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Tito Andronico o La Hiperbolizacion de L
Tito Andronico o La Hiperbolizacion de L
Andrea Pontoriero
Introducción
Nos encontramos viviendo en un período en donde el horror y la violencia se
han trivializado, en donde la repetición continua de los horrores más descarnados,
bombardeos sin sentido, muertes civiles, torturas y vejaciones de todo tipo ocupan los
titulares de las noticias, con el desabrido sabor de no poder sorprendernos, sin
descontar, ni minimizar la violencia que significan las tres cuartas partes de la
población mundial viviendo en condiciones precarias.
Esta “maldición” parece acompañarnos a los “humanos” desde la aparición de
las llamadas “civilizaciones”. Habría una especie de conflicto fundante en el origen de
la sociedad. Las producciones estéticas siempre se han hecho carne, de una u otra
forma, de esta conflictividad social, de ese lugar indecible del horror, de lo ominoso, de
“lo real”, de esta cualidad “trágica” de la existencia.
Es nuestra intención, en este trabajo, indagar sobre un abordaje peculiar de “lo
trágico” realizado por Shakespeare en el contexto isabelino a través de su texto Tito
Andrónico y re- creado en la actualidad por el film Titus (1998) de Julie Taymor.
Ambos textos abordan el tópico de la irracionalidad de la violencia y ambos se
encuentran en períodos transicionales: el isabelino, en el traspaso de un sistema
feudal a un sistema “moderno” y el nuestro, en un contexto en donde el capitalismo ya
ha dado muestras sobradas de sus contradicciones y su agotamiento y la necesidad
de un pasaje hacia otros horizontes (aunque esto suene como un resabio moderno y
utópico) Ambos textos encuentran en los procedimientos farsescos una forma de
acercarnos a una visión menos estereotipada del (sin)sentido de la violencia.
De este modo es la sociedad entera a la que se protege con el sacrificio, pero para
que este sea operativo, es decir para que se haga presente el principio de sustitución,
la víctima debe ser elegida cuidadosamente y este es el error fatal que comete Titus:
él vuelve de la guerra, ha matado, está impuro, la impureza provoca mancilla, la
mancha debe ser removida a través de un sacrificio, pero él elige como víctima al hijo
de Tamora, la reina de los godos, y esta víctima no es sacrificable porque genera
necesariamente represalias. La venganza provoca venganza y se abre un espiral de
violencia que puede acabar con todos los miembros de la sociedad.
En Tito Andrónico estaríamos ubicados en lo que Girard llama la crisis sacrificial, el
momento en donde el sacrificio pierde su función purificadora. En las sociedades
sacrificiales, el sacrificio cumple el principio de sustitución, se sacrifica a una víctima
que no tiene a nadie para defender su causa, es un sistema preventivo que ayuda a
que los hombres mantengan alejada la venganza, y esto es así porque tiene un cariz
sagrado. Cuando este sistema religioso se descompone, que es el caso del contexto
de Titus, se entra en una crisis sacrificial es decir se pierde la diferencia entre violencia
impura y la violencia purificadora del sacrificio, entonces no hay purificación posible y
la violencia impura se esparce por la sociedad.
Este tema lo vemos desarrollado en la tragedia griega, pensemos en las estirpes de
Atreo y Tiestes, en los labdácidas, por dar sólo algunos ejemplos conocidos. La
tragedia griega nos muestra un estado en plena crisis sacrificial, su sistema religioso
estaba perdiendo efectividad y se estaba pasando a un sistema penal. Los griegos,
inventores del teatro, se permitieron ver, experimentar en el mundo ficcional, en el
escenario, lo que aún no estaba estatuido a nivel social, Duvignaud en su texto
Sociología del Teatro trabaja cómo se manifiesta este pasaje en la Orestíada de
Esquilo, pero ¿cuál es la relevancia del sacrificio y la crisis sacrificial en la Inglaterra
isabelina?
Según Josephine Bregazzi, la sociedad inglesa de finales del siglo XVI estaba en un
período de cambio: se había erosionado la antigua estructura feudal de clases sociales
y se estaba asentando una próspera clase mercantil que empujaría la denominada
revolución industrial. En lo religioso, Enrique VIII había roto con la Iglesia de Roma por
causas políticas, esto dio lugar al puritanismo y como contrapartida a la aparición de
sectas no conformistas. También las ideas humanistas hicieron su aparición con su
concepto del “hombre en tanto que criatura de ilimitadas posibilidades y su educación
como vía de perfeccionamiento personal”. En definitiva, se trata de un período que se
caracteriza por la
Tito se corta la mano y se la envía y apenas unos parlamentos más adelante entra un
mensajero diciendo:
MENSAJERO: Digno Andrónico, has pagado mal con esta noble mano que
remitiste al emperador. Aquí están las cabezas de tus dos valerosos hijos y
aquí la mano que se te devuelve con desprecio. Tus penas constituyen su
diversión; se burlan de tu valor ¡Sufro más al pensar en tus infortunios que al
recordar la muerte de mi padre! (Shakespeare: 881)
Julie Taymor, quien ya había indagado sobre Shakespeare en una versión teatral de
La Tempestad (1986) en la que utilizó máscaras y títeres, se la conoce
filmográficamente por su film Frida (2002) y ha transitado por el genero musical y
operístico, tal es el caso de Oedipus Rex (Tokio, 1992), utiliza en Titus, recursos
estilísticos farsescos para abordar esta escena: el mensajero se desdobla en dos
personajes actores de feria que vienen en un carromato, levantan un telón y muestran
a Titus, al son de su música, las cabezas de sus hijos envasadas en frascos de
formol y su propia mano mutilada. La violencia se transformó en un espectáculo.
En este sentido, la versión de Taymor aporta un elemento interesante: el film abre con
un niño, en la actualidad, que “juega” a la guerra con sus muñecos, se introduce una
especie de irresponsabilidad de la niñez (propia de la farsa, según Bentley) en el
tratamiento de la violencia. Hay un juego con el límite entre realidad y representación,
algo muy explorado en las textualidades shakesperianas y de mucha productividad en
los tiempos que corren. El niño juega a la guerra, y crea ese mundo lúdico ficcional
pero hay una explosión y un personaje de la ficción, lo saca de la “realidad” y lo
introduce en medio de la narración: lo lleva al teatro romano, al circo romano, donde
se desarrollará la tragedia de Tito. El niño, que es Lucio el nieto de Tito, está a la vez
dentro y fuera de su propia trama lúdica, es actor y espectador a la vez, al igual que
Tito en la escena que habíamos descrito anteriormente.
Tito Andrónico fue un éxito de público, según Harold Bloom “el público isabelino era
por lo menos tan sediento de sangre como los jovenzuelos que atiborran nuestros
cines y se emboban frente a nuestros televisores, de modo que la obra era muy
popular y fue buena para Shakespeare”, sin embargo Bloom opina que la pieza es una
atrocidad poética y sólo es defendible en ella el personaje de Aaron, el más malvado
entre los malvados, y que precisamente Aaron es un personaje más marlowiano que
shakesperiano.
La ironía llega al punto máximo, cuando luego de perpetrar una carnicería sin límites,
Tito se exaspera porque Marco mata una mosca de una cuchillada
Una vez más la mosca funciona como alegoría. La tortura era una realidad en el
período isabelino, también lo es hoy. Foucault trabaja, en Vigilar y castigar, la
manifestación del poder absoluto sobre el cuerpo del condenado. El delito que se
comete en el cuerpo social, es un delito contra el estado y como el estado es el rey, el
castigo es la venganza que se ejerce en el cuerpo del condenado.
La versión de Taymor claramente sitúa al espectador en los totalitarismos del siglo XX:
la iconografía nazi y fascista es evidente, mezclada, hibridizada con vestuarios y
escenografías actuales que nos remiten a la frivolidad y la desmesura obscena del
despliegue del lujo y la voluptuosidad de la comida, en un mundo capitalista neoliberal
en donde las tres cuartas partes de su población se encuentra fuera del acceso a una
vida digna. El pueblo, aparece interpelado por el tirano, que es un fantoche, su poder
es monumental, grandioso, utiliza los emblemas aristocráticos de la cultura clásica
para legitimarse, pero es pura cáscara, la estructura se desmorona, es una ruina.
Lucio: […] Enseguida nos pondremos a trabajar para ordenar bien el Estado, a
fin de que semejantes acontecimientos no vengan nunca a precipitar su ruina.
(Shakespeare: 902)
Este discurso no debería hacernos perder de vista los cadáveres que fueron retirados
o tal vez necesitamos como condición necesaria perder de vista el horror para poder
construir, pero una cosa es perderlo de vista y otra muy distinta desconocerlo. El
conflicto está.
Tal vez esta es la función de “lo trágico”, recordarnos permanentemente ese origen
que no podemos, ni debemos negar, a riesgo de autodestruirnos.
BIBLIOGRAFÍA
FILMOGRAFÍA
TAYMOR, Julie (1999) Titus. (Anthony Hopkins: Titus Andronicus. Jesica Lange:
Tamora). Fox: USA.