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El Chico Con El Que Contaba Estrellas - Mónica Martín
El Chico Con El Que Contaba Estrellas - Mónica Martín
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Epílogo
Referencias a las canciones
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Miro el reloj.
Son las nueve menos diez.
Lucas está a punto de venir.
Doy un último repaso en el espejo al estilismo que he
escogido para esta noche entre las cosas que metí en la
maleta. Un vaporoso vestido blanco con grandes flores de
colores y escote palabra de honor y unas sandalias de cuña.
Creo que es el conjunto ideal para estar en la playa
contemplando las hogueras de San Juan y disfrutando de la
noche.
La brisa entra en la habitación haciendo ondear las finas
cortinas, que danzan a un ritmo sinuoso. El guirigay y las
risas lejanas que se filtran desde la playa a través del
balcón abierto anuncian el movimiento que va a tener
Palma esta noche.
Me asomo. El olor salobre del mar penetra en mis fosas
nasales, y sé que este aroma, tan propio del Mediterráneo,
se va a quedar grabado para siempre en mi memoria,
asociado a todos los recuerdos que estoy coleccionando
estos días.
Agarrada a la barandilla, descubro a Lucas en la calle. Lo
reconozco al instante. Y al verlo apoyado en el capó de un
coche, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de
los tobillos, el corazón me da un brinco hasta subírseme a
la garganta. Parece que intuye mi presencia, porque alza la
vista hacia el balcón donde me encuentro.
Levanto la mano y la agito de un lado a otro para
saludarlo. Lo veo sonreír.
—Ahora mismo bajo —digo devolviéndole el gesto.
—No me moveré de aquí —responde él con su habitual
carácter jovial.
Me doy la vuelta y entro en la habitación. Cojo el bolso
de encima de la cama y me lo cuelgo en el hombro. Me
estoy dirigiendo hacia la puerta cuando la imagen de Javier
cruza durante un segundo mi mente. Me detengo en mitad
de la estancia, presa de unos inoportunos remordimientos
que no tienen otro momento mejor en el que aparecer que
cuando voy a encontrarme con Lucas.
No estoy haciendo las cosas bien. Javier no se está
portando de manera correcta conmigo, hasta un ciego lo
vería, pero esa no es razón para que lo engañe, y en cuanto
a Lucas... Lo más honesto por mi parte sería decirle la
verdad. No se merece lo que le estoy haciendo. No se
merece mi silencio.
Cierro los ojos con fuerza.
No es el momento.
Tal vez mañana...
Sacudo la cabeza y destierro al fondo de mi mente todo
lo que no sea disfrutar de esta noche.
Apago la luz de la habitación y cierro la puerta tras de mí
cuando salgo.
***
Lucas se incorpora para recibirme y, como saludo, me da
un breve beso en los labios.
—Estás preciosa —dice con los ojitos brillantes.
Y me pregunto a cuántas chicas habrá dicho eso mismo o
algo parecido.
—Tú también —respondo.
Lleva unos vaqueros negros ajustados y una camiseta del
mismo color de manga corta y cuello en pico que resalta
sus pectorales y que le queda de fábula. Como todo lo que
se pone, pero el negro le sienta especialmente bien.
—Te he echado de menos —dice con voz maliciosa,
pasando la mano por mi cintura y acercándome a él.
Dios, qué bien huele.
Sonrío al tiempo que empezamos a andar.
—No es muy elegante lo que te voy a confesar... —dice en
tono confidente mientras nos dirigimos a la playa—. Esta
mañana me he despertado empalmado, con una erección de
caballo percherón, como cuando era adolescente,
reminiscencia de nuestros polvos de anoche —aclara con la
mayor naturalidad del mundo. Se aproxima a mi oído—. He
tenido que masturbarme en la ducha mientras pensaba en
ti.
Estoy rayando la treintena, acariciándola con peligro con
los dedos, pero la revelación de Lucas hace que me
ruborice desde los tobillos hasta la raíz del pelo, y no
porque me escandalice, qué va, sino porque me siento
extrañamente orgullosa de provocar esas extraordinarias
reacciones en su cuerpo.
—¡Joder, Lucas! —mascullo con una risa nerviosa que no
puedo contener.
—Ya sé que no es muy caballeroso hablar así. Debería ser
más galante —dice con la misma naturalidad con que me ha
hecho la confesión, y muy seguro de sí mismo, porque sabe
que lo que está diciendo me está encantando—, pero quería
que lo supieras. Si te molesta que haya pensado en ti
mientras me... aliviaba, la próxima vez recurriré a los
métodos tradicionales.
Bajo la cabeza y me llevo la mano a la boca para tratar
de ahogar la risilla nerviosa que amenaza nuevamente con
escapar de mis labios.
—No me molesta ni me escandaliza, todo lo contrario...
—digo en un hilo de voz.
Lucas se inclina hacia mí.
—Me alegra saber que te gusta que me masturbe
pensando en ti. Eres mucho mejor que el porno.
Oh, mierda, estoy ruborizándome otra vez.
—¡Chicos! ¡Chicos!
La voz de Lola se inmiscuye de golpe en la conversación.
Levantamos el rostro hacia el lugar de donde provienen los
gritos y nos la encontramos manoteando de un lado a otro
para que la veamos.
—¡Aquí! —dice dando pequeños saltitos.
Lucas me suelta la cintura para que podamos pasar con
más comodidad entre la gente y nos acercamos a Lola, que
está en una de las barras dispuestas al aire libre junto a su
recién estrenado follamigo Quique.
Los chicos se saludan apretándose efusivamente las
manos y Lola y yo nos damos un par de besos en las
mejillas, aunque nos hemos visto por la tarde. Ha venido a
verme a la habitación —hoy no ha habido conferencias ni
ponencias en el congreso—, para constatar que seguía viva
y hacerme medio millón de preguntas sobre cuándo, cómo
y, sobre todo, con quién me fui de la fiesta. Cuando he
empezado a responder no me he ido por las ramas.
—Anoche estuve con Lucas —he dicho.
—Defíneme estar.
—Nos liamos.
—¿Y por qué lo dices en ese tono? —ha preguntado ella,
extrañada ante mi reacción—. ¿No fue bien?
Me he sentado en el borde de la cama, como si mis
piernas de repente se hubieran convertido en gelatina y no
alcanzaran a sostenerme.
—Sí, fue bien. Demasiado bien —le he confesado con
tristeza y anhelo en la voz.
—¿Entonces...?
He mirado al suelo.
—Es por Javier... —Lola ha atravesado la habitación
encaramada en sus altísimos zapatos de tacón y se ha
sentado a mi lado—. No sé qué hacer —he dicho sin
levantar la vista.
Me he metido el pelo detrás de las orejas. Estaba
agobiadísima.
—Haz lo que te diga el corazón.
La he mirado de reojo.
—Eso suena a manual de autoayuda —he bromeado
esbozando una sonrisa tan débil que apenas llegaba a mis
labios.
—Tal vez, pero es lo único que puedes hacer en este
momento, Lara, por muy a manual de autoayuda que suene,
que no digo que no. —Lola ha sonreído, pero enseguida se
ha puesto seria—. No conozco a Javier, no sé cómo es ni sé
qué tipo de relación tenéis, pero... —Ha apretado los labios
y después de un silencio ha vuelto a hablar—: Es un
hombre casado, con hijos y, por lo que me has contado, no
tiene intención de dejar a su mujer para estar contigo. No
parece que vayas a tener un futuro prometedor con él.
He agradecido que Lola utilizara un tono suave para
mitigar el golpe que suponían sus palabras. Tan ciertas
como que me llamo Lara. Si algo me había dejado claro
Javier desde el principio es que nunca iba a romper los
lazos que lo unían a Lucía por mí. Y yo, no sé por qué, me
había resignado a ello con una conformidad absoluta, con
la conformidad con la que nos resignamos a tantas cosas en
nuestra vida, incluso cosas que podemos cambiar.
Y en esas estaba.
He lanzado al aire un suspiro. Lola me ha pasado el
brazo cariñosamente por los hombros.
—¿Qué te dice el corazón que hagas ahora? —ha
preguntado.
—Que aproveche estos días para estar con Lucas. Él me
gusta —he confesado, y mientras pronunciaba las palabras
era consciente del egoísmo que supuraba cada una de ellas
—. Joder, soy tan egoísta... —he susurrado tapándome la
cara con las manos.
—Bueno, Javier no se caracteriza por ser generoso
precisamente —ha repuesto Lola—. Él tiene a dos mujeres
a su entera disposición mientras tú solo lo tienes a él a
medias. A mí no se me dan bien las matemáticas, pero las
cuentas no cuadran —ha dicho con esa gracia cordobesa
que la define.
He ladeado la cabeza y la he juntado con la suya.
—No te imaginas lo que agradezco haber coincidido
contigo en este congreso, Lola, y tenerte a mi lado en este
momento, siendo cómplice de mis miedos, mis dudas y mis
inseguridades... —He dejado escapar el aire de los
pulmones—. Siento mucho darte tanto el coñazo. —He
sonreído.
Ella me ha devuelto el gesto con un afecto que, no sé si
es porque estaba muy blandita por todo lo que estaba
pasando, me ha llegado al alma.
Capítulo 19