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Grados de Santidad - Francisco Garrido Delgado
Grados de Santidad - Francisco Garrido Delgado
Son las almas de los pecadores endurecidos, que viven habitualmente en pecado, sin
preocuparse de salir de él. La mayoría de ellos pecan por ignorancia o fragilidad, pero no
faltan quienes se entregan al pecado por fría indiferencia y hasta por obstinada y satánica
malicia. En algunos casos, ausencia total de remordimientos y voluntaria supresión de toda
oración o recurso a Dios.
b) Barniz cristiano
Pecado venial. —Deliberadamente, nunca. Alguna vez por sorpresa o con poca advertencia.
Vivamente llorado y seriamente reparado.
Imperfecciones. —Reprobadas seriamente, combatidas de corazón para agradar a Dios. Alguna
vez deliberadas, pero rápidamente deploradas. Actos frecuentes de abnegación y de renuncia.
Examen particular encaminado al perfeccionamiento de una determinada virtud.
Prácticas de piedad. —Cada vez más simples y menos numerosas, pero practicadas con
ardiente amor. La caridad va teniendo una influencia cada vez más intensa y actual en todo lo
que hace. Amor a la soledad, espíritu de desasimiento, ansias de amor a Dios, deseo del cielo,
amor a la cruz, celo desinteresado, hambre y sed de la comunión.
Oración. —Vida habitual de oración, que viene a constituir como la respiración del alma.
Oración contemplativa de unión. Con frecuencia, purificaciones pasivas y epifenómenos
místicos.
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Principiantes
(Vida purgativa, vida ascética)
Virtudes iniciales. Primer grado de la caridad, templanza, castidad, paciencia; primer grado
de humildad.
Dones del Espíritu Santo. Más bien latentes. Inspiraciones a raros intervalos. Poca atención aún
a aprovecharse, poca docilidad. El alma tiene conciencia, sobre todo, de su propia actividad.
Purificación activa del sentido y del espíritu, o sea, mortificaciones externas e internas.
Oración adquirida: oración vocal, oración discursiva, oración afectiva, que se simplifica cada
vez más, llamada oración adquirida de recogimiento.
Moradas de Santa Teresa. Primeras y segundas.
Proficientes
(Vida iluminativa, umbral de la vida mística)
Virtudes sólidas. Segundo grado de la caridad, obediencia, humildad más profunda; espíritu
de consejo.
Dones del Espíritu Santo. Comienzan a manifestarse, sobre todo, los tres dones inferiores de
temor, ciencia y piedad. El alma, más dócil, aprovecha más las inspiraciones e iluminaciones
internas.
Purificación pasiva del sentido, bajo el influjo especialmente de los dones de temor y de
ciencia. Pruebas concomitantes.
Oración infusa inicial. Actos aislados de contemplación infusa en el curso de la oración
adquirida de recogimiento. Después, oración de recogimiento sobrenatural y de quietud.
Influencia manifiesta del don de piedad.
Moradas de Santa Teresa. Terceras y cuartas.
Perfectos
(Vida unitiva, vida mística)
Virtudes eminentes y heroicas. Tercer grado de la caridad, perfecta humildad, gran espíritu
de fe, abandono, paciencia casi inalterable.
Dones del Espíritu Santo. Los dones superiores se manifiestan más visible y frecuentemente. El
alma está como dominada por el Espíritu Santo. Gran pasividad, que no excluye la actividad de
la virtud.
Purificación pasiva del espíritu, bajo la influencia especialmente del don de entendimiento.
Pruebas concomitantes en las que se manifiestan los dones de fortaleza y de consejo.
Oración infusa de unión simple, de unión completa (a veces extática) y de unión
transformante, bajo el influjo cada vez más intenso del don de sabiduría. Gracias
concomitantes.
Moradas de Santa Teresa. Quintas, sextas y séptimas.
Tal es, en sus líneas fundamentales, el camino que suelen recorrer las almas en su
ascensión a la santidad. Dentro de él caben infinidad de matices—no hay dos almas que se
parezcan enteramente—, pero el director experto que se fije cuidadosamente en las
características generales que acabamos de describir podrá averiguar con mucha aproximación
el grado de vida espiritual alcanzado por una determinada alma.
Vamos a examinar ahora con todo detalle los dos aspectos fundamentales de la vida
cristiana: el negativo, o sea, lo que hay que evitar o combatir, y el positivo, o sea, lo que hay
que practicar o fomentar. Ya hemos dicho que ambos aspectos van juntos en la práctica y
resultan de hecho inseparables; pero por necesidades pedagógicas y en aras, sobre todo, de la
claridad y precisión, vamos a examinarlos por separado en los dos libros que constituyen esta
tercera parte de nuestra TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN.