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{que queda constancia documental de su ser, en el lopiano -rihén de Castilla. {Cambios Muchos desde el siglo xvi o desde 1922, pero siempre a la par con el nivel de evolucién nacional y regional. Como en todo el ‘campo europe, mas tarde o més temprano, el cambio cabal empieza ahora: desde 1990 los hurdanos venden sus viviendas a los cacerefios ansiosos de casas de veraneo, y las -chicas- que, amparadas por las mon- jas salian ya hace veinte afos a servir en los Madrilis-, empiezan ano volver porque se casan alli. MAURIZIO CATANI CNRS, CEF-MNATP. Paris Hurdes/Batuecas: Una utopia regresiva Practicamente desconocido para la investigaci6n cientifica de la naturaleza, por lo menos hasta bien entrado el siglo x1x, el espacio fisico de las batuecas se configura como un tnico valle herméticamen- te cerrado por cadenas montafosas, al que s6lo dan acceso dos altos puertos naturales: El Portillo (1.272 m) y los Lobos (1.515 m), adem: del propio rio Batuecas, que discurre por sus profundidades, Esta geo- grafia, singular en mas de un sentido, cuya circunscripcién se ha extendido hoy en los mapas a cerca de unas 21.000 hectireas de reser- va nacional, donde actiia un microclima de especiales caracteristicas, ha sido, en el pasado —y hasta en el pasado més inmediato— uno de los focos miticos mas importantes con que ha contado el territorio peninsular. Sorprende que sus dimensiones, al fin y al cabo reducidas, junto a su total despoblamiento —hoy en dia y en todas las épocas de que se tiene memoria— haya podido, sin embargo, alentar un ciclo mitico de tan_poderosas referencias, S6lo su misma lejania con respecto a cual- quier via de comunicacién de importancia y atin su inaccesibilidad hasta hace bien escaso tiempo, pueden explicar el fenémeno mediante el cual un territorio se inviste, como depositario idéneo, de unos valores que residen, en Gltima instancia, en el inconsciente colectivo y que, median- te ese acto de asunci6n de su papel estructural en el disefio imaginario de un momento hist6rico muy concreto, logra resistir el asalto de las fuerzas racionales —y, en realidad, de los instrumentos cientificos que son sus auxiliares: la geografia, la historia, la botanica— mas alla y durante més tiempo de lo que hubiera sido previsible. 7 zn efecto, ante Las Banuecas, ante lo que es el relato mitico de Las Baruecas (puesto que aqui el mito se ofrece como discurso, como tradi- ‘ion eserita, culta , hay que constatar, lo primero, su longevidad, o, en Otros términos, Io que podriamos llamar su resistencia a la extinci6n, sta permanencia inveterada de su formulacion a través de varios siglos —por lo menos entre los que van del xv al xxx (que podria llegar hasta el xx, si consideramos el tema de las Hurdes como prolongacion del de Las Batuecas— ha sido conseguida a través de un repertorio de variables que han ido modificando el discurso del mito, manteniéndolo, sin embargo, en lo que tiene de sustancial: su anclaje en formulaciones ‘mitol6gicas provenientes del mundo clasico, que sefialan aqui el extre- ‘mo maximo de lo que es su Area de influencia y, en consecuencia, comienzan su misma disoluci6n y transformaci6n. A menudo, vista la proyecci6n del mito de Las Batuecas, habri que constatar que han sido, paraddjicamente, las propias fuerzas € instrumentos de racionalizaci6n, Jos que han operado en el cuerpo discursivo del mito, esas modificacio- res que le han permitido vivir bajo nuevos alientos. Bajo esta paradoja, me permito ahora sefialar alguno de estos momentos en que la intervenci6n de esfuerzos por reducir el imagina- tio, lo irracional, puede haber causado un efecto contrario, dando nueva viabilidad y regenerando, incluso, la estructura global de la que habla- ‘mos. Asi sucede con la intervenci6n de Ia Iglesia, que combatira aproxi- madamente desde finales del siglo xv1, el mito pagano, superponiéndo- le una especifica mitologia cristiana, que todavia hoy convive junto @ aquél, Esta acci6n eclesial es la que crear uno de los centros de devo- 1 Hablar de mito para el conjunto de rea ie tos que hemos heredado sobre Las Bate- Tepeodo Yeo areca), aperdo, esta mis préxima su estructura 219 enced | folelérico. Sin embargo, mantendremos a todo 1o largo del Sag a me deers nie pe cal Here Don ose ne cion —o, mis exactamente, de una degradacion y desgast, al 38 cién mariolégica mas vitales durante cerca de cuatrocientos aflos, y ade~ més, una literatura de signo hagiografico que ha producido textos como la Historia y milagros de Nuestra Senora de La Perta de Francia (1567) © la Historia de la admirable invencion y milagros de la Thaumaturga imagen de Nuestra Senora de la Peria de Francia (1728), para resefar, tanto el orto, como el ocaso de esta cortiente de literatura progagandis- tica, que tuvo en las proximidades de las Batuecas, en la Pefta de Fran- cia, su nueva -montafa sagrada-?, En cierto modo, unos efectos similares a los que consiguié la Igle- sia con su implantacién en la zona son los que también consigue la labor «colonizadora: de los ilustrados, aunque hay que decir que, pro- bablemente, estos resultados no estaban previstos en la accion desarro- llada por aquellos. De este modo, Feij6o y Ponz, que, en su intento por someter al principio de la historia y al rigor de sus procesos todo lo que habia sido la trayectoria del Valle, crean nuevos puntos de interés mitol6gico, expanden el relato, le conceden una difusi6n casi propagandistica, sumi- nistrando un buen ntimero de mitemas que los escritores romanticos recogerin poco después, como un auténtico enriquecimiento de un filén narrativo ya de por si particularmente rico. Es evidente, para quien se acerca a estas estructuras, como resul- tan ser, precisamente, los textos elaborados en ese momento de maxi- ma racionalizaci6n que es el siglo xv —los textos de Gonzdlez de Manuel, Feij6o, Ponz...— los que, a través de la formalizacion narrativa que de aquellas proponen, llegan a constituir la fuente de informacion mas directa a la que habrin de remitirse, en lo sucesivo, quienes deci- dan afrontar —en la perspectiva que sea, incluyendo, sobre todo, la propiamente ficcional, imaginativa— el mito de Las Batuecas. En estas versiones y amplificaciones llevadas a cabo en el siglo de slas luces, a través, sobre todo, de ellas, se puede comprobar Ia fuerza 2 La Pena de Francia tiene profundas resonancias mitolOgicas, Entre ellas habia que destacar el hecho de emo sus representaciones iconogrificas —la de M. Gast, por Siento, en el siglo xv nos remiten a la Taba de Cebes. Sobre la Tabla, en el contexto ceinhui ease P, Pedraza La Tabla de Cebes: un juguete losfico, Boltin det Mueso e ‘Insututo Camén Aznar, 14 0983), 93-113. 59 ¥y versatilidad con que los dos grandes nticleos miticos de origen me terrineo Edad de Oro y Origenes— se instalan en el interior de la eografia peninsula. Lejos de estar ante lo que el chauvinismo localista de un L. Cortés ha llamado ingenuamente «inicua calumnia que pesa sobre el Valle:*, nos encontramos ante un tipo de creencias que, pese a las sucesivas reinterpretaciones a que se somete su materia, termina por hacer suyo el discurso que la combate, En definitiva, el desarrollo del relato mitico de Las Batuecas ha teni- do una trayectoria muy larga que ha ido operando como un depésito de acumulaci6n de materiales —de muy distinta procedencia: los apolo- ‘86ticos, tanto como los que podriamos llamar criticos o desmitificado- tes—. Depésito que ha suministrado de todo género de elementos a todo tipo de ficciones, que en torno a él se han ido forjando. Mis escrito que narrado o difundido por estructuras orales que Io emparentarian con la fabula (y -Fébula de Las Batuecas- lo llamara Fei- j60), el folclore o la leyenda, Las Batuecas han constituido la base para lun relato —suma de todos los dliscursos singulares que lo componen, al modo en que una serie de frases se estructuran en una alocucién—; relato culto, debido fundamentalmente a intelectuales interesados en tecrear ficciones con su materia tradicional, en cuyo desenvolvimiento ‘Yemos, sobre todo, el reelaborarse de mitos que tiene su iiltima emer- Beneia importante en el momento mismo en que se encuentra configu- Fandose la estructura axiologica de Las Batuecas: el siglo xv, el Renach miento, Epoca, por tanto, que marca el comienzo mismo de la revision grilea del pasado y época —y esto es Fundamental para el objeto que analizamos— de los nuevos descubrimientos geogrificos Hee atts Sbertoraidel relato, que aparecers convocado.en la hiss sat Sh aut tnicum, pero dado a través de la variedad de textos que SA eae onli ctctsing, aston lo'que fue, en su momento, oad Problemitica ideol6gica. En modo alguno, la ficcién de Batuecas podia 'amientos de cardcter sociolégico, o amputada en eyo seno y en un momento especifico de de lo que es la sociedad su devenir nace. 9 1 os, Sclomanca en a Mera Stamanea 1972, © Es asi como el mito se nos revela, en su genealogia misma, como luna estructura de repuesta, Respuesta que, en lo imaginario, dirime cuestiones planteadas, a otro nivel, en el engranaje de lo real Los pasos de este proceso —de la configuracién primitiva a la posterior parodizacién de una mitologia colectiva (representada por un Larra y, en general, por el periodismo decimonénico, que hacen de Las Batuecas un t6pico burlesco), pasando por sus momen- tos de revision critica— abarcan casi cuatrocientos afios desde los pri- meros momentos de su formacién. Un periodo, en cualquier caso, demasiado largo como para no suponer una implantaci6n inicial muy poderosa, en el seno de una sociedad —Ia espaiola de los siglos xvi Y XVII— que se configura en buena medida sobre estos esquemas ima- ginarios, Ilimense Edad de Oro, Batuecas o descubrimiento de -nue- vos mundos. Pues, de una manera muy precisa, todo lo que significa a través de lo que podemos llamar «mito de Las Batuecas: tiene una conexién muy Proxima a la revitalizacién que, con motivo de la conquista de América, conocieron los mitos mediterrineos sobre la Edad de Oro y los orige- nes humanos, Entre medias de estas dos configuraciones de lo imaginario, Las Batuecas vienen a encarnar una ideaci6n hibrida, donde se amalga- man elementos extraidos del pensamiento ut6pico —Edad de Oro, Paraiso, locus amoenus— con otros provenientes de lo que se supo- nia habian sido los origenes del hombre —el -buen salvaje», la inocen- cia primitiva, el grado cero de la evolucién—. Que la conquista de América ofrece en su primer momento geneal6gico el modelo hist6ri- co sobre el que se pliega toda esta estructura de ficcién que fueron Las Batuecas lo viene a evidenciar la misma sincronia con que se pro- dujeron estos dos fenémenos, ligados entre si mas de lo que pudiera suponerse. Es asi como, mis alla de toda esta estructura cambiante que pode- ‘mos ver alternativamente bajo la pluma de Lope de Vega 0, doscientos incuenta aos mas tarde, de la de un Hartzenbusch, lo cierto es que, een lo sustancial, ef mito de Las Batueca se encuentra configurado sobre el modelo que le ofrece la especulacin imaginaria sobre el Paraiso y Jos mitemas que lo componen ¥, por tanto, aparece también como parte a | , >», y y yo de la reflexion que, sobre el indigena, el -buen salvaje, el homo ferus, habfa activado la conquista de América‘ En lo sustancial, opera aqui el sistema folcl6rico, que tiene como ‘motivo central a un tipo de comunidades que viven aisladas, habitadas por hombres en algin punto -diferentes- al habitante medio de la zona. Asi, los batuecos —de existir— se alinearian por sus rasgos junto a pue- blos, etnias, o sistemas de organizaci6n social como los agotes, marga- tos, vaqueiros de alzada..., que son portadores de una serie de rasgos, ‘muchos de ellos miticos, cuya inusualidad funda siempre un aislamien- toy una segregacion, Pero si bien Las Batuecas como mito participa de muchas de las caracteristcas atribuidas a las comunidades antes mencionadas, preciso es también decir en qué punto las sobrepasa, profundizando sus estruc- turas hasta adquirir un perfil més primitivo, mas ancestral, més pre-ci lizado. Para los distintos autores que, movidos por una gama amplia de motivos, se han acercado al mito de Las Batuecas, los habitantes de este {erritorio existen, aun cuando no se dejan ver; son salvajes (cbestias sin religion, como escribe Nieremberg) que no han entrado nunca en con- acto con otros hombres, con el progreso. Diserian, en definitiva, un mito: el de los origenes de la humanidad; una Edad de Oro caracteriza- a, positiva o negativamente, segin las perspectivas ideol6gicas que en ‘su dia quedaran establecidas en el estudio de Lovejoy y Boas sobre el ‘mito Edad de Oro; comunidades primitivas, interpretadas desde un Punto de vista -duro- 0 -blandor; dialéctica del «descubrimientox; mitifi cacion de formulas asociales; magia y demonologia, se suman en las Primeras configuraciones positivas de éste que fue llamado «caso nota- ble en Espaiia: (Lope de Vega), Junto a ello, y con el correr del tiempo, 4. Sobre exe tema el primiivismo se Silo de Ore. Vest, en ete Somme ralgtn. Budo sb a figun ic feflexiona abundantemente a lo largo del Madrigal, Bl saloajey la mitologia: ef are y la (Madsid 1975), luale en la literatura espaniola del Siglo de Oro 5 A Documenta Batimnore 1939). 8 MSO Of Primitivism and Related Ideas in Classical Antiquity @ nuevas aportaciones van a ir contribuyendo a la complicaci6n y a la falta de contornos definidos que caracteriza a la estructura de la que venimos tratando, Porque, supuesta y reconocida la barbarie de los habitantes del Valle, hasta el momento de su descubrimiento en tiempos de los Reyes Cat6licos (en el reinado de Carlos V, para fray Gabriel de San Antonio; en el de Felipe IV, para Ponz), se cuestiona inmediatamente el verdade- ro origen de esta comunidad, tan herméticamente aislada. Aqui, de nuevo se superpondrin aspectos legendarios tradicionales en el pais para fijar, en una variante mitologizante de la historia, lo que reside en cl inconsciente colectivo y carece, propiamente, de historia. El viejo fantasma nacional de la pérdida de Espafia se da entonces en esta geografia, lo mismo que en otros lugares del pais, como una suerte de origen para toda la fabula. La version que ofrece Alfonso Sin- chez es, en este sentido, modélica al cubrir la vertiente cientifica, apo yiindose para ello en unos pretendidos descubrimientos arqueol6gicos; descubrimientos de los que la historia volver a hablar: Hallironse ademas algunas armas muy parecidas a las godas, viejas, corroidas por la herrumbre. Se crey6 que o en el tiempo en que las armas de los Godos y de otras naciones invadieron el imperio Roma- no, 0 en la devasticiOn de hispania se encerraron alli por miedo los hombres con sus esposas; que les sucedié lo que al primer orbe, que los hijos, olvidados por culpa de los padres de la verdadera religion, se convirtieron al culto supersticioso de los demonios-§. El argumento, por lo demfs, aparece también modificado por los come- idgrafos, el primero de ellos de Lope de Vega: BRIANDA: {Como babéis vivido agut ‘bombres sin Dios y sir: Ley? & babldis castellano as? 6 De rebus Hispantae AnacepbalacostsItri septem (Alcalé 1634), Ub. VIL, cap. V, 368. 6 Dano: ‘Dicen que buyendo un rey vino a portar por agut; y que ciertos labradores 0 soldados de una guerra se encerraron en la sierra que admtramos ” YY, también, Matos Fragoso: (Que se tiene por seguro ‘que bay genie agui desde el tiempo ‘que el Rey Don Rodrigo puso «4 Castilla en cautiverio®. En conexién con este ciclo de la «pérdida de Espafia- y la pervi- vencia de restos de oposici6n a la invasion arabe se encontrarian otros datos como el que, aportado por A. Ponz, en su obra Viaje de Espana, da cuenta de la existencia de un lugar en el Valle conocido como «sepul- cro del Rey Don Sebastian. Sebastianismo, pues; expresiones que hablan de una latencia de lo nacionalista frente a los invasores, pero, también, y casi al mismo tiem- Po, constancia de que el mito recoge en su amplitud y en toda su con- \adictoriedad 1a figura opuesta a todo eso: asi, los batuecos, segéin el historiador del siglo xv, Cabrera, serian restos rezagados de los arabes expulsados de Espafa, -Alarbes-, como escribe el croni igodos, como parecen aceptar algunos otros historiadores; romanos, incluso, gue habrian olvidado el grado de civilizacion que les habia llevado alli. Tanto unos como otros, sin embargo, han dejado pruebas fehacientes de su paso por el Valle de Las Batuecas, como se encarg6 de demostrat, hace ya cuarenta afios, el padre Hoyos en su obra La Alberca, mont- ‘mento nacional®. sop,” A Batuecas det Duque de Alba, en Obras de Lope de Vega (Madsid 1900), t Xl Gastilla, en Parte 37 de Comedias nuevas escritas por los mies aemics de Expaita dedicadas a D. Jacinto de Romarate (Maciid 1671), Lope, también, una vez mas, y en esto es un riguroso precedente de toda Ia investigacién arqueologica desarrollada en el Valle trescien- tos aftos después, incluye en su comedia algunos pasajes que, como el de la aparicién de una cueva con pinturas y el cadaver de un guerrero, parecen apuntar hacia la existencia de unos remotisimos habitantes de Las Batuecas, cuya historia se remontaria asi hasta la misma prehis- toria. Las Batuecas se convierten —al decir del coetineo de Lope, Balta- sar de Moscoso, arzobispo de Toledo— en -pequefia reliquia de la anti- ‘gua simplicidad Veremos mis adelante c6mo, en una accién personal emprendida para lograr la desmitificacién en ese y otros temas, el propio Pons, a finales del siglo xvut, contribuird a derribar estos argumentos cuando, refiriéndose a las pinturas rupestres, escribe: 4Se ve un sitio, que llaman el de las cabras pintadas... se velan ciertas figuras muy mal hechas por los pastores con almazarrén, en que apa rece quisieron representar cabras-®, Resulta evidente entonces como todos los elementos legendarios reciclados en el mito de Las Batuecas han sido construidos sobre los trazos y direcciones de sentido que transmitia una historia de escasas y mal interpretadas huellas. Historia, por lo demas, que después de su eclosi6n ficticia a finales del siglo xv1 seguir, doscientos afios mas tarde, como telén de fondo a las nuevas aportaciones que vienen a suponer las delirantes comedias, relaciones de viaje € incluso novelas que inspi 16 el tema en el romanticismo europeo. Todo ello sin olvidar que, ocasionalmente, el tema del Valle conec- ta, por encima de toda historia conocida de la Peninsula, con un relato vinculado a la’mitologia clasica grecolatina. Esto al menos parece dar a entender Gracin en El Griticon, cuando scribe: =. los sitiros y los faunos, batuecos y chichimecos, sabandijas todas que caben en la gran monarquia espafiola: 10 Viaje de Espana (Madsid 1778), Carta VI, t VI, 188. 11 El Criticén, segunda parte, cris I Volviendo a los descubrimientos americanos y la actualizacion con- siguiente que en el pensamiento te6rico de la época éstos generan, ello determina, aqui, en el interior peninsular, el nacimiento de un activo foco de ficci6n en el que no todo es novedoso. La sociedad espaftola dde aquel tiempo en el que hemos localizado la emergencia de! mito, es decir, los comienzos del siglo xv1, construye con el mito un verdadero ‘modelo de simulacién, un objeto sobre el que ensayar los instrumentos cientificos que estin comenzando a ponerse a punto con el advenimien- to de la Edad Moderna. Por eso, tal vez, el mito tiene en un primer ‘momento una expresion teatral: es exhibido para el analisis en el inte- rior de un aparato hermenéutico que ilustra y que construye una nueva ciencia: la ciencia del hombre, Consta qué, en la Corte madrilefia, las obras sobre Batuecas de Lope de Vega, Hoz 0 Matos Fragoso sorprenden e intrigan y ello, pro- bablemente, en la medida que ofrecen su versi6n en otro nivel —en el imaginario— del desarrollo hist6rico y de sus acontecimientos més sig- nificativos que se estan viviendo en el pais, sobre todo a través de la problematica suscitada por la conquista de América, prolongada mas alla de las barreras cronologicas de finales del siglo xv Desde esta perspectiva, frente a la América en proceso de coloniza- ci6n, se alzan estas Batuecas lopescas, todavia virgenes y susceptibles, Por tanto, de una accién homéloga a la llevada a cabo en el otro conti- nente. Sobre ellas, como sobre un objeto de laboratorio, era posible atin entonces detener por un momento el ineluctable avance del saber, de la anexion y del dominio, y hacer asi que estos territorios —podriamos decir de ficcin— se sometieran al andlisis, a la feflexion y, sobre todo, a ese tipo especifico de especulacién que introduce en la ficci6n la variable rechazada por la historia. Y es que, como ha escrito Dumézl: ‘10s mitos son relatos basados 0 no en una situaci6n 0 un suceso real que tiene en ambos casos dos misiones: ayudar a dad misiones: ayudar a que la socieda ‘dmita, prefiera, mantenga las condicones y las formas de su existen- cia actual, o bien justifique y refuer ion rce Una pretensiGn © una aspiraci tradicional o nueva en esa sociedad: 32 Del mito a a Historia, en A. AL ] tras (icons 1999) NG A. ALAtmeh et ale, Histora y dversidad de as ct Las referencias conocidas y las versiones elaboradas con casi ya la totalidad de los elementos que, en especifico, constituyen aquello que podemos denominar «mito de Las Batuecas., se incrementan a partir de los comienzos del siglo xvi, Lo hacen conforme a un procedimiento bien conocido cuando se trata de la comunicacién de un tipo de histo- ria que circula marginal a la de los hechos probados y cientificos. Las autoridades que tratan el tema comienzan a configurar un sistema cerra- do de referencias, al que cada fuente, aun ateniéndose sustancialmente a la informacién suministrada por las anteriores, afade un nuevo ele- ‘mento, que viene a engrosar lo legendario, En este sentido, mientras fray Gabriel de San Antonio, en su Breve _y verdadera relacién de los sucesos del Reyno de Camboya (Valladolid 1604), se muestra parco en su capacidad fabuladora, cuando escribe a propésito del descubrimiento de aquellas tierras, que éste fue realizado de la misma manera -como se descubrieron en Castilla en tiempos del Emperador Carlos V las Majadas de Jurde, junto a la Pefia de Francia, que agora son del Duque de Alba a quien el Emperador hizo merced dellas, por averlas descubierto un cazador suyos, el padre Nieremberg ofrece, por el contrario, una cristalizaci6n casi completa de los elemen- os miticos que conoce el territorio de la Sierra de Francia; asunto que le seria reprochado mas adelante por la creduliad acritica de su misma formulaci6n’ El argumento que algunos hacen para negar la permanencia del Parai- 50, 0 absolutamente, 0 por Io menos en Mesopotamia, de que no se halla ahora, aunque parece fuerte, no concluye, pues vemos que en medio de Espafia se nos han encubierto por inmemoriales afios unos valles que llamamos ahora Las Batuecas, sin saber nosotros de ellos, ni los que estaban alli de nosotros... Ya en la misma linea de intensificacion, Alonso Sanchez dedicara al mito, ya perfectamente constituido en ese afio de 1634 en el que se instala su relato scudo-hist6rico, un significativo capitulo -De batuecis-, en su enciclopédica obra De rebus Hispaniae anacepbaloeosis libri sep- tom. Por todo ello, la ficci6n de Las Batuecas vehicula en el siglo xvi espaol, y mas alld, en el xv, una paradoja, que actia a través de la o reflexion sobre ciertos opuestos que se estaban dando entonces en la cultura yen la historia espantola. No es solo a este nivel que se esté oponiendo y especulando con dos terrtorios diferentes: la nueva América y el ‘Nuevo mundo, también recién descubierto en el interior de las sierras del Oeste peninsular, sino que la figura del hombre civilizado se ve enfrentada a la del salvaje, en tuna reflexi6n que debemos interpretar como una prolongacién —en el aso que analizamos més bien poética, literaria— de las especulaciones te6ricamente mas solidas de Moro 0 Campanella 0, mas cercanos, de los teélogos que revisaban criticamente el hecho de la incorporaci6n a la Corona y a la civilizacion de los indgenas americanos. En todo ello apunta el pensamiento ut6pico; pero se trata en todo «aso, creemos, de una utopia de signo regresivo. Lanza una mirada hacia ‘el pasado y lo reinterpreta dentro de unas claves ideol6gicas conserva- doras, tradicionalistas. Ese es el sentido que alcanza la obra de Lope, como veremos; también el de los historiadores que reinterpretan el tema a la luz de una historia general de la humanidad, y ello —como testi monia el jesuita Nieremberg— bajo las claves de una metafisica cristia nna, que examina el pasado en términos de una sicomaquia, donde se concede a las fuerzas del mal una extremada representaci6n, De aqui nace esa presencia constante del tema demonjaco en toda exposicién del mito de Las Batuecas. Vistas bajo la estructura general que ofrece el disefio paradisiaco, Las Batuecas han visto irrumpir, en las ficciones de que han sido objeto, el mal en el disefio idilico del que han partido. Heredero también, o al menos coeténeo, del gran florecimiento bucolico que tienen como centro Ia Escuela Poética de Salamanca 5 Garcilasd, pero también fray Luis de Leén, De la Torre...—, el mito de Las Batuecas parte de una formalizacién como Arcadia, que termina- ‘4 degradindose y acogiendo en su seno no solo la muerte y las des Bracias (et in Arcadia Ego, valdria decir también ante esta ficcion de tas Batuecas) sino, preferentemente, a las potencias del mal representa- ‘das por el tema de la brujeria o de lo sobrenatural perverso, Las Batuecas como estructura mitica vive asi fo" rene vive asi por una suerte de pr ‘un mito vieario constituido por la supervivencia de anti- guos relatos y creencias. Su «cuerpo es multiforme y atraviesa, durante siglos, una fase de crecimiento, siendo las versiones literarias las encar- gadas de expandirle ¥. Pero esta generalizacion apenas da cuenta de lo que ha sido la evo- luci6n minuciosa del mito, y sélo ofrece la trayectoria seguida dentro de su estructura por uno de sus elementos mas significativos y que con mas obvio interés fueron retomados en el «momento romédntico- por el que atraviesa el ciclo. En esta linea de generalizaciones que abarcan las producciones historiograficas y literarias de un espacio cronolégico de cerca de trescientos afios, Menéndez Pelayo vio en Las Batuecas un mito que, comenzando por ser geogrifico, -pas6 a ser mito social y acabé por diluirse en la forma negativa de la satira: Nos interesard, desde luego, a través de los documentos y textos que ahora editamos, dejar constancia de esos tres momentos que hace aiios registrara el critico; pero Las Batuecas, como objeto de estudio, ha visto ensancharse sus fronteras o mejor dicho, lo que ha visto aumentar ha sido la finura y el detalle de los andlisis que sobre su estructura de ficcién hoy pueden ser llevados a cabo. En un sentido muy estricto, hoy nos interesa, especialmente, ese momento ilustrado, -iluministae, por el ‘que atraviesa el mito, Es decir, nos interesa la respuesta ilustrada que su configuracién irracional genera en los medios progresistas, que ya desde finales del siglo xv — y el padre Gonzilez de Manuel sera un ejemplo de ello— estaban tratando de configurar un frente contra la supersticion, y el pensamiento magico. Tanto la Fibula de Las Batucas y otros paises imaginarios, como la Verdadera relacin y manifiesto apologético...*8, al tratarse de des- render de los elementos mitolégicos y acriticos, se sittan en los balbu- ceos mismos de la construcci6n del discurso hist6rico tal y como hoy lo ‘conocemos. Desde la perspectiva de una historia local —amenazada hasta entonces por los contenidos acientificos, mas que propiamente 15 Guriosa filosofia y Tesoro de marauillas de ta Nasuraleza, examinadas en arias questiones naturales (Madrid 1629), Lib I cap. XXXV, 29, 14 Observaciones preliminares 2 la ediciOn de Las Batuecas del Duque de Alba, en Obras de Lope... 147 15. Teatro eritico Universal, 1V, disc. 10. 16. de la antighedad de las Baruocas y de su descubrimienso Salamanca 1693), 6 ninguna otra forma de discurso hist6rico—, la exposicion de hechos {que proporcionan los relatos arriba mencionados se encuentra entre lo ‘més interesante que en ese campo nos queda del esfuerzo historiografi- co del siglo xv. Es desde esta perspectiva desde donde podemos decir con J. Loza- no que «el mito lo es para el que lo denuncia, no para el que lo enun- cciae” y es en esa denuncia y en ese ir desembarazndose de la fabula- cién, en aras de una busqueda de la verdad, en donde podemos situar el inicio de la construccién del dircurso hist6rico como relato cientifico ©, al menos, sometido bajo las condiciones de la ciencia. Mis alld también de ese momento ilustrado que, obviamente, Menéndez Pelayo no lleg6 a vislumbrar con claridad, Las Batuecas cono- cen una importante revitalizacién con el romanticismo, de cuya impor- tancia tampoco dio cuenta el historiador de 1a literatura en sus referen- cias al tema. El siglo xix es un «siglo de oro- para el mito de Las Batuecas. Fs entonces cuando su difusién alcanza su cota mas alta y en donde adquiere unas resonancias, mas alld de las locales y nacionales en las {que se encontraba recluido, europeas. Es en francia, particularmente, donde el tema experimenta un desa- ‘rollo peculiar, pero en lo sustancial bastante fiel a los elementos (mite- ‘mas) que una tradici6n secular habia venido combinando. Hasta cierto unto, esta emergencia sGbita de un tema literario mas alla de lo que habjan sido sus fronteras naturales tiene su misma base en los geogra- fos ¢ historiadores que, todavia, poco identificados con la prictica de un método cientifico, difunden noticias y datos sobre Las Batuecas; informaciones que se mueven siemy i fabula y lo legendario, BE Romie ae Sera, por ejemplo, el caso de I a » el caso de la entrada que a la zona de Las epee $e footed en el Nouvelle Dictionaire de Géograpbie Univer- ache thie ea tiendo en ello, bien es verdad, las precisiones nO micas que habia realizado ciento cincuenta afos antes un 17 Bl dscuno bstérco Madsid 1987), 125, famoso historiador y ge6grafo de Ia ilustracion francesa, Tomas Corne- lio Moreri, Las relaciones de viajes contribuyen ciertamente a esta difusion y popularidad en el pais vecino de! mito de Las Batuecas: su espacio, sus restos arqueolégicos son entonces dibujados con precisi6n por el pro- pio Gustavo Doré, en uno de sus viajes espaoles. Laborde, Borrow, Davillier y Bourgoing, entre otros, integran en sus disefos de recorridos peninsulares el alejado «pais de Las Batuecas-. Se desvian hasta ese oeste lejano ¢ incomunicado para recoger noticias, ver con sus propios ojos ©, en todo caso, para registrar la escenografia real de lo que era ya por entonces una de las mecas de la Europa pintoresca Es en este punto donde, de nuevo, emerge la fuerte connotacién religiosa que el tratamiento del tema de Las Batuecas ha mantenido siempre. Los viajeros europeos descubren en el Valle, sobre todo, la reliquia de una vida eremitica desaparecida, Mas exacto que descubrir, Jo que hacen es reinventar entonces lo que de -Desierto-, de Yermo, de ‘Tebaida, tuvieron esos lugares con anterioridad a la Desamortizacion, que provoca, en definitiva, que el Convento sea deshabitado y que se armuine por completo el proyecto de creacién del espacio espiritual que softara doscientos cincuenta afios antes fray Tomas de Jesis. Ateniéndonos a ese momento, es entonces Ia Iglesia, la huella arqueolégica de su accion, la que alimenta retroactivamente el mito con el que, paradojicamente, habia pretendido acabar desde siempre. Los monies, las ruinas de la abadia, las capillas, ocasionalmente también, la vida de venerables ermitafios como el padre Cadete, se integran sin ape- nas violencia argumental alguna en la ficci6n que construye el romanti- cismo; convirtiéndose, en virtud del relato que realiza esa fusion de ele- mentos ancestrales y nuevos, en partes sustanciales del mito, Es en este punto de la evolucién del tema que tratamos cuando mas que nunca, como ha escrito C. Garcia Gual, sa estructura mitica queda encomenda- da, para su perpetuacién, a los poetas y a los sacerdotes- ™. Es especificamente una novela de la condesa de Genlis —Les Bat- tuécas—, traducida al castellano en 1826, la que recoge en su disp: 18 Mos, viajes, béres (Mackid 1981), 7 n dad la totalidad de las direcciones teméticas que habjan venido acumu. lndose en la constitucién del mito. George Sand y otros novelistas fran. ceses y alemanes contintian alimentando esta ficci6n més alla de todo lo previsible, y ello en unos momentos en los que, ya en Esp: habia comenzado a tomar conciencia de la dimensi6n social que el ais- lamiento de la zona conlleva, asf como la carga politica a la que se encuentra vinculada toda reflexiGn que se lleve a cabo sobre el asunto, Entonces Las Hurdes —y no ya Las Batuecas, cuya realidad geo- Brafica se ve integrada en la de aquélla, después de unos cuantos siglos fen que ha sucedido justamente lo contrario— se convierten en un sim: bolo nacional, como declara, a finales del siglo x1x, el P. Velasco, el fun- dador del Museo Etnogrifico madrileflo, en una Nota a la Sociedad Expaiiola de Antropologia y Emografia ‘Es posible que haya sobre la haz de la tierra hombres desnudos, suje= {0s a todas las inclemencias, sin ley, sin sentimientos humanos, que imitan a las fieras..? Pues nosotros, que tanto lamentamos la barbarie de ciertos remoios paises, tenemos ante nuestros ojos una region... . Simulténeamente, ge6grafos, ingenieros, socidlogos, eruditos y sim- ples viajeros emprenden una revisiOn precisa, desde la Optica que les portan sus distintas disciplinas, de los valles de a comarca de Las Hur- des y Las Batuecas, indistintamente, De los textos de Bide, Santibafiez, Escobar, Prieto, Hoyos, Legrendre, Barrantes e incluso Menéndez. Pela- Yo, €s desde donde nace la refutacion definitiva para el mito de Las Batuecas. Momento inaugural también estos finales del si 'n estos finales del siglo xxx, para que las HAs ¥ Las Batuecas, como un solo terrtori, aleancen vin nuevo sig- oe vim Brando una moderna y terrible mitologia del pais: aquella eet ncn lis Bufuel en Tlerras sin pan, 0 que Chamorro reflejara en SU novela Las Hurdes: Herra sin tierra’ 19 Git, por B i jj Madrid OBB, ayy U2 PAtveCasy las Jrdes, Boletin de tar Soclecd Geogntfica de 20 Es muy abundante la bib | | Durante mucho tiempo se mantienen indiferencidas Hurdes y Batuecas, y ello como metiforas de la situacién global por la que atra- viesa el pais, De algtn modo oscuro sirven para definir en momentos graves la esencia de lo espafiol (y de ahi su factibilidad como mitos efi- aces, es decir, como méquinas simbélicas para entender la realidad en ottos términos), Batuecas cifra asi, en esta dimensién social que habla de abandono, ignorancia, atraso y falta de civilizaci6n, algo del destino que le cabe al pais, a toda Espana. Rafael Sanchez Mazas, que viaja al Valle en unos momentos con- flictivos en la historia espafola, lo resefia en un albém de firmas que se ha mantenido en uso en el convento del Santo Desierto de San José hasta el afto de 1936 ‘Julio de 1930. Cuando toda Espana estaba en Las Batuecas y en las Batuecas empezaba a estar, otra vex Espafia Cuando las connotaciones sociales del tema trigico de las Hurdes ceden (pero eso s6lo. comenzara a ocurtir a partir ya de los afos 60-70 de este siglo); cuando se transforman las condiciones econémicas obje- tivas de la zona, entonces también vuelve a recuperarse el aliento mit co del tema, Es asi como Francisco Nieva estrena entonces, en Madrid y en 1981, su inueva comedia de magia titulada £1 rayo colgado, En ella el arcano de Las Batuecas ha sido expuesto, quiz por Gltima vez, con el lenguaje de! mito, Espectadores y protagonistas han podido alli vislumbrar las pro- fundidades de esta herencia folclérica. Valle y habitantes, personificados estos tiltimos en monjas aisladas que han perdido su rostro humano, se dejan penetrar por la mirada desmitificadora y critica para, a continua- ci6n, cerrarse para siempre. Las explosiones finales que marcan, en la obra de Francisco Nieva, la legada del progreso al Valle, sirven para sellar también, y definitivamente, la entrada al mismo. El mito queda ‘metaforicamente preservado asi, en un final que no puede ser sino de ficci6n, del tiempo, su mas destructivo enemigo.Todavia mas reciente- mente, el accésit al Premio Adonais de 1986 ha sido concedido a un libro que revive, ahora en una clave sentimental y proxima, lejos de los fulgores épicos del mito, el tema de Las Batuecas como Paraiso, como Edén y Jardin de las Hespéridees, Lugar en todo caso interior, acorde con B y su misma tradicién mondstica de cufo eremitico, del que se podria decir, siguiendo a Soto de Rojas, que es un. jardin cerrado para muchos; paraiso abierto para pocos. Un Jardin al Oeste, de Jose Luis Puerto, supone la prolongacién or otras vias, y en nuestra contemporaneidad mas radical, de un viejo ‘mito cultural. Evocaci6n también de un paisaje, cuyo encanto y singula- ridad se resiste a desaparecer, congelado como est en una memoria inmemorial que le preserva en cierto sentido de la historia, al mismo tiempo que le otorga una suerte de inmanencia ¢ intemporaidad: Ocupaci6n del espacio y -Posesion- de la Tierra. ua Dos bases fundamentals del sentimiento i ese guardan vite ida oe ’ ee” es de identidad colectiva en la comarca de Las Hurdes ! Jos trazos primitivos de la especie, enigmaticos ciervos, cabras y geometrias, signos ‘Que siempre nos convocan al origen...”. 1. InTRopUCcION FERNANDO R. DE LA FLOR Universidad de Salamanca En una primera aproximacion al tema que nos ocupa, tres cuestio- nes iniciales merece la pena destacar. Por un lado, nuestro convenci- miento de que la comarca hurdana, constituida hoy por cinco munici- pios y mas de cuarenta alquerias, ha seguido un largo camino en el tiempo hasta configurarse en su status actual, Se trata, ademas, de un proceso de configuracion en todos los niveles (espacial, juridico-admi- nistrativo, social y econ6mico), aunque, en esta ocasién, nuestro interés vaya a centrarse de forma prioritaria en s6lo dos de ellos: el espacial y el econémico (propiedad de la tierra), Por otto lado, la evidencia igualmente absoluta para nosotros de que, complementindose entre si, Las Hurdes y Las Batuecas formaron a lo largo de la historia e, incluso, configuran todavia en el presente un todo, un auténtico sistema, Fue s6lo la voluntad administrativa la que las separ6, 1 Estas piginas reproducen integramente el texto de una conferencia que se pro- ‘nunci6 con motivo de unas jomadas sobre La comarca de las Hurdes. Historia y realt- » dad organizadas por la Diputacion Provincial de Caceres y celebrada en el Complejo \ 21 JL Puemo, Um jardin al Oeste (Mack 1987), Cultural de Santa Maria (Plasencia) en la primavera de 1991, ” 75 a,

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