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= ol oc eg wm co ao =< = S ‘TATATUCK REISE ZUM KRISTALLBERG Jakob Streit © First Published 1984 Published by Agreement with Verlag Freies Geistesleben EL VIAJE DE TATATUCK A LA MONTANA DE CRISTAL, Jakob Streit © 2010 Editorial Idunn Ltda. Inscripcién Registro de Propiedad Intelectual: 188.791 ISBN: 978-956-8799-10-6 Hustraciones: Christiane Lesch ‘Traduccién: Ana Maria Rauh Editado y publicado por Editorial Idunn Ltda. Las Urbinas 81, oficina 3B, Providencia Santiago de Chile (56-2) 2334137 info@editorialidunn.cl wwweditorialidunnel Primera edicién: abril de 2010 Diagramacién de portada e interiores: Salgé Ltda, Impresi6n: Salesianos Impresores S.A. Derechos reservados. Prohibida su reproduccién. Indice Tatatuck va de Viaje Hacia la Primera Montafa Hacia la Segunda Montaiia Hacia la Tercera Montafia Hacia la Cuarta Montafia Hacia la Quinta Mentaiia Hacia la Sexta Montana La Montafia de Cristal Los Kobold-peleadores EI Kobold-hace jirones Kobold-maloliente y Kobold-astuto El Bosque Espinoso del Kobold-simulador El Kobold-picaro Los Kobold reciben una Tarea Nuevamente en la Gruta de los Cristales Enel Palacio del Rey Los Kobold bajan a la Tierra i 12 14 16 22 26 34 36 38 40 42 44 45 50 Tatatuck va de Viaje Habia una vez un pequefto gnomo que se llamaba Tatatuck. Era un gnomo muy solitario, pocas veces se hallaba en compaitia de los demas gnomos, pues era retraido. Durante mucho tiempo, Tatatuck habia estado deshilan- do raices bajo la tierra, esto le ayudaba a las plantas y a los arboles permi- tiéndoles un buen crecimiento. Ahora habia llegado el otofto y tenia menos trabajo. Tatatuck le pregun- t6 al maestro de raices: «;Puedo hacer una caminata y conocer algunas de las cuevas de la tierra?» El maestro de las raices aprobé su pedido. Como Tatatuck habfa ingerido gran cantidad de fuerza de sol durante su trabajo con las raices, su coraz6n de gnomo se habia armado de mayor valentia. Esa fuerza solar fluye hacia las raices de las plantas en flor: Ahora Tatatuck se encaminé solo hacia una gran gruta de cristal que se encontraba en las cercanias del castillo del rey de los gnomos. Tatatuck sabia que alli fulguraban los cristales mas bellos y él amaba los cristales. El aio anterior, cuando se habia aproximado a esa gruta para preguntar si podia trabajar alli, el maestro de los cristales habia rechazado su pedi- do: «jNo tienes fuerza con tu martillito, sigue deshilando raices!» le habia dicho. Tatatuck queria ver nuevamente esos hermosos cristales; tal vez, el maestro de los cristales no estaria en casa. Muy despacio, Tatatuck se aproximé a la entrada de la gruta. Habia alli una maravillosa luminosidad. De pronto se aproximé el maestro de los cristales y le dijo: «ja! Regres6 Tatatuck. :Sigues dando golpecitos tan suaves con tu martillo? Pero escucha: ya que ests aqui, hoy te daré una tarea, que es una prueba para ti. Puedes hacer un largo viaje para mi, quit ro saber si eres valiente. El caminar te dard fuerzas. Escucha entonces: caminando en direccién al sol naciente hasta el pais de las siete montaiias. En latiltima de las montaiias se encuentran los cristales mAs puros y bellos del mundo. Si puedes traer uno de esos cristales, se lo puedes regalar al rey que habita aqui, para su gruta de cristales. El te dira el lugar donde lo colocaras. ;Dame tu martillito!» Tatatuck extendi6 su martillito al maestro de los cristales. Durante un largo rato, éste con fuerza lo apreté con el pulgar, y cuando lo sacé6, ha- fa quedado impresa una marca. El maestro de los cristales dijo: «Estando impresa esta marca, nadie puede detenerte en el camino, pero a menudo tendras que defenderte. En los oscuros valles de las siete montafas habi- tan los Kobold” dafiinos. Estos granujas intentaran robar tu martillito. Si lo pierdes, ya no podrds buscar el cristal. No lo abandones nunca descui- dadamente sobre la tierra; debes mantenerlo siempre firmemente en tus manos, pues si te agreden demasiado, regresaras sin el cristal. Hubo otros muchos que tuvieron que abandonar. El maestro de los cristales de todos modos quiere que vuelvas junto a él». Luego de estas palabras, el maestro de los cristales le devolvié el martillito, le deseé buen viaje, y desaparecié dentro de la gruta de los cristales Allf estaba el pequefto Tatatuck, contemplando la marca del pulgar so- bre el martillito, y no sabia si alegrarse o sentir miedo. Después de haberlo pensado un poco, decidié alegrarse. Dio algunos saltitos y salié a caminar en direcci6n a la salida del sol. Cuando Tatatuck se disponia a salir del bosque, salié el maestro de las raices detras de un Arbol. Le cerré el paso y dijo con voz enojada: «;Dénde estés por irte, Tatatuck? No tienes permiso para salir del bosque. ;Vete ha- cia abajo, junto a las raices de los pinos!» Tatatuck habia obedecido siempre a esa voz, pero ahora titube6, de pron- to sacé el martillito y dijo: “Tengo que hacer una larga caminata al pais de las siete montafias. Asi lo ordend el maestro de los cristales. Ves, aqui en mi martillito el maestro de los cristales dej6 la huella de su pulgar». Con estas palabras le extendié su martillito al maestro de las raices. Este lo miré detenidamente y abrié sus ojos muy grandes: «jSi, asi es! ¢Qué debes hacer alli?» «Tengo que buscar un cristal en la séptima montafia y tengo que cui- dar mucho que no me roben el martillito». El maestro de las raices mene6 su cabeza y dijo: «Sera muy dificil que puedas cruzar la segunda montana. Los Kobold del valle son muy maliciosos. ;Te deseo buen viaje!» Con esto, el maestro de las raices le devolvié el martillito, mientras pensaba: «Pronto estard de vuelta para deshilvanar raices». Tatatuck siguié caminando confiado, Su mano estaba posada firmemen- te en el martillito guardado en su bolsillo. Eso le daba un poco de coraje. * Kobold gnomo travieso, 10 Hacia la Primera Montafia Al salir del bosque, Tatatuck vio que se levantaba una montafa, alla ade- ante, donde el valle terminaba. Un arroyo corria por el valle. El caminante buscé un lugar donde atravesar el agua. De pronto vio delante de él un puentecito. Se aproximé y dijo: «Abre tu pasarela, puentecito y permiteme llegar a la otra orilla». Crujié el puentecito y en su lado opuesto aparecié un Kobold. Tenia un ojo abierto y otro ojo medio cerrado. Al ver a Tatatuck sonrié socarrona- mente, observé en seguida que éste llevaba un martillito. Los Kobold no poseen martillitos, es por eso que tratan de quitarselos a los gnomos. El Kobold le pregunt6 cémo se lamaba, diciéndole con voz lisonjera: «Ven, Tatatuck jcruza el puente! Hacia donde vas?» Tatatuck contesté con cor- tesia: «He emprendido una caminata, quiero seguir mi viaje de inmediato. Tengo que cruzar la montaiia». Dijo el Kobold con voz zalamera: «Qué hermoso martillito tienes! ;Muéstramelo, te lo pido por favor!» Tatatuck quiso ser amable y lo sacé del bolsillo, sin embargo, lo mantuvo firmemen- te en Ja mano, justo en el lugar donde se encontraba la marca del pulgar. EL Kobold le pasé sus helados dedos de arafia al martillito e insistid con voz zalamera: «Por favor, quiero tomarlo con mis manos para probar el golpe que tiene. Por favor, te lo pido». Como Tatatuck no soltaba el martillito, de pronto el Kobold se enojé, tironeé con toda su fuerza al martillito y rasgu- fi6 a Tatatuck con sus ufas. Entonces, Tatatuck tomé impulso y lo golped sobre la mano rasguiiadora con el martillito. El Kobold pegé un grito y salié corriendo. Tatatuck estaba indignado, pero habia notado que la marea del pulgar habia traido mucha fuerza al martillito. Lo guard6é nuevamente en su bol- sillo e inicié el camino, ladera hacia arriba. IL Hacia la Segunda Montaria Tatatuck cruzé la montaiia, alegremente. Habia salido airoso del primer contratiempo. Descendié la ladera en el lado opuesto, llegando a un valle angosto. Dando muchas vueltas, encontré allf un arroyo. {Habria también aqui un puente? Pronto se vio rodeado por un espeso matorral, con lianas poco amistosas. Se hacia dificil poder avanzar y perdié la direccién. De pronto tuvo una idea: tom6 el martillito, lo colocé sobre su mano extendi- da con el mango hacia arriba. Con voz suave le dijo: «Martillito, querido martillito, muéstrame el camino». Entonces el martillito se incliné hacia el lado izquierdo. Tatatuck tomé esa direccién y muy pronto encontré una salida del matorral y las espinas. Escuché el murmullo del agua en las proximidades y de pronto vio otro puentecito. Nadie estaba alli. El puentecito era tan angosto y fragil, que se mecia con el viento. Con voz amable, exclamé: «Puentecito, mantén tu pasarela con firmeza Puentecito, déjame cruzar». Cruji6 el puentecito, como si dijera «si» y Tatatuck pas con mucho cui- dado por la oscilante pasarela. Apenas llegé a la orilla opuesta, sali del matorral un Kobold flaco, extrafiamente bamboleante. Estaba arrastrando una larga raiz y tena una rara manera de hablar: «Afi-afi-afirmate de mi ra-ra-raiz. Te puedo mostrar el ca-ca-camino». Tatatuck pens6: «Pobreci to, tan bamboleante; pero jqué generoso de su parte querer mostrarme el camino hacia la montaiia!». Sin embargo, este Kobold-picaro no era bueno. A todos los gnomos que lograba prender de su raiz, los llevaba al bosque espinoso hasta que quedaban enganchados de las espinas y no podian sol- tarse mas. Apenas Tatatuck se agarré con una mano a la raiz se qued6 pegado a la misma. No pudo soltar su mano. El Kobold-picaro se reia sarcdsticamente y seguia bamboledndose, arrastrando a Tatatuck en direccién al bosque 12 espinoso. Tuvo que seguitlo, queriendo o no queriendo. Por suerte habia colocado una sola mano en la raiz pegajosa. Con la mano libre tom6 su martillito y se dio un golpe sobre su mano pegada a la raiz. Sintio un fuerte dolor, pero la mano pudo soltar ahora la raiz. El Kobold-picaro dio un gri- to, puesto que también él habia sentido el golpe en todo su cuerpo y, con grandes saltos, desaparec en el bosque de las espinas. Tatatuck se froté el machucén que habia quedado en su mano y pens6: «{Cémo encuentro el camino?» Y ya se dio cuenta: nuevamente paré el martillito sobre su mano plana -que atin le dolia— y dijo en voz baja: «Martillito, martillito querido, muéstrame el camino». El martillito parado se incliné entonces hacia el lado derecho. Muy pronto Tatatuck encontré el estrecho sendero que lo condujo a través de la Segunda Montafia. 13, Hacia la Tercera Montafia Aliviado, Tatatuck bajé por la ladera del lado opuesto. Llegé a un angosto valle leno de piedras. Aqui, los Arboles ya no podian crecer, no habia tierra para sus raices; por donde se mirase se veia tan s6lo roca pelada. El sen dero llevaba a un desfiladero. Oscurecia y hacia frio. Comenzé a caer una | Hovizna. Cuando Hlegé al rio, vio un tronco quebradizo que atravesaba el agua. ,Seria ése el puente? Tatatuck pens6: «tengo que ser cortés», y dijo: «Puente de tronco de Arbol, buena pasarela, ¢Me llevas, para que pueda seguir mi camino?» Hubo entonces un sonido, como si alguien con una piedra golpease con- tra la madera. Tatatuck cruz6 con gran cuidado y un poco de miedo. Por eso, con una mano sostuvo fuertemente al martillito, con el otro brazo ha- cia equilibrio para pasar por ese tronco quebradizo. Pero finalmente lleg6 | a la otra orilla. La Iluvia goteaba por su barbita. De pronto, algo se movi6 cerca de él. Era un Kobold regordete, que se encontraba debajo de una piedra salida que le hacia de techo. No lo habia | visto Tatatuck, puesto que tenia el mismo color gris-azulado de la roca. Te- nia una cabeza muy grande dentro de la cual habia muchas ideas raras, ya { que era un Kobold-astuto. De inmediato habia visto el martillito tan especial del pequeiio gnomo y pens diciendo: «Pobre caminante, estas todo mojado, tienes frio. Muy cerca de : «jEse martillito sera mio!» Saludé a Tatatuck, { aqui esta mi cueva seca. Pronto llegar la noche y alli podras descansar cémodamente hasta mafiana». Tatatuck pens6: «Este s{ que es bueno, me ofrece su cueva para que me seque y duerma». Le dio las gracias y siguié los pasos del cabeza-grande hacia la cueva seca. | El Kobold-astuto le explicé a Tatatuck: «Ta dormirés a la izquierda, yo ala derecha. Al martillito lo podras guardar alli, en esta grieta de las piedras, para que no te moleste al dormir y cuando te das vuelta». Y diciendo esto, Je mostr6 una pequeia grieta en la pared de la cueva, cerca del lecho. Cerca 14 ee | de alli, se acosté Kobold-astuto. Dormia acostado sobre su barriga. Tan pron- to Tatatuck se extendi6 sobre el lecho, comenzé a recordar las palabras del maestro de los cristales: «jNo descuides nunca al martillito!» Sin hacer ruido alguno, se levanté, lo sacé de la grieta y lo guardé entre sus ropas. Asi se durmi6, la mano derecha posada sobre el martillito. En medio de la noche, cuando Tatatuck estaba durmiendo, Kobold-astuto se levant6, Con sus ojos de lechuza pudo ver también un poquito en plena oscuridad. Se arrastré hasta la grieta, donde sabia que estaba el martillito. Pens6: «Una vez que lo tenga, voy a desaparecer de inmediato». Cuando metio su mano en la grieta, su mano de garra tanteé el lugar, hacia arriba, hacia abajo... pero no habia martillito alguno. «Seguro que lo guardé sin que me diera cuenta. ;Pero se lo voy a sacar del bolsillo!» Como un sapo, se fue aproximando a Tatatuck y su mano fria se desliz6 sobre su cuerpo. Tatatuck estaba profundamente dormido. En el cinturén, nada encontré el Kobold. En el bolsillo, nada. Entonces sus dedos reco- rrieron el pecho de Tatatuck, donde estaba posada su mano. Despierto a medias y Tatatuck crey6 que de verdad era un sapo. Dio un fuerte grito, se incorporé, y reconocié al malvado. Kobold-astuto se asust6 de manera tal, que rodé por el suelo en direccidn a la entrada de la cueva, desapareciendo en la noche. Tatatuck se qued6 sentado sin atreverse a acostarse de nuevo. «jEse miserable ladr6n! Quiso robarme el martillito». El ladrén no regresé y cuando aclaré el dia, Tatatuck reinicié su viaje. 15 Hacia la Cuarta Montafia Pero hubo algo que Tatatuck no supo: Kabold-astito esa noche habia cruzado Ja montafia para ira ver asu hermano, el Kobold-maloliente. Conjuntamente con éste, discutié de qué manera le podian quitar el martillito al gnomo- caminante. Kobold-maloliente era muy suclo. Jamas se lavaba, jamés se limaba las fas contra las piedras. Y es asi que tenia un olor més fuerte que la sucie- dad del cerdo. El mismo se habia acostumbrado tanto, que ni lo notaba. Kobold-astuto le conté como en Ja cueva habia fallado en quitarle el mar- tillito. «Tienes que ayudarme! Esta mafiana seguro que estara aqui. Lo vi perfectamente: el martillito tiene una huella de dedo de cristal en su cabo. Con ese martillito podriamos hacer magia para dahar a otros: Mientras el gnomito lo tiene en sus Manos, hasta tiene mas fuerza que nosotros dos juntos». El Kobold-maloliente dijo con su vou desagradable: «Le podemos tirar a los ojos polvillo del hongo marrén; por un rato estaré ciego. {Uh, y como arde! Por un rato se frotara los ojos con ambas manos y le podremos quitar el martillo». ‘Todo eso no lo sabia Tatatuck, mientras alegremente pasaba por la Ter- cera Montafia. Tenia la esperanza que en una regiGn tan solitaria ya no existieran Kobold. En el angosto valle al que estaba legando, se extendia tun pantano. El suelo eza fangoso de modo tal, que a Tatatuck le costaba trabajo avanzat. No habia puente a la vista. Noté, sin embargo, que en un lugar sobresalian unas piedras del agua. Tal vez podia cruzarse por ese lu- gar. Tatatuck miré a su alrededor con mucha cautela. Nada se movia en la orilla opuesta, pero habia alli un extraio mal olor, que no pudo explicarse. Salt6 de piedra en piedra. Cuando hubo alcanzado la orilla opuesta salié una figura extrafia detras de unos juncos: de arriba hacia abajo su cuerpo velludo estaba cubierto de mugre, mocos le salian de la nariz y mostraba unos dientes marrones- amarillentos. Tenia la voz de un cerdo cuando dijo: «Este lugar es muy 16 peligroso para los caminantes. Los pozos del pantano pueden tragarte>. Cuando el Kobold-maloliente se acercé mas, Tatatuck casi no pudo respirar. Con la mano, que habia tenido oculta en la espalda, el Kabold-maloliente hizo un rapido movimiento y soplé polvillo de hongo a los ojos de Tata- tuck que no pudo ver nada y los ojos le ardian, provocdndole un fuerte dolor. Tatatuck tuvo un solo pensamiento: «Tengo que tener con toda mi fuer- za al martillito». Del dolor, le lloraban los ojos, pero ningtin lamento salid de su boca. De pronto escuché una segunda voz, conocida. {No era el Kobold-astuto? Justo le decia a su compafero: «Esperemos un rato, pronto lo dejard caer». Las lagrimas habian lavado una parte del polvillo de hongo, de modo que pudo ver ahora un poquitito. Se acereé al arroyo, y con la mano libre se lavé los ojos, que seguian ardiéndole terriblemente. Lo principal: no habia perdido la vista. Los dolores iban pasando. Cuando miré a su alre- dedor vio a los dos Kobold escondidos detras de una roca, observandolo. iQue se aproximen! {Cuantos golpes les daria sobre sus cabezas! Pero no se atrevieron. Tatatuck colocé su martillito sobre su mano plana. Sefialaba rio arriba. Salié caminando en la direccién senalada. Alli, el pantano habia terminado y el piso era firme. Un angosto sendero llevaba ladera arriba. Los dos Kobold no se atrevieron a seguirlo. Kobold-astuto dijo: «Esperemos hasta que regrese; tal vez podamos tirarlo dentro de un pozo del pantano y arrancarle entonces el martillito». Tatatuck pas6 la cumbre de la cuarta montaita y pens6: «Kobold peores, seguro no pueden existir». Qué suerte que habia podido escaparse. Qué suerte que sus ojos ya no ardian. 7 Hacia la Quinta Montafia Cuando Tatatuck bajaba la ladera en direcci6n al valle, pens6: «Sdlo falta cruzar dos montaiias para llegar a la Montafia de Cristal». Se habia dado cuenta que en su viaje las montaias eran cada vez mas altas, y los cami- nos cada vez més largos. Sin embargo, le parecié que a la vez sus piernas tenfan cada vez mayor fuerza. De modo que alegremente descendia hacia el valle, que ~como desde alla arriba ya se notaba-, estaba cubierto por un verde bosque. El arroyo torrentoso, que corria en el valle, mostraba tener muchas cascadas y burbujas sobre sus olas. Comenzé a soplar un fuerte viento que movia las ramas de los Arboles. Al llegar Tatatuck al arroyo torrentoso, no vio ni puente ni piedras que sirvieran para el cruce. Hasta donde llegaba la vista, no habia paso alguno, de modo tal, que pidié ayuda una vez masa su martillito. ;Cudnto se asom- br6!, pues el martillito indicaba exactamente a la gran cascada que caia justamente delante suyo desde una piedra. El agua cafa con gran fuerza. Pens6: «jEso no es posible! Seguramente que yo mismo incliné el mango hacia esa direccién». En voz baja pregunté: «martillito, querido martillito ghay un camino? ;Por favor, muéstrame una pasarela!» Pero he ahi que el martillito indicaba nuevamente en direcci6n a la to- rrentosa cascada. «Sera entonces que ese torbellino es el que debe cru- zarse?» pens6 Tatatuck. Lentamente se aproxim6 a la cascada. De pronto se dio cuenta que detras del agua que caia, y pegado a la pared, habia un angosto sendero que Ilevaba a la orilla opuesta. Vio entonces, que dentro del finisimo polvillo del agua habia unos silfos que danzaban y que lo esta- ban saludando. Tomé coraje entonces, apreté con fuerza su martillito y se encamin6 por el sendero de la cascada. {Como bramaba el agua! Los silfos lo rodearon con su danza vertiginosa, que casi le provocé un mareo. Quiso sentarse un poco pero el martillito vibraba inquieto en sus manos, asi que paso a paso siguié hacia delante hasta que, con toda felicidad, egé a una pradera florida en la orilla opuesta. Pero ,qué estaba pasando alli? Por doquier vio tiradas flores arrancadas, deshechas. Las hojas de los arbustos 18 estaban desgarradas, las ramas quebradas. Por aqui andaba el Kobold-hace jirones. De pronto Tatatuck vio cémo el malvado estaba picoteando unos hermosos hongos que crecfan debajo de unos Arboles, mientras gritaba con una voz salvaje. Vio cémo una ardillita trep6 asustada por un Arbol, para desaparecer alld arriba dentro de su nido. Pero el Kobold-hace jirones la hab{a visto. Rapidamente subié detras de la ardillita; mientras subia, iba arrancando unas pifias, arrojéndolas a un pajaro sentado sobre una rama. Con un grito, el pajaro salié volando. Ahora, el rojo Kobold-hace jirones habia Uegado junto a la ardillita. Con pifias tap6 la entrada y la salida del nido. Lo arrancé del tronco y bajé con la ardilla, presa dentro de su propio nido. Gruité con avidez y comenz6 a despedazar el nido. Tatatuck tuvo que ver como arrastr6 de su nido a la an- gustiada ardillita, agarrandola luego del cogote, mientras que con la otra mano le estaba arrancando jirones de su pelo. jEso si que era demasiado! Tatatuck salié de su escondite, corrié hacia el atormentador y golped con toda su fuerza esas garras-hace-trizas y la espalda del malvado. Este dio un grito de dolor y solté la ardillita. Luego desapareci6, aullando entre los arboles. Nunea antes, Tatatuck habia sentido una ira semejante. Agotado, se sent6 sobre una piedra. Despavorida, la ardillita habia huido al bosque; ahora, sin embargo, se acercé a su salvador; se sent6 sobre el musgo, un poco alejada atin de Tatatuck, y se paré sobre sus dos patas traseras. Con : «Me has salvado. Me hubiese desgarrado por completo. No puedo quedarme ya aqui. ;Puedo una mirada Ilena de gratitud miré a Tatatuck y dij acompafiarte? {Ti eres bueno!» La ardillita movié sus patitas delanteras como en imploracion. A Tatatuck de pronto le parecié maravilloso tener un acompafante, un amigo, con el cual podia charlar en sus solitarias caminatas. Como asintié con la cabeza, la ardillita salt6 sobre su falda. Tatatuck la acarici6. El ani- malito miré al suelo, donde habfan caido unos mechones de su pelo. Por suerte, el Kobold-hace jirones no le habia tocado Ja cola (jtan hermosa!) Tatatuck dijo: «Tengo atin un largo viaje, tengo que cruzar dos monta- fias, seria lindo si me acompaiias. Esta por llegar la noche, tenemos que encontrar un refugio». La ardillita respondi6: «El Kobold-hace jirones s6lo 19 hace sus fechorias aqui en el valle. Arriba en las montafias conozco una gruta solitaria, seria un buen refugio para esta noche». Tatatuck se levanté y mientras caminaba, la ardillita saltaba alegremente a su lado «Ven, va- Cuando ya casi habian llegado a la cumbre, la ardillita dij yamos hacia aquella roca». Llevé a Tatatuck a una pequefia cueva seca Alguna vez habia estado guardando nueces en ese lugar. Cuando el cielo se estaba tifendo con los colores del atardecer, los dos se acostaron para el descanso. Tatatuck mantuvo firme su mano en el martillito. El otro brazo lo curvé, como nidito, y alli se arrollé la ardillita. Mientras se encontraban tan apaciblemente juntos, Tatatuck pregunté: «Tienes un nombre, ardillita?» Y le contesté: «No, nadie me ha dado un nombre». El dijo: «Yo me llamo Tatatuck y a ti te doy el nombre de Husch-Kusch». Y luego le conté que tenia que llegar a la Séptima Montaia, para buscar alli un cristal para la gruta de cristales del Rey de los Gnomos. Husch-Kusch susurr6, ya medio dormida: «Tal vez yo pueda ayudarie algo en el viaje», pero ni ella supo cémo y qué. 21 Hacia la Sexta Montaiia Por la mafiana, Tatatuck desperté cuando Husch-Kusch salt6 de su brazo, y salié de la cueva para mirar cmo estaba el tiempo. De paso ibaa traerse una pifia para el desayuno. Tatatuck se levanté y la idea que pronto baja- rian al valle y luego pasarian la Sexta Montaiia, lo puso muy contento. «En el dia de hoy podré ver la montaiia de cristal». Cuando la ardillita vino con su pitta y comié las semillas, pregunté a Tatatuck: «:No quieres algunas?» Tatatuck rid y dijo: sol de las rafces, que me alcanza como alimento durante todo el invier- ‘Durante todo el verano tomé tantos sorbos de oro del no». Husch-Kusch no podia entenderlo muy bien y pensé: «Y bien, es un gnomo y tienen otras costumbres». Muy pronto los dos estaban subiendo el tiltimo tramo de la ladera hacia Ia cima. Se hacfa mas largo de lo imaginado. Llegados a la cumbre, la ar- dillita subi6 a un arbol, miré al valle y dijo: veo una montaiia con muchas puntas. El valle abajo esta surcado por un desfiladero». Caminando hacia abajo iban desapareciendo los arboles. El suelo se puso rocoso. De pronto se escucharon piedras que venian rodando, procedentes de escombreras. Husch-Kusch pregunt6: «Seran Kobold-roda piedras que hacen caer estas piedras juntas?» Tatatuck contest: «No veo a nadie. Pero tenemos que tener mucho cuidado». Tomé firmemente su martillito, diciendo: . Asi, los dos comenzaron el descenso de la montafa al valle del gran lago. Habia un silencio absoluto. No corria el menor vientecito y ninguna ola se movia. Cerca de la orilla florecfan nentifares blancos y rojizos y nadaban pececitos plateados y dorados. En las proximidades del lago ya no habia 23 Arboles, arbustos frondosos legaban hasta la orilla del agua misma. El sol se estaba aproximando al horizonte. Tatatuck estaba como hechizado y ni se dio cuenta que la ardillita estaba recorriendo la costa como si estuviese buscando algo. Se sent6 sobre una piedra y ya no records las peripecias y aventuras pasadas con los malvados Kobold. Aqui habia llegado a la paz y la serena, eterna, luminosidad. Tatatuck no sabia que en las profundidades, alli donde la montaiia tiene una oscura formacién de rocas, habitaba un negro Kobold de gran tamaiio. En realidad era un gigante que acechaba a todos los buscadores de crista- les para arrojarlos al lago. Tenia una larga vara con la cual podia hundir los barquitos que se aproximaran. Tatatuck por ahora estaba sumido en la contemplacién de aquel maravilloso mundo. De pronto escuché a la ardi- lita que se aproximé corriendo, dando unos extrafios silbidos. «;Qué te pasa, Husch-Kusch?» «jEncontré un barquito! ;Ven a verlo!» Tatatuck se levanté para seguir a la ardillita. En un recodo, rodeado por arbustos floridos, habfa un pequeiio bote. No habia remo alguno. La mitad del bote estaba sobre la costa y estaba Ileno de agua de Iluvia. Tatatuck comenzé a vaciarlo con sus manos. La ardillita buscé el remo en los alre- dedores, pero no pudo encontrarlo. Una vez vacio el barquito, también Tatatuck se puso a buscar el remo. No encontré nada. De pronto dijo la ardillita: «“Subamos. Yo me siento atrés y puedo remar con mi cola». De inmediato tom6 asiento en la parte indicada. Tatatuck empujé el barquito al agua y luego entré de un salto. La ardillita giro vigorosamente su cola, de modo tal, que el barquito, lentamente, fue navegando por las aguas del lago. Ya el sol estaba por desaparecer detras del horizonte: nubes con dorado fulgor navegaban por el cielo y se reflejaban en el agua. Desde la montaiia azul se aproximaba un cuervo. Dio vueltas volando alrededor del barquito. De sus voces, kra-kra-kra, Tatatuck escuch6 claramente un men- saje: «No vaydis a la montafia ahora. El gigante Kobold-negro esta despierto. Hundiria vuestro barquito. Est4 despierto toda la noche, pero duerme por la mafiana, cuando el sol asciende. Kra-kra, no vaydis a la montafia ahora». Tatatuck saludo al cuervo y le dio las gracias. Luego le dijo a Husch-Kusch: «No sigas remando, Tenemos que dejar pasar la noche. Es peligroso llegar a la montafia ahora. Me parece que podemos dormir aqui en el barquito, 24 en medio del lago. Seguramente que ya ests cansado de remar». Cuando la ardillita se acosté en el bote, de tan cansada que estaba, casi no se dio cuenta que tenia una cola. Tatatuck se acosté también, y muy pronto el animalito qued6 dormido en sus brazos. Tatatuck, sin embargo, contempls el palidecer de las nubes doradas, y miré las primeras estrellas que estaban apareciendo. Durante largo tiempo contemplé la montafia, rodeada por la noche. A veces apareci6 un centelleo en la montaiia, parecido a aquél de las estrellas. Tatatuck sabia que era la luz de los cristales. Vio la caida de una estrella fugaz sobre la montaita; resplandecié en la cima, y se apago. Y entonces también Tatatuck se interné al mundo de los suefios, rodeado por la noche estrellada. La Montaiia de Cristal Por la majiana, Tatatuck desperté cuando salfa el sol y la ardillita se paré en las patas traseras sobre su brazo, para poder tener una mejor visin de la region. Tatatuck dijo: «Buenos dias, Husch-Kusch, estas viendo algo especial?» «No, todo est luminoso. No se ve un Kobold-negro en ninguna parte. Voy a remar en direccién a la montaiia». El barquito comenzé a po- nerse en movimiento. Tatatuck observaba la montaita. En la parte inferior vefa rocas empinadas y oscuras. No habia playa plana para que pudiesen aproximarse con el barquito. ;Serfa posible bajar a la costa? Sacé el mar- tillito, pero no le dio mensaje alguno; Tatatuck pensé: «Seguramente que el martillito tiene razén. Yo mismo tengo que proceder con inteligencia ahora». En la proximidad de la montaiia aparecieron puntas rocosas en el agua, traidoramente ocultas debajo del espejo de agua, que podrian averiar el barquito. Tatatuck sacé la cabeza fuera de borda para ver a tiempo esas rocas filosas dentro del agua clara. La ardillita remaba lentamente con su cola y Tatatuck guiaba Ja nave adelante con las manos. Una vez Ilegados a la montaita, se aferré a la punta de una roca y pudo asi acercar el barquito a la costa. Dijo: «Husch-Kusch, tii te quedarés aqui en el bote. Yo treparé hacia arriba, all la montafia seré menos escarpada. Cuando encuentre un buen cristal, volveré de inmediato». Con sus dos patitas, la ardillita se aferr6 a la punta de la roca, puesto que no habfa nada donde atar la nave. Tatatuck siguié ascendiendo y ascen- diendo. Una vez que superé las empinadas rocas de la costa se encontré frente a la plena belleza de la montafia. La roca, de un azul profundo, esta- ba transpuesta de magnificas vetas en todos los colores. Lleg6 a la primera gruta con cristales. Eran de una transparencia inmaculada. ;Debia acaso desprender uno de esos bellos cristales para volver luego répidamente junto a la ardillita y al barquito? «jNo! ~se dijo Tatatuck- siempre puedo hacerlo a la vuelta. Primero quiero mirar otras grutas de cristales». Y al su- bir, llegé a una gruta con cristales rojo-rubi. «{Qué bello! se dijo- el color 26 de las brasas del fuego». Quiso desprender un cristal con su martillito, pero sintié el deseo de seguir subiendo. Encontré una gruta desde donde se desprendia un fulgor naranja y amarillo oro, luminosos como rayos de sol. {Debfa llevar estos cristales? Sacé su martillito, embelesado por esa be- lleza llena de luz. Sin embargo, antes de dar el primer golpe titubed, volvié a guardar el martillito y siguié subiendo. Tatatuck se olvid6 de todo: del tiempo, del Kobold-gigante, de la ardillita y del barquito, tal era el encanto que sentia frente a la magnificencia de esas grutas de cristales. En la proxima gruta se encontr6é con pequefios gru- pos de cristales transparentes, incoloros; parecian pequefios palacios de cristal. jLlevarle uno asi al maestro de los cristales! ;Cuanta alegria sentiria! Sacé nuevamente su martillito. Pero de pronto Ileg6 a su memoria que en su suefo habia visto una estrella fugaz, que justamente habia caido en la cumbre de la montajia. {Seria eso tal vez un anuncio? Siguié subiendo una vez mas. El sol ya se encontraba alto en el cielo. Se estaba aproximando el medio- dia. Se abrié ante su mirada una gruta con cristales verdes, que en su punta tenian sombreritos de color rosa. Al lado habia cristales de color celeste. «jEsos son los mas hermosos!» exclam6, mientras levantaba nuevamente su martillito para desprenderlos. Pero seria ésta Ja ultima de las grutas, la mas elevada? Miré hacia arriba y le parecié que podria haber otra gruta més. Volvi6 a guardar el martillito y se encamin6 a la punta de la montafia. De pronto le parecié que la montafia tenia un ojo. Era, sin embargo, la gru- ta més elevada. Para llegar hasta allf, tuvo que ascender un largo tramo. {Debia subir hasta alla? El sol habia legado al mediodia. Por la tarde des- pertaria el Kobold-gigante. Y de pronto recordé a la ardillita y el barquito, que estaban pegados a la roca, alld abajo. ¢Podria sostenerse amarrado por tanto tiempo? Pero habia algo en Tatatuck que lo impulsaba a llegar a la cima, pues era justamente alli donde se habia encendido la estrella del sue- Ao. Se apresur6 lo mas que pudo en el ascenso. Cuando llegé a Ja entrada de la gruta, se detuvo alli, como arraigado. Alli adentzo fulguraban grupos de cristales en todos los colores. De un lado comenzaba la gama con vio- leta, luego el rubi, el naranja, el amarillo oro, el verde, el celeste y el azul oscuro. Alli estaban los cristales, uno al lado del otro, dispuestos a manera 27 de una pequefia corona de cristal. Solemnemente, Tatatuck se aproximé y dijo quedamente: «Montafia de cri tal, regélame una piedra, jofrenda para el Rey sera!» Resoné entonces tn tono célido por la gruta, como si la montaiia res- pondiera: «jTémala!» Cuidadosamente, Tatatuck fue formando un arco con su martillito en una corona de cristal, especialmente bella. jNinguna punta debia quebrarse! Se olvid6 que el sol ya se encontraba en el medio- dia, golpeaba y golpeaba con su martillito. De pronto se produjo el corte, exactamente donde lo habia marcado, era como si la misma montaiia hu- biese aportado su ayuda. Tatatuck guardé el martillito y con gran cuidado fue moviendo la corona de cristal con ambas manos. De pronto, luminosa, la tuvo en sus manos. Caminando con gran cuidado se dispuso al descen- so. No debia resbalarse, caer, y dafiar los cristales. Abajo, muy lejos, veia el lago. Cuando llegé al lugar desde donde podria ver el barquito, se dio cuenta que ya no estaba alli. Durante horas, la ardillita habia permanecido sosteniéndose de la roca, pero luego se cans6 de manera tal, que se solt6 un poco para descansar. Y de inmediato se habia dormido. Una suave brisa movi6 al barquito aguas adentro. Tatatuck se sobresalté en lo mds profundo. Al recorrer la super- ficie del agua con su mirada, descubrié a lo lejos el barquito, pequesito como una cascara de nuez. Con voz alta, exclamé: «jHusch-Kusch!» ~y he ahi, el botecito se comenz6 a balancear. La ardillita habia escuchado la voz y comenzé a remar. Pero hubo alguien mas que habia escuchado el llamado de Tatatuck: el Kobold-gigante. Justamente estaba por despertarse Levanté la cabeza, reco: brio al barquito, pues estaba detras de unas rocas. No se habia dado cuenta de qué lado le parecié haber escuchado algo asi como un grito. El Kobold- con la mirada la montaiia, el lago, y no descu- gigante grufé: «Tal vez ha sido la corneja». Y se acost6 de nuevo Mientras tanto, Tatatuck habfa legado a las rocas junto al agua. El barquito se aproximé. Cuando la ardillita vio la hermosa corona de cris- tal, sintio tal asombro que olvidé pedir disculpas. Se aferré con fuerza a 28 la punta de la roca, de modo que Tatatuck pudo subir cémodamente al barquito. Su cara ir adiaba una dicha tal, que también parecia un cristal. La ardillita queria ya emprender la marcha, cuando de pronto pregunté: «gTatatuck, dénde esta tu martillito?» «;Santo cielo, lo olvidé arriba en la gruta!» Tatatuck colocé el cristal en el piso del barquito, salté a la roca de la orilla y subié trepando tan rapido como pudo. Nunca habia corrido tan rapido en toda su vida. Una vez se cay6, desprendiéndose algunas piedras, que fueron rodando hacia abajo. El Kobold-gigante levanté su cabeza y dijo: «;Sera el cuervo de las montaiias que esté buscando esca- rabajos?» Qued6 sentado y mir6 fijamente hacia la altura de la montaa. Por fin, Tatatuck llegé a la cumbre. Tomé su valioso martillito, lo apreté con fuerza contra su pecho mientras dijo: «Nunca, jamas volveré a ol- vidarte!» No descansé ningtin instante, presuroso comenzé el descenso, pero teniendo mucho cuidado para que no lo delataran las piedras que pudiesen rodar. EI Kobold-gigante estaba aburrido, se quedé sentado alli a pleno sol. Se levant6 y se desperezé para iniciar luego su caminata alrededor de la isla Una larga varilla le sirvié de bastén. Desafortunadamente se encaminé en direccién al lugar donde estaba aguardando la ardillita con el bote. Justa mente, cuando Tatatuck corria hacia la tiltima parte empinada para bajar al agua, lo vio el Kobold-gigante. Gruié: «No era una cornea! {Un bandido! jUn bandido!» Y con grandes pasos corrié hacia la roca. En ese momento, Tatatuck subié al bote y lo despegé con un fuerte empujén. La ardillita comenzé a remar, enloquecidamente, Kobold-gigante levanté la vara y dio un fuerte golpe al agua. Las olas salpicaron en todas las direcciones, pero el barquito ya se habia alejado de la orilla y las olas no pudieron causarle daio. Eso si, tambaleaba y habia peligro que volcase. Kobold-gigante dio un grito que parecia un rugido y levanté la vara. La ardillita remé con mayor fuerza. El Kobold-gigante levant6 una grandisima piedra, pero como estaba tan furioso calculé mal la distancia y cay6 al agua lejos del barquito. Rugié nuevamente, agarré un montén de pedregullo y lo arrojé al lago; parecfa una Iuvia las gotas que se levantaron. Final- mente, abandon6, puesto que el barquito ya se habia alejado demasiado como para que pudiese aleanzarlo. De pronto se escuché un fuerte crujido 29 Tatatuck vio cémo el iracundo Kobold-gigante golpeé su vara de madera contra la roca, donde se quebré en muchos pedazos Cuando el barquito se encontré fuera de peligro, la ardillita, agotada, dejé de remar. Se acosté en el piso, respirando agitadamente, extendiendo sus patas. Le parecié que iba a morir. Tatatuck acaricié su piel y le dijo: «Husch-Kusch, me has salvado el cristal. Te agradezco». Al cabo de un rato, la ardillita fue recuperandose. Tatatuck siguio acariciandola, mientras decia: «Husch-Kusch, puedes pedirme un deseo». Y en un susurro, la ardi- lita respondid: «Quiero quedarme contigo para siempre, Tatatuck». Por fin, la ardillita recuper6 todas sus fuerzas. ‘Tranquilamente, siguid remando el resto del camino. Tatatuck habia colocado el cristal sobre su falda y lo contemplaba embelesado. Al levantar su mirada a la montafia de cristal a través del lago, vio que desde el fondo se estaban levantando oscuras nieblas. El barquito legé a la orilla segura cuando el sol se aproxi- maba al horizonte. Tatatuck dijo: «Husch-Kusch, esta noche dormiremos una vez més en el barquito. Atin estoy sintiendo un temblor en todo mi cuerpo por todo lo que hemos vivido hoy. Fue el dia mas terrible, pero también mas hermoso de mi vida». Arrastré el barquito un poco més alla del agua, mientras que la ardillita se buscé una pita para la cena Cuando regres6, encontré a Tatatuck dormido dentro del bote. El cristal estaba sobre su pecho y lo amparaba con ambas manos. El sol se hundié detras de la montafia azul. A través de la niebla, aparecia nuevamente la misteriosa luz de las grutas de los cristales. La ardillita se hizo un ovillito al lado de Tatatuck, mientras pensaba: «Esta vida de viajes con Tatatuck es una maravilla». 30 Los Kobold-peleadores Cuando a la mafiana siguiente, Tatatuck y la ardillita se alejaron del Iu- gar donde habian pasado la noche, se preguntaron cémo seria su viaje de regreso, y el reencuentro con los Kobold que habian conocido. Tatatuck opin6: «Yo llevaré delante de mi el cristal en Ja mano. Su luz es incompara- ble. Tal vez hasta les guste a los Kobold». La ardillita respondi6: «Si no me equivoco, en el camino hasta la montafia de los cristales has crecido. Para mi que se debe al ascender y descender». Y era verdad. El mismo Tatatuck se sentia con mayor vigor y valentia en comparacion al comienzo de su viaje. Y es asi que ambos emprendieron el regreso. Ahora tenia que cruzar la Sexta Montafia. En el valle de los angostos desfiladeros se encontraban al acecho los dos Kobold-peleadores. Esperaban a alguien con quien pelear. El verde le dijo al rojo: «jQué vida tan aburrida!: nada que hacer, nadie con quien pelear...» Tras estas palabras, el verde golpe6 al rojo con el puito en la cabeza. Este devolvié el golpe y muy pronto se encontraban revolcandose en el suelo. Se mordian en los brazos, se tiraban del pelo. Al cabo de un rato, se sepa- raron, se acurrucaron ~cada uno por su lado- y estaban enojados el uno con el otro. En ese momento Tatatuck y la ardillita legaron al rio sin puente, con los seis torrentes y la pausa entremedio. Pero como ya sabfan cémo hacer, pronto llegaron a la orilla puesta. El Kobold-rojo exclamé: «jViene alguien!» El Kobold-verde se acercé de inmediato y entre los dos prepararon sus manos de garras para el ata- que, agazapados detras de una piedra préxima al sendero. Pero, equé era eso? Una extrafia luminosidad, compuesta por muchos colores, venia aproximadndose. Nunca habian visto algo parecido. Ambos dejaron caer sus manos preparados para el ataque y arrimaron sus cabezas al sendero, para poder ver mejor. Grandes se abrieron sus ojos entrecerrados. Abrie- ron sus bocas, tal como si quiisieran atin tragar aquella luz. del arcoiris. Tatatuck habia descubierto a los dos y notado su asombro. Se detuvo, 31 elevando el cristal un poco mas. Los dos Kobold salieron de su escondite y se aproximaron. La ardillita se encaramé6 rapidamente sobre la espalda y los miré desconfiada. Pero Tatatuck se dio cuenta que estaban hechiza- dos por la luz del cristal, y permitié que se aproximaran. El rojo balbuce6: «jAh, qué lindo!» Y el verde, burdamente, agreg6: jLindo!» Era la prime- ra vez en su vida que decfan que algo era lindo. El rojo siguié diciéndole a Tatatuck: «Podemos ir caminando detras de ti por un trecho? Aqui en el valle todo es aburrido. Lo tinico que nos queda es pelearnos para pasar el tiempo». Y el verde agreg6: «Abu-rrido». Tatatuck miré las manos con largas uflas de los dos, y pensé que muy bien podrian deshilvanar raices con ellas. Les contesté: «Si abandonan esa costumbre de peleas, les permito caminar con nosotros. Tal vez encuen- tre algo importante que puedan realizar con esas manos». Con una risita, el Rojo le dijo al Verde: «jEscuchaste? Sabe algo que podemos hacer con nuestras manos. Lo acompaiiamos!» ¥ es asi cémo llegaron a ser cuatro los que bajaron de la Quinta Montaiia al valle: adelante iba Tatatuck, a su lado iba Husch-Kusch; el Verde y el Rojo -tomados de las manos- los segufan a los saltitos, como podian. 32 Llegaron al Lugar donde estaba el Kobold-hace jirones Cuando el extraiio grupo cruzé la cima de la Quinta Montafia e iba ba- jando la ladera, la ardillita se inquieté sobremanera, diciendo: «Ay, ay! Tatatuck, ahora Iegamos al lugar donde el Kobold-hace jirones hizo trizas mi nido y me desgarré el pelo». Tatatuck respondi6: «No tengas miedo! Seguramente todavia le sigue doliendo su pata. Tan fuerte fue el golpe que le di con el martillito». A través del bosquecito llegaron a a pradera con las flores y hojas destrozadas. Casi todas las hojas habian sido arrancadas de los arboles y a los hongos todos se los veia pisoteados. El Kobold-hace jirones, que habia escuchado voces y pasos, se oculté a la vera del camino, para asaltar a los caminantes. Al estar espiando en- tre las piedras vio el cristal-arcoiris, adelante, junto al pecho de Tatatuck. Lentamente, salié de detras de la piedra y con las manos extendidas hacia delante, se encaminé hacia el cristal de Tatatuck. Con un silbido de terror, Ia ardillita se ocult6 en la espalda de Tatatuck. Pero he aqui, que cuando la luz del cristal cayé sobre las ufias encorvadas en las manos del Kobold-hace jirones, éstas comenzaron a enderezarse, mientras un temblor las recorrié. Los ojos y la boca del Kobold se abrieron grandes, mientras que su respi- racién iba muy de prisa. El Kobold-rojo y el Kobold-verde se aproximaron para atacarlo. Pero en eso, el Kobold-hace jirones de pronto comenzé a estornudar. Y lo hizo con tanta fuerza, que finalmente cayé sobre su nariz y tuvo que agarrarse del suelo. Tatatuck pens6: «Eso le hace bien. Con esos estornudos saca toda la maldad que levaba adentro». Después de que el Kobold-hace jirones hubie- se limpiado su nariz en el pasto, se levant6. El Kobold-rojo le dijo: «;Ven con nosotros! Tatatuck tiene un trabajo para nuestras manos». Una vez mas, el Kobold-hace jirones aproxim6 sus manos al cristal. Ya no temblaban tanto como antes. Le pregunté a Tatatuck: «;Tendras un trabajo también para mi?» Este contesté: «Ven con nosotros, ya encontraremos algo». Fue asi como el Kobold-hace jirones se colocé como tiltimo en la fila. Husch-Kusch caminaba al lado de Tatatuck, pero de vez en cuando miraba hacia atrés 34 para cerciorarse que al Kobold-hace jirones no se le metia nuevamente la furia a los dedos. Pero nada de eso sucedié. Llegaron a la cascada detras de la cual pasaba el sendero. De repente, el Kobold-hace jirones dio un aullido: «Alli no puedo pasar! Los silfos me arrastrarn a los torrentes. Tengo miedo, huu, hu». Entonces el Kabold- rojo y el Kobold-verde le tomaron cada uno de la mano y lo Hevaron por el sendero a través de la espuma, muy cerca detras de Tatatuck. Y asi pu- dieron emprender el camino, laderas hacia arriba, a través de la Cuarta Montana. Kobold-maloliente y Kobold-astuto En el préximo valle, el gordo Kobold-maloliente y el Kobold-astuto habian descubierto un profundo pozo del pantano, muy préximo al sendero. Alli estaban escondidos, esperando el regreso de Tatatuck, para tirarlo dentro del pozo y arrebatarle entonces su martillito. El Kobold-astuto ha- bia tapado el pozo con ramitas verdes, de modo que no se vefa. Los dos estaban agazapados junto al sendero que, saliendo del bosque, conducia al valle pantanoso. Aquel dia, desde muy temprano, se encontraban alli escondidos y se turnaban en la tarea de hacer embudo la oreja con la mano en direccién al sendero, para escuchar a tiempo el ruido de los pasos. Ya en proximidad de Ja puesta del sol, era Kobold-maloliente quien, apoyado en su codo, montaba la guardia junto al sendero. Pero, {qué era eso? Era el ruido de muchos pasos. Le dio un empujén al Koboli-astuto y dijo: «jViene algo!» Los dos se ocultaron detrés de los juncos, espiando desde alli al sendero. Como en el bosque ya crecfan las sombras ves- pertinas, el milagroso cristal de Tatatuck irradiaba una luz cada vez mayor. Cuando su rayo luminoso llegé a los ojos del Kobold-maloliente, el sobresalto lo impuls6 a dar un sordo grito. Cayé al costado y rod dentro del pozo tapado con ramas. El Kobold-astuto corrié en su ayuda y legé a tiempo justo para poder agarrarlo del copete y evitar as{ que se hundiera. Tatatuck se habia detenido, asombrado, pero sus tres Kobold se aproximaron de prisa al pozo en el pantano. El Kobold-hace jirones tind del Kobold-astuto, el Kobold-rojo tid del Kobold-hace jirones y el Kobold-verde tiré del Kobold-rojo. De esta forma, ti- rando todos juntos, se logré extraer al Kobold-maloliente del pozo del pantano. «jDeben lavarlo bien en el arroyo!» orden Tatatuck, pues estaba cubierto del Jodo del pantano. De inmediato lo sumergieron dentro del agua corriente y espumosa del arroyito. jEsa si que era una tarea para los Kobold de Tatatuck! Fregaron y enjuagaron tan vigorosamente al Kobold-maloliente, usando arena y musgos, que finalmente ya no tuvo mal olor alguno. El Kabold-rojo dijo: «De ahora en mas, puedes llamarte Kobold-lavado». El Kobold-astuto se acercé a Ta~ tatuck para ver de cerca la luz del cristal que tanto los habia asustado. Cuando 36 Jos maravillosos rayos legaron a sus ojos, dentro de su cabeza comenzé a crujir y a zumbar. Era que sus malos pensamientos se estaban escapando y de pronto le parecié que su cabeza estaba completamente vacia. Torpemente se encamin6 hacia una piedra y comenzé a limarse en ella sus encorvadas uiias, que parecfan unas garras. Al primer grito, Husch-Kusch se habia trepado a un pino, observando todo desde allé arriba. Y no pudo dar crédito a todo aquello que estaba vien- do. Un poco mas tarde, los cinco Kobold se reunieron frente a Tatatuck y todos ellos estaban contemplando el luminoso cristal. Tatatuck dijo: «Pronto legaré la noche. Quisiera atin cruzar la Tercera Montafia, antes de dormir». El Kobold-astuto contest: «Estaremos entonces en mi valle. Conozco una caverna muy cémoda, en la que estaremos muy a gusto». Tatatuck pregun- t6: «Es que quieres venir con nosotros?» «Es lo que quisiera», respondié el Kobold-astuto. «E| Rojo me dijo que tienes una tarea para todos nosotros». «Asi es», contest6 Tatatuck. Pero no les reveld en qué estaba pensando. Recién entonces Tatatuck se dio cuenta que faltaba la ardillita. Llamo en voz alta: «Husch-Kusch gdénde estés? Ven, que seguimos la marcha». Desde el pino salté la ardillita directamente sobre la espalda de Tatatuck. Cuando Tatatuck se puso en movimiento, el pequefo, regordete Kobold- Tavado comenz6 a llorar a los gritos. «Por qué no puedo ir yo también? jHuu! jNadie quiere llevarme! |Huu! jEntonces comenzaré a tener mal olor nuevamente! jHuu!» Tatatuck le hizo sefias con la mano: «Ven con noso- tros. Tengo una tarea también para tiv. Y asi, el grupo comenz6 a ponerse en marcha: adelante, Tatatuck con el cristal y la ardillita, atr4s los cinco Kobold, en el mismo orden como lo habian seguido en el viaje de regreso. Ultimo de la fila era el pequeno y gordito Kobold-lavado. Cuanto mayor se hacfa la oscuridad, tanto mayor era la luminosidad del cristal arcoiris. En el lado opuesto de la montafia, el Kobold-astuto los levé ala caverna oculta, la misma en la cual, pocos dias antes habia queri- do quitarle el martillito a Tatatuck. Muy pronto todos los Kobold estaban dormidos. Tatatuck tenia en un brazo el cristal luminoso, en el otro tenia su nido Husch-Kusch. Durante mucho tiempo, Tatatuck no pudo dormirse, pensaba: «Majiana Iegaremos al valle del Kobold-simulador, luego al valle del Kobold-picaro. Espero que ninguno de ellos, en el tiltimo momento, me quite el martillito, o hasta el cristal» 37 El Bosque Espinoso del Kobold-simulador Ala maiana siguiente, Tatatuck y sus acompajiantes bajaron al valle. De repente se termind el sendero, las espinas cerraron todo paso. Era obra del Kobold-sintilador para que los caminantes se enredasen en los arbustos espinosos y pierdan el camino. Por donde quiera que se intente pasar, se llegaba a una marafia de espinas. Tatatuck les dijo a sus Kobold: «Cada uno de ustedes deberd buscarse alld atrés, en el bosque, un buen palo. Y con ese palo nos abriremos paso hasta llegar al puente. En el otro lado del arroyo ya no hay espinas». Y no hubo necesidad de repetir el pedido. Los Kobold corrieron hacia el bosque, que estaba a poca distancia, para buscarse cada uno un palo pro- veniente de alguna rama caida. Con estos palos liberaron el camino, dando ya un golpe a la derecha, ya un golpe a la izquierda. Los que mejor sabian manejar sus palos eran el Kobold-hace jirones y los dos Kobold-peleadores, el Rojo y el Verde. El Kobold-lavado cepillé detras de éstos el sendero con una rama de pino, para liberarlo de espinas. Sobre ese camino tan bien dispuesto venian caminando, tltimos ahora, Tatatuck y Husch-Kusch, con el cristal. De pronto se escuché la voz del Kobold-hace jirones: «Ven, Tata- tuck, aqui hay alguien colgado de las espinas». Todos habian dejado de hacer su tarea, curiosos, se encaminaron al lugar donde estaba el Kobold- hace jirones. Habia alli unos Kobold pequefitos, enredados en las espinas. Seguramente que por largo tiempo habian tratado de liberarse, puesto que alli estaban, exdnimes, colgados entre las espinas, pareciéndose a unos trapos mojados. Tatatuck orden: «Deben sacarlos con sumo cuidado. Estdn totalmente extenuados». Uno por uno, fueron liberados y Hevados junto a Tatatuck. Este acerc6 suave y cuidadosamente el cristal a su cabeza, su pecho, sus brazos y sus piernas. Bajo la irradiacin de esa luz, lentamente comenzaron a abrir los ojos, y a moverse. Tatatuck les dijo: «Si quieren, todos pue- den venir con nosotros. Tengo una tarea para ustedes». Todos menearon afirmativamente con la cabeza, ya que atin no habfan recobrado la voz. 38 Qué hermoso cuadro cuando Tatatuck -caminando delante de todos sus Kobold- volvi doce Kobold-citos, que habian sido liberados de las espinas. El Kobold-hace a cruzar el puentecito, al que habia vuelto a saludar. Eran jirones miré con ojos furiosos a su alrededor para ver si podia descubrir al Koboli-simulador, pero éste habfa huido del valle cuando comenz6 la batalla contra las espinas. El Kobold-picaro Cruzaron la tiltima montafa. Los Kobold que habian sido liberados de las espinas eran atin muy débiles y por lo tanto caminaban muy despacio. Los demis estaban agotados por la batalla contra las espinas, pero tan contentos como nunca antes. Tatatuck dijo: «Aqui en el valle haremos un descanso, nos dard nuevas fuerzas». Junto a un tilo, parado en la pradera del valle, todos tomaron asiento, pero la ardillita dijo: «No estoy cansada, prefiero ir a buscar nuececitas». Tatatuck se apoys con la espalda contra el tronco del tilo, contemplando cémo uno tras otro, todos los Kobold se dormian. El cristal estaba sobre su falda y el martillito lo habia metido en el cintur6n. A causa de todos los sucesos, se habia olvidado que en este valle vivia el Kobold-picaro, de modo que al cabo de un rato también se durmié. Por supuesto que el Kobold-picaro habia observado desde su escondite la le- gada de Tatatuck y sus acompaiiantes. Sigilosamente, se aproximé al tilo, arrastrandose de arbusto en arbusto. Desde alli pudo divisar a Tatatuck junto al tronco del tilo. Sus dos manos sostenian el cristal sobre la falda. Al Kobold-picaro, sin embargo, le interesaba tinicamente el martillito. Y lo estaba viendo, colocado en el cinturén de Tatatuck. Lenta, muy lentamente se aproximé en cuclillas. Con un dedo apoyé el mango de abajo, con dos dedos lo tomé desde arriba. Lentamente, el martillito fue subiendo, has- ta que lo tuvo en sus manos. Tan sigilosamente como viniera, se alejo el Kobald-picaro, con el botin en sus manos. Tenia la intencién de desaparecer dentro del cercano bosque, cuando justamente desde alli venia saltando Husch-Kusch, Ilevando una avellana entre los dientes. De un vistazo vio al Kobold desconocido, que llevaba en sus manos el martillito de Tatatuck. Dejé caer la avellana. Como un re- lampago, pegé un salto y mordié la nariz del malhechor, tal como si fuese una nuez. El Kobold-picaro tuvo un susto tal, que pego un fuertisimo grito y soltando el martillo se agarré de la nariz con ambas manos. Tatatuck y varios de los Kobold se levantaron de un salto al escuchar ese grito. De inmediato Tatatuck buscé su martillito. ;No estaba! Desesperado, 40 buscé bajo el érbol. |Nada! Mientras tanto, el Kobald-hace jirones y el Kobold- rojo salieron corriendo en la direccién desde donde provenia el grito. Junto a un arbusto se encontraron con el Kobold-picaro, quien apretaba ambas manos contra Ja nariz. Debajo del tilo Tatatuck se encontraba sumido en la desesperaci6n: «Dénde esté mi martillito? {Mi martillito!» El Kobold-lavado miré sobre el érbol para ver si alli estaba. En eso, empero, se acereé Husch- Kusch. ¢Qué estaba arrasirando sobre el suelo? jE] martillito extraviado! Y rapidamente se dispuso a contar lo sucedido. Tatatuck acarici a su querido amigo y guard6 el martillito. Justamente se estaban acercando el Kobold-luace jirones y el Kobold-rojo, arrastrando al Kobold-pi al malhechor con los puis cerrados, incriminandolo. Tatatuck, empero, ro, para confrontarlo con Tatatuck. Todos los Kobold rodearon dijo: «jMuéstrame tus manos!» Al extender el Kobold-picaro sus manitas de largos dedos, Tatatuck colocé sobre las mismas suavemente el cristal. El Koboli-picaro abrié sus ojos muy grande y dijo: «Lindo rojo, lindo amarillo, lindo azul». Y era porque s6lo sabia los nombres de esos tres colores. De pronto, sus dedos empezaron a temblar. Gimi6: «jCaliente! |Caliente!» Y hubiese dejado caer el cristal de no ser porque Tatatuck rapidamente lo tomé de nuevo. Y era la fuerza de luz que estaba quemando la picardia que habia dentro de sus dedos. El Kobold-hace jirones pregunté: «Quieres que lo tire dentro del rio a ese malvado?» Tatatuck respondié: «El que de ustedes jams haya hecho fechoria alguna ser4 quien lo tire al agua». Entonces todos los Kobold ba jaron la vista, confundidos, y nadie se movi6. Tatatuck siguié diciendo: «Vendra con nosotros, puesto que también para él tengo una tarea». Es asi que una larga caravana de Kobold se puso en movimiento. Cuan- do llegaron al puentecito junto al arroyito, era una alegria ver ese cuadro: Tatatuck caminaba en la cabeza, Ilevando el cristal; al lado suyo, la ardi- lita, y luego trapp, trapp, trapp... le seguian los Kobold, en el orden en el cual se habian integrado al grupo. El ultimo era el Kobold-picaro. Llevaba una flor en sus manos, que habia encontrado a la vera del camino. Tatatuck pens6: «Muy bien, si le gustan las flores, asi ya no necesita robar». 41 Los Kobold reciben una Tarea Tatatuck habia reflexionado acerca de qué podia hacer con todos estos Ko- bold, y tuvo entonces la idea de Ievarlos todos al Maestro de las Raices: «El tiene muchisimo trabajo para ellos, y con esas manos que han hecho tantas tonterias, ahora podran deshilvanar rafces grandes y pequefias, y ya no estarén aburridos. Y al ver cémo de su trabajo con las raices luego crecen bellas plantas y poderosos Arboles, sentiran satisfaccién y alegria» Es asi que Tatatuck se dirigié a aquella parte del bosque donde supo que encontraria al Maestro de las Raices. Junto a un gigantesco roble estaba sentado un gnomo mensajero y guardian. Tatatuck le dio la orden de co- municar al Maestro de las Raices que Tatatuck habia vuelto. El mensajero salié corriendo tan répido como vuela la abeja. Tatatuck hizo sentar a los Kobold sobre las raices del roble y les dijo: «Escuchen muy bien lo que les diré, Kobold mios. Pronto estara con nosotros el Maestro de las Raices, inteligente y capaz. Yo le he servido durante muchos afios, hasta que em- prendi la caminata a la montafia de cristal. El les mostrard muchas tareas dentro de la tierra, que podréis realizar en el lugar donde él los Ileve. Tal vez en épocas venideras podréis ser merecedores de un martillito. Yo tengo que seguir mi camino para llevar mi cristal al palacio del Rey. Cuando Tatatuck hubo terminado de hablar, se acercé el Maestro de las Raices con su larga barba y su bastén nudoso. Una risa iluminé su cara, al ver a Tatatuck con todos esos Kobold. «jHola, Tatatuck! ¢Qué cristal maravilloso es ése? {Lo has logrado? 3Es de la montana de los cristales?» Tatatuck le contest6: «jAsi es! Y en el camino he encontrado a todos estos Kobold, que hasta ahora no sabian muy bien su misién en el mundo. Yo te los traigo para que en el Reino de las Raices encuentren su ocupacién y su bienestar». El Maestro de las Raices pregunt6: «Tienen un aspecto un poco aplastado. ¢Pueden acaso siquiera reirse?» Y Tatatuck dijo: «Hasta ahora su risa tan slo fue una mueca. Pero contigo aprende- ran lo que es la risa, lo que es estar contento». Todos los Kobold tuvieron algo asi como una sonrisa en sus caras. El sonido emitido por su boca 42 soné atin mucho a balido y a canto de sapos, pero hubo ya algtin sonidito de auténtica risa. «Y bien», dijo el Maestro de las Rafces, «que me acompafien». Con su bastén golpeé tres veces contra la raiz de un roble. El suelo comenzé a abrirse a modo de una caverna. Entré e hizo sea a los Kobold a que lo si- gan. Pero todos querian, una vez mas, tocar el cristal y darle la mano a Ta- tatuck. Este les prometié que en la época invernal vendria a visitarlos para contarles lo que el Rey de los Gnomos habia dicho acerca del cristal; luego, los Kobold siguieron al Maestro de las Rafces, saltando, cada uno a su ma- nera. Después que el tiltimo hubiese desaparecido dentro de la tierra, se vio atin una manita que saludé con una flor, luego se cerré la abertura. Tatatuck estaba solo. zDénde estaba Husch-Kusch? Mir6 a su alrededor y la vio sentada, triste, sobre un roble en las cercanias. «Husch-Kusch gqué te pasa?» Y triste soné la voz desde arriba: «Tengo que quedarme ahora aqui, sola, en este bosque que no conozco? {No puedo seguir a tu lado?» «(Pero si, Husch-Kusch! Has salvado mi martillito, has remado el barquito a través del lago -sin ti jamas hubiese podido llegar a la Séptima Montafia. Seguiremos siendo amigos». Al escuchar esto, Husch-Kusch dio un salto largo y feliz, y quedé sentada nuevamente sobre la espalda de Tatatuck. Este se puso en camino para ir a ver al Maestro de los Cristales. Nuevainente en la Gruta de los Cristales Para llegar a las grutas de cristales del Rey, ubicadas debajo del palacio real, Tatatuck debia internarse a la tierra. Alli, su cristal de siete colores exhal6 una luz tan maravillosa, que afluian los gnomos de la tierra y los gnomos de los cristales, de todos los rincones, para admirarla. Un gnomo mensajero ya habia anunciado la llegada de Tatatuck. Es ast que el Maestro de los Cristales, curioso, pronto Ilegé a la entrada de la gruta para saludar al caminante. Apenas vislumbrara la luz que irradiaba el cristal-arcoiris, levant6 sus brazos para unir las manos -Ileno de asombro- sobre su ca- beza. Luego corrié a recibir a Tatatuck, con los brazos abiertos. No pudo pronunciar palabra alguna, sdlo extendié sus manos en forma de céliz. Alli colocé Tatatuck el milagroso cristal y dijo: «Maestro de los Cristales, es de la Séptima Montaia, de la cima mis elevada. Y aqui est mi martillito». Recién entonces el Maestro de los Cristales miré de pleno a Tatatuck, cuya cara estaba iluminada por la luz del cristal, y dijo: «Querido Tatatuck, es como un milagro. Nunca he visto un cristal asi. jEs un Cristal de Reyes! iUna turmalina! De inmediato lo levaremos al Rey» El Maestro ordené al mensajero pedir una audiencia al Rey. Luego, pre- gunto: «¢Qué pasa con la ardillita que esté sentada en tu hombro?» Tatatuck respondié: «Sin ella no hubiese logrado traer el cristal. Me ha ayudado maravillosamente. ;Puede acompafiarme?» El Maestro de los Cristales contesté: «Si te ha ayudado de este modo, puede acompagiaros. ;Vaya- mos!» Colocé el cristal en las manos de Tatatuck. «Ti lo has encontrado, tii Io llevards al Rey». 44 En el Palacio del Rey Tatatuck le dijo a la ardillita: «Husch-Kusch, vete allf, debajo de esa raiz del roble. Creo que es mejor que no entres a la sala de cristales del palacio. Luego estaré aqui contigo». En ese momento se estaba celebrando una reunién del Rey y sus con- sejeros en la sala de los cristales. Cuando el Maestro de los Cristales, con Tatatuck, se encaminé en direccidn al portal de la sala, este tiltimo llevaba cuidadosamente su tesoro en las manos. Aqui, debajo de la tierra, la luz de los cristales era mucho mas poderosa que a la luz del dia. Al llegar al portal, los guardias respetuosamente le abrieron paso al Maestro de los Cristales. Este tomé su martillo para golpear con él a tres cristales de diferente altura. Se escuché un sonido como de campanas. Asi se anunciaba el Maestro de los Cristales. Desde el interior salié un siervo del portal que se abria. Al ver al Maestro de los Cristales, le permitié pasar, puesto que sabia que era recibido por el Rey a toda hora. El Maestro de Jos Cristales le ordené a Tatatuck: «Ahora caminaras siempre detras de mf. Quiero darle una sorpresa al Rey. Cuando Ileguemos junto al trono, de Pronto yo me aparto y te vera entonces a ti con el cristal arcoiris. ;Estara muy asombrado! Luego te arrodillaras frente al Rey y colocarés el cristal a sus pies. Por lo demas no te preocupes» iDicho y hecho! Al llegar los dos a la Gran Sala de la gruta, Tatatuck se maravill6 frente a esa luz que irradiaba de todos lados. Se encontraba ocul- to detras del gran Maestro de los Cristales. Cuando el Rey Barba de Plata vio al maestro lo saludé cordialmente, diciendo: «Maestro de los Cristales, Ilegas a una hora desacostumbrada. {Qué te trae?» El maestro respondié: «Seftor Rey, traigo un mensaje de la Séptima Montaiia. Lo que me parecfa imposible, ha sucedido. Uno de nuestros hermanos menores se ha abierto paso hasta allf. ;Aqui est su prueba!» Y con estas palabras, el maestro se aparté y allf estaba el pequeiio Tatatuck, elevando sus manos con el maravilloso cristal de los siete colores. Cun- di6 el asombro en la ronda de los consejeros alli reunidos. Lentamente, se levanté el Rey de su trono, para contemplar con silencioso asombro aquel milagro del cristal. Tal como el Maestro de los Cristales lo habia dispuesto, Tatatuck se en- camin6 lentamente hacia el trono para colocar el cristal a los Pies del Rey. «No», dijo el Rey, «colécalo en mis manos». Al recibir el cristal, tuvo en Sus manos a su vez, las manos de Tatatuck, permaneciendo de este modo durante algtin tiempo. Tatatuck vio frente a sf el bello rostro plateado, ilu- ‘minado por los siete colores. Luego, el rey levant6 suavemente el cristal ¥ se sent6 en el trono. Pregunté: «{Cémo te llamas, pequefio hermano- gnomo mio?» Y vigorosa fue la respuesta: «;Ta-ta-tuck!» Dijo el Rey: «Cuéntanos, Tatatuck, cémo te ha ido en tu caminata hacia la Séptima Montafia.» A una sefial, dos siervos trajeron un banquito de cristal para el narrador, colocandolo cerca del trono. También el Maestro tom6 asiento y luego Tatatuck les conté al Rey ya sus consejeros todas las aventuras de su viaje, desde el dia en que el Maestro de las Raices le ha- bia dado licencia. Durante todo el relato, el Rey tuvo en su falda el cristal arcoiris. Pareciera que al Rey le haba gustado de sobremanera el hecho que en el viaje de regreso Tatatuck habia podido tranquilizar y conquistar el corazén de los Kobold con Ja luz del cristal. Cuando comenté cémo los habia podido entregar al cuidado del Maestro de Jas Raices como «gnomos de las races», los consejeros, llenos de alegria, golpearon sus banquitos de cristal, de modo que parecia un concierto de campanillas. ‘Tatatuck habia terminado su relato. El Rey le hizo una seita para que Se aproximase, luego le dijo: «Muéstrame tu martilliton. Tatatuck lo puso en la mano del Rey. Este lo puso debajo de su manto dorado. Cuando lo volvi6 a sacar, Tatatuck vio que su martillito ahora estaba cubierto todo de oro. El Rey dijo: «Maestro de los Cristales, ha sido una buena idea tuya de darle esa tarea a Tatatuck. Has elegido a quien correspondia. {Hubo tantos oltos que fracasaron! Ti, querido Tatatuck, seras de ahora en més, uno de mis fieles siervos aqui en el castillo y hoy te concedo un deseo». No tuvo que pensarlo mucho Tatatuck. Respondié: «Sefior Rey, mi de- Seo seria que mi ardillita pueda quedarse conmigo siempre, y que pueda subir con ella una vez cada dia, para que pueda buscarse nuececitas y pifias. Entonces, estimado Seftor Rey, podria hacerse su nido aqui abajo, 46 entre las raices del gran roble». El Rey contesté, sonriendo: «|Que se cum- pla tu deseo! Me gustaria, empero, conocer también a tu valiente ardillita. jBtiscala!» Tatatuck fue acompafiado por un siervo. Llevaba en la mano su martillito dorado. Afuera, la ardillita habia tenido que esperar durante largo tiempo y sen- tia angustia ante la pregunta. «:Sera que Tatatuck regresa?» Cuando éste llegé a la red de raices del roble, la ardillita peg6 un salto de alegria a sus brazos. Tatatuck le dijo: «Quieto, Husch-Kusch. El Rey quiere verte». Se calmé6 entonces y Tatatuck la Ievé en sus brazos a la sala de la gruta. En- cogi6 la colita y dijo: «Tatatuck, entre esas piedras tan frias no podria vivir. iNo hay nuececita alguna!» La consolé, diciendo: «No, no, ti hards el nido entre las rafces del roble y yo te haré un caminito hacia arriba, de modo tal, que siempre que tengas ganas, puedas dar un paseo al bosque». Al llegar Tatatuck con su animalito frente al trono del Rey, se arrodill6é sobre uno de los escalones para que el Rey pueda ver comodamente a Husch- Kusch. El Rey acaricid suavemente el pelo de la ardillita mientras le decia palabras carifiosas. A Tatatuck le parecié que el pelaje de la ardillita habia ad- quirido un brillo dorado, a pesar de que sus pelos seguian siendo marrones. El Rey dijo: «Tatatuck, tu primera tarea en el palacio sera empotrar -con ayuda del Maestro de los Cristales~ el cristal arcoiris arriba, en el centro del trono. Su luz se conformara en alegria constante y nos dara paz. Del mismo modo como los diferentes colores en el cristal se unen para constituir una sola luz, una sola armonja, asi los diferentes seres aprenderén alguna vez a conformarse en armonia y consonancia. Y ésta es también nuestra meta enel reino de los gnomos. Por hoy, ayuda a tu ardillita a construir un nido confortable en las raices del viejo roble». El Rey levant6é su mano a modo de despedida. El Maestro de los Crista- les y Tatatuck hicieron una reverencia, Husch-Kusch salud6 con la cola y todos abandonaron la sala de los cristales. El Maestro de los Cristales le dio las tiltimas indicaciones a Tatatuck: «Cuando majiana salga el sol sobre la tierra, le dirds a la ardillita que haga un paseo por el bosque y yo pasaré a buscarte para comenzar la obra en conjunto en el trono real. El cristal fulgurara arriba, sobre la cabeza del Rey, a modo de una corona arcoiris». Tatatuck se fue con la ardillita al trenzado de raices del gran roble. Ape- nas comenz6 a cavar, encontr6 un hueco del arbol mismo, ideal para la construccién de un cémodo nido, con un acolchado de hojas secas. Una punta del camino Ievaba al reino de los gnomos, la otra directamente al bosque. jNo podria ser mejor! Cuando el suefio se apoders de ellos, quedaron dormidos juntos -una vez mas- en la cueva, junto a las rafces del roble. 49 Los Kobold bajan a la Tierra Al cabo de tres dias, el cristal-arcoiris qued6 ubicado a la cabeza del trono del Rey, irradiando su suave luz. Tatatuck sintié deseos de saber cémo les iba a sus Kobold en el Reino de las Raices. Se dirigié al lugar de la despe- dida. Cerca de un pinito, bajé al reino de la tierra. Lo primero que vio eran los pequefios Kobold del bosque de las espinas, que estaban ocupadisimos peinando raices. De pronto se encontré con el Kobold-picaro. ¢Qué estaba haciendo? Tenia delante de él unos cantos rodados blancos, a los que esta- ba envolviendo con raices muy finas, de modo tal, que atin se veia algo del blanco del canto rodado. {Qué fiesta cuando vio a Tatatuck! Este pregunt6: «Qué estas haciendo?» «Se trata de mis valiosas piedras preciosas blan- cas. Para que nadie me las robe, las estoy atando con las raices. Pero dejo que se vea un poco de brillo. {Me divierte!» Luego, Tatatuck se encontré con el Kobold-astuto. Estaba ocupado en di- vidir raices: una gruesa, dos més finas. «:Qué estas haciendo?» pregunt Tatatuck. El Kobold-astuto guiiié un ojo al responder: «De una raiz puedo hacer dos, y si de cada una de estas dos hago otra vez dos, ya tengo cuatro Y si de cada una de ellas hago dos nuevamente, tengo ocho, y asi sucesi- vamente». «

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