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Ips = En la Europa de los primeros siglos cristianos y de la Edad ‘Media estuvieron a la orden det dia los movimientos de masas fa la espera de un inminente fin del mundo. Esta mentalidad ‘apocaliptica se nutria de las revelaciones escatolégicas de las Sagradas Escrituras y de los Apdcrifos, que fueron lefdos y ‘contados intensamente en la Edad Media. Semejanes visiones del fin del mundo se originaron, especialmente, como conse- cuencia de guerras y acontecimientos naturales, como hambru- nas y epidemias, a los que los hombres estaban expuestos sin refugio ni ayuda, pero también como reaccién ante fendmenos ‘césmicos. Claude Carozzi muestra, en una visin de conjunto que es el resultado de una investigacién precisa y expuesta con claridad, que los escritos y movimientos escatolégicos, a pesar de todas sus diferencias, siempre evocaban las mismas expectativas: la ‘aparicién del Anticristo, el martirio de los profetas Elfas y Enoc en que culmina ta tiltima persecucién del cristianismo y, final- ‘mente, el regreso del SeRor, la aniquilacién del Anticrisio y el Juicio Final, con la elecci6n de los Justos que habrén de condu- ‘cir el Imperio de Mil Afios. Estas fantasies acerca del fin del mundo fueron extendidas ‘por movimientos de masas. Campesinos y campesinas, artesa- nos y artesanas, pero también monjes y patricios segulan a jefes earismaticos que llamaban a «limpiar» violentamente la tierra y a prepararse para la venida del Anticristo, Carozzi se ocupa tanto de la evolucién en los contenidos de estos movimientos como de las cambiantes condiciones sociales, mentales y econd- ‘micas que los enmarcan, e ilustra ast un momento importante de la mentalidad cristiana europea. Historia de Europa Editada por Wolfgang Benz Concepei6n: Wolfgang Benz, Rebekka Habermas y Walter H. Pehle Consejo cientitico; Natalie Zemon Davis, Princeton/Toronto Richard von Dillmen, Saarbriicken Richard J. Evans, Cambridge Bronislaw Geremek, Varsovia Hermann Graml, Méinich Eric J. Hobsbawm, Londres Lasl6 Kontler, Budapest Amo J. Mayer, Princeton Wilfried Nippel, Berlin Jean-Claude Schmitt, Paris ‘Traduccién: José Antonio Padilla Esta obra aa sido publicada con la ayuda del programa Ariane 1999 de la Comision Europea Claude Carozzi, nacico en 1939, es profesor de Historia Medieval en la Universidad de Aix-en-Provence, en Francia. Historia de Europa RY CLAUDE CaROzzI Visiones apocalipticas en la Edad Media EI fin del mundo y la salvacién del alma Prologo de JUAN PABLO Fust fg UNIVERSIDAD ALBERTO flumTAbo pIBLioTeca VIE Ze Veeclooee, SiGLo_veuTiuNo Stespaba terrane iglo veintiuno de espana editores © siglo veintiuno de argentina editores Todos los derechos rteridos Probida la reproduccién toale patil de eta cra por cualquier procedmiento (Yt fen gallica, lecsSato, Spica, quimicn, mectnico, Kec ct) ye amsenannto 9 taneon des contetdos en Soporses magnécos, sos, vnusles 0 de Stalguier our tip sn permiso expres delete Primers edicign en castellano, octubre de 2000 © sioto xxIDE ESPANA EDITORES & Principe de Vergara 78, 28006 Madd Primera edcién en alemén, 1996 {© 1996 Fischer Taschenbch Verlag GmbH, Frankfurt am Main Titulo orginal: Welwntergeng und Seelenbe. ApokalypischeViionen sn Mitalalter © els traducci6n: 2000 José Antonio Padilla Villate DERECHOS RESERVADOS CONFORDE A.LALEY Proved end made npn Diet dee aber Joa ot Baroy Sons Allon ISBN, peszai0s0-6 Deposit lg a 90-200 Fotocompossn BF, deren renee 25080 Tojn de Arde add) oe Pobgene awn Pasco rma Mads) INDICE Prologo a la edicién espaiiola, Juan Pablo Fusi... Prefacio sn PRIMERA PARTE LA FORMACION DE LAS REPRESENTACIONES APOCALIPTICAS EL MONJE ADSON DE MONTIER-EN-DER .... El Anticristo... El dltimo emperador... Enoc y Ellas BL TIEMPO DE LA IGLESIA Y EL TIEMPO DEL IMPERIO enn 7 soe Las Escrituras, La expectacién mesisnica Cronologéa mitica de la salvacién, EL DESTINO DEL IMPERIO ROMANO La crisis escatologica eae De la Roma cristiana a la renovacisin del imperio. LA IGLESIA Y EL TIEMPO... El calendario de la Iglesia. El sistema de expincisn, SALVACION Y TIEMPO FINAL. Los profetas, EL mito del fin de los tiempos ~ x SEGUNDA PARTE SALVACION Y TIEMPO: LA NOSTALGIA POR LOS ORIGENES.... Los pobres de Cristo. : La imitaci6n de Crist. La herejia ELPAPADO IMPERIAL, La reforma EL Papa como Emperador. oe La idea de eruzada y el pensamiento escatol6gico [La reaceién impetial now LA ACTUALIZACION DEL PENSAMIENTO APOCA- LiPTICO, o ane El abad Joaquin. El joaquinismo, Ls ntev0s elegid08 Lajglesia del Diablo: Herejfa y rebelién LA EXPIACION Y EL TIEMPO DE LA SALVACION Lasalvacién y la Iglesia 7 El purgatorio, se La confesién y la eoncientia no ee Las indulgencias ee 1108 jtbi}€08... nents CONCLUSION APENDICE, Notas . Bibliografia Abseviaturas. ‘Tabla cronol6gica. Co vat 69 n B 15 82 2 86 90 99 106 106 117 123 131 154 154 157 159 164 166 1B 179 189 193, 19s 200 PROLOGO A LA EDICION ESPANOLA En los ensayos que en 1989 escribié con el ttuslo La herencia de Europa, Hans-Georg Gadamer, el mas relevante filésofo alemén de las ittimas décadas del siglo xx, afirmaba «ssto po- demos preguntarnos qué seré Europa en el futuro, ¢ incluso qué es Europa en la actualidad, pregunténdonos antes cémo se hha convertido en lo que hoy es». Es precisamente eso —diluci- dar cémo Europa se ha convertido en lo que e~ lo que hace (desde perspectivas particularmente inteligentes y novedosas) esta historia de Europa editada por el historiador alemén Wolf- ‘gang Benz, con el asesoramiento de un consejo cientifico de gran prestigio (Natalia Zemon Davis, Richard Evans, Bric Hobsbawm, Arno J. Mayer..) y escrita por un conjunto envi- diable de brillantes historiadores europees (con alguna incrus- tacién norteamericana). Veremos enseguida, que ésa es una la- bor euya importancia va mucho mas alli del ambito de la pura erudicion historiogréfica. Ante todo, escribir la historia de Europa es una tarea extre- madamente compleja, en cierta medida imposible. Ni siquiera resulta facil responder a la pregunta esencial: qué es Europa, Ciertamente, lo que terminé por lamarse Europa ha existido siempre, Pero el nombre de Europa se acuié comparativamen- te tarde: en Grecia, hacia el siglo vii antes de Cristo: primero, como un mito: Europa, la princeca fenicia que Zeus rapt6 y lle- v6 Creta, enseguida, como el término geografico con que los griegos designaban a los territorios que se extendian hacia el oeste de la propia Grecia. Pero 2s que esa geografia seria du- ante mucho tiempo arduamente discutida; solo en el siglo xix parecié imponerse la definicion geogrifica de Europa como el continente que se extiende desde ef Atlantico hasta los Urales 1% Resulta imposible, ademés, fechar el nacimiento de Europa. Incuestionablemente, la cultura greco-romana y el cristianismo terminarfan por ser los das pilares fundamentales de lo que acabariamos llamando civilizacién europea (por lo que hubo una Europa antes de Europa: por ejemplo, el mundo celta). Pero lo que propiamente vino a ser Europa fue cristalizando entre los siglos 1v y vilt de nuestra era, al hilo, por tanto, de la interaccién del Imperio romano tardito, las migraciones de los pueblos germénicos, el desarrollo de Bizancio, la expansién del cristianismo y.ta aparicién del Islam, Es un hecho cierto, con todo, que el iérmino Europa no desplazé al de Cristiandad en el mismo lenguaje politico europeo hasta el siglo xvi. La idea de una nacién europea, de una unidad politica europea fue, como es sabido, muy posterior; aunque hubiera antecedentes, fue esencialmente una idea del siglo Xx. Europa nunca fue una comunidad cultural unitaria (como tampoco constinuy6 nunca una unidad politica). La misma ro- ‘manizacién, por ejemplo, no se extendié por la Europa situada al este y norte del Rin y al norte y nordeste del Danubio. La division del Imperio romano en Oriente y Occidente termind por crear dos mundas ampliamente diferentes: por un lado, el mundo bizantino, la Europa ortodoxa (y en gran parte, eslava), por otro, Roma, la cristiandad de Occidente. Rusia, a su vez, {fue siempre sélo parcialmente europea. Europa, ademés,crista- lizaria con el tiempo (digamos que desde el siglo x1 en adelan- te) en diferentes naciones y nacionalidades. De Europa, ast, ha bria que decir lo que el historiador Fernand Braudel dijo del Mediterrineo, que fue, yes, «mil cosas a la vez. El mismo legado histérico europeo es sencillamente abru- ‘mador: la filosofia clisica y la ciencia experimental; el derecho romano; la idea de nacién; el humanismo renacentista; la refor- ‘ma y la contrarreforma; el parlamentarismo; los grandes descu- brimientos geogréficos; la Tlustracién y el absolutismno; la liber- tad politica; la revolucién industrial; la conciencia hist6rica; el imperialismo, los totalitarismos; las guerras mundiales; et Ho- locausto. En un libro inmediatamente estimadisimo en todos los circules europeistas, El rapto de Europa (1954), el historia dor espafiol Luis Diez del Corral cifraba la civilizacién euro pea en las realizaciones det helenismo clésico y de la Antigiie- dad, de la cristiandad medieval, de! humanismo renaceniista, de Ja llustracién y del liberalismo moderno, Diez del Corral ar- gumentaba que la riqueza y dinamismo de la.cultura europea —basada en la ciencia, la técnica y la razén— habian determi- nado la centralidad de Europa en la historia; pero pensaba, iguaimente, que la violentacin exacerbada de los elementos constitutives de su identidad habian provocado el rapto de Europa, esto es, el extravio que la civilizacién europea habia su- Jrido en el sigho xx, arrebatada por la voluntad de dominacién, elimperialismo, el nacionalismo agresivo y los totaitarismos. Incorporar al tiempo la inmensa diversidad de sus diferen- tes naciones y culturas, y el sentido unitario tiltimo de muchas de sus creencias, ideas, valores ¢ instituciones, es el gran desafio al que se enfrenta toda historia global de Europa, La Historia de Europa proyectada y editada por Wolfgang Benz prescinde deliberadamente de la historia separada de las naciones eura- eas; pone el énfusis, por el contrario, en el sentido de las es- tracturas comunes a la civilizacién europea: formas de vida, ‘mentalidades, moral y comportamiento colectivos, visiones y percepciones de las cosas, la vida material, la espiritualidad. Es, si, una Historia que aspira a cimentar historiograficamente ei gran proyecto que Europa acometié a raiz de la Segunda Gue- rra Mundial, esto es, la construccin misma de ta unidad euro- pea. ES; por tanto —como quedé dicho al principio—, una his- toria que viene a responder a la pregunta antes citada que se hacia Gadamer en 1989: cémo Europa se ha convertido en lo que hoy es Sin duda, la reflexion sobre Europa en la historia fue desde el primer momento central al concepto y proceso de unifica- cién europea. Precisamente, la necesidad de crear algtin tipo de unidad supranacional capaz de contener y diluir las tensiones nacionales y nacionalistas de los paises europeos vistas como la causa principal de los desequilibrios y conflagraciones europeos x y mundiales a lo largo de los siglos, y la necesidad de reforzar la presencia de Europa en un mundo en el que la hegemonia europea, clave de ta historia durante siglos, aparecia ahora, si slo xx, cuestionada sino (deséte 1945) definitivamente supera- da, fueron las razones iiltimas que Hevaron a la unién europea, iniciada definitivamente con la presentacién el 9 de mayo de 1950 del Plan Schuman (que tomé su nombre del entonces mi- niistro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, luego Presidente del Movimiento Europeo y entre 1958 y 1960, presi- dente de la Asamblea parlamentaria europea de Estrasburgo). La reflexion sobre el espiritu europeo, el deseo de definir lo que Europa habia significado en a historia —y lo que debia seguir significando—, la biisqueda de una teorta de Europa ‘que diese sentido y con'enido cultural a la unidad econdmica y politica europea, fueron siempre paralelas a la construccién de las instituciones europeas. Eso reflejaba la aparicién de libros con titulos expresivos y de autores bien conocides como, por citar s6lo unos pocos ejempios, LEsprit de l'Europe, de Salvador de Madariaga (1952), L'Burope en jeu, de Denis de Rougemont (1953), el ya citado El rapto de Evropa de Luis Diez del Corral (1954), L'Esprit européen, de Karl Jaspers (1957), la Histoire de YEu- rope, de Henri Pirenre (1958-62), Histoire de "Europe, de H. Brugmans (1960), Vingt-huit sicles d'Europe, de Rouge- ‘mont (1962), y Lidée d'Europe dans histoire, de J. B. Duro seile (1965), precedidos por ta Meditacién sobre Europ, titulo de la resonante conferencia pronunciada por Ortega y Gasset en Berlin en septiembre de 1949. La meditacién orteguiana —que tenia una ambicion extra- ordinaria: sentar las premisas culturales sobre las que edificar un nuevo orden europeo, dilucidar lo que habian sido ta civili- zacién, la geografia y las instituciones europeas— resulta a este respecto paradigmétice. Querta resolver lo que era evidente a la luz de toda la historia europea: la dualidad ensre Europa como émbito comiin de una civilizacion y una sociedad defini- da por unos usos, unas costumbres, unas leyes y unas formas de xi poder poco menos que comunes, y entre Europa como cristal zaciéin (como ya quedé dicho més arriba) de diferentes naciones ¥y nacionalidades. Ortega veia en el equilibrio europeo —eguil- brio entre las distintas formas de ser europeo que eran las dis tintas naciones y sus respectivas culturas y lenguas— la formu- Ja que habia hecho a Europe y entendia que la dualidad unidad de vida colectiva/idea de nacién debla constituir el fun- damento de la reconstruccién europea. Madariaga, por su par- te, veta en la libertad la esencia misma de la vida europea. Jas- ers identificaba Europa con tres palabras: libertad, historia, ciencia En 1957, el Colegio de Europa y la Universidad de Pennsyl- vania reunieron una conferencia para definir los valores esen: ciales de la civilizacién europea, y por extensidn de la civiliza cibn occidental. Los puntos principales de las conclusiones fueron — el respeto por el valor intrinseco de la persona como tal, como valor superior a to:la concepcion absoluta del Es- tado, — la libertad, como inseparable de la responsabilidad mo- ral del individuo; — la solidaridad humana y el deber de hacer acceder a to dos los hombres a los bienes materiales y espirituales; — el didlogo, la libre discusién de todas las opiniones, el respeto al otro, la confrontacion de las ideas Individuo, ciudadanta, libertades, democracia: tales eran, basicamente, los valores que, desde aquella perspectiva, defi nian a la civilizacién europea. Sobre esos valores se quiso cons tmuir la unidad europea por mis que las dificultades politicas, econémicas y sociales que surgirian en el camino, la necesidad de optar por una estrategia gradualista que atendiese en primer lugar a lo que parecia mas complejo y sustantivo (Ia unidad econémica, la unién aduanera, el mercado comin), a menudo lo hicieran olvidar. Jean Monnet, el verdadero artifice de la uni- xu dad europea, decia que las ideas no servian si no se traducfan ‘en instituciones, y probablemente levaba razdn. Merced a un hombre como él, més préximo al funcionario que al idedlogo brillante o ai lider carismético, Europa tendrta ideas e institu: ciones. Pero Monnet (y con él, todos los grandes europeistas) ambicionaba un proyecto fantistico y quién sabe si imposible: una Europa sin naciones. Porque siempre dijo que Europa o seria transnacional 0 no seria nada. Juan Pablo Fust AizPURUA xiv PREFACIO El cristianismo es una religin de salvacidn. Desde su comien- 20, sus adeptos estuvieron convencidos de que Cristo habia trazado con su resurreccién el camino de salvaci6n, Asi, la idea de salvacién ha estado siempre ligada a una concepcién esca- tol6gica: Cristo resucitaré al final de los tiempos. En su nticleo, esta doctrina cristiana reposa en una revelaci6n (en griego, «, una Iglesia se- creta de Satan, y determinados adeptos suyos son, como v mos, los educadores del Anticristo, La tendencia hacia el dua- lismo se muestra asf dentro de la sociedad, dentro del «ordo» enel que los hombres estn incorporados jerarquicamente. La ambighedad del Anticristo se encuentra en todas partes y la tentacién dualista conquista todas las zonas de Ia actividad humana, tanto mas facilmente cuando lo religioso y lo social se entremezclan. El origen de este modo de pensar se remon- ta sin duda a la incapacidad de concebir teoldgicamente 1a ambigtiedad de la persona humana. No es que no se haya in- tentado esta definicién, basta con leer a san Agustin para des- cubrirla casi en cada pagina, pero no ha encontrado la entrada en el mundo de fas ideas. No se trata aqui sélo de la mentali- dad del pueblo, pues Adsén era un sabio erudito en Toul y pronto habja de ser abad del monasterio de Montier-en-Der. Se trata de una extendida estructura del pensar que descansa- ba en una légica no cartesiana y que admitia un pensamiento auténticamente mistico, cuyos elementos principales nos per- miten desentrafiar el Tratado. EL ULTIMO EMPERADCR Segiin Adsén, Cristo avarece sélo para matar al Anticristo, en ‘caso de que no se le kaya confiado esa tarea al arcéngel Mi- guel. Si no, apenas esta presente salvo como el retrato en ne- gativo del Anticristo, y su segunda venida, que deberfa cerrar el relato, se ve relegada por Ads6n a un futuro indeterminado, Es cierto que el trataco de Adson se limitaba al Anticristo y no se referia a la escatologia como un todo. El Juicio Final y el fin del mundo se dejan en blanco, y el escenario describe me: ramente los tiltimos siete afios de la historia, o los tltimos sie~ te afios que siguen a Ic historia. Y,en realidad, podrfa pensar- se que ésta tocarfa a su fin tan pronto como el tltimo emperador de los romanos depusiera sui corona y su cetro en el Monte de los Olivos" La intrusi6n de este personaje pro- viene de In manera como Adsén, siguiendo a Haimén de Auxerre, interpreta un pasaje de la segunda carta de san Pablo alos tesalonicenses (23). Pablo explica que la segunda venida de Cristo no podré ocarrir antes de que se haya producido la gran «disidencia» en le fe y de que hayan aparecido Ia «criatw: ra del pecadop y el «hijo de perdicién». Todos podian recono- cer fécilmente en este titimo al Anticristo. La disidencia que precede a su aparicién habia sido interpretada desde hacia mucho tiempo como refiriéndose al imperio romano y a su di- visién. Para ello, no s¢lo tendrfa que reunificarse antes el im- perio, sino que éste tendria que haber alcanzado los limites de iodo ef mundo, Antes de Ads6n, el Iamado seudo-Metodio, en un apoca- lipsis apéerifo escrito poco después de 660 en Siria, y attibui- do erréneamente al obispo y mértir Metodio de Patara, hace aparecer un emperader del final de los tiempos, que habria de vencer a los ismaetitas, esto es, los musulmanes, antes de la Ie- gada del Anticristo™. Se trataba en este caso de un Ilamamien- to a la reaparicién del emperador romano a través de sus su- cesores bizantinos. Este texto fue traducido al latin a 10 comienzos del siglo vitt, ¢ incluso si Ads6n no tuvo conoci- miento directo de él, la leyenda del emperador del fin de los tiempos debio de estar en circulacién en su época. Otro texto, igualmente sirio, comenzé quizés a circular entonces en una versi6n latina: la Sibila Tiburtinal®, No se puede averiguar si su imagen del emperador final tenfa su forma definitiva ya en el siglo 1X, pero su nombre, Constante, se sigue del recuerdo del emperador del siglo rv. Tan:o el emperador andnimo det ‘Seudo-Metodio como el predicho por Ia Sibila son guerreros que aniquilan a los ismaelitas 0 a los pueblos del Norte (Gog y Magog). Destruyen el paganisno para que el Anticristo —o el «hijo de perdicién», como le Hama el seudo-Metodio— no vea frente 8 él mas que a los critianos. Ambos son emperado- res de los griegos y de los romanos. El oraculo sibilino debi6 ser pronunciado en Roma, pero las guerras de Constante tie~ nen lugar en Oriente, como las del emperador anénimo det seudo-Metodio. Finalmente, ambos deponen sus insignias en Jerusalén, ‘AdsOn presenta las cosas de manera muy diferente. El em perador del final de los tiempos seré clegido entre los «reyes de los francos»"*, Seré, por tanto, un carolingio, y la alusién al obispo Rorico de Ladn, un descendiente de Carlomagno, al fi- nal de la carta de Ads6n refuerza esta hipstesis. Sin embargo, no se menciona ninguna conquista guerrera, sino simplemente una reinstauracién del imperio romano, del cual, por el mo- mento, s6lo sigue viva la «dignidad> por medio de sus reyes. Es sorprendente que no se nombren las circunstancias de esta reinstauraci6n, Ads6n no menciona ni conquistas ni extermi- nios de paganos o musulmanes. Quizé se deba a que no escri- be en un estilo apocaliptico, sino que redacta un tratado, Es también verosimil que pensara en Ia renovacién del imperio de Carlomagno, més que en una extensién realmente univer- sal. Por lo demas, no se da en él ninguna alusién a la ciudad de Roma, y menos atin al Papa, que consagra a los emperadores desde Luis el Piadoso, Ads6n parece cuidarse de las releren- cias al presente. Los htingaros o los sarracenos aparecen tan a poco como Gog y Magog. Su tinica concesién a la historia consiste en la constatacién de que el imperio de los romanos estaba en su tiempo «en gran parte destruido> s6lo en su dignidad, y sus insignias, el cetro y la corona, serén depositadas en el Monte de los Olivos, cuando «sea legado el tiempo del fin y de la consumacién del imperio de los roma- nos y de los cristianos»', Adsén se interesa mds por el aspecto simbélico ¢ intemporal del imperio, por su funcién escatolégi- ca, que por su poder politico; si no, no podria decir que el dia de la «disidencia» del imperio no habia llegado ain, cuando Regino de Pritm, tras la deposicién de Carlos el Gordo en el aiio 888, explicd que cada pueblo habia elegide entonces un rey dentro de su seno”, En realidad, en 953-954, cuando escri- be Ads6n, s6lo quedaba la dignidad, pues el trono estaba va- cante. Pero el mito habia nacido, y habja de pervivir, como lo de- muestra el papel que habia de desempefiar en los tiempos su- cesivos. Se apoyaba en el contenido simbélico de la dignidad, como habfa de indicar la renovacién inminente que Adsén no parece prever. Bien es cierto que Ot6n Ino era carolingio. El contenido simbélico de la dignidad descansa mas en valores religiosos que politicos. El Pontifical romano-franco oriental, el gran libro littirgico para uso de los obispos y que proporcio- 16 la base de la tenovacién romana del sigio xt, fue elabora- da en Maguncia, en tiempo de Ads6n. Contiene rituales de la consagracién del emperador, en los que se destaca el conteni- do religioso y simbélico del cargo. Al emperador Ie incumbe la salvacién del pueblo que gobierna'®, Su funcién tiene, pues, tna perspectiva escatolégica. Se le entregan las insignias de su dignidad para que conserve la paz y el orden del mundo, y e! ‘timo titular del imperio las depositard en Jerusalén, centro geografico del mundo entonees, tan pronto como ese orden y sa paz sean universales. Podrfa pensarse que entonces seria el instante de la segun- da venida de Cristo, Existe una relacién entre ef titimo empe- rador y el Anticristo que hace que su sucesién sea inevitable. 12 Cristo nacis bajo el emperador Augusto, fundador del imperio romano; por tanto, el Anticristo deberd nacer bajo el diltimo y més famoso de los emperadores romanos. Aparece de mievo la ley de la analogfa, En contraste con el seudo-Metodio, Ad- sén no alude a la doctrina de las edades del mundo, aunque estaba tan extendida que ha tenido que conocerla, Tanto en referencia al sistema de las tres edades como al de seis, se destaca Ia coincidencia entre el nacimiento de Cristo y el concepto de paz augusta. Inicia el tiempo de Ia mencionada por san Mateo, Este se refiere al libro de Daniel, que habla 19 en relacién con esto de una profanacién del santuario de Je- rusalén, Para poder identificar al «impfo» y darle el nombre de An- ticristo, los intérpretes de la Biblia debfan leer la primera car- ta de san Juan, que anuncia que la tiltima hora era llegada, Aquellos a quienes se dirigia habian ofdo que el Anticristo vendria y que ya habia muchos anticristos actuando, Este An- ticristo seria el engafiador por antonomasia. Niega que Jestis sea Cristo, el ungido de Dios, niega al Padre y al Hijo (2,18- 22), En sw segunda carta (2. Juan 7) le, llama Juan el seductor por antonomasia. De su testimonio podemos deducit que el tema del Anticristo existfa ya en el siglo primero, pero no po- demos saber si ya entonces le eran conocidos todos los testi- monios que hemos recopilado. Adems, desconocemos cuéinto simbolismo y cudles elementos mifsticos resuenan con ese nombre. ;Pensaba Juan, por ejemplo, en una figura de 1a his- toria? O tenia al Anticristo por una sintesis de lo que el mundo, del que expresamente invita a huir, representa de ten- taci6n y de error? Al mismo autor atribuye la tradicién el texto de Ia revela- cién que lleva sti nombre. Presumiblemente escrito hacia 1 aio 95, al final del gobierno de Domiciano, se distingue fuer- temente de su carta, en particular por su dimensin universal. Las cartas a las siete comunidades de Asia que forman el pr6- logo dirigen la mirada a una regién mayor que una simple ear- ta.a una comunidad en particular. demas, el estilo apocaltpti- co le presta una resonancia césmica. Presenta al lector moderno dificiles problemas de exégesis, de los que no nos ocuparemos aqui. Para el lector de la Antigtiedad o de la Edad Media se trataba menos de la cuestién de cémo y por qué fue redactado el escrito que, en mucha mayor medida, de su significacién, esto es, de como habfa de leerse su mensaje escatolégico. A primera vista, su estructura sigue un esquema simple. Juan es testigo de un gran drama césmico, Esta en presencia de la apertura de los siete sellos, escucha el sonido de siete 20 trompetas, y ve siete copas que se derraman sobre el mundo, Cada uno de estos momentos sefiala 0 condiciona un aconte- cimiento determinado, un azote enviado por Dios. Ast se cie- tra la primera parte, La segunda parte describe el juicio de Babilonia y su destruecién, a la que siguen dos grandes bata- las escatolégicas. En la primera se ve a Cristo en lucha con Satén, quien es vencido y encadenado por mil afios. Inmedia- tamente después tiene lugar la primera resurreccién, que s6lo vale para los elegidos, que dominarén con Cristo durante mil afios. En la segunda batalla, al final de estos mil afios, Satan liberado se alia con Gog y Magog, antes de que él y sus al dos sean destruidos por un fuego enviado desde el cielo, En- tonces sucede el Juicio Final y la segunda, esta vez definitiva, resurreccién. Como final, Juan ve la futura Jerusalén celeste, y el libro termina con el anuncio del pronto regreso de Cristo. El Apocalipsis seria fécil de desentrafiar si se pudiera se guir su esquema. Sin embargo, esto es imposible, pues la serie de sucesos de la primera parte s6lo toma forma unitaria en los ‘cuatro primeros parrafos. Los tres sitios sucesos de cada se- rie esta tan s6lidamente elaborados que su contenido salta del marco de la accién, Asi, tras la sexta y séptima trompetas se intercalan episodios totalmente independientes. Tras la sexta ‘tompeta llegan caballeros que exterminan una tercera parte de Ja humanidad. Entonces aparece un ngel inmenso con un Pequefto libro en la mano que Juan debe tomar y tragar. En- seguida se le dice que mida el templo de Dios, pero no el pa- tio que estd fuera del templo, porque es dado a los gentiles, que lecer con precisin si se t1a- taba de un milenarismo que postergaba ampliamente el fin de los tiempos a través de una cronologfa a largo plazo, 0 de otro que no toleraba ningtin aplazamiento, como hace supo- ner e] poeta Commodiano por la vehemencia de su expre si6n. No obsiante, es verosimi: que grandes persecuciones como las de Decio (249-251) y Diocleciano (284-303) s6lo pudieron exacerbar esta tiltima postura y transformarla en odio al imperio, un odio que expresa muy bien Lactancio en su libro De morte persecutorum (Sobre la muerte de los per- seguidores). En estas condiciones, podia parecer inoportuna Ja exégesis espiritual del Apoce ipsis, pero permitié entretan- to que el marco cronolégico establecido por Hipdlito canali zara las pasiones € impidiera los excesos milenaristas inme diatos, semejantes a Ios de los Frimeros montanistas. A pesar de ello, siempre hubo comunidades montanistas retiradas, ‘que se habian convertido en au-énticas sectas fundamentalis- tas y que no habian de desaparecer en Occidente antes del si glo v1. San Jerénimo luché contra el milenarismo, desde fina les del siglo 1v hasta su muerte, con las mismas armas que Origenes, San Agustin hizo lo vnismo, si bien sus criticas, de las que hablaremos més tarde, estén incluidas en un contexto més amplio. Milenaristas o no, los cristianos que especulaban sobre el fin del mundo sabfan, evidentemente, que iria precedido del fin de Roma. Aunque no podien sino alegrarse por ello, por sus opiniones religiosas, algunos cristianos haban reencontra- do el gusto por el patriotismo romano después del ecicto de tolerancia de Milén del aflo 313 y el fin de tas perseeuciones. Desde tiempos de Constantino, los cristianos entraron en la administracién imperial y hubo obispos entre los consejeros de los gobernantes. Para éstos, y para todos aquellos que les eran prOximos por parentesco 0 interés, el destino de Roma estaba estrechamente ligado al de la Iglesia. Esta relaci6n se 39 hizo todavia més {ntima a partir de Teodosio, cuando fueron suprimidos los cultos paganos y s6lo las oraciones de los cris- tianos parecian ser las apropiadas para sostener el imperio. Pues, a partir de entonces, la diosa Fortuna dimite de sus fun- ciones. 4 EL DESTINO DEL IMPERIO ROMANO Es bastante sabido que los romanos eran supersticiosos y se dejaban impresionar por los fata. Por eso hicieron también cellos especulaciones cronolégicas para calcular la duracién del imperio®. Dos parecen haber sido las tradiciones principales. Segtin una, Roma estaba destinada a una vida larga, pero limi- tada en el tiempo; segiin la otra, Roma estaria llamada a ser tun imperium sine fine. De acuerdo con los historiadores antiguas, Rémulo habia visto doce buitres sobre el techo del Capitolio. Esta sefial fa- vorable le habia proporcionado ventaja sobre su hermano, que s6lo habfa visto diez. A a vez, se interpretaba este auspi- cio como indice de ta duracién de Roma, que seria asi de mil doscientos aiios. Los emperadores Claudio y Antonino Pio {estejaron los siglos octavo y noveno de Roma en una atmés- fera alegre los aitos 47 y 147. En el afio 248, Filipo el Arabe entré en el milenio en un afio de grandes dificultades. El siglo tundécimo, que cay6 en el 348, fue celebrado con la acufiacién de monedas, pero desconocemos si la fecha lo merecta, pues Aurelio Victor, un escritor pagano, se quejaba en el 360 de que el afio 348 habia sido uno de tantos. En todo caso, todo el mundo sabia que Roma habia entrado en su siglo duodécimo y por tanto, segtin el «hordscopo» inicial, en el tltimo. Igual- mente sabfan todos que los libros sibilinos ocultaban los se- ceretos del fin del imperio, y quiz por ello Estilicén los mands quemar pocos afios antes de la toma de Roma por Alarico en 410. Si Roma no era, pues, inmortal, se podia comparar su vida con la de un hombre, que recorre las etapas de la edad una tras otra hasta la senectud. Floro, por ejemplo, en su His- toria de Roma esctita en tiempos de Trajano discute este a asunto y es de la opinién de que Roma rejuveneceria en el umbral de la ancianidad. No obstante, en el siglo 1V, cuando el pagano Simaco hizo hablar a ta diosa Roma en 384, la presen- %6 como una mujer vieja. Del mismo modo subrayé Rutilo Namatiano, otro pagano, en wn poema escrito en 418, la avan- zada edad de la ciudad, que contaba ya «mil ciento sesenta afios», También san Agustin repiti6 muchas veces el dicho de sla vieja Roma», Pero segtin otra t-adicién, Roma estaba llamada a fa eter- nidad. Virgilio hace en la Eneida que lo proclame Jupiter, que anuncia a Eneas que garantizaré a su futura fundacién un imperium sine fine. Y Suetonio informa que también el empe- rador Augusto observé el vuelo de doce buitres, sefial de un nuevo comienzo, de un rejuvenecimiento. Los juegos secula- res celebrados el atc 17 a. C. fueron la sefial més importante de este rejuvenecimiento®, Se remitian a una tradicién ciclica del pensamiento etrusco, segiin Ia cual, cada vez que se extin- ‘gue una generacién comienza una nueva edad del mundo, un siglo. Los juegos y ritos que saludaran el nuevo comienzo po- dian celebrarse s6lo una vez, de modo que hubieran muerto todos los testigos de la festividad anterior. De costumbre se dejaba transcurrir 110 afios entre los juegos del siglo. Al dar- Jes esplendor especial, Augusto no hizo sino enlazar con una préctica relacionada, por lo demfss, con la consulta de los libros sibilinos. De esta manera podia renovarse periédica- mente la etetnidad de Roma. Lo mismo sucedié bajo los em- peradores Domiciano y Septimio Severo en los aflos 88 y 204 Pero el historiador pagano Zésimo constaté con amargura, hacia el 380, que se habia omitido celebrar los juegos secula- res del afio 313, Estos juegos no tenfan el mismo significado que las festividades seculares; no marcaban las etapas de un envejecimiento inevitable, sino que reforzaban, por el contra- rio, la idea de la eternidad romana. Ambas tradiciones se con tradecfan, pero expresaban una doble tendencia psicolégica que se encuentra en muchos pueblos: de tna parte, el temor & la decadencia, incluso su certeza, y de otra, la bisqueda de un 2 regreso periddico a los orfgenes que conduzca a un nuevo ci clo de bienestar. En suma, se quiere ahuyentar el temor que inspira el transcurso lineal del tiempo transmutandolo en un etemo retorno. Se sigue de esto que no coinzidfan del todo las especula ciones cronol6gicas de los cristianos con las de los paganos. Era dificil conciliar la idea de que Roma posefa la certeza de la eternidad imperial con aquella otra idea que querfa ver en su destrucci6n la sefial bienvenida del fin de los tiempos. To davfa mds extrafia para la mentalidad cristiana era la idea de que una fundacién terrena pudiera como tal tener en sus ma nos Ja garantia tiltima de su destino. Si Roma habia de enve~ jecer y caer, no sucederia como consecuencia de un fatalismo astrolégico consignado en ntimezos, sino slo por la voluntad de Dios, que trataria a Roma como habia tratado al pueblo de Israel. Con todo, un cierto mimero de datos eran similares. El siglo duodécimo de Roma terminaria en 448: los defenso- res de Ia cronologia de Hipétito fijaban la fecha del fin det mundo en el afio 500. Las dificu tades del imperio en el paso del siglo 1v al v podian valer como sefiales del fin de los tiem- pos. Pero, gsegufan anhelando todos los ctistianos este fin? En particular, aquellos que tenian cargos, sin olvidar los miembros de la clase senatorial, que se adherian cada vez és a la nueva religién que Teodosio habia hecho religién del Estado, LA CRISIS ESCATOLOGICA Los siglos 1v y ¥ marcan en muchos aspectos un periodo de transicién, en cuyo transcurso se hunde paulatinamente el im perio de Occidente, mientras qze comienzan a establecerse Tos reinos barbaros, y Roma se convierte cada vez més en la cabeza religiosa de la Cristiandad occidental. En la mitad de ese periodo se sittia una crisis escatolégica en Ia que hombres 43 de la Iglesia y laicos llegan a la conviccin de que ha nacido el Anticristo y de que el fin del mundo se acerca Martin de Tours tuvo que ver toda su vida, que termind en 397, con anticristos y falsos profetas precursores del verdade- 10 Anticristo, Su amigo y bidgrafo Sulpicio Severo ampli las ideas milenaristas de Martin. El mismo aflo 397, un obispo africano, Julio Quinto Hilariano, termind una erénica basada en los célculos de Hipdlito y que culminaba en una confesion milenarista, Estos tres hombres no son sélo testimonio de la supervivencia de una idea de fe, sino también de un clima de tensién resultado de la contemplacién angustiada de los sig- nos de la época. Ya hacia 360-63, Hilario de Poitiers habfa vis- to en el emperador arriano Constancio II (337-361) la perso- nificacién del Anticristo. A las luchas extraordinariamente duras dentro de la Cristiandad se afiadia la amenaza cada vez ‘més agobiante de los barbaros. El emperador Valente fue de- srotado por los godos en 378 y su cadaver no pudo ser encon- trado. Tanto para los escritores eristianos como para los paga- nos, para Ambrosio como para Amiano Marcelino, este momento fue el de la caida de Roma. El gobierno de Teodo- sio no modifies la atmésfera, sino que su prohibicién del culto Pagano estimuld las disputas entre cristianos y no ctistianos. El afio 398, Dios revel6, en un suefio, a uno de los oficiales de Constantinopla la intenci6n de destruir la ciudad, El obispo y el emperador ordenaron ta evacuacién total de la capital. El mismo affo, los circulos paganos de Roma hicieron correr un ordculo, segiin el cual le haban sido concedidos 365 afios a la religién cristiana después de que el apdstol Pedro hubiera sa- crificado un nifio de un afio en un crimen ritual. El plazo ter- minaria, segtin unos, el afio 394, y segin otros, el 398. Hacia 400, una cierta Melania que venia de Palestina anuncié la lle- gada del Anticristo. A partir de 401 y 402, los godos de Alarico recorrieron el norte de Italia, y en 405 emprendieron los os- trogodos una incursién en Etruria. En 407 abundaban tanto los oréculos y predicciones alarmistas que Estilicén mandé quémar el libro de los Oréculos sibilinos. El poeta pagano 44 Claudiano contribuyé en 402 a la difusién de este animo cxiti- co y malsano al recoger la opinién piblica que se preguntaba por la duracién real de los mil doscientos aftos concedidos a Roma, Cuando Alarico, a la cabeza de sus godos, hubo sa- queado Roma en el aiio 410, muchos pensaron que el fin del mundo estaba préximo. {No era ese asalto godo precisamente el acontecimiento al que aludia san Pablo en su carta a los te- salonicenses? zNo habfa sucedido lo que retenia la llegada di Anticristo? ;Y no era la caida de Roma la anunciada para Ba- bilonia por el Apocalipsis? San Agustin se puso a la tarea de responder estas pregun- tas y de reformular las ideas acerea de las relaciones entre la Iglesia y el imperio. Pues interpretar la caida de Roma como tuna sefial del fin del mundo habria conducido a establecer una relacién necesaria entre la Iglesia, de fundacién sobrena- tural, y el imperio terrenal. Pero la cristianizaciGn del imperio y la prohibicién det culto pagano hacian posible esta equipa- raci6n. El pensamiento milenarista estimulaba también seme- jante identificacién, puesto que Cristo habia de erigir su reino en la tierra haciendo coincidir poder espiritual y terrenal, En suma, el gobierno escatolégico de Cristo sobre los dos reinos ahora fusionados podria justificar @ posterior’ el poder impe- rial sobre la Iglesia. Pero la ruina de este poder exigfa que Ia Iglesia renegara de é1. La misma intencién tenfa la atenuacion de a expectativa del fin de los tiempos, aunque no fuera del tipo milenarista. El tiempo de fa Iglesia estaba en la mano de Dios y debfa mantener su independencia, pues era participe de Ia eternidad, mientra que Roma era mortal. Las sefiales te- rrenales podrian servirle, pero la Iglesia estaba sujeta sélo a las sefiales espirituales. En su libro La ciudad de Dios dice san Agustin que los mil afius de que se habla en el Apocalipsis significan «la plenitud de los tiempos», donde el ntimero mil significa totalidad. Puesto que, por otra parte, el bautismo es la primera resurr cin, segiin la tradicién de Origenes, estos mil afios sefialan en realidad el tiempo de la Iglesia de los bautizados. Satén habia 45 sido, por tanto, encadenado, para que nunea pudiera conducir a error a la Iglesia. Bn el final de los tiempos serd puesto en libertad durante tres afios y medio —otro niimero simbélico— en forma de Anticristo®. BI reino de Cristo tiene lugar «aho- ray, en la Iglesia. Es imposible conocer lo concerniente a su duracién, asi lo explicd Agustin en su correspondencia con Hesiquio, obispo de Salona. Podemos conocer cémo seré el fin del mundo, pero no cuando. En respuesta a una objecién de Hesiquio, que constataba que el Evangelio se propagaba répidamente bajo los emperadores cristianos, afiadié que ello no era una sefal suficiente*, La interpretacién de san Agus tin, basada en Ticonia, tenfa por finalidad definir un tiempo de Ia Iglesia independiente. Otra idea, en la que Agustin entra s6lo de pasada, era la de que el imperio romano detenfa la Me- gada del Anticristo, segtin una exégesis de Ia segunda carta a Jos tesalonicenses. Habfa sido mantenida por, entre otros, Ter- tuliano, Cirilo de Jemusalén, e] Ambrosiaster, Juan Cris6stomo y Jerdnimo. Agustin conocfa esta opinién y aludié a ella, pero prefirid decir que no sabia en absoluto qué habia querido de- ir Pablo. Su postura ¢s comprensible, pues le repugnaba ligar el curso de la historia sagrada, el tiempo de la Iglesia, a un acontecimiento politico. Todo el libro La ciudad de Dios va de hecho en esa direccién. Aun cuando ambas ciudades, la terre- nal y la de Dios, se hallen entremezcladas inseparablemente en este mundo, sus metas son distintas y no dependen la una de la otra. La Iglesie es una realidad mistica de origen divino, ‘euyos primeros ciudadanos son los angeles. En la tierra esté en él exilio y s6lo provisionalmente presente, su tiempo aqui abajo y su medida dependen solo de Dios, No tiene, por tanto, sentido especular sore la cronologia. iFue escuchado Agustin? No por todos, seguramente, Los acontecimientos que jalonan el hundimiento del imperio de Occidente hasta 476, asi como la abdicacién de Rémulo Augiistulo eran més propicios a dejarse llevar con més fuerza por pensamientos apocalipticos. Ademés, se acercaba, segtin los efleulos de Hipdlito, el afio aciago de 500. Los reinos de los 46 bérbaros —francos en la Galia, vindalos en Africa, ostrogo dos en Italia, y otros— estaban firmemente asentados. Una erénica, escrita probablemente en el entorno de Casiodoro, colaborador de Teodorico, menciona en 493 y 496 rumores se- gtin Jos cuales el nacimiento del Anticristo era inminente, Am- bas fechas correspondian —segtin maneras diferentes de con- tar— al aiio 470 después de la pasién de Cristo. Parece como si el cronista hubiera querido identificar a Elfas y Enoc con el {filésofo Boecio y su suegro Simaco condenacios a muerte bajo Teodorico por alta traicién y ejecutados en 524 6 525. Ade- mis, seftalaba para ese afio el destronamiento del emperador Justiniano I (527-565) que ocurriria treinta afios después de 493, cuando, sobre la base del reconocido paralelismo de su vida con la de Cristo, apareceria el Anticristo. En ese tiempo estaban muy extendidos los rumores sobre la naturaleza dia- bolica de Justiniano. DE LA ROMA CRISTIANA A LA RENOVACION DEL IMPERIO El periodo de gran tensién del siglo v es también el tiempo en el que la Roma imperial se transforma en una Roma christia- na’. Ya el poeta cristiano Prudencio (muerto hacia 405) habs destacado que las tumbas de Ped-o y de Pablo serian las nue- vas garantes de la eternidad de Ia ciudad. A la imagen del pa- gano Simaco que representaba como una vieja mujer a Roma, contrapone la renovacién a la que accede la ciudad en virtud de su conversign. Se vale de los versos de la Eneida en los que Jupiter promete a Eneas un reino perpetuo danidoles un signi- ficado cristiano". Después de su victoria sobre Majencio, Constantino ensefia que la tier-a de Quirinus sera eterna- mente poderosa, de un reino mas alton. Es decir, no establece ninguna restriccién, ningiin limite temporal. Ensefia a Roma a ejercitar un poder sin fin, de modo que el valor de Roma no envejezea, que la gloria ganada, «no conozca la senectud». Lo 4

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