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DEPARTAMENTO DE LENGUAJE Y FILOSOFÍA

Guía Género Narrativo

Nombre:
Curso: 6° Básico.
Profesor: Daniela Herrera P.
Objetivo: Aplicar las características asociadas al género narrativo y literario.

1.Lee el siguiente cuento y responde las preguntas a continuación.

Antes de leer responde:


De acuerdo a la imagen ¿Dé qué crees
que tratará el cuento? ¿Por qué lo
asocias con ello?

En el fondo del jardín


Queridos Monstruos – Elsa Bornemann

Pidió que lo acompañaran a dar una última vuelta por su bello


jardín. Del brazo de una enfermera —entonces— con sus pasos
inseguros y los ojos nublados, el viejo Efraín fue despidiéndose de
cada una de sus plantas, de cada uno de sus árboles.

Conmovidos, los nuevos inquilinos de la casona lo vieron andar a


través de los caminitos, detenerse junto a algunos canteros,
murmurar sobre algunas ramas floridas, acariciar hojas y troncos.
—Él mismo plantó todo —les comentó el dueño de la propiedad,
mientras se abanicaba con el flamante contrato de alquiler.
—Me contaron mis padres que —hace cincuenta años, cuando le
arrendaron la casa— este lugar no era más que una especie de
potrerito... Él lo transformó en jardín con la asistencia de su
mujer, que Dios la tenga en la gloria... —¿Y a dónde lo llevan
ahora? —preguntó Damián, el hijo de la familia que —al día
siguiente— iba a mudarse a esa vivienda.
—A un establecimiento para enfermos mentales... Los vecinos
denunciaron que está medio loco el pobre... Y aunque es muy
tranquilo, no es posible dejarlo acá... No tiene parientes y... Unos
silbidos del viejo y su voz temblorosa llamando al chico,
interrumpieron la charla.
—¿Es a mí al que necesita, abuelo? —gritó Damián, ya que el
anciano se encontraba al fondo del jardín, a unos veinte metros
de ellos.
—Sí, querido —le contestó la enfermera.
—Don Efra desea decirte algo antes de irse... De inmediato, el chico correteó hasta su lado. Entonces, la enfermera ayudó al
viejo a sentarse en un banco de piedra — ubicado junto a una vigorosa y extraña planta que parecía ser su preferida— y se
alejó un trecho. Mientras se tocaba la sien con un dedo índice en movimiento, giratorio y entre risitas apenas contenidas, le
dijo al chico: —Va a confiarte un maravilloso secreto. Me ordenó que los deje solos durante un ratito nomás... Espero que lo
escuches con mucha atención, ¿entendiste? —y le guiñó un ojo. Damián se fastidió. Ya había sido suficiente para él con que la
enfermera hubiera tratado de informarle que el viejito no estaba en sus cabales, mediante esa inequívoca señal que indica que
alguien es chiflado, como para que dudara de su comprensión al punto de hacerle —también— una guiñada. Además, ¿por qué
creía ella que un secreto maravilloso era síntoma de locura? Y cuando Don Efraín le confió aquél —digno de figurar en las
páginas de los cuentos fantásticos que tanto le gustaban— Damián sintió que le hubiera encantado ser su nieto.

Poco más tarde —cuando la ambulancia que trasladaba al anciano partió rumbo al manicomio municipal— nadie advirtió que
los ojitos del muchacho estaban tan nublados como los del casi centenario ex-jardinero.
—¿Qué te contó, Dami? —le preguntaron sus padres —lógicamente intrigados— durante el trayecto en taxi hacia el
departamento que —hasta esa jornada— era su casa. Inútil la insistencia por conocer las palabras que Don Efraín había
confiado a su hijo.
—Es un secreto... —les repetía el chico— ...un secreto maravilloso... Ya había pasado un mes desde la mudanza del estrecho
dos ambientes que ocupaban a partir de su casamiento, a la amplia casona, cuando la mamá de Damián descubrió el baldecito
de juegos de su hijo que el nene conservaba oculto en el galpón del jardín. Entre las mangueras estaba; tapado con una lona;
abajo de la estantería donde habían quedado las herramientas, los frascos de fertilizantes vegetales y los tachos de abono de
Don Efraín. Se dio cuenta de que el nene lo había escondido intencionalmente al ver el contenido. No pudo reprimir una
exclamación de horror al comprobar que el balde estaba lleno de sangre.

—¡No hay secreto maravilloso que valga, Damián! Papá y yo estamos furiosos y —aunque nunca te pegamos— te juro que yo
misma voy a sacudirte a zapatillazos en la cola hasta que nos cuentes qué significa esa sangre fresca que recolectaste en tu
balde; y de quién es, y para qué diablos la pusiste ahí en el galpón ¡y por qué! La madre estaba muy inquieta tras el
impresionante hallazgo. El padre, de miradas amenazantes, de esas que duelen como latigazos; acaso mucho más efectivas que
cualquier discurso cuando uno transita la infancia y experimenta una muda impotencia frente al razonamiento de los adultos.
Sin embargo, Damián resistió todo lo que pudo. Su ser se rebelaba ante la inminencia de la traición a la promesa que le había
hecho a Don Efraín.
Su mamá empezaba a quebrar su silencio con la contundencia del cachetazo, cuando el chico no soportó más esa situación que
consideraba injusta y les gritó: —¡Párenla de una vez! ¡No aguanto más! ¡Mi secreto es maravilloso y lo seguirá siendo aunque
me pelen a tortazos! ¡Pero sé que no van a creerlo! Y tenía razón, aunque sus mayores no lo admitieran. Porque los padres se
rieron cuando —por fin— su hijo les refirió —de pe a pa— todo lo que Efra le había revelado.

—¡Ay, Dami; por qué no nos dijiste esto antes...! ¡Qué amargura nos hubieses evitado, ese viejo está loco! ¿Así que nada
menos que una mandrágora te encargó que cuidaras? ¿Y la regaban con sangre de la carne que yo compro?, ¡aj! Ahora mismo
vamos a arrancar esa planta del jardín. Será muy atractiva y no es responsable de los delirios de un insano, pero ya vas a ver
como hoy se termina tu asqueante tarea, hijo. De raíz la vamos a sacar y listo.
—¡No! ¡Nooooooooo! ¡No la dañen! ¡No la toquen! ¡Noooooooo! — gritaba Damián, a la par que sus padres se dirigían —palas
en manos— dispuestos a desalojar de la casa al vigoroso y extraño vegetal que se erguía junto al banco de piedra del fondo. La
lluvia empezaba a ablandar la tierra, como para simplificarles la tarea de remover de su sitio al añoso ejemplar verde. Y llovió y
llovió mientras que el chico insistía para que no lo hicieran y sus padres punteaban y cavaban en derredor de la planta,
desoyendo sus advertencias.

Cuando la policía llegó a la casona y allanó el domicilio (convocada al lugar por el vecindario que se había alarmado al escuchar
los gritos de Damián —primero— y otros escalofriantes y no humanos —después— entremezclados con los del matrimonio) se
las tuvo que arreglar como pudo ante tamaño espanto. De piernas y torsos semi hundidos en el barro del fondo del jardín que
habían removido, medio enredados entre el follaje de una planta que mostraba al aire sus raíces y estrangulados por sus
ramas, yacían los padres del niño. ¿Y él? Desmayado sobre el pasto, próximo a sus cuerpos y con una mueca de terror en los
labios.

—Pero ¿qué caracho pasó acá?, esto es un miserable yuyo... —opinó el comisario a cargo de la investigación del misterioso
episodio. Sin embargo, se asombró muchísimo cuando observó la raíz, que reproducía —con exactitud— las formas del
esqueleto de un hombre... El caso fue caratulado como "muertes dudosas". Sin embargo, los médicos forenses habían
asegurado que allí lo único dudoso —y “muy”— era el motivo que las había causado. Si bien no
podía negarse que ambos esposos habían sido víctimas de sendos ataques al corazón, repentinos y
fulminantes, no lograban convencerse de la causa, de esa versión de Damián, disparatada como
pocas.

Damián —único testigo visual de lo ocurrido— sólo pudo contar lo que le había tocado —por
desgracia— presenciar, recién una vez que se recuperó —en parte— del tremendo shock nervioso, bajo
cuyos efectos lo había encontrado la policía. Y el nene reiteraba —entrecortadamente— que a sus padres los había asesinado
esa planta del fondo del jardín, que era una mandrágora a la que jamás debían de haber arrancado porque existía una
maldición que recaía sobre quien lo intentara: la muerte irremisible. Los vecinos —en tanto— dijeron que no sólo habían oído
los desesperados gritos del chico y del desdichado matrimonio sino otros, espantosos, como de ultratumba.

—¡Eran los de la mandrágora! —repetía Damián alterado.


—¡Lanzó un aullido de los infiernos cuando mis padres tiraron con fuerza y la sacaron de raíz! ¡Es una planta mágica,
pregúntenle a Don Efraín! La policía consideró prudente no acosar más al pequeño, que fue entregado a la tutela de sus tíos. El
comisario —entretanto— continuaba intrigado por toda la historia y — a pesar de que sabía que iba a interrogar a un demente
— decidió visitar a Don Efraín. El viejo se mostró muy consternado cuando se enteró de la tragedia. Dijo una cantidad de
incoherencias y lloró bastante hasta que estuvo en condiciones de referirse a la maldita planta.

—Claro que era una mandrágora, ignorantes. ¿Por qué se burlan de mí? ¿Acaso no murió el matrimonio cuando quiso
arrancarla? Nunca, nunca, debieron hacerlo... Y eso que yo le dije al chico que... ¿La habrá regado con sangre cada tres días, tal
como le indiqué? [...] No, yo no la planté. Ya crecía entre los matorrales del fondo cuando alquilé aquella casa... La reconocí de
inmediato y alerté a mi mujer acerca del peligro que representaba si tratábamos de arrancarla pero —también— de la salud y
felicidad que traía a quien la atendiera amorosamente. Y fue ella la encargada de regarla... hasta que la perdí a mi pobre vieja...
Tres veces por semana lo hacía, exprimiendo carne de vaca, de chivo, de murciélagos, bah, de lo que consiguiéramos... porque
—antiguamente— su tierra era fertilizada con los hilos de sangre que caían desde la boca de los ahorcados... Esa misma sangre
que la había hecho brotar por primera vez... como por arte de magia... Sus raíces albergaron las almas de los ajusticiados allí,
por eso tenía que ser intocable...

El comisario tuvo que reprimir sensaciones de incredulidad y repulsa ante lo que estaba escuchando y fingir un absoluto crédito
hacia las palabras del viejo. Así fue como Don Efraín completó su relato. Días más tarde, el comisario comprobó que en el
terreno donde ahora se 61 levantaba la casona en la que había ocurrido la desgracia había existido —en el siglo pasado— un
patíbulo.

Decenas de personas fueron a parar a su horca, instalada en el sitio justo donde había fructificado aquella planta que el viejo se
empeñaba en catalogar como "la mandrágora" y de la que —acaso— también crezca un ejemplar en nuestro propio jardín. Lo
que es yo, ni por todo el oro del mundo me animo a arrancar un arbusto desconocido...

Una vez leído el cuento responde en tu cuaderno


a) ¿Cuál es el conflicto principal del cuento?
b) Describe el inicio, desarrollo y desenlace de la historia.
c) ¿Cómo se muestra psicológicamente el personaje?
d) ¿Cuál es la temática que aborda el cuento? ¿Qué te pareció dicha temática?

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