—Pero, zen qué habia de verlo?
—Primero en su agitaci6n. Esa respiraci6n.
fatigosa no puede ser més que de un asmatico o
de un hombre que acaba de sufrir una fuerte
conmocién. Ese hombre no tiene aspecto de
asmatico. Ya sabe usted que entiendo algo de
medicina. Luego, las manchas de sangre...
—iClaro! Como que es carnicero...
—Vamos. No insista usted, porque eso habla
muy poco en favor de su perspicacia. Ya le he
dicho que ese hombre es copista. En cuanto a
las manchas de sangre, no son como las que
solemos ver en las manos de los carniceros. Estos
las tienen solamente en las manos y son manchas
grandes; ese hombre las tiene también en la cara
y todas son pequefias, gotas, salpicaduras. Ade-
mis, a esta hora, le hubiéramos visto con su
delantal blanco..., y ese llevaba sobretodo.
—Podia ir a su trabajo.
—Entonces no tendria manchas.
—Es verdad.
—(Se va usted convenciendo?
—Si. Veo que he sido un tonto en porfiar, y
le ruego me explique por qué serie de deduccio-
nes ha llegado a suponer...
—No he hecho mas que leer en él. Su agita-
cién, las manchas de sangre, la vaina de un cu-
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