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MACORE

MACORE
Fausto T. Velázquez

2002
a Napoleón Bonyouchoa Velázquez,
Margarita Rodríguez Quiñones
y a la memoria de
José Ramón Velázquez Esparragoza
Cuando no sepas hacia donde vas, voltea hacia
el pasado para que veas de donde vienes.

PROVERBIO AFRICANO
INTRODUCCIÓN

En este mundo de globalidades en el cual se están borrando las fronteras


locales y están sustituyéndose las patrias. En este proceso de sometimiento to-
tal al imperio, México pierde día a día pedazos de identidad cultural y sobera-
nía nacional. En este Sinaloa donde se están diluyendo los recuerdos y tradi-
ciones, Y nuestro Mocorito, vestido ahora de modernidades, oculta con avari-
cia la historia y esconde las verdades. Es imperioso pues, rescatar nuestro pa-
sado para afirmar las raíces que nos unen y así nos permita lidiar a la bestia
apocalíptica que nos acecha desde el norte e iniciar la marcha hacia el futuro
caminando de pie y con la frente erguida.
El presente esfuerzo que se pone a consideración del lector, tiene como
finalidad proporcionar un acercamiento a los orígenes, al pasado de la región
del río Mocorito, hasta ahora olvidada en los anales históricos y por muchos
mocoritenses ignorado.
Se ha querido partir desde las profundidades históricas más remotas, por-
que a Mocorito, como dice el poeta “lo juzgo tan eterno”. Se ha querido partir
desde la prehistoria, desde el momento de la entrada del hombre a territorio
del actual México. Desde el momento en que el hombre desvirgó esta tierra
nuestra, al apoyar por vez primera la planta de su pie.
Por el territorio de la actual Sinaloa pasaron los hombres prehistóricos a
poblar el continente, quedáronse algunos grupos en el área, los cuales dieron
origen a los naturales que desde entonces, hasta el establecimiento de la colo-

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nia española, poblaron nuestra tierra. La carencia de estudios al respecto dejan


un gran vacío, sin embargo, hay algunos registros, aunque muy vagos y no es-
tudiados, hacen patente la presencia del hombre primitivo en esta tierra. Parti-
cularmente para la región del río Mocorito. En el apartado que se ha denomi-
nado La Prehistoria, se ha pretendido asentar que los hombres y la cultura que
posteriormente se desarrolló en esta área de México, son la continuación evo-
lutiva de aquellos que vinieron del otro continente.
En el apartado denominado El Noroeste, se hace una descripción de la
amplia área en donde se ubica el Estado de Sinaloa y se analiza la tradicional
división geográfica de las antiguas culturas de México acuñada por Paul Kir-
chhoff, de la cual se considera que para el estudio de la región, no es posible la
aplicación de estas categorías tan ampliamente aceptadas por los estudiosos de
la Antropología. En este mismo apartado se comenta acerca de sus grandes
mitos como el de la peregrinación y paso de los Aztecas por estas tierras, con
el cual se pretendió situar a Sinaloa en el centro de la nacionalidad y que algu-
nos historiadores lo han confundido con una verdad histórica.
En las páginas subsecuentes se establece que los pueblos prehispánicos
asentados a las márgenes del río Mocorito conformaron una nación, que he-
mos denominado Macore, que poseyó elementos culturales y sociales distinti-
vos y lengua propia, que los hicieron distinguirse de las culturas y pueblos ve-
cinos.
El choque brutal con la barbarie de los conquistadores definió el aniquila-
miento de las naciones locales a lo largo de los sesenta años que duró la etapa
de conquista, es decir de 1531 a 1591. En todos estos años los españoles no lo-
graron consolidarse y asentarse más al norte del río Culiacán y llamaron a esas
tierras inconquistadas con el nombre de Provincia de Sinaloa; esta tierra de
conquista comenzaba, diez leguas hacia el norte del río Culiacán y terminaba
en los valles del río Yaqui.
Basados en cálculos conservadores, casi dos tercios de la población de
esta Provincia de Sinaloa fue asesinada, vendida como esclavos o muertos por
las enfermedades traídas por el conquistador.
Para 1591 se hizo necesario cambiar la estrategia de penetración y se
pasó de la conquista a la colonización, merced a la simbiosis de las armas y el
evangelio, del ejercito y de los jesuitas. Fue una colonización a cargo de los
misioneros, apoyada en el ejercicio de las armas.
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La colonización o evangelización tenía como objetivo principal destruir


las raíces nacionales de los pueblos. Una parte importante de este proceso, se
llevó a efecto mediante la política de repoblamiento con miles de indígenas de
los reinos del altiplano (Mexicas, Tlaxcaltecas y Tarascos).
La medida tuvo un doble efecto; el radicar indígenas de otras latitudes en
los pueblos de Sinaloa, -con la ventaja que de aquellos los jesuitas conocían
sus lenguas- lo cual permitió una más fácil penetración, y por otro lado aceleró
la pérdida de los elementos de cohesión e identidad nacional. También permi-
tió ocultar, al juicio de la historia, medio siglo de la atroz barbarie española
que diezmó a una gran parte de la población indígena. No solo en los pueblos
del Mocorito eliminaron, por medios directos o por enfermedades, como antes
se dijo, gran parte de su población, sino en toda la América.
En 1592 se funda la Misión de San Miguel de Mocorito con la llegada
del P. Juan Bautista Velasco y a partir de entonces, se inicia la extinción de la
Nación Mocorito.
Los habitantes congregados en la Misión se distinguirán por la rápida asi-
milación al sistema español, entiéndase lengua, costumbres y religión. Ya para
mediados del siglo XVII la Nación Macore había desaparecido por completo,
pues para entonces, ya no existía ningún hablante del Macore, su territorio fue
enajenado por la misión o estancieros españoles; sus dioses, sus usos y cos-
tumbres fueron sustituidos por aquellos que impusieron los misioneros; lo
mismo sucedió con el vestido, los hábitos alimenticios y la organización polí-
tica y social.
El emblema que ha caracterizado el devenir de la vida de Mocorito, cuan-
do menos a partir de la presencia misionera, es sin duda su iglesia, por lo cual
se le ha dedicado un apartado especial. La construcción de la iglesia fue el re-
flejo de su consolidación como pueblo de rasgos españoles. Iglesia y pueblo se
han acompañado en sus altibajos. El auge o decadencia de uno ha correspondi-
do en proporción directa al del otro.
En fin, este modesto estudio no es otra cosa que un encuentro con Moco-
rito y con una parte de su historia, y se trata de un encuentro pequeño, que es-
pera detonar la aparición de otros que enriquezcan esta historia mía, tuya,
nuestra y que como se decía al principio, conozcamos nuestras raíces comunes
y unidos como pueblo nos podamos defender mejor en la marcha que nos ha
trazado el feroz milenio que nos alcanzó.

LA PREHISTORIA

Hace aproximadamente un millón años, aparecieron sobre la tierra los gé-


neros y especies de la etapa llamada autralopitecus habilis. Habría que esperar
500,000 años para que hicieran presencia los del grupo Homo erectus y toda-
vía habrán de transcurrir 460,000 años más para que asista al proceso evoluti-
vo el Homo sapiens1, es decir, el hombre moderno tiene apenas 40,000 años de
edad como especie. Dentro de este concierto universal de la existencia del
hombre sobre la faz del globo, el continente americano comienza a poblarse a
finales del Pleistoceno con la afluencia de las migraciones asiáticas 2. Y la pre-
sencia humana en lo que hoy es el territorio mexicano se inicia en un tiempo
situado a los 35,000 años. Este hombre que se traspuso las fronteras del hoy
estado mexicano, ya estaba definido en todas sus características como hombre
moderno.
El primer horizonte llamado Arqueolítico se distingue por la aparición
del hombre en territorio mexicano en su paso migratorio a poblar el continen-
te. Por hallazgos arqueológicos se puede establecer que la penetración del
hombre desde Norteamérica hacia el territorio de México ocurrió por dos vías,
1
Cfr-Braidwood, 1979. P. 54-55.
2
Existen buenas razones para pensar que el hombre apareció en América del Norte, lo más pronto, hacia el
final del Cuaternario. Puede decirse que hasta hoy, ningún resto humano ha sido descubierto … más allá del
Pleitoceno (Rivet 1995, p. 50). Los más antiguos que se han encontrado tienen una edad aproximada de
72,000 años (Cfr. Macneish. 1988).
una de ellas por el norte, cruzando el río Bravo en las ahora tierras de Tamau

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lipas, Nuevo León y Coahuila; la otra vía se localiza en la parte occidental, por
los actuales Estados de Baja California y Sonora.
Los lugares donde se han encontrado registros del hombre prehistórico
sugieren que tanto las llanuras del norte como las planicies sonorenses, que
se continúan por la costa de Sinaloa, constituyeron la vía natural de tras-
lado de las poblaciones en proceso de expansión. Fueron probablemente los
hombres primitivos de estas tierras los que se trasladaron más de una vez ha-
cia el sur poblando las amplias regiones3 de México y del continente.

Fig. 1. Penetreación del hombre prehistórico a


territorio mexicano)

Dentro de las etapas del horizonte denominado Cenolítico aparece como


característica importante una diferenciación tecnológica, es decir, en el Ceno-
lítico Inferior la tecnología para la talla de puntas de proyectil era la de pre-
sión, mientras que en el Superior se aplicó la técnica de pulido (ver figs. 3 y
4). Por otra parte en el primero de estos dos horizontes, se dio la siguiente dis-
tribución: Las puntas foliaceas se localizan en el centro y oriente de México y
las acanaladas son características de la región occidental. Con la misma distri-

3
Montané Martí, 1988. p 83.
bución se encuentra que mientras en el Este se sustituían las llamadas puntas
Folson por Clovis, en el Occidente aparecían puntas más pequeñas que

14

las Clovis.4
Al tomar en consideración los elementos que los arqueólogos especialis-
tas en prehistoria consideran para la localización de los sitios de excavación,
podríamos suponer que el hombre ha existido en Sinaloa desde los tiempos
más remotos.

Fig.2. Artefactos caracteris- Fig. 3. Artefactos caracteris-


ticos del Arqueolítico ticos del Cenolítico Inf..

Si bien la migración es un hecho que se dio en un periodo muy largo no


hay razones para suponer que todos estos hombres primitivos en migración,
hayan rechazado un medio más propicio que de donde provenían (al menos de

Fig. 4. Artefactos característicos Fig. 5. Artefactos característicos del


del Cenolítico Superior. Protoneolítico

4
García Bárcena. 1988, pp. 335-336.
los sitios en los que se han encontrado evidencia) para abandonar, una relativa
seguridad que les ofrecía la región y lanzarse a buscar otros lugares inciertos.
La falta de estudios prehistóricos en Sinaloa la convierten en una región
inédita. Cierto es que no se ha encontrado algún indicio de población humana

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prehistórica, pero tampoco se han iniciado los estudios conducentes y ello nos
lleva a establecer que el desconocimiento no puede ser jamás prueba que la re-
gión que hoy ocupa el Estado de Sinaloa en las épocas prehistóricas haya sido
un territorio carente de población.
Cuadro No. 1.- PERIODIZACIÓN PREHISTÓRICA DE MÉXICO

HORIZONTE PERIODO CARACTERÍSTI-


CAS

Arqueolítico 35,000 a 14,000 años Etapa muy relacionada con el poblamiento inicial
del Continente Americano.
Cenolítico
Inferior l4,000 a 9,000 años Talla por presión en los artefactos.
Diferenciación en puntas de proyectil. Al final de la etapa
se extingue la megafauna pleistocénica y ocurren cambios
en el clima y la distribución de la flora y fauna,
que adquieren características semejantes a las
actuales. En las poblaciones se acentúa la recolec-
ción de flora y fauna y caza menor.
Superior 9,000 a 7,000 años Especialización en las economías de subsistencia
y especialización en el aprovechamiento de recur-
sos costeros y evidencias de culturas regionales
Protoneolítico 7,000 a 4,500 años Desarrollo de economías productoras de alimentos
Domesticación de plantas y desarrollo de técnicas
de cultivo y los cambios culturales que lo anterior
conlleva

Fuente; García Barcena, 1988.


Así pues, se considera que esta presencia de corrientes humanas migrato-
rias por territorio sinaloense, hizo posible un poblamiento que más tarde daría
lugar a grupos ubicados ahí en los márgenes de la prehistoria.
Igualmente es de suponer que en el territorio de la región del río Mocori-
to tampoco haya permanecido deshabitado, sobre todo cuando se cuenta con
antecedentes fósiles de fauna prehistórica, es decir, se refiere al hecho de ha-
berse encontrado fauna pleistocena en las inmediaciones, como son los restos
de San Manuel, Mocorito, ahora desaparecidos por virtud del saqueo. Al ha-
berlos extraído sin los estudios conducentes se perdió la oportunidad de poder
demostrar la posible presencia prehistórica del hombre en estos lugares. Este
saqueo irracional a que se hace mención fue debido, en voces del pueblo, a la
corrupción de las autoridades municipales de ese momento que los entre-

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garon a filibusteros pseudocientíficos.


Los grupos primitivos sinaloenses fueron pasando de manera paulatina
del nomadismo a la consecuente sedentarización con el descubrimiento de la
agricultura. Al paso del tiempo el número de agricultores fue siendo mayor, te-
niendo como resultado que la agricultura se convirtiera en la actividad prepon-
derante.
El agua y la tierra como elementos fundamentales de la subsistencia, se
deificaron y cobraron una importancia esencial dentro de la sociedad, no solo
como deidades religiosas sino como elementos artísticos. Tal y como se en-
cuentran en los glifos de La Cofradía y El Potrero.
Desde épocas tempranas del Protoneolítico se dieron intercambios a corta
y larga distancia de materias estratégicas: alimentos y materiales para el vesti-
do; por ejemplo, cueros producidos por los recolectores - cazadores fueron in-
tercambiados con los agricultores; igualmente estos con las comunidades cos-
teras productoras de sal y productos para el ornato y de diferenciación social
de origen marino5. Se dieron así, relaciones de redistribución de los excedentes
por la necesidad de adquirir productos de fuera o de igualar las producciones
de cada unidad. Así las diversas comunidades que originalmente se asentaron
en Sinaloa hubieron de recorrer varios estadios de desarrollo hasta llegar a la
de la nacionalidad, encontrada por los españoles.
En suma, las culturas indígenas del Noroeste fueron el producto de la
evolución de los hombres primitivos que decidieron quedarse, en el paso mi-
gratorio por este territorio para poblar el continente, al encontrar las condicio-
nes que les parecieron satisfactorias para cubrir sus necesidades de reproduc-
ción, En otras palabras, las culturas prehispánicas sinaloenses son las descen-
dientes directas de los hombres que pisaron por vez primera estas tierras

5
Nalda, Enrique. 1981. p. 58
EL NOROESTE

En el año de 1943 se publicó el celebérrimo ensayo Mesoamérica 6, sus lí-


mites geográficos, composición étnica y caracteres culturales, en donde su au-
tor, Paul Kirchhoff, acuñó el concepto y fundamentó los lineamientos para el
uso de Mesoamérica, la cual después se convertiría en una categoría de análi-
sis. Con el concepto de Mesoamérica intentó delimitar un área geográfica
y lo que tenían en común los pueblos que la habitaban y sus culturas, así como
señalarlo que los separaba de otros. Para ello indicó los límites geográficos, la
composición étnica y los caracteres culturales7. Más adelante publica otro artí-
culo de gran importancia: Gatherers and farmenrs in The great Southwest: pro-
blems and clasifications8, en el cual, introduce otros dos de nuevo cuño: Oasi-
samérica y Aridamérica. Al igual que el concepto Mesoamérica, con los nue-
vos cubre las porciones geográficas que ocupa América Central, la totalidad
del territorio nacional y una gran parte de los Estados Unidos.

6
Cfr. Kirchhoff, Paul. 1960.
7
García Mora, Carlos. 1979. P. 8.
8
Ortega, Sergio. 1993 (2). P.
Estas interpretaciones desde el momento que fueron dadas a conocer, tu-
vieron una cabal aceptación por historiadores, antropólogos y arqueólogos, ya
que ellas les permitían delimitar y estandarizar una filiación cultural, permi-
tiendo que el análisis fuese más aprehensible y fácil su estudio.
De las áreas antes mencionadas, Mesoamérica era la más importante de la
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clasificación, era en realidad una superárea que geográficamente se iniciaba en


Centroamérica, comprendía, la península de Yucatán, el Istmo de Tehuantepec,
la zona costera del Golfo de México hasta los límites con el estado de Tamau-
lipas, el Altiplano Central, el Occidente y el Noroeste en su parte costera del
Pacífico en lo que corresponde al estado de Nayarit y Sur y Centro del Estado
de Sinaloa. Desde una perspectiva etnográfica y cultural, se hacía comprender
así mismo, las culturas prehispánicas más importantes de Centro y Norteamé-
rica. En la parte correspondiente al Noroeste de México englobaba las culturas
de mayor desarrollo como son la Cora-Huichol, Chalchihuites. Casas Grandes,
Chametla y Culiacán.

Fig. 6. El Noroeste Mexicano

Por su parte, el área que se identificaba como Oasisamérica, se acotaba


como la porción territorial que va desde el valle del río Mocorito en su parte
sur, hasta el valle del río Gila en el estado de Arizona en los Estados Unidos,
como el límite norte.
La tercera y última área identificada con el nombre de Aridamérica, com-
prendía la península de Baja California, la parte central del estado de Sonora,
dos pequeñas franjas en el litoral sinaloense y los estados, antes citados, de los
E. U. A, exceptuando la porción de Arizona, señalada como perteneciente a
Oasisamérica.
El interés que reviste para este estudio, la multicitada división, es por una

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parte que situaba como el punto de confluencia y por consiguiente como fron-
tera de las tres grandes áreas citadas a la zona geográfica que nos ocupa, y que
se ha denominado como el Noroeste constituido por los hoy estados de Naya-
rit, Durango y Chihuahua en su parte occidental, y a las entidades federativas
de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur en su totalidad, esto
es en lo relativo a los Estados Unidos Mexicanos, ya que fuera del territorio
nacional comprende, parte de los estados de California, Arizona, Colorado y
Utah en los Estados Unidos de América, o sea, la zona geográfica del Noroes-
te se conformaba, como se puede colegir, por lo que los arqueólogos estadou-
nidenses han nombrado como el gran sudoeste norteamericano y el noroeste
mexicano9. Por la otra parte, considerar que las áreas de estudio del presente
discurso eran parte integrante de la cultura mesoamericana, representa serias
implicaciones conceptuales, lo cual nos conducirían por diferentes derroteros,
por lo que, a continuación se pretende dejar asentada la no pertenencia de
nuestra zona de estudio a la superárea señalada.
Así, en la propuesta original, la parte centro y sur de Sinaloa quedaba
comprendida en el área Mesoamericana. Del río Mocorito hacia el norte en
Oasisamérica y en la zona costera del norte del estado situaba pequeñas áreas
como pertenecientes a Aridamérica. Los elementos definitorios de la clasifica-
ción, en primer lugar, parten de una consideración válida para la situación que
prevalecía al momento de a la llegada de los españoles y después se adecuaron
a una descripción cultural del altiplano central.
El carácter estático del análisis, como se puede deducir, es válido única-
mente para una situación determinada, ya que los límites así marcados se co-
rresponden a un momento histórico particular, es decir, eran las fronteras de-
terminadas para el primer tercio del siglo XVI, al momento de la penetración
9
Dentro del noroeste mexicano, el Estado Sinaloa ocupaba un papel muy particular, ya que era el punto de
confluencia de las tres áreas. Además la cuenca del río Mocorito aparecía como el límite fronterizo entre las
dos primeras (Mesoamérica y Oasisamérica).
española. En sentido contrario se tiene que actualmente, tanto en arqueología
como desde el punto de vista del análisis histórico, ha quedado establecido
que las fronteras mesoamericanas a través de los tiempos, no han estado loca-
lizadas donde mismo, es decir, las fronteras eran dinámicas, se ensanchaban o
contraían conforme a los momentos de los grandes acontecimientos sociales
generados en los imperios de la zona del Altiplano Central o por las influen-

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cias de las culturas de Oaxaca, Jalisco y Michoacán, es decir, esta movilidad


de las fronteras era causada fundamentalmente por el ascenso o descenso de
los imperios del altiplano central, Oaxaca, Jalisco y Michoacán.
Así por ejemplo, para el caso de Sinaloa se tiene que el registro de los
movimientos fronterizos de Mesoamérica, durante el Clásico, se extendió has-
ta Huatabampo, a los valles del río Mayo [Sonora]; hacia 1200 d. C., se retrajo
hasta el río Fuerte; en Sinaloa. En el siglo XVI y durante la penetración espa-
ñola inicial al territorio, se consideró hasta el río Sinaloa y por último, al asen-
tarse la primera colonia hispana se situó en el río San Lorenzo10.

Fig. 7. Confluencia de las áreas Mesoamérica, Oasisamérica


y Aridanérica en el Noroeste Mexicano
Como consecuencia de lo estático del análisis, así como de la amplitud de
la acotación conceptual de los rasgos culturales establecidos por Kirchhoff
para delimitar el área mesoamericana son en su mayoría correspondientes a
sociedades complejas, profundamente estratificadas y en los que el Estado jue-
10
Braniff Cornejo, Beatriz. 1994. p. 120.
ga un papel importante. … además Mesoamérica es sinónimo de la presencia
de un nuevo modo de producción, en el que la agricultura y el triburo son bási-
cos, sobre relaciones de producción en las que se establece una doble explota-
ción: la de una clase con otra de la misma sociedad, y de la clase dirigente de
una sociedad con pueblos conquistados que son tributarios, apropiándose así
de parte de la producción y del trabajo ajeno11. Características totalmente

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ajenas a la porción del Estado de Sinaloa que nos ocupa. En ella no se dio con-
quista ni colonización de ningún tipo.
Los cultivos del maíz, frijol y calabaza son de origen mesoamericano y
fueron introducidos al noroeste por los 1,000 años a. C. para el caso del maíz
de tipo reventador y 300 años a. C. para el frijol (Phaseolus vulgaris) y las ca-
labazas (Cucurbita pepo y Lagenaria siceararia). Durante 800 años el cultivo
de estas especies acompañó a la caza y a la recolección, sin que hubiera cam-
bio alguno en la forma de vida de los indígenas. De aquí se infiere que este
tipo de relación no tiene que ver con una colonización o migración por parte
de unidades mesoamericanas, que ya en esos tiempos habían alcanzado una
categoría compleja con poder de expansión y explotación. De haberlo logrado,
estas unidades políticas también habrían llevado otros elementos fundamenta-
les, como son, entre otros, la arquitectura y la ideología12.
A lo largo de la historia de los pueblos de Sinaloa se dieron contactos con
las culturas de Mesoamérica, la mayor o menor intensidad de ellos correspon-
dió con el auge o decadencia de los señoríos mesoamericanos. Las fronteras,
en este caso, no fueron el límite de separación territorial de dos áreas geográfi-
cas, sino el límite de contacto entre dos culturas diferentes.
Los contactos de las culturas del altiplano con los pueblos del Noroeste
trajeron consigo particulares formas de desarrollo, de acuerdo a las condicio-
nes específicas de los pueblos. En algunas culturas del Estado de Sinaloa, el
contacto adquirió formas más estables, sin llegar a una colonización o dominio
militar, aunque sí al establecimiento de relaciones a través de redes comercia-
les directas con la metrópoli señorial o por mediación de otros pueblos. Mis-
mas que se acrecentaban o disminuían en la medida que las fronteras reales
del imperio se contraían o ensanchaban en función del auge o declinación de
11
Matos Moctezuma, Eduardo. 1994. P. 56-57.
12
Braniff Cornejo, Beatriz. 1994. P. 125.
los grandes centros del Altiplano. Este tipo de influencia al ser más directa y
prolongada procuró un crecimiento que trajo como consecuencia un desarrollo
que en lo urbano produjo áreas de gran concentración poblacional con elemen-
tos culturales mezclados pero sin inclinarse en forma determinante hacia una
cultura mesoamericana definida.
Los pueblos prehispánicos del hoy Estado de Sinaloa y en particular
aquellos situados al norte después del área del río Culiacán, en el espacio No-

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vohispano conocido como la Provincia de Sinaloa, llamada así por los prime-
ros españoles que llegaron a estas tierras13, desarrollaron culturas que en forma
importante carecieron de semejanzas mesoamericanas, ya que la influencia re-
cibida fue más débil y no logró impactar en su evolución, por lo que se les
considera como culturas diferentes que no responden, ni de manera mínima, a
la categorización utilizada para definir a Mesoamérica. Así pues, en la parte
norte de la hoy Sinaloa “vivieron culturas de diferente gradación cultural que
no pueden incorporarse dentro de una sola área –como lo implican los térmi-
nos Gran Suroeste propuestos por los norteamericanos- ni tampoco dentro de
las dos áreas –Oasis y Aridamérica- como lo propusiera Kirchhoff”14.
Si bien es cierto que se han encontrado rasgos mesoamericanos, también
es verdad que las culturas de los pueblos de la antigua Sinaloa tuvieron su pro-
pio modelo cultural que en nada se parece al de los pueblos del Altiplano. Y
aunque “la Costa del Pacífico fue utilizada por grupos agrícolas (mesoameri-
canos) desde tempranas fechas, estableciendo un corredor continuo hasta el
sur de Sonora”15, la influencia que se estableció a través de las diferentes rela-
ciones establecidas no fue lo suficientemente poderosa como para imponer
distorsiones en los patrones de desarrollo culturales, además, como antes se
manifestó, nunca se dio jamás un proceso de conquista, colonización o someti-
miento, ni tributación alguna, quizá porque estas formas establecidas entre los
grandes señoríos y las culturas exógenas fue suficiente, es decir, relaciones
13
Desde la entrada de Nuño de Guzmán al Noroeste hasta entrado el siglo XVII, la división política de la am -
bición de los conquistadores fijaba como pertenecientes a Nueva Galicia toda la región sur del Estado hasta
la recién fundada San Miguel de Culiacán y diez leguas antes del río Mocorito hasta el Yaqui se le conocía
como la Provincia de Sinaloa. Los jesuitas siguieron llamándole igual y comprendía, en un principio, desde
el valle del río Mocorito hasta el del Yaqui. Posteriormente redujeron el área de la Provincia y se constituyó
con las áreas situadas entre los valles de los ríos Mocorito hasta los del río Zuaque.
14
Braniff Cornejo. Op. cit. p. 114
15
Idem. p. 120
que aseguran flujos permanentes de bienes requeridos sin necesidad de proce-
sos de sometimiento que hubieran resultado onerosos y difíciles de mantener
por lo retirado de los centros de control.
Así, las relaciones de Mesoamérica con las naciones del actual Estado de
Sinaloa tuvo un alto contenido comercial y la influencia cultural tomó otro
matiz, debido al establecimiento de relaciones con otras culturas diferentes a
las de Mesoamérica. Sin que esto implique sustraerse totalmente de elementos

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e influencias mesoamericanas, pero lo cierto es que mantuvo un sello propio


que los hizo diferentes de los pueblos del centro del país.
Estos pueblos, que con frecuencia se les ha catalogado de menor avance
cultural, desarrollaron una base económica, social y organizativa diferente al
resto de las culturas de Mesoamérica y ello fue producto de sus propias raíces,
de un desarrollo autónomo y de relaciones comerciales y culturales con diver-
sos grupos con diferentes grados de desarrollo. Y fueron precisamente, estas
particularidades uno de los elementos principales que impidieron a los con-
quistadores establecer el modelo de penetración y dominación que utilizaron
en el centro del país, los obligó a intentar caminos diferentes que les permitie-
ra el posterior asentamiento.

El Noroeste y la peregrinación Azteca.

Las obras de historiadores antiguos como Sahagún, Diego Durán, Fernando de


Alva Ixtlixóchitl, Torquemada, etc. fueron los primeros intentos por encontrar
el origen del pueblo mexica cuyas fuentes las constituyeron recolecciones ora-
les y por códices como los llamados la Tira del Museo y los Anales Mexica-
nos, también los conocidos como el Códice Aubín, el códice Botunm y el có-
dice Azcatitlán, todos de autoría azteca o mexica y posteriores a la conquista.
Luego aparecerían nuevas obras, bajo el mismo tenor, de manera tal que se
formó un continuo de escritos, que van desde la época reciente de la conquista
hasta el momento actual. En su mayoría, dichas obras, sitúan el lu gar de ori-
gen de los Aztecas fuera del área mesoamericana, de donde emprendieron la
famosa marcha que duró más de cien de años.
Según Don Eustaqio Buelna, existía, una gran ciudad llamada Aztlán o
Tlapayan más tarde nombrada Huehuetlapallan, situada míticamente en las
márgenes del río Gila, la cual era el asiento de la civilización Nahoa. La for-
maban siete tribus, las que al verse acosados por sus enemigos abandonaron la
ciudad partiendo en el año de 544 d. C. Salieron en tres grupos: unos hacia el
norte, los segundos hacia el sur y los últimos al oriente. “De los primeros nada
se ha vuelto a saber ... las familias que se dirigieron al sur, fueron aquellas que
cuando llegaron al fin de su peregrinación, fundaron a Tollan, y se llamaron

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por eso Toltecas. Para el oriente se movieron los que continuaron llamándose
Aztecas, denominación que a mi juicio era la primitiva de toda la raza, y en
Casas Grandes de Janos instalaron su nueva mansión. ... [Los que habían esco-
gido el camino hacia el sur, los Toltecas, hostigados por los pueblos situados
del río Mocorito al norte, llegaron a la región de Culiacán en el año 552 y se
asentaron temporalmente y fundaron la ciudad de] ... Tlapallanconco, o Tlapa-
llan la menor, en recuerdo de la antigua, que denominaron por esto Huehuetla-
pallan”16, y años más tarde siguieron su camino al sur para fundar Tollan.
Mientras aquellos que habían partido hacia el Oriente, y continuaron llamán-
dose aztecas, … y en Casas Grandes de Janos, instalaron su nueva mansión.
Sintieron de nuevo el acoso de las tribus vecinas y tuvieron que emigrar de
nuevo. Avanzaron por la Sierra Madre hacia el sur y bajaron hacia el occidente
para llegar por fin, a la Tlapallanconco que habían fundado los Toltecas y que
al asentarse en ella, la rebautizaron como Hueicolhuacan o Colhuacan la gran-
de, hoy Culiacán. Dice la leyenda que ahí nació la adoración a Huitzilopoztli y
la revelación divina del lugar donde finalmente deberían asentarse. Salen de
Hueicolhuacan en su afanosa búsqueda del lugar prometido, para llegan al si-
tio donde más tarde fundarían Tenochtitlán y el Imperio Mexica17.
Para demostrar la fidelidad de sus razonamientos, Don Eustaquio Buelna
trató de demostrar (tomando los nombres de lugares de etimología mexica en-
contrados en los años 80’s del siglo XIX) la existencia, de un corredor que
aparentemente van de norte a sur por la costa dejados a consecuencia del paso
tolteca y de oriente a suroeste, bajando de la sierra a la costa, correspondiendo
al rastro dejado por el transito azteca. Con lo anterior, Don Eustaquio no hace
16
Buelna, Eustaquio, 1983. p. 23-24
17
Esta propuesta ha sido plasmada en varios escudos oficiales del Estado, como son: el del Estado mismo,
Mocorito, Culiacán y Badiraguato. Véase http//www.sinaloa.gob.mx
otra cosa que llevar al terreno práctico las tesis ya planteadas por Orozco y
Berra, quien creyó en la existencia de una gran franja de habla nahuatl o mexi-
cano que se extendía desde la región Mixteca hasta el norte de Sinaloa, dicha
tesis estuvo fundamentada en la presencia de topónimos (independientemente
de que este pensador situaba Aztlán en las inmediaciones del lago de Mextica-
cán en Jalisco). Esta obra, como puede verse fue determinante en la investiga-
ción de Don Eustaquio Buelna. Además, en cierto momento sirvió al pensador
al político y al patriota que también era este ilustre mocoritense, para incrustar

25

a Sinaloa en el concierto de la historia nacional, como el arma para defender


las ideas políticas de libertad y soberanía de los Estados y Ayuntamientos fren-
te a un federalismo avasallador, sin poner en riesgo el sentimiento patriótico y
de nacionalidad, tan necesarios en aquel momento histórico.
En lo concerniente a la localización del punto de partida de las peregrina-
ciones, existe una copiosa bibliografía. Los autores tratan de encontrar a Az-
tlán en algún lugar real, y se mencionan varios sitios, tales como más allá de
las márgenes del río Gila, señalado por Clavijero y Buelna. Pensadores como
Vetancourt, y Bourbourg lo ubican al norte de California. En la propia penín-
sula lo hacen Boturini Aubín y Brancfort. Al norte de Sonora, Veytia y Acosta.
Otras lo consideran en el Estado de Jalisco como Tezozomoc, Mendieta y
Orozco y Berra18. En Mescaltitlán, Nayarit, lo sitúan Chavero, y Riva Palacio.
Lo anterior sólo por mencionar algunos autores, tanto contemporáneos de Don
Eustaquio Buelna, como algunos anteriores.
Otros pensadores, ya a mediados del siglo XX, consideraron la existencia
de Aztlán como una leyenda, como un lugar mítico: Señalaron que “todo lo
que de esta época se sabe, desde tiempos prehispánicos en su mayor parte es
mitología … es simplemente una proyección del lugar de residencia histórico
… a una región lejana y a un pasado nebuloso … establecida por necesidades
de prestigio y que lo que cuentan las leyendas sobre Aztlán corresponde exac-
tamente a la situación en que se hallaban los mexicas cuando habitaban Teno-
chtitlan; que los datos de su origen son semihistóricos y semilegendarios y que
en el origen de los mexicas los conocimientos pueden considerarse como mi-
tos, después formalizados, sin significación histórica”19. Entre los fundamen-
18
Véase Riva Palacio, Vicente. T. II. pp. 3-51.
19
Martínez Marín, Carlos. 1983. pp. 248-249.
tos en que se basa esta postura es la existencia de un pasaje en donde se relata
que Moctezuma Iluicamina quiso hacer partícipes de la grandeza mexica a los
antepasados que habían quedado en la patria original e hizo que los tlamatini-
me reconstruyeran la ruta seguida para llegar al Valle de México, pero estos
sólo pudieron llegar a Tula, el resto del itinerario lo reconstruyeron con artes
mágicas.
También existe otro pasaje de peso que se utilizó como argumento: se
dice que al triunfar lo mexicas sobre los tecpanecas y quedar dueños del valle
de México, Itzcoatl mandó quemar los libros xiuhuamatl (de historia) para que
se

26

hicieran otros, libres de datos en los que el grupo mexica aparecía como des-
conocido, vasallo y sin fama, para que nadie se enterase de ese pasado sin glo-
ria. Si los registros del pasado fueron modificados, hay una razón imbatible
que pone en duda toda la información de la historia mexica anterior a la triple
alianza.
De las dos posiciones anteriores se colige una clara contradicción, es de-
cir, la primera propone la existencia de la peregrinación desde el lugar llamado
Aztlán hasta el altiplano, mientras la segunda la niega aduciendo que se trata
de una leyenda, de hechos míticos, lo que, como tales no existieron. A conti-
nuación se tratará de dilucidar el problema que ambas plantean, mediante el
análisis de las dos posiciones.
Con respecto a la primera posición, se seguirá la obra de Don Eustaquio
Buelna. Ya que un gran grupo de antecesores y de contemporáneos compartie-
ron la misma idea, por supuesto con algunas variantes. Sin embargo, como an-
tes se apuntó, no todos los escritores coinciden en el lugar donde se localizaba
Aztllán o el lugar de partida. Por supuesto que aquellos que lo sitúan al sur de
Sinaloa (Mescaltitlán, Nay. y Jalisco) dejan a Culiacán fuera del contexto de la
peregrinación.
Siguiendo pues a Don Eustaquio Buelna, quien señala, para reforzar el
hecho de la peregrinación por tierras sinaloenses, En lo que se refiere a los
Nahoa-Toltecas, en su peregrinar por Sinaloa fueron dejando “rastros notorios
de su paso en una serie de nombres de lugares de etimología nahoa 20 … y mu-
20
Tanto los Toltecas como los Aztecas hablaban la misma lengua, el nahuatl, mientras Don Eustaquio Buelna
hace una diferencia hablando de etimología nahoa y etimología azteca. Los nombres de etimología Nahoa
que menciona son: Tamazula, Napalá, Navachiste, Saliaca, Altamura, Tachichilte, Cupira, Ilama, Alhuei,
chos más que sin seguir ya una senda bien marcada se esparcen por todo el
distrito [se refiere al distrito de Culiacán]” 21. En cuanto a los Nahoa-Aztecas
señala que los nombres de lugar de etimología azteca se encuentran desde la
Sierra Tarahumara y corren en dirección a Culiacán, bifurcándose a uno y otro
lado de la pequeña Sierra Blanca que se enfila en su tránsito.
Al inicio del segundo tercio del siglo XX, antropólogos de renombre de-
mostraron que la verdadera causa de la presencia de las toponimias nahuatl en

27

el Noroeste se debió fundamentalmente al hecho que desde la entrada de los


primeros españoles y durante la penetración jesuita, la lengua mexica se impu-
so de forma involuntaria, al principio, y deliberada en una segunda etapa, esto,
cuando menos, hasta el valle del río Fuerte.
La existencia de esas toponimias nahuatl en los nombres de lugares se
explican en una primera instancia, por los grandes contingentes de indígenas
que traían consigo los españoles. Estos indígenas que provenían del altiplano
rebautizaron los nombres de los pueblos o regiones: ya bien traduciendo al
nahuatl los nombres aborígenes que entendían22 o bautizando con nombres
mexicas o tarascos a aquellos pueblos cuyo nombre no les fue posible traducir.
Luego, por razones que derivan del proceso de exterminio de los nativos tras
la conquista de Nuño de Guzmán y años subsecuentes de presencia española,
se estableció, ya con los misioneros jesuitas al frente, una política de coloniza-
ción y sometimiento. Se procedió a un repoblamiento, introduciendo en los
asentamientos nativos grupos de indígenas de altiplano central.
Además a lo anteriormente señalado, los curas misioneros enseñaron el
mexicano como el puente para el aprendizaje del español23 y la difusión de la
doctrina, considerado además, que con la nueva composición poblacional, el
nahuatl era la lengua dominante. De ahí la explicación de las toponimias de
origen nahuatl en el Estado y la existencia de hablantes, que hasta hace un si-
glo aún existían en Sinaloa. De lo anterior se colige que lo establecido por

Caitime, Chumpilihuiste, Tultita, Acatita, Chachacuaste, Cacalotita, Tule, Alicama, Tahuitole, Moyotita y
muchos más. En cuanto a los que menciona como de etimología azteca son: Huisopa, Temoste, Mopiola, Te-
lalagua, Tecuciapa, Soyatita, Tepaca, Chapulmita, Atotonilco, Alpatagua, Alicama, Ocualtita
21
Buelna, Eustaquio. 1983. P.25.
22
Sauer, Carl. 1998. p. 102.
23
Había dos razones por las cuales los religiosos, particularmente los jesuitas, incluían la enseñanza del
nahuatl: primero, porque era la lengua indígena que habían aprendido ya junto con la instrucción eclesiásti-
ca, en el caso de los curas mexicanos, o a su llegada a Nueva España, cuando extranjeros.
Don Eustaquio Buelna no obedeció a las razones por él señaladas, sino fueron
impuestas desde una perspectiva diferente y sobre todo, la influencia nahuatl
penetró de sur a norte y no al contrario de cómo se sostiene.
Otro punto interesante surge del hecho que Don Eustaquio Buelna señala
que los Aztecas al salir de Aztlán, instalaron su nueva mansión en Casas gran-
des de Janos. Estudios recientes han demostrado que “los constructores de Ca-
sas Grandes fueron algunas de las tribus que aún viven en la actualidad y que
forman la civilización de los indios Pueblos. Como Pimas, Navajos, Athabos-
canas, etc. Baudelier asegura que la tribu de los Opatas construyó Casas Gran-
des pero la abandonó muchos años antes de la llegada de los españoles” 24. To-

28

davía más reciente que la nota anterior, se han podido “establecer cuatro gran-
des épocas de la cultura de Casas Grandes: Periodo Viejo, entre 700-1060 dC,
momento en que se establecen en la región los grupos Pueblo; surge y crece la
ciudad de Casas Grandes y comienza a desarrollar sus relaciones de comercio
con sus vecinos del norte y hacia el sur con Mesoamérica. Periodo Medio: Se
ubica del 1060-1340 d. C.; es la época de mayor esplendor de la cultura Casas
Grandes; su cerámica es de las más bellas, el comercio alcanza un gran desa-
rrollo y se advierte la influencia mesoamericana, principalmente Tolteca, en
los estilos constructivos de piedra, el juego de pelota, el ritual, etcétera. A par-
tir de 1200, se percibe cierta decadencia....”25
Sobre la duda historiográfica que se confronta al destruir los xiuhuamatl
y que hayan sido sustituidos por otra historia más conveniente, se puede infe-
rir que la eliminación histórica fue sólo en algunos acontecimientos específi-
cos, no pudo ser total, ya que los hubiera colocado ante la necesidad de inven-
tar todo su pasado y de haber sido así, se hubieran presentado en los nuevos li-
bros como un pueblo completamente civilizado o cuando menos totalmente
aculturado, cosa que no sucede, ya que aparecen como un grupo pobre, desco-
nocido, sojuzgado, sin una organización y con un nivel inferior al que adqui-
rieron posteriormente.
Para solucionar el problema es necesario partir del status cultural de los
mexicas al iniciarse la migración, es decir, desde la salida azteca de la legen-
daria Aztlán, Ya poseían el calendario tolteca, celebraban el evento ritual del
24
Nogueda, Eduardo. 1930. pp. 26-27.
25
Nárez, Jesús. 1994. p. 105.
juego de pelota, hablaban nahuatl, realizaban las festividades del fuego nuevo,
etc. En otras palabras ya eran poseedores de una cultura muy semejante a la de
aquellas otros pueblos asentados y florecientes en el altiplano y aunque se ha-
cían llamar chichimecas, no lo hacían con referencia a la cultura de aquellos
sino a la extensión que este nombre tuvo en la época prehispánica, Por lo ante-
rior Aztlan debió quedar comprendido en el área mesoamericana, Tal y como
lo demostró Paul Kirchhoff, quien en su informe de INVESTIGACIONES
1955-1961 señala “Como resultado de esta búsqueda de nuevos métodos de
investigación apropiados a la solución de problemas aparentemente insolubles
pude, por ejemplo, reconstruir, sobre la base de 20 ciudades toltecas, el mapa
pictográfico del Imperio Tolteca, hoy perdido, cuya lectura debe representar la

29

lista mencionada. El resultado de esta reconstrucción fue prodigioso: pude de-


mostrar que este imperio consistía de 5 provincias de acuerdo con las 5 direc-
ciones que los toltecas reconocían, 4 de las cuales pude localizar: Tula (en el
centro), Tulancingo, Tenango del Valle (el antiguo Teotenanco) y Culiacán,
Gto, (el antiguo Coluacán o Teocolhuacan [Hueicolhuacan]. Cada una de estas
provincias estaban divididas en 4 partes que, igualmente de acuerdo con las
direcciones, estaban agrupadas alrededor de la capital de la provincia, la que,
en el caso de Tula era a la vez la capital del imperio entero. Pude localizar
también muchas de estas subdivisiones cuya ubicación coincide perfectamente
con el grandioso plan de ese imperio. A la provincia septentrional pertenecía
Pantlan o Panco (Pánuco), habitado por un grupo de huasteca; y a la provincia
occidental [al norte de Yuriria Gto.] Aztatlan o Aztlán, habitado por los famo-
sos azteca que, por consiguiente, eran tolteca. Pude establecer además que al
disolverse el imperio, precisamente estas dos provincias fueron abandonadas
por los indios civilizados a los chichimecas, lo que explica por qué en tiempos
de Moctezuma I los propios aztecas ya no sabían donde estaba ubicada su an-
tigua patria.
Esta reconstrucción del mapa del Imperio Tolteca ayudó, a su vez, a re-
forzar la localización de Aztlán, Colhuacan y Chicomostoc, o sea larecostruc-
ción de las rutas seguidas por los tolteca-chichimeca, los tlacochcalca y los az-
teca.26.
26
Kirchhoff, Paul. 1962.
Como se podrá haber concluido, al leer la extensa nota de Kirchhoff, se
cierra una de las páginas de la Historia Antigua de México, la que desde hace
varios cientos de años ha estado en el centro del debate y ha generado un sin-
número de especulaciones y millares de hojas escritas.
Existe sin embargo, un concepto que le es común a todas las culturas de
México y quizá a todos los pueblos de América, incluyendo, por supuesto, a
las culturas sinaloenses,27 y es que sitúan sus orígenes remotos, dígase legen-
darios, en un lugar incierto del Norte. La idea de este origen común debe ser
interpretada como producto de una reminiscencia atávica de las migraciones
del hombre prehistórico al poblar el continente.

LA NACIÓN MACORE

Todos los pueblos que se asentaron en los valles de los ríos del Norte de
Sinaloa siguieron un patrón de desarrollo semejante, así, desde los momentos
más remotos hasta la llegada de los españoles la historia de Mocorito como la
del resto de la Provincia de Sinaloa se diferencia en dos grandes etapas:
La primera que se ha denominado Prenacional, es el proceso de evolu-
ción cultural desde el momento en que los pobladores primitivos que deambu-
laban por la región se establecieron en las márgenes del río Mocorito en algún
sitio cercano a partes planas, susceptibles de los desbordamientos del río y con
27
Cfr. Pérez de Ribas, Andrés. 1944. p. 142.
un permanente espejo de agua para fundar las primeras agrupaciones de carác-
ter regular. Estos asentamientos que en el inicio eran itinerantes de largo pla-
zo, es decir, permanecían en un lugar por tres, cuatro o quizá más temporadas
y luego cambiaban de lugar, poco apoco fueron quedándose en una sola área,
lo que puede considerarse como la culminación del proceso de nomadización.
Esta etapa Prenacional se distingue por la ausencia de una diferenciación
de clases sociales. La producción y consumo de bienes se daba dentro de la
unidad social elemental, o sea la familia. Entre los grupos reunidos ya existía
una incipiente división social del trabajo sobre la base de edad y sexo. Ocasio-
nalmente, además de los especialistas en la celebración ritual, no existía la es-
pecialización en la producción de artefactos. En sus momentos finales la pro-
ducción comienza a generar, cuando menos en ciertos renglones, excedentes
por encima de las necesidades de su propio consumo, avanzando de la autosu-

31

ficiencia hacia una etapa posterior, ya que incrementos en la necesidad del


consumo, generan la necesidad de relaciones de intercambio.
A la segunda época se le ha denominado como la etapa de la nacionalidad
y como tal se inicia al momento en que los asentamientos se arraigan en una
zona. La producción dependerá cada vez más de la agricultura y con ello sur-
girán nuevos instrumentos y sobre todo se va acrecentando el arraigo a la tie-
rra y con ello un sedentarismo y la formación de las primeras aldeas. Las rela-
ciones sociales de producción son igualitarias y no hay un estamento que apro-
veche para sí el trabajo de la mayoría del grupo28.
La agricultura va a provocar un cambio cualitativo en el proceso de desa-
rrollo, que va a traer cambios en el seno de las sociedades los individuos agru-
pados en las comunidades comienzan a tener la concepción de lazos que reba-
san el ámbito de la familia y la propia comunidad. Se empieza a identificar ne-
cesidades conceptuales con otros grupos vecinos, y se delimita la posesión de
un territorio para aquellos que habían unificado una manera de comunicarse,
es decir, los que poseían una lengua común y tenían también un modo propio
de organizarse social y políticamente, así como una actividad económica orgá-
nica y articulada y características psíquicas igualmente comunes, todo ello
producto de su particular devenir histórico compartido, lo cual se tradujo en
una cultura, que no fue otra cosa que la formación de una nacionalidad.
28
Véase Matos, Moctezuma, Eduardo. 1994. Pp 254-55
A medida que se avanza esta etapa, se va estableciendo una diferenciación de
clases y una especialización del trabajo. Se empiezan a perfilar formas de go-
bierno, a la llegada de los españoles, la autoridad de las aldeas estaba a cargo
de un cacique y se desconoce la relación de autoridad que existía entre las al-
deas, suponemos que al igual que las familias se supeditaban a la autoridad ca-
ciquil, las aldeas también lo hacían a otra en particular.

El Territorio de la Nación Macore

El sentido de territorialidad estaba fuertemente arraigado entre los indí-


genas y se constituía, en primera instancia, por la identidad lingüística, es de
cir, solo los indios de habla Macore eran quienes poblaban y usufructuaban su

32

territorio. Dentro de éste y como una segunda instancia de definición territo-


rial, constituían entidades más pequeñas que eran la célula de la organización
social, y que para los fines del presente trabajo se les ha denominado aldeas 29,
concebidas como las unidades económico sociales organizadas a partir de
agrupamientos familiares.
El territorio que ocupaba la nación Macore 30 estuvo conformado exclusi-
vamente por el área de la cuenca fluvial, fundamentalmente en las áreas de
inundación o aquellas susceptibles de riego del hoy nombrado río Mocorito.
Dicho territorio comprendía un espacio geográfico reducido, sobre todo en
comparación al tamaño que detentaba cada una de las tres culturas que le ro-
deaban. Esta disparidad en cuanto al tamaño de los territorios vecinos permi-
tió, de una parte, la permeabilidad a las influencias que aquellas le imprimie-
ron y por otra, la seguridad de un desarrollo propio.
La extensa cultura Cahita agrupaba un sinnúmero de naciones, y por con-
secuencia una nutrida población y una gran extensión; iba desde los límites
norteños de los Macore, hasta más allá del río Yaqui, por las planicies centra-
les del norte de Sinaloa y sur de Sonora.. Esta región era la que presentaba una

29
Los españoles de los siglos XVI y XVII les llamaron ranchos o rancherías
30
La nación tomó el nombre de la lengua común a los pobladores que habitaban en la cuenca del actual río
Mocorito, al cual se le denominará de igual manera, con el fin de ser congruentes con los orígenes propia
palabra Mocorito
menor diferenciación idiomática entre las lenguas de las naciones que la con-
formaban, el hecho es que no eran iguales.
Otra gran cultura se asentaba en la zona costera, hacia el occidente, desde
poco más al norte de la desembocadura del río Culiacán hasta los límites con
el actual Estado de Sonora, cuyas poblaciones más importantes, cuando menos
hasta hoy detectadas, fueron Guasave y Mochicahui. Esta Nación que tomó el
nombre de uno de sus pueblos, la Nación Guasave, tuvo una cultura desarro-
llada y refinada como la de sus vecinos Tahues. Además eran grandes comer-
ciantes, ya que mantenían un fuerte comercio con diferentes grupos, sin im-
portar sus latitudes. Hay evidencias de contactos con los Mixtecos y Poblanos,
ya que se han encontrado en Mochicahui y Guasave materiales policromos
que muestran identidades estilísticas relacionadas con la iconografía de Oaxa-
ca31; también participaron en el establecimiento de las rutas Sinaloa–Na-

33

yarit y Nayarit-Lerma, así como con las culturas Chalchihuites de Durango y


Zacatecas y de Paquimé en Chihuahua.
Al sur y oriente se extendía la gran cultura Tahue, una de las de mayor
desarrollo y población en toda el área que ocupa el actual Estado de Sinaloa.
Los asentamientos más nutridos lo constituía el complejo poblacional de Cu-
liacán que contaba con numerosos pueblos asentados tanto en las márgenes del
río del mismo nombre desde la costa hasta las planicies anteriores a la sierra
como sobre los ríos afluentes: el Humaya y el Tamazula. Conformaban tam-
bién esta gran nación otros asentamientos importantes sobre los ríos San Lo-
renzo, Elota y Piaxtla, además de las pequeñas aldeas diseminadas por el terri-
torio.
Macore, aunque situado en medio de estas grandes culturas y poseedor de
un reducido territorio se conservó como nación hasta que fue destruida por los
españoles. Tuvo una cultura y un desarrollo natural, aunque no exento de in-
fluencias vecinas, sobre todo aquellas que llegaban del Sur, aunque no fue
desdeñable la que recibió del valle próximo al norte, la de los pueblos del río
Sinaloa.

31
Román B., Juan A. 1999.
Fig. 8. Territorio y aldeas principales de la Nación Macore
En los años cuarenta se registraron hallazgos arqueológicos en el munici-
pio de Mocorito, aunque fuera del valle del río. Se encontraron en Guayabito,
al noreste de Pericos y a relativamente poca distancia de Culiacán, restos ar-
queológicos con características culturales semejantes a las correspondientes de

34

la zona de Culiacán, aunque quizás en un plano cultural de inferior avance 32,


ya que se distinguía en las piezas encontradas un inconfundible estilo Tahue
mezclado con otra cultura a la cual la arqueóloga Isabel Kelly llamó “influen-
cia de la sierra”, dichos hallazgos aunque emparentados no corresponden a la
cultura Macore, ya que estos se sitúan fuera de su territorio.
Aunque tanto Kelly como Sauer y Brand reportan haber realizado un es-
tudio de superficie en la región del río Mocorito y no haber encontrado evi-
dencias, señalan sin embargo que es muy probable que existan sitios de asen-
tamientos indígenas, tan fue así que recientemente se han encontrado esas evi-
dencias prehispánicas en varios puntos de las inmediaciones de la ciudad de
Mocorito y en las que se encuentra similitudes con la “cultura Tahue” aunque
también se perciben diferencias. Es necesaria una investigación arqueológica
seria que permita un conocimiento más amplio de esta cultura, ya que todo co-
nocimiento que se tiene es meramente empírico.

32
Kelly, Isabel. 1945. p. 161.
De la lengua que hablaban los Macore.

En partes anteriores se ha establecido que en las naciones de la Provincia


Sinaloa la lengua jugó un papel preponderante en la conformación como tales,
por lo tanto es necesario hacer una pequeña profundización en lo tocante a las
lenguas que se hablaron en la porción del México antiguo que se ha definido
como el noroeste prehispánico y que atendiendo un sentido geográfico amplio
se iniciaba en la región nayarita del valle del río Santiago y llegaba al norte
más allá de la confluencia de los ríos Gila y Colorado, para establecer el lugar
que les correspondió a las lenguas habladas en el centro y norte de la Sinaloa
prehispánica y en particular determinar el de la lengua Macore.
En esa amplitud geográfica que comprende el noroeste prehispánico se
hablaban lenguas emparentadas entre sí, las cuales, de acuerdo a estudios
etnográficos se les podía agrupar, en relación a dicho parentesco, en dos gran-
des ramas denominadas como HOKAN y UTOAZTECA33.
Al primero lo formaban los grupos YUMA, SERI y WAICURIA. Al segundo,

35

el AZTECOIDE, el PIMA y el TARACAHITA.


Por así convenir a los propósitos del presente ensayo y para evitar una
larga disertación que no aportaría mayores detalles a los intereses del presente,
solo se ha considerado la línea lingüística del grupo TARACAHITA que es el ori-
gen directo de donde provenían las lenguas habladas en Sinaloa; así pues,
de este grupo provenían las familias TARAHUMARA, OPATA y CAHITA. De éstas,
la CAHITA se difundía en la región de los valles de Sinaloa, en las estribaciones
de la sierra, en sus límites con Durango, y en la parte sur de Sonora..
CUADRO NO. 2.
FAMILIAS DE LENGUAS DEL NOROESTE
RAMA GRUPO FAMILIA
Yuma
Hokan Seri
Waicurias

33
Véase Spicer, Eduard, H. 1971. 779
Aztecoide
Pima
Tarahumara
Utoazteca Opata
Taracahita Cahita de la montaña
Cahita Cahita de áreas de transición
Cahita de los valles

Fuente: Spicer, Eduard, H. 1971. pp. 779-781

Para una mayor comprensión a la familia CAHITA se le ha dividido en tres


vertientes a partir de un punto de vista geográfico, así se diferencian en el
CAHITA DE LA MONTAÑA, el CAHITA DE LAS AREAS DE TRANSICIÓN y el
CAHITA DE LAS PLANICIES, esta es una división artificial para poder explicar la
estructura de la familia cahita. La primera se dividía en dos subfamilias:
ACAXE y XIXIME y éstas en las lenguas TEBACA y SABAIBO correspondientes a
la primera y el HIME y HUME que pertenecían a la segunda.
La siguiente, corresponde a una sola subfamilia de lenguas que se habla
valles de la parte norte del Estado, esta era la subfamilia: la TEPAHUE, confor-
mada por las lenguas TEPAHUE, MACOYAHUI, CONOCARI y BACIORA.
Por último en las zonas costeras o planicies de los valles de los ríos se en-
contraba el CAHITA DE LAS PLANICIES. Lo configuraban las subfamilias

36

CAHITA, TAHUE, GUASAVE y OCORONI, con sus respectivas lenguas y que se de-
tallan en el cuadro No. 3.
Todas estas lenguas que se hablaban en la época prehispánica dentro del terri-
torio actual del Estado de Sinaloa y sur de Sonora, desaparecieron junto con
sus respectivas etnias que las hablaban y no quedó evidencia de ninguna de
ellas, con excepción del mayo y del yaqui cuyos territorios de encontraban en
el actual estado de Sonora, fueron las únicas lenguas y etnias que sobrevivie-
ron no solo a la brutalidad española, sino que éstas también sobrevivieron a la
represión, persecución y política de exterminio del régimen porfirista y de
otros postrevolucionarios.
CUADRO NO. 3.
LENGUAS DE LA FAMILIA CAHITA
SUBFAMILIAS LENGUAS

Cahita de montaña Acaxe ---- Tebaca, Sabaibo


Xixime ---- Hime, Hume

Cahita área Tepahue ---- Tepahue, Mayocahui, Conocari y


de transición Baciora.

Cahita ---- Mayo, Yaqui, Tehueco, Sinaloa y Zuaque.


Cahita de valles Tahue ---- Tahue, Comanito, Macore, Tubar y Zoe.
Guasave ---- Comopori, Ahome, Vacoregue, Achire.
Ocoroni ---- Ocoroni, Huite y Nio.
Fuente: Spicer, Eduard, H. 1971. pp. 779-781

Al irse despoblando la región de Sinaloa, a consecuencia de las matanzas


gratuitas, el comercio de esclavos realizados por los primeros españoles, las
enfermedades y epidemias aportadas por la conquista, la posterior pacificación
armada del capitán Diego Martínez de Hurdiade y con el ordenamiento pobla-
cional de los jesuitas, parte de la nación Mayo fue desarraigada de su territorio
y asentada en las áreas que ocupaban las naciones Tehueca, Zuaque, Sinaloa y
Ahome. Por ello se encuentran en Sinaloa hablantes descendientes del primero
de estas lenguas de familia y subfamilia Cahitas, es decir el Mayo. En la ac-
tualidad hay algunos pueblos que se hacen llamar Tehuecos, pero que en reali-
dad son de lengua Mayo.
37

De la lengua Macore, no se sabe gran cosa excepto que se habló por la


nación asentada en las inmediaciones del río del mismo nombre, hablada en
diversas aldeas comprendidas en el mismo territorio y que como las demás
lenguas de la región, fue un elemento singularmente importante en la confor-
mación de su identidad como Nación.
La lengua Macore existió independiente y con características muy parti-
culares que la identificaron como una lengua específica, diferente a las de sus
vecinos, de tal manera que ni los misioneros jesuitas que vivieron entre ellos
podían entenderlo y emplearon, para establecer comunicación, la enseñanza
del nahuatl.
Al respecto en el año de 1596 se apunta en una carta annua jesuita, en la
cual se habla de los costeños del primer río (el Mocorito) y de los que se dice
“saben algunos lengua Mexicana, y los demas una tan corrupta, y barbara que
por eso les llaman Otomies, que es lengua que en la provincia de México se
tiene por mas dificultosa”34. Dicha corrupción y dificultad no era otra cosa que
el desconocimiento de la lengua y la falta de interés para comprenderla.
Antes de la llegada de los españoles la nación contaba con un número im-
portante de habitantes como para conformar su nación y para conservar su len-
gua, de tal suerte que ésta se dividía en tres dialectos. Sesenta años más tarde,
los jesuitas dan cuenta de la drástica caída poblacional, pero alcanzaron a ser
testigos de la existencia de dichos dialectos: “El río primero que llaman de Se-
vastian de Ebora, es de tres lenguas, pero poca gente de cada una” 35. El reduci-
do número de hablantes que encontraron los misioneros a su llegada hizo que
no se preocuparan por conocer su lengua y en consecuencia, se negaron a
aprenderla e iniciaron el proceso de su destrucción al imponer el nahuatl y el
español como las lenguas, válgase el término, oficiales.
La lengua de los Macore desapareció completamente en la primera mitad
del siglo XVII, ya que al iniciarse la segunda mitad del mismo, no había un
solo indígena de esta nación que no hablara el español o cuando menos el
nahuatl, haciendo innecesaria la conservación de la lengua nativa, inclusive
desapareció el nombre con que se hacían llamar, o sea, los MACORE, ya que
dicho nombre se modificó para dar origen al vocablo moderno de Mocorito.
El proceso lingüístico que se siguió para llegar a la voz Mocorito fue de

38

la siguiente manera: Mocorito está compuesta por el radical “Mocore” y el afi-


jo “to”. El radical “Mocore” proviene de la corrupción del vocablo Macore,
que se refiere al nombre y lengua de los que vivían en la cuenca del río del
mismo nombre, de donde gramaticalmente ante consonante la “e” se trocó por
“i” dejando Macori, que al castellanizarse la “a” restante se convirtió en “o”
resultando Mocori y al agregarse el sufijo español “to”36 resultó el vocablo
moderno Mocorito. Al hacer la traducción literal se tiene el significado “los
macore” en el sentido de señalar la nación, los habitantes pertenecientes a la
misma e igualmente daba a entender la ubicación y delimitación del territorio
que ocupaban, es decir, se decía Macore, como decir Francia o USA, cuyo sig-
nificado ya implica lengua, habitantes y territorio. A partir del establecimiento

34
Annua de 1597. A. G. N. Historia XV. f. 70.
35
A. G. N. Historia XV, fs. 14ss.
36
“to término o complemento castellano pospositivo al nombre” que significa lugar. Olea, Hector R. 1980.
p. 32.
de los españoles en territorio sinaloense se les comenzó a nombrar a acuñar la
palabra Mocorito (aproximadamente a partir de 1540-1550).
Muchos historiadores modernos, frecuentemente omiten en sus estudios
la clasificación de las lenguas sinaloenses prehispánicas, lo que ha llevado a
confundirlas en sus niveles lingüísticos. Así, por ejemplo, al no hacer la dife-
renciación entre la subfamilia y el conjunto de lenguas que conformaban el
Tahue, se ha llegado a establecer que la lengua que hablaban los Macore, era
precisamente el Tahue y no su propia lengua Macore, que pertenece igual que
aquella, a la misma subfamilia lingüística Tahue.
También ha sucedido lo mismo con los niveles de la familia de lenguas
CAHITA y se postula que todo el territorio que comprendía la Provincia de Si-
naloa, es decir desde el río Mocorito al Yaqui hablaban el cahita como lengua,
sin considerar que las lenguas de la región e incluso más allá de esos límites, o
sea, desde el río Piaxtla hasta el río Yaqui pertenecen a una misma familia lin-
güística, es decir, la CAHITA, la cual estaba conformada por un número consi-
derable de subfamilias lingüísticas y a su vez éstas, por lenguas específicas.
Como una copia de estilos lexicográficos o filológicos, tales como los
acostumbrados para definir etimológicamente una palabra de origen griego o
latino, donde se hace necesaria la referencia a los radicales que la componen,
en México desde el siglo XVIII, se ha pretendido definir voces indígenas, so-
bre todo nombres propios, con resultados poco satisfactorios ya que al definir
o traducir las raíces que conforman el vocablo se obtiene una derivación que

39

aporta nada, no sólo desde una perspectiva idiomática, sino tampoco cultural e
histórica, ya que estos nombres tuvieron validez dentro del contexto en que
fueron producidos. El resultado viene a ser una mera curiosidad, que en el me-
jor de los casos viene a ser una traducción poéticamente afortunada.
Así se tiene, por citar algunos ejemplos curiosos de traducciones hechas
de topónimos: Morobampo (voz hispano-cahita) = en el agua del moro, Baca-
mopa (voz cahita-pima) = en los carrizos del pima, Mango (voz castellana)=
Lugar donde hay mangos, Altata (aztequismo) = Agua del abuelo, etc.37
Estas traducciones que se ofrecen en innumerables obras, dan pie a pen-
sar que en muchas ocasiones el traductor hace volar su imaginación, sólo por
asemejarse a una fonía de voces indígenas que con seguridad no corresponden
37
Véase Olea Hector R. 1980.
a la lengua que les dio origen, y ni siquiera existe una correspondencia históri-
ca con las voces que se imputan en la formación del nombre. Lo cierto es que
la traducción de estos nombres propios actualmente, como se dijo antes, no
tiene ninguna importancia histórica, idiomática, ni antropológica pues fuera
del contexto que les dio origen pierden vigencia y pierden significado.
Así por ejemplo al vocablo Mocorito se le han dado diferentes interpreta-
ciones de traducción, mismas que no tienen trascendencia en su significación
histórica, ni siquiera desde un punto de vista filológico. Ha cambiado el conte-
nido lingüístico que tuvo cuando fue creado el término, es decir, en las voces
indígenas que lo conforman no se corresponden significado y significante de
la palabra actual.
Las acepciones que le han sido asignadas al vocablo se fundamentan en
la consonancia de palabras derivadas de otra lengua y la pregunta que se im-
pone es: ¿tiene sentido que los pobladores llamen a su pueblo, al sistema de su
lengua, a su nación y nacionalidad en una lengua extraña? Ningún pueblo de
la tierra ha procedido de esta manera. Por ejemplo ¿Tendría sentido que los
mexicas hubieran llamado a Tenochtitlan con una voz francesa como París en
lugar de hacerlo con una voz de su propia lengua nahuatl? O ¿en lugar de lla-
marse mexicas nombrarse quéchuas? De ahí que se sostenga que las raíces de
la palabra Mocorito no corresponde a otras lenguas, sino a una propia.
La más conocida de estas aventuras lingüísticas sobre el origen y signifi-
cado de la palabra Mocorito es la de “lugar de muertos” atribuida a Don Eus-

40

taquio Buelna, aunque en 1887 este ilustre mocoritense señalaba que el voca-
blo Mocorito era de ignorada significación y agregaba, con muy poca convic-
ción, que quizá esté compuesto de las voces cahitas mucuri que aunque usual-
mente no significa muerto, puede gramaticalmente entenderse por tal cosa, y
de la posposición to en cuyo caso significaría lugar de muertos38.
Luego este historiador hace énfasis en la existencia de lenguas propias
que se hablaban en los diferentes pueblos prehispánicos de la Provincia de Si-
naloa y dentro de ellas considera la lengua Mocorito 39 reportándola como des-
38
Buelna Eustaquio. 1983. p. 99.
39
LENGUAS PARTICULARES DE LOS POBLADORES PREHISPANICOS DE LA PROVINCIA
DE SINALOA
1.- En la parte superior del río Fuerte, los pueblos Huite, Zoe y Baimena con sus correspondientes lenguas
Huite*, Zoe* y Baimena*.
aparecida, por consiguiente, admite que en las inmediaciones del río Mocorito
no se hablaba la lengua cahita, sino el mocorito.
Ahora bien, el hecho de pertenecer dos lenguas a una misma familia lin-
güística no implica que éstas sean iguales, posiblemente debieron de existir se-
mejanzas entre las lenguas de la familia cahita, pero evidentemente entre si
había particularidades muy significativas que las hacían incompatibles y con-
secuentemente diferentes. Semejanzas y disparidades tales como las que se en-
cuentra entre las lenguas romances actuales.
Por otra parte el licenciado Buelna no confundió los niveles lingüísticos
señalados antes, sino que a partir del siglo XIX ha sido utilizado el término
Cahita “para señalar la lengua común a los tres grupos indígenas del noroeste
de México, los yaquis, Mayos y Tehuecos. Esta manera de hablar quedaba jus-
tificada, para los antiguos autores, por la semejanza de los vocabularios, mor-
fología y sintaxis de los tres”40. Las diferencias idiomáticas entre las tres len-

41

guas era más acentuada en la época prehispánica, pero a partir del siglo XVIII
donde quedaron como las únicas lenguas vivas tendieron a unificarse mediante
un proceso lógico de homologación sobrevivencial.
Además Don Eustaquio apunta que el nombre de Mocorito alude a “la
matanza del cacique y de 150 indígenas que cerca del pueblo hizo Francisco
Vásquez Coronado”41. En caso de así haberse realizado, el mencionado suceso
debió ocurrir en 1540, ahora surge otra pregunta obligada: ¿Cuál nombre tenía
antes del año en que aconteció el suceso?
Otra interpretación señala que se trata de una variante de voces prove-
nientes de la lengua mayo: macori-to, que está compuesta de macori, apócope
de macorihui, una alteración de la voz mayocahui, adjetivo aplicado a una
2.- En la parte media del río Fuerte los Sinaloa, Tehueco y Zuaque con su lengua Cahita.
3.- En la parte baja del mismo río y comarcas adyacentes, los Ahome, Bacorehui, Batucari, Comopori y
los Guasave rumbo al mar cuya lengua era el Bacorehui*.
4.- En el arroyo de Ocoroni. Los Ocoroni con su respectiva lengua el Ocoroni*
5.- Sobre el río Sinaloa. Los Nio y su lengua el Nio*
6.- De origen Pima. Los Bamoa vivían en la parte superior de los Nio y su lengua fue el Bamoa*.
7.- En la parte superior del río Sinaloa. Los Ohuera, Cahuimeto y Chicorato. Con sus lenguas respectivas
la Ohuera*, la Cahuimeto* y la Chicorato*.
8.- En el río Mocorito. Los Mocorito y su lengua Mocorito*.
Fuente: Buelna, Eustaquio. 1983. p. 21
* Lenguas desaparecidas.
40
Lionnet, Andres. 1977. P. 7.
41
Buelna Eustaquio. 1983. P. 95.
fracción de los indios Mayos o gentes que hablan el dialecto de la lengua cahi-
ta; además de la posposición to que denota ubicación, lugar, el topónimo sig-
nificaría entonces lugar de las gentes que hablan un dialecto de la lengua cahi-
ta o donde habitan los indios mayos o macoritos 42. En este caso la disquisición
se basa nuevamente en voces de otra lengua de la familia cahita, y se insiste
que la palabra Mocorito está formada por las voces de otra lengua también di-
ferente a la lengua Macore. Además, el autor considera que la los habitantes
de la región hablaban la lengua mayo y no la propia como se señala en los do-
cumentos jesuitas.

De las cosas de la guerra.

Entre los macore la guerra no tuvo jamás una connotación religiosa, ni el


carácter necesario para sostener y conservar un Estado, tampoco fue necesaria
para ampliar sus territorios mediante la conquista, la anexión y ocupación.
Las guerras entre las naciones de la región se daban para vindicar alguna
ofensa nacional. Eran generalmente de carácter muy limitado y locales. Las
acciones guerreras eran de una nación con otra o aldeas de naciones diferen-
tes, jamás se daban al interior, entre connacionales, o entre una aldea y otra.
Existían líderes guerreros, que no coincidían necesariamente con los de
paz y ejercían su autoridad únicamente en esos tiempos de guerra.
42

Fig. 9a. Hachas de garganta tres cuartos

42
Olea, Hector R. 1980. p. 145.
La autoridad guerrera era férreamente aceptada e incluía a todas las al-
deas de habla Macore y se recurría a ella, como antes se dijo, para lavar afren-
tas u ofensas en contra de la unidad nacional, etc.

Fig. 9b. Hacha adornada. Fig. 9c. Hacha larga.


Carecían de una organización política y militar amplia y no practicaban
la guerra en escala mayor. Ya que la armonía entre la población y los territo-
rios hacían innecesarias acciones guerreras de conquista o anexión de nuevos
territorios. Las unidades políticas o militares raramente rebasaban más de un
solo valle o nación43.
De manera tal que en la época de la conquista española costó muchas vi-
das y tiempo aprender a agruparse y presentar un frente plurinacional, poseían,
en consecuencia, tácticas y estrategias militares mucho más limitadas que sus

43

agresores españoles, tarascos y mexicas, que eran pueblos guerreros por nece-
sidades de sus Reinos. Además la inferioridad del armamento los hizo más
vulnerables, pero aun así. jamás fueron conquistados por las armas.

43
Sauer Carl. 1988. p. 252.
Fig. 9d. Hacha ceremonial.

Las armas que por lo general se usaban eran el arco y la flecha. En docu-
mentos españoles se reportan como excelentes flechadores. Se han encontrado
en la región puntas de flecha de obsidiana y de otros materiales muy bien tra-
bajadas, pero no era la generalidad, es decir, las usadas eran normalmente sin
punta de pedernal, de madera muy dura y de puntas quemadas. Las puntas de
flecha que aparecen en la fig. 7 tenían un uso ceremonial o de ornato. Las lan-
zas eran fabricadas con igual técnica. Impregnaban las armas con un veneno

Fig. 10. Puntas de flecha

muy poderoso (que los españoles tenían pavor) ya que con una pequeña herida
causaba la muerte de una manera horrible, también se usaban mazos de made-
ra con incrustaciones de puntas de piedra afilada pero lo más común eran las

44

hachas de piedra ranuradas en sus tres cuartas partes. Se han encontrado una
gran variedad de formas figs. 6a y 6b, ocasionalmente se encuentran decora-
das con figuras de animales en la parte posterior fig. 6c. También de tipo cere-
monial, fig. 6d, hechas de obsidiana pulidas y muy bien trabajadas. Para la de-
fensa usaban escudos o rodelas de cuero de venado o de pécari.
Acostumbraban a festejar las victorias guerreras con danzas e ingestión
de bebidas embriagantes, también era práctica común la antropofagia ritual
como una manera de honrar al guerrero muerto que más se distinguió en la ba-
talla. Este culto de guerra incluía el canibalismo ceremonial con partes del
cuerpo del enemigo o de sus propios guerreros muertos, aquellas partes donde
había radicado su destreza guerrera; por ejemplo, los brazos si había sido un
hombre fuerte; las piernas si veloz, etc.

Del comercio y otras actividades.

Había comercio regular por todas las partes del área, con productos gene-
ralmente de ornato y alimenticios (el comercio de la sal era importante), pero a
pesar de ello no había mercados permanentes, los sitios recurrentes utilizados

Fig. 11. Fragmento vasija de barro cocido

para el cambio eran las aldeas más grandes. Tampoco se ha encontrado ningu-
na indicación de la forma dinero o un equivalente y ninguna sugerencia de for-
mas importantes de riqueza o acumulación de la misma o estratificación social
basada en la posesión de ella44.
La agricultura era la actividad más importante y dadas las condiciones

45

44
Cfr. Spicer, Eduard H. , 1971, p. 788
ambientales, la gran mayoría de las aldeas de la Nación Macore, podían cose-
char dos cultivos al año y complementaban sus necesidades de consuno con la
caza, pesca y la recolección.

Fig. 12. Figurillas de terracota

La caza, pesca, la fabricación de armas y la mayor parte del trabajo agrí-


cola eran las actividades propias que desempeñaban los hombres de la aldea.
Por su parte las mujeres además del trabajo doméstico, ayudaban en la agricul-
tura, en las épocas donde se requiere una inversión mayor de trabajo, como
son las labores de cultivo y cosecha, además. Las mujeres y los ancianos se
encargaban, junto con los muy jóvenes y menores, de la recolección de ali-

Fig. 13. Sello. Los sellos eran utensilios para


decoraciones estampadas, en tejidos o piel

46
mentos silvestres de la fabricación de los utensilios para el hogar como la fa-
bricación vasijas de barro, metates, molcajetes, cestería, petates y tejidos de
algodón para el vestido45.
Fabricaban utensilios de barro cocido, quizá el rasgo más característi-
co de decoración de la cultura Macore haya sido el grabado puesto que a la fe-
cha no se han encontrado rastros de decoración policroma y consistían por lo
general en trazos geométricos complejos sobre color nogal (fig. 8)
Se han encontrado también figurillas de terracota cuyo tamaño es de
aproximadamente unos quince centímetros, modeladas algunas con facciones
antropomorfas y otras con características zoomorfas, planas en la parte poste-
rior (fig. 9), coloreadas en tonos de ocre. Otra forma cerámica importante lo
constituyeron los troqueles o sellos que pueden ser fijos como la fig. 8, o cilín-
dricos, eran utilizados para las decoraciones estampadas en telas o cuero.

De la manera que hacían los casamientos estos naturales.

En los casamientos los grados de parentesco por afinidad no se tomaban


en cuenta, en cambio el de consanguinidad era observado con mucho rigor. El
modo de casarse se iniciaba con la concertación del matrimonio entre los pa-
dres y parientes, y era la madre de la novia quien debía de otorgar la conformi-
dad, sin ella, no se realizaba el matrimonio. Una vez concertado se sellaba el
compromiso dándose las manos.
Venía luego un periodo donde los novios se trataban y conocían, pero
cada uno viviendo en su casa. Había ocasiones en las cuales el matrimonio se
concertaba cuando los contrayentes eran de poca edad, entonces, se esperaban
sin verse ni tratarse el tiempo necesario hasta cumplir la edad. El novio y sus
parientes construían la casa donde iba a residir la pareja. El día del casamiento
el padre de ella la entregaba al yerno con todo su ajuar, dejándola en su nueva
casa.
Cada hombre tenía tantas mujeres como pudiera mantener. A cada una le
debía asegurar la casa y su respectiva sementera, es decir tenía que asegurarle
casa y sustento.
47

45
Cfr. Spicer, Eduard H. loc. cit.
Cuando existía incompatibilidad en el matrimonio o la mujer no cumplía
con sus obligaciones se hacía acreedora a una pena que el marido le otorgaba
y que consistía en el repudio público y la disolución del matrimonio.
Esta especie de divorcio, era una gran afrenta para ellas, porque después
se dificultaba encontrar quién se quisiera casar con ellas, en cambio el marido
podía buscar otra mujer sin mayor trámite.
La ceremonia de iniciación al matrimonio para el varón consistía en do-
tar, al futuro contrayente, de arco y flechas (y aunque todos, desde los tres
años lo usaban e iban cambiando de arco conforme crecían), en este caso era
ceremonial, luego se le enviaba a que usara las nuevas armas con algún hecho,
que de ordinario era matar algún animal salvaje.
Las doncellas evitaban tener juegos, pasatiempos y tratos con los varo-
nes, porque era una gran afrenta haber perdido la castidad antes de casarse.

De la construcción de casas y de la vida ordinaria de los naturales.

Todas las casas tenían la misma distribución constaban de un solo cuarto


rectangular de uso múltiple, ya que en él se encontraba el espacio para dormir
y el fogón, alrededor de éste se realizaban las comidas.
El tipo de tecnología constructiva para la edificación de las casas en las
aldeas puede considerarse de dos tipos., un tipo se construía con paredes de
varas trenzadas cubiertas con estuco de barro, la techumbre era sostenida por
gruesos horcones y el techo se construía con leña cubierta por una gruesa capa
de tierra, aunque también podía ser de palma. El otro tipo se caracterizaba por
ser más sencillo que el anterior y por consiguiente era, mucho más frecuente.
Consistía igualmente en la construcción de paredes de vara trenzada pero sin
estuco y techo invariablemente era de zacate o palma, (véase fig. 11)46.
Los dos procesos constructivos han llegado hasta nuestra época sin gran
alteración, el primero, presente en la actualidad en los conocidos terrados. El
otro encuentran, con suma frecuencia, en las áreas rurales de la región.
Frente a la puerta principal de la casa, sin importar el tipo, se construían

48

46
Spicer Eduard H. 1971. p 788
portales con techo de madera y palma, tanto para sombra, como también para
guardar arriba de ellas el maíz, haciendo el lugar de troje. Sobre el techo se
colocaba el maíz en mazorcas, lo tapaban con zacate del mismo maíz y agre

Fig. 14. Casa con paredes de vara trenzada y techo de palma.

gaban una cubierta de palma para evitar que se mojara con las lluvias. Debajo
de estos portales dormían en el verano. En el invierno lo hacían dentro de la
casa, se prendía el fogón o una fogata en el centro del cuarto para calentar la
habitación. Dormían en el suelo sobre un petate y como almohada usaban un
trozo de madera47.

Fig. 15 a. Metate 15 b Manos de metate.

49

47
A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 17-18
Los utensilios de uso doméstico lo constituían el metate y el molcajete,
los cuales se han encontrado de tipos variados. Sus comidas ordinarias las rea-
lizaban dos veces al día, en la mañana, y a la puesta del sol. La dieta estaba
constituida por tortillas, frijoles, calabazas cocidas o asadas, las proteínas ani-
males eran proporcionadas por peces que había en abundancia en el río y la
caza de venados, conejos y pécaris.

Fig. 16a. Molcajete Fig. 16b. Molcajete Fig. 13c Molcajete


Se hacían bebidas de diferentes maneras, unas veces sólo agua con maza,
otras con harina de maíz previamente tostado (pinole), disuelto en agua, obte-
niéndose una bebida fresca. Ambas mezclas podían ser cocidas para obtenerse
dos tipos de atole. También hacían bebidas embriagantes a partir de diferentes
fermentos: del mismo maíz, de la pitahaya, etc.
Estas bebidas embriagantes no se consumían en el uso diario y común,
eran reservadas para ocasiones solemnes y ceremoniales, y para las cuales se
congregaba toda la aldea, como era el caso de los funerales, festejos guerreros
o ceremonias religiosas. Había otras de menor participación social como eran
las curaciones particulares. Los jóvenes y los niños no participaban en estos ri-
tuales, ni ingerían las bebidas embriagantes48.
Los misioneros jesuitas señalan que eran excelentes tejedores, para ello
fabricaban malacates o husos de hilar (figs. 9a y b), los cuales a menudo se en-
cuentran ya lisos y pulidos o adornados con grabados, como con anterioridad
se mencionó.
No se encontró información de cómo hacían el tejido de las mantas, pero

50

48
A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 17-18
es de suponerse que dichas telas eran tejidas en telares de cintura.

Fig. 17a Malacates grabados. Fig. 17b. Malacate liso y pulido


El vestido de los hombres constaba de un taparrabo y una manta a manera
de capa, ésta última, sólo se usaba en el tiempo de frío o para ocasiones espe-
ciales, en el tiempo de calor la gente andaba casi desnuda.
Las mujeres usaban una falda hasta la rodilla y una especie de tápalo o re-
bozo frecuentemente decorados en colores azules.
Tanto los hombres como las mujeres usaban el cabello largo, ellas lo
traían siempre suelto y los hombres lo trenzaban haciéndose peinados elabora-
dos y lo adornaban con plumería, para lo cual criaban diferentes pájaros de
hermosas plumas en sus casas.

Fig. 18. Campana de cobre.

51
Eran muy afectos al uso de adornos incluían conchas, perlas, campanas
de cobre (fig. 15), oro, plata49 y piedras de colores, colgadas al cuello a modo
de cadenas en grandes sartas. (fig. 16)

Fig 19. Cuentas de piedra.


Los adulterios de una parte o de la otra eran muy raros.
No existía la prostitución y la homosexualidad era castigada, de tal suerte
que aquel que era sorprendido, se le impedía el uso de las armas y las acciones
reservadas al género masculino y se les imponía el vestuario, oficios y activi-
dades propias de las mujeres50.
No había hurtos entre ellos, y así cuando se iban del pueblo, no dejan
mas cerradura en la casa, que un petate puesto a la puerta, y el maíz sobre las
trojes no era tocado ni les falta alguna cosa en la casa.

De los juegos y distracciones que ellos tenían.

Tenían un juego que era semejante al juego de dados, usaban unas cañue-
las con puntos y diversas señales que se reducían a suertes. Se requería una ce-
remonia de iniciación para poder jugarlo y consistía en la introducción de un
palo por la boca, hasta la garganta que casi les ahogaba y les provocaba el vó-
mito, cuando habían depuesto lo que habían comido y bebido ya tenían li-

52

49
Cfr. Meighan, Clement W. 1971. p. 755.
50
Véase A. G. N. Annua 1593. Historia XV. fs 18-20.
cencia para poder jugar.
Solían jugar de sol a sol, y perder en el juego hasta las mantas y cuentas,
y todo cuanto tenían, al término se iban en paz y desnudos a sus casas, sin que
hubiera entre ellos palabras de enojo o pesadumbre. Este juego comúnmente
lo practicaban en tiempo de calor.
Los aldeanos de las riveras del Mocorito se distinguían por ser grandes
triscadores, y lo ejercían como un divertimento, bromeaban de unos y de otros
con grandes risas y chacota y no escapaba nadie de ellas.51.
En la época de frío se practicaba un deporte que consistía en desafiar a un
pueblo vecino, para que presentase un equipo y se enfrentara con el local,
am--

Fig. 20. Pelotas de piedra para el juego del Gome.


bos equipos tomaban un palo rollizo, pesado, de un palmo (una cuarta) de lar-
go, el cual aventaban con los pies, partiendo de un lugar determinado en el
pueblo retador y la meta o final la situaban en el otro pueblo al que se había
desafiado. Cada equipo iba aventando, a todo correr, su correspondiente palo.
Los que primero llegaban el palo a la meta, ganaban las preseas o premios
acordados, que generalmente eran mantas, arcos y flechas, otras armas como
macanas, sartales de adornos, plumajes, etc. Solían cambiar los palos por pelo-
tas de piedra. Este deporte se conservó hasta finales del siglo XIX que enton-
ces se le llamaba “Gome”.
El juego de pelota llamado ulama, de raíces prehispánicas que aun se
practica en Sinaloa y muy en particular en la región de Mocorito, no es un de-
porte originario de loas culturas prehispánicas asentadas en Sinaloa, es un jue-
go de origen absolutamente mesoamericano, y fue introducido a tierras sina-

53

51
Cfr. A. G. N. Annua de 1593. Historia XV. fs. 18-20
loenses por indígenas mexicas, ya que en su desempeño se encuentran térmi-
nos de evidente origen mexicano, como lo son la propia voz ulama que viene
de ullamaztli (nombre original), taste de tlachtli, analco, chimali, urre, chichi,
pegua, etc., así como las connotaciones mágico numéricas de la puntuación.
Así pues, no cabe duda alguna sobre el origen mexica y la introducción
por los mismos a territorio de Sinaloa. Lo que habrá que determinar es el tiem-
po de dicha introducción, es decir, antes o después de la conquista. Se sostiene
que la introducción de la Ulama a los pueblos del norte de Sinaloa se llevó a
efecto en un tiempo posterior a la conquista por los indígenas mexicanos, ta-
rascos o tlaxcaltecas con que repoblaron la región, más preciso, se comenzó a
jugar en la región en los inicios del siglo XVII. Las razones para aducir lo an-
terior se basan en lo siguiente: En todos, absolutamente todos, los lugares don-
de se introdujo el ulamatzin por los mexicas prehispánicos se construyeron tla-
chtlis o patios para el juego de pelota, en el Noroeste no se han encontrado,
excepto Amapa, Nay. y Paquimé, Chih.
Todos las crónicas o estudios de los historiadores del siglo XVI que des-
criben el ullamatzin lo refieren exclusivamente a lugares mesoamericanos. Los
cronistas tempranos de la región sinaloense no hacen ninguna alusión, sin em-
bargo describen otros tipos de juegos. No existe ningún elemento que se rela-
cione con giros idiomáticos, costumbres, etc. que permita asociarlo con los
pueblos nativos. Sólo historiadores del siglo XVIII, como Clavijero y Landi-
var hacen mención del juego de pelota en el Noroeste.
En consecuencia la ulama sinaloense corresponde a raíces culturales ajenas 52,
fue traída a nuestra región debido a la gran afición de los pueblos del altipla-
no, durante la época española. Fue modificada en su práctica y sus concepcio-
nes, ya que el nuevo estatuto de pueblos conquistados impedía su práctica con
las connotaciones religiosa y cultural específicas, las cuales se correspondían a
estructuras teocráticas y concepciones religiosas, mismas que desaparecieron
después de la conquista, de ahí el giro que se le dio como si fuese la práctica
de un deporte.

54

52
Véase Leyernaar, Ted J. J.
De la religión que profesaban.

La cosmogonía incluía concepciones de la creación y un diluvio univer-


sal, una visión de la vida regida por el control sobrenatural de los fenómenos
más importantes y determinantes, como las estaciones de lluvias y de secas.
Una creencia en serpientes se asoció con la primavera y fuentes de agua
que era la fuente del poder sobrenatural.

Fig. 21a Deidad antropomorfa Fig. 21b Deidad zoomorfa.


Adoraban la figura de un hombre sobrenatural dominante y a una compa-
ñera, derivadas probablemente de la contemplación de los cuerpos celestes, es
decir, el sol y la luna, y que entre otros pueblos de regiones vecinas les llama-
ban con los nombres de Virigeva y Vairubi, también estaban asociados, de al-
gún modo, con el ciertos animales (ver figs. 15a y 16) y flores, los cuales te-
nían un alto valor ritual. La religión era doméstica, es decir se practicaba en
los hogares, no había centros ceremoniales ni templos. Los objetos materiales
y efigies empleados en las ceremonias eran hechas para un uso temporal ya
que su destrucción o abandono era parte misma. No tenían representaciones
permanentes de lo sobrenatural, como las encontradas en otras culturas.
55
Fig. 22. Deidad figura de coyote.
La representación iconográfica de sus deidades, en el mejor de los casos,
lo hacían en pequeñas esculturas de piedra de un tamaño aproximadamente de
medio metro. También lo hacían en el suelo dibujando a la deidad con piedras
y tierra de colores diferentes.
Practicaban un ritual funerario complicado y con la participación de to-
dos los adultos de la aldea. A medida que el enfermo entraba en agonía le iban
pintando el cuerpo y el rostro con las pinturas ceremoniales e igualmente se le
engalanaba con sus arreos de guerra. Eran enterrados con todas sus mantas,
plumería, sartas de adornos, arco y carcaj con flechas, mucha comida, y una
calabaza o guaje (bule) grande con agua, necesarias para el largo camino que
tenían que emprender. Mataban los animales que poseía el difunto, de suerte
que cosa suya no quedase viva. Los enterraban junto a un árbol echando gran
cantidad de vino sobre la sepultura, pues pensaban que todos los muertos iban
a una región de tinieblas, debajo de la tierra. En el rito funerario lo acompaña-
ban ingiriendo grandes cantidades de bebidas embriagantes53.
Otros elementos de carácter religioso lo constituían las profecías de los
Chamanes quienes podían diagnosticar y curar las enfermedades, prever even-

56

53
A. G. N. Annua 1593. Historia XV. f. 18
tos futuros y controlar el tiempo y su poder era el resultado de sueños que les
fueron revelados.
Los Chamanes eran jefes importantes y practicaban los rituales, a menu-
do acompañados por grupos de hombres, cantantes mujeres y con bailables
que duraban toda la noche. Ellos eran quienes prescribían el ritual por la varie-
dad de la cura o de la festividad de que se tratase.
Utilizaban la herbolaria para el tratamiento de las enfermedades en gene-
ral y hacían pinturas de tierra para la curación de enfermedades causadas, por
las relaciones insatisfactorias entre humanos y animales.
SIGLO XVI
La penetración española
Nuestra área fue destruida casi por completo al
ser invadida en 1530 y 1531 por una partida de
asesinos que España soltó en el Nuevo Mundo y
porque en esos días no había freno ninguno a las
propensiones asesinas de los conquistadores.
Carl O. Sauer

En todas las regiones de América, el momento de la penetración de los


europeos a sus territorios constituyó el parte aguas histórico que habría de de-
finir el futuro de estos pueblos. Así, el patrón que se siguió en las Antillas, en
Cuzco, en México Tenochtitlan y en Sinaloa fue el de muerte, destrucción y
religión católica.
El 13 de Agosto de 1521 cayó vencida la Gran Tenochtitlan, una de las
ciudades más grandes del mundo de la época, ante el ataque de más de cien
mil guerreros Tlaxcaltecas comandados por un puñado de españoles, bajo el
mando de Hernán Cortés.
Diez años después, tropas conquistadoras irrumpían el escenario geográ-
fico del Noroeste, e igual que los vencedores de Tenochtitlan, estaban forma-
das por miles de soldados tlaxcaltecas, mexicas y tarascos y un puñado de es-
pañoles al mando del gobernador de Nueva Galicia Beltrán Nuño de Guzmán.
Encontraron civilizaciones de nutridas poblaciones y de suyo pacíficas, los in-
vasores eran bien recibidos, se les obsequiaba, alimentaba y complacía en
todo, en correspondencia a las buenas maneras de los naturales, los españoles

58
arrasaban aldeas y pueblos e iban dejando tras de sí una hilera de ruinas hu-
meantes y muertos por doquier, los sobrevivientes eran sacados en masa y
vendidos como esclavos; en pocos años las costas de Sinaloa y Nayarit se vol-
vieron un desierto54.
Las huestes de Nuño de Guzmán, convirtieron en recuerdo las culturas
totorame que encontraron a su paso, llegaron hasta el corazón de la Nación
Tahue y sobre los cadáveres de sus habitantes se fundó la Villa de San Miguel
Navito, en Septiembre de 1531.
Esta Villa, el pueblo indígena de Culiacán, y al que se mudaron posterior-
mente, fue durante años, la frontera más septentrional de presencia española
permanente y fue también el último lugar de conquista en el noroeste.
Se ha hecho un cálculo de la población que tenía el área comprendida en-
tre los ríos Culiacán al norte y Grande o Santiago de Nayarit al sur, antes de la
llegada de los españoles, y se llegó a una cifra promedio de, 25 habitantes por
kilómetro cuadrado, lo cual nos reporta una población aproximada de 225 mil
habitantes. Para el área comprendida en el actual Estado de Sinaloa se estimó
una población semejante a la reportada en el censo de 1930, es decir, Sinaloa
necesitó aproximadamente 400 años para recuperarse del genocidio español.
Conquistadas las regiones totorame y tahue y asentados en Navito, Bel-
trán Nuño de Guzmán procedió al repartimiento de los pueblos indígenas, ur-
gido por la ambición de riqueza del hatajo de filibusteros españoles que le
acompañaban. Y sin más trámite que el conocimiento de su ubicación, cual
botín de guerra, y no un procedimiento económico de conquista se dieron a la
tarea de repartirse el territorio.
Las disposiciones reales establecían que “los Adelantados, Gobernadores,
Alcaldes Mayores y Corregidores, que pacificasen y poblasen provincias y
ciudades, estando la tierra en paz y los señores y naturales della reducidos a la
obediencia de los reyes de Castilla, y no antes, los pueden repartir y encomen-
dar entre los conquistadores y pobladores, para que cada uno tenga a su cargo,
defienda, doctrine y ampare los que cupieren, según por leyes y cédulas reales
estuviese ordenado”55. Así, Nuño de Guzmán bajo el supuesto de esta orde
nanza hizo repartimiento de los poblados de la región de Culiacán, dejando las
instrucciones, para que después de su regreso a Chiametla y Guadalajara, las

59

54
Sauer, Carl 1998. P. 252
55
Zavala, Silvio. 1935. infra. p. 58.
ejecutara y publicase el Alcalde Mayor Diego Hernández de Proaño y fue
“desta manera: fulano y fulano se sirvan de tal pueblo para que le haga su casa
y le dé de comer, en tanto que se visita la tierra y se hace el repartimiento; y
desta manera hizo el repartimiento, unos de dos en dos y otros solos, según la
calidad de las personas y habiendo venido muchos caciques, señores de pue-
blos de paz, y escriptos sus nombres”56.
Este fue el primer reparto de pueblos indígenas en Sinaloa y evidente-
mente estaban comprendidas en las áreas de Culiacán hacia el sur, porque las
de la región norteña se hicieron hasta 1534 y 1535. Ya que para hacer dichos
repartos, sin violar las ordenanzas, era menester que los pueblos estuvieran en
paz y reducidos a la obediencia del rey.
Muy pronto la ambición y el deseo febril de riqueza pronta y fácil de los
españoles destruyeron la base económica de los pueblos y naciones sinaloen-
ses, desapareció primero la actividad comercial que mantenían con otros pue-
blos de México, al desaparecer las metrópolis de los reinos con los cuales co-
merciaban. Después la propia base productiva de las naciones y consecuente-
mente la producción que las sustentaba. Sobrevivió una raquítica producción
agrícola de subsistencia, por lo que el encomendero quedó atrapado entre la
ambición desmedida de enriquecerse de la noche a la mañana con una econo-
mía que no le producía medios para el cambio y otra monetaria que se los re-
clamaba. Se vio forzado entonces, a monetizar el único medio que poseía: la
fuerza de trabajo indígena, es decir, vendió a sus encomendados como escla-
vos.
Al poco tiempo de haber dominado la región de Culiacán, comenzaron a
incursionar hacia las regiones norteñas nombrando desde diez leguas al norte
de Culiacán hasta el valle del río Yaqui en el actual Estado de Sonora como la
Provincia de Sinaloa. Las incursiones llegaron hasta los límites de la Provincia
y se convirtió en territorio de caza de esclavos.
La venta de esclavos a gran escala, la brutalidad del trato español que
provocaba la huida de los naturales de sus pueblos hacia la sierra y las matan-
zas sin razón que frecuentemente se llevaron a cabo, trajo como consecuencia
una triste desolación. Más tarde y sin obedecer disposición alguna se preten-
dieron establecer repartimientos en esta Provincia de Sinaloa.
Las tierras encomendadas en la década de los 30’s. en las zonas del norte

60
56
Cuarta Relación Anónima. 1980. P. 480.
de Sinaloa perdieron el interés para los españoles, quienes acicateados por los
descubrimientos de ricos minerales en otros lugares de América y de México y
convencidos de la baja productividad de sus encomiendas provocó el obligado
y temprano abandono del encomendero.

La región del río Mocorito

Las huestes de Nuño de Guzmán, como antes se apuntó, fueron las pri-
meras en penetrar y explorar la Provincia de Sinaloa, pero en estos años no
llegaron más allá de las márgenes del río Petatlán tal y como dejaron anotado
en sus Relaciones Anónimas: “desde aquí [Culiacán] envió el Gobernador al
alcaide de las Atarazanas de México, que se decia Samaniego, á descobrir lo
que había adelante, é llegó hasta el rio Petatlan” 57, luego en otra crónica de la
misma época se asienta que “desde Culiacan hasta el rio Petatlan hay cincuen-
ta leguas: dícese de este rio Petatlan, porque cuando llegamos allí los españo-
les vimos que eran todos los pueblos de los indios cobiertas las casas de este-
ras, á las cuales llaman en lengua de México petates, y por esta causa llama-
mos Petatlan58. Nótese que éste importante río desde 1531 fue bautizado con
un nahuatlismo. Se hace hincapié en ello como ejemplo de lo que antes se
apuntaba sobre el bautizo nahuatl de los pueblos y regiones encontradas en Si-
naloa por los indígenas que acompañaron al conquistador, en contraposición al
rastro de nombres nahuatl puestos a los pueblos del norte de Sinaloa en la su-
puesta peregrinación Azteca.
Así pues, esa segunda expedición ordenada por Nuño de Guzmán y co-
mandada por Lope de Samaniego, no llegó a descubrir el río Mocorito, ya que
no se reporta haber encontrado otra corriente que el Petatlán 59. Se deduce, en-
tonces, que la ruta seguida para llegar al valle del río señalado, sin cruzar el
río Mocorito, fue sin duda remontando el río Humaya hasta la altura de Santia-
go de los Caballeros (camino que ya había sido recorrido y explorado por
Gonza-

57
Primera Relación Anónima. 1980. P. 291.
58
Segunda Relación Anónima. 1980. P. 296
59
En ninguno de los documentos iniciales se hace mención al hecho de encontrar el río Mocorito ni el Oco -
roni, unos pocos años después son perfectamente identificados y mencionados como los tres primeros ríos
de la Provinciade Sinaloa y nombrados como: el Mocorito, el Ocoroni y el Petatlán.
61

lo López en la primera expedición60, inmediatamente después de la conquista


de Culiacán), bajar luego al arroyo de Cabrera y después al verdadero Petatlán
y ésta fue la ruta que durante los dos primeros años se siguió para penetrar a la
Provincia de Sinaloa, pues así era el procedimiento seguido por los españoles,
se enviaba un grupo de avanzada buscando una ruta y ya establecida la usaban
como camino regular.
Hay pruebas de que la expedición no entró al valle de Mocorito, sino que
los guías indígenas los condujeron por un camino interior subiendo por la ári-
da cuenca donde se encuentran los actuales Capirato y Comanito hasta la sie-
rra y siguieron durante una semana por una región poco poblada antes de lle-
gar al río Sinaloa61.
En otra fuente se da diferente noticia de los sucedidos, el padre Antonio
Tello en su Historia de la Nueva Galicia apunta que Nuño de Guzmán dividió
sus fuerzas en tres ejércitos comandados por José de Angulo, Cristóbal de
Oñate y Pedro Almindez Chirinos. Al referirse a éste último señala que partió
hacia el río Petatlán “y antes de llegar a esa provincia, en el río que después se
llamó de Sebastián de Evora, porque se le dio aquella tierra en encomienda,
salieron más de treinta mil indios de guerra impidiendo el paso; pero habiendo
tenido muchos encuentros y escaramuzas con ellos los desbarató, venció y
puso debajo de la corona de Castilla” 62. De acuerdo a lo anterior, el mérito del
descubrimiento del río y su región, si es que se puede atribuir alguno, le co-
rrespondería a Chirinos y no a Sebastián de Evora. Pero al respecto, Don Eus-
taquio Buelna63, apoyado en las relaciones de García Pilar y Juan de Sámano 64
y la Tercera y Cuarta Anónimas, establece que Peralmíndez Chirinos no pudo
encabezar ningún ejercito de Nuño de Guzmán, dado que desde el 7 de sep-
tiembre de 1530 había sido enviado a México desde Chametla por el propio
Guzmán, además en las relaciones primera y segunda anónimas no aparece el
nombre de Chirinos. Igualmente parece exagerado el número de guerreros que
se les enfrentó reportado por Tello. En el caso de aceptar que fuese real el re-
porte del padre Tello y erróneo el desmentido del historiador Buelna, implica-

60
Véase Relación de Gonzalo López. 1981.
61
Sauer, Carl. Op. cit. pp. 256-257.
62
Tello, Antonio. 1980. pp. 356-357.
63
Buelna, Eustaquio. 1989. p. XXXV.
64
Crf. Relaciones de García del Pilar. y Juan de Sámano. 1980
ría que la región del río Mocorito poseía una población su-

62

perior a los 150,000 habitantes. La magnitud del ejercito indígena y la que pu-
diera haber tenido la región, es absolutamente exagerado. Era muy común en
las crónicas de los primeros españoles encontrar estas situaciones, es decir,
exagerar el número de los combatientes a quienes enfrentaban para resaltar el
valor y la supuesta hidalguía de los invasores.
Así se pueden encontrar repetidas referencias a enfrentamientos de dife-
rentes ejércitos españoles con los indígenas de la región del río Mocorito. Es
menester aclarar que las crónicas de los hechos referidos (Tello, Frejes, y
Mota), se consideran poco fiables ya que la información de donde partieron
son de “segunda y terceras manos” a no menos de cincuenta años de distancia
de los momentos descritos.
Durante los dos años siguientes a la partida de Nuño de Guzmán, no se
dio un intento serio de explorar la región, sólo se efectuaban las mencionadas
incursiones para atrapar esclavos, y no fue sino hasta que se organizó una ex-
pedición al mando de Diego de Guzmán, pariente cercano del conquistador,
que penetraron en la zona y dejaron constancia de ello. Así de Guzmán fue re-
gistrando a diario las experiencias de su viaje de exploración a la Provincia de
Sinaloa: “en viernes, cuatro días del mes de agosto del año de mil e quinientos
treinta y tres, partí del valle de Eutuacan [Culiacán], e hice jornada en el pue-
blo de los Xaumocheleb, cuatro leguas. En sábado adelante, tomé camino para
Petatla, que había llevado el alcalde; fue la guía de Cristóbal Hernández, hice
jornada cuatro legauas, hubo aguajes. En domingo se tomó un indio, lengua
huraba, el cual dijo como sabía a Petatla, que se llamaba Moretio, y antes ha-
bía un pueblo que se llamaba Cinulme, que él me llevaría, fue jornada de tres
leguas, hubo aguajes. En lunes tomé camino que dijo el indio; el cual iba cie-
go, y fue lo más sin camino; fue jornada cuatro leguas, hubo aguajes. En mar-
tes hubo en el camino cuatro ranchos de petates; tomóse poca gente, entre los
cuales se halló un viejo, lengua huraba; este día llegué al pueblo de Cinume,
en el cual pudo haber sesenta ranchos de petates; estaban en medio de una sa-
bana, no estaban juntos no se halló maíz sino yerbas que comían los indios; to-
móse poca gente; vestían cueros de venados; pasé una legua adelante a dormir,
la guía que traía, dijo que o sabía más de hasta este pueblo, el viejo que se
tomó en los primeros petates, fue guía para adelante, fue la jornada cuatro le-
guas, hubo aguajes. En miércoles fue jornada cuatro leguas, hubo aguajes. En
jueves me adelanté con diez de caballo, diez peones; llegué este día a

63

Petlata; pasé el río bien; hallose poca gente, el río había venido grande, la vega
estaba hecha una ciénega, y por ella se fue la gente porque no se pudo seguir;
habría ochenta ranchos; no se halló maíz; yerbas comían los indios, había mu-
chos maizales pequeños; este día fue la jornada que yo hice siete leguas, otro
día, viernes, llegaron todos los demás”65.
La distancia que reporta haber recorrido desde el valle de Culiacán hasta
este punto es de 30 leguas (125 Kmts.), Si se sigue una ruta con desviaciones
hacia la sierra, como lo señala, por caminos poco conocidos y en época de llu-
vias, además si se considera que en la segunda relación anónima (escrita dos
años atrás) se anota que dicho río Petatlán distaba de Culiacán cincuenta le-
guas, por la ruta serrana. Por otro lado, más tarde al trazar la ruta directa, sin
desviaciones serranas, entre Culiacán y Petatlán se anota que las respectivas
distancias hacia Mocorito eran veinte leguas de Culiacán y veinte de Peta-
tlán66.
No cabe la menor duda que el río a que hace mención la relación de Die-
go de Guzmán es el Mocorito y al cual nombra “Petatla” como si se tratara del
Sinaloa. Las confusiones geográficas de la época son frecuentes y obvias, de-
bido al desconocimiento absoluto que tenían de la región tanto los españoles
como los indígenas del altiplano que traían consigo y fue frecuente confundir
lugares, como es el caso del río Mocorito con el Petatlán, e incluso se llegó a
confundir con el Piaxtla.
De manera que el río que dista 30 leguas de Culiacán es precisamente el
río Mocorito y aunque no dice el punto de contacto con este río, es definitivo
que a quién pudiésemos llamar el descubridor del río Mocorito es al propio
Diego de Guzmán con sus diez acompañantes de caballo, el día 10 de agosto
de 1533 y no como algunos historiadores ha venido, por muchos años, adjudi-
cado dicho mérito, a Sebastián de Evora, diciendo que en 1532 había descu-
bierto el río Mocorito al ser enviado por Diego Hernández de Proaño.
Por otra parte, en la misma relación referida, el autor anota, más delante,
cuando venía de regreso hacia San Miguel de Culiacán, en su registro referen-
te al día 25 de diciembre dice: “fue la jornada en el arroyo que halló Sebastián
65
Guzmán, Diego de. 1960. pp. 124-125.
66
Obregón, Baltazar de. 1924. P. 68.
de Bora (sic), al tiempo que le enbió Diego de Proaño” 67 y que por la distan-

64

cia, anotada en el citado registro, entre este río y Culiacán (16 leguas=67.040
Km.) debió de tratarse del río hoy llamado de Cobre o Arroyo de Rancho Vie-
jo, cuyos afluentes tributarios nacen en las inmediaciones de Alcoyonqui, uno
y el otro en las de Bacamacari, uniéndose a la altura de Rancho Viejo y que va
a desembocar en la bahía de Dautillos. Este fue el río descubierto por Sebas-
tián de Evora en 1532 y confundido con el Mocorito. Debido a esta confusión
y a la coincidencia de que más tarde recibiera en encomienda los pueblos del
río Mocorito es que le bautizaron con el nombre del mencionado encomende-
ro: Sebastián de Evora o río Evora –como durante mucho tiempo se acostum-
bró a llamarlo- y no precisamente por ser el nombre de su descubridor.
En 1534 se otorgó la primera encomienda de la Provincia de Sinaloa al
soldado y vecino cofundador de San Miguel de Culiacán Sebastián de Evora.
Comprendía los pueblos pertenecientes a la Nación Mocorito. La sede de la
encomienda se situó al norte del pueblo indígena de Mocorito, con dirección
al río Petatlán. A partir de entonces, el río y la sede de la encomienda tomaron
por nombre el del encomendero. El resultado de esta encomienda no fue dife-
rente al resto de la Provincia. Así, el encomendero Sebastián de Evora, para el
año de 1536 había abandonado los pueblos encomendados y marchado a Zaca-
tula, Jal., dejando para siempre las tierras de Sinaloa.
Por litigios y querellas con Hernán Cortés el gobernador de la Nueva Ga-
licia, Beltrán Nuño de Guzmán, fue depuesto de su cargo, encarcelado y se le
abrió proceso; lo sucedió el Lic. Diego Pérez de la Torre, quien muere un año
después dejando el gobierno en manos de Cristóbal de Oñate. Luego, el Virrey
nombra en forma interina a Francisco Vázquez de Coronado, ratificándolo en
abril de 1539 con la orden de conquistar las tierras recientemente visitadas por
fray Marcos de Niza en la desaforada búsqueda de las ciudades de oro de Cí-
bola que trajo en su mente disparatada Albar Nuñez Cabeza de Vaca.
Salió a cumplir el encargo desde San Miguel de Culiacán los primeros
días del mes de marzo de 1540 y tomó el camino hacia el valle del río de Se-
bastián de Evora. De este momento, Don Eustaquio Buelna hace mención de
una matanza perpetrada en el poblado de Mocorito y atribuida a Francisco Vá-
zquez de Coronado, es la misma que el historiador sinaloense considera que
67
Guzmaán, Diego de. Op. cit. p. 133.
fue, esta matanza, de donde posiblemente tomó el nombre de Mocorito o lugar
de muertos. La cita se transcribe a continuación:
“Luego que el ejercito llegó a Culiacán, dicho jefe trató de reforzarlo y
en

65

efecto mandó tropa al pueblo de Sebastián de Evora, y habiéndola recibido los


indios en paz, solamente por el dicho de uno de los malcontentos con sus je-
fes, que le dijo trataban de resistir a sus órdenes, los mandó llamar. Se presen-
taron indios de dicho pueblo sin armas, creyendo que se les iba a hacer algún
regalo, y luego que los vió Coronado, sin averiguación alguna ni otra formali-
dad, los mandó degollar”68. y prosiguió su camino hacia el norte.
Revisando las fuentes nos encontramos con otra cita de la cual hace refe-
rencia el propio Don Eustaquio Buelna, pero la rechaza dándole mayor credi-
bilidad al autor de la anterior, aunque se sabe que ambos son fuentes de segun-
da mano y su escritura datan más o menos de la misma época. La versión de-
sechada narra que en el pueblo de los Mocorito llamado “Sebastián de Evora,
por haber sido encomendada a un portugués de este nombre, quien lo dejó por
lo retirado y por no poder mantener guarnición. En este pueblo, aunque no en
esta ocasión sino después, ejecutó una grande crueldad un vecino de Culiacán,
quien se tenía por hidalgo y por hombre de sus manos, y fue que, habiendo en
los contornos de Culiacán experimentándose algunos asaltos hubo indios que
dijesen que los de aquel pueblo los causaban; diósele comisión al dicho vecino
(indigno de mencionar su nombre), y con algunos soldados pasó a dicho pue-
blo, y media legua antes hizo alto, y mandó llamar al cacique que tenía el mis-
mo nombre de su encomendero, Sebastián de Evora, quien con ciento cincuen-
ta indios sin armas, acudió a su llamado, y los indios que le habían calumnia-
do, dijeron, que al venir sin armas era por asegurar más a los pocos soldados e
indios auxiliares de Culiacán, para matarlos a su salvo, dentro de su pueblo,
donde estaban muchos otros prevenidos de armas, y como eran pocos aún para
los ciento y cincuenta, si estuviesen armados, temió el comisionado perder la
ocasión, y así; luego que llegaron les echaron cerca, y dio orden que los alan-
ceasen, lo que en breve se ejecutó, quedando solo vivo el cacique Sebastián de
Evora, a quien el comisionado apercibió, de que si no se enmendaba, le quita-
rían la vida, pues ya estaba averiguada su traición; a cuyo apercibimiento in-
68
Buelna, Esustaquio. 1989. p. XLV.
trépidamente respondió “que ¿para qué le dejaban la vida habiéndole muerto
tan sin defensa y sin culpa a sus mejores soldados?” Con lo que, enfurecido el
comisionado, ahí mismo le dio muerte.”69.
Al pasar por Mocorito, con destino a Cíbola, Vázquez de Coronado iba al

66

frente de un formidable ejercito quizá el más grande que se paró en ese siglo
en la Nueva España, estaba conformado por “seiscientos buenos y escogidos
soldados, la mayor parte de la más principal caballería de la Nueva España y
cantidad de vituallas de todo género, mucho ganado mayor y menor, asimismo
cantidad de armas, caballos e municiones en abundancia” 70 y sus correspon-
dientes miles de indígenas. Con semejante fuerza bélica, Vázquez de Corona-
do no tenía que reforzar en nada su ejercito en Mocorito, como señala la cita
del historiador sinaloense, a no ser que se hubiese tratado de una pequeña
fuerza de avanzada la que cometió la matanza señalada. En consecuencia no
puede atribuírsele la personal autoría a Vázquez de Coronado no porque fuese
incapaz de cometer esta brutalidad (le sobraba salvajismo para cometer trope-
lías de magnitudes aún mayores), sino porque iba al frente de un ejercito de
magnitud tal, que era capaz de enfrentar a todas las naciones indígenas de la
Provincia si se hubieran podido reunir en un solo ejercito. Entonces ¿porqué
iba a detenerse a matar a ciento cincuenta indígenas indefensos? cuando había
sido nombrado para cumplir una misión más importante; por otro lado, no te-
nía para que hacerlos salir del pueblo, sino de haberlo querido arrasa el pobla-
do con todos sus habitantes. Parece pues, exagerado atribuirle a Vázquez de
Coronado una acción como la señalada. En consecuencia no debe considerárs-
ele el autor directo del hecho registrado y cabe una mayor posibilidad que lo
haya realizado, en su caso, de propia iniciativa algún subalterno al frente de
una pequeña fuerza de avanzada o al vecino de Culiacán de la otra fuente y ci-
tado con anterioridad.
A principios de 1564 el joven expedicionario Francisco de Ibarra, Gober-
nador de la Nueva Vizcaya, llegó a San Miguel de Culiacán, donde Don Pedro
de Tobar, el vecino más importante, le convence avanzar sobre la Provincia de
Sinaloa donde los indígenas se habían “rebelado contra los vecinos y morado-
69
Mota Padilla, Matías Angel de la. 1920. pp. 150-151.
70
Obregón, Baltasar de. 1924. p. 18.
res de ella y contra sus pueblos, haciendas y esclavos que están y asisten en
sus fronteras. [Penetró a la región] y redujo al servicio de algunos de Culiacán
los pueblos y encomiendas que se les habían alzado y rebelado, haciendo nue-
vas encomiendas especialmente a las del río de Sebastián de Eborota (sic) que
redujo y encomendó a Don Pedro Tobar que eran dos encomiendas, la una de
mil hombres y la otra de cuatrocientos los cuales prometieron reconocer, tribu

67

tar y obedecer de nuevo a su encomendero don Pedro de Tobar71.


Este nuevo encomendero de los pueblos del Mocorito, con una visión di-
ferente, le da un nuevo giro a la economía de la región, pues además de la
agricultura de subsistencia de los naturales se preocupa por obtener algún be-
neficio e introduce cantidades importantes de ganado y trata de cambiar, con
ello, la vocación productiva de la encomienda y le imprime un marcado inte-
rés a la evangelización franciscana, erigiendo una modesta iglesia con sacer-
dote de fijo en pueblo de Orabato..
Pasaron los años, y muerto don Pedro de Tobar se fue perdiendo el senti-
do productivo que le había impreso a sus encomiendas y poco a poco cayeron
en el abandono.
La rebeldía de los pueblos, en los primeros contactos con el español con-
sistió en abandonar los poblados, o presentar batalla de forma muy limitada.
Entonces, surgió por necesidad la concertación bélica de los pueblos de la Pro-
vincia de Sinaloa y se produce un brote de rebeldía generalizado en la región,
ya no se trató de la rebeldía pacífica que se había manifestado anteriormente,
sino ahora había conducido a un estado de guerra y con la idea perfectamente
definida de expulsar a los españoles, como se comprueba al observar lo dicho
en el relato de Antonio Ruiz en su famosa Relación, que un caudillo indio lla-
mado Thenari del Sebastián de Evora los animaba y conducía “y que éste les
prometía libertad y que él no consentiría que español (alguno) quedase en toda
la tierra”72.
Era el año de 1575 y la Provincia de Sinaloa entera estaba en pie de gue-
rra contra sus expoliadores españoles, desde los poblados sureños del Mocori-
to hasta los del río Zuaque. La organización fue semejante a la que ya tenían
para la guerra, con la diferencia que ahora era ampliada, es decir, en cada pue-
71
Obregón, Baltazar de. Op. cit. p. 68
72
Ruiz, Antonio. 1974. p.34..
blo hubo un jefe de guerra o caudillo que conducía las acciones acordadas por
el conjunto de pueblos. Se aliaron poblados del río Petatlán y Ocoroni con los
del Mocorito, que constituían los aliados naturales dado que eran regiones ve-
cinas donde se habían establecido encomiendas. Los Zuaques les correspondió
atacar y destruir el Presidio de Carapoa, localizado más al norte y separada de
la región de los ríos anteriores.
La insurrección se inició en el pueblo de Chicorato que está al noreste del

68

río Evora. “se alzaron y mataron a una negra que tenía Juan Martínez ... [y en
respuesta de ello, el cabildo de San Juan Bautista de Sinaloa] dio comisión a
Blas de Elgueta para que con ocho soldados fuese al castigo. Y así fue y lla-
mando a los de Bacubirito de paz le salieron de guerra y se pusieron en armas,
y se fortalecieron en un fuerte que tenían hecho en el pueblo viejo encima de
un cerro, y allí se defendieron todo un día con mucho brío y algazara, ... el
caudillo [español] asomó el rostro por encima de toda la palicida, le dieron un
flechazo en la barba que no fue mas de cuanto señaló la punta de la flecha, y
con esto saltamos dentro y echamos toda la gente fuera ... y después de haber
puesto velas en el real, y los caballos atados empezó a quejarse el caudillo ...
Pasó mucho trabajo aquella noche, y a la mañana estaba de la cabeza a los pies
(del) tamaño como una pipa, hinchado, que fue la mayor lástima del mundo.
Diose luego orden lo llevaran al pueblo de Orabato ... Dejándolos a todos
en paz nos volvimos a la Villa de San Juan ... nos dijeron como se había confe-
sado [Blas de Elgueta] y recibió los sacramentos, y que luego murió, y que el
padre Fr. Pablo lo confesó y enterró”73.
La sublevación fue generalizada. Las alianzas entre naciones no era una
costumbre común de estos pueblos. Superaron los prejuicios ante la amenaza
de la destrucción de su mundo que por la fuerza se les arrancaba. Todas las en-
comiendas y pueblos de españoles fueron atacados, incluso la villa de: San
Juan Bautista de Carapoa, como lo relata Antonio Ruiz:
“A este tiempo estábamos mi padre y yo en el pueblo de Amabache que
era encomienda del dicho mi padre, y estando dando orden de coger una se-
mentera llegó a él un indio muy aderezado de guerra y dijo: ¿qué haces aquí?,
anda vete a tu casa. Mira que han muerto el padre de Orabato y a mucha
73
Ruiz, AntonioOp. cit. p.35.
gente que estaban con él. ¡Anda vete luego!. Y así nos fuimos a la villa de San
Juan [Carapoa], y mi padre en llegando a la villa fue a la justicia y les dijo lo
que el indio le había dicho. [la autoridad le respondió que no había que darles
crédito y nadie hizo caso del aviso] ... a media noche llegaron enemigos y pe-
garon fuego a dos casas que eran cabezas de la villa hacia abajo, ... Y con ese
incendio se tocó armas, ... Y se empezó a hacer vela y guarda de la villa de día
y de noche porque los indios no nos daban lugar a otra cosa. ... [por orden del
cabildo de San Juan se envió pidiendo socorro a Culiacán y se envió a verifi-

69

car las noticias tenidas de que en Orabato habían dado muerte a fray Pablo de
Santa María y treinta personas más] Salió Pedro Ochoa de Garralaga para el
río Sebastián de Evora y llevó consigo a cuatro soldados [acompañados como
siempre de guerreros indígenas amigos] ... llegó al paraje donde los muertos
halló, estaban tales que por ninguna vía pudieron enterrarlos, si no fue sólo al
padre Fr. Pablo que por una señal que el dicho caudillo otras veces le había
visto y por ser sacerdote, se animaron y lo enterraron, y los demás porque no
los acabaran de comer los perros los hizo quemar”74.
“Volvió el dicho Pedro Ochoa [con la noticia que los del Sebastián de
Evora] … y lo mismo la gente de Ocoroni donde estaba otro padre que era
lego y se decía fray Juan de Herrera [a quien rogó se fuera con el a San Juan y
en virtud de que aquel se negara, le dejó como escolta] … a Antonio López,
que hacía vecindad con Antonio de Tovar y Nicolao, y con los demás se fue a
la villa … aquella noche estando ya junta toda la gente de este río [Ocoroni] y
la de Sebastián de Evora, zuaques y tehuecos”75, dieron muerte al frayle, a la
escolta y a la gente de servicio.
Más tarde llegó el auxilio que habían solicitado a San Miguel de Culia-
can, treinta y seis soldados arcabuceros y quinientos guerreros tahues y acaxes
al mando de Diego de Guzmán. Como resultado de esta rebelión generalizada,
primera de esta magnitud en la provincia de Sinaloa, los españoles se vieron
impelidos a dejar los pueblos, estancias y encomiendas y se refugiaron en San
Miguel de Culiacán dándoles el triunfo a los naturales y a su causa, cuando
menos por un tiempo.

74
Ruiz, Antonio. 1974. pp. 33-34
75
Ruiz, Antonio. Op. cit. pp. 34-35.
“Algunos años habían pasado con quietud los moradores de la Provincia
de Sinaloa, cuando don Pedro de Montoya, soldado veterano y muy práctico
en cosas de guerra alcanzó del gobernador de la Vizcaya, que entonces era don
Fernando de Trejo, facultad de entrar con gente a Sinaloa. Se alistaron en Cu-
liacán treinta soldados y quiso acompañarlos el licenciado Hernando de la Pe-
drosa que había antes entrado a Carapoa. Salieron de San Miguel a fines de
Enero de mil quinientos ochenta y tres” 76 con la finalidad de reconquistar los
territorios y someter a la población indígena para establecer la paz.
Penetraron hasta la región del Petatlán y fundaron un nuevo Presidio al

70

que le llamaron San Felipe y Santiago, en tanto el otro, que años antes había
fundado Francisco de Ibarra en la zona del río Fuerte, o sea, San Juan Bautista
de Carapoa les fue imposible recuperarlo ya que la alianza entre los indómitos
Zuaques y Ocoronis vencieron a la tropa española que se había internado a su
territorio con propósito de someterlos, en la refriega murió Pedro Montoya.
Después del fracaso de esta nueva expedición por recuperar la multicitada
Provincia de Sinaloa, sólo pudieron quedarse unos cuantos españoles en el re-
cién fundado San Felipe y Santiago.
En 1589 la población española en el mencionado presidio no pasaba de
una decena y lograron mantenerse solamente porque abandonaron la actitud de
conquistadores a lo cual Antonio Ruiz comenta: “y aunque éramos pocos, no
por eso dejábamos de entrar a éstas partes dichas y a Mocorito, Bacubirito, y
todos estos bárbaros nos tenían amistad. ... íbamos y visitábamos los indios y
de vuelta traíamos de comer a nuestras casas. Y andando en esto acordamos de
escribir una relación de las cosas de estas provincias en un pliego de papel y
despacharlo de mano en mano a Dios y aventura a ver si aportase a manos de
algunos religiosos porque pasábamos muchos trabajos para confesarnos, que
se nos pasaba todo el año sin oír misa77.
Para entonces, las autoridades de la Nueva España se habían dado cuenta
que no era con ejércitos y represión la mejor forma de alcanzar la paz entre las
indómitas tribus de la Provincia y es así, con la introducción de religiosos
como se va ir estructurando la nueva política de dominación en las áreas don-
de les fue imposible conquistar por las armas.

76
A. G. N. Historia XV. fs. 9v y 10
77
Ruiz, Antonio. 1974. p. 68.
En junio de 1591, llegaron a San Miguel de Culiacán los primeros dos
misioneros jesuitas, y el primer día de julio salen con rumbo a su destino: San
Felipe Santiago de Sinaloa, a donde ya habían anticipado su llegada mediante
una carta dirigida al alcalde mayor Antonio Ruiz. Los pobladores de la villa
comisionaron al propio Antonio Ruiz y a Juan Martínez del Castillo con un
grupo de indígenas adictos, para que fuesen a encontrar a los misioneros “y to-
paron con los dichos padres a una legua antes de llegar al pueblo de Capirato
que está ocho leguas de dicha villa [se refiere a Culiacán] viniendo a esta a
pernoctar”78. La siguiente parada fue en un lugar que le llamaban Palmetum o
Palmar, por la gran cantidad de palmas que ahí había y que distaba cuatro le-

71

guas de Mocorito (probablemente corresponda a la región donde hoy se en-


cuentran el Palmar de los Leal y Rosa Morada). El cacique de ese pueblo, que
era cristiano, sabida por uno de sus hijos la cercanía de los Padres, dio orden
que se juntasen todos los niños del pueblo que no hubiesen recibido el bautis-
mo. Se puso en marcha, (...) llegó a media noche al Palmar en que dormían los
misioneros. Aunque muy necesitados de aquel descanso, lo interrumpieron
gustosísimos de ver aquellas primicias de la gentilidad que el señor les ponía
en las manos. Al día siguiente bautizaron a los niños que había llevado el jefe
indígena de Mocorito, dijeron misa bajo una ramada ahí mismo en El Pal-
mar”79. El día 5 de julio se trasladaron a Orabato, “Donde había iglesia vieja,
construida con adobes y cubierta de paja. Por medio de un interprete Tapia ha-
bló al grupo que se había formado” 80.
De este primer encuentro con la población indígena del río Mocorito, los
jesuitas la describieron tan candorosamente que no es posible de crédito,
mientras que los mismos hechos Antonio Ruiz, acompañante de los jesuitas,
relata de la siguiente manera: “llegamos al pueblo de Capirato donde dormi-
mos aquella noche, y otro día caminamos y venimos a un paraje que se dice El
Palmar, despoblado, y otro día llegamos al río y valle de Orabá (sic) y Mocori-
to, donde los naturales de dicho río hicieron muestras que se holgaban y allí
los padres les hablaron a todos por lengua de un indio cristiano llamado An-
drés … Otro día venimos a esta villa donde fueron los padres bien recibidos81.
78
Ruiz, Antonio. 1974. p.74.
79
Alegre, Francisco Javier. 1956. p. 365.
80
Shiels, W. E. 1958. p. 115.
81
Ruiz, Antonio. 1974. p. 74.
El día seis de julio llegaron a la villa de San Felipe Santiago de Sinaloa,
lugar donde fijarían la sede la primera misión jesuita y posteriormente la cabe-
cera del rectorado de la Provincia de Sinaloa.
“Empezáronse a bautizar muchos de los naturales de este río [Petatlán],
Ocoroni y Mocorito y Orabato que también los visitaba el padre Martín Pérez
y de cuando en cuando hacía lo mismo”82 el padre Gonzalo Tapia.
A partir de la llegada a Sinaloa de los misioneros, Gonzalo Tapia y Mar-
tín Pérez, puede considerarse que se inicia una nueva táctica de penetración y
dominación que será definitiva para el establecimiento español en territorio Si-
naloense.
72

En esta etapa inicial de las misiones, la penetración fue un proceso lento


ya que el personal era muy reducido, las autoridades eclesiásticas jesuitas esta-
ban indecisas y las actividades principales a que se debían dedicar se reducían
al bautizo, a la conversión por medio del convencimiento de que no venían a
robarles la comida, ni a sus mujeres, tampoco a convertirlos a esclavos, como
los españoles conquistadores que habían conocido, sino que venían en paz.
El establecimiento de las misiones, en los últimos seis años del siglo XVI
se concretó a las fundaciones iniciales, y no fueron más allá del área compren-
dida entre los ríos Mocorito, Petatlán y Ocoroni principalmente.
Poco más al norte de donde estaban establecidos, a trece leguas, comen-
zaba el territorio de los indomables Zuaques permanentemente en pie de gue-
rra en contra de los invasores españoles.
En el primer semestre de 1594 la Privincia de Sinaloa fue testigo de un eclipse
que puso llenos de zozobra a los a los indígenas, ya que según la costumbre,
era el presagio de grandes males y calamidades y se dio la casualidad que di-
cho fenómeno fue seguida de una feroz epidemia que en voz de los misioneros
la relatan de la siguiente forma, “que aunque de viruelas y sarampión; pero tan
contagiosa y pestilencial que a montones llevaba a la muerte a los indios. Era
cosa lastimosa ver las casas llenas de dolientes, sin quedar en ellas quien les
socorriera con alivio ni sustento; y ver cuerpos de hombres desollados, con
llagas, despidiendo de sí pestilencial olor; y aún pasaba tan adelante el horror
de la enfermedad que sentándoseles las moscas a los descaecidos enfermos y
dejando allí su semilla, criaban gusanos y era de suerte que hervían en ellos y

82
Ruiz, Antonio. Loc. cit.
los echaban por boca y narices y decían ser la cosa más lastimosa y apretada
que jamás habían visto”83. Los indígenas que habían escapado a la
barbarie del conquistador fueron ahora diezmados por las epidemias.
No había pasado aún la secuela de las epidemias cuando la región norte
de la Provincia se vio sacudida por “un temblor de tierra tan espantoso y desu-
sado, que ya no pudo hacer fuerte en edificios de cal y canto ... un cerro de
peña viva que tienen los Zuaques arrimado a su principal pueblo, llamado Mo-
chicahvi, lo hizo temblar de suerte que rompió y abrió, y por su boca arrojó
cantidad de agua”84
73

Frente a las calamidades naturales que se presentaban y a los españoles


que era la peor de todas, los indígenas retomaron sus antiguas creencias reli-
giosas y no solo se rechazó manifiestamente a la nueva y a sus ministros, sino
que fueron señalados como los culpables de los desastres, perfectamente com-
prensible, ya que en parte resultaba verdad, pues las enfermedades que los
azotaron fueron traídas por los propios españoles.
Ante la regresión y rechazo de las enseñanzas evangélicas los misioneros
respondieron con una furibunda represión religiosa apoyada por el ejercito.
La respuesta indígena no se hizo esperar y el día 10 de julio de 1594 en el
poblado de Tevoropa un grupo de insumisos dieron muerte a quien fungía
como Superior de las misiones de Sinaloa, al misionero Gonzalo Tapia. Se
pretendía iniciar una ofensiva guerrera como la de años anteriores pero no fue
secundada por todas las naciones, únicamente los Zuaques y los Tehuecos se
mantuvieron insurrectos durante cuatro años a la cual se puso fin, por medio
de las armas. Se tuvo que reforzar, con soldados regulares, el presidio de San
Felipe, que hasta ese momento se sostenía con los colonizadores que hacían el
papel de colonos, encomenderos y soldados como fue el caso de Antonio Ruiz.

La Misión de San Miguel Mocorito

Los comarcanos del río Mocorito, como ya antes se anotó, habían sido espec-
tadores del paso de las grandes expediciones españolas como las de Marcos de
83
Véase carta de Juan Bautista Velasco de 1593. A. G. N. Historia XV, fs. 27ss. Véase también Pérez de Ri -
bas, Andrés. 1940. p. 172.
84
Pérez de Ribas, Andrés. Op. cit. p. 173.
Niza, Vázquez de Coronado y Francisco de Ibarra hacia tierras norteñas, así
como víctimas de las pequeñas que a diario pasaban a la caza de esclavos. Si-
tuación que los fue acostumbrando a la presencia española, De igual modo,
habían sido encomendados a Sebastián de Evora primero y más adelante a Pe-
dro Tobar, además, Francisco de Ibarra había dejado en Orabato perfectamente
establecido y con iglesia edificada (de paredes de adobe y techo de palma) al
fraile franciscano Pablo de Santa María, quién poco a poco fue propagando
entre los indígenas la religión y las costumbres, de tal manera que tenían un
mayor conocimiento y contacto con los invasores. A pesar de lo anterior, los
pueblos de la región del Mocorito, fueron partícipes activos en los alzamientos

74

de 1575, así esta revuelta, los de “Mocorito y Sebastian de Ebora mataron en


Orabatu a fr Pablo de sta Maria y a un Gregorio, mulato y mas de treinta per-
sonas de la familia del frayle ... Los indios incitados por el demonio determi-
naron matar a los padres y españoles... Estando fr. Pablo de Santa Maria en
Mocorito, un cacique llamado Jynose, embilecido en vicios y estimulado del
demonio convocó a todo el pueblo dar muerte al frayle. Supolo de sus criados,
encomendose a Dios y antes del alva dixo missa dio gracias y salio con gusto
a la plaça rebestido de alba y estola y sentose en una silla (no se de donde la
truxo) predico a toda la gente que avia alli concurrido con el mayor fervor. A
flechaços le quitaron la vida. Con estexemplo los colonos mataron al lego en
la estancia de su vuenaventura” 85.
Pasada esta revuelta “estuvo esta tierra como obra de ocho años sin que
más de ella se tuviera noticia”86. Hasta que en 1583 una nueva oleada de vio-
lencia envolvió a los pueblos de la región Mocorito y fueron arrasados por la
nueva envestida española, la cual reseña Antonio Ruiz con las siguientes vo-
ces: [Antonio Ruiz y Rodrigo de Gámez, al no estar prestos para salir con el
contingente principal, lo hicieron hasta el día dos de febrero y dice de ellos
mismos] “cuando llegaron al valle de Sebastián de Evora, Orabatu y Mocorito,
hallaron todas las poblaciones de aquel valle quemadas y abrasadas, (ya) que
como los indios estaban con temor todavía de los daños que (años) atrás ha-
bían hecho no se aseguraron bien de españoles en su tierra, y así, en viéndolos,

85
A. G. N. Misiones XXV. f. 314.
86
Ruiz, Antonio. 1974. p. 40.
sin aguardar razones quemaron sus casas y cuanto tenían dentro y se fueron a
los montes87.
No sería de extrañar que los autores de la destrucción de los pueblos de
Mocorito Orabato y de Sebastián de Evora 88 hayan sido los propios españoles
y el relator cargue la autoría a los indígenas para exculpar de una tropelía más,
de las muchas cometidas a los españoles. Es muy frecuente encontrar en los
escritos de la época la descalificación de los naturales con el fin de minimizar
o justificar las atrocidades cometidas por el conquistador español. Se dijo de
los indios americanos todo lo malo y desagradable que le sobraba al europeo
además de lo que habían traído consigo, sólo con la finalidad de justificar su

75

propia barbarie. De los pobladores de la Provincia de Sinaloa dijeron en sus


escritos que el platillo que más les agradaba era la carne del prójimo, que vi-
vían en una constante borrachera, practicaban la poligamia, andaban desnudos,
eran sodomitas, se alimentaban de raíces y serpientes, etc. pero omitieron de-
cir que no padecían sífilis, gonorrea, ni ninguna otra enfermedad como las que
trajeron los españoles, que no eran ladrones ni asesinos, ni practicaban la es-
clavitud, y no se dijo tampoco que tenían costumbres ajenas a los españoles
como la del trabajo, la limpieza corporal, la hospitalidad y la honradez.
A casi un año de la llegada de los primeros dos misioneros y “teniéndose
en México individuales noticias de sus gloriosos trabajos, se les enviaron por
cuaresma (en febrero de 1592) nuevos compañeros, muy semejantes en el es-
píritu, que fueron los padres Alonso de Santiago y Juan Bautista Velasco89.
A este último le fueron asignados los pueblos del río Mocorito “y algunos
otros pueblos que estaban por lo alto de aquella montuosa sierra a las riberas
del río de la villa de San Felipe. De manera que tenia a su cargo la doctrina de
doce pueblos que llaman Mocorito”90. El padre Velasco permaneció al frente
de la misión de San Miguel Mocorito hasta el día de su fallecimiento,
ocurrida ahí mismo en 1613.
La misión en su inicio tuvo a sus cargo doce pueblos de visita. Pocos
años más tarde, quedó solamente con tres poblados importantes: Mocorito, Or-

87
Ruiz, Antonio. 1974. p. 44.
88
Con éste término se engloba el resto de los pueblos situados en la cuenca del río.
89
Alegre, Francisco Javier. 1956. p. 390.
90
A. G. N. Historia XV, fs. 14ss.
tabato y Bacubirito y para el año de 1678 únicamente comprendía los pobla-
dos de Mocorito y Bacubirito91.
Con frecuencia ha sido confundido el año de la fundación de la Misión de
San Miguel de Mocorito (1592), como el de la fundación del pueblo. Existen
pruebas documentales de la primera época de la entrada de los españoles a las
tierras del norte del Estado de Sinaloa, que en el curso del presente trabajo se
le ha llamado Provincia de Sinaloa, que nos muestran que los pueblos del Mo-
corito ya existían mucho antes de la llegada de europeos a estas tierras, por lo
que es impropio atribuir al pueblo de Mocorito un tiempo de fundado, ya que
la fecha real se pierde en el tiempo. No pueden coincidir las fe chas de funda-
ción de una y otro, ya que la creación de la Misión se dio en el pueblo ya exis-
tente.
76

El pintor Miguel Angel Velázquez, creador del escudo de Mocorito 92, en


la investigación realizada para elaborar el diseño del mismo, señala que la fun-
dación de la Misión de San Miguel de Mocorito aconteció en el año de 1594,
mismo que se plasma en el tercer cuartel del citado escudo y aceptado oficial-
mente por las autoridades93.
La evidencia documental aportada de que la fundación de la misión hu-
biese sido en 1594 es la fuente que el pintor tomó como válida: Gerard Decor-
me. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial (1572-1767).
Antigua librería Robredo de José Porrúa. México, 1941. T. II. pp. 200-201 in-
fra: “Fundóse la misión de Mocorito a mediados de 1594 por los PP. Velásco
y Santarén (que pasó hasta Bacaburito (sic), aprendió el Tahue pero a los po-
cos meses se enfermó y tuvo que ir a curarse a Culiacán)”.
No hay una explicación lógica para que el misionero Velasco, radicado en
Mocorito, hubiera de esperar dos años para establecer la misión, ya que la di-
cha fundación misional, en esos tiempos, no requería de una formalización, y
se daba de la siguiente manera: “Atraída una tribu, se erigía la misión, inte
grada por un núcleo principal (la cabecera) y varios pueblos que le estaban su-
jetos. Los misioneros residían en la cabecera y tenían por lo menos dos pue-
blos de visita”94.

91
A. G. N. Misiones XXVI. f. 241.
92
Véase significado del escudo en http//www.sinaloa.gob/Municipios/Mocorito/mdex.num
93
Velazquez T. Miguel Angel. 1964.
94
López Sarrelange, Delfina. 1967. p. 157.
Así pues, en fuentes documentales anteriores se anota que en Marzo de
1592 se habían repartido el área que podían cubrir los cuatro primeros misio-
neros jesuitas de la siguiente manera: “Al Padre Juan Bautista Velasco se le
encomendó el primer río de Sebastian de Ebora, con los pueblos de Bacoburi-
tu y Orabatu, y algunos otros menores, y fijó su residencia en Mocorito (su-
brayado nuestro). El Padre Martín quedó con los pueblos del segundo río,
como antes estaba. Al padre Alonso de Santiago encomendó el Padre Gonzalo
Tapia los pueblos de Lopoche”95.
Además en otro documento donde se recogen puntos sacados de las rela-
ciones de Antonio Ruiz, padre Martín Pérez, Vicente del Aguila y Gaspar Va-
rela del año de 1592 refiriéndose a la distribución que hicieron los padres mi-
sioneros de los pueblos a evangelizar da a entender que los misioneros perma-

77

necían sin alteración en su correspondiente partido asignado: “Divididos pues


los padres por sus partidos gloriosamente trabajan; y como la pesca era abun-
dante, tenían menester ambas manos para sacar la redada, y no solo en lo espi-
ritual de sus almas, mas en lo temporal tambien de sus cuerpos; diligenciando
sus cosechas temporales con la industria, y les davan, como la salud de sus al-
mas en la cristiana piedad, y aun nuestro tiempo arrancan abrojos, superticio-
nes antiguas, y plantan buena doctrina en lo natural y espiritual.”96.
Por otro lado en la carta annua 97 de 1593 enviada por el propio padre Ve-
lasco al Superior donde hace relatoría de la misión a su cargo, que sin lugar a
dudas era la de San Miguel de Mocorito (Una cosa dava en esta Mission cui-
dado y era el ver que poquissimos de los viejos, de treinta años arriva no acu-
dian al bautismo, antes por estár envejesidos en sus pecados, eran de no pe-
queño impedimento a los mozos que se bautizaban98). Así, la comunicación del
P. Velasco a que se alude en el annua citada, y que viene de Mocorito, ya habla
de la Misión que tenía a su cargo. Por lo tanto, la citada carta annua de 1593,

95
Alegre, Fco. Javier. 1956. pp. 390-391.
96
A. G. N. Misiones XXV. f. 342v.
97
“Estas cartas forman la colección más completa de las misiones jesuíticas. La manera como se escribían era
la siguiente: los Superiores de las casas de misión [elaboraban una carta donde resumían las particulares que
los misioneros enviaban de la misión y la] enviaban cada año al provincial de México la relación de los he -
chos más importantes del año transcurrido, ... El Provincial, a su vez, enviaba el resumen al general de
Roma”. Gutiérrez Casillas, José. 1964. p. 137.
98
Annua de 1593. foxa 29v.
que refiere lo sucedido en el transcurso del año anterior, donde ya cita la exis-
tencia de la misión.
Por lo anterior se concluye que la fundación de la Misión de San Miguel
Mocorito debe situarse en un día de Marzo, Abril o tal vez Septiembre de
1592, que es el momento en que el misionero instala su residencia e inicia las
labores que sustentarán a la misión, hasta la consolidación definitiva. En el
mes de diciembre (probablemente el día 8)del mismo año de 1592 se inaugura
y se dedica a la virgen de la Purísima Concepción, la primera iglesia aquí
construida.
Además, en lo que respecta a los participantes que la cita de Decorme se-
ñala como los fundadores de la misión de San Miguel de Mocorito, nos permi-
timos disentir y para ello anteponer los argumentos más adelante expuestos.
Por otra parte, Antonio Nakayama, que también hace suya la cita de De-
corme, cayendo además en varios apuntes imprecisos relacionados con lo an-

78

terior. Señala que El padre Juan Bautista de Velasco “llegó a Sinaloa y en


unión del padre Hernando de Santarén fundó la misión de Mocorito para des-
pués evangelizar en el río Mayo. Fue superior en San Felipe y confesor y con-
sejero de Diego Martínez de Hurdaide; murió en Mocorito en 1613 y fue se-
pultado en la villa de Sinaloa. Escribió una obra llamada Arte de la lengua
cahita. ... El padre Alonso de Santiago también aportó grandes servicios en las
misiones, especialmente en la zona de Mocorito, donde trabajó casi 20 años ...
Fue superior de San Felipe”99.
Coincidiendo con la muerte del padre Tapia, llegaron a Culiacán dos nue-
vos misioneros (27 de junio de 1594) con destino a las misiones de Sinaloa.
Ellos eran los padres Pedro Méndez y Hernando de Santarén. Fueron retenidos
en Culiacán, debido a la muerte del misionero, lo cual había provocado una
gran inquietud en la Provincia. Conjurado el peligro llegaron a San Felipe,
donde el padre Pérez, que ahora fungía como superior, envió al P. Santarén
“con el padre Velasco a la región del Mocorito ....
El padre Santarén, en la región del Mocorito, juntaba al aprendizaje de la len-
gua algunas excursiones por los alrededores. Poco a poco iba conociendo a sus
raros habitantes y a sus todavía más raros usos y costumbres.” 100. La estancia
de Santarén en la misión de Mocorito fue muy corta, a los tres meses enfermó
99
Nakayama, Antonio. En Relación de Antonio Ruiz. 1974. infra p. 76.
100
Gutierrez Casillas, José. 1964. p. 36.
y fue enviado de regreso a Culiacán para su restablecimiento y no volvió a
Mocorito, sino a San Felipe, de ahí se puso a su cargo a los Guasaves, a princi-
pios de 1595, de donde fue relevado muy pronto por Hernando de Villafañe.
Tiempo más tarde fue designado a la región de los Acaxes. Murió en la sierra
de Durango asesinado por los indígenas Tepehuanes, en el año de 1616.
Al arribar Henando de Santarén a la misión de San Felipe, que era la sede
y residencia del Superior de Sinaloa, Juan Bautista de Velasco ya tenía más de
dos años ocupándose de los pueblos del Sebastián de Evora, con cabecera mi-
sional en Mocorito y le fue enviado, el citado padre Santarén, para auxiliarlo
en sus labores, quien sólo estuvo en Mocorito, apenas tres meses, por lo que,
es inaceptable señalar a Santarén como cofundador de la misión de Mocorito,
concediendo que dicha fundación hubiese sido en 1594, pero en realidad la
misión ya tenía dos años de existencia.
El padre Velasco no estuvo encargado de la evangelización del río Mayo,

79

le correspondió al P. Pedro Méndez esa tarea, la cual está perfectamente docu-


mentada. En la cita que le sirve a Nakayama para su aseveración señala que
“en 1595 vemos al P. Velasco trabajar entre los Tehuecos y en 1605 de visita
con los Mayos”101. Es verdad que a principios de 1595 el P. Velasco estuvo con
los Tehuecos, estancia que citando a Alegre se puede aclarar: “La mayor difi-
cultad era hacer que volviesen a sus pueblos algunos indios de los que admi-
nistraba el Padre Tapia, y que el miedo había confundido con los malhechores,
y hecho refugiarse entre los tehuecos. Estos bárbaros tenían bajo su protección
a Nacabeba, y no parecían estar de humor de ser visitados de los Padres. Sin
embargo, sabiendo el Padre Juan Bautista Velasco, que en los primeros pue-
blos había algunos caciques bien dispuestos a favor de los cristianos, determi-
nó pasar a verlos, y reducir los descarriados a sus antiguos rediles” 102. Las ase-
veraciones de Nakayama sobre la estancia del P. Velasco tanto en el superiora-
to como en el trabajo con los tehuecos fue meramente ocasional, como se de-
duce de la cita anterior, en cuanto a la evangelización de los Mayos lo consi-
deramos erroneo.
El Arte de la lengua cahita no fue escrito por Juan Bautista de Velasco,
como lo señala Nakayama, sino que el autor tanto de la Gramática como del

101
Decorme. Loc. cit.
102
Alegre, Francisco Javier. 1956. P. 452.
Catecismo, partes en que se divide la obra citada, es el padre Tomás Basilio 103.
Al padre Alonso Santiago le fueron asignados los pueblos del Ocoroni y regre-
só a México poco tiempo después de su llegada [en 1593], por lo que no pudo
prestar grandes servicios a la región del Mocorito durante 20 años ni pudo ser
superior de Sinaloa. Quizá en este caso el problema se deba a errores de redac-
ción.
En la obra civilizadora de las regiones en las que las lenguas eran muy
numerosas o extrañas, resultó más sencillo, al principio, imponer el idioma
nahuatl. Este fue el primer paso hacia la castellanización 104.. En Mocorito fun-
cionó una escuela de lectura, escritura y música, donde el lenguaje en que se
impartían las lecciones era el nahuatl La escuela era muy modesta y funciona-
ba al aire libre.
La labor más importante que desempeñaron los Misioneros fue la inte-

80

gración de las comunidades y pueblos al sistema misional. Ello tenía dos obje-
tivos muy precisos: desmembrar la estructura de resistencia de la sociedad in-
dígena a la penetración española y sentar las bases y consolidar la nueva es-
tructura económica y política que conduciría al establecimiento del poder je-
suítico en el noroeste.
Se aniquiló la organización de las aldeas y se les agrupó en pueblos, in-
clusive era práctica cotidiana ubicarlos en lugares ajenos a su Nación, por
ejemplo los Comanitos fueron reubicados cerca de Capirato, cuando su Na-
ción estaba al norte de los Mocorito, también grupos de Zuaques y Mayos fue-
ron trasladados al valle de Culiacán. Y es de suponer que así sucedió en todas
las naciones de la Provincia de Sinaloa. El objetivo fue desarraigarlos y hacer-
les perder el sentido de territorialidad que era concomitante a la conservación
de la Nación. Además se propició la mezcla de nacionalidades ajenas, como es
el caso de la integración de indígenas mexicas y otros en los pueblos sinaloen-
ses.
Algunos elementos de sus cultura pudieron sobrevivir durante la época tem-
prana de las misiones; sin embargo, fueron articulados de manera radicalmente
diferente. Los indios siempre formaron el estrato más bajo de la sociedad, su

103
Cfr. Lionnet, Andrés. 1977. p. 5.
104
. López S., Delfina. 1967. p. 158.
explotación económica y su dominación política se basó en el nuevo orden mi-
sional105.
Al ver trastocadas sus creencias, perseguidas sus costumbres y usos, sin
tener un asidero cultural, careciendo de territorio y hasta el derecho de existir,
dejaron atrás su antigua cultura y trataron por todos los medios de asimilarse a
la cultura de sus dominadores y adoptaron, consecuentemente, sus modos y
costumbres, su religión y su idioma, tal y como se registra documentalmente.
Transcurre el fin de siglo en los pueblos del Mocorito bajo la calma que
imponía la misión, sin más hechos de importancia que la celebración de fiestas
religiosas locales y de carácter regional a las cuales asistía gente de todos los
ríos y de la Provincia de Culiacán como la celebrada en 1594 en que “hicimos
la del santisimo sacramento, en Sevastian de Ebora, donde acudieron todos
con la mayor solemnidad y mucica de voces y instrumentos, a lo qual acudie-
ron los del valle de Culiacan. Alli se comenzaron a asentar los tiangues que
aca no se usavan y se vendieron y se compraron varias cosas”106.
81

“En pocos años en esta anchissima provincia de Sinaloa. Tienen bautiza


dos en ella seis mil setecientos setenta christianos repartidos por cuatro rios de
esta manera. En el rio de Sevastian de Ebora que tiene cinco pueblos mil qui-
nientos ochenta y ocho”107. Mocorito tenía alrededor de quinientos habitantes
indígenas.
“Algunos se conciertan con los españoles que aquí hay, para servirles a
trueque que los vistan, mas como es corto el caudal les luce poco el trabajo.
Los del rio de Sevastian de Ebora, y los Bacubiritos se han señalado mas en
esto. Andan casi todos vestidos, y algunos pocos que no les han alcanzado
ropa tienen mucha vergüenza de parecer delante del sacerdote, aun los mas pe-
queños y todos los desnudos parecen tenerla, y assi cuando han de parecer de-
lante el padre, andan a buscar mantas prestadas con que cubrirse”108.

105
Broda, Johanna. 1955. p. 14
106
Carta annua de 1594. A. G. N. Historia XV f. 37.
107
Carta annua de 1595. A. G. N. Historia XV f. 56.
108
Carta annua de 1602. A. G. N. Historia XV. f. 124.
Siglo XVII

Como ya se ha mencionado, al presentarse el proceso de la conquista es-


pañola se destruyeron las estructuras comerciales fuera del territorio de la Pro-
vincia de Sinaloa y quedó sujeta a su ámbito territorial propio. Las relaciones
que mantenían el funcionamiento de la aldea prehispánica y que a su vez sus-
tentaban la existencia de la Nación sufrieron un deterioro drástico, pero habían
persistido negándose a desaparecer, aún cuando se había pretendido implantar
el sistema económico de la encomienda. Este modelo de explotación pareció
funcionar en otras partes de la Nueva España, sobre todo en los lugares donde
había la concepción de pertenecer a un gran Estado, como sería el caso de los
pueblos bajo el dominio Azteca, pero en la región noroccidental del país el fra-
caso fue estruendoso, aquí las condiciones de funcionamiento de las socieda-
des prehispánicas eran distintas, la flexibilidad de las estructuras sociales y
económicas fue la barrera que se interpuso a la encomienda. Esta característica
no fue percibida por el conquistador, es decir, que las estructuras que permi-
tían la existencia como Nación eran absolutamente diferentes de aquellas
otras, en primer lugar, no existían relaciones de dominio ni tributarias entre las
Naciones Sinaloenses, sino que cada una de ellas era autónoma. En segundo
lugar, si bien tenían un sentido muy arraigado de la territorialidad éste era
completamente flexible, dado que permitía a la Nación indígena replegarse es-
tratégicamente hacia una parte del territorio, sin perder identidad. Tercero: el
carecer de grandes edificaciones de piedra y poseer sistemas de construcción

83

sencillos, adecuados al medio y a las necesidades de la Nación, les permitía


abandonar la aldea en un momento dado, emigrar y constituir un nuevo asen-
tamiento en otro lugar de la Nación, dejaban las sementeras pero igualmente
sembraban de nuevo y sobrevivían con la recolección de alimentos silvestres,
caza y pesca, que era abundante.
El fracaso de la encomienda y la negativa rotunda de las Naciones indí-
genas de perder su libertad hicieron pensar, al gobierno virreinal, en otra posi-
bilidad de penetración y encontraron un aliado en la política ignaciana, que en
ese momento enfrentaba una lucha soterrada con las otras órdenes religiosas
por la hegemonía político religiosa en la nueva colonia americana.
La Compañía de Jesús llegó a la Nueva España cuando las otras órdenes
ya se habían repartido los territorios descubiertos y conquistados. Participar en
el repartimiento de las cuotas de poder les resultaba difícil, ya que las órdenes
que lo detentaban no deseaban hacer la mínima concesión. Esta situación no
los desanimó ya que en Europa habían enfrentado situaciones semejantes y lo-
grado incrustarse en la política vaticana así como permear los poderes laicos y
lograr gran influencia en el destino de los países más poderosos de Europa.
El éxito de las misiones fue comprender que las relaciones establecidas
dentro y fuera de la aldea deberían ser destruidas e impedir cualquier mecanis-
mo de defensa indígena, implantar un nuevo modelo que las absorbiera e inte-
grara por completo en un nuevo ámbito económico, social y cultural.
Por otra parte desde la muerte del Padre Tapia los misioneros solicitaron
el auxilio del ejercito y las autoridades virreinales complacientes aceptaron re-
forzar los presidios. Se estableció entonces la simbiosis que permitió pacificar,
en los primeros años del siglo XVII, a los aguerridos Zuaques. Se les brindó la
alternativa de someterse a la misión o la muerte y en ello jugó un papel pre-
ponderante el capitán Diego Martínez de Hurdaide, quien estableció una gue-
rra sin cuartel a las naciones de los ríos Zuaque, Mayo y Yaqui.
La represión por medio de las armas fue aceptada y justificada por los
mismos misioneros para sí y para los demás –¿que guerra, por más cruenta y
salvaje, no ha sido aceptada y justificada por la iglesia, si ésa sirve a sus inte-
reses?-, con el argumento que la fuerza de las armas era necesaria no sólo por
“no contravenirse a las leyes evangélicas; sino ser conveniente, y necesario el
ayudar se de esos medios para quitar estorbos al evangelio y dar estabilidad y
seguridad a su doctrina. ... los medios que se toman para consecución de algún

84

fin, además que deben ser justos, deben proporcionarse al tiempo, lugar, per-
sonas y obras que se pretende”109. Razonamientos como estos les permitieron
tener la conciencia tranquila ante las matanzas que realizaron los soldados, ya
que se justificaban por el fin que alcanzarían. La penetración de la religión con
los baños de sangre indígena aseguró el asentamiento y la consolidación de las
misiones.
Los últimos seis años del siglo XVI sirvieron a las autoridades, tanto vi-
rreinales como de la Compañía de Jesús, para probar la aplicación de esta nue-
va estrategia de penetración, es decir, con los misioneros como la acción apa-
rentemente única, ya que siempre estuvieron respaldados por el ejército. Aún
cuando el sistema de misiones trajo la paz y el sometimiento de los indígenas,
resultó un procedimiento lento y sobre todo, contrario para el establecimiento
de las actividades económicas de los españoles, fueran mineras o agropecua-
rias. Ya que misiones y unidades españolas se constituyeron en intereses que
no pudieron ser reconciliados porque eran competitivas.
109
Pérez de Ribas, Andrés. 1944. p. 190.
La combinación ejercito y evangelio permitió que las misiones se expan-
dieran rápidamente por el Noroeste. El proceso de asentamiento y consolida-
ción de las mismas podría considerarse que se llevó a efecto en dos etapas,
una primera, desde la llegada de los primeros misioneros en 1591 hasta la con-
solidación de las misiones en lo que ellos llamaban los cuatro primeros ríos de
la región, es decir, el Mocorito, el Ocoroni, el Petatlán y el Zuaque.
Con el sometimiento de las naciones Zuaque y Tehueca se abre en defini-
tiva el avance seguro hacia las tierras del norte, pues con ello concluye la eta-
pa de rechazo y rebeliones en la multinombrada Provincia de Sinaloa (ya que
en 1605 los Ahomes y Zuaques aceptaron el establecimiento de las misiones
en sus territorios), particularmente fue el periodo de prueba y consolidación
del nuevo mecanismo de sujeción misional ya que en 1608 se inicia la incur-
sión hacia tierras sonorenses.
Este momento se acordó acotar una nueva distribución geográfica del territo-
rio, es decir, el área comprendida entre los Valles de los ríos Mocorito hasta
los el Zuaque conformaron ahora la Provincia de Sinaloa, los valles de los ríos
Mayo y Yaqui que antes pertenecían a la misma Provincia, ahora se les deno-
minó Provincia de Ostimuri.
85

Para 1620 los jesuitas ya habían fundado veintisiete misiones entre los in-
dios de los ríos Sinaloa, Mocorito, Fuerte, Mayo y Yaqui, es decir el proceso
había sido completado en las dos provincias que antes impedían la penetración
fluida hacia todo el Noroeste. El sometimiento de las Provincias de Sinaloa y
Ostimuri representaron la puerta abierta a la colonización evangélica y a la ex-
pansión jesuítica.
Las misiones para cumplir con sus objetivos principales, como ya apunta-
mos antes, tuvieron que destruir todos los nexos de organización prehispánica
e integrar a los pueblos, ya desarticulados, en una nueva estructura económica,
política y social.
Las mejores tierras pertenecían a la misión o a las estancias españolas.
Los productos de las misiones contribuyeron significativamente a la expansión
de las mismas y al enriquecimiento de la Compañía110. Se instituyó el trabajo
forzoso de los indígenas pertenecientes a la misión para el cultivo de las tie-
rras de la misma. También se formó la propiedad indígena comunal, que gene-
ralmente eran las tierras de menor calidad y las más alejadas del poblado, da-
110
Ortega N., Sergio. 1993. p. 55.
das por acuerdo de las leyes españolas, cuya explotación era individual; y la
asignación parcelaria debía ser hecha por las autoridades indígenas, pero siem-
pre estaba detrás la mano del misionero. Se aperturaron caminos que comuni-
caban a las misiones, se hizo acopio de ganados y especies vegetales y se fo-
mentó la actividad artesanal de tipo español. En pocos años cambiaron la fiso-
nomía económica de la región y sujetaron a la población indígena a una de-
pendencia absoluta de la misión.
Los Jesuitas descubrieron la unidad que conformaba el Noroeste, su po-
tencial económico, su aislamiento y su desarticulación con el resto de la Nue-
va España. El despliegue de las misiones parece obedecer a un modelo conce-
bido y muy estructurado, que de haber permanecido la Compañía hasta el mo-
mento de la independencia, con las ideas manifiestas en algunos de sus inte-
grantes, hubiera tenido un resultado muy interesante. Ya que, curiosamente,
coincide con las ambiciones filibusteras de otros actores, que en tiempos pos-
teriores trataron de llevar a cabo111. El sistema de Misiones llegó a constituirse

86

en un poder económico y consecuentemente político sólido, el más importante


del Noroeste. De la producción y mano de obra que controlaban las misiones -
dependían los pueblos y estancias de españoles así como los reales de minas.
Hubo regiones donde el poder misional fue absoluto y se permitían el
lujo de no aceptar el asentamiento de quien no fuera visto con buenos ojos 112,
este tipo de situaciones llevaría a la Compañía de Jesús a un enfrentamiento
constante con los propios mineros y estancieros españoles y a complicar “la si-
tuación, la índole miserable de muchos de los primitivos pobladores españo-
les, aventureros, ociosos, ignorantes asesinos de indígenas y ladrones que
constituyeron una pesada carga para las misiones”113.

La Misión de San Miguel Mocorito


111
Se refiere a los varios intentos que hicieron los Estados Unidos por apropiarse del Noroeste, por medio de
invasiones filibusteras como las de Williams Walker, Henry Crab inmediatamente posterior a la independen-
cia de México, el fomento de políticas expansionistas, o por medio de “reclamaciones que usieran al país en
un conflicto que diera por resultado la cesión de este territorio, o bien haciendo que los mismos mexicanos
de Sonora, Sinaloa y California se separen de México uniéndose después a Estados Unidos” (Carta de J.
Ma. Esteva a Comonfort. en Piñeira, 1983. p. 98). Más tarde, en el siglo XIX, se hizo un nuevo intento, Al-
bert K. Owen, con métodos más sutiles pero con la misma intención.
112
Véase Piñeira R., David (Coord.) 1983. pp. 99-102
113
López Serrelange, Delfina, 1967. p. 163.
Al iniciarse el siglo XVII, concretamente el año de 1602, los pueblos de la Mi-
sión de Mocorito eran los más pacíficos y asimilados a la nueva cultura. La
“gente que el padre doctrinaba del rio Sevatian de Ebora, estan quietos, aun-
que este verano, quando el capitan estava tierra á dentro, dos pueblos y parte
de otro de la sierra con liviandad inducidos de los otros indios inquietos se re-
tiraron á la sierra á dentro por haver yo hecho tambien una larga ausencia de
ellos. Enando en otra villa por orden de la obediencia, quando lo supe fui con
algunos españoles, y embielos a llamar con algunos de los que en ellos, havian
en sus pueblos quedado, y quiso nuestro señor que con mucho trabajo los re-
dujimos a sus pueblos evitandose muchas ofensas a nuestro señor, que era for
zoso se siguieran y muchos daños temporales y muertes suyas, que se les ha-
vian de padecer si por alla se detenian, y mucha molestia y daños a los españo-
les, si por fuerza los huvieran a vajar por que por ser gente bien doctrinada y
de alguna razon cayeron facilmente en la cuenta de su yerro y liviandad
y vinieron mui avergonzados de lo que havian hecho. Perdonoseles esta
por haberse reducido expontaneamente sin coaccion, y por ser la primera que

87

hacian. Tubieron atrevimiento á hacerlo por la larga ausencia del capitan y fal-
sa nueva que havia venido que le havian muerto en la tierra a dentro, (en el
pueblo de Lopoche)”114.
De lo anterior se desprende que los indígenas que osaban abandonar la
misión eran muertos o eran traídos por la fuerza y, por supuesto, se hacían
acreedores a severos castigos. Es evidente que el buen padre Juan Bautista de
Velasco no solo se valía de la dependencia económica que ejercía la misión
hacia los indígenas y de la represión religiosa que él mismo imponía, sino
también de la fuerza de las armas para mantenerlos sujetos a la misión. Es de
esperarse que dichos mecanismos no eran privativos de la misión de Mocorito,
sino el procedimiento común a todas.
Para integrarlos en forma absoluta al modelo español que imponía la mi-
sión, les diseñaron los pueblos con la traza urbana propiamente europea:
“Hase llevado adelante el edificarle casas de madera y barro con sus terrados
(que las que antes tenian eran buhios de esteras de caña).

114
A. G. N. Historia XV. fs. 117v y 118
Este año se han levantado mas de mil con mucho orden y concierto con
sus calles y plazas medidas a cordel, y la iglesia en medio de todas parece mui
bien, hallandose siempre el capitan y sus soldados a hacer y medir los pueblos
y cuadras, y a dar priesa a los obreros, que como trabajan para si, lo toman de
buona gana, y hubierase hecho mas obra si la falta de bastimentos y otras ocu-
paciones forzosas no lo huvieran impedido. El año que viene (con el favor di-
vino) [1602] quedaran todos los pueblos de christianos acabados y puestos en
perfeccion.115
Es en este momento cuando se establece la traza definitiva del Mocorito
que conocemos, con algunos cambios, desde luego, como la del espacio que
ocupa la actual plaza de armas (construida a los inicios del siglo XX) y que
anteriormente correspondió al panteón parroquial, mismo que se construyó po-
siblemente en el segundo tercio del siglo XVII, pero que originalmente dicho
espacio debió haber sido destinado para plaza. Desde los primeros quince años
del siglo XVII los pobladores de la Misión de Mocorito ya se habían integrado
perfectamente a la vida misional tal y como podemos observar en las crónicas
jesuitas:
“De las cuatro partes en que estan divididas las gentes que se doctrinan,

88

tres estan bautizadas, y assi como gente mas antigua en la fee y mas cristiana
hay poco que decir de ella. Acuden bien a sus iglesias y a la doctrina cada día.
sabenla comunmente bien, y el catecismo y otras cosas que se les enseñan, y
estando algunos tiempos en sus milpas, algo lejos del pueblo van en particular,
aunque esten muy distantes se juntan a donde se les señala y van a oir misa, y
entran en los pueblos donde han de oirla en procession con su cruz cantando la
doctrina. Algunos aunque se los han avisado no tienen obligacion de oirla por
andar lejos”116.
Aún con la integración religiosa, política, económica y social de las co-
munidades a la vida de la misión, no dejaba de haber brotes de inconformidad
y rebeldía, el más notable y creemos que fue el último que se presentó en la
misión fue el que terminó con la muerte del indio rebelde en ejecución públi-
ca, había de dar castigo singular que sirviera de ejemplo y desterrar para siem-
pre el intento de abandonar la misión:

115
A. G. N. Historia XV f. 124v.
116
A. G. N. Historia XV fs. 124V y 125.
“Se ajustició un indio que era christiano el cual havia levantado unos po-
cos de indios del rio Sevastian de Ebora. I tubole la justicia á las manos y sen-
tenciado a muerte por cosas que se le acumularon y por ser terrible, duro y
pertinaz se temio mucho de su dispossission. Fue nuestro señor servido con su
divina palabra ablarle, de suerte que recibio bien la muerte y de buen animo.
Confesose primero con mucho sentimiento, entrando en la escalera hablo bien
a los de su pueblo, dandoles buenos consejos, pidio una cruz, y imbocando el
nombre santisimo.117
Algunos autores han considerado a los misioneros jesuitas como protectores
de los indios, como en otras latitudes del país lo fue Fray Bartolomé de las Ca-
sas, pero lejos de ello, los misioneros protegían a los indígenas sólo en la me-
dida que convenía a los propios intereses misionales, es decir, en primer lugar
estaban sujetos físicamente al territorio de la misión, de igual forma estaban
sujetos a la prestación de trabajos forzados para la misma, en el caso de traba-
jar para los estancieros españoles, dicho trabajo era autorizado y controlado
por la misión. Y como se vio en las citas pasadas, de no cumplirse lo anterior,
se les imponía un castigo ejemplar.
La característica poblacional de la región, como la reportaron los jesuitas
a su llegada, tras sufrir las dos primeras encomiendas, las iniciales ventas de

89

esclavos, los asesinatos masivos, las epidemias y la represión española a con-


secuencia de los levantamientos en armas, era de muy poca gente. Eran tan
pocos que no hubo necesidad de aprender ni su lengua, ni costumbres, sino
que les fue enseñado el mexicano y luego el español y se les impuso el modo
de vida español. En la segunda mitad de este siglo XVII los habitantes nativos
de la Nación prehispánica de Macore en la misión era sumamente reducido,
puesto que los habitantes de la misión eran una mezcla de diferentes nacionali-
dades, por supuesto, como ya se dijo no era casual, ya que de una parte los in-
dígenas que trajeron los conquistadores se distribuyeron en las naciones loca-
les y de otra los mismos jesuitas propiciaban la combinación de naciones en
las misiones como una medida para destruir su identidad nacional.
En el último tercio del siglo la Provincia de Sinaloa se encontraba perfec-
tamente integrado a la vida Española, en el aspecto político administrativo ha-
bía sido dividida en 10 Partidos, los que agrupaban todos los pueblos del área.
117
A. G. N. Historia XV f. 134v.
El asiento de los poderes religiosos y administrativos estaba en San Felipe y
Santiago y el resto de los partidos eran La Concepción de Vaca, San José del
Toro, La Visitación de Tehueco, San Jerónimo de Mochicahui, Santiago de
Ocoroni, San Pedro de Guasave, La Concepción de Bamoa, La Concepción de
Chicorato y San Miguel de Mocorito.
El partido de San Miguel de Mocorito estaba constituido únicamente por
dos pueblos: Bacubirito y Mocorito, este último constituía la cabecera del par-
tido. Además de las fincas de la misión, en el distrito existían 43 estancias,
ranchos y trapiches, pertenecientes al mismo número de familias españolas
que producían ganado, caña, maíz, trigo, frijol, etc.
El pueblo de San Miguel de Mocorito, en 1678, estaba constituido por 72
familias con un total de 243 personas de administración. En este año no había
misionero de planta, sino que la misión era administrada desde la villa de Si-
naloa y atendido por el padre Pedro de Mejía.118

SIGLO XVIII

118
Cfr. A. G. N. Misiones XXVI. fs. 266-227
El poder económico cimentado por los jesuitas a través de las misiones
posibilitó la penetración de los negocios coloniales españoles y permitió la
monetización de los excedentes de las haciendas misionales, al establecerse un
mercado de productos y de fuerza de trabajo indígena, ya que estas tenían la
custodia de los pueblos indígenas y eran quienes permitían la contratación de
esa fuerza de trabajo.
La hegemonía económica de las misiones fue una fuente de disputa per-
manente, puesto que la legislación virreinal disponía que la misión, como tal,
tendría una vigencia de diez años y se procedería a su secularización. Sin em-
bargo en el Noroeste no se aplicó esta norma 119 ya que la sujeción de los indí-
genas y por consiguiente la paz de la región dependía de las misiones. Aún así,
esta norma constituía para los colonos, que iban en ascenso tanto en número
como en importancia económica, el fundamento para la disputa y exigían a las
autoridades la aplicación de la misma, así mismo se instrumentó una campaña
de desprestigio de la cual se recoge de un discurso en defensa de la orden, lo
que ellos decían y lo que de ellos se decía: que recibimos “exquisitos regalos:
que no ay Reyes más abastecidos de los exquisito en sus mesas que nuestros
misioneros en las suyas: que tenemos poblados los campos de copioso numero
de ganados; que rebientan nuestras despensas de lindos maizes, y de hermosi-

91

simos. trigos; que tenemos huertas, jardines y aranjuezes, que es riquisimo el


vino de nuestras viñas”120, etc., de lo cual no faltaba cierta verdad, no en el
sentido de dispendio y lujo de vida, sino de acopio de riqueza (que siempre ha
sido inherente a la iglesia) y que se destinaba al sostenimiento y apoyo del
avance misional.
Los jesuitas respondieron a esas acusaciones haciendo manifiesto lo que
ya era sabido desde los tiempos de Colón y Cortés, en las crónicas de Bartolo-
mé de las Casas: el salvajismo y la barbarie de los conquistadores españoles.
Al publicar el Apologético Defensorio y Puntual Manifiesto señalaron que los
pueblos cercanos a los españoles “aún estan humeando las cenizas de el incen-
dio que los asoló, no de polvora por rebeliones a su Señor, sino de alquitranes
de toda maldad, por vexacion de los españoles. ... Nombran i quentan las vio-
lencias, i fuerçan que dexan en los pueblos para autoridad de sus desenfrena-
119
Ortega Noriega, Sergio. 1993. p.58.
120
Faria, Francisco Xavier de. 1981. p. 98.
mientos. Y como tan gozosos se exercitan en la depravacion, i lizencia de sus
apetitos, ellos envegecen en sus maldades, y la malicia envelece en ellos; ha-
ziendose cada día mas inmedicable esta peste, i con ellos cada día mas inesta-
bles las ruinas, y perdida de aquestas provincias”121.
Esta pugna que se inició desde mediados del siglo XVII continuó durante
la primera mitad el XVIII y culminó con la expulsión de la Compañía de los
países y territorios de Francia, España y Portugal.

La Misión de San Miguel Mocorito

Durante la época misional, Mocorito tuvo una población más o menos es-
table y fluctuaba alrededor de los quinientos habitantes, por otro lado en el
Annua de 1742 se reporta la existencia de cuarenta familias, es de considerar-
se que dicha cifra pudo referirse exclusivamente a las familias de españoles y
criollos, cosa que era muy común en las estadísticas de la época, pues en otro
de estos informes anuales que rendían los misioneros a la superioridad y que
data del año 1744, se encuentra señalada la cantidad de ciento tres familias,
cálculo que se considera más acorde al desarrollo de la misión.
92

La misión de Mocorito no era de las misiones ricas ni de las más asedia-


das ya que aún no se habían descubierto los minerales en sus alrededores, los
que un siglo más tarde le darían el auge y que conservó hasta principios del si-
guiente siglo, pero tampoco era pobre, tal y como se deduce del Annua de
1744122. Ya que tenía los recursos suficientes y por ser un pueblo de paso sobre
el camino real poseía ganado caballar y mular para las remudas de las cabalga-
duras y ganado de carga. El arqueo que se cita en la carta annua se efectúa al
121
Op. cit. pp. 36-38
122
San Miguel Mocorito, 31 de diziembre de 1744.
Visitando, etc…. hallo que, desde la visita del Padre Visitador General Lucas Luis Alvarez, que está en foxa
3, hecha en 3 de enero de 1742, ha tenido de entrada como consta por las partidas de arriba, la cantidad de
… IV 164 p. 1 r. y siendo el gasto desde el mismo tiempo, como consta por las partidas de foxa 35 y 36 la
cantidad de IV … 463 p.3 cotejadas entre sí las partidas, excede el gasto a la entrada en … V 299 p. 2. Deu-
das en contra. Debe la misión a los sugetos expresados a foxa 52 … V 221 p. 5 ½ y lo demás que falta igua -
lar el exceso del gasto es a causa de limosnas particulares hechas al padre, y su consumo no se asentó, aun -
que se aplicó a los gastos de la misión. Deudas a favor. Debe el Sr. Cura dn. Hilario Sapisco a la misión …
V 298 p. 6 ½. . Bienes. Tiene tierras sembradas, mulada y requa; poco ganado mayor y caballada. tiene este
pueblo y misión 103 familias. Burrus-Zubillaga. 1986 p. 114.
cura Hilario Sapisco (sacerdote secular diosesano), quien al parecer estaba al
frente de la misión al momento de la visita y no se menciona las causas de la
ausencia del misionero.
En 1745 se reporta asignado y radicado en la misión de San Miguel Mo-
corito al padre Joseph Ignacio Garfias, de quien se dice que “sabe la lengua (el
mexicano); tiene la nota de mezquino, que le acarrea sus pesares. Fuera de
esto, no hay queja de mota contra su reverencia”123.
Tres años mas tarde (1748) José Ignacio Garfias aún permanece en la mi-
sión. Al poco tiempo es llamado para ocupar la rectoría de la Provincia, o sea
es nombrado Superior de San Felipe y Santiago y en su lugar, envían a hacerse
cargo de la misión de San Miguel Mocorito al padre misionero Francisco de
Paula Hlava, quien permanecerá en ella hasta el año de 1767.

La Iglesia de la Purísima Concepción.

Nada sería tan históricamente representativo de Mocorito como lo es su


iglesia y su río. En torno a ellos ha girado la historia particular de sus morado-

93

res y la historia de la región misma. Diríase que ambos han sido el génesis de
su vida. El río fue la madraza que cobijó y creó a los pueblos prehispánicos.
La iglesia, marca el inicio del proceso de colonización, la dominación y des-
aparición de las etnias locales. Señala así mismo, el nacimiento de otro Moco-
rito que se levanta sobre la destrucción y muerte del anterior, del Mocorito in-
dígena. A partir de este momento, la iglesia ha sido el reflejo del desarrollo y
la vida de la población en general, a su grado de avance constructivo o del es-
tado de conservación y mantenimiento se ha correspondido, al mismo tiempo,
el observado para el pueblo y sus habitantes.
Así, a cien años del descubrimiento de América y después de sufrir la
barbarie genocida de una fracasada conquista. La región presencia una nueva
estrategia de penetración española, una nueva alianza entre la cruz y la espada,
ahora con la variante de que la primera tendrá que asumir el peso y la impor-
tancia que tuvo la espada en la primera etapa de penetración.
123
Op. cit. pp. 126 y 557
La Misión de Mocorito es de las primeras erigidas por los jesuitas.
Por el mes de marzo de 1592 le son asignados los pueblos del río de Se-
bastián de Evora al misionero jesuita Juan Bautista de Velasco y con ello se
funda formalmente la Misión de Mocorito124.
En estos primeros años de colonización y evangelización jesuítica, la fun-
dación de una misión se producía sin más trámite y formalidad que la llegada
del misionero, evidentemente tenía que ser aceptado por la población, ensegui-
da, por lo general la comunidad le construía un lugar donde habitara y ya ins-
talado el misionero, se abocaba de inmediato a la organización económica de
la misión y al mismo tiempo la edificación de la iglesia.
Al llegar Juan Bautista de Velasco a los pueblos del Sebastián de Evora
en el año de 1592, se encontró con poblaciones ya cristianizadas125 y más fa-
miliarizados con las lenguas mexicana y española que en el resto de los pue-
blos indígenas del norte de Sinaloa. Esta situación encontrada por el misione-
ro, se debió a que los Mocorito, por ser la primera Nación de la Provincia de
Sinaloa y su cercanía con Culiacán (ciudad de avanzada española en el noroes-

94

te de la Nueva España), durante los últimos sesenta años del siglo XVI, se vie-
ron acosados militar y religiosamente, lo que condujo, al poco tiempo de insta-
lada la misión, a que se constituyera en la zona de más fácil asimilación a la
cultura impuesta.
Así pues, en el mismo año de llegada del misionero y fundación de la mi-
sión se construyó una habitación misional y una modestísima primera iglesia,
ambas, hechas de paredes de vara y recubiertas de barro con techo de zacate o
palma, que era el proceso constructivo empleado por los indígenas.
Pocos años más tarde, con la ayuda del hermano coadjutor Francisco de
Castro, el padre Velasco inicia la edificación de una nueva iglesia, un poco
menos modesta que la anterior, con paredes de cal y canto y techos de ladrillo.
La construcción que se levantó contemplaba tres habitaciones para misioneros
y una Iglesia adjunta126 que consistía en un amplio salón, el cual aun, hoy en
día, se conserva en perfecto estado. Véase la siguiente fig. 23.
124
Recuérdese que este año se fundó la Misión de Mocorito no así el pueblo, ya que ésta asentó su cabecera
en dicho pueblo.
125
Un año antes un contingente numeroso había ido a recibir a los primeros misioneros jesuitas a un lugar lla -
mado El Palmar, lugar situado a tres leguas de Mocorito, solicitando el bautizo de los niños que llevaron y
se dio de parte de los jesuitas la primera misa en territorio de la Provincia de Sinaloa. Cfr. Alegre, Francisco
Javier. 1956. pág. 1591.
Fig. 23. Iglesia construida por Juan Bautista Velasco en 1601.
Estado actual de conservación
95

Se le han hecho pequeñas modificaciones, por cierto desafortunadas, pero


que puede ser restaurada sin necesidad de erogaciones onerosas. Los cuartos
habitacionales también se conservan, cuando menos dos de ellos, en su estado
original, es decir sin modificaciones importantes, el tercero se techó con con-
creto, al derrumbarse el techo original por falta de conservación. Actualmente
están en uso como habitaciones y notaría parroquial.

126
Juan Bautista de Velasco reportó al Padre Provincial en 1601 que “con la buena emulacion de los mocori-
tos, donde se ha hecho una razonable Iglesia de tapias, con mucho gusto de los naturales, que está mui gra -
ciosa donde se celebran las fiestas con mas concurso, y mucho contento, assi de los del pueblo, como de los
demas.” A. G. N. Historia XV, folio 121v.
Fig. 24. Iglesia de la Purísima Concepción. Tal y como fue construida en 1767
(arreglo fotográfico)
Estas edificaciones, desde su construcción, se conservaron en funciona-
miento y sin modificaciones por más de ciento cincuenta años, pués en el

Fig. 25. Iglesia de la Purísima Concepción. 1767. vista de otro ángulo


(arreglo fotográfico)

96

informe anual del visitador jesuita, se reporta que la misión de San Miguel
Mocorito hasta casi la mitad del siglo XVIII seguía teniendo los mismos edifi-
cios: “El estado de esta Missión, según el informe del P. visitador Pedro Pablo
Masida, remitido al P. Prov. Matheo Ansaldo en 26 de junio de 1742 era como
sigue: Tiene casa decente, pero no tiene Iglesia, sirviendo en su lugar una pie-
za poco adornada, tiene algunos ornamentos...” 127 Se refiere, a las edificacio-
nes hechas por Juan Bautista de Velasco a principios del siglo XVII y que an-
tes se hizo mención.
La siguiente etapa constructiva se realizó en los últimos quince años de la
prolongada estancia de los jesuitas en México, es decir entre 1750 y 1765,
cuyo inicio estuvo a cargo del misionero José Ignacio Garfias y la terminación
quedó a cargo del padre Francisco de Paula Hlava128.

Fig. 26. Interior nave principal de la iglesia. Estado actual


Esta etapa consistió en la edificación de la nave principal de la actual
iglesia, con sus altares laterales, la sacristía y el primer tramo de la torre (la
parte de argamasa y piedra) y la integración de la parte ya antes construida. En
el testimonio del misionero jesuita Jacobo Baegert que en el paso hacia su des-
tino baja californiano de Loreto en 1752, menciona que en Mocorito “estaban
techando la iglesia con vigas de cedro y era la primera iglesia de cal y canto

97

que había visto en el camino desde Tepic” 129. En las figs. 24 y 25 se ha hecho
una reconstrucción fotográfica del aspecto que guardaba el conjunto parro-
quial al tiempo de la expulsión de los jesuitas en 1767. La fig. 26 muestra el

127
A G. N. Historia. vol. XVIII, folio 266.
128
En el Annua de 1755 se reporta a Francisco. de Paula Hlava, quien permanece al frente de la misión de
Mocorito hasta 1767. Véase Burrus y Zubillaga. 1986. p. 603.
129
Decorme Gerard. 1941. T. II p. 201.
interior de la nave en su estado actual, misma que desde su construcción no ha
sufrido modificaciones importantes.
En una tercera etapa, aproximadamente cien años más tarde, se añadieron

Fig. 27. Portal de peregrinos


tres elementos más al complejo: El Portal de Peregrinos fig. 27, el bautisterio
y la terminación de los campanarios y cúpula de la torre. Esta tercera etapa se
construyó, como se decía, muchos años más tarde, posiblemente en el último
tercio del siglo XIX y quizá primeros años del XX.
La creencia popular sostiene que desde la llegada de los misioneros jesui-
tas a Mocorito se comenzó a edificar la nave principal de la Iglesia con sus
respectivos agregados actuales, lo cual, debe ser visto, en última instancia,
como un proceso constructivo que duró aproximadamente trescientos años y
en el que se puede establecer una cronología de su construcción, ya que es po-
sible definir sus etapas, pues éstas son perfectamente claras en el tiempo y en
el proceso de edificación.
En el siguiente cuadro No. 4, se han señalado cuatro etapas, pero la igle-
sia que se consigna en la primera, ha incluida únicamente como una referencia

98
histórica, ya que de ella no existe confirmación constructiva. En realidad es a
partir de la segunda etapa que se tiene evidencia del proceso de construcción.

Fig. 28. Conjunto parroquial. Fotografía tomada a principios del siglo XX


El historiador Antonio Nakayama apunta que el templo parroquial de
Mocorito, fue levantado durante el primer tercio del siglo XVIII y que es tal
vez el mejor que los jesuitas construyeron en territorio sinaloense en la etapa
misionera130. Al compararlo con la cronología antes manifiesta, la aseveración
del historiador culiacanense tiene un desfase aproximado de medio siglo y no
sólo es el mejor templo que los jesuitas levantaron en la provincia de Sinaloa,
sino que es el único que se conserva en pie y en buen estado.
Se tiene constancia, cuando menos desde la segunda mitad del siglo XVII
hasta la fecha, que la iglesia de la misión se consagró al culto de la virgen de
la Purísima Concepción. Y no hay razón para suponer que desde los tiempos
de aquella otra, la de paredes de vara con lodo y techo de palma no se haya de-
dicado a la veneración de la misma deidad.
A finales de los años sesentas de ese siglo XVII ya presidía el altar prin-
cipal una imagen de bulto de la Purísima Concepción, esculpida en madera,
que para las dimensiones de la iglesia de entonces resultaba desproporcionada-
mente grande. El sacerdote que atendía la iglesia entonces, decidió aserrar la
peana de la escultura, abajo de la luna que posee la dicha representación, ha-
ciendo caso omiso a las peticiones de los feligreses de que no la tocara. Y se
cuenta que al carpintero que iba a aserrar la imagen hubo de traerlo de un pue-
blo vecino, pues los de Mocorito se negaron hacer el trabajo. En el primer in-

99

130
Ruiz, Antonio. 1974. p. 32 infra.
tento se rompió la sierra, lo cual se consideró un primer aviso divino. Después
de insistir con una nueva sierra se logró el propósito. Este carpintero que se
atrevió a cortar la peana. Se le encontró muerto, horas más tarde de ese mismo
día antes de llegar a su casa, lo cual se consideró nuevamente como una señal
divina. Más tarde por instrucciones del sacerdote la imagen fue trasladada a
otra Iglesia. Entonces se sucedieron dos circunstancias que los habitantes con-
sideraron como definitivamente milagrosas:
Cuadro No. 4.
ETAPAS CONSTRUCTIVAS DE LA IGLESIA DE LA PURÍSIMA CONCEP-
CIÓN DE MOCORITO, SIN.

ETAPA AÑO DE INICIO EDIFICIOS CONSTRUIDOS


Primera 1592 Iglesia y habitaciones misionales de paredes de varas recubier
tas con lodo y techo de palma.
Segunda 1600 Tres habitaciones misionales y capilla de paredes de argamasa
y piedra con techos de vigas y ladrillo.
Tercera 1750 Iglesia, Sacristía y basamento inferior de la torre construida
de paredes de piedra y argamasa y techos de vigas y ladrillo e
integración de la etapa segunda.
Cuarta 1850 * Portal de peregrinos, pautisterio y terminación de la torre. Los
materiales de esta etapa son ladrillo y mortero de cal y arena.
*Debe decir: a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Al sacerdote que ordenó aserrarla y enviar a la virgen a otra iglesia, hubo


de pasarle que a los días una mula lo derribara de la montura dejándole perma-
nentemente paralítico y solo transcurrió un año para que acaeciera su muerte.
Luego de los sucedidos, el nuevo misionero, a quien se le encargó la iglesia,
hizo de inmediato traer de vuelta la escultura de la virgen y la repuso en su lu-
gar131.

131
A. G. N. Misiones XXVI. f. 266 v.
EL EXTRAÑAMIENTO JESUITA

En la misma medida que la Compañía de Jesús afianzaba posiciones de


poder, tanto eclesiásticas como laicas, en los reinos católicos de Europa (Espa-
ña, Francia y Portugal), iban exacerbándose los odios en su contra.
Las otras órdenes religiosas perdían terreno en la política pontificia y cor-
tesana, lo cual no aceptaban de buena gana. Al igual sucedía en los medios po-
líticos laicos los que no habían sido educados en las escuelas jesuitas también
perdían posiciones.
“Acaso no exista una asociación religiosa que haya contado con tantos
entusiastas y panegiristas, y tantos y tan acérrimos enemigos como la Compa-
ñía de Jesús, ni que acerca de la misma se hayan escrito tantas alabanzas y
censuras”132.
Desde su origen hubo entre los católicos fuertes movimiento de impugna-
ción (Anti-cotton y la Monita secreta). En la segunda mitad del siglo XVII, tu-
vieron que enfrentar a la corriente Jansenista y sobre todo a un terrible adver-
sario, Blas Pascal que los llevó a su primer problema serio. Los filósofos fran-
ceses del siglo XVIII “prosiguieron la obra de Pascal, y llegó a serles hostil [a
los jesuitas] la opinión de los hombres cultos, y no tuvieron de su parte más
que al monarca y alto clero, no tardando de perder el apoyo de ambos elemen-
tos, y fueron vencidos por el impulso arrollador de la opinión.” 133

101

132
Valentí Camp, Santiago. 1988. p. 80.
133
Valenti Camp. Op. cit. p. 81
dando como resultado la expulsión de los territorios franceses.
Más tarde, aprovechando el descrédito en que cayeron los jesuitas en
Francia, el Marqués de Pombal en Portugal, en el año de 1756, suprimió la
Compañía y los expulsó del territorio lusitano en Europa y en sus colonias.
Al momento de la expulsión de los jesuitas de Portugal, en España y en
sus dominios de ultramar comenzó a gestarse una lucha enconada.
En España la Compañía conservaba fuertemente afianzados sus nexos
con el rey, En la Nueva España su poder era definitivo, así para el año de 1765
la Compañía de Jesús con sus misiones había colonizado todo el Noroeste de
la Nueva España conservando la hegemonía en la región. Para el control admi-
nistrativo de esta importante porción del poder jesuita, lo habían divido en
cuatro grandes regiones:
La Provincia de California, que comprendía la península entera. La Pro-
vincia de Sonora que se dividía a su vez en las Pimerías Alta y Baja, se inicia-
ba por el sur en las inmediaciones del río Yaqui y se extendía al norte hasta el
río Gila y acotadas en el Oriente y Occidente por la Sierra Tarahumara y el
Golfo de California. La Provincia de Ostimuri conformada por los valles de
los ríos Yaqui y Mayo en Sonora. Y la Provincia de Sinaloa, que como ya se
había dicho antes, englobaba la región comprendida entre los valles del río
Mocorito hasta el del río Zuaque.
La estructura Jerárquico administrativa que controlaba esta vasta región
estaba atendida por un Visitador General, que mantenía bajo su supervisión to-
das las misiones del área; debajo de éste se encontraban los Visitadores Regio-
nales, los cuales tenían su asiento respectivo en Sinaloa, Topia y Sonora. Den-
tro de esta estructura les seguían seis Rectores distribuidos tal y como se seña-
la en el cuadro número cinco que a continuación se inserta.
Estos Rectorados, controlaban en particular a las misiones bajo su área de
influencia. Así, el Rectorado de Sinaloa, por ejemplo, estaba compuesto por
las siguientes misiones con sus respectivos pueblos de visita:
A principios de 1766, debido a las presiones, de los eclesiásticos de las
otras órdenes, de los estancieros españoles, y del mismo poder virreinal, los
jesuitas resolvieron entregar las misiones del Noroeste a la secularización,
pero resultó que las otras órdenes no estaban en posibilidad de reemplazar a
los misioneros jesuitas o no lo quisieron, por lo que el gobierno virreinal se
negó a aceptar la renuncia.
102
Cuadro No. 5
RECTORADOS DE LAS MISIONES JESUITAS DEL NOROESTE DE
NUEVA ESPAÑA EN 1765
RECTORADO NUMERO DE SEDE DEL
MISIONES RECTOR

Ntra. Señora de los Dolores 8 Tubutoma


San Fco. Javier 6 Arizpe
San Fco. Borja 7 Arivechi
Mártires del Japón 6 Guasavos
San Ignacio del Yaqui 10 Sta. Cruz del Mayo
Sinaloa 11 San Felipe de Sin.
TOTAL 48

Mientras la oposición a la Compañía de Jesús se recrudecía en España,


influida determinantemente del espíritu jansenista y la incredulidad filosófica
de la Ilustración, apenas si era contenida por la influencia de Isabel de Farne-
sio, madre del rey, que era decidida protectora de los jesuitas.
Cuadro No. 6
MISIONES DEL RECTORADO DE SINALOA134
1 San Felipe de Sinaloa
2 San Miguel Mocorito
3 Bacubirito
4 Chicorato San Iganacio y Ohuera
5 Bamoa y Ocoroni
6 Nío
7 Vaca y Vites
8 Toro, Choix y Baimena
9 Tehueco, Sirivijoa
10 Mochicahui, San Miguel y Ahome y Charai
11 Guasave y Tamazula

Isabel falleció a principios del año y el rey no pudo hacer frente a las pre-
siones. De manera que el día 27 de febrero de 1767, Carlos III, rey de España,
redactó el decreto de extrañamiento a la Compañía de Jesús de todos sus terri-

103

134
Cfr. Pardeau, Alberto Francisco. 1959. pp. 19-24
torios: la metrópoli y sus colonias,.
Para ejecutar la sentencia del real decreto, el Marqués de Croix, cuadra-
gésimo quinto virrey, acordó que se llevara a efecto simultáneamente en todo
el territorio de la Nueva España al despuntar el día 25 de junio, pero en Recto-
rado de Sinaloa, se llevó a cabo un mes después.
El padre Francisco de Hlawa “estando en Mocorito recibió el llamado del
rector José Garfias y ocurrió a la Villa de San Felipe de Sinaloa en donde reci-
bió la notificación de la orden de extrañamiento el 31 de julio de 1767”.135
Los misioneros de Sonora y Sinaloa fueron aprehendidos y tratados como
los esclavos africanos. Los hicieron viajar en condiciones infrahumanas, de tal
manera que desde su salida, en septiembre 2 de 1767, desde San José de Gua-
ymas, donde fueron concentrados hasta llegar a Guadalajara, el 10 de septiem-
bre de 1768, habían fallecido aproximadamente la mitad de estos misioneros
de Sonora y Sinaloa.
Los sobrevivientes permanecieron en Guadalajara un tiempo, fueron reci-
bidos en Veracruz a mediados de enero de 1769 y embarcados a España el 2 de
marzo, para llegar a Cádiz en julio 10 del mismo año. Fueron alojados en la
cárcel de Cádiz, mientras el resto de los jesuitas mexicanos se encontraban en
Bolonia, Italia, bajo la protección del Papa.
Los misioneros del Noroeste permanecieron tres años encarcelados, ex-
ceptuado a seis extranjeros que fueron rescatados por sus respectivos embaja-
dores y regresados a su patria. Ahí fueron notificados del decreto papal de ex-
tinción de la orden. Por fin se decidió retirarlos separadamente en distintos
conventos de España, ninguno de los misioneros mexicanos que estuvieron en
el Noroeste regresaron a México136.
¡Ese era el pago de España a los hombres que le habían abierto las puer-
tas y colonizado, el territorio del Noroeste, tan extenso como el de la Nueva
España de los primeros años!

135
Pardeau. Op. cit. p. 167.
136
Decorme, Gerard. 1941 T. I. p. 483.
EPILOGO

Después de la salida de los jesuitas en 1767, la mayoría de las misiones


quedaron abandonadas tal como habían pronosticado los propios jesuitas un
año atrás cuando acordaron entregar las misiones y solicitaron que en la “sus-
titución por otros misioneros se atendiera provincia por provincia, no entre-
sacando las misiones más cómodas, a fin de evitar disputas entre individuos de
diversos institutos”137.
La solicitud no se cumplió ya que las ordenes religiosas que permanecie-
ron en México se repartieron el botín y atendieron los poblados de acuerdo a
una racionalidad monetaria, es decir, fueron atendidos por un religioso de
planta aquellos pueblos cuyos diezmos, primicias y limosnas eran suficientes
para darle al clérigo encargado una vida desahogada y reportar a la curia bue-
nos dividendos.
Así en 1768, se reporta que “En Mocorito y Bacubirito asiste el cura de
San Benito, o su teniente con trescientos pesos”138. y varios años más tarde, re-
cién consumada la independencia de México, en 1827, se relaciona que en
Mocorito “la iglesia que sirve de curato pertenecía a los jesuitas; pero se dete-
riora sensiblemente, y es muy incomoda la fetidez que le comunican los mur-
ciélagos que anidan en su techo.139
105

137
. Op. cit. p. 443.
138
A. G. N. Historia XVIII. f. 60v
139
Ortega, Sergio y López Mañón, Edgardo (Compiladores). 1987. p. 116.
La mayoría de las misiones en esta región noroeste quedaron abandona-
das y a merced de la voracidad de los funcionarios y estancieros españoles, los
pueblos entraron en un proceso de decadencia que duró hasta el término de la
administración española en nuestro país.
En los albores de la época independiente se reportaba, en lo que hoy es el
Estado de Sinaloa, la existencia de los siguientes Curatos. = Rosario, Chame-
tla, Escuinapa, Cacalotán, Copala, S. Sebastián, Mazatlán, Cabasan, S. Igna-
cio, Cosalá, Conitaca, Alayá, Culiacán, Capirato, Quilá, Imala. Sinaloa, Moco-
rito, Bacubirito, Badiraguato, Toro, Fuerte, Alamos, Baroyeca, S. Antonio de
la Huerta, Trinidad, Mátape, Háygame, Nacameri, Horcasitas, Ures, Pitic,
Guaimas, Ciénega, Batuc, Oposura.
Lo material de los templos en el Estado se halla en bastante pobreza y de-
caimiento. Aun los mismos que dejaron los Jesuitas en Oposura, Mátape, Ba-
tuc Mocorito, etc., han sufrido bastante deterioro. Por lo general se observa en
todos el aspecto de la miseria y el abandono. Las iglesias, donde se da culto al
altísimo, son madrigueras de murciélagos y otras sabandijas. Los pavimentos
son de tierra fétida y removida con el continuo entierro de los cadáveres.
Mocorito. = Pueblo de cuatrocientos a quinientos habitantes, con ayunta-
miento de segundo orden, situado entre Culiacán y Sinaloa, pero más inmedia-
to al segundo punto.
La feligresía de Mocorito tiene mucha aldea; ecselentes (sic) tierras de
sembradío. El Pueblo es de pobre apariencia; pero está colocado en punto na-
turalmente ameno, regado de aguas, y de un campo siempre verde en todas sus
inmediaciones140.

140
Op. cit. pp 92-116.
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de la Historia. Editorial del Vallle de México. México.
Velázquez Tracy, Miguel Angel. 1964. Origenes y fundación de la Villa de
Mocorito. Edición mimieográfica. Mocorito.
Zavala, Silvio A. 1935. La encomienda indiana. Junta para la ampliación de
estudios e investigaciones científicas. Centro de estudios históricos.
Sección Hispanoamericana. Madrid.
INDICE DE ILUSTRACIONES

Página

1 Penetración del hombre prehistórico a territorio mexicano 13


2 Artefactos característicos del Arqueolítico 14
3 Artefactos característicos del Cenolítico inferior 14
4 Artefactos característicos del Cenolítico superior 14
5 Artefactos característicos del Protoneolítico 14
6 El Noroeste Mexicano 18
7 Confluencia de las áreas Mesoamérica, Oasisamérica y
Aridamérica en el Noroeste Mexicano 20
8 Territorio y aldeas principales de la nación Macore 33
9a Hachas de garganta tres cuartos. Col. Profr. Israel Lozoya 42
9b Hacha adornada. Col. Profr. Israel Lozoya 42
9c Hacha larga. Col. Profr. Israel Lozoya 42
9d Hacha ceremonial. Col. Ing. Juan S. Avilés 43
10 Puntas de flecha. Col Ing. Juan S. Avilés 43
11 Fragmento de vasija de barro cocido 44
12 Figurillas de Terracota. Col. Profr. Israel Lozoya 45
13 Sello. Col. Profr. Israel Lozoya 45
14 Casa de paredes de vara y techo de palma 48
15a Metate. Col. Col. Profr. Israel Lozoya 48
15b Manos de metate. Col. Profr. Israel Lozoya 48
112
16a Molcajete. Col. Ing. Juan S. Avilés 49
16b Molcajete. Col. Col. Profr. Israel Lozoya 49
16c Molcajete. Col. Profr. Israel Lozoya 49
17a Malacates grabados. Col. Ing. Juan S. Avilés 50
17b Malacate liso y pulido. Col. Profr. Israel Lozoya 50
18 Campana de cobre 50
19 Cuentas de piedra. Col. Profr. Israel Lozoya 51
20a Bolas de piedra para el juego de “Gome” Col.Profr. Israel Lozoya 52
20b Bolas de piedra para el juego de “Gome” y Col. Ing. Juan Avilés 52
21a Deidad antropomorfa. Col. Ing. Juan Avilés 54
21b Deidad Zoomorfa. Col. Ing. Juan Avilés 54
22 Deidad figura de coyote. Prop. Profra. Ma. Luisa López 55
23 Iglesia construida por Juan Bautista Velazco en 1601
(estado actual) 94
24 Iglesia de la Purísima Concepción tal y como fue contruida
en 1765. (arreglo fotográfico) 95
25 Iglesia de la Purísima Concepción 1767, otro ángulo
(arreglo fotográfico) 95
26 Nave principal de la Iglesia (estado actual) 96
27 Portal de peregrinos (estado actual) 97
28 Conjunto parroquial. (fotografía tomada a inicios del S. XX) 98
INDICE

Página.

INTRODUCCION 9
LA PREHISTORIA 12
EL NOROESTE 17
El Noroeste y la peregrinqación azteca 23
LA NACIÓN MACORE 30
El Territorio de la Nación Macore 31
De la lengua que hablaban los Macore 34
De las cosas de la guerra. 41
Del comercio y otras actividades 44
De la manera que hacían los casamientos estos naturales. 46
De la construcción de casas y de la vida ordinaria
de los naturales. 47
De los juegos y distracciones que ellos tenían. 51
De la religión que profesaban. 54
SIGLO XVI. La penetración española 57
La región del río Mocorito 60
La Misión de San Miguel Mocorito 73

107
SIGLO XVII 82
La Misión de San Miguel Mocorito 86
Siglo XVIII 90
La Misión de San Miguel Mocorito 91
La Iglesia de la Purísima Concepción. 92
El extrañamiento Jesuita 101
Epílogo. 104
BIBLIOGRAFIA 106
INDICE DE ILUSTRACIONES 111

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