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LA IDEA DE HOMBRE EN LA OBRA DE VIKTOR E.

FRANKL

La visión de ser humano plasmada por el pensador vienés exhibe variados matices,

los cuales se amalgaman en una totalidad integral. La misma, se ve enriquecida por sus

estudios filosóficos, aportándole una apertura de contenidos muy diferente a las

nociones de individuo presentes en otras psicologías de la época. Podríamos pensar que,

en al auge del positivismo del sigo XIX, la medicina provoca una ruptura entre

psicología y filosofía, aislando el componente espiritual de la existencia humana. Sin

embargo, puede que no sea necesario transportarnos al pasado para observar lo

mencionado. Basta sólo con acercarse a las clasificaciones del Diagnostic and Statistic

Manual (DCM, cualquiera sea su versión) o a las investigaciones de las neurociencias

norteamericanas contemporáneas: el cuerpo es el origen de la enfermedad y el

psicofármaco la cura.

Unidad en la multiplicidad: El hombre Bio – Psico – Espiritual.

Dando inicio a nuestro desarrollo, indicamos que Frankl (1946) define al hombre

como una unidad en la multiplicidad. ¿A qué se refiere con esto? Siguiendo a Pareja

Herrera (2007), el médico austríaco plantea tres dimensiones: somática; psíquica y

noética o espiritual. Las dos primeras, son propias de los seres vivos; es decir,

compartidas por los animales y el ser humano. Por el contrario, la dimensión espiritual,

es específica y distintiva de la humanidad, no estando afectada ni sometida frente a las

anteriores (Pareja Herrera, 2007). El pensador vienés indica que, en cuanto a sus

estratos psicológicos y biológicos, el individuo se encuentra en la escala animal. Sin


embargo, eso no genera una contradicción en el hombre, ya que su dimensión

distintivamente humana (dimensión noológica) es más elevada, abarcando e incluyendo

a las anteriores (Frankl, 1978).

Continuando con este recorrido, Frankl (1984), afirma que la integridad del

individuo está fundada por el elemento espiritual, estableciendo que es el verdadero

estrato del ser humano “(…) puesto que el hombre como tal no se constituye sino en

aquellos actos (espirituales) en los que se eleva, por así decirlo, del plano somático -

psíquico a la dimensión espiritual” (Frankl, 1987a, p.73). Por tanto, lo espiritual es

constitutivo del individuo (Etchebehere, 2009). No sólo eso, es lo que le otorga unidad y

totalidad al hombre (Pareja Herrera, 2007). Al respecto, nos remitimos al pensador

vienés, quien indica (Frankl, 1984, p.162): “Sólo conocemos la existencia espiritual en

cuanto unida al cuerpo y al alma, en tanto que “integrada” mediante el cuerpo y el alma

en la unidad y totalidad del ser “hombre””.

La Dimensión Espiritual – La Dimensión Noológica – La Dimensión Humana.

Al referirse a este estrato, Frankl no utiliza la palabra espíritu, ya que considera que,

al expresarse sobre ella en forma sustantiva, se dejaría entender que es una cosa o una

sustancia. Por tanto, prefiere hablar de “lo espiritual”, ya que es lo subjetivo y fundante

en el hombre (Etchebehere, 2009).

Como hemos mencionado, lo espiritual es la “dimensión de los fenómenos

específicamente humanos” (Frankl, 1982). Por tanto, cabe la pregunta: ¿Qué relación

tiene con lo psicofísico? Podemos plantear una relación instrumental y de expresión.

Por un lado, “el espíritu instrumentaliza lo psicofísico; la persona maneja el organismo


psicofísico, lo hace suyo haciéndolo herramienta (…)” (1984, p. 131). Por otro, es el

medio donde lo espiritual se expresa (Frankl, 1982).

El autor vienés afirma que lo espiritual no puede ser asequible mediante la reflexión

(Etchebehere, 2009), indicando que sólo es ejecutable; existe en el realizar de un

hombre (Frankl, 1974). Asimismo, expresa es inconsciente (Frankl, 1974). Por tanto,

¿hablamos de una espiritualidad inconsciente? Por supuesto que sí. No sólo eso, sino

que Frankl (1997), manifiesta que existe un inconsciente espiritual. El médico austríaco

escribe (1974, p.21): “… el inconsciente no se compone únicamente de elementos

impulsivos, tiene asimismo un elemento espiritual; el contenido del inconsciente

aparece así fundamentalmente ampliado, y el inconsciente mismo clasificado en

impulsividad inconsciente y espiritualidad inconsciente”.

Continuando con este apartado, quisiéramos establecer la concepción de conciencia

en Viktor Frankl y su relación con el inconsciente espiritual. La misma, podríamos decir

que es muy estrecha: “En su origen, pues, la conciencia se halla inmersa en el

inconsciente” (Frankl, 1974, p.33). El médico vienés indica que alcanza una

profundidad inconsciente, observando que las decisiones más significativas de un ser

humano se toman en ausencia de reflexión. Esto las hace inconscientes (Frankl, 1997).

En ese sentido, la conciencia debe ser considerada irracional y prelógica (Frankl, 1974).

En primer término, su irracionalidad corresponde al hecho que nunca es del todo

racionalizable, siendo su descubrimiento posible sólo a través de una “racionalización

secundaria” (Frankl, 1997). En segunda instancia, posee un conocimiento anterior a la

lógica (Espinosa, 1994). Siguiendo esta línea, la consciencia posee la característica de

ser irreflexiva, ya que conoce un hecho antes de la reflexión y ésta, nunca llega a tiempo

frente al conocimiento espiritual (Espinosa, 1994). Todas estas cualidades presentarían

un matiz similar: la anticipación. Esto se debe a que la conciencia posee una función
esencial: la intuición (Frankl, 1974). El pensador austríaco observa que la conciencia

descubre hechos que no han pasado todavía, que han de hacerse reales o están a punto

de realizarse (Frankl, 1974). Frente a esto, se pregunta: ¿Cómo se harán reales si no son

anticipados espiritualmente? Por consiguiente, advierte que para ser anticipados,

primero deben ser intuidos (Frankl, 1997). Al respecto, podríamos observar que a la

conciencia se le revela lo que es, pero a la vez, también lo que debería ser, en forma de

posibilidad (Frankl, 1997).

Desde la Logoterapia, el ser humano busca y se dirige hacia un sentido para su vida

(Pareja Herrera, 2007). Éste, no sólo puede ser hallado sino que debe ser encontrado

(Frankl, 1974). Para ello, es la conciencia quien guía a los hombres, siendo definida

como un “órgano de sentido” (Frankl, 1980). Ella, posee la capacidad de “descubrir el

sentido único y particular que está latente en toda situación (Frankl, 1980, p.22). Sin

embargo, este sentido no es absoluto para todos los hombres, sino que es propio y

circunstancial de cada ser humano (Frankl, 1974). Por lo tanto, la misión de la

conciencia es revelar al individuo eso único y necesario: “esa única y exclusiva

posibilidad de una persona concreta una situación concreta…” (Frankl, 1974, p.35). Es

decir: esas situaciones intransferibles que reclamar nuestra presencia aquí y ahora

(Espinosa, 1994). En este sentido, la conciencia individualiza la ley o valor universal

(Espinosa, 1994).

Dos Capacidades del Espíritu: Autodistanciamiento y Antagonismo

Psiconoético Facultativo.

Una característica de un individuo espiritual, reside en su capacidad de tomar

distancia de su dimensión psicofísica, como así también, establecer una actitud ante sí
mismo (Pareja Herrera, 2007). A esta actitud, Frankl la define como

autodistanciamiento y la describe de la siguiente forma: “… es la capacidad de poner

distancia de las situaciones exteriores, de ponernos firmes en relación a ellas; pero

somos capaces no solamente de poner distancia con el mundo, sino también con

nosotros mismos” (Frankl, 1959, p.19). De esta forma, se toma una posición frente a los

condicionamientos biológicos, psicológicos y sociológicos (Frankl, 2000; citado en

García Pintos, 2007). Asimismo, Frankl (1982) indica que el autodistanciamiento de sí

mismo como organismo psicofísico es lo que instituye a la persona espiritual como tal.

Sin embargo, no es sólo capacidad del espíritu poner distancia frente al cuerpo, la

mente y el mundo, sino también, la facultad de contraponerse a ellos y resistirlos

(Frankl, 1984). Es decir, el poder de enfrentarse a las condiciones más duras y, aún así,

superarlas. Esta capacidad recibe el nombre de antagonismo psiconoético facultativo y

es considerado el poder de resistencia del espíritu (Frankl, 1982). El pensador vienés

refiere a él como la posibilidad (facultativo) de oponerse y sobreponerse al paralelismo

psicofísico (fáctico) (Frankl, 1984).

Teniendo en cuenta el tema de nuestro trabajo, observamos que Frankl (1946) define

al hombre como “… un ser que va liberándose en cada caso de aquello que lo determina

(como tipo biológico-psicológico-sociológico)”. Estos condicionamientos aparecen en

forma de destino, bajo tres modalidades (Frankl, 1946). El primero, alude a las

disposiciones y corresponde al destino biológico. El segundo, refiere a la situación: la

totalidad de las circunstancias en un momento dado. Corresponde al destino

sociológico. Estos dos primeros elementos conforman la posición de un ser humano

(Frank, 1946). El tercero, indica la actitud psíquica de un individuo en cuanto no es

libre ni ejerce una actitud espiritual y corresponde al destino psicológico.


Frankl (1946), expresa que no puede haber libertad sin destino sino que sólo puede

existir frente a él.

Ser Hombre: Posibilidad y Existencia.

Observado lo trabajado por Frankl (1984), podríamos decir que el ser humano nunca

es, sino que está en constante devenir. Es decir, “… nunca puede decir “yo soy el que

soy”, sino “yo soy el que llega a ser”, o “yo llego a ser el que soy”: llego a ser actu (en

realidad) el que “soy” en potencia (posibilidad)” (Frankl, 1984).

Por lo tanto y, en vista de lo elaborado hasta aquí, podemos expresar que una

característica propia del hombre es que su “realidad es siempre una posibilidad y su ser

un poder…” (Frankl, 1946). Ser hombre no consiste en los hechos, sino en las

posibilidades (Frankl, 1946). Establece que el hombre no es un ser hecho sino, por el

contrario, un ser facultativo que siempre puede llegar a ser de otra forma (Frankl,

1987b).

Asimismo, Frankl define a la persona como “aquello que puede comportarse

libremente, en cualquier estado de cosas” (1984, p.173), agregando: “Persona es eso en

el hombre que puede ser siempre cada vez de modo distinto (…), no está determinado,

sino que está destinado a ser abierto, a la apertura ininterrumpida y al entrar en relación

permanentemente renovado (Frank, 1984, citado por Längle, 1989). Es decir, la persona

no está circunscrita a ser de una manera particular, sino que puede devenir, siempre, de

otro modo (Längle, 1989).

El individuo tiene la posibilidad de decidir libremente acerca de su propio ser

(Frankl, 1946), ya que no es una cosa entre las cosas, las cuales se determinan entre sí
(Frankl, 1962). Al contrario, el hombre es su propio determinante y son sus decisiones

las que definirán su vida (Frankl, 1962).

Persona como centro espiritual.

A lo largo de nuestro escrito, hemos utilizado varias palabras para referirnos al

ser humano. Sin embargo, ninguna de ellas ha sido “persona”. Esto se debe a que Frankl

toma este vocablo de una manera muy especial. Siguiendo a Scheler, el pensador vienés

define a la persona con dos variables: En primer término, como el lugar de donde

emanan los actos espirituales (Frankl, 1974). En segundo término, como el centro

espiritual alrededor del cual se agrupa lo psicofísico (Pareja Herrera, 2007). Por tanto,

podríamos pensar que hay en ella algo de firme e invariable, por su calidad de soporte,

pero a la vez, deberíamos afirmar su característica dinámica, ya que de allí surge el

accionar espiritual (Etchebehere, 2009).

Por consiguiente, concebimos que la persona es espiritual y posee una facticidad

psicofísica (Frankl, 1997). Es imperativo demarcar esta diferenciación, ya que la

persona individualiza y hace intransferible su organismo psicofísico. Es decir, lo hace

suyo (Etchebehere, 2009). Por ende, utilizando lo psicofísico como herramienta y como

medio de expresión, la persona también es centro de las otras acciones del hombre

(Etchebehere, 2009).

Siguiendo en esta línea, Frankl (1982), expone diez tesis sobre la persona,

incluyendo reflexiones interesantes sobre su concepción:

1. La persona es un individuo. Esto, implica que no se puede dividir, ni escindir ni

partir. Es una unidad.


2. La persona es una totalidad. No sólo no puede dividirse, sino tampoco puede

agregársele nada. Es única e irrepetible (Oro, 1997). No puede masificarse, ya

que pierde su responsabilidad, tampoco puede incluirse en categorías como

“masa”, porque pierde su individualidad (Oro, 1997).

3. Cada persona es un ser nuevo. Con cada individuo que nace, se introduce en la

existencia, un nuevo ser, ya que “la existencia espiritual, no puede propagarse,

no puede pasarse de padres a hijos” (p.107).

4. La persona es espiritual. De acuerdo a este carácter, se opone facultativamente al

organismo psicofísico, siendo éste un instrumento para que el individuo se

exprese y actúe. Aquí, incluye un principio clave: el espíritu no enferma. Este es

el credo psiquiátrico: La fe que más allá de los síntomas de cualquier patología

hay una persona espiritual que continúa. De lo contrario, ¿cuál sería el sentido de

curar lo psicofísico?

5. La persona es existencial. No es un ser fáctico, es decir, hecho, acabado, sino

facultativo, en devenir, un ser siendo (Oro, 1997). La persona es un ser

facultativo: “…él existe de acuerdo a su propia posibilidad para la cual o contra

la cual puede decidirse” (p.111).

6. La persona es yoica. No está dominada por el ello ni su yo deriva de él. El

individuo es inconsciente, allí donde radica lo espiritual, siendo sus actos

irreflejos e irreflexivos.

7. La persona no sólo es unidad y totalidad en sí misma, sino que, también, brinda

unidad y totalidad, siendo, el ser humano “representante de la unidad corpóreo –

anímico – espiritual (Oro, 1997). Hecho, que es exclusivo del ser humano, ya

que es el único que tiene autoconciencia de su vínculo con lo psicofísico (Oro,

1997). En este apartado, se establece el segundo credo: el credo psicológico. El


mismo, es la fe en la capacidad del espíritu del hombre de resistir a lo psicofísico

(antagonismo psiconoético facultativo).

8. La persona es dinámica. Lo espiritual, se despliega en la capacidad del individuo

de tomar distancia y alejarse de lo psicofísico (Autodistanciamiento). Ex – sistir,

indica “salirse de sí mismo y enfrentarse consigo mismo” (p.113).

9. Un animal no es persona. No posee la capacidad para trascenderse ni para

enfrentarse a sí mismo, como así tampoco, para entender el sentido de su

sufrimiento (Oro, 1997). Sólo el hombre, por su dimensión espiritual, es capaz

de hacerlo.

10. La persona sólo se comprende a sí misma a través de la trascendencia. Tal es así,

que el entendimiento llegará al hombre ahí, en el lugar donde la trascendencia lo

hace persona.

Por último, no quisiéramos concluir este apartado sin hacer una breve mención a

la relación entre persona y personalidad. La persona en cuanto a que es, dialoga y

adopta una posición frente a lo que tiene (Etchebehere, 2009). En este intercambio

constante con el carácter que se tiene, “… lo va re-formando una y otra vez, “llegando a

ser” una personalidad (Frankl, 1950). Por lo tanto, un individuo no actúa solamente de

acuerdo a lo que es, sino que también es de acuerdo a lo que hace (Oro, 1997). Sin

embargo, cabe aclarar que la personalidad aparece sólo cuando la persona se ha hecho

cargo de su facticidad (Etchebehere, 2009). Sería, en definitiva, lo hecho por la persona

en su diálogo con lo psicofísico (Etchebehere, 2009).


El Hombre está llamado a la Libertad y la Responsabilidad.

Continuando con nuestro recorrido, encontramos que el ser humano está llamado

a ser libre, como así también, a hacerse responsable (Pareja Herrera, 2007).

El médico austríaco, indica que el individuo es hombre cuando es libre, ya que la

libertad para decidir sobre su propio ser es lo que lo separa de los animales (Frankl,

1946).

Frankl (1987b) manifiesta que la necesidad y la libertad nunca se hallan en un

plano similar, sino que, precisamente, la persona trasciende sus necesidades a través de

su libertad. Asimismo, declara que la libertad puede ser frente a tres cosas: los instintos,

la herencia y el medio ambiente (Frankl, 1987b).

El pensador vienés argumenta que la libertad – de, es una libertad caracterizada

en negativo, estableciendo que la libertad lleva, en su interior, una orientación hacia lo

trascendente, convirtiéndola en libertad – para (Pareja Herrera, 2007). Esta libertad –

para, remite a una libertad para hacerle frente a los condicionamientos y asumir la

responsabilidad de nuestra propia existencia (Frankl, 1946). Por ende, conceptualizamos

que la libertad abarca un doble movimiento: Por un lado, ser libre de ser impulsado por

los instintos; por otro, se es libre para realizar y ejecutar en forma concreta nuestra

existencia (Fizzotti, 1974).

Prosiguiendo con este apartado, observamos que esta libertad – para remite a lo

que constituye “el proyecto personal de humanización, es decir, responder” (Pareja

Herrera, 2007, p.153). ¿Por qué decimos responder? Ya que es la vida quien interroga al

hombre y no al revés, siendo éste quien debe contestar y hacerse responsable (Frankl,

1946). Esta responsabilidad no es sólo una habilidad, sino también, una capacidad y una
actitud (Pareja Herrera, 2007), las cuales tenderán siempre a una situación particular y

concreta (Frankl, 1946).

Se debe destacar que, el ser humano no es responsable de otra cosa que su propia

existencia (Pareja Herrera, 2007), Es decir: “…de realizar las posibilidades pasajeras, de

cumplir el sentido de su vida personal y de sus situaciones concretas” (Frankl, 1984,

p.45).

Por lo tanto, podríamos pensar que el ser humano es hombre ahí donde es

protagonista, donde se hace cargo de su vida (Etchebehere, 2009). Al respecto, Frankl

(1974, p.24) manifiesta: “El ser hombre propiamente comienza por tanto allí, donde

deja de existir el ser impulsado, para a su vez cesar cuando deja de ser responsable”.

El Hombre en Busca de Sentido.

Por último, observamos que el ser humano está llamado a buscarle un sentido a

su vida, pero no con preguntas, sino respondiendo las interrogantes de la vida con su

propia vida, en forma acciones, aceptando las donaciones de la vida o a través del

sufrimiento (Frankl, 1962). Asimismo, la persona no es empujada, sino atraída por el

sentido, decidiendo ante él libremente (Pareja Herrera, 2007).

Frankl (1946) plantea que el problema del sentido es una expresión de lo

verdaderamente humano en el hombre. Manifiesta que cada individuo tiene una misión

en la vida, un deber que cumplir, el cual es situacional y personal (Frankl, 1946). Por

tanto, cada situación le plantea al hombre un reto o una respuesta que sólo él estará

preparado para dar (Frankl, 1962). Esto hace que cada persona sea insustituible e

irremplazable, confiriendo un valor único a su vida (Frankl, 1946). Cabe observar, que

esta misión existe más allá el individuo se anoticie de ella o no; empero, cuanto mayor
comprensión tenga del carácter de la misma, mayor sentido tendrá su vida (Frankl,

1946).

Eso sí, la pregunta por el sentido de la vida sólo puede formularse en una

situación concreta: es decir, en el mundo, fuera de sí mismo (Frankl, 1946). Al respecto,

el pensador vienés indica que un individuo podrá encontrar sentido a su vida si lo que

realiza es autotrascendente, dirigido a algo o alguien distinto a él (Frank, 1962). Aquí

nos encontramos con otra capacidad humana esencial: la autotrascendencia (Frankl,

1959). El médico vienés expresa: “Sólo en la medida que vivimos expansivamente

nuestra trascendencia, nos convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos a

nosotros mismos (Frankl, 1959, p.26),”. Ni la autorrealización o ni el autodesarrollo

canalizan la realización del hombre; sólo cuando se asume una misión en el mundo,

única para sí mismo (Frankl, 1947). En definitiva, el hombre “… puede realizarse sólo

en la medida que logra la plenitud de un sentido fuera en el mundo no dentro de sí

mismo (Frankl, 1982, p.21).

En consecuencia con lo redactado en este apartado, Frankl plantea una voluntad

de sentido, oponiéndola a la voluntad de placer, esgrimida por Freud y a la voluntad de

poder, argumentada por Adler (Frankl, 1947). Establece que es una fuerza primaria que

impulsa al hombre a buscar el sentido de su vida (Frankl, 1962). Explica que es una

necesidad irreductible a otras, existente en todo individuo (Frankl, 1982), siendo la

motivación básica de todo ser humano (Pareja Herrera, 2007). Debemos aclarar, que

esta voluntad puede verse afectada, cayendo en ser humano en un sentimiento de vacío

y falta de sentido (Frankl, 1947). Esto se denomina frustración existencial (también

llamada vacío existencial) y demuestra, por su parte, que la persona no ha buscado o no

alcanzado el sentido de su vida (Pareja Herrera, 2007), manifestándose su patología en

forma de tedio y aburrimiento (Frankl, 1962).


Para finalizar, no quisiéramos olvidarnos de un aspecto muy peculiar: los

valores. Lo haremos de manera muy resumida y por un solo motivo: Frankl (1984)

indica que a través de ellos puede alcanzarse la realización del sentido. El mismo puede

descubrirse mediante tres maneras: La primera vía es a través de una creación, una obra

o el trabajo (Frankl, 1959). Es algo que se da al mundo (Pareja Herrera, 2007) y

corresponde a los valores creativos (Frankl, 1946). El segundo camino es mediante el

vivenciar una experiencia, asimilar el mundo y/o la belleza (Etchebehere, 2009) y/o en

un encuentro con el otro (Frankl, 1959). Por tanto, el sentido puede ser hallado no sólo

en el trabajo sino también en el amor (Frankl, 1959). Esta vía tiene que ver con recibir

algo del mundo (Pareja Herrera, 2007) y corresponde a los valores experienciales

(Frankl, 1946). La tercera ruta refiere a la actitud frente a un destino irremisible, una

limitación en su vida o una situación desesperada (Frankl, 1959). Este es el camino más

importante y corresponde a los valores actitudinales (Frankl, 1946). Esta postura

permite al hombre elevarse por sobre sí mismo y modificarse a sí mismo (Frankl, 1959).

Estos valores surgen cuando el hombre ya no puede crear nada ni vivenciar nada (Pareja

Herrera, 2007), sino que se dan cuando “…un hombre se enfrenta con un destino que no

le deja otra opción que afrontarlo…” (Frankl, 1946, p.60). Es decir, cuando se le

presenta a la persona hechos irreparables e irreversibles (Pareja Herrera, 2007), en los

que puede incluirse lo que Frankl (1984) llamó tríada trágica: culpa, sufrimiento (dolor)

y muerte.

En conclusión, los valores de actitud emergen cuando el ser humano se enfrenta

a situaciones que demandan lo que el médico austríaco llamó la capacidad humana más

posible: “la capacidad de transfigurar el sufrimiento en un logro humano” (Frankl,

1995, p.56).
REFERENCIAS

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