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5.

El surgimiento de las primeras


civilizaciones (800 a.C.-300 a.C.)

Los logros alcanzados por las sociedades de Mesoamérica y los


Andes centrales en el período anterior se afianzaron, y en am-
bas áreas se desarrollaron las primeras grandes civilizaciones: La
Venta y Chavín, respectivamente. La construcción de estructuras
monumentales y la presencia de formas cada vez más comple-
jas de representación simbólica e ideológica fueron la expresión
material del nuevo orden social que, gestado en la etapa anterior,
emergió con plenitud en el primer milenio antes de Cristo.

Las primeras civilizaciones americanas alcanzaron su culmina-


ción en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo en la costa
del golfo de México, en Mesoamérica y en la sierra norte del actual Perú,
en los Andes centrales. Conocidas por los nombres de La Venta y Cha-
vín, respectivamente, su estudio generó hondas polémicas, de allí que co-
mencemos este capítulo aclarando algunos conceptos que utilizaremos.

Sociedad urbana, estado y civilización

El centro de las nuevas transformaciones fue la ciudad, nuevo tipo de


asentamiento donde se desarrollaron formas de vida y sociedad urba-
nas, muy diferentes de las que caracterizaron a las aldeas. Historiado-
res, arqueólogos, sociólogos y geógrafos han discutido el alcance y sig-
nificado de términos como “ciudad” y “urbano”. En la actualidad, la
ciudad es concebida como un conglomerado humano que concentra
actividades económicas, políticas, administrativas, sociales y culturales;
para diferenciarlas de otros centros de población se usan en general cri-
terios cuantitativos: número de habitantes y densidad de población, por
ejemplo. No obstante, antes de la era industrial la situación era distinta.
Las ciudades antiguas tuvieron siempre una población relativamente
importante pero, aunque algunas presentaban grandes aglomeraciones
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humanas, como Babilonia, Alejandría, Roma, Constantinopla, Teoti-


huacan, Tenochtitlan, Tiwanaku o Cuzco, en su mayoría se trataba de
centros pequeños, a veces no más grandes que una aldea. Por ende,
el tamaño no era lo más importante para caracterizarlas como tales. En
cambio, desde el principio las ciudades se diferenciaron de las aldeas por
sus funciones y estructura interna.
La ciudad antigua era, ante todo, un centro de especialistas (gober-
nantes, sacerdotes, guerreros, artesanos de tiempo completo y comer-
ciantes vinculados al tráfico de largas distancias) dedicados a cuestiones
políticas, religiosas, militares y económicas. Las primeras ciudades, que
surgieron en el suroeste de la Mesopotamia asiática hace más de cinco
mil años, resultaron de la unión de poblados que se aglomeraron en
torno de un centro con talleres, depósitos y graneros, templos y pala-
cios. Los restos de esos edificios permiten a los arqueólogos reconocer
la presencia de una antigua ciudad.
La aparición de las ciudades supuso una profunda división del tra-
bajo social: allí vivían, en su mayoría, especialistas, consagrados por
entero a una actividad, así como también servidores de esos especia-
listas, que atendían tanto al cuidado y mantenimiento de sus amos
como de la ciudad y sus edificios. Esta división interna supone otra
más profunda, que separaba a la ciudad y a sus habitantes del entorno
rural que la rodeaba, donde vivía una población campesina dedicada
fundamentalmente a la producción de alimentos. El avance de la agri-
cultura permitió una producción cada vez mayor, capaz de generar
excedentes (esto es, más de lo necesario para subsistir) de los que la
ciudad se apropiaba y vivía. Sin ese excedente y su acumulación, que
liberó a una parte de la población del trabajo agrícola, la revolución
urbana (como denominó V. Gordon Childe a este proceso) habría
sido imposible.
Como contraparte, la ciudad desempeñaba otras funciones. Coordi-
naba y dirigía las actividades económicas, concentraba los intercambios
a larga distancia y encaraba la construcción de obras comunes de in-
fraestructura, como canales de riego o desecación de áreas pantanosas,
esenciales para el éxito agrícola. También asumía y organizaba la de-
fensa del territorio frente a poblaciones que ansiaban ocupar sus tie-
rras, y proveía bienes suntuarios de alto valor material y simbólico, en
particular a la elite que residía en ella, pues casi todo lo que requería el
campesino se producía en el ámbito doméstico.
Asimismo, en la ciudad se concentraban los conocimientos más com-
plejos, fundamentales para el éxito agrícola; nos referimos a saberes
El surgimiento de las primeras civilizaciones 111

como la observación de los astros, que permitía predecir el tiempo y


manejar el calendario. Allí residían los dioses con sus templos y servi-
dores, se les rendía culto y se celebraban rituales de los que también
dependía, en última instancia, el éxito agrícola y el alimento. Jefes y
sacerdotes ocuparon pronto un lugar privilegiado como intermedia-
rios entre hombres y dioses, pues eran depositarios del conocimiento
y dominaban los secretos de los rituales. Ese vínculo con la divinidad
les otorgó una cualidad sagrada y algunos llegaron a ser considerados
dioses vivientes, como en Egipto.
Al mismo tiempo, la distribución de los excedentes entre los grupos
urbanos se volvió desigual: algunos pudieron concentrar más excedentes
o controlar mejores tierras, adquiriendo de ese modo riqueza y poder.
La riqueza, factor de diferenciación social cada vez más marcado, llevó
a la división de la sociedad en clases: por un lado, la de aquellos que
producían de manera directa y por otro, la de quienes controlaban y se
apropiaban de los excedentes sin participar directamente en el proceso
de producción. Las riquezas acumuladas y exhibidas en templos, palacios
y tumbas de los gobernantes ponen en evidencia esa fortuna y poder.
Con sus especialistas, templos y palacios, dioses y jefes, la ciudad se
convirtió en la representante de una unidad superior, que aglutinaba,
se superponía y dominaba a las comunidades campesinas reales. Apare-
ció así la idea del “estado” como representante de esa unidad superior
encarnada en dioses y gobernantes, superpuesta a los grupos individua-
les que la constituían, y propietaria, en última instancia, de las tierras.
Junto a esos gobernantes se formó, en algunos estados, una burocra-
cia de funcionarios y empleados para hacer cumplir las órdenes de los
gobernantes, recaudar los tributos de que vivía el estado, controlar la
prestación de los servicios y tareas que los campesinos debían al pala-
cio o al templo así como la ejecución de las obras públicas, y vigilar el
orden. Las necesidades de estos incipientes procesos administrativos
impulsaron el desarrollo de sistemas de cómputo y registro cada vez
más exactos, que, como la escritura (el más significativo), se remontan
en el sudoeste asiático a unos 5000 años.
En síntesis, el nacimiento de las ciudades y de la vida urbana, la es-
pecialización y jerarquización social, una división del trabajo cada vez
más acentuada, el surgimiento del estado y de profundos avances en el
conocimiento marcaron la transición a ese tipo de sociedad que suele
llamarse “civilización”. Este proceso, lento y complejo, se manifestó en
varias partes del mundo: el sudoeste asiático, el Egeo, el valle del Indo,
las llanuras centrales de China, Mesoamérica y los Andes centrales.
112 América aborigen

La civilización olmeca de La Venta en Mesoamérica

Considerada durante mucho tiempo el punto de partida de todo el de-


sarrollo cultural mesoamericano prehispánico, la civilización conocida
con el nombre general de “olmeca” se desarrolló en la planicie costera
del golfo de México, en los actuales estados de Veracruz y Tabasco,
desde fines del segundo milenio antes de Cristo hasta finales del mi-
lenio siguiente, durante el período tradicionalmente conocido como
Preclásico o Formativo.
Su estudio requiere aclarar algunas cuestiones que, como el proble-
ma del nombre, pueden resultar confusas. Esa denominación, olmeca-
huixtotin, que significa “habitantes del país del caucho, que viven jun-
to al agua salada”, fue asignada por los aztecas a quienes vivían en la
zona en el siglo XV. Luego fue adoptada por los europeos, quienes,
con el tiempo, la aplicaron a todos los restos arqueológicos del área,
atribuyéndolos a esas poblaciones tardías. Sin embargo, los fechados
radiocarbónicos mostraron que varios de esos restos eran mucho más
antiguos y pertenecían a otras poblaciones. No obstante, ya entonces el
término “olmeca” se había popularizado y, aunque no fuera adecuado
atribuirlo a esas tempranas poblaciones, su uso continuó.

La Venta, corazón del esplendor olmeca


Las ruinas de La Venta, en la costa de Tabasco, son decepcionantes:
sólo un gran montículo piramidal de tierra, más o menos cónico, es visible
en medio de la vegetación tropical. Situado en una zona de explotación
petrolera (parte del sitio fue usada para construir una refinería y una pista
de aterrizaje), sus grandes monumentos fueron trasladados a Villarrica,
capital de Tabasco, para protegerlos de la contaminación.
Varias plazas forman su núcleo. La principal, complejo C (ilustración),
estaba cerrada al este y al oeste por dos largas plataformas, y al sur por
un gran montículo (pirámide C, en la foto) de más de 30 metros de altura.
Al norte, otra plaza rectangular (complejo A), estaba rodeada por edificios
y una valla de columnas de basalto de 2 metros de alto: bajo sus pisos
de arcillas rosas, moradas y rojas, se encontraron objetos de serpentina
y jade, y un pavimento de mosaico que representa mascarones geomé-
tricos. Más al norte, en una tumba con paredes y techos formados por
pilares de basalto, yacían los restos de dos jóvenes.
El surgimiento de las primeras civilizaciones 113

ide C
Pirám
Complejo A

jo C
mple
Co

Michael D. Coe, Mexico, Londres, Thames & Hudson, 1984, p. 72, y Ol-
mecas, Special edition, México DF, Arqueología mexicana, s.f., p. 45.

Además, el término “olmeca” pasó a designar a la cultura arqueológica


representada en los sitios del área nuclear olmeca (la costa de Veracruz-
Tabasco), así como al sistema de representaciones y al estilo artístico
que caracterizó a esta civilización y que se extendió a la mayor parte de
Mesoamérica. Por eso, los arqueólogos prefieren términos referidos a
sitios y fases, como San Lorenzo, La Venta, Tres Zapotes, para designar
a la cultura arqueológica, reservando “olmeca” para el estilo artístico y
el sistema de representaciones.

El origen de la tradición olmeca


Durante mucho tiempo, la cultura olmeca se asoció a su centro más
importante y conocido, La Venta, en el noroeste de Tabasco, que flore-
ció entre 800 y 400 a.C., aunque su ocupación fue más larga. La Venta
era un gran centro ceremonial planificado, formado por un conjunto
de plataformas y montículos, que controlaba numerosas comunidades
campesinas locales. Allí se desarrolló un estilo artístico inconfundible,
con sus grandes esculturas de piedra, finas estatuillas de jade y la ob-
sesiva representación del jaguar. Ese arte y la construcción del centro
ceremonial exhiben una marcada especialización artesanal, profundas
diferencias sociales y un fuerte control social y político por parte de la
elite dirigente.
Pero La Venta no fue el primero ni el único centro identificado con
esa tradición cultural, cuyos orígenes se remontan muy atrás en el tiem-
114 América aborigen

po. Como vimos, desde mediados del milenio anterior comenzaron a


manifestarse en la costa del golfo y otros sitios de Mesoamérica proce-
sos de diferenciación y jerarquización social que culminaron en la fase
San Lorenzo. El surgimiento del mundo olmeca no fue un hecho único
y sorpresivo: no existió un “milagro olmeca”, como postulaban ciertas
teorías, sino la emergencia de un nuevo orden social producto de un
largo proceso que se desplegó en distintas partes de Mesoamérica.
En la actualidad, los arqueólogos tienden a identificar lo olmeca con
un estilo artístico, y una iconografía y simbología que expresaban una
ideología específica así como nuevas relaciones sociales. En su formu-
lación intervinieron elementos preexistentes y se desarrollaron otros
novedosos: el fenómeno olmeca, el estilo que lo expresa y las relaciones
sociales que lo sustentan no fueron una creación espontánea, sino el
resultado final de los procesos operados en el seno de las comunidades
aldeanas. El carácter generalizado de estos procesos sociales explica el
éxito del estilo olmeca, pronto aceptado en otras partes de Mesoaméri-
ca porque contribuía a reforzar las nuevas relaciones sociales generadas
por la revolución urbana.

La Venta y las jefaturas del Formativo medio


Al Formativo medio corresponden el florecimiento del gran sitio de La
Venta y la madurez del estilo olmeca. Su presencia se generalizó en esa
etapa y, en distintas regiones, surgieron jefaturas cuyas elites incorpo-
raron representaciones y símbolos olmecas como modo de expresar su
posición social y sus diferencias con el resto de la población, mayorita-
riamente campesina.

El sitio de La Venta
La Venta, un importante centro ceremonial claramente planificado,
fue construido sobre una isla o porción de tierra no inundable de unos
2,5 kilómetros cuadrados de superficie, situada en una zona de panta-
nos y manglares. Esa superficie era demasiado pequeña para mantener
a una población numerosa: si, como se calcula, se necesitaron más de
un millón de horas de trabajo para construir los monumentos del sitio,
es preciso asumir que sus dirigentes controlaron los recursos y la fuerza
de trabajo de una zona más amplia, seguramente la que abarcaba las
tierras agrícolas situadas entre los ríos Coatzacoalcos y Tonalá.
El núcleo del centro ceremonial lo forma un conjunto de estructu-
ras, ordenado sobre un eje determinado por el norte magnético, que
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coincide con la parte más alta de la isla, entre las que se destaca, en
medio de vegetación tropical, una gran pirámide de planta radial con
las esquinas remitidas que remeda un volcán. Las dimensiones de La
Venta, la complejidad de sus edificios y monumentos, su planificación,
el alto nivel arquitectónico y artístico, y su perfección técnica revelan la
profundización de los procesos operados en el período anterior.
A juzgar por el carácter ritual y religioso de los monumentos y repre-
sentaciones, La Venta era esencialmente un centro ceremonial, y sus
ocupantes constituían una minoría de especialistas entre los que se des-
tacaban algunos señores, a quienes solemos llamar “sacerdotes”, cuya
autoridad descansaba en su papel de mediadores entre los hombres y
las divinidades. Estos señores aparecen representados en los grandes
monumentos (enormes cabezas, estelas y los llamados “altares”), a tra-
vés de los cuales mostraban su prestigio y poder. Ejecutores de un ritual
formalizado e intérpretes de un complejo sistema de creencias y valores
religiosos, hicieron de la religión el aspecto integrador y dominante de
sus comunidades.
Sin embargo, a diferencia de lo que se pensó durante mucho tiem-
po, La Venta no fue sólo un centro ceremonial aislado. Su reducida
superficie no podría haber brindado la mano de obra y los recursos
necesarios para la construcción de los monumentos, su mantenimiento
y el de la elite que lo dirigía. Por ende, debe haber controlado los te-
rritorios circundantes, surcados por ríos y canales, donde vivía una im-
portante población campesina. Su producción agrícola y su fuerza de
trabajo hicieron posible la construcción y el mantenimiento del centro,
reconstruido a lo largo de sus cuatro siglos de apogeo, y mantuvieron
al grupo de especialistas que allí vivía, esto es, la elite sacerdotal que
regía sus destinos y los artesanos especializados que produjeron las más
bellas obras del arte olmeca. No conocemos las formas específicas en
que esas comunidades contribuían a sostener al centro ceremonial y su
elite, pero es posible que sobre ellas recayera una serie de tributos y o
trabajos. El prestigio de esa elite, sus funciones de planificación y la po-
tencia de las creencias religiosas deben haber incidido en la aceptación
de esas demandas por parte de las comunidades.
En La Venta se encontraron materiales importados de otras regiones,
en especial minerales para fabricar objetos de uso ritual (ofrendas voti-
vas o funerarias) o de prestigio. Su presencia supone una organización
que incluía especialistas en las actividades de obtención y transporte de
las materias primas, y en la elaboración de los productos. El acceso a los
bienes valiosos, de manera especial los foráneos, era una de las formas
116 América aborigen

de expresar prestigio por parte de la autoridad, en virtud de lo cual


cabe pensar que tales actividades eran controladas por la misma elite.

Los señores de La Venta y los fundamentos del poder


La imagen que adorna el Altar 4 (foto), seguramente un trono, refiere al
surgimiento de un héroe o señor ancestral de la cueva-tierra primordial.
En el pensamiento mesoamericano, las cuevas eran la conexión con
el inframundo, con el mundo de las divinidades. Los elementos felinos
esculpidos que rodean la entrada de la cueva (ojos, hocico, colmillos) la
convierten en la boca de un jaguar, animal vinculado a la tierra, el agua y
la fertilidad. La figura sentada, héroe ancestral y gobernante, emerge de
la cueva/boca constituyéndose en intermediario entre el mundo humano
y el divino, posición que legitima su autoridad. Esta idea del señor como
intermediario aparece en otras representaciones, como en un grabado
en roca de Chalcatzingo: el señor está sentado en una cueva de la que
emergen volutas de vapor; estas se condensan en nubes que descar-
gan lluvias sobre plantas de maíz, vinculando al señor con el agua y la
fertilidad.

Richard A. Diehl, The Olmecs. American’s First Civilization, Londres, Thames


& Hudson, 2005, pp. 110 y 177.

La expansión del estilo olmeca


El estilo olmeca extendió en esta época su presencia a numerosos sitios
mesoamericanos. El carácter de esta impronta provocó largas contro-
versias entre los estudiosos: se habló de difusión cultural, de comercio
y proselitismo religioso, e incluso de guerras y conquistas que habrían
llevado a la formación de un imperio olmeca. Tales interpretaciones
El surgimiento de las primeras civilizaciones 117

son muy difíciles de documentar y, además, es factible que la larga rela-


ción de los pueblos de la costa del golfo con poblaciones de otras regio-
nes haya variado según las zonas y los momentos. Existieron, sin duda,
conflictos y guerras, como parecen indicarlo algunos relieves de Chal-
catzingo, en el estado de Morelos; el comercio debe haber jugado un
papel relevante, pues el desarrollo de vastos circuitos de intercambio,
algunos de gran antigüedad, facilitó la difusión de elementos estilísti-
cos. Además, es probable que la necesidad de controlar algunas fuentes
de materias primas haya estimulado el asentamiento de colonias en zo-
nas críticas, como habría ocurrido en Tlatilco.

Los olmecas y la guerra: los relieves de Chalcatzingo


Situado estratégicamene en las tierras “calientes” de Morelos,
Chalcatzingo estaba construido al pie de un promontorio rocoso que se
desatacaba en el valle (foto). Notable por su gran recinto cívico ceremonial
y su arte monumental en piedra, su importancia se asentó tanto en el
control de rutas de intercambio entre las tierras altas y bajas como en su
potencial agrícola, en especial el algodón.
Los bellos relieves realizados sobre las paredes del promontorio rocoso,
de claro estilo olmeca, muestran, entre otras, escenas guerreras (ilustra-
ción), que señalan que la guerra y los conflictos estuvieron presentes en
las complejas relaciones entre las distintas jefaturas de la época.

Richard A. Diehl, The Olmecs. American’s First Civilization, Londres, Thames


& Hudson, 2005, p. 178.
118 América aborigen

Sin embargo, más allá de esos factores, el notable éxito del estilo olme-
ca residió en su amplia aceptación por parte de las elites de las regiones
involucradas en los procesos sociales de esa época. Durante la primera
mitad del primer milenio antes de Cristo, e incluso antes, emergieron
en varias áreas otras jefaturas, vinculadas entre sí y con los pueblos de
la costa del golfo de México por amplios contactos e interacciones, fun-
damentales para la expansión del estilo iconográfico olmeca sobre un
vasto espacio que se extendía desde la actual república de El Salvador
hasta el valle de México.
Las elites de esas jefaturas, algunas poderosas, utilizaban un sistema
común de emblemas y símbolos religiosos para proclamar su posición y
poder, y se relacionaban tanto a través de esas redes comerciales como
de las visitas que los señores o sus emisarios realizaban a otros centros.
Los olmecas de La Venta, en la costa del golfo de México, no eran sino
una de esas jefaturas, sin duda la más compleja y poderosa de su tiem-
po, donde se realizó la síntesis más coherente de esos emblemas y sím-
bolos, tomados de diferentes regiones.

Más allá de la costa del golfo


Fuera de la costa del golfo, dos jefaturas han sido estudiadas con ma-
yor profundidad: la de Chalcatzingo, en el actual estado mexicano de
Morelos, y la de San José Mogote, en el valle de Oaxaca. Al igual que
en otras partes, en ambas zonas tuvieron lugar cambios importantes,
evidentes en el crecimiento de las aldeas, el desarrollo de la especiali-
zación artesanal, la construcción de estructuras de uso público, el in-
cremento de los intercambios a larga distancia y la emergencia de la
estratificación social.
Chalcatzingo era un sitio estratégico en las tierras “calientes” de Mo-
relos (favorables por su clima para el cultivo de algodón), notable por
su gran recinto cívico ceremonial y su arte monumental en piedra de
estilo olmeca. Las excavaciones realizadas sugieren que en esta época
era gobernada por un jefe o señor que mantenía estrechas relaciones
con los olmecas de la costa y con otras jefaturas de las tierras altas. Estos
vínculos incluían un activo intercambio de bienes materiales, de creen-
cias, rituales y sistemas de representación e incluso alianzas matrimo-
niales. Las diferencias observadas en las tumbas denotan la existencia
de niveles significativos de diferenciación social.
En el valle de Oaxaca, quizá la región mejor estudiada, se produjeron
cambios significativos entre 1100 y 700  a.C. Al comienzo, aunque la
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población era muy reducida, las diferencias en el tamaño y calidad de


las viviendas, en el acceso a bienes suntuarios, y en las tumbas y ajua-
res funerarios sugieren que algunos habitantes del valle gozaban de
cierto prestigio y riqueza. Luego, las comunidades crecieron, aunque
de modo desigual: la más grande, San José Mogote, llegó a tener unos
1000 habitantes, casi diez veces más que las que le seguían, y muestra
indicios de mayor especialización artesanal y profusos intercambios a
larga distancia.
En los dos siglos siguientes, otras comunidades crecieron en pobla-
ción y se transformaron, junto a San José Mogote, en centros regiona-
les que controlaban otros asentamientos menores. Esos centros y sus
comunidades dependientes estaban separados por zonas despobladas,
inseguras debido a la competencia entre ellos. Dichos centros poseían
una arquitectura pública (es decir, plataformas que servían de basa-
mento a templos) y los miembros de sus elites accedían a bienes valio-
sos de regiones lejanas, vivían en casas más grandes y eran enterrados
en tumbas más elaboradas ubicadas bajo los patios de las residencias.
A fines del período, una plataforma de San José fue quemada intencio-
nalmente y reconstruida luego como base de una elaborada residencia.
La elección del sitio, con prestigio por su anterior uso ritual, sugiere el
creciente poder de sus ocupantes.
Hacia mediados del milenio la competencia entre esas unidades
políticas se intensificó. Monte Albán, construida en la cima modifi-
cada de un conjunto de cerros en el centro de los tres ramales que
forman el valle de Oaxaca, ganó la competencia y, hacia 500  a.C.,
estableció su control sobre todo el valle. Emplazada en un espacio
estratégico, la flamante ciudad concentró gran parte de la población
del valle, y en los dos siglos posteriores se convirtió en la capital de
un poderoso estado conquistador. El proceso no fue fácil y los mo-
numentos de piedra, como las lápidas grabadas de la Galería de los
Danzantes, indican que recurrió a la fuerza para subyugar a otras
entidades políticas, tanto vecinas como distantes. La construcción de
muros de fortificación en torno al sitio es otro indicio del estado de
conflicto reinante.
Aunque sin duda Monte Albán usó la fuerza para alcanzar su posi-
ción, algunos autores sostienen que la ciudad pudo haber surgido de
un acuerdo entre las principales jefaturas beligerantes para acabar con
el conflicto. Para ello, instalaron una nueva capital en un lugar central
del valle, poco adecuado para establecer una población pero estratégi-
camente ubicado. A partir de esa decisión se habrían incorporado otras
120 América aborigen

pequeñas unidades políticas, ya fuera de manera voluntaria o mediante


el uso de la fuerza.

Los danzantes de Monte Albán


Más de 300 esculturas grabadas sobre lápidas de piedra, llamadas
“danzantes”, formaban el frente de una plataforma, la Galería de los
Danzantes, en el sudoeste de la plaza principal de Monte Albán, en
Oaxaca, sobre el cerro más elevado del sitio. El dibujo muestra la
reconstrucción de una parte de esa galería. Cada lápida celebra la
victoria sobre un enemigo: un glifo señala el nombre del vencido, al que
se muestra humillado, sin vestimentas ni adornos, la mayor parte de
las veces muerto, con sus ojos cerrados y su cuerpo mutilado. Esas
esculturas, que se remontan a la fase más temprana de Monte Albán,
exhiben el estado de conflicto de la época, y constituyen verdaderos
memoriales de guerra que recuerdan a las representaciones de Cerro
Sechín, en Perú.

Adaptado de Jeremy A. Sabloff, The Cities of Ancient Mexico. Recons-


tructing a Lost World, Londres, Thames & Hudson, 1989, p. 53.

Las tierras bajas mayas


Los testimonios de las primeras ocupaciones en las tierras bajas ma-
yas son escasos y difíciles de interpretar. Aunque las prácticas hortí-
El surgimiento de las primeras civilizaciones 121

colas son más antiguas, la presencia de aldeas agrícolas, como Cuello


en territorio de Belice, recién se halla bien documentada a partir de
los últimos siglos del segundo milenio antes de Cristo, Cuello estaba
ocupada por cultivadores de maíz que vivían en casas de material ve-
getal perecedero. Sin embargo, en algunos centros, como Seibal y el
propio Cuello, se construyeron plataformas ceremoniales.
La población creció con rapidez y se expandió siguiendo los cursos
de los grandes ríos; más tarde, se internó en las regiones selváticas.
Numerosos sitios emergieron en el Petén, la península de Yucatán y
Belice: se trataba, en líneas generales, de aldeas ocupadas por comu-
nidades agrarias igualitarias, pues faltan indicios de diferencias socia-
les más profundas. Dichos emplazamientos compartían una tradición
cerámica común, denominada “Mamón” (c. 700 y 400 a.C.), señal de
contactos amplios y permanentes a través de la región.
En este contexto aldeano se construyó en Nakbé, en el norte del Pe-
tén, una gran estructura ceremonial que testimonia una mayor comple-
jidad social en el área. Fechada entre 600 y 400 a.C., la estructura esta-
ba formada por tres templos erigidos sobre una gran plataforma. Las
comunidades de las tierras bajas mayas no parecen haber participado
en la red de interacciones que unía a las jefaturas de la costa del golfo,
Oaxaca y México central, pues se recuperaron muy pocos artefactos de
estilo olmeca.

En el portal de nuevos tiempos


Los siglos siguientes fueron cruciales para el desarrollo de la civiliza-
ción mesoamericana: los rasgos culturales básicos se conservaron en
amplias zonas, pero una serie de acontecimientos transformó la situa-
ción de la región. Algunas áreas perdieron preminencia; en otras se
definieron tradiciones culturales específicas, claramente reconocibles.
Intercambios e interacciones se volvieron más intensos, lo cual favore-
ció el desarrollo de una visión compartida del mundo social y natural, y
una peculiar concepción del orden divino.
En ese contexto hunden sus raíces las grandes civilizaciones clásicas:
hacia fines del primer milenio antes de Cristo, Teotihuacan en el valle
de México, Tikal y Mirador en las tierras bajas mayas, y Monte Albán en
Oaxaca, entre otros, constituían enormes centros urbanos planificados,
con varios miles de habitantes, una imponente arquitectura monumen-
tal, marcada estratificación social, elites poderosas, sofisticados estilos
artísticos, bien definidos, y desarrollos como el calendario y la escritura.
Además, dominaban extensos territorios que incluían numerosos cen-
122 América aborigen

tros menores y aldeas, y controlaban vastas redes de intercambio. De he-


cho, Monte Albán había alcanzado ya el nivel de organización estatal.

Los comienzos de la civilización en los Andes centrales: Chavín

Aunque el inicio de la tradición cultural andina se remonta a la consoli-


dación del neolítico, cuando los hombres dominaron el cultivo y la do-
mesticación de animales, y desarrollaron un modo peculiar de relación
con la naturaleza y de apropiación de sus recursos, Chavín suele ser
considerada la primera gran civilización andina, cuyo estilo e influen-
cias se expandieron por buena parte del territorio.
Chavín de Huántar, en un fértil valle de la sierra septentrional perua-
na, junto a un afluente del alto Marañón, fue un gran centro ceremo-
nial: con sus basamentos rectangulares de piedra, sus extensas plazas,
sus patios hundidos y sus esculturas en piedra, se convirtió en el eje
del primer desarrollo claramente urbano en los Andes centrales. Sus
dirigentes (sacerdotes) recogieron y asimilaron elementos de los de-
sarrollos culturales anteriores, tanto en la sierra y la costa como del
oriente amazónico, a partir de los cuales crearon una cultura original
que influyó en gran parte de la región. En Chavín se elaboró un estilo
artístico propio que se expresó en especial en la escultura en piedra y la
cerámica. La representación de felinos y otros animales rapaces ocupó
un lugar central.

Chavín de Huántar y su entorno


Construida en un fértil valle, a más de 3000 metros de altura, Chavín
encontró en la región los recursos básicos que sostenían su exis-
tencia. Las tierras más cercanas al centro no albergaban a más de
2000 o 3000 personas, pero mucha más gente debe haber vivido en
pequeñas aldeas o caseríos en las tierras más bajas del valle, y en
lugares cercanos a los pastizales de altura de la puna.
Esa posición les permitió a sus pobladores integrar, en un espacio
reducido, los productos del pastoreo de llamas en pastizales altos,
de la agricultura a temporal, especialmente de tubérculos, en las
laderas, y alguna agricultura de riego, seguramente maíz, en la parte
baja del valle. En la foto, se observan las ruinas del sitio.
El surgimiento de las primeras civilizaciones 123

Richard L. Burger, Chavin and the Origins of Andean Civilization, Londres,


Thames & Hudson, 1995, p. 10.

Qué fue Chavín


Como la cultura olmeca, la de Chavín plantea interrogantes y pro-
blemas aún no resueltos. Los arqueólogos coinciden en destacar su
complejidad y riqueza, y sostienen que en ella terminaron de definir-
se muchos rasgos característicos de la tradición cultural andina. En
Chavín se consolidó una sociedad estratificada, con marcada división
del trabajo; emergió un poder centralizado con fuertes rasgos teocrá-
ticos, quizás un estado incipiente, y se desarrolló un estilo artístico di-
ferenciado y una compleja iconografía, que inscribían una ideología
de carácter religioso.
124 América aborigen

El nombre y los orígenes de Chavín


El término “Chavín” refiere, ante todo, a la cultura arqueológica repre-
sentada por los materiales encontrados en Chavín de Huántar y, por
extensión, al estilo artístico presente en esos materiales arqueológicos y
a la ideología que esta denotaba. Los rasgos más claros aparecen en ese
sitio y, con variaciones, en otras regiones de los Andes centrales. La pre-
sencia de tales rasgos define, además, un horizonte cultural, también
llamado Chavín u Horizonte Temprano, datado entre c. 900 y 200 a.C.,
que se expresaba en un conjunto de culturas regionales contemporá-
neas, algunas sin influencia de Chavín. Para algunas investigaciones,
fue también un “imperio” o extensa unidad política; sin embargo, esta
idea, hoy cuestionada, considera decisivo al factor religioso tanto en
relación con la expansión como con la creación de una unidad política
que controlaba gran parte de la región.
Otros investigadores concibieron la emergencia de Chavín como un
fenómeno aislado y repentino en el desarrollo andino. Algunos arqueó-
logos buscaron su origen en la región, en las selvas orientales o los valles
costeros; la mayoría, respaldada por el peso de las teorías difusionistas,
miró hacia otras regiones, pues aparentes semejanzas parecían vincular
a Chavín con Mesoamérica, en particular con los olmecas e incluso con
el lejano oriente asiático, la China de los Chou...
La investigación arqueológica posterior demostró que Chavín era un
producto típicamente andino: su cerámica más antigua, emparentada
con cerámicas anteriores, prueba que su población era local, que se vin-
culaba con otros antiguos centros serranos, como Kotosh, que poseía
una larga historia y que recibió, desde sus comienzos, influencias de
otras regiones, como la costa y las tierras bajas orientales.

Chavín, centro de integración regional


Chavín se encontraba en la zona del alto Marañón, donde las relacio-
nes y contactos se llevaban a cabo con relativa facilidad. Esta zona es
considerada por los especialistas como un área de integración donde
confluían redes de intercambio que la vinculaban a la costa, a otras
partes de la sierra y a la selva. Este hecho fue fundamental: el valle del
Marañón le brindaba acceso a los productos de las tierras cálidas orien-
tales, las yungas húmedas y la selva, en tanto el Callejón de Huaylas y
el río Santa la conectaban, por el oeste, con los valles costeros. Tales
contactos, y los intercambios que implicaban, intensos ya en el perío-
do previo, permitieron a Chavín recibir, asimilar e integrar elementos
El surgimiento de las primeras civilizaciones 125

provenientes de esas regiones. Su originalidad residió, en realidad, en


la síntesis coherente que su elite hizo de ellos.

Chavín de Huántar: el templo y sus ocupantes


El gran templo de Chavín de Huántar, la estructura más grande e im-
portante, creció como resultado de un proceso de agregados y reno-
vaciones. Considerando las características arquitectónicas, los rasgos
estilísticos de la cerámica y de las esculturas en piedra, y los fechados
radiocarbónicos, los arqueólogos distinguen en la historia del sitio va-
rias fases, que se agrupan en dos grandes momentos.
El primero, llamado Urabarriu, se inició hacia 1000 a.C. y se prolon-
gó durante cinco siglos. En ese lapso se construyó el Templo Viejo, que
reproducía la estructura básica de las plataformas en U. En las galerías
y cámaras se encontraron múltiples objetos, como lajas con figuras in-
cisas y pintadas, y finas cerámicas. Sobre el eje de la plataforma central,
en el cruce de dos galerías del nivel inferior, se colocó una impresio-
nante estela cuya base descansaba en el piso y su parte superior penetra-
ba en el techo. Conocida con el nombre de Lanzón, porque recuerda
la forma de una lanza, la figura grabada sobre dos de sus tres caras (en
parte humana y en parte felino) representaría a la divinidad suprema
de Chavín que, además, puede haber sido también un oráculo.

El Templo Viejo de Chavín


El Templo Viejo de Chavín reproducía la estructura básica de las plata-
formas en U: tres de ellas (central y laterales) se unían formando un solo
edificio que encerraba, en el centro, un patio circular hundido, revestido
por lozas de piedra esculpidas con figuras míticas en posición de marcha,
y jaguares. Su aspecto era macizo pues las plataformas estaban rellenas
de cascotes y tierra, y revestidas con muros exteriores de piedra de unos
diez metros de altura.
Sin embargo, en el interior había canales por donde circulaba agua, ga-
lerías y pequeñas cámaras con ductos de ventilación que las mantenían
frescas. Galerías y cámaras, construidas a distintos niveles y conectadas
con escaleras, formaban un laberinto y servían para almacenar bienes
y, tal vez, alojar personas vinculadas al templo. Cabezas de animales y
humanas talladas en piedra, con rasgos retorcidos y gruesos colmillos,
estaban empotradas con una espiga en los muros exteriores, dando al
edificio un aspecto aterrador.
126 América aborigen

Richard L. Burger, Chavin and the Origins of Andean Civilization, Londres,


Thames & Hudson, 1995, p. 133, y Adriana von Hagen y Craig Morris,
The Cities of the Ancient Andes, Londres, Thames & Hudson, 1998,
p. 64.

Chavín era entonces un centro regional similar a otros que funciona-


ban en la sierra y la costa; algunos, como los del valle de Casma, lo supe-
raban incluso en cantidad, tamaño y calidad de las estructuras públicas.
El área residencial de Chavín no alojaba más de un millar y medio de
personas, dedicadas principalmente al cultivo y al mantenimiento del
templo, que vivían en pequeñas casas rectangulares, bastante toscas,
extendidas a lo largo del río Huachecsa, profundo y torrentoso, sobre
el que se construyó un puente de piedra.
El segundo momento (las fases Chakinani y Janabarriu) se exten-
dió entre 500 y 200 a.C. y fue su época de apogeo. Entonces, comen-
zó una gran ampliación y remodelación que culminó en el llamado
“Templo Nuevo”: el brazo derecho del antiguo edificio se transformó
en una enorme estructura maciza, con un gran portal monolítico en
piedra blanca y negra, integrada a nuevos patios hundidos de gran ta-
maño y forma rectangular; en su cima se construyeron dos edificios
cuadrangulares.
Chavín tenía ya una elite permanente y bien definida, asociada a la
actividad del templo, cuya ampliación y renovación pone de manifiesto
el aumento de su riqueza y poder. Es probable que dicha elite se haya
beneficiado con el incremento de los intercambios, y con los tributos y
prestaciones en trabajo de la población local. La calidad de los objetos,
en particular de las cerámicas y esculturas en piedra, lleva a suponer la
existencia de artesanos especializados, de tiempo parcial o completo,
cuyos productos alimentaban los intercambios. Para entonces, la pobla-
ción había crecido hasta casi duplicar el número de residentes; así, el
El surgimiento de las primeras civilizaciones 127

área residencial se desplazó hacia el norte, al otro lado del Huachecsa,


y se expandió hacia el sur, sobre el curso del río Mosna. Las diferencias
entre esa elite y el resto de los pobladores se ponían de manifiesto en
las viviendas y la dieta. La primera vivía en casas de piedra donde se ha-
llan objetos valiosos y productos foráneos, y se alimentaba con la tierna
carne de llamas jóvenes. El resto de la población residía en casas de
adobe, más pequeñas y toscas, se alimentaba con la carne dura de ani-
males viejos, y producía en el ámbito doméstico casi todo lo necesario
para su vida, como vestidos, utensilios y herramientas. La cerámica de
Chavín era objeto de intercambios a larga distancia, al mismo tiempo
que objetos de tierras lejanas llegaban al centro, y su estilo artístico e
iconografía aparecía en una vasta zona de los Andes centrales.

La religión, la iconografía y el arte de Chavín


Favorecida por su especial ubicación, la elite de Chavín pudo integrar
elementos de la costa y de la selva a un contexto económico y social se-
rrano. La fusión de esos elementos, cuyo significado simbólico más pro-
fundo se nos escapa, fue más que una simple suma. El resultado fue un
estilo, una iconografía y una ideología consistentes que expresaban los
cambios sociales y políticos en los Andes, de allí su éxito y aceptación
por parte de otras comunidades andinas. Ideas religiosas, iconografía y
el estilo artístico de Chavín aparecieron en la etapa temprana y conti-
nuaron en la siguiente, con agregados y reelaboraciones.

El Lanzón y la religión de Chavín


El “Lanzón”, monolito de piedra de unos 4,5 metros de alto enclavado en
el corazón del Templo Viejo, expresa principios de la religión y la ideología
de Chavín. Ubicado en el centro de una cámara subterránea cruciforme,
orientado hacia el este y sobre el eje del templo, fue colocado antes de
su construcción pues sus extremos se hunden en el suelo y el techo de
la cámara, como se ve en la ilustración. Exhibe una idea de centralidad,
tanto en el mundo terreno (centro de la galería en cruz, en referencia a
los puntos cardinales) como entre el cielo y el inframundo (extremos que
se hunden en el techo y en el piso). La figura misma refuerza el mensaje:
antropomorfa, con grandes colmillos, su brazo derecho, elevado, muestra
la palma; el izquierdo, dirigido hacia el piso, ofrece el dorso. La pose ex-
presa la función de la deidad como mediadora entre opuestos y principio
de equilibrio y orden, ideas centrales en la religión andina.
128 América aborigen

Richard L. Burger, Chavin and the Origins of Andean Civilization, Londres,


Thames & Hudson, 1995, pp. 136 y 149.

La iconografía de Chavín
En esa iconografía, buen ejemplo de la integración, se destacan los ele-
mentos relacionados con las tierras bajas del oriente, la “montaña”, con
la cual los contactos eran sencillos. Algunos animales de claro origen
selvático, carnívoros y rapaces, jugaron un papel central en las represen-
taciones artístico-religiosas. Sus principales figuras eran saurios o caima-
nes, águilas y, sobre todo, jaguares: animales dominantes vinculados al
agua, el aire y la tierra, respectivamente. Sus figuras, muy estilizadas, o las
representaciones de partes de ellos, como uñas, garras y colmillos, tuvie-
ron fuerte presencia en las esculturas y en múltiples objetos pequeños en
piedra, cerámica, hueso y concha. También son dominantes en algunas
grandes piezas, verdaderas obras maestras por la calidad de su ejecución
y la complejidad iconográfica de las representaciones, como el mencio-
nado Lanzón, el Obelisco Tello, la estela Raimondi, o las lajas talladas
que rodeaban el patio circular hundido del Templo Viejo.
Pero también existen representaciones de elementos marinos, entre
los cuales se destaca el Spondilus, un bivalvo de aguas calientes denomi-
nado “mullu” en quechua, y el caracol Strombus, usado para fabricar una
especie de trompeta de sonido grave y áspero. Ambos estaban ligados a ri-
tuales vinculados con el agua. Al parecer, los movimientos de estos molus-
cos hacia el sur o el norte marcaban el ritmo cálido-frío de las corrientes
marinas, lo cual permitía predecir con alguna anticipación el fenómeno
El surgimiento de las primeras civilizaciones 129

que hoy conocemos como “el Niño”. Por eso, el pronóstico del tiempo
y el conocimiento del calendario estuvieron estrechamente asociados al
desarrollo de los centros ceremoniales y a la consolidación de sus elites.

Desarrollo de la escultura en piedra


La gran escultura en piedra (en bloques tallados en relieve o en bulto)
se hallaba integrada a la arquitectura monumental. Constituyó el modo
de expresión esencial, si no el más importante, en Chavín de Huántar,
de donde provienen acaso todas las piezas conocidas. La escultura tenía
claros antecedentes, en especial en la costa, donde la decoración de las
paredes incluía el modelado de grandes figuras en barro o estuco. Más
cercanas a Chavín son las esculturas del muro exterior de Cerro Sechín,
en Casma.

La sociedad, el templo y los rituales


El templo de Chavín era parte esencial de ese complejo religioso e
iconográfico, y en esa época debe haber presentado un aspecto im-
presionante y aterrador, tanto por sus dimensiones como debido a las
imágenes a él asociadas, por ejemplo las cabezas-clavas empotradas que
emergían de los muros externos. El templo mismo era una tradición
inventada, impuesta, cosmopolita y ajena al medio serrano. Ese engen-
dro, poco adecuado al terreno, representaba un serio desafío tecnológi-
co: su construcción y mantenimiento requirieron amplias nivelaciones
del suelo y fue preciso resolver problemas ocasionados por las intensas
lluvias del verano, las corrientes de agua que esas lluvias provocaban y
las inundaciones causadas por los ríos cercanos, que obligaron a cons-
truir defensas, empedrados, sistemas de ventilación y drenaje. Tales
obras demandaron abundantes recursos y mano de obra.
El templo y la iconografía a él asociada cumplieron al menos dos fun-
ciones. Por un lado, el templo era el instrumento que permitía a los sa-
cerdotes enfocar, dirigir y controlar los poderes sobrenaturales. Arte y
arquitectura simbolizaban las relaciones entre los hombres, la naturaleza
y el cosmos, y desde temprano aparecieron en ellos ideas centrales del
pensamiento andino: el carácter aterrador de las divinidades asociadas a
animales rapaces; el dualismo, esto es, la idea de un mundo que se expre-
sa en términos de opuestos y complementarios; la centralidad del templo
y sus divinidades; la función de la deidad, y por ende de sus representan-
tes, como mediadores entre esos opuestos y como garantes de equilibrio
y orden. Estas ideas, visibles en la disposición misma del templo, como los
130 América aborigen

edificios paralelos en la cima del Templo Nuevo, los pórticos y escaleras


en piedra negra y blanca, así como en las esculturas (cabezas empotradas,
grandes estelas, lajas del patio hundido circular), reafirman la función
del centro y de su elite en tanto mediadores entre la tierra y los poderes
del cielo y el inframundo, esto es, los dioses y la naturaleza.
Por otra parte, el templo era el escenario donde se efectuaban los ri-
tuales que aseguraban el éxito agrícola, y por lo tanto la vida y la super-
vivencia de las comunidades. Su masa arquitectónica, las cabezas clavas,
las luces y el humo de las antorchas y hogueras, las procesiones de sacer-
dotes ataviados con complejos tocados (representados en la esculturas
del patio circular), sus contorsiones por el efecto de los alucinógenos,
el sonido disonante de las cornetas de Strombus, el ruido (especie de
trueno constante) provocado por el agua que corría por las galerías
subterráneas y que parecía salir de las entrañas de la tierra constituían
el escenario de un ritual que, al justificar el papel de esa elite, reforzaba
el orden social jerárquico que estaba emergiendo en los Andes.

La expansión del estilo y la religión de Chavín


Dicha expansión, cualesquiera fueran los modos en que se realizó, fue
facilitada por el colapso, hacia 700 a.C., de los viejos centros costeros. En
algunos casos tuvo lugar de manera abrupta: Las Haldas, en el valle de
Casma, por ejemplo, fue destruida mientras se estaba terminando una
nueva escalinata; sobre sus ruinas se instalaron intrusos que ubicaron sus
viviendas y dejaron basurales en las cimas de los anteriores edificios sagra-
dos. Para la misma época, se encontraron evidencias en la costa norte de
grandes inundaciones, quizá provocadas por el fenómeno El Niño, y del
deterioro ecológico que afectó la zona por mucho tiempo.
En esas condiciones, el estilo de Chavín, y las ideas, creencias y prácti-
cas cultuales asociadas comenzaron a expandirse. Los desastres natura-
les desacreditaron a los santuarios locales y a sus dirigentes, de quienes
los campesinos habían dependido para alejar las catástrofes y garantizar
el éxito agrícola. Una nueva religión debe haber sido atractiva en tales
circunstancias, pues renovaba la confianza en las divinidades y rituales,
y enfatizaba el poder de los señores en tanto mediadores y ejecutores
de esos rituales.
La iconografía de Chavín, cuya definición más precisa se encuentra
en los magníficos trabajos en piedra realizados en ese centro, encuen-
tra fuera de esa zona otros medios de expresión, en especial cerámicas
y textiles, que contribuyen a explicar la extensión de su influencia. Un
caso particular tuvo lugar en el área de la península de Paracas, en la
El surgimiento de las primeras civilizaciones 131

costa sur del actual Perú. Allí, aldeas de pescadores instaladas sobre la
costa desértica habían desarrollado, hacia 450 a.C., prácticas funerarias
particulares: las tumbas familiares, excavadas en forma de botella (ca-
vernas), no mostraban indicios de diferencias sociales significativas ni
incidencia del estilo de Chavín. Un siglo después aparecen nuevas prác-
ticas funerarias, indicios de diferenciación e influencias, que marcan
una nueva etapa en el desarrollo cultural de Paracas, zona que en los
siglos siguientes tuvo su mayor apogeo y sobrevivió a la caída de Chavín,
como veremos en el próximo capítulo.
En síntesis, los centros vinculados a Chavín, con sus macizas estruc-
turas y la adopción de creencias religiosas, iconografía y estilo artístico
comunes, eran producto de sociedades complejas, con un sistema de
estratificación social definido, elites poderosas e intrincados intercam-
bios. Numerosos elementos de Chavín pueden ser rastreados hasta los
tiempos precerámicos, pero, en otros aspectos, su herencia a la cultura
andina posterior fue novedosa, como ocurrió con el rol de los textiles
como forma elevada de arte, o con la producción de finos objetos de
oro y plata, con alto valor simbólico. Además, varios motivos de su ico-
nografía reaparecieron más tarde en las cerámicas mochicas y en escul-
turas en piedra, textiles y cerámicas de Tiwanaku y Wari; un ejemplo
representativo es el de la figura del dios de los Báculos, que ocupaba el
lugar central en la Puerta del Sol en Tiwanaku.

Más allá del universo de Chavín


En otras zonas, las influencias de Chavín y los contactos con ese centro
fueron casi inexistentes. En las tierras altas centrales y meridionales,
incluido el actual altiplano boliviano, la población se expandió y se es-
tablecieron nuevos asentamientos, en especial aldeas y poblados agrí-
colas. En el valle de Cuzco, por ejemplo, los portadores de la cultura
Chanapata constituían una próspera sociedad aldeana, relativamente
autosuficiente, que practicaba cultivos de altura, pastoreo de caméli-
dos, llamas y alpacas, y tenía contactos con grupos del valle del Apuri-
mac y del Titicaca.
En torno al Titicaca, a más de 3800 metros de altura, se desarrolló un
proceso independiente de transformaciones sociales. Desde comienzos
del milenio, las aldeas situadas al norte y nordeste del lago Poopó, cono-
cidas como complejo Wankarani, distintas en dimensiones y cantidad
de pobladores, compartían un modo de vida. Su economía, típica del
altiplano, combinaba una agricultura de subsistencia, principalmente
papa y quínoa, con el pastoreo de camélidos. Algunas aldeas estaban
132 América aborigen

situadas en valles andinos cercanos, más templados y a menor altitud,


lo que permitía explotar recursos como la madera y el maíz, difíciles de
obtener en la alta planicie.
Esta expansión hacia otros nichos ecológicos favoreció vínculos e in-
tercambios que condujeron a la formación de una red de comunidades
interconectadas. Caravanas de llamas que se movían de un núcleo aldea-
no a otro constituían el principal medio de esas comunicaciones. Esas
caravanas llegaban incluso hasta la costa del Pacífico, en el actual norte de
Chile, para intercambiar valiosas materias primas y productos terminados.
Esas poblaciones compartían su cultura material (cerámicas mono-
cromas y herramientas de basalto, como hoces para la agricultura) y
la producción de esfinges de piedra en forma de cabeza de llama. Las
aldeas, formadas por casas circulares de adobe con techos de paja, es-
taban rodeadas por un muro de adobe. Esas casas alojaban familias nu-
cleares o extensas, en tanto la aldea representaba un grupo de linajes,
quizá similar al ayllu de épocas posteriores. El parentesco era funda-
mental en la definición de los roles sociales, y de los derechos y obliga-
ciones de cada individuo; dada la importancia de familias y linajes, las
actividades rituales, vinculadas principalmente a la fertilidad y repro-
ducción de tierras y rebaños, y el culto a los antepasados tenían lugar
en el ámbito doméstico.
Al norte de la región Wankarani, en torno a la cuenca del Titicaca,
se habían desarrollado distintos centros vinculados entre sí. El cultivo
de tubérculos y quínoa cerca del lago cobró importancia y condujo al
desarrollo de sistemas para almacenar agua en la época de lluvias, el
verano, como reserva para los meses secos. El pastoreo de camélidos en
las tierras altas cercanas y los ricos recursos lacustres constituían otras
fuentes de recursos. Estas comunidades compartían tipos cerámicos y
estilo arquitectónico, y elaboraron una tradición artística y religiosa,
llamada “Yaya-Mama”, sin relación visible con Chavín.

La tradición Yaya-Mama y la estela de Taraco


La tradición Yaya-Mama se originó hace unos tres mil años. No es fácil
interpretar sus imágenes, aunque pueden hacerse conjeturas a partir de
tradiciones posteriores. Sus rasgos característicos, principios social y
biológico de dualidad y la complementariedad de los sexos se observan
en los grabados de las cuatro caras en una estela encontrada en Taraco,
Perú (ilustración).
El surgimiento de las primeras civilizaciones 133

El principio de dualidad aparece en las imágenes humanas simétricas,


hombre y mujer, en lados opuestos (B y D) y en las plantas a sus pies, así
como en las serpientes bicéfalas enfrentadas en los laterales (A y C). El
par hombre-mujer expresa también la complementariedad sexual; talladas
en el mismo bloque, esas imágenes están unidas por un cinturón que
rodea la escultura. Dualidad y complementariedad, extendidos a plantas
y animales, organizan tanto el mundo social como el natural. La presencia
de serpientes refleja interés por el agua, pues estas criaturas recuerdan a
un río que fluye y al poder fertilizante del agua.

Margaret Young-Sánchez (ed.), Tiwanaku. Ancestors of the Inca, Lincoln y


Londres, Denver Art Museum-University of Nebraska Press, 2004, fig. 3.2,
p. 72.

En este contexto, en la cuenca del Titicaca tuvieron lugar cambios so-


ciales fundamentales. Hacia 600  a.C. en Chiripa, al sur del lago, co-
menzaron a erigirse construcciones públicas ceremoniales, índice del
desarrollo de una sociedad más compleja: los edificios, con pisos colo-
reados de arcilla roja y amarilla, se levantaban sobre plataformas bajas
que rodeaban un gran patio hundido, cuyas paredes fueron revestidas
con lajas de piedra grabadas. En su interior había estelas de arenisca
decoradas con motivos de serpientes, animales y seres humanos.
Estas construcciones demandaron una fuerza de trabajo comunita-
ria mancomunada, y la participación de algunos especialistas, al menos
para cortar y esculpir las piedras. Constituyen la primera evidencia, en
la cuenca del Titicaca, de la expresión monumental y pública de con-
ceptos ideológicos y religiosos, pues las lajas y estelas esculpidas estaban
desplegadas a la vista de toda la población. Su estilo se inscribe en la
tradición Yaya-Mama que aparece en numerosas esculturas distribuidas
en esa zona, lo cual sugiere intensas comunicaciones entre las comuni-
dades que allí vivieron durante el primer milenio antes de Cristo.

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