You are on page 1of 6

La militarización del espacio, última frontera de las power politics

2017-01-10 07:01:48 Diego Mourelle

El espacio exterior constituye la última gran frontera de las luchas de poder entre las grandes potencias globales. Tradicionalmente
dominado por EE. UU., el espacio se ha convertido hoy en un objetivo prioritario para China y Rusia, pero también para nuevas
potencias regionales. Así, Pekín y Moscú están tratando de minimizar su inferioridad estratégica en el espacio a pasos agigantados. La
pregunta es: ¿lo lograrán sin que se produzca un conflicto espacial?

Generalmente, cuando se habla de la militarización del espacio, lo primero que nos viene a la mente es alguna película de la famosa
saga de George Lucas La guerra de las galaxias. Y, aunque parezca mentira, esta relación que se establece en el imaginario colectivo
no es del todo desacertada. No en vano, la franquicia puesta en marcha en 1977 con el estreno de Star Wars: Episodio IV – Una nueva
esperanza responde a un determinado contexto del sistema internacional donde la carrera espacial entre los EE. UU. y la URSS se
había intensificado a marchas forzadas en pleno corazón de la Guerra Fría.

Así, mientras generaciones enteras soñaban con poder ser astronautas y seguir los pasos de Neil Armstrong, Edwin Aldrin, Valentina
Tereschkova o Yuri Gagarin, las dos superpotencias competían por alcanzar una superioridad militar estratégica para la que el espacio
exterior se había convertido en pieza fundamental. Sería esta una rivalidad en la que los soviéticos habían comenzado con ventaja a
finales de los 50 y principios de los 60 para posteriormente ir perdiendo terreno en favor de la progresiva hegemonía norteamericana.
Siguiendo esta tendencia, desde los años 70, EE. UU. iría consolidando gradualmente un poderío militar que ha logrado pervivir hasta
nuestros días. De tal forma, la militarización —que no necesariamente la armamentización— del espacio es una realidad que está cada
vez más presente y juega un rol esencial en el panorama de la seguridad internacional y, por tanto, en las relaciones exteriores de las
principales potencias nucleares del mundo.

Los orígenes de la militarización del espacio


En primer lugar, hay que aclarar que militarización y armamentización del espacio son dos conceptos diferentes. El primero implica la
utilización del espacio con fines militares. El segundo se refiere al despliegue de armamento en el espacio, aunque también hay quien
considera los sistemas de armamento ubicados en tierra, mar y aire con capacidad destructiva ultraterrestre como ejemplos de
armamentización espacial.

En 1954 se publicaba el cómic Las


aventuras de Tintín: Aterrizaje en la luna,
del escritor belga G. Hergé. Fuente:
Editorial Juventud

Aclarada esta diferencia, se puede situar el inicio de la carrera por el control del espacio exterior en el lanzamiento del satélite soviético
no tripulado Sputnik I el 4 de octubre de 1957. Este hecho se producía en un contexto de competición armamentística entre las dos
superpotencias en la que la amenaza de una guerra nuclear servía como principal dispositivo de disuasión mutua. Por ello, los éxitos
cosechados por los programas espaciales soviéticos en los 50 y 60 sembraron una notable preocupación en Washington. La
respuesta de la Administración Eisenhower fue casi inmediata: crear en 1958 la Agencia Espacial de los Estados Unidos (NASA por
sus siglas en inglés). A ello seguiría la programación, ya durante los mandatos de John F. Kennedy, Lindsay B. Johnson e incluso
Richard Nixon, del plan “Nueva Frontera” para desarrollar hacia finales de los 60 un programa espacial —Apolo— que, por un lado,
lograse llevar al hombre a la luna y, por el otro, lanzase un mensaje contundente de superioridad a Moscú.

De manera aparejada a estos desarrollos se encontraban los intereses que tanto estadounidenses como soviéticos poseían en
asegurar su dominio estratégico fuera de la órbita terrestre para alcanzar el anhelado control de los espacios —command of the
commons— y extender su dominio a todos los entornos de batalla: tierra, mar, aire y espacio. Bajo esta lógica, las dos superpotencias
desarrollaron los primeros misiles antisatélites defensivos, conocidos como ASAT. Además, por parte soviética, se impulsarían armas
orbitales como la primera serie de misiles balísticos intercontinentales (IBMC en inglés) o los sistemas de bombardeo fraccionado
orbital (FOBS en inglés), mientras que los estadounidenses desarrollarían los misiles antibalísticos Nike Zeus y Nike X, así como los
programas Sentinel o Safeguard, pensados para neutralizar posibles ataques de IBMC soviéticos y proteger las capacidades de
disuasión nuclear de EE. UU.

Un momento clave en este proceso se produce durante la Administración Reagan con el anuncio del lanzamiento de su Iniciativa de
Defensa Estratégica (SDI en inglés) en 1983, conocida como “Guerra de las Galaxias” por la trilogía original. Con ella se buscaba
desbordar las teorías de la represalia masiva y de la destrucción mutua asegurada (MAD en inglés). Así, con la colaboración del físico
Edward Teller, Reagan pretendía articular un complejo sistema de defensa capaz de anticipar y eliminar amenazas nucleares mediante
el desarrollo de ICBM con trayectoria orbital y misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM en inglés). Estas capacidades
conformarían un escudo de defensa espacial antimisiles habilitado para detectar y destruir los misiles disparados por los enemigos en
sus dos etapas de lanzamiento y navegación, lo que imposibilitaría un ataque por sorpresa de Moscú. No obstante, a pesar del eco
alcanzado, la iniciativa terminó por ser fuertemente criticada y descartada por su inviabilidad técnica.

Un F15 Eagle estadounidense lanzando un


misil ASM-135 en 1985. Fuente: Ejercitos.org

Algunos años después, tras la desmembración de la URSS, se produciría un cambio de contexto ideacional y material en el que la
defensa antimisiles pasaría a ser de menor importancia estratégica para los EE. UU. Ahora bien, la hegemonía norteamericana en la
batalla por el espacio se había consolidado ya y dotado al país de un dominio absoluto que le permitió articular sendas Estrategias de
Seguridad Nacional en 2002 y 2006 bajo la doctrina second-to-no-one, que establece que EE. UU. no puede estar en inferioridad militar
con ninguna otra potencia en el mundo. Esta dinámica se ha mantenido hasta nuestros días, aunque cada vez son más los países que
intentan disputar la preponderancia estadounidense en el espacio.

La doctrina espacial de EE. UU. en el siglo XXI


El siglo XXI comenzó para EE. UU. con el espejismo unipolar y su superioridad absoluta en el espacio. Con la llegada de George W.
Bush al poder, esta “última frontera” dejaría de ser vista por el Pentágono como patrimonio de la humanidad para transformarse en un
nuevo apéndice de luchas geopolíticas que tenían como finalidad difundir la pax americana “hasta el infinito y más allá”.

En la doctrina Bush, plasmada inicialmente en la Quadrennial Defense Review de 2001, cualquier traba para la libertad de acción de
EE. UU. en el espacio resultaría inaceptable y violaría su soberanía nacional. Es por ello que, tan solo dos meses después del 11S,
Washington decidió retirarse del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM en inglés) establecido con la URSS en 1972. El objetivo
último era desarrollar un escudo antimisiles que protegiese a EE. UU. por todos los medios a su alcance contra hipotéticos ataques
procedentes de Estados canallas. Bajo este pretexto se desarrollarían sistemas láseres a bordo de naves espaciales (ABL en inglés),
nuevos ASAT y otros instrumentos para proteger las infraestructuras satelitales norteamericanas frente a un posible “Pearl Harbour
espacial”. Semejantes iniciativas provocaron que numerosos sectores acusaran al Gobierno de emprender una carrera de armamentos
de forma unilateral y contraria a las regulaciones internacionales vigentes sobre el uso pacífico del espacio. Sin embargo, en su Política
Espacial Nacional de 2006 la Administración Bush manifestó que, al no disponer de armas en el espacio, tampoco habría necesidad de
regular su uso a través de acuerdos internacionales, una postura que se mantuvo hasta el fin de su mandato, especialmente tras los
ensayos ASAT chinos de 2007.
El test ASAT chino de 2007 obtuvo respuesta al año
siguiente con la destrucción del satélite USA-193 por
parte de EE. UU. En la imagen, el lanzamiento de un SM3
desde el buque Lake Erie (CG70), del Aegis. Fuente: U.S.
Navy

En 2010, con la Estrategia Nacional del Espacio presentada por la Administración Obama se cambiaban ciertas formas de esta
doctrina. Esta afirmación no debe invitar a pensar que EE. UU. estuviese o esté dispuesto a asumir a la ligera un marco jurídico
vinculante sobre la regulación de armamentos espaciales. De hecho, la línea de Obama se mantiene continuista con la importancia de
asegurar la ventaja estratégica estadounidense en el espacio. No deben extrañar, pues, los ensayos con los misiles SM3 incorporados
a los buques del sistema de combate Aegis (ACG en inglés) o el lanzamiento del avión espacial X-37B de Boeing. Pero lo que sí
cambia es la voluntad de solucionar los problemas de seguridad espacial a través de una cooperación transnacional reforzada, más
multilateral, y no solamente por la vía unilateral de su predecesor. En este sentido, la doctrina Obama se ha mostrado ligeramente
menos reacia a posibles regulaciones de armas espaciales, siempre y cuando tales disposiciones sean equitativas, verificables y
aumenten la seguridad nacional de EE. UU.

El objetivo es evitar en lo posible una futura carrera de armamentos, preferiblemente mediante acuerdos políticos, aunque, si finalmente
esta resultase inevitable, la prioridad sería mantener la superioridad espacial frente a sus competidores. De este modo, la
Administración Obama no ha renunciado a reforzar, a través de la Iniciativa de Innovación de Defensa de finales de 2014, las
capacidades ofensivas y defensivas espaciales que aseguran el dominio estratégico norteamericano. Es más, su principal
preocupación recae sobre la ausencia de una disuasión efectiva contra posibles ataques enemigos hacia su constelación de sistemas
espaciales. La razón es sencilla: hay capacidades que solo EE. UU. posee en este campo y, por tanto, la represalia tendría que ser
necesariamente asimétrica. Sin embargo, cada vez son más los críticos que sostienen que esta superioridad estratégica no se podrá
mantener por mucho más tiempo con la insuficiente inversión actual y los veloces avances rusos y, sobre todo, chinos en este campo.

La batalla sino-rusa por destronar a EE. UU. de su hegemonía espacial


China y Rusia son los dos principales candidatos para tratar de limitar —o, si se prefiere, desgastar— la superioridad militar,
tecnológica y estratégica de EE. UU. fuera de la órbita terrestre. Ambas potencias son conscientes de que las infraestructuras
espaciales poseen cada vez más importancia para el desarrollo de operaciones militares, localización, identificación y destrucción de
objetivos, navegación y comunicaciones, pilotaje de drones o lanzamiento de misiles, entre otras funcionalidades. A sabiendas de ello,
China y Rusia se han convertido en las principales defensoras del establecimiento de marcos jurídicos internacionales sobre
desmilitarización espacial, apoyados en el Tratado del Espacio Exterior de 1967. El ejemplo más evidente lo constituyen las sucesivas
Comisiones de Desarme de Ginebra, en las que estos países han abogado en más de una ocasión por la no militarización del espacio
y la prohibición de instalar sistemas armamentísticos en la órbita ultraterrestre.

Esta estrategia ha sido percibida por las diferentes Administraciones estadounidenses como un caballo de Troya con el que ambas
potencias pretenden reducir la brecha tecnológica que mantienen con Washington. Tales sospechas se acentúan al constatarse que
tanto China como Rusia están desarrollando también capacidades militares habilitadas para operar contra objetivos terrestres y
ultraterrestres.
Países con capacidades de lanzamiento orbital. Fuente: California Tecnology
Institute

China, por ejemplo, ha venido desarrollando pruebas con misiles ASAT desde 2007, con los que han logrado la destrucción, mediante
un misil balístico cinético KKV, del viejo satélite meteorológico Fengyun 1C. Semejante logro fue un auténtico golpe de efecto que
ocasionó una fuerte protesta internacional al no haber sido anunciado previamente. Paralelamente, el ensayo lanzó un mensaje al
mundo en general y a EE. UU. en particular: China había entrado de lleno en la competición por la militarización del espacio.

El test ASAT de 2007 fue la primera gran advertencia china en el espacio. Fuente: Stratfor

Esta realidad se confirmaría en el Libro Blanco de la Defensa, publicado por el Ejército de Liberación Popular (ELP) en 2015; en él se
define el espacio como la “cúspide de la competición estratégica internacional”. Por ello, China está interesada en modernizar sus
capacidades espaciales mediante el desarrollo de su propio sistema de posicionamiento global, el BeiDou, así como nuevos ASAT
cinéticos y cibernéticos, armas de energía dirigida (DEW en inglés) y avances en el sistema C4ISR (Comando, Control,
Comunicaciones, Computadoras, Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento). Incluso hay quien señala queel país busca emprender el
desarrollo de un Programa Espacial de Energía Solar (SBSP por sus siglas en inglés) para saciar su demanda interna de energías
limpias aprovechando recursos solares desde el espacio. Con este mismo fin, Pekín está tratando de impulsar programas de minería
en la cara oculta de la Luna y en diferentes asteroides, por no mencionar sus intenciones de construir su propia estación espacial, la
Tiangong, en 2020.
Según el analista chino Dean Cheng, algunas de estas medidas están enfocadas a desarrollar capacidades de lanzamiento temprano
de misiles espaciales, sistemas de vigilancia espacial, vehículos de destrucción cinética y otras capacidades tanto ofensivas como
defensivas. Con ello, China busca alcanzar el dominio del espacio y, sobre todo, de la información a través de estrategias asimétricas e
intentar así desbordar la superioridad de fuerzas convencionales estadounidenses en un hipotético conflicto sobre Taiwán. Además,
China está tratando de explotar al máximo las vulnerabilidades que observa en la dependencia estadounidense de sus satélites de
extrema alta frecuencia avanzada (AEHF en inglés). Por ello, el Gobierno de Xi Jinping parece haber dotado de un mayor protagonismo
a la esfera espacial, donde sabe que puede obtener mayores ventajas competitivas frente a lo que para muchos puede ser el cabello de
Sansón de Washington.

En el caso ruso, las pretensiones de acortar la brecha espacial con EE. UU. no distan mucho de las chinas. Tras el desplome de la
URSS, el país ha pasado por años difíciles; pese a ello, sus analistas de defensa han coincidido en señalar que las nuevas guerras se
caracterizarán por la creciente preponderancia del ámbito aeroespacial. Esto se debe a que es en esta dimensión donde se ubicarán
los sistemas de información satelitales, indispensables para el desempeño de los combates, cada vez más robotizados y
automatizados, del siglo XXI.

El espacio se ha convertido en una pieza clave del pensamiento estratégico de las grandes potencias. Fuente:
Russia Today

Actualmente, la Doctrina militar de Rusia de 2010 y su revisión de 2014 consideran la militarización del espacio y el despliegue de
armamento estratégico convencional de precisión como una de las principales amenazas para la seguridad nacional del país. Así,
Rusia asegura rechazar tajantemente el despliegue de armas en el espacio. Es por ello que ha estado tratando de impulsar los
distintos borradores del Tratado de prevención contra el despliegue de armas en el espacio exterior y la amenaza del uso de la fuerza
contra objetos del espacio exterior, de 2014. Además, la preocupación de Moscú se acentúa especialmente por la mala calidad de sus
infraestructuras espaciales y por el relativo infradesarrollo de sus sistemas de información satelital, en muchas ocasiones herederos
poco modernizados de los antiguos modelos soviéticos.

Sin embargo, esto no ha sido un obstáculo para que el Gobierno de Putin tratase de incrementar sus capacidades militares, orientadas
hacia el espacio exterior en los últimos años. Amén del desarrollo de misiles ASAT, láseres o robots espaciales destructores, Rusia ha
intensificado desde 2007 sus programas militares de alerta temprana, reconocimiento óptico, inteligencia o comunicaciones y
navegación. Todos estos instrumentos tienen un alto valor operativo, con los sistemas satelitales de alerta temprana como
especialmente relevantes para una potencia como Rusia, cuya disuasión sigue descansando sobre sus fuerzas nucleares
estratégicas. Además, al igual que Pekín, Moscú ha buscado consolidar su propio sistema de posicionamiento global, conocido como
Glonass. En este aspecto, incluso se han alcanzado acuerdos de utilización conjunta de este GPS ruso con India, Kazajistán, Ucrania
o Cuba. Aun así, en términos comparativos, Rusia sigue bastante por detrás de EE. UU. y China en cuanto a las dinámicas de
militarización del espacio.
Número de satélites militares por país y su régimen de utilidad en 2012. Fuente: CIC

Los riesgos de la multipolarización del espacio

La basura espacial puede constituir


una amenaza de primera magnitud en
el futuro cercano. Fuente: NASA

Las amenazas de una armamentización y lucha por el control del espacio son cada vez mayores. Las principales superpotencias son
los actores más importantes para evitar tales dinámicas, aunque no los únicos; al fin y al cabo, cada vez son más los países que,
como Israel, Irán, Japón o India, están poniendo su punto de mira en las estrellas.

La multiplicación de riesgos que esto entraña no es menor y el desencadenamiento de dilemas de seguridad en el espacio podría tener
efectos devastadores para todo el planeta. Mientras esto ocurre, potencias defensoras del Derecho suave —soft law—, como la UE o
Canadá, están intentando ejercer su liderazgo diplomático mediante mecanismos multilaterales y normativos como el Código
Internacional de Conducta sobre Actividades en el Espacio Exterior de 2014, aunque de momento los resultados son limitados por las
luchas de poder entre Estados.

Ante este panorama, es necesario profundizar el conocimiento de esta realidad para comprender unos riesgos que trascienden, con
mucho, la seguridad nacional de las principales potencias globales. Hoy más que nunca, las consecuencias que depara una posible
carrera de armamentos en el espacio suponen una amenaza para la seguridad de la ciudadanía mundial en su conjunto.

Compártelo:

Twitter
Facebook
LinkedIn
Meneame
Correo electrónico

You might also like