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Constantino, el creador de la Iglesia católica fue un emperador pagano que gobernó con
mano de hierro
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Otra de las decisiones que determinaron la historia de Occidente en los siglos venideros,
fue la refundación del cristianismo como una religión de Estado adaptada a las
necesidades del Imperio, y bajo la apariencia de una nueva Iglesia institucionalizada,
católica y romana. Los cristianos, en adelante, no sólo deberían obediencia a Dios, sino
al emperador. Paradójicamente, con el devenir de los siglos, acabaron siendo los
monarcas cristianos quienes tuvieron que rendir obediencia a los papas, herederos de los
antiguos césares, y someterse a su voluntad.
A lo largo del siglo III el Imperio Romano había sufrido diversas crisis de variada
índole ±económicas, demográficas, pandémicas, políticas y militares± que a punto
estuvieron de destruirlo. A principios del siglo IV, tras alcanzarse una solución de
compromiso, el Imperio estaba dividido en dos mitades, una oriental y otra occidental, y
gobernado por dos emperadores mayores o augustos, y dos emperadores menores o
césares, que eran a su vez los sucesores reconocidos de los primeros.
Sin embargo, Constancio Cloro cayó enfermo durante una expedición punitiva contra
los pictos en Caledonia (actual Escocia), muriendo el 25 de julio de 306. Su hijo
Constantino se encontraba junto a él en su lecho de muerte en Eburacum (actual ciudad
de York, Inglaterra), en la Britania romana, donde su leal general Croco, de ascendencia
germana, y las tropas leales a su padre le proclamaron augusto. Simultáneamente, el
césar occidental, Severo II, era a su vez proclamado augusto por Galerio. Ese mismo
año el Senado ±según la vieja fórmula republicana± nombró césar a Majencio, hijo del
anterior tetrarca Maximiano, y éste último regresó también a la escena política
reclamando para sí el título de augusto.
Comenzó otro largo periodo de conflictos y guerras civiles que se prolongó por espacio
de veinte años. Severo fue traicionado por sus tropas; entretanto Constantino y
Maximiano concertaban una alianza. Al final del año 307 había 4 augustos:
Constantino, Majencio, Maximiano y Galerio, y un solo césar: Maximino.
Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y finalmente vencido por
Constantino en la decisiva batalla del Puente Milvio, en las afueras de Roma, el 28 de
octubre de 312. Una nueva alianza entre Constantino y Licinio selló el destino de
Maximino que se suicidó tras ser vencido por éste en 313.
A partir de este punto el Imperio quedaba dividido entre Licinio, en Oriente, y
Constantino en Occidente. Tras los enfrentamientos iniciales, ambos firmaron la paz en
Sárdica en 317. Durante este periodo ambos nombraron césares según su conveniencia
entre los miembros de su familia y círculo de confianza. En el 324, nuevos
enfrentamientos terminaron con la victoria de Constantino sobre Licinio en
Adrianópolis y Crisópolis.
Pero, seguramente, Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano
que permitió el libre culto a los cristianos. Su conversión al cristianismo, de acuerdo
con las fuentes oficiales cristianas, fue el resultado inmediato de un presagio antes de su
victoria en la batalla del Puente Milvio (312). Tras esta visión extática, Constantino
adoptó un nuevo estandarte para marchar a la batalla al que llamaría Lábaro. La visión
de Constantino se produjo en dos partes: en primer lugar, mientras marchaba con sus
soldados vio la forma de una cruz frente al Sol (Apolo). Tras esto, tuvo un sueño en el
que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte, ya que vio una cruz con la
inscripción «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»). Mandándolo pintar de
inmediato en los escudos de sus soldados, venció a Majencio. En los siglos venideros
las cruces figuraron en los escudos de casi todos los ejércitos cristianos. Se dice que tras
estas visiones, y por el resultado de la batalla del Puente Milvio, Constantino se
convirtió de inmediato al cristianismo. Pero, tal vez fue así por razones políticas.
Una buena parte del ejército romano seguía el culto mitraico, de origen oriental, aunque
es cierto que el cristianismo también había ganado muchos conversos entre los soldados
y oficiales. Había una buena razón para ello: ambas religiones prometían una vida
después de la muerte. Aspecto éste que siempre despertaba el interés de los militares,
que arriesgaban la vida constantemente en el combate.
Se cree que la influencia de Elena, su madre, que era una devota cristiana, fue decisiva.
No obstante, Constantino, siguiendo una extendida costumbre de la época, no fue
bautizado hasta estar cerca de la muerte (337), y fue un obispo arriano, Eusebio de
Nicomedia, que no católico, quien le bautizó. Posiblemente, la elección del obispo de
Nicomedia fuese un guiño político hacia los arrianos. El arrianismo había sido
condenado por la nueva Iglesia católica surgida tras el Concilio de Nicea (325), pero
eran muchos los soldados y oficiales, de origen germánico sobre todo, que profesaban
esta doctrina cristiana. Eusebio, además, era amigo de la hermana de Constantino, lo
que probablemente facilitó el indulto y su vuelta desde el exilio para bautizar al
agonizante emperador.
Poco después de la batalla del Puente Milvio (312), Constantino entregó al papa
Silvestre I un suntuoso palacio que había pertenecido a Diocleciano, perseguidor de los
cristianos, con el encargo de construir una gran basílica dedicada al culto cristiano.
Envalentonados por las nuevas prerrogativas concedidas por el emperador, los obispos
nicenos (católicos) adoptaron unas posturas agresivas hacia otros grupos cristianos a los
que consideraban heréticos ±especialmente los arrianos± y empezaron a mostrar un
carácter abiertamente revanchista hacia los paganos que prefirieron seguir fieles a los
antiguos dioses y no aceptaron bautizarse.
Como resultado de todo esto, las controversias que habían existido entre los cristianos
desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en público, y frecuentemente de una
manera violenta. Constantino consideraba que su deber como emperador designado por
Dios, era acabar con los desórdenes religiosos, y convocó el Concilio de Nicea (325)
para, según él, terminar con los cismas doctrinales que dividían a la Iglesia,
especialmente el arrianismo.
Los historiadores señalan, no obstante, que su principal preocupación era la unidad del
Imperio, recientemente restituida, y que se podía ver nuevamente resquebrajada debido
a estas divergencias religiosas. Muchos consideran que Constantino «creó» la Iglesia
católica confiriéndole su impronta personal, y que ésta perduraría mucho tiempo
después de su muerte. Los papas lucharon por la unidad de la Iglesia con tanto ahínco y
determinación, como Constantino lo hizo por mantener la integridad territorial del
Imperio Romano, en el que ya habían empezado a manifestarse los primeros síntomas
de la enfermedad que habría de ponerle fin un siglo y medio después.
Asimismo, muchos se preguntan por qué el papa Silvestre I no asistió a dicho concilio
ecuménico, siendo él el más adecuado para presidirlo. Por esto algunos especialistas
sostienen que el motivo de su ausencia fue que Constantino estableció en Nicea una
nueva religión sincretizada, mezclando elementos paganos y cristianos, y rompiendo
definitivamente con las fuentes judías de las cuales procedía el cristianismo original. El
resultado final de esta fusión de elementos paganos y judeocristianos habría sido, según
esta teoría, la Iglesia católica romana que ha perdurado, con escasísimos cambios, hasta
nuestros días.
Entre los títulos que solían ostentar los emperadores ±aunque no todos± estaba el de
³pontifex maximus´ o sumo pontífice, un vestigio honorífico de la época republicana a
la que los césares jamás concedieron demasiada importancia. Pero en Nicea, durante el
concilio, Constantino ejerció de sumo pontífice a todos los efectos, tal vez, por primera
y única vez en la dilatada historia del Imperio Romano.
Varios años después, el emperador Graciano el Joven (muerto en 383) influenciado por
Ambrosio, obispo de Milán, prohibió definitivamente los antiguos cultos paganos en
todo el Imperio. Acto seguido, renunció al título de ³pontifex maximus´ por
considerarlo incompatible con la fe cristiana, apagó el fuego sagrado del templo de
Vesta, y retiró el altar de la Victoria del Senado, a pesar de las protestas de los últimos
miembros paganos del Senado. Como represalia, Graciano confiscó sus propiedades;
prohibió las donaciones materiales a las Vestales; y abolió otros privilegios que poseían
los sacerdotes y sacerdotisas paganos. En apenas dos generaciones, los cristianos
pasaron de ser perseguidos, a convertirse en implacables perseguidores de los paganos.
El edicto de tolerancia, convirtió a los cristianos en intolerantes que persiguieron a los
paganos con la misma saña con la que éstos les habían perseguido a ellos.
Habían existido otros concilios antes que el de Nicea, pero éste fue el primero con
carácter ecuménico universal y contó con la participación de alrededor de 300 obispos,
lo que supuso una minoritaria participación si tenemos en cuenta que a lo largo del
Imperio había alrededor de 1000 obispos.
En parte, esta espectacular expansión del catolicismo se debió a razones políticas, pues,
al trasladar la capital del Imperio a Oriente, muchas familias senatoriales romanas
vieron en el nuevo clero católico que se estaba pergeñando, la posibilidad de recuperar
en Roma una influencia política que habían perdido, a veces, varias décadas o siglos
antes. Fue el nacimiento de una nueva casta política: el alto clero romano que después
desempeñaría un destacado papel en la política europea medieval.
En sus últimos años de vida, Constantino también ejerció como predicador, dando sus
propios sermones en el palacio imperial ante la corte y los invitados extranjeros. Sus
reconvenciones pregonaban el principio de armonía y coexistencia entre paganos y
católicos, aunque gradualmente se volvieron más intransigentes hacia los primeros y,
también, hacia los cristianos que no aceptaron la ortodoxia católica o nicena.
Paralelamente, Constantino fue eliminando a los funcionarios paganos de los principales
puestos de la administración, sobre todo en Oriente, lo que favoreció un considerable
incremento del poder y la influencia del clero católico, en detrimento de los paganos y
las restantes confesiones cristianas.
La magia también fue perseguida por los cristianos. Los romanos toleraban ciertas artes
consideradas ³mágicas´ por los cristianos, como las prácticas abortivas, por ejemplo.
Sin embargo, la magia con carácter pernicioso ±magia negra± también estaba proscrita
por los romanos. De facto, una de las primeras acusaciones a las que tuvieron que hacer
frente los primitivos cristianos fue la de practicar la magia negra.
Aquella actitud partidista hacia los cristianos por parte de Constantino, tuvo efectos
negativos para los que vivían más allá de las fronteras orientales de Imperio. Los reyes
sasánidas que gobernaban el Imperio Parto, enemigo secular de Roma, y que hasta
entonces habían dispensado refugio a los cristianos cuando eran perseguidos,
empezaron a verlos como quintacolumnistas cuando la actitud del emperador romano
comenzó a favorecerles. Por este motivo, los cristianos fueron perseguidos también en
Partia. Sin embargo, estos cristianos orientales eran considerados herejes por los
nicenos, y su recibimiento en tierras del Imperio no fue precisamente caluroso.
Constantino fue también conocido por su falta de piedad para con sus enemigos
políticos. Ejecutó a Licinio, su cuñado, por estrangulamiento en 325, a pesar de que
había prometido públicamente no hacerlo si accedía a rendirse. Un año después,
Constantino ejecutó también a su hijo mayor, Crispo, y unos meses después a su
segunda esposa, Fausta. Crispo era el único hijo que tuvo con su primera esposa,
Minervina, pero circularon rumores sobre una presunta relación incestuosa entre Crispo
y su madrastra, lo que pudo ser la causa de la ira de Constantino, que vivió el resto de
sus días atormentado por haber ordenado matar a su hijo.
Constantino continuó con la reforma introducida por Diocleciano que separaba el poder
civil del militar. Como resultado, generales y gobernadores poseían menos poder que
durante la época de la anarquía militar. Criterios tanto económicos como de seguridad
llevaron a la modificación de la política de defensa del Imperio durante la primera mitad
del siglo IV. Constantino convirtió el viejo sistema de fronteras fortificadas en un
sistema de defensa en profundidad con la formación de una gran red de
acuartelamientos en el interior de la Galia principalmente. Los motines y levantamientos
de tropas, provocados a menudo por el descontento derivado de las largas separaciones
familiares, se redujeron considerablemente. Por otra parte, los soldados destacados en
los puestos avanzados ponían mayor interés en la defensa de los territorios asignados al
ser conscientes de que la seguridad de sus familias estaba en juego.
La cada vez más poderosa jerarquía eclesiástica entendía que era más útil y perentorio
emplear los recursos del Estado en la construcción de iglesias y monasterios, y en la
celebración de interminables sínodos, que en mantener ejércitos para defender el
Imperio. La Iglesia creía, o hizo creer a los débiles emperadores del siglo V, que a
través de su conversión al catolicismo, los reyes germanos se convertirían en fieles
súbditos del Imperio sin necesidad de someterles por la fuerza de las armas. Los
cristianos siempre antepusieron los intereses de la Iglesia a los del Imperio. En
consecuencia, éste estaba abocado a su extinción.
Roma fue saqueada en el año 410 por el rey visigodo Alarico, que se llevó de las
bodegas del templo de Júpiter Capitolino el tesoro que a su vez los romanos habían
tomado en el templo de Jerusalén tras saquearlo y destruirlo en el año 70. En el 453,
Atila, el legendario rey de los hunos, se presentó a las pertas de la indefensa Roma al
frente de sus hordas. El emperador había huido y no había tropas para defender la
ciudad. El papa León I se presentó ante el caudillo bárbaro y le disuadió para que
levantase el asedio y retirase sus tropas. Dos años después (455) fue el vándalo
Genserico el que saqueaba Roma, pero por intercesión del mismo papa, se contentó con
el botín y no tomó esclavos entre la desamparada población romana.
Los papas se convirtieron, por derecho propio, en los auténticos soberanos de Roma
puesto que los césares, de hecho, habían abdicado renunciando a sus obligaciones como
gobernantes. El papa Simplicio, sucesor de León I, vivió el fin del Imperio de Occidente
(476) cuando el rey de los hérulos, Odoacro depuso al emperador Rómulo Augústulo y
envió las insignias imperiales a Constantinopla. Sin embargo, el Imperio Romano no
desapareció completamente. Continuó en Oriente, y en Occidente su legado perduró
bajo otra apariencia: a partir de entonces Roma fue la ciudad de los papas, y el Imperio
se transformó en la Cristiandad.
Puede decirse que Constantino logró reunificar el Imperio Romano bajo el signo de la
Cruz para alargar su existencia. Su victoria sobre Majencio en la batalla del Puente
Milvio (312) le convirtió en dueño de todo el Imperio occidental. Gradualmente fue
consolidando su superioridad militar sobre sus rivales de la desmenuzada tetrarquía.
Los ejércitos implicados en la contienda fueron tan grandes que no se tiene constancia
documentada en Europa de una movilización similar hasta el siglo XIV, al inicio de la
Guerra de los Cien Años. Licinio, ayudado por mercenarios godos, representaba el
pasado y la antigua fe del paganismo. Constantino y sus francos marcharon bajo el
estandarte cristiano del lábaro, y ambos bandos concibieron el enfrentamiento como una
lucha entre religiones. Supuestamente rebasados en número, aunque enaltecidos por su
celo religioso, los ejércitos de Constantino resultaron finalmente victoriosos, primero en
la batalla de Adrianópolis (324), y más tarde en la batalla naval de Crisópolis.
Aquélla fue la primera guerra de religión europea, y supuso también el fin de la vieja
Roma helenística y pagana. El Imperio Oriental se consolidó como centro del poder, del
saber, de la prosperidad y de la preservación de la cultura clásica. Constantino
reconstruyó la ciudad de Bizancio, cuyo nombre procedía de los colonos griegos que,
bajo el mando de Bizas, la fundaron en el siglo VII a.C. procedentes de la polis de
Megara. Constantino renombró la ciudad como su «Nueva Roma» (Nova Roma),
otorgando a ésta un Senado propio a semejanza del romano. Luego puso la ciudad bajo
la protección de la supuesta Vera Cruz, la Vara de Moisés, los Clavos de Cristo y otras
reliquias sagradas que, ³milagrosamente´, fueron descubiertas durante su reinado.
Las imágenes de los viejos dioses fueron reemplazadas o asimiladas con la nueva
simbología cristiana. Sobre el lugar donde se levantaba el bello templo de Afrodita se
construyó la nueva Basílica de los Apóstoles. Varias generaciones más tarde se difundió
una historia sobre la visión divina que llevó a Constantino a reconstruir la ciudad, según
la cual un ángel que nadie más que él podía ver, le condujo en un circuito a través de los
nuevos muros. Tras su muerte, la ciudad volvió a cambiar su nombre por el de
Constantinopla, «la Ciudad de Constantino», y lo mantuvo hasta que el 29 de mayo de
1453 la ciudad fue tomada por los turcos otomanos y pasó a llamarse Estambul.
La leyenda cuenta que el mismo ángel que varios siglos antes se le había aparecido a
Constantino, reapareció en la basílica de Santa Sofía mientras los defensores, seguros de
que iban a morir en el próximo asalto de los turcos, celebraban su última misa. El
evanescente ángel, concluida la ceremonia, tomó el cáliz con el que se había oficiado el
servicio religioso y desapareció entre los muros de la basílica, después de prometer que
regresaría para devolver el santo cáliz cuando la basílica volviese a ser un templo
cristiano y se celebrase la primera misa.
Constantino pasaría también a la historia por las leyes que convirtieron los oficios de
carnicero y panadero en hereditarios, lo que en la Edad Media serían los gremios de
artesanos, y más importante aún, por convertir a los colonos de las granjas en siervos,
sentando las bases de la sociedad feudal. Estos colonos, a su vez, eran libertos o
extranjeros (³bárbaros´) que habían sustituido gradualmente a los esclavos durante el
siglo anterior. La escasa productividad de la mano de obra esclava (no remunerada)
había terminado por imponer su lógica a los terratenientes romanos, que, influidos
también por el cristianismo ±religión muy extendida entre los libertos± no tuvo más
remedio que variar su sistema de explotación agraria. Las terribles hambrunas y las
consiguientes pestes del siglo III, que diezmaron la población, tuvieron un efecto
demoledor sobre la sociedad romana de la época y debilitaron considerablemente el
Imperio occidental. Muchos colonos abandonaron sus tierras de labranza para emigrar al
este, y en las fronteras muchos se convirtieron en bandidos errantes que se aliaron con
los pueblos bárbaros que esperaban su oportunidad para invadir el Imperio.
En épocas de abundancia, era fácil negociar con los puebles que habitaban al otro lado
del limes (frontera) y favorecer los intercambios comerciales. Cuando el grano y los
animales de granja escaseaban, los campesinos hambrientos a ambos lados del Rin no
tardaban mucho en trocarse en hordas de salvajes dispuestos a tomar por la fuerza lo
que antes podían comprar u obtener mediante trueques.
Las monedas acuñadas por los emperadores revelan con frecuencia su iconografía
personal. Durante la primera parte del gobierno de Constantino, las representaciones de
Marte y posteriormente de Apolo como dios solar, aparecen de forma constante en el
reverso de las monedas. Marte había sido asociado con la tetrarquía, y Constantino
quiso con este simbolismo enfatizar la legitimidad de su gobierno.
Dos años antes de su victoria en el Puente Milvio (312), Constantino experimentó una
visión extática en la que Apolo se le apareció con presagios de victoria. Tras este
asombroso episodio, el reverso de sus monedas estuvieron dominados durante muchos
años con la leyenda «al aliado Sol Invictus» (SOLI INVICTO COMITI). La descripción
representa a Apolo con un halo solar al modo del dios griego Helios y con el mundo en
sus manos. En 320, el mismo Constantino aparece con un halo solar. También existen
monedas mostrando a Apolo conduciendo el Carro del Sol sobre un escudo que
Constantino sostiene y en otras se muestra el símbolo cristiano del lábaro sobre la
coraza de Constantino.
Los grandes ojos abiertos y fijos son una constante en la iconografía de Constantino,
aunque no era un símbolo específicamente cristiano. Esta iconografía muestra cómo las
imágenes oficiales cambiaban desde las convenciones imperiales de los retratos realistas
hacia representaciones más esquemáticas: Constantino como rey±sacerdote y sumo
pontífice, no sólo como emperador a la vieja usanza, con su amplia y característica
barbilla. Esos grandes ojos abiertos y fijos se harían aún más grandes a medida que
avanzara el siglo IV, como si los nuevos emperadores barruntasen el peligro que se
cernía ya sobre el Imperio.
Además de haber sido llamado «El Grande» por los historiadores cristianos tras su
muerte, Constantino podía presumir de dicho título por sus éxitos militares. No sólo
reunificó el Imperio bajo su mando, sino que obtuvo importantes victorias sobre los
francos y los alamanes (306±308), de nuevo sobre los francos (313±314), los visigodos
en 332 y sobre los sármatas en 334. De hecho, sobre 336, Constantino había recuperado
la mayor parte de la provincia de Dacia, que Aureliano se había visto forzado a
abandonar en 271. Al morir Constantino, planeaba una gran expedición para poner fin a
la rapiña de las provincias del este por parte del imperio sasánida.
Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos habido de su matrimonio con Fausta:
Constantino II, Constante y Constancio II, quienes aseguraron su posición mediante el
asesinato de cierto número de partidarios de Constantino. También nombró césares a
sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano. El proyecto de Constantino de reparto del Imperio
era exclusivamente administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el
destinado a mantener a los otros tres supeditados a su voluntad. El último miembro de la
dinastía fue su yerno Juliano, quien trató de restaurar el paganismo a mediados del siglo
IV y murió en extrañas circunstancias cuando se aprestaba a presentar batalla a los
partos. Se cree que fue asesinado por los cristianos, a los que Juliano, apodado El
Apóstata, llamaba despectivamente ³galileos´.
En sus últimos años, los hechos históricos se mezclan con la leyenda. Se consideró
inapropiado que Constantino hubiese sido bautizado en su lecho de muerte y por un
obispo de dudosa ortodoxia (Eusebio de Nicomedia era arriano), y de este hecho parte
una leyenda según la cual el papa Silvestre I habría curado al emperador pagano de la
lepra. También según esta leyenda, Constantino habría sido bautizado tras haber donado
unos palacios al papa. Entre ellos, uno que había pertenecido al emperador Nerón,
considerado un anticristo por la Iglesia. En el siglo VIII aparece por primera vez un
falso documento conocido como «Donación de Constantino», en el cual, un
recientemente convertido Constantino entrega el gobierno temporal sobre el Imperio de
Occidente, incluida la misma Roma, al papa.
En tiempos del imperio carolingio, este documento se usó para aceptar las bases del
poder temporal del papa de Roma, aunque fue denunciado como apócrifo por el
emperador Otón III, y mostrado como la raíz de la decadencia del Papado por el poeta
Dante Alighieri. En el siglo XV nuevos expertos en filología demostraron la falsedad
del documento.
De cualquier modo, el mayor legado del emperador pagano Constantino: la Iglesia
católica romana, le ha sobrevivido hasta nuestros días con escasos cambios, y constituye
el último vestigio del antiguo Imperio Romano de Occidente fenecido en el año 476,
cuando todavía no existía ninguna de las actuales naciones europeas.
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