de mi escalofrío y me ayudó a
bajar del elevador. Literal y figurativamente, me había colocado en un pedestal.
¿Qué pasaría si me caigo?
Dakon cuidaba a sus hembras, las protegía y valoraba. A pesar de los
problemas que causaba, conservaban a Icha, pero condenaban la violencia. ¿Me
salvaría el hecho de ser hembra si descubrieran que supuestamente maté a un
hombre?
—Vamos a la cueva donde hace calor. Es hora de nuestra comida del
mediodía.
—¿Kel?
—Phea —dijo sonriendo. —Comemos otros tipos de alimentos además del kel.
—Es bueno saberlo —el guiso que Darq había preparado había estado
bastante delicioso, pero podía anticipar que me cansaría del kel si fuera lo único
que comiera. —¿Qué es phea?
—Ave de caza. Incluso murieron más aves que animales, pero el phea
sobrevivió. Comemos los huevos también. Los embriones de phea son una
verdadera exquisitez.
—¡Santo Dios! Eso no es lo que comeremos ¿o sí? —sin dudarlo aceptaría un
pedazo de kel.
Torg echó la cabeza hacia atrás y se rió.
Qué maravilla poder proporcionar tal diversión. Lo miré. Soltó una risita de
nuevo y me abrazó.
—No, Starr. No comeremos embrión de phea —me cargó y me llevó hasta la
cueva.
—Bájame, puedo caminar —moví los pies para demostrarlo.
—Me gusta cargarte.
Escondí mi rostro en sus hombros. Me gustaba también, más de lo debido,
pero podía preocuparme por eso más tarde.
—Para nosotros, se trata de supervivencia, Starr —Torg marchaba hacia su
cueva. —Descubrimos lo hermosa que es la vida y cada acto es sopesado para
determinar si aumenta o le resta a nuestra probabilidad de supervivencia. Si tomo
la decisión correcta, vivo un día más. Si tomo la equivocada, perezco.
Torg y yo teníamos algo en común. Eso prácticamente describía mi empleo
con los Carmichael.
Capítulo 10

Torg
Ante el sonido de pasos, me senté de golpe en la cama y encontré a Darq
entrando a la cámara. Starr dormía junto a mí con una mano debajo de su mejilla,
su rostro cubierto por esa masa de cabello amarillo. Rubio, lo había llamado ella.
Me estaba gustando. Me gustaba tener una compañera que era singular, que no se
parecía a nadie más.
—Tienes un visitante —dijo Darq.
—¿Quién? ¿El curador? ¿Se trata de Yorgav? —susurré para no despertar a
Starr.
—No.
—¿Entonces quién? —de un tirón me puse los leggins y una túnica, y metí los
pies en las botas.
—Icha.
—¡Qué! —olvidé susurrar, miré a Starr. Seguía dormida.
—Trajo un regalo nupcial e insistió en entregártelo personalmente.
Desde que Starr fue presentada ante la tribu, los miembros habían estado
enviando pieles de kel, cuchillos de hueso, vasijas, canastas, collares, figuras
talladas en madera, y suficiente comida para que Darq, Starr y yo pudiéramos
comer durante una docena de rotaciones planetarias.
—Le dije que lo dejara junto al resto, pero se rehusó.
Típico de Icha. Traía sus regalos con la intención de lucirse y no para agradar al
receptor. Llamaba la atención de manera exorbitante y por ser hembra la recibía.
Eché un vistazo a mi compañera dormida. Afortunadamente, no era malcriada
como Icha. Aunque había anhelado tener una hembra a quien pudiera llamar mía,
si Starr nunca hubiera llegado, habría pasado mi vida en soledad antes de aceptar
a Icha. Mi pareja resopló adorablemente mientras dormía y sonreí. Yorgav debe
tener mucha suerte. Tendría las manos llenas si se recuperaba. ¿Pensaría que Icha
había valido todo el problema que le había causado? ¿Que le seguiría causando?
—¿Alguna noticia de Yorgav? —pregunté. —¿Cómo está?
—Mejor. El curador dice que muestra una mejora y cree que podría lograrlo
después de todo.
—Esas son buenas noticias.
Darq, el cobarde, me dejó para enfrentar a Icha solo.
Cuando entré a la cámara principal, vi que observaba el perchero donde
colgaba la ropa de Starr. Ahora estaban secas, pero aún no las habíamos quitado
de allí. Las delgadas prendas eran casi inservibles en Dakon, pero Starr había
insistido en conservarlas. Cuando Icha volvió su mirada hacia mí, su expresión pasó
de evaluar a coquetear. Casi tan alta como yo, se las arregló para encogerse varias
pulgadas para parecer más pequeña. Pestañeó.
—Espero no interrumpir.
Estaba casi seguro de que esperaba lo opuesto.
Icha se había quitado la capa externa del kel para revelar la ropa ajustada a lo
largo de sus grandes curvas. El escote bajo de su túnica revelaba el profundo valle
entre sus gigantescos pechos. Los hombres bromeaban diciendo que podían
perderse en esas montañas.
Sus encantos no me atraían. Nunca me habían atraído y yo ahora tenía una
compañera que me atraía mucho, con quien estuviera acurrucado si no fuera por
Icha.
—¿Qué necesitas? —pregunté, apenas ocultando mi irritación.
Me ofreció una canasta cubierta.
—Te traje algunas galletas de macha.
Macha era un almíbar producido por un árbol en vías de extinción, haciendo
de este almíbar un bien preciado. La savia era nuestro único endulzante y
reservamos su uso para ocasiones especiales.
—No debiste molestarte —dije. Icha no ofrecía cosa alguna sin esperar
reciprocidad, pero rechazar su regalo sería un insulto. Renuentemente acepté el
ofrecimiento.
No se apartó como debió haberlo hecho, sino que se mantuvo cerca. Nuestras
miradas se encontraron. Yo era un cazador. Había derribado kels mucho más
grandes que yo, además de otros animales más peligrosos. Había luchado y
derrotado a otros hombres para ganar mi puesto como líder del clan. No me
retractaba de las decisiones difíciles. Sobrevivía en la tierra fría y dura que mataba
sin piedad.
Tratar con una mujer depredadora estaba fuera de mi alcance.
—Gracias. Si eso es todo… —caminé hacia la entrada de la cueva, esperando
que entendiera la indirecta.
No lo hizo.
Coloqué el dudoso regalo en la mesa.
—Vine a felicitar a nuestro líder del clan por su buena fortuna y a desearle lo
mejor —dijo ella con voz sedosa. Si esa era su verdadera intención, entonces yo
era el piloto de una nave espacial de Terra.
—El curador dice que Yorgav está mucho mejor y que podría recuperarse —lo
traje a colación esperando repelarla.
—Bien —se encogió de hombros.
—No pareces tan aliviada como se esperaría.
—Por supuesto que estoy feliz de que un hombre herido, miembro de nuestra
tribu, sobrevivirá. ¿Quién no lo estaría? Pero si estás insinuando que debería estar
más afectada por su bienestar…
—¿Acaso no deberías? Elegiste a Yorgav por encima de Armax.
—No lo hice. Simplemente no quise seguir con Armax.
Tuve una descarga de ira ante su manipulación y falta de remordimiento.
—Debes irte ahora —avancé algunos pasos más hacia la entrada. Si tuviera
que hacerlo, la levantaría y la tiraría afuera en el banco de nieve.
Icha vaciló, luego tomó su abrigo de kel y se acercó a mí pavoneándose. Mis
compañeros de tribu consideraban que Icha era la hembra más atractiva. El
bamboleo de sus caderas, el susurro de su voz atraía a los hombres como insectos
a un supurante árbol de macha. Nunca había confiado en ella, nunca había
deseado ser uno de la serie de hombres que usaba y desechaba, así que, aunque
en el pasado se me había insinuado y mis necesidades físicas habían sido grandes,
la había rechazado. Probablemente era el único en el campamento que lo había
hecho. Debido a que teníamos pocas mujeres, las hembras como Icha siempre
tendrían control sobre el género masculino.
Su mirada coqueta volvió.
—Pudimos haber estado bien, tú y yo.
Solo si bien significaba desastroso. En mi cámara personal dormía Starr, ajena
a la visita de Icha. Afortunadamente.
—Y aún podemos. No es demasiado tarde —rozó su dedo por mi quijada.
Me alejé de un tirón.
—¡Ahora tengo compañera, Icha!
—Puedo ofrecerte mucho más que de lo que la alienígena puede —lo único
que podía ofrecerme, que yo quería, era la vista de su trasero mientras se
marchaba. —No me interesa.
Su mirada se endureció, pero luego se encogió de hombros.
—Te lo pierdes —se colocó el abrigo de kel y se puso la capucha. —Felicidades
en tu… emparejamiento —dijo en un tono cargado de condolencia.
Al fin tuve la vista que deseaba: ella saliendo del pasillo. Regresé junto a mi
compañera. Starr se estaba despertando. Un pequeño montículo debajo de las
pieles; se estiró. Su suave cabello amarillo contrastaba con el color oscuro del kel,
excitando mi miembro viril.
—Supongo que me quedé dormida —se sentó y se colocó las pieles debajo de
las axilas, escudando su cuerpo de mi mirada.
Mi suerte: la hembra que no me interesaba presumía y la que deseaba ver se
cubría.
—Te tengo una sorpresa —dije.
—¿Qué es?
—¿Te gustaría darte un baño?
Sus ojos se iluminaron.
—¿De verdad?
—Vístete
Frunció el ceño.
—¿Debo vestirme para darme un baño?
—Puedes caminar desnuda por la nieve si lo prefieres, pero debes ir a otra
cueva.
Salió de debajo de las pieles y se puso la ropa en tiempo récord. Disfruté ver
cómo sacudía su cuerpo mientras se apresuraba. Sus pechos, aunque no eran tan
opulentos como los de Icha, eran los suficientemente grandes para llenar mis
manos y un poco más. El recuerdo de la suavidad me endureció la polla. Me
encantaba el contoneo en su caminar, la manera en que movía su trasero y
bamboleaba sus caderas en una danza que todas las mujeres parecían conocer.
Pero solo me interesaba ver cómo lo hacía mi hembra.
—Me estás mirando —se calzó las botas.
Asentí.
—Sí.
—Desperté y ya no estabas.
—Tuvimos una visita.
—¿Oh?
—Icha —respondí, reacio a mencionarla. El sólo hecho de invocar su nombre
traía un mal presagio. —Trajo un regalo de nupcias.
Se inclinó para atarse los cordones de las botas.
—¿Era lo único que quería? —su tono parecía tener una extraña entonación.
—Icha no te agrada.
—Eso no fue lo que dije.
—A mí tampoco me agrada.
Levantó la cabeza.
—¿No?
—No. Intenta causar problemas donde quiera que va.
Starr sonrío con una gran sonrisa.
—¿Eso te resulta divertido? —pregunté.
—No. Sólo me complace que reconoces que causa problemas. Por supuesto,
puedo verlo. Tendrías que ser un tonto para no darte cuenta —lo que significaba
que la mayoría de mi clan eran tontos.
Starr se acercó a mí a paso tranquilo.
—Vamos a darnos ese baño, grandullón —colocó una mano en cada lado de
mi cabeza y me plantó un beso.

***

Nieve fresca había caído durante la noche. La ausencia de huellas alrededor de


la cueva indicaba que nadie había llegado allí hoy. Starr y yo podríamos darnos un
baño privado. Como líder del clan, podría haber largado a cualquiera del estanque,
pero no me gustaba usar privilegios especiales muy a menudo, pues hacerlo
evocaba el resentimiento entre los de la tribu, así lo había descubierto el último
líder del clan.
Los hombres y las hembras se bañaban juntos en los manantiales de mineral
sin preocuparse por su desnudez. Teníamos el mismo reparo sobre quitarnos la
túnica y los leggins que sobre quitarnos la capucha que cubría nuestra cabeza. Sin
embargo, Starr había explicado que los Terranos eran modestos y vestían ropa
para cubrir su desnudez más que para cubrirse del frío. El que mi compañera se
sintiera cómoda al desnudarse en mi presencia me complacía y, extrañamente, su
renuencia a quitarse la ropa frente a otros me alegraba también.
—Ve tu primero —dije con un gesto. —El túnel será estrecho, pero conducirá
hasta una cámara grande donde podrás estar de pie.
—De acuerdo.
Agachando la cabeza, la seguí. El aire húmedo y caliente perfumado por los
minerales llenaba mis fosas nasales. Las termas estaban en lo profundo de la
montaña, a un cuarto de tripta aproximadamente. Las lámparas combustionadas
con el aceite extraído de la grasa de kel, mantenían el pasaje lo suficientemente
iluminado para que no nos cayéramos.
—Escucho una ráfaga —dijo ella.
—Falta poco.
Momentos después, entramos en la caverna principal, iluminada por más
lámparas de aceite. Las nubes de vapor flotaban sobre el burbujeante estanque de
agua mineral caliente. El vaho condensado en las paredes caía al estanque en
forma de riachuelos.
El aire lleno de vapor penetró hasta mis huesos y me despejó la cabeza. No
vinimos aquí solo a darnos un baño, los estanques nos rejuvenecían, o al menos
eso nos hacían sentir.
—¿Cuál estanque deberíamos usar? —preguntó Starr.
—¿Sabes nadar? —pregunté.
Starr se mordió los labios.
—No.
—Entonces el del centro. El que está al extremo es muy hondo, necesitarás
flotar en el agua.
—¿Qué tal ese de ahí? —señaló el que estaba más cerca.
—Ese no es tibio. Te gustará más el del centro.
Starr y yo nos desvestimos, envolví nuestra ropa con la piel de kel y lo coloqué
en un perchero para protegerlo del vaho. Todo lo que estaba en la cámara se
humedecía. Si tuviéramos que caminar hasta nuestra cueva con las prendas
mojadas, nos resfriaríamos.
Desnuda, Starr se acercó lentamente al estanque, sus curvas se sacudían. Para
alguien tan pequeña y delgada, sus atributos eran exuberantes: un trasero
rumboso, caderas anchas, pechos grandes. Ella era, a mis ojos apreciativos,
perfecta. Ser llamada escuálida era un insulto, pero mi torpeza en aquella ocasión
le había complacido en gran manera. La complejidad de la mente femenina me
deja perplejo. Quizá cuando consigamos más hembras y aprendamos sobre su
forma de ser, será más fácil entenderlas.
Entró al estanque que le llegaba hasta la cintura.
—Hay una saliente rocosa al otro extremo donde puedes sentarte —sugerí.
Starr se adentró y se sumergió hasta los hombros. Cerró los ojos y recostó la
cabeza sobre el borde rocoso.
—Dios santo, esto se siente maravilloso —dijo con un gemido. Su cabello
amarillo flotaba en el agua, frotando sus hombros.
La acompañé en la saliente rocosa. Las aguas poco profundas chapoteaban en
mi abdomen, apenas cubrían la punta de mi polla, que había crecido como una
dura roca. Se necesitaba apenas un poco de provocación de su parte para ponerlo
erecto. Había pensado que los encuentros frecuentes calmarían esta lujuria
desenfrenada; en cambio, producía el efecto contrario. Cuanto más nos
apareábamos, más quería hacerlo. Incluso ahora, la imagen de subirla en mi
regazo para que pudiera montarme hasta llevarme al dulce olvido llenaba mi
mente.
Suspiró, un sonido placentero, casi como de saciedad. Yo distaba de estar
saciado. Aun nos estábamos acostumbrando el uno del otro, descubriendo las
costumbres del otro. Extendí mi mano y con ella cubrí la suya. Sus huesos eran tan
delicados, sus manos tan pequeñas, las envolvía con mis grandes garras.
—Esto es muy agradable, gracias —dijo, con los ojos cerrados. La luz artificial
inundaba su rostro con un suave resplandor. Se veía relajada y serena, ajena a mi
necesidad. Nos habíamos apareado dos veces durante la noche, pero el deseo
jadeaba dentro de mí, caliente y fuerte. Nunca se calmó del todo.
—Así que Icha trajo un regalo de nupcias —dijo Starr.
Bueno, eso apagó mi deseo un poco.
—A nosotros. Nos trajo un regalo —mentí. Icha lo había traído para mí y no
era ningún regalo. Pero, sabía que no debía decirlo. Por mucho tiempo había
estado sin una compañera, pero eso no significaba que no tenía instintos de
supervivencia.
Starr abrió los ojos.
—¿Qué trajo?
Solté su mano y me froté el cuello.
—Comida.
—¿Has tenido noticias del estado de Yorgav?
—De hecho, sí. El curador dice que podría recuperarse —respondí, omitiendo
mencionar que Icha había perdido el interés en él y que parecía haber puesto sus
ojos en mí.
—Me alegro —Starr se estiró, arqueándose de manera que las puntas rosadas
de sus pechos se asomaban fuera del agua; los pensamientos sobre Icha se
disiparon en el vaho. Mi compañera se bajó de la saliente rocosa, avanzó a la parte
más honda del estanque y se sumergió. Cuando resurgió, su cabello amarillo se
había oscurecido a un tono café claro. El agua que chapoteaba en sus pechos
creaba la ilusión de que los montículos subían y bajaban en la superficie.
Starr restregó su cabellera con las yemas de los dedos y luego se zambulló
debajo del agua nuevamente. Se puso de pie y con leves golpes, pasaba las manos
por cada brazo, de los hombros a la muñeca, pasando a sus pechos. De manera
particularmente minuciosa pasaba la palma de sus manos en la parte inferior y
luego se frotó en forma circular alrededor de sus montículos. Al deslizar sus manos
debajo de la espumeante agua, abriendo las piernas, un rayo de calor se disparó
en mi ingle. Sabía exactamente dónde tenía las manos. ¿Por qué no me había
ofrecido a lavarla?
Starr me miró sobre sus hombros.
—¿Me lavarías la espalda?
Me lancé de la saliente rocosa con un chapoteo. Me pareció haber escuchado
a Starr soltar una risita. La jalé hacia mi cuerpo. Mi miembro viril rozó la parte baja
de su espalda mientras alargaba mis manos hasta sus pechos.
—Esa no es mi espalda —reprendió, pero se contoneó de manera que su
trasero me provocara la polla.
—Te faltó una parte —apreté sus pezones con mi dedo pulgar y el índice,
luego serpenteé la mano hacia abajo para acariciar su sexo.
Dio un pequeño gemido.
—¿Que- que tal si alguien entra?
Esperaba que eso no sucediera, pero podría.
—Entonces los mataré.
Soltó una risita.
Exploré sus pliegues y encontré el pequeño nodo de placer. Había aprendido
mucho durante nuestro apareamiento: ella prefería cara a cara, le gustaban las
caricias lentas y prolongadas, y se humedecía más si hacía movimientos circulares
en su clítoris antes de introducir mi dedo del medio en su canal resbaladizo.
El latido del deseo resonaba. La sangre hacía palpitar mis oídos y hacía latir mi
polla. Un deseo sexual primitivo crecía dentro de mí. Antes de que me diera
cuenta de lo que hacía, la mordí donde sus hombros se unen con su cuello. Starr
soltó un grito, pero apretó aún más su cuerpo contra el mío y ladeó la cabeza,
dejando al descubierto la delicada pendiente.
La lamí allí y sentí el sabor de la sal. ¿Había minerales en el agua? ¿O sangre?
Sentí arrepentimiento desde la boca de mi estómago, pero no me impidió
mordisquearla hasta los hombros. Su piel era tan suave. Introduje otro dedo en su
apretado canal. Ella apretó y un rayo de lujuria se disparó directamente a mi ingle.
—Te necesito tanto —gruñí a sus oídos. —Te necesito ahora.
Saqué mis dedos, la alcé y me preparé para penetrarla.
Forcejeó y me empujó del pecho.
Consternación y vergüenza se revolvieron dentro de mí. Mi pareja necesitaba
ser cortejada, no apresurada. Lo sabía. El deseo había anulado mi sentido común y
mi interés por ella.
Puso sus manos contra mi pecho.
—Siéntate en la saliente rocosa —me ordenó, pero la sonrisa y el destello en
sus ojos me confundían. No sabía qué hacer, excepto obedecer, así que me moví
hacia el borde del estanque.
Starr envolvió mi polla con su puño. Apreté los dientes. Me mataría o me
vendría en su mano. Quizá ambas cosas.
—Me encanta que lo tienes grande. Tan suave. Tan duro —apretó más y
bombeó. Sus caricias sumadas a su voz sedosa me hacían casi perder la razón.
Luchando por mantener el control, cerré los ojos e inhalé aire apretando los
dientes.
—No, no deberías decir cosas como esas.
—Me encanta cómo me sacia tu polla.
¿Acaso el traductor no estaba funcionando? ¿O era esto una prueba? ¿Acaso
me estaba castigando por descuidar sus necesidades?
Sus pechos suaves rozaban contra mis muslos mientras se movía entre mis
piernas. Abrí mis ojos. Su sonrisa hermética y seductora era un beso por sí sola.
Con su pulgar acarició la punta de mi miembro viril, juntando la esencia que se
escurrió. Luego inclinó la cabeza y metió mi polla en su boca.
Cada terminación nerviosa se activó al mismo tiempo. Un placer tan intenso
que pensé que moriría colapsando por dentro. Me sujeté del borde del estanque y
clavé los dedos en la roca.
—Starr… no... sí… sí… no.
El cuerpo de Starr se sacudió, sabía que se había reído de mí. Lamía mi
miembro viril sin dejar ni una pulgada intacta. Con su lengua trazaba las venas
palpitantes, hacía movimientos circulares alrededor del relieve del glande y
sacudía el meato que brotaba. Era difícil de aguantar, pero cuando lo succionó tan
fuerte que llegó hasta el fondo de su garganta, mi sangre fluyó a raudales como
lava fundida. Nunca había imaginado tanta pasión.
Se acumulaba la presión, apreté la quijada y clavé los dedos en la roca como si
eso pudiera detener la marea.
Ella se detuvo y se apartó e interrumpió mi ahogada protesta cuando se
montó a horcadas sobre mi regazo y se ensartó. Sus paredes apretadas y mojadas
comprimían mi miembro viril, llevándolo a un sublime éxtasis. Cuando se meció,
perdí el control. Perdí por completo la voluntad. Sujeté sus caderas y la penetré
hasta terminar.
Con cada movimiento, mis nalgas se raspaban con las ásperas piedras. Sujeté
la mojada madeja de cabello y lo enredé en mi puño, tiré su cabeza hacia atrás y
eché mi rostro en su cuello. Creo que la mordí otra vez. La necesidad llevaba
pensamientos conscientes en mi cerebro.
Starr llegó a su éxtasis y el interior de su feminidad se contrajo, apretando y
ordeñando mi miembro viril. Se rindió ante ella y me vine, mi cuerpo
convulsionaba con sobrecargas rítmicas que me exprimían. Vi una explosión de
estrellas al cerrar mis ojos cuando me vaciaba dentro de la estrella más brillante
de todas, mi compañera.
Sujetándola contra mi cuerpo, me bajé del borde hacia la piscina para que ella
no sintiera frío. El mineral resquemó mis glúteos que se habían raspado con las
piedras, pero no importaba. Por el momento, me sentía saciado. Y culpable. Había
llegado al éxtasis a expensas de mi pareja.
—Lo siento —dije, cuando finalmente pude hablar.
—¿Por qué?
—Por no atender tu placer.
Mi pene seguía dentro de ella, aun un poco hinchado. El interior de su
feminidad se contraía alrededor de mi miembro y este respondía con pulsaciones.
Inclinó la cabeza para mirarme a los ojos. Esa sonrisa seductora curvaba sus labios.
—¿Bromeas? Pensé que se desarmaría mi cuerpo —golpeó mis hombros con
su puño. —Tuve el mejor orgasmo de mi vida. ¿No pudiste sentirlo?
Asentí. Las contracciones de su feminidad habían detonado mi descarga, pero
debí estar más sintonizado con ella.
—Cuando me mordiste, algo sucedió. No creí que era algo que me gustara,
pero despertó algo en mí. Ardía desde el cuello hasta el coño —se frotó el cuello.
Examiné el área. La había mordido tan fuerte que rasgué su piel. Dos veces, a
juzgar por las heridas que se iban poniendo moradas. La había marcado. Me sentía
consternado, pero profundamente satisfecho. Ella me pertenecía.
Nadie me la quitaría.
—Tienes un moretón. El kel lo ocultará para que nadie lo vea —dije.
Pero yo lo sabría.
Era mía.
Capítulo 11

Starr
—Aquí está —la voz de Torg flotaba a lo lejos, muy lejos. —Debes ayudarla.
Se me revolvía el estómago. El sudor perlaba mi frente mientras hacía arcadas
secas en una cazuela de barro. Mi estómago vacío no tenía nada que expulsar,
pero las náuseas continuaban sin cesar. Con un gemido, me eché a la cama de
pieles. Nunca en la vida me había sentido tan miserable. Mi cuerpo temblaba
como si de frío se tratara, pero estaba ardiendo. El sudor había empapado el kel
que estaba debajo de mí.
Los malestares habían comenzado la noche anterior, antes de que Torg y yo
nos retiráramos, pero logré quedarme dormida. Unas horas más tarde, me había
despertado apresurándome a buscar una cazuela de barro en el que devolví la
cena.
Torg quiso llamar al curador de inmediato, pero se lo impedí, segura de que
las náuseas desaparecerían y, en todo caso, no tan segura de cómo podría
ayudarme la medicina primitiva. Podía vivir en una cueva y vestir piel de animal,
pero ¿someterme a la medicina de la Era de Piedra? No. Dejaré que mi sistema
inmunológico resuelva el problema.
Pero no estaba funcionando y aunque aún no salía el sol, Torg anuló mi
protesta y fue en busca del curador.
Torg y otro hombre, que supuse que era el “doctor”, se arrodillaron junto a
mí. El curador frunció el ceño con preocupación y la expresión de Torg parecía tan
dura como las paredes de la cueva, excepto por el músculo de su mejilla que se
crispaba. Tenía los puños cerrados.
—Estaré bien— intenté asegurarle.
El curador habló.
—Mi nombre es Stovak. Dime qué ocurre —colocó una funda hecha de kel
junto a la cama.
—Está enferma —dijo Torg.
—Deja que ella misma me lo diga —Stovak entrecerró los ojos mirándome el
rostro. —Dime con exactitud.
—He estado vomitando.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Con qué frecuencia?
—Empezó hace varias horas. Me sentí un poco mareada cuando me fui a la
cama.
—No me lo dijiste —dijo Torg.
—No estaba tan mal. Pensé que no era importante.
Los ojos de Torg refulgieron.
—Por supuesto que es importante Tu…
Stovak levantó la mano.
—Torg, por favor. Déjala hablar —se centró en mí. —¿Cuántas veces has
vomitado?
—Siete u ocho —había tenido dos episodios mientras Torg había ido por el
curador.
Stovak volvió la mirada a Torg.
—Necesito examinarla.
Torg emitió un sonido de indignación.
—Por eso te pedí que vinieras.
—Debo tocarla.
Era claro que el curador conocía a mi compañero. Se había vuelto un poco
posesivo. No le gustaría que otro hombre me tocara.
A regañadientes asintió.
—Haz lo que tengas que hacer.
—¿Estás con fiebre o escalofrío? —Stovak colocó sus manos en mi frente.
—Ambos —temblé al sentir un espasmo que recorría mi cuerpo.
El curador examinó mi cuello con mano firme pero suave.
—No hay hinchazón, eso es bueno —colocó la palma de su mano en mi pecho
y ladeó la cabeza. —Tu corazón está acelerado. ¿Comenzó cuando llegué o ha
estado así desde antes?
No fue sino hasta que lo preguntó que me di cuenta de que mi corazón estaba
acelerado, pero estaba en lo cierto.
—Había comenzado a la media noche también.
Stovak quitó la mano, se sentó en cuclillas y frunció el ceño.
—¿Qué has comido en las últimas horas?
—Comió kel en la cena —respondió Torg.
Mi estómago se revolvió cuando mencionaron las palabras comida y comer.
Cubrí mi boca con una mano y con la otra mi estómago.
—¿Tú también comiste eso? —preguntó el curador a Torg.
—Sí. Darq también.
—¿Cómo lo preparaste?
—Asado. Con tubérculos.
Tomé la cazuela e hice arcadas secas. Nada salió, excepto una gota de ácido
estomacal que me quemó la boca y nariz.
—¿Y antes?
—Un puré —dijo Torg. —Un miembro del clan nos había traído una crema de
carne y granos.
Dios santo, me van a matar. Cada vez que mencionan comida mi estómago se
revolvía.
—Deténganse —supliqué.
—Lo siento —dijo Stovak. —Pero sospecho que algo que comiste te hizo mal.
Me dejé caer en la cama.
—¿Puedo tomar un poco de agua?
Tenía un sabor horrible en la boca. Eso era más que suficiente para
revolverme el estómago.
El curador asintió y Torg me alcanzó una jarra de metal. Me sostuve con los
codos, tomé un trago, hice gárgaras con el agua y luego lo escupí en la cazuela de
barro. Engullí el siguiente trago y mi estómago reaccionó revolviéndose. Apreté los
labios y los ojos. No salgas. No salgas.
—Darq y yo no hemos tenido malestar alguno —dijo Torg. —Todos hemos
comido lo mismo.
Stovak preguntó
—¿Eso es cierto?
—Sí —respondí. Mi estómago convulsionó. —Excepto por las galletas.
Las cejas de Torg se alzaron repentinamente.
—¿Galletas?
—¿Cuáles galletas? —repitió Torg.
—Las que están allá, en la canasta —señalé con la mano la mesa llena de
regalos nupciales.
La expresión de Torg se tornó tempestuosa. Tragué.
—Pensé que… no habría problema… ¿acaso no son para comerlas? —no se me
había ocurrido pedir permiso. ¿Lo había estado guardando para una ocasión
especial? Supuse que, si las galletas eran un regalo nupcial, eran para ambos y
podía comerlas.
Torg se levantó rápidamente y tomó la canasta de la mesa.
—¿Esto fue lo que comiste?
—Sí.
Se lo dio al curador, quien tomó una galleta y la olfateó.
—Macha —mordió un pedacito. Su rostro se endureció. —¿Cuándo lo
comiste?
—Ayer. Cerca de media mañana —alcé la mirada hacia Torg. —Habías salido y
sentí un poco de hambre —levanté un hombro. —Era algo que no tenía que
cocinarse —en Terra me había vuelto bastante experta en usar el aparato de
cocción rápido con el que horneaba, cocía o asaba los alimentos, con sólo
presionar un botón. Pero manejar un espetón o una cazuela de barro en las brasas
de leña, estaba más allá de mi habilidad.
—¿Crees que la macha la enfermó? —preguntó Torg.
—No fue la macha —respondió Stovak, —sino el wheestile que fue añadido.
Torg frunció el ceño.
—El wheestile no es dañino.
—No lo es para nosotros —dijo Stovak.
¡Dios santo! ¿Había ingerido un venenoso mejunje alienígena? Las galletas
estaban deliciosas, dulces, pero con un sabor picante. Eran tan buenas que comí
dos. Mi corazón palpitaba de miedo.
—¿Qué es wheestile?
—Es una hierba que usamos para dar sabor, pero debes haber desarrollado
tolerancia a ella o te causará malestares: náuseas, vómitos, escalofríos y
sudoración.
Esos eran los síntomas que estaba experimentando.
—¿Voy a morir?
La risa que soltó el curador calmó mi pánico.
— No. Te sentirás miserable por un rato, pero basado en los síntomas que has
estado experimentando, ya has pasado lo peor. Puedo darte un brebaje para
contrarrestar los efectos residuales.
Stovak le entregó a Torg la jarra de metal con agua.
—Desecha casi todo lo que tiene. Conserva sólo un poco.
Torg frunció las cejas con fiereza. Nunca lo había visto tan furioso. Tomó la
jarra de metal, vació la cantidad adecuada de agua y se lo devolvió a Stovak. De su
bolso, el curador sacó una pequeña funda llena de hierbas trituradas y mezcló una
pizca en el agua.
—Tómate esto.
Tomé el envase y engullí su contenido. Pensé que mi estómago protestaría,
pero casi enseguida se apaciguó.
—¿Mejor? —preguntó Stovak.
—Mucho mejor, de hecho —respondí. —Gracias —quizá los Dakonianos
sabían algo de ciencia después de todo.
Yo estaba mejor, pero Torg no lo estaba. Parecía echar fuego.
—¿Cuántas personas saben sobre los efectos del wheestile? —preguntó.
El curador se encogió de hombros.
—No son muchos. No hay necesidad de saberlo. Todos estamos
acostumbrados a sus efectos. Un curador o el asistente de un curador los sabría.
—Icha trajo las galletas —dijo Torg sombríamente.
Stovak abrió los ojos de par en par.
—Ella sabría, ¿cierto? —preguntó Torg.
—Nunca terminó su formación en medicina natural —dijo Stovak, —pero es
probable que sí.
—¿Icha intentó envenenarme? —dije con la voz entrecortada.
—No lo sé… —el curador parecía un tanto incómodo.
—Yo sí lo sé —las fosas nasales de Torg se dilataban al exhalar. —Me
sorprendió que me haya traído un regalo nupcial; Icha no es una persona
generosa.
Oh, sí que era generosa. Me había dado un ataque de vómito como nunca
había experimentado en mi vida. Esa zorra. ¿Qué le he hecho?
—Tienes al hombre que ella quería —dijo Darq desde la parte trasera de la
cámara. No me había percatado que había entrado. —Icha no está acostumbrada
al rechazo —se acercó un poco más. —¿Cómo te sientes?
—Mejor ahora —mi estómago se había apaciguado, pero mi temperamento
estallaba. Tenía ganas de darle un puñetazo a Icha en su macha. De acuerdo, yo no
le agradaba, tampoco me importaba ella, pero yo no la había envenenado. ¿Qué
clase de persona hacía eso?
Stovak empacó su bolso y se puso de pie.
—Estará bien. Debe comer ligero y tomar mucha agua por aproximadamente
un día, y evitar las galletas de macha.
—Gracias por haber venido enseguida —dijo Torg. —Por favor, no le
mencione a nadie lo ocurrido.
—No lo haré.
El curador se marchó. Torg apartó el cabello de mi frente y arrebujó las pieles
que me rodeaban.
—Lamento que hayas sufrido por mi culpa.
Podía acostumbrarme a ser mimada.
—No fue tu culpa. Fue la bruja.
Darq se cruzó de brazos y nos observó.
—¿Qué harás?
Torg resopló y se puso de pie.
—Desde que cumplió la mayoría de edad, ha instigado la discordia. Ha
instigado incontables peleas. No he hecho nada porque los hombres eligen sus
acciones. No tienen que pelear por ella si no lo desean. Esta vez, ha ido muy lejos.
Deliberadamente lastimó a otra persona. A mi compañera. No lo permitiré. Icha
será expulsada del clan.
Darq respiró hondo.
—Habrá un alboroto. Cuando tiene más de una pareja, Icha comparte sus
favores entre muchos. Los hombres no aceptarán perderla.
Así que además de ser una zorra era una ramera. Quizá no debería ser tan
rencorosa, pero ¡la mujer me había envenenado! Deliberadamente y con
premeditación y alevosía.
—¿Qué esperas que haga? ¡Intentó lastimar a Starr! Si algún hombre hubiera
hecho lo mismo, lo habríamos expulsado sin vacilar o cuestionar.
—No estoy diciendo que no deberías hacerlo. De hecho, yo haría lo mismo
para proteger a mi compañera, si tuviera una. Sólo debes tener en cuenta la
posible reacción.
—Icha se va —dijo Torg decididamente.
Sentí una ola de calor por todo mi cuerpo por la forma en que me defendía. En
Terra nadie había hecho eso. Nadie había hablado por mí. Ni un solo amigo me
había visitado en prisión. Nadie se atrevía a meterse con los Carmichael. Maridelle
me había defendido, pero como mi abogada y para ello, había recibido una
compensación y la protección del gobierno.
Para que un hombre estuviera dispuesto a enfrentarse a toda su tribu por mí,
significaba mucho para mí.
Podía ser generosa y darle a Icha el beneficio de la duda. Un yermo congelado
se extendía entre este campamento y el siguiente, y había una pequeña diminuta
pizca de duda sobre su culpabilidad. Respiré hondo.
—¿Qué tal si ella no se dio cuenta que el wheestile tendría un efecto nocivo?
El curador dijo que no todos conocían sobre eso. Quizá haya sido que nos trajo una
canasta de galletas y ya.
Tanto Torg como Darq sacudieron la cabeza.
—Tuvo suficiente entrenamiento medicinal —dijo Torg.
—Cuando se trata de Icha, no existen las coincidencias —agregó Darq.
Jalé la piel de kel hasta mi mentón.
—Hace mucho frío allá afuera.
—No pasará frío por mucho tiempo —dijo Torg. —No hay un solo clan que no
la querría recibir.
—¿Por ser hembra?
—Por ser hembra.
—De acuerdo, entonces puedes desterrarla.
—Me alegro de que no estés molesta, pero no es tu decisión. Es mía —su
rostro se endureció y juro que hinchó el pecho. Su enorme, y musculoso pecho de
macho. —Después de lo que hizo, la expulsaría te guste o no.
Sonreí de oreja a oreja.
—Me encanta cuando te comportas como un macho alfa.
Capítulo 12

Torg
—¿Cómo te está yendo? —preguntó Enoki a mi pareja, con mirada
enjuiciadora y especulativa. Quizá me comportaba un tanto susceptible, pero no
me gustó la intensidad en su expresión o el nivel de asedio en su tono.
—Ella está bien —respondí.
—Estoy seguro de que ella puede hablar por sí misma.
—Estoy bien —respondió Starr.
—¿Has tenido algún problema para adaptarte? —preguntó Enoki.
Starr se llevó un mechón de cabello amarillo detrás de la oreja.
—No, todo está bien.
Bien, a menos que tuviera en cuenta que había sido envenenada por un celoso
miembro de la tribu. Bien, a menos que hubiera visto las miradas furiosas que le
lanzaba los hombres del clan al cruzar esta mañana por el campamento. Dos días
antes, yo había desterrado a Icha. Aunque informé al campamento la razón, la
amistad que había creado cuando presenté a mi compañera se había diluido.
Starr, una alienígena, era apenas un chivo expiatorio. En tanto que Icha
ofreciera favores al campamento, estaban dispuestos a pasar por alto cualquier
cosa.
—Me alegra saberlo —dijo Enoki.
No tenía motivos para dudar mi honor. ¿Acaso creía que por haber llegado
tarde a la selección no trataría bien a mi compañera?
—¿Era esa la razón de tu visita? ¿Preguntar por el bienestar de Starr?
Nos habíamos reunido en una de las cámaras más pequeñas de mi cueva.
Enoki había permanecido aquí el tiempo suficiente para que una hoguera se
quemara hasta las brasas y aún no me informaba la razón de su visita. ¿Pasó a
verme a mí o estaba interesado en Starr?
—Ha pasado una semana desde que las mujeres fueron elegidas por sus
parejas. Creí prudente pasar a verlas. Estoy visitando todos los campamentos. Esta
es mi primera parada. Supuse que también te gustaría saber lo último acerca del
programa de intercambio.
—Continúa —dije.
—Los Terranos están muy complacidos con el mineral iluviano y en el
siguiente cargamento duplicarán la cantidad de mujeres. Puesto que algunas tribus
no consiguieron ninguna mujer en el sorteo, el consejo ha ideado un plan
diferente. Cada tribu será asignada cierta cantidad de fichas, según su tamaño. Tu
tribu recibirá dos fichas. Tú decides a quiénes dárselas.
—Es una buena noticia. Los hombres se pondrán contentos —ofrecer más
mujeres les dará algo positivo en qué enfocarse. Haremos nuestro propio sorteo
para las fichas; no me atrevería a elegir a los dos hombres. ¿Cómo los elegiría?
Sería muy difícil.
—Antes de irse, los Terranos nos dejaron equipos de computadoras y de
comunicaciones, pero no tenemos quien lo instale u opere. No tuvieron tiempo
para enseñarnos —dijo Enoki. —Sugirieron que algunas mujeres podrían
ayudarnos.
Miró a mi compañera.
—¿Sabes operar ese equipo?
—Podría buscar la manera de hacerlo —asintió con entusiasmo. —No creo
que sea muy diferente del que usaba en Terra. Mi amiga Andrea Simmons seguro
sabría cómo operarlo. Ella fue elegida por un hombre llamado Groman. ¿Quizá
puedas preguntarle a ella también?
Enoki asintió.
—Lo haré.
—Mi amiga Tessa Chartreuse también. Ella se fue con Loka.
—Visitaré su campamento hoy también.
—Estoy segura de que las tres podríamos poner el equipo a funcionar.
—Tenía la esperanza de que dijeras eso. Quizá podemos acordar una fecha,
¿te parece si las tres se reúnen en lugar de reunión dentro de una semana? —dijo
Enoki sonriéndole.
¿Iría él también a esa reunión? Me pregunté refunfuñando.
Starr me miró y luego le sonrió a Enoki.
—¡Perfecto!
—Si necesitas algo, envíame un mensaje —dijo el jefe.
Si mi pareja necesitaba algo, yo lo proveería. Un gruñido retumbó en mi
garganta.
Enoki me miró, entendió la indirecta y se despidió de nosotros.
—¿Cuál es tu problema? —dijo Starr con una mirada amenazadora y
poniéndose de pie de un salto. —¡Iré al lugar de reunión!
—Sí, la próxima semana.
—Quiero ver a mis amigas. A mi llegada, me dijiste que podía verlas. Además,
necesito hacer algo. He trabajado durante toda mi vida adulta. No sé curar la piel
de kel ni cocinar a llama viva. Ayudar con las comunicaciones me permitirá
ocuparme en algo.
Levanté la mano y la dejé caer.
—Todos tus puntos son válidos.
—Entonces ¿por qué estás enojado? —preguntó.
—No estoy enojado.
—Frunciste el ceño cuando Enoki preguntó si yo podía ayudar.
—No ha sido porque quieres ver a tus amigas. Es normal extrañar a tu gente.
—¿Entonces por qué?
Afloraron sentimientos que no podía controlar, emociones que no quería
reconocer. Celos. Icha solía darle atención a uno y otro. ¿Qué tal si Starr hacía lo
mismo? Yo era solo un líder de clan. Enoki dirigía a todos los clanes y tenía mucho
más poder y riquezas. Podía ofrecerle más de lo que yo podía. Yo había prometido
encontrar a sus amigas, sin embargo, la oportunidad de reunirse con ellas había
llegado de él.
—Porque le sonreíste. Te ofreció algo que yo no pude.
Sus suaves brazos rodearon mi cintura y Starr se arrimó a mi espalda.
—Tonto —no especificó si se refería a Enoki o a mí. —Él no puede darme lo
que tú, un lugar en tus brazos.
—Él tiene brazos —balbuceé.
—No son los tuyos. Quiero que solo tú me abraces, que tu cuerpo esté junto al
mío —rozó sus mejillas en mi espalda. —Tú me proteges, te preocupas por mí,
cocinas para mí y me sostienes el cabello cuando vomito luego de ser envenenada
por alguna de tus mujeres —resopló.
—Te ríes, pero no te protegí.
—Me defendiste. Me elegiste antes que a Icha. La desterraste en contra de los
deseos de tu tribu.
—Fue una decisión fácil.
—Y por eso te elijo a ti.
Extendí sus brazos y me di la vuelta.
—¿Nunca me dejarías?
—Tendrías que desterrarme antes de que eso sucediera.
Capítulo 13

Starr
Nieve fresca había llenado el suelo por la noche, apilándose al nivel de la
cintura. Torg guiaba el camino, a pasos cortos de modo que yo pudiera seguir los
surcos. Aunque antes había caminado por aquí, no reconocía nada. Nunca hubiera
llegado al lugar de reunión sin su orientación. Icha no merecía compasión, pero
aun así sentía pena por ella, había sido expulsada a la tierra congelada y dura. Torg
me había asegurado de que estaría bien. Otra tribu la acogería sin hacer
preguntas.
Se volvió para ver cómo estaba. Hice un gesto con el pulgar arriba y me
respondió con el mismo gesto. Se estaba volviendo popular en el campamento.
Otros Dakonianos lo habían empezado a usar.
—¡Falta poco! —dijo.
—¡Maravilloso! —me cuidaba muy bien. Rápidamente y con firmeza había
llegado a aceptarlo como mi compañero. No sé si era por la forma en que Torg se
había puesto de mi lado y me había defendido cuando Icha llevó a cabo una treta,
o cuando había revelado sus vulnerabilidades tras la visita de Enoki, pero había
tomado una decisión: me quedaría.
Bueno, debí estar loca al pensar en marcharme. Terra no tenía nada que
ofrecerme. Bueno, además del clima. Una mujer podía pasar toda su vida en la
Tierra sin encontrar un hombre como Torg. Él era valiente, cariñoso, protector y
fantástico en la cama, o entre las pieles de kel, como solemos decir aquí. Me había
enamorado de él.
Si de alicientes se trata, aunque no era el caso, Dakon era un refugio que me
mantenía segura de los Carmichael. No podían dar conmigo aquí. ¿Y qué importa si
mi nombre quedaba manchado? Ya no vivía en Terra. Aquí era libre, amada y
estaba a salvo. La vida era bastante buena aquí.
Me volvería a reunir con mis amigas de la nave. ¡Incluso tenía un trabajo!
Ayudaría a poner en marcha el sistema informático. Después, la siguiente orden
del día sería contactar a Maridelle y decirle que olvide la apelación. No quiero
hacerla perder el tiempo. Si se obtiene la apelación, tendría que volver para
enfrentar al nuevo juicio y no tenía intención alguna de hacerlo.
Una posible dificultad en la felicidad presente y a futuro podría presentarse si
los Dakonianos se enteraran de la condena por asesinato, pues desaprueban los
homicidios. Torg y yo ya habíamos formado un vínculo, así que probablemente no
sería exiliada, pero no me gustaría descubrir que estaba equivocada. Si mi condena
se hiciera pública, lo desmentiría y aseguraría que había exagerado mi pasado
criminal para ganar credibilidad frente a mis compañeras de nave. Los Dakonianos
no tenían los medios para comprobar los hechos y rechazar mi argumento. No
podían hablar o leer el idioma Universal Terrano y Andrea, Tessa y yo seríamos las
únicas que sabríamos operar el sistema de comunicación. Mis amigas guardarían el
secreto.
Torg y yo marchábamos al claro donde se situaba el lugar de reunión. Una
docena de pequeñas estructuras formaban un medio círculo alrededor del gran
pabellón.
—¡Hay otros edificios! —observé. Al llegar, había seguido ciegamente, con la
cabeza agachada, a la mujer que iba delante de mí. No había visto nada más que el
pabellón de piedra.
Torg se detuvo.
—¿Pensaste que el lugar de reunión era un solo edificio? Es el centro de
Dakon. El edificio grande donde nos conocimos es el sitio donde el consejo se
reúne y donde realizamos nuestras reuniones multi clan —señaló hacia uno de los
edificios más pequeños. —El depósito almacena la cosecha del verano pasado.
Junto a él está el centro de intercambio. Si tenemos sobrantes, lo llevamos allí
para intercambiarlo por algún artículo que nos falte.
Esto era fascinante. No había prestado atención en lo absoluto cuando arribé.
Más allá de las estructuras se extendía un campo abierto mucho más grande. Lo
señalé.
—¿Fue allí donde aterrizó la nave?
Torg asintió.
—Creo que sí. Para cuando llegué, ya se había ido.
Era típico de los Terranos. La tripulación no se había molestado por quedarse
a ver cómo estábamos. Podíamos considerarnos afortunadas de que hayan
aterrizado la nave. Pudieron simplemente haber reducido la velocidad, bajar en
picada y empujarnos de la escotilla hacia afuera.
Me centré nuevamente en la aldea. Torg y yo estábamos parados a la orilla.
Señalé hacia un pequeño edificio de piedra.
—¿Qué hay allí?
—Es el edificio público de registros.
—¿Registros? ¿Qué clase de registros?
—Nacimientos, defunciones, uniones. Mientras te ocupas de instalar el
sistema de comunicación, iré a registrar nuestra unión.
Para mi tranquilidad, supondré que por unión se refería a un matrimonio
alienígena de hecho y no a la anotación de la consumación. Tengamos un poco de
privacidad. Todos suponían que las parejas tenían relaciones sexuales, pero no era
necesario anunciarlo, ¿o sí? Fruncí el ceño.
—Espera, ¿tienen un lenguaje escrito?
—Por supuesto que tenemos un lenguaje escrito. ¿De qué otra forma podría
mantener los registros?
La naturalidad en su tono no tenía indicio alguno de censura, pero mi rostro se
acaloró por mi prejuicio. En efecto, ¿de qué otra forma? Torg había explicado que
Dakon había tenido una civilización más grande, ¿por qué suponer que eran
analfabetos?
—Lo siento. ¿Con qué escriben?
—Mezclamos tinta extraída de las cenizas y del aceite del kel y elaboramos el
papel de los tallos fibrosos de una planta. Se requiere de mucho trabajo, así que
no desperdiciamos papel ni tinta. Cuando fue destruida nuestra infraestructura,
temimos perder también nuestra historia, así que los sobrevivientes escribieron
nuestras memorias. Esos registros se preservan en tomos grandes. Por eso
sabemos lo que ocurrió.
—¿Puedo aprender a leer Dakoniano?
—¿Quieres aprender nuestro idioma?
—Me gustaría conocer su historia —cuanto más tiempo pasaba junto a él, más
crecía mi admiración por él y su pueblo.
—Llevaré a casa algunos libros y hojas en blanco. ¿Tal vez puedas enseñarme
tu idioma también?
—Me encantaría.
—Nuestros hijos hablarán ambos idiomas y aprenderán de ambas culturas —
dijo suavemente.
Mi corazón se llenó de felicidad, pero me asaltó la duda. Torg y yo
proveníamos de diferentes razas alienígenas. ¿Y sí nuestros genes no eran
compatibles? Los estudios preliminares indicaron que sí lo somos, pero aún no se
había comprobado. No me extrañaría que Terra mintiera con tal de poner sus
manos en el mineral iluviano. Había visto a mi gobierno en acción.
—Me encantaría, pero ¿y si no podemos procrear hijos?
En mi caso, sabía que no sería posible de inmediato. Tenía un implante
anticonceptivo. Sin el aparato para removerlo, tendríamos que esperar que se
pasen los efectos.
—Nos tendremos el uno al otro.
La suave sencillez de su comentario trajo lágrimas a mis ojos y parpadeé para
ahogarlos.
—Haces que sea fácil amarte —era bueno y honesto, era más de lo que
merecía.
—Empecé a enamorarme de ti desde el momento en que te vi.
Eran un sentimiento dulce que hacía irradiar sus ojos de sinceridad, pero
nuestro encuentro no había sido hace mucho como para olvidar su shock. Objeté,
pero habló nuevamente.
—Allí aprendí a no juzgar por apariencias, sino por hechos y carácter. Te amo,
Starrconner, tu cabello amarillo, tu sacrificio al venir, la forma en que nuestros
cuerpos se unieron en placer, tu disposición en integrarte a mi cultura.
Seguía llamándome Starrconner a menudo. Cuando le enseñe el lenguaje
Universal Terrano, le enseñaré la estructura de los nombres. O quizá no. Era un
poco encantador la forma en que combinaba ambos nombres como si se tratara
de uno solo. Me encantaba su voz cavernosa y gruñona.
Lo abracé fuerte. El grosor de nuestros abrigos de kel impidió que mis brazos
le rodearon por completo, pero él no tuvo dificultad y me envolvió en un fuerte
abrazo. La alegría y el deseo se entrelazaron. Torg me apretó y luego me soltó y
levantando la barbilla señaló el pabellón.
—Creo que una de tus amigas acaba de llegar.
Era cierto. Las huellas de pisadas conducían hasta adentro.
—Te veré adentro después de registrar nuestra unión.
—De acuerdo —lo besé. El aire frío había enfriado sus labios, pero entraron en
calor al besarnos. Torg se dirigió hacia el edificio público de registros y yo caminé
haciendo clop por la nieve hacia el pabellón. ¿Quién sería? ¿Andrea o Tessa?
Estaba ansiosa por ver a mis dos amigas. Habíamos creado un vínculo cuando
estuvimos aborde del SS Australia y aunque me había comprometido con Torg,
ellas representaban un vínculo con Terra. Se habían convertido en mi familia.
Tiré la solapa hacia atrás y entré de prisa. Con las manos en las caderas estaba
una mujer frente a un brillante y luminoso monitor de computador. Reconocí las
trenzas.
—¡Andrea!
Se dio la vuelta.
—¡Starr! —en su rostro irrumpió una sonrisa y ambas corrimos a nuestro
encuentro. Nos abrazamos con un fuerte abrazo de oso, como si fuésemos amigas
desde siempre y habíamos sido separadas por mucho más de dos semanas.
Nos separamos y secamos nuestros ojos.
—¿Cómo estás? —pregunté. —¿Cómo está Groman y tu campamento?
—Bien. Me tomó un tiempo adaptarme. Aun me estoy aclimatando al
primitivismo —deslizó una mano hacia el computador. —No me había percatado
de lo difícil que sería estar sin conexión. Tener esto ayudará. Escuché que me
recomendaste. Eres mi héroe, gracias —nuevamente me abrazó. —Cuéntame más
acerca de tu compañero. Nunca logré conocerlo. Tenías reservas. ¿Te sientes más
contenta ahora?
—Más de lo que alguna vez esperé —no había sido mi elección, pero venir a
dar aquí era lo mejor que me pudo pasar. —Mi pareja es Torg. Es jefe del clan al
que pertenezco —al clan que pertenezco. Seré siempre una Terrana, pero, ahora
era Dakoniana también. —¿Has sabido algo de Tessa? —miré alrededor como si
fuera a aparecer al mencionar su nombre.
Andrea sacudió la cabeza.
—No. No puedo esperar a verla.
—¿Qué te parece Groman?
Andrea hizo un sonido chisporroteante como agua que cae sobre una roca
caliente.
—El hombre es sexy. Tiene el cuerpo de un tanque con músculos y dios mío, lo
que ese hombre puede hacer en la cama —sonrió.
Me sonrojé. Lo mismo podía decir de Torg, pero no sería tan descarada en
decirlo.
—Los hombres nos valoran.
—Y me encanta la forma en que demuestran su gratitud —Andrea se rió.
—¿Cómo te tratan las otras mujeres del campamento? —pregunté, queriendo
saber si alguien había intentado envenenarla.
—Son amables. Tienen curiosidad sobre Terra.
Qué afortunada. Era la única con un problema desagradable que involucraba a
Icha. Bueno, ya no. Torg lo había resuelto.
—Aquí en verdad están desesperados por conseguir mujeres.
—Sí, lo están.
Me acerqué al computador.
—¿Ya lo instalaste? —dije, aliviada porque había sobreestimado mis
habilidades a Enoki con tal de ver a mis amigas.
Andrea asintió.
—Pan comido. Quiero revisar el calendario de entregas. Podemos acceder a él
usando los datos de Enoki. Le dieron su código y él me lo dio a mí.
—Escuché que estarán enviando el doble de la cantidad de mujeres la próxima
vez.
—Los Dakonianos necesitan mujeres, pero la población no es tan grande. El
clan de Torg tiene un poco más de doscientas personas.
—El de Groman se aproxima a los trescientos.
—¿Multiplicado por unos quince clanes? Quizá tengan alrededor de cinco mil
personas y ya tienen algunas mujeres. ¿Qué crees que sucederá cuando consigan
todo lo que necesitan? No querrán tener excesos.
—No —concordó Andrea. —Pero Terra seguirá necesitando el mineral.
—Eso es lo que me preocupa —por el momento, las relaciones eran positivas,
pero mientras observaba el computador que había sido colocado en un piso de
tierra en el pabellón, veía la posibilidad de que, así como el humo subía en
espirales del hoyo del fuego, surgieran algunos problemas. ¿Alguien había
considerado las consecuencias futuras? —Cuando una sociedad avanzada se
encuentra con una más primitiva, las cosas no suelen funcionar para este último.
—la historia de Tierra lo había demostrado en repetidas ocasiones. —¿Alguien ha
pensado en eso?
—Lo dudo —dijo ella.
El deseo de Terra por el mineral se tornará insaciable. Su población se
calculaba en cientos de miles de millones. Si Dakon conseguía una mujer para cada
hombre, su población podría duplicarse a diez mil. El cargamento de mineral había
sido pequeño esta vez, pero ¿qué sucedería si incrementara la demanda o cuando
enviaran una flota completa de naves espaciales?
—No puedo imaginar que Dakon daría su mineral sin esperar algo a cambio.
—No me lo imagino —dijo Andrea sacudiendo la cabeza.
—El consejo podría decidir interrumpir el suministro del mineral. Y aunque no
lo hicieran, a la larga, no les resultaría beneficioso que una civilización de avances
tecnológicos tomara ventaja.
—Terra podía decidir tomar el mineral a la fuerza.
—Eso es lo que temo. Necesitamos equilibrar la balanza. Además de mujeres,
¿qué tiene Terra que Dakon necesita?
Andrea torció la boca en un gesto de ironía mientras observaba alrededor del
vacío pabellón de piedra que era calentado por una fogata.
—Todo.
Chasqueé los dedos.
—Terra podría reconstruir Dakon —sentí un entusiasmo deliberado que surgía
desde la boca de mi estómago. Podrían tener casas de verdad con todas las
comodidades, como calefactores, aparatos de cocimiento rápido y camas de
verdad.
—Terra podría, pero ¿lo hará? En estos momentos, estaban recibiendo dos
por uno. Se deshacían de “algunos problemas” y conseguían energía
gratuitamente. Podrían oponerse a pagar por algo de valor. Dakon ofrecía rocas
que no era de utilidad para ellos. El programa de intercambio no requiere sacrificio
de ninguna de las partes. ¿Dakon querría la tecnología? Podría cambiarlo todo.
—Torg si lo quisiera —dije.
—Groman también, pero por lo que he escuchado, muchos hombres no.
—¡Entonces les demostramos lo que se estarían perdiendo!
Andrea se mordisqueó los labios.
—Pasarán algunos años antes que Dakon tenga una cantidad óptima de
mujeres. Eso nos da tiempo para cambiar la naturaleza del comercio y demostrarle
a Dakon lo que podrían tener y prepararlos mejor por si Terra desaprueba el
acuerdo e intenta llevarse el mineral por la fuerza. Necesitamos ponerlos al día
rápidamente.
—¿Qué propones?
Crujió los nudillos.
—Primero, debemos trabajar en su defensa.
—¿Armas?
Ella asintió.
—Si se desatara una batalla, como andan las cosas, Dakon perdería. Una
pistola laser siempre será más potente que una lanza o que un arco y flecha. Así
que, almacenaremos un arsenal. Rifles de láser, drones de combate, escudos
deflectores y lanzamisiles de tierra a nave. A la primera señal de agresión, los
derribaremos de los aires —su rostro se iluminó.
Sonaba más como una insurgente que como un hacker cibernético. Pudo
haber sido más lista que yo y mentir acerca de los cargos en su contra. Era muy
tarde para preocuparse por eso ahora.
—Podemos abrir un hospital y pedir equipo médico. A Groman le encantaría
eso.
—¿Por qué a Groman?
—Él es un curador.
—¿Te hiciste de un doctor alienígena? ¡Qué buen partido, chica! —le di una
palmada en el brazo.
Ella sonrió.
—Esto se siente como Navidad. ¿Qué más deberíamos conseguir?
—Algunos vehículos —nunca olvidaré aquella primera caminata en la que Torg
tuvo que cargarme. —Y algunas unidades de comunicación para que las tribus
puedan hablarse.
—Drones multiuso —agregó Andrea a la lista.
—Espera un momento. ¿Cómo funcionará todo esto?
Andrea ladeó la cabeza hacia la terminal del computador.
—De la misma forma que esto. Paneles solares recargables. Necesitaremos de
esos también.
¿Dakon recibe suficiente sol para eso?
—Oh, sí. Pueden recargar usando la luz de las estrellas, si lo necesitaran.
Llevará un poco más de tiempo, pero se puede lograr.
—¿Cómo vamos a conseguir todo esto?
—Vamos a agregar artículos a la lista de embarque. Con cada cargamento de
“capital humano” también recibirán armamentos, equipo médico y lo que
quisiéramos. Recuerda, tengo el código de Enoki.
—¿Él tiene ese tipo de acceso?
—¡Cielos, no! Tiene acceso limitado. Pero es el único acceso que necesito. Los
pedidos adicionales no se originarán por el jefe del consejo, sino desde el director
del programa de intercambio de Terra —soltó una risa de satisfacción y crujió los
nudillos. —¡Esta chica está de vuelta en el negocio!
—¿Lo Hackearás?
—¿Te molesta?
—En lo absoluto. Nuestro futuro está ligado al de Dakon. El gobierno de Terra
no tuvo una pizca de consciencia al enviarnos aquí —¿Quién, en este tiempo,
intercambia personas por rocas? A eso se le llama tráfico ¿no es así? Incluso si las
mujeres hubieran accedido. Era ir a prisión o ir a Dakon. Qué elección.
Ni siquiera me ofrecieron eso. Mi gobierno me había traicionado. No, no tenía
dudas sobre el plan de Andrea. Hackea y tómame en cuenta para ayudar. Y
aprovechando, consigue también un lanzamisiles.
—¿Puedes hacerme un favor? —pregunté. —Necesito contactar a mi abogada
para decirle que olvide mi apelación. No tiene sentido seguir adelante con eso.
—Claro, no hay problema.
Me movía nerviosamente, dudosa de cómo recibiría mi siguiente pregunta.
—Eh, ¿hablaste con alguien más acerca de mí?
—Le mencioné a Groman que quería verte.
—¿Le contaste de qué trataba mi condena?
Andrea sacudió la cabeza.
—No, no le dije nada sobre ninguna de nosotras. No tienen por qué saber que
Terra se está deshaciendo de sus criminales.
No porque Andrea no lo había mencionado significaba que alguien más no lo
haría. Entre el grupo de convictos que iban a bordo de la nave, yo había sido la
causa célebre. No solo había presuntamente matado a alguien, sino que había
matado a alguien infame: a un Carmichael.
La revelación de mi secreto era inevitable, pero haría lo imposible por
retrasarlo, al menos hasta que los Dakonianos me llegaran a conocer mejor. Tessa
y Andrea no tenían mucho de qué preocuparse. Tessa había lavado dinero. En un
planeta sin ningún sistema monetario, su crimen no representaba una amenaza
para nadie. Tampoco lo era el hackeo de Andrea. Al contrario, su piratería era una
ventaja.
Me mordí los labios.
—No quiero que se enteren de mi condena, ni del hackeo de computadoras, ni
del lavado de dinero de Tessa.
—¿Qué sucede con el lavado de dinero de Tessa? —interrumpió una alegre
voz.
Andrea y yo volteamos. Tessa tiró hacia atrás la capucha de su abrigo de kel.
Estallaron chillidos y abrazos.
—Qué bueno verlas —éramos las tres amigas. Las dos mujeres me habían
sacado de un estado depresivo y del aislamiento en el SS Australia y estaré
agradecida siempre.
—Las he echado de menos —Tessa me abrazó nuevamente. —Me siento feliz
de que estemos juntas otra vez.
—Empezaba a creer que no lo lograríamos —dijo Andrea cuando cesaron los
abrazos.
—¿Estás bromeando? Ni el kel salvaje me pudo detener —respondió y
soltamos una risa. —Iba saliendo de la choza cuando Loka me lanzó esa mirada… y
terminamos bailando tango horizontal. Estos hombres Dakonianos sí que son un
montón de libidinosos.
—Y muy libidinosos —bromeó Andrea.
De nuevo nos echamos a reír.
—En este planeta, las mujeres podían elegir el hombre a su gusto —Tessa
chasqueó los dedos. —¡Hey, tú! A mi choza. No te demores —soltó una risita. —
Bueno, ¿qué es eso de lavado de dinero?
—Es solo que quizá tu condena y la de Andrea daría igual a los Dakonianos. No
tienen computadores, es más, ni dinero. Mi crimen es diferente.
—¿Te refieres al asesinato de tu empleador? —preguntó Tessa.
Hice un gesto de bochorno.
—Sí, eso.
—No diré nada —prometió.
Andrea hizo un gesto de labios sellados.
—No lo hice —tenían que saberlo.
Tessa guiñó.
—Por supuesto que no. Ninguna de nosotras lo hizo. Todas somos inocentes.
—Fue en defensa propia. Lo golpeé y cayó, pero seguía vivo cuando hui de la
habitación. Jaxon había logrado levantarse y se lanzó para alcanzar el arma que se
había caído de su bolsillo. Estuvo sangrando, pero las heridas en la cabeza suelen
sangrar mucho, ¿cierto? Honestamente, me he arrepentido por no haberle pegado
más fuerte. Corrí a toda velocidad entre las cortinas largas, segura de que vendría
tras de mí o de que lo guardias de la recepción me detendrían. Me asombré de
haberme podido escapar. Pero no tanto como cuando las autoridades me
arrestaron al día siguiente. De no haberme defendido, me hubiera pegado un tiro
a matarme.
—Lo lamento —Tessa me abrazó. —Sólo tenía curiosidad. Te creo. Debió ser
una experiencia terrible.
—Lo fue. El gobierno me había tendido una trampa y luego me abandonó. No
creo que habían planeado que la situación tomara ese rumbo, pero le sacaron
provecho.
Que se joda Terra. Espero que Andrea le saque todo el partido. Entre más
stock logre traer, mejor. Armamentos, equipo médico, vehículos, materiales de
construcción, quizá incluso un cañón de nieve artificial, solo porque sí.
—Escucha —le dije a Tessa. —Andrea y yo creemos que el programa rocas por
esposas está destinado a una corta duración, así que estamos planeando
almacenar suministros y equipos para hacer mejoras en Dakon y facilitar nuestras
vidas. Pediremos que en cada cargamento de mujeres se envíen artículos.
—Suena como una buena idea.
—Hablamos de suministros médicos, vehículos de transporte, paneles solares,
drones, armas…
—¿Champú? —Tessa miró a Andrea con optimismo. —No soporto el olor de
eso que hacen con la grasa de kel —arrugó la nariz. —Y chocolate. También un
poco de ropa de fibra sintética que usan en climas polares, así podremos
deshacernos de estas pieles de kel.
Me había acostumbrado al kel. Ya no me daba cuenta del olor.
—Suena bien —asintió Andrea.
—¡Raquetas! —agregué.
—Pediremos un montón de esos —dijo Andrea tamborileándose la barbilla. —
Me pregunto si debemos pedir algunos artículos y luego aumentar gradualmente
los cargamentos para evitar que se origine una auditoría, o si deberíamos
apostarlo todo en caso de que nos descubrieran y cortaran la cadena de
suministros. ¿Qué opinan?
—Poco a poco —sugerí.
—¡Apuéstalo todo! —Tessa lanzó un puñetazo al aire.
—Quizá decida un punto intermedio.
Me acerqué al hoyo del fuego y eché algunos leños al fuego.
—¡Empecemos! —miré hacia la puerta. —Esperaba que a esta hora Torg
estuviera aquí.
—Está con Groman y Loka —dijo Tessa. —Los vi entrar a la taberna.
—¿Tienen una taberna?
—No según nuestros estándares, pero es lo más parecido que pueden tener.
Andrea tocó la pantalla del computador. Se activó y sus dedos se movían
rápidamente sobre el teclado virtual.
—Menos mal que ingresamos ahora. La siguiente nave sale en una semana.
Los robots tendrán que moverse de prisa para subir el cargamento a tiempo.
Tessa y yo mirábamos detenidamente sobre su hombro. En menos de un
minuto había logrado tener acceso a la lista de embarque y agregó un montón de
cosas.
—¿Qué les parece? —preguntó Andrea.
Tessa y yo leímos la lista.
—No se me ocurre nada más.
—Esto entrará directamente al sistema automatizado de inventarios que
escaneará el código del director y luego enviará los pedidos al almacén para que
los robots carguen las cosas a la nave. A menos que realicen una auditoría in situ y
una persona física que conozca el programa revise la lista de embarque, no dará
lugar a interrogantes. También logré tener acceso al contrato original Terra Dakon
y cambié un poco la naturaleza de los términos de modo que incluyera “otros
suministros necesarios” para evitar detonantes automáticos.
—Eres un genio malvado —dije.
—De miedo —concordó Tessa.
—Gracias —sonrió Andrea. Con un toque en la pantalla, envió los nuevos
pedidos. En unos cuantos meses, estaríamos llevando una vida de lujo,
relativamente.
—¿Algo más antes de cerrar la sesión? —preguntó.
—Recuerda, quiero contactar a Maridelle.
—¡Ah, cierto! ¿Qué quieres decirle?
—Dile que aprecio todo lo que intentó hacer, pero que permita que la
condena siga su curso. Dile que soy feliz y tengo planes de quedarme aquí.
Andrea giró en la silla.
—¿Prefieres un comunicado textual o te gustaría hablar con ella cara a cara?
Puedo activar la función de video.
Tessa se alejó para atizar un leño chasqueante en el hoyo del fuego. Dudo que
alguna de nosotras haya visto una llama viva antes de llegar aquí, mucho menos
atender una.
Maridelle podría intentar convencerme de cambiar mi decisión. Había luchado
bastante, pero yo no era tan ingenua para creer que lo había hecho por mí. Como
todos los abogados, ella quería ganar. Mi condena representaba una pérdida.
Desde luego que se esforzaría por conseguir una apelación. Enfrentarse a los
Carmichael y salir victoriosa, bueno, sería un motivo de orgullo; podría pasar de
ser una humilde abogada de oficio a una posición de lujo en una firma de
abogados criminalistas. Quizá estaba siendo escéptica. O quizá era el miedo que, al
volver a ver parte de Terra, incluso el interior de la oficina de un abogado de oficio
socavaría la decisión de quedarme aquí.
—Gracias, pero el comunicado textual bastará.
—¡De acuerdo! —envió el mensaje. —¿Te interesa contactar a alguien más?
—Puedes enviarle un mensaje a los Carmichael diciéndoles que coman mierda
y se mueran.
—¿En serio?
—No, pero es una buena idea —sonreí, sintiéndome un poco animada. Me di
cuenta de que era felicidad. Así se sentía la felicidad.
Una brisa helada entró a la habitación cuando la solapa se abrió y Torg,
Groman y Loka entraron al pabellón, sacudiéndose la nieve fresca de sus abrigos
de kel.
Los hombres Dakonianos eran unos diablillos guapos, pero Torg era mucho
más impresionante. Groman era un poco más alto; Loka tenía cuernos más
pronunciados, pero no se comparaba a Torg. Fuerza y honor marcaban su tosco
rostro angelical y sus ojos brillaban cuando se encontraban con los míos. Su
sonrisa retorcía los dedos de mis pies.
Corrí hacia él y enganché mi brazo en el suyo. Tessa y Andrea hicieron lo
mismo y se quedaron junto a sus parejas.
—Torg, ellas son mis amigas, Andrea y Tessa.
Recordaba a Groman y a Loka, pero Andrea y Tessa me presentaron
formalmente.
—¿Les falta mucho qué hacer? —preguntó Torg luego de que todos nos
habíamos presentado.
Miré a Andrea.
—¿Hemos terminado? —ella había hecho todo el “trabajo”. Yo había ayudado
con el plan.
—Por hoy —asintió. —Podemos volver luego para monitorear el avance de la
nave.
—Esto significará mucho para nuestra gente —dijo Torg.
No tenía idea aún. Esta noche lo pondría al corriente. Me pregunto si Andrea y
Tessa les dirían a sus parejas lo que habíamos hecho. Debimos habernos puesto de
acuerdo sobre qué decirles a los hombres.
—Permítanme cerrar la sesión —Andrea regresó al computador.
Abracé el brazo de Torg y olfateé un extraño, pero muy conocido olor que
tentaba mis fosas nasales. Entrecerré los ojos.
—¿Haz estado bebiendo?
—Sí he bebido un líquido —respondió.
—Me refiero a alcohol. Líquido fermentado.
—Bebí ale en la taberna.
—¿Qué más se consigue en la taberna, además de ale? —¿Se parecía a un
pub? ¿Podía pedir un sándwich de kel para acompañar mi cerveza?
—Solo ale. ¿Te gustaría beber una?
Asentí.
—Me gustaría probarla. ¿Tal vez podríamos ir todos? —miré a mis amigas y
sus parejas.
—Yo me apunto —dijo Andrea.
—¡Yo también! —dijo Tessa con un palmoteo y dando un pequeño brinco.
Ahogué una sonrisa. Aunque estaba deseosa por conocerlo, presentía que la
taberna no prometía mucho entusiasmo. Sin embargo, me inundó una sensación
placentera. Esta sería una noche, o más bien una tarde de parejas. Tres amigas con
sus parejas cornudos relajándose en un bar alienígena.
Tessa miró a Loka y luego a los demás hombres.
—¿Quizá después, los caballeros nos podrían dar un recorrido por la ciudad?
“Ciudad” sonaba como una descripción exagerada para un poco de chozas,
pero repito, estaba deseosa de visitar el “edificio público” de registros, el centro
de intercambio, bueno, todo.
—Me encantaría —dije.
—Claro que sí —asintió Andrea.
Nos pusimos nuestros abrigos de kel y salimos junto a los hombres. Mientras
estuvimos en el pabellón, había nevado nuevamente borrando las huellas que
habíamos dejado. Afortunadamente, ya había parado de nevar.
Al igual que en el pabellón, una gruesa solapa cubría la entrada de la taberna.
Lo empujamos para entrar a una habitación con aroma a levadura. No había
barman jovial y locuaz alguno que limpiara después de cada servida de ale. Éramos
los únicos clientes.
Y pensándolo bien, aparte de nosotros seis, no había visto a nadie más en la
“ciudad”.
—¿Acaso nadie frecuenta este lugar? ¿El lugar de reunión? —pregunté.
—Solamente cuando hay reuniones o si necesitan algo, pero cada tribu es
bastante autosuficiente —Torg lanzó un leño encima de las brasas del hoyo del
fuego.
Al terminar, le sonreí.
—¿Me invitas a un trago, marinero?
Frunció las cejas
—No comprendo.
Tessa soltó una risita.
—Quiere decir que le sirvas un ale.
—¿Qué les parece una ronda para todos? —preguntó Andrea.
—¡Oh, Claro! —Torg alcanzó una taza de barro que se hallaba en un saco.
Vertió los restos, a lo que dos pensamientos vinieron a mi mente: uno, con razón
la choza olía a levadura; y dos, ¿cuántos más habían usado esa taza?
Andrea, Tessa y yo intercambiamos miradas. Tessa parecía estar horrorizada.
—El alcohol matará cualquier cosa —dije encogiéndome de hombros.
—¿Incluso los microbios alienígenas? —me susurró. Para alguien que había
administrado una operación de prostitución, era bastante quisquillosa.
—¿Por qué no? Es alcohol alienígena.
—Además —dijo Andrea torciendo la boca, —No hay muchas personas en
Dakon. Dudo que más de dos o tres mil personas hayan usado la taza.
Torg observó la jarra de metal.
—¿Sucede algo?
—No. Los Terranos tenemos la costumbre de lavar las tazas antes de que lo
use otra persona.
—Pero este no está sucio. Para reponer el agua que se usa al lavarlo, se debe
perforar el hielo para extraer agua, o derretir el hielo.
Ningún recurso, ni siquiera el agua, podía subestimarse. Las tareas más
sencillas requerían esfuerzos monumentales. Esta gente necesitaba nuestra ayuda
más de lo que imaginaban.
—¿Te gustaría usar otra taza? —alcanzó otra que estaba en el estante.
—No, con esa taza está bien, gracias —los otros no serían nada diferentes.
Acepté el ale y luego de que Torg les había servido los tragos a los demás, alcé
la jarra de metal. Andrea y Tessa hicieron lo mismo.
Los hombres intercambiaron miradas de confusión.
—¡Ustedes también, chicos! —dijo Tessa, dándole un codazo a Loka.
Con vacilación, alzaron sus tazas.
—¿Por qué debemos brindar? —pregunté. Teníamos mucho por lo cual
celebrar.
—¡Por los nuevos amigos y comienzos! —dijo Tessa.
—¡Bien dicho! —secundé.
Las tres chocamos nuestras tazas. Les hicimos señas a nuestros hombres e
hicieron lo mismo. Tomé un trago. El líquido espumoso sabía más que nada a
cerveza, hasta que sentí una sensación de ardor. Aguardiente puro. Me atoré.
Andrea también se quedó sin aliento, pero Tessa no había probado el suyo aún.
—He visto lo necesario —dijo soltando una risita.
Tomé otro trago exploratorio. Al apagarse el calor, el ale no sabía del todo
mal.
Los hombres juntaron dos mesas y los seis nos sentamos alrededor de ella y
charlamos intercambiando historias de nuestras respectivas tierras natales. Estaba
en un planeta alienígena, pero vaya que esto parecía normal. Nunca pensé que lo
diría, o que lo experimentaría, pero mi vida era bastante buena.
Capítulo 14

Torg
Mi compañera se tambaleaba un poco al salir de la taberna. Había intentado
advertirle de la potencia del ale, pero se había acabado la jarra de metal. Yo era
culpable por su estado ebrio; no debí haberle servido tanto. Las hembras
Dakonianas rara vez tocaban esa cosa. Groman, Loka y yo nos sorprendimos
cuando las mujeres insistieron en ir a la taberna. Como hombres enamorados que
éramos, habíamos complacido su inusual petición.
La mujer de Loka apenas tocó el ale, mientras que la de Groman aguantó el
licor mucho mejor que la mía. Starr se reía y se colgaba de mi brazo.
—Quizá debemos saltarnos el tour —sugerí. Habíamos pasado más tiempo de
lo debido en la taberna. —Podemos hacerlo en otro momento —el sol había
comenzado a descender hacia el horizonte.
—Pronto anochecerá —concordó Loka. Groman asintió.
—No, quiero ver el resto de la… ciudad —dijo Starr y luego estalló en risas.
No entendía lo gracioso del asunto.
—Yo también quiero conocerlo —Tessa mecía la cabeza con entusiasmo.
La otra, Andrea, asintió.
Groman y Loka se encogieron de hombros.
—De acuerdo —accedí. —Pero debemos apresurarnos.
—¡Estupendo! —dijo Tessa aplaudiendo.
—Solamente echaremos un vistazo rápido a las chozas, lo prometo —dijo
Starr.
—¿Todas?
—El edificio público de registros primero —se tambaleaba por la nieve al
dirigirse hacia el edificio que había señalado antes. Tessa corrió hacia ella y
entrelazaron los brazos. Andrea se unió a ellas. Soltaron risitas. Los tres hombres
las seguimos.
Un hoyo de fuego frío y vacío se hallaba en el centro de la choza de los
registros. No calentábamos la oficina pública de registros porque si la choza se
envolvía en llamas, lo perderíamos todo. Los estantes se encorvaban bajo el peso
de cientos de tomos forrados en cuero. Hojas de papel, tinteros y suministros de
encuadernación reposaban en una mesa para quienes lo necesitaran.
—¿Dónde está el libro en el que registraste nuestra unión? —preguntó Starr.
—Aquí —me acerqué a un estante de libros en el que se encontraba abierto el
tomo de registro civil, esperando que la tinta se secara.
Starr observó el libro.
—No parece jeroglífico en lo absoluto.
—Eso mismo esperaba ver, también —respondió Andrea. Las dos se
amontonaron alrededor del libro.
—Es un lenguaje escrito normal —mi compañera parecía sorprendida.
—Es solo que nunca había visto uno como ese —dijo Andrea. —No se parece
en nada al lenguaje Universal Terrano o alguna de las lenguas muertas. Los
símbolos son totalmente diferentes.
La otra amiga, Tessa, lo observó, se encogió de hombros y se acercó a Loka.
Con su brazo, él rodeó su cintura.
—¿Este es nuestro registro? —dijo Starr señalando la última entrada, aún
fresca.
—Sí.
—¿Qué dice?
—Tiene tu nombre y el mío y la fecha de tu llegada.
—¿Nosotros estamos en el libro? —preguntó Tessa.
—Sí —dijo Loka.
—Nosotros también —agregó Groman.
Starr recorrió con su dedo la lista de los registros más recientes.
—¿Estos son los registros de las uniones con mujeres Terranas?
—Sí.
Se mordisqueó los labios.
—Tu lenguaje parece… desafiante.
—¿Acaso no deseas aprenderlo?
—No, aun quiero aprender —se frotó a un lado de la cabeza, detrás de la
oreja. —Es una lástima que el implante no permita la habilidad de leer también.
—Empezaremos despacio y con calma —caminé hacia un estante y busqué
entre los títulos algunos libros más pequeños. Los saqué. —Estos servirán para
empezar.
—¿Qué tienen de especial?
Fingí no haber escuchado mientras los guardaba en el bolso, junto con algunos
pergaminos.
—¿Torg? ¿Qué clase de libros son esos?
Arrastré los pies. Se ofendería, pero necesitaba empezar con algo sencillo.
—Libros para niños —murmuré.
—¿Tienen libros para niños?
—Son pocos, porque ya no tenemos muchos niños, pero sí algunos —el
vocabulario contenido en los libros para niños era más sencillo que en otros libros.
Yo mismo había aprendido a leer con estos libros.
Andrea se echó a carcajadas.
—Mira al kel correr. Corre rápido, kel, corre rápido.
Starr y Andrea reían como si se tratase de lo más gracioso que alguna vez
hubieran visto.
Groman, Loka y yo nos miramos los unos a los otros. Teníamos mucho que
aprender sobre el sentido de humor de los Terranos.
—El kel sí corre rápido. Es por eso por lo que son difíciles de cazar —dije.
Consciente de que pasaba el tiempo, pregunté —¿Qué te gustaría ver después?
—¡El centro de intercambio! —sugirió Tessa.
—El depósito —agregó Starr.
Primero nos pasamos al depósito donde las mujeres observaron las canastas
de granos, tubérculos secos y bayas y tajadas de kel secas que colgaban. No
obstante, el centro de intercambio fue lo que más cautivó su interés. No
acostumbramos a desechar nada; las posesiones eran demasiado valiosas. Quizás
nosotros ya no necesitemos algún artículo, pero alguien más podría necesitarlo.
Una bota vieja con un hueco en la suela podría ser remodelada en una bota para
niño o en una bolsa de viaje. El proceso de curado tomaba mucho tiempo y
trabajo. Al reutilizar los materiales se ahorraba trabajo y recursos para algo que no
teníamos.
Las mujeres charlaban y tocaban todo lo que veían: las pieles de kel, ropa,
alfarería, canastas, herramientas y armas.
—No me había dado cuenta de lo mucho que me hacía falta ir de compras —
mi pareja sostuvo una túnica que tenía un dobladillo de flecos perlados. —Esto
requiere de mucho trabajo. ¿Por qué alguien querría deshacerse de esto?
—Quizá vieron algo que querían más que eso —no le dije que la prenda había
pertenecido a un niño al que quizá ya le quedaba pequeño. Se resentía cada vez
que su tamaño era comparado con el de un niño.
—¿Qué les parece? —preguntó a sus amigas.
—Es lindo. Deberías comprártelo —dijo Tessa.
Dejó caer los hombros.
—No tengo con qué intercambiarlo.
Andrea se acercó a ella y murmuró:
—Con lo que llegará en un par de meses, podrás tener todo lo que hay en el
centro de intercambio.
No había entendido su comentario enigmático, pero si a mi pareja le gustó la
túnica, entonces debería ser para ella.
—No necesitas tener con qué intercambiarlo. En el pasado, he traído muchos
artículos y no me llevé nada a cambio.
—¡Entonces tenemos crédito disponible en la cuenta! —dijo Starr.
—No entiendo.
—No importa —ella abrazó la túnica contra su pecho. —Me lo llevaré. ¿Qué
clase de artículos trajiste?
—Armas de cacería —durante largas noches, Darq y yo solíamos sentarnos
frente a la hoguera y hacíamos arcos, flechas, lanzas y hachas de piedra. Si no
fuera jefe de tribu, sería un artesano de arcos o un flechero. Ya contábamos con
varios fabricantes de arcos y flechas en el campamento, así que regalé la mayor
parte de mis proyectos.
—¿Como este? —Andrea sostuvo un set de arco y flecha.
—Sí, es una de las mías —había traído cuatro sets de artillería. Había puesto
en remojo varas de madera hasta que se tornaran maleables para luego darles
forma de arcos, usando tendones de las patas de kel para las cuerdas. Había
confeccionado flechas y aljabas.
Ella lo observó.
—¿Tallaste el diseño en la extremidad?
Asentí.
—Déjame ver —Starr lo observó detenidamente. —¡Son animales! ¿Son kel?
—Sí.
—¡Así que así es como se ven!
Groman y Loka se acercaron para observar el arco. Tessa echó un vistazo, pero
luego una canasta llamó su atención. Sin embargo, los cuatro examinaron el arco
con detenimiento, pasándolo entre todos y comentando.
Sentí orgullo combinado con vergüenza al ver cómo mi trabajo había sido
sometido a tanto escrutinio. Confeccioné los arcos simplemente por pasar el
tiempo, pero una pequeña parte de mí vivía en cada uno.
—Tienes una excelente habilidad —Groman probó la fuerza del arco tensando
la cuerda. —Me gustaría tener este.
—Te lo puedes llevar.
Loka hizo gesto de ironía.
—Estaba a punto de pedírtelo.
—Hay más. Traje cuatro sets —observé alrededor del centro de intercambio.
—Pero… no están aquí. Alguien se los ha llevado.
Como jefe de clan, mediaba disputas. Personas enfadas y molestas traían sus
problemas a mí para resolverlas. Una decisión que satisfacía a uno molestaba al
otro, así que recibía más quejas que elogios. Por lo que, me llenaba de orgullo
descubrir que a otros les gustaba mi trabajo. ¡Los sets de arcos y flechas se habían
ido rápido! Los había traído el día que vine a recoger la ficha.
—Te traeré un set —le dije a Loka.
—Para mí sería un honor, gracias —respondió.
—¿Puedo? —preguntó Andrea a lo que Groman le entregó el arco. Sujetó la
empuñadura, jaló la cuerda y la soltó. —¿Me enseñarás a usarlo? Me gustaría
saber cómo, er, tirar —en mi opinión, parecía ser experta.
—Me encantaría —dijo él. Todos los hombres tenían al menos un dominio
básico del arco y la flecha para cazas pequeñas. Los padres enseñaban a sus hijos y
en algunos casos, a sus hijas, si tenían interés.
—¿Las mujeres de aquí usan arcos y flechas? —preguntó Starr.
—Algunas sí. La mayoría no las usa, pues cuentan con su compañero para la
cacería —respondí.
—¿Tienes planes de ir de cacería? —le preguntó Starr a su amiga.
Andrea sacudió la cabeza.
—Si tuviera que cazar mi propio alimento, tendría que convertirme en
vegetariana. Pero supongo que no sería malo aprender a usar las herramientas y
armas del nuevo planeta, en caso de que tuviera que defenderme.
—No puedo imaginar que fuera necesario. No existe el asesinato en Dakon. Si
eso ocurriera, sería tratado con dureza.
Las tres mujeres se miraron, luego Starr observó las tallas de kel en el arco.
—Tienen una palabra para el asesinato, así que es obvio que saben lo que es
—dijo Andrea.
—Existió en el pasado. Antes de que el asteroide devastara el planeta
teníamos algunos criminales. La catástrofe nos inspiró a apreciar la vida. Para
sobrevivir debíamos trabajar juntos, depender los unos de los otros. Al unirnos nos
acercábamos. Hermano no mata hermano.
—¿Nadie ha cometido un asesinato desde entonces? —preguntó Tessa. —
¿Qué pasaría si encontraras un criminal?
Starr debió haber pensado que la pregunta era impertinente, porque frunció
el ceño e hizo una señal con la mano.
—No, no hemos tenido un asesinato en siglos —dije.
—Armax golpeó a Yorgav —dijo Starr. —Icha intentó envenenarme. Esos son
actos violentos, o al menos actos maliciosos.
—Y fueron castigados, exiliados de la tribu —si Yorgav hubiera muerto,
ninguna tribu habría recibido a Armax, después de haber sido desterrado. Sólo, así
hubiese muerto en tierra salvaje.
—¡Icha! —dijo Tessa frunciendo el ceño. —¿Esa horrible mujer te envenenó?
¿Así es como vino a dar a nuestro campamento?
—¿Icha está en tu tribu? —pregunté.
Loka asintió.
—Por supuesto que el jefe la aceptó. Es una hembra. Icha no dijo por qué fue
desterrada, solo dijo que había tenido un desacuerdo —se movía nerviosamente,
se balanceaba de un pie al otro, revelando que algo había sucedido y, si tuviera
que adivinar, diría que ella intentó seducir a Loka.
—Hay tantos hombres sin pareja. ¿Por qué intenta conquistar a aquellos que
ya tienen pareja? —dijo Tessa confirmando mi corazonada. Plantó sus manos
sobre sus caderas y frunció el ceño. Apuesto que Icha había encontrado la horma
de su zapato en esta mujer.
Borré la sonrisa de mi rostro. Loka tenía suficientes problemas sin mis risas.
—Un hombre soltero no supone un reto —dijo Starr. —Lo que fácilmente se
consigue no se valora tanto como aquello que se consiguió con esfuerzo.
Y esa era precisamente la razón por la que aborrecíamos la violencia.
Ciertamente nuestra supervivencia se había obtenido con mucho esfuerzo.
—Dejemos de hablar de Icha —dijo Starr mirando a sus amigas. —¿Están listas
para irnos?
Estuvieron de acuerdo. Enrollé la prenda de Starr y lo metí en mi bolso.
Groman echó el arco y la aljaba sobre su hombro y salimos del centro de
intercambio. El sol había descendido sobre el horizonte. Aun si partíamos ahora,
para cuando Starr y yo llegáramos al campamento estaría oscuro.
—Debería regresar —dijo Loka. Al igual que yo, él podía leer el cielo con
facilidad.
—Sé que debemos irnos, pero visitemos un lugar más, ¿de acuerdo? —Tessa
deslizó su brazo en el de él. Su sonrisa insinuó favores de apareamiento si accedía.
La hembra de Loka tenía un poco de Icha en ella. El coqueteo se le daba con
naturalidad y ella lo usaba para su ventaja. No había nada malo en eso, siempre
que no abusara de ese poder como lo hacía Icha.
—Uno más. Pero apresúrense —accedió Loka.
Así lo habría hecho yo si mi compañera me lo hubiera pedido de la misma
manera, pero mi compañera, que era muy práctica y que ahora ya estaba sobria,
dijo.
—Creo que Torg y yo volveremos al campamento. Nos espera una caminata
algo larga y no me entusiasma hacerlo en la oscuridad.
—¡Oh, no! No será lo mismo sin ti y sin Andrea. Vamos, ¿por favor? Prometo
que no demoraremos.
Starr parecía indecisa. Podía notar que quería quedarse.
—Me encantaría, pero…
—La salida de la luna estará luminosa esta noche —admití. —Deberíamos
tener suficiente luz al viajar si quieres quedarte un poco más.
Starr me lanzó una sonrisa que indicaba que Loka no sería el único afortunado
esta noche.
—¿Andrea? ¿Te apuntas? —preguntó Tessa.
Miró a Groman y el asintió.
—Me apunto —dijo ella.
—¿Qué hay en las demás chozas? —preguntó Tessa.
—Aquellas son refugios de emergencia —dijo Loka señalando las dos últimas
estructuras de la hilera. —El lugar de reunión estaba rodeado de campamentos a
distancias variadas, así que, si viajas de un lugar a otro, podrías pasar la noche aquí
si es necesario.
—Cuando se reúne el consejo de jefes, en ocasiones las reuniones se alargan y
algunos campamentos están a muchas triptas de distancia, por lo que se hospedan
por la noche y regresan a casa por la mañana.
—¿Entonces las chozas son como habitaciones de hotel? —preguntó Andrea.
—Desconozco esa palabra —dijo Gorman.
Los tres hombres se miraron los unos a los otros.
—Hotel —dijeron al unísono y se rieron.
—Me pregunto si alquilan habitaciones por hora —dijo Tessa guiñando a sus
dos amigas.
—No requiere de un intercambio. Es gratis para quien lo necesite —expliqué.
—¿Quieres ver alguno?
Tessa sacudió la cabeza.
—No, sé cómo se ve una cama de pieles de kel.
—Sólo falta la choza que está junto al depósito —dijo Starr. —¿Qué es?
—Es el boticario —respondió Gorman.
—¿Tienen una farmacia?
—Tenemos disponibles hierbas medicinales para el que necesite.
—Las hierbas me ayudaron cuando Icha me envenenó —dijo Starr. —Me
gustaría conocerlo.
—A mí también —dijo Tessa.
—De acuerdo —dijo Andrea encogiéndose de hombros, menos entusiasta que
las otras dos mujeres. Puesto que su compañero era un curador, ella
probablemente había visto muchos frascos de hierbas.
Starr y Tessa saltaban por la nieve camino al boticario. Al igual que Andrea, no
me parecía interesante un montón de frascos de arcilla llenos de plantas secas,
pero todo esto era nuevo para mi compañera. Mientras Groman y Andrea venían
detrás de mí, yo marchaba detrás de Starr y Tessa. Loka seguía los rastros de
Groman.
Tessa mantenía una conversación constante y entretenida. ¡Esa mujer sí que
podía hablar! Con razón Loka se quedó atrás, probablemente necesitaba un
respiro. Una vez más, agradecí a la suerte por haberme traído a Starr.
La luz de la luna destella sobre la nieve fresca.
Tessa se detuvo y se dio la vuelta.
—Hey, Loka…
Starr se dirigía hacia la choza.
¡Tin! ¡Zas!
—¡NO! —actuando por reflejo, salté hacia adelante y empujé a Starr hacia un
lado.
Mi pecho explotó en ardiente agonía y caí.
Capítulo 15

Starr
Mi pie se atoró en una raíz debajo de la nieve y pateé para liberarlo.
—¡NO! —algo me había azotado, tumbándome sobre un montículo. ¿Qué
diablos?
Andrea y Tessa gritaron y ¿Groman? ¿Loka? También gritaron.
Me puse de pie rápidamente, sacudiéndome el polvo de la cara. Parpadeé. No
alcanzaba a entender lo que veía.
Torg se encontraba sobre su costado en la nieve, una flecha penetraba su
torso, como si lo hubiera atravesado. La sangre se filtraba por el kel tiñendo la
nieve de rojo.
—¿Torg? —seguía sin comprender. —¡Torg! ¡Oh, Dios, Torg! —rápidamente
me acerqué a su lado. Vive. Vive.
Él gimió y alzó la cabeza, sus ojos vidriosos por el dolor se encontraron con los
míos. Su boca logró decir
—¿Te encuentras bien?
—Sí —grazné. ¿Qué sucedió? ¿Cómo le dispararon? ¡Necesitaba ayuda!
Seriamente. ¡Ayuda como la que se da en una instalación médica Terrana!
Groman y Loka corrieron hacia él; el curador se puso de rodillas. Tessa y
Andrea se juntaron alrededor.
—¡Oh, no! ¡Morirá! —Tessa repitió en voz alta mi peor pesadilla silenciosa.
No soportaría perderlo. ¿De dónde había venido la flecha? ¿Acaso alguien
había fallado intentado tirar un kel?
—Nadie morirá —Gorman habló en un tono apacible, aunque no estaba
segura si él creía en sus propias palabras. —Permíteme examinar la herida.
¿Qué podía hacer un curador sin una instalación médica y sin ningún
verdadero equipo? Las hierbas podrían aliviar un malestar estomacal, pero ¡no
podían resolver esto! Mi cuerpo temblaba mientras me tragaba las lágrimas. La
mancha roja en la nieve se hacía más grande. Llorar no ayudaría a Torg. En lugar de
eso, le tomé la mano. Me apretó los dedos.
Groman desabrochó los botones alargados y le quitó el abrigo. Exhaló por la
boca.
Me mordí los labios hasta sentir el sabor salado y a óxido de mi propia sangre.
—Está muy mal, ¿no es cierto?
—No. Está mejor de lo que esperaba. La flecha no alcanzó su corazón, sino
que se incrustó en el hombro derecho —volvió su mirada hacia el pálido rostro de
Torg. —No está escupiendo sangre, así que tampoco perforó algún pulmón —
Groman observó la espalda de Torg. —Atravesó por el otro lado limpiamente, así
que eso es bueno.
—¿Cómo podría ser bueno? —pregunté.
—Porque lo peor ya ha pasado. No necesitaremos removerlo con fuerza.
—¿Se lo sacarás aquí? —preguntó Tessa.
—Aquí no. Por ahora, la flecha misma está conteniendo el sangrado. Cuando
lo retiremos, sangrará mucho y tenemos que estar preparados para aplicar
presión. Trasladémoslo a un refugio de emergencia. Allí lo atenderé —con la
barbilla señaló el boticario. —Voy a necesitar algunos suministros. Analgésico,
antiséptico y coagulante.
—Iré a buscarlos —dijo Loka dirigiéndose hacia la choza.
—¡No! ¡Espera! —Torg intentó sentarse.
—Hey, hey. No te muevas —dijo Groman colocando una mano sobre su brazo.
Torg apretó los dientes.
—Loka… ten cuidado… cuerdas… trampa —respiró hondo.
Groman frunció el ceño.
—¿Qué estás diciendo?
—Creo que… alguien…puso…una trampa —aunque hacía frío, el sudor perlaba
su frente por el esfuerzo que hacía para hablar. —Escuché cuando se soltó la
flecha.
Horrorizada, cubrí mi boca con una mano.
—Mi pie se enredó con algo. Yo, yo pensé que era una raíz o una enredadera.
—¿Una cuerda de trampa? ¿Un cazabobos? ¡Y eso que los Dakonianos aborrecen
la violencia!
—Peinaré el área antes de entrar —dijo Loka.
Torg asintió.
—Bien. Primero, ayúdame a llevarlo a una de las chozas de emergencia —dijo
Groman señalando hacia el centro de intercambio. —Alguien tráigame una piel de
kel grande para usarlo como camilla.
Torg comenzó a protestar, pero Groman lo interrumpió.
—Ya hemos estado allí, es seguro.
—Yo lo traeré —dijo Loka corriendo a toda velocidad hacia el centro de
intercambio, siguiendo el camino que habíamos tomado para llegar aquí. Era un
hombre inteligente. No estaba dispuesto a correr riesgos.
Volvió con una piel grande y un bastón de madera.
—¿Para qué sirve eso? —preguntó Andrea señalando la vara.
—Para comprobar si hay cuerdas de trampa.
Torg apretó los dientes y palideció cuando los dos hombres lo levantaron.
Andrea, Tessa y yo extendimos el kel sobre la nieve y ellos colocaron a Torg sobre
él. Loka y Groman, cada uno sujetó una esquina del kel por el extremo de su
cabeza y Andrea y yo tomamos las otras dos esquinas al extremo de los pies.
—A la cuenta de tres —dijo Groman. —Uno, dos, tres.
Lo alzamos. Intentamos hacerlo suave, pero Torg gimió.
Con el fin de evitar dar empujones, rápidamente avanzamos hacia la choza.
Puedo hacerlo. Debo hacerlo. Sujeté la esquina del lado menos pesado, pero el
peso de Torg amenazaba con romper mis hombros de sus cavidades. Andrea no
parecía tener problema alguno, pero ella era más grande y fuerte que yo. Da igual.
Tenía que sacar fuerzas. ¡Torg había sido herido con una flecha! ¡Resiste, Starr!
Sólo hazlo. El discurso motivacional no ayudaba mucho en darme la fuerza física
que necesitaba. Cuando tuve temor de que mis brazos no resistirían, Tessa sujetó
mi esquina.
—Gracias —le dije con lágrimas en los ojos.
—Todo estará bien —susurró.
Me froté la nariz moqueada sobre el hombro. No podía soltar la piel o bajar a
Torg porque al levantarlo se sacudiría nuevamente. Por poco se desmaya del dolor
la última vez, aunque quizá era preferible que estuviera inconsciente.
Nos acercábamos a las chozas.
—Bajémoslo aquí por un momento —dijo Loka.
Ya estábamos cerca, ¿por qué detenerse? Si yo podía, estos hombres tenían
que poder.
—No, sigamos.
—Es mejor tener precaución que sufrir las consecuencias. Debemos
comprobar si hay trampas.
—Buena idea —concordó Groman.
Bajamos a Torg al suelo. Él ahogó un gemido y yo hice una mueca de dolor.
Cada movimiento le producía dolor, pero era mejor prevenir que lamentar.
Loka sujetó la vara que había colocado en la camilla. Acercándose de un lado,
hizo un movimiento circular en la nieve con la vara, en dirección hacia la puerta.
Aguanté la respiración y quizá los demás hicieron lo mismo, porque un silencio
escalofriante llenó el área. Tan silencioso que esta vez lo escuché. ¡Zas!
Una flecha zumbó en el aire y desapareció en algún lugar de la nieve. Si
hubiéramos caminado directamente hasta la choza, alguno de nosotros podría
haber recibido un disparo.
—¡Dios santo! —dijo Andrea con la voz entrecortada.
El shock se evidenciaba en el rostro de todos, especialmente en el de Loka.
Quedó boquiabierto. No esperaba encontrar algo.
Con la vara, alzó una enredadera larga. Un arco saltó de la nieve cerca de la
puerta.
Gorman apretó los labios.
—Sigue peinando. Asegúrate de que no haya más.
—Bien.
Con más cuidado esta vez, Loka siguió dando golpecitos y punzando la nieve
hasta que llegó a la choza y lo declaró despejado. Regresó a la camilla, levantamos
a Torg y lo llevamos adentro. Suavemente, lo acostamos en la cama.
Groman encendió un par de lámparas de aceite. Los labios de Torg estaban
azules. Tenía la esperanza de que fuera por el frío y no por la pérdida de sangre. Su
piel bronceada había palidecido a un tono más claro. Pequeñas gotas de sudor
congelado perlaban su frente.
No había tenido sentido tanto miedo al esperar en la sala del tribunal mientras
esperaba el veredicto.
—Iré por suministros ahora. ¿Necesitan algo más? —preguntó Loka.
Groman palpó su bolso.
—Tengo un cuchillo, así que eso está bien —observó las pilas de piel sobre el
que descansaba Torg. —Procura traer pieles más delgadas para usarlas como
vendas. Ten cuidado.
—Te acompañaré —dijo Tessa. —Puedo buscar las vendas mientras tu
consigues los medicamentos.
Loka sacudió la cabeza.
—Quédate aquí. Allá afuera no es seguro para ti.
—¡Tampoco lo es para ti! ¿Y si te sucede algo? ¡Iré contigo! No puedes
detenerme.
—Las mujeres Terranas son bastante parecidas a las Dakonianas. Tercas —dijo
Loka mirando al otro hombre.
—¡Entendí lo que dijiste! —Tessa le lanzó una mirada fulminante.
—Esa era la intención —respondió él.
Torg soltó una risita y luego gimió.
—No me hagan reír, por favor.
Odiaba verlo con dolor, pero me sentí aliviada de que estaba los
suficientemente alerta para responder al humor.
—Entonces vamos —dijo Loka haciendo un ademán. —Pisa donde yo piso.
Se fueron de la choza.
Groman sacó su chuchillo y cuidando de no perturbar el asta, cortó la punta
de la flecha.
—No retiraré el asta hasta que vuelva Loka. ¿Puedes encender una hoguera,
por favor? —le preguntó a Andrea.
—¡Enseguida! —Loka y Tessa habían salido en busca de lo que pasaba por
suministros médicos, Groman lo trataría y Andrea estaba encendiendo una
hoguera. Me sentía tan inútil, allí de pie, de la mano de Torg.
Los leños y las virutas de madera habían sido apilados. Andrea se arrodilló
junto al frío hoyo de fuego y con un pedazo de pedernal prendió la leña y luego
alimentó el fuego con un trozo más grande hasta que se encendió una llamarada.
—¡Eres buena haciendo eso! —me impresionó su habilidad. Era una mujer de
muchos talentos.
Mientras calentaba sus manos sobre el fuego, me miró sobre sus hombros y
los encogió.
—Tenía que ocupar mi tiempo en algo. Aprendí a encender hogueras cuando
Groman y yo no estábamos prendiendo hogueras —le guiñó el ojo. Se sonrojaron
sus mejillas.
El coqueteo íntimo me llegó al corazón. Eso es lo que teníamos Torg y yo. ¿Y si
no sobrevivía? ¿Qué haría yo sin él? Groman podía retirar la flecha, pero ¿y si Torg
se desangraba? ¿O si desarrollaba alguna infección más adelante? La flecha había
atravesado el hueso por completo. ¿Y si vivía, pero nunca sanaba correctamente la
herida y eso le impidiera usar el brazo, o si sufría de dolor por el resto de su vida?
No había posibilidad nefasta alguna que mi cerebro no pudiera encontrar. Me
tragué las lágrimas, determinada a ponerle buena cara, por su bien.
Torg no se dejaba engañar. Me apretó la mano.
—Estaré bien —sus palabras tranquilizadoras hacían que fuera aún más difícil
no llorar.
—Sí, lo estarás —dije con voz temblorosa. Tenía la esperanza de que mi deseo
se cumpliera.
Una ola de aire frío acompañaba a Loka y Tessa de regreso.
—Hemos vuelto.
Loka descargó un montón de cosas: varios recipientes de loza de barro cocido
encorchados y una botella grande.
—Traje un poco de agua de la taberna. Supuse que podrías necesitarlo para
mezclar la dosis.
—Bien pensado —Groman me pasó el cuchillo. Señaló la piel que sostenía
Tessa. —Corta algunas almohadillas de este grueso —hizo un ademán con los
dedos para mostrar el tamaño que quería. —La herida de Torg sangrará y
necesitará varios cambios de vendaje, por lo que necesitaremos bastante, pero
dame algunos para empezar y luego rompe algunas tiras para amarrarlos
alrededor de su pecho de manera que mantengan las almohadillas en su lugar.
Groman se desabrochó el kel y se lo quitó sacudiéndose los hombros. Me di
cuenta de que yo había comenzado a sudar. La choza se había calentado
considerablemente.
Me quité el abrigo y procedí a realizar la tarea que me fue asignada, contenta
de que hubiera una forma productiva de ayudar. La hoja de piedra del cuchillo
había sido afilada por ambos lados. Sujeté el pesado puñal por la empuñadura de
madera y corté el cuero en trozos. La preocupación oprimía mi corazón tanto
como el cuchillo a mi mano.
Groman roció polvo dentro de un vaso y mezcló un poco de agua. Ayudó a
Torg a apoyarse sobre uno de sus codos.
—Aquí tienes, tómate esto.
—¿Qué es eso? —pregunté
—Es una dosis para atenuar el dolor.
Torg se tomó todo el contenido del vaso. Encorvó la boca.
—Eso estuvo horrible.
—En un momento estarás deseando haber tomado más —Groman lo volvió a
acostar. Echó un poco de contenido de polvos de otro vial en otro vaso y le agregó
agua para formar una pasta. Descorchó una de las jarras, vertió sobre sus manos
un poco del líquido que había dentro y los frotó. El olor a alcohol impregnó la
choza.
—¿Puedes hacer alcohol? —pregunté.
—Bebiste un poco hoy en la taberna —respondió.
—¿Estás usando ale? —no olía a levadura.
—Destilamos el ale y lo purificamos para usos medicinales —Gorman sacudió
las manos para que se secaran. —Removeré el asta, luego esterilizaré la herida,
aplicaré coagulante y luego las almohadillas. Necesitaremos aplicar presión para
detener el sangrado.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Loka.
—No, creo que Starr puede ayudar. ¿Por qué?
—Tengo una corazonada. Quiero comprobar algo —se dirigió hacia la puerta.
Tessa lo siguió.
—Iré…
—No —la firmeza de Loka no admitió argumento alguno. —Esta vez te
quedarás aquí.
Ella se cruzó de brazos y apretó los labios. Me pregunto si tuvieron algún
descuerdo cuando se fueron la primera vez, pero mi consideración era por Torg.
Loka se fue y Tessa acompañó a Andrea cerca de la hoguera. Me acerqué al
lado de la cama de Torg.
—¿En qué puedo ayudar?
—Pasándome las cosas a medida que las vaya necesitando —Groman sujetó el
asta de la flecha y miró a Torg. —Esto va a doler.
—Hazlo —dijo él.
Groman colocó una mano sobre el pecho de Torg. El pecho de curador se
abultó al extraer la flecha. Torg no pronunció sonido alguno, pero apretó los
dientes tan fuertes que probablemente le dolería la mandíbula a la mañana
siguiente.
Groman tiró la ensangrentada asta de la flecha sobre la mesa.
—Ayúdame a quitarle el abrigo.
Juntos le quitamos el kel a Torg para que estuviera más cómodo. La sangre
había manchado la túnica. También se lo quitamos.
—Pásame el antiséptico, el alcohol —le pasé la botella.
Mojó la herida.
Mi implante no tradujo las maldiciones que salían de Torg. No fue necesario.
Del dolor se sentó empuñando las manos.
—Whoa —Groman retrocedió.
—Lo siento —dijo Torg apretando los dientes.
—Aún falta desinfectar el orificio de salida.
Torg sujetó la piel de kel.
—Hazlo.
Apreté los nudillos contra mi boca para no llorar.
Groman le echó alcohol en la parte de atrás de los hombros. Esta vez Torg no
hizo sonido alguno, pero el sudor perlaba su frente. La sangre corría por su pecho y
espalda.
—Pásame la pasta —me indicó el curador. —Y luego dos almohadillas.
Le pasé la mezcla, el cual untó sobre la herida.
—Esto ayudará a detener el sangrado —luego, aplicó una almohadilla doblada
sobre el orificio por donde entró la flecha y con un ademán me pidió que hiciera lo
mismo en la espalda. Juntos aplicamos presión.
—¿Cómo te sientes? —dijo Groman mirándolo.
—Bien.
—¿Te gustaría otra dosis para el dolor?
—No —típico de un hombre, trataba de hacerse el macho.
—Sí —dije yo.
—No lo necesito —sacudió la cabeza, pero podía ver que los movimientos
leves le producían dolor.
—Dale la dosis para el dolor —dije desautorizando su estupidez.
Torg comenzó a protestar, pero lo interrumpí.
—Hazlo por mí, ¿sí? Me duele verte sufrir.
—No juegas limpiamente —dijo Torg exhalando. —De acuerdo.
—¿Puedes presionar ambos lados? —preguntó Groman.
—Sí.
Mantuve la presión sobre las heridas mientras Groman mezclaba otro brebaje
para el dolor que luego le dio a Torg, quien se lo bebió de un trago. Hombre terco.
Sé cuándo tengo la razón.
Para cuando el dolor había desaparecido del rostro de Torg, ya las
almohadillas se habían empapado por completo, pero el sangrado casi se había
detenido. Groman mantuvo presión mientras yo alcanzaba dos almohadillas
nuevas, las cuales aplicamos para luego envolver las tiras largas alrededor del
torso de Torg y así sujetarlas. Luego, le elaboró un cabestrillo para su brazo
derecho.
—Debemos inmovilizarle la extremidad para evitar que tire del hombro y
vuelva a abrir la herida —dio un paso atrás y observó su trabajo. —Creo que eso
bastará.
Torg comenzó a levantarse.
—No tan rápido —Groman lo sujetó contra su hombro. —No deberías viajar.
Deberías pasar la noche aquí. Mañana lo más temprano, podrías viajar.
—Debo estar en el campamento, soy jefe de tribu.
—Exacto. El jefe de una tribu no puede permitirse morir desangrado.
—Estoy bien ahora.
—Nos quedaremos —dije.
El ceño fruncido de Torg demostraba aceptación más que protesta y yo lo
agradecía. ¿Y si colapsaba de camino? ¿Qué haría yo? Torg podía morir
desangrado allí. Sin el apoyo de Groman, sería difícil convencer a Torg de
quedarse.
—Gracias.
Él asintió.
—Si se mantiene inmóvil y con tranquilidad y permite que el coagulante y las
defensas de su cuerpo trabajen, creo que estará bien para viajar por la mañana.
Andrea y yo nos quedaremos en la otra choza de emergencia. Si a media noche
empieza a sangrar, puedes despertarme.
—Lo haré, gracias.
Loka entró con cuatro arcos colgados sobre su hombro. Golpeó la puerta de la
choza con la vara de madera.
—Descubrí dos trampas improvisadas con cuerdas de trampa, una en la otra
choza de emergencia y la otra en el centro de intercambio. Nunca entenderé cómo
todos logramos pasar sobre ella. Por pura suerte ninguno de nosotros lo detonó.
—¡Dios santo! —Tessa se cubrió la boca con una mano. —Uno de nosotros
pudo haber muerto.
Uno de nosotros casi muere. ¿Sigues pensando que tu pueblo no es violento?
Si Torg no estuviera herido lo sacudiría. Él y el resto de su pueblo tenía que
despertar y encarar la realidad. Armax había golpeado a Yorgav, Icha me había
envenenado y ahora esto. ¿Cuántas pruebas más necesitaban?
Loka se quitó los arcos del hombro.
—Recogí el arma para examinarla.
—¿Quién haría algo así? —peguntó Andrea.
—¿Por qué lo harían? —repliqué. El por qué nos llevaría a descubrir quién fue.
¿Se trataba de un acto al azar hecho por un sociópata que buscaba lastimar a
alguien sin importar a quién? Todos los que había conocido parecían agradables,
excepto por…
Dios santo… ¿y si Icha era la responsable? ¡Quizá yo había sido el blanco!
¿Llegaría tan lejos? Me envenenó, pero la toxicidad del wheestile no era letal; si yo
fuera Dakoniana, no me habría causado ningún daño en lo absoluto. Sí hubiera
intentado matarme, ¿no me habría dado algo más letal?
De no ser porque había nevado, podríamos haber rastreado las huellas que
dejó el agresor.
—Debemos avisarle a Enoki y advertirle a los demás —el rostro de Torg se
endureció como la de un Dakoniano preparado para derrotar a alguien. De no ser
por el vendaje y la sangre que escurría por su torso desnudo, no te habrías dado
cuenta de que había sido herido de gravedad.
—Quizá este era un acto, no de maldad, sino de falta de criterio, alguien pudo
haber colocado imprudentemente una trampa de cacería —sugirió Groman.
El hombre sabía sobre curaciones, pero necesitaba espabilarse.
—No —dijo Torg sacudiendo la cabeza.
—No —concordó Loka. —Varias trampas fueron preparadas para que se
activaran cuando la persona entrara a la choza.
—El responsable intentó causar graves daños —dijo Torg. —Estoy seguro de
que tu búsqueda fue meticulosa, Loka, pero deberíamos repetirlo al salir el sol
para asegurarnos de que todas las trampas han sido encontradas. Necesitamos
más personas para peinar el área.
Es por eso por lo que mi compañero era jefe de tribu. Incluso herido, sabía lo
que debía hacerse y cómo hacerse cargo de ello. Y vaya que sí conocía un poco
acerca de las personas.
—Mi campamento queda más cerca del lugar de reunión, a sólo un cuarto de
tripta de distancia —ofreció Loka. —Tessa y yo regresaremos esta noche. Hablaré
con el jefe y podemos volver por la mañana con más ayudantes.
Es el más cercano ¿eh? Las sospechas de que era Icha volvieron. Ella vivía en el
campamento de Loka. Pudo haberse escabullido y colocado los cazabobos en el
lugar de reunión. En mi campamento se sabía que yo había hecho planes de
reunirme con mis amigas de la nave. Todos los del campamento de Tessa
probablemente sabían que ella también. Así que Icha sabría que yo estaría aquí
hoy.
—¿Qué tal se le da a Icha el arco y flecha? —pregunté.
—Entiendo tu punto de vista —dijo Torg sacudiendo la cabeza. —Puede que
Icha sea impetuosa y vengativa, pero no es una asesina a sangre fría.
¡Impetuosa y vengativa suena como una motivación para matarme!
—Me envenenó.
—Te provocó malestar. No trató de matarte.
—Quizá lo intentó, pero fracasó.
—No lo creo, Starr. Apostaría mi vida por eso.
—Lo has hecho y casi te mata.
Torg alzó la mano ilesa.
—No podemos resolver esto sin tener toda la información y se está haciendo
tarde. Nos ocuparemos de esto por la mañana.
Las expresiones de dolor en su boca detuvieron mi protesta. Él necesitaba
recobrar fuerzas y empezar a recuperarse. No podíamos resolver el problema esta
noche. En eso tenía razón.
—Buena idea —dijo Groman. —Recuerden, estaré en la otra choza —miró a
Loka. —Los revisaste ¿cierto?
—Sí, lo hice. Está despejado —respondió.
—Cualquier cosa que necesiten, pueden buscarme —me dijo Groman. —Si
necesita otra dosis para el dolor, hay polvo allí. Mezcla una cucharada con un poco
de agua.
—Estaré bien —dijo Torg.
—Cuidaré de él —prometí.
—Tessa y yo también nos marcharemos ahora —Loka tenía una caminata por
delante, aunque un poco más corta de lo que Torg y yo hubiéramos caminado.
Los cuatro se pusieron el abrigo de kel y le di un abrazo a Andrea.
—Estaremos en la choza de al lado, si necesitas ayuda —dijo ella.
—Gracias.
Tessa y yo nos fundimos en un abrazo.
—¡Cuídate! —le dije, preocupada de que tuviera que caminar en la nieve. Al
menos no iría muy lejos.
—También tu —respondió abrazándome fuerte. —No salgas de la choza y
todo estará bien. No te preocupes. Nos veremos en la mañana.
Mientras salían en fila, el temor que acechaba en el fondo ahora estaba
delante de mí. ¡Torg por poco moría! Estaba indefensa en un planeta primitivo
habitado por gente peligrosa, exceptuando a los presentes. Los suministros que
Andrea y yo habíamos pedido no llegarían lo suficientemente rápido para mi
conveniencia.
Me volví hacia Torg y le sonreí.
Capítulo 16

Torg
Starr trató de ocultar el miedo, pero su sonrisa bamboleaba. Extendí el brazo
bueno.
—Acércate.
Se acercó a la cabecera y me dio un suave abrazo. Intenté tomarla sobre la
cama para poderla consolar apropiadamente, pero puso resistencia.
—Te lastimarás.
—Estoy bien —no era del todo mentira. El dolor agudo de mi hombro había
disminuido a un leve dolor palpitante. Lo que haya sido ese asqueroso brebaje que
Gorman me obligó a tomar había hecho la magia.
—Quizá no tengas dolor, pero no estás bien. Tienes una herida. Debes darte
tiempo para sanar —ella se apartó. Pero parecía tan triste como terca.
—¿Tienes hambre? —pregunté. No sería una cena de lujo, pero las chozas de
emergencia estaban abastecidas con raciones para supervivencia. Los Dakionanos
estábamos preparados, aunque no estuvimos preparados para este pequeño
incidente. No podía imaginar quién pudo haber puesto esa trampa y por qué. De
no haber sido porque escuché el zas… se me heló la sangre. Starr habría salido
herida o muerta. Saqué ese horrible pensamiento de mi mente. Enloquecería si me
obsesionaba con eso. Ella estaba a salvo ahora. Pronto amanecerá para seguir
preocupándome.
—Debe haber un poco de kel ahumado —dije, señalando algunos frascos que
estaban sobre una mesa que pegaba con la pared.
Su estómago rugió y ella sonrió avergonzada.
—Tengo un poco de hambre. No sabía que teníamos comida aquí —lanzó un
leño en la hoguera y luego movió la mesa, destapó el frasco y olfateó. —¡Sí! Kel
ahumado.
Sacó dos grandes pedazos y me dio uno.
Golpeé con la palma de mi mano la cama que estaba junto a mí.
Vaciló, pero luego se acercó a él. Consciente de su proximidad, mi pulso se
aceleró y la polla se me despertó. Habían pasado muchas horas desde la última vez
que habíamos follado, pero tenía una corazonada que se requerirá un poco de
persuasión para deshacer su innecesaria preocupación.
Mordí un pedazo del kel ahumado y ella hizo lo mismo.
—¿Todo salió bien con la instalación y puesta en marcha del sistema de
comunicación? —pregunté.
—No hubo falla técnica alguna. Andrea y yo agregamos algunos suministros
en la siguiente nave.
—¿Qué tipo de suministros?
—Para empezar, equipo médico. Y vehículos terrestres, cargadores, armas…
—su rostro se puso tenso y podía notar que estaba recordando lo que sucedió esta
tarde.
Cubrí su mano con la mía.
—Encontraremos al responsable. No volverá a suceder, te lo prometo.
Sacudió la cabeza.
—No es por eso, aunque ahora tengo otro motivo para querer armas de Terra
—suspiró Starr. —Andrea, Tessa y yo hablábamos sobre el futuro. Todo este
acuerdo de “mineral iluviano a cambio de compañeras” suena bien por ahora,
pero ¿qué sucederá cuando tengan suficientes mujeres?
—Dejaremos de pedirles.
—Supuse que esa sería la reacción. Sus necesidades habrían sido saciadas,
mientras que el apetito de Terra crecerá. El acuerdo actual tentará su hambre por
el mineral iluviano. Querrán más y más. No se rendirán. ¿Dejarás que lo tomen sin
dar nada a cambio?
—Starr, eso no tiene valor para nosotros. Pueden tomarlo. Sólo es un montón
de rocas.
Se levantó de la cama, sirvió un poco de agua de una jarra grande hecha de
barro a una más pequeña y lo colocó en las brasas de la hoguera.
—¿Qué haces?
—Caliento un poco de agua para lavar —se alejó del fuego y caminó de un
lado a otro columpiando sus brazos. —Estas rocas son tan importantes para Terra
como lo son las mujeres para Dakon. Más aún porque la necesidad de ustedes por
conseguir mujeres es finita. La necesidad de energía de Terra es infinita. Debes
estar preparado en caso de que la situación se ponga fea. No estoy diciendo que
así será, pero existe la posibilidad. Mi gente ha pasado por esto antes y no terminó
bien. Diezmamos civilizaciones completas con tal de conseguir el lustroso metal
que no sirve para nada más que para decorar. El mineral iluviano puede
proporcionarle energía a una nave espacial e iluminar ciudades. Si ustedes
hubieran aprovechado su energía, ya no estuvieran viviendo en la Era de Piedra.
—Pero no tenemos los medios para sacarle provecho —el mineral era valioso
sólo si podíamos procesarlo. Por la limitación al uso de madera, hueso y
herramientas de piedra, ni siquiera teníamos la habilidad de extraer grandes
cantidades o aprovechar grandes cantidades, si fuera el caso.
—Mi gente es amistosa y bondadosa por ahora, pero no debes ser ingenuo —
con su pequeño puño lanzó un puñetazo al aire. —Debes apuntalar tus
argumentos de defensa. Creo que en este momento tienen una ventaja. Los
Terranos tienen armas más avanzadas, pero tienen que viajar una gran distancia
para llegar aquí. Antes de que pudieran invadir el lugar para extraer más mineral,
tendrían que conseguir más mineral, lo cual aún no poseen. Además, tienen el
clima a su favor. Han aprendido a lidiar con el duro frío, ellos no. A la primera señal
de agresión, si atacan con una demostración de fuerza a lo grande, ellos lo
pensarán dos veces.
Starr conocía a su gente más que nosotros y su vehemencia me puso a pensar.
¿Qué clase de gente eran los Terranos? Los primeros emisarios habían sido
cordiales y serviciales. Las mujeres eran todo lo que habíamos esperado y más. No
podía imaginar una mejor compañera que Starr. Su interés por nuestro bienestar
confirmaba su compromiso conmigo y con Dakon, no es que yo hubiera tenido
alguna preocupación al respecto.
Sus advertencias no debían ser ignoradas.
—Le informaré a Enoki sobre tus preocupaciones.
—Gracias. Eso me hace sentir mejor —se frotó las manos. —No estoy diciendo
que Terra podría invadir, lo que digo es que deben estar alerta. Lo que ellos dicen
no lo tomen en un sentido literal.
Retiró la botella del fuego y comprobó la temperatura.
—Perfecto.
—¿Te darás un baño? —dije acomodándome hacia atrás, con deseos de ver.
Nunca me cansaba de mirarla. Mis cuernos y polla palpitaban con gran
expectación.
Vertió un poco de agua en un bol y remojó una de las almohadillas de kel.
—Voy a lavarte.
—¿A mí? —pregunté mirando abajo. Había manchas de sangre en mi torso.
Con una mueca respondí —Puedo lavarme solo. Dame eso.
—No, yo lo haré —ella ignoró mi mano extendida y dio ligeros golpes a mi
pecho.
En los manantiales de mineral, Starr y yo nos habíamos bañado el uno al otro
como un preludio de la copulación, no porque el otro no sabía asearse. Yo no era
ningún inválido. ¿Acaso también me alimentaría las gachas a cucharadas? No me
respetaría ni me vería como su protector si le permitía jugar a la enfermera.
—Yo puedo hacerlo.
Ella ignoró mi protesta, enjuagó la almohadilla con un poco de agua y volvió a
limpiarme. ¡Qué humillante!
Le sujeté por la muñeca.
—Me lavaré yo mismo.
—Necesito tocarte, ¿de acuerdo? —me miró con el ceño fruncido, pero se le
llenaron de lágrimas los ojos. —¡Estuve a punto de perderte! ¿Acaso no te das
cuenta lo espantoso que sería?
—Lo sé —había sentido lo mismo por ella. Acaricié el interior de su muñeca
con mi pulgar. Yo también necesitaba tocarla y no de una forma casual. Necesitaba
estar dentro de ella, abrazarla tan fuerte y tan cerca de mí que nada pudiese pasar
entre nosotros, ni siquiera el miedo. —¿Por qué crees que te empujé? Escuché
cuando la flecha se disparó —los reflejos y el instinto me impulsaron a actuar, pero
al recordarlo, se me helaba la sangre de nuevo por lo cerca que estuve de
perderla.
Se necesitaría más que un flechazo para matarme. Pero mi Starr era pequeña,
delicada y frágil.
Para tranquilizarla, le permitiré que me lave.
—Entonces continúa —no tenía la intención de sonar imperioso.
Esbozó una sonrisa.
—Oh, entonces puedo ¿no es así? —limpió suavemente mi pecho. Había
logrado sacarle una sonrisa y eso llenó de alegría mi corazón.
—¿Por qué crees que pusieron esa trampa? —preguntó calladamente. —¿Fue
un ataque al azar o tenían un blanco?
—Yo era el blanco —era el único escenario que tenía sentido.
—¿Por qué?
—He implementado decisiones que son mal vistas. Muchas personas están
enfadadas conmigo.
—Por Icha.
—Ella es una de las razones, pero algunos también objetaron el exilio de
Armax. Haber ganado una ficha generó bastante resentimiento. Muchos
supusieron que había usado mi influencia de jefe de tribu para conseguirlo.
Algunos hombres están celosos de que conseguí una compañera, mientras que
otros se oponen al programa de intercambio.
—Si eras tú el blanco, ¿por qué poner trampas?
—No estaban seguros en cuál de las chozas entraría.
Restregaba mi piel con el paño, ya no tan suave.
—¿Entonces por qué en lugar de colocar las trampas, no habrían preferido
ocultarse en el bosque para dispararte desde allí?
Eso mismo me he preguntado.
—Si me disparaba de frente, había más posibilidades de atraparlo. Alguien lo
pudo haber reconocido. Loka o Groman lo habrían perseguido.
—Da miedo imaginar que alguien de nuestro campamento lo hubiera hecho
—su pecho palpitaba de inquietud, sus pezones marcaban su túnica. Ella buscaba
entablar una discusión seria, pero yo no podía evitar mirar sus pechos fijamente
mientras se movían debajo de su ropa. Su exótico aroma de mujer flotaba por el
aire coqueteando con mis sentidos. Los Terranos y Dakonianos tenían un aroma
distinto. Podía distinguir a mi Starr con sólo su olor.
—Esa es solamente una posibilidad. El consejo de jefes tiene cinco miembros
regulares que son elegidos por las tribus. Una sexta posición es compartida por
otros jefes de tribu. Como líder de una tribu, me alterno con los otros para
compartir el escaño. Soy una persona directa y he convencido al jefe a tomar
algunas medidas mal vistas. Formé parte del consejo cuando decidieron participar
en el acuerdo con Terra. Yo sugerí el sorteo y gané una ficha.
—Algunos miembros de otras tribus aseguraron que el proceso de selección
estaba manipulado. Otros se opusieron del todo. Me he ganado algunos enemigos.
—Si tú te has ganado enemigos como un miembro alterno del consejo,
¡Imagina cuántos tiene Enoki como jefe del consejo! Quizá él era el blanco.
—Enoki no era quien estaría en el lugar de reunión hoy. Era yo.
—¡También Groman y Loka! ¿Cómo pudo el responsable contar con que serías
tú al que dispararía? Pudo haber sido cualquiera de nosotros o alguien más a quien
se le ocurrió venir hoy —dejó caer la almohadilla de kel dentro del bol de agua
pintada de un color rojizo y café y se alejó de mi alcance. —Quizá las habilidades
curativas de Groman habían fallado en salvar a alguien. O quizá Loka hizo enfadar
a alguien —dijo mientras caminaba de un lado a otro.
—Son algunas posibilidades, pero no lo creo. Loka es muy querido y Groman
es un curador dotado cuyas habilidades tienen alta demanda. La gente entiende
que no puedo curar a todos.
Ella hacía buenas preguntas. No había falla en su razonamiento, pero no
encontraríamos las respuestas esta noche y ciertamente no lo lograríamos en
medio de otras necesidades apremiantes que habían surgido. Las discusiones
acaloradas no servían de consuelo.
Le hice señas para que se acercara y me corrí un poco en la cama.
—Eh… puedes ayudarme…
—¿Qué pasa? —dijo, apresurándose a mi lado.
La treta me produjo un poco de culpa, mas no lo suficiente para disuadirme.
Rodeé su cintura con mi mano y la jalé.
—Acompáñame en la cama —le sonreí seductoramente, pues antes eso la
había endulzado.
—¿Te has vuelto loco? Te lastimarás —retorció la muñeca, pero no la solté.
—Entonces no te opongas —di un fuerte tirón y cayó sentada en mi regazo. Al
instante, la coloqué debajo de mí, ignorando las agudas punzadas en mi hombro.
Me abalancé, pero ella apartó su rostro y mi beso quedó estampado en su oreja.
Retocé las orillas con mi aliento y la hice temblar. Mi pareja solamente fingía ser
indiferente. Besé su cuello y escuché un gemido que intentó ahogar.
—Empezarás a sangrar nuevamente y sólo podrás culparte a ti mismo.
—Claro.
—El curador exigirá una explicación.
Copular era tan natural como comer o dormir y quienes tenían una
compañera lo hacían, con mayor razón deseaban tener una. Pero Starr se
avergonzaba de hablar sobre nuestras intimidades.
—Le diré que no se meta en mis asuntos —usé uno de sus modismos. Los
Terranos tenían una forma colorida de expresarse.
La excitación ruborizó sus mejillas y con su pierna rodeó la mía, pero con su
cabeza golpeó mi hombro ileso.
—No, Torg. Lo digo en serio —quizá pensaba que se veía feroz, pero no tenía
idea de lo linda que se veía su pequeño ceño fruncido. Podía mirarme
amenazadoramente todo el día y lo único que lograría sería ponerme duro para
ella.
—Entonces lo haremos de esta forma —deslicé mi brazo ileso debajo de ella y
me di vuelta de manera que yo quedara acostado y ella se sentara a ahorcadas
sobre mí. —Tú puedes hacer todo el trabajo —dije, pero alcé mis caderas para
frotar mi erección en su feminidad. Con dos capas de ropa, la suya y la mía, el calor
de su sexo me ponía la polla caliente.
—Eres imposible.
—Tienes puesta mucha ropa. Quítatela —jalé la túnica y sus leggins.
Ella suspiró. No era la respuesta que esperaba, pero con un poco de
persuasión quizá podría convertir la resignación en entusiasmo. Necesitaba
sentirla contra mi cuerpo, piel a piel, grabar su roce, su sabor, su aroma. Tenía que
reafirmar, de forma física, que estábamos vivos. Uno de los dos pudo haber
muerto hoy. No podría enfrentar la tragedia de perder a mi pareja tan pronto,
después de haberla encontrado.
Starr comenzó a quitarse de encima, pero la sujeté.
—No, quédate aquí.
Resolló.
—Deja que me levante para que pueda quitarme la ropa.
No podía discutir con su lógica, pero no confiaba en sus intenciones.
—De acuerdo —renuentemente la solté.
Se deslizó de la cama y alisó sus caderas antes de decirle adiós a la cama con
un ademán.
—Esto no es una buena idea…
¡Lo sabía!
Me levanté, reposando mi cuerpo sobre el codo ileso.
—¿Acaso quieres que salte de la cama y te persiga, así de herido como estoy?
Porque lo haré.
—¡Eso… eso… no es justo! ¡Eso es como chantaje emocional!
—¿Cómo va ese dicho que me enseñaste? ¿En el amor y la guerra todo se
vale? —me quité la manta de kel apresuradamente.
—Detente, está bien —me lanzó esa linda mirada con el ceño fruncido y alzó
la túnica sobre su cabeza y contoneándose se quitó los leggins. Sus pechos
deliciosos con pezones como de bayas rebotaban mientras se desvestía.
Me quité las botas con los dedos de los pies, pero fue difícil quitarme con una
mano los leggins que ahora estaban más apretados por la erección.
—Déjame ayudarte —dijo ella, en un tono para nada amable y me quitó los
pantalones de un tirón. Mi polla, dura y lista rebotó, feliz de ser libre y de verla.
Sus pechos se mecían y envolví uno con la mano desocupada, disfrutando su
pesado volumen y la forma en que su exuberante y redondo pezón tocaba la
palma de mi mano.
Dos manos son mejores que una. Comencé a sacar mi brazo del innecesario
cabestrillo, pero Starr me detuvo.
—No. No te quites el cabestrillo. Si quieres esto… —dibujó un círculo en el aire
alrededor de su cuerpo, —entonces debes dejarte el cabestrillo puesto.
Podía vivir con esas condiciones. Esbocé una sonrisa de victoria.
—Bésame.
Starr se metió a la cama y apretó sus labios con los míos. Nos besamos
vacilantemente al principio, pero luego nuestras lenguas se encontraron en una
danza frenética que traicionó nuestros miedos. Su cabello cubría mi rostro y su
corazón golpeaba fuerte sobre mi pecho. Starr mordisqueó mis labios.
—Nunca más me vuelvas a asustar de esa forma —murmuró.
—No.
Sentí su sabor y llenaba mis sentidos de la esencia de mi propia Starr. Como
las luces del cielo, ardía intensamente para mí. Mi insustituible compañera.
Al empujarla levemente, se movió un poco hacia arriba. Logré agarrar un
pezón con mi boca. Ella gimió y abrazó una de mis piernas con las suyas, apretando
su feminidad sobre mi muslo, cubriendo mi piel con la humedad de su deseo. Mi
Starr podía protestar, pero también me deseaba y su objeción había nacido de la
preocupación. ¿Cómo podía perderla?
Chupeteé uno de sus pechos hasta que la punta se endureció y enrojeció
como una piedrita, luego hice lo mismo con su gemelo. Starr alargó sus manos
pasándolos por en medio de nuestros cuerpos para sujetar mi miembro viril. Una
sensación provocativa corría por mi estómago mientras ella lo apretaba hacia
arriba y abajo.
Se apartó de mí y luego se contoneó hacia abajo, provocándome al rozar sus
pezones con mi piel. Mientras seguía atendiéndome la polla, mi esencia se regó
por la expectación. Starr sonrió y pasó la punta de su dedo en el líquido, luego se
lo llevó a la boca y lo lamió dejándolo limpio.
Agachó la cabeza para pasar su lengua de la punta de mi polla hasta el
escroto. Con movimientos leves como el roce de una pluma, provocaba mis
testículos para luego serpentear hasta la punta de mi polla, donde nuevamente
comenzó a hacer movimientos circulares en el bálano.
Hazme tuyo con la boca. Empujé las caderas hacia arriba. Ignoró la insinuación
y continuó con la provocación.
Enrollé mis dedos en su cabello.
—¡Starr, chúpame, maldita sea! —le robe uno de sus epítetos para expresar la
seriedad de mi deseo.
Soltó un pequeño bufido de risa y lentamente trazó un camino en mi miembro
viril.
—Starr... —dije apretando los dientes.
—Quédate quieto y deja que me encargue de esto. Ese fue el trato.
—No recuerdo haber hecho ese trato.
—Fue parte de la negociación de “tú puedes hacer todo el trabajo” y de “en la
guerra y el amor todo se vale”.
Detestaba que me echaran en cara mis propias palabras.
El descontento se esfumó cuando envolvió mi erección y lo metió en lo
profundo de su húmeda y ardiente boca. Sus labios apretaron fuerte cuando tiraba
de mi polla. Los nervios se despertaron como un rayo destellando en el cielo
cuando el placer inundó mi cuerpo.
Estaba a su merced, pero siempre lo había estado. Desde el momento en que
avisté a mi compañera alienígena, estaba hecho.
Usando sus manos, labios, lengua y dientes, me daba placer hasta llevarme al
borde del éxtasis. Y mientras me retorcía, ella se detenía y se retiraba para que la
sensación sosegara, luego despertaba mi deseo hasta llevarlo nuevamente a un
frenesí. Esta vez, me rehusé a ser privado, así que le sujeté la cabeza y empujé la
polla en lo profundo de su boca.
Los músculos se contrajeron cuando el éxtasis me llevó al borde y me vertí
vibrando convulsivamente, vaciándome y llenándome al mismo tiempo. Los tensos
músculos se aflojaron. Si hubiera estado sobre ella, cogiéndola, habría colapsado y
caído sobre mi hombro lesionado. Pero habría valido la pena.
Starr me soltó la polla, se lamió los labios y subió un poco más para
acurrucarse a mi costado. La recibí en mis brazos. Metió una de sus piernas entre
las mías y su feminidad se presionó contra mi muslo. Su sexo mojado rozaba mi
piel. Había sido un egoísta al permitir mi descarga; había hecho muy poco para
complacerla.
—Me disculpo por mi egoísmo. Dame un momento para recuperarme y…
Ella sacudió la cabeza.
—No, está bien. Te lastimarás y empezarás a sangrar otra vez.
Quizá, pero un hombre no podía demandar placer a expensas de su hembra.
—De todas formas, quiero unirme a ti. Tendré cuidado —me comprometería y
enfocaría. La haría gritar de placer, así me matara.
—No.
Las mujeres eran muy testarudas, pero rara vez se rehusaban al placer. Era su
derecho y nuestro deber. Las protegíamos, cuidábamos y complacíamos. Nuestras
necesidades ocupaban el segundo lugar. Yo tenía una compañera alienígena, pero
no podía echar por la borda todo lo que fui criado a creer.
—¿Y si puedo darte placer sin lastimarme? —pregunté.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo?
Le di un pequeño empujón.
—Acércate.
—¿A qué te refieres?
—Sólo acércate.
Starr se movió y se sentó encima de mí. Cuando se distrajo por un breve
momento, toqué uno de sus pechos suavemente, acariciándole el pezón, luego
ahuequé mi mano ilesa en su trasero.
—Móntate en mi cara —le ordené.
Abrió los ojos de par en par.
—¡Vamos! —le di una leve palmada en el trasero.
Ella chilló.
—Hazlo —le di una palmada más fuerte.
Obedeció y se colocó de manera que tenía una vista perfecta de su deliciosa
feminidad, sus pétalos estaban húmedos y crecidos de deseo. El aroma de su
deseo me despertó el hambre. Tan dulce y mía, toda mía. En esto podía darme
gusto hasta donde me llevaran los deseos de mi corazón y llevarla al clímax.
¿Podría ponerse más bueno que esto?
Me apreté contra su muslo y Starr obedientemente se colocó sobre mi boca.
Capítulo 17

Starr
Desnudo hasta la cintura, Torg había terminado de lavarse y yo acababa de
ponerme la túnica cuando Groman y Andrea abrieron la solapa y entraron. La
próxima vez que usáramos el computador, pediría unas campanas o puertas
sólidas para obligar a las personas a anunciarse.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Groman.
—Recuperándome —Torg me guiñó. Si Andrea y Torg hubieran entrado diez
minutos antes, me habrían encontrado follando a Torg. Así que, sí, él estaba bien.
Para un hombre que había sido disparado en la espalda con una flecha, se estaba
recuperando bastante rápido. O tenía un extraordinario vigor y constitución, o se
trataba de una evolución natural. El hombre en mejor forma había sobrevivido.
Luego de lamerme hasta llevarme el orgasmo más estupendo de toda mi vida,
dos veces, Torg durmió toda la noche. Había revisado su herida una vez durante
las altas horas de la madrugada y noté que el sangrado se había detenido. Al
levantarse esta mañana, nuevamente cachondo, me sedujo al coito.
Mientras Groman lo examinaba, se me acercó Andrea con una risita y me
susurró.
—Huele a sexo aquí adentro.
Mi rostro se abochornó.
—¡Dios santo! ¿En verdad?
Ella soltó una risita.
—No. Quería ver si admitirías que te dieron un poco.
—¡Ahora suenas como Tessa! Era el tipo de cosas que ella habría dicho.
—Le lesión está sanando muy bien —reportó Groman. —No hagas nada
extenuante —me miró y dijo: —Límpialo de vez en cuando y aplícale vendajes
nuevos.
Asentí.
—Lo haré.
Tiesa por la sangre seca, la túnica de Torg era inservible. Se puso el kel sobre
su pecho desnudo y se abotonó los botones alargados.
—¿Ya ha llegado Loka?
—Sí. Trajo consigo a seis hombres. Están peinando el área.
—Iré a ayudarlos.
—No —dijimos al mismo tiempo Groman y yo. Menos mal que tenía a alguien
de mi lado. Torg era incorregible.
—¿Acaso no entendiste lo que quise decir con extenuante? —gruñó Groman.
—Eso no es extenuante.
—Salir a hacer una búsqueda a través de varias pulgadas de nieve con un
bastón, lastimará tu hombro.
—¡Bah!
—Tenemos un largo camino. ¿Acaso quieres que me preocupe todo el camino
a casa? —jugué la carta de la culpa y no me sentí en lo más mínimo culpable por
haberlo hecho. Si este hombre terco no cuidara de sí mismo, entonces lo tendría
que hacer yo. Lamentaba haber cedido a su seducción esta mañana.
Suspiró.
—¿Entonces qué se supone que debo hacer?
—Habla con Enoki —sugirió Groman.
—¿Él también está aquí?
El curador asintió.
—Llegó con los demás.

***

Torg y yo caminamos por el bosque. Un árbol bifurcado con un agujero en el


tronco llamó mi atención.
—¡Reconozco ese árbol! —chasqueé los dedos y sonreí.
Traté de mantenerme alerta y prestar atención a lo que me rodeaba en lugar
de concentrarme en la espalda de Torg. Dado que viviría en Dakon por el resto de
mi vida, necesitaba aprenderme el terreno. Los matices se hicieron visibles y
resaltaron entre las similitudes: el árbol bifurcado, un grueso tronco caído, una
arboleda de cuatro coníferas espaciadas con precisión. Probablemente podría
encontrar el camino hacia el lugar de reunión por mi cuenta.
No es que me fuese a dejar ir sola.
No es que yo quisiera irme sola.
Disfrutaba su compañía y sus conversaciones y me sentía más segura con él. Él
había escuchado el zas de la flecha cuando fue lanzada y me empujó apartándome
del camino. Cualquiera de nosotros pudo haber muerto. Tessa o Andrea pudieron
haber activado las cuerdas de trampa. ¿Serían tan rápidos sus compañeros en
salvarlas como lo había hecho Torg conmigo? Él tenía mucha fuerza y era veloz,
tenía un vigor increíble. Actuaba como si su hombro lesionado no le molestaba en
lo absoluto.
Por supuesto, Groman lo había atendido. Claramente era un curador muy
dotado. ¡Imagina lo que podrá hacer al tener suministros médicos de verdad!
Andrea, Tessa y yo teníamos el poder de hacerlo posible. Podríamos catapultar a
Dakon de la Era de Piedra y, con el tiempo, devolverles la gloria que antes
tuvieron. No eran primitivos, sino una civilización avanzada que lo había perdido
todo en un cataclismo.
Ahora tenían un terrorista local resuelto a empeorar las cosas. En Terra, ese
tipo de personas habrían detonado bombas de tiempo para eliminar grupos
enteros. El único beneficio del estado primitivo de Dakon era que los sociópatas de
este lugar no contaban con la tecnología para eliminar multitudes.
Aunque ya lo habían intentado. Los cazabobos habían sido colocados en el
boticario, centro de intercambio y en dos de las chozas de emergencia.
Afortunadamente, cuando Loka y los hombres revisaron todo el recinto, no
encontraron más cuerdas de trampa.
—¿Por qué crees que las trampas fueron colocadas en esos lugares
específicos? —cavilé en voz alta. —¿Por qué no las pusieron en la taberna o en el
pabellón principal de reunión?
—Quizá tuvieron la intención de colocar más trampas, pero no lograron
terminar.
—Creo que todos fuimos el blanco. Intentaba herir a cuantos fuera posible.
—Quizá tengas razón —coincidió Torg, contradiciendo su afirmación anterior
de que él había sido el blanco. —Enoki cree que el acto fue en protesta contra el
programa de intercambio, aunque no está seguro si el responsable está enfurecido
porque no fue elegido para conseguir una compañera o porque en principio se
opone a ello. El lugar de reunión fue el sitio donde arribaron las hembras. Quizá el
responsable está sentando un precedente. Algunos habían argumentado contra el
acto de tomar por compañeras a quienes no son de este planeta,
fundamentándose en que contaminaría nuestro linaje.
¿Entonces ahora yo estaba contaminando un linaje? Lo tomé a manera
personal.
—La mayoría de los hombres reconocían que, aunque nuestra constitución
genética cambiaría, tomar compañeras alienígenas ofrecía una oportunidad de
sobrevivir. Es mejor ser mitad Dakoniano que dejar de existir.
Así que las mujeres Terranas estaban en un rango un poco mejor que la
muerte. Bueno, eso daba lugar a un recibimiento cálido y confuso. Pero Torg no lo
decía de esa forma. Lo sé. La sonrisa en el rostro de aquellos hombres al entrar al
pabellón luego de desembarcar revelaba lo felices que estaban de vernos.
Y Torg era el mejor tipo que una chica pudiera tener. Me tomó de la mano.
—Deseo tener una compañera con quien acurrucarme frente a la hoguera,
con quien compartir mi cama y que camine junto a mí —me miró. —Lamento que
esto sucediera y que te hayas asustado. Prometo que daremos con el responsable.
—Enoki ha asignado una patrulla que estará inspeccionando el recinto con
regularidad en busca de cazabobos. También ha pedido al maestro artesano de
arcos que examine las armas en busca de pistas. Cada arco es tan único como su
artesano. Aunque todos seguimos un proceso similar, no podemos evitar dejar
nuestra huella. Es como escribir tu nombre. Las mismas personas pueden escribir
un mismo nombre, pero su firma será diferente.
—Si dan con el hombre responsable ¿qué sucederá? ¿Qué pasará con él? —
hasta ahora, la justicia alienígena se ha distinguido por expulsar al responsable a
otro de los campamentos cercanos, aunque eso no ha sido muy distinto a lo que
ha hecho Mundo Terra One. Había expulsado en una nave a un montón de
mujeres criminales al planeta más próximo de la galaxia.
—El consejo lo decidirá. Tendrán que establecer nuevos castigos. No había
sucedido algo igual antes.
—Nosotras, las mujeres, debíamos ser la solución para ustedes, pero estamos
causando problemas.
—Son la solución. Quienes se opongan tendrán que acostumbrarse al nuevo
Dakon. Cuando vean lo diferente de la vida al tener una compañera, lo aceptarán.
Tú y las otras hembras trajeron esperanza —me envolvió con su brazo y me dio un
beso a un lado de la cabeza. —Tu, Starconner, me diste una razón para vivir —dijo
y se detuvo mirando fijamente hacia un lado.
—¿Qué ocurre?
Señaló con el dedo. Había huellas que venían de un costado y se dirigían hacia
el rastro que dejamos camino al campamento.
—Alguien nos visita.
Observé los surcos en la nieve.
—Son dos personas.
Estábamos por llegar a casa cuando Darq nos interceptó.
—Me alegro de haberles encontrado.
—¿Qué sucede? —preguntó Torg.
Darq me miró y luego a Torg.
—Icha llegó con un nuevo compañero. Es el jefe de su tribu.
Así que Icha había conseguido compañero y se había follado al jefe de una
tribu. Quizá ahora me dejaría en paz, o quizá no. Está hasta en la sopa.
Torg frunció el ceño.
—¿Qué hace ella aquí?
—Ha estado visitando los campamentos con información.
—¿Acerca de las trampas? —pregunté. La voz sí que corre rápido.
Darq evitó mirarme a los ojos y en vez, miró a Torg.
—No, nada tiene que ver con las trampas. Se trata de las hembras… y de Starr.
Torg lo miró con el frunció el ceño.
—¿Qué con ella?
La mirada de Darq voló rozándome la nariz.
—Eh, debemos hablar en privado.
—¡Quiero saber lo que dijo! Tengo derecho —dije, mirando con el ceño
fruncido.
Torg asintió.
—Si involucra a Starr, ella debe saberlo.
—Dijo que Starr es una asesina.
Tuve una sensación de vacío en el estómago que llegaba hasta la suela de mis
botas de kel. Tenía la esperanza de que tendría más tiempo, pero he aquí. ¿Qué
debo hacer? ¿Mentir y negarlo? ¿O confesar? ¿Actuar sorprendida? ¿Indignada?
¿Cuán sólido era el amor de Torg? Su aversión por la violencia era clara. ¿Me
seguiría apoyando si admitía la verdad? ¿Podría perdonarme la condena y mis
mentiras?
—¡Eso es absurdo! —respondió Torg cortando cada palabra de un mordisco.
—Dile, Starr —mi expresión debió de traicionar mis pensamientos. —¿Starr? No es
verdad, ¿cierto? —su mirada optimista y suplicante por poco me desvencijaba.
La verdad lo devastaría. ¿Pero cómo podía mentirle a un hombre que merecía
honestidad? Él me quería. Icha tenía la mala fama de ser problemática. Él me
creería porque necesitaba creer que yo no era una asesina.
No podía detenerse la marea. Si Icha había ido de campamento en
campamento… Apreté las uñas en las palmas de la mano y asentí.
—Es… es… verdad.
Un silencio absoluto se escuchaba en el bosque, podía escuchar una hoja caer.
—¿Es verdad? —lo habían disparado con una flecha y no se había afligido
tanto.
—Maté a un hombre, pero no fue un asesinato. Fue en defensa propia, solo
que fui condenada. Yo era una informante del gobierno. Me infiltraron en una red
de crimen organizado para conseguir evidencia que culpara al jefe —los tentáculos
de los Carmichael se metieron hasta el fondo del sistema judicial. Luego de la farsa
de mi juicio, tuve sospechas de que Jaxon había descubierto que era una infiltrada
desde el comienzo y había dejado que lograra mi propia ruina.
Me habían puesto allí para escuchar y para que les pasara información en
cuanto a las conversaciones, movimientos y horarios. Yo había descubierto que
Jaxon mantenía registros completos en un micropunto. Ya había entregado
bastante información al gobierno, pero insistían en conseguir el micropunto.
Pasaron varios meses hasta que se presentó una oportunidad para registrar su
oficina. Cierta tarde, tuve una oportunidad. Registré artículo por artículo,
centímetro por centímetro. Examiné cada pequeña mancha en las paredes, su
escritorio, las ventanas. Lo encontré debajo del premio de granito que recibió por
su contribución a un orfanato. Sigilosamente metí el diminuto chip dentro del
compartimento secreto del collar que el gobierno me había dado y seguí buscando
en caso de que encontrara algo más. Esa fue mi ruina. Debí de haber activado
algún sensor oculto, porque me di la vuelta y allí estaba él. No lo había escuchado
entrar.
Jaxon no dijo nada, solo me miraba fijamente con una mirada sin expresión.
Hasta que finalmente parpadeó ligeramente. Llevó sus manos al bolsillo. Tomé el
premio de granito que estaba en su escritorio y lo golpeé. Él cayó y de su bolsillo
cayó al piso una pistola láser. Él gateó para alcanzarla. Yo corrí.
Para el resto del mundo, Jaxon y su familia lo tenían todo: riquezas, influencias
y un espíritu de servicio a la comunidad por el que recibían elogios constantes.
Pero su verdadero poder provenía de operaciones al margen de la ley: drogas,
extorsión, trata de personas.
¿Ese orfanato al que Jaxon había contribuido? Al menos la mitad de esos niños
eran hijos de mujeres que habían desaparecido después de haber sido
secuestradas y vendidas a la esclavitud sexual por el mismo Jaxon. Era dueño de
un burdel en una estación espacial que orbita alrededor de Marte. El Red Room
atendía a una clientela que tenía más dinero que moral. Las chicas no trabajaban
allí por elección y no tenían posibilidad de escapar. Ese fue uno de los pequeños
datos interesantes que había descubierto. ¿Qué retorcido placer encontraba Jaxon
en recibir un premio por su servicio a los huérfanos que él mismo había creado?
Yo había sido una servidora pública de bajo nivel, cuando el gobierno me
contactó. En el pasado, nos llamaban los tinterillos. La unidad de crimen
organizado me había reclutado porque, escucha esto, yo era una rubia natural sin
tatuajes. Jaxon únicamente contrataba asistentes rubias y detestaba los tatuajes
en mujeres. Las autoridades me crearon una nueva identidad, me hicieron un
cambio de imagen y me dieron una sesión informativa intensiva, luego me
enviaron a una entrevista con Jaxon. Era como entrar al programa de Protección
de Testigos sin protección.
Aunque Jaxon había estado vivo cuando me fui, falleció más tarde por un
trauma en la cabeza. No tuve la intención de matarlo y, de no haberle golpeado, él
me habría matado primero. Mi gobierno me había enviado a trabajar para un muy
conocido y peligroso jefe criminal, sin tener con qué defenderme, salvo por mi
ingenio y mis reflejos.
Tan pronto como escapé del edificio de los Carmichael, entregué el
micropunto a los agentes del gobierno. A la mañana siguiente, fui arrestada por
homicidio, eran de una subdivisión de la misma organización que me había
reclutado. Al principio no me preocupé, segura de que el malentendido se
aclararía pronto cuando un departamento contactara al otro. ¡Jaxon me habría
matado! ¡Yo era un informante, no una criminal!
Esa confianza se convirtió en duda, luego en consternación y horror al ver
cómo mi caso pasaba fácilmente por el normalmente atascado y letárgico sistema
legal, como si de una diarrea judicial se tratara: me habían procesado, levantado
cargos, enjuiciado, condenado, encarcelado por un corto tiempo y luego exiliado a
Dakon. El que haya sido un informante del gobierno se había dictaminado como
inadmisible en la corte. El arma de Jaxon había desaparecido, aunque los videos
holográficos que la defensa obtuvo mostraban cómo caía sobre el piso.
—Cuando llegaste, te pregunté sobre los rumores. Me mentiste —traición y
acusación arremolinaban en la mirada de Torg.
—Lo siento. Tenía miedo de decírtelo.
—Entonces Terra se deshizo de sus criminales enviándolos aquí. ¿Qué hay de
las otras? —dijo Torg apretando los labios. —¿También son asesinas?
—No. Sus crímenes son menores. Su participación fue voluntaria. Ellas
eligieron venir aquí, querían una pareja.
No me percaté del error hasta que Torg se puso tenso.
—¿Ellas eligieron venir aquí, pero tú no?
¿Acaso yo era masoquista o cruel para hacer una confesión como esa? Ahora
Torg conocía lo información básica, no tenía por qué saber lo poco que me
interesaba cuando llegué y que no planeé quedarme. No importaba cómo había
llegado aquí o por qué había venido; ahora lo amaba.
—Es verdad. No tuve elección como las demás, pero al conocerte, quise
quedarme. Tú eres mío. Nada puede cambiarlo —tenía la esperanza de que nada
lo pudiera cambiar.
Él se dio la vuelta.
—No me querías.
—¡Te quiero! —lo sujeté del brazo.
Como si de algo sucio se tratara, me quitó de encima sacudiéndose y
mirándome sobre la cabeza dijo.
—Debemos regresar al campamento.
—Espera —Darq se limpió la cara con la mano. —Hay algo más que debes
saber.
Me preparé para recibir más malas noticias. Darq era el mensajero de buenas
nuevas hoy.
—Icha ha enfurecido al campamento y exigen que destierres a Starr o que
renuncies a tu cargo de jefe de tribu. Te van a confrontar.
Mi corazón comenzó a palpitar fuerte. Era lo último que necesitaba. ¿Me
desterrará Torg? Había cometido el peor tabú de Dakon y le había mentido a él. Su
tribu me quería fuera de aquí. Tenía todas las razones para exiliarme.
Maldijo y caminó dando fuertes pisotones por el sendero. Fui tras él y lo tomé
por el brazo nuevamente.
—Por favor, Torg, déjame explicarte.
—No me dirijas la palabra. No quiero escuchar más mentiras —sacudiéndose,
quitó mi mano de encima y se fue. Tenía que echar a trote para alcanzarlo.
—No estoy mintiendo. Te digo la verdad.
—Todo lo que dijiste desde que llegaste aquí fue una mentira.
—¡No, no lo fue! Simplemente no te dije la verdad completa.
Su mirada mordaz me rompió el corazón.
—¿Acaso no puedes solo juzgarme por mi conducta y no por lo que dije?
—Estoy juzgando tu conducta. Asesinaste a un hombre y me mentiste —
dando fuertes pisotones, caminó hacia el campamento.
Sí, había mentido y lo lamentaba. Pero, aunque mis acciones le habían
ocasionado la muerte a un hombre, no tuve la intención de matarlo. Lo golpeé en
defensa propia, era mi vida o la suya. La negativa de Torg a darme la oportunidad
de hablar transformaba la desesperación en ira. Un estallido de furia candente
incineraba el remordimiento.
Salté frente a él, obligándolo a detenerse.
—¿Qué hay de tu conducta? ¿Eh? ¡Señor Más Santo Que Tú! He hecho todas
las malditas cosas que he podido para adaptarme a tu estilo de vida de la Era de
Piedra, ¿pero acaso me das crédito por eso? Tu vida no ha cambiado ni un ápice
desde que llegué, pero la mía ha ido cuesta abajo —eso era cierto a menos que
contaras que Torg casi había sido asesinado, muy probablemente debido al
programa de intercambio, y yo era una mujer libre en lugar de una prisionera de
por vida, pero esas eran objeciones y estaba enojada.
Intentó rodearme, pero le obstruí el paso.
—¡Recuerdo tu impresión y decepción cuando viniste a canjear la ficha! ¿Qué
derecho tienes tú de sentirte rechazado? Tú tampoco me elegiste a mí. Si no
hubiera sido la última mujer, si hubieras tenido cualquier otra opción, no me
habrías elegido. Si desde el principio te hubiera dicho que había sido condenada
por un crimen, habrías renunciado a la ficha. Habrías preferido quedarte sin una
mujer a tomarme a mí.
Se enrojeció, confirmando mi percepción de su reacción inicial y eso alimentó
aún más mi ira y sufrimiento.
—¡Y no te atrevas a echarme un sermón sobre criminales! Armax estuvo a
punto de matar a Yorgav a golpes. Icha me envenenó y ahora tienes a un asesino
en serie terrorista y sociópata, que anda poniendo cazabobos en esa ciudad
improvisada tuya —golpeé su pecho con mi dedo pero evité su herida. —¡No eres
perfecto! —le di un toque. —Tu gente y tu jodido planeta de páramo helado no
son perfectos —golpeé de nuevo. —Y no tienes ni puta idea de por qué demonios
he pasado —le golpeé un poco más fuerte y luego corrí al campamento para que
no me viera llorar.
Capítulo 18.

Torg
La vergüenza quemaba mi garganta. Había lastimado a Starr terriblemente y
de pronto, el dolor que ella me había ocasionado ya no importaba. Me horrorizó
descubrir que sabía de mi impresión al verla por primera vez. Ahora me parecía
hermosa y la amaba hasta lo más profundo de mí ser. Es por eso por lo que me
sentí traicionado con sus mentiras.
Si esperaba honestidad de su parte ¿no debería exigir lo mismo de mí mismo?
Si ella me hubiera dicho la verdad desde el principio, la habría rechazado. Tal como
acertó.
Pero ahora la amaba, y la conocía. Si Starr decía que lo mató en defensa
propia, entonces le creería porque juzgo por conducta y todo lo que Starr había
hecho desde su llegada revelaba la clase de persona que era. Mi Starr era buena y
amable.
Tenía que disculparme y enmendar el roce. Empecé a caminar hacia ella, pero
Darq me sujetó del brazo.
—Déjala ir. Cuando las hembras se enfadan, lo mejor que puedes hacer es
hacerte a un lado hasta que se calmen. Sospecho que las Terranas no son muy
diferentes.
—No sólo está enfadada, está dolida.
—Y no puedes arreglarlo ahora —la expresión de Darq era de preocupación.
—La situación es seria. Hablan de expulsarte de la tribu, independientemente de si
destierras o no a Starr. Están furiosos porque exiliaste a Icha a causa de Starr,
quien es una asesina, o quizá no —corrigió luego de ver mi rostro. —Sólo te digo lo
que ellos están diciendo.
Starr estaba a punto de desaparecer en la curva. No estábamos a más de un
cuarto de tripta del campamento.
—Con más razón debo ir por ella. No quiero que llegue al campamento y
encuentre a todos en un alboroto.
El asintió.
—Los encolerizará más y no se sabe en qué estado estarán. Icha los estaba
llevando a la histeria cuando me marché. Ahora tienes que ocuparte de ellos.
Interceptaré a Starr y la acompañaré hasta la cueva. Daremos la vuelta por la parte
de atrás de modo que nadie la vea.
Suspiré. Era la mejor solución, pero no me agradaba. A veces detestaba ser
jefe de una tribu.
—De acuerdo —coincidí. —Dile a Starr que lo lamento.
—Dudo que me escuchará. Dile tú mismo cuando la veas. La mantendré a
salvo —Darq trotó tras mi pareja.

***

—¡No es apto para ser jefe!


—Debe ser desterrado y la Terrana también.
—Las criminales, todas ellas.
Las voces enfurecidas se filtraban entre los árboles. Darq no había exagerado
el rencor y estaba agradecido por la advertencia y por haberse ofrecido a cuidar de
Starr cuando yo no pude. Respiré hondo para armarme de valor y luego caminé a
zancadas al claro donde la había presentado ante todos. Si alguno de la tribu se
había ausentado, era difícil de notarlo. Parecía como si todos los hombres y las
mujeres se habían reunido. Miraban hacia la tarima donde se encontraban de pie
Icha y su nuevo compañero.
—¡Terra está enviando sus criminales a nuestro planeta! —dijo Icha a gritos.
—¿Esa es la clase de hembras que desean? ¿Una asesina que pudiera matarte
mientras duermes?
Su compañero le dio un codazo e Icha me divisó.
—¡Allí está! —gritó.
La mitad de los presentes me miraron con el ceño fruncido, mientras que
otros evadían mi mirada como niños mal portados que habían sido pillados. Me
empujé entre la multitud y caminé a la tarima dando fuertes pisotones, obligando
a Icha y Frokel a darme un lugar. Había conocido a Frokel en una reunión de
consejo. No me agradó entonces y la situación actual no mejoraba mi opinión.
—¿Qué significa esto? —reclamé.
Antes que cualquier pudiera responder, alguien de entre la multitud gritó.
—¿Es verdad? ¿Las hembras son asesinas?
Al menos alguien tuvo la delicadeza de preguntar, pero desafortunadamente,
la respuesta no tendría un efecto positivo. Cómo deseaba que Starr hubiera
confesado antes para tener tiempo de prepararme, para reunirme con los demás
que tenían compañeras Terranas y trazar un plan.
Icha sonrío de satisfacción ante el triunfo. Terra nos había mandado mujeres
que no querían. Si el programa de intercambio permitiera un acuerdo recíproco,
yo personalmente acompañaría a Icha a la primera nave que se dirija a Terra.
Mi tribu me miraba fijamente, esperando una respuesta. Tenía que elegir
cuidadosamente las palabras.
—Recientemente me enteré de que las mujeres que se enlistaron como
voluntarias para venir a Dakon habían infringido las leyes Terranas.
—¡Eso me suena a criminales! —gritó alguien y una cacofonía de voces de la
multitud coincidió.
Divisé a Darq en la orilla. ¿Por qué habría dejado sola a Starr? ¿Y si se
arriesgaba a salir? Su presencia sería como echar aceite de kel sobre una llama
abierta. Me vi imposibilitado de hacerle una señal sin llamar la atención; solo
podía guardar la esperanza de que volvería a la cueva pronto. Deseaba estar allí.
Starr y yo teníamos mucho que resolver; habíamos partido enfadados y antes de
eso yo había expresado mis verdaderos sentimientos de que la amaba y que
estaría junto a ella sin importar qué.
Con un brazo aun en el cabestrillo, levanté la otra para intentar acallarlos.
—¡Gente, por favor! —grité en medio de la bulla. —¡Escúchenme!
—¡Devuelve a las hembras a Terra! —gritó un hombre.
—¡Nadie va a volver a Terra! —espeté enojado. —¿Cuántos de ustedes no han
infringido alguna regla? ¿O cuántos han faltado a contribuir al depósito? ¿O
cuántos no han intentado cortejar la compañera de otro hombre?
Varios hombres movieron los pies de un lado a otro.
—O han causado disensiones en el campamento, incitando la rivalidad.
Las miradas se dirigieron a Icha, pero luego un hombre se abrió camino entre
la multitud a empujones. Era uno de los muchos amantes de Icha. Bork y yo
habíamos tenido encontronazos por la dirección del campamento.
—No puedes equiparar esas ofensas con un asesinato —se quitó la capucha.
Una frente pronunciada ensombrecía sus ojos, pero pude ver cómo echó un
vistazo a Icha antes de dirigirse a mí. —Dinos, ¿de qué crimen fue condenada tu
pareja?
—Fue condenada injustamente. Es inocente de cualquier y de todos los
crímenes.
—¡Asesinato! —gritó Icha.
Bork se subió a la tarima, atestando la plataforma.
—¡La mujer debe ser desterrada!
—¡Desterrada! ¡Desterrada! ¡Desterrada! —coreaba la multitud.
El exilio era como una sentencia de muerte. Starr no podría sobrevivir al
extenso invierno. No correría la misma suerte que Icha quien fue acogida por la
primera tribu a la que acudió. Con las circunstancias de la llegada Starr circulando
por los campamentos, ninguno la aceptaría. Nadie podía sobrevivir por tanto
tiempo en el congelado desierto sin una tribu.
—¡Expulsa a la Terrana! ¡Expulsa a la Terrana!
La animosidad despertó un terrible pensamiento: ¿Acaso alguno de los de mi
tribu había sido el responsable de colocar las trampas en el lugar de reunión?
¿Habían intentado matar a mi compañera?
—¡Alto! —dije a gritos. —¡Mi compañera se llama Starr! —ellos habían
hablado e interactuado con ella en el campamento. ¿Y ahora la llamaban “la
Terrana”? Vaya que la opinión pública cambia más rápido que el viento y era aún
más frío.
La vergüenza más grande era que yo también me había sentido así por un
instante. ¿Acaso no la había yo condenado primero?
No tenía tiempo de convencer a mi tribu con el razonamiento o mérito. La ira
se intensificaba al pasar de cada segundo. Podía usar el poder de mi cargo para
controlar el desenlace. Más tarde, cuando se calmaran las emociones, podía
comenzar a ganar sus corazones nuevamente.
—Soy el líder de la tribu y no desterraré a Starr. Si alguno no está de acuerdo,
es libre de buscarse otra tribu.
—Has desterrado a otros —dijo Bork.
—Los exilié sabiendo que otras tribus los acogerían.
—Entonces debes renunciar como líder.
—Eso tampoco lo haré. He liderado esta tribu digna y competentemente —si
renunciaba, el nuevo jefe desterraría a Starr. De ser así, nos marcharíamos juntos,
pero no permitiría que llegara a ese punto.
—Entonces no nos dejas más alternativa —Bork se cuadró los hombros. —¡Te
reto a una muta! —me golpeó dos veces en la parte superior del pecho, en mi
hombro lesionado. No fue un puñetazo completo, pero puso más fuerza de lo
requerido en el gesto ritualizado para indicar un desafío formal de liderazgo.
Desde que escuché el primer coreo, esperaba un desafío, así que me preparé para
ello y aguanté el golpe sin hacer una mueca de dolor, pero dolió.
—Según nuestras costumbres, la muta debe llevarse a cabo antes de la puesta
del sol —dijo Bork.
Observé el cielo del medio día.
—Te veré aquí de nuevo en una hora —era mejor enfrentar esto sin rodeos,
quitármelo de encima y que todo volviera a la normalidad. Pero primero,
necesitaba ver a Starr para asegurarme de que estaba bien.
Bork no podía engañarme. Me había desafiado tanto por el destierro de Icha
como por el supuesto crimen de Starr. Pero esto lo ganaré yo. Mi hombro
lesionado no ayudará, pero tampoco me detendrá. Stovak, el curador, tendrá que
vendarme de nuevo después.
Darq sacudió la cabeza y se escabulló. Esperaba que tuviera el sentido común
de no decirle a Starr sobre la muta. Si ella sospechaba que yo planeaba quedarme
con solo los leggins puestos y que me enfrentaría a puños bajo el frío clima, se
pondría histérica. Quería creer que yo aún le importaba, a pesar de mi
comportamiento.
—Pelearemos —le dije a Bork y luego me dirigí a la tribu. —Cuando gane,
aceptarán el resultado.
Ganar el desafío era apenas el primer paso. Aún tenía que ganarme el apoyo
de la tribu y hacer las paces con Starr. Luego tenía que trabajar junto a Enoki,
Groman y Loka para atrapar a quien haya colocado esas trampas y prepararme
para la llegada de más mujeres. ¿La llegada de más mujeres mejoraría o
empeoraría la situación? ¿Seguirían ansiosos los hombres por conseguir pareja?
¿Reprocharían a quienes si lo estuvieran?
La multitud comenzó a dispersarse. Bork le lanzó una mirada de añoranza a
Icha. Su mirada parecía decir lo hago por ti. ¿Cómo podía inspirar tanta lealtad
alguien tan pérfida y voluble como ella? Los hombres añoraban a las hembras;
hasta que llegó Starr, yo al igual que ellos, había estado lleno de ese anhelo.
Tenían que comprender que Terra ofrecía esperanza para nuestra civilización. No
podía permitir que alguien como Icha destruyera nuestra oportunidad.
Necesitaba prepararme para el futuro. Starr y yo tendremos una larga charla.
No podía haber secretos entre nosotros. Para evitar enfrentamientos como este,
yo debía tener toda la información.
Capítulo 19

Starr
Seguía furiosa cuando Darq volvió a entrar a la cueva.
—¿Qué sucede allá afuera? —pregunté. Habíamos escuchado murmullos y
gritos y luego de prometer que no me movería de aquí, el hermano de Torg salió a
investigar.
—Lo han desafiado a una muta —respondió Darq.
—¿Qué es eso?
—Una competencia para determinar quién liderará la tribu.
—¿Quieres decir que podría perder la jefatura?
—Si pierde la pelea, ya no será el líder.
—¿Es una pelea? ¿Qué clase de pelea?
—Dos hombres, con solo sus leggins puestos luchan. El único sobreviviente
gana.
—¿Así es como determinan el liderazgo? ¡Qué locura!
—No es una locura. Es simple. Este desafío ocurre rara vez, pero es muy
respetado. La gente aceptará el resultado.
—¿Cuándo es la pelea?
—En una hora.
Sacudí la cabeza.
—Torg no puede pelear. Recibió el disparo de una flecha.
—Me preguntaba por qué usaba un cabestrillo —Darq caminó de un lado a
otro. —Bork es uno de los peleadores del campamento. Él es temerario, pero poco
inteligente. Bork sería un líder terrible.
—¿Este Bork es el retador?
Darq torció la boca y asintió.
—Es uno de los amantes de Icha.
Ella otra vez.
—¿Qué le he hecho a ella? No le quité a su hombre. ¡Ella ya tenía uno cuando
yo llegué!
—Torg la desterró por ti. Le duele que no la haya elegido a ella para calentarle
el kel y que en vez te haya aceptado a ti. Icha se había opuesto al programa de
intercambio. Sin ninguna competencia, ella es la reina y todos los hombres son sus
súbditos. No le gusta perder.
—Bueno, es posible que tenga una segunda oportunidad. Torg ya no me
quiere.
—Te sigue queriendo. Por eso está peleando por ti.
—Intenta mantener su tribu —dije entre dientes. Torg había dejado claro
como el agua sus sentimientos hacia mí.
—Le gente exigió que te expulsara. Él se rehusó. Y por eso fue desafiado.
¿Se rehusó? ¡Quizá teníamos una oportunidad después de todo!
—No puede pelear con un brazo. Podría salir herido —¿Y si se lastimaba por
mi culpa? Su brazo podría no recuperarse nunca y perdería el control de su tribu.
Quería que Torg me amara y creyera en mí, pero no a este precio. —No lo puedo
permitir.
—¿Qué no puedes permitir? —Torg había llegado. Me miró, con una mirada
escrutadora, ya no estaba enfadado.
—No puedes pelear contra Bork.
Miró a Darq con el ceño fruncido.
—Sólo tienes un brazo en buenas condiciones —dije.
Se quitó el cabestrillo y lo tiró.
—Ahora tengo dos.
—Quitarte el cabestrillo no arregla tu brazo —espeté enojada. De reojo vi que
Darq se escabulló. Los hombres inteligentes y los cobardes sabían cuándo
desaparecer.
—No hay nada de malo con mi brazo —lo flexionó y yo hice una mueca de
dolor, aunque él no.
—Entonces es tu hombro —que se ahorre el ego de macho. —Al menos
posterga la pelea.
—No puedo. Cuando un jefe es desafiado, la muta debe llevarse a cabo antes
de la puesta del sol.
—Esa es una costumbra estúpida —¿Por qué no entendía razón?
—No vine a pelear contigo, Starconner. Vine a disculparme. Lamento la forma
en que reaccioné en el bosque. No eres una asesina —se acercó a mí, me miró a
los ojos y acarició suavemente mi mejilla con sus dedos. —De eso estoy seguro.
Me tomó por sorpresa y reaccioné equivocadamente. ¿Me perdonas?
—¡Oh, Torg! —lo rodeé con mis brazos cuidando de no lastimar su hombro
lesionado. —Por supuesto que sí —resollé las lágrimas. —Debí haberte dicho la
verdad desde el principio. Todo esto se pudo haber evitado.
—Quizá sí o quizá no. No podemos deshacer el pasado; sólo podemos seguir
adelante.
Lo abracé, sumergiendo mi rostro en su kel. Podía escuchar su corazón
palpitar fuerte a través del grueso kel. Era un buen hombre.Indulgente. Amable.
Valiente. Fuerte.
Y terco y herido. Levanté la cabeza.
—¿Estás seguro de que no se puede postergar la muta? Estoy segura de que
estar herido es un factor atenuante.
Él resopló.
—La lesión fue un factor decisivo. Bork cree que tendrá ventaja.
—Pero…
Alguien se aclaró la garganta.
—Disculpen… —era un miembro de la tribu de Loka. En serio, Dakon
necesitaba puertas. Entrar sin anunciarse era algo que tenía que parar.
Torg y yo nos apartamos.
—¿Encontraron más trampas? —preguntó.
—No. Estamos seguros de haber encontrado todas. El lugar de reunión es
seguro. Traigo un mensaje para Starr —extendió un pedazo de pergamino.
Fruncí el ceño.
—¿Un mensaje? ¿De quién?
—La compañera de Groman.
—¿Andrea? —tomé el pergamino y lo abrí.

Starr
Estoy en el lugar de reunión. Llegó una respuesta de Maridelle. Ven tan pronto
como puedas. ¡Es importante!
-Andrea

—¿Qué dice? —preguntó Torg.


—Andrea dice que llegó un mensaje para mí de parte de Maridelle, mi
abogada, mi defensora en Terra —corregí, sin tener la seguridad de que él supiera
lo que era una abogada. Los Dakonianos resolvían sus contiendas a golpes y con
destierros, no con disputas legales. —Dice que debo verla en el lugar de reunión lo
antes posible.
—Si no hay nada más… —dijo el mensajero.
—Dile a Andrea que estaré allí…
—Por la mañana —interrumpió Torg. —Debo estar aquí para la muta, de lo
contrario te llevaría en este instante.
—Puedo ir sola. Conozco el camino.
—No. Yo te llevaré —le hizo una seña al mensajero. —Infórmale a la
compañera de Groman que Starrconner llegará por la mañana —despidió al
mensajero.
El hombre se marchó.
—¡Andrea dijo que era importante! —protesté.
—¿Crees que es tan urgente que no pueda esperar un poco más? —preguntó.
Había dejado instrucciones a Maridelle de no proceder con la apelación, pero
¿y si ya lo habían aprobado? ¿O denegado? Este último era lo más probable.
Puesto que yo había decidido quedarme, no había nada que pudiera hacer en el
primer caso y tampoco en el segundo. Aun así, ¡si tan solo Andrea me hubiera
dicho lo que Maridelle había dicho!
Suspiré.
—Supongo que puede esperar y ahora podré ir a la muta.
—Por supuesto que no.
—¿Por qué? —esta muta podía cambiarle la vida, nuestras vidas, ¿y yo no
podía estar allí?
—Quiero que te quedes aquí.
—¿No se permiten espectadores?
—Si se permiten, pero tenerte allí me distraerá. Necesito concentrarme en
Bork.
No me agradaba que me excluyeran, pero entendía su razonamiento. Él
estaría peleando con desventaja y necesitará toda la concentración.
—De acuerdo. Me quedaré.
—Bien. Gracias —Torg me besó y luego apoyó su frente en la mía. —
Hablaremos un poco más, arreglaremos esta situación desagradable y luego
copularemos.
—Suena como un buen plan —le dije acariciándole uno de sus cuernos.
Gruñó y sujetó mi mano.
—Me provocas.
—Lo hago porque te amo. Eres mi compañero.
—Tú eres mi compañera —sus ojos se oscurecieron. —Yo también te amo.

***

Torg se marchó y yo caminaba de un lado a otro en la cueva. Insistió en que


podía hacerse cargo de Bork, pero me preocupaba. Yo debía estar presente en la
muta, pero no quería hacer nada que le hiciera perder la pelea. Necesitaba
concentrarse en la pelea, o en la muta, como se dijera. No quería que pensara que
no tenía fe en él, pero ¿y si perdía el desafío y el control de su tribu? Eso lo
devastaría.
Encontraba orgullo y honor en su cargo y era un líder justo y progresista. ¡Esta
estúpida tribu lo necesitaba!
Peor aún, ¿y si Bork lo lastimaba físicamente? Se necesitará más que hierbas
mágicas para curarlo. Ya estaba lesionado y estaría peleando con desventaja. La
muta era la idea más tonta que había escuchado desde que conocí sobre el
Programa de Intercambio Terra-Dakon. Gracias a la previsión por parte de Andrea,
Dakon tendría un hospital, pero no se materializará tan pronto como para ayudar a
Torg. Andrea y yo impulsaremos el desarrollo en la dirección correcta, pero se
necesitará tiempo para llevarlos al presente.
¡Odio esto! Torg me había excluido de la muta y tampoco podía ir a ver a
Andrea.
Desenrollé la nota y la volví a leer. Ven tan pronto como puedas. Es
importante. Tenía que ser algo relacionado con la apelación. ¿Qué más podía ser?
¿La verdad? ¡Yo quería limpiar mi nombre! Lo que me había sucedido no era lo
justo. Mi gobierno había solicitado mi ayuda. Se las di y cuando me vi envuelta en
líos, me abandonaron. Torg no entregaría su tribu a un miembro contrariado y a mí
tampoco me gustaba darme por vencida. Me molestaba la forma en que mi
gobierno había manchado mi reputación, aunque nadie conocía mi nombre antes
de este desafortunado enfrentamiento judicial.
Columpiaba mis brazos mientras caminaba de un lado a otro en la cueva. De
hecho, un nuevo juicio no era una opción que podía buscar. El proceso judicial
podría tomar meses, además del tiempo que se requiere para llegar a Tierra.
Odiaría estar separada de Torg por tanto tiempo y él no me podría acompañar. Si
se marchaba, alguien planearía un golpe de estado y perdería su tribu.
Un nuevo juicio únicamente me ofrecía una segunda oportunidad, no
garantizaba la absolución. Si se mantenía la condena, podía terminar en prisión de
nuevo. No podía contar con que el gobierno me enviaría de regreso. Así que tenía
que quedarme quieta.
¿A menos que… el nuevo juicio se realizara vía videoconferencia, conmigo in
absentia? Hmm… Dakon tenía forma de enlazarse. De todas maneras, la mayoría
de los juicios se llevaban a cabo electrónicamente. Sólo era requerido que la
defensa y la fiscalía se apersonaran; el juez y el jurado eran enlazados
holográficamente. Podían enlazarme, ¿no es así? Estaría de acuerdo con un juicio
por video, es un escenario que no se presta para perder. Si ganaba, mi nombre se
limpia; si perdía, estaría a salvo en Dakon. Si no intervienen otros factores,
preferiría que mi nombre no apareciera a pie de página en los anales de la historia
con la etiqueta de “asesina”.
¿Y si Maridelle necesitaba una respuesta rápida? Quizá tenía una oportunidad
única para poner el proceso en marcha.
Si Andrea me recomendó contactar a Maridelle ASAP 3, debía hacerlo. Ella era
tan lista como una pistola de láser. Perspectiva. Confiaba en ella y en Tessa. Las
tres habíamos creado un vínculo y se habían convertido en mis hermanas
menores.
No debí haber accedido a la petición de Torg. Mordisqueé la uña de uno de
mis dedos. Podía encontrar una forma de llegar al lugar de reunión. Había
suficiente tiempo para caminar hasta allá y volver antes de que caiga la noche.
Torg se enfurecería y debía evitar que se alterara tan pronto luego de nuestra
primera pelea y de la muta, pero tenía que hacerle caso a mi instinto y mi instinto
me decía que fuera.
Torg estaba siendo sobreprotector al insistir en acompañarme. El lugar de
reunión estaba libre de cazabobos. Andrea y Groman estarían allí y,
probablemente, Tessa y Loka también, así que no estaría sola.
Pero no podía desaparecer así nada más. Torg se preocuparía.
—¿Necesitas algo más antes de que me retire? —Darq se detuvo en la
habitación principal y se puso el abrigo de kel. ¡Él si podrá presenciar la muta!
Bueno, yo tenía otras cosas que hacer, como limpiar mi nombre. Había sido
perjudicada, terriblemente perjudicada y ahora podía rectificarlo.
Una solución a mi problema tomaba forma.
—Eh, sí, puedes hacerme un favor. Espera un segundo.
Busqué el bolso de Torg y saqué tres hojas de pergamino.
—Torg quería enseñarme su lenguaje. ¿Podrías escribir algunas frases para
que yo pueda practicar mientras todos se van?
—¡Por supuesto! ¿Qué quieres que escriba?
—Déjame pensar… eh… ok, tal vez “necesito curtir un poco de piel de kel”.
Darq garabateó en el papel algunos símbolos que no entendía y me lo
entregó. Lo puse a un lado y le di un nuevo papel. Apaciguaba mi culpa por
desperdiciar un bien tan preciado con la racionalización de que Andrea y yo
podíamos agregar papel al cargamento. Le pediría que hiciera eso justo después

3
Siglas en Ingles para lo más pronto posible.
de averiguar lo que Maridelle quería. Los de Terra rara vez usaban papel, pero
Andrea podría conseguirlo poco a poco.
—Escribe “hace mucho frío afuera” —le ordené a Darq.
Con la pluma rayaba la hoja. La oración no parecía tan diferente a la anterior.
Cuando intente aprender el lenguaje de verdad, será un desafío. Coloqué el
reporte del clima junto al otro.
—El último “Fui al lugar de reunión” —¿Lo captaría Darq? Mi corazón latía con
fuerza. Si sospechaba lo que intentaba hacer, me delataría en un instante.
Remojó la pluma en la tinta.
Solté un suspiro silencioso.
—Gracias —coloqué esa hoja separada de las otras, de manera que no hubiera
confusión.
—Con gusto. Si es todo, me retiraré. La muta comenzará en breve —se acercó
hacia la puerta de salida.
—¿Darq?
Me miró.
—Torg estará bien, ¿cierto? No soportaría que algo le sucediera —me
asaltaron dudas sobre la idea de escabullirme. Torg, el terco, me necesitaba. El
creerá que es invencible, pero no lo es.
Darq sonrió.
—Despreocúpate. Torg volverá a casa con algunos moretones, pero estará
bien. Pronto saldrá de eso —dijo adiós con la mano y se marchó.
Esperé que desvanecieran sus pasos. Al darme vuelta para alejarme de la
mesa, golpeé la pata y ésta se balanceó. Se empezaron a deslizar el frasco de tinta,
la pluma y el pergamino. Intenté alcanzar las notas que Darq había escrito, pero
éstas, junto con todo lo demás, cayeron al suelo. La tinta se derramó en el suelo.
No, no, no. Rápidamente tomé el pergamino sucio y manchado. ¿Cuál era la
hoja correcta?
¿La tinta estaba más fresca en esta? Esa tenía que ser y si no lo era, no había
nada que pudiera hacer.
Me dirigí rápidamente hacia nuestra cámara privada, coloqué la nota en
nuestra cama y metí las dos hojas de pergamino debajo de las pieles. Otro día
practicaré escribir esas oraciones.
Debo apresurarme. Cuanto más pronto llegue allá, más pronto podría regresar
con Torg. Si me iba ahora, él no tendría que ir por la mañana y tenía un fuerte
presentimiento que no tendrá ganas. ¿Cuánto podía aguantar un hombre?
Me puse el abrigo de kel y salí sigilosamente por la parte trasera para que Torg
y Darq no me vieran.

***

Por favor, que esté aquí. Por favor, que esté aquí. Corrí a saltos por la nieve
hasta el pabellón y entré apresuradamente.
—¡Aquí estoy!
Andrea, quien estaba sentada frente al computador, se dio la vuelta. Con una
expresión seria de preocupación frunció el ceño.
—¡Gracias a Dios! El mensajero dijo que vendrías hasta mañana. ¿Dónde está
Torg?
—En el campamento. Es una larga historia, te lo contaré luego. ¿Qué dijo
Maridelle? ¿Se trata de la apelación?
Con los ojos saltones, dijo:
—¿Viniste sola?
—Conozco el camino.
Se llevó una mano al cuello.
—Necesitas leer el mensaje de Maridelle —señaló la pantalla con los dedos. —
Aquí.
Observé sobre su hombro.

Querida Starr,
Gracias a Dios que recibí noticias de ti. El SS Australia volverá a Dakon a
recogerte. Estás en grave peligro. Los Carmichael han ordenado tu asesinato. La
Unidad de Crimen Organizado de Terra cree haber subido a un asesino a bordo de
la nave.
¿Un asesino? ¿En la nave? ¿Habían ordenado mi asesinato? Me temblaron las
rodillas. Casi podía sentir la luz roja del rifle de laser con la mira en mi cabeza.
Había más en el mensaje de Maridelle, pero dos palabras ensombrecían el resto.
Orden de asesinato. Asesino.
Han sucedido muchas cosas desde que partiste. Con la información que le diste
al TOCU, arrestaron a los segundos al mando y a Rogerio, el hermano de Jaxon. Él
también fue acusado de la muerte de Jaxon. Los forenses restauraron material de
video de la oficina de Jaxon. El video muestra a Rogerio entrando a la oficina
después de ti y matando a Jaxon. Peleaban por el control de la organización. Tu
condena ha sido retirada y tu nombre ha sido limpiado.
¿Habían ordenado mi asesinato?
Como dije, se ha dado la orden de que la nave vuelva a Dakon. La TOCU te
pondrá bajo protección. Lo lamento tanto. Procura estar a salvo hasta que llegue.
Por favor, repórtate seguido para saber que estás bien.
Maridelle.

Parpadeé frente a la pantalla, volví a leer el mensaje una y otra vez. Una orden
de asesinato. Un asesino a bordo. Mi nombre había sido limpiado. Importaba poco
a la luz de mi muerte inminente.
Si mandarme a miles de millas de lejos, a un planeta alienígena, no podía
salvarme, ¿de qué diablos servía estar bajo protección? ¡Vaya chiste! Los
Carmichael tenían la intención de matarme.
—Starr, ¿estás bien? ¿Starr? —la voz de Andrea se escuchaba muy lejos.
Mis articulaciones y extremidades parecían estar conectados por bandas
elásticas. Era increíble que pudiera mantenerme en pie. Aún más asombroso era
estar viva. ¿Por qué no me habían matado aún? ¿Qué esperaban?
—¿Por qué no me dijiste lo que había en el mensaje? —gruñí.
—Debí haberlo hecho. Me di cuenta tan pronto se había ido el mensajero.
Pero entré en pánico. ¡No sabía cómo decírtelo! ¿Cómo podía escribir eso en una
nota? Nunca se me ocurrió que vendrías sola. Pensé que de seguro Torg te
acompañaría. Realmente metí la pata. Lo siento.
—No es tu culpa —nada de lo que Andrea o cualquier persona hiciera haría
una diferencia ahora. Caeré en la nieve más muerta que la muerte antes de que
Torg pudiera usar su arco. Yo era un blanco andante. Los asesinos a sueldo de los
Carmichael eran francotiradores y tenían las armas más avanzadas que había.
Andrea me tocó el codo.
—¿Estás bien?
Mi boca y cabeza se desdibujaban.
—Sí —no. ¡Por supuesto que no estaba nada bien! Concéntrate, Starr,
concéntrate. Concéntrate y quizá podrás vivir un nanosegundo más.
—Estoy tan estupefacta como tú —lo dudo. Su preocupación era genuina,
pero su vida no estaba bajo amenaza, no al menos que estuviera de pie muy cerca
de mí. Y aun así, porque los asesinos a sueldo de los Carmichael nunca han fallado
un tiro. ¿Por qué no estaba muerta aún?
—Después de haber visto el mensaje, mientras esperaba que llegaras —
continuó diciendo Andrea, —estuve dándole vueltas en la cabeza, tratando de dar
con un sospechoso. Revisé la lista de embarque y los registros. La lista de
embarque de pasajeros listaba cincuenta mujeres y diez miembros del equipo,
totalizando sesenta personas. No obstante, el robot de servicio de limpieza
atendía sesenta y un camarotes.
—¿Una persona de más? ¿El asesino?
Ella asintió.
—Eso creo.
—¿Por qué no me mató en la nave? No estoy reclamando, tú me entiendes.
—No tenía salida. No tenía dónde escapar mientras estuviéramos en la nave.
Tenía que haber eliminado a todos los testigos y eso incluía a los miembros del
equipo también, luego ¿cómo regresaría?
—Así que desembarcó con nosotros y ha estado esperando el momento
indicado.
Andrea se veía seria.
—Esa sería mi suposición.
—Pero ¿dónde pudo haberse ido? No pudo haberse hecho pasar por una
mujer. En todo caso, no por mucho tiempo —tiré un brazo. —¿Cómo podía
sobrevivir al frío? ¿Qué haría para conseguir alimento? ¿Cómo regresaría a casa?
—Starr… aquí tiene todo lo que necesita. Las chozas de emergencias. La
despensa. Probablemente se ha estado ocultando aquí todo este tiempo. Supongo
que planea tomar un aventón a casa en la próxima nave.
—¿Y me hiciste venir aquí? —chillé.
—No pensé en eso hasta después de haber enviado al mensajero. Pero creo
que estás a salvo ahora. Cuando los hombres de Loka inspeccionaron las
instalaciones en busca de trampas, revisaron todos los edificios. Probablemente
eso haya ahuyentado al asesino.
Dos pensamientos simultáneos invadieron mi mente: los asesinos a sueldo de
los Carmichael no se asustaban y ahora teníamos dos asesinos allí afuera. Uno que
nació y se crio en Dakon y otro importado. De los dos, le temía al último. Vine de
prisa hasta aquí, prácticamente entregándome en las manos del asesino. La piel
del área en medio de los omóplatos se me erizaba como si en este instante posara
sobre mi espalda la luz roja del láser. Lentamente giré para mirar detrás de mí.
Nadie. La solapa de la puerta se mecía por la brisa. Debería atrincherarme en un
fuerte del que solo yo supiera la clave de ingreso, pero en lugar de eso, estaba en
un planeta que tenía chozas sin puertas.
—Lo siento mucho —dijo Andrea. —Vi el mensaje de Maridelle y envié al
chico de Loka para buscarte. Luego busqué los registros de la nave.
—¿Cómo volveré al campamento? —susurré, deseando estar en la cueva,
metida entre el montón de pieles de kel donde el hombre del saco no pudiera
verme. Los pensamientos coherentes no eran mi punto fuerte en este momento.
Torg podía poner guardias fuera de la cueva, pero el asesino a sueldo los derribaría
y entraría como lo hacían todos los demás.
¿Qué diablos haré?
—Groman y Loka están aquí; ellos te llevarán a Torg.
Su presencia no evitaría que el asesino me aniquilara. Flexioné mis hombros
para sacudir la desagradable sensación.
Si regresaba al campamento, estaría poniendo en peligro la vida de Torg y el
de todos los demás.
—Necesito pensar. Necesito idear un plan.
Andrea se frotó el cuello.
—¿Me pregunto porque no te habrían matado en Terra?
—Porque me mantuvieron en aislamiento, lejos de los demás reclusos y los
guardias me vigilaban cada segundo del día. Nunca me quitaron los ojos de encima
—recordé. En ese momento, supuse que estaban allí para intimidarme. ¿Habían
sido acusados para protegerme?
—Entonces eso es lo que debemos hacer. Mantenerte vigilada hasta que la
nave llegue —apagó el sistema que parpadeó y se puso negro. Era una metáfora
de mi futuro cercano.
El asesino no me permitiría abordar la nave y echar a volar. Los miembros del
equipo no tenían entrenamiento alguno como guardaespaldas. Eran sobrecargos,
coordinadores y pilotos. Si por alguna suerte llegaba a Terra, bueno, hey, habría
más asesinos a sueldo esperándome.
Al menos aquí solo había uno.
Me estaba esperando fuera del pabellón. Me acechaba. Podía sentirlo. Cada
paso, cada movimiento podría ser el último; mi existencia estaba entrampada igual
que lo estuvo la ciudad.
Entrampada.
Y si…
—Andrea… ¿quizá el asesino a sueldo fue quien puso los cazabobos para mí?
—¿Por qué un asesino a sueldo profesional habría de tomarse la molestia de
usar arcos y flechas? ¿Por qué no dispararte con una pistola de laser?
—Porque los cartuchos de energía se descargaron debido al frío —dijo una voz
familiar.
Tessa se encontraba allí, sujetando una PL.
—Pero no te preocupes —agitó la pistola de laser hacia el computador. —
Después de que Andrea instaló el sistema, pude recargarlos.
—¿Tessa? ¿Qué haces aquí? —era una pregunta tonta, pero mi mente no
lograba comprender las imágenes que veían mis ojos. Tessa no. Ella era una de las
nuestras. Éramos amigas. Ella y Andrea eran como mi familia. ¿Tessa? ¿La Tessa
risueña, alegre y un poco chiflada?
Su personalidad alegre había desparecido. De pie frente a mí, con un arma en
sus manos, estaba una asesina impasible y de mirada fría.
—¿Por qué lo harías? —preguntó Andrea.
—No es nada personal, chicas. Es solo un trabajo.
Tessa nos matará a ambas. Tenía que hacerlo. No podía aniquilarme y dejar
testigos.
Algunas pistas empezaron a encajar. Ella había sido la que insistió en dar el
tour por la ciudad, llevándonos hacia las chozas donde estaban los cazabobos. En
el botica, se había quedado atrás a último momento, supuestamente para hablar
con Loka, dejándome seguir y así activar las cuerdas de trampa. Ella había insistido
en acompañarlo cuando fue a revisar si había más trampas en el lugar de reunión.
Eran evidencias circunstanciales, pero ahora todo cobraba sentido.
—¿Hubo algo que fue real? —pregunté. Pareció haber sido cautivada por
Loka. Saltó de emoción cuando se marcharon del pabellón, luego de haber sido
elegida por él. Fingió estar feliz. Se abrazaban a menudo. Me consoló cuando Torg
había sido herido, a causa de la trampa que ella misma puso. Sus emociones
habían sido igual de fraudulentas como el pasado que fabricó.
La asesinó sonrió de satisfacción.
—Hubo una Tessa Chartreuse que se dedicó al lavado de dinero a través de su
servicio de acompañante, pero tuvo un pequeño accidente camino al SS Australia.
—¿La mataste? —lloré a la Tessa que nunca conocí, a la mujer a quien le
habían quitado la vida por mi culpa.
La asesina apuntó la PL a mi frente.
Mi vejiga se abrió. Si no me hubiera detenido en el bosque, me habría meado.
Suplicar era bastante humillante.
—Por favor, no lo hagas…
Nunca más volvería a ver a Torg. Mi compañero alienígena sexy y fuerte.
Quien en este momento se encontraba peleando para mantenerme en el
campamento. ¿Por qué no esperé hasta la mañana siguiente como me lo había
pedido? Quizá Tessa, la que no era, Tessa no se habría revelado si Torg estuviera
conmigo. Oh, Torg, cuánto lo siento. Nunca llegaremos a tener pequeños bebés
Terra-Dakonianos.
Tampoco Andrea. Después de que la asesina me aniquile, la mataría a ella.
—Lo siento, Andrea.
Oomph!
Con el pie, Andrea pateó la pistola y ésta salió lanzada por el aire. La asesina
gesticuló mostrando los dientes y golpeó a Andrea en la garganta. Bloqueó el
golpe con el antebrazo y le propinó un revés en la quijada de la agresora,
sacándole un chasquido.
La asesina tropezó, pero se recuperó poniéndose de pie y embistiendo.
Intercambiando patadas y golpes, arremetían una contra la otra. ¿Dónde había
aprendido Andrea a pelear así? Era letal.
¡Yo tenía que hacer algo! ¡Tenía que ayudar! Pero no sabía pelear. Un golpe o
una patada me noquearía. ¡El arma! Con la mirada, busqué por todo el pabellón.
¡En la esquina!
La PL se sentía sólida, pesada e incómoda en mi mano y temía que lo fuera a
disparar por el solo hecho de sujetarla. Andrea podía hacerlo todo, pero yo no
lograba descifrar cuál de los extremos del arma de laser era el correcto. Bueno, sí
lo sabía, pero era lo único que lograba descifrar.
Andrea enganchó el brazo alrededor del cuello de la asesina a sueldo y la
apretó. Tessa se puso roja e intentó quitarse de encima el brazo de Andrea, pero
en segundos perdió la conciencia. Andrea dejó caer el cuerpo sin fuerza y flexionó
sus nudillos despellejados y magullados. Miré boquiabierta, aun en shock por la
forma en que se defendió y por saber que Tessa era una asesina a sueldo de los
Carmichael.
—¡Por Dios! —dije con la voz entrecortada. —Me salvaste la vida. Nuestras
vidas. ¿Dónde aprendiste a pelear así?
—En las fuerzas armadas. Fuerzas especiales. Lo de piratería informática se
dio después —ella observó el arma que tenía en la mano. —Lo estás sujetando
incorrectamente. ¿Te molesta si lo tomo? —preguntó, señalando con la barbilla el
cuerpo. —Volverá en sí en unos minutos y prefiero no luchar con ella de nuevo —
Andrea se sacudió la mano magullada.
Rápidamente le entregué la pistola de láser. Sujetándola como toda una
profesional, Andrea elevó su mirada hacia mí.
—Tomé un riesgo al patear la PL. Se pudo haber disparado matándote. Pero
ella tenía la intención de matarnos a las dos, de todas formas, así que supuse que
no tenía nada que perder.
—Oye, todo bien con eso —dije.
La asesina gimió un poco.
—Conseguiré algo para atarla —ofrecí.
—Buena idea. Prueba el centro de intercambio. Busca a Groman también. No
estaría mal tener un poco más de músculo. Él debe de estar en el apoticario
reponiendo suministros que usó con Torg. ¿Qué le diremos a Loka?
—Lo devastará —así como Torg y Groman lo estuvieran si la impostora de
Tessa hubiera tenido éxito en matarme a mí y a Andrea. Deseaba que Torg
estuviese aquí. Lo necesitaba. Observé a la asesina a sueldo. —¿Qué haremos con
ella?
Andrea alzó un hombro.
—Tendremos que mantenerla encerrada de alguna forma hasta que llegue la
nave. Cuando traigas algo con qué atarla, notificaré a Maridelle que tenemos a la
asesina bajo custodia —ella levantó el arma a poco. —Al menos tenemos un arma.
—Ella probablemente tiene un almacén.
—Tienes razón. Les pediremos que inspeccionen el campamento.
—Déjame conseguir los lazos y a Groman. Lo tienes bajo control —mis piernas
aún estaban gelatinosas, pero me apresuré al pabellón.
La brisa estaba helada como siempre, pero con un poco de adrenalina, apenas
lo noté mientras corría hacia el apoticario. Es mejor ir por Groman primero.
Aunque Andrea estaba armada y era competente, no me agradaba la idea de
dejarla sola con una asesina profesional.
Irrumpí en el apoticario.
—¡Groman! —no estaba allí. No había manera de saber dónde se había ido.
¿Al centro de intercambio? De todas formas, necesitaba ir allá
Corrí por la hilera de chozas. Habían encontrado todas las trampas, pero la
cubierta esponjosa en el suelo me ponía nerviosa. ¡Quién sabe lo que hay oculto
debajo de la nieve! ¿Y si Loka y sus compañeros de tribu habían pasado por alto
una de las trampas? Las encontraron todas. Andrea tenía a Tessa. Estás siendo
paranoica. Sin embargo, considerando por lo que había pasado, tenía el derecho
de estarlo.
Afuera del centro de intercambio, zapateé para quitar la nieve de mis botas.
Mirando hacia abajo, observé a un hombre con el rabillo de mi ojo.
Salió de uno de los lados de la choza.
Alcé la mirada.
Lo primero que registré: su leotardo de material sintético para temperaturas
bajo cero blanco, perfecto para camuflarse en la nieve. Segundo: sus facciones
Terranas. Tercero: su pistola de láser.
Cuarto: lo que Andrea había mencionado pero que habíamos olvidado en
medio de la riña con la Tessa farsante: “La lista de embarque de pasajeros listaba
cincuenta mujeres y diez miembros del equipo, totalizando sesenta personas. Sin
embargo, el robot de servicio de limpieza de la nave atendía sesenta y un
camarotes”.
Ya habíamos verificado la cantidad de los miembros de equipo y Tessa estaba
entre las cincuenta mujeres, así que eso dejaba un camarote adicional para un
pasajero más.
Tessa tenía un socio. Qué halagador que los Carmichael me consideraran tan
importante como para enviar un equipo de dos. Por supuesto, la línea entre
halagador y terror era delgada. Muy delgada.
La nariz enrojecida del asesino era ocasionada por el frío y sus labios estaban
agrietados, pero sus ojos eran letales.
Andrea me había salvado el trasero la última vez; esta vez, yo estaba perdida.
Retrocedí un poco como si pudiera ganar un poco de distancia entre ambos
para luego echar a correr. ¿Dónde diablos estaba Groman? ¿O el mensajero que
había ido al campamento? ¿Loka? Él había acompañado a la Tessa farsante ¿no es
así? No me atrevía a quitarle la mirada de encima al asesino a sueldo y su arma.
Un depredador jugando con su presa; me dejó retroceder varios pasos antes
de acercarse. Por segunda vez ese día, mi vejiga se abrió involuntariamente y esta
vez se salió una gota de orina. Retrocediendo un poco más, tropecé con algo
medio enterrado en la nieve.
Era el cuerpo de Loka. Salía sangre de un orificio entre en medio de sus ojos,
abiertos al cielo.
Grité.
El asesinó apuntó a mi cabeza.
¡Zas!
La PL disparó al suelo mientras una flecha atravesaba su garganta.
Capítulo 20

Torg
Mi compañera gritó. Al caer el hombre, el arma emitió un sonido y una luz.
Corrí hacia Starr quien estaba tendida junto al cuerpo de Loka. ¿La habían herido?
Había esperado la mejor oportunidad, pero cuando el hombre alzó el arma, era allí
o nunca. Dejé ir la flecha, cortándole la tráquea.
Tomé a Starr en mis brazos y metí las manos dentro de su abrigo de kel,
recorriendo su cuerpo. No tenía heridas. Mis manos temblaron de alivio.
Se escuchaban borboteos salir de la garganta del agonizante hombre. Su
sangre manchaba la nieve.
—Oh, Dios, ¡Torg! —sollozó. —No pu-puedo creer que estás aquí.
—Por supuesto que estoy aquí. Vine por ti. Está bien. Estás a salvo —acaricié
su suave cabello amarillo y examiné el cuerpo de Loka y del Terrano. ¿Quién era
él?
Encontré la nota al terminar la muta. No podía creer que se había ido del
campamento luego de prometer que no lo haría y de que el lugar de reunión había
sido manipulado. La ira por su impulsividad se evaporó el instante en que salí de
entre los árboles y vi al hombre con ropa extraña amenazándola. No logré
identificar el arma, pero sabía que tenía una y que tenía la intención de lastimar.
Mi hombro había recibido bastantes golpes en la muta, pero el dolor dejó de
importar cuando me dispuse a colocar la flecha en el arco.
Starr se apartó de mi pecho y se limpió la cara con sus pequeñas manos.
—Tenemos que ayudar a Andrea. Está en el lugar de reunión con Tes… la otra
asesina.
¿Otra asesina? De un salto me puse de pie.
—Quédate aquí…
El hombre había dejado de borbotear y su mirada sin vida miraba fijamente al
cielo gris. Había vivido por solamente algunos minutos después de recibir el
disparo, pero me tranquilizaba que había sufrido y supo que iba a morir. Nadie
amenaza a mi pareja.
Starr me tomó por la manga.
—Andrea está bien. Ella lo tiene bajo control; está cuidando a Tessa. Necesita
algo con qué atarla.
—Espera un momento… ¿La compañera de Loka? No entiendo.
—Tessa no vino para ser su compañera. No en una compañera de verdad. Ella
y ese hombre —dijo, señalando al Terrano muerto, —fueron enviados por los
Carmichael para matarme. Ellos pusieron las trampas para mí —se ahogaba un
poco. —Uno de ellos mató a Loka.
—Él era un buen hombre —su ayuda la noche anterior cuando yo había sido
disparado, había salvado vidas. Él fue quien encontró las otras trampas antes de
que cayéramos en ellas. Muchos lo llorarán, incluso yo.
Starr recogió el arma de la nieve.
Era algo que nunca había visto, no era de madera ni de piedra, sino de un
material gris pálido con botones a los lados y una empuñadura que cabe en la
palma de la mano, pegada a un delgado cañón.
—¿Qué es eso?
—Se llama pistola laser. Dispara un rayo de luz concentrado.
—¿Y eso es peligroso? —¿Cómo podría la luz ser perjudicial?
—Es letal —haciendo muecas, palpó los costados del hombre y sacó de sus
bolsillos algunos rectángulos de color gris.
—¿Qué son esos?
—Cartuchos de energía para el arma —se puso de pie y señaló con la barbilla
el centro de intercambio. —Entremos.
En el centro de intercambio, cortamos tiras de pieles de kel. Al marcharnos de
la choza, Groman salió de entre los árboles y agité mis manos para que viniera.
—Ven con nosotros —dije.
Divisó los cuerpos y maldijo.
—¿Es Loka? ¿Y un Terrano? —se arrodilló en la nieve junto a los cuerpos.
—Están muertos —dije.
Pero los examinó de todas formas.
—Sí, lo están. ¿Qué pasó?
—Te explicaremos de camino al pabellón. Ven, tu compañera está esperando.
Con algunas oraciones, Starr lo puso al corriente.
—Andrea me dijo que estarías en el apoticario. Fui por ti allí.
—Quise inspeccionar el área entre los árboles. Buscar más pistas. Pero la nieve
cubría todo.
Tessa estaba sentada en el piso del pabellón, resguardada por Andrea, quien
le apuntaba con un arma igual al que Starr le había confiscado al Terrano muerto.
Si no hubiera conocido a la compañera de Loka antes, no la reconocería. Su
semblante lucía más duro y frío. Si pudiera matar con la mirada, todos estaríamos
muertos.
Andrea miró a Starr.
—¿Por qué te demoraste tanto?
Starr hizo un gesto con su arma.
—Tessa tenía un amigo. ¿Recuerdas el camarote adicional? Me encontré con
el polizón allá afuera.
Andrea quedó boquiabierta.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Torg lo mató.
Tessa permanecía callada.
—Ya sea él o ella —dijo Starr señalando a Tessa, —mataron a Loka. Tropecé
con su cuerpo.
Andrea lanzó una mirada dura a su prisionera.
—¿Lo mataste tú?
Tardó tanto en contestar que por un momento pensé que no iba a responder.
—No —dijo finalmente. —Dimitri debió haberlo visto saliendo de alguna de
las chozas.
Andrea apuntó la extraña arma hacia Tessa. Un rayo de luz roja apareció entre
sus cejas.
—Estos hombres te atarán. Si veo tan solo una leve contracción de tus
músculos, dispararé.
Groman y yo le amarramos las muñecas y los tobillos con tiras de kel.
—Atarla es apenas una solución a corto plazo —dijo Starr. —Falta un par de
semanas para que la nave llegue aquí —dijo, colocando las manos sobre sus
caderas. —¿Supongo que Dakon no tiene una cárcel?
—No tiene una de la que no pueda escapar. Pero idearemos algo.
Necesitamos informar a Enoki.
Me quedé con las mujeres mientras Groman fue a buscar al jefe del consejo.
Andrea y Starr entraron al computador y enviaron un mensaje a la abogada en
Terra.
Enoki llegó con tres hombres. El jefe del consejo lucía más serio de lo que
alguna vez había visto.
—Me aseguraré de que no escape —juró.
—Debes tener una buena arma —Andrea le mostró cómo operar la pistola de
láser. Era simple, en realidad. Insistí en quedarme con la otra. Mi compañera había
sido el blanco y era claro que la pistola de laser era superior a la flecha y el arco,
aunque este último había acabado con el asesino.
Starr se retorcía las manos.
—Me siento responsable por la muerte de Loka. Si no hubiera estado aquí,
Tessa y Dimitri no habrían venido y seguiría vivo.
—Tú no mataste a Loka. Dimitri lo hizo —dijo Andrea.
—Es verdad —coincidí. —Si la tribu se atreve a decir algo contra ti, se las
verán conmigo —pelearía tantas peleas o mutas como fueran necesarias.
—¿Entonces sigues siendo el jefe?
—Sí. El curador de nuestro campamento se encuentra ocupado atendiendo las
heridas de mi contrincante —omití decir que el curador quiso atenderme también,
pero me apresuré a ir tras mi caprichosa compañera. Agradezco a la suerte que lo
hice. Y ahora, con Bork en su lugar, los demás se desalentarán a desafiar mi
liderazgo, al menos por hoy.
—Por lo menos no cargo con eso en mi conciencia —Starr tocó un moretón en
mi mejilla. Bork me había propinado un par de buenos golpes, pero lo había
vencido. —Tuviste que pelear por mí.
—Yo protejo a mi compañera. Cualquier hombre lo habría hecho.
Groman y Enoki asintieron.
—Dice la verdad —dijo Enoki. —Pero bajo las circunstancias, necesitaremos
reevaluar el programa de intercambio.
—En cuanto a eso —Andrea se plantó las manos en la cadera. —Starr y yo
tenemos un plan. Dakon puede beneficiarse mucho más de este acuerdo de lo que
se beneficia actualmente.
—Las mujeres de Terra estarían encantadas de tener hombres Dakonianos,
pero Mundo Terra One está coaccionando a quienes tienen poca elección —dijo
Starr. —Es posible que el gobierno de Terra busque deshacerse de más personas
como Tessa.
—Starr y yo quisiéramos renegociar el acuerdo. Podemos conseguirles
suministros, equipo y compañeras.
—Hablaremos más tarde —agregó Enoki. —Por ahora, debo recluir a esta
mujer Terrana y notificarle a la tribu de Loka sobre su muerte.
Después de que se marcharon, Starr me abrazó, metiendo sus manos debajo
de mi abrigo de kel para darme un apretón en la cintura. Hice una mueca al sentir
un dolor agudo. Ella se apartó.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—Ningún nada. Déjame ver.
—No, todo está bien.
Pero me sujetó la parte del frente de mi abrigo de kel y desabrochó los
botones alargados.
—¡Estás sangrando de nuevo!
Sospecho que me rompí una costilla también, pero no estaba dispuesto a
decírselo.
Para mi humillación, ella insistió en que Groman me curara de nuevo.
—Esto se está convirtiendo en un hábito —dijo él.
—No es uno que me agrade —dije entre dientes.

***

—Hablemos ahora —dije al llegar a la cueva y quitarnos nuestros abrigos de


kel.
En favor de mi compañera, debo decir que ella no fingía entender mal.
—Lo siento —dijo cabizbaja. —No debí escapar de esa manera.
—No. Engañaste a Darq para que te ayudara —afortunadamente, no lo había
hecho muy bien. Al llegar de la muta, encontré el mensaje escrito por Darq sobre
mi cama de kel: está muy frío afuera. Era extraño que escribiera eso, pues todos ya
lo sabían y me lo encontré en la cámara principal pero no mencionó nada al
respecto. Le mostré la nota y me dijo que Starr lo había solicitado.
Mi pareja seguía cabizbaja.
—Estuvo muy mal de mi parte también.
—No podría soportarlo si algo te pasara, Starrconner. Vi que ese hombre tenía
un arma y casi muero. Si hubiera llegado al lugar de reunión un minuto más
tarde…
Al disponerme a salir de la cueva para ir en busca de mi caprichosa
compañera, tomé un set de artillería para cumplir la promesa que le hice a Loka. Si
no se me hubiera ocurrido llevarlo…
—No lo volveré a hacer. Pero es que tuve un fuerte presentimiento de que
debía ver a Andrea de inmediato.
Me acerqué a ella y coloqué mi mano en su rostro.
—Si tienes fuertes presentimientos, debes decírmelo.
—Te amo. Ese es mi fuerte presentimiento.
El calor inundó mi pecho y la parte inferior de mi cuerpo.
—Yo también te amo —la envolví en mis brazos y besé sus párpados, su nariz,
sus mejillas y, finalmente, su boca. Sus labios se separaron y bebí su dulzura,
saboreando su exótico sabor. Nuestro lazo nunca podría romperse. La sentía en
cada célula de mi ser: en mi cabeza, corazón y en la entrepierna. La polla se me
engrosó.
Verla con vida no era suficiente. Necesitaba confirmación táctil.
Me detuve solo lo suficiente para desvestirme.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.
—Me estoy desvistiendo —le destellé mi sonrisa más inocente antes de
abrazarla fuerte. Ahuequé sus redondas nalgas y la acerqué a mí para saciar mi
creciente necesidad.
Su aliento estaba atrapado en la garganta, pero no reaccionó como esperaba.
Se resistió frunciendo el ceño.
—No es una buena idea.
—¿Por qué no? —incliné mi cabeza para mordisquearle el cuello. Se
estremeció. Victoria.
—Estás herido.
Le chupé el lóbulo.
—Sólo es un rasguño.
—Torg, por favor —protestó, pero arqueó el cuello.
—¿Quieres más? Ok —la besé hasta llegar al otro lado y envolví con mis
manos sus pechos, cencerreando sus endurecidos pezones con mis pulgares.
Alzó su hombro, apartándose de mi boca.
—Hablo en serio. Vi la herida cuando Groman te vendó nuevamente. Los
golpes en tus costillas. Ahora, compórtate.
Su preocupación por mi bienestar transmitió una sensación cálida a mi pecho.
Su corazón estaba en el lugar correcto, aunque sus manos no estuvieran cerca de
donde quería que estuvieran. Le susurré al oído.
—Prometo portarme bien —la hice retroceder hasta una mesa. Antes de que
pudiera pronunciar palabra, le quité la túnica de un tirón y luego los leggins.
Apretó las rodillas para impedir que se las quitara por completo. Caí de
rodillas para besarle la unión entre sus piernas y su suave y redondeada barriga.
—¡Eres imposible! —sus ojos brillaron con fingida ira y deseo. —Si te lastimas,
será tu culpa —resopló.
Si me lastimo, valdrá la pena.
—Tomaré toda la responsabilidad —le tiré de los leggins hasta los tobillos y los
lanzó a un lado de una patada. Oculté una sonrisa de triunfo provocándole el nodo
de placer con la punta de mi lengua. Ella tropezó y apretó mis hombros, una
oportunidad que aproveché al máximo lamiéndole su sexo con más avidez.
Sus rodillas se doblaron con el primer orgasmo, pero la sostuve y continué
disfrutando a mi compañera. Al acercarse al siguiente clímax, la incliné sobre la
mesa y la penetré. Su canal estaba lleno de felicidad con mi polla dentro.
Resbaladizo. Caliente. Apretado.
Starr gimoteó. Envolví su centro con una mano y le acaricié la perla mientras la
follaba. Su feminidad temblaba alrededor mi polla y luego convulsionó cuando el
éxtasis se apoderó de ella por segunda vez. Casi me destraba, pero me aguanté
hasta que dejó de estremecerse y luego la tomé por las caderas y busqué mi placer
penetrándola con fuerza y potencia. Las luces explotaban en mis ojos al llegar al
clímax, cada nervio al mismo tiempo. Grité diciendo su nombre. Mi Starr, mi única,
mi Starr eterna.
Nos echamos a la cama y acerqué a Starr hacia mi cuerpo encorvado. La
pasión que habíamos experimentado había dejado su aroma en el aire. Cubrí sus
pechos con mi mano y acaricié su cuello. Starr suspiró de satisfacción.
—Me entrego a ti demasiado fácil y rápido.
—No creo que eso sea posible —respondí.
Ella soltó una risita.
—Estoy segura de que no lo crees —entonces su estado de ánimo se puso
serio. Se dio la vuelta en mis brazos y acarició mis cuernos, provocando una
sensación de calor hasta los dedos de mis pies. El amor que había en sus ojos
azules hizo brotar de mi garganta. —Te daría todo lo que tengo. Eres mi
compañero.
Recuerdo mi expectación el día de su llegada. Aunque no había sido lo que
esperaba, estábamos destinados el uno para el otro. A pesar de nuestro intrincado
encuentro, habíamos establecido un vínculo desde el principio. No podía
imaginarme con otra pareja que no fuera Starr.
—Y eres mía. Por siempre y para siempre.
Epílogo

Starr
Dos rotaciones solares más tarde
—¿Cómo me veo? —Darq acomodó su abrigo de kel por tercera vez.
Torg se encogió de hombros.
—Igual que siempre.
Le lancé una mirada de desaprobación y tranquilicé a Darq.
—Muy apuesto —sentada en un canapé con respaldo alto, cambié de posición
y estiré las piernas. Sentirme cómoda era algo difícil de lograr últimamente, pero
el bebé nacería pronto.
—¿No crees que debería vestir ropa Terrana? —preguntó.
Sacudí la cabeza.
—No. Las mujeres vienen a conocer un hombre alienígena. Esperan que te
veas lo más Dakoniano posible. Péinate el cabello hacia atrás. Enséñales tus
cuernos. Les encantará.
Darq se miró en el espejo que me había llegado en el último cargamento de
suministros y se peinó con los dedos.
—Perfecto —le dije con el pulgar hacia arriba.
—¿Entonces no debo llevar la skimmer de nieve?
Los Dakonianos ya no tenían que andar a pie, no desde que Andrea y yo
habíamos renegociado el programa de intercambio. Le habíamos pedido a Enoki
que informara a Terra que, ya que ellos habían tenido a bien permitir que un
criminal peligroso fuera enviado a Dakon, se detendría el traslado de mineral
iluviano a menos que se establecieran ciertas condiciones. Primero, tenían que
dejar de enviar convictos y debían abrir el programa a todas las mujeres. Segundo,
habían ordenado una reconstrucción. Tenían que modernizar el planeta a la era
actual. El año pasado, flotas de naves habían venido a entregar suministros. Pero
no habían venido a dejar ninguna mujer hasta hoy. Se ha necesitado tiempo para
reestructurar el programa de reclutamiento.
Este nuevo grupo de mujeres llegarían a un Dakon muy diferente del que
Andrea, Tessa y yo habíamos llegado. Seguía extrañando a la mujer que creí que
era Tessa. En el pabellón, cuando anunciamos la muerte de Loka, por un segundo
me pareció haber visto un destello de arrepentimiento en sus ojos, pero yo sabía
mejor. Solo había frialdad y oscuridad. No podías asesinar a tantas personas, como
lo había hecho ella, y mantener tu humanidad. El asesinato mataba tanto a la
víctima como al responsable. El primero perdía la vida y el segundo, su alma.
Habían pasado dos años desde nuestra llegada y he pensado en Tessa como si
fueran dos personas distintas, porque así era más fácil. Tuve una compañera de
viaje alegre y animada, y también una asesina de mirada fría que había regresado
a Terra para ser condenada de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena
perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Supe por Maridelle, con quien a menudo mantenía contacto por video
conferencia, que, en su propia forma inepta, mi antiguo gobierno había intentado
protegerme. El asesinato había sido ordenado mucho después de que yo partiera
de Terra. Los cargos por asesinato y el juicio respectivo, había sido una farsa
orquestada por mi gobierno para que pudieran enviarme lejos de los Carmichael.
Todos sabemos cómo resultó.
Las cien mujeres que estaban por llegar habían sido investigadas
rigurosamente. Yo misma había redactado los procedimientos de revisión y Andrea
había hackeado los protocolos de reclutamiento del programa de intercambio y los
había plantado. Una de las nuevas será la compañera de Darq. Él había conseguido
una ficha.
—Ella preferirá la nave —le aconsejé. —Tu hembra viene en busca de un
hombre Dakoniano, no de una caminata de dos triptas en la nieve.
—Oh.
—Todo saldrá bien. Te irá bien.
—¡Vete ya! —gritó Torg.
—¡Torg!
—No, tiene razón —dijo Darq irguiéndose. —Los veré luego. Cuando vuelva,
será con mi compañera —se apresuró a salir de la cueva.
—Fuiste bastante grosero —reprendí a Torg. —Está nervioso por el encuentro,
estoy seguro de que tú también lo estuviste.
—Quizá un poco —admitió. —Es que quería estar a solas contigo y con Starlet.
—dijo frotándome el vientre hinchado.
Yo, al igual que muchas de las que llegamos primero, incluyendo a Andrea,
habíamos probado que los Dakonianos y Terranos definitivamente eran
compatibles y podían reproducirse. El bebé de Andrea nacería un mes después del
nuestro. Con la frecuencia con la que Torg y yo teníamos relaciones sexuales, me
habría embarazado mucho antes, a no ser por el implante anticonceptivo. Algo
más que mi gobierno anterior no había planeado. Más de las tres cuartas partes de
las que llegaron primero estaban planificando. Tras haberles prometido
compañeras compatibles y fértiles, Terra les había enviado un grupo de mujeres
que no podían dar hijos, al menos no por un buen tiempo. Sin el dispositivo para
remover el implante, debíamos esperar que su eficacia caducara. Andrea y yo
también aprovechamos ese pequeño descuido para nuestras negociaciones.
—No podemos llamar a nuestra hija Starlet —habíamos tenido muchas
discusiones, pero no habíamos llegado a un acuerdo.
—¿Por qué no? Tu nombre es Starr; ella será nuestra pequeña estrella.
—No —dije, sacudiendo la cabeza.
—Entonces la podemos llamar Icha —dijo con cara seria.
Le di un suave puñetazo en el brazo.
—Ni siquiera…
Se rio y yo también. Mi némesis ya no representaba una amenaza para mí ni
para nadie. Supe que Tessa le había dicho a Icha sobre mi condena para que
corriera la voz y la tribu de Torg me expulsara. Me habían obligado a confrontarlo.
El tiempo se había encargado de Icha. Había perdido poder a medida que más y
más parejas daban a luz a sus bebés y los opositores al programa decidían que
preferían una hembra Terrana a tiempo completo en lugar de una problemática
calienta kel de vez en cuando.
Bromeaba con Torg, pero se saldría con la suya. El nombre Starlet me
empezaba a gustar y cualquier cosa que hiciera feliz a mi compañero también me
hacía feliz a mí. Me complacía tener un bebé sano y centro médico de verdad
donde pudiera nacer.
Se había requerido de un cargamento completo de paneles prefabricados
aislados para construir un centro médico. Otro cargamento había provisto
bioescáneres, operadores robóticos, osteoknitters y otros dispositivos médicos.
Los médicos y paramédicos de Terra brindaban consulta y entrenamiento a los
curadores Dakonianos.
Tenía la intención de que el parto fuera atendido en la cueva por Stovak, pero
al mismo tiempo preparar el centro médico y el skimmer para llegar allá tranquila.
Fue en el centro médico donde supimos el sexo de nuestro bebe. Habíamos
considerado esperar hasta su nacimiento, pero debido a que las hembras eran de
gran importancia para el futuro, decidimos que sí queríamos saberlo.
La expresión de Torg se tornó seria.
—¿Te molesta seguir viviendo en la cueva?
Muchos Dakonianos se habían ido a vivir a las viviendas prefabricadas.
Contaban con buen aislamiento contra la corriente y humedad y tenía todas las
comodidades.
—No, este es tu hogar. Nuestro hogar —corregí. Había sido modificado en
gran parte. El suelo había sido cubierto con un compuesto. Los calentadores
espaciales que eran impulsados por cargadores de energía calentaban las cámaras,
aunque lo complementábamos con leño para ambientar un poco. Me había
acostumbrado a la hoguera chispeante. En algún lugar de Terra, quizá en una
tienda de antigüedades, habían encontrado varias cocinas de leña y las habían
enviado aquí. En ellos construimos nuestras hogueras, eliminando el humo y el
hollín. Estaba en deuda con Andrea por eso. Era capaz de encontrar lo que fuera.
Era capaz de encontrar una garrapata entre una manada de kel. Si es que los kels
tenían garrapatas; supongo que era muy frío para eso. Algún día, despertarían los
Terranos para descubrir que la mitad de todo lo que les pertenecía había sido
transportado misteriosamente a Dakon.
—¿Te molestan los cambios de la cueva? —le pregunté. Ya no tenía una
apariencia Dakoniana.
La había amueblado como una casa Terrana con sofás, una enorme cama
flotante de masajes, lámparas, obras de arte y una cocina completa con su aparato
de cocción rápida, aunque en realidad yo no cocinaba. Torg y Darq se ocupaban de
eso. Pero oye, yo quería facilitarles la vida.
—No —me apretó la mano. —Me siento honrado por lo que has hecho por
nosotros. No creí ver esta clase de progreso en toda mi vida. Antes de tu llegada,
nos enfrentábamos a la extinción. Tú, Andrea y las otras hembras nos dieron más
de lo que pudimos soñar.
Respiró hondo y exhaló.
—Enoki ha dispuesto que debemos buscar a los otros para ver si al otro lado
de Dakon viven algunos descendientes de sobrevivientes del asteroide. Antes, la
temporada cálida no duraba lo suficiente para que fuéramos a pie, pero ahora
podemos viajar en vehículos. Un equipo se ha ofrecido ir.
—Son noticias gratas —sabía que Torg y su hermano añoraban reunirse con
toda su gente.
Me abrazó contra su cálido cuerpo y me frotó el vientre.
—Llamaremos a nuestra hija Starlet, ¿cierto?
—Ya lo veremos —reposé mi cabeza sobre su hombro, alargué mi mano y
acaricié sus cuernos. Gruñí y soltó una risita.
Starlet, no puedo esperar a que conozcas a tu papá.
Me acurruqué junto a mi compañero alienígena y suspiré de alegría.

Fin.

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