31° conferencia. La descomposicion
de la personalidad psiquica’
Sefioras y sefiores: Sé que en sus vinculos con personas 0
cosas ustedes advierten Ia significacién del punto de parti-
da, Le ocurtié también al psicoandlisis: en modo alguno
fue indiferente para su ulterior desarrollo, ni para la acogi-
da que tuvo, iniciar su trabajo por el sintoma, lo mas ajeno
al yo que se encuentre en cl interior del alma, El sintoma
proviene de lo reprimido, es por asi decit su subrogado ante
el yo; ahora bien, lo reprimido es para el yo tierra extran-
jera, una tierra extranjera interior, asi como la realidad
—permitanme la expresién insdlita— es tierra extranjera
exterior. Desde el sintoma, el sendero Hlevé a lo inconcien-
te, a la vida pulsional, a la sexualidad, y fue la época en que
el psicoandlisis tuvo que oir las agudas objeciones de que el
ser humano no es mera criatura sexual, conoce también mo-
ciones més nobles y elevadas. Habriase podido agregar que
empindndose en la conciencia de esas mociones superiores
se arroga hartas veces la facultad de pensar dislates y des-
cuidar hechos.
Ustedes tienen un mejor conocimiento; desde el comienzo
mismo se sostuvo entre nosotros que el ser humano enfe
ma a raiz del conflicto entre las
jue dentro de él se eleva contra ellas,
y en ningtin momento habiamos olvidado a esa instancia que
resiste, rechaza, reptime, a la que imagindbamos dotada de
sus fuerzas particulares, las pulsiones yoicas, y que coinci-
dia justamente con el yo de la psicologia popular. Sélo que
en el arduo progresar del trabajo cientifico tampoco el psi-
coanilisis pudo estudiar todos Jos campos de manera simul-
tanea ni pronunciarse de un solo aliento sobre todos los
problemas. Al fin se bubo avanzado lo suficiente para apar-
tar la atencidn de lo reprimido y ditigirla a lo represor; en-
tonces nos enfrentamos a ese yo, que parecia ser tan’ evi-
dente, con la expectativa cierta de hallar también ahf cosas
1 [La mayor parte del contenido de esta conferencia se tomé de los
capitulos I, IT, III y V de El yo y ef ello (19236), con algunos agre-
gados.]
53para las cuales uno no podia estar preparado. Peto no fue
fécil hallar un primer acceso. Sobre esto quiero informar-
les hoy.
Debo, sin embargo, formular mi conjctura de que esta
exposicién mia de la psicologia del yo les produciré un efec-
to diverso que su antecesora, la introduccién en el mundo
psiquico subterréneo. No sé con certeza por qué habria de
ser asi, En primer lugar, hallarén, creo, que antes les in-
formé sobre todo acerca de hechos, si bien ajenos y raros,
mientras que esta vez escucharén principalmente concepcio-
nes, 0 sea especulaciones. Pero esto no da en el blanco; con.
sideréndolo mejor, debo afirmar que la parte del procesa-
miento conceptual del material de hechos no es macho
mayor en nuestra psicologia del yo de lo que fue en Ia psi-
cologia de las neurosis. También me vi forzado a desestimar
otros fundamentos posibles de mi expectativa; ahora creo
que ello se debe de algtin modo al carécter del material mis-
mo y a nuestra falta de costumbre de tratar con él. Como-
quiera que fuese, no me asombraré que se muestren ustedes
en su juicio todavia més reservados y prudentes que hasta
el momento.
La situacién en que nos hallamos al comienzo de nuestra
indagacién debe ensefiarnos por si misma el camino. Quere-
mos tomar como asunto de ella al yo, a nuestro yo mas
propio. Pero, ces posible hacerlo? El yo es por cierto el suje-
to ms genuino: ¢cémo podria devenir objeto? Ahora bien,
sin duda ello es posible. El yo puede tomarse a si mismo por
objeto, tratarse como a los otros objetos, observarse, criti-
catse, y Dios sabe cudntas ottas cosas podré emprender con-
sigo mismo. Para ello, una parte del yo se contrapone al
resto. El yo es entonces escindible, se escinde en el curso
de muchas de sus funciones, al menos provisionalmente. Los
fragmentos parcelados pueden reunificarse luego. Esto no es
ninguna novedad, acaso no es sino una desacostumbrada in-
sistencia en cosas consabidas. Por otra parte, estamos fami-
Tiarizados con Ia concepcién de que la patologia, mediante
sus aumentos y engrosamientos, puede Hamarnos Ja atencién
sobre constelaciones normales que de otro modo se nos es-
caparfan, Toda vez que nos muestra una ruptura o desga-
tradura, es posible que normalmente preexisticra una articu-
lacién. Si arrojamos un cristal al suelo se hace afiicos, pero
no caprichosamente, sino que se fragmenta siguiendo lineas
de escisién cuyo deslinde, aunque invisible, estaba coman-
dado ya por Ja estructura del cristal. Unas tales estructuras
54desgarradas y hechas afiicos son también los enfermos men-
tales. Tampoco nosotros podemos denegarles algo del horror
reverencial que los pueblos antiguos testimoniaban a los Jo-
cos. Ellos se han extrafiado de la realidad exterior, pero jus-
tamente por eso saben mds de la realidad interior, psiquica, y
pueden revelarnos muchas cosas que de otra manera nos re-
sultarfan inaccesibles. De un grupo de estos enfermos decimos
que padecen el delitio de ser observados. Se nos quejan
de que sin cesar, y hasta en su obrar més intimo, son fasti-
diados por Ja observacién de unos poderes desconocidos,
aunque probablemente se trata de personas; y por via aluci-
natoria oyen cémo esas personas anuncian los resultados de
su observacién: «Ahora va a decir eso, se viste para salir,
etc.», Esa observacién no es por cierto idéntica a una perse-
cucién, pero no esté muy lejos de esta; presupone que se
desconfia de ellos, que se espera sorprenderlos en acciones
prohibidas por las que deben ser castigados. ¢Qué tal si
estos locos tuvieran raz6n, si en todos nosotros estuviera
presente dentro del yo una instancia asf, que observa y ame-
naza con castigos, con Ia sola diferencia de que en ellos se
habria separado més tajantemente del yo y desplazado de
manera errénea a la realidad exterior?
No sé sia ustedes les pasa lo mismo que a mi. Después
que bajo la fuerte impresidn de este cuadro patolégico hube
concebido la idea de que Ja separacién de una instancia ob
servadora del resto del yo podia ser un rasgo regular dentro
de fa estructura del yo, esa idea no me abandoné més, y me
vi empujado a investigar los otros caracteres y nexos de la
instancia asi separada. Enseguida se da el paso siguiente. Ya
el contenido del delirio de GbsetwacionPsugiere que el ob-
servar no es sino una preparacién del €ijiicianlylcastigan, y
ast colegimos que otra funcién de esa instancia.tiene que
ser lo que llamamos (@UESAICOHCERENMORINo parece
que dentro de nosotros haya algo que separemos de nuestro
yo de manera tan regular y lo contrapongamos a él tan fa
cilmente como lo hacemos con nuestra conciencia moral.
Siento la inclinacién de hacer algo que me promete un pla-
cer, pero lo omito con el fundamento de que mi conciencia
moral no lo permite. O bien la hipertrdfica expectativa de
placer me movié a hacer algo contra Jo cual elevd su veto
la voz de la conciencia moral, y tras el acto ella me castiga
con penosos reproches, me hace sentir el arrepentimiento
por él. Podria decir simplemente que Ja instancia particular
que empiezo a distinguir dentro del yo es la conciencia mo-
ral, peto es mds prudente considetat auténoma esa instan-
cia, una de cuyas funciones seria la conciencia moral y otra
55la observacién de sf, indispensable como premisa de Ia acti
vidad enjuiciadora de la conciencia moral. Y como cumple
21 recinocimiento de una existencia separada dat a Ja cosa
un nombre propio, designaré en lo sucesivo «supery6p a esa
instancia situada en el interior del yo.
‘Ahora estoy preparado pata que me pregunten irénica-
mente si nuestra psicologia del yo se limita a tomar al pie
de la letra abstracciones en uso y engrosarlas, mudarlas de
conceptos en cosas, con lo cual no se ganaria mucho. Res.
pondo que en la psicologia del yo sera dificil evitar lo con-
a —=—CS—r.:—CiCSCiziKaisMSOCNWisC.zadzsaSGU
vedlosos que de nuevos descubrimientos, Quédense por aho-
ra con su critica desvalorizadoca, y esperen los préximos
desarrollos, Los heches de la patologta proporcionan nucs
tros empefios un cafiamazo que en vano buscarian ustedes
a ee.
familiarizado con la idea de un QUIRES! concebido, que
Gee delete aioncinia (perigue cus pronio: prepouies
es independiente del yo en cuanto a mi patrimonio cnergé
tico, sc nos impone un cuadro patolgico que ilustra de ma-
nera patente la severidad, hasta la erueldad, de esa instancia,
asi como las mudanzas de su vinculo con el yo. Me tefiero
al estado de la melancolia? més preeisamente del ataque
melancélico, del cual ustedes sin duda habrén ofdo bastante
aunque no sean psiquiatras. El rasgo mas lamativo de esta
enfermedad, acerca de cuya causacién y mecanismo sebemos
muy poco, es el modo en que el superye --digan ustedes solo
pete sf: QMO. trata xl yo. Mientras que cn
sus perfodos sanos ef melancdlico puede ser més o menos
severo consigo mismo, como cualquier ofta persona, en el
ate ueQHMMMBMIMBel ‘superyé se yuelve hipersevero, insul-
ta, denigra, maltrata al pobre yo, le hace esperar los més gra-
vves castigos, lo reprocha por acciones de un lejano pasado
que en su tiempo se tomaron a la ligera, como si durante
todo ese intetvalo se hubiera dedicado a reunir acusaciones
Ossie acardarat an eral (orcilesiiento oa prea
fe carclae 7 sobs eas base fornaalat eat onde a El
superyé aplica el mds severo patton motal al yo que se le
ha entregado inetme, y hasta subroga la exigencia de la mo-
ralidad en general; ast, aprehendemos con una mirada que
nuestro sentimiento de culps moral expresa la tensién en-
tre el yo y el supery6, Es una experiencia muy asombrosa
ver como un fenémeno periddico [en dichos pacientes] a esa
2 [En Ia terminologia moderna se hablaria probablemente de ade-
presidn».]
56moralidad que supuestamente nos ha sido otorgada e implan-
tada tan hondo por Dios, En efecto, trascurrido cierto nti
mero de meses el alboroto moral pasa, la critica del superyd
calla, el yo es rehabilitado y vuelve a gozar de todos los
derechos humanos hasta él préximo ataque. Y aun en mu-
chas formas de Ia enfermedad se produce en los periodos
intermedios algo contrario; el yo se encuentra en un estado
de embriaguez beatifica, triunfa como si el superyé hubiera
perdido toda fuerza o hubiera confluido con el yo, y este
yo liberado, maniaco, se permite de hecho, desinhibidamen-
te, la satisfaccidn de todas sus concupiscencias. He ahf unos
procesos que rebosan de enigmas irresueltos.
Esperarin ustedes, por cierto, algo mds que una mera
ilustracién si les anuncio que hemos aprendido muchas co-
sas acerca de la formacién del superyé, 0 sea, sobre la gé-
nesis de la conciencia moral. Apoyandose en una famosa
sentencia de Kant, que pone en relacién Ja conciencia moral
en nosotros con ef ciclo estrellado, una persona piadosa
muy bien podria sentir la tentacién de venerar a ambos co-
mo las piezas maestras de la Creacién. Las estrellas son sin
duda algo grandioso, pero por lo que ataiie a la conciencia
moral, Dios ha realizado un trabajo desigual y negligente,
pues una gran mayorfa de los seres humanos no la han reci-
bido sino en escasa medida, o no en la suficiente para que
valga la pena hablar de ella. En modo alguno desconocemos
Ia parte de verdad psicolégica contenida en la afirmacién de
que la conciencia moral es de origen divino, pero la tesis re-
quiere interpretacidn. Si la conciencia moral es sin duda algo
«en nosotros», no lo es desde el comienzo. Es en esto un
opuesto de la vida sexual, que efectivamente esta ahi desde
el comienzo de la vida y no viene a agregatse slo mds tarde.
Peto el nifio pequefio es notoriamente amoral, no posee in-
hibiciones internas contra sus impulsos que quieren alcan-
zat placer. El papel que luego adopta el superyé es desem-
pefiado primero por un poder externo, la autoridad paren-
tal. El influjo de los progenitores rige al nifio otorgindole
pruebas de amor y amenazdndolo con castigos que atesti-
guan la pérdida de ese amor y no pueden menos que te-
merse por s{ mismos. Esta angustia realista es la precursora
de la posterior angustia moral;* mientras gobierna, no hace
falta hablar de supery6 ni de conciencia moral. Sdlo més tat-
* (Kant, Critica de la razén practica, «Conclusién», primer pé
rrafo.}
3 [Esta cuestidn habia sido considerada en Inbibicién, sintoma y
angustia (19264), AE, 20, pig. 122, y con més detalle en los capi-
tulos VII y VILE de Ef malestar en la cultura (1930a).1
57de se forma la situacién secundaria que estamos demasiado
inclinados a considerar la normal: en el lugar de i instancia
‘parental aparece’ el superyé qu ahora observa al yo, lo guia
y lo amenaza, exactamente como antes Jo hicieron los padres
con el nifio.
Abhora bien, el superyé, que de ese modo toma sobre si
el poder, la operacién y hasta los métodos de la instancia
parental, no es sdlo el sucesor de ella, sino de hecho su le-
gitimo heredero. Proviene de ella en linea directa; pronto
averiguaremos mediante qué proceso. Pero antes debemos
considerar una discordancia entre ambos. El superyd, en
una eleccién unilateral, parece haber tomado slo el rigor
y la severidad de los padres, su funcién prohibidora y pu-
nitoria, en tanto que su amorosa tutela no encuentra recep-
cidn ni continuacién algunas. Si los padres ejercieron de
hecho un severo gobierno, creemos Iégico hallar que tam-
bién en el nifio se ha desarrollado un superyé severo, pero
la experiencia ensefia, contra nuestra expectativa, que el
puede adquirir
‘olveremos so-
re esta contradiccién mds adelante, cuando tratemos acer-
ca de las @€aSBOSiCIOHESUBUISIOHATES) en Ia formacién del su-
peryé. (Cf. pag. 101.]
En cuanto a la trasmudacién del vinculo parental en el
superyé no puedo decirles tanto como me gustaria, en parte
porque ese proceso es tan enmarafiado que su exposicién
no cabe en los marcos de una introduccién como esta que
pretendo ofrecerles, y en parte porque nosotros mismos no
cteemos haberlo penetrado por completo, Conférmense en-
tonces con las siguientes indicaciones. La base de este pto-
ceso es lo que se llama una sea una asi-
a consecuencia de fa cual
ese primer yo se comporta en ciertos aspectos como el otro,
Jo imita, por asi decir lo acoge dentro de si. Se ha compa-
rado la identificacién, y no es desatino, con la incorpora-
cin otal, canibélica, de la persona ajena, La identificacion
es una forma muy importante de la ligazén con el prdjimo,
probablemente la mds originaria; no es lo mismo que una
eleccién de objeto. Podemos expresar la diferencia més 0
menos asf: cuando el varoncito se ha identificado con el
padre, quiere ser como el padre; cuando lo ha hecho obje-
to de su eleccidn, quiere tenerlo, poscerlo. En el primer caso
su yo se alteraré siguiendo el arquetipo del padre; en el
segundo, clo no es necescrio. Qt aaa
@bjetopson en vasta medida independientes entre si; empe-
58to, uno puede identificarse con la misma persona a quien
se tomé, por ejemplo, como objeto sexual, alterar su yo de
acuerdo con ella. Suele decirse que el influjo del objeto se-
xual sobre el yo se produce con particular frecuencia en las
mujeres y es caracteristico de la feminidad. En cuanto al que
es con mucho el mas instructive de los nexos entre identi-
ficacién y eleccién de objeto, ya tengo que haberles hablado
en las anteriores conferencias. Es que se lo observa con har-
ta facilidad asf en nifios como en adultos, en personas no
males como en enferma:
dentificindeseNEONTED) crigiéndolo de nuevo dentro de su
yo, de suerte que aqui Ia 0 tegresa, por asi
decir,
Ni yo mismo estoy del todo satisfecho con estas puntua-
lizaciones acerca de la identificacién, pero basta con que les
parezca posible concederme que la institucién del superyd
se describa como un caso logtado de identificacién con la
instancia parental. Ahora bien, el hecho decisivo en favor
de esta concepcién es que esa creacién nueva de una ins-
tancia superior dentro del yo se enlaza de la manera més
intima con el destino del complejo de Edipo, de modo que
el superyé aparece como el heredero de esta ligazén de sen-
timientos tan sustantiva para la infancia. Lo comprendemos:
con la liquidacién {Auflassen} del complejo de Edipo el
nifio se vio precisado a renunciar también a las intensas in:
vestiduras de objeto que habia depositado en los progeni-
tores, y como tesarcimiento por esta pérdida de objeto se
refuerzan muchisimo dentro de su yo las identificaciones
con los (EOGEAIOREEGue, probablemente, estuvieron pre-
sentes desde mucho tiempo atrds Talestidentiencionsesy en
westiduras de objeto re-
su condicién de precipitados de i
signadas, @EREDEHEARIMego con mucha frecuencia en la vida
del nifio; pero responde por entero al valor de sentimiento
de ese primer caso de una tal trasposicién que su resultado
Uegue a ocupar una posicién especial dentro del yo. Una in-
dagacién mas honda nos ensefia también que el superyd re-
sulta mutilado en su fuerza y configuracién cuando el com-
plejo de Edipo se ha superado sdlo de manera imperfecta
+ [En verdad, sdlo hay una breve alusién a esto en la 26% de las
Conferencias de introduccién al psicoandlisis (1916-17), AE, 16, pag.
388, La identificacién se traté en el capitulo VII de’ Psicologia de
las mesas y anélisis del yo (1921c), AE, 18, pags. 99 y sigs., y la
formacién del supery, en el capitulo IIT de E! yo y ef ello (19235),
AE, 19, pags. 30 y sigs.]
59En el curso del desarrollo, el S@PEROIeOBEAademds, los in-
flujos de aquellas personas que han pasado a ocupar el
ugar de los padres, vale decir, @dueadoresyimaestrosangue
ERREAIED Lo normal cs cu eGR SMSERSRVERTED
de los individuos @atent@les originarios, que se vuclva por
asi decir més y més impersonal. No olvidemos tampoco que
el nifio aprecia a sus padres de manera diferente en diversos
periodos de su vida. En la época en que el complejo de
Edipo deja el sitio al superyé, ellos son algo enteramente
grandioso; més tarde menguan mucho, También con estos
(PRIRESPOSTEHIORESRe producen después identficaciones, pe
ro Jo comin es que ellas brinden importantes contribucio-
nes a la formacién del en tal caso, @{CGEHISOIOND
G@BPy no influyen més sobre el superyé, que ha sido coman-
dado por las primerfsimas imagos parentales.*
Espero ya tengan la impresién de que nuestra postu:
cién del superyé describe real y efectivamente una conste-
lacién estructural, y no se limita a personificar una ab:
traccién como Ia de la conciencia moral. Mencionaremos
todavia una importante fancién que adjudicamos a ese su-
pery6. Es también el @otidor|delldealideliyaicon el que
el amma. al que aspira a alcanzar y cuya exigenci
de una perfeccién cada vez mas vasta se empefia en cum-
plir. No hay duda de que ese ideal del yo es el precipitado
de la vieja representacién de los progenitores, expresa la
admiracién por aquella perfeccién que el nifio les atribuia
en ese tiempo.
5 [Freud examiné esto en «El problema econémico del masoquismo»
(1924¢), AE, 19, pag, 173; digamos de paso que alli nos ocupamos,
en una nota al pie, de su uso del término «imagon.]
8 [Este pasaje es algo oscuro, sobre todo respecto de Ja frase ader
Trager des Ichideals» {acl portador del ideal del yo}. Al introducir
el concepto de «ideal del yoo en su trabajo sobre el narcisismo (1914c),
Freud lo distingui6 de «una instancia psiquica particular cuyo cometido
fuese velar por el ascguramiento de la satisfaccién narcisista proveniente
del ideal del yo, y que con ese ptopdsito observase de manera continua
al yo actual midiéndolo con el ideal» (AE, 14, pég. 92). Andlogamente,
en la 26* de las Conferencias de intraduccién (1916-17), AE, 16, pag.
350, dice que el sujeto «siente en el interior de su yo el feinado de una
instancia que mide su yo actual y cada una de sus actividades con un
yo ideal, que él mismo se ha creado en el curso de su desarrollo». En
algunos escritos de Freud posteriores a esas conferencias no es tan
nitido este distingo entre el ideal y la instancia que lo pone en préctica.
Tal vez aquf quiso restablecerlo identificando dicha instancia con el
superyd, Consideraciones similares plantea el uso de «ldealfunktion»
{efuncién de ideal>} tres pérrafos més adclante (pig. 62). Este punto
&s tatado en mi eIntroducién» « El 30 y eee (19236), AE, 19,
pag. 10,
60Sé que han ofdo hablar mucho del sentimiento de infe-
rioridad que distinguiria justamente a los neuréticos, Se
hace bulla con él sobre todo en las Ilamadas «bellas letras».
Un escritor que usa ei término «complejo de inferioridad»
cree haber satisfecho todos los requerimientos del psicoand-
lisis y elevado su exposicién a un nivel psicolégico superior.
En realidad, la artificiosa expresién «complejo de inferio-
ridad» apenas si se usa en el psicoandlisis. Para nosotros no
significa algo simple, y menos atin algo elemental. Recon-
ducirla a la autopercepcién de cualesquiera mutilaciones de
Srgano, como gusta hacerlo la escuela de fa llamada «psico-
logia individual», nos parece un miope error.’ El senti-
to d fuerte T nifio
se jo mismo
le sucede al adulto. El tinico drgano considerado de hecho
inferior es el pene atrofiado, el clitoris de la nifia.® Pero lo
principal del sentimiento de inferioridad proviene del
(BRA FSGRISUEPEVSIY, lo mismo que el sentimiento de
@dlpaexpresa Ia tensién entre ambos. En general, es dif
distinguir entre sentimiento de inferioridad y sentimiento
de culpa. Acaso se harfa bien en ver en el primero el com-
plemento erdtico del sentimiento de inferiotidad moral, En
el psicoanilisis hemos prestado poca atencién a este pro-
blema de deslinde conceptual.
Jastamente por la gran popularidad que ha alcanzado el
complejo de inferioridad me permito entretenerlos aqui con
una breve digresién. Una personalidad histérica de nuestro
tiempo, que atin vive, pero en la actualidad se ha retirado
aun segundo plano, conserva cierta atrofia en un miembro
por una lesién que sufrié durante su nacimiento, Un escri-
tor muy famoso de nuestros dias, que se ha consagtado a
las biografias de personas sobresalientes, traté, también Ia
vida de este hombre que acabo de mencionar.” Ahora bien,
parece sin duda dificil sofocar la necesidad de ahondamiento
psicolégico cuando se escribe una biografia. Por eso nuestro
autor se aventuré a edificar todo el desarrollo de cardcter
de su héroe sobre el sentimiento de inferioridad que su
defecto fisico no habria podido menos que provocarle. Al
hacerlo pasé por alto un hecho pequeiio, pero no carente
de importancia. Lo comtin es que Ia madre a quien el des-
tino ha deparado un hijo enfermo o con alguna otra tacha
7 [Las opiniones de esta escuela se discuten en la 34* conferencia,
infra, pags. 130 y sigs.)
'5 [Véase una nota al pie agregada por Freud a su articulo sobre la
diferencia anatémica entre los sexos (1925j), AE, 19, pig. 272.]
9 [Emil Ludwig en su libro sobre Guillermo II, publicado en 1926.]
61busque resatcitlo de esa injusta desventaja mediante un
exceso de amor. En el caso en cuestién Ja orgullosa madre
se comporté de otto modo: privé de sur amor al hijo debido
a su deformidad. Cuando el nifio se convirtié en un hombre
de gran poder, probé de manera inequivoca con sus accio-
nes que nunca habia perdonado a su madre. Si ustedes se
percatan del valor del amor materno pata fa vida animica
del nifio, corregirin sin duda mentalmente la teorfa de la
inferioridad, sustentada por el bidgrafo.
Volvamos al_suj
judicado la CRERRED
De
nuestras puntualizaciones sobre su génesis se desprende que
tiene por premisas un hecho bioldgico de importancia sin
igual y un hecho psicolégico ineluctable: la prolongada de-
pendencia de la criatura humana de sus progenitores, y el
complejo de Edipo; a su vez, ambos hechos se enlazan
estrechamente entre si. El superyé es para nosotros la sub-
rogacién de todas las limitaciones morales, el abogado del
afan de perfeccién; en suma, lo que se nos ha vuclto psi,
colégicamente palpable de lo que se lama lo superior en la
vida humana. Como él mismo se remonta al influjo de los
padres, educadores y similares, averiguaremos algo més to-
davia acerca de su significado si nos volvemos a estas fuen-
tes suyas. Por regla general, los padres y las autoridades
andlogas a ellos obedecen en la educacién del nifio a los
preceptos de su propio superyé. No importa cémo se haya
arreglado en ellos su yo con su superyé; en la educacién
del nifio se muestran rigurosos y exigentes. Han olvidado
las dificultades de su propia infancia, estén contentos de
poder identificarse ahora plenamente con sus propios pa-
dres, que en su tiempo les impusieron a ellos mismos esas
gravosas limitaciones. Asi, el superyé del nifio no se edifica
en verdad segtin el modelo de sus progenitores, sino segiin
el superyé de ellos; se lena con el mismo contenido, de-
viene portador de la tradicién, de todas las valoraciones per-
durables que se han reproducido por este camino a lo largo
de las generaciones. Entrevén ustedes qué importante ayuda
para comprender la conducta social de los seres humanos
(p. ej. la de la juventud desamparada), y acaso indicaciones
précticas para la educacién, se obtienen de la consideracién
del superys. Es probable que las concepciones de la histo-
ria Iamadas materialistas pequen por subestimar este fac-
tor. Lo despachan sefialando que las «ideologias» de los
hombres no son més que un resultado y una superestructu-
62ta de sus relaciones econémicas actuales. Eso es verdad,
pero muy probablemente no sea toda Ja verdad. La huma-
nidad nunca vive por completo en el presente; en las ideo-
logias del superyé perviven el pasado, la tadicién de la
raza y del pueblo, que sélo poco a poco ceden a los influjos
del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese pasado
opera a través del supery6, desempefia en la vida humana
un papel poderoso, independiente de las relaciones econé-
micas. [CE. pags. 165 y sigs.]
En 1921 intenté aplicar la diferenciacién entre yo y su-
peryé al estudio de la psicologia de las masas. Llegué a una
formula como esta: Una masa psicoldgica es una reunién
de individuos que han introducido en su superyé la misma
persona y se han identificado entre si en su yo sobre la
base de esa relacién de comunidad."° Desde luego, esa fér-
mula es valida solamente para masas que tienen un conduc-
tor. Si poseyéramos més aplicaciones de esta clase, el su-
puesto del supery6 perderia para nosotros su tiltimo resto
de extrafieza y nos emanciparfamos por completo de la
estrechez que nos aqueja todavia cuando, habituados a la
atmésfera del mundo subterr4neo, nos movemos en los es-
tratos més superficiales, superiores, del aparato animico.
Desde luego, no creemos que con la separacién del superyd
hayamos dicho la wltima palabra sobre Ia psicologia del yo.
Es més bien un comienzo, pero en este caso no es sélo el
comienzo el que cuesta.
Ahora nos aguarda otra tarea, por asi decir en el extremo
contrapuesto del yo. La suscita una observacién realizada
en el curso del trabajo analitico, una observacién que en
verdad es muy antigua. Como ya ha ocurrido tantas veces,
debié pasar mucho tiempo hasta que uno se decidiera a
apreciar su valor. Ustedes saben que en realidad toda la
teorfa psicoanalitica esté edificada sobre la percepcién de
la resistencia que nos ofrece el paciente cuando intentamos
hacerle conciente su inconciente. El signo objetivo de la
resistencia es que sus ocurrencias se le deniegan o se dis-
tancian mucho del tema tratado. El mismo puede discernir
la resistencia también subjerivamente si registra sensaciones
penosas cuando se aproxima al tema. Pero este tiltimo signo
puede faltar. Entonces decimos al paciente que, segtin in-
ferimos de su conducta, se encuentra ahora en estado de
resistencia, y él responde que no sabe nada de ella, sdlo
1 [Psicologia de las masas (1921c), AE, 18, pégs. 109-10.
63nota la traba de las ocurrencias. Se demuestra que nosotros
tenfamos razén, pero, entonces, su resistencia era también
inconciente, tan inconciente como lo reprimido en cuyo le-
vantamiento trabajamos. Hace tiempo que se habria debido
plantear esta pregunta:
1 principiante en el
psicoandlisis responderé con ligereza: es justamente a re-
sistencia de lo inconciente, ;Respuesta ambigua e inutiliz
ble! Si lo que se quiere indicar es que procede de lo rep
mido, tenemos que decir: sin duda que no. A lo reprimido
tenemos que atribuirle mds bien una intensa pulsién aflo-
rante, un esfuerzo por penetrar_en la conciencia, La re-
sistencia sdlo puede ser una ue en
su tiempo
sde siempre lo hemos concebido asi. Puesto que
suponemos en el yo una instancia particular que subroga k
reclamos de limitacién y rechazo, el superyd, podemos afi
mar gue la represién es la obra de ese superyd, él mismo
Ia Ieva a cabo, 0 lo hace por encargo suyo el yo que le
obedece. Entonces, si se da el caso de que en el anilisis
al paciente GOUSTUEVEHS|CONCEHES MANTESISTEEIAD cllo sig
nifica o bien que el
o bien
Pero en
cualquiera de esos dos casos tenemos que darnos por ente-
rados de la desagradable inteleccién de que (super-) yo y
conciente, por un lado, y reprimido e inconciente, por el
otro, en manera alguna coinciden,
Sefioras y sefiores: Siento la necesidad de tomar aliento,
de hacer una pausa que también ustedes considerarén bien-
venida, y disculparme antes de proseguir. Quiero propor-
cionarles complementos de una introduccién al psicoandlisis
que inicié hace mas de quince afios, y tengo que compor-
tarme como si en ese intervalo ustedes tampoco hubieran
cultivado otra cosa que psicoandlisis, Sé que es una presun-
cién inaudita, pero me encuentro inerme, no puedo obrar de
otro modo. Sin duda se debe a la grandisima dificultad de
proporcionar una visién del psicoandlisis a quien no es psi-
coanalista. Créanme que no nos gusta aparecer como unos
sectatios que cultivéramos una ciencia secreta. No obstante,
debimos advertir y proclamar como una conviccién nuestra
que nadie tiene el derecho a pronunciarse sobre el psicoané-
lisis si no ha adquirido determinadas experiencias que sélo
64pueden conseguirse sometiéndose uno mismo a un ané-
lisis. Cuando quince afios atrés les dicté mis conferencias,
procuré ahorrarles ciertos fragmentos especulativos de nues-
tras teorias, pero justamente a ellos se anudan las adquisi-
ciones nuevas de que debo hablarles hoy.
Regreso al tema. En Ja duda sobre si el yo y el superyé
mismos pueden ser inconcientes 0 sdlo despliegan efectos
inconcientes, tenemos buenas razones para deciditnos en fa-
vor de la primera posibilidad. Si; grandes sectores del yo
y del superyé pueden permanecer inconcientes, son normal-
mente inconcientes. Esto significa que la persona no sabe
nada de sus contenidos y le hace falta cierto gasto de labor
para hacerlos concientes. Es correcto que no coinciden yo y
conciente, por un lado, y reprimido ¢ inconciente, por él
otro. Sentimos la necesidad de revisar radicalmente nuestra
actitud frente al problema de conciente-inconciente. Nuestra
primera inclinacién es depreciar en mucho ef valor del ci
terio de la condicién de conciente, puesto que ha demos-
trado ser muy poco confiable, Pero nos equivocarfamos
Ocurre como con nuestra vida; no vale mucho, pero es todo
To que tenemos. Sin la antorcha de la cualidad «conciencia»
nos perderiamos en la oscuridad de la psicologia de lo pro-
fundo; pero tenemos derecho a ensayar una nueva orien-
tacién
No nos hace falta elucidar lo que debe Iamarse conciente,
pues esté a salvo de cualquier duda. El mas antiguo y mejor
significado de Ja palabra «inconciente es cl descriptiv
Hamamos inconciente a un proceso psiquico cuya existen-
cia nos vemos precisados a suponer, acaso porque lo de-
ducimos a partir de sus efectos, y del cual, empero, no
sabemos nada, Por tanto, nos referimos a él del mismo’ mo-
do que si se tratara de un proceso psiquico de otro ser
humano, salvo que es nuestro. Si queremos expresarnos de
manera més correcta atin, modificaremos asf el enunciado:
lamamos inconciente a un proceso cuando nos vemos pre-
cisados a suponer que esta activado por el momento, aun-
que por el momento no sepamos nada de él. Esta limitacién
nos Ileva a pensar que la mayorfa de los procesos concientes
Io son sélo por breve lapso; pronto devienen latentes, pero
pueden con facilidad devenir de nuevo concientes. También
podrfamos decir que devinieron inconcientes, siempre que
estuvigramos seguros de que en el estado de latencia si-
guen siendo todavia algo psiquico. Hasta este punto no
habriamos averiguado nada nuevo, y ni siquiera adquirido
65el derecho de introducir en la psicologia el concepto de un
inconciente. Pero entonces se suma la nueva experiencia
que podemos hacer ya en las operaciones fallidas. Por ejem-
plo, para explicar ua desliz en el habla nos vemos obligados
a suponer que en la persona en cuestion se habia formado
un propésito determinado de decir algo. Lo colegimos con
certeza a partir de la perturbacién sobrevenida en el dicho,
pero ese propésito no se habia impuesto; por tanto, era in-
conciente. Si con posterioridad se lo presentamos al hablan-
te, puede reconocerlo como uno que le es familiar, en cuyo
caso fue inconciente sdlo de manera temporaria; o puede
desmentirlo como algo ajeno a él, en cuyo caso era incon-
ciente de manera duradera."" De esa experiencia extraemos
en sentido retrocedente el derecho de declarar inconciente
también lo designado como latente. Y si ahora tomamos en
cuenta estas constelaciones dindmicas, podemos distinguir
dos clases de inconciente: una que con facilidad, en condicio-
nes que se producen a menudo, se trasmuda en conciente, y
otra en que esta trasposicidn es dificil, se produce sdlo me-
diante un gasto considerable de labor, y aun es posible que
no ocurra nunca. Para evitar la ambigtiedad de saber si nos
refetimos a uno u otro inconciente, si usamos la palabra
en el sentido descriptivo 0 en el dinimico, recurrimos a un
cxpediente simple, permitido. Lananos iain.
Jo inconciente que es si latent] y deviene conciente con
tanta facilidad, y reservamos la designacién @iCOnCientes
para lo otro. Ahora tenemos tres términos: conciente, pte-
conciente e inconciente, con los cuales podemos desempe-
fiarnos en la desctipcién de los fenémenos animicos. Repi-
tamoslo: desde el punto de vista puramente descriptivo,
también Jo preconciente es inconciente, pero no lo designa-
mos as{ excepto en una exposicién Jaxa 0 cuando nos pro-
ponemos defender Ja existencia misma de procesos incon-
cientes en Ja vida animica,
Espero me concederén que hasta aqui nada de eso es
enojoso, y permite un cémodo manejo. Asi es; pero, por
desdicha, el trabajo psicoanalitico se ha visto esforzado a
emplear la palabra «inconciente» atin en un tercer sentido,
y es muy probable que esto haya suscitado confusin. Bajo
la nueva y poderosa impresidn de que un vasto e impor-
tante campo de la vida animica se sustrae normalmente del
conocimiento del yo, de suerte que los procesos que ahi
ocurren tienen que reconocerse como inconcientes en el
1 ECE, la 4 de las Conferencias de introduccidn (1916-17), AE, 15,
pag. 97.)
66genuino sentido dindmico, hemos entendido el término «in-
conciente» también en un sentido tépico o sistematico, ha-
blado de un sistema de lo preconciente y de to inconciente,
de un conflicto del yo con el sistema icc, y dejado que la
palabra cobrara cada ver més el significado de una pro-
vincia animica, antes que el de una cualidad de lo animico.
El deseubrimicnto, en verdad incémodo, de que también see
tores del yo y del superyé son inconcientes en el sentido
dindmico produce aqui como un slivio, nes permite remo-
ver una complicacién, Vemos que no tenemos ningéin dere-
cho a llamar «sistema Icc» al Ambito animico ajeno al yo,
pues la condicién de inconciente no es un cardcter exclusiva.
mente suyo. Entonces, ya no usaremos mds ainconciente» en
dl sentido sistematico y daremos un nombre mejor, libre de
a rC~r.:C«CsaCi‘aC CCC
taléndonos en’el uso idiomético de Nietzsche, y siguiendo
una incitacién de Georg Groddeck [1923],’ en lo suce-
sivo lo lamaremos @HIMEIEEB:e pronombre impersonal pa-
rece particularmente adecuado pata expresat el principal ca
racter de esta provincia nine, ALAA DEORE
GPSuperys, yo y ello son ahora los tres reinos, Ambitos,
provincias, en que descomponemos el aparato animico de la
persona, y de cuyas relaciones recfprocas nos ocuparemos en
Jo que sigue."
Antes de hacerlo, sélo una breve intercalacién. Estardn
ustedes descontentos por el hecho de que las tres cuali-
dades de la condicién de conciente, y las tres provincias
del aparato animico, no se hayan reunido en tres pacificas
parejas; sin duda verdn en ello algo asi como un desluci-
miento de nuestros resultados. Pero yo opino que no de-
beriamos lamentarlo, sino decirnos que no poseiamos nin-
gin derecho a esperar un ordenamiento tan terso. Permitan-
me oftecerles una comparacién; es verdad que las compara-
ciones no demuestran nada, pero pueden hacer que uno se
sienta mds en su casa. Imagino un pais con una variada
configuracién de su suelo: montes, Ilanuras y lagos, y con
una poblacién mixta, pues en él moran alemanes, magiares
12 [Un médico alemin cuyas ideas anticonvencionales suscitaron
gran interés en Freud.]
13 [En mi «Introduccion» a El yo y ef ello (19236), AE, 19, pags
4.11, reseiio 1a evolucién de las ideas ‘de Freud al respecto. Cabe des-
tacar que, con posterioridad a esa obra, slo utilizé la abreviatura «Ice»
aqui y en una dnica ocasién més, en'Moisds y la religidn monoteista
(19394), AE, 23, pap. 92.1
67y eslovacos, que ademas desarrollan actividades diversas.
Entonces las cosas podrian distribuirse asi: en Ia montafia
viven los alemanes, criadores de ganado; en tierra Ilana,
los magiares, que cultivan cereales y vitias; y en los lagos,
Jos eslovacos pescan y trenzan junco. Si esta distribucién
fuera tersa y no contaminada, regocijarfa a un Wilson;"!
también seria muy cémoda para dictar las clases de geogra-
fia. Empero, lo probable es que si ustedes recorren la co-
marca hallen menos orden y més contaminacién. Alemanes,
magiates y eslovacos viven entreverados por doquier, en la
montafia hay también agricultores y en la Hanura se cria
ganado. Desde luego, algo seré como ustedes lo esperaban,
pues en el monte no se puede pescar y en el agua no crece
la vid. Sin duda, la imagen que tenian de la comarca puede
ser la correcta a grandes rasgos; en el detalle, tendrin que
admitir_divergencias.
No esperen que, acerca del ello, vaya a comunicarles mu-
cha de nuevo excepto el nombre, 5k} pHREIOSUSIREEED
poco que sabemos de ¢
lo hemos averiguado mediante el estudio del trabajo del sue-
fio y de la formacién de sintomas neursticos, y lo mejon{tig>
aproximamos al ello con comparacio-
nes, 1o Ilamamos un caos, una caldera lena de excitaciones
borbotcantes. Imaginamos que en su extremo esté abierto
hacia lo somético, ahi acoge dentro de si las @HeCeSi@AdeD
GAGORAETyue cn Al hallan su expresién psiquica," pero
no podemos decit en qué sustrato. Desde las pulsiones se
Ilena con energia, pero no tiene ninguna organizacién, no
concentra. una voluntad global, slo el faeTSFOGUFaTEAD
Gisfaccionla as necesidades pulsionales con observancia del
14 [Sefialemos que aproximadamente un afl antes de escribir esto,
Freud habia estado colaborando con W. C, Bullitt, a la sazin embaja-
dor norteamericano en Berlin, en el borrador de un estudio psicolégico
sobre el presidente Wilson,’ acerca de cuyo discernimiento politico
Freud tenia opiniones sumamente criticas. Bullitt publics (en inglés)
un estudio sobre Wilson en 1966, reconociendo a Freud como coautor.
Pero aunque Ja influencia de las’ ideas de este es bien clara en dicha
obra, no parece haber en ella nada efectivamente escrito por Freud,
salvo la «lntroduccién» (Freud, 19665), cuyo manuscrito alemén se ha
conservado y cuya traduccién al inglés, tal como aparece en el libro,
fue hecha presumiblemente por el propio Bullitt.)
13 (Freud considera aqui a las pulsiones como algo fisico que tendria
su representacién psiquica en los procesos mentales, Se hallaré un
amplio examen de esta cuestién en mi «Nota intraductoria» a «Pulsio-
nes y destinos de pulsidn» (1915c), AE, 14, pags. 107 y sigs.]
68principio de placer. Las leyes del pensamiento, sobre todo
el principio de contradiccién, no rigen para los procesos del
ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a las otras sin
cancelarse entre si ni debitarse; a lo sumo entran en forma-
ciones de compromiso bajo la compulsién econémica domi-
nante a la descarga de energia. En el ello no hay nada que
pueda equipararse a la negacién {Negation}, y aun se per-
cibe con sorpresa la excepcidn al enunciado del filésofo se-
gtin el cual espacio y tiempo son formas necesatias de nues-
tros actos animicos.'® Dentro del ello no se encuentra nada
que corresponda a la representacién del tiempo, ningéin
reconocimiento de un decurso temporal y —lo que es asom-
broso en grado sumo y aguarda ser apreciado por el pensa-
miento filoséfico— ninguna alteracién del proceso animico
por el trascurso del tiempo.!? Mociones de deseo que nunca
han salido del ello, pero también impresiones que fueron
hundidas en el ello por via de represién, son virtualmente
inmortales, se comportan durante décadas como si fueran
acontecimientos nuevos. Sdlo es posible discernirlas como
pasado, desvalorizarlas y quitarles su investidura energética
cuando han devenido concientes pot medio del trabajo ana-
Iitico, y en eso esttiba, no en escasa medida, el efecto tera
péutico del tratamiento analitico.
Sigo teniendo la impresién de que hemos sacado muy
poco partido para nuestra teorfa analitica de ese hecho,
comprobado fuera de toda duda, de que el tiempo no al-
tera lo reprimido. Y, en verdad, parece abrirsenos ahi un
acceso hacia las intelecciones més profundas. Por desgracia,
tampoco yo he avanzado gran cosa en esa direccién.
Desde luego, el ello no conoce valoraciones, ni el bien
ni el mal, ni moral alguna. El factor econémico 0, si us-
tedes quieren, cuantitativo, fntimamente enlazado_con_el
principio de placer, gobierna todos los procesos.
eMOS que eSO ¢s
todo en el ello. Parece, es verdad, que la energia de esas
mociones pulsionales se encuentra en otro estado que en los
demés distritos animicos, és movible y susceptible de des-
carga con ligereza mucho mayor,'® pues de lo contratio no
16 [Alude, por supuesto, a Kant. Cf. Més alld del principio de placer
(1926g), AE, 18, pag. 28.]
17 [En la seccién V de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pag. 184,
r. 4, se da una némina completa de las muy frecuentes referencias de
Freud a este punto, que se remontan a sus primeros escritos.]
18 [En muchos pasajes de sus obras menciona Freud esta diferen
‘Véase, en especial, «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pag. 185, y Mas
«lla del principio de placer (1920g), AE, 18, pags. 26-7. En esos dos
lugares atribuye la distincién a Breuer, teniendo presente, al parecer,
69se producitfan esos desplazamientos y condensaciones que
son caracteristicos del ello y prescinden tan completamente
de la cualidad de lo investido —en el yo Jo Hamariamos una
CQPRVEALCISALE! {Qué dariamos por comprender mejor
estas cosas! Ademés, ven ustedes que estamos en condicio-
nes de indicar para el ello otras propiedades y no sdlo la
de ser inconciente, y disciernen la posibilidad de que partes
del yo y del superyé scan inconcientes sin poscer los mi
mos caracteres primitivos ¢ irracionales.'*
El mejor modo de obtener una caracterizacién del yo
como tal, en Ia medida en que se puede separarlo del ello y
del supery6, es considerar su nexo con la més externa pieza
de superficie del aparato animico, que designamos como el
sistema P-Cc {percepcién-conciencia}. Este sistema est
volcado al mundo exterior, media las percepciones de este,
y en el curso de su funcién nace dentro de él el fendmeno
de la conciencia, Es el drgano sensorial de todo el aparato,
receptivo ademds no sélo pata excitaciones que vienen de
afuera, sino para las que provienen del interior de la vida
animica. Apenas si necesita ser justificada la concepcién se-
gin la cual el
Frente a estos, comparable al estrato cortical con que se To
dea una ampollita de sustancia viva. El vinculo con el mun-
do exterior se ha vuelto decisivo para el yo; ha tomado
sobre si la tarea de subrogarlo ante el ello y por la salud
del ello, que, en su ciego afin de satisfaccién pulsional sin
consideracidn alguna por ese poder extetno violentis
escaparia al aniquilamiento. Para cumplir esta func
yo tiene que observar el mundo exterior, precipitar una
copia de este en las huellas mnémicas de sus percepciones,
apartar mediante la actividad del examen de realidad [cf.
pag. 31, 7. 2] lo que Jas fuentes de excitacién interior han
afiadido a ese cuadro del mundo exterior. Por encargo del
ello (elivolgobierna los!accesos alalmotilidadyipero ha inter-
polado entre la necesidad y la accién el aplazamiento del
trabajo de pensamiento2” en cuyo trascurso recurre a los
una nota al pie de la contribucién tedrica de este tiltimo a Estudios
sobre la histeria (1895d), AE, 2, pags. 205-6. En «Lo inconcienter
(loc, cit.) afirma que «este distingo sigue siendo hasta hoy nuestra in
teleccidn mas profunda en la esencia de la energia nerviosa». Cf. tam.
bign infra, pag. 83x.)
3@ (Esta descripcién del ello se basa, en lo fundamental, en la
seccién V de «Lo inconciente» (1915e).]
20 [El examen de esto se retoma infra, pigs. 82-3.]
10restos mnémicos de Ia experiencia. Asi ha dest
tronado al
principio de placer, que gobierna de manera irrestricta el
decurso de los procesos en el ello, sustituyénd
lolo por el
principio de qgalidady que promete mas seguridad y mayor
éxito.
También el vinculo con el @GmOMBN dificil
bir, es proporcionado al g@ por el s
de descri-
stema percepcidn; ape-
nas es dudoso gue el modo de trabajo de este sistema da
origen a la representacién del tiempo? Ahora bien, lo que
singulariza muy particularmente al yo, a diferencia del ello,
es una) aD
sus procesos animicos,. que al ello
Te falta por completo. Cuando en lo que sigue tratemos so-
bre las pulsiones en la vida animica, cabe esperar que Jo-
graremos reconducir a sus fuentes este cardcter esencial del
yo? Por si solo produce aquel alto grado de organi:
que necesita el yo para sus mejores operaciones. EI
zacion
Tyo se de
arrolla desde la percepcién de las pulsiones hasta su gobier-
no, pero este iiltimo sdlo se alcanza por el hecho de que la
agencia representante de pulsién Lcf. pag. 68, 7
15] es su-
bordinada a una unién mayor, acogida dentro de un nexo.
Ajustdndonos a gitos populares, pod
Hasta ahora nos hemos dejado impresionar
famos decir que
por el re-
cuento de las excelencias y aptitudes del yo; es tiempo de
considerar el reverso de la medalla. En efecto, el!
un fragmento alterado
de manera
acorde al fin por la proximidad del mundo exterior amena-
zante. En el aspecto dinémico(@S{@a@eblefiba tomado pres-
tadas del ello sus energias, y alguna inteleccién tenemos so-
bre los métodos —podria decirse: las tretas— por medio de
los cuales sustrae al ello ulteriores montos de e1
nergia, Sin
21 [Cierta indicacién sobre lo que Freud quiso decir aqui se halla
en su «Nota sobre la “pizarra magica» (1925), Al
E, 19, pag. 247.]
2 [En verdad, Freud no se vuelve a ocupar del tema, aparente-
mente, en las presentes conferencias. — Esta caracteristica del yo
habia’ sido estudiada en detalle en Inbibicién, sinloma y angustia
(1926d), AE, 20, pags. 93.6. La tendencia del yo a la sintesis es
especialmente’ destacada en los esctitos de Ia ultima época de Freud
(entre otros, en ¢Pueden los legos ejercer el anélisis? (1926e), AE, 20,
pag. 184), pero el concepto estaba implicito en el madelo del yo que
trazé en los primeros tiempos. Asi, por ejemplo, desde el
1 perfodo de
Breuer designé casi siempre como «tepresentaciones inconciliables» a
aquellas que no pueden ser sintetizadas por el yo. Esta
figura en el primer trabajo sobre las neuropsicosis de defer
AE, 3, pig. 53, n. 18.1
rik
expresién ya
nsa (18942),errr ———
con objetos consetvados 0 resignados. Las investiduras de
abjeto parten de las exigencias pulsionales del ello. yo al
comienzo se ve precisado a registrarlas. Pero, identificéndo-
se con el objeto, se recomienda al ello en remplazo del obje
to, quiere guiar hacia si la libido del ello. Ya hemos averi-
guado [pég. 591 que en el curso de In vida el yo acoge
dentro de si gran ntimero de tales precipitados de antigus
investiduras de objeto. En ef conjur'>, aaa)
imple su tarea cuando
Ins cuales 50s SOON
. Podria compararse Ja
relacién entre el yo y el ello con la que media entre el
jinete y su caballo. El caballo produce la energia para la
locomocién, el jinete tiene ef privilegio de comandar la me.
ta, de guiar el movimiento del fuerte animal. Pero entre el
yo y el ello se da con harta frecuencia el caso no ideal de
que el jinete se vea precisado a conducit a su rocin adonde
este mismo quiere ir.
EI yo se ha divorciado de una parte del ello mediante
resistencias de represin {de desalojo}. Pero la represién no
se continéa en el interior del ello. Lo reprimido confluye
con el, resto del ello.
Un refrén nos previene que no se debe servit a dos amos
al mismo tiempo. El pobre yo lo pasa todavia peor: sirve
a tres severos amos, se empefia en armonizar sus exigencias
y reclamos. Estas exigencias son siempte divergentes, y a
menudo parecen incompatibles; no es raro entonces que el
yo fracase tan a menudo en su tarea, Fsos tres déspotas son
el mundo exterior, el superyé y el ello. Si uno sigue Tos
empefios del yo por darles razdn al mismo tiempo —mejor
dicho, por obedecerles al mismo tiempo—, no puede arre-
pehtirse de haber personificado a ese yo, de haberlo postu:
Jado como un ser particular. Se siente apretado desde tres
lados, amenazado por tres clases de peligros, frente a los
cuales en caso de aptieto reacciona con un desarrollo de
angustia, Por su origen en las experiencias del sistema per-
cepcidn esta destinado a subrogar los reclamos del mundo
exterior, pero también quiere ser el fiel servidor del ello,
mantenerse avenido con el ello, recomendarsele como obje-
to, atraer sobre si su libido, En’sus afanes por mediar entre
el ello y la realidad se ve obligado con frecuencia a disfra-
zar los mandamientos icc del ello con sus racionalizaciones
prec, a encubrit Jos conflictos del ello con la realidad, a
simular con insinceridad diplomética una consideracién por
la realidad aunque el ello haya permanecido rigido e infle-
descubre las
72xible. Por otra parte, el riguroso superyé observa cada uno
de sus pasos, le presenta determinadas normas de conducta
sin atender a las dificultades que pueda encontrar de parte
del ello y del mundo exterior, y en caso de inobservancia
lo castiga con los sentimientos ‘de tensién de Ia inferioridad
y de la concienci;
tarea econdmica, por establecer ‘qfacmonta
entre las fuerzas ¢ influjos que acttian dentro de él y sobi
él, y comprendemos por qué tantas veces resulta imposi-
ble sofocar la exclamacién: «jLa vida no es ficil!». Cuando
el yo se ve obligado a confesar su endeblez, estalla en angus-
tia, angustia realista ante el mundo exterior, angustia de la
conciencia moral ante el supery6, angustia neurdtiea ante la
intensidad de las pasiones en el interior del ello.
Quisiera figurar en un grafico modesto las constelaciones
estructurales de Ja personalidad animica, que he desartolla-
do ante ustedes; helo aqui:
P-Cc
ppreconcient
a
Bs FES
al
Aqui ven ustedes que el supery6 se sumerge en el ello; en
efecto, como heredero del complejo de Edipo mantiene inti-
mos nexos con él; esta més alejado que el yo del sistema
percepcidn* El ello comercia con el mundo exterior sélo a
través del yo, al menos en este esquema. Hoy nos resulta
28 [Si se compara este diagrama con el que aparece en El yo y el
ello (1923b), AE, 19, pig. 26, se apreciard como principal diferencia
que en ese grifico anterior no figuraba el superyd. Esta ausencia es
justificada en un pasaje posterior de la misma obra (ibid., pig. 38)
En la primera edicidn de estas conferencias, asi como en El yo 9 ef
ello, el diagtama se presentaba, como aqui, en forma vertical. Por
alguna razén (tal vez para ahorrar espacio), tanto en las Gesammelte
Werke como en los Gesamimelte Schriften aparecis apaisado, sin ni
guna otra modificacidn.]
73dificil, por cierto, decir en qué medida el grafico es correc:
to; en un punto seguramente no lo es. El espacio abarcado
por el ello inconciente deberfa ser incomparablemente ma-
yor que el del yo o el de lo preconciente. Les rego que lo
rectifiquen ustedes mentalmente.
Y ahora he de hacerles todavia una advertencia para
concluir estos dificiles y acaso no convincentes desarrollos.
No deben concebir esta separacidn de [a personalidad en un
yo, un superyé y un ello deslindada por fronteras tajantes,
como las que se han trazado artificialmente en Ia geografia
politica. No podemos dar razn de la peculiaridad de lo psi-
quico mediante contornos lineales como en el dibujo o la
pintura primitiva; més bien, mediante campos coloreados
que se pierden unos en otros, segtin hacen los pintores mo-
dernos. Tras haber separado, tenemos que hacer converger
de nuevo Io separado. No juzguen con demasiada dureza
este primer intento de volver intuible lo psiquico, tan di-
ficil de aprehender. Es muy probable que la configuracién
de estas separaciones experimente gtandes variaciones en
diversas petsonas, y es posible que hasta se alteren en cl
curso de la funcién e involucionen temporariamente. Algo
de esto parece convenir en especial a la diferenciacién entre
el yo y el superyé, la tiltima desde el punto de vista filogené-
tico, y la més espinosa. Es indudable que eso mismo puede
set provocado por una enfermedad psiquica. Cabe imaginar,
también, que ciertas practicas misticas consigan desordenar
los vinculos normales entre los diversos distritos animicos
de suerte que, por ejemplo, la percepcidn logre asir, en lo
profundo del yo y del ello, nexos que de otro modo le se-
tan inasequibles. Puede dudarse tranquilamente de que
por este camino se alcance la sabiduria ultima de Ja que se
espera toda salvacién. De todos modos, admitiremos que
los empefios terapéuticos del psicoandlisis han escogido un
arecido punto de abordaje. En efecto, su propésito @SIEOED
acerlo mas independiente del superys, ensan-
char su campo de percepcién y ampliar su organizacién de
manera que pueda
@lo# Donde Ello era, Yo debo devenit. Es un trabajo de
cultura como el desecamiento del Zuiderzee.
24 [Algo semejante se sostiene en el tiltiino capitulo de kt yo y el
ello (19236), AE, 19, pags. 56-7.]
4