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LAS PRUEBAS ESPIRITUALES (II)

Consejos de vida espiritual


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se recitan las oraciones del Ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo,
adoro, espero Os adoro profundamente y Os ofrezco
y os amo. el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma
Os pido perdón y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
por los que no creen, presente en todos los sagrarios de tierra,
no adoran, no esperan en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
y no os aman. con que Él mismo es ofendido
y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén
***
 Se lee la lectura de la Palabra de Dios.

Del santo Evangelio según San Marcos


Lucas 4, 1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por
el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el
diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. Entonces le
dijo el diablo: — Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta
en pan.
Y Jesús le respondió: — Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre.
Después el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los
reinos de la superficie de la tierra en un instante y le dijo: — Te daré toda
esta potestad y su gloria, porque me ha sido entregada y la doy a quien
quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo.
Y Jesús le respondió: — Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y
solamente a Él darás culto.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo y le
dijo: — Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo desde aquí, porque escrito
está: Dará órdenes a sus ángeles sobre ti para que te protejan y te lleven
en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
Y Jesús le respondió: — Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.
Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento
oportuno.

***
LAS PRUEBAS ESPIRITUALES (2)

En las tentaciones
En cuanto a vuestras tentaciones, ocultadlas en una de las llagas de nuestro
Señor y bondadosísimo Salvador, y en lo más recio de la tempestad acogeos, cual
piedras preciosas, a la concha protectora, es decir, a nuestro Señor crucificado.
No examinéis los efectos o las razones de las tentaciones; marchad siempre
adelante; necesitáis ser mantenidos en la miseria de vuestra humillación y en la
convicción de vuestra debilidad.
Dios queda con vosotros; he ahí vuestro consuelo y vuestra fuerza.
Haced un acto de resignación, no razonéis con vuestras penas, no examinéis
vuestras turbaciones; contentaos con decir a Dios: “Oh Jesús mío, perdonadme
cuanto haya podido desagradaros; antes morir que pecar”. Luego descansad con
toda paz en el seno de la misericordia divina. Seréis más del agrado de Dios si no
os volvéis para contemplar Sodoma y Gomorra en llamas, y si claváis vuestros
ojos en la cruz y en el amor de Jesús y en el cielo, que constituye el término de la
jornada.
Jesús, que no hizo quebrar la caña medio rota, sostenga la débil caña de nuestra
alma, si permite que el viento la agite y la incline a tierra; pero que al instante
hágala dirigirse al cielo.
También el demonio tentó al divino maestro; se le apareció revestido de
diversas formas; y aún más: tuvo la osadía de llevarlo por los aires; pero Jesús le
dejó obrar, hasta que, sin perder su serenidad y sin recurrir a milagros, lo rechazó
tan sólo con algunas palabras.
Después de haber acompañado a Jesús en el Tabor, en Getsemaní, en el
calvario, hay que compartir también con Él sus tentaciones; pero, ¡confiad!, Jesús
está frente a los demonios, modera su furor, está presto a combatir con nosotros.
Cierto que el demonio no está solo: la imaginación, el corazón y el cuerpo
conjuran con él contra nuestra pobre alma. Pero no os desalentéis. Es cual una
convulsión popular: es inútil razonar y gritar para apaciguar los ánimos; lo mejor
es dejarlos gritar solos: pronto se calmarán y se llenarán de vergüenza. Es menos
temible el demonio cuando nos tienta de un modo sensible.
¡Ánimo! Después del primer temor, cobrad alientos, poneos a salvo y acogeos
al corazón del divino maestro, como los niños que, al sentirse con miedo, se
acogen al regazo de su madre.

Paz en medio de la guerra


Si os fuera posible no prestar tanta atención a esta algarabía interior, a todas
esas impresiones, y vivir en paz aun en medio de la guerra, ¡qué consolador
sería! Pero con todo, no olvidéis que nuestro Señor os quiere en tal estado, que le
dais más gloria que en otro cualquiera, y que aun vuestras miserias pueden ser
una bella materia de confianza en su bondad.
La tempestad purifica la atmósfera, pero pasa, y el sol reaparece más bello y
más resplandeciente.
¡Cuán dulces son, en la expansión recíproca del amor divino, los suspiros, los
gemidos, las lágrimas de un corazón que no ama más que a Jesús!
Las humillaciones y los sufrimientos alivian la impotencia de nuestro pobre
corazón; el martirio sería su mayor felicidad.
¿Creéis acaso que los gemidos y las lágrimas de la Magdalena en el sepulcro
del Señor, y la agonía de María a los pies de Jesús moribundo en la cruz, no
fueron efecto del más heroico amor? El amor del bondadoso y ternísimo Jesús,
sufriendo a solas y abandonado de su Padre y de los hombres, ¿no llegó al último
grado del amor sufrido y totalmente inmolada?
¡Ah; sí! ¡Viva Jesús! ¡Viva su cruz!
Cierto que Jesús se quejó a su Padre: “Padre mío, ¿por qué me has
abandonado?”.
También vosotros podéis quejaros, pero con todo amor y después del combate:
este es el grito del amor inmolado. Cuando el enemigo de Jesús y el de vuestra
salvación os embista con toda su fuerza, haced tan sólo una cosa: humillaos con
toda la esperanza de la confianza en Dios. Pero es poco todavía: dad un paso
adelante; creeos más malvados que el diablo, diciendo a nuestro Señor:
“Miserable de mí, a él no le hiciste tantas mercedes como a mí; él no tuvo un
salvador que fuese padre como lo tengo yo; no os ofendió más que una vez y yo
os he ofendido mil veces y he sido ingrato e infiel; bien merecido tengo que sea
él un verdugo de vuestra justicia.
Padre mío, me abismo en mi nada; mas ya que sois mi padre, no me
abandonéis, no me dejéis de la mano: vuestros son mi voluntad y mi corazón; lo
demás sea de vuestra justicia”.
En el corazón de Jesús
Que el corazón de Jesús inflamado de amor sea vuestra fuerza, vuestra
protección, vuestro centro, vuestro calvario, el sepulcro de todo vuestro ser y,
finalmente, la resurrección, la vida y la gloria.
Dios no os abandonará; con todo, quiere que le honréis en el abandono y en los
horrores que constituyen el suplicio del infierno; mas en esta vida la gloria de
Dios y su misericordia son las que triunfan de los demonios.
Las desolaciones interiores agradan más al Corazón de vuestro esposo que
todos los goces y resplandores del Tabor.
¡Ah, si vivierais sobre las nubes y tempestades, frente a un sol espléndido,
cuán poco os preocuparíais de los vientos y tempestades que a vuestros pies se
agitan!
Dejad obrar a nuestro Señor; seguidle con amor y agradecimiento en todo.
¡Valor! ¡Siempre con el corazón bien alto y tranquilo; siempre con el espíritu
fácil en sobrellevar las penas; pero en continua alabanza del amor que Jesús os
profesa en esta tierra y del que os reserva en la patria bienaventurada!

***
“Las tentaciones son muchas veces utilísimas al
hombre, aunque sean graves y molestas, porque en
ellas es uno humillado, purificado y enseñado”
(Imitación, Lib. I cap. XII).

Las tentaciones mantienen nuestro corazón en:

 La humildad, porque no damos cuenta de que frágiles y pequeños


somos y cuánto necesitamos del Señor;
 Vigilancia, nos hace estar prevenidos, alertas a los movimientos de
nuestro corazón.
 Purificación, nos llevan a purificarnos de nuestros pecados.
 Compasión, porque nos permiten tratar benignamente a nuestros
hermanos que también padecen tentaciones.
 Atención a Dios, acudiendo a Él con frecuencia cuando nos vemos
asediados por las tentaciones.
 Sobriedad
 Dominio Propio

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