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31° conferencia. La descomposicion de la personalidad psiquica’ Sefioras y sefiores: Sé que en sus vinculos con personas 0 cosas ustedes advierten Ia significacién del punto de parti- da, Le ocurtié también al psicoandlisis: en modo alguno fue indiferente para su ulterior desarrollo, ni para la acogi- da que tuvo, iniciar su trabajo por el sintoma, lo mas ajeno al yo que se encuentre en cl interior del alma, El sintoma proviene de lo reprimido, es por asi decit su subrogado ante el yo; ahora bien, lo reprimido es para el yo tierra extran- jera, una tierra extranjera interior, asi como la realidad —permitanme la expresién insdlita— es tierra extranjera exterior. Desde el sintoma, el sendero Hlevé a lo inconcien- te, a la vida pulsional, a la sexualidad, y fue la época en que el psicoandlisis tuvo que oir las agudas objeciones de que el ser humano no es mera criatura sexual, conoce también mo- ciones més nobles y elevadas. Habriase podido agregar que empindndose en la conciencia de esas mociones superiores se arroga hartas veces la facultad de pensar dislates y des- cuidar hechos. Ustedes tienen un mejor conocimiento; desde el comienzo mismo se sostuvo entre nosotros que el ser humano enfe ma a raiz del conflicto entre las jue dentro de él se eleva contra ellas, y en ningtin momento habiamos olvidado a esa instancia que resiste, rechaza, reptime, a la que imagindbamos dotada de sus fuerzas particulares, las pulsiones yoicas, y que coinci- dia justamente con el yo de la psicologia popular. Sélo que en el arduo progresar del trabajo cientifico tampoco el psi- coanilisis pudo estudiar todos Jos campos de manera simul- tanea ni pronunciarse de un solo aliento sobre todos los problemas. Al fin se bubo avanzado lo suficiente para apar- tar la atencidn de lo reprimido y ditigirla a lo represor; en- tonces nos enfrentamos a ese yo, que parecia ser tan’ evi- dente, con la expectativa cierta de hallar también ahf cosas 1 [La mayor parte del contenido de esta conferencia se tomé de los capitulos I, IT, III y V de El yo y ef ello (19236), con algunos agre- gados.] 53 para las cuales uno no podia estar preparado. Peto no fue fécil hallar un primer acceso. Sobre esto quiero informar- les hoy. Debo, sin embargo, formular mi conjctura de que esta exposicién mia de la psicologia del yo les produciré un efec- to diverso que su antecesora, la introduccién en el mundo psiquico subterréneo. No sé con certeza por qué habria de ser asi, En primer lugar, hallarén, creo, que antes les in- formé sobre todo acerca de hechos, si bien ajenos y raros, mientras que esta vez escucharén principalmente concepcio- nes, 0 sea especulaciones. Pero esto no da en el blanco; con. sideréndolo mejor, debo afirmar que la parte del procesa- miento conceptual del material de hechos no es macho mayor en nuestra psicologia del yo de lo que fue en Ia psi- cologia de las neurosis. También me vi forzado a desestimar otros fundamentos posibles de mi expectativa; ahora creo que ello se debe de algtin modo al carécter del material mis- mo y a nuestra falta de costumbre de tratar con él. Como- quiera que fuese, no me asombraré que se muestren ustedes en su juicio todavia més reservados y prudentes que hasta el momento. La situacién en que nos hallamos al comienzo de nuestra indagacién debe ensefiarnos por si misma el camino. Quere- mos tomar como asunto de ella al yo, a nuestro yo mas propio. Pero, ces posible hacerlo? El yo es por cierto el suje- to ms genuino: ¢cémo podria devenir objeto? Ahora bien, sin duda ello es posible. El yo puede tomarse a si mismo por objeto, tratarse como a los otros objetos, observarse, criti- catse, y Dios sabe cudntas ottas cosas podré emprender con- sigo mismo. Para ello, una parte del yo se contrapone al resto. El yo es entonces escindible, se escinde en el curso de muchas de sus funciones, al menos provisionalmente. Los fragmentos parcelados pueden reunificarse luego. Esto no es ninguna novedad, acaso no es sino una desacostumbrada in- sistencia en cosas consabidas. Por otra parte, estamos fami- Tiarizados con Ia concepcién de que la patologia, mediante sus aumentos y engrosamientos, puede Hamarnos Ja atencién sobre constelaciones normales que de otro modo se nos es- caparfan, Toda vez que nos muestra una ruptura o desga- tradura, es posible que normalmente preexisticra una articu- lacién. Si arrojamos un cristal al suelo se hace afiicos, pero no caprichosamente, sino que se fragmenta siguiendo lineas de escisién cuyo deslinde, aunque invisible, estaba coman- dado ya por Ja estructura del cristal. Unas tales estructuras 54 desgarradas y hechas afiicos son también los enfermos men- tales. Tampoco nosotros podemos denegarles algo del horror reverencial que los pueblos antiguos testimoniaban a los Jo- cos. Ellos se han extrafiado de la realidad exterior, pero jus- tamente por eso saben mds de la realidad interior, psiquica, y pueden revelarnos muchas cosas que de otra manera nos re- sultarfan inaccesibles. De un grupo de estos enfermos decimos que padecen el delitio de ser observados. Se nos quejan de que sin cesar, y hasta en su obrar més intimo, son fasti- diados por Ja observacién de unos poderes desconocidos, aunque probablemente se trata de personas; y por via aluci- natoria oyen cémo esas personas anuncian los resultados de su observacién: «Ahora va a decir eso, se viste para salir, etc.», Esa observacién no es por cierto idéntica a una perse- cucién, pero no esté muy lejos de esta; presupone que se desconfia de ellos, que se espera sorprenderlos en acciones prohibidas por las que deben ser castigados. ¢Qué tal si estos locos tuvieran raz6n, si en todos nosotros estuviera presente dentro del yo una instancia asf, que observa y ame- naza con castigos, con Ia sola diferencia de que en ellos se habria separado més tajantemente del yo y desplazado de manera errénea a la realidad exterior? No sé sia ustedes les pasa lo mismo que a mi. Después que bajo la fuerte impresidn de este cuadro patolégico hube concebido la idea de que Ja separacién de una instancia ob servadora del resto del yo podia ser un rasgo regular dentro de fa estructura del yo, esa idea no me abandoné més, y me vi empujado a investigar los otros caracteres y nexos de la instancia asi separada. Enseguida se da el paso siguiente. Ya el contenido del delirio de GbsetwacionPsugiere que el ob- servar no es sino una preparacién del €ijiicianlylcastigan, y ast colegimos que otra funcién de esa instancia.tiene que ser lo que llamamos (@UESAICOHCERENMORINo parece que dentro de nosotros haya algo que separemos de nuestro yo de manera tan regular y lo contrapongamos a él tan fa cilmente como lo hacemos con nuestra conciencia moral. Siento la inclinacién de hacer algo que me promete un pla- cer, pero lo omito con el fundamento de que mi conciencia moral no lo permite. O bien la hipertrdfica expectativa de placer me movié a hacer algo contra Jo cual elevd su veto la voz de la conciencia moral, y tras el acto ella me castiga con penosos reproches, me hace sentir el arrepentimiento por él. Podria decir simplemente que Ja instancia particular que empiezo a distinguir dentro del yo es la conciencia mo- ral, peto es mds prudente considetat auténoma esa instan- cia, una de cuyas funciones seria la conciencia moral y otra 55 la observacién de sf, indispensable como premisa de Ia acti vidad enjuiciadora de la conciencia moral. Y como cumple 21 recinocimiento de una existencia separada dat a Ja cosa un nombre propio, designaré en lo sucesivo «supery6p a esa instancia situada en el interior del yo. ‘Ahora estoy preparado pata que me pregunten irénica- mente si nuestra psicologia del yo se limita a tomar al pie de la letra abstracciones en uso y engrosarlas, mudarlas de conceptos en cosas, con lo cual no se ganaria mucho. Res. pondo que en la psicologia del yo sera dificil evitar lo con- a —=—CS—r.:—CiCSCiziKaisMSOCNWisC.zadzsaSGU vedlosos que de nuevos descubrimientos, Quédense por aho- ra con su critica desvalorizadoca, y esperen los préximos desarrollos, Los heches de la patologta proporcionan nucs tros empefios un cafiamazo que en vano buscarian ustedes a ee. familiarizado con la idea de un QUIRES! concebido, que Gee delete aioncinia (perigue cus pronio: prepouies es independiente del yo en cuanto a mi patrimonio cnergé tico, sc nos impone un cuadro patolgico que ilustra de ma- nera patente la severidad, hasta la erueldad, de esa instancia, asi como las mudanzas de su vinculo con el yo. Me tefiero al estado de la melancolia? més preeisamente del ataque melancélico, del cual ustedes sin duda habrén ofdo bastante aunque no sean psiquiatras. El rasgo mas lamativo de esta enfermedad, acerca de cuya causacién y mecanismo sebemos muy poco, es el modo en que el superye --digan ustedes solo pete sf: QMO. trata xl yo. Mientras que cn sus perfodos sanos ef melancdlico puede ser més o menos severo consigo mismo, como cualquier ofta persona, en el ate ueQHMMMBMIMBel ‘superyé se yuelve hipersevero, insul- ta, denigra, maltrata al pobre yo, le hace esperar los més gra- vves castigos, lo reprocha por acciones de un lejano pasado que en su tiempo se tomaron a la ligera, como si durante todo ese intetvalo se hubiera dedicado a reunir acusaciones Ossie acardarat an eral (orcilesiiento oa prea fe carclae 7 sobs eas base fornaalat eat onde a El superyé aplica el mds severo patton motal al yo que se le ha entregado inetme, y hasta subroga la exigencia de la mo- ralidad en general; ast, aprehendemos con una mirada que nuestro sentimiento de culps moral expresa la tensién en- tre el yo y el supery6, Es una experiencia muy asombrosa ver como un fenémeno periddico [en dichos pacientes] a esa 2 [En Ia terminologia moderna se hablaria probablemente de ade- presidn».] 56 moralidad que supuestamente nos ha sido otorgada e implan- tada tan hondo por Dios, En efecto, trascurrido cierto nti mero de meses el alboroto moral pasa, la critica del superyd calla, el yo es rehabilitado y vuelve a gozar de todos los derechos humanos hasta él préximo ataque. Y aun en mu- chas formas de Ia enfermedad se produce en los periodos intermedios algo contrario; el yo se encuentra en un estado de embriaguez beatifica, triunfa como si el superyé hubiera perdido toda fuerza o hubiera confluido con el yo, y este yo liberado, maniaco, se permite de hecho, desinhibidamen- te, la satisfaccidn de todas sus concupiscencias. He ahf unos procesos que rebosan de enigmas irresueltos. Esperarin ustedes, por cierto, algo mds que una mera ilustracién si les anuncio que hemos aprendido muchas co- sas acerca de la formacién del superyé, 0 sea, sobre la gé- nesis de la conciencia moral. Apoyandose en una famosa sentencia de Kant, que pone en relacién Ja conciencia moral en nosotros con ef ciclo estrellado, una persona piadosa muy bien podria sentir la tentacién de venerar a ambos co- mo las piezas maestras de la Creacién. Las estrellas son sin duda algo grandioso, pero por lo que ataiie a la conciencia moral, Dios ha realizado un trabajo desigual y negligente, pues una gran mayorfa de los seres humanos no la han reci- bido sino en escasa medida, o no en la suficiente para que valga la pena hablar de ella. En modo alguno desconocemos Ia parte de verdad psicolégica contenida en la afirmacién de que la conciencia moral es de origen divino, pero la tesis re- quiere interpretacidn. Si la conciencia moral es sin duda algo «en nosotros», no lo es desde el comienzo. Es en esto un opuesto de la vida sexual, que efectivamente esta ahi desde el comienzo de la vida y no viene a agregatse slo mds tarde. Peto el nifio pequefio es notoriamente amoral, no posee in- hibiciones internas contra sus impulsos que quieren alcan- zat placer. El papel que luego adopta el superyé es desem- pefiado primero por un poder externo, la autoridad paren- tal. El influjo de los progenitores rige al nifio otorgindole pruebas de amor y amenazdndolo con castigos que atesti- guan la pérdida de ese amor y no pueden menos que te- merse por s{ mismos. Esta angustia realista es la precursora de la posterior angustia moral;* mientras gobierna, no hace falta hablar de supery6 ni de conciencia moral. Sdlo més tat- * (Kant, Critica de la razén practica, «Conclusién», primer pé rrafo.} 3 [Esta cuestidn habia sido considerada en Inbibicién, sintoma y angustia (19264), AE, 20, pig. 122, y con més detalle en los capi- tulos VII y VILE de Ef malestar en la cultura (1930a).1 57 de se forma la situacién secundaria que estamos demasiado inclinados a considerar la normal: en el lugar de i instancia ‘parental aparece’ el superyé qu ahora observa al yo, lo guia y lo amenaza, exactamente como antes Jo hicieron los padres con el nifio. Abhora bien, el superyé, que de ese modo toma sobre si el poder, la operacién y hasta los métodos de la instancia parental, no es sdlo el sucesor de ella, sino de hecho su le- gitimo heredero. Proviene de ella en linea directa; pronto averiguaremos mediante qué proceso. Pero antes debemos considerar una discordancia entre ambos. El superyd, en una eleccién unilateral, parece haber tomado slo el rigor y la severidad de los padres, su funcién prohibidora y pu- nitoria, en tanto que su amorosa tutela no encuentra recep- cidn ni continuacién algunas. Si los padres ejercieron de hecho un severo gobierno, creemos Iégico hallar que tam- bién en el nifio se ha desarrollado un superyé severo, pero la experiencia ensefia, contra nuestra expectativa, que el puede adquirir ‘olveremos so- re esta contradiccién mds adelante, cuando tratemos acer- ca de las @€aSBOSiCIOHESUBUISIOHATES) en Ia formacién del su- peryé. (Cf. pag. 101.] En cuanto a la trasmudacién del vinculo parental en el superyé no puedo decirles tanto como me gustaria, en parte porque ese proceso es tan enmarafiado que su exposicién no cabe en los marcos de una introduccién como esta que pretendo ofrecerles, y en parte porque nosotros mismos no cteemos haberlo penetrado por completo, Conférmense en- tonces con las siguientes indicaciones. La base de este pto- ceso es lo que se llama una sea una asi- a consecuencia de fa cual ese primer yo se comporta en ciertos aspectos como el otro, Jo imita, por asi decir lo acoge dentro de si. Se ha compa- rado la identificacién, y no es desatino, con la incorpora- cin otal, canibélica, de la persona ajena, La identificacion es una forma muy importante de la ligazén con el prdjimo, probablemente la mds originaria; no es lo mismo que una eleccién de objeto. Podemos expresar la diferencia més 0 menos asf: cuando el varoncito se ha identificado con el padre, quiere ser como el padre; cuando lo ha hecho obje- to de su eleccidn, quiere tenerlo, poscerlo. En el primer caso su yo se alteraré siguiendo el arquetipo del padre; en el segundo, clo no es necescrio. Qt aaa @bjetopson en vasta medida independientes entre si; empe- 58 to, uno puede identificarse con la misma persona a quien se tomé, por ejemplo, como objeto sexual, alterar su yo de acuerdo con ella. Suele decirse que el influjo del objeto se- xual sobre el yo se produce con particular frecuencia en las mujeres y es caracteristico de la feminidad. En cuanto al que es con mucho el mas instructive de los nexos entre identi- ficacién y eleccién de objeto, ya tengo que haberles hablado en las anteriores conferencias. Es que se lo observa con har- ta facilidad asf en nifios como en adultos, en personas no males como en enferma: dentificindeseNEONTED) crigiéndolo de nuevo dentro de su yo, de suerte que aqui Ia 0 tegresa, por asi decir, Ni yo mismo estoy del todo satisfecho con estas puntua- lizaciones acerca de la identificacién, pero basta con que les parezca posible concederme que la institucién del superyd se describa como un caso logtado de identificacién con la instancia parental. Ahora bien, el hecho decisivo en favor de esta concepcién es que esa creacién nueva de una ins- tancia superior dentro del yo se enlaza de la manera més intima con el destino del complejo de Edipo, de modo que el superyé aparece como el heredero de esta ligazén de sen- timientos tan sustantiva para la infancia. Lo comprendemos: con la liquidacién {Auflassen} del complejo de Edipo el nifio se vio precisado a renunciar también a las intensas in: vestiduras de objeto que habia depositado en los progeni- tores, y como tesarcimiento por esta pérdida de objeto se refuerzan muchisimo dentro de su yo las identificaciones con los (EOGEAIOREEGue, probablemente, estuvieron pre- sentes desde mucho tiempo atrds Talestidentiencionsesy en westiduras de objeto re- su condicién de precipitados de i signadas, @EREDEHEARIMego con mucha frecuencia en la vida del nifio; pero responde por entero al valor de sentimiento de ese primer caso de una tal trasposicién que su resultado Uegue a ocupar una posicién especial dentro del yo. Una in- dagacién mas honda nos ensefia también que el superyd re- sulta mutilado en su fuerza y configuracién cuando el com- plejo de Edipo se ha superado sdlo de manera imperfecta + [En verdad, sdlo hay una breve alusién a esto en la 26% de las Conferencias de introduccién al psicoandlisis (1916-17), AE, 16, pag. 388, La identificacién se traté en el capitulo VII de’ Psicologia de las mesas y anélisis del yo (1921c), AE, 18, pags. 99 y sigs., y la formacién del supery, en el capitulo IIT de E! yo y ef ello (19235), AE, 19, pags. 30 y sigs.] 59 En el curso del desarrollo, el S@PEROIeOBEAademds, los in- flujos de aquellas personas que han pasado a ocupar el ugar de los padres, vale decir, @dueadoresyimaestrosangue ERREAIED Lo normal cs cu eGR SMSERSRVERTED de los individuos @atent@les originarios, que se vuclva por asi decir més y més impersonal. No olvidemos tampoco que el nifio aprecia a sus padres de manera diferente en diversos periodos de su vida. En la época en que el complejo de Edipo deja el sitio al superyé, ellos son algo enteramente grandioso; més tarde menguan mucho, También con estos (PRIRESPOSTEHIORESRe producen después identficaciones, pe ro Jo comin es que ellas brinden importantes contribucio- nes a la formacién del en tal caso, @{CGEHISOIOND G@BPy no influyen més sobre el superyé, que ha sido coman- dado por las primerfsimas imagos parentales.* Espero ya tengan la impresién de que nuestra postu: cién del superyé describe real y efectivamente una conste- lacién estructural, y no se limita a personificar una ab: traccién como Ia de la conciencia moral. Mencionaremos todavia una importante fancién que adjudicamos a ese su- pery6. Es también el @otidor|delldealideliyaicon el que el amma. al que aspira a alcanzar y cuya exigenci de una perfeccién cada vez mas vasta se empefia en cum- plir. No hay duda de que ese ideal del yo es el precipitado de la vieja representacién de los progenitores, expresa la admiracién por aquella perfeccién que el nifio les atribuia en ese tiempo. 5 [Freud examiné esto en «El problema econémico del masoquismo» (1924¢), AE, 19, pag, 173; digamos de paso que alli nos ocupamos, en una nota al pie, de su uso del término «imagon.] 8 [Este pasaje es algo oscuro, sobre todo respecto de Ja frase ader Trager des Ichideals» {acl portador del ideal del yo}. Al introducir el concepto de «ideal del yoo en su trabajo sobre el narcisismo (1914c), Freud lo distingui6 de «una instancia psiquica particular cuyo cometido fuese velar por el ascguramiento de la satisfaccién narcisista proveniente del ideal del yo, y que con ese ptopdsito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal» (AE, 14, pég. 92). Andlogamente, en la 26* de las Conferencias de intraduccién (1916-17), AE, 16, pag. 350, dice que el sujeto «siente en el interior de su yo el feinado de una instancia que mide su yo actual y cada una de sus actividades con un yo ideal, que él mismo se ha creado en el curso de su desarrollo». En algunos escritos de Freud posteriores a esas conferencias no es tan nitido este distingo entre el ideal y la instancia que lo pone en préctica. Tal vez aquf quiso restablecerlo identificando dicha instancia con el superyd, Consideraciones similares plantea el uso de «ldealfunktion» {efuncién de ideal>} tres pérrafos més adclante (pig. 62). Este punto &s tatado en mi eIntroducién» « El 30 y eee (19236), AE, 19, pag. 10, 60 Sé que han ofdo hablar mucho del sentimiento de infe- rioridad que distinguiria justamente a los neuréticos, Se hace bulla con él sobre todo en las Ilamadas «bellas letras». Un escritor que usa ei término «complejo de inferioridad» cree haber satisfecho todos los requerimientos del psicoand- lisis y elevado su exposicién a un nivel psicolégico superior. En realidad, la artificiosa expresién «complejo de inferio- ridad» apenas si se usa en el psicoandlisis. Para nosotros no significa algo simple, y menos atin algo elemental. Recon- ducirla a la autopercepcién de cualesquiera mutilaciones de Srgano, como gusta hacerlo la escuela de fa llamada «psico- logia individual», nos parece un miope error.’ El senti- to d fuerte T nifio se jo mismo le sucede al adulto. El tinico drgano considerado de hecho inferior es el pene atrofiado, el clitoris de la nifia.® Pero lo principal del sentimiento de inferioridad proviene del (BRA FSGRISUEPEVSIY, lo mismo que el sentimiento de @dlpaexpresa Ia tensién entre ambos. En general, es dif distinguir entre sentimiento de inferioridad y sentimiento de culpa. Acaso se harfa bien en ver en el primero el com- plemento erdtico del sentimiento de inferiotidad moral, En el psicoanilisis hemos prestado poca atencién a este pro- blema de deslinde conceptual. Jastamente por la gran popularidad que ha alcanzado el complejo de inferioridad me permito entretenerlos aqui con una breve digresién. Una personalidad histérica de nuestro tiempo, que atin vive, pero en la actualidad se ha retirado aun segundo plano, conserva cierta atrofia en un miembro por una lesién que sufrié durante su nacimiento, Un escri- tor muy famoso de nuestros dias, que se ha consagtado a las biografias de personas sobresalientes, traté, también Ia vida de este hombre que acabo de mencionar.” Ahora bien, parece sin duda dificil sofocar la necesidad de ahondamiento psicolégico cuando se escribe una biografia. Por eso nuestro autor se aventuré a edificar todo el desarrollo de cardcter de su héroe sobre el sentimiento de inferioridad que su defecto fisico no habria podido menos que provocarle. Al hacerlo pasé por alto un hecho pequeiio, pero no carente de importancia. Lo comtin es que Ia madre a quien el des- tino ha deparado un hijo enfermo o con alguna otra tacha 7 [Las opiniones de esta escuela se discuten en la 34* conferencia, infra, pags. 130 y sigs.) '5 [Véase una nota al pie agregada por Freud a su articulo sobre la diferencia anatémica entre los sexos (1925j), AE, 19, pig. 272.] 9 [Emil Ludwig en su libro sobre Guillermo II, publicado en 1926.] 61 busque resatcitlo de esa injusta desventaja mediante un exceso de amor. En el caso en cuestién Ja orgullosa madre se comporté de otto modo: privé de sur amor al hijo debido a su deformidad. Cuando el nifio se convirtié en un hombre de gran poder, probé de manera inequivoca con sus accio- nes que nunca habia perdonado a su madre. Si ustedes se percatan del valor del amor materno pata fa vida animica del nifio, corregirin sin duda mentalmente la teorfa de la inferioridad, sustentada por el bidgrafo. Volvamos al_suj judicado la CRERRED De nuestras puntualizaciones sobre su génesis se desprende que tiene por premisas un hecho bioldgico de importancia sin igual y un hecho psicolégico ineluctable: la prolongada de- pendencia de la criatura humana de sus progenitores, y el complejo de Edipo; a su vez, ambos hechos se enlazan estrechamente entre si. El superyé es para nosotros la sub- rogacién de todas las limitaciones morales, el abogado del afan de perfeccién; en suma, lo que se nos ha vuclto psi, colégicamente palpable de lo que se lama lo superior en la vida humana. Como él mismo se remonta al influjo de los padres, educadores y similares, averiguaremos algo més to- davia acerca de su significado si nos volvemos a estas fuen- tes suyas. Por regla general, los padres y las autoridades andlogas a ellos obedecen en la educacién del nifio a los preceptos de su propio superyé. No importa cémo se haya arreglado en ellos su yo con su superyé; en la educacién del nifio se muestran rigurosos y exigentes. Han olvidado las dificultades de su propia infancia, estén contentos de poder identificarse ahora plenamente con sus propios pa- dres, que en su tiempo les impusieron a ellos mismos esas gravosas limitaciones. Asi, el superyé del nifio no se edifica en verdad segtin el modelo de sus progenitores, sino segiin el superyé de ellos; se lena con el mismo contenido, de- viene portador de la tradicién, de todas las valoraciones per- durables que se han reproducido por este camino a lo largo de las generaciones. Entrevén ustedes qué importante ayuda para comprender la conducta social de los seres humanos (p. ej. la de la juventud desamparada), y acaso indicaciones précticas para la educacién, se obtienen de la consideracién del superys. Es probable que las concepciones de la histo- ria Iamadas materialistas pequen por subestimar este fac- tor. Lo despachan sefialando que las «ideologias» de los hombres no son més que un resultado y una superestructu- 62 ta de sus relaciones econémicas actuales. Eso es verdad, pero muy probablemente no sea toda Ja verdad. La huma- nidad nunca vive por completo en el presente; en las ideo- logias del superyé perviven el pasado, la tadicién de la raza y del pueblo, que sélo poco a poco ceden a los influjos del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese pasado opera a través del supery6, desempefia en la vida humana un papel poderoso, independiente de las relaciones econé- micas. [CE. pags. 165 y sigs.] En 1921 intenté aplicar la diferenciacién entre yo y su- peryé al estudio de la psicologia de las masas. Llegué a una formula como esta: Una masa psicoldgica es una reunién de individuos que han introducido en su superyé la misma persona y se han identificado entre si en su yo sobre la base de esa relacién de comunidad."° Desde luego, esa fér- mula es valida solamente para masas que tienen un conduc- tor. Si poseyéramos més aplicaciones de esta clase, el su- puesto del supery6 perderia para nosotros su tiltimo resto de extrafieza y nos emanciparfamos por completo de la estrechez que nos aqueja todavia cuando, habituados a la atmésfera del mundo subterr4neo, nos movemos en los es- tratos més superficiales, superiores, del aparato animico. Desde luego, no creemos que con la separacién del superyd hayamos dicho la wltima palabra sobre Ia psicologia del yo. Es més bien un comienzo, pero en este caso no es sélo el comienzo el que cuesta. Ahora nos aguarda otra tarea, por asi decir en el extremo contrapuesto del yo. La suscita una observacién realizada en el curso del trabajo analitico, una observacién que en verdad es muy antigua. Como ya ha ocurrido tantas veces, debié pasar mucho tiempo hasta que uno se decidiera a apreciar su valor. Ustedes saben que en realidad toda la teorfa psicoanalitica esté edificada sobre la percepcién de la resistencia que nos ofrece el paciente cuando intentamos hacerle conciente su inconciente. El signo objetivo de la resistencia es que sus ocurrencias se le deniegan o se dis- tancian mucho del tema tratado. El mismo puede discernir la resistencia también subjerivamente si registra sensaciones penosas cuando se aproxima al tema. Pero este tiltimo signo puede faltar. Entonces decimos al paciente que, segtin in- ferimos de su conducta, se encuentra ahora en estado de resistencia, y él responde que no sabe nada de ella, sdlo 1 [Psicologia de las masas (1921c), AE, 18, pégs. 109-10. 63 nota la traba de las ocurrencias. Se demuestra que nosotros tenfamos razén, pero, entonces, su resistencia era también inconciente, tan inconciente como lo reprimido en cuyo le- vantamiento trabajamos. Hace tiempo que se habria debido plantear esta pregunta: 1 principiante en el psicoandlisis responderé con ligereza: es justamente a re- sistencia de lo inconciente, ;Respuesta ambigua e inutiliz ble! Si lo que se quiere indicar es que procede de lo rep mido, tenemos que decir: sin duda que no. A lo reprimido tenemos que atribuirle mds bien una intensa pulsién aflo- rante, un esfuerzo por penetrar_en la conciencia, La re- sistencia sdlo puede ser una ue en su tiempo sde siempre lo hemos concebido asi. Puesto que suponemos en el yo una instancia particular que subroga k reclamos de limitacién y rechazo, el superyd, podemos afi mar gue la represién es la obra de ese superyd, él mismo Ia Ieva a cabo, 0 lo hace por encargo suyo el yo que le obedece. Entonces, si se da el caso de que en el anilisis al paciente GOUSTUEVEHS|CONCEHES MANTESISTEEIAD cllo sig nifica o bien que el o bien Pero en cualquiera de esos dos casos tenemos que darnos por ente- rados de la desagradable inteleccién de que (super-) yo y conciente, por un lado, y reprimido e inconciente, por el otro, en manera alguna coinciden, Sefioras y sefiores: Siento la necesidad de tomar aliento, de hacer una pausa que también ustedes considerarén bien- venida, y disculparme antes de proseguir. Quiero propor- cionarles complementos de una introduccién al psicoandlisis que inicié hace mas de quince afios, y tengo que compor- tarme como si en ese intervalo ustedes tampoco hubieran cultivado otra cosa que psicoandlisis, Sé que es una presun- cién inaudita, pero me encuentro inerme, no puedo obrar de otro modo. Sin duda se debe a la grandisima dificultad de proporcionar una visién del psicoandlisis a quien no es psi- coanalista. Créanme que no nos gusta aparecer como unos sectatios que cultivéramos una ciencia secreta. No obstante, debimos advertir y proclamar como una conviccién nuestra que nadie tiene el derecho a pronunciarse sobre el psicoané- lisis si no ha adquirido determinadas experiencias que sélo 64 pueden conseguirse sometiéndose uno mismo a un ané- lisis. Cuando quince afios atrés les dicté mis conferencias, procuré ahorrarles ciertos fragmentos especulativos de nues- tras teorias, pero justamente a ellos se anudan las adquisi- ciones nuevas de que debo hablarles hoy. Regreso al tema. En Ja duda sobre si el yo y el superyé mismos pueden ser inconcientes 0 sdlo despliegan efectos inconcientes, tenemos buenas razones para deciditnos en fa- vor de la primera posibilidad. Si; grandes sectores del yo y del superyé pueden permanecer inconcientes, son normal- mente inconcientes. Esto significa que la persona no sabe nada de sus contenidos y le hace falta cierto gasto de labor para hacerlos concientes. Es correcto que no coinciden yo y conciente, por un lado, y reprimido ¢ inconciente, por él otro. Sentimos la necesidad de revisar radicalmente nuestra actitud frente al problema de conciente-inconciente. Nuestra primera inclinacién es depreciar en mucho ef valor del ci terio de la condicién de conciente, puesto que ha demos- trado ser muy poco confiable, Pero nos equivocarfamos Ocurre como con nuestra vida; no vale mucho, pero es todo To que tenemos. Sin la antorcha de la cualidad «conciencia» nos perderiamos en la oscuridad de la psicologia de lo pro- fundo; pero tenemos derecho a ensayar una nueva orien- tacién No nos hace falta elucidar lo que debe Iamarse conciente, pues esté a salvo de cualquier duda. El mas antiguo y mejor significado de Ja palabra «inconciente es cl descriptiv Hamamos inconciente a un proceso psiquico cuya existen- cia nos vemos precisados a suponer, acaso porque lo de- ducimos a partir de sus efectos, y del cual, empero, no sabemos nada, Por tanto, nos referimos a él del mismo’ mo- do que si se tratara de un proceso psiquico de otro ser humano, salvo que es nuestro. Si queremos expresarnos de manera més correcta atin, modificaremos asf el enunciado: lamamos inconciente a un proceso cuando nos vemos pre- cisados a suponer que esta activado por el momento, aun- que por el momento no sepamos nada de él. Esta limitacién nos Ileva a pensar que la mayorfa de los procesos concientes Io son sélo por breve lapso; pronto devienen latentes, pero pueden con facilidad devenir de nuevo concientes. También podrfamos decir que devinieron inconcientes, siempre que estuvigramos seguros de que en el estado de latencia si- guen siendo todavia algo psiquico. Hasta este punto no habriamos averiguado nada nuevo, y ni siquiera adquirido 65 el derecho de introducir en la psicologia el concepto de un inconciente. Pero entonces se suma la nueva experiencia que podemos hacer ya en las operaciones fallidas. Por ejem- plo, para explicar ua desliz en el habla nos vemos obligados a suponer que en la persona en cuestion se habia formado un propésito determinado de decir algo. Lo colegimos con certeza a partir de la perturbacién sobrevenida en el dicho, pero ese propésito no se habia impuesto; por tanto, era in- conciente. Si con posterioridad se lo presentamos al hablan- te, puede reconocerlo como uno que le es familiar, en cuyo caso fue inconciente sdlo de manera temporaria; o puede desmentirlo como algo ajeno a él, en cuyo caso era incon- ciente de manera duradera."" De esa experiencia extraemos en sentido retrocedente el derecho de declarar inconciente también lo designado como latente. Y si ahora tomamos en cuenta estas constelaciones dindmicas, podemos distinguir dos clases de inconciente: una que con facilidad, en condicio- nes que se producen a menudo, se trasmuda en conciente, y otra en que esta trasposicidn es dificil, se produce sdlo me- diante un gasto considerable de labor, y aun es posible que no ocurra nunca. Para evitar la ambigtiedad de saber si nos refetimos a uno u otro inconciente, si usamos la palabra en el sentido descriptivo 0 en el dinimico, recurrimos a un cxpediente simple, permitido. Lananos iain. Jo inconciente que es si latent] y deviene conciente con tanta facilidad, y reservamos la designacién @iCOnCientes para lo otro. Ahora tenemos tres términos: conciente, pte- conciente e inconciente, con los cuales podemos desempe- fiarnos en la desctipcién de los fenémenos animicos. Repi- tamoslo: desde el punto de vista puramente descriptivo, también Jo preconciente es inconciente, pero no lo designa- mos as{ excepto en una exposicién Jaxa 0 cuando nos pro- ponemos defender Ja existencia misma de procesos incon- cientes en Ja vida animica, Espero me concederén que hasta aqui nada de eso es enojoso, y permite un cémodo manejo. Asi es; pero, por desdicha, el trabajo psicoanalitico se ha visto esforzado a emplear la palabra «inconciente» atin en un tercer sentido, y es muy probable que esto haya suscitado confusin. Bajo la nueva y poderosa impresidn de que un vasto e impor- tante campo de la vida animica se sustrae normalmente del conocimiento del yo, de suerte que los procesos que ahi ocurren tienen que reconocerse como inconcientes en el 1 ECE, la 4 de las Conferencias de introduccidn (1916-17), AE, 15, pag. 97.) 66 genuino sentido dindmico, hemos entendido el término «in- conciente» también en un sentido tépico o sistematico, ha- blado de un sistema de lo preconciente y de to inconciente, de un conflicto del yo con el sistema icc, y dejado que la palabra cobrara cada ver més el significado de una pro- vincia animica, antes que el de una cualidad de lo animico. El deseubrimicnto, en verdad incémodo, de que también see tores del yo y del superyé son inconcientes en el sentido dindmico produce aqui como un slivio, nes permite remo- ver una complicacién, Vemos que no tenemos ningéin dere- cho a llamar «sistema Icc» al Ambito animico ajeno al yo, pues la condicién de inconciente no es un cardcter exclusiva. mente suyo. Entonces, ya no usaremos mds ainconciente» en dl sentido sistematico y daremos un nombre mejor, libre de a rC~r.:C«CsaCi‘aC CCC taléndonos en’el uso idiomético de Nietzsche, y siguiendo una incitacién de Georg Groddeck [1923],’ en lo suce- sivo lo lamaremos @HIMEIEEB:e pronombre impersonal pa- rece particularmente adecuado pata expresat el principal ca racter de esta provincia nine, ALAA DEORE GPSuperys, yo y ello son ahora los tres reinos, Ambitos, provincias, en que descomponemos el aparato animico de la persona, y de cuyas relaciones recfprocas nos ocuparemos en Jo que sigue." Antes de hacerlo, sélo una breve intercalacién. Estardn ustedes descontentos por el hecho de que las tres cuali- dades de la condicién de conciente, y las tres provincias del aparato animico, no se hayan reunido en tres pacificas parejas; sin duda verdn en ello algo asi como un desluci- miento de nuestros resultados. Pero yo opino que no de- beriamos lamentarlo, sino decirnos que no poseiamos nin- gin derecho a esperar un ordenamiento tan terso. Permitan- me oftecerles una comparacién; es verdad que las compara- ciones no demuestran nada, pero pueden hacer que uno se sienta mds en su casa. Imagino un pais con una variada configuracién de su suelo: montes, Ilanuras y lagos, y con una poblacién mixta, pues en él moran alemanes, magiares 12 [Un médico alemin cuyas ideas anticonvencionales suscitaron gran interés en Freud.] 13 [En mi «Introduccion» a El yo y ef ello (19236), AE, 19, pags 4.11, reseiio 1a evolucién de las ideas ‘de Freud al respecto. Cabe des- tacar que, con posterioridad a esa obra, slo utilizé la abreviatura «Ice» aqui y en una dnica ocasién més, en'Moisds y la religidn monoteista (19394), AE, 23, pap. 92.1 67 y eslovacos, que ademas desarrollan actividades diversas. Entonces las cosas podrian distribuirse asi: en Ia montafia viven los alemanes, criadores de ganado; en tierra Ilana, los magiares, que cultivan cereales y vitias; y en los lagos, Jos eslovacos pescan y trenzan junco. Si esta distribucién fuera tersa y no contaminada, regocijarfa a un Wilson;"! también seria muy cémoda para dictar las clases de geogra- fia. Empero, lo probable es que si ustedes recorren la co- marca hallen menos orden y més contaminacién. Alemanes, magiates y eslovacos viven entreverados por doquier, en la montafia hay también agricultores y en la Hanura se cria ganado. Desde luego, algo seré como ustedes lo esperaban, pues en el monte no se puede pescar y en el agua no crece la vid. Sin duda, la imagen que tenian de la comarca puede ser la correcta a grandes rasgos; en el detalle, tendrin que admitir_divergencias. No esperen que, acerca del ello, vaya a comunicarles mu- cha de nuevo excepto el nombre, 5k} pHREIOSUSIREEED poco que sabemos de ¢ lo hemos averiguado mediante el estudio del trabajo del sue- fio y de la formacién de sintomas neursticos, y lo mejon{tig> aproximamos al ello con comparacio- nes, 1o Ilamamos un caos, una caldera lena de excitaciones borbotcantes. Imaginamos que en su extremo esté abierto hacia lo somético, ahi acoge dentro de si las @HeCeSi@AdeD GAGORAETyue cn Al hallan su expresién psiquica," pero no podemos decit en qué sustrato. Desde las pulsiones se Ilena con energia, pero no tiene ninguna organizacién, no concentra. una voluntad global, slo el faeTSFOGUFaTEAD Gisfaccionla as necesidades pulsionales con observancia del 14 [Sefialemos que aproximadamente un afl antes de escribir esto, Freud habia estado colaborando con W. C, Bullitt, a la sazin embaja- dor norteamericano en Berlin, en el borrador de un estudio psicolégico sobre el presidente Wilson,’ acerca de cuyo discernimiento politico Freud tenia opiniones sumamente criticas. Bullitt publics (en inglés) un estudio sobre Wilson en 1966, reconociendo a Freud como coautor. Pero aunque Ja influencia de las’ ideas de este es bien clara en dicha obra, no parece haber en ella nada efectivamente escrito por Freud, salvo la «lntroduccién» (Freud, 19665), cuyo manuscrito alemén se ha conservado y cuya traduccién al inglés, tal como aparece en el libro, fue hecha presumiblemente por el propio Bullitt.) 13 (Freud considera aqui a las pulsiones como algo fisico que tendria su representacién psiquica en los procesos mentales, Se hallaré un amplio examen de esta cuestién en mi «Nota intraductoria» a «Pulsio- nes y destinos de pulsidn» (1915c), AE, 14, pags. 107 y sigs.] 68 principio de placer. Las leyes del pensamiento, sobre todo el principio de contradiccién, no rigen para los procesos del ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a las otras sin cancelarse entre si ni debitarse; a lo sumo entran en forma- ciones de compromiso bajo la compulsién econémica domi- nante a la descarga de energia. En el ello no hay nada que pueda equipararse a la negacién {Negation}, y aun se per- cibe con sorpresa la excepcidn al enunciado del filésofo se- gtin el cual espacio y tiempo son formas necesatias de nues- tros actos animicos.'® Dentro del ello no se encuentra nada que corresponda a la representacién del tiempo, ningéin reconocimiento de un decurso temporal y —lo que es asom- broso en grado sumo y aguarda ser apreciado por el pensa- miento filoséfico— ninguna alteracién del proceso animico por el trascurso del tiempo.!? Mociones de deseo que nunca han salido del ello, pero también impresiones que fueron hundidas en el ello por via de represién, son virtualmente inmortales, se comportan durante décadas como si fueran acontecimientos nuevos. Sdlo es posible discernirlas como pasado, desvalorizarlas y quitarles su investidura energética cuando han devenido concientes pot medio del trabajo ana- Iitico, y en eso esttiba, no en escasa medida, el efecto tera péutico del tratamiento analitico. Sigo teniendo la impresién de que hemos sacado muy poco partido para nuestra teorfa analitica de ese hecho, comprobado fuera de toda duda, de que el tiempo no al- tera lo reprimido. Y, en verdad, parece abrirsenos ahi un acceso hacia las intelecciones més profundas. Por desgracia, tampoco yo he avanzado gran cosa en esa direccién. Desde luego, el ello no conoce valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El factor econémico 0, si us- tedes quieren, cuantitativo, fntimamente enlazado_con_el principio de placer, gobierna todos los procesos. eMOS que eSO ¢s todo en el ello. Parece, es verdad, que la energia de esas mociones pulsionales se encuentra en otro estado que en los demés distritos animicos, és movible y susceptible de des- carga con ligereza mucho mayor,'® pues de lo contratio no 16 [Alude, por supuesto, a Kant. Cf. Més alld del principio de placer (1926g), AE, 18, pag. 28.] 17 [En la seccién V de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pag. 184, r. 4, se da una némina completa de las muy frecuentes referencias de Freud a este punto, que se remontan a sus primeros escritos.] 18 [En muchos pasajes de sus obras menciona Freud esta diferen ‘Véase, en especial, «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pag. 185, y Mas «lla del principio de placer (1920g), AE, 18, pags. 26-7. En esos dos lugares atribuye la distincién a Breuer, teniendo presente, al parecer, 69 se producitfan esos desplazamientos y condensaciones que son caracteristicos del ello y prescinden tan completamente de la cualidad de lo investido —en el yo Jo Hamariamos una CQPRVEALCISALE! {Qué dariamos por comprender mejor estas cosas! Ademés, ven ustedes que estamos en condicio- nes de indicar para el ello otras propiedades y no sdlo la de ser inconciente, y disciernen la posibilidad de que partes del yo y del superyé scan inconcientes sin poscer los mi mos caracteres primitivos ¢ irracionales.'* El mejor modo de obtener una caracterizacién del yo como tal, en Ia medida en que se puede separarlo del ello y del supery6, es considerar su nexo con la més externa pieza de superficie del aparato animico, que designamos como el sistema P-Cc {percepcién-conciencia}. Este sistema est volcado al mundo exterior, media las percepciones de este, y en el curso de su funcién nace dentro de él el fendmeno de la conciencia, Es el drgano sensorial de todo el aparato, receptivo ademds no sélo pata excitaciones que vienen de afuera, sino para las que provienen del interior de la vida animica. Apenas si necesita ser justificada la concepcién se- gin la cual el Frente a estos, comparable al estrato cortical con que se To dea una ampollita de sustancia viva. El vinculo con el mun- do exterior se ha vuelto decisivo para el yo; ha tomado sobre si la tarea de subrogarlo ante el ello y por la salud del ello, que, en su ciego afin de satisfaccién pulsional sin consideracidn alguna por ese poder extetno violentis escaparia al aniquilamiento. Para cumplir esta func yo tiene que observar el mundo exterior, precipitar una copia de este en las huellas mnémicas de sus percepciones, apartar mediante la actividad del examen de realidad [cf. pag. 31, 7. 2] lo que Jas fuentes de excitacién interior han afiadido a ese cuadro del mundo exterior. Por encargo del ello (elivolgobierna los!accesos alalmotilidadyipero ha inter- polado entre la necesidad y la accién el aplazamiento del trabajo de pensamiento2” en cuyo trascurso recurre a los una nota al pie de la contribucién tedrica de este tiltimo a Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, pags. 205-6. En «Lo inconcienter (loc, cit.) afirma que «este distingo sigue siendo hasta hoy nuestra in teleccidn mas profunda en la esencia de la energia nerviosa». Cf. tam. bign infra, pag. 83x.) 3@ (Esta descripcién del ello se basa, en lo fundamental, en la seccién V de «Lo inconciente» (1915e).] 20 [El examen de esto se retoma infra, pigs. 82-3.] 10 restos mnémicos de Ia experiencia. Asi ha dest tronado al principio de placer, que gobierna de manera irrestricta el decurso de los procesos en el ello, sustituyénd lolo por el principio de qgalidady que promete mas seguridad y mayor éxito. También el vinculo con el @GmOMBN dificil bir, es proporcionado al g@ por el s de descri- stema percepcidn; ape- nas es dudoso gue el modo de trabajo de este sistema da origen a la representacién del tiempo? Ahora bien, lo que singulariza muy particularmente al yo, a diferencia del ello, es una) aD sus procesos animicos,. que al ello Te falta por completo. Cuando en lo que sigue tratemos so- bre las pulsiones en la vida animica, cabe esperar que Jo- graremos reconducir a sus fuentes este cardcter esencial del yo? Por si solo produce aquel alto grado de organi: que necesita el yo para sus mejores operaciones. EI zacion Tyo se de arrolla desde la percepcién de las pulsiones hasta su gobier- no, pero este iiltimo sdlo se alcanza por el hecho de que la agencia representante de pulsién Lcf. pag. 68, 7 15] es su- bordinada a una unién mayor, acogida dentro de un nexo. Ajustdndonos a gitos populares, pod Hasta ahora nos hemos dejado impresionar famos decir que por el re- cuento de las excelencias y aptitudes del yo; es tiempo de considerar el reverso de la medalla. En efecto, el! un fragmento alterado de manera acorde al fin por la proximidad del mundo exterior amena- zante. En el aspecto dinémico(@S{@a@eblefiba tomado pres- tadas del ello sus energias, y alguna inteleccién tenemos so- bre los métodos —podria decirse: las tretas— por medio de los cuales sustrae al ello ulteriores montos de e1 nergia, Sin 21 [Cierta indicacién sobre lo que Freud quiso decir aqui se halla en su «Nota sobre la “pizarra magica» (1925), Al E, 19, pag. 247.] 2 [En verdad, Freud no se vuelve a ocupar del tema, aparente- mente, en las presentes conferencias. — Esta caracteristica del yo habia’ sido estudiada en detalle en Inbibicién, sinloma y angustia (1926d), AE, 20, pags. 93.6. La tendencia del yo a la sintesis es especialmente’ destacada en los esctitos de Ia ultima época de Freud (entre otros, en ¢Pueden los legos ejercer el anélisis? (1926e), AE, 20, pag. 184), pero el concepto estaba implicito en el madelo del yo que trazé en los primeros tiempos. Asi, por ejemplo, desde el 1 perfodo de Breuer designé casi siempre como «tepresentaciones inconciliables» a aquellas que no pueden ser sintetizadas por el yo. Esta figura en el primer trabajo sobre las neuropsicosis de defer AE, 3, pig. 53, n. 18.1 rik expresién ya nsa (18942), errr ——— con objetos consetvados 0 resignados. Las investiduras de abjeto parten de las exigencias pulsionales del ello. yo al comienzo se ve precisado a registrarlas. Pero, identificéndo- se con el objeto, se recomienda al ello en remplazo del obje to, quiere guiar hacia si la libido del ello. Ya hemos averi- guado [pég. 591 que en el curso de In vida el yo acoge dentro de si gran ntimero de tales precipitados de antigus investiduras de objeto. En ef conjur'>, aaa) imple su tarea cuando Ins cuales 50s SOON . Podria compararse Ja relacién entre el yo y el ello con la que media entre el jinete y su caballo. El caballo produce la energia para la locomocién, el jinete tiene ef privilegio de comandar la me. ta, de guiar el movimiento del fuerte animal. Pero entre el yo y el ello se da con harta frecuencia el caso no ideal de que el jinete se vea precisado a conducit a su rocin adonde este mismo quiere ir. EI yo se ha divorciado de una parte del ello mediante resistencias de represin {de desalojo}. Pero la represién no se continéa en el interior del ello. Lo reprimido confluye con el, resto del ello. Un refrén nos previene que no se debe servit a dos amos al mismo tiempo. El pobre yo lo pasa todavia peor: sirve a tres severos amos, se empefia en armonizar sus exigencias y reclamos. Estas exigencias son siempte divergentes, y a menudo parecen incompatibles; no es raro entonces que el yo fracase tan a menudo en su tarea, Fsos tres déspotas son el mundo exterior, el superyé y el ello. Si uno sigue Tos empefios del yo por darles razdn al mismo tiempo —mejor dicho, por obedecerles al mismo tiempo—, no puede arre- pehtirse de haber personificado a ese yo, de haberlo postu: Jado como un ser particular. Se siente apretado desde tres lados, amenazado por tres clases de peligros, frente a los cuales en caso de aptieto reacciona con un desarrollo de angustia, Por su origen en las experiencias del sistema per- cepcidn esta destinado a subrogar los reclamos del mundo exterior, pero también quiere ser el fiel servidor del ello, mantenerse avenido con el ello, recomendarsele como obje- to, atraer sobre si su libido, En’sus afanes por mediar entre el ello y la realidad se ve obligado con frecuencia a disfra- zar los mandamientos icc del ello con sus racionalizaciones prec, a encubrit Jos conflictos del ello con la realidad, a simular con insinceridad diplomética una consideracién por la realidad aunque el ello haya permanecido rigido e infle- descubre las 72 xible. Por otra parte, el riguroso superyé observa cada uno de sus pasos, le presenta determinadas normas de conducta sin atender a las dificultades que pueda encontrar de parte del ello y del mundo exterior, y en caso de inobservancia lo castiga con los sentimientos ‘de tensién de Ia inferioridad y de la concienci; tarea econdmica, por establecer ‘qfacmonta entre las fuerzas ¢ influjos que acttian dentro de él y sobi él, y comprendemos por qué tantas veces resulta imposi- ble sofocar la exclamacién: «jLa vida no es ficil!». Cuando el yo se ve obligado a confesar su endeblez, estalla en angus- tia, angustia realista ante el mundo exterior, angustia de la conciencia moral ante el supery6, angustia neurdtiea ante la intensidad de las pasiones en el interior del ello. Quisiera figurar en un grafico modesto las constelaciones estructurales de Ja personalidad animica, que he desartolla- do ante ustedes; helo aqui: P-Cc ppreconcient a Bs FES al Aqui ven ustedes que el supery6 se sumerge en el ello; en efecto, como heredero del complejo de Edipo mantiene inti- mos nexos con él; esta més alejado que el yo del sistema percepcidn* El ello comercia con el mundo exterior sélo a través del yo, al menos en este esquema. Hoy nos resulta 28 [Si se compara este diagrama con el que aparece en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pig. 26, se apreciard como principal diferencia que en ese grifico anterior no figuraba el superyd. Esta ausencia es justificada en un pasaje posterior de la misma obra (ibid., pig. 38) En la primera edicidn de estas conferencias, asi como en El yo 9 ef ello, el diagtama se presentaba, como aqui, en forma vertical. Por alguna razén (tal vez para ahorrar espacio), tanto en las Gesammelte Werke como en los Gesamimelte Schriften aparecis apaisado, sin ni guna otra modificacidn.] 73 dificil, por cierto, decir en qué medida el grafico es correc: to; en un punto seguramente no lo es. El espacio abarcado por el ello inconciente deberfa ser incomparablemente ma- yor que el del yo o el de lo preconciente. Les rego que lo rectifiquen ustedes mentalmente. Y ahora he de hacerles todavia una advertencia para concluir estos dificiles y acaso no convincentes desarrollos. No deben concebir esta separacidn de [a personalidad en un yo, un superyé y un ello deslindada por fronteras tajantes, como las que se han trazado artificialmente en Ia geografia politica. No podemos dar razn de la peculiaridad de lo psi- quico mediante contornos lineales como en el dibujo o la pintura primitiva; més bien, mediante campos coloreados que se pierden unos en otros, segtin hacen los pintores mo- dernos. Tras haber separado, tenemos que hacer converger de nuevo Io separado. No juzguen con demasiada dureza este primer intento de volver intuible lo psiquico, tan di- ficil de aprehender. Es muy probable que la configuracién de estas separaciones experimente gtandes variaciones en diversas petsonas, y es posible que hasta se alteren en cl curso de la funcién e involucionen temporariamente. Algo de esto parece convenir en especial a la diferenciacién entre el yo y el superyé, la tiltima desde el punto de vista filogené- tico, y la més espinosa. Es indudable que eso mismo puede set provocado por una enfermedad psiquica. Cabe imaginar, también, que ciertas practicas misticas consigan desordenar los vinculos normales entre los diversos distritos animicos de suerte que, por ejemplo, la percepcidn logre asir, en lo profundo del yo y del ello, nexos que de otro modo le se- tan inasequibles. Puede dudarse tranquilamente de que por este camino se alcance la sabiduria ultima de Ja que se espera toda salvacién. De todos modos, admitiremos que los empefios terapéuticos del psicoandlisis han escogido un arecido punto de abordaje. En efecto, su propésito @SIEOED acerlo mas independiente del superys, ensan- char su campo de percepcién y ampliar su organizacién de manera que pueda @lo# Donde Ello era, Yo debo devenit. Es un trabajo de cultura como el desecamiento del Zuiderzee. 24 [Algo semejante se sostiene en el tiltiino capitulo de kt yo y el ello (19236), AE, 19, pags. 56-7.] 4

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