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i il La vida liquida moderna y sus miedos Boaviuor Zyqrent Modded lhgoido Edi. Fee. 2e63 «Si quieres paz, preoctipate por la justicia», aseve- raba la sabidurfa antigua, y, a diferencia del conoci- miento, la sabiduria no envejece. Hoy, igual que hace dos mil afios, la ausencia de justicia obstruye el cami- no hacia la paz. Las cosas no han cambiado. Aquello que sf ha cambiado es que ahora la «justicia», a la in- versa de los tiempos antiguos, cs una cuestién plane- taria, que se mide y se valora mediante comparacio- nes planetarias; y ello se debe a dos razones. La primera es que, en un planeta atravesado en todas direcciones por-«autopistas de la informacién», nada de lo que ocurra en alguna parte puede, al menos potencialmente, permanecer en un «afuera» intelec- tual. No hay una terra nulla, no hay zonas en blanco en el mapa mental, tierras y pueblos ignotos, menos atin incognoscibles. El sufrimiento humano de lugares leja- nos y modos de vida remotos, as{ como el despilfarro de otros lugares y modos de vida también remotos, entran en nuestras casas a través de las imagenes electrénicas de una manera tan vivida y atroz, de for- ma tan vergonzosa o humillante, como.la miseria y la ostentacién de los seres humanos que encontramos cerca de casa durante nuestros paseos cotidianos por 13 las calles de la ciudad. Las injusticias, a partir de las cuales se conforman los modelos de justicia, ya no permanecen circunscritas a la vecindad inmediata, no hay necesidad de ir a buscarlas en la «privacién relativa» o en «diferenciales salariales» al establecer comparaciones con los vecinos de la puerta de al lado, o con los amigos cercanos en el ranking social. La segunda raz6n es que, en un planeta abierto a la libre circulacién del capital y de las mercancifas, cualquier cosa que ocurra en un lugar repercute so- bre el modo en que la gente vive, espera vivir o supone que se vive en otros lugares. Nada puede considerar- se de veras que permanezca en un «afuera» material. Nada es del todo indiferente, nada puede permane- cer por mucho tiempo indiferente a cualquier otra cosa, nada permanece intacto y sin contacto. El bie- nesvar de un lugar repercute en el sufrimiento de otro. En la sucinta expresi6n de Milan Kundera, una «uni- dad de la humanidad» como la que ha generado la globalizacién significa sobre todo que «nadie puede escapar a ninguna parte».! Como sefialé Jacques Attali en La Voie humaine,” en s6lo 22 paises (en los que se acumula apenas el 14 por ciento de la poblacién humana total) se con- centra la mitad.del comercio mundial y mas de la mi- tad de las inversiones globales, mientras que los 49 pai- ses mas pobres (en'los que habita el 11 por ciento de la poblacién mundial) reciben en conjunto sélo el 0,5 por ciento de la produccién global, casi lo mismo | que los ingresos de los tres hombres mds ricos del pla- neta. El 90 por ciento de la riqueza total del planeta esta en manos de-sélo el uno por ciento de sus habi- 14 tantes. Y no se distinguen en el horizonte escolleras que puedan detener la marea global de la polarizacién de las ganancias, que contintia creciendo de manera amenazadora. Las presiones dedicadas a hundir y desmantelar las fronteras, Ilamadas comiinmente «globalizacién», han resultado efectivas con escasas excepciones, aho- ra en trance de desaparecer; todas las sociedades se en- cuentran completa y verdaderamente abiertas de par en par, desde un punto de vista material e intelectual. Si se suman ambos tipos de «apertura» —la intelec- tual y la material-, se advierte por qué cualquier dafio, penuria relativa o indiferencia tramada dondequiera que sea culmina con el insulto de la injusticia: el sen- timiento del dafio que se ha infligido, del dafio que cla- ma por ser reparado, pero que, en primer lugar, obliga a las victimas a vengarse de sus adversidades... La «apertura» de la sociedad abierta ha adquirido un nuevo matiz, con el que Karl Popper, que acufio la expresiOn, jamdas son6. Ahora igual que antes, remite auna sociedad que se sabe incompleta con toda fran- queza y, por tanto, ansia ocuparse de las propias posi- bilidades, todavia no intuidas ni mucho menos explo- radas; pero sefiala también una sociedad impotente como nunca. para decidir su curso con un minimo grado de certeza, y para mantener el rumbo escogido una vez tomada la decisién. Producto precioso en su momento, aunque frégil, de la valerosa y estresan- te autoafirmacion, el atributo de la «apertura» casi siempre se asocia en nuestros dfas a un destino ine- xorable; con los efectos secundarios, imprevistos y no planeados, de la «globalizacién negativa»: una globa- 15 lizacién altamente selectiva del comercio y el capi- tal, la vigilancia y la informaci6n, la coaccién y el ar- mamento, la delincuencia y el terrorismo, todos ellos elementos que rechazan de plano el principio de sobe- ranfa territorial y no respetan ninguna frontera esta- tal. Una sociedad «abierta» es una sociedad expuesta a los golpes del «destino». Si en un principio la idea de una «sociedad abier- ta» representé la autodeterminacién de una sociedad libre orgullosa de su apertura, hoy evoca la experien- cia aterradora de una poblacién heter6énoma, des- venturada y vulnerable, abrumada por (y quiz supe- ditada a) fuerzas que ni controla ni entiende del todo; una poblacién aterrorizada por su misma indefensién y obsesionada con la eficacia de sus fronteras y la se- guridad de la poblacién que habita dentro de las mis- mas, puesto que son precisamente esa impermeabili- dad fronteriza y esa seguridad de la vida en el interior las que eluden su control y parecen destinadas a que- dar fuera de su alcance mientras el planeta contintie sometido a una globalizacién exclusivamente negati- va. En un planeta globalizado negativamente es impo- sible obtener (y menos atin garaniizar) la seguridad de un solo pafs o de un grupo determinado de pafses: no, al menos, por sus propios medios y prescindiendo de lo que acontece en el resto del mundo. Tampoco asi se puede obtener o garantizar la jus- ticia, condicién preliminar de una paz duradera. La «apertura» perversa de las sociedades que promueve la globalizacién negativa es, por si sola, causa de in- justicias y, de modo indirecto, de conflictos y violen- cia. Como sefiala Arundhati Roy, «mientras la elite 16 ne ee nnn viaja a su destino imaginario, situado en algtin lugar cercano a la cima del mundo, los pobres han queda- do atrapados en una espiral de delincuencia y caos».> Las acciones del Gobierno de Estados Unidos, dice Roy, y de sus diversos satélites, apenas camuflados como «instituciones internacionales» -el Banco Mun- dial, el Fondo Monetario Internacional y la Organiza- cin Mundial del Comercio-, conllevan, como «peli- grosos subproductos», «el nacionalismo, el fanatismo religioso, el fascismo y, por supuesto, el terrorismo, que avanzan de la mano con el progreso de la globa- lizacion liberal». El «mercado sin fronteras» es una receta perfecta para la injusticia y para el nuevo desorden mundial que invierte la célebre formula de Clausewitz, de tal modo que ahora le toca el turno a la politica de con- vertirse en una continuacién de la guerra por otros medios. La liberalizacién, que desemboca en la anar- quia global, y la violencia armada se nutren entre si, se refuerzan y revigorizan reciprocamente; como ad- vierte otra vieja maxima, inter arma silent leges (cuan- do. hablan las armas, callan las leyes). Antes de enviar tropas a Iraq, Donald Rumsfeld declaré que «la guerra se habra ganado cuando los es- tadounidenses vuelvan a sentirse seguros».’ Desde en- tonces, George W. Bush ha repetido este mensaje dia tras dia. Pero el envio de soldados a Iraq elevé el miedo a la inseguridad a nuevas cotas, y contintia haciéndo- lo, tanto en Estados Unidos como en otras partes. Como era de prever, la sensacion de inseguridad no fue la tinica victima del dafio colateral de la guerra. Muy pronto sufrieron idéntica suerte las libertades 17’ personales y la democracia. Por citar la advertencia profética de Alexander Hamilton: «La destruccién violenta de la vida y de la propie- dad a consecuencia de la guerra, el continuo es- fuerzo y la alarma que provoca un estado de peli- gro sostenido, llevaran a las naciones amantes de la libertad, a buscar el reposo y la seguridad po- niéndose en manos de instituciones con tenden- cia a socavar los derechos civiles y politicos. Para estar mas seguras, correran el riesgo de ser menos libres».° Ahora esta profecia esta cumpliéndose. En cuanto llega a nuestro mundo, el miedo se de- sarrolla con un fmpetu y una logica aut6nomos y re- quiere muy poca atencién o aportaciones adicionales para crecer y extenderse de forma imparable. En pa- Jabras de David L. Altheide, lo crucial no es el miedo al peligro, sino el grado de expansién que dicho mie- do puede adquirir, en qué puede convertirse.® La vida social cambia cuando las personas viven resguardadas tras un muro, contratan vigilantes, conducen vehfcu- los blindados, llevan botes de aerosol defensivos y pis- tolas y acuden a clases de artes marciales. El proble- ma es que tales actividades reafirman y contribuyen aacrecentar la misma sensaci6n de caos que estos ac- tos intentaban prevenir. Los miedos nos incitan a emprender acciones de- fensivas. Una vez iniciada, toda accién defensiva apor- ta inmediatez y concreci6n al miedo. Es nuestra res- 18 puesta la que transforma los presagios sombrios en una realidad cotidiana, y logra que el verbo se haga carne. En la actualidad, el miedo se ha instalado den- tro y satura nuestros habitos diarios; si apenas nece- sita mas estimulos externos es porque las acciones a las que da pie dia tras dfa suministran toda la moti- vacion y toda la energfa que necesita para reprodu- cirse. De todos los mecanismos que aspiran a cumplir con el suefio del movimiento perpetuo [perpetuum mobile], la autorreproducién del circulo vicioso entre el miedo y las acciones que éste inspira parece ocu- par un lugar de honor. Es como si nuestros miedos se hubiesen vuelto capaces de perpetuarse y reforzarse por si mismos; como si hubiesen adquirido un impulso propio y pu- diesen continuar creciendo atendiendo tinicamente a sus propios recursos. Esta autosuficiencia aparente es, por supuesto, sdlo una ilusién, como ha ocurrido con tantos otros mecanismos que han pretendido obrar el milagro del movimiento perpetuo y la autosuficiencia energética. A todas luces, el ciclo formado por los mie- dos.y las acciones dictadas vor éstos no seguirfa ro- dando ininterrumpidameite y adquiriendo mayor ve- locidad a’cada paso si no continuase extrayendo su energia de los estremecimientos existenciales. La presencia de tales estremecimientos no es pre- cisamente novedosa. Los temblores existenciales nos han acompafiado durante toda nuestra historia, por- que ninguno de los escenarios sociales en los que se fueron desarrollando las actividades propias de la vida humana ofrecié jamds una garantfa infalible contra los golpes del «destino» (Jamado asf para distinguir ta- 19 les golpes de las adversidades, que los seres humanos s{ podtfan evitar), pues el «destino» no se explica por la naturaleza peculiar de los golpes que da, sino por la incapacidad humana para predecirlos y, mds atin, para prevenirlos o domesticarlos. Por definicién, el «desti- no» golpea sin previo aviso y es indiferente a lo que sus victimas puedan intentar, o abstenerse de inten- tar, para evitar sus golpes. El «destino» siempre ha encarnado la ignorancia y la impotencia humanas, y adquiere su tremendo poder amedrentador gracias a la misma indefension de sus victimas. Y, como escri- bieron los responsables de Hedgehog Review en la in- troducci6n a un nimero especial de la revista dedica- do al miedo, «a falta de bienestar existencial», la gente tiende a conformarse con la «proteccién [safety]* o con un sucedaneo de ésta».” El terreno sobre el que se presume que descansan nuestras perspectivas vitales es, sin lugar a dudas, inestable, como lo son nuestros empleos y las empre- sas que los ofrecen, nuestros colegas y nuestras redes de amistades, la posici6n de la que disfrutamos en la sociedad, y la autoestima y la confianza en nosotros mismos que se derivan de aquélla. El «progreso», en otro tiempo la manifestacién mas extrema del opti- mismo radical y promesa de una felicidad universal- mente compartida y duradera, se ha desplazado hacia el lado opuesto, hacia el polo de expectativas distépi- * La palabra inglesa «safety» remite « los aspectos personales de la seguridad, al cuerpo y a las cosas materiales. En castellano sue- Ie traducirse como «seguridad» al igual que «security». Puesto que el autor emplea ambos términos de manera conjunta en varias ocasiones, se ha traducido «safety» como eproteccién» o «seguridad personal». (N. de la T) 20 —oesebevacnatctnstomntramnrsiientiiasua > een tenet etna, co y fatalista. Ahora el «progreso» representa la ame- naza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso, Presagia una crisis y una tension continuas que imposibilitaran el menor mo- mento de respiro. El progreso se ha convertido en algo as{ como un persistente juego de las sillas en el que un. segundo de distraccién puede comportar una derrota irreversible y una exclusion inapelable. En lugar de grandes expectativas y dulces suefios, el «progreso» evoca un insomnio Ileno de pesadillas en las que uno suefia que «se queda rezagado», pierde el tren 0 se cae por la ventanilla de un vehfculo que va a toda veloci- dad y que no deja de acelerar. Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso del cambio (menos atin de predecir y controlar su direc- cion), nos centramos en aquello sobre lo que pode- mos (0 creemos que podemos 0 se nos asegura que podemos) influir: tratamos de calcular y minimizar el riesgo de ser nosotros mismos (0 aquellas personas que nos son mas cercanas y queridas en el momento actual) victimas de los innumerables e indefinibles péligros que nos depara este mundo impenetrable y su futuro incierto. Nos dedicamos a escudrifiar «los siete signos del cAncer» 0 «los cinco sintomas de la depresién», oa exorcizar los fantasmas de la hiperten- si6n arterial y de los niveles elevados de colesterol, el estrés 0 la obesidad. Por asf decirlo, buscamos blan- cos sustitutivos hacia los que dirigir nuestro exceden- te de temores existenciales a los que no hemos podido dar una salida natural y, entre nuestros nuevos objeti- vos improvisados, nos topamos con advertencias con- tra inhalar cigarrillos ajenos, la ingesta de alimentos 21 ricos en grasas o en bacterias «malas» (mientras se consume de manera Avida liquidos que prometen pro- porcionar las que son «buenas»), la exposicién al sol o el sexo sin proteccién. Quienes podemos permitir- noslo, nos fortificamos contra todo peligro visible o invisible, presente o previsto, conocido o por conocer, difuso aunque omnipresente; nos encerramos entre muros, abarrotamos de videocdmaras los accesos a nuestros domicilios, contratamos vigilantes armados, usamos vehiculos blindados (como los famosos todo- terrenos), vestimos ropa igualmente protectora (como el «calzado de suela reforzada») 0 vamos a clases de artes marciales. «El problema», sugiere de nuevo Da- vid L. Altheide, «es que estas actividades reafirman y contribuyen a producir la sensacién de desorden que nuestras mismas acciones provocan.» Cada cerradu- ra adicional que colocamos en la puerta de entrada como respuesta a sucesivos rumores de ataques de criminales de aspecto fordneo ataviados con tinicas bajo las que esconden cuchillos; cada nueva dieta mo- dificada en respuesta a una nueva «alerta alimentaria» hacen que el mundo parezca mds traicionero y temi- ble, y desencadenan mds acciones defensivas (que, por desgracia, daran alas a la capacidad de autopropaga- cién del miedo). De la inseguridad y del temor puede extraerse un gran capital comercial, como de hecho se hace. «Los anunciantes», comenta Stephen Graham, «han ex- plotado deliberadamente los miedos generalizados al terrorismo catastréfico para aumentar las ventas, ya de por sf rentables, de todoterrenos.»* Estos autén- ticos monstruos militares engullidores de gasolina, y 22 I mal llamados «utilitarios deportivos», han alcanzado ya el 45 por ciento de todas las ventas de coches en Estados Unidos y se estén incorporando a la vida ur- bana cotidiana como verdaderas «capsulas defensi- vas». E] todoterreno es: «un simbolo de seguridad que, como los vecinda- rios de acceso restringido por los que a menudo circulan, aparece retratado en los anuncios como algo inmune a la arriesgada e impredecible vida urbana exterior [...]. Estos vehiculos parecen di- sipar el temor que siente la clase media urbana cuando se desplaza por su ciudad “de residencia” 0 se ve obligada a detenerse en algtin atasco». Como si se tratara de capital liquido listo para cualquier inversi6n, el capital ce! miedo puede trans- formarse en cualquier tipo de rentabilidad, ya sea econémica 0 politica. Asf ocurre en la practica. La se- guridad personal se ha convertico en un argumento de venta importante (quizds el mds importante) en toda suerte de estrategias de mercadotecnia. «La ley y el “orden, reducidos cada vez més a una mera promesa de seguridad personal (mas precisamente, fisica), se han convertido en un argumento cle venta importante (quizas el mds importante) en los programas politicos y las campaiias electorales. Mientras, la exhibicion de amenazas a la seguridad personal ha pasado a ser un recurso importante (quizds el mds importante) en las guerras de los medios de comunicaci6n de masas por los indices de audiencia (lo cual ha redundado atin mas en el éxito de los usos comercial y politico del ca- 23 pital del miedo). Como dice Ray Surette, el mundo que se ve por television se parece a uno en el que los «ciu- dadanos-ovejas» son protegidos de los «delincuentes- lobos» por «policfas-perros pastores».” Tal vez lo que caracteriza hoy a los miedos, conoci- dos por todas las variedades de la existencia humana vividas anteriormente, sea el desacoplamiento entre las acciones inspiradas por el miedo y los estremeci- mientos existenciales que generan el miedo que inspi- r6 esas acciones. En otras palabras: el desplazamiento del miedo desde las grietas y las fisuras de la condi- cién humana, en las que el «destino» nace y se incuba, hacia Areas vitales casi siempre desconectadas de la \\ fuente original de la ansiedad. Ningtin esfuerzo inver- tido en esas Areas, por enorme, serio e ingenioso que sea, puede neutralizar o bloquear la fuente de la ansie- dad y, por tanto, es incapaz de aplacarla. Esta es la ra- zn de que el circulo vicioso de miedo y acciones ins- piradas por el miedo se perpetie invariablemente, sin perder un pice de su energfa pero, al mismo tiempo, sin aproximarse a su objetivo en lo mas minimo. Afirmemos de manera explicita aquello que hasta ‘v ahora se ha mantenido implicito: el cfrculo vicioso en cuestién se ha desplazado/movido desde la esfera de la seguridad (esto es, desde la confianza y la seguridad en uno mismo o su ausencia) a la de la proteccién (es decir, la del estar resguardados de, 0 expuestos a, las amenazas a la propia persona y a sus extensiones). ‘La primera esfera, progresivamente despojada de la proteccién institucionalizada, garantizada y mante- 24 ue 2s- ito jue sie- ns- sin po, sta en de lad (es las de ite- | nida por el Estado, ha quedado expuesta a los capri- chos del mercado; por la misma razén, se ha conver- tido en terreno de juego de las fuerzas globales, fuera del alcance del control politico y, por lo tanto, de la ca- pacidad de los interesados para responder adecuada- mente, por no hablar de resistir sus golpes de manera eficaz. Las polfticas basadas en la creacién de seguros comunitarios frente al infortunio individual, que en el curso del siglo pasado conformaron lo que se dio en llamar el Estado social (welfare), estan siendo hoy total o parcialmente eliminadas, rebajadas a tales niveles que no pueden confirmar y sustentar el sentimiento de seguridad y, por lo tanto, la confianza en sf mismos de los -actores. Lo que se conserva de las instituciones actuales que encarnan la promesa inicial ya no ofrece la esperanza, ni mucho menos la confianza, de sobre- vivir a la futura, e inminente, ronda de recortes. Ahora, con el progresivo desmantelamiento de las defensas contra los temores existenciales, construidas y financiadas por el Estado, y con la creciente deslegi- timacion de los sistemas de defensa colectiva (como los sindicatos y otros instrumentos de negociacién co- lectiva), sometidos a la presién de un mercado compe- titivo que erosiona la solidaridad de los mas débiles, se ha dejado en manos de los individuos la busqueda, la deteccién y la practica de soluciones individuales a problemas originados por la sociedad, todo lo cual de- ben llevar a cabo mediante acciones individuales, so- litarias, equipados con instrumentos y recursos que resultan a todas luces inadecuados para las labores asignadas. Los mensajes procedentes de las sedes de] poder 25 Vv \ N politico, que van dirigidos tanto a las personas con recursos como a los desafortunados, presentan el es- logan de «mayor flexibilidad» como el unico antidoto para una inseguridad insoportable, y asf dibujan una perspectiva de mayores obstaculos y privatizacién mayor de los problemas, mds soledad e impotencia y, por tanto, una incertidumbre todavia mayor. Exclu- yen la posibilidad de una seguridad existencial colec- tivamente garantizada y, en consecuencia, no ofrecen alicientes para las acciones solidarias; en su lugar, ani- man a sus destinatarios a centrarse en la propia pro- teccién personal al estilo de «cada uno para si mismo, 0 jsdlvese quien pueda!», en un mundo fragmentado y atomizado sin remedio, y, por ello, cada vez mas in- cierto e imprevisible. La cuestion de la legitimacién queda completa- mente abierta de nuevo tras la retirada del Estado de la funcién sobre la que se fundamentaron sus preten- siones de legitimidad durante casi todo el siglo pasa- do. En la actualidad no puede construirse un nuevo consenso de la ciudadania («patriotismo constitucio- nal», por emplear la expresion de Jiirgen Habermas), como se hacia hasta hace bien poco: mediante la garan- tfa de proteccién constitucional frente a los caprichos del mercado, conocidos por devastar las conquistas sociales y por socavar el derecho al respeto social y a la dignidad personal. La integridad del cuerpo politi- co en su forma de Estado-nacién, la mas conocida en la actualidad, tiene problemas, por lo que se necesita y se busca con urgencia una legitimacién alternativa. 26 ‘msneentnoneervrinintien peta SSA a 2 em tern Sea on 2s- sto na on Ly, lu- 2c- ta- de m- sa- vo io- Ss), ° tos tas ya it en ita va. Ala luz de lo dicho, no sorprende en absoluto que VA se busque ahora una legitimacién alternativa de la autoridad estatal, y una formula politica distinta en beneficio de la ciudadanfa obediente, en la promesa del Estado de proteger a sus ciudadanos frente a los peligros para la seguridad personal. En la formula po- Iitica del «Estado de.la seguridad personal», el fantas- ma de la degradacion social contra el que el Estado social juré proteger a sus ciudadanos esta siendo sus- tituido por la amenaza de un pedéfilo puesto en liber- tad, un asesino en serie, un mendigo molesto, un atra- cador, un acosador, un envenenador, un terrorista 0, mejor atin, por la conjuncién de todas estas amenazas en la figura del inmigrante ilegal, contra el que el Es- tado moderno, en su encarnacién mas reciente, pro- mete defender a sus stibditos. En octubre de 2004, ia BBC2 emitié una serie de documentales titulada The Power of Nightmares: The Rise of the Politics of Fear (El poder de las pesadillas: El ascenso de la polttica del miedo).'° Adam Curtis, guionista y productor de la serie, uno de los mds pres- tigiosos creadores de programas televisivos serios en Gran Bretafa, destacaba entonces que aunque el terro- rismo global es un peligro evidente, que continuamen- te se reproduce en la «tierra de nadie» de la jungla global, una buena parte, si no toda, de la estimacién oficial de su nivel de amenaza «es una fantasia que ha sido exagerada y distorsionada por los politicos. Es v una oscura ilusién que se ha difundido entre los go- biernos de todo el mundo, los servicios de seguridad y los medios de comunicaci6n internacionales sin ser cuestionada en lo m4s mfnimo». Serfa muy facil iden- 27 tificar los motivos de la rapida y espectacular carre- ra de dicha ilusién: «En un momento en el que las ‘V grandes ideas han perdido su credibilidad, el miedo a un enemigo fantasma es lo tinico que les queda a los polfticos para mantener su poder». Ya antes del 11 de septiembre de 2001 podian de- tectarse numerosas sefiales del inminente desplaza- miento de la legitimacién del poder estatal hacia el Es- tado de la seguridad personal, aunque al parecer la gente necesitaba el impacto de ver reproducido a ca- mara lenta el desmoronamiento de las Torres Gemelas de Manhattan, durante meses, en millones de panta- llas televisivas para absorber y asimilar la noticia, para permitir que los politicos recondujesen las inquietu- des existenciales de la poblaci politica. La batalla presidencial en Francia entre Jac- ques Chirac y Lionel Jospin adopté la forma de una subasta ptiblica, en la que dos Ifderes politicos compe- tfan para superar al otro prometiendo demostracio- nes de fuerza atin mayores en la guerra contra el cri- men, llevando a una legislacién mas rigurosa y severa, y a castigos cada vez mas ingeniosos e imaginativos para los delincuentes jovenes 0 aduttos y para los ex- trafios y alienados «forasteros entre nosotros». Cuan- do George W. Bush emple6 la dureza en la «guerra contra el terror», en su lucha para repeler el reto de su contrincante, y cuando el lider de la oposicién bri- tanica traté de desestabilizar el Gobierno del «nue- vo laborismo» centrando las ansiedades existencia- les derivadas de la liberalizacion del mercado laboral en la amenaza representada por los gitanos néma- das y los inmigrantes sin techo, lo que estaban ha- ma una nueva formula 28 ciendo era esparcir las semillas del miedo en un terre- no fértil. . No fue una mera coincidencia (segtin Hugues La- grange)'! que los casos més espectaculares de «aler- tas de seguridad» y las alarmas més ruidosas sobre el aumento de la criminalidad, acompafiados de accio- nes ostentosamente duras por parte de los gobiernos, y reflejadas, entre otras cosas, en un rapido incremen- to de la poblacién reclusa (la «sustitucién del Estado social por el Estado penal», como dice Lagrange), ocurriesen, desde mediados de la década de los sesen- ta, en paises que contaban con los servicios sociales menos desarrollados (como Espaiia, Portugal 0 Gre- cia), o donde las provisiones sociales estaban siendo reducidas de manera drastica (como Estados Unidos y Gran Bretafia). Ninguna investigacién anterior al afio 2000 ha mostrado una correlacién significativa entre la severidad de la politica penal y el ntimero de delitos, aunque la mayoria de los estudios han descu- bierto una fuerte correlacién negativa entre el «impul- so encarcelador», por un lado, y la «cuota de servicios sociales provistos con independencia del mercado» y el «porcentaje del Producto Nacional Bruto destinado a este tipo de-asistencia», por el otro. En definitiva, se ha demostrado, mds alla de cualquier duda razonable, que el empefio por centrar la atencién en la criminali- dad y en los peligros que amenazan la seguridad fisica de los individuos y de sus propiedades esta intima- mente relacionado con la «sensacién de precariedad», y sigue muy de cerca el ritmo de la liberalizacién eco- némica y de la consiguiente sustitucién de la solida- ridad social por la responsabilidad individual. 29 SY «No hay nuevos monstruos aterradores. Estan ex- trayendo el veneno del miedo», observa Adam Curtis a proposito de la creciente preocupacién por la segu- ridad ffsica. El miedo esté ah{, saturando la existen- cia humana cotidiana mientras la liberalizacién pe- netra en sus fundamentos y los baluartes defensivos de la sociedad civil caen en pedazos. El miedo esta ahf, y explotar su caudal en apariencia inagotable y autorrenovable para reconstruir un capital politico agotado es una tentaci6n a la que muchos politicos es- timan dificil resistirse. También esta afianzada la estra- tegia de capitalizar el miedo, una tradicién que apa- rece en los primeros afios del asalto neoliberalista al Estado social. Bastante antes de los acontecimientos del 11 de septiembre ya se habian Ievado a cabo ensayos y pruebas que ponfan de manifiesto los formidables beneficios de ceder a esa tentacién. En un estudio de titulo mordaz y significativo, «The terrorist, friend of state power» («El terrorista, amigo del poder del Es- tado»),!? Victor Grotowicz analiz6 los distintos mo- dos en que, a finales de los afios setenta, el Gobierno de la Republica Federal de Alemania utilizé las atro- cidades terroristas perpetradas por la Fraccién del Ejército Rojo (Rote Armee Fraktion, RAF). Descubrié que, mientras que en 1976 sdlo cl siete por ciento de los ciudadanos alemanes consideraban la seguridad personal como una cuestién polftica primordial, ape- nas dos afios mAs tarde la gran mayorfa de la pobla- cién creia que ésta era mucho mas importante que la 30 ci scans en est a a, Lex- itis 2gu- ten- pe- ivos esta le y tico 5 es- stra- apa- taal obla- ae la ‘anc adn acta . acdaanicarstinicaicsasiidinsnes lucha contra el desempleo y la inflacién. Durante esos dos afios, la nacién vio en las pantallas de sus televi- sores imagenes de las fotogénicas hazafias de las fuer- zas policiales y de los miembros del servicio secre- to, cada vez mas numerosos, y escuché las siempre audaces propuestas de sus politicos, que prometian medidas cada vez mds duras y severas en la guerra sin cuartel contra los terroristas. Grotowicz descu- brié también que, a pesar del espiritu liberal que ins- piraba el énfasis original de la Constitucién alemana en las libertades individuales, éste hab{a sido subrep- ticiamente reemplazado por el autoritarismo estatal tan criticado antes. Mientras Helmut Schmidt hacia ptblico su agradecimiento a los juristas por abste- nerse de someter a prueba en los tribunales las nue- vas resoluciones del Bundestag contrarias a la Cons- titucion, la nueva legislacién jug6é sobre todo a favor de los terroristas potenciando su visibilidad publica y elevando indirectamente su estatura social muy por encima de los niveles que hubiesen podido alcanzar por sf solos. Los estudios de los investigadores con- cluyen undnimemente que las reacciones violentas de las fuerzas de la ley y el orden contribtiyeron de ma- nera extraordinaria a incrementar la popularidad de los terroristas..Es de suponer que la funcién manifies- ta de aquellas nuevas medidas de orden, restrictivas e inflexibles, que consistfan en erradicar la amenaza terrorista, desempefiaba de hecho un papel secunda- rio respecto de su funcién latente, que era intentar desplazar los fundamentos de la autoridad estatal de un Ambito sobre el que el Estado no podia, no osaba o no pretendfa ejercer un control efectivo, a otro 4m- 31 v bito en el que su poder y su valor a la hora de actuar Pp vi pudiesen demostrarse espectacularmente y recibir el ‘vaplauso casi undnime del publico. El resultado mas Ny evidente de la campafia antiterrorista fue el rapido in- cremento del miedo, que se expandio por toda la so- ciedad. Por lo que respecta a los terroristas, el blanco declarado de la campafia, los acercé mas de lo que jamas habfan sofiado a su propio objetivo: socavar los valores que sustentan la democracia y el respe- to a los derechos humanos. Puede afiadirse que el desmoronamiento de la RAF, y su desaparicién de la vida alemana, no fueron el resultado de las acciones policiales represivas, sino que se debieron a un cam- bio de las condiciones sociales, que dejaron de ser fa- vorables para la Weltanschauung y las practicas de los terroristas. Lo mismo podrfa decirse de la triste historia del terrorismo en Irlanda del Norte, que, evidentemente, se mantuvo con vida y gané apoyos en gran medida gracias a la dura respuesta militar de los britanicos. Su derrumbe definitivo puede atribuirse al milagro econdémico irlandés y a un fendmeno comparable a la «fatige del metal», mas que a algo que el Ejército bri- tanico hiciese o fuese capaz de hacer. Las cosas no han cambiado mucho desde enton- ces. Como bien muestra la experiencia mds reciente (segtin el andlisis de Michael Meacher), la ineficacia endémica 0, por decirlo lisa y lanamente, el cardcter contraproducente de la accién militar contra las for- mas modernas de terrorismo sigue siendo la norma: «Pese a la “guerra contra el terror” durante los tiltimos dos aiios [...] Al-Qaeda parece haber sido més eficaz 32 stuar dir el mas oin- 2 so- anco que avar spe- 1e el Jela ones cam- r fa- elos del onte, dida cos. agro, ala bri- ton- ente acia cter for- mos icaz que en los dos aiios anteriores al 11 de septiembre»." El ya mencionado Adam Curtis va incluso un poco més alla al sugerir que, previamente, la existencia de Al-Qaeda se reducfa apenas a una idea vaga y difusa sobre la «purificaci6n de un mundo corrupto a tra- vés de la violencia religiosa», y que nacié como resul- tado de la accién legal de los abogados; ni siquiera tenia un nombre «hasta principios de 2001, cuando el Gobierno estadounidense decidié juzgar a Ben Laden en rebeldfa y tuvo que recurrir a la legislacién anti- mafia, que requeria como condicién previa la existen- cia de una organizacion criminal con nombre». Teniendo en cuenta la naturaleza del terrorismo contemporaneo, la nocién misma de la «guerra contra el terrorismo» es una contradictio in adjecto, un con- trasentido. El armamento moderno, concebido y de- sarrollado durante la era de las invasiones y las con- quistas territoriales, es especialmente inadecuado para localizar, atacar y destruir objetivos extraterritoriales, endémicamente esquivos y harto méviles: comandos reducidos 0, simplemiente, personas solitarias que se desplazan ligeras de equipaje y que desaparecen de forma tan rapida e inadvertida como llegaron, dejan- do tras de sf escasas 0 nulas pistas acerca de quiénes son. Dado el cardcter de las armas modernas de que disponen los ejércitos, las respuestas a actos terroris- tas de esa clase sélo pueden resultar torpes, burdas y confusas; afectan un 4rea mucho mas amplia que la que padecié el acto terrorista inicial, causan un ntime- ro cada vez mayor de «victimas colaterales» y de «da- 33 J fios colaterales», y generan més terror del que los terroristas habrian podido producir por si solos con las armas que tenfan a su disposicin (la «guerra con- tra el terrorismo», declarada tras el ataque terrorista al World Trade Center, ya ha provocado muchas mas «victimas colaterales» entre los inocentes que la atro- cidad a la que respondia). Esta circunstancia es, sin duda, un elemento integral del plan de los terroristas y la fuente principal de su fuerza, que excede con mu- cho el poder de su numero y su armamento. A diferencia de sus enemigos declarados, los terro- ristas no tienen por qué sentirse constrefiidos por los limitados recursos que controlan directamente. Cuando elaboran sus planes estratégicos y tacticos también pue- den contar con que las reacciones probables (en rea- lidad, casi seguras) del «enemigo» ayudaran a mag- nificar considerablemente el impacto que persiguen con su propia atrocidad. Si el propédsito de los terro- ristas es extender cl terror entre la poblacion enemiga, el Ejército y la policfa del enemigo se encargaran de que ese propédsito se cumpla mucho mas alla del gra- do que los terroristas podrian asegurar por su cuenta. De hecho, solo cabe repetir con Meacher: la mayo- ria de las veces, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre, parecemos «seguirle el juego a Ben La- den», Esa es, como Meacher recalca con raz6n, una politica letalmente errénea. Yo afiadirfa que estar de acuerdo en seguirle el juego a Ben Laden es atin me- nos excusable porque, mientras en ptblico esta activi- dad se justifica con la intencién de erradicar la lacra terrorista, parece obedecer en cambio a una légica to- talmente distinta de la que inspiraria y justificarfa. 34 los zon ista nas tro- sin stas nu- Meacher acusa a los gobiernos al frente de la «guerra contra el terrorismo» «de falta de voluntad para contemplar lo que se oculta detras del odio: por qué un ntimero tan alto de jévenes estan dispuestos a volar por los aires, por qué 19 de ellos, con formacién superior, esta- ban preparados para destruirse a sf mismos y a miles de personas més en los secuestros aéreos del 11 de septiembre, y por qué la resistencia [en Iraq] no deja de crecer pese a la elevada probabilidad de que los insurgentes que se unen a ella acaben muriendo en el intento». En lugar de detenerse a reflexionar, los gobiernos acttian (y con toda probabilidad, algunos, en especial Estados Unidos, tienen intencién de continuar del mismo modo, como ha demostrado John R. Bolton, representante estadounidense en la ONU famoso por declarar que «las Naciones Unidas no existen»). Como ha sefialado Maurice Druon, «antes de emprender la guerra contra Iraq, el Gobierno estadounidense sélo tenfa allf a cuatro agentes [servicio de inteligencia] que luego;.ademas, resultaron ser agentes dobles»." Los estadounidenses iniciaron la guerra convencidos de que «los soldados de Estados Unidos serian recibi- dos como libertadores, con ramos de flores y con los brazos abiertos». Pero, por citar a Meacher una vez més, «la muerte de mds de diez mil civiles, unida a los veinte mil heridos y las bajas militares iraqufes (atin mayores), se vio agravada, al cabo de un aiio, por la in- capacidad demostrada para hacer funcionar servicios 35 ptiblicos clave, [...] por el desempleo galopante y por una actuaci6n gratuitamente torpe del Ejército esta- dounidense». S6lo puede concluirse que, si bien es cierto que un pensamiento al que no le sigue una ac- cin es ineficaz, actuar sin pensar resulta igual de in- fructuoso, y esto se suma al enorme aumento de la corrupci6n moral y el sufrimiento humano que esas acciones iban a causar. Las fuerzas terroristas apenas vacilarén con gol- pes cle este tipo; por el contrario, obtienen su fuerza y la reponen, precisamente, de la confusion y de la pro- digalidad excesiva y derrochadora de sus adversarios. E] exceso no es privativo de las operaciones explici- tamente antitcrroristas, también se hace notar en las alertas y las advertencias que los miembros de la coa- licién contra el terrorismo dirigen a sus poblaciones. Como observ6 Deborah Orr hace ya tiempo, «se inter- ceptan muchos vuelos y de ninguno se ha sabido que hubiese padecido realmente una amenaza [...]. Se des- plegaron tanques y tropas en el exterior de Heathrow, pero acabaron por retirarse de alli sin haber hallado nada en absoluto».'> Tomemos, si no, el ejemplo de la «fabrica de ricina», cuyo descubrimiento fue publica y ruidosamente anunciado en 2003, y de inmediato se proclam6 «a bombo y platillo como una “prueba evi- dente de la amenaza terrorista continuada”, aunque al final la fabrica de gérmenes para la guerra bacte- riolégica de Porton Down, en la que se llevaron a cabo los andlisis, no pudo determinar que hubiese habi- do nunca cantidad alguna de ricina en el piso denun- ciado como importante base terrorista». En realidad, como informé Duncan Campbell desde los tribunales 36 ‘or ol- ay vo- os. ci- las es. er- jue es- ow, ido sla’ ica yse ri- que rte bo tbi- un- ad, ues donde se seguia el proceso contra los presuntos «cons- piradores de la ricina»,' la (mica prueba en que se ba- saba el caso era un documento del que ya se habfa de- mostrado que era una «copia exacta de las paginas de un sitio internet en Palo Alto, California»; fue im- posible encontrar vinculo alguno con Kabul o con Al-Qaeda, y la acusacién se vio obligada a archivar el caso. Eso no impidié que dos semanas més tarde el en- tonces ministro del Interior, David Blunkett, anuncia- se: «Suponemos, y lo demostraremos en los préximos meses, que Al-Qaeda y su red internacional estan muy cerca y representan una amenaza para nuestras vi- das». Mientras tanto, en Estados Unidos, Colin Powell utiliz6 a la «presunta banda de la ricina londinense» como prueba de que «Iraq y Osama ben Laden esta- ban apoyando y dirigiendo células terroristas prepa- radas para utilizar el veneno en toda Europa». En re- sumen, aunque 500 personas fueron arrestadas hasta febrero de 2004 en aplicacién de la nueva legislacion antiterrorista, slo dos han sido condenadas. Orr sefiala que, a la vista de semejantes sandeces, no habrfa que negar credibilidad a la hipétesis de que tras el avivamiento de la amenaza terrorista se ocul- ten determinados (y poderosos) intereses comerciales, De hecho, existen indicios de que «la guerra contra el terror», lejos de combatir la proliferacién mundial del comercio de armas ligeras, lo ha incrementado considerablemente (y los autores de un informe con- junto de Amnistia Internacional y Oxfam estiman que las armas ligeras son «las auténticas armas de des- truccién masiva», puesto que medio millén de perso- nas muere cada afio por su culpa).!’ Los beneficios 37 / \ \ N que los productores y comerciantes estadounidenses de «material y dispositivos de defensa personal» ob- tienen de los temores populares, reforzados, a su vez, por la destacada presencia y la elevada ubicuidad de tal material y dispositivos, estan de sobra documenta- dos. De todos modos, conviene repetir que el princi- pal resultado, y el mas difundido, de la guerra que se libra contra los terroristas acusados de sembrar el micdo, es el miedo mismo. Otro resultado visible de esa guerra han sido las nuevas limitaciones impuestas a las libertades perso- nales, alguna de ellas olvidada desde los tiempos de la Carta Magna. Conor Gearty, profesor de Derechos Humanos en la London School of Economics, ha ela- borado un largo inventario de leyes que coartan las li- bertades humanas, aprobadas en Gran Bretafia bajo la riibrica de una «legisiacién antiterrorista»,'* y coin- cide con la opinién de otros muchos comentaristas preocupados por el tema: hoy por hoy, no tenemos la mas minima seguridad de que «nuestras libertades civiles seguiran ahi cuando tratemos de traspasdrse- las a nuestros hijos». El poder judicial britanico se ha ceftido hasta el momento a la doctrina gubernamen- tal de que «no hay alternativa para la represién». En la actualidad, segtin concluye Gearty, «slo los idealis- tas liberales» y otras almas bienintencionadas igual- mente engafiadas «mantienen la esperanza de que la justicia asuma el liderazgo de la sociedad» en la defen- sa de las libertades civiles en un «momento de crisis» como el actual. Las historias de las macabras proezas en el inte- rior de recintos como el campo de internamiento de 38 < FO ORAM ARM mem ee ome 2 209 ises vez, Ide aci- ese rel las 3de hos ela- s li- dajo oin- stas sla ides rse- eha aen- alis- sual- 1ela fen- isis» nte- ode Guantanamo o la prisién de Abu Ghraib, aislados no solo de los visitantes, sino también del radio de ac- cién de cualquier ley, nacional o internacional: esas historias, que lo son también de la lenta pero incesan- te caida en el pozo de la inhumanidad de los hom- bres y de las mujeres designados para supervisar esa ausencia de ley, han recibido ya suficiente publicidad en la prensa como para repetirlas aqui. En cambio, aquello en lo que pensamos con menos frecuencia, y de lo que pocas veces ofmos hablar, es que tal vez los demonios que han emergido en aquellos remotos lu- gares son sdlo ejemplos particularmente extremos, ra- dicales e imprudentes, salvajes y despiadados de una familia m4s amplia de Iémures que acechan en los desvanes y los sétanos de nuestras casas, justo aqui, en un mundo donde nadie o casi nadie cree que cam- biar la vida de los otros sea importante para la propia vida. En un mundo, en otras palabras, en el que cada individuo es abandonado a si mismo mientras que la mayorfa de las personas son herramientas para la promocién recfproca. La vida solitaria de tales individuos puede ser ale- gre y es probable que sea muy ajetreada, pero est4 destinada-a ser arriesgada y temerosa. En un mundo como éste no hay muchas rocas sdlidas en las que los individuos con dificultades puedan basar sus espe- ranzas de salvacién y en las que confiar en caso de fracaso personal. Los vinculos humanos se han afloja- do, razén por la cual se han vuelto poco fiables y re- sulta dificil practicar la solidaridad, del mismo modo que es dificil comprender sus ventajas y, mas atin, sus virtudes morales. 39 / Vv Vv EI nuevo individualismo, el debilitamiento de los vinculos humanos y el languidecimiento de la solida- ridad estén grabados en una de las caras de la moneda cuyo reverso lleva el sello de la «globalizacién nega- \V tiva», En su actual forma, puramente negativa, la glo- balizacién es un proceso parasitario y predatorio que se nutre de la potencia extrafda de los cuerpos de los Estados-nacién y de sus stibditos. Para citar a Atta- li una vez mas, las naciones organizadas en Estados «pierden influencia en la marcha general de los acon- tecimientos y abandonan en manos de la globaliza- cién todos los medios para orientar su destino y para resistirse a las multiples formas en que pueden mani- festarse los miedos» \ La sociedad ya no esta protegida por el Estado, 0 por lo menos diffcilmente confia en la proteccién que éste ofrece; ahora se halla expuesta a la voracidad de fuerzas que el Estado no controla y que ya no espe- ra ni pretende recuperar y subyugar. Es sobre todo por este motivo por el que los gobiernos estatales, en su esfuerzo diario por capear los temporales que ame- nazan con arruinar sus programas y sus polfticas, van dando tumbos ad hoc de una campafia de gestion de crisis a otra y de un conjunto de medidas de emergen- cia a otro, sofiando sélo con mantenerse en el poder tras las pr6ximas elecciones, y es por ello por lo que carecen, por lo demas, de programas 0 ambiciones con visién de futuro, por no hablar de proyectos de re- solucién radical para los problemas recurrentes de la naci6n. «Abierto» y crecientemente indefenso por am- bos flancos, el Estado-nacién pierde gran parte de su fuerza, que ahora sé evapora en el espacio global, y 40 los la- da za- lo- jue los ta- los odo van. der que 9: sah nh ns aR buena parte de su sagacidad y su destreza politica, cada vez mas relegadas a la esfera de la «politica de la vida» individual, y «subsidiarizada» en hombres y mujeres individuales. Lo que atin queda del poder yde la politica del pasado en manos del Estado y de sus organos ha ido menguando gradualmente hasta alcan- zar una dimensi6n que encaja en el recinto de una gran comisaria de policfa. Este Estado reducido ape- nas se las puede arreglar para ser otra cosa que un Estado de la seguridad personal. Tras haberse filtrado y escapado por las grietas de una sociedad que se ha visto obligada a abrirse dada la presién de la globalizacion negativa, el poder yla politica se desvfan cada vez mas el uno de la otra, si- guiendo direcciones opuestas. El problema, la tarea imponente que nuestro siglo tendra que afrontar con toda seguridad como su reto principal, es reunir de nuevo poder y politica. La reunién de esos dos com- pafieros hoy separados en el domicilio del Estado-na- cién es, quiza, la menos prometedora de las respues- tas posibles a ese reto. En un planeta negativamente globalizado, los pro- blemas mas fundamentales —los auténticos meta proble- mas que condicionan las posibilidades y los modos de afrontar los demas problemas- son globales y, como ta- les, no admiten soluciones locales; no existen, ni pue- den existir, soluciones locales a problemas originados y reforzados desde la esfera global. De ser posible, el tini- co modo de conseguir la reunion del poder y la politica serd a escala planetaria. Segtin las perturbadoras pala- bras de Benjamin R. Barber, «ningtin nifio estadouni- dense puede sentirse seguro en su cama si los nifios de Al J Karachi 0 de Bagdad no se sienten seguros en las su- yas. Los europeos no podran presumir durante mu- cho tiempo de sus libertades si en otras partes del mundo las personas siguen padeciendo penurias y ‘Vv humillaciones».'? Ya no es posible garantizar la de- mocracia y la libertad en un solo pais, ni siquiera en un grupo de ellos; la defensa de tales valores en un. mundo saturado de injusticias y poblado por miles de millones de seres humanos a los que se les niega la dignidad corromperd sin remedio los principios que se pretende proteger. El futuro de la democracia y la libertad sélo puede asegurarse a escala planetaria. El miedo constituye, posiblemente, el mas sinies- __ tro de los miltiples demonios que anidan en las socie- \\) dades abiertas de nuestro tiempo. Pero son la insegu- ridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crian nuestros temores mas imponen- tes e insoportables. La inseguridad y la incertidumbre nacen, a su vez, de la sensacién de impotencia: pare- ce que hemos dejado de tener el control como indivi- duos, como grupos y como colectivo. Para empeorar atin mas la situacién, carecemos de las herramientas que puedan elevar la politica hasta el lugar en el que ya se ha instalado el poder, algo que nos permitirfa reconquistar y recobrar el control de las fuerzas que conforman nuestra condicién compartida, y definir asi nuestro abanico de posibilidades y los limites de nues- tra libertad de eleccidn; un control que, en el momento presente, se nos ha escapado (0 nos ha sido arrebata- do) de las manos. El demonio del miedo no sera exor- cizado hasta que encontremos (0, para ser mas exac- tos, hasta que construyamos) tales herramientas. 42

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