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MACORE
Fausto T. Velázquez
2002
a Napoleón Bonyouchoa Velázquez,
Margarita Rodríguez Quiñones
y a la memoria de
José Ramón Velázquez Esparragoza
Cuando no sepas hacia donde vas, voltea hacia
el pasado para que veas de donde vienes.
PROVERBIO AFRICANO
INTRODUCCIÓN
10
LA PREHISTORIA
13
lipas, Nuevo León y Coahuila; la otra vía se localiza en la parte occidental, por
los actuales Estados de Baja California y Sonora.
Los lugares donde se han encontrado registros del hombre prehistórico
sugieren que tanto las llanuras del norte como las planicies sonorenses, que
se continúan por la costa de Sinaloa, constituyeron la vía natural de tras-
lado de las poblaciones en proceso de expansión. Fueron probablemente los
hombres primitivos de estas tierras los que se trasladaron más de una vez ha-
cia el sur poblando las amplias regiones3 de México y del continente.
3
Montané Martí, 1988. p 83.
bución se encuentra que mientras en el Este se sustituían las llamadas puntas
Folson por Clovis, en el Occidente aparecían puntas más pequeñas que
14
las Clovis.4
Al tomar en consideración los elementos que los arqueólogos especialis-
tas en prehistoria consideran para la localización de los sitios de excavación,
podríamos suponer que el hombre ha existido en Sinaloa desde los tiempos
más remotos.
4
García Bárcena. 1988, pp. 335-336.
los sitios en los que se han encontrado evidencia) para abandonar, una relativa
seguridad que les ofrecía la región y lanzarse a buscar otros lugares inciertos.
La falta de estudios prehistóricos en Sinaloa la convierten en una región
inédita. Cierto es que no se ha encontrado algún indicio de población humana
15
prehistórica, pero tampoco se han iniciado los estudios conducentes y ello nos
lleva a establecer que el desconocimiento no puede ser jamás prueba que la re-
gión que hoy ocupa el Estado de Sinaloa en las épocas prehistóricas haya sido
un territorio carente de población.
Cuadro No. 1.- PERIODIZACIÓN PREHISTÓRICA DE MÉXICO
Arqueolítico 35,000 a 14,000 años Etapa muy relacionada con el poblamiento inicial
del Continente Americano.
Cenolítico
Inferior l4,000 a 9,000 años Talla por presión en los artefactos.
Diferenciación en puntas de proyectil. Al final de la etapa
se extingue la megafauna pleistocénica y ocurren cambios
en el clima y la distribución de la flora y fauna,
que adquieren características semejantes a las
actuales. En las poblaciones se acentúa la recolec-
ción de flora y fauna y caza menor.
Superior 9,000 a 7,000 años Especialización en las economías de subsistencia
y especialización en el aprovechamiento de recur-
sos costeros y evidencias de culturas regionales
Protoneolítico 7,000 a 4,500 años Desarrollo de economías productoras de alimentos
Domesticación de plantas y desarrollo de técnicas
de cultivo y los cambios culturales que lo anterior
conlleva
16
5
Nalda, Enrique. 1981. p. 58
EL NOROESTE
6
Cfr. Kirchhoff, Paul. 1960.
7
García Mora, Carlos. 1979. P. 8.
8
Ortega, Sergio. 1993 (2). P.
Estas interpretaciones desde el momento que fueron dadas a conocer, tu-
vieron una cabal aceptación por historiadores, antropólogos y arqueólogos, ya
que ellas les permitían delimitar y estandarizar una filiación cultural, permi-
tiendo que el análisis fuese más aprehensible y fácil su estudio.
De las áreas antes mencionadas, Mesoamérica era la más importante de la
18
19
parte que situaba como el punto de confluencia y por consiguiente como fron-
tera de las tres grandes áreas citadas a la zona geográfica que nos ocupa, y que
se ha denominado como el Noroeste constituido por los hoy estados de Naya-
rit, Durango y Chihuahua en su parte occidental, y a las entidades federativas
de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur en su totalidad, esto
es en lo relativo a los Estados Unidos Mexicanos, ya que fuera del territorio
nacional comprende, parte de los estados de California, Arizona, Colorado y
Utah en los Estados Unidos de América, o sea, la zona geográfica del Noroes-
te se conformaba, como se puede colegir, por lo que los arqueólogos estadou-
nidenses han nombrado como el gran sudoeste norteamericano y el noroeste
mexicano9. Por la otra parte, considerar que las áreas de estudio del presente
discurso eran parte integrante de la cultura mesoamericana, representa serias
implicaciones conceptuales, lo cual nos conducirían por diferentes derroteros,
por lo que, a continuación se pretende dejar asentada la no pertenencia de
nuestra zona de estudio a la superárea señalada.
Así, en la propuesta original, la parte centro y sur de Sinaloa quedaba
comprendida en el área Mesoamericana. Del río Mocorito hacia el norte en
Oasisamérica y en la zona costera del norte del estado situaba pequeñas áreas
como pertenecientes a Aridamérica. Los elementos definitorios de la clasifica-
ción, en primer lugar, parten de una consideración válida para la situación que
prevalecía al momento de a la llegada de los españoles y después se adecuaron
a una descripción cultural del altiplano central.
El carácter estático del análisis, como se puede deducir, es válido única-
mente para una situación determinada, ya que los límites así marcados se co-
rresponden a un momento histórico particular, es decir, eran las fronteras de-
terminadas para el primer tercio del siglo XVI, al momento de la penetración
9
Dentro del noroeste mexicano, el Estado Sinaloa ocupaba un papel muy particular, ya que era el punto de
confluencia de las tres áreas. Además la cuenca del río Mocorito aparecía como el límite fronterizo entre las
dos primeras (Mesoamérica y Oasisamérica).
española. En sentido contrario se tiene que actualmente, tanto en arqueología
como desde el punto de vista del análisis histórico, ha quedado establecido
que las fronteras mesoamericanas a través de los tiempos, no han estado loca-
lizadas donde mismo, es decir, las fronteras eran dinámicas, se ensanchaban o
contraían conforme a los momentos de los grandes acontecimientos sociales
generados en los imperios de la zona del Altiplano Central o por las influen-
20
21
ajenas a la porción del Estado de Sinaloa que nos ocupa. En ella no se dio con-
quista ni colonización de ningún tipo.
Los cultivos del maíz, frijol y calabaza son de origen mesoamericano y
fueron introducidos al noroeste por los 1,000 años a. C. para el caso del maíz
de tipo reventador y 300 años a. C. para el frijol (Phaseolus vulgaris) y las ca-
labazas (Cucurbita pepo y Lagenaria siceararia). Durante 800 años el cultivo
de estas especies acompañó a la caza y a la recolección, sin que hubiera cam-
bio alguno en la forma de vida de los indígenas. De aquí se infiere que este
tipo de relación no tiene que ver con una colonización o migración por parte
de unidades mesoamericanas, que ya en esos tiempos habían alcanzado una
categoría compleja con poder de expansión y explotación. De haberlo logrado,
estas unidades políticas también habrían llevado otros elementos fundamenta-
les, como son, entre otros, la arquitectura y la ideología12.
A lo largo de la historia de los pueblos de Sinaloa se dieron contactos con
las culturas de Mesoamérica, la mayor o menor intensidad de ellos correspon-
dió con el auge o decadencia de los señoríos mesoamericanos. Las fronteras,
en este caso, no fueron el límite de separación territorial de dos áreas geográfi-
cas, sino el límite de contacto entre dos culturas diferentes.
Los contactos de las culturas del altiplano con los pueblos del Noroeste
trajeron consigo particulares formas de desarrollo, de acuerdo a las condicio-
nes específicas de los pueblos. En algunas culturas del Estado de Sinaloa, el
contacto adquirió formas más estables, sin llegar a una colonización o dominio
militar, aunque sí al establecimiento de relaciones a través de redes comercia-
les directas con la metrópoli señorial o por mediación de otros pueblos. Mis-
mas que se acrecentaban o disminuían en la medida que las fronteras reales
del imperio se contraían o ensanchaban en función del auge o declinación de
11
Matos Moctezuma, Eduardo. 1994. P. 56-57.
12
Braniff Cornejo, Beatriz. 1994. P. 125.
los grandes centros del Altiplano. Este tipo de influencia al ser más directa y
prolongada procuró un crecimiento que trajo como consecuencia un desarrollo
que en lo urbano produjo áreas de gran concentración poblacional con elemen-
tos culturales mezclados pero sin inclinarse en forma determinante hacia una
cultura mesoamericana definida.
Los pueblos prehispánicos del hoy Estado de Sinaloa y en particular
aquellos situados al norte después del área del río Culiacán, en el espacio No-
22
vohispano conocido como la Provincia de Sinaloa, llamada así por los prime-
ros españoles que llegaron a estas tierras13, desarrollaron culturas que en forma
importante carecieron de semejanzas mesoamericanas, ya que la influencia re-
cibida fue más débil y no logró impactar en su evolución, por lo que se les
considera como culturas diferentes que no responden, ni de manera mínima, a
la categorización utilizada para definir a Mesoamérica. Así pues, en la parte
norte de la hoy Sinaloa “vivieron culturas de diferente gradación cultural que
no pueden incorporarse dentro de una sola área –como lo implican los térmi-
nos Gran Suroeste propuestos por los norteamericanos- ni tampoco dentro de
las dos áreas –Oasis y Aridamérica- como lo propusiera Kirchhoff”14.
Si bien es cierto que se han encontrado rasgos mesoamericanos, también
es verdad que las culturas de los pueblos de la antigua Sinaloa tuvieron su pro-
pio modelo cultural que en nada se parece al de los pueblos del Altiplano. Y
aunque “la Costa del Pacífico fue utilizada por grupos agrícolas (mesoameri-
canos) desde tempranas fechas, estableciendo un corredor continuo hasta el
sur de Sonora”15, la influencia que se estableció a través de las diferentes rela-
ciones establecidas no fue lo suficientemente poderosa como para imponer
distorsiones en los patrones de desarrollo culturales, además, como antes se
manifestó, nunca se dio jamás un proceso de conquista, colonización o someti-
miento, ni tributación alguna, quizá porque estas formas establecidas entre los
grandes señoríos y las culturas exógenas fue suficiente, es decir, relaciones
13
Desde la entrada de Nuño de Guzmán al Noroeste hasta entrado el siglo XVII, la división política de la am -
bición de los conquistadores fijaba como pertenecientes a Nueva Galicia toda la región sur del Estado hasta
la recién fundada San Miguel de Culiacán y diez leguas antes del río Mocorito hasta el Yaqui se le conocía
como la Provincia de Sinaloa. Los jesuitas siguieron llamándole igual y comprendía, en un principio, desde
el valle del río Mocorito hasta el del Yaqui. Posteriormente redujeron el área de la Provincia y se constituyó
con las áreas situadas entre los valles de los ríos Mocorito hasta los del río Zuaque.
14
Braniff Cornejo. Op. cit. p. 114
15
Idem. p. 120
que aseguran flujos permanentes de bienes requeridos sin necesidad de proce-
sos de sometimiento que hubieran resultado onerosos y difíciles de mantener
por lo retirado de los centros de control.
Así, las relaciones de Mesoamérica con las naciones del actual Estado de
Sinaloa tuvo un alto contenido comercial y la influencia cultural tomó otro
matiz, debido al establecimiento de relaciones con otras culturas diferentes a
las de Mesoamérica. Sin que esto implique sustraerse totalmente de elementos
23
24
por eso Toltecas. Para el oriente se movieron los que continuaron llamándose
Aztecas, denominación que a mi juicio era la primitiva de toda la raza, y en
Casas Grandes de Janos instalaron su nueva mansión. ... [Los que habían esco-
gido el camino hacia el sur, los Toltecas, hostigados por los pueblos situados
del río Mocorito al norte, llegaron a la región de Culiacán en el año 552 y se
asentaron temporalmente y fundaron la ciudad de] ... Tlapallanconco, o Tlapa-
llan la menor, en recuerdo de la antigua, que denominaron por esto Huehuetla-
pallan”16, y años más tarde siguieron su camino al sur para fundar Tollan.
Mientras aquellos que habían partido hacia el Oriente, y continuaron llamán-
dose aztecas, … y en Casas Grandes de Janos, instalaron su nueva mansión.
Sintieron de nuevo el acoso de las tribus vecinas y tuvieron que emigrar de
nuevo. Avanzaron por la Sierra Madre hacia el sur y bajaron hacia el occidente
para llegar por fin, a la Tlapallanconco que habían fundado los Toltecas y que
al asentarse en ella, la rebautizaron como Hueicolhuacan o Colhuacan la gran-
de, hoy Culiacán. Dice la leyenda que ahí nació la adoración a Huitzilopoztli y
la revelación divina del lugar donde finalmente deberían asentarse. Salen de
Hueicolhuacan en su afanosa búsqueda del lugar prometido, para llegan al si-
tio donde más tarde fundarían Tenochtitlán y el Imperio Mexica17.
Para demostrar la fidelidad de sus razonamientos, Don Eustaquio Buelna
trató de demostrar (tomando los nombres de lugares de etimología mexica en-
contrados en los años 80’s del siglo XIX) la existencia, de un corredor que
aparentemente van de norte a sur por la costa dejados a consecuencia del paso
tolteca y de oriente a suroeste, bajando de la sierra a la costa, correspondiendo
al rastro dejado por el transito azteca. Con lo anterior, Don Eustaquio no hace
16
Buelna, Eustaquio, 1983. p. 23-24
17
Esta propuesta ha sido plasmada en varios escudos oficiales del Estado, como son: el del Estado mismo,
Mocorito, Culiacán y Badiraguato. Véase http//www.sinaloa.gob.mx
otra cosa que llevar al terreno práctico las tesis ya planteadas por Orozco y
Berra, quien creyó en la existencia de una gran franja de habla nahuatl o mexi-
cano que se extendía desde la región Mixteca hasta el norte de Sinaloa, dicha
tesis estuvo fundamentada en la presencia de topónimos (independientemente
de que este pensador situaba Aztlán en las inmediaciones del lago de Mextica-
cán en Jalisco). Esta obra, como puede verse fue determinante en la investiga-
ción de Don Eustaquio Buelna. Además, en cierto momento sirvió al pensador
al político y al patriota que también era este ilustre mocoritense, para incrustar
25
26
hicieran otros, libres de datos en los que el grupo mexica aparecía como des-
conocido, vasallo y sin fama, para que nadie se enterase de ese pasado sin glo-
ria. Si los registros del pasado fueron modificados, hay una razón imbatible
que pone en duda toda la información de la historia mexica anterior a la triple
alianza.
De las dos posiciones anteriores se colige una clara contradicción, es de-
cir, la primera propone la existencia de la peregrinación desde el lugar llamado
Aztlán hasta el altiplano, mientras la segunda la niega aduciendo que se trata
de una leyenda, de hechos míticos, lo que, como tales no existieron. A conti-
nuación se tratará de dilucidar el problema que ambas plantean, mediante el
análisis de las dos posiciones.
Con respecto a la primera posición, se seguirá la obra de Don Eustaquio
Buelna. Ya que un gran grupo de antecesores y de contemporáneos compartie-
ron la misma idea, por supuesto con algunas variantes. Sin embargo, como an-
tes se apuntó, no todos los escritores coinciden en el lugar donde se localizaba
Aztllán o el lugar de partida. Por supuesto que aquellos que lo sitúan al sur de
Sinaloa (Mescaltitlán, Nay. y Jalisco) dejan a Culiacán fuera del contexto de la
peregrinación.
Siguiendo pues a Don Eustaquio Buelna, quien señala, para reforzar el
hecho de la peregrinación por tierras sinaloenses, En lo que se refiere a los
Nahoa-Toltecas, en su peregrinar por Sinaloa fueron dejando “rastros notorios
de su paso en una serie de nombres de lugares de etimología nahoa 20 … y mu-
20
Tanto los Toltecas como los Aztecas hablaban la misma lengua, el nahuatl, mientras Don Eustaquio Buelna
hace una diferencia hablando de etimología nahoa y etimología azteca. Los nombres de etimología Nahoa
que menciona son: Tamazula, Napalá, Navachiste, Saliaca, Altamura, Tachichilte, Cupira, Ilama, Alhuei,
chos más que sin seguir ya una senda bien marcada se esparcen por todo el
distrito [se refiere al distrito de Culiacán]” 21. En cuanto a los Nahoa-Aztecas
señala que los nombres de lugar de etimología azteca se encuentran desde la
Sierra Tarahumara y corren en dirección a Culiacán, bifurcándose a uno y otro
lado de la pequeña Sierra Blanca que se enfila en su tránsito.
Al inicio del segundo tercio del siglo XX, antropólogos de renombre de-
mostraron que la verdadera causa de la presencia de las toponimias nahuatl en
27
Caitime, Chumpilihuiste, Tultita, Acatita, Chachacuaste, Cacalotita, Tule, Alicama, Tahuitole, Moyotita y
muchos más. En cuanto a los que menciona como de etimología azteca son: Huisopa, Temoste, Mopiola, Te-
lalagua, Tecuciapa, Soyatita, Tepaca, Chapulmita, Atotonilco, Alpatagua, Alicama, Ocualtita
21
Buelna, Eustaquio. 1983. P.25.
22
Sauer, Carl. 1998. p. 102.
23
Había dos razones por las cuales los religiosos, particularmente los jesuitas, incluían la enseñanza del
nahuatl: primero, porque era la lengua indígena que habían aprendido ya junto con la instrucción eclesiásti-
ca, en el caso de los curas mexicanos, o a su llegada a Nueva España, cuando extranjeros.
Don Eustaquio Buelna no obedeció a las razones por él señaladas, sino fueron
impuestas desde una perspectiva diferente y sobre todo, la influencia nahuatl
penetró de sur a norte y no al contrario de cómo se sostiene.
Otro punto interesante surge del hecho que Don Eustaquio Buelna señala
que los Aztecas al salir de Aztlán, instalaron su nueva mansión en Casas gran-
des de Janos. Estudios recientes han demostrado que “los constructores de Ca-
sas Grandes fueron algunas de las tribus que aún viven en la actualidad y que
forman la civilización de los indios Pueblos. Como Pimas, Navajos, Athabos-
canas, etc. Baudelier asegura que la tribu de los Opatas construyó Casas Gran-
des pero la abandonó muchos años antes de la llegada de los españoles” 24. To-
28
davía más reciente que la nota anterior, se han podido “establecer cuatro gran-
des épocas de la cultura de Casas Grandes: Periodo Viejo, entre 700-1060 dC,
momento en que se establecen en la región los grupos Pueblo; surge y crece la
ciudad de Casas Grandes y comienza a desarrollar sus relaciones de comercio
con sus vecinos del norte y hacia el sur con Mesoamérica. Periodo Medio: Se
ubica del 1060-1340 d. C.; es la época de mayor esplendor de la cultura Casas
Grandes; su cerámica es de las más bellas, el comercio alcanza un gran desa-
rrollo y se advierte la influencia mesoamericana, principalmente Tolteca, en
los estilos constructivos de piedra, el juego de pelota, el ritual, etcétera. A par-
tir de 1200, se percibe cierta decadencia....”25
Sobre la duda historiográfica que se confronta al destruir los xiuhuamatl
y que hayan sido sustituidos por otra historia más conveniente, se puede infe-
rir que la eliminación histórica fue sólo en algunos acontecimientos específi-
cos, no pudo ser total, ya que los hubiera colocado ante la necesidad de inven-
tar todo su pasado y de haber sido así, se hubieran presentado en los nuevos li-
bros como un pueblo completamente civilizado o cuando menos totalmente
aculturado, cosa que no sucede, ya que aparecen como un grupo pobre, desco-
nocido, sojuzgado, sin una organización y con un nivel inferior al que adqui-
rieron posteriormente.
Para solucionar el problema es necesario partir del status cultural de los
mexicas al iniciarse la migración, es decir, desde la salida azteca de la legen-
daria Aztlán, Ya poseían el calendario tolteca, celebraban el evento ritual del
24
Nogueda, Eduardo. 1930. pp. 26-27.
25
Nárez, Jesús. 1994. p. 105.
juego de pelota, hablaban nahuatl, realizaban las festividades del fuego nuevo,
etc. En otras palabras ya eran poseedores de una cultura muy semejante a la de
aquellas otros pueblos asentados y florecientes en el altiplano y aunque se ha-
cían llamar chichimecas, no lo hacían con referencia a la cultura de aquellos
sino a la extensión que este nombre tuvo en la época prehispánica, Por lo ante-
rior Aztlan debió quedar comprendido en el área mesoamericana, Tal y como
lo demostró Paul Kirchhoff, quien en su informe de INVESTIGACIONES
1955-1961 señala “Como resultado de esta búsqueda de nuevos métodos de
investigación apropiados a la solución de problemas aparentemente insolubles
pude, por ejemplo, reconstruir, sobre la base de 20 ciudades toltecas, el mapa
pictográfico del Imperio Tolteca, hoy perdido, cuya lectura debe representar la
29
LA NACIÓN MACORE
Todos los pueblos que se asentaron en los valles de los ríos del Norte de
Sinaloa siguieron un patrón de desarrollo semejante, así, desde los momentos
más remotos hasta la llegada de los españoles la historia de Mocorito como la
del resto de la Provincia de Sinaloa se diferencia en dos grandes etapas:
La primera que se ha denominado Prenacional, es el proceso de evolu-
ción cultural desde el momento en que los pobladores primitivos que deambu-
laban por la región se establecieron en las márgenes del río Mocorito en algún
sitio cercano a partes planas, susceptibles de los desbordamientos del río y con
27
Cfr. Pérez de Ribas, Andrés. 1944. p. 142.
un permanente espejo de agua para fundar las primeras agrupaciones de carác-
ter regular. Estos asentamientos que en el inicio eran itinerantes de largo pla-
zo, es decir, permanecían en un lugar por tres, cuatro o quizá más temporadas
y luego cambiaban de lugar, poco apoco fueron quedándose en una sola área,
lo que puede considerarse como la culminación del proceso de nomadización.
Esta etapa Prenacional se distingue por la ausencia de una diferenciación
de clases sociales. La producción y consumo de bienes se daba dentro de la
unidad social elemental, o sea la familia. Entre los grupos reunidos ya existía
una incipiente división social del trabajo sobre la base de edad y sexo. Ocasio-
nalmente, además de los especialistas en la celebración ritual, no existía la es-
pecialización en la producción de artefactos. En sus momentos finales la pro-
ducción comienza a generar, cuando menos en ciertos renglones, excedentes
por encima de las necesidades de su propio consumo, avanzando de la autosu-
31
32
29
Los españoles de los siglos XVI y XVII les llamaron ranchos o rancherías
30
La nación tomó el nombre de la lengua común a los pobladores que habitaban en la cuenca del actual río
Mocorito, al cual se le denominará de igual manera, con el fin de ser congruentes con los orígenes propia
palabra Mocorito
menor diferenciación idiomática entre las lenguas de las naciones que la con-
formaban, el hecho es que no eran iguales.
Otra gran cultura se asentaba en la zona costera, hacia el occidente, desde
poco más al norte de la desembocadura del río Culiacán hasta los límites con
el actual Estado de Sonora, cuyas poblaciones más importantes, cuando menos
hasta hoy detectadas, fueron Guasave y Mochicahui. Esta Nación que tomó el
nombre de uno de sus pueblos, la Nación Guasave, tuvo una cultura desarro-
llada y refinada como la de sus vecinos Tahues. Además eran grandes comer-
ciantes, ya que mantenían un fuerte comercio con diferentes grupos, sin im-
portar sus latitudes. Hay evidencias de contactos con los Mixtecos y Poblanos,
ya que se han encontrado en Mochicahui y Guasave materiales policromos
que muestran identidades estilísticas relacionadas con la iconografía de Oaxa-
ca31; también participaron en el establecimiento de las rutas Sinaloa–Na-
33
31
Román B., Juan A. 1999.
Fig. 8. Territorio y aldeas principales de la Nación Macore
En los años cuarenta se registraron hallazgos arqueológicos en el munici-
pio de Mocorito, aunque fuera del valle del río. Se encontraron en Guayabito,
al noreste de Pericos y a relativamente poca distancia de Culiacán, restos ar-
queológicos con características culturales semejantes a las correspondientes de
34
32
Kelly, Isabel. 1945. p. 161.
De la lengua que hablaban los Macore.
35
33
Véase Spicer, Eduard, H. 1971. 779
Aztecoide
Pima
Tarahumara
Utoazteca Opata
Taracahita Cahita de la montaña
Cahita Cahita de áreas de transición
Cahita de los valles
36
CAHITA, TAHUE, GUASAVE y OCORONI, con sus respectivas lenguas y que se de-
tallan en el cuadro No. 3.
Todas estas lenguas que se hablaban en la época prehispánica dentro del terri-
torio actual del Estado de Sinaloa y sur de Sonora, desaparecieron junto con
sus respectivas etnias que las hablaban y no quedó evidencia de ninguna de
ellas, con excepción del mayo y del yaqui cuyos territorios de encontraban en
el actual estado de Sonora, fueron las únicas lenguas y etnias que sobrevivie-
ron no solo a la brutalidad española, sino que éstas también sobrevivieron a la
represión, persecución y política de exterminio del régimen porfirista y de
otros postrevolucionarios.
CUADRO NO. 3.
LENGUAS DE LA FAMILIA CAHITA
SUBFAMILIAS LENGUAS
38
34
Annua de 1597. A. G. N. Historia XV. f. 70.
35
A. G. N. Historia XV, fs. 14ss.
36
“to término o complemento castellano pospositivo al nombre” que significa lugar. Olea, Hector R. 1980.
p. 32.
de los españoles en territorio sinaloense se les comenzó a nombrar a acuñar la
palabra Mocorito (aproximadamente a partir de 1540-1550).
Muchos historiadores modernos, frecuentemente omiten en sus estudios
la clasificación de las lenguas sinaloenses prehispánicas, lo que ha llevado a
confundirlas en sus niveles lingüísticos. Así, por ejemplo, al no hacer la dife-
renciación entre la subfamilia y el conjunto de lenguas que conformaban el
Tahue, se ha llegado a establecer que la lengua que hablaban los Macore, era
precisamente el Tahue y no su propia lengua Macore, que pertenece igual que
aquella, a la misma subfamilia lingüística Tahue.
También ha sucedido lo mismo con los niveles de la familia de lenguas
CAHITA y se postula que todo el territorio que comprendía la Provincia de Si-
naloa, es decir desde el río Mocorito al Yaqui hablaban el cahita como lengua,
sin considerar que las lenguas de la región e incluso más allá de esos límites, o
sea, desde el río Piaxtla hasta el río Yaqui pertenecen a una misma familia lin-
güística, es decir, la CAHITA, la cual estaba conformada por un número consi-
derable de subfamilias lingüísticas y a su vez éstas, por lenguas específicas.
Como una copia de estilos lexicográficos o filológicos, tales como los
acostumbrados para definir etimológicamente una palabra de origen griego o
latino, donde se hace necesaria la referencia a los radicales que la componen,
en México desde el siglo XVIII, se ha pretendido definir voces indígenas, so-
bre todo nombres propios, con resultados poco satisfactorios ya que al definir
o traducir las raíces que conforman el vocablo se obtiene una derivación que
39
aporta nada, no sólo desde una perspectiva idiomática, sino tampoco cultural e
histórica, ya que estos nombres tuvieron validez dentro del contexto en que
fueron producidos. El resultado viene a ser una mera curiosidad, que en el me-
jor de los casos viene a ser una traducción poéticamente afortunada.
Así se tiene, por citar algunos ejemplos curiosos de traducciones hechas
de topónimos: Morobampo (voz hispano-cahita) = en el agua del moro, Baca-
mopa (voz cahita-pima) = en los carrizos del pima, Mango (voz castellana)=
Lugar donde hay mangos, Altata (aztequismo) = Agua del abuelo, etc.37
Estas traducciones que se ofrecen en innumerables obras, dan pie a pen-
sar que en muchas ocasiones el traductor hace volar su imaginación, sólo por
asemejarse a una fonía de voces indígenas que con seguridad no corresponden
37
Véase Olea Hector R. 1980.
a la lengua que les dio origen, y ni siquiera existe una correspondencia históri-
ca con las voces que se imputan en la formación del nombre. Lo cierto es que
la traducción de estos nombres propios actualmente, como se dijo antes, no
tiene ninguna importancia histórica, idiomática, ni antropológica pues fuera
del contexto que les dio origen pierden vigencia y pierden significado.
Así por ejemplo al vocablo Mocorito se le han dado diferentes interpreta-
ciones de traducción, mismas que no tienen trascendencia en su significación
histórica, ni siquiera desde un punto de vista filológico. Ha cambiado el conte-
nido lingüístico que tuvo cuando fue creado el término, es decir, en las voces
indígenas que lo conforman no se corresponden significado y significante de
la palabra actual.
Las acepciones que le han sido asignadas al vocablo se fundamentan en
la consonancia de palabras derivadas de otra lengua y la pregunta que se im-
pone es: ¿tiene sentido que los pobladores llamen a su pueblo, al sistema de su
lengua, a su nación y nacionalidad en una lengua extraña? Ningún pueblo de
la tierra ha procedido de esta manera. Por ejemplo ¿Tendría sentido que los
mexicas hubieran llamado a Tenochtitlan con una voz francesa como París en
lugar de hacerlo con una voz de su propia lengua nahuatl? O ¿en lugar de lla-
marse mexicas nombrarse quéchuas? De ahí que se sostenga que las raíces de
la palabra Mocorito no corresponde a otras lenguas, sino a una propia.
La más conocida de estas aventuras lingüísticas sobre el origen y signifi-
cado de la palabra Mocorito es la de “lugar de muertos” atribuida a Don Eus-
40
taquio Buelna, aunque en 1887 este ilustre mocoritense señalaba que el voca-
blo Mocorito era de ignorada significación y agregaba, con muy poca convic-
ción, que quizá esté compuesto de las voces cahitas mucuri que aunque usual-
mente no significa muerto, puede gramaticalmente entenderse por tal cosa, y
de la posposición to en cuyo caso significaría lugar de muertos38.
Luego este historiador hace énfasis en la existencia de lenguas propias
que se hablaban en los diferentes pueblos prehispánicos de la Provincia de Si-
naloa y dentro de ellas considera la lengua Mocorito 39 reportándola como des-
38
Buelna Eustaquio. 1983. p. 99.
39
LENGUAS PARTICULARES DE LOS POBLADORES PREHISPANICOS DE LA PROVINCIA
DE SINALOA
1.- En la parte superior del río Fuerte, los pueblos Huite, Zoe y Baimena con sus correspondientes lenguas
Huite*, Zoe* y Baimena*.
aparecida, por consiguiente, admite que en las inmediaciones del río Mocorito
no se hablaba la lengua cahita, sino el mocorito.
Ahora bien, el hecho de pertenecer dos lenguas a una misma familia lin-
güística no implica que éstas sean iguales, posiblemente debieron de existir se-
mejanzas entre las lenguas de la familia cahita, pero evidentemente entre si
había particularidades muy significativas que las hacían incompatibles y con-
secuentemente diferentes. Semejanzas y disparidades tales como las que se en-
cuentra entre las lenguas romances actuales.
Por otra parte el licenciado Buelna no confundió los niveles lingüísticos
señalados antes, sino que a partir del siglo XIX ha sido utilizado el término
Cahita “para señalar la lengua común a los tres grupos indígenas del noroeste
de México, los yaquis, Mayos y Tehuecos. Esta manera de hablar quedaba jus-
tificada, para los antiguos autores, por la semejanza de los vocabularios, mor-
fología y sintaxis de los tres”40. Las diferencias idiomáticas entre las tres len-
41
guas era más acentuada en la época prehispánica, pero a partir del siglo XVIII
donde quedaron como las únicas lenguas vivas tendieron a unificarse mediante
un proceso lógico de homologación sobrevivencial.
Además Don Eustaquio apunta que el nombre de Mocorito alude a “la
matanza del cacique y de 150 indígenas que cerca del pueblo hizo Francisco
Vásquez Coronado”41. En caso de así haberse realizado, el mencionado suceso
debió ocurrir en 1540, ahora surge otra pregunta obligada: ¿Cuál nombre tenía
antes del año en que aconteció el suceso?
Otra interpretación señala que se trata de una variante de voces prove-
nientes de la lengua mayo: macori-to, que está compuesta de macori, apócope
de macorihui, una alteración de la voz mayocahui, adjetivo aplicado a una
2.- En la parte media del río Fuerte los Sinaloa, Tehueco y Zuaque con su lengua Cahita.
3.- En la parte baja del mismo río y comarcas adyacentes, los Ahome, Bacorehui, Batucari, Comopori y
los Guasave rumbo al mar cuya lengua era el Bacorehui*.
4.- En el arroyo de Ocoroni. Los Ocoroni con su respectiva lengua el Ocoroni*
5.- Sobre el río Sinaloa. Los Nio y su lengua el Nio*
6.- De origen Pima. Los Bamoa vivían en la parte superior de los Nio y su lengua fue el Bamoa*.
7.- En la parte superior del río Sinaloa. Los Ohuera, Cahuimeto y Chicorato. Con sus lenguas respectivas
la Ohuera*, la Cahuimeto* y la Chicorato*.
8.- En el río Mocorito. Los Mocorito y su lengua Mocorito*.
Fuente: Buelna, Eustaquio. 1983. p. 21
* Lenguas desaparecidas.
40
Lionnet, Andres. 1977. P. 7.
41
Buelna Eustaquio. 1983. P. 95.
fracción de los indios Mayos o gentes que hablan el dialecto de la lengua cahi-
ta; además de la posposición to que denota ubicación, lugar, el topónimo sig-
nificaría entonces lugar de las gentes que hablan un dialecto de la lengua cahi-
ta o donde habitan los indios mayos o macoritos 42. En este caso la disquisición
se basa nuevamente en voces de otra lengua de la familia cahita, y se insiste
que la palabra Mocorito está formada por las voces de otra lengua también di-
ferente a la lengua Macore. Además, el autor considera que la los habitantes
de la región hablaban la lengua mayo y no la propia como se señala en los do-
cumentos jesuitas.
42
Olea, Hector R. 1980. p. 145.
La autoridad guerrera era férreamente aceptada e incluía a todas las al-
deas de habla Macore y se recurría a ella, como antes se dijo, para lavar afren-
tas u ofensas en contra de la unidad nacional, etc.
43
agresores españoles, tarascos y mexicas, que eran pueblos guerreros por nece-
sidades de sus Reinos. Además la inferioridad del armamento los hizo más
vulnerables, pero aun así. jamás fueron conquistados por las armas.
43
Sauer Carl. 1988. p. 252.
Fig. 9d. Hacha ceremonial.
Las armas que por lo general se usaban eran el arco y la flecha. En docu-
mentos españoles se reportan como excelentes flechadores. Se han encontrado
en la región puntas de flecha de obsidiana y de otros materiales muy bien tra-
bajadas, pero no era la generalidad, es decir, las usadas eran normalmente sin
punta de pedernal, de madera muy dura y de puntas quemadas. Las puntas de
flecha que aparecen en la fig. 7 tenían un uso ceremonial o de ornato. Las lan-
zas eran fabricadas con igual técnica. Impregnaban las armas con un veneno
muy poderoso (que los españoles tenían pavor) ya que con una pequeña herida
causaba la muerte de una manera horrible, también se usaban mazos de made-
ra con incrustaciones de puntas de piedra afilada pero lo más común eran las
44
hachas de piedra ranuradas en sus tres cuartas partes. Se han encontrado una
gran variedad de formas figs. 6a y 6b, ocasionalmente se encuentran decora-
das con figuras de animales en la parte posterior fig. 6c. También de tipo cere-
monial, fig. 6d, hechas de obsidiana pulidas y muy bien trabajadas. Para la de-
fensa usaban escudos o rodelas de cuero de venado o de pécari.
Acostumbraban a festejar las victorias guerreras con danzas e ingestión
de bebidas embriagantes, también era práctica común la antropofagia ritual
como una manera de honrar al guerrero muerto que más se distinguió en la ba-
talla. Este culto de guerra incluía el canibalismo ceremonial con partes del
cuerpo del enemigo o de sus propios guerreros muertos, aquellas partes donde
había radicado su destreza guerrera; por ejemplo, los brazos si había sido un
hombre fuerte; las piernas si veloz, etc.
Había comercio regular por todas las partes del área, con productos gene-
ralmente de ornato y alimenticios (el comercio de la sal era importante), pero a
pesar de ello no había mercados permanentes, los sitios recurrentes utilizados
para el cambio eran las aldeas más grandes. Tampoco se ha encontrado ningu-
na indicación de la forma dinero o un equivalente y ninguna sugerencia de for-
mas importantes de riqueza o acumulación de la misma o estratificación social
basada en la posesión de ella44.
La agricultura era la actividad más importante y dadas las condiciones
45
44
Cfr. Spicer, Eduard H. , 1971, p. 788
ambientales, la gran mayoría de las aldeas de la Nación Macore, podían cose-
char dos cultivos al año y complementaban sus necesidades de consuno con la
caza, pesca y la recolección.
46
mentos silvestres de la fabricación de los utensilios para el hogar como la fa-
bricación vasijas de barro, metates, molcajetes, cestería, petates y tejidos de
algodón para el vestido45.
Fabricaban utensilios de barro cocido, quizá el rasgo más característi-
co de decoración de la cultura Macore haya sido el grabado puesto que a la fe-
cha no se han encontrado rastros de decoración policroma y consistían por lo
general en trazos geométricos complejos sobre color nogal (fig. 8)
Se han encontrado también figurillas de terracota cuyo tamaño es de
aproximadamente unos quince centímetros, modeladas algunas con facciones
antropomorfas y otras con características zoomorfas, planas en la parte poste-
rior (fig. 9), coloreadas en tonos de ocre. Otra forma cerámica importante lo
constituyeron los troqueles o sellos que pueden ser fijos como la fig. 8, o cilín-
dricos, eran utilizados para las decoraciones estampadas en telas o cuero.
45
Cfr. Spicer, Eduard H. loc. cit.
Cuando existía incompatibilidad en el matrimonio o la mujer no cumplía
con sus obligaciones se hacía acreedora a una pena que el marido le otorgaba
y que consistía en el repudio público y la disolución del matrimonio.
Esta especie de divorcio, era una gran afrenta para ellas, porque después
se dificultaba encontrar quién se quisiera casar con ellas, en cambio el marido
podía buscar otra mujer sin mayor trámite.
La ceremonia de iniciación al matrimonio para el varón consistía en do-
tar, al futuro contrayente, de arco y flechas (y aunque todos, desde los tres
años lo usaban e iban cambiando de arco conforme crecían), en este caso era
ceremonial, luego se le enviaba a que usara las nuevas armas con algún hecho,
que de ordinario era matar algún animal salvaje.
Las doncellas evitaban tener juegos, pasatiempos y tratos con los varo-
nes, porque era una gran afrenta haber perdido la castidad antes de casarse.
48
46
Spicer Eduard H. 1971. p 788
portales con techo de madera y palma, tanto para sombra, como también para
guardar arriba de ellas el maíz, haciendo el lugar de troje. Sobre el techo se
colocaba el maíz en mazorcas, lo tapaban con zacate del mismo maíz y agre
gaban una cubierta de palma para evitar que se mojara con las lluvias. Debajo
de estos portales dormían en el verano. En el invierno lo hacían dentro de la
casa, se prendía el fogón o una fogata en el centro del cuarto para calentar la
habitación. Dormían en el suelo sobre un petate y como almohada usaban un
trozo de madera47.
49
47
A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 17-18
Los utensilios de uso doméstico lo constituían el metate y el molcajete,
los cuales se han encontrado de tipos variados. Sus comidas ordinarias las rea-
lizaban dos veces al día, en la mañana, y a la puesta del sol. La dieta estaba
constituida por tortillas, frijoles, calabazas cocidas o asadas, las proteínas ani-
males eran proporcionadas por peces que había en abundancia en el río y la
caza de venados, conejos y pécaris.
50
48
A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 17-18
es de suponerse que dichas telas eran tejidas en telares de cintura.
51
Eran muy afectos al uso de adornos incluían conchas, perlas, campanas
de cobre (fig. 15), oro, plata49 y piedras de colores, colgadas al cuello a modo
de cadenas en grandes sartas. (fig. 16)
Tenían un juego que era semejante al juego de dados, usaban unas cañue-
las con puntos y diversas señales que se reducían a suertes. Se requería una ce-
remonia de iniciación para poder jugarlo y consistía en la introducción de un
palo por la boca, hasta la garganta que casi les ahogaba y les provocaba el vó-
mito, cuando habían depuesto lo que habían comido y bebido ya tenían li-
52
49
Cfr. Meighan, Clement W. 1971. p. 755.
50
Véase A. G. N. Annua 1593. Historia XV. fs 18-20.
cencia para poder jugar.
Solían jugar de sol a sol, y perder en el juego hasta las mantas y cuentas,
y todo cuanto tenían, al término se iban en paz y desnudos a sus casas, sin que
hubiera entre ellos palabras de enojo o pesadumbre. Este juego comúnmente
lo practicaban en tiempo de calor.
Los aldeanos de las riveras del Mocorito se distinguían por ser grandes
triscadores, y lo ejercían como un divertimento, bromeaban de unos y de otros
con grandes risas y chacota y no escapaba nadie de ellas.51.
En la época de frío se practicaba un deporte que consistía en desafiar a un
pueblo vecino, para que presentase un equipo y se enfrentara con el local,
am--
53
51
Cfr. A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 18-20
loenses por indígenas mexicas, ya que en su desempeño se encuentran térmi-
nos de evidente origen mexicano, como lo son la propia voz ulama que viene
de ullamaztli (nombre original), taste de tlachtli, analco, chimali, urre, chichi,
pegua, etc., así como las connotaciones mágico numéricas de la puntuación.
Así pues, no cabe duda alguna sobre el origen mexica y la introducción
por los mismos a territorio de Sinaloa. Lo que habrá que determinar es el tiem-
po de dicha introducción, es decir, antes o después de la conquista. Se sostiene
que la introducción de la Ulama a los pueblos del norte de Sinaloa se llevó a
efecto en un tiempo posterior a la conquista por los indígenas mexicanos, ta-
rascos o tlaxcaltecas con que repoblaron la región, más preciso, se comenzó a
jugar en la región en los inicios del siglo XVII. Las razones para aducir lo an-
terior se basan en lo siguiente: En todos, absolutamente todos, los lugares don-
de se introdujo el ulamatzin por los mexicas prehispánicos se construyeron tla-
chtlis o patios para el juego de pelota, en el Noroeste no se han encontrado,
excepto Amapa, Nay. y Paquimé, Chih.
Todos las crónicas o estudios de los historiadores del siglo XVI que des-
criben el ullamatzin lo refieren exclusivamente a lugares mesoamericanos. Los
cronistas tempranos de la región sinaloense no hacen ninguna alusión, sin em-
bargo describen otros tipos de juegos. No existe ningún elemento que se rela-
cione con giros idiomáticos, costumbres, etc. que permita asociarlo con los
pueblos nativos. Sólo historiadores del siglo XVIII, como Clavijero y Landi-
var hacen mención del juego de pelota en el Noroeste.
En consecuencia la ulama sinaloense corresponde a raíces culturales ajenas 52,
fue traída a nuestra región debido a la gran afición de los pueblos del altipla-
no, durante la época española. Fue modificada en su práctica y sus concepcio-
nes, ya que el nuevo estatuto de pueblos conquistados impedía su práctica con
las connotaciones religiosa y cultural específicas, las cuales se correspondían a
estructuras teocráticas y concepciones religiosas, mismas que desaparecieron
después de la conquista, de ahí el giro que se le dio como si fuese la práctica
de un deporte.
54
52
Véase Leyernaar, Ted J. J.
De la religión que profesaban.
56
53
A. G. N. Annua 1593. Historia XV. f. 18
tos futuros y controlar el tiempo y su poder era el resultado de sueños que les
fueron revelados.
Los Chamanes eran jefes importantes y practicaban los rituales, a menu-
do acompañados por grupos de hombres, cantantes mujeres y con bailables
que duraban toda la noche. Ellos eran quienes prescribían el ritual por la varie-
dad de la cura o de la festividad de que se tratase.
Utilizaban la herbolaria para el tratamiento de las enfermedades en gene-
ral y hacían pinturas de tierra para la curación de enfermedades causadas, por
las relaciones insatisfactorias entre humanos y animales.
SIGLO XVI
La penetración española
Nuestra área fue destruida casi por completo al
ser invadida en 1530 y 1531 por una partida de
asesinos que España soltó en el Nuevo Mundo y
porque en esos días no había freno ninguno a las
propensiones asesinas de los conquistadores.
Carl O. Sauer
58
arrasaban aldeas y pueblos e iban dejando tras de sí una hilera de ruinas hu-
meantes y muertos por doquier, los sobrevivientes eran sacados en masa y
vendidos como esclavos; en pocos años las costas de Sinaloa y Nayarit se vol-
vieron un desierto54.
Las huestes de Nuño de Guzmán, convirtieron en recuerdo las culturas
totorame que encontraron a su paso, llegaron hasta el corazón de la Nación
Tahue y sobre los cadáveres de sus habitantes se fundó la Villa de San Miguel
Navito, en Septiembre de 1531.
Esta Villa, el pueblo indígena de Culiacán, y al que se mudaron posterior-
mente, fue durante años, la frontera más septentrional de presencia española
permanente y fue también el último lugar de conquista en el noroeste.
Se ha hecho un cálculo de la población que tenía el área comprendida en-
tre los ríos Culiacán al norte y Grande o Santiago de Nayarit al sur, antes de la
llegada de los españoles, y se llegó a una cifra promedio de, 25 habitantes por
kilómetro cuadrado, lo cual nos reporta una población aproximada de 225 mil
habitantes. Para el área comprendida en el actual Estado de Sinaloa se estimó
una población semejante a la reportada en el censo de 1930, es decir, Sinaloa
necesitó aproximadamente 400 años para recuperarse del genocidio español.
Conquistadas las regiones totorame y tahue y asentados en Navito, Bel-
trán Nuño de Guzmán procedió al repartimiento de los pueblos indígenas, ur-
gido por la ambición de riqueza del hatajo de filibusteros españoles que le
acompañaban. Y sin más trámite que el conocimiento de su ubicación, cual
botín de guerra, y no un procedimiento económico de conquista se dieron a la
tarea de repartirse el territorio.
Las disposiciones reales establecían que “los Adelantados, Gobernadores,
Alcaldes Mayores y Corregidores, que pacificasen y poblasen provincias y
ciudades, estando la tierra en paz y los señores y naturales della reducidos a la
obediencia de los reyes de Castilla, y no antes, los pueden repartir y encomen-
dar entre los conquistadores y pobladores, para que cada uno tenga a su cargo,
defienda, doctrine y ampare los que cupieren, según por leyes y cédulas reales
estuviese ordenado”55. Así, Nuño de Guzmán bajo el supuesto de esta orde
nanza hizo repartimiento de los poblados de la región de Culiacán, dejando las
instrucciones, para que después de su regreso a Chiametla y Guadalajara, las
59
54
Sauer, Carl 1998. P. 252
55
Zavala, Silvio. 1935. infra. p. 58.
ejecutara y publicase el Alcalde Mayor Diego Hernández de Proaño y fue
“desta manera: fulano y fulano se sirvan de tal pueblo para que le haga su casa
y le dé de comer, en tanto que se visita la tierra y se hace el repartimiento; y
desta manera hizo el repartimiento, unos de dos en dos y otros solos, según la
calidad de las personas y habiendo venido muchos caciques, señores de pue-
blos de paz, y escriptos sus nombres”56.
Este fue el primer reparto de pueblos indígenas en Sinaloa y evidente-
mente estaban comprendidas en las áreas de Culiacán hacia el sur, porque las
de la región norteña se hicieron hasta 1534 y 1535. Ya que para hacer dichos
repartos, sin violar las ordenanzas, era menester que los pueblos estuvieran en
paz y reducidos a la obediencia del rey.
Muy pronto la ambición y el deseo febril de riqueza pronta y fácil de los
españoles destruyeron la base económica de los pueblos y naciones sinaloen-
ses, desapareció primero la actividad comercial que mantenían con otros pue-
blos de México, al desaparecer las metrópolis de los reinos con los cuales co-
merciaban. Después la propia base productiva de las naciones y consecuente-
mente la producción que las sustentaba. Sobrevivió una raquítica producción
agrícola de subsistencia, por lo que el encomendero quedó atrapado entre la
ambición desmedida de enriquecerse de la noche a la mañana con una econo-
mía que no le producía medios para el cambio y otra monetaria que se los re-
clamaba. Se vio forzado entonces, a monetizar el único medio que poseía: la
fuerza de trabajo indígena, es decir, vendió a sus encomendados como escla-
vos.
Al poco tiempo de haber dominado la región de Culiacán, comenzaron a
incursionar hacia las regiones norteñas nombrando desde diez leguas al norte
de Culiacán hasta el valle del río Yaqui en el actual Estado de Sonora como la
Provincia de Sinaloa. Las incursiones llegaron hasta los límites de la Provincia
y se convirtió en territorio de caza de esclavos.
La venta de esclavos a gran escala, la brutalidad del trato español que
provocaba la huida de los naturales de sus pueblos hacia la sierra y las matan-
zas sin razón que frecuentemente se llevaron a cabo, trajo como consecuencia
una triste desolación. Más tarde y sin obedecer disposición alguna se preten-
dieron establecer repartimientos en esta Provincia de Sinaloa.
Las tierras encomendadas en la década de los 30’s. en las zonas del norte
60
56
Cuarta Relación Anónima. 1980. P. 480.
de Sinaloa perdieron el interés para los españoles, quienes acicateados por los
descubrimientos de ricos minerales en otros lugares de América y de México y
convencidos de la baja productividad de sus encomiendas provocó el obligado
y temprano abandono del encomendero.
Las huestes de Nuño de Guzmán, como antes se apuntó, fueron las pri-
meras en penetrar y explorar la Provincia de Sinaloa, pero en estos años no
llegaron más allá de las márgenes del río Petatlán tal y como dejaron anotado
en sus Relaciones Anónimas: “desde aquí [Culiacán] envió el Gobernador al
alcaide de las Atarazanas de México, que se decia Samaniego, á descobrir lo
que había adelante, é llegó hasta el rio Petatlan” 57, luego en otra crónica de la
misma época se asienta que “desde Culiacan hasta el rio Petatlan hay cincuen-
ta leguas: dícese de este rio Petatlan, porque cuando llegamos allí los españo-
les vimos que eran todos los pueblos de los indios cobiertas las casas de este-
ras, á las cuales llaman en lengua de México petates, y por esta causa llama-
mos Petatlan58. Nótese que éste importante río desde 1531 fue bautizado con
un nahuatlismo. Se hace hincapié en ello como ejemplo de lo que antes se
apuntaba sobre el bautizo nahuatl de los pueblos y regiones encontradas en Si-
naloa por los indígenas que acompañaron al conquistador, en contraposición al
rastro de nombres nahuatl puestos a los pueblos del norte de Sinaloa en la su-
puesta peregrinación Azteca.
Así pues, esa segunda expedición ordenada por Nuño de Guzmán y co-
mandada por Lope de Samaniego, no llegó a descubrir el río Mocorito, ya que
no se reporta haber encontrado otra corriente que el Petatlán 59. Se deduce, en-
tonces, que la ruta seguida para llegar al valle del río señalado, sin cruzar el
río Mocorito, fue sin duda remontando el río Humaya hasta la altura de Santia-
go de los Caballeros (camino que ya había sido recorrido y explorado por
Gonza-
57
Primera Relación Anónima. 1980. P. 291.
58
Segunda Relación Anónima. 1980. P. 296
59
En ninguno de los documentos iniciales se hace mención al hecho de encontrar el río Mocorito ni el Oco -
roni, unos pocos años después son perfectamente identificados y mencionados como los tres primeros ríos
de la Provinciade Sinaloa y nombrados como: el Mocorito, el Ocoroni y el Petatlán.
61
60
Véase Relación de Gonzalo López. 1981.
61
Sauer, Carl. Op. cit. pp. 256-257.
62
Tello, Antonio. 1980. pp. 356-357.
63
Buelna, Eustaquio. 1989. p. XXXV.
64
Crf. Relaciones de García del Pilar. y Juan de Sámano. 1980
ría que la región del río Mocorito poseía una población su-
62
perior a los 150,000 habitantes. La magnitud del ejercito indígena y la que pu-
diera haber tenido la región, es absolutamente exagerado. Era muy común en
las crónicas de los primeros españoles encontrar estas situaciones, es decir,
exagerar el número de los combatientes a quienes enfrentaban para resaltar el
valor y la supuesta hidalguía de los invasores.
Así se pueden encontrar repetidas referencias a enfrentamientos de dife-
rentes ejércitos españoles con los indígenas de la región del río Mocorito. Es
menester aclarar que las crónicas de los hechos referidos (Tello, Frejes, y
Mota), se consideran poco fiables ya que la información de donde partieron
son de “segunda y terceras manos” a no menos de cincuenta años de distancia
de los momentos descritos.
Durante los dos años siguientes a la partida de Nuño de Guzmán, no se
dio un intento serio de explorar la región, sólo se efectuaban las mencionadas
incursiones para atrapar esclavos, y no fue sino hasta que se organizó una ex-
pedición al mando de Diego de Guzmán, pariente cercano del conquistador,
que penetraron en la zona y dejaron constancia de ello. Así de Guzmán fue re-
gistrando a diario las experiencias de su viaje de exploración a la Provincia de
Sinaloa: “en viernes, cuatro días del mes de agosto del año de mil e quinientos
treinta y tres, partí del valle de Eutuacan [Culiacán], e hice jornada en el pue-
blo de los Xaumocheleb, cuatro leguas. En sábado adelante, tomé camino para
Petatla, que había llevado el alcalde; fue la guía de Cristóbal Hernández, hice
jornada cuatro legauas, hubo aguajes. En domingo se tomó un indio, lengua
huraba, el cual dijo como sabía a Petatla, que se llamaba Moretio, y antes ha-
bía un pueblo que se llamaba Cinulme, que él me llevaría, fue jornada de tres
leguas, hubo aguajes. En lunes tomé camino que dijo el indio; el cual iba cie-
go, y fue lo más sin camino; fue jornada cuatro leguas, hubo aguajes. En mar-
tes hubo en el camino cuatro ranchos de petates; tomóse poca gente, entre los
cuales se halló un viejo, lengua huraba; este día llegué al pueblo de Cinume,
en el cual pudo haber sesenta ranchos de petates; estaban en medio de una sa-
bana, no estaban juntos no se halló maíz sino yerbas que comían los indios; to-
móse poca gente; vestían cueros de venados; pasé una legua adelante a dormir,
la guía que traía, dijo que o sabía más de hasta este pueblo, el viejo que se
tomó en los primeros petates, fue guía para adelante, fue la jornada cuatro le-
guas, hubo aguajes. En miércoles fue jornada cuatro leguas, hubo aguajes. En
jueves me adelanté con diez de caballo, diez peones; llegué este día a
63
Petlata; pasé el río bien; hallose poca gente, el río había venido grande, la vega
estaba hecha una ciénega, y por ella se fue la gente porque no se pudo seguir;
habría ochenta ranchos; no se halló maíz; yerbas comían los indios, había mu-
chos maizales pequeños; este día fue la jornada que yo hice siete leguas, otro
día, viernes, llegaron todos los demás”65.
La distancia que reporta haber recorrido desde el valle de Culiacán hasta
este punto es de 30 leguas (125 Kmts.), Si se sigue una ruta con desviaciones
hacia la sierra, como lo señala, por caminos poco conocidos y en época de llu-
vias, además si se considera que en la segunda relación anónima (escrita dos
años atrás) se anota que dicho río Petatlán distaba de Culiacán cincuenta le-
guas, por la ruta serrana. Por otro lado, más tarde al trazar la ruta directa, sin
desviaciones serranas, entre Culiacán y Petatlán se anota que las respectivas
distancias hacia Mocorito eran veinte leguas de Culiacán y veinte de Peta-
tlán66.
No cabe la menor duda que el río a que hace mención la relación de Die-
go de Guzmán es el Mocorito y al cual nombra “Petatla” como si se tratara del
Sinaloa. Las confusiones geográficas de la época son frecuentes y obvias, de-
bido al desconocimiento absoluto que tenían de la región tanto los españoles
como los indígenas del altiplano que traían consigo y fue frecuente confundir
lugares, como es el caso del río Mocorito con el Petatlán, e incluso se llegó a
confundir con el Piaxtla.
De manera que el río que dista 30 leguas de Culiacán es precisamente el
río Mocorito y aunque no dice el punto de contacto con este río, es definitivo
que a quién pudiésemos llamar el descubridor del río Mocorito es al propio
Diego de Guzmán con sus diez acompañantes de caballo, el día 10 de agosto
de 1533 y no como algunos historiadores ha venido, por muchos años, adjudi-
cado dicho mérito, a Sebastián de Evora, diciendo que en 1532 había descu-
bierto el río Mocorito al ser enviado por Diego Hernández de Proaño.
Por otra parte, en la misma relación referida, el autor anota, más delante,
cuando venía de regreso hacia San Miguel de Culiacán, en su registro referen-
te al día 25 de diciembre dice: “fue la jornada en el arroyo que halló Sebastián
65
Guzmán, Diego de. 1960. pp. 124-125.
66
Obregón, Baltazar de. 1924. P. 68.
de Bora (sic), al tiempo que le enbió Diego de Proaño” 67 y que por la distan-
64
cia, anotada en el citado registro, entre este río y Culiacán (16 leguas=67.040
Km.) debió de tratarse del río hoy llamado de Cobre o Arroyo de Rancho Vie-
jo, cuyos afluentes tributarios nacen en las inmediaciones de Alcoyonqui, uno
y el otro en las de Bacamacari, uniéndose a la altura de Rancho Viejo y que va
a desembocar en la bahía de Dautillos. Este fue el río descubierto por Sebas-
tián de Evora en 1532 y confundido con el Mocorito. Debido a esta confusión
y a la coincidencia de que más tarde recibiera en encomienda los pueblos del
río Mocorito es que le bautizaron con el nombre del mencionado encomende-
ro: Sebastián de Evora o río Evora –como durante mucho tiempo se acostum-
bró a llamarlo- y no precisamente por ser el nombre de su descubridor.
En 1534 se otorgó la primera encomienda de la Provincia de Sinaloa al
soldado y vecino cofundador de San Miguel de Culiacán Sebastián de Evora.
Comprendía los pueblos pertenecientes a la Nación Mocorito. La sede de la
encomienda se situó al norte del pueblo indígena de Mocorito, con dirección
al río Petatlán. A partir de entonces, el río y la sede de la encomienda tomaron
por nombre el del encomendero. El resultado de esta encomienda no fue dife-
rente al resto de la Provincia. Así, el encomendero Sebastián de Evora, para el
año de 1536 había abandonado los pueblos encomendados y marchado a Zaca-
tula, Jal., dejando para siempre las tierras de Sinaloa.
Por litigios y querellas con Hernán Cortés el gobernador de la Nueva Ga-
licia, Beltrán Nuño de Guzmán, fue depuesto de su cargo, encarcelado y se le
abrió proceso; lo sucedió el Lic. Diego Pérez de la Torre, quien muere un año
después dejando el gobierno en manos de Cristóbal de Oñate. Luego, el Virrey
nombra en forma interina a Francisco Vázquez de Coronado, ratificándolo en
abril de 1539 con la orden de conquistar las tierras recientemente visitadas por
fray Marcos de Niza en la desaforada búsqueda de las ciudades de oro de Cí-
bola que trajo en su mente disparatada Albar Nuñez Cabeza de Vaca.
Salió a cumplir el encargo desde San Miguel de Culiacán los primeros
días del mes de marzo de 1540 y tomó el camino hacia el valle del río de Se-
bastián de Evora. De este momento, Don Eustaquio Buelna hace mención de
una matanza perpetrada en el poblado de Mocorito y atribuida a Francisco Vá-
zquez de Coronado, es la misma que el historiador sinaloense considera que
67
Guzmaán, Diego de. Op. cit. p. 133.
fue, esta matanza, de donde posiblemente tomó el nombre de Mocorito o lugar
de muertos. La cita se transcribe a continuación:
“Luego que el ejercito llegó a Culiacán, dicho jefe trató de reforzarlo y
en
65
66
frente de un formidable ejercito quizá el más grande que se paró en ese siglo
en la Nueva España, estaba conformado por “seiscientos buenos y escogidos
soldados, la mayor parte de la más principal caballería de la Nueva España y
cantidad de vituallas de todo género, mucho ganado mayor y menor, asimismo
cantidad de armas, caballos e municiones en abundancia” 70 y sus correspon-
dientes miles de indígenas. Con semejante fuerza bélica, Vázquez de Corona-
do no tenía que reforzar en nada su ejercito en Mocorito, como señala la cita
del historiador sinaloense, a no ser que se hubiese tratado de una pequeña
fuerza de avanzada la que cometió la matanza señalada. En consecuencia no
puede atribuírsele la personal autoría a Vázquez de Coronado no porque fuese
incapaz de cometer esta brutalidad (le sobraba salvajismo para cometer trope-
lías de magnitudes aún mayores), sino porque iba al frente de un ejercito de
magnitud tal, que era capaz de enfrentar a todas las naciones indígenas de la
Provincia si se hubieran podido reunir en un solo ejercito. Entonces ¿porqué
iba a detenerse a matar a ciento cincuenta indígenas indefensos? cuando había
sido nombrado para cumplir una misión más importante; por otro lado, no te-
nía para que hacerlos salir del pueblo, sino de haberlo querido arrasa el pobla-
do con todos sus habitantes. Parece pues, exagerado atribuirle a Vázquez de
Coronado una acción como la señalada. En consecuencia no debe considerárs-
ele el autor directo del hecho registrado y cabe una mayor posibilidad que lo
haya realizado, en su caso, de propia iniciativa algún subalterno al frente de
una pequeña fuerza de avanzada o al vecino de Culiacán de la otra fuente y ci-
tado con anterioridad.
A principios de 1564 el joven expedicionario Francisco de Ibarra, Gober-
nador de la Nueva Vizcaya, llegó a San Miguel de Culiacán, donde Don Pedro
de Tobar, el vecino más importante, le convence avanzar sobre la Provincia de
Sinaloa donde los indígenas se habían “rebelado contra los vecinos y morado-
69
Mota Padilla, Matías Angel de la. 1920. pp. 150-151.
70
Obregón, Baltasar de. 1924. p. 18.
res de ella y contra sus pueblos, haciendas y esclavos que están y asisten en
sus fronteras. [Penetró a la región] y redujo al servicio de algunos de Culiacán
los pueblos y encomiendas que se les habían alzado y rebelado, haciendo nue-
vas encomiendas especialmente a las del río de Sebastián de Eborota (sic) que
redujo y encomendó a Don Pedro Tobar que eran dos encomiendas, la una de
mil hombres y la otra de cuatrocientos los cuales prometieron reconocer, tribu
67
68
río Evora. “se alzaron y mataron a una negra que tenía Juan Martínez ... [y en
respuesta de ello, el cabildo de San Juan Bautista de Sinaloa] dio comisión a
Blas de Elgueta para que con ocho soldados fuese al castigo. Y así fue y lla-
mando a los de Bacubirito de paz le salieron de guerra y se pusieron en armas,
y se fortalecieron en un fuerte que tenían hecho en el pueblo viejo encima de
un cerro, y allí se defendieron todo un día con mucho brío y algazara, ... el
caudillo [español] asomó el rostro por encima de toda la palicida, le dieron un
flechazo en la barba que no fue mas de cuanto señaló la punta de la flecha, y
con esto saltamos dentro y echamos toda la gente fuera ... y después de haber
puesto velas en el real, y los caballos atados empezó a quejarse el caudillo ...
Pasó mucho trabajo aquella noche, y a la mañana estaba de la cabeza a los pies
(del) tamaño como una pipa, hinchado, que fue la mayor lástima del mundo.
Diose luego orden lo llevaran al pueblo de Orabato ... Dejándolos a todos
en paz nos volvimos a la Villa de San Juan ... nos dijeron como se había confe-
sado [Blas de Elgueta] y recibió los sacramentos, y que luego murió, y que el
padre Fr. Pablo lo confesó y enterró”73.
La sublevación fue generalizada. Las alianzas entre naciones no era una
costumbre común de estos pueblos. Superaron los prejuicios ante la amenaza
de la destrucción de su mundo que por la fuerza se les arrancaba. Todas las en-
comiendas y pueblos de españoles fueron atacados, incluso la villa de: San
Juan Bautista de Carapoa, como lo relata Antonio Ruiz:
“A este tiempo estábamos mi padre y yo en el pueblo de Amabache que
era encomienda del dicho mi padre, y estando dando orden de coger una se-
mentera llegó a él un indio muy aderezado de guerra y dijo: ¿qué haces aquí?,
anda vete a tu casa. Mira que han muerto el padre de Orabato y a mucha
73
Ruiz, AntonioOp. cit. p.35.
gente que estaban con él. ¡Anda vete luego!. Y así nos fuimos a la villa de San
Juan [Carapoa], y mi padre en llegando a la villa fue a la justicia y les dijo lo
que el indio le había dicho. [la autoridad le respondió que no había que darles
crédito y nadie hizo caso del aviso] ... a media noche llegaron enemigos y pe-
garon fuego a dos casas que eran cabezas de la villa hacia abajo, ... Y con ese
incendio se tocó armas, ... Y se empezó a hacer vela y guarda de la villa de día
y de noche porque los indios no nos daban lugar a otra cosa. ... [por orden del
cabildo de San Juan se envió pidiendo socorro a Culiacán y se envió a verifi-
69
car las noticias tenidas de que en Orabato habían dado muerte a fray Pablo de
Santa María y treinta personas más] Salió Pedro Ochoa de Garralaga para el
río Sebastián de Evora y llevó consigo a cuatro soldados [acompañados como
siempre de guerreros indígenas amigos] ... llegó al paraje donde los muertos
halló, estaban tales que por ninguna vía pudieron enterrarlos, si no fue sólo al
padre Fr. Pablo que por una señal que el dicho caudillo otras veces le había
visto y por ser sacerdote, se animaron y lo enterraron, y los demás porque no
los acabaran de comer los perros los hizo quemar”74.
“Volvió el dicho Pedro Ochoa [con la noticia que los del Sebastián de
Evora] … y lo mismo la gente de Ocoroni donde estaba otro padre que era
lego y se decía fray Juan de Herrera [a quien rogó se fuera con el a San Juan y
en virtud de que aquel se negara, le dejó como escolta] … a Antonio López,
que hacía vecindad con Antonio de Tovar y Nicolao, y con los demás se fue a
la villa … aquella noche estando ya junta toda la gente de este río [Ocoroni] y
la de Sebastián de Evora, zuaques y tehuecos”75, dieron muerte al frayle, a la
escolta y a la gente de servicio.
Más tarde llegó el auxilio que habían solicitado a San Miguel de Culia-
can, treinta y seis soldados arcabuceros y quinientos guerreros tahues y acaxes
al mando de Diego de Guzmán. Como resultado de esta rebelión generalizada,
primera de esta magnitud en la provincia de Sinaloa, los españoles se vieron
impelidos a dejar los pueblos, estancias y encomiendas y se refugiaron en San
Miguel de Culiacán dándoles el triunfo a los naturales y a su causa, cuando
menos por un tiempo.
74
Ruiz, Antonio. 1974. pp. 33-34
75
Ruiz, Antonio. Op. cit. pp. 34-35.
“Algunos años habían pasado con quietud los moradores de la Provincia
de Sinaloa, cuando don Pedro de Montoya, soldado veterano y muy práctico
en cosas de guerra alcanzó del gobernador de la Vizcaya, que entonces era don
Fernando de Trejo, facultad de entrar con gente a Sinaloa. Se alistaron en Cu-
liacán treinta soldados y quiso acompañarlos el licenciado Hernando de la Pe-
drosa que había antes entrado a Carapoa. Salieron de San Miguel a fines de
Enero de mil quinientos ochenta y tres” 76 con la finalidad de reconquistar los
territorios y someter a la población indígena para establecer la paz.
Penetraron hasta la región del Petatlán y fundaron un nuevo Presidio al
70
que le llamaron San Felipe y Santiago, en tanto el otro, que años antes había
fundado Francisco de Ibarra en la zona del río Fuerte, o sea, San Juan Bautista
de Carapoa les fue imposible recuperarlo ya que la alianza entre los indómitos
Zuaques y Ocoronis vencieron a la tropa española que se había internado a su
territorio con propósito de someterlos, en la refriega murió Pedro Montoya.
Después del fracaso de esta nueva expedición por recuperar la multicitada
Provincia de Sinaloa, sólo pudieron quedarse unos cuantos españoles en el re-
cién fundado San Felipe y Santiago.
En 1589 la población española en el mencionado presidio no pasaba de
una decena y lograron mantenerse solamente porque abandonaron la actitud de
conquistadores a lo cual Antonio Ruiz comenta: “y aunque éramos pocos, no
por eso dejábamos de entrar a éstas partes dichas y a Mocorito, Bacubirito, y
todos estos bárbaros nos tenían amistad. ... íbamos y visitábamos los indios y
de vuelta traíamos de comer a nuestras casas. Y andando en esto acordamos de
escribir una relación de las cosas de estas provincias en un pliego de papel y
despacharlo de mano en mano a Dios y aventura a ver si aportase a manos de
algunos religiosos porque pasábamos muchos trabajos para confesarnos, que
se nos pasaba todo el año sin oír misa77.
Para entonces, las autoridades de la Nueva España se habían dado cuenta
que no era con ejércitos y represión la mejor forma de alcanzar la paz entre las
indómitas tribus de la Provincia y es así, con la introducción de religiosos
como se va ir estructurando la nueva política de dominación en las áreas don-
de les fue imposible conquistar por las armas.
76
A. G. N. Historia XV. fs. 9v y 10
77
Ruiz, Antonio. 1974. p. 68.
En junio de 1591, llegaron a San Miguel de Culiacán los primeros dos
misioneros jesuitas, y el primer día de julio salen con rumbo a su destino: San
Felipe Santiago de Sinaloa, a donde ya habían anticipado su llegada mediante
una carta dirigida al alcalde mayor Antonio Ruiz. Los pobladores de la villa
comisionaron al propio Antonio Ruiz y a Juan Martínez del Castillo con un
grupo de indígenas adictos, para que fuesen a encontrar a los misioneros “y to-
paron con los dichos padres a una legua antes de llegar al pueblo de Capirato
que está ocho leguas de dicha villa [se refiere a Culiacán] viniendo a esta a
pernoctar”78. La siguiente parada fue en un lugar que le llamaban Palmetum o
Palmar, por la gran cantidad de palmas que ahí había y que distaba cuatro le-
71
82
Ruiz, Antonio. Loc. cit.
los echaban por boca y narices y decían ser la cosa más lastimosa y apretada
que jamás habían visto”83. Los indígenas que habían escapado a la
barbarie del conquistador fueron ahora diezmados por las epidemias.
No había pasado aún la secuela de las epidemias cuando la región norte
de la Provincia se vio sacudida por “un temblor de tierra tan espantoso y desu-
sado, que ya no pudo hacer fuerte en edificios de cal y canto ... un cerro de
peña viva que tienen los Zuaques arrimado a su principal pueblo, llamado Mo-
chicahvi, lo hizo temblar de suerte que rompió y abrió, y por su boca arrojó
cantidad de agua”84
73
Los comarcanos del río Mocorito, como ya antes se anotó, habían sido espec-
tadores del paso de las grandes expediciones españolas como las de Marcos de
83
Véase carta de Juan Bautista Velasco de 1593. A. G. N. Historia XV, fs. 27ss. Véase también Pérez de Ri -
bas, Andrés. 1940. p. 172.
84
Pérez de Ribas, Andrés. Op. cit. p. 173.
Niza, Vázquez de Coronado y Francisco de Ibarra hacia tierras norteñas, así
como víctimas de las pequeñas que a diario pasaban a la caza de esclavos. Si-
tuación que los fue acostumbrando a la presencia española, De igual modo,
habían sido encomendados a Sebastián de Evora primero y más adelante a Pe-
dro Tobar, además, Francisco de Ibarra había dejado en Orabato perfectamente
establecido y con iglesia edificada (de paredes de adobe y techo de palma) al
fraile franciscano Pablo de Santa María, quién poco a poco fue propagando
entre los indígenas la religión y las costumbres, de tal manera que tenían un
mayor conocimiento y contacto con los invasores. A pesar de lo anterior, los
pueblos de la región del Mocorito, fueron partícipes activos en los alzamientos
74
85
A. G. N. Misiones XXV. f. 314.
86
Ruiz, Antonio. 1974. p. 40.
sin aguardar razones quemaron sus casas y cuanto tenían dentro y se fueron a
los montes87.
No sería de extrañar que los autores de la destrucción de los pueblos de
Mocorito Orabato y de Sebastián de Evora 88 hayan sido los propios españoles
y el relator cargue la autoría a los indígenas para exculpar de una tropelía más,
de las muchas cometidas a los españoles. Es muy frecuente encontrar en los
escritos de la época la descalificación de los naturales con el fin de minimizar
o justificar las atrocidades cometidas por el conquistador español. Se dijo de
los indios americanos todo lo malo y desagradable que le sobraba al europeo
además de lo que habían traído consigo, sólo con la finalidad de justificar su
75
87
Ruiz, Antonio. 1974. p. 44.
88
Con éste término se engloba el resto de los pueblos situados en la cuenca del río.
89
Alegre, Francisco Javier. 1956. p. 390.
90
A. G. N. Historia XV, fs. 14ss.
tabato y Bacubirito y para el año de 1678 únicamente comprendía los pobla-
dos de Mocorito y Bacubirito91.
Con frecuencia ha sido confundido el año de la fundación de la Misión de
San Miguel de Mocorito (1592), como el de la fundación del pueblo. Existen
pruebas documentales de la primera época de la entrada de los españoles a las
tierras del norte del Estado de Sinaloa, que en el curso del presente trabajo se
le ha llamado Provincia de Sinaloa, que nos muestran que los pueblos del Mo-
corito ya existían mucho antes de la llegada de europeos a estas tierras, por lo
que es impropio atribuir al pueblo de Mocorito un tiempo de fundado, ya que
la fecha real se pierde en el tiempo. No pueden coincidir las fe chas de funda-
ción de una y otro, ya que la creación de la Misión se dio en el pueblo ya exis-
tente.
76
91
A. G. N. Misiones XXVI. f. 241.
92
Véase significado del escudo en http//www.sinaloa.gob/Municipios/Mocorito/mdex.num
93
Velazquez T. Miguel Angel. 1964.
94
López Sarrelange, Delfina. 1967. p. 157.
Así pues, en fuentes documentales anteriores se anota que en Marzo de
1592 se habían repartido el área que podían cubrir los cuatro primeros misio-
neros jesuitas de la siguiente manera: “Al Padre Juan Bautista Velasco se le
encomendó el primer río de Sebastian de Ebora, con los pueblos de Bacoburi-
tu y Orabatu, y algunos otros menores, y fijó su residencia en Mocorito (su-
brayado nuestro). El Padre Martín quedó con los pueblos del segundo río,
como antes estaba. Al padre Alonso de Santiago encomendó el Padre Gonzalo
Tapia los pueblos de Lopoche”95.
Además en otro documento donde se recogen puntos sacados de las rela-
ciones de Antonio Ruiz, padre Martín Pérez, Vicente del Aguila y Gaspar Va-
rela del año de 1592 refiriéndose a la distribución que hicieron los padres mi-
sioneros de los pueblos a evangelizar da a entender que los misioneros perma-
77
95
Alegre, Fco. Javier. 1956. pp. 390-391.
96
A. G. N. Misiones XXV. f. 342v.
97
“Estas cartas forman la colección más completa de las misiones jesuíticas. La manera como se escribían era
la siguiente: los Superiores de las casas de misión [elaboraban una carta donde resumían las particulares que
los misioneros enviaban de la misión y la] enviaban cada año al provincial de México la relación de los he -
chos más importantes del año transcurrido, ... El Provincial, a su vez, enviaba el resumen al general de
Roma”. Gutiérrez Casillas, José. 1964. p. 137.
98
Annua de 1593. foxa 29v.
que refiere lo sucedido en el transcurso del año anterior, donde ya cita la exis-
tencia de la misión.
Por lo anterior se concluye que la fundación de la Misión de San Miguel
Mocorito debe situarse en un día de Marzo, Abril o tal vez Septiembre de
1592, que es el momento en que el misionero instala su residencia e inicia las
labores que sustentarán a la misión, hasta la consolidación definitiva. En el
mes de diciembre (probablemente el día 8)del mismo año de 1592 se inaugura
y se dedica a la virgen de la Purísima Concepción, la primera iglesia aquí
construida.
Además, en lo que respecta a los participantes que la cita de Decorme se-
ñala como los fundadores de la misión de San Miguel de Mocorito, nos permi-
timos disentir y para ello anteponer los argumentos más adelante expuestos.
Por otra parte, Antonio Nakayama, que también hace suya la cita de De-
corme, cayendo además en varios apuntes imprecisos relacionados con lo an-
78
79
101
Decorme. Loc. cit.
102
Alegre, Francisco Javier. 1956. P. 452.
Catecismo, partes en que se divide la obra citada, es el padre Tomás Basilio 103.
Al padre Alonso Santiago le fueron asignados los pueblos del Ocoroni y regre-
só a México poco tiempo después de su llegada [en 1593], por lo que no pudo
prestar grandes servicios a la región del Mocorito durante 20 años ni pudo ser
superior de Sinaloa. Quizá en este caso el problema se deba a errores de redac-
ción.
En la obra civilizadora de las regiones en las que las lenguas eran muy
numerosas o extrañas, resultó más sencillo, al principio, imponer el idioma
nahuatl. Este fue el primer paso hacia la castellanización 104.. En Mocorito fun-
cionó una escuela de lectura, escritura y música, donde el lenguaje en que se
impartían las lecciones era el nahuatl La escuela era muy modesta y funciona-
ba al aire libre.
La labor más importante que desempeñaron los Misioneros fue la inte-
80
gración de las comunidades y pueblos al sistema misional. Ello tenía dos obje-
tivos muy precisos: desmembrar la estructura de resistencia de la sociedad in-
dígena a la penetración española y sentar las bases y consolidar la nueva es-
tructura económica y política que conduciría al establecimiento del poder je-
suítico en el noroeste.
Se aniquiló la organización de las aldeas y se les agrupó en pueblos, in-
clusive era práctica cotidiana ubicarlos en lugares ajenos a su Nación, por
ejemplo los Comanitos fueron reubicados cerca de Capirato, cuando su Na-
ción estaba al norte de los Mocorito, también grupos de Zuaques y Mayos fue-
ron trasladados al valle de Culiacán. Y es de suponer que así sucedió en todas
las naciones de la Provincia de Sinaloa. El objetivo fue desarraigarlos y hacer-
les perder el sentido de territorialidad que era concomitante a la conservación
de la Nación. Además se propició la mezcla de nacionalidades ajenas, como es
el caso de la integración de indígenas mexicas y otros en los pueblos sinaloen-
ses.
Algunos elementos de sus cultura pudieron sobrevivir durante la época tem-
prana de las misiones; sin embargo, fueron articulados de manera radicalmente
diferente. Los indios siempre formaron el estrato más bajo de la sociedad, su
103
Cfr. Lionnet, Andrés. 1977. p. 5.
104
. López S., Delfina. 1967. p. 158.
explotación económica y su dominación política se basó en el nuevo orden mi-
sional105.
Al ver trastocadas sus creencias, perseguidas sus costumbres y usos, sin
tener un asidero cultural, careciendo de territorio y hasta el derecho de existir,
dejaron atrás su antigua cultura y trataron por todos los medios de asimilarse a
la cultura de sus dominadores y adoptaron, consecuentemente, sus modos y
costumbres, su religión y su idioma, tal y como se registra documentalmente.
Transcurre el fin de siglo en los pueblos del Mocorito bajo la calma que
imponía la misión, sin más hechos de importancia que la celebración de fiestas
religiosas locales y de carácter regional a las cuales asistía gente de todos los
ríos y de la Provincia de Culiacán como la celebrada en 1594 en que “hicimos
la del santisimo sacramento, en Sevastian de Ebora, donde acudieron todos
con la mayor solemnidad y mucica de voces y instrumentos, a lo qual acudie-
ron los del valle de Culiacan. Alli se comenzaron a asentar los tiangues que
aca no se usavan y se vendieron y se compraron varias cosas”106.
81
105
Broda, Johanna. 1955. p. 14
106
Carta annua de 1594. A. G. N. Historia XV f. 37.
107
Carta annua de 1595. A. G. N. Historia XV f. 56.
108
Carta annua de 1602. A. G. N. Historia XV. f. 124.
Siglo XVII
83
84
fin, además que deben ser justos, deben proporcionarse al tiempo, lugar, per-
sonas y obras que se pretende”109. Razonamientos como estos les permitieron
tener la conciencia tranquila ante las matanzas que realizaron los soldados, ya
que se justificaban por el fin que alcanzarían. La penetración de la religión con
los baños de sangre indígena aseguró el asentamiento y la consolidación de las
misiones.
Los últimos seis años del siglo XVI sirvieron a las autoridades, tanto vi-
rreinales como de la Compañía de Jesús, para probar la aplicación de esta nue-
va estrategia de penetración, es decir, con los misioneros como la acción apa-
rentemente única, ya que siempre estuvieron respaldados por el ejército. Aún
cuando el sistema de misiones trajo la paz y el sometimiento de los indígenas,
resultó un procedimiento lento y sobre todo, contrario para el establecimiento
de las actividades económicas de los españoles, fueran mineras o agropecua-
rias. Ya que misiones y unidades españolas se constituyeron en intereses que
no pudieron ser reconciliados porque eran competitivas.
109
Pérez de Ribas, Andrés. 1944. p. 190.
La combinación ejercito y evangelio permitió que las misiones se expan-
dieran rápidamente por el Noroeste. El proceso de asentamiento y consolida-
ción de las mismas podría considerarse que se llevó a efecto en dos etapas,
una primera, desde la llegada de los primeros misioneros en 1591 hasta la con-
solidación de las misiones en lo que ellos llamaban los cuatro primeros ríos de
la región, es decir, el Mocorito, el Ocoroni, el Petatlán y el Zuaque.
Con el sometimiento de las naciones Zuaque y Tehueca se abre en defini-
tiva el avance seguro hacia las tierras del norte, pues con ello concluye la eta-
pa de rechazo y rebeliones en la multinombrada Provincia de Sinaloa (ya que
en 1605 los Ahomes y Zuaques aceptaron el establecimiento de las misiones
en sus territorios), particularmente fue el periodo de prueba y consolidación
del nuevo mecanismo de sujeción misional ya que en 1608 se inicia la incur-
sión hacia tierras sonorenses.
Este momento se acordó acotar una nueva distribución geográfica del territo-
rio, es decir, el área comprendida entre los Valles de los ríos Mocorito hasta
los el Zuaque conformaron ahora la Provincia de Sinaloa, los valles de los ríos
Mayo y Yaqui que antes pertenecían a la misma Provincia, ahora se les deno-
minó Provincia de Ostimuri.
85
Para 1620 los jesuitas ya habían fundado veintisiete misiones entre los in-
dios de los ríos Sinaloa, Mocorito, Fuerte, Mayo y Yaqui, es decir el proceso
había sido completado en las dos provincias que antes impedían la penetración
fluida hacia todo el Noroeste. El sometimiento de las Provincias de Sinaloa y
Ostimuri representaron la puerta abierta a la colonización evangélica y a la ex-
pansión jesuítica.
Las misiones para cumplir con sus objetivos principales, como ya apunta-
mos antes, tuvieron que destruir todos los nexos de organización prehispánica
e integrar a los pueblos, ya desarticulados, en una nueva estructura económica,
política y social.
Las mejores tierras pertenecían a la misión o a las estancias españolas.
Los productos de las misiones contribuyeron significativamente a la expansión
de las mismas y al enriquecimiento de la Compañía110. Se instituyó el trabajo
forzoso de los indígenas pertenecientes a la misión para el cultivo de las tie-
rras de la misma. También se formó la propiedad indígena comunal, que gene-
ralmente eran las tierras de menor calidad y las más alejadas del poblado, da-
110
Ortega N., Sergio. 1993. p. 55.
das por acuerdo de las leyes españolas, cuya explotación era individual; y la
asignación parcelaria debía ser hecha por las autoridades indígenas, pero siem-
pre estaba detrás la mano del misionero. Se aperturaron caminos que comuni-
caban a las misiones, se hizo acopio de ganados y especies vegetales y se fo-
mentó la actividad artesanal de tipo español. En pocos años cambiaron la fiso-
nomía económica de la región y sujetaron a la población indígena a una de-
pendencia absoluta de la misión.
Los Jesuitas descubrieron la unidad que conformaba el Noroeste, su po-
tencial económico, su aislamiento y su desarticulación con el resto de la Nue-
va España. El despliegue de las misiones parece obedecer a un modelo conce-
bido y muy estructurado, que de haber permanecido la Compañía hasta el mo-
mento de la independencia, con las ideas manifiestas en algunos de sus inte-
grantes, hubiera tenido un resultado muy interesante. Ya que, curiosamente,
coincide con las ambiciones filibusteras de otros actores, que en tiempos pos-
teriores trataron de llevar a cabo111. El sistema de Misiones llegó a constituirse
86
87
hacian. Tubieron atrevimiento á hacerlo por la larga ausencia del capitan y fal-
sa nueva que havia venido que le havian muerto en la tierra a dentro, (en el
pueblo de Lopoche)”114.
De lo anterior se desprende que los indígenas que osaban abandonar la
misión eran muertos o eran traídos por la fuerza y, por supuesto, se hacían
acreedores a severos castigos. Es evidente que el buen padre Juan Bautista de
Velasco no solo se valía de la dependencia económica que ejercía la misión
hacia los indígenas y de la represión religiosa que él mismo imponía, sino
también de la fuerza de las armas para mantenerlos sujetos a la misión. Es de
esperarse que dichos mecanismos no eran privativos de la misión de Mocorito,
sino el procedimiento común a todas.
Para integrarlos en forma absoluta al modelo español que imponía la mi-
sión, les diseñaron los pueblos con la traza urbana propiamente europea:
“Hase llevado adelante el edificarle casas de madera y barro con sus terrados
(que las que antes tenian eran buhios de esteras de caña).
114
A. G. N. Historia XV. fs. 117v y 118
Este año se han levantado mas de mil con mucho orden y concierto con
sus calles y plazas medidas a cordel, y la iglesia en medio de todas parece mui
bien, hallandose siempre el capitan y sus soldados a hacer y medir los pueblos
y cuadras, y a dar priesa a los obreros, que como trabajan para si, lo toman de
buona gana, y hubierase hecho mas obra si la falta de bastimentos y otras ocu-
paciones forzosas no lo huvieran impedido. El año que viene (con el favor di-
vino) [1602] quedaran todos los pueblos de christianos acabados y puestos en
perfeccion.115
Es en este momento cuando se establece la traza definitiva del Mocorito
que conocemos, con algunos cambios, desde luego, como la del espacio que
ocupa la actual plaza de armas (construida a los inicios del siglo XX) y que
anteriormente correspondió al panteón parroquial, mismo que se construyó po-
siblemente en el segundo tercio del siglo XVII, pero que originalmente dicho
espacio debió haber sido destinado para plaza. Desde los primeros quince años
del siglo XVII los pobladores de la Misión de Mocorito ya se habían integrado
perfectamente a la vida misional tal y como podemos observar en las crónicas
jesuitas:
“De las cuatro partes en que estan divididas las gentes que se doctrinan,
88
tres estan bautizadas, y assi como gente mas antigua en la fee y mas cristiana
hay poco que decir de ella. Acuden bien a sus iglesias y a la doctrina cada día.
sabenla comunmente bien, y el catecismo y otras cosas que se les enseñan, y
estando algunos tiempos en sus milpas, algo lejos del pueblo van en particular,
aunque esten muy distantes se juntan a donde se les señala y van a oir misa, y
entran en los pueblos donde han de oirla en procession con su cruz cantando la
doctrina. Algunos aunque se los han avisado no tienen obligacion de oirla por
andar lejos”116.
Aún con la integración religiosa, política, económica y social de las co-
munidades a la vida de la misión, no dejaba de haber brotes de inconformidad
y rebeldía, el más notable y creemos que fue el último que se presentó en la
misión fue el que terminó con la muerte del indio rebelde en ejecución públi-
ca, había de dar castigo singular que sirviera de ejemplo y desterrar para siem-
pre el intento de abandonar la misión:
115
A. G. N. Historia XV f. 124v.
116
A. G. N. Historia XV fs. 124V y 125.
“Se ajustició un indio que era christiano el cual havia levantado unos po-
cos de indios del rio Sevastian de Ebora. I tubole la justicia á las manos y sen-
tenciado a muerte por cosas que se le acumularon y por ser terrible, duro y
pertinaz se temio mucho de su dispossission. Fue nuestro señor servido con su
divina palabra ablarle, de suerte que recibio bien la muerte y de buen animo.
Confesose primero con mucho sentimiento, entrando en la escalera hablo bien
a los de su pueblo, dandoles buenos consejos, pidio una cruz, y imbocando el
nombre santisimo.117
Algunos autores han considerado a los misioneros jesuitas como protectores
de los indios, como en otras latitudes del país lo fue Fray Bartolomé de las Ca-
sas, pero lejos de ello, los misioneros protegían a los indígenas sólo en la me-
dida que convenía a los propios intereses misionales, es decir, en primer lugar
estaban sujetos físicamente al territorio de la misión, de igual forma estaban
sujetos a la prestación de trabajos forzados para la misma, en el caso de traba-
jar para los estancieros españoles, dicho trabajo era autorizado y controlado
por la misión. Y como se vio en las citas pasadas, de no cumplirse lo anterior,
se les imponía un castigo ejemplar.
La característica poblacional de la región, como la reportaron los jesuitas
a su llegada, tras sufrir las dos primeras encomiendas, las iniciales ventas de
89
SIGLO XVIII
118
Cfr. A. G. N. Misiones XXVI. fs. 266-227
El poder económico cimentado por los jesuitas a través de las misiones
posibilitó la penetración de los negocios coloniales españoles y permitió la
monetización de los excedentes de las haciendas misionales, al establecerse un
mercado de productos y de fuerza de trabajo indígena, ya que estas tenían la
custodia de los pueblos indígenas y eran quienes permitían la contratación de
esa fuerza de trabajo.
La hegemonía económica de las misiones fue una fuente de disputa per-
manente, puesto que la legislación virreinal disponía que la misión, como tal,
tendría una vigencia de diez años y se procedería a su secularización. Sin em-
bargo en el Noroeste no se aplicó esta norma 119 ya que la sujeción de los indí-
genas y por consiguiente la paz de la región dependía de las misiones. Aún así,
esta norma constituía para los colonos, que iban en ascenso tanto en número
como en importancia económica, el fundamento para la disputa y exigían a las
autoridades la aplicación de la misma, así mismo se instrumentó una campaña
de desprestigio de la cual se recoge de un discurso en defensa de la orden, lo
que ellos decían y lo que de ellos se decía: que recibimos “exquisitos regalos:
que no ay Reyes más abastecidos de los exquisito en sus mesas que nuestros
misioneros en las suyas: que tenemos poblados los campos de copioso numero
de ganados; que rebientan nuestras despensas de lindos maizes, y de hermosi-
91
Durante la época misional, Mocorito tuvo una población más o menos es-
table y fluctuaba alrededor de los quinientos habitantes, por otro lado en el
Annua de 1742 se reporta la existencia de cuarenta familias, es de considerar-
se que dicha cifra pudo referirse exclusivamente a las familias de españoles y
criollos, cosa que era muy común en las estadísticas de la época, pues en otro
de estos informes anuales que rendían los misioneros a la superioridad y que
data del año 1744, se encuentra señalada la cantidad de ciento tres familias,
cálculo que se considera más acorde al desarrollo de la misión.
92
93
res y la historia de la región misma. Diríase que ambos han sido el génesis de
su vida. El río fue la madraza que cobijó y creó a los pueblos prehispánicos.
La iglesia, marca el inicio del proceso de colonización, la dominación y des-
aparición de las etnias locales. Señala así mismo, el nacimiento de otro Moco-
rito que se levanta sobre la destrucción y muerte del anterior, del Mocorito in-
dígena. A partir de este momento, la iglesia ha sido el reflejo del desarrollo y
la vida de la población en general, a su grado de avance constructivo o del es-
tado de conservación y mantenimiento se ha correspondido, al mismo tiempo,
el observado para el pueblo y sus habitantes.
Así, a cien años del descubrimiento de América y después de sufrir la
barbarie genocida de una fracasada conquista. La región presencia una nueva
estrategia de penetración española, una nueva alianza entre la cruz y la espada,
ahora con la variante de que la primera tendrá que asumir el peso y la impor-
tancia que tuvo la espada en la primera etapa de penetración.
123
Op. cit. pp. 126 y 557
La Misión de Mocorito es de las primeras erigidas por los jesuitas.
Por el mes de marzo de 1592 le son asignados los pueblos del río de Se-
bastián de Evora al misionero jesuita Juan Bautista de Velasco y con ello se
funda formalmente la Misión de Mocorito124.
En estos primeros años de colonización y evangelización jesuítica, la fun-
dación de una misión se producía sin más trámite y formalidad que la llegada
del misionero, evidentemente tenía que ser aceptado por la población, ensegui-
da, por lo general la comunidad le construía un lugar donde habitara y ya ins-
talado el misionero, se abocaba de inmediato a la organización económica de
la misión y al mismo tiempo la edificación de la iglesia.
Al llegar Juan Bautista de Velasco a los pueblos del Sebastián de Evora
en el año de 1592, se encontró con poblaciones ya cristianizadas125 y más fa-
miliarizados con las lenguas mexicana y española que en el resto de los pue-
blos indígenas del norte de Sinaloa. Esta situación encontrada por el misione-
ro, se debió a que los Mocorito, por ser la primera Nación de la Provincia de
Sinaloa y su cercanía con Culiacán (ciudad de avanzada española en el noroes-
94
te de la Nueva España), durante los últimos sesenta años del siglo XVI, se vie-
ron acosados militar y religiosamente, lo que condujo, al poco tiempo de insta-
lada la misión, a que se constituyera en la zona de más fácil asimilación a la
cultura impuesta.
Así pues, en el mismo año de llegada del misionero y fundación de la mi-
sión se construyó una habitación misional y una modestísima primera iglesia,
ambas, hechas de paredes de vara y recubiertas de barro con techo de zacate o
palma, que era el proceso constructivo empleado por los indígenas.
Pocos años más tarde, con la ayuda del hermano coadjutor Francisco de
Castro, el padre Velasco inicia la edificación de una nueva iglesia, un poco
menos modesta que la anterior, con paredes de cal y canto y techos de ladrillo.
La construcción que se levantó contemplaba tres habitaciones para misioneros
y una Iglesia adjunta126 que consistía en un amplio salón, el cual aun, hoy en
día, se conserva en perfecto estado. Véase la siguiente fig. 23.
124
Recuérdese que este año se fundó la Misión de Mocorito no así el pueblo, ya que ésta asentó su cabecera
en dicho pueblo.
125
Un año antes un contingente numeroso había ido a recibir a los primeros misioneros jesuitas a un lugar lla -
mado El Palmar, lugar situado a tres leguas de Mocorito, solicitando el bautizo de los niños que llevaron y
se dio de parte de los jesuitas la primera misa en territorio de la Provincia de Sinaloa. Cfr. Alegre, Francisco
Javier. 1956. pág. 1591.
Fig. 23. Iglesia construida por Juan Bautista Velasco en 1601.
Estado actual de conservación
95
126
Juan Bautista de Velasco reportó al Padre Provincial en 1601 que “con la buena emulacion de los mocori-
tos, donde se ha hecho una razonable Iglesia de tapias, con mucho gusto de los naturales, que está mui gra -
ciosa donde se celebran las fiestas con mas concurso, y mucho contento, assi de los del pueblo, como de los
demas.” A. G. N. Historia XV, folio 121v.
Fig. 24. Iglesia de la Purísima Concepción. Tal y como fue construida en 1767
(arreglo fotográfico)
Estas edificaciones, desde su construcción, se conservaron en funciona-
miento y sin modificaciones por más de ciento cincuenta años, pués en el
96
informe anual del visitador jesuita, se reporta que la misión de San Miguel
Mocorito hasta casi la mitad del siglo XVIII seguía teniendo los mismos edifi-
cios: “El estado de esta Missión, según el informe del P. visitador Pedro Pablo
Masida, remitido al P. Prov. Matheo Ansaldo en 26 de junio de 1742 era como
sigue: Tiene casa decente, pero no tiene Iglesia, sirviendo en su lugar una pie-
za poco adornada, tiene algunos ornamentos...” 127 Se refiere, a las edificacio-
nes hechas por Juan Bautista de Velasco a principios del siglo XVII y que an-
tes se hizo mención.
La siguiente etapa constructiva se realizó en los últimos quince años de la
prolongada estancia de los jesuitas en México, es decir entre 1750 y 1765,
cuyo inicio estuvo a cargo del misionero José Ignacio Garfias y la terminación
quedó a cargo del padre Francisco de Paula Hlava128.
97
que había visto en el camino desde Tepic” 129. En las figs. 24 y 25 se ha hecho
una reconstrucción fotográfica del aspecto que guardaba el conjunto parro-
quial al tiempo de la expulsión de los jesuitas en 1767. La fig. 26 muestra el
127
A G. N. Historia. vol. XVIII, folio 266.
128
En el Annua de 1755 se reporta a Francisco. de Paula Hlava, quien permanece al frente de la misión de
Mocorito hasta 1767. Véase Burrus y Zubillaga. 1986. p. 603.
129
Decorme Gerard. 1941. T. II p. 201.
interior de la nave en su estado actual, misma que desde su construcción no ha
sufrido modificaciones importantes.
En una tercera etapa, aproximadamente cien años más tarde, se añadieron
98
histórica, ya que de ella no existe confirmación constructiva. En realidad es a
partir de la segunda etapa que se tiene evidencia del proceso de construcción.
99
130
Ruiz, Antonio. 1974. p. 32 infra.
tento se rompió la sierra, lo cual se consideró un primer aviso divino. Después
de insistir con una nueva sierra se logró el propósito. Este carpintero que se
atrevió a cortar la peana. Se le encontró muerto, horas más tarde de ese mismo
día antes de llegar a su casa, lo cual se consideró nuevamente como una señal
divina. Más tarde por instrucciones del sacerdote la imagen fue trasladada a
otra Iglesia. Entonces se sucedieron dos circunstancias que los habitantes con-
sideraron como definitivamente milagrosas:
Cuadro No. 4.
ETAPAS CONSTRUCTIVAS DE LA IGLESIA DE LA PURÍSIMA CONCEP-
CIÓN DE MOCORITO, SIN.
131
A. G. N. Misiones XXVI. f. 266 v.
EL EXTRAÑAMIENTO JESUITA
101
132
Valentí Camp, Santiago. 1988. p. 80.
133
Valenti Camp. Op. cit. p. 81
dando como resultado la expulsión de los territorios franceses.
Más tarde, aprovechando el descrédito en que cayeron los jesuitas en
Francia, el Marqués de Pombal en Portugal, en el año de 1756, suprimió la
Compañía y los expulsó del territorio lusitano en Europa y en sus colonias.
Al momento de la expulsión de los jesuitas de Portugal, en España y en
sus dominios de ultramar comenzó a gestarse una lucha enconada.
En España la Compañía conservaba fuertemente afianzados sus nexos
con el rey, En la Nueva España su poder era definitivo, así para el año de 1765
la Compañía de Jesús con sus misiones había colonizado todo el Noroeste de
la Nueva España conservando la hegemonía en la región. Para el control admi-
nistrativo de esta importante porción del poder jesuita, lo habían divido en
cuatro grandes regiones:
La Provincia de California, que comprendía la península entera. La Pro-
vincia de Sonora que se dividía a su vez en las Pimerías Alta y Baja, se inicia-
ba por el sur en las inmediaciones del río Yaqui y se extendía al norte hasta el
río Gila y acotadas en el Oriente y Occidente por la Sierra Tarahumara y el
Golfo de California. La Provincia de Ostimuri conformada por los valles de
los ríos Yaqui y Mayo en Sonora. Y la Provincia de Sinaloa, que como ya se
había dicho antes, englobaba la región comprendida entre los valles del río
Mocorito hasta el del río Zuaque.
La estructura Jerárquico administrativa que controlaba esta vasta región
estaba atendida por un Visitador General, que mantenía bajo su supervisión to-
das las misiones del área; debajo de éste se encontraban los Visitadores Regio-
nales, los cuales tenían su asiento respectivo en Sinaloa, Topia y Sonora. Den-
tro de esta estructura les seguían seis Rectores distribuidos tal y como se seña-
la en el cuadro número cinco que a continuación se inserta.
Estos Rectorados, controlaban en particular a las misiones bajo su área de
influencia. Así, el Rectorado de Sinaloa, por ejemplo, estaba compuesto por
las siguientes misiones con sus respectivos pueblos de visita:
A principios de 1766, debido a las presiones, de los eclesiásticos de las
otras órdenes, de los estancieros españoles, y del mismo poder virreinal, los
jesuitas resolvieron entregar las misiones del Noroeste a la secularización,
pero resultó que las otras órdenes no estaban en posibilidad de reemplazar a
los misioneros jesuitas o no lo quisieron, por lo que el gobierno virreinal se
negó a aceptar la renuncia.
102
Cuadro No. 5
RECTORADOS DE LAS MISIONES JESUITAS DEL NOROESTE DE
NUEVA ESPAÑA EN 1765
RECTORADO NUMERO DE SEDE DEL
MISIONES RECTOR
Isabel falleció a principios del año y el rey no pudo hacer frente a las pre-
siones. De manera que el día 27 de febrero de 1767, Carlos III, rey de España,
redactó el decreto de extrañamiento a la Compañía de Jesús de todos sus terri-
103
134
Cfr. Pardeau, Alberto Francisco. 1959. pp. 19-24
torios: la metrópoli y sus colonias,.
Para ejecutar la sentencia del real decreto, el Marqués de Croix, cuadra-
gésimo quinto virrey, acordó que se llevara a efecto simultáneamente en todo
el territorio de la Nueva España al despuntar el día 25 de junio, pero en Recto-
rado de Sinaloa, se llevó a cabo un mes después.
El padre Francisco de Hlawa “estando en Mocorito recibió el llamado del
rector José Garfias y ocurrió a la Villa de San Felipe de Sinaloa en donde reci-
bió la notificación de la orden de extrañamiento el 31 de julio de 1767”.135
Los misioneros de Sonora y Sinaloa fueron aprehendidos y tratados como
los esclavos africanos. Los hicieron viajar en condiciones infrahumanas, de tal
manera que desde su salida, en septiembre 2 de 1767, desde San José de Gua-
ymas, donde fueron concentrados hasta llegar a Guadalajara, el 10 de septiem-
bre de 1768, habían fallecido aproximadamente la mitad de estos misioneros
de Sonora y Sinaloa.
Los sobrevivientes permanecieron en Guadalajara un tiempo, fueron reci-
bidos en Veracruz a mediados de enero de 1769 y embarcados a España el 2 de
marzo, para llegar a Cádiz en julio 10 del mismo año. Fueron alojados en la
cárcel de Cádiz, mientras el resto de los jesuitas mexicanos se encontraban en
Bolonia, Italia, bajo la protección del Papa.
Los misioneros del Noroeste permanecieron tres años encarcelados, ex-
ceptuado a seis extranjeros que fueron rescatados por sus respectivos embaja-
dores y regresados a su patria. Ahí fueron notificados del decreto papal de ex-
tinción de la orden. Por fin se decidió retirarlos separadamente en distintos
conventos de España, ninguno de los misioneros mexicanos que estuvieron en
el Noroeste regresaron a México136.
¡Ese era el pago de España a los hombres que le habían abierto las puer-
tas y colonizado, el territorio del Noroeste, tan extenso como el de la Nueva
España de los primeros años!
135
Pardeau. Op. cit. p. 167.
136
Decorme, Gerard. 1941 T. I. p. 483.
EPILOGO
137
. Op. cit. p. 443.
138
A. G. N. Historia XVIII. f. 60v
139
Ortega, Sergio y López Mañón, Edgardo (Compiladores). 1987. p. 116.
La mayoría de las misiones en esta región noroeste quedaron abandona-
das y a merced de la voracidad de los funcionarios y estancieros españoles, los
pueblos entraron en un proceso de decadencia que duró hasta el término de la
administración española en nuestro país.
En los albores de la época independiente se reportaba, en lo que hoy es el
Estado de Sinaloa, la existencia de los siguientes Curatos. = Rosario, Chame-
tla, Escuinapa, Cacalotán, Copala, S. Sebastián, Mazatlán, Cabasan, S. Igna-
cio, Cosalá, Conitaca, Alayá, Culiacán, Capirato, Quilá, Imala. Sinaloa, Moco-
rito, Bacubirito, Badiraguato, Toro, Fuerte, Alamos, Baroyeca, S. Antonio de
la Huerta, Trinidad, Mátape, Háygame, Nacameri, Horcasitas, Ures, Pitic,
Guaimas, Ciénega, Batuc, Oposura.
Lo material de los templos en el Estado se halla en bastante pobreza y de-
caimiento. Aun los mismos que dejaron los Jesuitas en Oposura, Mátape, Ba-
tuc Mocorito, etc., han sufrido bastante deterioro. Por lo general se observa en
todos el aspecto de la miseria y el abandono. Las iglesias, donde se da culto al
altísimo, son madrigueras de murciélagos y otras sabandijas. Los pavimentos
son de tierra fétida y removida con el continuo entierro de los cadáveres.
Mocorito. = Pueblo de cuatrocientos a quinientos habitantes, con ayunta-
miento de segundo orden, situado entre Culiacán y Sinaloa, pero más inmedia-
to al segundo punto.
La feligresía de Mocorito tiene mucha aldea; ecselentes (sic) tierras de
sembradío. El Pueblo es de pobre apariencia; pero está colocado en punto na-
turalmente ameno, regado de aguas, y de un campo siempre verde en todas sus
inmediaciones140.
140
Op. cit. pp 92-116.
BIBLIOGRAFIA
Página
Página.
INTRODUCCION 9
LA PREHISTORIA 12
EL NOROESTE 17
El Noroeste y la peregrinqación azteca 23
LA NACIÓN MACORE 30
El Territorio de la Nación Macore 31
De la lengua que hablaban los Macore 34
De las cosas de la guerra. 41
Del comercio y otras actividades 44
De la manera que hacían los casamientos estos naturales. 46
De la construcción de casas y de la vida ordinaria
de los naturales. 47
De los juegos y distracciones que ellos tenían. 51
De la religión que profesaban. 54
SIGLO XVI. La penetración española 57
La región del río Mocorito 60
La Misión de San Miguel Mocorito 73
107
SIGLO XVII 82
La Misión de San Miguel Mocorito 86
Siglo XVIII 90
La Misión de San Miguel Mocorito 91
La Iglesia de la Purísima Concepción. 92
El extrañamiento Jesuita 101
Epílogo. 104
BIBLIOGRAFIA 106
INDICE DE ILUSTRACIONES 111