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IMastraciones ‘Angel Esteban Ad laptacion de textos ‘Condo Uribe Corea ‘© bel ea, Miguel Angel Mondo, 1987 © 002 MIL EDICIONES ‘es: ASU? SETAC, hn 2 4 (aft SUNAET EDICIONES ign (Ant) axe 288 1472 petados Abroos: 1742 5962 MDINLIN COLOMBIA. INTE IN COLOMBIA ID ASS OS & Miguel Angel Mendo El vendedor de agujeros Hlustraciones de Angel Esteban Introduccién «El vendedor de agujeros» es una pequefia novela de aventuras. La idea de escribirla me surgi6 a partir de una noche de esas que ests con los amigos charlando y diciendo tonte- fas (y creo que muchas cosas interesantes surgen de ese tipo de tonterfas). Entre las muchas que se dijeron a mf se me ocurrié que podria estarmuy bien que en vez-de tener que utilizar taladradoras, uno pudiese ir a la fe- rrcterfa y comprar «agujeros» del ancho y la profundidad deseada, como actualmente se va ala papelerfa a comprar letras adhesivas, 5 En fin, que seria divertido que hubiese agujeros-pegatina, ‘A partir de esa bobada surgié este libro que tienes en las manos. No sé por qué, alos pocos dias me acordé de aquella idea y la asocié para siempre a un personaje: Porfirio, que seria el tipico representantes que va por Jas casas con su maletin Heno de un amplio vestrario de agujeros intentando conseguir que el ama de casa le deje realizar una demostracién gratuita, Y acabo de darme cuenta de que, de alguna forma, me inspiré en un personaje real de mi infancia, Se trata de un sefior bajito y vestido con un desgastado traje gris que venfa cada cierto tiempo llamando a los timbres con su ‘maletin y preguntaba que si temfamos bom- billas fundidas. Como ya lo sabfamos, en casa se guardaban todas las bombillas que se estropeaban y sc le entregaban a este buen sefior, que al cabo de una semana aparecia con las bombillas arregladas. Por cada una de ellas cobraba cincuenta centavos. Este hombrecito, aunque parezea sacado de un cuento, existia de. verdad, y avin no puedo imaginar-c6mé hacia para arreglar las bom- ALydia billas, y menos atin c6mo podia vivir de eso. ‘También ahora me doy cuenta de que la abuela de mi cuento se parece en muchas ‘cosas a mi abuela Crescencia. Bra lista como ella sola y no paraba quieta ni un solo ins- tante, Lo que mAs recuerdo de ella era cuan- do nos quedabamos los domingos en casa y mirébamos por la ventana cémo pasaba la inmensa multitud de gente que salia del es- tadio de fiitbol. Como era de pueblo, debia ser todo un espectéculo para ella, Por tiltimo, decir que el personaje de Peldez no sé si se trata de una venganza Cinofensiva) o de un homenaje oculto a todos los aventureros sin escrépulos. Miguel Angel Mendo ‘ \ Yoo hore wv 1 ‘ Una vez, hace muchos aflos, conoef a un vendedor de agujeros. Se llamaba Porfirio y era un tipo formidable. Era bastante bajito e iba siempre vestido como yo me imaginaba entonces que iban vestidos ios vendedores de cosas raras: con una chaqueta a cuadros, unos pantalones muy anchos y unos grandes Zapatones rojos de punta redonda. Lo conoci un dfa que yo bajaba al pueblo a pasar el verano a casa de mi abuela Josefina, que siempre me esperaba con un delicioso pastel de manzana y una jarra de chocolate caliente cen la mesa de la cocina, Bajé del autobés junto a ta plaza mayor, relamiéndome de antemano s6lo de pensar en la merienda que me aguardaba, asi que es ffcil imaginar lo absorto que iba, El hom- brecito estaba sentado en uno’ de los es- calones de los pérticos, con una pequefia ‘maleta de cuero a su lado. Fue precisamente este maletin el que propicié nuestro en- cuentro, porque yo, siempre tan despitado, tropecé con él y estuve a punto de caer de brruces. De milagro no me rompf la crisma. Pero al maletin le toc6 peor suerte. Del golpe baj6 pegando brincos los cuatro escalones y al Tlegar abajo, no sé cémo, saltaron las ce- rraduras y volaron por los aires dos grandes cearpetas de las que salieron unas extrafias cosas negras y redondas que se esparcieron por todo el suelo. {Dios mio! —exclamé el hombre poniéndose en pie de un salto—. jNo te muevas, por lo que més quieras! {Quédate donde estas! —grité, con los cuatro pelos que tenfa de punta, Yo miré asustado, tratando de averiguar ‘qué peligro podian representar aquellos re- dondeles oxcuros de tan diferentes tamafigs unos gitanos estaban haciendo sus mala- barismos con miisica de tambor y trompeta y que no habia nadie cerca de nosotros, por- que, si no, seguro que también se hubiera colado dentro de los redondeles. ” Miré al suclo a mi alrededor: habfa dece- nas de ellos, unos anchos como tapas de sartén, otros més pequefios que un bot6n. Cuando me vine a dar cuenta, el hombre ya Jos habia recogido casi todos. Se movfa con agilidad y en silencio con un extraiio espejo en la mano. Colocaba el espejo sobre los agujeros, apretaba un bot6n que tenia en la empufiadura y el agujero desaparecia: el suelo quedaba tan firme como antes; luego ponia el espejo frente a unas hojas que habia dentro de los carpetones, volvfa a apretar el botén y allf quedaban los agujeros, planos como platos negros. En un santiamén lleg6 a mi lado, sacé mi pierna del agujero en que se habia colado y, sin decir palabra, lo traslad6 a la carpeta, Hecho lo cual resopl6, se sec6 el sudor con un patiuelo y metié las carpetas dentro de la maleta. Yo le miraba entusias- mado, aiin sentado en el suelo y con Ia boca abierta. Por tltinio, el hombrecito se sent6 12 que estaban repartidos por todas partes a nuestro alrededor. Me sentfa culpable y aver- gonzado de haber ocasionado aquel desastre, pero, la verdad, no me parecieron peligrosos, Sélo temfa que se hubiera roto alguno. Asi que, olvidando sus advertencias, me agaché para ayudarle a recogerlos y cuando fui a levantar uno, que no seria mayor que el plato de una taza de té, vi at6nito, que mi mano, en lugar de agarrar el redondel, se metfa dentro de él. No podfa comprenderio. Di un traspiés y cuando me quise dar cuenta me habfa cafdo y estaba con una pierna metida bajo el suelo, como si me la hubiera tragado el pavimento de laplaza, Menos mal que en la otra esquina u sobre su maletin, se arregl6 su corbatita de Junares y se qued6 miréndome muy serio. —Seré mejor que lo deje para otro dia —tijo como si estuviera hablando consigo mismo, —¢Cémo? —dije yo, EI hombrecillo se sacudié el polvo de un: manga de la chaqueta, i : —Me parece que hoy no es el mejor da Para empezar a vender. Ni hoy ni nunca. tA vender qué? —dije yo levan- téndome, francamente interesado. Nada, olvidalo. Me vuelvo a casa —dijo cogiendo la maleta—, ;Dénde estaba la estacién de autobuses? Ab, si, por aquella calle. Adi6s, chico—y se marché al instante, —iEh, oiga! —salf corriendo detrés de €—. Ni siquiera le he pedido perdén, No sé si le he estropeado algo. De verdad que lo siento mucho —le dije y, sinceramente, me sentia como si por mi culpa tuviera que irse. —No te preocupes, muchacho —me dijo mientras seguia caminando—. Creo que, en el fondo, ha estado muy bien ese tropezén B Permanecié un momento callado. —Ya Io has visto —me contesté—: Agujeros —y se quedé miréndome a los ojos muy serio. Un gran bocinazo retumb6 en todo el lugar. —iQue te bajes de aht, chico, que arran- camos! No sé cémo bajé, pero lo que sf sé es que bajé mal, porque me fui de nalgas contra el suelo, Al instante, una nube de humo pes- tilente me envolvi6 y el autobis, haciendo un ruido infernal, se alej6 poco a poco camino de la carretera. 16 diciendo que hasta la mafiana siguiente no habr{a otro autobiis, y el ajetreo de equipajes que wn par de paisanos repartian en- caramados en Jo alto del autobés mientras los de abajo les gritaban: . Se citaban en el diario algunas extrafias molestias que cicrtos ciu- dadanos habfan sufrido en sus casas, tales como rotura de caflerfas, desperfectos en al- gunos muebles, inexplicables perforaciones en los suelos y en las paredes, etc... La noticia no aclaraba nada mis, suponiamos ‘que para no acrecentar el pénico entre la poblacién, pero inmediatamente nosotros ‘vimos en el asunto, de nuevo, la mano negra de Pelécz, Fue a Porfirio al que se le ocurrié en ese ‘momento ira ver, como si hubiera tenido una corazonada, si todo andaba bien por el galli~ nero, Acudimos los tres a la huerta y vimos censeguida que la ropa que habia tendido ta espejo, y tuvo que agarrarlo con las dos manos. El agujero se resistia a entrar en el espejo y le plantaba cara, Miré por dentro del gallineto y vi c6mo, sin embargo, iba cedien- do, cémo retrocedfa _intermitentemente milimetro a milimetro, Porfirio parecfa que Se agotaba, pues el forcejeo se prolongaba, Hizo un ltimo esfuerzo tirando hacia sf del espejo con toda sus energias y, en ose ‘momento soné un fuerte chasquido que puso Punto final a a contienda. El espejo ya no servia para nada, se habia quebrado en mil pedazos. Se lo cogf de las manos a Porfirio, que estaba agotado, y Io que es més, derro- tado. El agujero seguia alli, en la pared, Aquel fue un momento muy triste. El cansan- cio de tantos dfas de trabajo continuo, junto con la tensién de los iltimos dias y ta falta de reposo habfan dejado en los ojos de Por- firio unas terribles hucllas. Una cabeza asomé entonces por encima de Ja pequefia tapia de 1a huerta, Era un hombre de unos treinta y tantos afios, casi cuarenta, de aspecto agradable. Yo sabia quién era, —Buenos dfas.';Vive aqui Porfirio Min- gorance? —pregunté, —Pues, en fin, ustedes me Hamaron por teléfono a la redacci6n del periédico —res- pondié el hombre desconcertado—. {Pero flguno de ustedes es Porfirio Mingoranee, si ono? De nuevo las miradas que me taladraban, pero esta vez. Ilenas de asombro. i \—. Se me —Lo ilamé yo ayer —dije al fin ocurrié que, aunque no pudiéramos Hamar a la policia, s{ que podfamos necesitar ayuda, y pensé en el periodista que se habfa atrevido arecorrer el agujero por dentro. Es una buena idea, :n0? Creo que a ellos dos no les parecié tan buena en ese momento, _— {Han venido més periodistas con usted? _—pregunts Porfirio. No. El que me Ilam6 me dijo que era un asunto. muy especial relacionade, con el cagujero vivo» y me rog6 que no hablara de! ‘asunto con nadie —respondi6 el periodista. En ese momento unas manos aparecieron sobre el borde de Ia tapia y surgieron unos ojos que nos miraron a todos en silencio. 80 Asfes que le conté a Elvira toda la historia, Le hablé de Peléez, de mi abuelo, del robo de las férmulas, del fijador de vacio que Porfirio estaba. a punto de conseguir... ¥ lo entendi6 todo a la primera. Vi en ella aquel cardcter de persona decidida y valiente que se adivinaba en el rosiro de su padre, e im- provisando a toda velocidad, le conté lo que —Esta es acompaiia a todas partes ahora que estd en vacaciones. Espero que no les importe, Se lama Elvira. gPodemos pasar? La cosa ya no tenfa remedio. Si la abuela y Porfirio se negaban a recibir a Brandén lo nico que podfa ocurrir era que éste se intere- sara atin mds en el asunto y que lo tuviéramos egado a la casa como una sombra, 0 que una legi6n de periodistas acabara por invadir el pueblo intentando conseguir cualquier infor- macién acerca de nosotros. En situaciones dificiles, siempre que ocurre algo y nadie encuentra ninguna explicacién, los periodis- tas se deticnen. Y casi siempre encuentran algo interesante. La nifia me cay6 muy bien, Pareefa muy despierta y no la encontré nada cursi, En- seguida nos pusimos a hablar y, mientras los mayores tomaban malta en Ia cocina, yo tomé una decisién y se 1a comuniqué a mi nueva aliada, Tenfa que darme prisa si queria conseguir que no me dejaran fuera del final de aquella aventura. No me lo querfa perder por nada del mundo. ¥ ahora que ella habfa aparecido, muchisimo menos. ‘me habia propuesto hacer. A ella le parecié muy bien. Nunca me habia pasado nada parecido: conocera una persona y saber alos ocos instantes que puedes confiar absolut mente en ella, A Elvira y a mf nos pasé justamente eso, Asf es que para cuando terminaron de hablar mi abuela y Porfirio con el periodista, cuando descubrieron a su vez, més par. simoniosamente, que Sergio Brandén podfa ser una persona digna de confianza y muy Valiosa a la hora de entrar en accién, una vez que le resumicron todo el asunto, que le ‘mostraron en qué punto se encontraban las investigaciones en el laboratorio, para enton- ces Elvira y yo ya estébamos montados en un autobis de linea camino de la capital 7 Yo sabia que Porfirio no se moveria de ‘asa de mi abuela hasta no dar con la maldita formula y Elvira me propuso que nos ins- taléramos en el apartamento donde vivian cella y su padre, pues siempre habfa una lave escondida debajo de la madera de la celosia, junto a la puerta. Alli esperarfamos a que ellos vinieran y a mi me seria més fécil quedarme. No causabamos inquietud en el resto de los viajeros; parecfamos dos primitos que venfan del pueblo, de visitar a la abuela, y que regresaban a sus casas. La emocién para mi{era indescriptible, 84 tujo para mf desconocido. Y desde allf arriba, asomado a la ventana de la escalera, se vefa a la gente tan pequefita, De repente algo hizo que me pusiera aler- ta, No #6 qué fue; tal vez. cierta tensién que se respiraba en el ambiente junto con unos ruidos que se ofan tras una de las puertas. Precisamente tras la puerta de la casa de Elvira, Su padre no podfa haber regresado tan deprisa. O puede que sf; puede que hubiera vuelto a toda velocidad en el auto- mévil y nos esperase preocupado. Pero {por qué esos ruidos? Nos acercamos sigilosa- mente, El corazén resonaba en mis ofdos, st tremendo palpito no me dejaba pensar. Pero ime atrevé a tocar la puerta, jEstaba abierta! Por el resquicio vimos que, dentro, un hombre grueso vestido con un traje azul registraba cajones, derribaba estanterias y Vaciaba armarios como un poseso. Elvira y yo nos miramos. No sabfamos qué hacer. Indudablemente, ese sujeto debia de ser et mismisimo Peliez, de eso estébamos segu- ros; pero qué hacia él alli? Un sentimiento de rabia me invadié por completo, Ese hombre era el causante de 88 Era la primera vez que iba a ver la capital, estaba metido hasta el cuello en una histori realmente importante y, por si fuera poco, con una compafiera de aventuras perfecta. Asf que no es extraiio que todo el viaje lo paséramos hablando como dos cotorras fel ces y contemplando entusiasmados todo lo que se oftecia a nuestros ojos, Cuando Hegamos a la ciudad me sentf asin mis impresionado. Pero no me dio sensacién. de agobio, porque por aquel entonces no habfa tantos vehfculos como ahora. Sin em- bargo, a mf me parecié inmenso todo aque- lo. Y lo que més me maravillaba era saber que alli no era observado por nadie, que yo todos aquellos insensatos acontecimientos. ‘Abrf la puerta de par en par y, sin pensarlo dos veces me lancé como una bala de cafién sobre aque! individuo, Con las manos en Ia cabera, agachado, embest{ directamente contra su abdomen, pues él, al ofr mi alocada carrera se habja vuelto hacia mi El impacto debié de ser tremendo, porque yo me hice dafo en el cuelto y of un estruen- do de muebles rotos. —iQué maravilla! jMenudo trastazo le has pegado! Yo atin no habla podido reaccionar. Todavia estaba digiriendo el miedo que me habia hecho pasar Peléez y, sobre todo, an- daba sumamente preocupado por adivinar {qué es lo que podia hacer aquel ser en aquella casa, —Mira —dije casi sin aliento—; oreo que esa es la carpeta que Hevaba en la mano cuando {o tiré al suelo. ;Se la ha dejad Cafda junto a un sofé volcado, entreabier- ta, habja una carpeta con papeles. La cogi. —Espera —dijo ella aceredndose répida- mente—. Primero hay que asegurarse de que el hombre ese no va a volver. Porque al salir habri visto que s6lo éramos tt y yo. Cortf al postigo. No hay nadie. Es posible que vuelva mas tarde; 0 por la noche, para cogernos desprevenidos. Depende de lo importante que sea para él lo que hay dentro de esta carpeta. Elvira no dijo nada, pero no debié de quedarse muy tranguila. Empez6 a colocar 92 taban muy interesadas en que aquellos datos no aparecieran publicados, pues eran las ‘inicas pruebas que habfi sobre la impli- cacién de dichas personas en cierto es- céndalo. A don Roberto debfamos sugeritle que guardara la carpeta en Ia caja fuerte del periédico. Luego nos ordené que volvié- ramos a llamar por teléfono esa misma noche para que Ie contéramos cémo habfa salido todo. Me emocioné mucho oirle decir que era muy importante nuestra misién y que confiaba en nosotros. No podfa venir porque era muy posible que el Ifquido fijador es- tuviera listo por fin al dia siguiente y eso, desde luego, era lo més importante. Por tiltimo, nos dijo que nos verfamos en el apar- tamento al dia siguiente a mediodia, que cerréramos bien la puerta y, por si acaso, nos dio el teléfono de un amigo suyo de toda confianza para que lo laméramos si 10 crefamos necesatio. Después de colgar, mientras Elvira sacaba algunas cosas de comer y abrfa unas latas, me dediqué a leer los papeles de la carpeta. Parecfan contratos, 0 algo asi, En uno de ellos decia que don Benito Peliécz se 94 Jos muebles y a ordenar de nuevo los cajones, asf que dejé 1a carpeta sobre la mesa y me puse a ayudarla. Tenfa fa sensacién de que aquelio ya lo habfa vivido yo antes. Si, al tal Pelfez le encantaba destrozar cosas, de eso no cabfa la menor duda. Por fin, lo organizamos todo. Era un apar- tamento muy luminoso, moderno para aque- lla época, y alegre. Se estaba bien alli Llamamos por teléfono a casa de la abuela, Nos echaron una perorata, pero estaban tan atareados en el laboratorio que, pasados los primeros momentos, se calmaron los ner- vios. El padre de Elvira, Sergio, ayudaba a Porfirio. Les contamos lo del intruso, emo- cionados, y por la descripcién que hicimos, Porfirio nos confirmé que se trataba de Peliez. Enseguida pas6 Sergio al teléfono y, a grandes voces (en aquella época se ofan muy mal las conferencias), nos explicé detalla- damente lo que debfamos hacer con los papeles de la carpeta. Tenfamos que ir a la redaccién del diario «La Mafiana» y entre~ garle al director, don Roberto, Ja dichosa carpeta, Nos dijo que tuviéramos muchfsimo cuidado, porque Peléez y otras personas es- comprometia a entregar tres Agujeros Ins- tanténeos marca «BEPEL» (;serfa de BE- nito PELéez? {Qué descarado!) de (50 metros de longitud y 10 de anchura, ni mas ni menos!, en el plazo de cinco dias, a INSUBSA (Ingenierfa Subterranea, S.A.), que cra la empresa que tenia la concesién de todas las obras de construccién de los tdneles del Metro, a cambio de lo cual recibirfa, 1a mitad por adelantado, tres mil- Jones de pesos (jCaray! ;Por aquel enton- ces aquella era una cifra fabulosal). Por parte de INSUBSA firmaba el contrato don. Benigno Cordel, ingenicro-jefe de la empresa, El segundo contrato era entre el susodicho Peliez y «La Industrial Ferretera, S.A.» y aquf se comprometfa a entregar 500 cajas de Agujeros Instanténeos «BEPEL» de diferentes tamafios, para usos domésticos. Estas cajas se venderian en las ferreterfas a modo de prueba, cada una de ellas con un juego de 20 pequefios agujeros instalados en sus Soportes de Espejo

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