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Una de cal

Luis Zapata

¿Qué por qué lo hice? Pues no le sabría decir correctamente el porqué. Nomás fue
como una necesidad ¿ve? No, no lo veía como algo malo, sino más bien como algo
¿cómo le diré? justo ¿no? algo que tenía que pasar a huevo, perdonando la expresión.
Algo que tenía que empezar y seguir creciendo hasta que me detuvieran... pero no sé, a
lo mejor otras gentes lo hacen por otros motivos. Es decir, para mí no era tan
importante robar ¿ve? sino sólo emparejar las cosas.
¿Que cómo me decidí? Pues verá. ¿Quiere que le cuente desde el principio, o sea lo
que estaba haciendo yo antes de eso? Estaba trabajando en una fábrica de aparatos
eléctricos ¿quiere que le diga el nombre? ¿no es necesario? Bueno, era un trabajo muy
pesado; digo, se suponía que estábamos trabajando ocho horas, pero qué ocho horas;
había días en que trabajábamos las veinticuatro horas del día; no le exagero, palabra,
¿qué caso tiene ahora exagerar? Bueno, nos pagaban horas extras, pero era una
miseria; de por sí el sueldo era miserable. Como armador ¿ve usted? No era ni el
salario mínimo. Yo no sé si la ley esté enterada de eso, pero el caso es que no nos
pagaban ni el salario mínimo; aunque, lo que sea de cada quien, el patrón sí era buena
gente con nosotros. No nos tenía asegurados, pero, si alguien se enfermaba, él pagaba
de su bolsillo las consultas y las medicinas del doctor; inclusive si había que internar a
alguien, pues no lo desamparaba ¿no? Le daba una ayudadita, aunque, naturalmente,
no le pagaba todos los gastos. Pero no era de eso de lo que le estaba hablando ¿verdad?
le decía que trabajábamos muchísimas horas y en un ambiente muy aglomerado ¿no?
lleno de gentes y el cuarto muy chico y el aire... casi no se podía respirar porque el
cuarto no tenía ventanas y hacía mucho calor; pero... este... bueno, los primeros días sí

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estaba contento, porque ya llevaba mucho tiempo que no trabajaba y iba a buscar
trabajo y en ningún lugar me daban ¿no? porque en todas partes le piden que la
secundaria, que la preparatoria, que estudios comerciales, la primaria de perdis; yo, pos
no había estudiado más que hasta cuarto y no tenía certificado de primaria; digo, eso si
quiere usted conseguir un trabajo decente, que deje dinero, porque si no, está el campo
¿no? pero ¿quién cree que se va a ir al campo? No, el que llega aquí, pos como que ya
se queda aquí de por vida, ya se acostumbró, ya tiene su familia o su ambiente,
digamos. Los amigos, mi familia, pues sí me ayudaban, me daban a veces dinero, pero
era vergonzoso ¿no? Digo, para mí.
¿Que cómo fue la primera vez? Pues le digo, iba yo saliendo del trabajo y necesitaba
dinero porque mi mujer acababa de perder un niño y estaba grave ¿no? de que la
llevaran al hospital, y el patrón no me quería prestar porque decía que él sólo se
responsabiliza por los accidentes que pasan en el trabajo, que lo demás ya no le... le
tocaba; eso era ya nuestro cuento; si podíamos arreglarnos con lo que ganábamos,
bien, y si no, ni modo ¿no?
¿Que me concrete a los hechos? Pos es que esos son los hechos, señor. Salí del
trabajo ese día. Ya era tarde y tuve que caminar porque ya no había camiones y iba
caminando por una calle grande y oscura. Estaba un coche estacionado ¿no? una
pareja. Yo venía bien cansado, veía todo nublado; no nublado exactamente, pero algo
así; como que no podía respirar bien; mareado, no había comido en todo el día, y yo
siempre cargo mi navaja porque, allá en el barrio, usted sabe, nunca falta quien le
busque a uno bronca.
Estaban fajando, muy en lo oscurito, y que le toco en el cristal de la ventana. El, bien
trajeado, elegante, con corbata y todo, y ella, una muñeca, rubia, parecía artista, con
sus pestañas largas y bien pintada; demasiado pintada, diría yo. Se quedaron azorados.
Han de haber pensado que era de la Judicial o algo así, digo, en el primer momento,
porque ya después que me vieron bien, ya no. Y que me dice él, el señor: qué quieres.
Y yo: deme un cerillo ¿no? y ha de haber sospechado algo porque yo no traía cigarro
en la boca ni nada, y que dice: lárgate, no tengo. Tratándome mal ¿no? Le digo:
présteme su encendedor, caray, no sea ojete; y cuando le dije ojete se me quedó viendo
de una manera muy rara, como enojado; no, más bien yo creo que era miedo, que me

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dice: no tengo, vete. Y encedió el motor, de seguro para irse ¿no? y que hago como
que me voy. Entonces volvió a apagar el coche y quién sabe qué le dijo a la güera:
estos quién sabe qué, y me dio más coraje ¿no? que me viera menos. No, pero no fue
por eso. Entonces que voy y que agarro una piedra, grandota, deveras, no sé ni cómo
me la aguanté, y que se la voy a estrellar en la ventanilla del carro; ni tiempo le di de
que arrancara. Rompió el cristal; le di con tanta fuerza, que hasta a él le pasó a tocar; le
empezó a salir mucha sangre de la cabeza. La muchacha estaba rete asustada; él ya no
se movía y ella estaba como muerta, sin poderse mover; después me empezó a gritar
cosas ¿no? asesino, nomás así, cosas; de los puros nervios ni siquiera pensaba lo que
decía o lo que debía de hacer, y que agarro y abro la puerta del carro y le doy tres
puñaladas en el pecho a él y ella empezó a gritar pidiendo auxilio, ya no gritándome a
mí; pero nadie venía por la calle.

No, le digo que no sentí nada; digo ¿yo por qué había de odiarlo si no me había
hecho nada directamente? Nomás veía como se hundía en su pecho la navaja, mientras
ella gritaba; pero yo sin sentir nada. Sentía como que tenía que pasar eso, pues; y a ella
no se le ocurrió abrir la portezuela, sino que nomás gritaba, y en ese momento sí
pensé. Digo, sentí lástima por ella ¿no? tan bonita, tan güerita. Era muy blanca. Pero
dije, o más bien razoné: si la dejo ir, al día siguiente ya estoy sentenciado, si no es que
muerto ¿verdad? dependiendo de quién fuera el difunto ¿no? algún influyente o algo
así, figúrese. Y ni modo, también a ella le tocó; manoteaba, me arañaba la cara, pero
ya ve usted que el hombre es superior a la mujer, y no pudo contra mí. Al ratito
estaban ahí los dos muertos; ella todavía movía una mano o un pie, pero ya sin
respirar, y ya me iba, cuando me acuerdo de que se me había olvidado lo que quería.
El dinero. Me regresé y lo saqué de su cartera: ochocientos pesos. Yo me imaginaba
que iba a traer más, pero no; nomás ochocientos pesos, que de todos modos ni
sirvieron porque mi mujer se murió esa misma noche. Mientras yo me cargaba a esos
dos, ella se moría, a la misma hora, según me dijeron después; pero sirvieron para
pagar parte de los gastos del entierro. Sus papás y unos amigos acompletaron para la
caja y el servicio. Ese día no fui a trabajar, no me sentía con ánimos; no por lo que
había hecho, sino por la muerte de mi señora, y mis hijos estuvieron chille y chille

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todo el día; ahorita ya están con sus abuelos, ellos los están cuidando, y yo ya sin
poder hacer nada. Hasta al otro día fui a trabajar. El asunto ya había salido en el
periódico y sentí no sé qué. No arrepentirniento, otra cosa. Luego vi que decía que ya
andaban tras la pista del asesino y me dio risa. Para mí, las cosas seguían siendo
iguales: el mismo trabajo, el mismo trato con los demás hombres que trabajaban allí,
todo igual; ya no tenía nada de los ochocientos pesos. Otra cosa que me dio risa fue
que en el periódico dijeron que habían robado dos mil quinientos pesos y el radio del
coche, figúrese, el radio del coche; yo, con la apuración que tenía de largarme de ahí,
iba a estar llevándome el radio. De seguro lo agarró otro vivales que pasó por ahí,
pues, según dicen, los descubrieron hasta como a las seis de la mañana; o a lo mejor
uno mismo de los que hicieron la investigación ¿no cree? Ya después de haber hecho
lo mismo varias veces, fíjese qué curioso, a todos los había matado de tres puñaladas
en el pecho; digo. Yo no las estaba contando en esos momentos, pero así fue. Y, le
decía, después de haberlo hecho varias veces, me di cuenta de por qué lo hacía. Era
como una especie de venganza ¿no? Como ya le dije, sentía que era algo que tenía que
pasar; yo no me sentía criminal, como ponían en los periódicos, ni nada por el estilo...
y... este... , algunas de las personas que tuve el gusto, bueno, no el gusto, se oye feo,
¿cómo le diré...la oportunidad; la oportunidad de asesinarlas, eran gentes que salían de
un cabaré que quedaba cerca de donde yo trabajo, o bueno, trabajaba, y siempre
pasaba por ahí; gentes que tenían posibilidades económicas ¿no? Yo los veía salir de
allí, bien borrachos, bien vestidos, bien contentos y siempre con buenas viejas con
pieles y pelucas ¿no? y entonces pensaba que no era justo, que ellos tuvieran todo:
coche, casa, buen trabajo, dinero, buenas viejas y todo y uno no tuviera nada. Que
ellos estaban tirando el dinero que a nosotros nos hacía falta, que ya no encontraban la
forma de malgastarlo, y sentía que no tenían derecho de seguir viviendo y entonces los
seguía, y lo mismo; de tres puñaladas, como dijeron los periódicos. Sólo las dos
primeras veces robé, pero ya después le juro que no toqué un pinche quinto; digo, no
iba a ser un vulgar ladrón: solamente estaba haciendo justicia, según yo creo. Y,
pues...
¿No quiere que le cuente cómo me agarraron? Tiene razón, ya lo sabe todo el
mundo; salió en todos los periódicos, también. También salió todo lo que había robado

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en todas esas veces, pero no fue cierto; ya ve que los periódicos inventan cosas para
que se vendan más. De veras, yo sólo robé las dos primeras veces.
¿Que si me importa? ¿Qué? ¿Estar aquí? No. En este momento ya no me importa
nada. Nada. Me siento como más tranquilo; siento que ya cumplí, en cierta forma, con
lo que tenía que hacer. Tampoco me preocupa cuántos años voy a pasar aquí, y
además... no sé cómo decirle; cómo que ya no soy el mismo Rubén de antes ¿sabe?
hasta me he vuelto famoso y esto empareja las cosas. Todos los periódicos han sacado
un chorro de veces mi nombre y hasta fotografías. Está bien ¿no cree?
Andele, sí. Que le vaya bien. Nomás no vaya a aumentarle nada ¿eh?

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