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Milcíades Peña: una historia trágica (por Ernesto D´Amico)

Un pensador de izquierda

El proyecto, inconcluso, de Peña era una Historia del Pueblo Argentino. Quedan seis de
sus “tomos”, que aparecieron como textos independientes: Antes de Mayo, El paraíso
terrateniente, La era de Mitre, De Mitre a Roca, Alberdi, Sarmiento, el 90 y Masas,
caudillos y elites. Peña abarca en ellos desde el año 1500 hasta 1955. Los escribe en la
década que va del ´55 al ´65.

Peña había comenzado como militante en el morenismo, un grupo trotskista. Luego se


aleja de la militancia para convertirse en un historiador profesional. En 1958 da un curso
sobre Marx en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, curso que
luego aparece como libro: Introducción al pensamiento de Marx. Allí presenta a un Marx
humanista e historicista, centrándose en la problemática de la dialéctica histórica, la
alienación y el sujeto. Por entonces, el marxismo se renovaba a nivel mundial; Peña y
Frondizi son quienes llevan a cabo esa renovación en la Argentina. El marxismo, como
explica Tarcus, no tenía cabida dentro de las políticas culturales del peronismo ni dentro del
frente antiperonista opositor, aglutinado por una ideología liberal-democrática. Tampoco
encontró espacio en la Universidad, peronista o antiperonista. Sólo con la ruptura y
disgregación del frente antiperonista, a partir de 1955, se hará atractivo el marxismo para la
nueva generación de universitarios. Se hace una lectura humanista y antiestalinista del
marxismo, que coincide con la divulgación de algunos de los textos juveniles de Marx,
como los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, que en 1956 se editan por primera
vez en edición completa en la URSS. La década ´55-´65 se caracteriza por la emergencia de
una nueva lectura de Marx y del marxismo, en la que se valorizará su relación con la
filosofía de Hegel. Son los años de la irradiación de la obra de Gramsci más allá de Italia,
del redescubrimiento del joven Lukács, del apogeo del marxismo en Sartre (en 1960
aparece en Francia la Crítica de la razón dialéctica).

En Argentina, el pensamiento de izquierda lejos estaba de conformar una unidad. Los


pensadores de izquierda discuten, se refutan unos a otros, se desautorizan. Peña y Ramos se
tratan bastante mal. Peña no cesa de criticar las distintas intervenciones o ausencias de
intervención del partido Socialista y del partido Comunista en la política nacional.1 Nunca
discute con Marx, Lenin, o Trotski. En la discusión con Ramos, la palabra de éstos autoriza
los discursos, cancela cualquier discusión: el forcejeo consiste, en buena parte, en una riña
de exégetas.

1 Ver, por ejemplo, Masas, caudillos y elites, pp.52-55.


En los textos sobre historia argentina, Peña no abunda en citas de Marx, Lenin, Trosky; no
pretende deducir de la palabra de estos “grandes” cada una de las cuestiones particulares de
la historia nacional. Peña pensará el caso nacional a partir de los materiales que aporta su
propia historia, recurriendo además a los historiadores y pensadores que lo han abordado
particularmente, bien y mal. Pero el marxismo está siempre presupuesto. Funciona como
grilla de inteligibilidad.

No se puede llegar a Peña si se busca una versión más o menos serena y objetiva de la
historia argentina. Peña es fundamentalmente agresivo; discurso vehemente e irónico,
“punzante estilo polémico”(dice Tarcus2), en el que abundan las descalificaciones. A Mitre
lo llama “cínico agente de la burguesía comercial porteña”, “el patriarca de la triple
infamia”, “inepto”, “decano de la duplicidad política”, “estratega del desastre”. A Perón lo
trata de afeminado, de cobarde, de farsante; lo llama “demagogo”, “inconducente
conductor”. A Jorge Abelardo Ramos lo trata de mentiroso; lo llama “el impostor”, “el
teórico del disparate”. Peña escribe una historia desmitificante, y hace crítica
historiográfica. “Mentira”, es una de sus categorías de análisis preferidas. Al mismo
tiempo, su discurso busca ser un discurso documentado. El estilo de Peña conjuga la furiosa
toma de posición, la lucidez, la claridad en la escritura, la coherencia, los materiales
empíricos abonando constantemente lo que dice. Y se da el lujo frecuente de la ironía y el
lenguaje figurado. Peña está cómodo en el lenguaje, y escribe una historia convincente.

“Ni… ni…”, “Ni esto, ni aquello” – ésta es la gran fórmula de Peña. La historia argentina
suele presentar dos fuerzas en pugna; él no toma partido por ninguna. Muestra la pareja
insuficiencia de ambas. Su visión trágica dice que ninguna de las fuerzas o clases existentes
en éste o aquél momento era capaz de asumir un programa nacional y progresivo, lo que
pone a la Argentina siempre en un callejón sin salida. El sueño de Peña respecto de la
Argentina puede resumirse en dos palaras: nación y progreso. Pues bien: durante Rosas el
Interior significaba nación sin progreso, y Buenos Aires progreso sin nación. El interior,
con su retrasada industria artesanal, era la nación estancada, la nación sin progreso
moderno, sin acumulación de capital; Buenos Aires era la acumulación capitalista, el
progreso pero a espaldas e incluso contra la nación.3 Unitarismo y rosismo: ninguno
contaba con bases sociales para una política nacional independiente; unos miraban las luces
de París, los otros los faros de los puertos ingleses. Durante Mitre, está la Confederación,
que es “el atraso estancado con apoyo de masas de las montoneras riojanas”, y del otro lado
“el progreso con cuentagotas contra las masas, de la oligarquía porteña enfeudada a
Inglaterra.”4 Las fuerzas en puga vuelven a mostrarse parejamente insuficientes. Durante
Perón se vuelve a dar una “endiablada combinatoria”, así que –dice Peña- “ni complacencia
oportunista con el régimen que se convalida so pretexto de nacionalismo, ni alianza con el

2 Cfr., Tarcus, H., El marxismo olvidado en la Argentina, pp. 36, 117.


3 El Paraíso Terrateniente, p.19.
4 La era de Mitre, p.46.
extranjero contra la nación so pretexto de combatir dictaduras.”5 En todos los casos los
contrarios constituyen algo a superar dialécticamente en tanto hacen a lo mismo, lo cual no
quita que Peña incline levemente la balanza en favor de uno de los dos. Por ejemplo, del
lado de Rosas (porque por lo menos con Rosas el país nace al desarrollo capitalista, aunque
se trate de un capitalismo semi-colonial); o del lado de Mitre (porque las fuerzas de
evolución ascendente se desarrollan mejor con Mitre que lo que podían hacerlo con los
caudillos del interior).

Ni esto ni aquello; por eso Peña construye una historia trágica, una historia casi
enteramente crítica, de los líderes, las clases dirigentes, los historiadores. Su lectura de la
historia argentina no entra en el cauce de la historiografía liberal pero tampoco en el del
revisionismo. En el pensamiento de Peña, los buenos programas de los intelectuales lúcidos
no se realizan, y lo que se realiza es lo que parte de la incapacidad de la dirigencia
argentina.

Intelectuales trágicos

Peña piensa la historia argentina en términos de “tragedia” –tragedia (dice) en el sentido


hegeliano del término, es decir, como una situación sin salida hacia adelante.
Concretamente, la tragedia de la Argentina ha consistido, desde el siglo XIX, en la
inexistencia de una clase capaz de llevar adelante el proyecto de hacer de la Argentina una
gran nación moderna al estilo yanqui, esto es, una nación con desarrollo capitalista
industrial. Peña denuncia en las sucesivas clases dirigentes su falta de interés nacional e
incapacidad para realizar semejante programa. Argentina paga su atraso con el
sometimiento a Inglaterra y, en general, a las grandes potencias imperiales, sometimiento
que a su vez consolida el atraso. La Argentina es un país “semi-colonial”. Siempre lo fue.

“Trágica” parece ser además la historia del Peña hombre y, de acuerdo con Tarcus, la del
Peña intelectual. Había nacido en La Plata, en 1933. Tarcus cuenta que a causa de los
trastornos síquicos de su madre, el pequeño es criado y educado por sus tíos, un matrimonio
de edad mayor. La adopción no se legaliza. Milcíades padece desde muy pequeño asma y
falso crup. A los once años, por accidente, descubre su verdadera identidad: que sus tíos no
son sus padres biológicos, que aquella señora enferma a quien llevan periódicamente a
visitar es su madre, que tiene tres hermanos mayores, que su verdadero nombre es
Milcíades Peña. En su juventud hace intentos de suicidio. Peña se casará con Regina Rosen,
y en 1964 nace su hijo, también “Milcíades”. En 1965 Peña se suicida mediante la ingestión
de pastillas, en el apogeo de su producción intelectual. Tenía treinta y dos años.6

5 El paraíso terrateniente, p.91.


6 Cfr. Tarcus, H., El marxismo olvidado en la Argentina, pp.30, 37, 108, 406-408.
Peña se refiere a Sarmiento y a Alberdi como dos intelectuales revolucionarios, cuya
“tragedia” es la tragedia de la Argentina. Peña se identifica con ellos; su drama se repetiría
en el propio Peña en el contexto del peronismo y posperonismo. Su tragedia consiste en el
desencuentro con las clases dirigentes sin tampoco hallar apoyo en alguna otra clase para
llevar adelante su programa. Se quedaron solos. Lo mismo ocurre con el propio Peña.
Divorciado del grupo morenista y de la militancia, sin interlocutor intelectual ni siquiera en
la propia izquierda, y sin que su sueño revolucionario pueda ser asumido por el sujeto
revolucionario. Peña no tiene un lenguaje común con las masas trabajadoras, que son
peronistas.

Sarmiento y Alberdi, Peña no tiene sino palabras de elogio para con ellos. Les perdona sus
“cegueras”, “debilidades” o “peores momentos”, como la complicidad de Sarmiento con la
oligarquía porteña, su desprecio al gaucho; el pensamiento librecambista en Alberdi, su
opinión de que producir una vaca es igual a producir una máquina de vapor, el haber
renegado de su ideología nacional y democrática, haberse acoplado a los políticos de la
burguesía comercial porteña, haberse convertido en el campeón de la agresión francesa
contra el país. Estos errores quedan compensados y superados por los aciertos, o
justificados en términos del contexto. El Sarmiento que a Peña le interesa es sobre todo “el
último Sarmiento”, y su Alberdi es el Alberdi ignorado de los Escritos póstumos, que en la
vejez y la soledad del exilio, y con la perspectiva histórica que le brinda el largo tiempo
transcurrido después de Caseros, dice que prefiere los tiranos de su país a los libertadores
extranjeros, reconociendo el error “juvenil”.

Sarmiento y Alberdi fueron “los más lúcidos teóricos de la necesidad de transformar el


país respecto de lo que era en 1853; fueron “los dos únicos pensadores responsables que ha
tenido el país”7. Intelectuales burgueses desencontrados con su clase, son las dos figuras
principales de la tragedia argentina. Diseñan un proyecto de nación frente a una oligarquía
argentina que no tenía el interés ni la capacidad históricos para llevarlo a cabo. Ambos
“mueren divorciados de la oligarquía argentina, escribiendo cosas infaliblemente certeras
contra ella, defraudados en sus esperanzas de construir una gran nación que pudiera
equipararse a los Estados Unidos.” (p.59) Su desencuentro con la oligarquía habla mal de
ésta.

Peña piensa que Alberdi y Sarmiento son actuales. Su problema (el de la construcción de
una nación soberana) se vuelve a plantear ahora: “en 1957 tenemos que construir lo que
ellos esperaron hacer en 1850”. Para los marxistas revolucionarios, como para Alberdi y
Sarmiento, la nación argentina es una tarea. La nación argentina que ellos programaron está
todavía por hacerse, si bien con otra estructura y otros instrumentos.8 Por eso hay que
volver a leerlos, “sin lagañas tradicionales”. Peña hace una recuperación “por izquierda” de

7 Alberdi, Sarmiento, el 90, p.60.


8 Alberdi, Sarmiento, el 90, pp.57-58, n.1.
Sarmiento y de Alberdi, para escándalo del revisionismo y de la historiografía liberal. El
pensamiento revolucionario debe “arrancar a Sarmiento y Alberdi de las garras de la
museografía oligárquica, demostrando que estas grandes figuras nacionales murieron
denunciando y poniendo en la picota a la oligarquía argentina, incapaz de conducir a su país
al gran destino nacional que ellos habían soñado”.9

Si bien combatieron en bandos opuestos, sus programas coincidían en lo importante.


Fueron, dice Peña, los grandes teóricos de la necesidad de un vertiginoso desarrollo
material al estilo yanqui, como base indispensable para construir una fuerte nación
autónoma. El ideal de Sarmiento “era hacer a la Argentina comparable a Estados Unidos, es
decir, una grande y soberana nación moderna…” Tenía intenciones de fundar un partido
republicano inspirado en el partido republicano yanqui, el partido de la burguesía industrial
norteamericana. Asimismo, Alberdi quería crear en Latinoamérica el clima del capitalismo
industrial yanqui. Estudiar e imitar el proceder de América del Norte, su libertad y su
progreso, sería en provecho, no en detrimento, de la raza latina. Al mismo tiempo, Alberdi
alertaba “contra la expansión yanqui”. Rechazaba “terminantemente el pretexto civilizador
de cualquier colonización: mejor el desorden en la independencia nacional que el orden en
la supeditación al extranjero.” Entendía que las armas de Europa sobre Latinoamérica eran
sus fábricas, no los cañones; que las nuestras debían ser las aduanas, las tarifas, no los
soldados. Alberdi decía que el interés de la deuda “es el peor y más desastroso enemigo
público”. América del Sur se había emancipado de España, pero ahora gemía bajo el yugo
de su deuda pública. Los imitadores modernos de San Martín y Bolivar la pusieron bajo el
yugo de Londres.

En Sarmiento y Alberdi hay una conciencia clara de que la independencia de las naciones
latinoamericanas era inseparable de su desarrollo material, para lo cual había que
desarrollar una industria nacional. Había que sacar al país del modelo agrícola-ganadero,
porque un desierto sembrado con vacas, creía Sarmiento, no es base material suficiente. Los
dos teorizaron en torno de la problemática de la expansión imperialista y la defensa de la
soberanía nacional. Peña va contra el mito del Sarmiento extranjerizante y antinacional:
mientras la oligarquía (de Roca y Juarez Celman) tiende cada vez más a acoplarse al
capital, a los gerentes y a las ideas y modas extranjeras, Sarmiento tiende cada vez más a la
defensa de lo nacional frente a los desplantes imperialistas. Sarmiento y Alberdi
comprendieron la trampa de endeudarse con el extranjero. Los dos pelearon contra la
oligarquía extranjerizante y antinacional que se asociaba al capital extranjero. Sarmiento
combatía a la “civilizada oligarquía porteña” de Roca y Juarez Celman10; Alberdi fue
perseguido en vida y después de muerto por la suboligarquía portuaria agrupada en torno a
Mitre11. Los dos criticaron a la oligarquía terrateniente, caracterizada por el parasitismo. Se

9
Alberdi, Sarmiento, el 90, p.82.
10 Alberdi, Sarmiento, el 90, pp.93-94.
11 Alberdi, Sarmiento, el 90, p.116.
proclamaron contra el latifundio, columna vertebral de esa oligarquía. Sarmiento quería la
reforma agraria, o sea, la mejor distribución de la tierra. Alberdi sabía que de ese
parasitismo dependía en gran medida el endeudamiento al capital internacional. Los dos
estuvieron a favor del pueblo. Sarmiento quería la educación común, civilizar al pueblo
mediante la educación primaria, para arrancar a los hijos de la oligarquía el monopolio del
abecedario. Alberdi despreciaba el odio hacia las masas gauchas por parte de la historia
oficial, y reconocía el papel desempeñado por los caudillos en la historia nacional.12

¿Por qué fracasó el programa de Sarmiento y Alberdi? Por la falta de clases; porque las
clases existentes en la Argentina eran incapaces de asumirlo. La oligarquía tomaba de ese
programa “lo que le convenía, que no era precisamente lo que más le convenía a la nación”,
y las masas populares “no podían comprender ni sentir la necesidad del programa que
formulaban los intelectuales”. La oligarquía terrateniente vivía y se enriquecía “mirando
parir vacas”, como denunciaba Sarmiento. Su predominio se sustentaba en la conservación
de todos los basamentos del atraso nacional. La única clase capaz de hacerlo era la
burguesía industrial, y tal clase no existía en la Argentina. Este es “el gran drama
argentino”, la tragedia, el callejón sinsalida por el que la Argentina continuó siendo un país
atrasado y semicolonial. Había que modificar las formas y normas de vida heredadas de la
colonia, y para ello no bastaba con importar ideas, hombres, sistemas escolares. Había que
cambiar “la estructura social”. Se precisaba una clase revolucionaria capaz de presidir esa
metamorfosis. Y esa clase no existía entre nosotros. Sarmiento y Alberdi pensaron en la
inmigración, en abrir las puertas a Europa: para “crear las condiciones reales para una
posterior afirmación de la independencia nacional sobre un nuevo plano.” Había que salvar
al criollo de sus viejas clases dirigentes, para poder construir una gran nación con ayuda del
inmigrante, porque la oligarquía sólo podía construir una gran semicolonia con ayuda de
Londres. Pero faltaba “una clase dirigente capaz de construir una gran nación en base a los
elementos aportados por la europeización.”13 Sarmiento y Alberdi, pues, se movían en el
vacío -inexistencia de una burguesía industrial que asumiera el programa de los
intelectuales. Y, dice Peña, “En el vacío no se puede caminar, ni en la naturaleza ni en
política”.14 En consecuencia, el desarrollo de la Argentina fue parcial e incompleto, un
desarrollo dirigido por el imperialismo a través de la colonización financiera. Peña sostiene
que todo gobierno se apoya en alguna clase; muestra que Rosas se apoyó en la clase
estancieril bonaerense, Mitre en la burguesía comercial porteña, Juarez Celman en una
“suboligarquía gestora”, (intermediaria entre el Estado Argentino y los banqueros
internacionales), Perón en la clase obrera. La clase es el elemento primordial. Los líderes
encarnan intereses de clase, y la historia argentina es la historia de la lucha de clases.

12 Cfr., Alberdi, Sarmiento, el 90, pp.100, 109.


13 Cfr., Alberdi, Sarmiento, el 90, pp.73, 74, 77, 92, 106, 114.
14 El paraíso terrateniente, p.57.
Una larga sumisión

La Argentina fue siempre un país “atrasado” y “semicolonial”. Alberdi lo decía: Argentina


es “un país sometido a Inglaterra desde la hora cero de su formación”.15 En la antítesis de
“nación y progreso”, la dependencia y el atraso de la Argentina funcionan como causas
recíprocas. La “amistad” con Inglaterra durará hasta los primeros años del primer gobierno
de Perón, momento en que el imperio comienza a decaer. Esa “amistad”, de vieja data,
arruinó a la nación. Cuando Inglaterra alienta la prosperidad argentina es siempre en
función de sus propios intereses. Argentina está llamada a permanecer bajo el modelo
agrícola-ganadero y, por lo tanto, a no desarrollarse como nación industrial autónoma. Peña
cita a Marx: Inglaterra aspiraba a “convertir a todos los demás países en simples pueblos de
agricultores, reservándose ella el papel de fabricante”16. Los sucesivos empréstitos
contribuirán a embarrar cada vez más la posibilidad de una salida. Desde muy temprano
Inglaterra crea el mecanismo que le permitirá una larga dominación: la deuda. Es el
“funesto empréstito rivadaviano” - una deuda inexistente, dice Peña, pero siempre creciente
por causa de los intereses, cada vez más difícil de pagar. La Argentina paga puntualmente y
renueva la deuda constantemente.

El sometimiento a Inglaterra no hubiera sido posible sin una complicidad de las clases
dirigentes argentinas. Hay una “alianza” entre éstas e Inglaterra, una alianza contra la
nación. La “nación” a la que se refiere Peña no es algún grupo más o menos “idealizado”.
No es aquello que existía pero dejó de existir, o aquello que en la historia ha quedado
postergado. La “nación” son los intereses nacionales, y es además una tarea. La dirigencia
argentina, condicionada por las presiones y por su propia incapacidad, cede ante las
exigencias de Inglaterra, a cambio de algún beneficio egoísta de clase. Y todo a espaldas de
la nación. Peña llama “debilidad” y principalmente “incapacidad” a la falta de interés
nacional de las clases dirigentes argentinas. Contra ellas principalmente dirige su reproche.
Tendrían responsabilidad, aún en la tragedia.

Las clases dominantes argentinas fueron así ya desde tiempos de la colonia: si deseaban
prescindir de España era para tomar en sus manos el aparato estatal y realizar sus propios
fines. La Revolución de Mayo tenía dos objetivos: emancipar al país de España y someter
todo el virreinato a Buenos Aires.17 Lo que querían, por ejemplo, los comerciantes y
ganaderos de Buenos Aires, era un intercambio más libre con Inglaterra, “un trato directo
con Europa sin la molesta interposición de la corona española”18. Los movimientos de la
Independencia buscaban el disfrute del Estado propio. En tiempos de Rosas, la clase
estancieril gobierna en favor de sus propios intereses y de los ingleses. Rosas cuidaba que
las potencias europeas no pretendiesen gobernar el Río de la Plata pasando por encima de

15 Masas, caudillos y elites, p.67.


16 Marx, K., Capital, I, 2, citado en El paraíso terrateniente, p.31.
17 La era de Mitre, p.49.
18 Antes de Mayo, p.77.
su persona, pero admitía que lo explotasen junto con los estancieros bonaerenses. De allí las
excelentes relaciones entre Rosas e Inglaterra.19 En tiempos de Mitre, la oligarquía porteña
beneficia en primer término al capital extranjero y en segundo término a sí misma, “con
entera desidia por la creación de los cimientos de una gran nación.”20 Roca es un perfecto
continuador de Mitre y de “la política tradicional de la oligarquía argentina, tendiente a
configurar al país como próspera colonia agropecuaria de la Bolsa londinense.” La
prosperidad característica de la década del ochenta es, en orden decreciente, “en beneficio
general del imperialismo, de la oligarquía, de la familia Roca y de sus instrumentos
políticos”21. La presidencia de Juarez Celman acentuó estas características, ensanchando y
perfeccionando la coima, en una política de creciente endeudamiento al capital financiero
internacional. El radicalismo de Yrigoyen respeta la misma línea. Todos votaban por el
radicalismo -terratenientes, industriales, pequeñoburgueses, obreros-, pero la dirigencia del
partido, que determinaba la política efectiva, estaba perfectamente mancomunada “en ideas
e intereses con el imperialismo inglés, con la burguesía terrateniente argentina, con el
capital financiero e industrial tan íntimamente vinculado a los dos primeros, con el ejército
–su guardia pretoriana-, y la Iglesia –su gendarme espiritual. Las cuatro quintas partes de la
UCR eran populares, pero el quinto decisivo –el dueño de casa que trazaba y ejecutaba la
política- servía al imperialismo y a la burguesía argentina.” La neutralidad de Yrigoyen en
la Guerra era un subproducto de la posición semicolonial de la Argentina respecto de
Inglaterra. El capital inglés, colocado en empréstitos, ferrocarriles, bancos, puertos,
empresas de transporte tranviario, de electricidad, gas, y otros servicios públicos, en
frigoríficos y compañías inmobiliarias, en industrias fabriles y consorcios financieros,
abrazaba mortalmente a la economía argentina.22

Es una constante de la historia argentina el que la oligarquía se engorde a sí misma y a sus


socios extranjeros, sin reportar las tareas progresivas que el capitalismo cumplía en las
metrópolis. Como consecuencia de ello, dice Peña, hoy los trabajadores de esta argentina
atrasada deben realizar una tarea doble: no sólo liberarse de la explotación capitalista, sino
además una tarea previa: construir las bases materiales de la prosperidad nacional, tarea que
el capitalismo argentino fue incapaz de realizar.23

Parasitismo

En tiempos de la colonia, antes de mayo, el Río de la Plata fue una civilización del cuero,
y luego también de la carne. Una civilización así se basa menos en el trabajo productivo del

19 El paraíso terrateniente, p.81.


20 La era de Mitre, p.45.
21 Cfr., De Mitre a Roca, pp.82-83.
22 Masas, caudillos y elites, pp.10, 14.
hombre que en la prodigalidad de la naturaleza. Las clases dominantes del Plata se
enriquecían con escaso esfuerzo y nula iniciativa: parasitismo. La ganadería, dice Peña, es
un medio de subsistencia al alcance de la mano, no un trabajo productivo. En el Plata la
tierra trabaja sola, prácticamente sin intervención del hombre. Las vacas crecen solas sobre
la tierra. El ganadero pone en la pampa unos cuantos toros, vacas, caballos, que no tardan
en multiplicarse. ¿Qué hace él? Nada. Su mérito es el de ver parir vacas, su orgullo son los
toros alzados. El mercado mundial reclama con avidez cueros y carnes. Así nace, crece y se
enriquece la oligarquía propietaria de tierras y vacas.24 Peña dice que el Plata tuvo la
“maldición de la abundancia fácil”. Una naturaleza demasiado pródiga, decía Marx, lleva al
hombre de la mano como a un niño en andaderas; no lo obliga a desenvolver sus facultades.
Una naturaleza hostil, en cambio, impone el celo, la ciencia, la pericia, la sabiduría de los
Estados. La fortuna de los colonizadores del Norte de Estados Unidos fue hallar una zona
donde los medios de vida eran escasos: no había mano de obra indígena explotable, ni
minas fértiles ni climas fértiles. La naturaleza ofrecía tierra explotable solo en pequeñas
extensiones. Se vieron obligados al trabajo intenso y productivo para poder subsistir. Esto
explica, por lo menos en parte, por qué Argentina no fue Estados Unidos.

José Hernández escribía en el Prólogo al Martín Fierro que un país cuya riqueza tenga por
base la ganadería puede ser tan respetable y civilizado como el que es rico por la perfección
de sus fábricas. Peña observa esto como una conciencia obnubilada por la prosperidad de la
civilización del cuero y de la carne; Hernández no ve que se trataba de un país atrasado,
tenía “la ilusión retrógrada de creer que con vacas podía construirse una gran nación
moderna”. Así fue la herencia que dejó la colonización española en el Río de la Plata:
“vacas, vacas, vacas”, es decir, aprovechamiento pasivo de lo que la naturaleza brindaba -
una herencia de atraso y de sumisión al comprador extranjero.

El paladín de los estancieros

Peña reivindica la figura de Rosas sólo a medias. A Rosas le reconoce mayor


independencia relativa que Rivadavia frente a las potencias europeas, porque “los
estancieros bonaerenses eran una clase ligada a la producción más importante del país
desde el punto de vista capitalista, mientras que la burguesía comercial porteña era apenas
un apéndice de la industria y el comercio extranjeros”25. Rosas concentra todos los
esfuerzos en el desarrollo del binomio estancia-saladero, que es el elemento más poderoso
de la producción nacional. Los estancieros acrecientan y consolidan la acumulación de su
capital, que está íntimamente ligado a la producción nacional, que no depende de la
industria extranjera, como el capital comercial. Con Rosas toma forma lo que va a ser por
mucho tiempo la columna vertebral del capitalismo argentino tal cual es; es decir, un

24 Cfr., Antes de Mayo, pp.67-72.


25 El paraíso terrateniente, p.78.
capitalismo esencialmente agropecuario, semicolonial, atrasado, si se “lo mide con el
patrón del moderno desarrollo capitalista industrial”.

Peña no se queda con la imagen que la historiografía liberal construye de Rosas: Rosas
como la Reacción, la Restauración, el Atraso Colonial, la Tiranía, el Terror; la dictadura
rosista como una noche tenebrosa, un obstáculo para el proceso de modernización e
institucionalización del país; Rosas como la antítesis del nuevo orden fundado a partir de
Caseros. Rosas no es el caudillismo feudal, precapitalista, en oposición a la política
procapitalista de Rivadavia. Rosas no es el “atraso colonial”. Rosas establece las
condiciones que permiten el enriquecimiento y la consolidación de la clase estancieril
bonaerense. Sólo en este sentido se puede decir que con Rosas el país regresa a una
tradición colonial: vacas, vacas, vacas.26 Pero “la dictadura rosista facilitó y consolidó la
acumulación de capital nacional”. Las políticas de Rosas no son pre-capitalistas, son
capitalistas, y no significan un retroceso, sino un avance.

Pero el nacionalismo de Rosas es un nacionalismo “anglófilo” y, por lo tanto, limitado.


Peña se enfrenta ahora con la tradición nacionalista, que encuentra en la figura de Rosas el
fundamento de una nacionalidad argentina perdida a partir de 1852. Rosas se despreocupa
de la creación de un gran mercado nacional. Unifica al país, pero lo unifica en la sumisión a
los intereses y dictados de la oligarquía de Buenos Aires. La nación bajo Rosas y para
Rosas significaba “el enfeudamiento de todas las provincias a un amo y señor, era el
gobierno indiscutido de los estancieros de Buenos Aires sobre todas las clases y regiones
del país.” Cuando Francia intentó modificar esa situación para instalarse en la cúspide de la
pirámide, Rosas defendió el derecho de la clase estancieril a continuar esa explotación, sin
otras tutorías extranjeras que las que ella admitiese y en los términos que ella pudiera
aceptar. “En este sentido, Rosas defendió efectivamente la independencia nacional”. Pero,
dice Peña: “no nos exaltemos líricamente ante el nacionalismo rosista. La soberanía e
independencia nacional que Rosas defendía era tan tímida como le convenía a los
estancieros de la margen derecha del Plata. Que las potencias europeas pretendiesen
gobernar en el Plata pasando por encima del Ilustre Restaurador, eso sí que no. Pero que
explotasen al país en comandita con los estancieros bonaerenses, ¿por qué no? De allí las
excelentes relaciones entre Rosas e Inglaterra, y el paternal apoyo inglés a Rosas.”27 La
Argentina durante Rosas es un país explotado comercialmente por Inglaterra. Rosas
privilegia los intereses de los ganaderos, preparando al país para la subordinación al
comprador extranjero. Rosas no trabajó por la independencia económica nacional, que sólo
podía cimentarse sobre la base del desarrollo industrial. Rosas es “el paladín de los
estancieros”; el latifundio, “el paraíso terrateniente”. Vacas, vacas, vacas.

26 El paraíso terrateniente, pp.93-94.


27 Cfr., El paraíso terrateniente, pp.79-81.
Fuentes locales y extranjeras demuestran la “amistad” entre Rosas e Inglaterra. Duro en
términos comerciales con las provincias del interior, Rosas es ampliamente “tolerante” con
el comercio inglés en Buenos Aires: “la mano fuerte del Restaurador se ablanda frente a la
colectividad inglesa”. Rosas tenía un devoto respeto por la deuda pública, sobre todo la
deuda externa. Ahorraba sobre el hambre y la sed del pueblo para cumplir con los
banqueros londineneses. En plena crisis financiera, hacia 1840, paga una cuantiosa cuota a
Baring Brothers, a cuenta del funesto empréstito rivadaviano.28 Mientras la escuadra anglo-
francesa apresaba barcos argentinos, libra de impuestos a los comerciantes ingleses, y
abastece de víveres frescos a los bloqueadores, para evitarles el escorbuto. Ordena luto y
funerales por la muerte de Jorge IV. En 1838 propone permutar las Malvinas por las
esterlinas que Baring decía haber prestado, y por el tratado Arana-Southern de 1849, cede
las Malvinas a Inglaterra. Rosas acelera el proceso de consolidación de una oligarquía
anglo-criolla, favoreciendo la instalación de una colonia de ganaderos ingleses en las
pampas. Intolerante con la prensa opositora e independiente de origen argentino, el
absolutismo rosista se tornaba liberal ante la colectividad inglesa. Así, el comercio inglés
radicado en Buenos Aires publica el British Packet, el “Único periódico de Buenos Aires
que dice lo que quiere, guiando en muchas ocaciones la voluntad de Rosas”. La diplomacia
británica sabrá responder todos estos favores. Inglaterra respalda a Rosas cuando Francia
pretende hacer pie en el Río de la Plata. El gobierno francés no podía bloquear a Buenos
Aires, porque entonces no bloquearía a Buenos Aires, sino al comercio inglés. Después de
su caída, Rosas recibe asilo en Inglaterra. Dice Rosas, ratificando esa relación: “Yo siempre
he querido a Inglaterra, y creo que es la única nación con quien deben estrechar relaciones
las públicas sudamericanas y tener confianza en ella. Cuando se me arrojó del Plata, los
comodoros de Inglaterra y Estados Unidos me ofrecieron sus buques, y aunque fueron éstos
los primeros en hacerlo, no acepté, sino que me embarqué en un buque inglés.”29

Peña, no obstante, se interesa por Rosas. Lo que le interesa de Rosas es el debate que se
instala con él: “¿debemos ceder ante las potencias extranjeras?” El gobierno de Rosas
enfrentaba una disyuntiva: ¿independencia nacional o subordinación colonial? Hoy, dice
Peña en 1957, se replantean los mismos problemas de los días del Ilustre Restaurador,
aunque en un plano distinto, porque la historia no se repite: “¿hay que ceder ante las
potencias imperialistas? ¿Hay que aliarse con ellas? ¿Hay que defender la independencia
nacional? Si hay que defenderla: ¿cómo? ¿para qué? ¿quién? ¿con qué métodos? Por eso es
tan actual y apasionante el problema de Rosas.”30

El gobierno del “como si”

28 El paraíso terrateniente, pp.64-65.


29 Cfr., El Paraíso Terrateniente, pp.82-84.
30 El paraíso terrateniente, p.212.
La Argentina es el país del “como si”, dice Peña en Masas, caudillos y elites, y el
gobierno de Perón es el gobierno del “como si”. Antes de Perón, durante muchos años, la
Argentina lució como si fuera un país moderno en continuo avance, pero en realidad iba
quedando cada vez más atrasado respecto de las naciones industriales. Desde 1940 hasta
1955, pareció como si toda la población se tornase cada vez más próspera, pero en realidad
el país se descapitalizaba velozmente día tras día, y mientras se iba quedando sin medios de
producción se llenaba de heladeras, de telas y de pizzerías: “Precisamente, el peronismo fue
en todo y por todo el gobierno del “como si”. Un gobierno conservador que aparecía como
si fuera revolucionario; una política de estancamiento que hacía como si fuera a
industrializar el país; una política de esencial sumisión al capital extranjero que se
presentaba como si fuera a independizar a la Nación, y así hasta el infinito.”31

El primer gobierno de Perón contó con el apoyo del ejército, la policía, la iglesia, la
burocrasia y el imperialismo inglés. Pero se apoyó fundamentalmente en la clase obrera:
obreros industriales y rurales, las masas trabajadoras y pobres en general. La clase obrera es
peronista, le cree a Perón. Perón coloniza y ahoga a la clase obrera a través de los
sindicatos, canalizando todas las demandas obreras por la vía estatal, y abortando así el
ascenso combativo del proletariado argentino. Peña desmitifica así la relación de Perón con
la clase obrera. Perón aleja a la clase obrera de una lucha autónoma, preservando el orden
burgués. “Mediante sucesivas intervenciones la CGT liquida todos los intentos de los
trabajadores peronistas de manejar sus sindictos por su cuenta, independientemente de la
Presidencia de la Nación.” La CGT fue “una gigantesca trampa”. En la Argentina, como en
el resto del mundo capitalista, la estatización sindical respondió a la tendencia a colocar
bajo el control del Estado –controlado a su vez por el gran capital- a toda la sociedad, y en
especial a la clase obrera.32

Poco antes de que asumiera Perón, la clase dirigente se escinde en proingleses y


pronorteamericanos. Perón fue “amigo” de Inglaterra, que apoya la campaña presidencial
del coronel, de marcado carácter antiyanqui.33 El slogan básico era “Braden o Perón”. El de
Perón era un antiyanquismo pro-inglés. Durante los primeros años de presidencia, Estados
Unidos acusa a Perón de socio activo del Eje durante la guerra; de seguir una línea
nazifascista, que desafiaba a las democracias perpetuando el Estado nazi. Estados Unidos
amenaza con aislar a la Argentina de la sociedad mundial. Londres sale en defensa de
Perón, que es la defensa de sus propios intereses. Inglaterra dice que esas denuncias son
una tentativa de intervención en la política argentina y deben ser deploradas. Las potencias
imperiales se disputan la Argentina. Argentina irá cambiando de amo, a medida que
Estados Unidos desplace a Gran Bretaña como metrópoli dominante.

31 Masas, caudillos y elites, p.84.


32 Cfr., Masas, caudillos y elites, pp.71, 74, 104.
33 Masas, caudillos y elites, p.86.
El primer Perón, sostiene Peña, sienta con Inglaterra las bases de 20 años de
estancamiento argentino. Nacionaliza el Banco Central, pero “la política del Banco Central
nacionalizado continuó sirviendo al tradicional conglomerado de intereses extranjeros y
nacionales que controlan la economía argentina.” Nacionaliza los ferrocarriles británicos,
pero “en condiciones desastrosas para el país, subordinando los intereses y necesidades de
la economía nacional a las conveniencias de la decadente metrópoli.” En 1947 el gobierno
peronista entra a regañadientes en el sistema panamericano, un superestado controlado por
Estados Unidos, mientras “suscribía con Inglaterra convenios bilaterales que
descapitalizaban crecientemente al país y perjudicaban la competencia norteamericana en el
mercado argentino.” Hacia 1950, la “amistad” con Estados Unidos empieza a fluir. Perón
suscribe con el Export Import Bank de Washington el primer empréstito que pide la
Argentina después de más de diez años: 125 millones de dólares –empréstito que
significaba “eximir del impuesto a las ventas, con carácter retroactivo, a las compañías
petroleras norteamericanas operantes en la Argentina.” Poco después, Perón habla de las
relaciones argentino-norteamericanas en términos de “amistad”: la misión Eisenhower, que
inspeccionó América Latina en 1953, era “simplemente, de acercamiento amistoso”34 “Una
nueva era se inicia en la amistad de nuestros gobiernos, de nuestros países y de nuestros
pueblos”, dice Perón. Ese mismo año, se sanciona la Ley de Inversiones Extranjeras que
asegura trato excepcionalmente favorable al capital internacional. Se obtiene un empréstito
norteamericano de 60 millones de dólares para construir una planta siderúrgica, se entrega
al capital internacional la industria automotriz y se confía a la Standard Oil de California el
desarrollo de la producción petrolera, estancada como toda la economía argentina.”35

El régimen peronista se desvanecerá sin combate y sin honor. La clase obrera demostró el
16 de junio de 1955 que seguía apoyando a Perón, que existían en su seno núcleos
dispuestos a empuñar las armas contra el golpe de Estado. Perón no estimuló estos núcleos;
no tenía disposición alguna a apelar a la movilización de las masas; su estrategia se
asentaba en el Ejército “leal”. Como siempre, reservaba a la clase obrera el papel de coro
bullicioso. El 31 de agosto dice en Plaza de Mayo dice que hay que matar a cinco
opositores por cada peronista que caiga; las masas peronistas se desorientaban,
acostumbradas durante diez años a marchar alegremente “del trabajo a casa y de casa al
trabajo”. Peña piensa que a esa altura de los acontecimientos el golpe “sólo podía ser
detenido mediante una vigorosa movilización de las masas trabajadoras, aplicando métodos
revolucionarios que implicaban desde el armamento del proletariado hasta impartir a los
soldados y suboficiales la orden de desobedecer a sus superiores.” Lo que Perón trató de
evitar, dice Peña, no fue la matanza, sino “el derrumbe burgués que podría haber acarreado

34 Masas, caudillos y elites, p.100.


35 Cfr., Masas, caudillos y elites, pp.96-100.
el armamento del proletariado. La cobardía personal del líder estuvo perfectamente acorde
con las necesidades del orden social del cual era servidor.”36

La “revolución peronista”, entonces, se redujo a la sindicalización de los trabajadores


asalariados, la democratización de las relaciones obrero-patronales, y el treinta y tres por
ciento de aumento en la participación de los asalariados en el ingreso nacional. La
“revolución peronista” no tuvo lugar.

Destrozar el modelo

A lo largo de los seis “tomos” de Historia del Pueblo Argentino, existe un solo caso que
puede ser leído como la materialización plena (o casi) del sueño de Peña en relación con lo
que tenía en mente que la Argentina fuera. Es el Paraguay anterior al asalto mitrista.

Destruida la Confederación, Buenos Aires, la oligarquía porteña, se aseguró la soberanía


sobre todo el país. No todavía sobre Paraguay, Estado antagónico a Buenos Aires, que
representaba todos los antagonismos del Litoral y de las provincias interiores, pero sin la
debilidad de las provincias interiores y sin la posibilidad de acuerdo de los productores del
Litoral. La guerra contra el Paraguay fue la continuación lógica y la última etapa de la
guerra de la oligarquía mitrista contra el Litoral y las provincias interiores argentinas.
Buenos Aires, aliada de Brasil en el Plata y, por lo tanto, enemiga del Paraguay, entra
entraba en el juego del Imperio brasileño -“lamentable imperio de opereta”. Mitre sirve a
las ambiciones imperiales de Brasil, y además tenía sus propias razones para destrozar al
Paraguay. Pero ¿qué era Paraguay? ¿Qué es lo que se quería destruir?

Desde comienzos del siglo XIX Paraguay había desarrollado una economía defensiva,
basada en el monopolio estatal de la tierra y de la comercialización de los productos de
exportación, lo que le había permitido capitalizarse aceleradamente, a pesar de su pobreza
en relación con Buenos Aires y a los tributos que el puerto único porteño le imponía. Hacia
1860 el gobierno paraguayo levanta astilleros y fábricas metalúrgicas, construye
ferrocarriles y telégrafos, levanta escuelas primarias en cantidad, envía jóvenes a Europa
para perfeccionarse, introduce en el país el estudio de las matemáticas. El Estado era el
único gran capitalista del país. Paraguay, como decía Alberdi, era la única nación de
América Latina que, “no tenía deuda pública extranjera, pero tenía ferrocarriles, telégrafos,
arsenales, vapores construidos en ellos.”37

Peña dice que Paraguay representaba la civilización; la prensa mitrista decía que Brasil
representa la civilización y Paraguay la barbarie. Los “restauradores históricos del Ilustre
Restaurador” dicen que la política paraguaya era muy similar a la de Rosas. Peña responde

36 Cfr. Masas, caudillos y elites, pp.125-128.


37 La era de Mitre, p.52.
que don Juan Manuel prefería el arado de madera al arado de hierro; que “ni con la fantasía
miliunianochesca puede imaginarse a don Juan Manuel introduciendo fábricas metalúrgicas
y enviando estudiantes a Europa para “agringarse”. Y a los historiadores stanilistas Peña
responde que Paraguay no era ni latifundista ni feudal, ni se oponía a la expansión mundial
del capitalismo, sino que procuraba asimilarse y controlar esa expansión en su beneficio, no
en beneficio de la burguesía porteña o europea.” Paraguay, sostiene Peña, evolucionaba
independientemente hacia la civilización capitalista industrial. La guerra porteño-carioca
corta esa evolución, y la reemplaza por la asimilación al mercado financiero de Europa en
calidad de misérrima semicolonia, mutilando su territorio y liquidando a casi toda su
población masculina.38

Paraguay era el mejor ejemplo de nación moderna industrializada en Latinoamérica; una


gran oportunidad echada a perder. Paraguay era la nación argentina. Contra ella va Mitre.
La “Guerra de la Triple Alianza” fue la “Guerra de la Triple Infamia”; “una operación de
bandolerismo internacional en gran escala”, mediante la cual la oligarquía porteña entra “en
la historia universal del impudor con una de las más épicas canalladas que registra la
historia del mundo.” Con semejante hazaña, la oligarquía porteña se asegura el dominio
definitivo sobre el Interior, accediendo sumisamente a las pretensiones imperiales de Brasil.
Inglaterra miraba todo el espectáculo con buenos ojos, y daba una mano. La guerra fue en
beneficio de la burguesía europea, y de su servil intermediario sito en las orillas del Plata.
Mitre destruyó, dice Peña, “el primero y único intento de evolución independiente hacia el
capitalismo industrial que conoció América Latina hasta hoy” 39.

Leer a Peña es casi como ingresar en otro mundo. Palabras como “imperialismo”,
“yanqui”, “sumisión”, “colonia”, “revolución”, hoy están un poco gastadas. Al mismo
tiempo, sin embargo, los libros de Peña pueden resultar de una actualidad asombrosa. El
problema de cómo construir una nación progresiva y autónoma es también nuestro
problema. Incluso es posible usar su “método” para analizar la historia argentina desde el
´65 hasta hoy: indagar en la política subterránea para encontrar que las cosas son y fueron
de otro modo; al mismo tiempo, sostener una visión de sobrevuelo para que las diferencias
se atenúen y se tornen semejanzas. Podemos atribuir a Peña la siguiente idea general:
debajo de las diferencias menores o superficiales entre uno y otro gobierno, están la
igualdad y la continuidad profundas. Desde mediados de los 60, Argentina ha avanzado
entre dictaduras y democracias. Pues bien: más allá de las diferencias político-económicas,
ideológicas, de las supuestas oposiciones radicales que ese trayecto supone, ¿la Argentina
ha dejado de ser un país política y económicamente dominado por -y subordinado a- el
imperialismo, o sea las fuerzas del capital internacional? ¿Ha alcanzado un desarrollo

38 Cfr., La era de Mitre, pp.54-55.


39 Cfr., La era de Mitre, p.106.
autónomo? ¿Hay perspectivas de que lo haga? ¿Sus dirigentes han ejecutado políticas
auténticamente nacionales? ¿Verdaderamente han intentado hacerlo? Si estas preguntas
pueden hacerse hoy, si tiene sentido plantearlas, entonces hay actualidad en el pensamiento
de Peña.

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