Professional Documents
Culture Documents
Peña
Peña
Un pensador de izquierda
El proyecto, inconcluso, de Peña era una Historia del Pueblo Argentino. Quedan seis de
sus “tomos”, que aparecieron como textos independientes: Antes de Mayo, El paraíso
terrateniente, La era de Mitre, De Mitre a Roca, Alberdi, Sarmiento, el 90 y Masas,
caudillos y elites. Peña abarca en ellos desde el año 1500 hasta 1955. Los escribe en la
década que va del ´55 al ´65.
No se puede llegar a Peña si se busca una versión más o menos serena y objetiva de la
historia argentina. Peña es fundamentalmente agresivo; discurso vehemente e irónico,
“punzante estilo polémico”(dice Tarcus2), en el que abundan las descalificaciones. A Mitre
lo llama “cínico agente de la burguesía comercial porteña”, “el patriarca de la triple
infamia”, “inepto”, “decano de la duplicidad política”, “estratega del desastre”. A Perón lo
trata de afeminado, de cobarde, de farsante; lo llama “demagogo”, “inconducente
conductor”. A Jorge Abelardo Ramos lo trata de mentiroso; lo llama “el impostor”, “el
teórico del disparate”. Peña escribe una historia desmitificante, y hace crítica
historiográfica. “Mentira”, es una de sus categorías de análisis preferidas. Al mismo
tiempo, su discurso busca ser un discurso documentado. El estilo de Peña conjuga la furiosa
toma de posición, la lucidez, la claridad en la escritura, la coherencia, los materiales
empíricos abonando constantemente lo que dice. Y se da el lujo frecuente de la ironía y el
lenguaje figurado. Peña está cómodo en el lenguaje, y escribe una historia convincente.
“Ni… ni…”, “Ni esto, ni aquello” – ésta es la gran fórmula de Peña. La historia argentina
suele presentar dos fuerzas en pugna; él no toma partido por ninguna. Muestra la pareja
insuficiencia de ambas. Su visión trágica dice que ninguna de las fuerzas o clases existentes
en éste o aquél momento era capaz de asumir un programa nacional y progresivo, lo que
pone a la Argentina siempre en un callejón sin salida. El sueño de Peña respecto de la
Argentina puede resumirse en dos palaras: nación y progreso. Pues bien: durante Rosas el
Interior significaba nación sin progreso, y Buenos Aires progreso sin nación. El interior,
con su retrasada industria artesanal, era la nación estancada, la nación sin progreso
moderno, sin acumulación de capital; Buenos Aires era la acumulación capitalista, el
progreso pero a espaldas e incluso contra la nación.3 Unitarismo y rosismo: ninguno
contaba con bases sociales para una política nacional independiente; unos miraban las luces
de París, los otros los faros de los puertos ingleses. Durante Mitre, está la Confederación,
que es “el atraso estancado con apoyo de masas de las montoneras riojanas”, y del otro lado
“el progreso con cuentagotas contra las masas, de la oligarquía porteña enfeudada a
Inglaterra.”4 Las fuerzas en puga vuelven a mostrarse parejamente insuficientes. Durante
Perón se vuelve a dar una “endiablada combinatoria”, así que –dice Peña- “ni complacencia
oportunista con el régimen que se convalida so pretexto de nacionalismo, ni alianza con el
Ni esto ni aquello; por eso Peña construye una historia trágica, una historia casi
enteramente crítica, de los líderes, las clases dirigentes, los historiadores. Su lectura de la
historia argentina no entra en el cauce de la historiografía liberal pero tampoco en el del
revisionismo. En el pensamiento de Peña, los buenos programas de los intelectuales lúcidos
no se realizan, y lo que se realiza es lo que parte de la incapacidad de la dirigencia
argentina.
Intelectuales trágicos
“Trágica” parece ser además la historia del Peña hombre y, de acuerdo con Tarcus, la del
Peña intelectual. Había nacido en La Plata, en 1933. Tarcus cuenta que a causa de los
trastornos síquicos de su madre, el pequeño es criado y educado por sus tíos, un matrimonio
de edad mayor. La adopción no se legaliza. Milcíades padece desde muy pequeño asma y
falso crup. A los once años, por accidente, descubre su verdadera identidad: que sus tíos no
son sus padres biológicos, que aquella señora enferma a quien llevan periódicamente a
visitar es su madre, que tiene tres hermanos mayores, que su verdadero nombre es
Milcíades Peña. En su juventud hace intentos de suicidio. Peña se casará con Regina Rosen,
y en 1964 nace su hijo, también “Milcíades”. En 1965 Peña se suicida mediante la ingestión
de pastillas, en el apogeo de su producción intelectual. Tenía treinta y dos años.6
Sarmiento y Alberdi, Peña no tiene sino palabras de elogio para con ellos. Les perdona sus
“cegueras”, “debilidades” o “peores momentos”, como la complicidad de Sarmiento con la
oligarquía porteña, su desprecio al gaucho; el pensamiento librecambista en Alberdi, su
opinión de que producir una vaca es igual a producir una máquina de vapor, el haber
renegado de su ideología nacional y democrática, haberse acoplado a los políticos de la
burguesía comercial porteña, haberse convertido en el campeón de la agresión francesa
contra el país. Estos errores quedan compensados y superados por los aciertos, o
justificados en términos del contexto. El Sarmiento que a Peña le interesa es sobre todo “el
último Sarmiento”, y su Alberdi es el Alberdi ignorado de los Escritos póstumos, que en la
vejez y la soledad del exilio, y con la perspectiva histórica que le brinda el largo tiempo
transcurrido después de Caseros, dice que prefiere los tiranos de su país a los libertadores
extranjeros, reconociendo el error “juvenil”.
Peña piensa que Alberdi y Sarmiento son actuales. Su problema (el de la construcción de
una nación soberana) se vuelve a plantear ahora: “en 1957 tenemos que construir lo que
ellos esperaron hacer en 1850”. Para los marxistas revolucionarios, como para Alberdi y
Sarmiento, la nación argentina es una tarea. La nación argentina que ellos programaron está
todavía por hacerse, si bien con otra estructura y otros instrumentos.8 Por eso hay que
volver a leerlos, “sin lagañas tradicionales”. Peña hace una recuperación “por izquierda” de
En Sarmiento y Alberdi hay una conciencia clara de que la independencia de las naciones
latinoamericanas era inseparable de su desarrollo material, para lo cual había que
desarrollar una industria nacional. Había que sacar al país del modelo agrícola-ganadero,
porque un desierto sembrado con vacas, creía Sarmiento, no es base material suficiente. Los
dos teorizaron en torno de la problemática de la expansión imperialista y la defensa de la
soberanía nacional. Peña va contra el mito del Sarmiento extranjerizante y antinacional:
mientras la oligarquía (de Roca y Juarez Celman) tiende cada vez más a acoplarse al
capital, a los gerentes y a las ideas y modas extranjeras, Sarmiento tiende cada vez más a la
defensa de lo nacional frente a los desplantes imperialistas. Sarmiento y Alberdi
comprendieron la trampa de endeudarse con el extranjero. Los dos pelearon contra la
oligarquía extranjerizante y antinacional que se asociaba al capital extranjero. Sarmiento
combatía a la “civilizada oligarquía porteña” de Roca y Juarez Celman10; Alberdi fue
perseguido en vida y después de muerto por la suboligarquía portuaria agrupada en torno a
Mitre11. Los dos criticaron a la oligarquía terrateniente, caracterizada por el parasitismo. Se
9
Alberdi, Sarmiento, el 90, p.82.
10 Alberdi, Sarmiento, el 90, pp.93-94.
11 Alberdi, Sarmiento, el 90, p.116.
proclamaron contra el latifundio, columna vertebral de esa oligarquía. Sarmiento quería la
reforma agraria, o sea, la mejor distribución de la tierra. Alberdi sabía que de ese
parasitismo dependía en gran medida el endeudamiento al capital internacional. Los dos
estuvieron a favor del pueblo. Sarmiento quería la educación común, civilizar al pueblo
mediante la educación primaria, para arrancar a los hijos de la oligarquía el monopolio del
abecedario. Alberdi despreciaba el odio hacia las masas gauchas por parte de la historia
oficial, y reconocía el papel desempeñado por los caudillos en la historia nacional.12
¿Por qué fracasó el programa de Sarmiento y Alberdi? Por la falta de clases; porque las
clases existentes en la Argentina eran incapaces de asumirlo. La oligarquía tomaba de ese
programa “lo que le convenía, que no era precisamente lo que más le convenía a la nación”,
y las masas populares “no podían comprender ni sentir la necesidad del programa que
formulaban los intelectuales”. La oligarquía terrateniente vivía y se enriquecía “mirando
parir vacas”, como denunciaba Sarmiento. Su predominio se sustentaba en la conservación
de todos los basamentos del atraso nacional. La única clase capaz de hacerlo era la
burguesía industrial, y tal clase no existía en la Argentina. Este es “el gran drama
argentino”, la tragedia, el callejón sinsalida por el que la Argentina continuó siendo un país
atrasado y semicolonial. Había que modificar las formas y normas de vida heredadas de la
colonia, y para ello no bastaba con importar ideas, hombres, sistemas escolares. Había que
cambiar “la estructura social”. Se precisaba una clase revolucionaria capaz de presidir esa
metamorfosis. Y esa clase no existía entre nosotros. Sarmiento y Alberdi pensaron en la
inmigración, en abrir las puertas a Europa: para “crear las condiciones reales para una
posterior afirmación de la independencia nacional sobre un nuevo plano.” Había que salvar
al criollo de sus viejas clases dirigentes, para poder construir una gran nación con ayuda del
inmigrante, porque la oligarquía sólo podía construir una gran semicolonia con ayuda de
Londres. Pero faltaba “una clase dirigente capaz de construir una gran nación en base a los
elementos aportados por la europeización.”13 Sarmiento y Alberdi, pues, se movían en el
vacío -inexistencia de una burguesía industrial que asumiera el programa de los
intelectuales. Y, dice Peña, “En el vacío no se puede caminar, ni en la naturaleza ni en
política”.14 En consecuencia, el desarrollo de la Argentina fue parcial e incompleto, un
desarrollo dirigido por el imperialismo a través de la colonización financiera. Peña sostiene
que todo gobierno se apoya en alguna clase; muestra que Rosas se apoyó en la clase
estancieril bonaerense, Mitre en la burguesía comercial porteña, Juarez Celman en una
“suboligarquía gestora”, (intermediaria entre el Estado Argentino y los banqueros
internacionales), Perón en la clase obrera. La clase es el elemento primordial. Los líderes
encarnan intereses de clase, y la historia argentina es la historia de la lucha de clases.
El sometimiento a Inglaterra no hubiera sido posible sin una complicidad de las clases
dirigentes argentinas. Hay una “alianza” entre éstas e Inglaterra, una alianza contra la
nación. La “nación” a la que se refiere Peña no es algún grupo más o menos “idealizado”.
No es aquello que existía pero dejó de existir, o aquello que en la historia ha quedado
postergado. La “nación” son los intereses nacionales, y es además una tarea. La dirigencia
argentina, condicionada por las presiones y por su propia incapacidad, cede ante las
exigencias de Inglaterra, a cambio de algún beneficio egoísta de clase. Y todo a espaldas de
la nación. Peña llama “debilidad” y principalmente “incapacidad” a la falta de interés
nacional de las clases dirigentes argentinas. Contra ellas principalmente dirige su reproche.
Tendrían responsabilidad, aún en la tragedia.
Las clases dominantes argentinas fueron así ya desde tiempos de la colonia: si deseaban
prescindir de España era para tomar en sus manos el aparato estatal y realizar sus propios
fines. La Revolución de Mayo tenía dos objetivos: emancipar al país de España y someter
todo el virreinato a Buenos Aires.17 Lo que querían, por ejemplo, los comerciantes y
ganaderos de Buenos Aires, era un intercambio más libre con Inglaterra, “un trato directo
con Europa sin la molesta interposición de la corona española”18. Los movimientos de la
Independencia buscaban el disfrute del Estado propio. En tiempos de Rosas, la clase
estancieril gobierna en favor de sus propios intereses y de los ingleses. Rosas cuidaba que
las potencias europeas no pretendiesen gobernar el Río de la Plata pasando por encima de
Parasitismo
En tiempos de la colonia, antes de mayo, el Río de la Plata fue una civilización del cuero,
y luego también de la carne. Una civilización así se basa menos en el trabajo productivo del
José Hernández escribía en el Prólogo al Martín Fierro que un país cuya riqueza tenga por
base la ganadería puede ser tan respetable y civilizado como el que es rico por la perfección
de sus fábricas. Peña observa esto como una conciencia obnubilada por la prosperidad de la
civilización del cuero y de la carne; Hernández no ve que se trataba de un país atrasado,
tenía “la ilusión retrógrada de creer que con vacas podía construirse una gran nación
moderna”. Así fue la herencia que dejó la colonización española en el Río de la Plata:
“vacas, vacas, vacas”, es decir, aprovechamiento pasivo de lo que la naturaleza brindaba -
una herencia de atraso y de sumisión al comprador extranjero.
Peña no se queda con la imagen que la historiografía liberal construye de Rosas: Rosas
como la Reacción, la Restauración, el Atraso Colonial, la Tiranía, el Terror; la dictadura
rosista como una noche tenebrosa, un obstáculo para el proceso de modernización e
institucionalización del país; Rosas como la antítesis del nuevo orden fundado a partir de
Caseros. Rosas no es el caudillismo feudal, precapitalista, en oposición a la política
procapitalista de Rivadavia. Rosas no es el “atraso colonial”. Rosas establece las
condiciones que permiten el enriquecimiento y la consolidación de la clase estancieril
bonaerense. Sólo en este sentido se puede decir que con Rosas el país regresa a una
tradición colonial: vacas, vacas, vacas.26 Pero “la dictadura rosista facilitó y consolidó la
acumulación de capital nacional”. Las políticas de Rosas no son pre-capitalistas, son
capitalistas, y no significan un retroceso, sino un avance.
Peña, no obstante, se interesa por Rosas. Lo que le interesa de Rosas es el debate que se
instala con él: “¿debemos ceder ante las potencias extranjeras?” El gobierno de Rosas
enfrentaba una disyuntiva: ¿independencia nacional o subordinación colonial? Hoy, dice
Peña en 1957, se replantean los mismos problemas de los días del Ilustre Restaurador,
aunque en un plano distinto, porque la historia no se repite: “¿hay que ceder ante las
potencias imperialistas? ¿Hay que aliarse con ellas? ¿Hay que defender la independencia
nacional? Si hay que defenderla: ¿cómo? ¿para qué? ¿quién? ¿con qué métodos? Por eso es
tan actual y apasionante el problema de Rosas.”30
El primer gobierno de Perón contó con el apoyo del ejército, la policía, la iglesia, la
burocrasia y el imperialismo inglés. Pero se apoyó fundamentalmente en la clase obrera:
obreros industriales y rurales, las masas trabajadoras y pobres en general. La clase obrera es
peronista, le cree a Perón. Perón coloniza y ahoga a la clase obrera a través de los
sindicatos, canalizando todas las demandas obreras por la vía estatal, y abortando así el
ascenso combativo del proletariado argentino. Peña desmitifica así la relación de Perón con
la clase obrera. Perón aleja a la clase obrera de una lucha autónoma, preservando el orden
burgués. “Mediante sucesivas intervenciones la CGT liquida todos los intentos de los
trabajadores peronistas de manejar sus sindictos por su cuenta, independientemente de la
Presidencia de la Nación.” La CGT fue “una gigantesca trampa”. En la Argentina, como en
el resto del mundo capitalista, la estatización sindical respondió a la tendencia a colocar
bajo el control del Estado –controlado a su vez por el gran capital- a toda la sociedad, y en
especial a la clase obrera.32
El régimen peronista se desvanecerá sin combate y sin honor. La clase obrera demostró el
16 de junio de 1955 que seguía apoyando a Perón, que existían en su seno núcleos
dispuestos a empuñar las armas contra el golpe de Estado. Perón no estimuló estos núcleos;
no tenía disposición alguna a apelar a la movilización de las masas; su estrategia se
asentaba en el Ejército “leal”. Como siempre, reservaba a la clase obrera el papel de coro
bullicioso. El 31 de agosto dice en Plaza de Mayo dice que hay que matar a cinco
opositores por cada peronista que caiga; las masas peronistas se desorientaban,
acostumbradas durante diez años a marchar alegremente “del trabajo a casa y de casa al
trabajo”. Peña piensa que a esa altura de los acontecimientos el golpe “sólo podía ser
detenido mediante una vigorosa movilización de las masas trabajadoras, aplicando métodos
revolucionarios que implicaban desde el armamento del proletariado hasta impartir a los
soldados y suboficiales la orden de desobedecer a sus superiores.” Lo que Perón trató de
evitar, dice Peña, no fue la matanza, sino “el derrumbe burgués que podría haber acarreado
Destrozar el modelo
A lo largo de los seis “tomos” de Historia del Pueblo Argentino, existe un solo caso que
puede ser leído como la materialización plena (o casi) del sueño de Peña en relación con lo
que tenía en mente que la Argentina fuera. Es el Paraguay anterior al asalto mitrista.
Desde comienzos del siglo XIX Paraguay había desarrollado una economía defensiva,
basada en el monopolio estatal de la tierra y de la comercialización de los productos de
exportación, lo que le había permitido capitalizarse aceleradamente, a pesar de su pobreza
en relación con Buenos Aires y a los tributos que el puerto único porteño le imponía. Hacia
1860 el gobierno paraguayo levanta astilleros y fábricas metalúrgicas, construye
ferrocarriles y telégrafos, levanta escuelas primarias en cantidad, envía jóvenes a Europa
para perfeccionarse, introduce en el país el estudio de las matemáticas. El Estado era el
único gran capitalista del país. Paraguay, como decía Alberdi, era la única nación de
América Latina que, “no tenía deuda pública extranjera, pero tenía ferrocarriles, telégrafos,
arsenales, vapores construidos en ellos.”37
Peña dice que Paraguay representaba la civilización; la prensa mitrista decía que Brasil
representa la civilización y Paraguay la barbarie. Los “restauradores históricos del Ilustre
Restaurador” dicen que la política paraguaya era muy similar a la de Rosas. Peña responde
Leer a Peña es casi como ingresar en otro mundo. Palabras como “imperialismo”,
“yanqui”, “sumisión”, “colonia”, “revolución”, hoy están un poco gastadas. Al mismo
tiempo, sin embargo, los libros de Peña pueden resultar de una actualidad asombrosa. El
problema de cómo construir una nación progresiva y autónoma es también nuestro
problema. Incluso es posible usar su “método” para analizar la historia argentina desde el
´65 hasta hoy: indagar en la política subterránea para encontrar que las cosas son y fueron
de otro modo; al mismo tiempo, sostener una visión de sobrevuelo para que las diferencias
se atenúen y se tornen semejanzas. Podemos atribuir a Peña la siguiente idea general:
debajo de las diferencias menores o superficiales entre uno y otro gobierno, están la
igualdad y la continuidad profundas. Desde mediados de los 60, Argentina ha avanzado
entre dictaduras y democracias. Pues bien: más allá de las diferencias político-económicas,
ideológicas, de las supuestas oposiciones radicales que ese trayecto supone, ¿la Argentina
ha dejado de ser un país política y económicamente dominado por -y subordinado a- el
imperialismo, o sea las fuerzas del capital internacional? ¿Ha alcanzado un desarrollo