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Mandrini, Raúl, Primeras Civilizaciones, Págs. 109-133, Unidad 3, Guía de Lectura 6
Mandrini, Raúl, Primeras Civilizaciones, Págs. 109-133, Unidad 3, Guía de Lectura 6
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Michael D. Coe, Mexico, Londres, Thames & Hudson, 1984, p. 72, y Ol-
mecas, Special edition, México DF, Arqueología mexicana, s.f., p. 45.
El sitio de La Venta
La Venta, un importante centro ceremonial claramente planificado,
fue construido sobre una isla o porción de tierra no inundable de unos
2,5 kilómetros cuadrados de superficie, situada en una zona de panta-
nos y manglares. Esa superficie era demasiado pequeña para mantener
a una población numerosa: si, como se calcula, se necesitaron más de
un millón de horas de trabajo para construir los monumentos del sitio,
es preciso asumir que sus dirigentes controlaron los recursos y la fuerza
de trabajo de una zona más amplia, seguramente la que abarcaba las
tierras agrícolas situadas entre los ríos Coatzacoalcos y Tonalá.
El núcleo del centro ceremonial lo forma un conjunto de estructu-
ras, ordenado sobre un eje determinado por el norte magnético, que
El surgimiento de las primeras civilizaciones 115
coincide con la parte más alta de la isla, entre las que se destaca, en
medio de vegetación tropical, una gran pirámide de planta radial con
las esquinas remitidas que remeda un volcán. Las dimensiones de La
Venta, la complejidad de sus edificios y monumentos, su planificación,
el alto nivel arquitectónico y artístico, y su perfección técnica revelan la
profundización de los procesos operados en el período anterior.
A juzgar por el carácter ritual y religioso de los monumentos y repre-
sentaciones, La Venta era esencialmente un centro ceremonial, y sus
ocupantes constituían una minoría de especialistas entre los que se des-
tacaban algunos señores, a quienes solemos llamar “sacerdotes”, cuya
autoridad descansaba en su papel de mediadores entre los hombres y
las divinidades. Estos señores aparecen representados en los grandes
monumentos (enormes cabezas, estelas y los llamados “altares”), a tra-
vés de los cuales mostraban su prestigio y poder. Ejecutores de un ritual
formalizado e intérpretes de un complejo sistema de creencias y valores
religiosos, hicieron de la religión el aspecto integrador y dominante de
sus comunidades.
Sin embargo, a diferencia de lo que se pensó durante mucho tiem-
po, La Venta no fue sólo un centro ceremonial aislado. Su reducida
superficie no podría haber brindado la mano de obra y los recursos
necesarios para la construcción de los monumentos, su mantenimiento
y el de la elite que lo dirigía. Por ende, debe haber controlado los te-
rritorios circundantes, surcados por ríos y canales, donde vivía una im-
portante población campesina. Su producción agrícola y su fuerza de
trabajo hicieron posible la construcción y el mantenimiento del centro,
reconstruido a lo largo de sus cuatro siglos de apogeo, y mantuvieron
al grupo de especialistas que allí vivía, esto es, la elite sacerdotal que
regía sus destinos y los artesanos especializados que produjeron las más
bellas obras del arte olmeca. No conocemos las formas específicas en
que esas comunidades contribuían a sostener al centro ceremonial y su
elite, pero es posible que sobre ellas recayera una serie de tributos y o
trabajos. El prestigio de esa elite, sus funciones de planificación y la po-
tencia de las creencias religiosas deben haber incidido en la aceptación
de esas demandas por parte de las comunidades.
En La Venta se encontraron materiales importados de otras regiones,
en especial minerales para fabricar objetos de uso ritual (ofrendas voti-
vas o funerarias) o de prestigio. Su presencia supone una organización
que incluía especialistas en las actividades de obtención y transporte de
las materias primas, y en la elaboración de los productos. El acceso a los
bienes valiosos, de manera especial los foráneos, era una de las formas
116 América aborigen
Sin embargo, más allá de esos factores, el notable éxito del estilo olme-
ca residió en su amplia aceptación por parte de las elites de las regiones
involucradas en los procesos sociales de esa época. Durante la primera
mitad del primer milenio antes de Cristo, e incluso antes, emergieron
en varias áreas otras jefaturas, vinculadas entre sí y con los pueblos de
la costa del golfo de México por amplios contactos e interacciones, fun-
damentales para la expansión del estilo iconográfico olmeca sobre un
vasto espacio que se extendía desde la actual república de El Salvador
hasta el valle de México.
Las elites de esas jefaturas, algunas poderosas, utilizaban un sistema
común de emblemas y símbolos religiosos para proclamar su posición y
poder, y se relacionaban tanto a través de esas redes comerciales como
de las visitas que los señores o sus emisarios realizaban a otros centros.
Los olmecas de La Venta, en la costa del golfo de México, no eran sino
una de esas jefaturas, sin duda la más compleja y poderosa de su tiem-
po, donde se realizó la síntesis más coherente de esos emblemas y sím-
bolos, tomados de diferentes regiones.
La iconografía de Chavín
En esa iconografía, buen ejemplo de la integración, se destacan los ele-
mentos relacionados con las tierras bajas del oriente, la “montaña”, con
la cual los contactos eran sencillos. Algunos animales de claro origen
selvático, carnívoros y rapaces, jugaron un papel central en las represen-
taciones artístico-religiosas. Sus principales figuras eran saurios o caima-
nes, águilas y, sobre todo, jaguares: animales dominantes vinculados al
agua, el aire y la tierra, respectivamente. Sus figuras, muy estilizadas, o las
representaciones de partes de ellos, como uñas, garras y colmillos, tuvie-
ron fuerte presencia en las esculturas y en múltiples objetos pequeños en
piedra, cerámica, hueso y concha. También son dominantes en algunas
grandes piezas, verdaderas obras maestras por la calidad de su ejecución
y la complejidad iconográfica de las representaciones, como el mencio-
nado Lanzón, el Obelisco Tello, la estela Raimondi, o las lajas talladas
que rodeaban el patio circular hundido del Templo Viejo.
Pero también existen representaciones de elementos marinos, entre
los cuales se destaca el Spondilus, un bivalvo de aguas calientes denomi-
nado “mullu” en quechua, y el caracol Strombus, usado para fabricar una
especie de trompeta de sonido grave y áspero. Ambos estaban ligados a ri-
tuales vinculados con el agua. Al parecer, los movimientos de estos molus-
cos hacia el sur o el norte marcaban el ritmo cálido-frío de las corrientes
marinas, lo cual permitía predecir con alguna anticipación el fenómeno
El surgimiento de las primeras civilizaciones 129
que hoy conocemos como “el Niño”. Por eso, el pronóstico del tiempo
y el conocimiento del calendario estuvieron estrechamente asociados al
desarrollo de los centros ceremoniales y a la consolidación de sus elites.
costa sur del actual Perú. Allí, aldeas de pescadores instaladas sobre la
costa desértica habían desarrollado, hacia 450 a.C., prácticas funerarias
particulares: las tumbas familiares, excavadas en forma de botella (ca-
vernas), no mostraban indicios de diferencias sociales significativas ni
incidencia del estilo de Chavín. Un siglo después aparecen nuevas prác-
ticas funerarias, indicios de diferenciación e influencias, que marcan
una nueva etapa en el desarrollo cultural de Paracas, zona que en los
siglos siguientes tuvo su mayor apogeo y sobrevivió a la caída de Chavín,
como veremos en el próximo capítulo.
En síntesis, los centros vinculados a Chavín, con sus macizas estruc-
turas y la adopción de creencias religiosas, iconografía y estilo artístico
comunes, eran producto de sociedades complejas, con un sistema de
estratificación social definido, elites poderosas e intrincados intercam-
bios. Numerosos elementos de Chavín pueden ser rastreados hasta los
tiempos precerámicos, pero, en otros aspectos, su herencia a la cultura
andina posterior fue novedosa, como ocurrió con el rol de los textiles
como forma elevada de arte, o con la producción de finos objetos de
oro y plata, con alto valor simbólico. Además, varios motivos de su ico-
nografía reaparecieron más tarde en las cerámicas mochicas y en escul-
turas en piedra, textiles y cerámicas de Tiwanaku y Wari; un ejemplo
representativo es el de la figura del dios de los Báculos, que ocupaba el
lugar central en la Puerta del Sol en Tiwanaku.