You are on page 1of 3

VIOLENCIA URBANA

La violencia urbana no es una novedad del siglo XXI. La organización social en


ciudades requirió desde sus albores un control de los comportamientos humanos
mediante leyes y ejércitos ante la necesidad de establecer límites a la violencia. Pero
lo que caracteriza a la violencia urbana del nuevo paradigma es la ausencia de
objetivos en esa violencia, de un medio se transforma en un fin en sí mismo, en
tiempos en que el ocio se vuelve angustiante y el aburrimiento ocupa lugar
predominante, esa sensación de tedio se resuelve en enfrentamientos, contra otros o
contra sí mismo. La vieja violencia era una violencia histórica, violencia crítica en
respuesta a la violencia unilateral de la dominación, una violencia con origen y final.
Hoy ya no estamos frente a esa violencia histórica ni de clase, sino frente a una
violencia de reacción, una violencia histérica, una violencia de raíz socio-económica y
cultural. La violencia de raíz social o ideológica del Viejo Paradigma estaba asentada
en la ira; a diferencia de esto la violencia urbana de la Sociedad Red carece de
objetivos y tiene su expresión en el odio. La diferencia estriba en que mientras la ira
es un sentimiento superficial y pasajero que se resuelve en la acción, el odio es
profundo y persistente; la ira moviliza hacia el objetivo que la provoca, el odio
petrifica y se divorcia de todo fin, hace zapping de violencia sobre cualquier objeto
sin importar a cual afecta, carece de pasión y no se agota en la acción.
Paradójicamente mientras la vieja violencia se daba en un escenario de opresión y
conflicto, típico de la cultura de la modernidad, dice Baudrillard, la nueva violencia se
produce en un marco de consenso y tolerancia que nos propone la cultura
posmoderna. Sin embargo ambas violencias, la vieja o la del nuevo tipo, coinciden en
un punto, responden a una violencia desde arriba, de dominación, pero a diferencia
de aquella ahora la dominación es más sutil, una sociedad de control, una violencia
del consenso. Y aquí es donde se agrega el factor cultural, porque si bien la cultura
posmoderna pregona la tolerancia, la multiculturalidad y el consenso; esa misma
tolerancia no suma al otro sino que lo anula disolviéndolo en la aceptación acrítica y
evitando la posibilidad de reconocerse en el otro. Y si no hay otro al que reconocer, si
todo es diverso e indiferente y los valores se vuelven difusos, no hay bien ni mal, no
hay pues “enemigo”. La sociedad tolerante genera indiferencia y en esa indiferencia
se anula al Otro, y entonces hay que recrearlo, y en esa tarea el odio aparece como el
sentimiento ideal para volver a crear al enemigo. Mediante el odio se resucita al otro,
aunque más no sea para convertirlo en su víctima. Ese otro se encuentra en la
sociedad, en el extremo opuesto de la sociedad. Pierre Bourdieu expresaba que era
fácil reaccionar violentamente contra la disciplina y el orden del viejo paradigma
porque se era conciente de ella, se hacía visible; pero si hablamos de la dominación
simbólica que opera en el nuevo siglo (dominación hecha en base a símbolos y a
comunicación, ese Poder que teorizó Castells) es mucho más difícil oponerse porque
es algo que no presiona, una dominación que está pero no se siente, que se
encuentra en todas partes y en ninguna.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek reconoce tres tipologías en la violencia actual:124 1)
Violencia subjetiva: la violencia más visible y obvia. 2) Violencia sistémica: las
consecuencias sociales provocadas por el accionar de los sistemas económicos y
políticos. La violencia del desempleo, de la desigualdad, de la discriminación. 3)
Violencia simbólica: encarnada en el lenguaje y sus formas. La habitualmente
expuesta desde los medios de comunicación creando sentido en la población,
ligando ideas como pobreza y delito por ejemplo. Zizek plantea que estas tres
categorías de violencia interactúan, ya que la Violencia Simbólica es la que expone y
hace visible de manera espectacular a la Violencia Subjetiva, mientras esconde y
silencia los efectos de la Violencia Sistémica. Michela Mazzaro a apuntar que “lo que
no se ve, no se contempla”. El atrincheramiento en el gueto voluntario es una manera
de sobreponerse al miedo que inspiran los otros, pero “las barreras consolidan las
diferencias, propician el egocentrismo y generan más miedo. La presencia de los
muros da pie a una idea, la de el enemigo que está por todas partes, de que es
peligroso y anónimo, y de que todas las medidas defensivas que se tomen son
legítimas". Es la Violencia Simbólica la que pone en visibilización al Otro como
protagonista de la Violencia Subjetiva, poniendo al infraclase, al individuo por
defectoi en el lugar del enemigo. Se alimenta la idea del “extraño”, el desconocido en
el paisaje urbano, lo que agrega incertidumbre y miedo ante la variopinta cantidad de
personajes que circulan por las calles y los barrios. Si hay extraños hay iguales, si
hay otros hay nosotros, la comunidad de semejantes que actúa como un refugio
frente a la presencia del extraño. Otro factor que predispone al clima de violencia en
la ciudad es la pérdida del espacio público, Ya habíamos planteado como en el siglo
XXI lo público ha desaparecido para dar paso al dominio de lo privado, y una de las
grandes víctimas de ese cambio es el espacio público. En los espacios públicos de
las ciudades se expresaban las normas de convivencia y se las aplicaba, era el lugar
de encuentro social por excelencia; en cambio una ciudad despojada de espacio
público, como nuestras ciudades actuales, brinda escasas oportunidades para
debatir, encontrarse, confrontar o negociar.125 El hombre público ha caído y nace en
las ciudades el enemigo interior, las murallas ya no se levantan alrededor de la urbe
sino que las murallas se levantan ahora dentro del espacio urbano al que dividen
fragmentándolo. Y las murallas tienen dos lados, dividen un espacio en un “afuera” y
un “adentro”, pero de modo reversible lo que es “adentro” para los que están de un
lado de la muralla es “afuera” para los que están del otro lado. Frente a este
panorama complejo de violencia en la ciudad posmoderna la respuesta que el
sistema ha dado confluye en un mismo objetivo: la represión, un procedimiento de
éxito relativo ya que lo que se reprime es el acto violento sin atacar las causas. Pero
la violencia urbana no está solo motivada por factores sociales, sino también por
elementos culturales del nuevo paradigma. Magalí Sánchez e Yves Pedrazzini
realizaron un estudio sobre bandas venezolanas e identificaron un factor persistente
al que llamaron “cultura de la urgencia”. La cultura de la urgencia es la del fin
inmediato de la vida, no la negación de la vida, sino su celebración extrema. Se vive
el instante a pleno, todo debe probarse, todo debe sentirse, todo debe
experimentarse hoy, porque no hay mañana. La angustia de la urgencia debe
obturarse con actos seguros, y el único acto seguro de nuestro tiempo es el
consumo, ya que el consumo es la seguridad de atrapar el presente por un instante.
La cultura del siglo XXI promueve el consumo como un acto esencial de nuestra vida,
un derecho ciudadano; y ese valor del consumo no está restringido a las clases
pudientes sino que se hace carne incluso en los sectores de más bajos recursos y los
marginados. Lo que sucede, según apunta Z. Bauman, es que no todos son
consumidores plenos, sino que existe un conjunto de “consumidores imperfectos”,
no poseedores que sienten el vacío del no poder acceder a lo que el mundo actual
considera el acceso a la dignidad, generándose “campos minados” sociales en los
que la desigualdad puede generar potenciales estallidos de violencia.126 La
combinación explosiva de consumismo y desigualdad es una bomba de tiempo en
nuestras ciudades ya que no hay diferencia entre las motivaciones de las bandas
juveniles y las de los grupos de alto consumo que se mueve de uno a otro centro
comercial. Las minas de los campos de los que hablaba Bauman, sembradas por la
desigualdad y la acción autónoma del mercado, son los consumidores imperfectos en
un campo lleno de consumidores plenos. A este panorama de la violencia urbana de
raíz socio-económica propia de la lógica de exclusión del sistema, y cultural que
celebra lo efímero y la ausencia de futuro, hay que agregarle aditamentos como la
creciente explotación infantil, una verdadera cultura de la portación de armas y los
fenómenos de criminalidad global como el narcotráfico y la drogadicción. Frente a
esta suma de factores de la violencia urbana del nuevo siglo el tema de La Seguridad
se convierte en una preocupación central de los ciudadanos en todo el planeta

You might also like