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Revista de Histéria 132 i NS TF semestre de 1995 TEXTOS, IMPRESOS, LECTURAS* Roger Chartier Ecole des Hautes Etudes RESUMO: Este artigo trata de entender os usos miltiplos e diferenciados do impresso, anticulando-os com a hist6ria das formas deter ABSTRACT: This article links the understanding of the multiple and diverse uses of printed matter with the history of the several ways of reading, PALAVRAS.CHAVE: Histéria Cultural, Historia dos Livros ¢ Leitores, Representagoes, Produtos Culturais, Impressos. KEY-WORDS: Cultural History, History of the Book and Readers, Representation, Cultural Products, Printed Matter. En el prélogo de La Celestina tal como fue publicada en Valencia en 1514, Fernando de Rojas Se pregunta sobre las razones que puedan explicar por qué a obra habia sido entendida, apreciada y uti- lizada de forma tan diversa desde su primera aparicién en Burgos en 1499 (ROIAS, 1987, pp. 77- 83). La cuestiGn es sencilla: de qué forma puede convertirse un texto que es el mismo para cuantos 1o leen en un “instrumento de lid 0 contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada * O amigo encentra-se em espanhol por ser patestaproeria resceidoma pelo ator aos alunos de graduagio do Departamento de Histria em setembro de 1994 una sentencis sobre ella a sabor de su voluniad” Partiondo de esa progunta de un autor antiguo sobre un viejo texto, querria formular las propuestas hipétesis esenciales que sustentan un trabajo empenado, en formas diversas, sobre la historia de las précticas de lectura, comprendidas en sus relaci- cones con los objetos impresos (que no todos son libros, lejos de eso) y con los textos que llevan. Para Rojas, los contrastes en la recepcisn del tex- to que ha propuesto al piiblico se deben, ante todo, a los lectores mismos, cuyos ju deben cargarse a cuenta de la diversidad de los caracteres y de los hurnores (“tantas y tan diferentes , pero también de la pluraridad de condiciones 84 Roger Chartier! Revista de Histéria 132 (1995), 83.94 aptitudes y de expectativas. Estas se difereneian segin el grado de las edades: nifios, mozos, mance- ‘bos, viejos no mangjan el escrito de la misma forms, lunos no saben leerlo, otros no quieren © no pueden. Se diferencfan también segtin los usos, tan distintos, ‘dados al mismo texto. De la tragicomedia, Rojas Sefiala tes lecturas por lo menos. La primera, que no Se fija en la historia en su totalidad, sino s6lo en algunos de sus episodios, separsdos unos de otros, reduce el texto al estatuto de un cuenta de camino, de un relato que sirve para ser dicho y hecho para pasar el tiempo, como el que cuenta Sancho a su amo en el capitulo XX de la primera parte del Quijote. Otra actitud s6to retiene de la tragicomedia las f6r= mulas facilmente memorizables, esos donayares y refranes que proporcionan clichés y expresiones hhechas, recolectadas al final de una lectura que no establece ninguna relacién individual esitre él lector ¥y lo que lee. A estos usos que mutilan la obra y le privan de sv verdadera significacién, su autor opone {o que es la lectura correcta, provechosa, aquella que capta el texto en su totalidad compleja sin reducirlo a los episodios de su intriga o a una colecci6n de sen- tencias impersonales. Las buenas lecturas de la co- media “coligen la suma para su provecho, donoso, las sentencias y dichos de phi fen lo Jésofos guardan en su memoria para trasponer en lugares onvenibles a sus autos y propésitos”. Ponen en mar- cha, por tanto, una lectura sagaz, que distingue lo ‘eémico y lo serio, que trae las moralidades de una. historia capaz de guiar Ia existencig individual, que sabe entender en primera person lo que se propone a todos. ‘A su modo, el prélogo de Rojas indica perfecta- mente la tensi6n central de toda historia de la lectura. De un lado, la lectura es priictica creadora, actividad productora de significaciones en modo alguno reductibles alas intenciones de Is autores de textos o de los de libros: es braconnage (caza furti- va), segiin la palavra de Michel de Certeay (CER- ‘TEAU, 1980, pp. 279-296). De otto lado, el autor, el ‘comentarista y el editor siempre piensan que el lector debe ser sometido a un sentido nico, a una com- prensi6n correcta, a una lectura autorizad: ‘Acercar la lectura, por tanto, es considerar jun- tos Ia irreduetible liberiad de los lectores y las coacciones que intentan frenarla, Esa tensién funda- mental puede ser estudiada por parte del historiador en una doble vertiente: referenciar la diversidad de las tecturas antiguas a partir de sus huellas disper- sas, recanocer las estrategias por las que autores y ceditores intentaban imponer una ortodoxia del tex- to, una lectura obligada. De esas estrategias, unas son explicitas, y recurren al discurso (en los prefaci- 08, en los avisos, en las glosas, en las notas), y otras implicitas, y hacen del texto una maquinaria que debe imponer, necesariamente, una justa comprensi- {n. Guiado 0 cogide en Ia trampa, el lector siempre se halla inscrito en el texto, pero, a su vez, éste se inscribe de forma diversa en sus diversos lectores. De ahi la necesidad de reunir dos perspectivas, a menu- do separadas: el estudio de Ia forma en que los tex- tos, y los impresos que los evan, organizan In lectura que de ellos debe hacerse, y, por otro lado, la ccolecta de lecturas efectivas, sabidas por las confe- siones individuales 0 reconstruidas a escala de las ‘comunidades de lectores. Para Rojas, las opiniones diversas sobre La Ce- lestina deben relacionarse con la pluraridad de las ‘competencias, de las expectativas, de las disposicio- nes de sus lectores. Dependen asimismo de las ‘maneras en que éstos “leen” el texto, Es evidente que Rojas se dirige a un lector que lee el prélogo para si mismo, en silencio, en el apartamiento de Ia inti dad. Pero todas las lecturas de Ia tragicomedia no son de esta naturaleza: Asi que quando diez personas se juntaren a ot esta co- media, en quien quepa esta diferencia de condiciones, como ‘suele acaeseer, ,quién negars que aya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda? Qa Roger Chartier | Revisa de Histéria 132 (1995), 83-94 8s Diez oyentes,reunidos en torno alien Heido en voz alta: ta “lctura” es aq escucha de una palabra lectora. La préctica parece freeuente, porgue en la edicién de 1500 el “corrector de la impresion” dice In fooma en que debe oralizars el texto. Una de las oclavas que afade a a obra se ttula “Dice e! modo ‘que se ha de fener leyend esta tragicomedia” El “lector” al que apunta debe saber variar el tono, encarar todos los personajes, decir los apar- tes hablando entre dienes, movilizar “mil ates y mods” de leer a fin de capac la atenciGn de quienes Ie escuchan, de “los oyentes”. Junto con La Celest- na, otros textes como as novelas pastoris o las de caballerfa son los textos privilogiados de estas lecturas en las que tna palabra propone lo escrito, aquellos mismos que podran lero, La observecién de Rojas oftece varias pists de investigacin. Ante todo, sobre las sociabilidades de Ia lector, contrapanto fundamental de ta privatizae im de! leer, de su tei aa itiqidad solitaria, Eire los sighos XVI y XVII subsistén las leturas en voz alta, en ta hosteriao en fa dliligencia, en el salén o en el café, en la sociedad elegida 0 en ta reunién doméstiea, Hay que hacer su histor Segunda pista: el andliss de la reaciones entre texlualdad y ortidad, Ene la cultura del evento y de ta recitacin y ta cultura de Io escrito hay, desde luego, diferencias marcadas, y bien caracerizadas por Cervantes en ese capitulo XX de la primera pa- te del Quijote ya citado (CERVANTES, 1984, pp. 237-239), Para eniteneder el tempo, una noche de vela de armas, Sancho empieza a decrte eventos a su amo. Pero Ia forma que tiene de harcelo, que consis en interrumpir con frecuencia el relato me- dliante comentarios y digresiones, que multplica las repeticiones, que proyecia al nartador en la historia 1. Ch CHARTIBR, “Les pratiques de Liter, isoire de a vie privée, bajo In dreceidn de P. Aris y G. Duby, Il, “De Is Remisance nox Lumitres" olen iigido por R. Chater Pais, Editions da Sell, 1986, pp. 13-61, y 10 remite a fa situaci6n del momento, impacienta al maximo a sv oyente: “Si de esa manera cuentas tu ‘uento, Sancho — dijo don Quijote -, repitiendo dos ‘veces lo que vas diciendo, no acabarés en dos dias; dilo seguidamente, y cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada”. Hombre del libro por excelencia, enloquecido hasta cl exceso, don Quijote se irrita por un relato ‘que no tiene las formas de aquellos que ordinaria- mente lee y en el fondo querria que In recitacién de Sancho se plegase a las reglas del escrito lineal, ob- jtivo, jerarquizado, Entre esa expectativa de lector y la pritica de lo oral tal como Sancho la ha apren- dido hay una distancia insuperable: “De lz misma manera que yo lo cuento ~ respondié Sancho ~ se ceventan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pide que haga usos nuevos” Resignado, don Quijote acepta de mala gana escuchar ese texto tan diferente de aquellos que contienen sus preciosos libros: “Di como quisieres ~ respondié don Quijote ~; que pues Ia suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.” Entre el relato pronunciado y el escrito impreso hay, por tanto, una grande diferencia. No obstante, ro debe hacer olvidar que sus lazos son numerosos. Por un lado, conducen, en los textos destinados a un amplio paiblico, ala inscripcién de formulas que son Jas mismas de la cultura oral. La escritura de ciertos ocasionales que copia las formas de decir de tos ccuentos o las var tes introducidas en los eventos de hadasa partir de préstamos de las tradiciones folel6- rieas son buen ejemplos de esos afloramientos de lo ‘ral en fo impreso®. Por otro lado, esa dependencia 2. CE. dos estudios: el de R. Chartier, “La pendue mis ‘uleusement sauvée. Grade d'un occasionnel [La ahoread milagro- “ment savas. Esto de un easionl, en a1 pate de este vo- fume); yeh de C.Velay-Vallatin, "Les uanges de Limprimé (X- XIXe see), bajo in direeson de R. Charter. Pars, Fayard, 1987, Pp. 83-127 y pp 129-55. Qa 86 Roger Charter! Revista de Hisibria 132 (1905), 83-04 constante asegura el retorno a Ia oralidad de textos miltiples, teidos en voz alta, tanto los de la justicia y de Ia administracién del rey come los de la predicacién clerical tanto los de la diversién culta ‘como los de la ensefianza familiar. Pero para Rojas hay otra razén que ha podido enmaranar la comprensin del texto que ha propuesto a sus lectores: la intervencién mal hadada do los impresores mismos. Deplara, en efecto, os afhadidos que han ereido poder hacer, contra su voluntad y contra las recomendaciones de los Antiguos: “Que aun los impresofes han dado sus punturas, poniendo ribricas © sumarios ab prinetpio de cada acto, narrando en breve to que dentro contenia: una cosa bien escusada segin lo que los antiguos eseritores usaror’ La observacién puede cimeniar una distineién fundamental entre texto © impreso, entre el trabajo de escritura y la fabricacién del libro. Como eseribe con (oda justeza un biblidgrafo estadounidense: Whatever the may do, authors do not write books. Books are not written at all. They are manufactured by ‘escribes and other artisans, by mechanics and other ‘engineers, and by printing presses and other machines.” ‘(Hagan lo que hagan, en cvalquier caso los autores no ‘’eseriben los libras, ademés los libros no s¢ escriben. Son fabricados por eseribanos u otros artesanes, por abreros otros técnicos, y por prensas de imprimir u otras méqui- nas) (STODDARD, 1987, pp. 2-14). Contra la representaci6n, elaborada por la litera- ura misma, del texto ideal, abstracto, estable por hallarse separado de toda materialidad, hay que re- cordar con fuerza que no hay texto fuera del soporte que lo da a leer, que no hay comprension de un es crito, cualquiera que sea, que no dependa de las for- mas en que aleanza a su lector. De ahi la necesaria selecciGn entre dos tipos de dispositivos: los que derivan de su puesta en texto, de las estrategias de escritura, de las intenciones del autor; las que resul- tan de ta puesta en libro 0 en impreso, producidos por Ia decisién editorial o el trabajo del taller, apun- tando a lectores o lecturas que pueden no ser confor- mes con los deseados por el autor. Esa diferencia, que es el espacio en que se construye el sentido, ha sido olvidada con dem: por los tenfoques clsicos que piensan la obra en sf misma, como un texto puro cuyas formas lipogréficas no importan, pero también por In teoria de Ia recepcién ve postula una relacién directa, inmediata, entre cl texto y e! lector, entre las sefiales textuales, maneja- ada frecuenci das por cl autor, y el horizonte de expectativa de aquellos a quienes se diige. Hay ahi, en mi opinidn, una simplificacién ile- ima del processo por el que las obras adquieren sentido. Restituirlo exige considerar las relaciones anudadas entre tes polos: el texto, el abjeto que lo porta y Ia préctica que se apodera de él. De las va- riaciones de esa relaeién triangular dependen, en efecto, mutaciones de significacién que pueden organizarse en algunas figuras, ‘Sea, en primer lugar, el aso de texto estable dado a leer en unas formas impresas que si cambinn ‘Al estudiar las variaciones de las impresiones de tas ‘obras teatrales de William Congreve entre los siglos XVII y XVIII, D. F. Mac Kenzie ha podido mostrar ‘como transformaciones tipogrsficas aparentemente menudas € insignificantes han tenido efectos rmayores sobre el estatuto dado a las obras, sobre las formas de leerlas, ¢ incluso sobre la manera en que €l propio Congreve las consideraba?. De iqual modo, ‘me parece que la historia editorial de las comedias ‘do Moliére importa mucho para la reconstruccién de ‘su compreensién Para George Dandin, hay que tener en cuenta ‘cuatro mutaciones: 1) el paso de las ediciones sepa- radas de la pieza, en forma de libretos estrechamente ‘3.D.F Mac Kenzie. “Typocraphy and Meaning the Case of ‘Willam Congreve, Buch und Buchande! in Europa im achizehaen Jshrhunder, Vonrage herausgegeben Von G. Baber ond B. Fai Hamburgo, Dr Erat Hauswedell and Co, 1981, 99. 81-126. Roger Chartier | Revista de Hisiéria 132 (1995), 83-94 87 vinculados a Iss representaciones, a su publicacién cen el seno de ediciones colectivas,ficticias 0 de pa~ ginactén continua, que la inscriben en un corpus y donde su sentido se halla contaminado por 1a proximidad de otras comedias; 2) la teatralizacién el impreso, que progresivamente, a partir de 1682, ‘multiplica las indicaciones escénicas, en particular en el interior de las réplicas, lo que permite conser- var la memoria de los juegos escénicas deseados por Moliére en una lectura separada de Ia inmediatez de la representacién; 3) la introduccién de la imagen, también en Ia edicién de 1682, que obliga a una serie de elecciones (en cuanto a la escena a ilustrar, en ‘cuanto a la representacién de los personajes, en ‘cuanto al respeto de las indicaciones escénicas) y constituye un protocolo de lectura para el texto al ‘que acompafia; 4) Ia edicién cojunta, desde 1734, de 1a comedia, del texto de la pastoral en ia que estaba ‘engastada y_de la relacién de Ia fiesta de Versalles fen que los dos estaban inseritos en 1668, como si a principios del siglo XVIII Ia pieza, situada a distan- cia histories, debiera ser restituida en el contexto de su primera representacién. El texto, estable desde sus primeras ediciones de 1669, cambia por lo tanto por- que cambian los dispositivos que lo dan a leer ‘Segunda figura: cuando el paso de un texto de ‘una impresi6n a otra ordena transformaciones en su letra misma. Es lo que ocurre, por ejemplo, com ti- tulos que constituyen el catilogo de la Bibliotéque bleu, Esta debe ser definida, en efecto, como una for mula editorial que trata de ganar a los lectores mis merasos y més populares entre el comienzo det siglo XVII y mediados del siglo XIX. Las caracteris- ticas comunes a las ediciones que propone son, ante todo, materiales y comerciales. Materiales: se trata de libros encuadernados, cubiertos de papel azul (aunque tambic rojo 0 jas 4. nf acid preparames un eso de esta comet bajo thal prowsional de Le Social en representcion. Lectoes de (George Dandi, peado), impresos con caracteres viejos y poco adecuados, ilustrados con grabados de madera ya ‘empleados y donde, en la pigina de titulo, la imagen ‘ocupa con frecuencia ef iugar del sello del impresor. ‘Comerciales: incluso aunque la longitud de las obras le, Sus precios siguen siendo bajos, muy inferiores a los producidos por un mereado distinto el fibro, més cuidados y por fo tanto mas caros. La Biblioteque blew, exige, por tanto, costos de edicign caleulados al méximo para permitir un precio de venta muy bajo. Los textos que componen su fondo no han sido escritos para ese fin editorial. La politica de los in- ventores de la férmula, a saber, los impresores de Troyes, imitades luego en Rudin, Caen, Limoges o Avifion, consiste en buscar en el repertorio de textos ya editados aquellos que en su opinién convicnen a las expectativas y competencias de! amplio piblico al que tratan de llegar. De ahi dos corolarios esenci- ales: los textos puestos en libros bleus no son “po- pulares” en sf mismos sino que pertenecen a todos los géneros, a todas las épocas, a todas las literatu- ras; y todos tuvieron, antes de su edicién, una primera vida editorial, més 0 menos larga, en las for- mas clisicas de Ia librerfa, Eso es lo que ocurre con ta literatura de devocién y de ejercicios religiosos, en tas novelas y los cuentos de hadas, en los libros de prictica. Entre la puesta én texto y la puesta en im- preso blew, pucde haber una diferencia grande, siempre jalonada por una serie de ediciones que no son “populares” para nada. La especificidad cultural de los materiales edita- dos en el corpus blew afecta, pues, no a los textos mismos, cultos y diversos, sino a la intervencién edi- torial que trata de volverlos conformes con las capa cidades de ieetura de los compradores que deben ganarse. Este trabajo de adaptacién modifica el tex- to tal cual viene dado por Ia edicién anterior, que sitve de copia alos impresores de libros “populares”, y es guindo por la representacién que tienen éstos de. Qa 88 Roger Chartier! Revista de Histéria 132 (1995), 83.94 las competencias y exectativas cullurales de lectores, que no frecuentan habitualmente el libro. Esastrans- formaciones son de tres Grdenes. Primero abrevian los textos, eliminan los eapitolos, episadios y digre- siones considerados superfluos, simplifican los enun- ciados despojando las frases de sus relativos € Incisos. Segundo, recortan los textos ereando nuevos ccapitulos, multiplicando los parrafos, afadiendo ttu- los y resiimenes. Tercero, censuran las alusiones tonidas por blasfematorias o sacrilegas, las descrip- cciones consideradas licenciosas, los términos escato- I6gicos 0 inconvenientes. La ligica de este trabajo adaptador 6s, por tanto, doble: trata de controlar los textos sometiéndolos a las exigencias de In religion yy de la moral contrarreformadas, y pretende volvertos. ‘mis facilmente descifrables por lectores torpes. La lectura implicita a que apunta semejante trae bajo pucde caracterizarse como una lectura que exige puntos de referencia visibles (por ejemplo, los titulos anticipadores o los restimenes de recapi- tulacién, o también las ilustraciones grabadas que funcionan como protocolos de lecturas 0 puntos de memoria del texto), una lectura que slo os cémoda mediante secuencias breves y cerradas, separadas unas de otras, una lectura que parece satisfacerse con una coherenci ‘global minima. Hay abi una forma de leer que no es la de las ites cultas, fami- liares det libro, habiles en el desciframiento y que dominan los textos en su totalidad. Esta lectura rudimentaria puede soportar mejor que la culta las escorias dejadas en los textos por sus condiciones de fabricaciGn, apresuradas y baratas (por ejemplo, las innumerables erratas, los cortes mal dados, las confusiones de nombres y palabras, los errores miltiples). La lectura de los lectores de libros bfeus (al menos de la mayorfa de ellos porque las personas importantes tampoco desprecian su ‘compra, por placer, por curiosidad por coleccionis- mo) parece una lectura discontinua, despedazada, que se acomoda a rupluras e incoherencias. ‘También hay hallazgos en el libro manipulado de textos ya conocidos, en parte al menos, en parte de forma aproximada. Leidos a menudo en voz alta por tun lector oralizador — no sélo, 0 tal vez no del todo durante las veladas —, los textos pueden ser memo- rizados por oyentes que, enfrentados luego al libro, los reconecen mas que los descubren. Y en lineas ‘més genorales, incluso at margen de esa escucha directa, por la recurrencia de sus formas muy codi- ficadas, por Ia repeticién de sus motives, por las sugerencias de sus imagenes (incluso si éstas no tienen originariamente relacin con el texto que ilus- tran), 1os libros para la mayoria remiten a un pre-sa- ber ficilmente actualizndo en el acto de lectura, mo- vilizado para producir ta comprensi6n de to que se descifra - una comprensién que, por supuesto, no concverda necesariamente con fa deseada por el produetor del texio 0 el fabricante del libro, ni con la que podria construe otra Lectura, bil e informa- dia de forma distinta, Es, pues, en las partiutaridades formales, tipor arifieas, en sentido amplio del término, de las ediciones y en las modificaciones que imponen alos toxtos de quo se apoderan donde hay que reconocer la lectura “popular, entendida como una relacién com el texto que no ¢s el de cultura docta. De exa relacién entre texto, libro y comprensién se dana lcturadistnta cuando un text, estable en su tra y ijo en su forma, es el objeto de lecturas contrastadas. “Un libro eaibia por el hecho de que no cambia mientras ef mundo cambia”, dectara Picrre Bourdieu (BOURDIEU, 1985, pp. 217-239) ~ para hacer compatible la proposicin con una escala mis pequetia, que es lade nesta trabajo, digamos “mientras que su modo de lectura cambia” De aki Ia indispensable localizacién de Iasi siones mayores que pueden articular una historia de Jas prcticas de Lectura (y por tanto de los usos de los textos, incluso de fos empleos del mismo texto): por ejemplo, entre lectura en voz alla, para uno mismo Qa Roger Chartier | Revista de Histdria 132 (1995), 83-94 89 © para otros, y lectura en silencio, entre Lectura del foro privado y fectura de la plaza pablica, entre sacralizada y lectura laicizada, entre lectura “inten siva” y lectura “extensiva”, por emplear la termino- logia de R. Engenising. Al otro lado de estas separaciones macroscépices, el trabajo historiador ‘debe intentar reconocer unos paradigmas de lectura, vilidos para una comunidad de lectores, en un tiempo y en un lugar dado asf Ia lectura puritana del siglo XVI, 0 da lectura “rousseaunista”, o también ta lectura mégica de fas sociedades campe- sinas del siglo XIX. Cada una de estas “maneras d¢ leer” comporia sus gestos especificos, sus usos proprios del libro, su texto de referencia (la Biblia, La Nueva Heleisa, Le Grand y Le Petit Albert) cuya lectura se vuelve arquetipo de todas las demas. Sus caracterizacién es por tanto indispensable para cualquier enfoque que intente reconstruir la forma en que podian ser aprehendidos, comprendidos y ‘manejados los textos. Las Giltimas observaciones de Rojas en el préto- go de La Celestina conciernen al género mismo del text: Otros hse Trigado sobre ef nombre, dizienda que no se avie de llamar comedia, pues acabava en tristeza, sino que se lsmase tragedia. El primer autor quiso darle enominacién del principio, que fue plazer, y Haméla co- media. Yo viendo esras discordias, entre estos estremos part agora por medio la porfiay Ilaméla tragicomedia. La observacién puede levarnos a dos series de reflexiones. Ante todo rectterda que los puntos de referencia explicitos que designan y clasifican los textos erean, en relacién a ellos, expectativas de lectura, anticipaciones de comprensién. Es lo que ‘ocurre cuando se indica el género que relaciona el textoa leer con otros, ya leides, y que sefala al lector en qué pre-saber inscribirto, Pero es lo que también ocurre con indieadores puramente formales materiates: por ejemplo, el formato y la imagen. Del folio a Jos pequefios formatos existe una jerarquia {que relaciona el formato del libro, el género del tex to, el momento y el modo de lectura. ‘Ademés, esa jerarquia fue heredada directamente de la época del libro copiado a mano, que distingue cl libro de banco, que debe ser colocado para ser lefdo y que es libro de universidad y de estudio, el fibro humanista, mas manejable en su formato me- io, que ofrece 2 la lectura textos eldsicos y noveda- des, y el libro port, el libellus, libro de botsillo y de cabecera, de utilizaciones méltiples, de lectores mas numerosos?. También la imagen, en frontispicio © pagina de titulo, en el margen del texto o en su 6 tima pagina, clasifica el texto, sugiere una lectura, icacién. Es protocolo de lectura, construye sighi indicio identificador. Pero Rojas también induce a pensar que la historia de los géneros, textuales pero también tipo- {gréficos, podria dar anclaje al proyecto de historia de los discursos tal como lo ha formulado Foucault ‘Comprender las series de dicursos en su disco dad, desmontar los principios de su regularidad, identificar sus racionalidades particulares supone, en ‘mi opinién, que se tomen en cuenta las coacciones y oxigencias que les vienen de las formas mismas en las que se dan a leer. De abi la atencién necesaria a las leyes de producci6n y a los dispositivos obligados que gobiernan cada clase o serie de textos converti- dos en libros, tanto las vidas de santos como los libros de horas, tanto’ como los libros, tanto los pliegas sueltos como los chapbooks, tanto los libros de emblemas como los libros de entrada. De ahi, también, el indispensable descubrimiento de !as migraciones de un género a otro cuando una forma 5.A, Petruci "Alle origine del libro moderno: ir da banco, criturae pubblico nel Qa 90 Roger Chartier! Revista de Histéria 132 (1995), 83.98 dada se encuentra investida por envites que ordina- riamente le son ajenos 0 por enunciados que gene- ralmente se dicen en otro lado y de otro modo. El estudio critico y genealégico de los discursos en series puede apoyarse, por lo tanto, en el proyecto que apunta a cruzar, para cada texto 0 cada conjun- to de textos considerado, |a historia de las variantes de su letra y las transformaciones de su forma. Estas hipdtesis de trabajo se suman a cierto nd- mero de revaluaciones criticas que son otras tantas distancias tomadas respecto a certidumbres y habi- tos de la historia cultural fr \cesat. Las primeras conciernen a los empleos clisicos de Ia nocién de cultura popular. Esta no parece que pueda resist tres dudas Fundamentales En primer lugar, ya no parece defendible querer establecer correspondencias estrictas entre separaci- ones culturales y jerarqufas sociales, relacionar de modo simple objetos o formas culturales particulares ¥y grupos sociales especificos. Lo que, por contrario, hay que reconocer son las circulaciones fluidas, las priicticas divididas que atraviesan los horizontes sociales. Son numerosos los ejemplos de empleos “populares” de objetos, de ideas, de c6digos no tenidos por tales — pensemos en las lecturas de Menocchio, el molinero friulano (GINZBURG, 1976) ~ y 6s tardio el rechazo que los dominantes hacen de Jas formas arraigadas de Ia cultura comén. Por otro lado, tampoco parece posible identificar la absoluta diferencia y Ia radical especificidad de la cultura po- pular a partir de textos, de creencias, de e6digos que le serfan propios. Todos los materiales que portan las 6 R. Chartier, “Volkskuliur vs Gelehrtenkuliute Uberpeatung einer Zweiteitung und einer Periodisicruna", Epochensluellen und Epochenstrukturen im der Diskus Literatur ~ und Sprachhistorie, Herausgegeben von H.U. Gumbreeht und U. Link-Heer, Francfort, Sunrkamp, stw 486, ‘sr let historiographique”, Cultaras po: coafictes. Madrid, Casa de nse, 1986, pp. 223-239. 1985, pp. 376-88; y J. Revel. "La culture popu! wesages et les abus d'un practicas y los pensamientos de la mayoria son siempre mixtos, mezclando formas y motives, inven ci6n y tradiciones, cultura docta y base folelérica. Por tiltimo, la oposicién macroseépica entre po- pular y cullo ha perdido su pertinencia. A esa divi si6n masiva, que definfa a menudo el pueblo por efecto como el conjunto de aquellos situados fuera del modo de las élites, se prefiere el inventario de las divisiones méltiples que fragmentan el cuerpo soci- al. Su ordenacién obedece a varios principios que ponen de manifiesto las diferencias 0 las oposiciones entre hombres y mujeres, urbanos y rurales, reforma- dos y catélicos, pero también entre las generaciones, Ios oficios, los barrios. La historia sociocultural ha aceptado durante demasiado tiempo (por lo menos 1) una definicién reductora de to social, confundindo con Ia sola jerarquia de las fortunas y en Fran de las condiciones, olvidando que otras diferencias, fundadas en las pertenencias sexuales, territoriales 0 religiosas también eran plenamente sociales ¢ sus- coplibles de dar cuenta, igual o mejor que la oposi- ccién dominantes/dominados, de la pluraridad de las précticas culturales. Como ignora préstamos ¢ inter- ‘cambies, como enmascara la multiplicidad de las di- ferencias, como plantea a priori la validez de una divisién que precisamente ests por establecer el cconcepto de cultura popular — que fundamenté los primeros estudios pioneros sobre el libro de divulgacién — debe ser revocade ahora ‘Como debe serlo, asimismo, el contraste durade- ramente reconocido entre las formas completamen- te orales y gestuales de la cultura Hamada tradicio- nal y el érea de circulacién de lo escrito, manuscrito primero, luego impreso, que delimita una eultura distinta, mimoritaria, reservada. La divisi6n ha Ile- vado a compartimentar los enfoques de esos dos mo- dos de adquisiciSn y de transmisiOn culturales y a se separar fuertemente la antropologia rica que, ‘aun cuando trabaje con textos, se vincula a los siste- mas de gestos, a los usos de la palabra, a los dispo- Roger Chartier | Revista de Histéria 132 (1005), 83.04 a sitivos rituales, y una historia cultural mas clisica, ‘consagrada a lo escrito, su produccién y su circula- cién, Pero, asi formulada, Ia oposicién da cuenta muy mal de las situaciones entre los siglos XVI y XVIII en que siempre se imbrican medias y pricti- cas miltiples. De tales imbricaciones, unas asocian Ia palabra y el escrito, bien porque una palabra dicha se fije en el escrito (asi fue durante la redaccidn de los cuader- nas de quejas para tos Estados Generates), bien por- ue, a la inversa, un texto retorne a la oralidad me- diante una lectura en vor alta. Otras articulan los scritos y los gestos. En efecto, muchos textos tienen Por meta anularse como discurso y producir, en el ‘estado prietico, comportamientos 0 conductas con- sideradas legitimas 0 tiles. Las preparaciones para la muerte, los tratados de urbanidad, los libros de prictica son ejemplos, entre otros, de estos géneros que pretenden incorporar en los individuos los ges- tos necesarios o convenientes. Por otto tado, el escri= to esti instalado en el corazén mismo de las formas més centrales de la cultura tradicional: por ejemplo [a fiesta, habitada por las inscripeiones y las bande rolas, comentada en los libretos que dicen su senti- do, o también fos rtuales eclesiésticos que exigen a ‘menudo la presencia det objeto escrito, manejado, leido y transmitido. La historia de las practicas culturales debe, por tanto, considerar necesariamente sas imbricaciones y resttuir trayectorias complejas, de Ia palabra proferida al texto escrito, del escrito loido a los gestos hechos, del libro impreso a la palabra Lectora A partic de ese momento parece stil una noc Ja de apropiacién, porque permite pensar las diferen- cias en la divisién porque postula Ia invencién creadora en el corazén mismo de los procesos de recepcién, Una sociologta retrospectiva que durante ‘mucho tiempo ha hecho de la desigual distribucién de los objetos el eriterio primero de la jerarqufa cul- tural debe ser susttvida por un enfoque distinto que centre su atencién en los empleos diferenciados, en los usos contrastados de los mismos bienes, de los rmismos textos, de las mismas ideas. Esa perspectiva no renuncia a identificar diferencias (y diferencias socialmente arraigadas) pero desplaza el lugar mismo de su identificacién porque ya no se trata de calificar socialmente unos corpus tomados en su totalidad (por ejemplo, la Ribliotéque blew, sino de caracterizar unas practicas que se apropian de manera diferencial de los materiales que citculan en. una sociedad dada El enfoque estadistico que, durante un tiempo, ha parecido dominar la historia cultural francesa y que intentaba medir el desigual reparto social de objetos, de discursos, de actos buenos que poner en series no podria, por tanto, ser suficiente. Suponi- endo correspondencias demasiado simples entre nit veles sociales y horizontes culturales captando los pensamientos y las conductas en sus expresiones mis repetitivas y mas reductoras, tal paso carcee de lo esencial, que es Ia manera contrastada con que los grupos 0 los individuos utilizan los motivos 0 formas que comparten con otros. Sin abandonar las medidas y las series, la historia de los textos y de los libros debe ser por tanto, ante todo, reconstruc- cién de diferencias en las praticas. Es decir, una historia det leer. Pensar de este modo las apropiaciones culturales sutoriza también a no considerar del todo eficaces y radicalmente aculturantes los textos 0 las palavras que pretenden modolar los pensamientos y las, conductas. Las pricticas que se captan siempre son ‘ereadoras de usos 0 de representaciones que en modo alguno resultan reductibles a las voluntades de los. productores de discursos y de normas. En cierto modo, el acto de lectura no puede, pues, ser anulado 1, ni los comportamientos vividos cen las prohibiciones y los preceptos que intentan regularlos. La aceptacién de los mensajes y los mo- delos siempre se realiza através de arreglos, de des fen el texto mi Qa cy Roger Chartier! Revista de Mistéria 132 (1995), 83-94 vios, de nuevos empleos singulares que son el obje- to fundamental de a historia cultural. La nocién de apropiacién no se toma aqui, por tanto, en el sentido que le da Foucault en L’Ordre du discours (El Orden del discurso), y que estriba en hacer de la “apropiacién social de los discursos” uno de los procedimientos que los controlan y uno de los dispositivos que limitan su distribueién, partiendo de su consideracién como uno de los grandes sistemas de sometimientos del discurso (FOUCAULT, 1971, pp. 45-47). Nuestra perspectiva es distinta, sin ser contradictoria, y atiende sobre todo no a las ‘exclusiones por confiscacién sino a las diferencias en 1 uso dividido tal como las define Picrre Bourdieu: El busio, propensién y aptited para la apropiacién (material y/o'simblica) de una clase determinada de ob- Jetos 0 de préctieas clasficadas o clasificadoras, es la fr- ‘mula generadora que esté en el principio del estilo de vida, Conjunto unitario de preferencias distintas que expresan, fen Ia l6gica especifiea de cada uno de fos sub-espacios simbélicos, la misma intencién expressiva (BOURDIEU, 1979, ». 193), Lo cuat quiere decir, a un tiempo, que las pric- ticas contrastadas deben comprenderse como concur rencias, que sus diferencias estén organizadas por estrategias de distincién 0 de imitaci6a y los empleos diversos de los mismos bienes culturales arraigan en las disposiciones det hibito de cada grupo. De ah’ la cleccién de dos modelos de compren: 6n, para dar cventa de los textos, de los libros y de sus lecturas. El primero contrasta disciplina ¢ inven- cin considerando esas dos categorias no como an- tagonismo, sino como categorias que deben ser ma- nejadas en pareja. Cualquier dispositive que trate ‘tear control y coaccién segrega siempre, en efecto, técticas que lo domestican o lo subvierten; y ala in- versa, no hay produccién cultural que no emplee materiales impuestos por Is tradicién, la autoridad 0 cl mercado y que no esté sometido a las vigilancias y a las censuras de quien tiene poder sobre las palabras © los gestos. Es muy simple Ia oposi entre espontancidad “popular” y cocrciones de las Institueiones © de fos dominantes: fo que reconoeer es emo se articulan las libertadas forzadas y las dis- ciplinas derrocadas. Por tanto, diseiptina ¢ invencién, pero también distincién y divulgacién. Esa segunda pareja de nociones solidarias permite proponer una compren- de Ia cireulacién de los objetos o de los mode- Jos culturales que no la reduce a una simple difusin, ppensada por regla general como descendiendo Ia es- cala social, Los procesos de imitacién o de vulgsri- zacién son ms complejos y més dinimicos y deben pensarse, ante todo, como luchas de eoncurrencia, donde toda divulgacién, otorgada 0 conquistada, produce al mismo tiempo Ja brisqueda de una nueva distincién. Por ejemplo, cuando el libro se vuelve un ‘objeto menos Faro, menos confiscado, menos distin~ tivo por su sola posesién, son las maneras de leer las que se encargan de mostrar los desfases, de poner de ‘manifiesto diferencias socialmente jerarquizadas, Las representaciones simplistas y estereotipadas de la dominaciéa social 0 de la difusi6n cultural deben ser susttuidas, con Elias (ELIAS, 1979, pp. 312-454) y Bourdieu, por una forma de comprenderlas que reconozca Ia reproduccién de las distancias en el seno mismo de los mecanismos de imitacién, as coneurrencias en el seno de las divisiones, la consttuciGn de nuevas dstineiones debidas al hecho tmismo de los procesos e divulgacisa, Con estas pocas hipétesis y nociones se ha inten- tado el estudio de las précticas del impreso en la sociedad antigua. Estas, en efecto, parecieron una bbuens entrada en la cultura de los siglos XV-XIX, y por ello por dos razanes De un lado, fijan 0 porta Ia palabra, cimentan las sociabitidades y preseriben comportamienios, cruzan el fuero privade lo mismo que la plaza pabi a, permiten creer, acer o imaging: alteran por ame Roger Chartier | Revisia de Histérla 132 (1995), 83-94 93 to, fa cultura en su conjunto, pactanto con las fuerzas tradicionales de Ia comunicacién, instaurando nue- vas distinciones. De otro lado, permiten und circulaci6n de lo es- crito en una eseala inédita, a un tiempo porque la impronta rebaja el eoste de fabricacién del libro, y porque abrevia los plazos de su produccisn Desde Gutenberg, toda la cultura de Occidente puede considerarse una cultura del impreso porque los productos de las prensas y de la composicién t pogrifica no han quedado resorvadas, como en Chi- na 0 en Corea, a las usos de las administraciones y 4e los monasteros, sino que itrigan todas relaciones, {odes las pritieas. De ahi una doble ambicién y doble trabajo. Em pequefia escala, comprender los usos Bibliogratia BOURDIEU, P & CHARTIER, R. “La Lecture: une Pratique ‘Culurele™ Praigues de la Leemre, bajo le diecion de R Chartier. Mana, Rivages, 1985, 9p. 217-23. BOURDIEU, P. La Distincidn. Critique Sociale du Jugement. Paris, Minit, 1979, p.193. CERTEAU, M. de, “Lire: un braconnage”. L"Invention dr _qutidion |. Ans de Faire. Pais Union Generale d"Edilons, 10718, 1980, pp. 279-296, (CERVANTES, Miguel de. £1 Ingniose Hidotgo Don Quijote de la ‘Mancha. Mads, Catedr, Edicion de John Allen, 1984.1, p.237239, (CHARTIER, R. "Les pratques de L'Ger”. Inc Histoire de la vie ‘privé, bajo ia direeldn de P Ariésy G. Dab, I, "De bs Renaissance aux Lomieres,voumen digi por R. Charter Pars, Seal, 1986, pp. 113-161, CCHARTIER, R. “Voliskaltar ve Gelehrteakolture. Oberprifang

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