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América: Litigio sobre los derechos de los “sefiores naturales” en las primeras cortes coloniales en los Andes* John V. Murra E.n tos primeros dias de tn inveaién eatopee, cuando la resistencia de los incas, tan potencial- mente amenazadora, resultara virtualmente au- sente, los Pizarrose hicieron deun diligentealia- do, los sefiores huanea. En su territorio, Xauxa, los europeos establecieron su primera capital. Junto con miles de soldados y simpatizantes, los huanca proveyeron a los recién llegados de infor- mes estratégicos, ademés de alimentos y armas que estaban almacenados en los cientos de depé- sitos construidos por los ineas y que eran abas- tecidos localmente.* En una regién en la que los incas se las arreglaron para dar cierta resisten- cia, comoen Hudnuco, los europeos tuvieron que convocar a las tropas huanca con el finde que les, ayudaran a aplacar “la rebelién” > ‘Toda la ayuda que se presté a los europeos se registré minuciosamente en un khipu que con- servaron los sefiores huanca. Cieza de Le6n fue el primero en describir este registro unos quin- ce afos después de la invasion. Més adelante, este registro se convirtié en el asunto de un liti- gio iniciado en la corte virreinal, en Lima, por uno de los sefiores que en 1532 abrieron el pais a las tropas de Carlos V.« Esta persona, Francis- co Cusichae, se sentia traicionado ante los ma- los tratos de su gente y el olvido de sus propios privilegios. Le resultaba desconcertante la idea de que sus wanka, y él con ellos, fueran entrega- * Traduecién de Antonio Saborit. dos en encomienda a un europeo recién llegado; Cusichac razonaba que si iba a haber encomen- deros, él, Cusichac, era el candidato més apro- piado* Para 1560, los wanka habian hecho numero- sos ajustes al dominio europeo. El més notable de ellos era la educacién intensa de sus hijos en lalenguay en las creencias nuevas. Varios de es- tos j6venes bilingiies, acompafiados por su pro- pia gente, notarios a la manera europea, viaja- rona Espafia para solicitar en lacorte el pago por los servicios prestados por el emperador y su hi- jo El monarca recibié a algunos de estos “se- ‘fiores naturales”; algunos recibieron escudos de armas a la manera espafiola. Uno de los solici- tantes le pidié a la corona que le confiriera el de- recho a comprar y vender tierras, un privilegio desconocido en los Andes. Para 1570, cuando el nuevo virrey, Francisco de Toledo, decidié realizar una inspeccién de las provincias altas de la corona, ya habfan muerto don Francisco Cusichae y todos los de su gene- racién. Ahora sus hijos eran los que estaban al frente de las cosas, algunos de los cuales unos quince afos antes habian conocido de muy jéve- nes a Carlos Vo a su hijo, Felipe, en Europa. El nuevo virrey convocé a todas las autoridades lo- cales con el fin de que exhibieran sus credencia- Jes europeas y muchos ast lo hicieron. Toledo dio Jaorden de quemar los pergaminos reunidos. Es- te fue el comienzo de una campafia en contra de 101 América estos linajes en la élite andina que colaboraron, con el invasor, un esfuerzo por destruir la evi- dencia europea de aquello que habia concedido la corona espafiola.? El Gnico otro grupo al que Toledo traté ast de mal fue el de los descendientes de otra ala de la élite andina que también tomé el bando de los in- vasores. Se trataba de los “hijos” y herederos de Pawllu Thupa, el tinico principe inca que hizo la paz, temprana y abiertamente, con los europeos. Pawilu los ayud6 en sus mayores dificultades, en particular en la invasién de Chile realizada por Almagro. Muchos atribuyeron la eficacia de esa incursién surefa a la habilidad de Pawllu ‘Thupa para mover a los sefiores de Charcas, la mn que hoy se conoce como Bolivia.’ Por sus servicios, a Pawllu se le permitié con- servar a “sus indios”, terrazas de hoja de coca, campos de cultivo y muchas otras de las rique- zas de los incas. La prueba vino en 1550 con la muerte de Pawilu: varios europeos trataron de quitarles la tierra y la gente a estos herederos “indios”, pero el representante del emperador, elobispo LaGasca, se opusoa tales reclamos. Du- rante las dos décadas siguientes, los numerosos hijos de Pawllu conformaron undistinguidoy: co linaje en Cuzco. Hablaban espafiol, invirtie- ron en el comercio a larga distancia de la hoja de coca con las minas de Potosfy empleaban euro- peos en sus diversas empresas. El heredero prin- cipal, don Carlos, contrajo matrimonio con una europea: ‘Treinta y cinco afios después de la in- vasi6n, los herederos de Pawllu Thupa eran el ‘anico grupo de incas en Cuzco que se las habfan arreglado para preservar tanto el estatus como la riqueza® Cuando Toledo Hegé a Cuzco de camino a las minas de Potosi, decidié prestar particular aten- cién al linaje de Pawllu, Como en Xauxa, les or- dené a los sefiores que exhibieran las credencia- Jes que daban testimonio de sus servicios a la corona espafiola. Los papeles se quemaron pi- blicamente. Se acus6 a don Carlos y los suyos de manterier contactos ilicitos con los incas que se habian refugiado en Vileabamba, en las tierras bajas orientales."* ‘Unos veinte herederos de Pawilu fu.ron juz- gados por subversién; durante los procesos, los cuales se extendieron por varios meses, al prin- cipe se le tuvo en un corral de animales, al aire libre. El testimonio se realiz6 en quechua no obstante que muchos de los acusados hablaban espafiol; un mestizo, Gonzalo Gémez Ximénez, “interpretaba” para el tinico registro que se lle- v6 de los procesos, a pesar de las protestas con- tinuas de los acusados. La versién de Ximénez de lo que ellos “confesaron” se convirtié en el ma- nuscrito oficial. Los “sefores naturales” fueron sentenciados por Gabriel de Loarte a la pérdida de “sus” indios y de sus campos de hoja de coca, mismos que Loarte habia recibido de parte de Toledo. Unos veinte incas, incluso el anciano principe, don Carlos, y varios nifios, fueron de- portados a pie a Lima. Se suponia que de ahf los embarcarian a México." De los veinte, siete'so- brevivieron. Ellos lograron el‘apoyo de algunos de los jueces de la Audiencia que eran hostiles al virrey. ‘Toledo permaneci6 en las tierras altas duran- te casi una década mas, siendo asi el ‘inico virrey que le dedicé tal atencién personal ala poblacién andina. Promovié numerosas innovaciones ins- titucionales; algunas de ellas iban acordescon el propésito de terminar el acercamiento “benevo- lente” de Las Casas a los asuntos indigenas, pro- pésito que traia consigo de la corte. Toledo trat6 de acabar con la influencia de.los obispos Geré- nimo de Loaysa, de Lima, y Domingo de Santo ‘Tomésen Chareas, hombres de otra época, quie- nes hablaban el quechua y que habian tenido una relacién epistolar con Las Casas."* De las personas consultadas por Toledo, las mejor informadas eran dos abogados salmanti- nos: Juan de Matienzoy Juan Polode Ondegardo, quienes lo asesoraron de maneras diametral- mente opuestas; Matienzo, justicia de la corona en la Audiencia de Charcas, estuvo activo con frecuencia fuerade su corte. Aun antes de la Ile- gada de Toledo en 1569, Matienzo habfa argitido en favor dela “extirpacién” del linaje inca que se habfa refugiado en el bosquie de Vilcabamba. La corte superior en Lima aposté en favor de una politica de redueciones, la cual dio como resul- tado la conversién.del principe refugiado y su reasentamiento en Cuzco. Matienzo creia que semejante politica era peligrosa. Los reasenta- 102 mientos expandieron el niimero de los “sefiores naturales” en Cuzco —una pérdida de ingresos para la corona espafola y la amenaza implicita en.un foco més de lealtad tradicional."* Luego de lallegadade Toledo, ély Matienzo formaron una alianza intima que s6lose fracturé con la muerte del juez en 1579. Matienzo le dio a Toledo una idea ttil del sis- tema andino; fue Matienzo quien disefié el siste- ma de la mita rotativa para reclutar la fuerza de trabajo andina que ibaa las minas de plata de Potosi —sistema que se basaba en la organiza- cién dela mit’a inca paral cultivo del maiz: A partir de entonces todos los esfuerzos se dirigie- rona mejorar el recaudo destinado a los ejércitos de Felipe It —ya fuera que estuvieran activos en Flandesose dirigieran pormaraConstantinopla. Pese a que se formé en la misma escuela de leyes que Matienzoy que provenia del mismo es- trato social, el abogado Polo de Ondegardo tenia una visin muy distinta del mundo andino, Una dimensién de esta percepciGn residiaen el hecho de que él tenfa muchos més afios de servicio en la regi6n: él habia egado en 1540, unos veinte afios antes que Matienzo, en una épocaen la que la sociedad andina se encontraba mucho més cerca de su condici6n aborigen, El tampoco se unié al sistema de la corte, aunque desempenié una variedad de cargos que lo pusieron en con- tacto diariamente con las realidades andinas: acompafiando a la infanteria, administrando las minas que se acababan de descubrir en Potosi, estableciendo linajes en Cuzco, enfrentando los peligros del cultivo de la hoja de coca en las tie~ Tras bajas para la gente de las montaiias, reco- nociendo que-los grupos étnicos que residian a 3,800 metros en los Andes controlaban ala gente y los campos a nivel del mar. El percibié que el ‘admirable sistema de almacenes cubria la ruta de los ineas; en los tiempos anteriores a Toledo, virreyes y residentes lo consultaban con fre- cuencia. No tuvo dificultades ideolégicas para reconocer que los descendientes del rey ‘Thupa o de Wayna Qhapaq eran, segtin los derechos europeos, los “sefiores naturales”. Si bien los dos alumnos salmantinos evitaron un enfrentamiento, Polo si rechaz6 la nomina- cién que le hiciera Toledo para que repitiera co- América: mo gobernador de.Cuzco. Descontento con mu- chos de los decretos expedidos por el virrey, Polo compuso un extenso memorandum dirigido a ‘Toledo: “un informe sobre las premisas que lle- varon al notable dao que se sigue al no respetar losderechos fundamentales de los indios...”"* En este informe, Polo también arguyé en contra de la politica de reasentamientos que dictaran Ma- tienzo y Toledo: al reubicarlos en reducciones compactas, los grupos étnicos se empobrecian, pues perdian acceso a sus regiones que se locali- zaban en los numerosos y distantes centros de abastecimiento. Aun si lo que se queria era cris- tianizarlos, decia Polo, es mejor proceder to- mando en consideracién su propio “orden”. ‘Mas aclaraciones sobre este periodo de transi- cin en la historia andina salieron en el reciente “hallazgo” que hice, entre 1990 y 1991, en el Ar- chivo de Indias, en Sevilla, de un extenso conjun- to de expedientes —més de tres mil péginas— que registran minuciosamente las minutas del juicio en Cuzco del “sefior natural” don Carlos nea. Si bien esta fuente se cita desde la década de los veinte del siglo XX en las publicaciones del estudioso Roberto Levillier,"" losantropélogos la han subutilizado, Esta fuente amplia considera- blemente nuestra idea de la estructura social de Cuzco una generacién después de la invasién. Hay abundantes detalles sobre la corte irregular presidida por Toledo y su principal ayudante, el juez Gabriel de Loarte. El doctor “heredé” las propiedades y los stibditos de sus defendidos. La carrera posterior del intérprete, Gonzalo Ximé- nez,* también qued6 ahi registrada: unos afios después terminé en la hoguera en Charcas, acu- sado del pecado nefando —homosexualidad. Los prineipes incas plantearon sin éxito este asunto durante el “juicio”. Mientras el intérprete aguardaba su senten- ciaen la prisi6n de Charcas, se dijo que Ximénez habia expresado su deseo de confesar su perjurio y de disculparse por el.datio que le habia hecho adon Carlos, Se afirma que Ximénez puso por es- crito su deseo. Esta confesién no se ha localiza do en Jos archivos de la Audiencia en Charcas; se dice que el doctor Barros'de San Millén, un juez de la corte real, expresé un intenso, si bien 103 América sospechoso, interés en localizar este documento, sin ningiin éxito. Barros merece la atencion de los antropélogos interesados en la historia andina. Formado en Salamanca, al igual que nuestros dos abogados, su carrera en América abarca casi treinta afios, durante los cuales presté sus servicios en Guate- mala, Panamé, Charcas y Quito. La primera no- ticia que tuvimos de él ena historiografia andina nos Ilegé hace unas décadas, cuando Waldemar Espinoza, un colega peruano, public6 un Aviso de autor desconocido. Se trataba de una peti- cién, firmada por una docena de sefiores étnicos de Charcas (hoy Bolivia); esta peticién iba diri- gida al rey y al parecer estaba fechada en uno de los momentos finales del reinado de Toledo. En esta peticién los sefiores andinos trazan sus li- najes hasta cuatro o cinco generaciones atrés, cuando los incas les habfan dado a sus anteceso- res sendos textiles y esposas de la corte: “éramos los duques y los marqueses de este espacio”. Ofrecian asumir obligaciones adicionales en las minas de Potosi y, lo que es més, no les impor- taba que sélo se les asignaran obligaciones de reclutamiento de trabajo. En Cuzco, bajo las nuevas circunstancias coloniales, les habfan qui- tado el privilegio de ser los “senores naturales”. Por décadas se ignoré la identidad del autor del memorandum. Quedaba claro que él estaba familiarizado tanto con los procedimientos admi nistrativos de las minas como con el mapa étni- codel sur de los Andes; gozaba de toda la confian- zade los sefiores aymara. Este memorandum ha sido objeto recientemente de un estudio detalla- do de parte de un equipo franco-briténico que prepara una coleccién de documentos en honor de don Gunnar Mendoza, director del Archivo Nacional de Bolivia. Ellos decidieron eventual- mente que el autor era la misma persona disfra- zada en el Aviso como el transmisor del texto ala corte de Madrid. Entre su servicio en Char- cas y su regreso a América como juez principalen Quito, Barros pasé algunos afios en Espafia. Sus actividades alla y sus contactos ideolégicos ain no se han establecido con toda certeza. La identificacién de Barros como el autor del Aviso la fortalecen los acontecimientos en lacor- te real de Charcas en los tiltimos afios del régi- men de Toledo.” Un afio o dos antes del regreso del juez. a Madrid, Barros fue acusado por su co- lega, el juez.delacortereal de Charcas, Matienzo, de ser homosexual. En ese momento, al final de los afios setenta del siglo XVI, la corte se reducia a dos jueces, Matienzo y Barros. Si uno de ellos, se volvia el acusado, el tribunal se reducia a un solo justicia. En una maniobra abiertamente ile- gal, Matienzo copté como asistentes a dos resi- dentes de Charcas; Barros se refugié en uno de los monasterios en La Plata, pero de haber pre- valecido la acusacién, los franciscanos no lo ha- brian podido proteger. El testimonio se rindié ante un grupo hechi- zo: no participaron ninguno de los encomende- ros importantes. Los testigos recordaron que “el doctor” habia liberado a los esclavos que se habia traido de Panamé; uno de los empleados testifies queen una ocasién en la que fue alas oficinas del juez en busca de una firma, encontré al doctor divirtiendo desenfadadamente en la cocina a un grupo de jefes“indios”. También salieron acuen- to los africanos liberados. Otro empleado pen- saba que el doctor hablaba demasiado y que no guardaba las posturas secretas que se asumian in camera. Otro testigo, éste del centro minero de Potosi, enfatiz6 su homsexualidad y el descuido con el que trataba los intereses de su majestad en las minas. También se inform6 que Barros busc6 la confesién del intérprete Ximénez. para mos- trar que habia cometido perjurio durante el inte- rrogatorio de don Carlos en Cuzco. Se cité que Barros decia que el virrey no sélo se habia apro- piado de los campos incas, sino que ahora él esta- ba listo para destruir su buen nombre. Mientras todo esto sucedia, en 1579, Matienzo murié, Barros salié de su escondite y, como tinico justicia en la regién, asumié posesiGn de la Au- diencia real. Los mineros de Potosi intentaron continuar como fuera el juicio, con el fin de lo- grar un veredicto. Apelaron al virrey que ahora estaba en Lima, aguardando licencia de la coro- na para volver a la peninsula. Toledo respondii alacorte de Charcas que sélo tenia un juez, Ba- rros. Yanose siguié la causa en contra de Barros. Al llegar a la corte de Charcas, Barros tomé una iniciativa importante. Una de las medidas 104 América de Toledo que mas se resintieron, impulsada con laconnivenciade Matienzo, prohibiael envio ala peninsula de las peticiones recibidas en la corte de Chareas relativas a los casos de los Andes. No se habjan enviado a Madrid miles de hojas y Notas 3 James Lockhart, The Men of Cajamarca: A Social and Biographical Study of the First Conquerors of Peru, ‘Austin, University of Texas Press, 1972. # Juan Polode Ondegardo, “Informeal licenciado Bri- viesea de Mufatones... 1561)", Revista Histérica, vol. 13, Lima, 1940, pp. 120-196, + Un “general” inca, Yila Thupa, se retiré a la region de Hudnuco y se las arrogié para sobrevivir diez aiios alli. Acabaron con él las tropas auxiliares wankas (Or- tiz de Zniga, Visita de la provincia de Leon de Hudnuco en 1562, vol. 1, Hudnuco, Pert, Facultad de Letras y Educacién, Universidad Nacional Hermillo Valdizén, 1967). * John D. Murra, “Las etnocategorias de un khipu es- tatal”, en Formaciones econémicas y politicas del mundo ‘andino, Lima, Instituto de Estudios Peraanos, 1975, pp. 243-254. * Waldemar Espinoza Soriano, “Los huancas, aliados de la conquista”, Anales Cientificos te la Universidad del Centro del Peri, 1, Huancayo, 1972, pp. 201-407. * Waldemar Espinoza Soriano, “Elmemorial de Char- cas: crénica inédita de 1582”, Cantuta, Revista dela Uni- versidad Nacional de Bducacién, Chosica, Pera, 1969. Estas concesiones estén transcritas de los originales en el Archivo General de Indias, Sevilla, seceién Lima, leg. 567, libro 8, ff. 107v-108r; véanse también las otras eon- cesions que cita Espinoza Soriano, “Los huancas, alia~ dos..”, op. cit T Cartas de Francisco de Toledo a Felipe I, localiza- das en la Biblioteca Nacional, Madrid. ® Véase el testamento de Pawilu Thupa, publicado en Revista del Archivo Hist6rico del Cuzco, vl. 1, 1950, pp. 275-286. * Luis Miguel Glave, “La hoja de coca y el mereado in- terno colonial”, en John Murra (ed.), Visita de los valles de Songo, Madrid, Instituto de Coperacién Iberoameri- cana, 1991, pp. 583-608. "George Kubler, “The Quechua in the Colonial transcripciones de los casos pendientes. Todoes- to se envié entonces a la corona. Poco después, Barros volvié a Espafia, por primera vez en vein- te afios, llevando presumiblemente consigo el Aviso. en Julian H. Steward (ed.), Hanbook of South American Indians, vol.2, Washington, US. Government Printing Office, 1946, pp. 331-410. 1 La mayor parte de este material proviene de Just. cia, leg. 465, un manuscrito en tres volimenes del tigio en México, Archivo General de Indias, Sevilla. Par- tede este material locita Roberto Levillier, Gobernantes del Pert, 14vols., vols. 1-3 publicados por sucesores de Ri- vadeneyra; vols. 4-14 publicades porla Imprentade Juan Pueyo, Madrid, 1921-1926, # Bartolomé de las Casas, “Las antiguas gentes del Pera”, en Marcos Jiménez de la Espada (ed.), Coleccién de libros eepaitoles raros 0 curiosos, vol-21, Madrid, 1892. 8 Juan de Matienzo, Gobierno det Pert: (1567), Gui- Hermo Lohmann Villena (ed), Paris-Lima, Institute Frangais d'Etudes Andines, 1967. i Nathan Wachtel, “The Mitimas of the Cochabamba Valley”, en George A. Collier (ed.), The Inca and Aztec States, 1400-1800: Anthropology and History, Nueva York, Academie Press, 1982, pp. 199-236. + Véanse los detalles en John D. Murra, “Le débat sur Pavenir des Andes”, en Raquel Thiercelin (ed,), Culture et sociétés. Andes et Mésoamérique, vol. 2, 1991, 625 pp. “* Juan Polo de Ondegardo, “Relacién de los funda- ‘mentos acerea del notable dafio que resulta de no guar- dar a los yndios sus fueros... 1571)", Coleceién de libros -y documentos referentes a la historia del Peri, serie 1, vol. 3, Lima, Imprenta y librerfa Sanmart{ y Cia., 1916 * Roberto Levillier (ed.), Gobernantes det Peri, op. cit. ‘® Buena parte de este material se encuentra en elleg. 844A del ramo Escribania de Camara, Archivo General de Indias, Sevilla. * Waldemar EspinozaSoriano, “El memorialdeChar- cas”, op. cit. ® Detallesen el leg. 844A de la Escribania de Cémara, Archivo General de Indias, Sevilla. También enelf.9rde Chareas, ramo 16, f. Bv. 105

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