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Créditos

Carosole

Valalele Axcia Crys


Nelly Vanessa Fabiro13 Agus901
DianyrisAngeliz GigiDreamer Maria_clio88
Aria Kachii Andree Carosole
Rihano Molly Bloom Kyda
Kath Mona

Mimi Desiree
Srta. Ocst Aria
Khira Maria_clio88

Aria

Móninik
Índice
Sinopsis Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
Capítulo 12 Capítulo 28
Capítulo 13 Epílogo
Capítulo 14 Próximo libro
Capítulo 15
Sinopsis
Quería saltar.
Él me hizo caer.
Como una celebridad, vivía en el ojo del público, pero en algún lugar del camino,
me perdí en el centro de atención.
Hasta que él me encontró.
Sam Rivers era un hermoso extraño tatuado que me salvó la vida con nada más
que una simple conversación.
Pero ambos estábamos en ese puente por una razón la noche que nos conocimos.
Los secretos de nuestros pasados nos unieron, y nos separaron.
¿Podíamos encontrar una razón para aguantar cuando la vida constantemente nos
tiraba hacia abajo?
O quizás solo hay una dirección hacia la que ir cuando dos personas se enamoran
en lo más bajo: Ir hacia arriba.
Levee
Estaba lloviendo. ¿No es esa la manera en la que comienzan todas las grandes
historias de amor? ¿Y por lo general también terminan? El aire de medianoche era frío
contra mi piel mientras miraba más allá de ese puente. Mi peluca rubia estaba
asegurada en su lugar por una diadema, unas gruesas gafas de sol cubrían mis ojos color
whisky. No me veía como yo misma, pero tampoco me sentía así. Los moretones de la
noche anterior pintaban mis piernas mientras unas costras frescas cubrían mis rodillas,
pero era el vacío en mi pecho lo que dolía más.
Sí. Todavía yo.
Lo cual era exactamente por qué me encontraba de pie en el puente, deseando
tener la fortaleza mental para lanzarme.
Una voz de hombre interrumpió mis pensamientos:
¿Finalmente vas a hacerlo esta noche?
Instintivamente pasé las manos por el cabello falso y apreté el puente de las gafas
más cerca de mi rostro, evitando cualquier posible vistazo que él pudiera captar. Miré
hacia adelante mientras soltaba de golpe:
¿Disculpa?
Te he visto aquí tres noches seguidas. Simplemente me preguntaba si esta
noche va a ser la noche en que finalmente saltes.
Mis ojos se abrieron de golpe, pero dado que estaban cubiertos por las gafas
oscuras, mi reacción permaneció oculta.
Simplemente me gusta la vista. Eso es todo.
Qué montón de mierda.
Lo vi asentir por el rabillo del ojo.
Sí, a mí también. Es precioso desde aquí.
Moviendo mis pies a un lado, intenté escabullirme mientras sacaba un paquete de
cigarros de su bolsillo y lo ofrecía en mi dirección.
¿Quieres uno?
Negué y luego me separé cautelosamente un par de centímetros para poner
distancia entre nosotros.
Como quieras. Utilizó una mano para proteger el encendedor del viento, pero
la llovizna constante de la lluvia hizo su tarea imposible. Maldita sea maldijo con el
cigarro escondido entre los labios. ¿Un poco de ayuda? preguntó, mirándome.
Arqueando una ceja, pregunté:
¿Con qué?
Está lloviendo... y hace viento... y estoy tratando de encender un cigarro.
Ladeó la cabeza, luciendo un poco incrédulo.
¿Quieres que llame a Dios? Hemos tenido una mala ruptura recientemente, pero
podría estar dispuesto a hacerme un último favor.
Dejó escapar un exagerado suspiro de alivio.
Eso sería fantástico. ¿Cuánto tiempo tarda en responder el gran tipo en estos
días? La última vez que hablamos, fue… hizo una pausa para mirar su reloj… oh,
hace veintisiete años.
Una suave risa burbujeó por mi garganta y un lado de su boca se curvó en una
sonrisa hermosa.
No estoy exactamente de muy buen humor para esperar tanto tiempo, así que
¿tal vez podrías bloquear el viento con tu cuerpo? Su sonrisa se extendió mientras
daba un paso hacia mí, haciéndome apartar la mirada con nerviosismo.
Lo siento. No te puedo ayudar con eso. El cáncer de pulmón y yo también hemos
roto.
Después de recoger la parte trasera de mi peluca en una coleta, la puse sobre mi
hombro y me alejé de él. El viento frío atacaba mi rostro y rugía en mis oídos, mientras
me pasaba rápidamente.
Volví a mirar hacia el agua oscura y agitada, perdiéndome en la idea de lo fría que
podría estar.
¿Esta es la noche?
No.
Era más que probable que mis pies no dejaran el borde de ese puente, pero había
una razón definitiva de por qué me imaginaba terminar con todo. Exactamente cero
personas en el mundo podrían entender la razón. Lo tenía todo, y soñaba con perderlo
todo, más a menudo de lo que alguna vez admitiría, incluso a mí misma.
Después de quitarme los tacones, deslicé el pie entre las barras de la barandilla.
El viento golpeó mi pierna magullada contra el metal.
Mierda siseé cuando el dolor me atravesó.
—¿Crees que eso duele? Imagina caer veinticinco pisos y luego chocar contra el
agua, que bien podría ser de cemento, a una velocidad ascendente de cien kilómetros
por hora comentó el hombre, apoyado en la barandilla de metal junto a mí.
Vaya. Alguien ha hecho un poco de investigación indiqué sarcásticamente,
apenas dándole un vistazo.
Diariamente respondió con franqueza, haciendo que mi mirada sorprendida
encontrara la suya. Simplemente encogiéndose de hombres ante mi reacción, le dio la
espalda a la barandilla y se apoyó en sus coloridos antebrazos tatuados. Olvidas que
también he estado aquí desde hace tres noches seguidas. Sonrió, llevándose el cigarro
a los labios para una inhalar profundamente.
Escucha, no voy a saltar si eres una especie de héroe encapuchado en una
misión. Solo necesitaba un poco de aire fresco. Intencionalmente le di un vistazo a su
cigarro.
Una risa se escapó de su boca en una nube gris.
El aire fresco está sobrevalorado. Especialmente teniendo en cuenta la razón
por la que estás aquí. Arqueó una ceja marrón oscura con entendimiento.
Ciiiiierto. Arrastré la palabra, poniendo los ojos en blanco detrás de mis
gafas. De acuerdo, bueno, de todos modos ya me iba.
Entonces mi trabajo aquí está terminado. Hizo una reverencia, y la esquina
de mi boca se elevó formando una sonrisa mientras me ponía mis zapatos y me alejaba.
Negué ante el extraño al azar. Entonces, un pensamiento me golpeó,
deteniéndome a unos pocos metros de distancia. Girándome para mirarlo, pregunté:
Espera. ¿Me has hablado como una manera de pedirme ayuda?
Oh, mira. ¡Zapatos de Diseñador tiene conciencia! Dejó caer el cigarro al suelo
húmedo, pisándolo con la punta de sus botas negras desgastadas. Agachándose, recogió
la colilla y se la metió en el bolsillo.
Al menos no ensuciaba.
Oh, mira. ¡Acosador Tatuado hace chistes! contesté rápidamente.
Sonrió, sacando otro cigarro del bolsillo y luego deteniéndose justo antes de
ponerlo entre sus labios.
¿Me estabas juzgando basándote en mis tatuajes? Estoy ofendido. Fingió
angustia, luego se rio mientras levantaba su encendedor para batallar una vez más
contra el viento por una dosis de nicotina.
Quería irme, pero no se equivocaba. Tenía conciencia y, en ese momento, me
preocupaba que realmente pudiera ser su noche para hacer valer sus aparentes y
múltiples visitas al puente.
Con un resoplido, me dirigí hacia él, rezando para que pudiera animarlo tan
pronto como fuera posible, para luego dirigirme de regreso a mi casa por algunas horas
de sueño. O, más probablemente, para estar despierta mientras miraba al techo y
lloraba.
¿De verdad planeas saltar? le pregunté.
Su sonrisa cayó mientras se enfocaba en el agua.
Nah. No tengo las pelotas para hacer algo así. Hablar contigo no ha sido una
petición de ayuda, ni nada. Es solo que luces peor que de costumbre esta noche. Su
mirada se deslizó a mis piernas maltratadas.
¡Oh! exclamé con comprensión. Esto no es para nada lo que estás pensado.
Me caí por las escaleras.
Frunció los labios con incredulidad.
¡Hablo en serio!
Estoy seguro de que sí dijo al viento. Te puedes ir. Estoy bien.
Podría haberme marchado, pero por alguna razón, apreté un poco más la
chaqueta alrededor de mis hombros y me quedé allí en silencio mientras terminaba su
cigarro.
Después de una última inhalación profunda, tiró la colilla por encima de la
barandilla del puente.
Al parecer, sí ensuciaba.
Girándose hacia mí, su rostro se puso serio.
Tienes que llamar a la policía antes de que él tome la decisión de acabar con
todo por ti.
¿Quién? cuestioné, observando la colilla ardiendo golpear la columna de
metal y luego estallar en un millón de chispas diferentes antes de desaparecer en el
agua de abajo.
Cigarro suertudo.
Las escaleras... y cualquier objeto inanimado al que estés culpando por esos
moretones que ocultas detrás de las gafas de sol en la madrugada. Deberías llamar a la
policía antes de... Su voz se apagó, pero su mirada oscura se estrechó en la mía. Sus
ojos se clavaron en mi mirada escondida, combinado con la lluvia y el viento que
enviaban escalofríos por mi espalda.
Me tomé un momento para evaluarlo en secreto. Era locamente sexy, pero nada
parecido a los hombres a los que estaba acostumbrada. Su barbilla era del tipo
desaliñada que debilitaba a una mujer, pero era obvio que no pagaba cuatrocientos
dólares para que su estilista personal le diera forma. A juzgar por su desordenado
cabello marrón, que me rogaba que enredara mis dedos en él, no estaba segura de que
incluso fuera el tipo de hombre que iba a la peluquería. Era unos centímetros más alto
que yo en tacones, así que debía estar sobre el metro ochenta. Y aunque sus antebrazos
tatuados estaban deliciosamente esculpidos y sus hombros notablemente definidos, su
cuerpo no parecía estar hinchado con los músculos por horas pasadas en el gimnasio.
Por el aura de chico malo que desprendía, habría esperado que fuera un idiota arrogante
y presumido.
Sin embargo, no lo era.
No era más que un chico corriente preocupándose por el bienestar de una chica
corriente.
Solo que no podía estar más equivocado y una punzada de culpa me golpeó con
fuerza.
Pero no lo suficiente fuerte para que hiciera algo para corregir sus suposiciones
acerca de quién era yo.
Muy suavemente, traté de poner sus miedos a un lado.
Te prometo que no es lo que estás pensando.
Está bien respondió, poco convencido. Asintió antes de sacar otro cigarro de
su bolsillo.
Lo vi luchar por un segundo antes de moverme hacia él, bloqueando el viento con
mi cuerpo.
Mordiendo el cigarro entre sus dientes blancos y rectos, sonrió diabólicamente.
Gracias. Encendiendo la llama, se encorvó hasta que una columna de humo se
arremolinó frente a la punta roja.
Deberías dejar de fumar.
Entendido. Exhaló por la nariz.
Volvimos al silencio mirando a un lado del puente. Las luces familiares de la
ciudad de San Francisco danzaban alrededor de nosotros. E incluso mientras los
turistas y los lugareños pasaban, me sentí extraña e increíblemente cómoda, aislada allí
con él.
Cuando mis dientes comenzaron a castañear, su atención se dirigió en mi
dirección.
No estoy aquí para saltar. De verdad puedes irte.
Asentí, pero no me moví.
Se rio entre dientes, cruzando los brazos sobre el pecho y frotándose los bíceps
para entrar en calor.
¿Cómo no estás congelado? le pregunté, notando su delgada camiseta de
manga larga por primera vez desde que nos conocimos.
Se encogió de hombros y dejó caer su cigarro, respondiendo mientras se inclinaba
para recogerlo:
¿Piel gruesa? ¿Estoy acostumbrado? ¿Vengo mucho por aquí? ¿Soy medio
esquimal?
Lo miré con recelo.
Tienes frío, ¿verdad?
Malditamente. Me estoy congelando admitió, apretando los brazos contra su
cuerpo y soplando en sus manos. Solo he venido hasta aquí para fumar. Luego te he
visto. Ahora, vamos. Sé una dama y préstale la chaqueta al hombre bromeó, tirando
del borde de mi abrigo.
Me reí, sosteniéndolo con más fuerza alrededor de mi cuerpo y dando un paso
fuera de su alcance.
¿Qué tal si ambos nos vamos? Entonces ninguno de los dos tiene que
preocuparse por el otro cayendo en picado hacia su muerte.
Suena como un plan increíble. Se metió las manos en los bolsillos de su
vaquero desgastado que caía bajo sus caderas.
Cuando comenzamos la caminata hacia abajo por los escalones del puente,
preguntó:
¿Tienes un nombre, Zapatos de Diseñador?
Sonreí y negué, poco dispuesta a mentir... o divulgar la verdad.
Sí. Yo tampoco respondió.
Me mordí el labio inferior para reprimir una carcajada.
Caminamos uno al lado del otro el resto del camino, en silencio.
Cuando llegamos a la base del puente, se giró hacia mí y suspiró.
Bueno, honestamente espero no volver a verte nunca.
Eché la cabeza hacia atrás con conmoción y, tal vez, un poco herida.
Pero rápidamente se corrigió:
¡No! Quería decir que... Mierda. Se pasó una mano por el cabello con
nerviosismo mientras lo miraba, divertida. Solo quiero decir, dada la forma en que
nos hemos conocido... yo... um. Espero que nunca tengas una razón para volver allí
arriba.
Ladeé la cabeza burlonamente.
Pero realmente me gusta la vista.
Se aclaró la garganta.
Cierto. Por supuesto, la vista. Está bien, bueno, ten una buena noche.
Tú también. Sonreí con fuerza, pero mis pies no se movieron. Me dije que era
porque no quería que viera mi auto o al guardaespaldas esperándome detrás del
volante. Pero, en realidad, no estaba lista para irme. Casa no era un lugar donde quisiera
estar. En realidad no quería estar en ningún lugar.
Ni siquiera a los pies de un puente, hablando con un hombre ingenioso y sexy.
Bueno, tal vez quería eso un poco.
Sí. Ten una buena noche repitió, metiéndose las manos en los bolsillos y
retrocediendo lentamente.
Le hice un gesto rápido, el cual me devolvió antes de trotar hacia la otra dirección.
Sonreí para mí misma, sacudiendo la cabeza ante toda la interacción, lamentando
en secreto que no hubiese sido más larga.
Levee
Al día siguiente…
—Tiene que venir conmigo, señorita Williams —dijo Devon, mi guardaespaldas,
presionando su dedo contra el pequeño altavoz en su oreja.
—No. En realidad no tengo que hacerlo. —Eché un vistazo atrás, a la fila de chicas.
Levantando un dedo en su dirección, hice señas por un momento. Dejando caer mi voz
a un susurro enfadado, le espeté—: No me importa lo que Stewart te haya dicho. No me
iré. —Les sonreí a las chicas de nuevo antes de verlo repetir mis palabras en el
micrófono en la manga de su chaqueta.
Devon extendió un teléfono sonando en mi dirección, pero rápidamente presioné
colgar, sabiendo que mi representante, Stewart, estaba en el otro extremo.
—Dile que quiero su trasero aquí abajo si quiere que corte esto.
—Sí, señora —respondió Devon.
Volví mi atención a la fila de chicas enloquecidas y haciéndome fotos
frenéticamente con sus teléfonos.
—Hola, cariño —hablé suavemente, caminando en la dirección de una chica de no
más de ocho años. Las lágrimas bajaban por su rostro mientras me daba cuenta de su
cabeza calva, que estaba envuelta en una bandana Levee Williams, y un montón de
cables y tubos colgaban de su frágil cuerpo.
—Muchas gracias por hacer esto —dijo una mujer, que supuse que era su madre,
con los ojos enrojecidos mientras hacía fotos.
—No. Gracias a ti. —Abracé a la mujer antes de acuclillarme ante la niña para un
enorme abrazo para el que casi no estaba preparada.
Mientras su pequeño cuerpo se estrellaba contra el mío, me sacudí sobre mis
talones, cayendo hacia atrás con ella todavía en mis brazos. Seguridad, médicos y
padres, todos trataron de atraparme, pero mi trasero encontró el suelo de baldosas
primero.
—¡Oh, Dios mío! —La niña se quedó sin aliento, lágrimas de vergüenza escapaban
de sus ojos—. Lo siento mucho. —Se puso de pie frenéticamente, pidiendo disculpas sin
parar.
Mi expresión reflejaba la suya.
—¡Oh, Dios mío! ¿Estás bien? —Le di unas palmaditas en sus pequeños hombros
y enderecé la cánula de oxígeno en su nariz—. ¿Te he herido?
Negó y se apresuró hacia su madre.
—Lo siento mucho —me disculpé, sintiéndome como una torpe por haber hecho
llorar a una niña tan enferma.
Su madre negó, rechazando mis disculpas, y articuló hacia mí:
—Sólo está avergonzada.
—Yo estoy avergonzada —articulé respondiéndole.
Stewart apareció de repente a mi lado.
—Levee, qué demon…
Chasqueé dos veces y levanté un dedo sobre su boca, silenciándolo a mitad de la
frase.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté.
—Morgan —respondió la mujer con una sonrisa amable.
—Hola, Morgan. —Me acerqué a ella, arrodillándome—. Siento mucho eso. Soy
tan torpe a veces. —Levanté el borde de mi vestido largo, revelando una de mis
piernas—. Mira. —Señalé las contusiones y rasguños en mis piernas—. Incluso me caí
por las escaleras en un ensayo la otra noche. —Froté su espalda, y echó un vistazo por
encima de su hombro, esbozando una sonrisa que alivió la tensión de mis hombros.
—Lo sé. Lo vi en YouTube.
Le devolví la sonrisa.
—Ah, sí. Mi querido amigo YouTube. Siempre allí cuando lo necesito —bromeé.
Comenzó a reírse de mi broma.
—Entonces, ¿qué dices? ¿Tal vez podemos intentar ese abrazo de nuevo? —Me
agaché e hice un espectáculo moviendo mis talones y dejándolos uno a uno a mi lado en
el suelo. Acuclillándome como un cátcher de béisbol, le hice señas para que viniera a mí.
Me preparé mientras corría en mi dirección y luego se estrelló contra mis brazos por
segunda vez. Respiré profundamente, abrazándola con fuerza mientras se reía.
Los mocasines de Stewart se movieron en mi periferia.
—Levee, tenemos que irnos —ordenó.
Morgan comenzó a soltarme por sus palabras, pero la apreté con más fuerza.
—Nop. No he terminado todavía.
Ella estaba divertida por mi broma, pero yo me sentía enfadada como el demonio
porque Stewart hubiera tenido la audacia de interrumpir ese momento.
—¿Adivina qué? Creo que tengo algunas sorpresas especiales atrás.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Me puedes dar, como, un minuto? Voy a ver si puedo encontrarlas. —La aparté
suavemente mientras me ponía de pie.
Asintió con entusiasmo, volviendo con su madre.
Seguí a Stewart hacia la habitación del hospital que habían preparado para
nosotros. Se oyeron fuertes gemidos de decepción de la multitud cuando me fui.
—Ya vuelvo. Lo prometo —anuncié, lo que me valió una ovación del grupo.
—¡No vas a volver! Ya llevas tres horas de retraso —se quejó Stewart.
—Bueno, voy a llegar muchísimo más tarde que eso, porque no me iré de aquí
hasta que los haya visto a todos —susurré por el lado de mi boca. Le di al grupo un
saludo más mientras Devon me hacía pasar a la habitación, cerrando la puerta detrás
de nosotros.
—Vamos, Levee. No me hagas ser el malo. En menos de una hora, tienes un
encuentro con fans VIP. Entiendo tu compromiso de estar aquí, y es genial. Es bueno
para tu corazón, una buena publicidad. Ganar. Ganar.
Puse los ojos en blanco. No estaba allí por la publicidad. Tenía un montón de ella.
Estaba allí porque era lo que hacía.
Donde me sentía cómoda.
Donde era feliz.
Donde una vez había sido destrozada.
Pero, en definitiva, el único lugar donde sentía que necesitaba estar.
—Levee, tienes cientos de fans que han pagado por ser VIP. Si no estás allí, no es
exactamente VIP, ¿no es así?
—Sabes que no puedo irme —gruñí.
Odiaba a Stewart, pero no porque fuera un imbécil. Sólo estaba haciendo su
trabajo. Le pagaba miles de dólares para asegurarse de que mi vida transcurriera sin
problemas. Y para todos los efectos, era bueno en lo que hacía.
Pero eso no quería decir que me gustara no tener ningún control sobre mi vida,
incluyendo algo tan sencillo como el tiempo.
—Levee, ¿qué pasa con todas las personas que han esperado en cola durante
horas para conocerte? ¿Qué hay de los padres que han pedido y ahorrado con el fin de
comprar las entradas de cuatrocientos cincuenta dólares? Eso no es exactamente una
pequeña cantidad de dinero. ¿Y el tipo que está planeando proponerle matrimonio a su
novia? Todo eso ha sido acordado con mucha antelación. Lo entiendo. Juro por Dios que
lo hago. He dejado que te quedes un extra de tres horas, pero si alguien no aparece en
ese lugar en la siguiente hora, será un desastre.
Me mordí nerviosamente el labio inferior. No me estaba diciendo algo que no
supiera. Firmé los contratos para tres conciertos y tres encuentros con los fans. Había
sido fuertemente promovido como mi gran regreso a casa, ya que no había vuelto a San
Francisco en más de tres años. Era mi última parada antes de cerrar mi gira con un
evento televisivo en vivo en Los Ángeles la semana siguiente.
Había sabido de antemano que un hombre había pagado una gran cantidad de
dinero con el fin de sorprender a su (con suerte) futura prometida, proponiéndose al
lado de su cantante favorita. Y luego estaba la niña con leucemia esperando allí. Le había
enviado sus entradas personalmente el mes anterior. También estaba el equipo de
natación que ganó una medalla de oro olímpica y que recientemente sufrió la pérdida
de uno de sus compañeros de equipo. Habían usado mi canción The Belief como su
dedicación en los medios sociales. Les había enviado entradas también.
Todos estarían allí.
Esperando.
La culpa me abrumó. Sin importar cuánto lo intentara, no podía estar en todas
partes.
Y, Dios, lo intentaba.
—Está bien, ¿cuántos quedan por ahí? —pregunté, tratando de concentrarme.
—Por lo menos una docena de niños más. Después, sus hermanos y padres... así
como un puñado de médicos y sus familias, enfermeras…
—De acuerdo, está bien. Lo entiendo. —Suspiré, pellizcándome el puente de la
nariz.
—Levee —respiró Stewart, caminando detrás de mí y apretando mi hombro—. Se
lo diré. Tal vez pueda organizar algo para el próximo mes. Puedes volver,
específicamente con aquellos a los que te has perdido. Conseguiremos un día entero.
Un mes.
Lizzy no había durado un mes.
¿Cuántos no estarán aquí cuando vuelva?
Aparté su mano.
—No puedo irme. Lo siento.
Gimió detrás de mí cuando empecé a abrir la puerta. Me detuve cuando una idea
surgió.
—¡Oye! ¿Qué pasa con Henry? —Me giré hacia él.
—¿Qué pasa con él?
—Está en la ciudad. Si puedo conseguir que vaya al sitio primero, me conseguirá
un poco de tiempo extra aquí, y será como una doble sorpresa para los VIP. ¡Todo el
mundo quiere a Henry!
Stewart no. Así que puso los ojos en blanco.
—No es una buena idea, Levee.
Me apresuré a mi bolsa en la esquina y saqué mi teléfono.
—Tonterías. Es una idea fantástica.
Otro gemido sonó desde la dirección de Stewart, pero estaba demasiado ocupada
marcando el número de Henry para prestarle alguna atención.
Contestó al primer timbrazo.
—¡Ahí está ella! ¿Qué pasa, preciosa?
—Necesito un favor. —No había ninguna razón para molestarse con cumplidos.
No con Henry.
—Mmmm, me gusta el sonido de eso. ¿Qué tipo de favor?
Podía imaginar su coqueta sonrisa mientras acariciaba su cabello rubio
deliberadamente desordenado.
—Tengo un encuentro con fans VIP en una hora.
—¿Está bieeen? —dijo arrastrando las palabras.
—Estás en la ciudad, ¿verdad? —Mordí mis uñas recién cuidadas.
—Levee —me advirtió.
Esta no sería la primera vez que le había pedido a Henry un favor. Él tampoco era
exactamente tímido para pedírmelos. Y siempre tenía la misma respuesta que yo tenía
para él.
Bajé la voz y dije suavemente:
—Estoy en el hospital infantil.
—Jesús, pequeña —suspiró.
Lo amo.
—Todavía hay cola. No puedo irme. Pero se supone que debo estar en el estadio
en una hora.
—Yo iré —dijo, respondiendo rápidamente a la pregunta no formulada.
Y él me ama.
Henry Alexander era el nombre más grande en la música. Bueno... además del mío.
Había empezado componiendo, de la misma forma que yo, así fue como inicialmente
nos conocimos. Nos convertimos en amigos rápidamente. Me ayudaba con la música, y
yo le ayudaba con las letras. Compartimos ideas, nos quedamos atascados y, finalmente,
nos fuimos a vivir juntos. Vendimos más canciones de las que dos chicos de veintiún
años podrían haber imaginado. Pero no fue suficiente. Vender canciones era una cosa.
Venderte como cantante era algo totalmente diferente.
Pero ambos teníamos sueños.
Grandes sueños.
Gracias a YouTube, habíamos acumulado una enorme cantidad de seguidores.
Quisimos ser artistas individuales, pero nos dimos cuenta rápidamente que la
promoción cruzada y aparecer en los videos del otro cada pocas semanas nos conseguía
más vistas. La gente amaba a Levee y a Henry juntos, pero su ronca y sensual voz de
R&B no iba bien con mi pop lleno de sentimiento. Un dúo estaba fuera de cuestión, pero
nuestros fans comenzaron a esperarnos como un equipo. Por lo tanto, hicimos lo que
siempre hacíamos: fuimos creativos.
A los veintitrés años, lanzamos nuestro primer disco doble. Los fans se volvieron
locos. Pusimos nuestros corazones y almas en ese proyecto, pasando día y noche en el
estudio para que fuera coherente, pero suficientemente diferente para que la gente nos
viera como solistas. Dichotomy terminó siendo seis de sus canciones, seis de las mías, y
dos juntos. Pero, por extraño que parezca, no fue de esas de las que la gente se enamoró.
Mi primer sencillo, Isolation, alcanzó el número uno en las listas casi de inmediato,
mientras que Henry se quedó como el número dos con Belonging. Tres meses más tarde,
su sencillo That Night, se llevó el primer lugar, mientras el mío Another Day, quedó
segundo.
Menos de un año más tarde, Henry me sostuvo en sus brazos mientras
arrasábamos en casi cada categoría en la que habíamos sido nominados en los Grammy.
Fue la misma noche que anunciamos que, desde ese momento en adelante, éramos
artistas estrictamente solistas. Esperábamos reacciones negativas, pero si hubo alguna,
no la sentimos. Nuestros segundos discos ganaron el disco de diamante, asegurando
nuestro lugar no sólo en la industria de la música, sino a la vanguardia de todo.
Henry era mi mejor amigo por un montón de razones, sólo una de ellas era ir al
encuentro con los fans VIP, incluso sin necesidad de una explicación.
—¿Carter está contigo? ¿O te tengo que enviar a Devon para la seguridad? —
pregunté.
—Estoy bien. No te preocupes por mí, cariño —respondió amablemente.
Con una gran sonrisa, le di a Stewart un pulgar hacia arriba. Su respuesta fue una
sarta de improperios.
—Te lo debo. ¿Quieres salir esta noche después del concierto?
—Nah. Pero me puedes pagar de otra manera —murmuró sugestivamente.
—¿Cómo? —susurré, siguiéndole el juego.
Se aclaró la garganta con teatralidad.
—No juegues. Sabes lo que quiero.
—No. Sinceramente no tengo ni idea. —Me acerqué al espejo, estrujando mis
largos rizos castaños de vuelta a su forma después de añadir más maquillaje para cubrir
los círculos oscuros bajo mis ojos.
—Levee —se burló antes de impulsivamente decir—. Déjame follar con tu bajista.
Me eché a reír.
—¡Henry! Es heterosexual.
—¿Y? Yo también pensé que era hetero una vez.
—Eres un mentiroso. Nunca fuiste hetero.
—Eso es probablemente cierto, pero vamos, Levee. Sólo dime que puedo
intentarlo —suplicó.
No tenía sentido que le dijera que no.
—Por supuesto. Por todos los medios... ve por ello. Asegúrate de decirle hola a su
prometida primero, sin embargo —bromeé.
Henry no lo encontró gracioso.
—Maldición. ¿Por qué la heterosexualidad es tal bloqueo de polla?
—Realmente lo es.
Y realmente lo era para Henry. Era alto, con cuerpo delgado y musculoso que
incluso yo no podía evitar notar en alguna ocasión. Las mujeres lo adoraban a pesar de
que era abiertamente gay. Sin embargo, el mayor problema de Henry en el
departamento del amor residía en su obsesión con los hombres heterosexuales. Ni
siquiera podía contar el número de veces que el corazón de Henry había sido roto por
un tipo al que había convencido para que le diera una oportunidad, pero que,
finalmente, era hetero y regresaba de nuevo a las mujeres.
—Está bien, pequeña. Necesito vestirme. Dile a Stewy que me reuniré con él en el
lugar en una hora. Pregúntale si quiere un poco de acción durante el espectáculo de esta
noche.
Sonreí antes de gritar por encima de mi hombro
—Oye, Stewart. Henry quiere saber si deseas un poco de amor entre hombres.
Se suponía que era una broma, pero Stewart dio un paso hacia adelante enfadado,
con sus ojos hirviendo de rabia.
—¡Lo juro por Dios! Soy un hombre casado. Si empieza a propagar esa mierda... —
Hizo una pausa para pasar una mano por su fino cabello.
Todavía sosteniendo el teléfono contra mi oreja, jadeé:
—Oh, Dios, por favor dime que realmente no te liaste con Stewart.
Henry se echó a reír.
—¡Joder, no! Pero me odia ya, así que pienso, ¿por qué no fingir? Lo vuelve
totalmente loco.
Fue mi turno de reírme. Stewart continuó echando humo.
—Está bien, ve a vestirte. Nos vemos en unas horas —dije mientras enderezaba
mi vestido largo y me preparaba para volver.
La suave voz de Henry me atrapó antes de colgar.
—Oye, Levee. Hazme un favor. Tómalo con calma, ¿de acuerdo? Tienes un
concierto esta noche. Sé que quieres estar allí... pero no te pierdas en el pasado. Ellos no
son Lizzy.
Estaba equivocado.
Lo eran.
Cada uno de ellos.
Sin embargo, no se lo dije. En su lugar, repliqué:
—Gracias.
Suspiró ante mi falta de respuesta.
—Nos vemos esta noche, pequeña.
—Sí. Esta noche. —Dejé mi teléfono en mi bolso y comencé a hurgar en las cajas
de CDs y camisetas que habíamos traído para regalar—. ¿Ya no tenemos copias de
Dichotomy que Henry firmó? —pregunté.
—Sí. Nos hemos quedado malditamente sin nada, Levee. Otra razón más por la
que deberías volver otro día.
—Oh, ¡sal de aquí! —grité mientras me dirigía a la puerta. Con lo de los VIP
arreglado, tenía a una niña llamada Morgan con la cual disculparme correctamente.
Sam
Por lo menos no estaba lloviendo. Esa tenía que ser una buena señal, ¿cierto?
Dando la espalda al viento, encendí un cigarro. Estaba mirando desde el puente del
mismo modo que lo había hecho todas las noches durante meses. El frío estaba todavía
en el aire, pero por suerte, las deprimentes nubes grises se habían movido de la bahía
durante la noche. A algunas personas les encantaba una buena tormenta, pero para mí,
la tristeza que las acompañaba era sofocante. Ya estaba peleando para encontrar la luz
en toda la lucha conocida como la vida; no necesitaba el clima para que fuera mucho
más tenue.
—Mierda —maldije para mí mismo cuando la gasa que había envuelto alrededor
de mi palma se despegó. Mordiendo el cigarro entre los labios, rápidamente puse la
venda de vuelta alrededor de mi mano. Intenté fijarla en su lugar con la gastada cinta
pero terminó metiéndose en el borde debajo cuando se negó a pegarse.
Era tan cobarde.
En el momento en que esa estilla cortó mi palma, todo el mundo había comenzado
a girar. Fue un milagro que me hubiera quedado vertical mientras la visión de la sangre
que goteaba de mi mano había forzado mi trasero a ir al suelo polvoriento de mi taller.
Rajar mi muñeca oficialmente no iba a suceder.
Pero matarme a mí mismo nunca iba a suceder, tampoco. Con mi suerte, el infierno
era real y solo terminaría gastando una eternidad anhelando el vacío del que mi vida ya
estaba llena. Mi vida estaba bien. Mi trabajo estaba bien. Mi casa estaba bien. Mi vida
amorosa estaba bien. Mis amigos estaban bien. Dios, estaba harto de lo putamente bien.
Necesitaba algo, cualquier cosa, para que fuera genial.
Por qué pensé que la muerte podría ser eso, no estaba seguro.
Pero había funcionado para ellos.
Más recientemente, había funcionado para ella.
Además, había intentado todo lo demás. Más de cien horas en la silla de tatuajes,
paracaidismo, salto base, puenting, vuelo libre. Lo que sea, lo había probado. Y si bien
esos breves momentos me habían dado el más alto de los máximos, el bajo en el otro
lado de mierda apestaba. Odiaba cada minuto de estar bien. Tenía que haber más por
allí. Tenía que haber un genial acechando en las sombras.
Gruñí.
Mi mente daba vueltas con divagaciones interiores que hacían que me pusiera los
ojos en blanco. Incluso mis emociones eran lógicas y corrientes. Ni siquiera podía ser
extraordinariamente irracional. Eso al menos habría sido emocionante.
Después de dejar la colilla de mi cigarro en el suelo, lo apagué con la bota. Mientras
me inclinaba para recogerla, vi un par de tacones que sabía que habían costado una
jodida fortuna.
¿Qué demonios estaba haciendo ella de regreso?
Se suponía que no estaría allí, a pesar de lo mucho que en secreto había esperado
que lo estuviera.
Dirigiéndome en su dirección, permití que mis ojos vagaran a sus piernas, pero las
posibles nuevas lesiones estaban cubiertas por un largo vestido negro.
—Así que nos encontramos de nuevo —le dije, sacando un nuevo cigarro de mi
paquete mientras guardaba la vieja colilla en la parte trasera.
Apretó las gafas de sol en su nariz antes de afirmar lo obvio.
—Tienes un abrigo.
—Sí. Mi médico me hizo conseguir uno después de que me recuperara de un
ataque de hipotermia anoche.
Sus pintados labios rojos se abrieron en una sonrisa. Era absolutamente hermosa,
al menos desde su nariz hacia abajo. Quién sabía qué demonios estaba ocultando bajo
esa tonta peluca y gafas de sol. O mejor, por qué diablos pensaba que los necesitaba.
Gafas de sol, muy bien. Pero ¿una peluca? ¿De quién se estaba escondiendo?
—Hipotermia. ¡Jah! Eres más esquimal que cualquiera que haya conocido —dijo,
obligando a mi boca a reflejar la suya.
—Eso es probablemente cierto. —Tomé una calada del cigarro y luego lo cambié
de mano, alejándolo de ella cuando comenzó a ondear el humo.
Después de tirar de la parte posterior de la peluca, tiró de su cabello sobre su
hombro.
—Pero no conozco a ningún otro, de manera que también te convierte en el más
duro.
—Genial. Ganador por defecto. —Sonreí—. Me lo llevo.
—¿Qué estás haciendo aquí esta noche? —preguntó con aire ausente.
Tomé una calada.
—La vista.
—Yo también —susurró—. Ey, ¿puedo tener un cigarro?
Mis cejas se alzaron con sorpresa.
—¿Pensaba que habías roto con el cáncer de pulmón? —Saqué mis cigarros de mi
bolsillo, ofreciéndole uno.
—Todo el mundo tiene la ocasional aventura de una noche con el ex.
Me reí mientras ella tomaba el paquete de mi mano solo para quedar en silencio
cuando lo arrojó desde el puente.
—¿Qué demonios? —grité.
Gritó, repitiendo mi maldición cuando el viento atrapó los cigarros, volviendo a
lanzárselos a ella. Se agachó justo antes de que pasaran por encima de su cabeza hacia
tráfico detrás de nosotros. Observé con un labio curvado mientras numerosos autos los
destruían.
—Bueno, supongo que eso funciona también —dijo, enderezando su chaqueta y
quitando el polvo con orgullo de sus manos.
—Nota mental: A Zapatos de Diseñador no le gustan las aventuras de una noche
—le informé a mi único cigarro restante, sujeto entre mis dedos.
Se rio en voz baja, llevando mi atención hacia ella. Mordiéndose el labio, me di
cuenta de que la peluca se había deslizado, revelando su cabello rizado, marrón
escondido debajo.
—¿Qué? —preguntó, leyendo mi expresión.
Levanté una mano para meter los solitarios cabellos pero rápidamente la dejé caer
a mi lado.
—Um... Es solo... —Exhalé el humo entre mis labios y señalé con la cabeza—. Tus,
eh... tus raíces se ven.
Su rostro palideció mientras sus manos se alzaban para enderezar su fallido
disfraz.
—No has visto eso.
—¿Ver qué? —contesté, entonces sonrió con fuerza.
—No me mires así —espetó, nerviosamente mirando a su alrededor para ver si
alguien más había notado su mal funcionamiento postizo.
—¿Cómo? —pregunté, fingiendo inocencia. Después de inhalar una bocanada de
nicotina, lo contuve en un intento desesperado por mantener mi risa oculta.
—Oh, por el amor de Dios. Simplemente ríe.
Eso fue todo lo que necesitó para que el humo saliera de mi boca, seguido de un
abundante ataque de risa. Me doblé, alternando entre toser y reír, mientras me fruncía
el ceño, pero sus labios se movieron, exponiendo su diversión. Dio una buena pelea,
pero al final, perdió su batalla y se unió a mí, todo a la vez que movía su peluca hacia
abajo.
En el momento en que ambos estuvimos serios, mi último cigarrillo se había
consumido. Levantando la colilla en su dirección, miré hacia donde mi paquete yacía
mutilado en medio de la carretera.
—Eso ha sido jodido.
—De nada —dijo de manera inteligente, tocándose el pintalabios con las uñas
cuidadas, llevando mi atención a su boca.
Mierda. Tragué, pasando mis ojos sobre su cuerpo, maldiciendo al frío en el aire
por obligarla a cubrir cada una de sus curvas. Desde sus caras gafas de sol hasta su ropa
de diseñador, parecía cara de mantener como la mierda, pero el fuerte contraste de su
comportamiento con los pies en la tierra me interesaba más. Y como era un buen tipo
estaba estrictamente interesado en su bienestar mental, no había nada de malo en
permitirme un minuto adicional para comprobarla mientras secretamente tenía la
esperanza de que también tuviera un malfuncionamiento de vestuario.
Nada como ser un pervertido con una mujer en su hora más oscura. ¡Bien por mí!
Cuando regresé a sus gafas, la encontré mirándome con una sonrisa de
complicidad.
Tiempo para un desvío.
—Espero que estés orgullosa de ti misma. Voy a morir de abstinencia de nicotina
ahora. He estado fumando durante tanto tiempo que, la primera vez que traté de dejar
de fumar, fui hospitalizado durante una semana. Mi corazón no pudo soportarlo y entró
en parada dos veces.
No podía ver sus ojos, pero sus cejas se levantaron con sorpresa.
—De ninguna jodida manera —susurró.
Me encogí de hombros.
—Un ataque al corazón no puede ser tan malo. Puedo pensar en peores maneras
de morir.
Moví mi cabeza entre ella y el lado del puente antes de tirar la colilla del cigarro
sobre la barandilla.
Se dio la vuelta hacia mí, la preocupación pintaba su piel impecable.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—¿Sobre qué parte? —le pregunté, posando la mirada en sus ojos ocultos. Tuve
un repentino deseo de ver exactamente lo que había detrás de esas gafas.
—Sobre todo.
—No. Saltar de un puente suena terrible —confirmé, metiendo mis manos en los
bolsillos de mi chaqueta, tratando de guardar las emociones que previsiblemente se
agitaban por mi sincera respuesta.
—¿Y lo de la abstinencia?
—Totalmente en serio. —Me aclaré la garganta, empujando todas las cosas de
Anne fuera de mi cabeza.
Su cuerpo se tensó mientras se tapaba la boca.
—Mierda, lo siento. Estaba tratando de ayudar. —Su nariz se arrugó
adorablemente mientras repetía—: Lo siento.
Era jodidamente linda.
Me froté los rastrojos de barba de mi barbilla.
—O tal vez ese fue un episodio de Anatomía de Grey. Si te soy sincero, no lo
recuerdo.
Su boca se abrió.
—¡Idiota! —exclamó, golpeando mi brazo.
—Mierda. Cálmate. —Levanté mis manos en defensa.
Sacudió la cabeza y una vez más se ajustó la peluca, asegurándose de que todavía
estuviera en su lugar. Me reí entre dientes, callándome cuando frunció los labios en lo
que supuse era una mirada poco impresionada.
Yo, por el contrario, estaba impresionado.
Esa conversación con ella había despertado algo dentro de mí que no había sido
capaz de lograr en meses.
Distracción.
Ella no pronunció una sola palabra más mientras estábamos en silencio, uno junto
al otro, centrados en las turbias aguas de abajo.
Después de unos momentos, sus uñas comenzaron a tocar un ritmo vagamente
familiar contra la barandilla. No pude reconocerlo y finalmente abandoné el intentarlo.
Cuando el silencio se volvió incómodo, me decidí a hacerlo aún peor y espeté:
—Mi nombre es Sam.
—Es bueno saberlo —respondió con desdén.
Ouch.
Pensándolo bien, tal vez la distracción no valía la pena. Ser despedido podría ser
algo bueno. El hecho de que estuviera cubierta de moretones, usando gafas oscuras y
un vestido largo para cubrirlos, dejaba claro que tenía un montón de problemas en su
propia vida. Dios sabía que yo también. El principal de ellos en ese momento era que
estaba sin cigarros y, de repente interesado en una mujer suicida.
Además, ella parecía algo estable. Podía irme. Sin preocupaciones.
¿No era así?
—Probablemente debería irme. ¿Me puedes prometer que no vas a saltar? Sabes,
alivia mi conciencia y todo eso.
—Solo vete —susurró.
—Esa no es una respuesta.
Su lengua se deslizó hacia fuera, lamiendo sus labios con nerviosismo.
—Estoy bien.
Mierda.
Eso justificaba todas las preocupaciones.
Bien eran mi especialidad. Y sabía de primera mano que bien nunca era realmente
bien.
—Mira, no te conozco. Pero creo que realmente hemos conectado en las dos
noches pasadas. —Choqué su hombro con el mío—. Claro, puedo haber cumplido con
el título de “tatuado acosador” al principio, pero no te seguí a tu casa ni nada. —Le
sonreí y me ofreció una sonrisa cortés—. Quiero decir, eso tiene que decir algo acerca
de mí, ¿verdad? Soy un tipo decente, lo juro. Qué tal si tomamos una taza de café —
toso—, y un cartón de cigarros —toso—, y hablamos durante un rato. —Terminé con
una sonrisa, dándole hasta la última gota de encanto que poseía.
—Sam, hablo en serio. Estoy realmente bien —me aseguró, pero fue un intento
débil.
—Ahora, eso no es justo. No sé tu nombre. Así que es realmente difícil para mí
sonar tan convencido.
—No te diré mi nombre.
—Muy bien, ¿y si lo adivino?
Negó, pero dijo:
—Claro. Ve por ello.
Me alejé, arrastrando mis ojos arriba y abajo por su cuerpo (solo en parte, para
comprobarla de nuevo). Entonces enmarqué mis manos y me hice pasar por un
fotógrafo buscando solo la iluminación adecuada mientras caminaba al otro lado.
No reconoció mi intento de humor, pero cuando me apoyé en la barandilla junto
a ella, un mínimo de diversión se arrastró a través de su hermosa boca.
—Bianca —supuse.
Jadeó y sus manos volaron a su boca.
—¡Oh Dios mío! Es ese, ¿no es así? —Tiré un puño en el aire.
—Ha sido increíble —elogió desde detrás de sus manos.
Soplé en mis uñas luego las pulí en mi hombro.
—¿Qué puedo decir, Bianca? Soy increíble.
No lo era. Pero ver sus sutiles reacciones me hicieron sentir increíble. Supuse que
estuve lo suficientemente cerca.
—Increíble y equivocado —corrigió secamente.
Desinflé mi pecho.
—Sí, me lo he imaginado. ¿Quién realmente se llama Bianca de todos modos?
¡Hola, snob!
—Mi madre.
Claro.
Por supuesto.
Me rasqué la parte de atrás de mi cuello.
—Bueno, es un nombre hermoso. —Le lancé una sonrisa incómoda, a la espera de
una risa que nunca llegó.
En su lugar, algo extraño pasó por lo poco que podía ver de su rostro. No había
duda de que el aire que nos rodeaba había cambiado.
Era sofocante.
Al menos para ella.
Yo estaba respirando aire limpio por primera vez en mucho tiempo.
Y eso era sofocante para mí.
Joder, necesito fumar.
No la conocía. No podía siquiera reconocerla en una línea sin gafas de sol y una
peluca. Pero sabía con certeza que no podía dejarla allí.
—Por favor, ven conmigo. —Levanté mis manos suplicantes—. Puedo sentir el
ataque al corazón acercándose y había esta mujer sin nombre en el puente esta noche
que alimentó al tráfico con mi fuente de vida.
Me dedicó una sonrisa forzada.
—Gracias, pero creo que solo iré a casa.
—Bien. —Respiré con alivio y decepción.
—Buenas noches, Sam.
—Para ti también… —hice una pausa—... Eh... hija de Bianca.
Sacudiendo la cabeza, se alejó.
Me quedé durante un minuto más para realmente no parecer un acosador
siguiéndola. Después de conseguir un cigarro de un extraño caminando, llené mis
pulmones con el dulce veneno y me imaginé una noche específica hace poco más de
cuatro meses.
Una noche en la que no había estado de pie en el puente, pero que hubiera dado
absolutamente cualquier cosa por poder cambiar ese hecho.
Una noche en la que no había habido una mujer hermosa con una peluca rubia
como distracción.
O que Anne aún hubiese estado allí.
—Tengo que dejar de fumar —susurré para mí, levantando el cigarro a mi boca
para otra calada—. Mañana —me prometí.
Pero cada día era otro mañana.
Levee
Al día siguiente…
Después de una conversación de treinta minutos con Morgan el día anterior, ella
admitió que era segunda en su libro. No me sorprende que Henry Alexander fuera el
número uno. La manera en que se había reído nerviosamente mientras le contaba
historias vergonzosas de él, me había tocado tan profundamente que había pasado todo
el día lamentando el momento en que el mundo perdiera a tan dulce alma. En un
momento de culpabilidad porque no podía hacer más, había forzado a Henry a firmar
prácticamente cada mercancía que tenía. No tenía que llevárselos en persona, ni tenía
que hacer un viaje especial allí casi a medianoche después de un concierto. No era como
si ella iba a estar despierta. Pero mientras antes lo dejara con sus enfermeras, antes me
sentiría mejor.
Con suerte.
Con el segundo concierto con entradas agotadas en San Francisco a mis espaldas,
luchándome estaba costando incluso más de lo normal. Estaba cansada de los
conciertos consecutivos, sin mencionar el hecho de que tenía otro la noche siguiente.
Pero me encontré completamente incapaz de bajar el ritmo. Mi mente corría con las
cosas que podría —debería— haber estado haciendo. Dormir en una lujosa cama no
ayudaba a nadie. Ni siquiera a mí. Era muy consciente de que me iba a estrellar.
Simplemente no podía encontrar la manera de parar. Lo que fue en definitiva cómo
terminé mirando hacia el techo desde el suelo frente a la estación de enfermería del
hospital para niños.
Después de quitarme la máscara de oxígeno de mi rostro, corrí hacia la puerta
donde Devon estaba a estacionado. Mi pecho se sentía apretado, y mi voz había dado
todo lo que tenía. El aire de la noche era frío, pero mis pulmones ardían por una razón
completamente diferente.
—Levee, espera —gritó Henry, persiguiéndome.
—No tenías que haber venido —chillé, secando el flujo continuo de lágrimas en
las mangas de mi suéter.
—Sí, tenía. Y Devon ha hecho bien en llamarme también. Así que no te atrevas a
mandarle a la mierda. —Lanzó sus brazos alrededor de mis hombros y me empujó hacia
su pecho.
—Estoy… —Mi voz se apagó un segundo antes de que terminará el pensamiento—
. Estoy bien.
Nada en mi vida está bien.
—Tienes que dejar de venir aquí —susurró, frotando sus manos en mi espalda.
—Te… Tenía que traerle esas cosas —tartamudeé, tratando desesperadamente de
tener mis emociones bajo control, pero fallando miserablemente.
Exhalando una pesada respiración, besó la cima de mi cabeza.
—Tienes que parar esto. Todo esto. No eres la madre Teresa, Lev. No puedes
hacerte cargo del mundo.
Mis manos temblaron, él las alcanzó y las movió entre nosotros.
—Especialmente cuando te afecta de esta manera.
—Estoy bien —le aseguré con más mentiras.
Inclinándose un poco hacia atrás, alzó mi cabeza para atrapar mi mirada.
—Acabas de desmayarte en medio del hospital. Me importa una mierda lo que
digas, no estás bien.
—Lo estoy. Estoy perfectamente. —Forcé una sonrisa, pero mi traidora barbilla
tembló. Rápidamente escondí mi rostro en su pecho. Si lloraba, no había manera de que
pudiera mantener la fachada en alto. No con Henry.
Tragué fuerte.
Podía fingir con una sonrisa.
Era buena en eso.
Una maldita profesional.
Sin lágrimas.
Alejándome, puse mi cara de actuación. Realmente debería ser actriz.
La expresión de Henry no estaba de acuerdo.
Estrechando sus ojos, puso sus manos en sus caderas y preguntó:
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
¿Comida?
¿Una niña pequeña estaba a punto de perder la batalla de su vida y él quería hablar
de comida?
—¿A quién diablos le importa? ¡Ella se va a morir! —grité.
Él agarró mis hombros y me sacudió rápidamente.
—A mí me importa. Jesús, Levee. A la mitad del maldito mundo le importa. Parece
que eres la única a la que no.
Si solo supiera cuan cierto eran sus argumento realmente.
Pero no le iba a decir eso a él.
La voz de Devon captó nuestra atención mientras se apoyaba contra mi SUV negro.
—¿Está todo bien?
—¡Voy a necesitar ayuda para meterla al auto! —le respondió Henry.
—¿Qué? —Inmediatamente me moví lejos de su alcance—. ¡No! Tengo que volver
adentro. —Mis ojos se movían ansiosamente entre Henry y Devon mientras ambos se
aproximaban—. Le he dicho a la enfermera que me sacaría una foto para su sobrina.
—Entonces haz que Steward le envíe un correo electrónico, porque te voy a llevar
a casa, y no vas a salir hasta el concierto de mañana por la noche.
—No eres mi padre, Henry. No puedes tomar decisiones por mí —espeté.
Inclinándose sobre mi rostro, me respondió:
—Bueno, hasta que empieces a cuidar de ti misma, es obvio que alguien más tiene
que hacerlo. Comer y dormir no es opcional.
Me forzó hacia el auto mientras Devon observaba incómodamente.
—Sabes que soy la que firma tus cheques, ¿correcto? —le solté las palabras a
Devon mientras intentaba sacudirme el brazo de Henry—. Déjame. Ir.
Henry dejó escapar un resoplido y soltó su agarre de mi codo. Comencé a alejarme,
pero luego perdí el suelo bajo mis pies.
—No esta vez —masculló Henry, lanzándome sobre su hombro—. Te he dejado
hacer toda esta mierda durante los últimos tres años. He terminado, Levee. Y tú
también. Solo porque estas ayudando a las personas no significa que no estés
haciéndote daño.
—¡Quita tus manos de mí! —grité, pero él caminó hacia el SUV y con poco menos
de elegancia me depositó en el asiento trasero de cuero negro.
Justo cuando me empecé a mover hacia la otra puerta, un flash iluminó el interior
del SUV.
—Mierda. —Respiré mientras Devon rodeaba rápidamente hasta el lado del
conductor.
—Atrás —ordenó mientras numerosos flashes seguían disparándose—. He dicho,
atrás.
Henry gruñó antes de enderezar su camiseta, esbozando una sonrisa, y trepara mi
lado. Poniendo su brazo alrededor de mi asiento negro, preguntó:
—¿Has terminado ya?
Sacudí la cabeza.
—Bueno, pretende que lo has hecho. Y baja la cabeza. Tu maquillaje luce como la
mierda. —Llevando su brazo alrededor de mis hombros me giró hacia él.
Y como tantas veces antes, escondí mis emociones en su pecho mientras nuestro
auto se alejaba.
—Déjame llevarla. —La voz de Devon me despertó de mi sueño.
—La tengo —replicó Henry—. Shhhh —susurró en mi cabello mientras me
empezaba a mover—. Cierra cuando te vayas —le dijo a Devon mientras empezaba a
subir las escaleras de caracol conmigo sostenida de forma segura, en sus brazos.
—Me sentiré mejor si me quedo un poco más. Me aseguraré de que esté bien y
todo. Puedo llevarte a casa después —respondió Devon.
Henry descartó la idea.
—Gracias, pero creo que voy a pasar la noche. Llamaré a Carter si necesito que me
lleven. Puedes irte.
Devon gruñó de frustración pero finalmente cedió.
—Sí. Está bien, cerraré.
Mientras Henry me bajaba hasta la cama, escuché los beeps de mi alarma siendo
configurada.
Levantando mis pies, me quitó los tacones.
—¿Fiesta de pijamas? —le pregunté somnolienta.
Él se rio, desplomándose en la cama a mi lado.
—Qué pena que no tengas un pene, porque, por todo lo que he aguantado por ti,
al menos debería tener sexo esta noche.
Me reí, moviéndome hacia su lado, toda mi ira de antes silenciándose por puro
cansancio.
Él dejó salir un suspiro mientras ponía su brazo alrededor de mis hombros.
—Estoy preocupado por ti —susurró.
No respondí.
Me estaba empezando a preocupar también.
—Te estás excediendo, Lev. Sé que este trabajo no es exactamente de nueve a
cinco, pero no es 24/7 tampoco. Tienes que parar de ser Levee Williams todo el tiempo
y solo ser tú.
—Lo sé —respondí.
No lo había pensado. Me sentía como un robot desfilando por ahí en el cuerpo de
una mujer perdida.
Sonríe.
Posa.
Gira.
Lanza una canción de vez en cuando.
Repite.
En el poco tiempo que lograba sacar para mí misma, lo pasaba en varios hospitales
de niños a lo largo del país.
Sonríe.
Posa.
Gira.
Mira cómo muere un niño.
Repite.
Con cada día que pasaba mi sonrisa se volvía menos y menos genuina, las poses
más y más forzadas y los giros me llevaban más y más lejos de quien era realmente.
Mi carrera se estaba elevando mientras, personalmente, estaba cayendo en
picado. Cada día se sentía como una terrible caída libre hacia ninguna dirección en
particular. Y estaba estancada en el medio sin manera de subir o bajar.
—Recuerdas a esa chica, ¿verdad? —me pregunta Henry, poniendo un mechón de
cabello detrás de mi oreja.
Asiento.
La recuerdo. Ella era alegre y no tenía ninguna preocupación. Amaba ir a bailar a
las discotecas hasta que sonaba la última canción. Dormía hasta el mediodía si podía.
Después, llena con solo café, se pasaba todo el día con la guitarra colgada a su cuello y
con una libreta a su lado. Ella tenía un enorme corazón pero conocía sus limitaciones.
Oh, recuerdo a esa chica. Simplemente no podía encontrar la manera de volver a
ella.
—Tienes un concierto más aquí, mañana por la noche. Luego uno en LA, la semana
que viene. Después de eso, cancela Nueva York. Quédate aquí y descansa —me instó.
Me senté de repente.
—¡No puedo cancelar!
—Sí, puedes. Es una estúpida entrega de premios. Aceptaré cualquier cosa que
ganes en tu nombre.
—Se supone que tengo que actuar. —Suspiré, dejándome caer.
No podía decir que su idea no sonaba atrayente. Sin Nueva York, tendría dos
gloriosas semanas de descanso.
Lo que me dejaría un total de catorce días para estar en un hospital infantil. Mi
estómago se revolvió ante la idea.
—Necesitas un descanso, Lev. No es un concierto. No te estoy sugiriendo que
defraudes a miles de fans que han pagado. Es solo una canción… en una entrega de
premios. Te echarán de menos, pero encontraran a alguien para llenar tu espacio. Lo
juro.
Sin querer continuar con la conversación por más tiempo, simplemente asentí en
señal de acuerdo. No sabía qué diablos iba a hacer. Después del pequeño episodio de
desmayo de esta noche, no podía discutir que necesitaba un descanso. Mi mente y mi
conciencia simplemente no querían dejarme tomármelo.
—Duerme un poco, Levee. —Besó la cima de mi cabeza.
Permanecí tumbada durante unos cuantos minutos mientras la respiración de
Henry se hacía uniforme. Desde mi posición en la cama, podía distinguir el juego de
luces de la ciudad de San Francisco fuera de la puerta de mi balcón. Había comprado la
casa por la vista, pero mientras miraba al puente en la distancia, mi mente fue a la deriva
hacia otra vista completamente diferente.
Una con una variedad de tatuajes.
Sam
Gasté los dos paquetes de cigarros que había llevado al puente conmigo esa noche,
pero seis horas después de andar de un lado para otro, mi Zapatos de Diseñador seguía
sin aparecer. Decir que me cagué de miedo era quedarse corto. Yo era un péndulo de
emociones mientras caminaba por ese lado del puente más veces de las que podría
permitírsele a cualquier fumador. Por un lado, estaba jodidamente asustado de que ella
realmente hubiera saltado en algún momento antes de que yo llegara, pero por otro
lado, estaba celebrando el hecho de que había encontrado otras formas de lidiar con sus
asuntos y ya no necesitaba subir allí. Entre esas dos opciones opuestas, me reprendí por
comportarme como un loco, temiendo por una mujer a la que apenas conocía.
Entonces su sonrisa aparecía en mi mente y me llevaba directamente de vuelta al
estado de pánico otra vez.
Para cuando me fui, el sol se estaba asomando en el horizonte y había una serie
de “¿Y si?” corriendo por mi mente. Ninguna de las cuales era buena, y todas terminaban
con Anne.
Estaba hecho un desastre.
Con exactamente cero horas de sueño en mi haber, empecé la mañana siguiente
con el peor de los estados de ánimo de mierda.
Y eso fue solo el principio.
—¿Qué quieres? —saludé a mi visita con la boca llena de manzana mientras abría
mi puerta principal.
—¿Me estás evitando? —preguntó Lexi, deslizándose para pasarme.
—Bueno, entra.
No me quedé en la entrada. Si Lexi aparecía en mi puerta, es que tenía algo que
decir, y conociéndola, no lo dejaría estar hasta que lo dijera, probablemente varias
veces.
El ruido de sus tacones me siguió hasta la cocina, donde estaba preparando el
desayuno.
—Sabes, esto realmente no es justo para mí —dijo, deteniéndose junto al taburete
de los setenta que acababa de renovar el día anterior—. ¿Estos son nuevos?
—¿Nuevos? No. ¿Nuevos para mí? Mucho. Ahora, déjate de tonterías y dime qué
exactamente no es justo para que podamos terminar con esto. Necesito comer e ir al
trabajo. —Agarré la espátula y le di la vuelta a dos huevos friéndose en el sartén antes
de volver a sentarme.
—Becky me dijo que te vio en un bar con una mujer la semana pasada.
Cruzando los brazos sobre mi pecho, incliné mi cabeza a un lado mientras apoyaba
la cadera contra el mostrador.
—No estoy seguro de que puedas considerar una fiesta en Quint’s un bar. —Me
encogí de hombros con aire despreocupado.
Sabía lo que venía.
Tres, dos uno…
—¡Estás haciendo que quede como una idiota! —chilló, lanzando sus manos al
aire.
Con su arrebato, Sampson vino corriendo por las escaleras solo para detenerse de
golpe cuando vio a Lexi. Era un perro, pero su decepción era palpable. No pude evitar
reírme; compartía esos mismos sentimientos.
—¡Deja de reírte! —espetó Lexi.
Mi paciencia ya reducida y privada de sueño desapareció. Podía pretender que no
tenía tiempo o energía para lidiar con su mierda, pero sinceramente, no tenía ningún
deseo de hacerlo.
—Sal de la casa —le ordené, volviendo a cocinar mis huevos.
—Detente. Tienes que dejar de ser cabezota y darnos otra oportunidad. Sé que
estás enfadado. Me equivoqué, y me he disculpado al menos una docena de veces. Pero,
Sam, no podemos simplemente tirar lo que teníamos.
—¿Disculpa? —Me di la vuelta para enfrentarla, sorprendido por su descaro.
—Estás haciendo que parezca una idiota delante de nuestros amigos. Cuando
volvamos a estar juntos…
La corté abruptamente.
—Nunca vamos a volver a estar juntos.
—Sam, te amo… —Dio un paso hacia mí, pero puse una mano para detenerla.
—Voy a detenerte ahí mismo. Escúchame, porque obviamente necesitas oír esto,
otra vez. —Arqueé una ceja—. No te amo. Nunca te he amado. Nunca te amaré.
Su cabeza se sacudió hacia un lado como si la hubiera abofeteado físicamente.
Seguro, era duro. Pero claramente no me había oído cada vez que había pronunciado
esas palabras durante los últimos dos meses. Lexi Prior era un chica lo suficientemente
agradable, o al menos lo había pretendido ser durante los seis meses que estuvimos
saliendo. También era hermosa y estaba acostumbrada a obtener exactamente lo que,
o en este caso, a quien quería.
Pero yo también.
Y Lexi ya no era a quien quería en ningún sentido.
—Tienes que retroceder y asimilar esto realmente, Lex. Este acto de exnovia un
poco loca que estás haciendo no te queda bien. —Sin apartar mis ojos de ella, encontré
mi café ciegamente en el mostrador y con calma lo llevé a mis labios.
Desafortunadamente, Lexi también estaba determinada.
—No actúes de esa forma. Sabes que no nos diste una oportunidad justa. Después
de Anne…
Como un shock eléctrico, la ira irradió por mi cuerpo antes de que finalmente se
disparara por mi boca.
—¡Sal de aquí! —Deje caer mi café en el lavaplatos y fui a la puerta principal,
abriéndola de golpe.
—¡Ves! Ese es el problema. Pierdes la maldita cabeza ante la sola mención de su
nombre.
—No. Pierdo la maldita cabeza cuando tú mencionas su nombre. Una gran
diferencia. —Chasqueé los dedos y señalé la puerta.
Sus ojos se suavizaron, y se le escapó una lágrima desde la esquina.
—Me disculpé por eso.
Mi boca se abrió. Aparentemente, la cosa de la exnovia loca no era un acto en
absoluto.
—¿Te disculpaste? ¡Ja! —Cerrando los ojos, busqué en mi bolsillo un cigarro.
Normalmente no fumaba en mi casa, pero era eso o permitir que me explotara la
cabeza—. ¿Te disculpaste? —repetí para mí mismo mientras lo encendía. Inhalando una
larga calada, la contuve tanto como me fue posible, pero el efecto calmante que tan
desesperadamente buscaba no llegó.
Pasé una mano por mi barbilla, recordándome que ni siquiera se merecía mi ira.
Después de la mierda por la que habíamos pasado, deberían haberme dado una medalla
por siquiera permitirle entrar en mi casa. Solo porque no guardara rencor no significaba
que tenía que aguantar su mierda.
Respirando profundamente, encontré una versión muy falsa de mi paz interior.
—Lexi, si te vuelvo a ver otra vez, voy a hacer mucho más que avergonzarte en
frente de nuestros amigos. Puedes hablar lo que quieras sobre nuestra ruptura porque
me retiré de nuestra relación. Ni siquiera me molestaré en mentir, diciéndote que no es
la absoluta y maldita verdad. Pero necesito que me escuches atentamente ahora mismo,
porque no voy a volver a hacer esto contigo otra vez. He terminado aquí, Lex. Y, a juzgar
por el hecho de que pasaste la mañana antes del funeral de Anne con tu boca envuelta
alrededor del pene de tu entrenador personal, habías terminado incluso antes que yo.
Ahora, sal de mi casa de una maldita vez, pierde mi número, y olvida que existo. Porque
estoy seguro que yo ya te he olvidado.
Mi detector de humo eligió ese momento para empezar a sonar. Si fue mi cigarro
o los huevos que habían empezado a quemarse en el fuego, no lo sabía. Mi sola atención
estaba puesta en la mujer inmóvil al otro lado de la habitación. Abrió su boca varias
veces, pero cada vez, la callé con una mirada. Finalmente, se rindió y salió. Sin embargo
estaba seguro de que no se daría por vencida.
¡Cristo!
Me pellizqué el puente de la nariz y miré al suelo. Sampson vino y me dio las
gracias acurrucándose contra mi pierna por haberme librado de ella, o tal vez solo
quería que le rascara las orejas. Después de apagar el cigarro con la suela de mi bota,
me dirigí a la cocina para tirar mi desayuno, maldiciendo a Lexi por haberme arruinado
la mañana.
Y lo hice preocupándome por una peluca rubia y unas lentes de sol que también
me habían arruinado la noche.

Dos horas más tarde, el último disco de Henry Alexander sonaba de los altavoces
de mi taller, hasta que la habitación de repente se quedó en silencio.
—¿Por qué escuchas esa mierda? —preguntó Ryan, cogiendo mi iPod y
revisándolo antes de poner The Smashing Pumpkins.
Después de quitarme las gafas de seguridad, dejé caer el esmeril dentro de la
bañera con patas en la que estaba trabajando.
—Me gusta una canción. Vete a la mierda.
—Mentira. Te encanta esa mierda. Eres una perra. —Caminó hacia mí, pasando su
mano por los bordes suavizados de la porcelana.
—Dice el hombre que lleva una corbata rosa pastel.
Gruñó.
—Jen me lo compró. Es horrible, pero la primera regla de intentar acostarte con
tu asistente administrativa es: si lo ha comprado, póntelo.
Encendiendo un cigarro, pregunté:
—¿Cuál es la segunda regla?
Dejó escapar un gran suspiro de frustración.
—No tengo ni puta idea. ¿Cubrir mi cuerpo de jodidos tatuajes y meter una aguja
por la cabeza de mi pene? Idiota.
—¡Ey! Ella no sabe eso.
—¡Mejor que no lo sepa! —Pasándose la mano por su corto cabello castaño
murmuró en derrota—: No tengo ni idea de qué hacer con esa mujer. ¿Alguna idea?
—Mira, pensaba que la primera regla de acostarte con tu asistente es: No lo hagas.
Así que probablemente soy bastante inútil respecto a la segunda.
—Vamos. Es Jen.
—Oh, lo entiendo. —Le lancé un guiñó que él devolvió fulminándome con una
mirada demasiado familiar.
Ryan había estado obsesionado con Jennifer Jensen desde que entró a su oficina
con su currículum hace seis meses. Él tenía razón, era Jen, y era jodidamente hermosa.
Y, solo por esa razón, no la había rechazado inmediatamente, cuando prácticamente me
había asaltado sexualmente en la cocina de Ryan en la fiesta de Navidad de la oficina.
Ryan se había enfadado cuando le conté más tarde aquella noche, que ella y yo
habíamos compartido un beso (y unas cuantas metidas de mano que había omitido
deliberadamente de mi confesión). Él le había echado la culpa a los tatuajes y me
prohibió ir a todas las futuras reuniones sociales.
En veinticuatro horas, él había conseguido superarlo y estaba de nuevo
persiguiendo a Jen.
Él volvió su atención a la bañera.
—¿Qué va a ser esto?
—Un sofá de dos plazas —respondí en una nube de humo.
—¿En serio? —dijo en voz baja, notablemente impresionado.
—Bueno, una vez que me las arregle para quitar el frente. Después de eso, tengo
que suavizarlo todo, reacomodar el exterior, luego tapizarlo. Tengo este increíble cuero
color chocolate. Me ha costado una jodida fortuna, pero es increíble.
—¿Cuánto? —preguntó él, en cuclillas y pasando la mano por las líneas que había
marcado en el costado.
—Más de lo que puedes pagar.
Él arqueó una ceja.
—Pruébame.
Ryan Meeks tenía el dinero. Sabía que tenía mucho.
Conocía a Ryan desde que éramos unos niños flacuchos jugando baloncesto en
primaria. Éramos dos perdedores no atléticos, que se unieron en una amistad durante
una temporada sentados en el banquillo. Permanecimos juntos durante la escuela
secundaria y, finalmente, compartimos un dormitorio en la universidad. Por muchos
años que habíamos sido mejores amigos, no podríamos haber sido más diferentes. Me
consideraba el atractivo en nuestro dúo, pero no había duda de que él era el cerebro.
Mientras yo pasaba mis días cubierto de polvo con por lo menos una herramienta
eléctrica en mi mano, Ryan era un abogado de defensa criminal en una de las mayores
firmas de abogados en San Francisco. Todavía estaba haciéndose un nombre para sí
mismo, pero sus seis cifras no eran nada despreciables.
Sin embargo, tampoco lo eran mis precios.
Cuando fui a la universidad, había planeado originalmente graduarme en
arquitectura, pero Cristo, esa mierda era aburrida. Rápidamente me cambié a diseño
gráfico y me enamoré. Me interesé en el mundo de la publicidad corporativa por un año
o dos después de la graduación, pero al final, odiaba esa vida. Un miércoles cualquiera
por la tarde, mientras estaba de pie mirando la puerta de mi oficina, un temor
abrumador llenó mis entrañas y la bilis subió por mi garganta. Hablaba maravillas de
mí, que me hubiera sentido físicamente enfermo con la sola idea de hacer mi trabajo.
No podía imaginar cómo me afectaría esa mierda mentalmente a lo largo de los años.
Así que, sin pensarlo dos veces, me dirigí a la oficina de mi jefe y dimití.
En retrospectiva, podría no haber sido la decisión más inteligente que alguna vez
hubiera hecho. La náusea que había creído que era un temor abrumador resultó ser
gastroenteritis. Sin embargo, cuando finalmente dejé de vomitar, tres días más tarde, ni
siquiera pude lamentarme por mi decisión. Finalmente había descubierto mi verdadera
vocación.
Siempre me había encantado trabajar con mis manos; había quedado arraigado
en mí a una edad temprana. Mis padres no habían sido ricos, de ninguna manera, pero
no habían sido indigentes, tampoco. Mi padre tenía una serie de problemas de salud
mental, pero incluso en sus horas más oscuras, él podía ser encontrado encerrado en su
tienda, reparando algo. Había sido un firme creyente de que usabas todo hasta que no
pudieras usarlo más. El microondas de mis padres tenía que haber tenido por lo menos
veinte años, pero mi padre se había negado a reemplazarlo. Había reparado esa cosa a
diario durante casi cinco años. La cantidad de dinero que había gastado en partes y el
tiempo investigando cómo hacer las reparaciones era una locura. Pero, por lo que a él
respectaba, no tirabas nunca nada.
Incluso después de que muriera, esta era una lección que apliqué a mi vida adulta
también. Ante mi recién adquirido desempleo, traté de averiguar alguna manera de
poner en práctica mi amor por el diseño gráfico y mi experiencia en reparación y
reutilización. Se me ocurrió el sueño de abrir una tienda de muebles reciclados.
Un mes después de haber renunciado a mi trabajo, abrí reUTILIZADO.
Tenía exactamente una pieza para mostrar a la gente cuando abrí las puertas.
También tuve exactamente un cliente ese primer mes. Simplemente no podía jugar con
el tiempo y el dinero que tomaba hacer una pieza que podría o no vender. Después de
todo, tenía que comer. Y comprar cigarros.
Por suerte, la creatividad no era un problema para mí, así que desarrollé un plan.
Cerré la tienda por una semana y me instalé detrás de mi portátil. Durante esos cinco
días, viví de café y cigarros, diseñé más de un centenar de piezas únicas. Tenía un amigo
de la universidad que me ayudó con el sitio web, y durante la siguiente semana, nació
Virtualmente reUTILIZADO.
Y explotó.
De repente, tenía pedidos fluyendo de todas partes del mundo. Eran muchos más
de los que habría sido capaz de cumplir por mi cuenta, así que contraté a dos
carpinteros increíblemente talentosos, Shane y Travis, para dar vida a mis diseños. Ellos
eran un regalo del cielo, pero también eran caros como la mierda. El primer mes que
estuvieron empleados en la tienda, tuve que gastar más de la mitad de mi cuenta de
ahorros para pagarles. Pero, con mis diseños y sus habilidades, no tuvimos ningún
problema en mover los muebles por un considerable beneficio.
Shane y Travis finalmente se encargaron de manejar la tienda física, y mi tiempo
lo pasaba en su mayoría diseñando en el ordenador o en la tienda detrás de mi casa,
construyendo cualquier proyecto que me estuviera llamando la atención en ese
momento.
En este día en particular, era una vieja bañera con patas de garra que había
encontrado en una tienda de segunda mano y estaba decidido a convertirla en un sofá
art déco de dos plazas, un proyecto que se vendería fácilmente por más de diez mil
dólares.
Así que, aunque sabía que Ryan podía permitírselo, no podía darme el lujo de darle
mi acostumbrado descuento para amigos y familiares.
—Cuarenta de los grandes —mentí, así dejaría el tema.
—Jesucristo. Eso es todo. La próxima vez que salgamos, pagarás las bebidas. Ya
no me voy a tragar más eso del pobre artista en apuros.
Apagué mi cigarro en mi cenicero repleto.
—Ni siquiera intentes esa mierda. ¿Cuántas veces accidentalmente a propósito
has dejado tu cartera en casa en el último mes? —Imité su voz cuando me acomodé mis
gafas de seguridad de nuevo—. Está en mi otro traje, Sam. Lo juro.
—Una vez. Eso sucedió una vez, y nunca he oído el final de esto.
—Una vez y una mierda —dije mientras levantaba mi esmeril, preparándome
para volver al trabajo—. ¿Necesitabas algo?
—En realidad, necesito un gran favor.
Le hice señas para que llenara el espacio en blanco.
—Está bien. En primer lugar, mi madre quiere que vengas a cenar esta noche
como un agradecimiento, por hacer esa estantería para Morgan.
Lo miré con más cautela aún. Sabía tan bien como yo que comer la comida de su
madre no era exactamente una dificultad.
—Está bieeen. —Arrastré las palabras con recelo.
—Y en segundo lugar, necesito que vengas a reparar el cajón de mi archivador. —
Se apresuró a decir con vergüenza.
—Lo siento. ¿Qué?
—No puedo conseguir que ese hijo de puta se abra para salvar mi vida. Tengo una
gran reunión a las tres, y si tengo que contratar a un maldito reparador para que venga
ahí a abrirlo, voy a parecer un idiota delante de toda la oficina.
Mis labios temblaron mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho.
Ryan era casi ocho centímetros más alto que yo, y mientras yo trabajaba con mis
manos para mantenerme en forma, él visitaba diariamente el gimnasio privado de la
firma de abogados. Me sobrepasaba por lo menos en nueve kilos, los cuales eran todo
músculos. Parecía el cliché de todos los estadounidenses, incluso mientras estaba de pie
frente a mí luciendo una corbata color rosa.
Ni siquiera pude pretender ahogar la risa que se escapó de mi boca.
—¿No puedes abrir tu archivador? —confirmé con incredulidad.
Sus hombros cayeron de alivio a pesar de que no había aceptado ir todavía.
—Cállate, idiota, y sólo ayúdame.
Continué riéndome mientras, una vez más, me quitaba las gafas.
—¿Crees que entrando allí, con una bolsa de herramientas, va a ver menos
llamativo que contratando a un hombre de mantenimiento?
Él frunció los labios con decepción.
—Qué maldito novato. —Riéndose, juntó sus dedos debajo de su barbilla como el
genio del mal que tan obviamente creía que era—. Así que este es el plan. Sin
herramientas. Sólo finge que vienes para saludar. Todos te conocen. —Haciendo una
pausa, entrecerró los ojos y señaló con un dedo enfadado en mi dirección—. Mantén tu
puta distancia de Jen.
—Correcto. ¿Cómo exactamente se supone que voy a arreglar esto sin
herramientas?
—He metido un martillo, un destornillador, un par de pinzas…
Mis cejas se levantaron.
—¿Pinzas?
Inclinó la cabeza y levantó sus dedos para imitar un movimiento de pellizco.
—Ya sabes, las cosas pequeñas que utilizas para agarrar cosas o sacarlas.
—¿Alicates? —pregunté con incredulidad.
Golpeó la punta de su nariz.
—Bingo. En fin, los he metido en la oficina esta mañana. A mí no me han servido,
pero tengo fe en ti.
Lo miré fijamente durante varios segundos.
—¿Cómo diablos somos mejores amigos?
—No tengo ni idea. Ahora, ponte una camisa de manga larga para cubrir los
tatuajes y mete tu culo en mi auto.
—Bien —dije groseramente, pero lo dije mientras arrastraba mi chaqueta de la
silla y me dirigía a su coche.
Una hora más tarde, logré abrir el archivador de mi mejor amigo así él no
parecería la perra que realmente era.
Luego puse mi culo en la mesa del comedor de su madre para la mejor comida
casera que había tenido. Bueno, desde la última vez que había comido allí. Todo el rato
estuve contando las horas hasta que pudiera dirigirme de regreso al puente, esperando
y rezando para que no fuera demasiado tarde para Zapatos de Diseñador en la que
parecía que no podía dejar de pensar.
Sam
—Oh, gracias a dios. —Mi corazón saltó de alivio cuando la vi de pie en el puente.
Saqué un cigarro de mi bolsillo y fui en su dirección—. Espero que sepas que me diste
un susto de muerte anoche —dije cuando me acerqué.
Su mirada escondida parpadeó hacia la mía, pero sus labios no tiraron de las
esquinas hacia arriba como lo hacían normalmente cuando me veía.
—No estoy de humor está noche, Sam.
—Si tuviera un dólar por cada vez que una mujer me dice eso. —Sonreí, pero la
sonrisa decayó cuando lágrimas rodaron bajo sus gafas de sol. Mi respiración se detuvo
dolorosamente mientras mi mente corría—. ¿Qué está pasando? ¿Ha sucedido algo?
¿Él…?
—Oh Dios. ¡No hay un él! —gritó—. No tengo un novio abusivo. Así que por favor
deja eso y déjame en paz.
Me quedé sorprendido por su arrebato, pero su reacción aseguró el hecho de que
no la dejaría sola en absoluto. No me importaba una mierda que eso me hiciera
espeluznante como el infierno. Podría vivir con eso, siempre y cuando ella viviera
también.
No respondí, ni me alejé. Simplemente concentré mi atención en el agua abajo, lo
que quería decir que estaba estudiándola en secreto de reojo.
Nerviosamente ajustó su cabello al menos una docena de veces mientras
terminaba mi cigarrillo. Incluso se movió por la barandilla un par de centímetros y, muy
para su pesar me deslicé con ella.
—¿No te vas a ir, verdad? —resopló.
—No.
—Sam, estoy…
Me aparté de la barandilla y me giré para mirarla.
—No digas bien. O cualquiera que sea la palabra con la planeas terminar, no dejes
que sea bien —resoplé y pasé con fuerza una mano por mi cabello. Probablemente
estaba exagerando, pero no podía arriesgarme a no hacerlo—. Entiendo. No me
conoces, pero de alguna forma, eso me hace la persona perfecta para hablar. Así que,
por favor, te lo estoy rogando. Dime qué está pasando contigo. Solo dame tu historia. No
estoy aquí para juzgar.
—No puedo —dijo, deslizando dos dedos bajo sus gafas para secar las lágrimas.
Hubiera dado lo que sea por ser capaz de ver sus ojos, leerla de verdad. Su boca y
su lenguaje corporal por si solos me daban mucho, pero necesitaba más.
—Muy bien, entonces. Lamento que estando aquí te moleste, pero no puedo irme.
No tienes que hablar, pero estas atrapada conmigo hasta que te bajes de este puente.
Inclinando su cabeza hacia el cielo, respiró profundamente.
—No tienes que andar de niñero conmigo.
—Bien. Entonces quédate ahí y cuídame a mí. Anoche fue una mierda para mí. —
Deliberadamente levanté mis cejas hacia ella—. Y esta mañana no ha sido mucho mejor.
Podría necesitar una niñera. —Solté un suspiro, tratando de revisar mi actitud.
Ella no lo merecía. Obviamente tenía suficientes cosas, sin ningún extraño
molestándola también.
Humor. Puedo hacer eso.
—Y, como mi niñera, si estas luchando contra la urgencia de tocar, de palmear mi
trasero y decirme que todo estará bien, definitivamente no te detendré. —Le mostré
una sonrisa que supe que no sería respondida. Estaba bien con eso sin embargo, porque
dejó de alejarse.
Su barbilla tembló mientras se mordía el labio inferior.
Maldita sea, odiaba verla así y tuve que apretar mis puños a los costados para
evitar estirar la mano y tocarla. Estaba desesperado por consolarla pero, ya estaba
forzando mi compañía con ella. No iba a hacerlo físicamente, también.
Eso no era lo que ella necesitaba.
¿Qué necesitaba?
Tragué con fuerza cuando sus hombros comenzaron a sacudirse y unos sollozos
rebotaron dentro de su pecho, aparentemente sin ser capaz de encontrar la salida.
Mierda. Tal vez solo un pequeño toque.
Deslicé una mano por la barandilla para cubrir la de ella.
Fue un gesto simple, pero fácilmente fue la mejor decisión que había hecho alguna
vez.
Ese solo toque destruyó una pared.
No estaba ni siquiera seguro de quién era la pared para empezar, suya o mía.
Pero habría pasado mi vida entera derrumbándola si únicamente pudiera haber
predicho qué había en el otro lado.
Girándose, lanzó sus brazos alrededor de mi cuello. Con la guardia baja, retrocedí
un paso antes de estabilizarnos a ambos. Doblando mis brazos alrededor de su cintura,
la atraje contra mí. Los sollozos la devastaban, pero la abracé como si pensara que podía
ahogarlos.
No podía, pero solo intentarlo me dio más de lo que estaba dándole a ella.
Y, solo por eso, la apreté aún con más fuerza.
Los turistas se apresuraban a nuestro lado, probablemente mirándonos mientras
pasaban. Pero solo una persona en ese puente importaba.
No era yo.
Y, por una vez, ni siquiera era Anne.
De hecho no sabía su nombre en absoluto.
—Lo siento… yo… —continuó llorando en mi cuello.
—No lo sientas —dije con la voz ronca alrededor de un nudo en mi garganta.
Nada más fue dicho por varios minutos mientras ella lloraba en mis brazos. No
susurré palabras tranquilizadoras. Solo acaricié su espalda y le permití su tiempo para
que se recuperara.
¿Qué habría dicho de todos modos? Por qué estaba llorando en primer lugar era
un misterio para mí, pero era uno que estaba determinado a resolver.
Finalmente, se apartó de mi agarre y comenzó a secarse los ojos frenéticamente.
—Tengo que irme. De verdad siento mucho eso.
De inmediato la quise de vuelta.
A salvo.
En mis brazos.
Para mantener mis manos ocupadas, saqué un cigarro.
—Por favor no te vayas —susurré mientras lo llevaba a mi boca.
—Tengo que bajarme de este puente —replicó.
Rápidamente asentí comprendiendo. Quería que se bajara de ese puente también.
—Gracias por… mierda. Lo siento mucho. Déjame que limpie y sequé eso por ti. —
Apuntó hacía las lágrimas y las manchas de rímel negro que ensuciaban mi hombro.
Me reí.
—Estaré bien. Además, no puedo dártela. Es mi único abrigo.
Su rostro se puso pálido.
—Oh Dios. Eso es peor aún. Te comparé uno nuevo.
—Estoy bromeando. Tengo un armario lleno. Lo juro. —Hice una cruz sobre mi
corazón—. Pero no te preocupes por lavarlo y limpiarlo. En serio, no es tan bueno.
Simplemente puedo meterlo a la lavadora cuando llegue a casa.
—Puedo decirte por experiencia que el rímel no se va a ir solo con la lavadora.
Simplemente déjame…
—En serio, solo es una chaqueta. Si estás tan empeñada como el infierno para
compensármelo, entonces dime tu nombre.
Su barbilla cayó hacia el suelo.
—Eh…
—Bien —dije, más que un poco desilusionado.
—Es solo…
Metí el cigarro sin encender de nuevo en el paquete y luego incliné mi cabeza hacía
el camino bajando.
—Vamos. Estoy listo para ir a casa.
No se movió.
—Sam, yo… quiero decir…
Forcé una sonrisa.
—No te preocupes por eso.
Descansando una mano en la parte baja de su espalda, la conduje bajando el
puente. Fue voluntariamente, pero sus ojos estaban clavados al suelo mientras
nerviosamente jugueteaba con sus dedos frente a ella.
Cuando llegamos al final, se detuvo y levantó su mirada a la mía.
—Sobre ese pequeño momento loco en el puente… yo… no he debido ponerte en
esa posición. Quiero decir, tú…
Podría haberse disculpado todo lo que quisiera, pero no estaba interesado en lo
más mínimo. Sacando un pedazo de papel amarillo de mi bolsillo, la interrumpí.
—Toma esto. Entiendo por completo que no quieras hablar o decirme tu nombre.
Pero, anoche, estaba volviéndome loco… —hice una pausa para pensar cómo decirlo
amablemente, pero nada se me ocurrió. Es lo que es—. Pensé que saltaste.
—Sam…
—No. Solo escúchame. Ese es mi número. Parece que llegas aquí no antes de las
once cada noche. Así que estaré aquí cada noche después de eso a las diez y media. Pero
si, por alguna razón, sientes la necesidad de venir antes, usa eso y estaré aquí.
Su rostro se suavizó mientras daba un paso hacia mí.
—Sam…
Froté una mano sobre mi barbilla y continué hablando sobre ella.
—Y si, por alguna razón, no sientes que quieres venir aquí, ¿al menos podrías
sacarme de mi miseria y mandarme un mensaje o algo?
—Sam, basta. —Se inclinó aún más cerca y descansó sus manos sobre mi pecho.
—Entiendo. Claramente eres una persona privada. Siéntete libre de bloquear tu
número y firmar el mensaje con “Zapatos de Diseñador” o, de verdad, nada en absoluto.
Sabré de quién es —divagué nerviosamente. No fue porque estuviera de repente
tocándome o por el hecho de que ese calor podría haber estado irradiando de sus manos
por la forma en que hizo sentir mi pecho, sino porque quería tocarla también.
Pero de verdad solo quería lanzarla a la parte trasera de mi auto y obligarla a
recibir alguna clase de terapia así podría dejar de obsesionarme con ella y, luego tal vez
tocarla de una forma diferente.
No creía que el secuestro fuera bien, pero en lugar de actuar como una persona
normal y ofrecerle conseguirle ayuda, envolví un brazo alrededor de su cintura y la
moví incluso más cerca contra mi cuerpo.
—Creo que tienes razón. Realmente podría ser un acosador tatuado.
Sonrió.
—No voy a saltar —susurró.
Dios, quiero creerle.
—Quítate las gafas —susurré respondiéndole, inclinando mi cabeza hacia abajo,
por lo que solo estaba a un aliento de distancia de su boca.
Su lengua salió y mojó sus labios rojos.
Necesitaba ver sus malditos ojos. Y luego probar su boca.
Después secuestrarla.
Decidí tomar el asunto en mis propias manos. Después de lentamente subir la
mano, tomé una esquina de sus gafas. No los quité, pero dejé mis intenciones claras.
—Por favor déjame verte.
No se apartó, ni tampoco aceptó. Así que me quedé ahí con mi mano en sus gafas,
rogando con mis ojos por un solo vistazo de los suyos.
Hizo algo mejor.
Su lengua hizo un recorrido sobre sus labios, justo antes de arruinarme de por
vida.
Apartó mis manos luego selló su boca sobre la mía.
Mis ojos se abrieron de sorpresa por el más breve de los segundos. Luego un
gemido retumbó en mi pecho cuando abrió su boca y giró su lengua con la mía.
Sabía a mango y maldita sea, la devoré como un hombre muriéndose de hambre.
Por todos los cigarros que había fumado mientras esperaba por ella,
probablemente yo sabía como un cenicero. Pero podría disculparme por eso después.
No iba a detenerme en ningún momento pronto.
Su lengua giró mientras profundizaba el beso.
De repente, empujó mi pecho y dio un paso hacia atrás.
—Joder. Mierda. No puedo creer que haya hecho eso. ¿Qué demonios me pasa?
Mi cabeza estaba girando y sus palabras sonaron un poco como insultos, pero aun
así avancé hacia ella.
—Estoy de pie justo aquí —le recordé—. ¿Puedes marcar el momento de locura
para después de que te acuestes conmigo en nuestra primera cita?
—Oh Dios —se quejó.
La tiré de nuevo contra mí. No iba a dejarla ir sin importar cuál pudiera ser su
reacción. No después de esa pequeña muestra.
—¡Estoy bromeando! Dios, cálmate.
—Lo siento. Por… —Dejó caer su cabeza en mi hombro.
—Deja de disculparte y ven por un trago conmigo. Incluso encontraré un lugar
con luces muy brillantes así no tendrás que apartar las sombras —bromeé y ella
recompensó mis esfuerzos con una suave risita.
Ante el sonido, una euforia poco familiar dio vueltas en mi mente. No rivalizaba
con nada que el tabaco pudiera darme alguna vez.
—Sam, tengo que irme. Pero te prometo que estaré aquí mañana por la noche.
¿Bien?
Fue mi turno de quejarme.
Sin nombre.
Sin ojos.
Solo una promesa que no quería que mantuviera.
Quería que estuviera en cualquier lugar menos en ese puente mañana por la
noche.
Pero también solo quería que estuviera conmigo.
—Bien —contesté, liberándola a regañadientes.
Comenzó a alejarme y pude sentir su mirada escondida fija sobre mí.
—Gracias por esta noche —dijo—. Hazme saber si cambias de opinión sobre la
limpieza en seco.
—¿Qué tal esto? ¡Te cambio mi chaqueta por tu peluca y las gafas! —grité mientras
se alejaba más.
Una sonrisa levantó la esquina de su boca. Una boca que ahora conocía y
desesperadamente quería probar de nuevo.
—Buenas noches, Sam. —Ondeó su mano antes de dirigirse a una camioneta
estacionada y, subirse al… ¿asiento trasero?
Interesante.
—Buenas noches, Zapatos de Diseñador —susurré para mí mismo mientras su
vehículo dejaba el área de estacionamiento con la silueta de un hombre tras el volante.
Una rabia poco natural fluyó por mis venas.
¿Qué demonios?
Levee
¿Qué demonios había hecho? Oh, es cierto. Besé a Sam.
Un maldito extraño.
¡Que era un suicida!
Mientras estaba de pie en un puente.
Mientras él pensaba que yo también era una suicida.
Pero, peor que todo eso, no podía dejar de pensar en ello.
Lo había reproducido en mi mente por lo menos mil veces desde que me alejé de
él.
Había tomado malas decisiones con los hombres en el pasado. Estaba lejos de ser
el ángel que los medios me retrataban. Pero tenía la sospecha de que, si los medios de
comunicación conseguían esta pequeña historia, no tendría el giro romántico que daba
mi estómago cada vez que pensaba en el momento en que sus labios habían tocado los
míos.
Mis pasos eran un poco más ligeros esta noche, mientras estaba actuando para
miles de personas en el escenario. Mis pensamientos no estaban llenos de temor y culpa.
En su lugar, se centraban en la parte superior de ese puente, esperando el momento en
que podría volver.
A Sam.
El show era demasiado largo, pero escapé de los bastidores después de la fiesta
unos insoportables treinta segundos después de que hubiese empezado. Igual que un
lapsus freudiano, dejé mi peluca en casa. Debería haberme detenido a recuperarla o al
menos haber comprobado si mi estilista tenía algo que podía pedir prestado, pero
después del concierto de esa noche, solo quería un poco de aire fresco y unos momentos
a solas.
Y, por eso, me refería a una nube de humo y el hombre sexy e intrigante que la
acompañaba.
Te ves mejor como morena anunció Sam mientras paseaba a mi lado con un
cigarro colgando de sus labios.
Sonreí de forma ladeada.
Llevaba vaqueros y una camisa abotonada de manga larga negra. Estaba
remangado, lo que atrajo mi mirada al color de la tinta en sus brazos y me pregunté lo
que querían decir. Pero, ya que mi corazón estaba acelerado y no podía entender por
qué estaba repentinamente nerviosa alrededor de este hombre, decidí renunciar al
significado más profundo detrás de sus tatuajes y preocuparme por cubrir mis palmas
sudorosas en su lugar.
¿Sin chaqueta de nuevo? pregunté, tirando de la gorra sobre mis rizos.
¿Hay alguna posibilidad de que mañana por la noche vayas a perder las gafas
de sol? respondió, haciendo caso omiso de mi pregunta.
No lo creo.
Tus piernas están sanando bien afirmó, apoyándose en la barandilla junto a
mí.
Se veían mucho peor de lo que estaban.
Cierto. Puso los ojos en blanco, por lo que me di cuenta de que eran de un
tono increíblemente oro. No del todo avellana, pero definitivamente no eran marrones.
¡Maldición! ¡Deja de comerte con los ojos al sexy suicida!
Posé la mirada de nuevo en el agua.
Tu mano parece mejor esta noche.
Se detuvo justo antes de llegar al cigarro en su boca.
¿Lo notaste? Estaba preocupado de que fueses a dejar de comprobarme
después de que te alejaste con otro hombre ayer por la noche dijo de manera brusca,
haciendo que girase la cabeza para mirarlo. ¿Es él el que te hizo los moretones?
¡Uf!
¿Qué? ¡No! Además, te dije que no hay un él. Me caí por las escaleras.
Lo que sea. Desestimó mi respuesta sincera, pero por suerte, su actitud
también pareció desaparecer. ¿Entonces, te sientes mejor esta noche?
Verdaderamente, sí. Ahora, déjame ver tu mano.
Torció los labios, pero la levantó para que inspeccionase el corte.
¿Qué te pasó?
Astillada en una guitarra.
Ahora mi atención se animó.
¿Eres músico? le pregunté, mientras la idea de Sam tocando a mi lado, me
hizo sonrojar.
Traté de ocultar mi rostro, volviéndome a centrar en su mano, a pesar de que no
tenía ni idea de lo que estaba mirando. Simplemente no estaba preparada aún para
soltarle la mano.
De ninguna manera. Me la rasgué al hacer una estantería.
Centré mi atención en él.
¿Una estantería?
Sí. Simplemente se corta la parte delantera y a continuación, se añaden las
estanterías. Sacó el teléfono de su bolsillo trasero y comenzó a desplazarse a través
de las imágenes. Le tomó un minuto encontrar la imagen que quería. Y no se me escapó
que lo hizo con una sola mano.
¿Qué coño estoy haciendo?
Otra vez.
Después de soltarle la mano, tiré mi gorro hacia abajo mientras empujaba su
teléfono en mi rostro.
Efectivamente, había una guitarra acústica con la parte delantera cortada y tres
estantes de madera en horizontal dentro del cuerpo.
Es para los libros de los niños, pero supongo que podrías usarlo para las
especias o algo. Aunque tendrían que bajos. Se acercó a mi lado para que pudiéramos
mirar la imagen juntos. ¿O tal vez algunos pequeños adornos? No lo sé.
Vaya elogié. ¿Has hecho eso?
Mientras estaba cerca, robé una gran inhalación del olor almizclado de la colonia
de Sam. No debería haber olido tan bien, no mientras fumaba un cigarro. Pero
absolutamente lo hacía, así que inhalé otra vez disimuladamente.
Sí se jactó con orgullo, mostrándome una sonrisa de megavatios, en la que mi
mirada se demoró un poco más.
Bueno, eso es un poco un eufemismo. Miré fijamente.
Y su sonrisa creció mientras me veía... mirándolo.
Y continuó.
Por completamente, demasiado tiempo.
Pero casi no lo suficiente.
¿Por qué me miras así? preguntó finalmente, sacándome de mi estupor.
Es solo que... Eres sexy. Quiero decir... Y divertido. Yo... Y feliz. De
repente concentré mis pensamientos y alejé cualquier trance hipnótico al que me
llevaron los recuerdos de su boca contra la mía. Simplemente, no me pareces alguien
que quisiera suicidarse anuncié.
Su sonrisa desapareció al instante y bajó la mirada al suelo, mientras sus Converse
negros golpeaban con nerviosismo contra la barandilla.
No todo el mundo lo hace.
Debería haber sido un ser humano decente y no haber visto un momento tan
obviamente abrumador para él, pero el dolor que había aparecido en su rostro me hizo
incapaz de apartar la mirada. Francamente, en ese momento, se parecía más a un
hombre que quería acabar con todo y me asustó muchísimo.
Podría haber estado allí también, pero sabía lo que estaba pasando en mi cabeza.
No iba a saltar por ese puente, pero de repente, me preocupaba que realmente Sam no
pudiera decir lo mismo.
Mi pulso se disparó, mientras trataba de alejar al demonio que mi observación
inocente había desatado de alguna manera. Quería ayudar, pero no tenía ni idea de qué
demonios hacer. Estaba desorientada en cuanto a la guerra que se estaba librando
detrás de esos ojos de oro. Apenas conocía al hombre rompiéndose frente a mí, mucho
menos sabía cómo consolarle o si, incluso, quería ser consolado.
Lo único que sabía con certeza era que tenía que sacarlo de ese puente.
Yo... Oye, lo siento. Escucha, me muero de hambre. ¿Cabe la posibilidad de que
quieras ir tomar algo para comer?
Tragó saliva y luego, mirando al suelo, preguntó:
¿Me pides una cita? La pregunta fue en broma, pero su voz estaba ronca y
llena de emociones contenidas.
La mía no era mucho mejor, quebrándose, mientras nerviosamente respondí:
Realmente solo quiero salir de este puente ahora mismo.
Alzó la cabeza y le ofrecí una sonrisa tensa, que pareció aceptar igual que mi
respuesta. Mientras se centraba en mí, el color comenzó a deslizarse de nuevo en su
rostro.
Está bien estuvo de acuerdo.
Di un suspiro de alivio y asentí demasiadas veces.
Dejando caer su cigarro al suelo, dio un paso hacia mí. Me tomó del brazo con
dulzura y no pude fingir que no ayudó a calmar mis nervios, pero esa no fue la única
razón por la que me apoyé en su toque.
Una suave sonrisa jugó en sus labios cuando rozó los rizos de mi cuello y susurró:
Conozco un pequeño restaurante puertorriqueño que está abierto hasta las dos.
¿Estás bien con eso?
Eso funciona murmuré.
Sus ojos estudiaron mi rostro mientras preguntaba:
¿Estás bien?
¿Lo estás tú? repliqué.
No se molestó en responder. Descansando una mano en la parte baja de mi
espalda, me guío hacia la base del puente.
No charlamos en el camino. Solo intercambiamos unas pocas miradas robadas y
sonrisas tímidas. Odiaba sentirme incómoda con Sam, pero a juzgar por la forma en que
me miraba por el rabillo del ojo, tampoco no le gustaba mucho.
¿Quieres venir conmigo? me preguntó, haciendo girar un llavero alrededor
de su dedo cuando llegamos a la zona de estacionamiento. Sorprendentemente, todos
los signos de su angustia habían desaparecido.
Umm... me detuve, no queriendo reconocer que mi conductor me esperaba
en el auto. Sin embargo, tenía miedo de que la vena de la frente de Devon pudiese
estallar si desaparecía con un chico al azar, incluso si Sam solo fuera al azar para él.
Yo... no estoy segura. Tal vez, simplemente pueda encontrarte allí o algo así.
Levantó un dedo y dio unos golpecitos en el puente de mis gafas.
¿Vas a usar estas toda la noche?
No he llegado tan lejos. Sonreí con fuerza.
Bueno, ¿qué tal esto? Vamos a empezar con que me digas tu nombre. Luego nos
ocuparemos del viaje compartido y las gafas de sol. Después de abordarme ayer por la
noche con tu boca, estamos prácticamente saliendo. Probablemente debería saber tu
nombre, así puedo seguir y comprar nuestras matrículas retocadas a juego.
Levanté cuatro dedos.
4-eva1.
Inspiró de manera brusca.
El hecho de que hagas esa broma es tan jodidamente sexy.
Mis mejillas se calentaron mientras trataba de cubrirlo con más humor.
Además, no te debo nada. Si no recuerdo mal, pareciste disfrutar de ese
abordaje. Espera. ¿Cómo fue? Dejé de golpearme la barbilla y luego di un gemido
entrecortado, imitando el suyo de la noche anterior.
Oh vamos. Era un gemido masculino y lo sabes coqueteó, lanzándome una
sonrisa brillante, que calentó lugares que no eran solo mis mejillas.
La ausencia de ese sentimiento en mi vida podría haber sido la única razón por la
que bajé la guardia. No pude contenerme más. Me acerqué y, como esperaba, Sam me
rodeó la cintura, tirándome contra su pecho.
¿Tu novio me va a matar por esto? Señaló con la cabeza hacia mi auto, a solo
unos pocos metros de distancia.
No es mi novio susurré mientras mi respiración empezaba a acelerarse.
No debería decírselo.
Estaba perdiendo la cabeza.
Fue un beso que probablemente no significó nada para él.
Tal vez eso era cierto, pero en los pocos días que había llegado a conocer a Sam,
había comenzado a significar un montón de cosas para mí.
El corazón me latía con fuerza mientras sopesaba mis opciones.

1
4-eva: en inglés sería Foureva, como se pronuncia forever (para siempre).
No puedo arriesgarme a que le cuente a todo el mundo acerca de mi sucio pequeño
secreto del puente.
Simplemente debería irme antes de que el titular “Levee Williams es una suicida”
ocupase el primer plano de casi todos los tabloides imaginables.
Pero, por razones que solo se podían explicar por la seguridad que sentí cuando
me rompí en los brazos de Sam, anuncié:
Mi nombre es Levee.
Inclinó la cabeza con sorpresa.
 ¿De verdad? ¿Levy, como el impuesto o la princesa del pop?
Mierda.
Levee, como el terraplén utilizado para prevenir el desbordamiento de un río.
Echó la cabeza hacia atrás mientras soltaba una carcajada.
Historia verdadera.
No entendí muy bien su reacción, pero me armé de valor para lo peor.
Metiendo un brazo entre nosotros, me quité las gafas de sol y tranquilamente,
concluí:
Y la princesa del pop.
Como es lógico, abrió desmesuradamente los ojos, pero sus palabras no fueron en
absoluto lo que esperaba.
Ahuecando mi mandíbula, me frotó el pómulo con su pulgar calloso.
No hay moretones. Suspiró, visible alivio pintado en su rostro.
Fruncí los labios con confusión.
¿Qué?
Colocó la otra mano en mi mejilla, enmarcando mi rostro.
Tus gafas de sol, no estaban para cubrir los moretones.
Jesús, Sam. Te dije que nadie me estaba haciendo daño. Tropecé por unas
escaleras.
Sí, pero todo el mundo utiliza esa excusa comentó a través de una sonrisa
contagiosa.
Me caí del escenario durante los ensayos la otra noche. Algunos idiotas filtraron
el video. Probablemente es tendencia ahora mismo, si necesitas la prueba.
Se rio.
Realmente es una jodida buena noticia. Estaba preocupado por ti.
Estaba preocupada por él.
Bueno, no lo hagas. Estoy bien.
Inclinó la cabeza y miró de soslayo, lo que me aseguró que no se lo creía.
Probablemente tenía razón, pero puse los ojos en blanco. Una vez más, se echó a reír,
pero esta vez, rozó sus labios contra los míos.
Por lo tanto, ¿el hombre en el coche?
Me puse de puntillas y volví a rozar mis labios contra los suyos.
Guardaespaldas.
Mordisqueándome la boca, me apretó aún más contra su cuerpo firme.
Debes despedirlo beso, por permitirte subir a un puente cada noche sola.
Beso.
Sonreí contra sus labios.
Le despediría si me siguiera.
Yo te sigo. Sonrió. Beso.
Supongo que cada celebrity necesita un acosador. La buena noticia es que
resulta que a mí me gusta el mío.
Eso, sin duda, hace que mi trabajo sea mucho más fácil. Se lamió los labios de
una manera que envió un hormigueo por mi cuerpo.
Un suave gemido escapó de mi boca cuando su lengua se retiró.
Bésame susurré.
Me miró por un momento, sus ojos buscando algo en los míos. No había nada que
encontrar, excepto lujuria.
Bésame repetí.
De muy buen grado se obligó a seguir mi súplica y aplastó su boca contra la mía.
No fue tímido o contenido con preocupación, como el beso de la noche anterior. Era
profundo y lleno de indescriptible alivio.
Él me estaba besando.
Lo siento, debo saber a humo murmuró contra mi boca. Maldita sea, estoy
arruinando el momento.
Me reí, deslizando mis manos por su esculpida espalda. Sam podría no haber sido
grueso, pero sus tersos músculos curvaban su cuerpo delgado.
Simplemente chicle indiqué. Te voy a dar un poco la próxima vez.
Definitivamente. Dejó de besarme y apoyó su frente en la mía. Levee, es
jodidamente bueno conocerte. Suspiró y luego lo puntualizó con otro beso. Ahora,
te voy a comprar algunos de los mejores frijoles y arroz que jamás podrás degustar en
la medianoche del miércoles.
Está bien contesté, apartándome de mala gana de su abrazo.
Entonces, ¿cómo funciona esto? Metió una mano en el bolsillo y se balanceó
sobre sus pies. ¿Tienes un séquito o simplemente un guardaespaldas que necesitas
llevar con nosotros? Me dio un codazo de broma en las costillas.
Era mi turno de mirarlo de soslayo. Estaba actuando completamente demasiado
indiferente sobre mi identidad revelada.
¿Sabías quién era todo el tiempo?
¿Qué? ¡No! Habría intentado inmediatamente tener sexo contigo si lo hubiera
sabido respondió con franqueza.
Excelente. ¿Se supone que tiene que ser tranquilizador?
No, se suponía que era una broma, princesa.
Le di una mirada acusatoria.
No lo hagas.
Se rio y alzó las manos en señal de rendición.
Oye, estabas tratando de meterte en mis pantalones antes de que estuviese
intentando entrar en los tuyos. Luego sonrió, algo tan hermoso, que bajé la mirada a
su boca antes de poder detenerme.
¿Podemos simplemente ir a comer?
Arqueando una ceja, luchó contra una sonrisa.
¿Es decepción lo que siento? Levee, ¿quieres que trate de dormir contigo?
No me burlé, mirando a otro lado.
Cuando mi mirada se desvió de nuevo a su rostro, lucía otra enorme sonrisa e,
igual que había hecho antes, puso algunas cosas seriamente calientes para mí.
Entonces no lo haré.
Bien respondí rápidamente.
Bien repitió, pero sus ojos saltaron a mi boca y su sonrisa se extendió con
confianza.
Oh Dios, ¿podemos conseguir algo de comida ahora? Esto se está poniendo muy
incómodo. Resoplé.
¿Más incómodo que besarte con tu acosador?
Balanceé la cabeza, considerándolo.
Está llegando allí.
Le temblaban los hombros mientras se echaba a reír, hasta que algo le llamó la
atención por encima de mi hombro.
Creo que estás siendo convocada. Se refirió a los faros intermitentes
apuntándonos, a través del estacionamiento.
Sí, ese es Devon, mi um... guardaespaldas.
¿Pronto a ser ex-guardaespaldas?
Uh, no. Ha estado conmigo desde hace años. Lo odiaba al principio, pero ahora,
viene a mi casa para la cena de Navidad. No le voy a despedir por respetar mis
decisiones.
Resopló.
Correcto. Correcto. Lo entiendo. Es tu Kevin Costner.
Guau. Eras mucho más encantador detrás de mis gafas de sol.
De hecho, me encantó que no estuviese actuando rígido o volviéndose loco
conmigo. No era más que... Sam.
Eres tan creída. Guiñó un ojo.
Puse los ojos en blanco. No tenía sentido discutir con él. Realmente era una creída.
Sam era incluso mejor ahora... y ya era embriagador. Gracias a Dios, eso permaneció
encerrado en mi cabeza.
Venga. Devon puede conducir.
Apoyó su mano en mi espalda baja. Solo que esta vez, ni siquiera fingí no
arquearme contra su toque mientras le devolvía su guiño ligón.
Inclinándose hacia delante, apartó el cabello de mi hombro y susurró:
—Empieza el juego —en mi oído mientras deslizaba su mano una fracción de
centímetro, moviéndola desde un territorio respetable hasta justo por encima de mi
culo.
Pero, con lo que a mí respecta, no lo suficientemente bajo.
Sam
Después de conocer a su corpulento guardaespaldas, que, por suerte, no se parecía
a Kevin Costner en lo más mínimo, nos llevó los dos kilómetros y medio hasta Raíces.
Cuando estacionó en la parte de atrás, traté de abrir la puerta para dirigir a Levee al
interior, pero se estrelló en mi rostro. Levee se rio y me informó que Devon necesitaba
“reconocer el terreno primero”.
El hombre la dejaba vagar por el lateral de un puente de noche, pero Dios prohibía
que entrase a un pequeño restaurante recóndito, donde la mayor preocupación seria
que tropezase por las escaleras después de demasiadas sangrías.
Sin embargo, no discutí. Supuse que tenían un sistema. Y además, Levee estaba
acurrucada bajo mi brazo, con la cabeza apoyada en mi hombro. En lo que a mí respecta,
podríamos haber esperado en la parte detrás de esa SUV toda la noche. Durante esos
veinte minutos, no hablamos mucho. Estaba dibujando círculos en su brazo y, aunque
más tarde lo negó, en cierto momento se quedó dormida. No tuve ninguna prisa.
Cuando finalmente entramos, Raíces estaba extrañamente vacío. Normalmente el
lugar no estaba lleno, pero nunca había sido un pueblo fantasma. Tuve la pequeña
sospecha de que Devon no estaba pagando nuestra cena, mientras estaba con el
propietario, pasándole una American Express negra.
Le di a Levee una mirada recelosa, cuando me miró a través de sus pestañas,
avergonzada. Dándole una sonrisa tranquilizadora, besé la parte superior de su cabeza.
No era como si fuese a quejarme por un poco de tranquilidad.
Dos cervezas, tres sangrías y una orden de mofongo y chips de plátano más tarde,
estaba sentado frente a una de las más grandes celebridades de la industria musical.
Pero esa no era la razón por la que me dolían las mejillas de tanto sonreír. O por
la que mis manos anhelaban tocarla. O por la qué me había olvidado de todo el mundo
fuera de ese restaurante.
Por supuesto que me había sorprendido cuando Levee se había quitado las gafas
de sol, pero en realidad, había estado increíblemente aliviado de que su vida no fuera
tan dura como había especulado durante la última semana. Me había quitado un gran
peso de encima al saber que tenía el dinero y el sistema de apoyo para ocuparse de sus
problemas. No era una mujer solitaria navegando sola por la vida. No sería necesario
secuestrarla. Podía centrarme en llegar a conocer a la persona real detrás de las
sombras. Con la que había estado tan encarnizadamente conectado durante la última
semana.
No puedes usar eso contra mí. Quiero decir, también me gusta tu música. Estaba
tratando de ser sincero. Me reí mientras abría la boca con fingido horror.
Chocando su vaso de sangría contra mi cerveza, comentó:
¡No puedo creer que te guste Henry más que yo! Bueno, supongo que la buena
noticia es que Henry también te preferiría sobre mí.
¡Oye! No soy gay. Acabo de decir que me gusta una de sus canciones. Una.
Agité un dedo en su dirección.
En serio, esta es la historia de mi vida. Va a tratar de seducirte.
Me clavé el pulgar en el pecho.
Heterosexual.
Oh por favor. Hombres mucho más grandes que tú han cambiado de equipo por
Henry.
Está bien, cálmate, princesa. Nadie va a cambiar de equipo. Estoy tratando de
seducirte a ti con sangría barata ahora mismo. Un paso a la vez, por favor.
Lo juro por Dios, Sam. Deja de llamarme princesa exigió, pero alzó una
esquina de su boca. Y simplemente me di cuenta porque estaba mirando su boca,
fijamente.
Es solo que... Zapatos de Diseñador no tiene el mismo atractivo.
Has pasado la última semana tratando de conseguir mi nombre. Úsalo dijo de
golpe, pero escondió su diversión llevándose el vaso a los labios.
Llegando al otro lado de la mesa, presioné el fondo de su vaso.
Claramente, con esa actitud, no has sido seducida correctamente. Deberías
tener más.
Para. Se rio, derramando el líquido rojo por su barbilla mientras luchaba por
apoyar el vaso.
Después de tomar mi servilleta, le limpié el rostro mientras ella se limpiaba el
regazo.
Genial protestó. Ahora estoy hecha un desastre.
Bueno, eso hace que ahora estemos a la par. Me señalé la camiseta donde,
antes, accidentalmente me había tirado salsa.
Te dije que lo sentía. Ese chip de plátano se volvió travieso. No puedes echarme
la culpa por eso
Negué, deslizando la mano por la mesa para entrelazar nuestros dedos.
Mirando fijamente nuestras manos unidas, susurró:
Esto es divertido.
Le di un apretón. No estaba equivocada. Era, sin duda, la mejor noche que había
tenido por lo que podía recordar. Extraordinaria. Sí. Surrealista. Increíblemente. Podía
fácilmente llegar a decir genial.
La conversación fluyó fácilmente. Me hizo reír y le hice fruncir el ceño y luego reír.
No hablamos de cosas intensas. No le pregunté por qué estaba cada noche en ese puente
y tampoco me lo preguntó. Simplemente bromeamos como viejos amigos.
Era genial.
Ella era genial.
Tuve la imperiosa necesidad de mantener su genialidad.
¿Cuál es tu apellido? preguntó, dejando la servilleta sobre la mesa.
Rivers.
Cállate. Hablo en serio.
Yo también. Saqué una tarjeta de reUTILIZADO de la cartera y la deslicé por
la mesa. Solo piensa lo divertido que será tu nombre si nos casamos. Guiñé un ojo.
Me dio una mirada feroz.
—¿Qué? ¿Demasiado pronto?
—Como unos diez años.
¿Diez años? La sangría no es tan mala. Fingí estar herido.
Dejó escapar una risa.
Entonces, háblame de reUTILIZADO.
Tomo basura, la reutilizo, luego la vendo como algo nuevo. Muy fácil. A los ricos
les encanta. Hice una pausa. Mejorando lo presente, por supuesto.
¿Estanterías de guitarras?
Sí.
Me giró la mano y pasó un dedo sobre el corte de mi palma. El hormigueo empezó
a irradiar con su toque. Había acabado con lo de mantener las manos para mí mismo.
Quería, desesperadamente, la conexión que la mesa me había estado negando toda la
noche.
Apartando mi silla, le apreté la mano.
Ven aquí.
Se le sonrojaron las mejillas mientras se levantaba y lentamente, cerraba la
distancia entre nosotros. Con un rápido tirón, hice que perdiera el equilibrio cayendo
en mi regazo.
Poniéndole un rizo perdido detrás de su oreja, pasé el pulgar sobre su labio
inferior. Me incliné por un bienvenido sabor y la fruta dulce de la sangría cubrió el
mango que había esperado.
Quiero volver a verte.
Como una tímida colegiala, el rubor tiñó sus mejillas aún más oscuras.
Tenemos una especie de cita fija para mañana por la noche en el puente.
Eso no es lo que quiero decir. Pasé una mano por su espalda y, como si
hubiese estado esperando una señal, deslizó seductoramente la suya bajo el borde de
mi camisa. Sus suaves dedos probando mi piel me quitaron la respiración. Jadeé y le
sujeté la muñeca. Quiero verte otra vez, pero no en el puente.
De acuerdo susurró, rozando sus labios contra los míos.
Estaba retorciéndose en mi regazo. No se me podía culpar de la agitación de mi
polla, o la forma en que parecía aprobarlo, por cómo cambiaba su peso para presionarse
contra ella. Eché un vistazo a la habitación, repentinamente consciente de que estaba a
punto de manosearla en público y capté a Devon acompañando a nuestra camarera y al
propietario hacia la cocina.
Tal vez es bueno para algo.
Sin la presencia de nuestro público, tomé su boca sin pudor. Respondió
poniéndose a horcajadas en mi regazo, su vestido se subió mientras ponía su centro
directamente sobre mi cremallera. Gemí y metí una mano en su cabello, echándole la
cabeza hacia atrás y moviendo mi asalto hacia su cuello.
¿Estás borracha? le pregunté entre mordiscos.
Un poco gimió, frotándose en círculos contra mi regazo.
Jódeme.
Veo que mi cortejo ha funcionado.
Giró la cabeza, animándome a seguir.
Dios, quería continuar. Solo que no en medio de un restaurante con una habitación
llena de gente acorralada en la cocina. ¿Pero cómo podía llevarla a otro sitio sin parecer
un imbécil que simplemente estaba tratando de acostarse con una celebridad? Conocía
a la chica del puente y todo el mundo conocía a Levee Williams. Pero necesitaba que
llegase a conocer a Sam Rivers... pronto.
Sujetándole el rostro con las manos, puse la frente contra la suya.
Estoy a punto de complicar las cosas. Es lo que suelo hacer. Solo, ten paciencia
conmigo.
Se lamió los labios y me vi obligado a besarla otra vez. Cuando, finalmente, me
separé para respirar, continué:
Me llamo Samuel Nathan Rivers. Tengo veintisiete años. Soy acuario. No tengo
un pasado criminal. Tengo un certificado de buena salud. Soy demócrata, pero por Dios,
no se lo digas a mi madre. Soy propietario de una tienda de muebles y gano un gran
sueldo. No estoy interesado en tu dinero. Te enseñaré mi declaración de la renta si lo
necesitas. Tampoco soy un súper fan interesado en tu fama. Pero, pero por lo más
sagrado, te necesito. Zapatos de Diseñador ven a casa conmigo.
Sus ojos se encendieron.
Devon tendría un ataque al corazón. Apartó mis manos de su rostro con el fin
de besarme otra vez.
Un gruñido de frustración retumbó en mi pecho. A mi polla no le preocupaba la
salud de Devon.
—Levee me quejé mientras me rodeaba los hombros con los brazos,
presionando su pecho contra el mío. Devon puede...
Pero puedes venir a casa conmigo.
Dios bendiga América.
De repente, me puse en pie con ella aun rodeándome.
La cuenta, por favor grité en voz alta, hurgando en mi bolsillo trasero por la
cartera con una mano, mientras se aferraba a mí, riéndose.
No puede evitar sonreír cuando enterró el rostro en mi cuello y se deslizó al suelo.
Voy a ir al lavabo. Si lo deseas, ahora es el momento para fumar. No quiero que
tengas un ataque al corazón antes de que consiga desnudarte. Batió las pestañas con
aire inocente hacia mí, como si no acabase de susurrarle cosas dulces directamente a
mi polla.
Me mordí el labio, observando su culo mientras se alejaba.
Frotándome el rostro, traté de recomponerme mientras luchaba contra la mayor
sonrisa comemierda conocida por el hombre. Cuando alcé la mirada, Devon estaba
mirándome fijamente con los brazos cruzados sobre su enorme pecho.
No me mires así le exigí mientras lanzaba una gran cantidad de dinero sobre
la mesa.
No me gusta esto farfulló. Está borracha y no piensa con claridad.
Está achispada corregí, tanto para él como para mí.
No está realmente borracha. ¿Lo está?
Lo que sea. Solo era el rollo de una noche. Me gustaba y juzgando por la manera
que había enrollado su cuerpo a mi alrededor, también le gustaba, al menos una parte
de mi cuerpo.
Mira hombre. Me doy cuenta de que esta es la primera vez que nos conocemos,
pero Levee y yo nos hemos estado viendo durante la última semana... en cierto modo.
O... algo así. Me rasqué la parte posterior de la cabeza. No tiene que preocuparte
por mí.
Gilipolleces.
Alcé las cejas deliberadamente.
¿Sabes de qué tienes que preocuparte? De ella subiendo a ese puente cada
noche. Uno de estos días no va a bajar si no haces algo al respecto.
¿Perdona? Dio un paso amenazante en mi dirección.
Di una mirada furtiva a su lado, al pasillo por el que había desaparecido Levee.
Mira, no has escuchado esto de mí, pero sé con certeza que está considerando
saltar. No estoy seguro de si es una suicida o simplemente está deprimida, pero necesita
ayuda. Estoy haciendo todo lo que puedo para que siga bajando cada noche, pero
necesito que hables con su familia o con alguien cercano a ella de que necesita ayuda
seriamente.
De ningún modo se burló, pero estaba pensando en ello.
Me gusta, ¿de acuerdo? Mucho. Incluso antes de saber su nombre. Pero no la
conozco como tú. No puedo hacer mucho.
Puso los ojos en blanco y me miró con recelo, pero la semilla había sido plantada.
No la dejes volver sola a ese puente nunca más. Si estoy allí, me ocuparé de ella.
Lo juro. Pero si no estoy, la llevas a cualquier otro sitio en el mundo menos ese puente.
Mantuve su mirada, tratando de transmitirle la verdad. No tenía ninguna razón para
creerme, pero tampoco tenía ninguna para no hacerlo.
Finalmente, hundió los hombros y se pasó una mano callosa por su cabello negro.
Joder siseó entre dientes.
Escuché abrirse la puerta del baño, así que me ocupé en sacar mis cigarros del
bolsillo.
Solo necesita ayuda susurré una última vez.
Me ocuparé de ello respondió, aun notablemente conmocionado, pero mi
ansiedad se desvaneció.
Iba a hacer lo que fuese necesario para asegurarme de que Levee nunca saltaba
de ese puente, pero ya no era solo mi responsabilidad. No sabía dónde iban a ir las cosas
con ella. Podía desaparecer mañana, pero ahora, podía dormir mejor sabiendo que
alguien más conocía lo que estaba pasando por su cabeza.
Habría matado por ese consejo sobre Anne.
Hola, hermosa susurré mientras Levee giraba la esquina, pasando la mirada
entre Devon y yo.
¿Está todo bien? preguntó con los labios recién pintados de rojo.
Lo está ahora.
Después de rodearle la cintura con el brazo, la acerqué a mí y le besé la mejilla,
capturando un olorcito a mango en su aliento cuando suspiró.
Voy a fumar. Me encontraré contigo en el auto.
Dándole un guiño, deslicé la mano hasta su culo, dándole un suave apretón antes
de salir tranquilamente por la puerta trasera.
Levee
No tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Ni siquiera podía explicármelo
a mí misma. Pero sabía que, si no desnudaba a Sam Rivers en los próximos treinta
segundos, iba a explotar. No había estado con nadie en un año y aunque podía culpar
fácilmente mi insaciable deseo con estar desesperada, eso habría sido una total y
absoluta mentira.
Había pasado la última hora mirando varias partes de su cuerpo hasta que había
sido incapaz físicamente de aguantar más. Ya fuese por sus antebrazos tatuados, que
había flexionado cada vez que alzaba esa cerveza, el modo en que sus labios jugosos se
envolvían alrededor de la boca de la botella, o incluso el modo en que deliberadamente
se pasaba los dientes sobre el labio inferior cada vez que volvía a dejarla en la mesa; no
tenía ni idea. Pero mirando a ese hombre beber una maldita cerveza, mucho menos dos,
había sido malditamente casi insoportable.
La parte difícil fue cuando me imaginé a Sam queriéndose quedar realmente
conmigo una vez que la novedad pasase. Mi vida era caótica y no solo porque vivía en
el ojo público. Me causé mucha de la locura yo misma, agotándome en el escenario,
alimentándome de las máquinas expendedoras y luchando contra las lágrimas al lado
de las camas de niños moribundos.
Pero esa noche con Sam, mi vida no parecía tan abrumadora.
Tal vez fuera la sangría, pero pensaba que tenía más que ver con él.
Normalmente no era el tipo de chica que llevaba a un hombre a casa, pero Sam me
hacía cosas, muchas de las cuales comenzaban con su boca y mientras observaba su
cuerpo fibroso caminando de vuelta a mi auto; también esperé que todos terminasen
de ese modo.
No quería follar simplemente para compartir un orgasmo con otro cuerpo
caliente.
Quería a Sam.
Todo de él.
Pero realmente solo quería mantenerlo.
Joder dijo de golpe mientras pasaba una pierna sobre sus caderas en el
momento en que su trasero tocó el asiento de cuero.
Lo silencié con mi boca, deslizando una mano en su nuca y otra en su cabello. Su
polla empezó a endurecerse hermosamente entre nosotros.
Levee, espera gimió en mi boca, pero me palmeó el culo, acercándome más.
Espera. Espera. Espera. Aquí no.
Sí. Por favor aquí no comentó Devon inexpresivo desde el asiento delantero
mientras salía del estacionamiento.
Me reí y descansé la cabeza en el hombro de Sam. No estaba avergonzada. Era
Devon. Me había cambiado de ropa muchas veces en la parte trasera de esa SUV. Me
había echado más de un vistazo, pero nunca así. Aunque cuando se trataba de
transporte, no tenía ninguna opción. Resoplando, maldije mi falta de una licencia de
conducir y mi incapacidad de salir de casa sola.
Mírame. Sam me levantó la barbilla para estudiar mis ojos. ¿A cuánto está
tu casa?
Veinte minutos.
Mierda soltó. Y, solo para aclararnos, ¿no podemos ir a mi casa? Está a unos
tres kilómetros.
Abrí la boca, pero Devon respondió primero:
De ninguna manera.
Sonriendo, bajé la voz y susurré:
Realmente tiene una espantosa vena en la frente que, probablemente, está
palpitando en este momento.
Sam puso los ojos en blanco, luego suspiró.
Pon la cabeza en mi regazo.
Abrí los ojos con sorpresa. Y, de acuerdo, bien... excitación.
Jesucristo. No me mires así. Solo quiero decir que te acuestes y tomes una siesta,
algo que no tiene nada que ver contigo montándome. ¿Te importa si fumo aquí?
Sí. Me importa contestó Devon.
Negando, abrí la ventana y, reticentemente, me arrastré al asiento a su lado.
No. Adelante.
No tomé una siesta, pero descansé la cabeza en su regazo. Entonces miré mientras
fumaba un cigarro tras otro todo el camino de vuelta a mi casa, tal vez mientras
arrastraba una uña por la costura de su pantalón vaquero. Tal vez.
Definitivamente.
Levee
—¡Gracias, joder! —dijo Sam, abriendo la puerta antes incluso de que Devon
estacionara el auto.
—Oh, esta no es mi casa. Estamos dejando a Devon. ¿Vivo a unos veinte minutos
cruzando la ciudad? —Le lancé una sonrisa dulce, luego, audazmente moví mi mano a
su regazo, frotando a propósito el bulto bajo sus vaqueros.
Sujetando mi muñeca, entrecerró los ojos y gritó:
—Devon, voy a necesitar tomar prestado un dormitorio.
Me eché a reír cuando Devon maldijo en voz alta.
—Bien. Esta es mi casa. Sin embargo, está prohibido fumar en el interior —apunté
mientras saltaba de la SUV.
—Será mejor que tengas algunas actividades extracurriculares de verdad
emocionantes para mantenerme distraído, entonces.
—¡Tengo ping-pong!
—No es exactamente lo que estaba pensando. —Ladeó la cabeza con picardía—.
Pero supongo que palas y pelotas son un comienzo tan bueno como cualquier otro. —
Agachándose, me levantó sobre su hombro—. Señáleme la mesa de ping-pong, mi
señora.
No lo hice. Me reí histéricamente mientras me llevaba dentro. Entonces, le dirigí a
mi dormitorio en su lugar.
Oí a Devon cerrar la casa cuando Sam me depositó en la cama.
—Jesús. Esta vista. —Apartó las cortinas—. ¿Por qué demonios irías al puente
cuando tienes esto aquí?
—No lo sé —contesté, quitándome los pendientes y colocándolos en mi mesita de
noche.
Oh, pero lo sabía. Puede que no fuera lo que me había enviado originalmente a ese
puente, pero era el por qué mis pies me hacían volver cada noche. Y esa razón estaba
actualmente de pie delante de mí totalmente con demasiada ropa.
—¿Quieres una cerveza? —pregunté, quitándome los zapatos.
—No, estoy bien. —Me miró, y me di cuenta de que algo estaba mal con su
comportamiento. No se acercó ni un centímetro más. En cambio, sus labios estaban
apretados y sus ojos parpadeaban con incomodidad alrededor de la habitación.
De repente, no parecía ser Sam de pie delante de mí en absoluto.
Se sentía como un extraño que acababa de encontrarse con Levee Williams.
Maldita sea.
—¿Por qué me miras así? ¿Estás punto de enloquecer? —susurré, humedeciendo
mis labios con nerviosismo.
Metió sus manos en sus bolsillos.
—No estoy muy seguro todavía. Pero voy a necesitar que dejes de lamer tus labios
lo suficiente como para poder averiguarlo. —Su boca esbozó una amplia sonrisa y mis
hombros se relajaron.
Ahora, eso ha sido un destello de mi Sam.
—¿Quieres decirme lo que está pasando? —pregunté.
—Es sólo... Creo que por primera vez me doy cuenta de que eres alguna gran
celebridad. Puede que me esté resultando un poco difícil de manejar, Zapatos de
Diseñador.
—Simplemente hago música, Sam. —Le devolví la sonrisa y muy lentamente
merodeé en su dirección—. Sin embargo, imagina cómo me siento. Eres Samuel Nathan
Rivers. Un duro y tatuado diseñador de muebles que gana seis cifras al año, pero está
demasiado asustado para decirle a su mami que vota a los demócratas. —Me reí cuando
frunció el ceño con gracia. Deteniéndome frente a él, pasé una uña por su pecho,
jugueteando después con la cintura de sus vaqueros—. ¿Has considerado que tal vez
soy la única a la que le resulta difícil manejarlo? —Me incliné hacia adelante para
mordisquear sus labios, pero él nos giró.
—Excelente punto. Voy a necesitar que intentes realmente duro no volverte loca.
Ni siquiera has visto todavía mi pack de seis y mi enorme polla. —Sonrió e intentó
devolver mi mordisco, pero di un paso fuera de su alcance
—¿Has traído cerveza y pollo? —Fingí emoción.
Ese chiste cursi fue todo lo que hizo falta para recuperar completamente a mi Sam.
Con una sonrisa sexy y un encogimiento de hombros falsamente modesto, me hizo
retroceder seductoramente hasta la cama.
—¿Qué puedo decir? Me gusta estar preparado.
—Claramente —suspiré.
Se acercó, por lo que sus labios estaban a sólo un centímetro de distancia, pero
para lo mucho que lo quería, era agonizante.
—Claramente —repitió, su aliento ahumado, y sin embargo dulce, entrando en mi
boca.
Su fuerte brazo se envolvió alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia su pecho,
mientras miraba a sus ojos caídos, esperando ansiosamente a que hiciera su
movimiento.
Cualquier movimiento.
Cada movimiento.

Sam
Sus ojos estaban suplicando. Una súplica que tenía toda la intención de
responder… con el tiempo.
Mi tiempo. No el suyo.
Después de deslizar mi mano por la parte baja de su espalda, dejé que se
extendiera sobre su culo.
—Hace calor a aquí. ¿Tal vez deberías quitarte esto? —Tiré de la tela de su vestido.
Soltó una carcajada.
—¿Esa era tu línea? ¿”Hace calor en aquí”?
—No era una línea.
—Aquí hace frío. Ha sido absolutamente una línea. —Siguió riéndose, pero
envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. Nuestra respiración se mezclaba en el
pequeño espacio que nuestros alineados cuerpos habían dejado.
—No las he sacado aún y ya estás rompiendo mis pelotas. —Rocé mis dientes
sobre su labio inferior.
Cerró los ojos perezosamente y fue a por el beso. Tomando un movimiento de su
libro de jugadas, me aparté de su alcance.
Gimiendo a causa de la perdida, abrió sus ojos de golpe.
—Lo siento. Es simplemente que has empezado fuerte con la cosa de la enorme
polla —bromeó, echándose a reír otra vez.
—En serio, tienes que dejar de reírte —repliqué, ni siquiera un poco molesto.
Había un montón de razones por las que millones de personas se embelesaban
con Levee a diario, pero al verla desde cerca mientras se perdía en una broma
sarcástica, sabía que se estaban perdiendo las mejores partes.
Miré con una sonrisa satisfecha mientras el calor ardía a través de mis venas hasta
que finalmente se recuperó. Su sonrisa todavía se encontraba llena de humor… una
expresión que rápidamente se estaba convirtiendo en mi favorita. Y, como juez y jurado,
mi polla lo confirmó por la hinchazón entre nosotros.
De repente, una sonrisa diferente se formó y la travesura levantó las comisuras de
su boca.
Me había equivocado. Esa era incuestionablemente mejor.
Joder, estoy en problemas con esta mujer. Principalmente porque sabía que el
verdadero problema sería si no la tenía desnuda… pronto.
Afortunadamente, compartíamos ese sentimiento.
Ahuecó mi tensa erección.
—Entonces, dame una razón para no reírme, Sam.
No. Hay. Un. Maldito. Problema.
Con un gruñido, aplasté mi boca sobre suya y la levanté del suelo. Intenté lanzarla
a la cama, pero en el último segundo, envolvió sus piernas alrededor de mis caderas,
haciéndome caer sobre ella. Se rio en mi boca cuando nuestros dientes chocaron
dolorosamente. Se transformó en un gemido cuando mi erección felizmente aterrizó
contra su núcleo.
—Mierda —susurré mientras movía sus caderas contra las mías.
—¿Qué pasa, Sam? —preguntó inocentemente.
Le habría contestado, pero con sólo dos capas de ropa impidiéndome penetrarla,
había terminado de hablar.
De hacer bromas.
Demonios, incluso de escuchar su risa.
De repente, estaba de humor para hacer que se corriese… duro.
Y rápido.
Luego, quería correrme… despacio.
Y repetidamente.
Dejando besos por su cuello y sobre su oreja, tiré del dobladillo de su vestido.
—¿Quieres esto puesto o fuera mientras estoy lamiendo tu coño?
Se quedó inmóvil y, como me esperaba, su risa se silenció.
Cuando una sonrisa victoriosa se extendió a través de mi boca, se sentó
abruptamente y comenzó a tratar de llegar a la cremallera de la parte posterior de su
vestido.
—Fuera. Y para la próxima, deberías haber empezado con eso en lugar de esa
tontería de “hace calor aquí”.
—De acuerdo. —Asentí, bajando la cremallera y quitándole el vestido por la
cabeza.
Llevando un sujetador de encaje negro y un bóxer a juego, se recostó en la cama.
No la seguí. Me senté sobre mis talones y la mire embobado descaradamente.
Levee era delgada, casi demasiado delgada, pero, aun así, era impresionante. Su
plano estómago guio mi mirada hacia arriba, a los pequeños pero llenos pechos que
rebosaban del encaje. Justo debajo de la tela, pude divisar el pico de sus pezones y mi
boca se hizo agua por degustarlos.
Acaricié con mis dedos su hinchado escote.
—Primero me voy a desviar a éstos. Voy a pedir personalmente disculpas a tu
coño por la demora.
Una esquina de su boca se torció.
—Qué mejor que un infierno de una disculpa.
Palmeé ambos pechos.
—¿Piensas dejar de hablar en algún momento pronto?
Arqueándose hacia mi toque, jadeó:
—No lo sé. ¿Lo haces tú?
Moví una de mis manos hacia la cama para sostener mi peso mientras me cernía
sobre mis rodillas por encima de ella.
—Sí. Justo —coloqué un beso húmedo en su pecho— ahora.
Sin alguna otra advertencia, saqué el pezón del sujetador y lo cubrí con mi boca.
—Mierda —maldijo con sus manos volando para empuñar mi cabello y las caderas
levantándose de la cama y moviéndose en círculos—. Ahhh —gimió cuando mi lengua
lamió su pezón.
Luego cambié al otro antes de repetir el proceso.
Sus caderas continuaron buscando el espacio entre nosotros para encontrar
alguna fuente de fricción. Podría haberle ofrecido mi pierna, pero temía que a mi polla
le brotaran brazos y desgarrara mis vaqueros si la sentía montando mi muslo.
Con mi boca todavía en su pecho, Levee arañó mi camiseta tirando de ella por mi
espalda.
—Quítate esto.
Me enderecé lo suficiente como para quitarme la camiseta por la cabeza, pero
cuando traté de tomar su seno una vez más, una mano contra mi pecho me detuvo. Mi
mirada fue a la suya y para mi sorpresa y excitación, Levee estaba boquiabierta también.
—Joder —maldijo, pasando una sola uña sobre las crestas de mis abdominales.
Tenía un torso lleno de tatuajes que había estado esperando que ella
inspeccionara desde la primera vez, pero cuando volvió a empujar mi pecho, sus ojos
estaban pegados al contorno de mi erección bajo mis vaqueros.
Después de lamer sus labios, ordenó:
—Túmbate.
—Gracioso. Estaba a punto de decirte lo mismo. —Con una mano, la insté a bajar
suavemente mientras dejaba caer la otra en el encaje entre sus piernas.
Jadeó y echó la cabeza hacia atrás, frotándose contra mi toque mientras pasaba
sus manos arriba y abajo por mi estómago.
—Sam —respiró, haciendo una pausa para besarme con dureza—. ¿Podemos
acelerar esto?
—Ahora podemos —murmuré contra su boca.
Con un movimiento rápido, aparté sus bragas a un lado y metí dos dedos en su
empapado coño. Sus piernas cayeron a los lados cuando colapsó de espaldas sobre la
cama.
—Sí —siseó, empuñando las sábanas.
Arrodillándome en el borde de la cama, contemplé sus caderas, que se movían
continuadamente contra mi mano. Podría haberla mirado toda la noche, pero la
memoria de sus pechos en mi boca todavía era fresca.
—Quítate el sujetador. —Retorcí mi mano como puntuación.
No se demoró en incorporarse, deslizándolo por sus brazos, luego lanzándolo al
lado de la cama. Sus ojos y su sonrisa eran confiados, pero inmediatamente metió sus
manos en su cabello, forzando a sus pechos a juntarse como una especie de modelo de
bikini. Joder. El cuerpo de Levee era increíble, y lo último que quería era que intentara
cambiar mi vista de ninguna manera.
Uno por uno, quité mis dedos. Su boca cayó abierta en señal de protesta, pero
aparté sus manos de su cabello y las coloqué alrededor de mi cuello.
—No hagas eso. No a mí.
—¿Hacer qué?
Me puse de costado junto a ella.
—Tratar de poner una pose como si yo fuera un fotógrafo buscando la perfecta
imagen de ti.
—No lo he hecho —resopló.
Sujetando la parte posterior de su cuello, la atraje hacia mi boca y me tragué su
mentira.
—Sí lo has hecho, Zapatos de Diseñador. Pero no estoy aquí para una sesión de
fotos. Estoy aquí por la cosa real.
Ante el apodo familiar, sus ojos se iluminaron.
—No soy perfecto y te agradecería si pudiéramos fingir que tampoco lo eres tú
mientras tengo mis dedos en tu interior.
Cerró los ojos e inhaló profundamente, aguantando tanto la respiración que llegó
a ser inquietante. Finalmente, esos ojos marrones whisky se abrieron, emanando
libertad con cada parpadeo.
—Está bien —susurró, dejando caer los brazos a los lados, poniéndose al
descubierto por completo.
—Ahí está. —Le di un beso en los labios y metí un rizo detrás de su oreja—. Eres
hermosa, Levee. Aún más en estos momentos que cuando estás en la portada de una
revista tratando de serlo.
Sus mejillas se ruborizaron mientras intentaba contener las lágrimas.
Incluso esa batalla fue hermosa.
Varios segundos después, una risa burbujeó de su pecho.
—Eso ha sido un poco hortera, Sam.
Le sonreí. Realmente lo ha sido.
—También era la verdad.
—Tal vez sí. Tal vez no. —Se encogió de hombros—. Pero lo aprecio mucho más
de lo que puedas imaginar. —Su mirada burlona se desvaneció cuando el deseo una vez
más llenó sus ojos, lo cual apresuró la sangre a mi polla—. No más hablar. Tócame, Sam.
—Tomó mi boca e intentó llevar mi mano de vuelta entre sus piernas, quejándose
cuando me resistí.
—Shhh —la insté entre besos.
Gruñó con frustración.
—Necesito...
La corté. Usando su muñeca, dirigí su mano hasta mi polla cubierta con mis
vaqueros.
—A mí. Me necesitas a mí.
Sólo lo sabía porque yo la necesitaba a ella.
Y cuando su rostro se suavizó, la verdad salió de su boca.
—Realmente lo hago.
—Entonces tómalo.
Era así de sencillo. Me encontraba allí para estar con ella. Podía tenerme en
cualquiera y todas las formas que quisiera.
Sin otra palabra, desabrochó mis vaqueros y deslizó su mano dentro,
envolviéndola posesivamente alrededor de mi polla.
—Joder —suspiré.
Rápidamente fue seguido por una maldición suya cuando su palma hizo contacto
con el metal de mi apadravya2.
Ni siquiera había recuperado el aliento cuando su boca chocó con la mía. Su mano
continuaba acariciando mi polla… su pulgar rodando sobre el metal en la punta con cada
movimiento ascendente. No pasó mucho tiempo antes de que la familiar sensación se
formara en mis bolas… totalmente demasiado pronto.

2 Apadravya: es un piercing en los genitales masculinos que penetra verticalmente a través de la


totalidad del glande del pene, normalmente colocado en el centro del glande, y atravesando la uretra.
—Levee, espera.
Las palabras apenas habían salido de mis labios cuando me empujó
desequilibrándome y en la cama junto a ella. En solamente un par de bragas, Levee se
bajó de la cama sin siquiera soltar su agarre en mi polla.
—Arriba —ordenó, de pie entre mis piernas.
—¿Arriba qué? —pregunté sorprendido por nuestro repentino cambio de roles.
Intenté sentarme, sólo para ser forzado de nuevo hacia abajo. Su mano
desapareció para quitar los vaqueros de mis caderas.
—Tus zapatos —ordenó.
Este lado mandón de Levee me tomó por sorpresa, pero estaba casi desnuda…
tratando de desnudarme.
Hice lo que me había dicho.
Levee comenzó la frenética tarea de desnudarme, ni siquiera mirándome a los ojos
hasta que estuvo satisfecha con mis vaqueros, bóxer y calcetines tirados en el suelo a
sus pies.
—Dios, Sam —dijo, cayendo de rodillas y una vez más tomando mi
imposiblemente dura polla.
—Espera. —Me senté e intenté que se levantara—. Voy en primer lugar. Quiero
decir, vas a… Hijo de… ¡Joder! —Perdí todo pensamiento consciente cuando bajó su
cabeza y rodeó con su lengua la cabeza de mi polla.
—Tu polla está perforada. —Su mano acariciaba con un implacable ritmo de la
base a la punta.
—Yo... Joder... Ugh. —Mis músculos se tensaron mientras me deslizaba a través de
su mano—. ¿Lo está? Pensaba que todas eran así.
—Tan jodidamente gruesa. —Volvió a bajar a por otra lamida. Colapsé en la cama
dándome por vencido con mis objeciones.
Podía ir oficialmente primero.
Continué soltando maldiciones y pensamientos al azar mientras me acariciaba y
lamía mi eje, burlándose de la barra que atravesaba verticalmente la cabeza. Cuando
finalmente deslizó mi polla a la parte posterior de su garganta, estaba flipando.
—Mierda, mujer. —Enredé una mano en su cabello, tratando de levantarla.
Levee no había terminado todavía.
Pero yo sí.
Metiendo mis manos bajo sus brazos, la traje a la cama.
—¡Sam! —chilló.
Poniéndome de pie, sólo tuve una respuesta.
—Voy a follarte.
Inhaló un agudo aliento. Jugando con las puntas de su cabello, presionó de manera
poco natural sus perfectas tetas juntas. Arqueé una ceja emitiendo una no-tan-sutil
orden. Dejó caer rápidamente los brazos a los lados. Moviendo mi mirada, encontré mis
vaqueros y saqué un condón de mi cartera mientras me maldecía en silencio por no
haber traído toda una maldita caja.
Levee observaba desde la cama con las rodillas flexionadas y abiertas para mí. Su
cabello estaba desplegado a su alrededor mientras sus caderas se retorcían de lado a
lado.
Estaba exhibiéndose. Y mientras que me encantaba, no era suficiente y ella lo
sabía.
—Deshazte de ésas —gruñí, mirando sus bragas.
Sus labios se torcieron en una sonrisa, pero rápidamente obedeció, deslizándolas
seductoramente por sus piernas. Entonces las hizo girar en su dedo antes de dejarlas
caer al suelo ceremoniosamente.
Un gruñido retumbó en mi pecho cuando descaradamente abrió sus piernas,
revelando un húmedo y brillante coño a la espera de que entrara en él.
—Voy a necesitar más condones —anuncié, rasgando el paquete de aluminio.
—Tengo alguno. —Puso su mano entre sus piernas e hizo un círculo en su clítoris.
Cristo.
Esta. Mujer.
—Continúa —dije mientras me colocaba el condón—. ¿Estás lista para mí?
—¿Para ti? Ni siquiera cerca —susurró con timidez. Entonces, sus ojos se
oscurecieron y una pecaminosa sonrisa apareció en sus labios—. ¿Para tu polla, sin
embargo? Absolutamente.
Tragué con fuerza. De repente, tuve miedo de tampoco estar listo para Levee. Pero
cuando mi pulso se aceleró, me subí a la cama, dispuesto a arriesgarme sólo para
sentirla.
Sus dedos continuaban haciendo círculos sobre su clítoris y bajé mi mano para
unirse a ellos. Estaba empapada y no pude evitar llevarlos a mis labios para probarla.
—Mmmm —ronroneé cuando levantó sus dedos húmedos a mi boca
ofreciéndome una segunda probada que estuve más que dispuesto a aceptar—. Te voy
a follar. Luego, nos daremos una ducha. Después voy a comerte hasta que esté duro otra
vez. —Deslicé mi polla a través de sus pliegues.
Su cabeza se presionó contra la almohada cuando arqueó la espalda.
Inclinándome, rocé mis dientes rudamente contra su pezón
—Entonces comenzaremos el ciclo otra vez.
—Vas a tener que fumar en algún momento —se burló incluso mientras se
retorcía debajo de mí.
—No, si estás ocupando mi boca y mis manos —repliqué.
Entonces, sin previo aviso, la penetré con fuerza.
Los dos gritamos una dichosa maldición y luego nos quedamos inmóviles
permitiendo que nuestros cuerpos se ajustaran. Para mí, ajustarse significaba pasar un
momento rogando que mis bolas no dispararan dentro de ella.
—¿Estás bien? —jadeé.
—Voy a correrme en cuanto te muevas. Sólo lo advierto.
Me reí entre dientes, entonces miré a mi polla salir lentamente antes de llenarla
otra vez.
—¡Ahhhh! —gritó con éxtasis—. Deja de mirar y bésame.
No le negaría eso. Estaba desesperado por su boca, de todos modos. Apoyándome
en mis codos, cubrí su boca sin gentileza.
Mmmm… Mangos.
Levee se aferró a mi espalda mientras sus músculos se tensaban alrededor de mi
polla con cada pasada de mi lengua en su boca. Ni siquiera necesitaba moverme, pero
cuando sus caderas empezaron a agitarse contra las mías, se hizo obvio que ella sí.
Pasando un brazo bajo su pierna, la levanté y apreté contra su hombro, abriéndola
incluso más ampliamente para mí. Con sus uñas arañando mi espalda, bombeé en su
interior. No estaba exagerando. Aproximadamente cuatro empujes más tarde, se corrió
mientras gritaba mi nombre. Con su apretado coño exprimiéndome mientras se perdía
debajo de mí, no pude aguantar mucho más antes de unirme a ella.
Me corrí con promesas de darle más.
Lo que me preocupaba era que ni siquiera sabía qué clase de más ofrecía.
Las palabras no se sentían sexuales incluso cuando me había vaciado en su
interior.
Sólo sabía que quería dárselo.
Muchísimo. Más.
Levee
Recién salida de una ducha donde Sam había usado sus dedos para darme el
estremecedor orgasmo número dos, lo observé, envuelto sólo en una toalla, fumando
en el balcón. Estaba tan obviamente congelándose el culo, pero era una vista
gloriosa. Odiaba que fuera un fumador, pero, Dios, se veía sexy mientras lo hacía.
Eran después de las tres de la mañana cuando mi teléfono comenzó a sonar en mi
mesita de noche. Era Henry, y aunque fuera normal para él llamar borracho, todavía me
preocupaba la razón por la que llamaría tan tarde.
Lo cogí inmediatamente.
—¿Hola?
—¿Dime que está mintiendo?
—¿Qué?
—Por favor, Dios, Levee. Dime que está lleno de mierda y que no estás tratando
seriamente de matarte a ti misma.
Me quedé helada.
—¿De qué estás hablando? ¿Quien?
—¡Quienquiera que sea el tipo con el que te estás acostando! —gritó antes de
recuperar la compostura—. Le dijo a Devon que ibas hasta el puente cada noche para
saltar. Maldita sea, Levee, ¿qué diablos estás pensando?
Mi corazón empezó latir rápidamente mientras la sangre fue drenada de mi
rostro.
—No es. Quiero decir... yo... yo no... —Tropecé con mis palabras mientras mis ojos
se levantaron a Sam en el otro lado del cristal.
—Stewart está perdiendo su jodida cabeza en este momento pensando que Devon
ha sido sólo la primera parada de este tipo antes de dirigirse a la prensa.
Oh Dios.
—Sólo dime que esto es una especie de rumor.
Como si pudiera sentir mi angustia, Sam se volvió hacia mí. Sus ojos dorados fijos
en los míos, la preocupación inmediata pintó su rostro.
—¿Qué? —pronunció.
No podía responder.
No a Sam.
No a Henry.
Ni siquiera a mí misma.
No era cierto.
Tampoco era una mentira.
—Oh Dios. —Henry se quedó sin aliento cuando mi silencio le dijo más de lo que
mis palabras jamás podrían.
Sam me miró con recelo por varios segundos antes de dejar caer su cigarrillo y
dirigirse hacia mí.
Mi mundo empezó a moverse en cámara lenta, incluso cuando mi mente se
arremolinaba frenéticamente.
Se lo ha contado a Devon.
La traición heló mis venas, enviando un escalofrío por mi espalda.
—¿Levee? —dijo Henry, recordándome que todavía tenía el teléfono al oído.
—Sí —dije en voz baja, ausente, con los ojos pegados a Sam mientras deslizaba la
puerta del balcón abierta. Una ráfaga de viento movió las cortinas en el aire cuando
entró.
—Voy de camino. Voy a estar allí en media hora, ¿de acuerdo? Quédate
quieta. Vamos a resolver esto.
—Estoy… realmente... estoy... umm... —Mi barbilla tembló cuando Sam se detuvo
frente a mí y ladeó la cabeza en una pregunta silenciosa—. Estoy bien —finalicé. Una
lágrima escapó de mi ojo mientras Sam se encogía físicamente ante la palabra,
inmediatamente envolviéndome en sus brazos.
—¿Qué está pasando? —preguntó en voz baja.
¿Por qué me haría esto a mí?
—Voy a estar allí en media hora —repitió Henry—. Devon está en camino
ahora. Ten paciencia.
Pero no podía hacer eso en absoluto. El hombre que había sido el único que me
había mantenido en tierra firme en la última semana simplemente me había vendido. La
aterradora caída libre se precipitó hacia mí desde el suelo, absorbiéndome incluso
mientras estaba de pie envuelta en sus brazos seguros.
Realmente no se lo diría a cualquier otra persona... ¿verdad?
Si se corría la voz de que era una especie de caja de cesta suicida, no había manera
de que me dejaran ayudar en los hospitales más.
Mi pulso se aceleró, y mis manos estaban frías y húmedas.
No dejaría que me apartara, que los apartara.
Mis oídos retumbaban, haciéndome incapaz de distinguir las palabras que Sam
estaba repitiendo en mi cabello. No estaba segura de si eran preguntas o sentimientos
calmantes; simplemente rompió mi corazón de que él las estuviera pronunciando.
Él había sido el vendaje y, ahora, la herida.
Dejando caer mi teléfono, di un paso fuera de su alcance. Después de levantar los
pantalones vaqueros del suelo, los tiré hacia él.
—Fuera.
Su cabeza se volvió.
—¿Qué?
—Lárgate jodidamente de mi casa.
Se puso las manos en las caderas, claramente confundido.
—¿Disculpa?
—¡Fuera! —grité tan fuerte que resonó en el cristal.
No se movió. En lugar de ello, se puso sus pantalones y luego se mordió el labio
inferior mientras sus ojos brillaban entre los míos, en busca de algún tipo de respuesta.
—¿Quién era en el teléfono, Levee?
No pude evitar reírme. ¿Está celoso?
¿Estaba a punto de convertirse en noticia de primer plano y él estaba celoso?
Esto no está pasando.
Sí, jodidamente estaba ocurriendo.
Y, sólo por eso, me enfurecí.
Realmente enfurecida.
—No voy a dejar que me hagas esto. Tus palabras no significan nada en contra de
las mías. No tienes pruebas. —Tome la toalla de la parte posterior de mi puerta y la
envolví con fuerza, como si pudiera mágicamente evitar desintegrarme.
—¿De qué demonios estás hablando? —Él tiró de su camisa.
—No voy a dejar que me arruines a causa de algún complejo de salvador fuera de
lugar. No te necesito, Sam. Así que hazme un puto favor y mantén la boca cerrada sobre
la mierda que no sabes nada.
—Estoy tan perdido en este momento. —Echó los brazos a los costados.
—¡Le dijiste a Devon que estaba planeando saltar del puente!
Sus hombros bajaron en visible alivio.
—Bueno sí. Alguien tenía que saber. No voy a quedarnos de brazos cruzados
mientras te matas a ti misma —se mofó como si estuviera loca.
—¡No voy a matarme! —grité y a continuación comencé a pasearme por la
habitación.
Fue casi cómico.
Estaba herida.
Y molesta.
Y tratando de mantenme firme aún más que nunca.
Pero Sam parecía que acababa de salvar una camada de cachorros de un edificio
en llamas.
—Bueno no. Ya no, no lo harás. —Sonrió con orgullo.
—¡Oh, Dios mío! —Levanté mis manos en frustración—. Tienes problemas
mentales. —Debería haber mirado hacia arriba. No lo hice. Seguí caminando—. Pareces
estar tan jodidamente empeñado en salvarme, pero ¿qué hay de ti? —Debería haberme
callado. No lo hice. Seguí despotricando—. Estabas pensando en saltar de ese puente
también, Sam. Tal vez debería correr a tus empleados y compartir ese pequeño
secreto. Pero no, no haría eso. ¿Por qué? Porque soy un ser humano decente que respeta
tu privacidad. Felicidades, Sam. No salté, pero cuando este pequeño secreto se filtre
jodidamente, desearía haberlo hecho.
Cuando por fin, malditamente por fin, miré hacia arriba, Sam se había ido. Todavía
estaba de pie en la sala, pero me había dejado de todos modos. Su rostro estaba pálido,
y sus puños apretados a los costados.
—Escucha, princesa —gruñó. No era una expresión de cariño ese momento. Era
un insulto que dolía mucho peor que cualquier otro nombre que posiblemente podría
haberme llamado. Ni siquiera tuve el tiempo suficiente para retroceder de su golpe
verbal antes de continuar—. Antes de ir arrojando insultos alrededor del interior de tu
mansión de vidrio, es posible que desees todos los hechos. Hace cuatro meses, mi
hermana enferma mental salió a dar un paseo por el puente. Dos días más tarde, se
recuperó el cuerpo de la bahía.
Mi mano voló hacia arriba, cubriendo mi boca mientras una culpa mordaz se
instalaba en mi estómago.
—La última conversación que tuve con ella fue por la mañana cuando
rotundamente me dijo que estaba bien —espetó esa palabra y a continuación, relajo su
cuello—. No lo estaba. Y tú tampoco. Levee, nunca he querido morir. Me acerqué a ese
puente porque quiero que Anne vuelva.
Mi visión nadaba.
—Oh Dios.
—Quizás nunca ibas a saltar, pero estabas en ese puente por una razón. No te
preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero no voy a pedir disculpas por decírselo
a Devon. Con mucho gusto me iré ahora, pero un día, cuando vea tu rostro otra vez, no
va a ser en las noticias porque encontraron tu cuerpo arrojado a las orillas de la
bahía. Jodidamente de nada. —Después de arrebatar sus zapatos del suelo, salió de mi
habitación.
—Sam, ¡espera! —Lo seguí, alcanzándolo cuando llegó a la puerta principal, un
cigarro ya colgando en sus labios.
—No —espetó—. No puedo lidiar con esto. No eres todo lo que pensaba que eras.
—Sam, lo siento. No sabía. Yo…
—O tal vez eres exactamente quien pensaba que serías. —Levantó sus manos,
haciendo un gesto alrededor de mi exuberante vestíbulo.
Eso dolió. Mucho.
Pero no tanto como la idea de perderlo.
—Lo siento, por favor…
La puerta se cerró antes de que pudiera terminar la disculpa.
—¡Espera! —Abrí la puerta de golpe, pero un Devon adormecido estaba al otro
lado—. ¡Muévete! —Traté de empujarlo fuera del camino.
Pero él se limitó a sacudir la cabeza y me empujó dentro de la casa.
—Levee, para. Le dije a Carter que lo llevara a casa.
—¿Que has hecho qué? —grité, corriendo de nuevo a la puerta justo a tiempo para
ver las luces traseras desaparecer.
—Tienes mierda más grande con la que lidiar que ese idiota.
Apretando los dientes, miré fijamente en su dirección.
—Estás despedido.
—Oh por favor. Tengo una buena razón para dejarlo después de la mierda que he
descubierto que has estado ocultándome —espetó de vuelta.
—¡No iba a saltar! —grité por lo que parecía la millonésima vez, pero cuando salió
de mis labios, me di cuenta de que era la mejor mentira que jamás había dicho.
Incluso yo lo creía.
Sin embargo, no Sam.
En el fondo, lo consideré seriamente. Más veces de las que debería.
Diariamente.
Mis piernas comenzaron a temblar, pero nunca tuvieron la oportunidad de seguir
funcionando antes de ser atrapada por un abrazo de Devon.
—Shh. Te tengo —susurró en mi cabello—. Siempre, Levee.
—Yo, um… creo… que necesito —a Sam—, ayuda.
—Entonces la conseguiremos.
Mierda.
Sam
Había pasado otra noche sin dormir. Después de que algún tipo enorme, el cual
asumí, que era otro guardaespaldas me llevó a casa, me había sentado en mi porche con
Sampson a mi lado y vi salir el sol. Estaba empezando a sentir como que nunca
conseguiría una noche completa de sueño de nuevo. No pasó mucho tiempo para que
me arrepintiera de haber estallado con Levee. Ella tenía problemas, y yo había hecho lo
único que había jurado que nunca haría de nuevo después de que Anne muriera; me
alejé. Pero joder, su rabieta explosiva me había herido profundamente.
Eso no era del todo cierto, sin embargo.
Anne me había herido profundamente.
Levee, sin saberlo, había frotado sal en la herida ya abierta.
Necesitaba disculparme. No se merecía esa mierda. Si volviera por ahí,
probablemente podría hacerla entender mi reacción exagerada.
Pero eso era lo último que necesitaba realmente.
No tenía absolutamente nada que hacer tratando de tener algo con ella. Veníamos
de mundos diferentes, y sólo una parte de eso tenía algo que ver con que fuera famosa.
Infiernos, esa era la parte fácil. Los dos estábamos tan llenos de dolor. Sólo que ella
estaba decidida a escapar de eso, mientras yo sufría físicamente por detenerla. Juntos
seríamos un maldito choque de trenes.
Pero esa mujer...
Sólo había estado una semana y sólo habíamos pasado una noche juntos, pero,
Dios, me había parecido la indicada, la que siempre había estado buscando. ¿A quién le
importaba si tenía problemas que probablemente siempre me estresarían?
Oh, cierto. A mí.
Pero, cuando estábamos juntos, era fácil olvidar cómo nos habíamos conocido. Era
fácil perderse en sus ojos color whiskey y en su sonrisa contagiosa.
Su cuerpo esbelto y su piel lisa y blanca.
Sus pechos suaves y su apretada...
Maldita sea.
Necesitaba desesperadamente hablar con alguien acerca de ella. Pero como Levee
era una figura pública, se hacía complicado. No podía sacar a la luz su mierda como ella
obviamente ya pensaba que iba a hacer. Mi madre todavía estaba luchando con la
muerte de Anne. No podía llevar este tipo de drama sin ponerla triste. Se estaba
empezando a recuperar.
Tenía una opción...
Entonces, a las nueve de la mañana, agarré mi cartera y me dirigí hacia la puerta.
—Amigo, ¿qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Ryan cuando entré en
su despacho, cerrando la puerta detrás de mí.
—Acabo de contratarte. La jodí anoche y necesitamos hablar, pero no puedes
decir una palabra a nadie.
—¿Qué. Has. Hecho? —dijo muy lentamente, apartándose de su escritorio y
poniéndose de pie.
—Por cierto, realmente me gustaría haber sabido que cobrabas cuatrocientos
dólares por hora antes de que le pagara a Jen por tu tiempo. Maldita sea, hombre.
Arqueó una ceja enfadado.
—Uno, permanece malditamente lejos de Jen. Dos, ¡somos mejores amigos! No
tienes que pagar por mi tiempo, idiota.
—Sí, lo sé, pero necesitaba del privilegio abogado-cliente para lo que voy a decirte.
—Mierda, Sam. Esto no suena bien. —Apretó el puente de su nariz mientras se
sentaba en el borde de la mesa, y luego me indicó que empezara.
—He estado viéndome con Levee Williams, y anoche, me acosté con ella —dije
rápidamente.
Su cabeza se levantó.
—Levee Williams, ¿la cantante?
Asentí rápidamente.
—¿No me digas? —resopló. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero con la misma
rapidez, sus ojos se abrieron como platos—. Oh, Jesús, ¿le has hecho daño? ¿Está
tratando de acusarte que la forzaste?
—¿Qué? ¡No! —grité, saltando sobre mis pies.
—Entonces, ¿qué mierda has hecho que de repente necesitas un abogado de
defensa criminal?
—¡Nada! Sólo quería hablar contigo sin tener que preocuparme de que vayas a
abrir tu jodida gran boca. ¡Por el amor de Dios, Ryan! ¿Lo primero que asumes es que la
he violado?
—No he pensado necesariamente que la violaras —se burló, cruzando los brazos
sobre el pecho y encogiéndose de hombros—. ¿Tal vez no le gustó la polla biónica? Uno
nunca sabe.
Me reí sin humor.
—No seas ridículo. A todas les gusta.
—¿Incluyendo a Levee Williams? —Sonrió.
—Vamos, idiota. Actúa como un profesional.
—Bien. Preguntaré eso cuando no nos estés pagando. —Volvió alrededor de su
escritorio y, muy serio, se sentó en su silla—. Ahora, Sr. Rivers. ¿Qué puedo hacer por
usted?
Respiré profundamente y me acomodé en la silla.
—La conocí en el puente hace una semana.
Bajó la voz y masculló una maldición.
—Tienes que dejar de ir allí y torturarte.
Sacudí mi mano. No necesitaba un sermón. Necesitaba que alguien me dijera que
estaba loco por querer estar con Levee. Luego necesitaba a alguien para convencer a mi
cuerpo que estaba loco también, porque todo lo que realmente quería hacer era correr
de vuelta hacía la colina y perderme dentro de ella de nuevo.
—Al principio no sabía quién era. Siempre llevaba gafas de sol y una peluca, pero
pude ver sus intenciones como un faro de luz. —Me aclaré la garganta—. Ella iba a
saltar. Sé que lo iba a hacer. Mantuvo sujeta sus piernas a la barandilla como si estuviera
probando el viento sobre su piel. No podía dejar de preocuparme por ella, así que, en la
tercera noche, le saqué conversación. Me he estado encontrando con ella en el puente
cada noche desde entonces, y ayer por la noche, finalmente me dijo su nombre, y
después de la cena, nosotros... uh... fuimos a su casa. —Sonreí y sacudí la cabeza por lo
perfecta que había ido la primera mitad de la noche. Entonces gruñí por los recuerdos
de cómo había terminado—. De todos modos, le dije a su guardaespaldas que estaba
planeando saltar, y cuando ella se enteró, explotó y me echó de su casa. No tengo ni puta
idea de qué hacer, Ryan. Realmente quiero volver allí esta noche y pedirle perdón, pero
una mujer así me va hacer trizas. Recuerdas cómo fue con Anne. Sólo sería un blanco
fácil a la espera de una respuesta instantánea. Pero me... um... gusta.
Él suspiró.
—No puedes estar con alguien así. Tu personalidad no puede manejar a una loca.
—Vamos, amigo. No la llames loca.
—Sólo quiero decir que necesitas a alguien un poco más seguro y más en
equilibrio. Sabes que siempre te he considerado un hermano. Pero el hecho de que me
hicieras el almuerzo y doblases mi ropa todos los días en la universidad sin duda hizo
fácil tenerte alrededor.
Miré hacia él, poco impresionado.
—Eres es un cuidador, Sam. Es lo que haces. Lo hiciste por tu madre cuando tu
padre murió. Lo hiciste por mí cuando... —Se detuvo e inclinó la cabeza en
consideración—. Bueno, todavía lo haces por mí. Lo hiciste por Anne. Lo haces por
Morgan. Y ahora, vas a tratar de hacerlo por Levee jodida Williams. Has hecho lo correcto
al permitir que alguien supiera lo que pasaba, pero realmente creo que estará bien sin
ti. Si quieres tener diversión bajo las sabanas con ella durante un tiempo, adelante, ve
por ello. Pero, puesto que sé que tu vagina no funciona de esa manera, tienes que parar
esto ahora. Lo que realmente necesitas es a alguien que cuide de ti, y no al revés.
Él estaba en lo correcto.
Había pasado años de mi vida cuidando de mi padre. Y aún más años reparando
el daño que había causado a nuestra familia, cuando finalmente se había ahorcado en
su taller. Más recientemente, había pasado la vida tratando de evitar que Anne tuviera
el mismo destino, una tarea monumental en la que había fracasado.
Sí. No podía hacer eso con Levee.
No otra vez.
Aclarando mi garganta, me puse de pie.
—Tienes razón.
Él estaba tan malditamente equivocado, y lo supe aun cuando esa frase de estar
de acuerdo salió de mis labios.
Ella estaba bien.
Nosotros estábamos bien.
Simplemente tenía demasiado miedo de iniciar el ciclo de dolor de nuevo.
Entonces, como un cobarde, repetí la mentira.
—Tienes toda la razón.
—Bien. —Se puso de pie también y se abrochó la chaqueta de una manera muy
profesional—. ¿Hemos terminado aquí?
Suspiré y asentí, preparándome para salir, pero Ryan me detuvo primero.
—¿Quieres tomar un café? Fuera de horario, por supuesto. —Me guiñó un ojo y
metió las manos en los bolsillos.
—Sí. Podría ir seriamente por un cigarro y un poco de cafeína —contesté, sin
ánimo.
—Genial. Ahora, escúpelo. ¿Era un fenómeno en la cama? Puedo verla siendo
pervertida. Y ni siquiera intentes evitar responder. No puedes follarte a la estrella del
pop más grande del mundo y esconder esta mierda a tu mejor amigo.
Me aclaré la garganta.
—Mi mejor amigo no sabe que tuve sexo con Levee. Sólo mi abogado. Y ya que
estás fuera de tu horario... —Mi voz se apagó, dándole un encogimiento de hombros.
—Eres mezquino. —Hizo un mohín, e hice una nota mental de no dejar que Ryan
me emborrachara durante algún tiempo.
—Eso no es lo que dijo Jen —bromeé, esquivando el golpe que sabía que se dirigía
hacia mi hombro.
Ryan habló en todo el camino a la cafetería, pero yo no tenía nada más que decir.
¿Cómo se suponía que fuera a olvidarme de ella? ¿O dejar de preocuparme por ella? ¿O
evitar meterme en el auto y dirigirme a su casa? Dios, esperaba que Devon fuera a
conseguirle realmente la ayuda que necesitaba y dejara de llevarla a ese maldito puente
cada noche.
Sin embargo, sólo había una manera de estar seguro de eso.

Durante siete días, luché contra la necesidad y de algún modo me las arreglé para
mantenerme alejado de ella. Su casa estaba a sólo quince minutos de la mía, y mis
palmas anhelaban volver a tocarla.
Por mucho que quisiera verla, no era como si Levee hubiera contactando conmigo,
tampoco. Tenía mi número de móvil desde la noche en que se lo había dado en el puente,
pero no sabía si lo mantenía. Ella sabía dónde trabajaba sin embargo. Le había dado
permiso a la recepcionista de reUTILIZADO para que diera mi número de móvil a
cualquier persona que llamara preguntando por él.
Un millón de clientes llamaron; Levee no lo hizo.
La ansiedad no me dejaría siquiera enviarle un mensaje. Cada noche, volvía a ese
puente con la esperanza de encontrar un par de zapatos de diseñador ocultos tras las
sombras.
Nunca estuvieron ahí.
Por mucho alivio que me daba cada noche, que no estuviera ahí, un dolor crecía
en mi pecho.
La echo de menos.
No pasó mucho tiempo hasta que llegué a la altura de ese apodo que ella me había
puesto y me convertí en un verdadero acosador de Internet. Durante una de mis muchas
búsquedas de ella en Google, me encontré con que había cancelado varias de sus
próximas actuaciones. La especulación en los tabloides era que estaba embarazada del
querido hijo de Henry Alexander. Incluso habían publicado fotos editadas, obviamente,
de su supuesto embarazo. Las fuentes más confiables informaron que se dirigía a
rehabilitación. No podía imaginar a Levee siendo adicta a las drogas, pero, ¿cómo de
bien la conocía? Y el péndulo de mi ansiedad se balanceó, dejándome preocupado de
nuevo.
Al principio, había estado agradecido por la distracción que Levee me había
proporcionado. Si tan sólo pudiera haber encontrado la manera de distraerme de ella.
No era como si tuviéramos algún tórrido romance del que nunca sería capaz de
recuperarme. Era simplemente un romance pasajero que nunca debería haber sucedido
en primer lugar.
Tenía que dejarla ir y seguir adelante.
Solo que en realidad no podía hacerlo.
En absoluto.
Levee
Realmente deseo que pudieses quedarte en casa comentó Henry, tendido en
la cama.
Cuando llegó a mi casa la noche en que Sam se había ido, trajo una gran maleta. Al
principio no lo había cuestionado, pero al tercer día, cuando se presentó un camión de
mudanzas en mi entrada, había quedado claro que se estaba mudando. No me había
preguntado necesariamente si estaba de acuerdo en que viviésemos juntos, pero no
discutí cuando un grupo de trabajadores transformó dos de mis habitaciones de
huéspedes, sí dos, en el santuario de Henry.
Tengo que salir de esta casa. Me estoy muriendo de aburrimiento respondí,
poniéndome un pantalón estrecho desteñido. ¿Por qué no sales y haces algo esta
noche?
Después de rebuscar en los cajones, saqué una camiseta de Nueva York que
colgaba de uno de mis hombros. Sencilla, cómoda y exactamente lo que necesitaba.
Es horrorosa censuró Henry desde la cama. Y no, gracias. Necesito algún
tiempo de descanso.
Resoplé, me quité la camiseta y fui a mi armario.
¿Cuándo te has convertido en un chico hogareño? me burlé mientras
empezaba a buscar entre las pilas de camisetas.
Cuando el amor de mi vida sin polla decidió que iba a saltar de un puente
contestó, apareciendo en la puerta.
Cerré los ojos y llevé la barbilla a mi pecho.
Lo siento.
Nah. Lo superaré. Solo me asustaste. No estoy de humor para salir sin ti estos
días. Sonrió distraídamente mientras se fascinaba con su reflejo en el espejo de
cuerpo entero.
Aunque no conocía el horario de Henry, sabía que estaba lleno. Era un chico
ocupado. Aun así, de alguna manera, se las había arreglado para pasar cada minuto de
la semana pasada a mi lado. Y me había observado obsesionarme y preocuparme por
Sam.
Lo que significaba que también conocía la respuesta cuando preguntó:
¿Todavía nada de Sam?
Durante la semana pasada, había empezado lentamente el proceso de poner mi
vida en orden mientras me preparaba para estar un mes en un complejo de lujo. Léase:
campamento de locos/rehabilitación. No era una adicta a las drogas, pero según el
doctor al que Henry me había obligado a ver la mañana después de la pequeña
revelación de Sam, la depresión, la ansiedad y el agotamiento eran mi veneno. No podía
estar en desacuerdo. Tampoco podía decir que me gustara. La prensa iba a tener un día
de campo, pero Stewart me aseguró que podía mantenerlos tranquilos. Me reí. Nada era
tranquilo en la industria de la música. Los rumores ya estaban circulando.
Durante todo eso, me había preocupado sobre todo por lo que pensaría Sam
cuando oyera las noticias. ¿Estaría feliz? ¿Aliviado? ¿Enfadado? ¿Me dejaría por lo menos
disculparme? Me sentía como una idiota, pero echaba de menos su sonrisa traviesa y
sus ojos dorados.
Echaba de menos la manera en que sus manos me calentaban. Y, especialmente,
me daban escalofrías en mi espalda.
Sinceramente, echaba de menos la tranquilidad que sentía con él a mi lado,
fumando.
Nop respondí secamente, quitándole la camiseta verde de las manos.
Entonces deja de deprimirte y llámalo, Levee. Deja de lado el orgullo y
simplemente llama al hombre.
¿Y decirle qué? ¿Lo siento, soy un caso perdido de una adicta al trabajo que ni
siquiera puede recordar cuando comió? ¿Lamento haberte echado de mi casa por tratar
de ayudarme? ¿Lamento haberte conocido en el puente mientras pensaba suicidarme,
el mismo puente del que tu hermana saltó? ¿Quieres tener otra cita? Sí, no gracias. Me
reí incluso cuando aparecieron las lágrimas. No nos olvidemos de que, si
mágicamente encuentro las palabras, no tengo a nadie para decírselas. No ha estado
exactamente llamando a mi puerta.
Solo porque no había visto a Sam después de que se fuera, no significaba que no
pensara en él. Había puesto la casa patas arriba, pero no pude encontrar el maldito
papel que me había dado con su número de teléfono móvil. Finalmente me había
rendido. Había llamado a reUTILIZADO más veces de las que admitiría jamás, colgando
antes de que alguien tuviera oportunidad de atender, a veces incluso antes del primer
tono.
Para alguien que podía contar toda una historia en la letra de una canción de tres
minutos, no podía encontrar las palabras para arreglar las cosas con Sam. Estaba
mortificada por la manera en que actué la última vez que lo había visto. Aquí había un
chico que realmente me gustaba y había tenido un asiento en primera fila para el mayor
colapso de mi vida. La vergüenza ni siquiera lo cubría.
Está bien. Suspiró. Quizás deberías manejarlo con sexo. “Oye, lo siento,
pero ¿puedes pasarte al menos para otro revolcón y dejar a mi amigo Henry tocar tu
pene?”
Abrí la boca, con una mezcla de enfado y disgusto, pero Henry levantó las manos
para detenerme antes de que tuviese oportunidad de atacarlo.
¡Estoy bromeando! Bajó la voz y murmuró: Un poco.
Le lancé una percha a la cabeza.
La esquivó.
Fue decepcionante.
Tienes suerte de que te quiera advertí, poniéndome unos zapatos negros.
Henry se aclaró la garganta.
Zapatos de plataforma.
Lo miré varios segundos, pero finalmente los aparté y me puse esos.
Con toda seriedad, Levee. No estoy seguro de que un novio sea lo que necesitas
ahora. Pero no te voy a detener. Búscalo. Dale la oportunidad de que te mande a la
mierda.
Me estremecí. Eso era exactamente lo que temía.
Ooooo… que también se disculpe. ¿No has pensado que, tal vez, podría sentirse
tan raro con tú por cómo sucedieron las cosas? Y qué si no ha aparecido en tu puerta
como un cachorro perdido. Eso no significa que no esté deseando que aparezcas en la
suya.
Dios, odiaba cuando Henry tenía razón.
Pero lo que realmente odiaba era que tenía sentido y me daba miedo escuchar su
consejo.
Me tengo que ir. Voy a llegar tarde. —Me revisé el cabello por última vez en el
espejo antes de ir hacia la puerta.
¡Estás siendo ridícula! me gritó.
Te veo en dos horas. Voy a traer la cena mencioné, como si no me hubiera
hablado.
¡Sushi no!
¡Entonces no hay cena!
Sonreí cuando lo escuché maldecir.
Cuando llegué al final de las escaleras encontré a Devon esperándome con una
gran sonrisa.
Te ves hermosa alabó amablemente.
Gracias.
Sabes que me va a pedir que le traiga algo más que sushi, ¿cierto? indicó
Devon, sacando su teléfono del bolsillo.
Me lo mostró y levantó los dedos para contar hasta tres. En cuanto llegó al último
número, llegó un mensaje.
Henry: ¿Me puedes traer algo para comer que no sepa como si fuese sacado
de una playa radioactiva?
Me eché a reír.
¿Qué significa eso? pregunté mientras guardaba el teléfono en el bolsillo,
ignorando completamente el mensaje.
He aprendido a no preguntar con Henry respondió, usando una mano en la
parte baja de mi espalda para empujarme por la puerta.

¡Levee! chilló Morgan cuando entré en su habitación del hospital.


Hola, niña bonita. ¿Cómo has estado? —respondí mientras mi corazón era
arrancado de mi pecho.
Los pequeños cables aún colgaban de su cuerpo, pero su cánula nasal no estaba y
su color parecía un poco mejor.
Su madre se levantó de la silla en la esquina y extendió la mano para saludar. Sin
embargo la abracé.
¿Qué estás haciendo aquí? preguntó.
He estado pensando en la señorita Morgan esta noche. Apreté su pie cubierto
con una manta—. Así que he decidido venir y ver cómo estaban las cosas antes de salir
de la cuidad por un tiempo.
Vaya. Eso es dulce de tu parte. No esperábamos verte de nuevo. Aunque me
alegro de que hayas venido. Morgan ha estado esperando agradecerte por todas las
cosas de Henry Alexander que dejaste en la sala de enfermeras.
Aww. No hay problema. Henry estaba feliz de hacerlo. Prometo traerlo algún
día. No es fan de los hospitales porque las enfermeras no dejan que se coma toda la
gelatina bromeé.
Morgan me recompensó con una carcajada.
Le he hecho a Henry una tarjeta de agradecimiento. ¿Puedes... quizás... dársela
por mí? pidió con nerviosismo.
¡Por supuesto! Le va a encantar.
Me reí mientras ella aplaudía celebrando.
¡Mamá! ¡Trae la carta!
¡Estoy en eso! Su madre, cuyo nombre mi agotado cerebro no podía recordar,
sonrió mientras iba al otro lado de la habitación. ¿Dónde la has puesto, cariño?
Entre dos libros de mi estantería para que la brillantina no se caiga.
Ohhhhh, a Henry le encanta la brillantina exageré, ampliando los ojos.
Aplaudió.
Su madre se rio mientras caminaba hacia el otro lado de la habitación. Mis ojos
encontraron su destino incluso antes que ella.
Una familiar guitarra hueca, llena de libros se apoyaba en la pared.
¿Dónde...? ¿Cómo...? jadeé mientras el corazón me latía con rapidez en el
pecho. ¿Es una guitarra estantería? pregunté como si fuese un oasis en un desierto
que solo yo podía ver.
Sí respondió Morgan desde la cama a mi espalda.
Me quedé congelada en medio de la habitación, pero por la forma en que me dolía
el pecho, podría haber sido transportada al puente.
Oh, Dios jadeé.
Es lindo, ¿no? Mi tío Sam lo hizo para mí parloteó Morgan, ajena a mi
inminente colapso emocional.
Levee —me llamó su madre, obligándome a alejar la atención de la guitarra.
¿Está todo bien?
¿Hizo… umm… Sam Rivers eso?
Sí. Por Dios. Ese pequeño punk debe estar haciéndolo mejor de lo que pensaba,
ya que reconoces una de sus piezas.
De hecho... lo conozco. Me mostró una foto de esa estantería una vez. Me
aclaré la garganta para que no me temblase la voz.
¿Conoces al tío Sam?
¿De verdad?
Jadearon al unísono.
Me reí para aplacar las lágrimas que temía no ser capaz de seguir reteniendo.
Girándome hacia Morgan, le sonreí.
Nosotros... solíamos ser amigos.
¡Genial! exclamó.
Cuando miré a su madre, su rostro era amable, con entendimiento.
Entonces... Hice una pausa con timidez. Lo siento. Estoy a punto de ser
grosera, pero no recuerdo tu nombre.
Oh, está bien. Es Meg.
Lo siento. A veces soy realmente olvidadiza.
No necesitas disculparte. Se inclinó y susurró: Es mejor que te acuerdes del
de Morgan.
Entonces, Meg, ¿Sam es tu hermano?
Oh, Dios, no. Es el mejor amigo de mi hermano pequeño, Ryan. Crecimos juntos.
He conocido a ese chico desde que era un friki lleno de granos.
No podía imaginar a Sam siendo nada más que hermoso y la incredulidad pudo
haberse leído en mi rostro.
De verdad insistió. Antes de todos los tatuajes era un ganso. Sin embargo,
creció bien. Movió las cejas.
Me reí de nuevo y mis mejillas se enrojecieron.
Definitivamente sí.
Siempre ha sido un buen chico.
Realmente lo es.
Tragué saliva y me miré los zapatos.
El mundo es pequeño. Tendrás que saludarlo de mi parte.
Y que lo extraño.
Y quiero verlo.
Y sostenerlo.
Y estar con él.
Claro acordó sospechosamente.
Tenía que dejar de estar obsesionada con él. Hora de pasar página.
Me enderecé, me aparté y me senté en la silla junto a la cama.
Entonces, Morgan, muéstrame la tarjeta para Henry.
Durante veinte minutos, Morgan habló por los codos. Definitivamente, ya no
seguía siendo tímida. Ni siquiera estaba segura de que respirara. Solo tenía una hora
antes de que Devon me sacara de allí, por órdenes del médico. Me quedé esperando a
que Meg la interrumpiese y me diese la oportunidad de pasar a ver a otros pacientes,
pero solo sonrió y sacó fotos.
¡Tal vez, cuando mi cabello vuelva a crecer, sea rizado y podamos ser como
gemelas!
Quizás lo sea. Pero el cabello liso también es lindo. ¿Qué tal esto? Envíame una
foto cuando vuelva a crecer y te enviaré un rizador de cabello si es necesario. Aún
podemos ser gemelas.
¡Está bien! aceptó Morgan con entusiasmo, cuando alguien llamó a la puerta.
¡Adelante! gritó Meg.
Bueno, será mejor que me vaya. Esa, probablemente es la enfermera para
echarme.
Me incliné para abrazar a Morgan cuando una voz profunda, moja bragas, llenó el
aire:
¿Quién está acosando a quién ahora, Zapatos de Diseñador?
Cerré los ojos, rezando para que no estuviese aquí y, al mismo tiempo, esperando
que mis oídos no me engañaran.
Me giré hacia la puerta y mi pecho creció cuando encontré a Sam con las manos
en los bolsillos y una sonrisa ladeada en sus atractivos labios.

Sam
No pude evitarlo. En el momento en que un mensaje de Meg apareció en mi
teléfono con una foto de Levee y Morgan, mis pies me sacaron de casa antes de que mi
mente tuviera la oportunidad de entenderlo. Su mensaje me había perseguido durante
todo el viaje al hospital.
Meg: Idiota, no estoy segura de cómo conoces a Levee Williams, pero trae tu
trasero hasta aquí. Casi se ha echado a llorar cuando vio la guitarra.
Para cuando volví en sí, recordando por qué me había alejado en primer lugar,
estaba mirando a sus devastadores ojos marrones en la habitación del hospital.
A la mierda mis sentidos.
Ir hacia ella era lo correcto, un hecho que sabía tan intensamente que no podía
creer cómo me había mantenido alejado todo ese tiempo. El hospital era un territorio
neutral. No sentía como si estuviera obligándome a aparecer en su puerta, rogando un
pedazo de la celebridad. Solo tenía que disculparme y ver cómo estaba. Estaría bien si
no volvía a ocurrir nada entre nosotros, pero lo lamentaría si nunca tuviese la
oportunidad de disculparme.
Luego, la dejaré ir.
Tenía que hacerlo. El instinto de supervivencia era una verdadera perra.
Nuestras miradas se encontraron mientras nos disculpábamos en silencio. Las
palabras no eran ni siquiera necesarias. Lo pude ver en sus ojos; y rezaba que lo viera
en los míos.
Traté de recordarme que solo estaba torturándome, que nunca sería capaz de
relajarme con una mujer como ella. Y, Dios, necesitaba una oportunidad para relajarme
después de los últimos años.
Pero, de nuevo, ella no era Anne.
Era Levee.
Más que eso, quería que fuera mía.
Como si pudiera leer mis pensamientos, su barbilla tembló y se le llenaron los ojos
de lágrimas. Le lancé una sonrisa que no decía nada, pero de alguna manera también lo
decía todo.
Sus labios rojos se separaron en una impresionante sonrisa que aquietó, al
instante, la ansiedad que había estado viviendo durante la semana pasada.
Jesús. ¿Qué me pasa?
Ella estaba de pie justo frente a mí y mi cuerpo dolía por abrazarla.
Por sentirla.
Por ayudarla.
Por permitirle que me curara.
A la mierda. No podía dejarlo pasar.
No por un camión de basura lleno de y si-s. Le había dicho una vez a Levee que no
era perfecto y tampoco quería que ella lo fuese. Pero luego, a la primera señal de
problemas, me alejé. Había sabido desde el primer momento que puse los ojos en ella,
en qué me estaba metiendo. Podría no haber sabido que era una celebridad, pero había
sabido que estaba dañada. Nos habíamos conocido arriba de un puente, por el amor de
Dios; sin embargo, allí estaba yo como si estuviera sorprendido de que tuviese
problemas. Lo había sabido y lo supe cuando decidí llevarla a la cama. Pero, lo peor de
todo, lo supe cuando los sentimientos, por encima de la lujuria o la preocupación,
habían comenzado a perder el control. No había estado seguro de qué eran esos
sentimientos, pero sabía que estaban allí.
Y sabía que quería mantenerlos.
Era un hombre y era hora de que empezara a actuar como tal. Podría sobrevivir a
la tumultuosa estela que Levee Williams dejaba atrás. Pero lo que no podía afrontar era
dejarla marchar sin intentarlo. En el lapso de cinco segundos, había tirado todos mis
temores por la ventana y decidido que quería desesperadamente algo con ella. Solo
tenía que descubrir la manera para que ella llegase a la misma conclusión.
Ven aquí susurré, esperando que me diera al menos eso.
Un sollozo salió de su garganta, pero corrió en mi dirección, sin parar hasta que
chocó contra mí.
Te he echado mucho de menos murmuró en mi pecho y el alivio inundó mis
venas.
Bueno, eso ha sido más fácil de lo que esperaba.
Me reí, abrazándola por la cintura y besé la parte superior de su cabeza.
No te rías de mí sollozó, apretándome con más fuerza.
Por supuesto, eso solo me hizo reír más. Echó la cabeza hacia atrás y un ceño
cubrió su precioso rostro lleno de lágrimas.
Metiéndole los rizos sueltos detrás de las orejas, le sonreí.
He echado de menos la vista.
Apartó la mirada.
No se me permite ir más al puente.
Usando su barbilla, eché su cabeza hacia atrás.
Bien suspiré, besándole la frente.
¿Tampoco has estado allí?
He estado allí cada noche, pero no es la vista lo que he estado echando de menos.
Sus mejillas se enrojecieron y sus ojos se iluminaron.
Su boca no.
Porque de repente estaba en la mía.
Su lengua invadió mi boca, mientras que el mango abrumaba mis sentidos. Levee.
Todo mi cuerpo se aflojó mientras deslizaba una mano en su trasero.
Uhhh... La voz de Meg captó mi atención y me recordó que no estábamos solos
como tanto me gustaría.
Levee se rio y escondió el rostro en mi cuello.
¡Hola! saludé a Meg torpemente.
Es bueno verte también, Sam. Puso los ojos en blanco y luego los dirigió a la
espalda de Levee en una pregunta silenciosa.
Me encogí de hombros.
Bueno, está bien saber que tu hermano charlatán por lo menos se toma en serio
el privilegio de abogado-cliente.
Cállate susurró. ¡Ryan lo sabía y no me lo ha dicho! Su rostro cambió de
divertido a ira.
Síp. —Se lo restregué.
—Mamá intervino Morgan.
Todos la miramos, incluida Levee, que giró en mis brazos. El rostro de Morgan
estaba pálido mientras las lágrimas brotaban de sus ojos azules.
¿Qué pasa? preguntó Meg, metiéndose en la cama junto a ella.
¿Esto significa que Levee va a ser mi tía? Un rastro de lágrimas corrían por
sus mejillas.
Bueno... Meg se detuvo, luego me niveló con un gesto molesto. ¿Sam?
¿Levee? ¿Tienen una respuesta aquí?
Levee dejó escapar un suspiro de alivio.
Quizás.
El pánico, seguido de un rastro de alegría, me llenó el pecho mientras lanzaba una
mirada de incredulidad en su dirección.
Se encogió de hombros y luego volvió a hablar con Morgan.
Pero tal vez no. ¿Te importa si salgo con Sam y hablamos de eso?
Morgan se puso de rodillas y juntó las manos, suplicando.
Oh, por favor, di que sí, Levee. Por favor. Si eres mi tía, puedes venir a cenar a
casa de Nana todos los domingos. Y Navidad. ¡Oh Dios mío! Navidad es tan divertido.
Sam siempre aparece oliendo a humo, pero prometo que voy a poner un cepillo de
dientes en su media en el caso de que quieras besarlo un poco más.
Levee se mordió los labios para contener la risa.
Tío Sam, ¿has traído un anillo? Lo necesitas si te vas a casar con ella.
Levanté las manos en defensa y retrocedí lentamente hacia la puerta.
No tengo ni idea de lo que estás hablando en este momento.
Meg se dobló de la risa cuando la expresión de Morgan se volvió asesina.
¡Las chicas necesitan un anillo! Vamos, Sam. Mis amigas se morirán si Levee
fuera mi tía. No me arruines esto.
Levee soltó una risa.
Sí, Sam. No se lo arruines. Levantó la mano para chocarla con ella, cosa que
entusiasmó a Morgan.
No la animes —le mascullé a Levee, pero la enorme sonrisa que esperaba
ocultar me delató.
Después de un rápido abrazo a Morgan, Levee se dirigió hacia la puerta, golpeando
mi hombro al pasar.
Vamos, Sam. Tenemos que hablar acerca de ese anillo. Justo cuando llegó a la
puerta, gritó: ¡Nos vemos más tarde, Morgan!
¡Nos vemos en la cena del domingo! respondió casualmente Morgan.
No podía dejar de reír y cuando la puerta se cerró detrás de ella, oí la risa de Levee
también.
Rápidamente le di un beso a Morgan en la parte superior de su cabeza y luego
abracé a Meg.
Gracias por el mensaje.
Tienes mucho que explicar murmuró entre dientes pero inmediatamente
empezó a empujarme fuera de la habitación.
Fui al pasillo, donde me encontré a Levee susurrándole a Devon.
Qué hay, hombre. Golpeé su fuerte hombro, envolviendo el otro brazo
alrededor de la cintura de Levee.
Él me miró fijamente, pero sus palabras fueron para Levee.
Tenemos que irnos. Se acabó el tiempo.
Ella me miró tímidamente.
¿Quieres tal vez... volver a mi casa un rato, así podemos... hablar?
Sí. Suena bien. Tomé las llaves del auto del bolsillo y el rostro de Levee se
iluminó.
¡Regresaré con Sam! anunció, dando saltitos.
No rebatió Devon.
Sí.
No respondió con firmeza.
Sí repitió con una sonrisa.
Los llevaré a ambos, pero no hay forma de que te deje ir sola con este chico.
Ofendido, salté.
¡Oye! ¿Qué diablos significa eso?
Ninguno me hizo caso.
Es una pena que no tengas voto en eso. Levee me tomó del brazo y me
arrastró lejos, dejando a Devon maldiciendo detrás de nosotros.
Mientras marchábamos por el pasillo, me incliné y le susurré al oído:
He estacionado atrás.
Se detuvo y gimió con frustración. Con un rápido cambio de sentido, nos dirigimos
de nuevo hacia un Devon esperanzado.
Abrió la boca cuando nos acercamos, pero Levee lo interrumpió:
No. Aún voy a ir con Sam. No te olvides de la cena de Henry.
Maldición farfulló entre dientes, pero Levee parecía imperturbable.
Bueno, está bien, entonces. Suponía que iba a viajar conmigo.
Levee
—Que me jodan —gimió Sam cuando lo monté justo cuando se sentó detrás del
volante de su jeep.
—Si insistes —murmuré, aplastando mi boca sobre la suya; el humo todavía
persistía en sus labios.
—Levee. —Me advirtió mientras dejaba caer una mano en su cremallera.
Agarrando mi muñeca, trató de detenerme, pero tomé represalias deslizando mis
caderas sobre su rígido pene—. Mieeeeerda. —Dejó de luchar y me besó, metiendo una
mano en mi cabello para usarlo como palanca.
Con un suave tirón, giró mi cabeza y se pegó a mi cuello, mordiendo y chupando
su camino hasta mi oreja. El agarre de su mano en mi cabello envió sangre corriendo a
mi clítoris mientras su aliento contra mi oreja enviaba escalofríos por mi columna.
—Ven a mi casa. Está más cerca que la tuya.
—Está bien —le contesté sin un solo segundo de vacilación. Iría a donde él
quisiera con tal de que él fuera también.
Impresionado, sostuvo mi mirada.
—¿Te está permitido hacer eso?
—Soy una chica grande, Sam. Me permito hacer lo que sea, o a quien sea, que yo
quiera. —Volví por otro beso, pero Sam me levantó de su regazo y me depositó en el
asiento del pasajero.
—Ponte el cinturón de seguridad—gruñó, ajustando sus pantalones.
El jeep de Sam era exactamente lo que yo habría esperado de él. Era viejo, pero
estaba en perfectas condiciones. No había ventanas o puertas para protegernos del
viento que seguro estaría helado, pero la idea de libertad valía más la pena. Un sonido
estridente desde sus altavoces llenó el aire al segundo en que encendió el motor.
—Lo siento. —Lo apagó mientras metía la quinta en marcha atrás. Lanzando su
brazo alrededor de la parte de atrás de mi asiento, nos llevó fuera del estacionamiento
a las calles de San Francisco.
Con mi mano en su muslo y el viento azotando mi cabello, Sam nos llevó de vuelta
a su casa. Parecía un tembloroso y enmarañado caniche en el momento en que llegamos
ahí, pero no podría haberme importado menos. Respirando profundamente, cerré los
ojos y sonreí para mis adentros. No quería dejar este momento. Y esta era la primera
vez en todo el tiempo que pude recordar que sinceramente podía decir eso.
Algo pasaba cuando estaba con Sam.
No sabía qué era ese algo, pero sucedía igual.
Él no era una solución mágica. Sabía que la caída libre todavía me estaba
esperando al final de la noche. Pero no sentía que estaba cayendo en picado cuando
estaba con él.
—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó Sam cuando llegamos a un semáforo en
rojo. Su mano se movió por mi cabello, luego se envolvió suavemente alrededor de la
parte de atrás de mi cuello.
Como un gatito, ronroneé, inclinándome ante su toque.
—Mmm, por la manera en que me siento en este momento. —Abrí los ojos para
encontrarlo mirándome con una sonrisa satisfecha.
—Eres hermosa. —Fue todo lo que dijo antes de que el semáforo cambiara a verde
y partimos de nuevo.
Que me dijeran que era hermosa no era una anomalía.
Sam lo era, sin embargo.
Eso era todo.
Menos de un minuto después, Sam se detuvo en una hermosa casa de ladrillo de
dos pisos con un porche alrededor de la casa que casi me hizo gemir. Era tan pintoresca
y acogedora que al instante me sentí atraída hacia el interior.
—Aleja tus sentimentales ojos. Esta es la casa de mi madre. Yo vivo en el sótano.
—Oh. Vives con tu… ¿madre? —Había hecho todo lo posible por no sonar
decepcionada, pero a juzgar por el sonido de su risa, había fallado miserablemente.
Él arqueó una ceja.
—¿Eso es un problema?
—No. Quiero decir… yo solo. —Tropecé con mis palabras. No era un problema.
Bueno, no del todo. Solo que no era lo que esperaba. Y de repente, en ese momento, me
di cuenta exactamente de lo mucho que no sabía sobre Sam—. Pensaba…
Seguí divagando hasta que él se inclinó y presionó sus labios en los míos. No lo
llevó más profundo, y era muy consciente de que sus hombros se estremecían con
diversión.
—Tranquilízate, Levee. Solo te estoy dando mierda. Es mi casa. La compré hace
dos años y la he estado arreglando desde entonces. Ten la seguridad, de que mi madre
tiene su propia casa al otro lado de la ciudad.
Solté un audible suspiro de alivio luego chillé:
—Es una bonita casa.
—Lo es. Pero sigue siendo un trabajo en progreso, y no puedo prometer cuan
segura es mi mano de obra, por lo que no pises en las grietas o todo el suelo podría
ceder. —Se desabrochó el cinturón de seguridad y salió.
—Ahhh —tartamudeé mientras salía, reuniéndome con él en el capó—. ¿En serio?
Él sacudió la cabeza y enlazó un brazo alrededor de mi cintura.
—¿Por qué estás nerviosa?
—¿Qué? No lo estoy. —Me quedé en sus brazos con una estampida de mariposas
en mi estómago.
—No me has dicho ni una mierda desde que te has metido en mi coche. Estás
nerviosa. Ahora dime por qué.
—No lo estoy… —Empecé, pero él torció los labios, poco convencido.
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
—¡No!
Dejó caer su mano en mi trasero.
—Entonces dime qué es lo que te tiene tan distraída.
Mordí el interior de mi mejilla. ¿Cómo diablos contestaba a eso?
¡Tú, Sam! Tú me tienes distraída. Estoy nerviosa porque no puedo decir algo
equivocado de nuevo. No si quiero que regreses. Y, Dios, sí quiero que regreses.
Mantuve eso para mí misma.
Después de hacerme retroceder, me inmovilizó contra el capó con su cuerpo.
—Levee —insistió.
—¡Tengo ladillas! —Solté cuando la verdad quedó alojada en mi garganta—. No
quería decírtelo, pero ya que hemos tenido sexo, es sólo una cuestión de tiempo antes
de que esos bichos te molesten también.
No esperaba que se creyera mi broma, pero me imaginé que al menos se habría
reído. En cambio, gimió, deslizando una mano debajo de mi camisa sobre mis pechos,
sus dedos ásperos se hundieron dentro de mi sujetador para juguetear con mis pezones.
—Mierda, te he echado de menos.
—Mmm —gemí. Cerrando mis ojos, deslicé una mano por la parte trasera de sus
vaqueros, estrictamente para equilibrarme, por supuesto.
Me quejé con descontento cuando de repente se apartó.
—Mete tu culo dentro. Necesito fumar.
—¿Estás loco? No voy a entrar sola en la casa de mi acosador.
Él inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Deberías entrar realmente en la casa de tu acosador?
—Excelente punto. Sin duda, deberíamos hacerlo en el camino de entrada. —
Alcancé el botón de sus vaqueros, pero él retrocedió fuera de mi alcance.
—Jesús, Levee. —Sacó un paquete de cigarros de su bolsillo—. ¿No se supone que
tenemos que hablar?
Nerviosamente comencé a masticar el interior de mi boca de nuevo.
Hablar iba a apestar. El sexo sin duda no.
Pero el sexo no significaba que llegara a retenerlo. Hablar con suerte lo haría.
Mis ojos miraron al suelo.
—Sí. Tienes razón.
Escuché su chispear su mechero. Entonces sus zapatos entraron en mi campo de
visión. Entrelazando nuestros dedos, levantó la palma de mi mano para acariciar su
pene abultado detrás de sus vaqueros.
Aspiré bruscamente cuando su cálido aliento susurró sobre mi cuello.
—Nunca en mi vida he querido perderme dentro de una mujer más que contigo.
En el camino de entrada. En mi cama. En mi auto en medio del estacionamiento de un
hospital. En cualquier lugar, Levee. —Envolvió mi brazo alrededor de su cuello y luego
dejó caer su frente en la mía—. También, nunca he querido hacer que algo funcione con
una mujer más que contigo. Así que, si hablar es lo que tengo que hacer, entonces vamos
a hacerlo. Pero, después de que todo eso esté arreglado, y lo juro por Dios que sí se
resolverá, volveremos… —me tiró contra él fuertemente, rodando su caderas
deliberadamente—… a esto.
Había estado equivocada.
Eso era todo.
Inmediatamente desvié la mirada, y lo hice sonriendo.
Enorme.
Tomando mi mano, Sam fumó mientras caminábamos por la corta entrada hacia
su puerta principal. Mientras intentaba abrir con sus llaves, mis ojos fueron atraídos
por dos puertas blancas antiguas que habían sido transformadas en un columpio.
Levanté nuestras manos unidas para señalar.
—¿Tú has hecho eso?
Me lanzó una orgullosa sonrisa de medio lado.
—Si está en esta casa, lo he hecho yo.
—Eso es increíble. No me puedo imaginar tener tanto talento.
Soltó una carcajada mientras empujaba la puerta para abrirla.
—Lo dice la mujer con una repisa llena de premios Grammy.
—Oh, cállate. Quería decir talentosa con mis manos, sabelotodo. —Pellizqué su
pezón.
—¡Ay! ¡Mierda! —se quejó antes de llegar a pellizcar el mío en represalia. El suyo
fue definitivamente más suave, y podría haber deseado en secreto que lo hubiera hecho
de nuevo. Repetidamente.
No lo hizo sin embargo. Dejó caer su mano y encendió las luces.
El exterior de su casa era increíble, pero no hacía justicia al interior en lo más
mínimo. Oscuros suelos de madera cubrían la extensión de la sala de estar, y un
resistente y sensacional sofá de cuero marrón pegado contra la pared, frente a una
pantalla plana montada encima de una chimenea de piedra. Toda la zona era abierta, y
su cocina se situaba en la parte posterior con sólo una barra con tope de granito
dividiendo las habitaciones. La casa parecía ser más vieja desde la acera, pero por
dentro, era tan moderna como podía llegar a serlo.
La casa de Sam definitivamente no era el piso de soltero que yo había esperado.
Era anormalmente limpia. Yo tenía una criada a tiempo completo y su casa hacía que la
mía pareciera un establo.
¿Qué tipo soltero mantenía una casa así de limpia?
Jadeé.
—¡Oh, Dios mío, estás casado!
—¡Shh! Vas a despertar a mi esposa —respondió, tocando con sus labios mi sien—
. No te preocupes. Ella está de acuerdo con que tú estés aquí. Estabas en la parte
superior de mi lista de celebridades de sexcepciones.
Una risa escapó de mi garganta. Él movió las cejas mientras se movía hasta la
pequeña mesa al lado de la puerta. Después de hojear de un tirón el correo, extendió un
sobre en mi dirección.
—Envíale un mensaje con mi dirección a Devon. No necesito al equipo SWAT
derribando mi puerta cuando se dé cuenta de no te he llevado de vuelta a tu casa.
Tenía razón. Y, dada mi situación, Henry probablemente tendría un ataque
también.
Después de sacar mi teléfono de mi bolsillo trasero, envié un mensaje a Henry y le
pedí que también le avisara a Devon. Su respuesta sonó en mi mano, pero no me molesté
en leerla antes de apagar mi teléfono.
—¿Quieres una cerveza? —preguntó Sam, sin pasar por la nevera y dirigiéndose
a una puerta corredera de cristal en la parte posterior de su cocina.
—Claro.
—Está bien. Vuelvo enseguida. —Desapareció por la puerta.
Menos de un momento después, un labrador negro entró disparado.
—¡Sampson! —gritó Sam detrás de él.
Inmediatamente retrocedí. No parecía exactamente feroz, pero me había vuelto
demasiado aficionada a mis piernas para arriesgarme a que las arrancara.
—Siéntate —ordenó Sam, apareciendo en la puerta con cuatro cervezas acunadas
contra su pecho.
El perro se detuvo en seco y luego dejó caer su trasero a menos de cinco
centímetros de mí. Su cola golpeaba contra la dura madera mientras ansiosamente
miraba hacia mí.
—¿Tienes un perro?
—Una observación muy astuta. Levee, conoce a Sampson. —Se rio, torciendo la
tapa de dos cervezas nacionales.
—¿El nombre de tu perro es Sampson?
—Sí —dijo antes de inclinar la cerveza a sus labios y ofrecer una en mi dirección.
—Tu nombre es Sam y has llamado a tu perro Sampson. Eso es un poco egoísta,
¿no crees?
—Bueno, el tipo que hace mis tatuajes no nos quería hacer tatuajes a juego. Estaba
verdaderamente limitado en mis opciones narcisistas.
—Claro. —Me agaché para rascar detrás de las orejas de Sampson.
—Lo conseguí en la perrera hace unos años. Vi la etiqueta con su nombre en su
caseta y lo tomé como una señal.
Silbó y Sampson corrió a su lado. Inclinando su cerveza hacia el sofá para señalar
que me sentara, preguntó:
—¿Eres una persona de perros?
Siguiendo su orden tácita, me acomodé en el extremo del sofá, quitándome mis
tacones así podría meter una pierna debajo de mí.
—Sí. Siempre he querido un perro, pero para el momento en que podía darme el
lujo de cuidar de uno, mi vida era un caos. Viajo demasiado.
—Entiendo —dijo él, sentado a mi lado en el sofá.
Con un chasquido y una señal de Sam, Sampson se movió pesadamente hacia una
cama de perro en la esquina, gruñendo antes de dejarse caer.
Los dos nos quedamos en silencio, bebiendo torpemente nuestras cervezas. La
pequeña charla estaba terminada oficialmente, pero parecía que Sam ya no estaba más
emocionado de empezar la pesada conversación de lo que yo estaba.
—¿Tienes hambre? —preguntó mientras yo nerviosamente acababa mi cerveza.
—Estoy bien, gracias.
Asintió y volvió a mirar fijamente al espacio.
—Así queee…—dijo arrastrando las palabras, pero no dijo nada más.
Sin mirarlo, rompí el silencio.
—¿Estás seguro de que no podemos simplemente empezar con el sexo?
Riéndose, dejó caer su cabeza contra el sofá y se volvió para mirarme. Encontré
su mirada con una sonrisa, esperando que estuviera a punto de ceder. En cambio, su
sonrisa cayó y sus ojos se suavizaron.
—Lo siento, por salir furioso de la manera que lo hice, pero realmente no puedo
pedir disculpas por contárselo a Devon. Levee, tengo un muy jodido pasado, y me aterra
empezar algo con alguien como tú.
Alguien como tú.
Tragué saliva, tratando de no retroceder por el aguijón de sus palabras.
—Oh. —Me deslicé hasta el borde del sofá y me deslicé en mis zapatos de nuevo.
Él agarró mi codo antes de que tuviera la oportunidad de levantarme.
—Escúchame. Por favor.
—Sí, por supuesto. Sólo iba a tomar otra cerveza. —Sonreí tensamente, pero no
liberó mi brazo. Con una mano, agarró el cuello de mi cerveza vacía entre dos dedos y
lo reemplazó con la suya medio llena—. Detente y escucha. Eso es todo lo que estoy
pidiendo.
Un asentimiento fue mi única respuesta.
—Mis más preciados recuerdos de cuando era un niño son cuando estaba con mi
padre. Lo recuerdo pasando horas corriendo con Anne y conmigo en el patio trasero. Él
era tan jodidamente gracioso y enérgico. Juro que siempre estábamos riendo con él. El
problema era que mi madre se sentaba en la ventana de la cocina llorando porque sabía
lo que vendría después. Mi padre había sido diagnosticado como bipolar mucho antes
de conociera a mi madre. Pero tenía medicinas, y a pesar de que no eran una solución
para todo, ayudaban. Igual que, básicamente, todas las personas que luchan con el
trastorno, él lo pasaba mal para ceñirse al régimen de medicamentos. —Se frotó las
palmas sobre los muslos de sus vaqueros y luego arrastró sus cigarros de su bolsillo.
Me miró y luego suspiró, arrojándolos a la mesa de café tipo vagón con ruedas, su
creación, sin duda.
Todo mi dolor desapareció cuando vi algo mucho peor aparecer en el rostro de
Sam. No quería necesariamente animar su hábito, pero habría hecho cualquier cosa
para borrar esa expresión de dolor.
—¿Quieres llevar esto a la mecedora del porche así puedes fumar? —le pregunté,
envolviendo mi mano sobre la suya.
—Sí. Pero tengo que parar de poner en peligro tu ruptura con el cáncer de pulmón.
Así que no. —Sus labios temblaron mientras entrelazaba nuestros dedos. Gimiendo,
continuó—: Hubo momentos cuando mi padre desaparecía en su taller en nuestro patio
trasero durante una semana o más. Era una forma de vida, y Anne y yo aprendimos a
dejar de hacer preguntas. A pesar de toda su mierda, era un gran padre. —Me apretó la
mano y deliberadamente sostuvo mi mirada mientras decía—. Lo echo mucho de
menos.
Eso no suena bien.
Había imaginado que todo el paseo por el baúl de los recuerdos era para preparar
la historia de Anne. Pero rápidamente me estaba dando cuenta de que, por desgracia,
ella podría no ser la única parada en el viaje a través del jodido pasado autoproclamado
de Sam.
Se pasó una mano por su cabello.
—Cuando tenía quince años, papá perdió su trabajo y entró en uno de sus típicos
bajones. En realidad, nadie le prestó ninguna atención. Estábamos demasiado
acostumbrados a eso para entonces. Mamá solía tenernos entregándole su cena en el
taller. No siempre era tan paciente con ella como lo era con Anne y conmigo. Cuando
estaba bien, mamá era el centro de su universo. Cuando estaba deprimido… era un
maldito imbécil.
Levantó mi mano hasta su boca mientras esperaba en ascuas, por lo que recé, no
fuera el final que temía estaba a punto de darme.
—Anne tenía doce años, y por suerte estaba pasando la noche en la casa del
vecino, la noche que lo encontré colgando de las vigas. Sabía que estaba muerto tan
pronto como abrí la puerta. Pero todavía intenté desesperadamente salvarlo. —
Contuvo un profundo y agonizante aliento, luego me arrastró hacia su regazo.
Sosteniéndome como si yo fuera lo único anclándolo al presente—. Levee, por eso le
dije a Devon. Nunca olvidaré esos segundos en que yo era el único en esa habitación,
rogándole al universo que me ayudara a salvarlo, ayuda que nunca iba a llegar.
Simplemente no podía arriesgarme a quedarme solo en esa habitación contigo,
también. Alguien más necesitaba saberlo. No podía ser el único responsable de perder
a alguien más. No así.
El hielo heló mis venas cuando una realidad cortó a través de mí.
Oh Dios.
No podía dejar que eso pasara tampoco.
Sam realmente no puede estar con alguien como yo.
Sam
—Me tengo que ir —dijo Levee dejando mi regazo.
Acababa de sacar a la luz recuerdos que había pasado toda mi vida tratando de
olvidar para explicar mi pasado. Tenía amigos cercanos que no sabían de los esqueletos
que había sacado del armario y todo para mostrárselos. ¿Y ahora se iba a ir?
—¿A dónde diablos vas? —solté demasiado bruscamente mientras me levantaba
después de ella.
Empezó a juguetear con su teléfono hasta que se iluminó con un repiqueo.
—Tengo un día ocupado mañana. Han reprogramado mi concierto en Los Ángeles
para mañana por la noche. Probablemente debería irme a casa. Voy a tomarme
vacaciones un par de semanas. Ya sabes, descansar y relajarme, y todo ese tipo de cosas.
Voy a llamar a Devon para que me venga a buscar. —Llevó el teléfono a su oído.
A.
La.
Mierda.
Con.
Eso.
—Aparta el teléfono, Levee —gruñí.
Apretó el teléfono entre su hombro y oreja y levantó las botellas vacías de cerveza
de la mesa.
—Solo voy a dejarlas en la basura. —Se dirigió a la cocina, agarró un trapo del
fregadero y limpió la suciedad imaginaria de mis mostradores impecables.
¿Qué demonios está haciendo?
—¿Levee? —le llamé pero, aparentemente, Devon acababa de contestar.
—Ey. ¿Me puedes venir a buscar? —preguntó en voz baja, pero no lo suficiente,
porque pude escuchar el temblor de su voz.
Y eso fue todo lo que tomó para que mis piernas se movieran hacia ella.
Estaba de espaldas a mí pero extendí mi brazo por encima de su hombro y quité
el teléfono de so oreja.
—¡Ey! —gritó, volviéndose.
Mis nervios aún estaban agitados y expuestos por el pequeño viaje en el tiempo,
pero principalmente estaba frustrado.
Con la mirada fija en la de ella, llevé el teléfono a mi oído.
—Ey, Devon. La voy a llevar a casa dentro de un rato.
—No, no lo harás —gritó pero presioné el botón de cortar.
Tragó saliva y me dio una sonrisa dulce que definitivamente pertenecía a Levee
Williams.
No a mi Zapatos de Diseñador.
En absoluto.
—Sam, no tienes que llevarme de regreso. Dame el teléfono. Devon puede estar
aquí en un par de minutos.
Lancé el teléfono al mostrador y di un paso amenazador hacia ella.
Sus ojos se agrandaron mientras retrocedía.
—Sam, me tengo que ir.
Respiré calmadamente pero no hizo nada para apaciguar la frustración hirviendo
dentro de mí.
—No, no lo harás. Te estás volviendo loca por algo, así que abre la boca y cuéntame
que es. —Seguí avanzando—. ¿He soltado mis más oscuros secretos y de repente tienes
mierda que hacer mañana? Bueno, adivina qué Levee. Tengo mierda que hacer esta
noche. Y empieza y termina contigo.
Finalmente, se había quedado sin espacio en la cocina y su espalda golpeó mi
puerta corrediza de vidrio.
—No sé qué decir. Sólo necesito irme —dijo casualmente, que si no hubiera sido
por esa lágrima que rodó por su mejilla, podría haberle creído.
Tomé la lágrima con la yema de mi pulgar y lentamente levanté la humedad a su
línea de visión.
—Mentirosa.
—Sam…
—Sin importar si fuera en el puente o en la habitación del hospital hace ni siquiera
dos horas, tus lágrimas siempre me han dicho la verdad. —Bajé el pulgar mojado a sus
labios—. Estos no son tan sinceros. No me digas que estás bien ni que te tienes que ir.
No me digas que todo está bien. Dime la verdad que tus ojos están tan desesperados de
que escuche.
Sostuvo mi mirada un poco más antes de romperse.
Completamente.
Cuando lanzó los brazos alrededor de mi cuello, las lágrimas llegaron con toda su
fuerza. La levanté y la llevé al sofá, colocándola en mi regazo.
Su rostro estaba enterrado en el hueco de mi cuello mientras divagada a millones
de kilómetros por minuto.
—No sé qué hacer aquí. Me gustas, pero tienes razón. No puedes estar con alguien
como yo. Y más que eso, no deberías. Durante la semana pasada, he estado y me he
sentido mucho mejor que en años. Pero no sé si va a permanecer de esta manera. ¿Qué
pasa si me encuentro en el puente otra vez? —De repente se enderezó—. No te puedo
poner en esa posición. No después de todo lo que has pasado. —Descansó su cabeza en
mi hombro—. Eres increíble, Sam. Lamento tanto que hayas tenido que lidiar con todo
eso en tu pasado, pero no puedo pedirte que te ocupes de mis problemas en el futuro. Y
duele porque he mentido. No solo me gustas, es más. Apenas te conozco pero quiero
tenerte. Así como eres. Quizás para siempre.
Un nudo se formó en mi garganta, y una improbable sonrisa ladeó mis labios.
Había aprendido desde el principio que, sin importar cómo tratara, no podía arreglarlo
todo. No pude hacer mejor a mi padre ni a Anne.
Pero podía arreglar esto.
Con un suspiro, susurré en la parte superior de su cabeza.
—Entonces hazlo.
Su cabeza se levantó, había confusión en su rostro lleno de lágrimas.
—Levee, no soy el que se está tratando de ir. Tienes razón. Esto va a ser una lucha
para mí, pero aunque no tengo ni idea de los problemas que tienes, sé que no eres mi
padre o Anne.
Enmarcando su rostro con mis manos, la atraje para un beso. Aún estaba
visiblemente molesta pero no podía negar que el breve contacto hizo más por mí que
por ella.
—Levee, cuando Anne era una adolescente, empezó a mostrar un montón de
comportamientos típicos de mi padre. Mi madre inmediatamente la llevó al médico,
rogando que hicieran algo… y lo hicieron. Luchó con lo que pensamos que era el
trastorno bipolar durante años pero cuando tuvo veinte, todo fue rápidamente cuesta
abajo. Empezó a alucinar y a volverse loca por nada. Mi madre y yo lo hicimos lo mejor
que pudimos pero nada parecía ayudar. A los veintiuno, Anne, fue diagnosticada con
esquizofrenia. No tengo ni idea si eso fue lo que tuvo mi padre. Después de ver a Anne,
no es raro que pudiera haber sido mal diagnosticado también él. —Me pulso se ralentizó
y la verdad que estaba preparado a admitir salió sin ningún miedo residual de mi
cuerpo—. Pero sé que eso no es con lo tú que luchas.
Sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas.
—No. No lo creo tampoco. Pero eso no cambia el hecho de que te mereces alguien
diferente a mí. Alguien mejor. —Salió de mi regazo, pero ya no me preocupaba que fuera
a huir.
Si quería espacio para pensar, se lo daría.
Mordisqueándose la uña del pulgar, empezó a pasearse. Luego se detuvo y se
volvió a mí, sus hombres caídos en derrota.
—Necesitas a alguien que no hayas conocido en un puente.
Pero no me importaba lo que Levee pensaba que necesitaba.
Había tomado mi decisión.
Con toda mi inquietud acerca de buscar algo con ella organizada en mi mente, una
frivolidad familiar se apoderó de mí. Reclinándome contra el sofá, doblé los brazos
detrás de mi cabeza y coloqué los pies en la mesa.
—Tienes razón —respondí cortante, y todo su cuerpo decayó mientras miraba
hacia otro lado. Sonreí—. El único problema, Levee, es que simplemente te quiero a ti.
Su mirada fue a la mía, y sus ojos se llenaron con una mezcla de sorpresa y
esperanza. Mientras su barbilla luchaba contra una sonrisa, también me dio esperanzas.
Me acerqué y la envolví en mis brazos. Luego, repetí las familiares palabras que
de repente encajaron más que nunca.
—No soy perfecto, y me gustaría fingir que tú tampoco lo eres.
Bajó la cabeza a mis hombros mientras sus brazos colgaban en sus costados.
Besé su cabello y le susurré:
—No hay ni una mujer en el mundo que no tenga alguna clase de demonio. No
importa con quién termine, siempre va a haber una lucha. —Besé su cabello de nuevo,
permaneciendo allí como si mis labios fueran capaces de transferir la verdad de mis
palabras—. Levee, me gustaría luchar contigo.
Ese debería haber sido mi gran final pero ella ni siquiera reconoció que me había
oído. Se quedó imposiblemente quieta en mi agarre. No se alejó, pero tampoco me
devolvió el abrazo. No podía ver su rostro para leer su reacción, y después de unos
momentos de silencio, me empecé a poner nervioso.
—Lo he dicho de una buena manera —susurré, apretándola.
Echó la cabeza hacia atrás para mirarme y susurró:
—Voy a necesitar que firmes una cesión.
—¿Eh?
—Necesito que firmes una cesión de derechos de autor, porque voy a usar cada
palabra de ese discurso en una canción. Jesús, Sam. “Me gustaría luchar contigo”. Estoy
malditamente celosa por no haber escrito eso.
Sonreí cuando finalmente envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.
—Puedes tenerlo. No es como si pueda usarlo de nuevo en este punto.
—No sé. Has hecho un gran trabajo reciclando la cosa de “perfecto”.
—No he reciclado… lo he reutilizado —exageré con un guiño.
Se rio y luego inclinó la cabeza de vuelta a mi hombro.
—Sam, no tienes ni idea de en lo que te estás metiendo.
—Nadie nunca la tiene. Es la belleza de tomar riesgos.
—¡Oh Dios mío! —soltó—. Vas a tener que firmar por eso también.
Me reí, poniendo las manos en su trasero.
—Mírame —le insté apretando.
Renuentemente, sus enrojecidos ojos encontraron los míos.
—No debería haberme ido así la otra noche, pero juro que no ocurrirá de nuevo.
Tienes que hablar sobre… cualquier cosa. Diablos, incluso si te cansas de mí y me
cambias por algún exitoso actor multimillonario mañana, aún estaré aquí.
Entrecerró los ojos.
—Solo digo, que estoy aquí sin importar cuándo, dónde o por qué. No quiero que
contengas por mi historia, ¿de acuerdo? —No me importaba si contestaba o si pensaba
que estaba bien. Me hacía sentir infinitivamente mejor saber que lo había dicho.
—Ugh. —Echó la cabeza hacia atrás—. Eres un buen chico.
—No siempre. Soy un imbécil si tratas de usar mi cepillo de dientes por la
mañana.
Sus hombros se sacudieron mientras se reía y se detuvieron cuando sus labios
rozaron mi cuello.
—Voy a tener eso en mente.
—Bien. —Apreté de nuevo su trasero.
—Esto va a ser un choque de trenes para ti, Sam. Pero realmente quiero que veas
que podemos hacerlo funcionar. Creo que puedo mejorar y poner en orden mi vida, pero
luchar conmigo es exactamente lo que vas a hacer mientras trato de encontrar algún
tipo de equilibrio. Además de todos mis problemas, mi vida es una locura. —No levantó
la vista mientras continuaba—. No hay algo como salir a cenar e ir al cine conmigo. Ni
siquiera puedo dejar la casa sin seguridad. Trabajo sin parar y me reconocen
virtualmente donde quiera que vaya. Viajo durante seis meses cada año, y generalmente
mi tiempo libre lo paso en hospitales infantiles. —Suspiró—. Ya no sé cómo tener citas,
especialmente con alguien que no esté en la industria. La prensa va a comerte vivo, así
que mantengamos esto en silencio.
Podía sentir su corazón latiendo en su pecho, y su respiración era forzosa como
si hubiera terminado una maratón.
—Nadie puede saberlo. —Claro, me estaba hablando, pero no me decía nada
nuevo. Todo lo que había logrado era ponerse a cien.
—Cálmate. —La abracé con fuerza—. No tenemos que solucionar todo esto esta
noche. Infiernos, no tenemos que hacerlo en absoluto. El resto se resolverá solo. Vamos
a mantener las cosas tranquilas durante un tiempo. Estoy bien con tener citas por la
noche en casa de Rivers. Cuenta con una habitación privada a nuestra disposición. —
Deslicé una mano por su espalda, pero no se rio.
Siguió volviéndose loca.
—No entiendes lo mucho que esto va a cambiar tu vida —susurró.
Ella tenía toda la razón. Mi vida nunca volvería a ser la misma.
Y era vigorizante.
Entendía que salir con una mujer como Levee iba a ser difícil, pero si ella era lo
genial al final del día, estaba más que listo para el reto.
—Estaré bien. Lo prometo.
—Dices eso ahora... pero…
—Levee, para. Respira profundamente y relájate. No importa lo que digas, no me
vas a apartar de esto. Quiero hacer que funcione contigo, y has dejado claro que quieres
algo conmigo. Hagámoslo. Fin de la historia.
—Sam —objetó, claramente sin terminar de hablar.
Pero yo había terminado.
—¿Cuál es tu horario de mañana? Quiero pasar la noche contigo.
—Tengo que irme por la mañana a Los Ángeles. Y un concierto por la noche. Luego
tengo un mes de —levantó sus manos para hacer comillas—, “vacaciones”
—¿Va a haber médicos en estas vacaciones?
Asintió.
—Bien.
—Sí, fantástico —dijo inexpresiva.
—Oh, cállate. Será fantástico. Ahora, pasa la noche y dime con quién tengo que
dormir para conseguir entradas para tu concierto de mañana. Tengo dos días hasta que
te vayas. Voy a maximizar mi tiempo lo quieras o no.
—¿Estás seguro?
Me estiré y apreté sus labios entre dos dedos.
—Ciérralos. Estoy seguro.
Suspiró y todo su cuerpo se relajó.
A medida que la ansiedad se drenaba de su rostro, mi Zapatos de Diseñador
apareció ante mis ojos con una atractiva sonrisa. Alejando mi mano, presionó un beso
en mi boca.
—Puede que conozca a alguien para que te consiga entradas pero he oído que es
muy necesitada en la cama.
—No puede ser más necesitada que tú. —La besé otra vez, abriendo con avidez mi
boca para un sabor que había estado deseando.
Se iba a ir en dos días, pero por primera vez desde que había conocido a Levee,
supe con certeza que regresaría.
A mí.
Levee
Si Sam podía pretender que la pura fuerza de voluntad era suficiente para superar
nuestros problemas e intentar una relación que obviamente estaba destinada a fallar,
yo también podía.
Demonios, probablemente podría fingir el resto de mi vida si continuaba
sosteniéndome de la forma en que lo hacía.
Besándome de la forma en que lo hacía.
Tocándome de la forma en que lo hacía.
Salvándome de la forma en que lo hacía.
Con un firme apretón alrededor de mi cintura, me levantó del suelo. Sin romper el
beso, me llevó, colgando de sus brazos, hacia el sofá.
Se sentó en el sofá e intentó ponerme encima de él, pero en su lugar me arrodillé.
—No —objetó cuando fui a desabrochar el botón de sus vaqueros.
—Sí.
—Levee, no. —Metió sus manos bajo mis brazos y se tumbó, llevándome con él.
—¡Para! —Me reí mientras peleaba contra él, pero de alguna forma, se las arregló
para colocarme entre el respaldo del sofá y su cuerpo.
Clavando mis dos manos sobre mi cabeza con sólo una de las suyas, se puso
encima de mí.
—Me detendré cuando termine de comerme tu coño. —Deslizó una mano entre
mis piernas y usó la costura de mis pantalones para frotar gloriosos círculos—. Pero,
cuando acabe, prometo que te daré mi polla en donde sea que la quieras. Boca. —Abrió
el botón de mis pantalones con una mano—. Coño. —Soltando mis manos, bajó mis
pantalones por mis caderas mientras me deshacía de mis zapatos pateándolos.
Deteniéndose, arqueó una ceja—. Culo.
Fruncí el ceño, lo que lo hizo reír mientras me quitaba también mi ropa interior.
—Está bien. De acuerdo. Tal vez no el culo.
—Bien dicho —dije, sentándome para quitarme mi camisa. Estaba todavía en mi
mano cuando su boca se aplastó contra la mía y su mano se sumergió entre mis
piernas—. Sam —jadeé cuando dos dedos de repente me llenaron.
—Siéntate —ordenó, arrodillándose en el sofá mientras continuaba empujando
sus dedos dentro y fuera.
No iba a discutir. Iba, sin embargo, a llevarlo más lejos.
Mientras Sam usaba una sola mano habilidosa para desabrochar mi sostén, abrí el
botón de sus pantalones y escabullí mi mano dentro.
—Mierda —maldijo.
Un gemido se escapó de mi propia garganta cuando cerré mi mano alrededor de
su longitud.
La polla de Sam era increíble… la perfecta combinación entre largo y grueso con
la que las mujeres soñaban. Sin embargo, eran los recuerdos de la barra que adornaba
la cabeza los que habían provocado que gastara más de un par de pilas durante la última
semana. Nunca antes había estado con nadie que se hubiera hecho un piercing, pero
después de haber sentido el deslizar del metal sobre lo que asumí era el elusivo punto
G, supe que iba a convertirse en un requerimiento para todos los futuros novios.
O tal vez, de alguna forma o manera, tendría suerte y me quedaría con Sam.
Inclinándose hacia abajo, tomó mi boca en otro beso apresurado. Imité el ritmo de
su mano hasta que de repente salió de mi alcance. Sacó sus dedos y se quitó su camisa
por la cabeza. Me habría quejado sobre la perdida, pero sus dedos rápidamente
regresaron y, en cuestión de segundos, su boca los siguió, sellándose sobre mi clítoris.
—¡Oh, Dios! —Me arqueé mientras Sam intentaba acomodarse entre mis rodillas.
Su alto cuerpo no cabía en el sofá, así que enganchó mis piernas sobre sus hombros y
nos giró para poder arrodillarse en el suelo frente a mí.
Mis dedos se enredaron en su cabello, mientras él subía una mano hacia mi seno,
haciendo girar mi pezón deliciosamente mientras su boca se movía sobre mí desde
todos los ángulos. Sin embargo, no era suficiente. Estaba devorándome, y podría
haberme corrido fácilmente en minutos, pero quería más. Estábamos mal en muchos
niveles, pero la forma en que me hacía olvidarme de la caída libre cuando se hallaba
dentro de mí, lo hacía completamente correcto.
Al menos, para mí.
Después de la noche que habíamos tenido, no quería correrme contra su boca.
Quería su peso sobre mí, aplastándome mientras me recordaba lo que teníamos ahora.
Y, mejor que eso, lo que posiblemente podríamos tener en el futuro.
Tirando con fuerza de su cabello, dije:
—Te quiero dentro de mí.
Su lengua siguió aleteando contra mi hinchado clítoris, pero sus ojos se levantaron
a los míos.
—Me estás volviendo loca, pero te necesito dentro de mí. Necesito saber que
también te estoy volviendo loco.
—No —murmuró. Luego su lengua se movió rápidamente.
—Sam, por favor —grité, tirando de su cabello.
Su mano dejó mi seno y desapareció de mi vista. Su hombro se movió contra mi
pierna a la vez que acariciaba su polla mientras observaba sus dedos moverse dentro
de mí.
—Ten por seguro que estás volviéndome malditamente loco. Pero tengo una
noche contigo. Luego, todo lo que me quedará por el siguiente mes son estos recuerdos.
Deja de pelear y dame uno de este dulce coño corriéndose en mi boca.
Jesús.
Cómo iba a decir que no a eso.
¿Quién era para negarle un recuerdo al hombre?
—Bien. Mmmm… supongo que deberías dejar de hablar y volver a trabajar,
entonces.
Una sonrisa malvada creció en sus labios.
Entonces, hizo justo eso. Sam lamió y jugueteó con una feroz determinación. Su
lengua giró y sus dedos hicieron círculos, trabajándome con más fuerza y llevándome
más alto que nunca antes. Todavía quería sentirlo dentro de mí, pero una vez que me
dejé ir, ya no estuve dispuesta a perder su boca.
Mientras mis músculos se tensaban, intentando luchar contra el inminente clímax,
las manos de Sam desaparecieron. Su lengua continuó su curso, e incluso tan perdida
como estaba, fui vagamente consciente de sus hombros moviéndose y el familiar
chasquido del envoltorio de un condón. Levanté mis caderas, en silencio pidiendo más,
y Sam contestó. Me metió dos dedos, curvándose mientras succionaba con más fuerza
mi clítoris. Ni siquiera podía pelear.
Me senté derecha y me aplasté contra su rostro cuando el orgasmo me desgarró.
Todavía estaba pulsando y en plena euforia cuando Sam de repente se fue.
Menos de un segundo después, estuvo en todas partes.
Su cuerpo cubrió el mío, forzándome a bajar sobre el sofá justo cuando me penetró
hasta el fondo. Maldijo con fuerza, pero todos los pensamientos coherentes se me
habían escapado. Un nuevo orgasmo se desató incluso antes de que el primero hubiera
desaparecido. Mis piernas temblaron mientras las envolvía alrededor de sus caderas.
Su mano se movió a mi cabello, mientras fuertemente me embestía, cada empujón más
hondo que el último.
Los ojos dorados de Sam estaban llenos de una posesión salvaje cuando se
levantaron hacia los míos.
En ese momento, la perpetua caída libre no tuvo comparación con la forma en que
me hacía sentir.
Todavía estaba cayendo a una velocidad imparable… sólo que, en sus brazos,
mientras su cuerpo me reclamaba sin una sola palabra dicha, estaba de repente
cayendo… hacia arriba.
Una lágrima se deslizó por mi ojo y una sonrisa curvó mis labios mientras me
colgaba de su espalda cuando otro orgasmo se apoderó de mí.
Sam continuó persiguiendo su propia liberación hasta que finalmente se corrió
susurrando mi nombre. Fue más musical para mis oídos que cualquier nota que hubiera
cantado, escrito o tocado alguna vez.
—Oye. —Su grave voz captó mi atención mientras se alzaba para atrapar mi
mirada—. ¿Bueno o malo? —preguntó, usando la yema de su pulgar para limpiar el
húmedo camino, luego presionándolo contra sus labios.
—Bueno —murmuré—. Muy, muy bueno.
—Bien —susurró, reemplazando su pulgar con sus labios. Respiró
profundamente, pero lo mantuvo casto—. Déjame deshacerme del condón. Necesito un
cigarro. Luego podemos tomar una ducha. —Me guiñó un ojo, apartándose de mí y
alejándose.
Sentándome, recogí mi ropa del suelo con una sonrisa tonta.
Sí. Podemos hacer esto.
—¿Quieres algo para dormir? —preguntó Sam, saliendo al pasillo llevando un
nuevo par de pantalones que colgaban bajos en sus caderas, con una camiseta echada
sobre su hombro y un cigarro sin encender ya pendiendo de sus labios.
Se veía francamente comestible. Mis ojos recorrieron los tatuajes cubriendo su
pecho y bajando por sus brazos a los costados.
Bajo mi escrutinio, se quedó de pie orgullosamente, flexionándose para definir sus
abdominales.
—Mierda, me encanta cuando me miras así.
—Perfecto, porque me encanta mirarte así. —Apunté mi dedo arriba y abajo por
su cuerpo.
—Es oficial. Voy a quemar todas mis camisetas. ¿Quieres rescatar ésta de los
fuegos del infierno y dormir con ella esta noche? —Me ofreció la que tenía sobre su
hombro.
—Por favor. —Me reí mientras lanzaba la prenda de algodón en mi dirección.
Mientras me ponía la camiseta de gran tamaño de reUTILIZADO sobre mi cuerpo
desnudo y mis bragas, se acercó lentamente hacia mí.
Acunando mi mandíbula, frotó su pulgar de atrás adelante sobre mi mejilla.
—De verdad que estoy jodidamente feliz de que estés aquí.
—Yo también. —Sonreí.
Se quitó el cigarro de entre sus labios y estaba doblado sobre el sofá para tocar su
boca contra la mía cuando un repentino golpeteó en la puerta lo detuvo. Sampson
enloqueció ladrando y los ojos de Sam se entrecerraron con sospecha.
—¿Qué demonios?
El enfadado gruñido de Devon penetró a través de la madera.
—Abre la maldita puerta.
La voz de Henry rápidamente lo siguió.
—¿Te puedes calmar? Probablemente esté follando ahora mismo.
—¡Oh, Dios! —gemí.
Esto no está pasando.
Devon replicó:
—O probablemente está muerta en el suelo de ese imbécil.
—Se encuentra bien.
—No lo sabes, maldita sea. Deberías haberla escuchado al teléfono.
El fuerte golpeteo regresó y Sam miró a la puerta mientras decía:
—Creo que eso es para ti.
—Te va a dar una patada en el culo —se burló Henry.
—Sobreviviré. Además, has sido tú quien me ha dado la dirección. Probablemente
te matará primero.
Devon continuó discutiendo mientras pisoteaba hasta la puerta y la abrí de golpe.
—¿Qué demonios están haciendo aquí? —dije furiosa.
Sus ojos se fijaron en mi atuendo —o la falta de éste—, y la sonrisa de Henry se
ensanchó mientras le daba un codazo a Devon en el costado.
—¿Ves? Te lo he dicho. Estaba follando.
—Vamos —me gritó Devon.
—Sí, por favor, váyanse. —Me escabullí, cerrándoles la puerta en las narices, pero
Devon metió un pie dentro evitando que la cerrara por completo.
—Has llamado para llevarte a casa. Estoy aquí. Ve al auto —replicó, empujando la
puerta ampliamente y entrando.
Los brazos de Sam de repente se doblaron alrededor de mis caderas desde atrás.
—Ve a vestirte. Podemos tener está conversación cuando no estés medio desnuda
con mi puerta ampliamente abierta.
Supe el momento en que Henry vio a Sam. Su mandíbula cayó y también podrían
haberle salido corazones de dibujos animados de los ojos. Sam y Devon vieron el
momento también, porque los de Devon se abrieron ampliamente y Sam
instintivamente dio un paso atrás conmigo asegurada en su costado.
Henry merodeó hacia adelante mientras la mirada se Sam se fijaba en mí con
desconcierto.
—Probablemente deberías vestirte primero —le dije a Sam mientras Henry
continuaba su follada visual no consensuada de mi novio.
¿Novio?
Tal vez eso sea demasiado.
¿Lo es?
La mano de Sam se flexionó en mi cadera, y no pude evitar sonreír ante la idea. No
había estado tan emocionada por la idea de llamar a alguien mi novio desde quinto
grado, cuando Jay Rogers me pasó una nota pidiéndome tachar sí o no.
Todavía estaba perdida en cavilaciones de colegiala cuando Sam interrumpió mis
pensamientos.
—Hola, entonces, soy Sam. Debes ser Henry. —Extendió una mano.
Me reí cuando Henry miró su mano y luego se inclinó hacia un costado,
lamiéndose los labios mientras abiertamente observaba el paquete de Sam. Luego, me
reí aún más fuerte cuando Sam me movió frente a él para bloquear la evaluación de
Henry.
Debí haber dicho algo para calmar la situación increíblemente incomoda, pero
¿dónde estaba la diversión en eso? Alcé la mirada hacia Sam y de manera casual le
comenté:
—Te dije que iba a intentar conquistarte.
—¿Esto es conquistar?
—Estarías sorprendido de cuántos hombre han caído victimas de él con mucho
menos.
Devon negó mientras Henry continuaba mirándolo con asombro, paseándose en
círculo a nuestro alrededor.
—¿Va a decir algo? —susurró Sam.
—Desafortunadamente, sí. Y cuando lo haga, desearás el extraño silencio de
nuevo.
De repente, Henry se quedó quieto y se quitó la camisa por la cabeza, anunciando:
—Trío.
—¿Disculpa? —inquirió Sam mientras Henry avanzaba.
—Bien, dúo, pero Levee puede mirar. Es mi mejor amiga, después de todo.
Me reí mientras presionaba una mano sobre el pecho desnudo de Henry.
—Ponte tu maldita camisa de nuevo y déjalo en paz.
Se quejó, finalmente apartando sus ojos de Sam.
—Esto no es justo. ¿Por qué harías alarde de este buen espécimen de hombre
heterosexual en frente de mí y ni siquiera me dejarías mordisquear? ¿No me quieres en
absoluto?
Hizo pucheros.
—Nadie va a morder nada —añadió rápidamente Sam.
Henry le guiñó un ojo.
—Todavía.
Sam dio un paso atrás y buscó en su bolsillo.
—Dios, necesito un cigarro.
—Oh, también yo. Vamos afuera —asintió Henry, comenzando a ir detrás de él.
Atrapé su brazo.
—¡No te atrevas! Primero que nada, no fumas. Segundo, Sam está completamente
fuera de tus límites. Déjalo ir.
Sus hombros se hundieron con derrota.
—Eres tan egoísta —se quejó, poniéndose de nuevo su camisa.
—Tal vez, pero si dejas de quejarte como una perra, podríamos mirarlo alejarse
juntos. Su culo es una locura.
—¿En serio? —preguntó Sam cínicamente.
—Bueno, ahora sólo estas siendo mala. Pero acepto. —Henry pasó su brazo sobre
mis hombros.
Ambos nos giramos hacia Sam, quien estaba entrecerrando sus ojos incrédulos
ante nuestro intercambio de objetivación.
Henry le hizo señas para que se fuera.
—Adelante, hombre sexy. Fuma tu cigarro. Y, antes de que preguntes, sí, estoy
perfectamente bien con imaginar que soy yo a quien pones en tu boca.
—¡Henry! —lo regañé, luego estallé en risas.
—¿Qué? —dijo fingiendo inocencia.
Sam curvó sus labios con asco, luego soltó una carcajada mientras se rascaba la
parte posterior de su cabeza en lo que podría haber sido descrito como asombro.
—Sí. Yo… eh… Vamos, Sampson.
El perro trotó detrás de él.
Golpeé a Henry en el pecho.
—Idiota. No arruines esto para mí. Sabes que me gusta.
—Sí, lo sé. Y ahora entiendo completamente por qué. Mierda, ese hombre es sexy.
—De verdad lo es. Y es un chico muy amable. —Suspiré—. Se merece algo mucho
mejor que yo.
Henry frotó mi brazo.
—Tonterías. Si es listo, probablemente esté de rodillas ahí afuera, agradeciéndole
a Dios por poder estar contigo. —Movió su cabeza de un lado a otro—. Y, ya que está de
rodillas, tal vez debería ir a verlo.
Golpeé su pecho de nuevo.
—¡Cállate! Déjalo en paz.
Henry se rio, alzando sus brazos en defensa.
—Bien, bien.
Devon habló, interrumpiendo nuestra conversación:
—Se acabó el espectáculo. Estoy aburrido. Levee, ponte la ropa y vámonos.
—No me voy a ningún lado. Ven a buscarnos por la mañana.
Los ojos de Devon se abrieron.
—¿Buscarnos?
—Sam va a ir conmigo a LA. Puede conducir contigo después del concierto.
—Genial —murmuró Devon.
No estaba segura de cuál era el problema de Devon con Sam, pero había dejado
perfectamente claro que tenía uno. Siempre había sido protector conmigo. Era su
trabajo, después de todo. Literalmente. Pero nuestra relación era más que sólo la de
jefe-empleado. Durante los últimos años juntos, Devon y yo habíamos forjado una
amistad que había evolucionado finalmente a algo más, un vínculo hermano-hermana.
Le amaba y odiaba, todo al mismo tiempo.
Hubiera sido bueno tener un empleado que sólo hiciera lo que le decía. Pero me
encantaba saber que Devon siempre estaba ahí para mí, sin importar el trabajo.
—Entonces, ¿quién quiere una cerveza? —inquirió Sam mientras regresaba
usando una sudadera con capucha arrugada y sosteniendo un paquete de cervezas.
—¿De dónde sigues produciendo cerveza mágicamente? —pregunté.
—Tengo una nevera surtida en la parte de atrás de mi garaje.
—¿Y la sudadera?
Sus ojos se movieron a Henry.
—Mi jeep. No creí que fuera seguro volver aquí sin camisa.
—Buena jugada —dijo Henry, acercándose y sacando una cerveza de su mano. Le
guiñó un ojo mientras giraba la tapa y la inclinaba sobre sus labios.
—Bien. Por muy entretenido que esto haya sido, ¿Pueden los dos parar? Es tarde,
y Sam y yo justo íbamos a darnos una ducha.
La boca de Henry estaba llena y levantó un dedo mientras tragaba.
—¡No, no puedes unírtenos!
—¿Por qué eres tan odiosa? —gruñó Henry.
—Llévalo a casa. Por favor —le rogué a Devon, quien estaba ceñudo con toda la
situación… y en especial con Sam.
—Levee, tenemos que hablar. Stewart no va a estar contento de que te quedes
aquí. No conocemos a este tipo, y muchas cosas te van mal ahora mismo. Tenemos que
mantener esto entre la familia por un tiempo.
Caminé y me detuve en frente de él, inclinando mi cabeza hacia atrás para mirarlo
a los ojos.
—Muchas cosas están yendo mal para mí ahora, pero Sam ha tenido un asiento en
primera fila para todo por un tiempo. No hay nada que él no sepa ya.
—Levee…
—Devon, estoy bien. Lo juro. Sé que estás preocupado, pero nada de lo que digas
me va a convencer. Ahora, por favor, sólo toma a Henry y vete. Te veré por la mañana.
Me miró sin expresión por varios latidos antes de poner los ojos en blanco y
hablar:
—Henry, vámonos.
Henry bajó la cerveza y fue hacia la puerta, deteniéndose para darme un abrazo.
—Te veré por la mañana. —Luego, gritó sobre su hombro—: ¡Buenas noches,
Sam! Llámame si cambias de idea.
Gruñí.
Sam se acercó, pasando su brazo alrededor de mi cintura y replicó:
—¡Lo haré! Buenas noches.
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de ellos, todo mi cuerpo se hundió.
—Dios, lo siento.
—No te preocupes. Eso ha sido… interesante.
Me reí. Interesante ni siquiera se le acercaba. Pero cuando nerviosamente le eché
un vistazo a Sam intentando leerlo, esbozaba una amplia sonrisa.
—Ha sido divertido, Levee. No te preocupes. Va a necesitarse algo más que Henry
Alexander tratando de meterse en mis pantalones para que salga corriendo.
—Haré que pare. Lo juro. No estoy segura de que pueda prometer lo mismo sobre
Devon, sin embargo.
—Basta. —Me estrechó contra su pecho y besó la cima de mi cabeza—. Estás
atrapada conmigo.
Respiré profundamente, rezando para que fuera verdad.
—Vamos a bañarnos. Apestas. —Tiré de su sudadera.
—Sí, está cosa está sucia. —Me apartó un paso y se la quitó por la cabeza—. Lo
siento, pero no había forma de que regresara medio desnudo.
—No puedo culparte por eso. —Me reí contra su pecho.
Deslizó una mano sobre mi culo.
—Oye, la próxima vez que la gente se aparezca en mi puerta, la ropa no es opcional
para ti.
—Oh, por favor. Son sólo Henry y Devon.
Su otra mano serpenteó hacia la parte frontal de mis bragas y a través de los
pliegues húmedos.
—Tal vez. Pero esto es mío ahora. No más espectáculos de desnudez.
Un gemido se escapó de mi garganta y fue sólo parcialmente porque la punta de
su dedo se había hundido dentro de mí.
Esto es mío ahora.
—Sí —suspiré antes de que su boca aterrizara sobre la mía.
Sam
Levee y yo terminamos dándonos una ducha. Luego, me montó hasta tarde, casi
hasta la mañana. Ninguno de los dos quería apresurarse para dormir, especialmente
sabiendo que el día siguiente iba a ser nuestro último durante un tiempo. Pero le
recordé tantas veces como fue posible que solo era temporal. Trató de argumentar que
este tipo de separación sería frecuente en su trabajo. La besé indecentemente cada vez
que trataba de desaconsejarme que estuviera con ella.
No había nada que pudiera haber dicho para hacerme cambiar de opinión.
Al final, se rindió y cuando el sol empezó a asomarse por la ventana de mi
habitación, se acurrucó en mis brazos.
El sueño nunca me encontró. Como un verdadero acosador, me quedé despierto
observándola dormir metida seguramente en mi lado. Sus piernas estaban enredadas
con las mías y su brazo colgaba sobre mi cadera.
No podía recordar haber sentido esa clase de paz en mucho tiempo.
E iba a ser una mierda perderlo.
Pero, cuando sonó la alarma de su teléfono, la solté, sabiendo que regresaría. Me
aseguraría de eso.
Con solo un total de tres horas de sueño entre nosotros, Levee y yo dormimos
abrazados las cinco horas de viaje a Los Ángeles. Cuando llegamos al estadio, Levee hizo
que Devon me dejara primero. Insistió que no nos fotografiaran juntos y, aunque dolía,
lo entendía. Con un beso demasiado rápido, fui dejado en los autobuses de la gira
estacionados en la parte trasera, donde conocí al grupo y bailarines de Levee.
Simon, su guitarrista, me saludó con los brazos abiertos y se quedó a mi lado.
Aparentemente, Levee le había llamado y le puso de mi niñera. Era un chico agradable,
de hecho, todos lo eran. No se sentía en absoluto la sensación de estrella de rock que
había esperado. Durante horas, me relajé en el autobús, jodiendo con los miembros de
su grupo y algunos de ellos tenían esposas y me sorprendió descubrir que uno incluso
tenía a su hija de tres años con él. Tenían curiosidad de mí y ni siquiera podía contar las
veces que había esquivado la pregunta de cómo nos conocimos Levee y yo.
Revisé incesantemente mi teléfono, esperando un mensaje de ella, pero no llegó
nada. Supuse que estaba ocupada, pero el hecho de que estuviera cerca me hacía querer
estar con ella. Sin embargo, no iba a ser ese chico. Me había dejado por una razón. Le
daría cualquier espacio que necesitara que prepararse para el concierto.
Finalmente, cuatro horas después, la puerta del autobús se abrió y Devon me
informó que Levee preguntaba por mí. Me entregó un pequeño amplificador para llevar,
me puso una tarjeta de empleado alrededor de mi cuello y luego me llevó a una puerta
lateral con cordón VIP. Los fans se apilaban en la zona, solo mirando lo suficiente para
considerarme no importante.
Nos abrimos paso a través de un laberinto entre bastidores antes de finalmente
detenernos en una puerta sin marcar.
Devon llamó y luego tomó el amplificador de mis manos.
—Entra —dijo Levee.
Disgustado, abrió la puerta y silenciosamente me hizo señas para que entrara.
Mi respiración quedó atrapada en mi pecho en el momento en que nuestras
miradas se encontraron. Con su cabello en proceso de estar listo y maquillaje pesado
cubriendo su suave piel, era la primera vez que había puesto los ojos en Levee Williams,
la superestrella. Reconocí los ojos marrones que me miraban, pero todo lo demás era
de la mujer que adornaba las páginas de revistas.
Esta mujer era indudablemente hermosa, pero definitivamente prefería a la que
había pasado la noche desnuda en mi cama.
—Ahí estás —dijo tranquilamente mientras una mujer seguía trabajando con su
cabello.
—Estaba empezando a pensar que te has olvidado de mí. —Di un paso adelante
con toda la intensión de besar sus labios pintados de rosa, deteniéndome para mirar a
su estilista.
—¡Oh! Lo siento. Madison, este es Sam. Sam, esta es Madison.
La mujer me miró y sonrió amablemente.
—Ohhhh, eres guapo.
—¿Gracias? —respondí, mirando curiosamente a Levee.
—Henry ha llamado a Madison esta mañana, solo para delirar acerca de ti.
—Oh, Dios —gruñí, haciéndolas reír.
—Le gustas. Pero no dejes que Levee te mienta. Ha estado hablando de ti desde
que se sentó —dijo Madison.
Incluso debajo de lo que parecía una maleta llena de maquillaje, vi las mejillas de
Levee enrojecerse.
Amaba jodidamente que tuviera ese efecto en ella.
—¿Es cierto? —pregunté con una sonrisa.
Levee negó y luego colocó las manos cerradas en su regazo.
—Solo estaba preocupada por ti. Nunca sabes cuándo Henry podría intentar
secuestrarte y obligarte a la esclavitud sexual.
Formé puño con mis manos en mis caderas y dije seriamente:
—La amenaza es real.
Madison se rio, dejando un peine en la pequeña mesa con ruedas.
—Voy a ir a agarrar un café. —Levantó una ceja hacia mí—. Podemos arreglar el
lápiz labial, pero no jodan con el cabello. ¿Capisce?
Mantuve mis ojos pegados en Levee y asentí.
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de ella, Levee se levantó y plantó un
beso en mis labios. Luego, usando el dorso de la mano, me limpió.
—Te he echado de menos. ¿Dónde te has estado escondiendo?
Envolví mis brazos alrededor de su cintura y la atraje hacia mí.
—Estaba relajándome con el grupo. En el mismo lugar en el que me dejaste.
Se apartó y me miró con recelo.
—Devon dijo que ya no estabas allí. Te ha estado buscando durante las últimas
tres horas.
—No ha debido buscar mucho, porque no he ido a ningún lado. Pregúntale a
Simon. —Toqué su sien con mis labios.
—Hmm. —Hizo una mueca con confusión—. Bueno, de acuerdo. Estás aquí ahora,
supongo.
—Síp. Ahora, si solo pudiera encontrar a Zapatos de Diseñador. Parece haber
desaparecido. Estoy aterrado de que haya sido enterrada viva por una maquilladora.
Levee se rio y me apretó.
—Deberías ver el dispositivo que usan para quitar todo al final de la noche.
—¡Oh, te reutilizan! —bromeé mientras se movía imposiblemente más cerca.
—Básicamente —murmuró—. Odio que tengas que irte después del concierto.
Siento como si no hubiéramos pasado mucho tiempo juntos hoy. Has estado babeando
sobre mi hombro o roncando todo el camino hasta aquí. Ahora, tengo una actuación.
—No trates de fingir que era yo el que babeaba. Me desperté y me encontré
sentado en una mancha húmeda. Y no era de la buena.
—Cállate, mentiroso.
—No, cállate tú, babosita.
Los dos nos reímos, pero una vez más suspiró de frustración.
—No quiero que te vayas esta noche.
—Entonces no lo haré. No te vas hasta la mañana, ¿verdad?
—Sí, pero Devon tiene que llevarme cuando recoja el resto de mis cosas y a Henry.
Me van a dejar mañana.
—No tengo diez años, Levee. No necesito que me lleven a casa. Si quieres que me
quede esta noche, tomaré un vuelo por la mañana.
Sus ojos se animaron.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad, mujer loca.
—Quiero decir, voy a pagarlo. Solo dime cuándo quieres irte y voy a hacer que
alguien lo reserve ahora mismo.
Me reí.
—Tampoco soy un prostituto. No vas a comprar mi billete solo para estar traviesa
conmigo. Pero sí, me quedaré.
—¿Estás seguro? —preguntó esperanzada.
—Segurísimo. No soy lo suficiente pervertido para ser un prostituto.
Pellizcó mi pezón.
—Eso no es lo que quería decir. Y ahora, estoy decepcionada porque no eres
pervertido.
Pellizqué su pezón, dejando que mis dedos permanecieran allí mientras rozaba
mis dientes en su cuello.
—No parecías decepcionada anoche.
Jadeó y se apoyó en mi toque.
—Y, antes de que empieces, prometo no decepcionarte esta noche, tampoco. Voy
a comprar mi billete. Tú entretienes a miles. Usas el dispositivo para volver a la vida.
Luego, te voy a follar de cualquier manera pervertida que quieras hasta que seas
físicamente incapaz de olvidarme durante el próximo mes.
—Sííí —siseó, deslizando sus manos en mi trasero.
Mordí el lóbulo de su oreja mientras mi pene crecía entre nosotros. Habría dado
cualquier cosa para saltar al final de la situación, incluso la parte de perderme dentro
de ella más tarde esa noche, para cuando llegara a casa.
Más sana.
Más feliz.
Y jodidamente toda mía.
Estaba a punto de tomar su boca en un beso necesitado cuando Madison llamó a
la puerta.
—¿Todos vestidos? —preguntó, abriendo la puerta pero no entrando.
Levee gruñó e incliné su frente en mi hombro.
—Desafortunadamente. Pero danos un minuto.
—Lo siento. Tengo que terminarte. Te están llamando en el vestuario.
—Cierto —dijo Levee, alejándose. Mirando mi pene abultando mis pantalones,
susurró—: Qué desperdicio de una perfecta buena erección.
Me reí, ajustándome.
—Más tarde. Lo prometo. —Presioné un beso casto en sus labios, luego cerré los
ojos y empecé a enumerar alfabéticamente los tipos de madera.

Ver la actuación de Levee fue una de las experiencias más emocionantes de mi


vida. Seguro, hizo un infierno de espectáculo completo con bailarines, cambios de
vestuario y pirotecnia, pero incluso sin la fanfarria, ella era fascinante. La manera en
que dirigía el escenario, adueñándose de cada nota que escapaba de su sexy boca, era
provocador. No podría haber quitado mis ojos de ella incluso no estando
completamente enamorado.
Había escuchado la música de Levee en la radio. Reconocía los tiempos y la
melodía. Pero después de haber llegado a conocer a la mujer que las había escrito, me
di cuenta de que las palabras eran lo más hermoso de todo. A través de las canciones,
estaba claro que Levee había estado luchando durante un tiempo, pero la parte más
sorprendente era la cantidad de esperanza y lucha que se envolvían en las letras. Y, por
esa lucha, encontré esperanza también.
Ella va a estar bien.
Y nosotros también.
Aún no sabía por qué Levee había estado en ese puente noche tras noche. Suponía
que su vida era estresante, pero cuando vi la manera en que volvió a la vida en el
momento en que subió al escenario con un micrófono en mano, no podía imaginar que
quisiera escapar de todo eso. Yo era muy consciente de que la vida no era siempre lo
que parecía desde afuera. Algo más tenía que estar pasando con ella y cuando sus ojos
se encontraron continuamente con los míos en la primera fila, tuve un deseo repentino
de descubrir exactamente qué era.
A medida que el concierto llegaba a su fin, Devon me buscó en mi asiento y me
llevó al vestuario de Levee. Como siempre, él estaba enfadado por algo, pero estaba
empezando a creer que solo era su disposición natural en lugar de tener algo conmigo.
El sonido de los fans llamando a Levee era ensordecedor en la sala mientras me relajaba
en el pequeño sofá con los pies en alto. Cerré los ojos, respiré profundamente y empecé
a reproducir las últimas veinticuatro horas en mi mente. Antes de darme cuenta, mis
mejillas dolían por la gran sonrisa que cubría mi rostro.
Estaba jodidamente feliz.
Y, si el movimiento de mi pene era alguna indicación, estaba excitado también. Los
recuerdos de Levee pavoneándose a través del escenario, lo habían estimulado.
Cuando el último golpeteo de la batería finalmente quedó en silencio, empecé a
mirar la puerta. El concierto había sido irreal y estaba desesperado por poner mis
manos en Levee y recordarme lo verdaderamente real que éramos.
Salté a mis pies cuando se abrió la puerta y la gente llenó la habitación.
Probablemente solo cinco o seis entraron, pero en el momento en que Levee entró, se
sintió como si aún estuviéramos en medio de ese estadio con entradas agotadas.
Habíamos acordado mantener las cosas entre nosotros calmadas durante un
tiempo, así que aunque estaba delante de mí, era inalcanzable en una habitación repleta.
Su rostro estaba resbaladizo por el sudor y su maquillaje había empezado a
correrse. Pequeños rizos se encrespaban en la parte superior de su cabello, escapando
de lo que solo podría describirse como un agarre mortal de spray. Pero, mientras estaba
delante de mí en un ajustado vestido negro con deseo en sus ojos, era más hermosa que
nunca.
Me tomó cada pizca de autocontrol no llevarla a mis brazos, pero ya que mis ojos
estaba pegados a los de ella, no tenía idea de quién más estaba en esa habitación o si
ellos sabían de nosotros.
Lo que sabía era que tenían que irse.
—Has estado increíble allí —susurré y una sonrisa tímida apareció en sus labios.
Bajando más mi voz que apenas era audible, enterré mis manos en los bolsillos y me
incliné hacia ella, diciendo—: Ahora, deshazte de esta gente así puedo desnudarte y
mostrarte lo que me ha hecho mirarte en el escenario.
Retrocedí justo a tiempo para ver sus ojos escureciéndose y un suspiro salió de
sus labios entreabiertos. Esa simple reacción envió sangre a mi pene y un intoxicante
sentimiento que aún no estaba listo para reconocer, se expandió en mi pecho.
Levee sostuvo mi mirada y gritó:
—¡Todos afuera! Necesito un par de minutos sola.
La gente siguió hablando, pero sin ninguna pregunta, la habitación se vació.
Si queríamos mantener la fachada, probablemente debería haberlos seguido y
luego volver a entrar, pero estaba más concentrado en la mujer que estaba a punto de
destrozar que en idear un plan.
Mi corazón se aceleró.
Sus pezones se endurecieron.
Mis fosas nasales se ensancharon.
Sus dientes mordieron su labio inferior.
Mis puños se apretaron a mis costados.
Sus ojos fueron a mi pene.
La puerta se cerró.
Nuestros cuerpos chocaron.
Sus manos fueron a mi cabello cuando mi boca dominó la de ella. Gemidos y
gruñidos mezclados en una sinfonía de desesperación nos rodeó. No podía esperar un
segundo más. Agarrando su trasero, la levanté del suelo y la empujé contra la pared. Sus
piernas se envolvieron alrededor de mis caderas y sus brazos se cruzaron alrededor de
mi cuello en una frenética necesidad para estar más cerca. Solo había una manera de
hacer eso y requería dejarla ir y ponerme un puto condón.
Habría dado cualquier cosa para romper sus bragas y enterrarme dentro de su
calor húmedo. Perderme en el momento y demostrarle exactamente lo hambriento que
estaba de ella. Lo quería duro para sofocar la necesidad que me hacía sentir cuando
estábamos juntos.
Sin embargo, no la iba a poner aún en esa posición. Sin importar lo mucho que
dolía mi pecho, era demasiado pronto pedirle que confiara en mí tan profundamente.
Incluso si, de alguna ridícula manera ya confiaba en ella.
—Espera —le ordené, soltando mi agarre en su trasero.
Se aferró a mí, ya que la tenía contra la pared con mi muslo entre sus piernas. Su
boca atacó mi cuello mientras me apresuraba para sacar un condón de mi cartera. No
era fácil, pero la iba a follar contra la pared incluso si eso me mataba.
Después de apenas bajar mis pantalones hasta mi trasero, hice a un lado sus
bragas. Encontrándolas empapadas, ignoré toda preparación y me metí duro dentro de
ella.
Gritó, pero no le di tiempo para ajustarse. Fui salvaje.
No fui amable mientras tomaba lo que era mío, pero sabía que era lo que
necesitábamos mientras le daba lo que era de ella.
Y no era solo un orgasmo.
Era yo.
Nunca desaceleré en mi búsqueda por poseerla. Sus uñas se clavaron en mis
hombros mientras movía sus caderas contra las mías, obligándonos hacia el borde de
la liberación.
No intercambiamos ni una palabra. Lo habíamos dicho todo cuando jadeamos el
nombre del otro.
La había reclamado. Y, en cambio, ella me poseyó.
Era casi tan emocionante como aterrador.
Casi.
Levee
No quería dejar a Sam. Después de la increíble noche que pasamos juntos con
nuestros cuerpos unidos en una gran variedad de formas, temía que, si me marchaba
durante un mes, podría perder lo que habíamos empezado. Pero necesitaba poner mi
vida en orden, para que pudiéramos reiniciar nuestra relación en un lugar saludable
para los dos, en lugar de en la parte superior de ese puente. Y, por desgracia, sin
importar lo mucho que apestara, tenía que hacerlo sola.
Así que, con esto en mente, a las nueve de la mañana siguiente, lancé un beso a
Sam desde el lado equivocado de la ventana mientras Devon nos alejaba. Él estaba de
pie, sexy como siempre, con las manos metidas en los bolsillos, balanceándose entre los
dedos de sus pies y sus talones. Me hizo sentir un poco mejor que él odiase ver que me
fuera, exactamente igual que yo odiaba irme.
—Estará aquí cuando vuelvas —dijo Henry, acariciando mi pierna cuando me
empecé a romper.
—Eso espero. —Tragué saliva y apoyé la cabeza en su hombro.
—¿Quieres que mantenga un ojo sobre él mientras no estás? —Me reí.
—¿Te refieres al tipo de ojo donde él se despierta en tu cama cada mañana?
—Creo que sería el método más eficaz para vigilarle.
Negué con la cabeza.
—Mantente alejado de él. No necesito que pases el próximo mes tratando de
conseguir meter tus garras en sus pantalones mientras yo no estoy aquí para
protegerlo.
—Oh, por favor. Incluso si no tuviera polla, sería un intento inútil. Ha sido
golpeado por el efecto Levee Williams. Completado con ojos soñadores y suspiros
entrecortados.
Mi interior se calentó, y mis hombros se relajaron.
—Él me miraba igual incluso antes de saber quién era yo. Así es Sam.
Henry echó un brazo alrededor de la parte de atrás de mi asiento y me apretó con
fuerza.
—Así es como sabes que ha conseguido el efecto completo.
Cerré los ojos y suspiré.
Un mes.
Se tenía que hacer. La euforia que sentía con Sam era sólo un parche. Se merecía
una mujer entera, y mientras nos dirigíamos al aeropuerto, estaba decidida a ser esa
mujer.

Dos jets privados y seis horas más tarde, llegué a un centro de rehabilitación en
Maine. Parecía un hotel de lujo desde el exterior, pero tan pronto como entramos por la
puerta de atrás, no había duda de que era un centro de tratamiento médico.
Había estado preocupada durante días de que seríamos recibidos por paparazzis,
pero por suerte, llegamos desapercibidos.
Ya que habíamos cancelado la mayoría de mis apariciones, se había especulado
que iba a ir a rehabilitación. Todo el mundo asumió que era por drogas, pero me había
metido a Twitter un par de noches antes, explicando que mi cuerpo estaba agotado
después de mi gira y necesitaba algo de tiempo libre para descansar. Los fans parecían
apoyarme y comprenderlo, pero eran los medios de comunicación, los que en última
instancia emitían el juicio final. Stewart estaba trabajando día y noche, junto a mi
publicista, para dar a mis “vacaciones” un giro positivo.
—Señorita Williams, es tan agradable conocerla. Soy el doctor Terrance Post. —
El hombre mayor con gafas de montura fina extendió su mano en mi dirección.
—Estoy encantada de conocerle también. Stewart me ha hablado muy bien de sus
instalaciones.
—Bueno, eso ha sido amable de su parte. —Sonrió—. Venga. Vamos a conseguir
registrarte.
El doctor se alejó, pero mis pies se mantuvieron pegados. Mi estómago se retorció
con los nervios. No quiero seguir con esto. No era necesario. Bueno, eso era una mentira.
Era totalmente necesario, pero todavía me asustaba muchísimo. Ya me sentía mejor, así
que tal vez todo esto era una exageración. Sin duda, algo tenía que cambiar, pero ¿así?
Henry vinculo su brazo con el mío y me tiró hacia adelante.
—Deja de volverte loca.
—No quiero seguir con esto. Quiero irme a casa.
—Bueno, yo quiero que te mejores. Así que aguántate.
—Henry, por favor.
Me soltó el brazo y se alejó.
—No. No vas a convencerme. Volver a casa y volver a caer en tu misma rutina no
va a ayudar a nadie. Ni a ti. Ni a mí. —Luego sacó la artillería pesada—: Ni a Sam. —
Arqueó una ceja—. Sólo estás volviéndote loca porque la mierda acaba de volverse real.
Bueno, ¿sabes qué? La mierda se volvió real para el resto de nosotros cuando
averiguamos por qué ibas realmente a ese puente cada noche. —Fruncí el ceño, pero
los dos sabíamos que tenía razón.
—Simplemente deja que estas personas te ayuden durante treinta días. Eso es
todo lo que pido, Levee.
Su pequeño viaje de culpabilidad no hizo que las mariposas en mi estómago se
fueran, pero hizo que mis pies se pusieran en movimiento.
—Gracias —dijo en voz baja.
—Cállate —fue mi única respuesta.
Sam
Tres días.
Tres días de mierda sin una sola palabra de Levee. Estaba perdiendo mi jodida
cabeza. No estaba plagado de dudas o inseguridad. Ya sea que se diera cuenta o no, era
mía en todos los niveles posibles. Me encontraba, sin embargo, abrumado por la
preocupación. ¿Cómo le estaba yendo? ¿Había hecho algún avance? ¿Por qué coño se
hallaba siquiera allí?
Oh, sí, me acobardé a más no poder sobre esa conversación la última noche que
pasamos juntos. Después de que hubiéramos tenido sexo en su camerino parecía tan
feliz. Lo último que hubiese querido hacer era joderla con todo eso para aliviar mi
curiosidad. Así que, en su lugar, toqué casi cada centímetro de su cuerpo. Tenía la
sensación de que disfrutaría más de eso que de hablar de su pasado, de todos modos.
Me dije que le daría un par de días para que se instalara, pero después de eso, iba
a ir hasta su casa en busca de Henry. Estaba seguro de que tenía noticias de ella, incluso
si yo no las tenía.
Por suerte, eso se volvió innecesario cuando mi teléfono sonó en mi bolsillo
mientras trabajaba en un viejo piano que estaba transformando en una mesa de
comedor.
Levee: He luchado contra un oso por la custodia de mi teléfono.
Yo: ¡¿Un oso?! Eso suena peligroso. Pero explica todos los mensajes de "rawr"
que he recibido en los últimos tres días. Pensaba que estabas siendo pervertida.
Levee: ¡Ja! Ya hemos establecido que no eres pervertido, pero confía en mí, no
hay nada ni remotamente sexy sobre este lugar.
Yo: Bueno, obviamente. Yo estoy aquí.
Levee: Obviamente. De todos modos... Hola. ¿Cómo estás?
Yo: Mi alma tiembla porque olvidaré tu toque.
Levee: ¡Oye, plagiador! ¡Yo escribí eso!
Yo: Sí, lo sé. Anoche estuve escuchando tu música compulsivamente. Es
bastante buena. Apuesto a que si sigues practicando, podrás hacer de la música
una carrera a tiempo completo algún día.
Levee: Muy gracioso.
Yo: Hago lo que puedo. ¿Cómo van las vacaciones?
Levee: En realidad, bastante bien. El lugar es muy agradable y me gusta
mucho mi doctor. Mi "ayudante" (alias: enfermero) es un hombre de cuarenta años
que está cubierto de vello y hace que Devon parezca un miembro del Gremio de la
Piruleta3.
Yo: ¿El oso, supongo?
Levee: Síp. Ha retenido mi teléfono como rehén desde que estoy aquí.
Yo: ¿Entonces esto significa que lo tienes de vuelta para siempre ahora?
Levee: Doble síp. Ahora, me tengo que ir, pero cuando regrese, espero que mi
teléfono esté lleno con imágenes de cerveza y pollo. ;)
Yo: ¡Adorable! ¿Puedo tener fotografías del gatitos?
Levee: Sé realista, Sam. No permiten mascotas aquí.
Yo: Improvisa.
Levee: Te echo de menos.
Yo: Yo también te echo de menos.
Levee: Te llamaré esta noche.
Yo: Probablemente conteste.
Sonreí mientras levantaba mi camisa y flexionaba mis abdominales para una foto
rápida. Apenas había presionado enviar cuando me di cuenta de que mi madre estaba
de pie en la entrada de mi tienda.
—¿Acabas de enviar un mensaje a alguien con una foto de tu entrepierna? —
preguntó con su mejor tono de "madre".
—Oh, Dios, mamá. No. —Me acerqué y le di un abrazo. No podía borrar la sonrisa
que amenazaba con dividir mi rostro por la mitad, incluso después de una breve
conversación con Levee.
Mamá me abrazó antes de alejarse.
—Sabes, las mujeres comparten esas fotos con todas sus amigas. Apenas la
semana pasada, este tipo me envió una de su carnada y su paquete y se la mostré a...
Hice un mohín de disgusto.
—Jesús. ¿Por qué un imbécil te envió fotos de su polla? Y mejor aún, ¿qué
demonios te ha hecho pensar que me gustaría saberlo?
Todavía estaba lleno de euforia por Levee, pero mi madre hablando de “la carnada
y el paquete” de alguien fue más que suficiente para arruinarlo.

3 Gremio de la piruleta: hace referencia a El Mago de Oz y es un gremio integrado por enanos.


—Sólo quiero que estés preparado. Si se lo muestras a una mujer, podrías también
simplemente enviarlo como mensaje de grupo, porque todas sus amigas lo van a ver
con el tiempo.
—Gracias por el consejo, pero no he enviado ninguna “foto de mi entrepierna”. —
Todavía—. Gracias a ti, mis genitales están a salvo otro día.
—Oh, bien. Eso hará que sea aún más especial cuando finalmente pierdas tu
virginidad en tu noche de bodas. —Me dio una mirada que me desafiaba a discutir para
corregirle.
Teniendo en cuenta el hecho de que me había visto teniendo relaciones sexuales
con Stacy Davis cuando tenía diecisiete años, lo sabía mejor. Sin embargo, supuse que
no quería saber nada más acerca de mi "carnada y paquete igual que yo no quería saber
sobre ella mirando las fotos de algún tipo al azar.
Dándome una palmadita en el pecho, se dirigió hacia el sofá de dos plazas con
patas de garra, que estaba a la espera de ser recogido.
—Esto es magnífico, cariño.
—Gracias. Me encanta la forma en que ha quedado. Deberías haberlo visto antes
de empezar. Había...
—Sí, sí, sí. No gastes saliva. Sabes que no entiendo ni un ápice de lo que dices
cuando te pones todo técnico sobre herramientas y cosas. Además, tenemos cosas de
las que hablar. —Levantó el cenicero que estaba a mi lado—. Esto es ridículo, Sam.
Tienes que dejar de fumar. No voy a enterrar a nadie más. No puedo... perderte también.
—Me fulminó con la mirada.
Ella y Anne me insistieron para que dejara de fumar durante años. No podía contar
el número de veces que les había prometido que lo haría. Pero después de que Anne
falleciera, me encontré con un cigarro en la mano muchas más veces. La culpa te hace
eso. Sabía perfectamente que necesitaba parar. Sin embargo, saberlo y hacerlo son
cosas totalmente diferentes.
—Voy a parar —dije avergonzado metiendo las manos en mis bolsillos.
—Júramelo —presionó más.
—Vamos, mamá. He dicho que voy a parar.
Dejó caer todo el cenicero en el bote de basura y dio un gran paso adelante. Medía
un metro y sesenta y cinco y pesaba cincuenta y seis kilos, pero era mi madre. Ese solo
paso era tan terrorífico como el infierno.
—Jura. Me. Lo.
—Bien. Lo juro —resoplé como un adolescente hosco.
—Bien —exhaló con alivio, y una sonrisa cariñosa calentó su rostro—. Bueno.
Ahora que hemos tratado con eso. —Dio otro paso hacia mí y se puso seria una vez
más—. Meg me ha contado que estás saliendo con Levee Williams.
—¿Qué? ¿Desde cuando hablas con Meg?
—Desde que mi hijo no siente la necesidad de contarle a su madre nada ya. —
Cruzó los brazos sobre su pecho y me niveló con una mirada de culpabilidad que solo
las mujeres son capaces de lanzar con sus ojos—. Estás saliendo con una celebridad,
Sam. No pensaste: “Oye, tal vez debería llamar y contárselo a mi madre”.
Ladeé mis labios y arqueé una ceja.
—Mamá, ni siquiera pretendas saber quién demonios es Levee Williams.
—No. ¡Pero me gustaría saberlo ahora que mi hijo le envió fotos de su entrepierna!
Solté una carcajada y dejé caer mis manos a mis costados.
—¡Eran sólo mi abdominales! Y, por el amor de Dios, deja de decir entrepierna.
Entrecerró los ojos, entonces, muy lentamente, pronunció cada letra cuando dijo:
—Entrepierna.
Incluso mientras continuaba fulminándome con la mirada, no podía dejar de reír,
y porque estaba loca de la mejor manera posible, ella también se rio.
Cuando nos tranquilizamos, se puso seria.
—Está bien. Háblame de esta chica Levee.
—No se supone que hable de esto, mamá. Tengo que llamar a Meg y decirle que
cierre la boca.
Estaba jodidamente enamorado, y si fuera por mí, se lo diría a todo el mundo.
Sin embargo, estaba enamorado de Levee Williams, así que el mundo tendría que
esperar hasta que estuviese lista para contarlo. Apestaba, pero si la gente lo sabía o no,
no cambiaba nuestra relación.
Ella seguía siendo mía.
Sonreí para mí y supe que mi madre me había visto cuando se rio.
—No creas que voy a pasar esto por alto. La he buscado en Google. Ella es algo
grande.
Le había dicho a Levee que mantendríamos las cosas en silencio durante un
tiempo, pero mi madre era segura. ¿Cierto?
—Supongo. Es decir, no es tan famosa. Nunca ha hecho un dúo con Lionel Richie
ni nada —bromeé, conociendo el efecto distractor que tendría en mi madre.
Sus ojos se abrieron como platos ante la mera mención de su nombre.
—¿Crees que conoce a Lionel?
Le pasé un brazo por los hombros.
—Lo dudo, pero si detienes la inquisición, estaría feliz de preguntarle por ti.
—No, vas a preguntarle porque sabes que estoy obsesionada con ese hombre. La
inquisición definitivamente continuará. Cuéntame sobre ella. ¿Van ustedes dos en
serio? —Tiró de mi brazo hasta que la seguí a nuestra antigua mesa de comedor, que
había estado utilizando como mi escritorio durante los últimos años. Nunca me había
tomado el tiempo para reformarla. O, más exactamente, no quería cambiarla. Papá
había construido esa mesa. Incluso reutilizarla se sentía mal.
Me senté en el taburete de madera junto a ella.
—No hemos estado saliendo mucho tiempo, pero creo que podría llegar a ser
serio.
Estoy enamorado de ella.
Mierda.
—¿Buena chica?
—Realmente creo que te gustará.
—Bueno, no puede gustarme menos que la última. ¿Cuál era su nombre?
—Lexi.
—Sí. —Bajó la voz y murmuró para sí misma—: Odiaba a esa perra.
—¡Mamá! —la regañé con una risa.
—Lo siento. Era... —exageró con un escalofrío— tóxica.
—No era tan mala... Bueno, no todo el tiempo. Pero sí, Levee es definitivamente
mejor. Es tan divertida. —Aparté la mirada, sonriendo al recordar su risa—. E
inteligente. No es en absoluto quien esperarías que fuera. Tiene realmente los pies en
la tierra y es amable.
Me limpié mis manos en mis vaqueros, deseando que Levee no estuviera tan lejos.
¿Cómo demonios iba a pasar un mes sin esa mujer? Miré hacia atrás para encontrar a
mi madre observándome con una sonrisa dulce.
—Es increíble —suspiré.
Su sonrisa creció.
—Ya me gusta, entonces. —Me dio unas palmaditas en la rodilla, apretando
firmemente antes de preguntar—: ¿Cómo conociste a la señorita Sofisticada?
Me rasqué la parte posterior de mi cuello. Mierda. Había sabido que esta cuestión
iba a llegar finalmente, y mientras que odiaba mentir a mi madre, no había una jodida
manera de que le contara la verdad. Habría enloquecido si supiera cómo conocí a Levee
en realidad.
Evade.
—Nosotros... eh, frecuentábamos un mismo lugar. La vi un par de veces antes de
tener el valor para hablar con ella. —Después de la verdad a medias, decidí cambiar de
tema y distraerla con humor. Agitando las manos sobre mi pecho, le dije—: Quiero
decir, no hay manera de que pudiera resistirse a todo esto. —Añadí enseñar el bíceps
por si acaso.
—Oh, por favor. Aleja esos fideos húmedos. Vi una foto online de ella con su ex
novio. Todo lo que voy a decir es que tienes suerte de contar con mi sentido del humor.
—¿Espera? ¿Quién es su ex novio?
—No puedo recordar su nombre. Uno de esos grandes jugadores de fútbol. —
Movió las cejas, mientras trataba de recordar.
Quería vomitar… luego buscar a ese tipo en Google.
—¡Asqueroso!
Se rio, poniéndose de pie.
—Está bien, bueno, tengo que volver al trabajo. Trae a Levee a cenar en algún
momento.
—Está bien, mamá.
Me dio un rápido abrazo y luego se dirigió hacia la puerta.
—Te veré más tarde. No olvides lo que he dicho de las fotos de la entrepierna.
Esa vez, realmente quise vomitar.

Estaba sentado afuera en mi mecedora en el porche con un cigarro encendido


entre los dedos y Sampson a mi lado cuando mi teléfono sonó por fin.
—Hola —contesté, emocionado al escuchar la risa de Levee en el otro extremo.
—¿Al primer tono? ¿De verdad, Sam? Ni siquiera podías hacer que pareciera como
si no estuvieras sosteniendo el teléfono.
—Ríete, Zapatos de Diseñador. Sólo sujetaba mi teléfono porque estaba
denunciando un vídeo montaje de tu tropiezo y caída en YouTube.
Gimió.
—Oh, Dios. Por favor, dime que estás mintiendo.
—Nop. —Alargué la P al final—. Usuario HenryisMine7765 lo pone con un
encantador remix de la canción de Henry “Goodbye, Lover”.
—Genial —resopló—. Así que muchos de sus fans piensan que soy su
competencia. No tienes ni idea de cuántos de esos vídeos hay por ahí.
—Ohhhh, después de las últimas horas, tengo una idea bastante buena. No te
preocupes. Te cubro la espalda. Los he denunciado todos —declaré con orgullo.
—Eres demasiado bueno para mí —susurró coquetamente en un tono que me
hizo echarla de menos mucho más.
—Nah. No soy tan genial. Primero los he visto todos. —Tiré el cigarro y me dirigí
adentro, listo para hundirme en mi cama y mantener a Levee por cuanto tiempo
estuviera dispuesta a darme
—Bueno, te perdono.
—Bien, porque algunos de ellos los he visto dos veces —admití. Entonces,
rápidamente, lo arreglé—: Pero sólo ha sido porque me gustó la manera en la que tus
tetas rebotaban cuando saltabas.
Se rio y forzó una sonrisa en mi rostro.
—Supongo que no puedo cabrearme por eso ahora, ¿verdad? Entonces, ¿cómo has
acabado viendo vídeos de YouTube de mí?
—Todo comenzó antes, cuando, en contra de mi mejor juicio, busqué fotos tuyas
con Thomas Reigns. Tengo que decir que me siento un poco insuficiente ahora.
—Oh, lo que sea. Tu polla es mucho más grande que la suya.
—Yyyyyyyyyy... ahora me siento mejor. Gracias.
Se rio de nuevo y cuando me metí en la cama, cerré los ojos y me perdí en el sonido
musical.
—Debe ser agradable ser capaz de buscar todo lo que quieres saber de mí. Quiero
poder indagar en tu pasado.
—Está bien. Vamos a igualar esto. Si tuvieras un ordenador delante de ti en este
momento, ¿qué teclearías en la barra de búsqueda?
—Ummm, no lo sé. ¿Cuándo fue tu última relación?
—Rompimos hace unos dos meses, pero en realidad no hemos estado juntos
desde la muerte de Anne. Es una chica bastante agradable, a pesar de que mi madre la
haya llamado perra hoy. —Me reí ante el recuerdo.
—¿Qué? —medio jadeó, medio se rio.
—Sí, así que, al parecer, Meg llamó y le dijo a mamá que estábamos saliendo. Pasó
por aquí para interrogarme.
—Oh, mierda. ¿Le dijiste la verdad?
—Ehhh... —murmuré, tratando de comprarme algo más de tiempo—. Es mi
madre, Levee. Juro que no se lo contará a nadie.
La duda coloreó su voz, pero no hizo una gran cosa sobre ello.
—Bueno, ¿qué dijo sobre nosotros saliendo?
—Nada en realidad. Está bien con eso. ¡Oh! Me hizo prometer que te preguntaría
si conoces a Lionel Richie.
—En realidad, un poco. Hice una colaboración con él en una entrega de premios
hace un par de años.
—Está bien, bueno, voy a mentir y decirle que no.
—¿Por qué? Conozco a su agente. Probablemente podría lograr que firmara
algunas cosas para ella.
—Porque mi madre es una increíble mujer y madre, pero cuando se trata de
Lionel, pierde su bendita mente. No quieres ser la única persona que se interpone entre
ella y el hombre.
—Cállate. ¿Hablas en serio?
—Por desgracia, sí. Cuando regreses, voy a tener que romper el álbum de fotos.
Fui Lionel para Halloween todos los años hasta que cumplí seis. Estoy bastante seguro
de que habría llevado su nombre si mi padre no la hubiera detenido.
—Oh. Dios. Mío. Necesito esas fotos. Tan pronto como sea posible.
—Veré lo que puedo hacer. Ahora, ¿qué más quieres saber? —inhalé
profundamente entre dientes esperando ansiosamente su siguiente pregunta.
—¿Estás fumando?
—No. Estoy en la cama, en realidad.
—¿Es demasiado pronto para que pida que dejes de fumar?
—¿Demasiado pronto para pedirlo? No. ¿Es demasiado pronto para esperar que
lo haga? Sí. Pero estarás feliz de saber que mi madre también me ha regañado hoy y me
ha hecho jurar que lo dejaría.
—Voy a necesitar la dirección de tu madre —soltó con entusiasmo.
—¿Para qué?
—Porque, si consigue realmente que dejes de fumar, voy a encontrar una manera
de lograr que Lionel Richie le entregue personalmente flores.
Solté una carcajada.
—Por favor, no hagas eso. O moriría de un ataque al corazón o la meterían en la
cárcel por negarse a dejarlo ir.
Se rio, luego suspiró:
—Desearía estar contigo en este momento.
—Yo también —exhalé. Dios, si lo deseaba. Pero insistir en ello no ayudaría. Así
que cambié de tema—. Bueno, al menos tienes el teléfono de nuevo. ¿Recibiste mi foto
de la cerveza antes?
—Sí. Es mi fondo de pantalla ahora. También es la razón por la que me he perdido
la cena, ya que estaba ocupada en la ducha.
Prácticamente me atraganté con mi lengua. Se rio mientras tosía.
—¿En seriooo? —Arrastré las palabras.
—En serio —susurró con un gemido—. No fue tan bueno como una de nuestras
duchas. Mis manos eran demasiado suaves, pero van a tener que funcionar durante las
próximas semanas.
Mi polla se hinchó en mis vaqueros con la idea de los dedos de Levee jugando entre
sus piernas mientras se imaginaba mi cuerpo. Estaba garantizado que probablemente
también me perdería la cena reemplazándola con una larga ducha esta noche. También
estaba garantizado que unos ejercicios de abdominales y una nueva afiliación a un
gimnasio ocurriría mañana.
—Tienes que parar —gruñí—. O seguir adelante con mucho más detalle. Tú eliges.
Se rio en voz baja.
—¿Puedo preguntarte algo?
Ajusté mi polla y, muy a mi pesar, asumí que iba a parar.
—Lo que sea.
—¿Por qué a veces recoges tus colillas y a veces las dejas en el suelo?
Mi estómago cayó y me tumbé de costado en la cama, mirando fijamente al espacio
en blanco donde Levee había pasado una única noche, a pesar de que siempre sería su
lado.
—Anne —respondí brevemente. Tenía que desarrollarlo, pero tomaría un
momento que hablara por el nudo en mi garganta.
—Oh —respiró—. Lo siento.
Tragué saliva.
—Después de uno de sus episodios, ella y mi madre tuvieron un enfrentamiento,
por lo que Anne vino a vivir conmigo.
—Sam, realmente no tienes que responder. No lo sabía.
—No. Está bien. No me importa. Así que... en fin... Anne vino a vivir conmigo, y era
muy agradable, en realidad. Me encantó tenerla a mi alrededor, y le di a mi madre un
descanso muy necesario después de haber pasado su vida cuidando personas. Me hizo
sentir bien estar ayudando y me dio la tranquilidad de que Anne estaba a salvo. De todos
modos, odiaba que fumara. Así que, un día, mientras estábamos en una tienda de
segunda mano, recogiendo algunas piezas para la tienda, se encontró con uno de esos
viejos esqueletos que utilizan en la clase de salud. Debería haber sabido por el brillo en
sus ojos que no iba a ser bueno para mí, pero lo compré de todos modos.
Negué y sonreí ante el recuerdo.
—Cuando llegamos a casa, lo llevó a mi taller y cubrió la cavidad torácica con
malla, después volcó el contenido de mi cenicero dentro. Joder, estaba tan orgullosa.
Incluso fue tan lejos como para nombrar Herman a la maldita cosa. —Me reí, pero Levee
estaba tan silenciosa que tuve que apartar el teléfono de mi oreja para asegurarme de
que no había perdido la llamada—. ¿Todavía estás ahí?
—Sí. Estoy aquí.
La oí moverse.
—¿Acabas de ir a la cama?
—Sí, pero al igual que la ducha, es una pobre excusa de la tuya. —Suspiró—. Sigue,
quiero escuchar el resto. Es decir... si todavía me lo quieres contar.
—Levee, te voy a contar todo lo que quieras saber mientras estés conmigo para
seguir preguntando.
—Voy a tener que enviar a mi abogado para que te dé una cesión de derechos de
autor de esa también.
—¿Cuándo debería esperar e que mis ganancias lleguen al banco? —bromeé.
—Pago con favores sexuales.
Casi podía imaginar el brillo travieso en sus ojos color whisky. Dios, quería ver su
sonrisa.
De repente, tuve una idea.
—¿Por qué estamos hablando por teléfono?
—Uhh... ¿tienes que irte?
—¡No! Eso no es lo que quiero decir. Espera. —Aparté mi teléfono de mi oreja y
presioné el botón de video llamada. No obtuvo respuesta. Lo puse de nuevo en mi
oreja—. ¿Vas a contestar?
—¡Has perdido la cabeza! —gritó ella—. ¡No puedes sorprender a una chica con
una video llamada! Me veo como una mierda.
—Responde a la maldita llamada, Levee.
—¡No! Es en serio. No me arreglé el cabello cuando salí de la ducha. Parezco un
caniche sin peinar. Además, ni siquiera puedo encontrar la mitad de mi maquillaje. No
hay manera de que vaya a darte esa imagen de mí mientras estoy lejos durante el
próximo mes.
—Levee, te he visto llorar con maquillaje corriendo por tu cara, dormir y babear
en un auto, y con el cabello enmarañado por el sexo. Todavía quería follarte sin sentido.
No me importa a qué demonios te pareces en este momento. ¡Contesta la maldita
llamada!
—Nop. No sucederá. Mañana me arreglaré.
—Eres ridícula —espeté con frustración.
—Confía en mí, esto no es exactamente fácil para mí. Ni siquiera puedo recordar
cómo te ves. Te recuerdo vagamente como atractivo, pero no estoy completamente
segura. Ni siquiera tengo una foto tuya.
—Y tampoco vas a conseguir una —mentí. Iba a hacer estallar su teléfono con
fotos de mí hasta que me enviara una de ella. Claro, podría haber encontrado un millón
de imágenes de Levee en Internet, pero realmente sólo quería una de mi Zapatos de
Diseñador.
—¿Podemos, por favor, simplemente volver a tu historia? Me muero por saber
sobre este esqueleto.
Dejé escapar un resoplido, tomé mi portátil de la mesita de noche y abrí
Photoshop.
—Así que, después de que cubriera a Herman con malla, lo llevó a mi porche con
una gran sonrisa en su rostro. Ni siquiera pude discutir cuando declaró que, cuando los
pulmones del esqueleto estuvieran llenos de cigarrillos, así serían los míos. Me hizo
prometer recoger todas mis colillas y depositarlas en Herman, y cuando su pecho
estuviera lleno, tenía que dejar de fumar. Era un pecho grande, por lo que estuve de
acuerdo. Tomé le hábito de guardar todas mis colillas y dárselas al final de cada noche.
—Mi corazón se aceleró, y mis manos, que habían estado furiosamente moviéndose
sobre mi ordenador portátil, se congelaron—. A veces me olvido de que se ha ido y
todavía las reúno.
—Sam —suspiró Levee—. Lo siento mucho.
—Está bien. Me gusta hablar de ella a veces. La echo mucho de menos.
La oí moverse de nuevo, y traté de imaginarme a su lado mientras trabajaba en mi
portátil. Estaba tan jodidamente pillado por esta mujer.
—Apuesto a que era hermosa.
—Realmente lo era. —Respiré profundamente y sonreí a través del dolor. No era
tan abrumador con Levee. Y si no estuviera ya enamorándome de esta asombrosa
mujer, este solo hecho hubiese hecho que me enamorara de golpe—. En fin... ¿algo más
que quieras saber?
—¿Qué vas a cenar? —preguntó al azar.
—¿Cena?
—Sí. Estoy hambrienta. Alguien, que permanecerá sin nombre, me obligó a
perderme la cena por su sexy vientre, ¿recuerdas? —Se rio.
Y con eso, el dolor desapareció por completo.
Levee
Era como una niña en el campamento de verano, ocultando la cabeza entre las
mantas para mirar a escondidas mi teléfono. La orden de que se apagaran las luces ya
había pasado hace rato, pero no estaba dispuesta a dejar escapar a Sam, incluso aunque
mis párpados pesaran por el sueño. Durante los primeros días, habían confiscado mi
teléfono mientras me evaluaban. El doctor Post me había ajustado la dosis de los
antidepresivos y quitado la medicación contra la ansiedad por completo. Realmente me
sentía mejor, pero controlar mi vida dentro del ambiente libre de estrés del centro era
completamente diferente a hacerlo afuera, donde millones de personas me volvían loca.
Sin embargo, me comprometí a hacer mi mayor esfuerzo, incluso si eso significaba
cambiar drásticamente mi vida cuando tuviera la posibilidad de ir a casa.
Se suponía que debía estar descansando y relajándome al mismo tiempo que le
daba a mi mente y a mi cuerpo la oportunidad de recuperarse, pero nada me sanaba
más que esas horas que pasaba al teléfono con Sam.
Eran las tres de la mañana cuando los dos estábamos tan cansado que decidimos
colgar de verdad.
Incluso tan tarde como era, todavía sentía la pérdida físicamente. Lo extrañaba
más que nunca. Pero, cuando mi teléfono sonó avisando que me habían mandado una
foto, todo desapareció.
En algún momento de nuestra llamada de seis horas, Sam había estado ocupado.
En la pantalla aparecía una imagen de Sam en un traje de baño, descansando en una
playa, parecía un dios griego tatuado. Sentí calor entre mis piernas cuando logré verlo
después de varios días. Entonces una carcajada se escapó de mi boca cuando me di
cuenta de una imagen de mí detrás de él. La reconocí inmediatamente. Era una de las
tantas veces que accidentalmente había hecho el ridículo al caerme en el momento más
inoportuno. Mi boca estaba abierta, mi cabello volaba hacia los costados de la forma
menos atractiva posible, y el miedo absoluto cubría mi rostro distorsionado.
Ya no estaba en la alfombra roja en el que originalmente se había sacado la foto.
La habían editado, me habían cambiado el vestido por un bikini, pero todavía llevaba
tacones. Sólo que ahora, estaban cubiertos de arena, y me estaba cayendo a pocos
centímetros de Sam. Me había olvidado de que era diseñador gráfico, y si esta foto servía
para algo, era para probar que era jodidamente bueno. Era una prestación sin errores
que definitivamente me provocó una buena risa, pero mi corazón dolió cuando leí el
título en la parte inferior.
Puedes verte así todos los días y aun así querría verte. Contesta al teléfono mañana.
Miré la foto durante más de una hora hasta que me quedé dormida con el teléfono
en la mano y una sonrisa en el rostro.
Durante las siguientes semanas, Sam y yo hablamos todos los días. Sí, a través de
FaceTime. También siguió enviándome una nueva foto de nosotros "juntos" todas las
noches cuando colgábamos. Eran todas diferentes, pero en ellas él siempre parecía un
Adonis y yo salía como una mierda. Cómo encontró tantas fotos malas de mí era
alarmante. Pero siempre había un mensaje divertido en la parte inferior que hacía que
la vergüenza valiera, momentáneamente, la pena. En las imágenes que Sam me enviaba
por la noche, estábamos viajando por el mundo juntos. De la Torre Eiffel al Gran Cañón,
y yo me caía de cara al suelo por todo el mundo.
Mi foto favorita era la del Thunderbird convertible verde de Thelma y Louise. Sam
tenía el característico pañuelo alrededor de su cuello, lo que debería haber sido
gracioso, pero con esos antebrazos tatuados descansando sobre el volante, todavía era
sexy como el infierno. Para mí, había utilizado una foto de cuando me había montado
en una montaña rusa con una niña para la Fundación Make-A-Wish. Mi boca estaba
abierta, y un grito de terror estaba siendo forzado de mi garganta. Él incluso había ido
tan lejos como para añadir un insecto volando hacia mi boca cuando me colocó en el
auto a su lado. Cuando vi que la placa de la matrícula delantera decía Sam & Levee x
siempre, me derretí.
Me estaba enamorando rápidamente de ese hombre, y solo podía esperar que él
también.
Hace un mes, había estado de pie en un puente, contemplando la posibilidad de
saltar, pero con él a mi lado, aunque sólo fuera en un auto hecho por Photoshop, nunca
había estado más feliz en mi vida. Y me asustaba como la mierda. No estaba segura de
qué haría si él no sentía lo mismo. Las drogas podrían no haber sido mi problema, pero
era absolutamente adicta a la dosis de tranquilidad que él le ofrecía a mi mente.
Durante dos semanas enteras, Sam y yo vivimos en una burbuja de felicidad de
una nueva relación.
No todo eran cosas buenas, pero eso era lo que lo hacía real.
Me encantaba pelear con él. Habíamos encontrado una tonelada de mierda sin
sentido sobre la cual no estábamos de acuerdo. Pero eso es todo lo que era, solo mierda
sin sentido. Lentamente, se hizo evidente que Sam y yo, efectivamente, veníamos de
mundos diferentes.
Pero también se hizo más que obvio que ese era por qué debería aferrarme a él.
Sam: Umm... ¿Por qué me acaban de llegar cuatro guitarras de $6.000 a casa?
Yo: Era mi manera sutil de decirte que quiero estanterías.
Sam: ¿Con nuevas Gibsons personalizadas? ¿¡Estás loca!? Podría haber
conseguido guitarras rotas por cincuenta dólares en la tienda de música.
Yo: Para el carro, tacaño. Son mis favoritas. Las uso exclusivamente.
Sam: No.
Yo: ¿No qué?
Sam: No, no voy a destruir guitarras que valen $24.000.
Yo: ¿Por qué diablos no? Ya no las puedes devolver.
Sam: Joder, claro que puedo, princesa.
Yo: Eso ha sido un golpe bajo, idiota.
Yo: ¿En serio? ¿Ahora vas a desaparecer?
No me respondió durante tres inquietantes horas. Pero, cuando finalmente lo
hizo, apareció una foto de dos estanterías de guitarra apoyadas contra la pared de su
dormitorio. Parecían ser definitivamente acústicas genéricas, definitivamente no mis
Gibson.
Sam: Lo siento. Tienes razón. Soy un idiota. Simplemente es difícil cuando a tu
mujer le gustan las Gibson y un hombre de tienda de segunda mano. Te hice estas
la semana pasada. Voy a empezar con tus guitarras esta noche.
Sam: P.D: Lo siento mucho por haberte dicho princesa.
Sam: P.D.2: Soy un imbécil.
Sam: P.D3: Te envío una foto de mi polla para compensártelo.
Y adjuntó la foto de un pollo.
Sam: P.D4: Le he llamado Curtis.
Sam: P.D5: No puedo esperar a que lo conozcas.
No respondí durante media hora, porque estaba sollozando. Por supuesto que me
sentía mal por haber hecho que se sintiera como si fuera mi hombre de tienda de
segunda mano, pero eso no era el motivo por el que lo lloraba.
Ya me había hecho las estanterías.
E implicó que yo era su mujer. Un hecho que ya sabía pero que nunca me habían
confirmado.
Y me hizo reír cuando debería haberme enfadado.
Pero sobre todo, lloraba porque sabía que ese fue el momento exacto en el que me
enamoré de Sam Rivers.
Ya no había vuelta atrás. No es que quisiera.
También sabía que no iba a poder soportar pasar dos semanas más sin él.
Yo: Ven a verme.
Sam: Dime cuándo y a dónde.
Yo: Mañana. Es día de familia y se supone que Henry vendrá, pero realmente
necesito verte a ti.
Sam: Entonces allí estaré, Levee.
Grité como una adolescente cuando mi corazón estalló en mi pecho.
Va a venir.
Sam: Voy a ver si puedo encontrar a alguien que cuide de Curtis.
Me eché a reír mientras las lágrimas seguían bajando por mis mejillas.
Sí, estoy absoluta y definitivamente perdida en este hombre.
Sam
Estaba en el aeropuerto una hora después de que Levee me pidiera que fuera a
verla. Antes de ese momento, ni siquiera sabía si visitarla era una opción o
probablemente habría establecido mi residencia en Maine semanas atrás. El viaje fue
largo y estuve en modo de espera todo el camino, pero finalmente, a las siete de la
mañana siguiente, después de haber dormido en el aeropuerto de Filadelfia, estaba otra
vez en el mismo estado que mi Zapatos de Diseñador. Agarré mi auto de alquiler y me
dirigí directamente a la dirección que me había enviado en un mensaje la noche
anterior.
A las nueve en punto, caminé a través de las puertas hasta el escritorio de la
recepcionista.
—Hola. Soy Sam Rivers. Estoy aquí para ver a…
La delgada rubia sentada detrás del mostrador me cortó inmediatamente.
—Para mayor privacidad, no usamos los nombres de los huéspedes.
—Oh, está bien —dije torpemente, tratando de encontrar la manera de explicarle
por qué estaba aquí sin necesidad de utilizar el nombre de Levee—. Bueno, mi nombre
es Sam…
—Rivers. Sí, lo tengo. Permítame un minuto para buscarlo. —Sonrió, pero salió
más como una mueca.
Bueno, no es ella un rayo de sol malhumorado.
Ansiosamente, golpeteé la punta de mi bota mientras me imaginaba a Levee
sentada en algún lugar cercano. Probablemente estaba mordiendo su pulgar con
manicura hasta someterlo. Dejé caer mi mirada hacia mis zapatos en un intento de
cubrir la sonrisa burlona y confiada que estaba desesperado por ocultar.
Una profunda voz interrumpió mis pensamientos.
—Por favor, venga con nosotros, señor.
Dos hombres en trajes oscuros, que bien podrían haber salido de la película
Hombres de Negro, de pronto aparecieron a mi lado.
Asentí con una sonrisa, mi estómago burbujeante de emoción a medida que los
seguía a través del conjunto de puertas dobles.
Ella está tan cerca.
Solo que no estaba cerca en absoluto.
Me llevaron a un conjunto de puertas de cristal que daban al estacionamiento
trasero.
—Uhh —murmuré cuando el Agente K las abrió ampliamente.
—Usted no está autorizado en las instalaciones, Sr. Rivers. Si regresa, las
autoridades locales serán notificadas inmediatamente. Esta es su primera y única
advertencia.
—Lo siento. Debe haber una confusión. —Bajé la voz a un susurro, cuando dije—
: Levee Williams me está esperando.
—No hay ningún invitado aquí con ese nombre. Por favor, no lo haga más difícil
―dijo el Agente J entre dientes.
Mi anticipación rápidamente se convirtió en ira mientras la decepción se instalaba
como ácido en mi estómago. Dando un paso adelante, ardiendo con furia dije:
—Ella me dio la dirección. No me marcharé sin verla.
—Fuera. De. Aquí. —Chasqueó un dedo hacia el estacionamiento y me igualó con
una mirada amenazante.
No me moví. Joder si este idiota cree que me alejará de ella.
—Encuentra. A. Levee.
—No voy a pedirle que se retire de nuevo —declaró el Agente K mientras J se
deslizaba detrás de mí.
—Que te jodan. —Saqué mi teléfono de mi bolsillo y marqué el número de Levee.
Contestó al primer tono y si mi cabeza no hubiera estado a punto de estallar, le
habría dado mierda por ello.
—¿Ya estás aquí? —preguntó.
—Sí y no. Seguridad me está echando.
—¿Qué? —chilló tan fuerte que tuve que apartar el teléfono de mi oreja.
—Adiós señor —gruñó el Agente J, empujándome hacia las puertas.
Mantuve mi postura mientras la rabia hervía en mis venas. Empujé un dedo con
fuerza en la pared de ladrillos de su pecho.
—No me toques otra vez.
—Sam, ¿qué diablos está pasando? Déjame hablar con ellos.
Apretando mis dientes, levanté el teléfono.
—Levee quiere hablar contigo. —Se miraron entre sí en un acuerdo tácito.
Ninguno de los dos tomó el teléfono.
Uno me tomó del brazo, sin embargo, y lo torció detrás de mi espalda. El otro abrió
la puerta mientras me empujaba fuera de esta. Mi teléfono resbaló por el hormigón
cuando tropecé hacia adelante, apenas permaneciendo de pie cuando la puerta fue
cerrada y bloqueada detrás de mí.
¿Qué. Demonios. Acaba. De. Pasar?
El músculo de mi mandíbula se contrajo mientras luchaba por recuperar algún
tipo de compostura que no me hiciera romper esa maldita puerta de cristal y matar a
los dos hombres. Entonces escuché la voz de Levee proveniente de mi teléfono en el
suelo.
—¡Sam!
Agarrándolo, solo fui capaz de soltar:
—Iré a la cárcel. Puede que pase un tiempo jodidamente largo allí.
Dando fuertes pisotones me dirigí hacia la puerta y golpeé el cristal, pero los
Hombres de Negro ya se habían alejado.
—¿Qué? ¡Sam, para y dime lo que está pasando!
—¡Solo he conseguido ser expulsado del edificio por tratar de ir a visitarte! —
grité. Cerré los ojos e inhalé profundamente, plenamente consciente de que esto no era
su culpa—. Lo siento. —me disculpé rápidamente.
—Solo cálmate, ¿de acuerdo? Déjame ir a hablar con ellos y te llamaré. No te vayas.
—Muy divertido. Eso no es lo que dijeron cuando me lanzaron a la calle —espeté,
luego suspiré—. Lo siento. Otra vez.
—Está bien. ¿Quieres que los despida? —preguntó en broma y, si pudiera haber
aminorado la adrenalina bombeando a través de mi sistema, probablemente habría
sonreído.
Pasé una mano a través de mi cabello y resoplé:
—Eso sería fan-jodidamente-tástico.
—Considéralo hecho. Ahora, tranquilízate y te veré en un minuto.
Tranquilízate.
Sí, eso no era en absoluto lo que quería hacer, pero con la promesa de volver a
verla en un minuto todavía resonando en mis oídos, logré disminuir el enfado.
Caminé pesadamente por el lado del edificio hacia mi auto alquilado.
Entonces esperé.
Y esperé.
Y jodidamente esperé un rato más.
Durante más de una hora, me senté en el auto, mirando a la entrada del edificio.
Mi teléfono no sonaba y las llamadas a Levee habían comenzado a ir directamente a su
correo de voz. Estaba cansado por haber viajado toda la noche y, como la adrenalina
había drenado mi cuerpo, estaba repentinamente exhausto.
Agarrando mi teléfono, envié un mensaje rápido dejándole saber a Levee que iba
a tomar algo de café, pero que no estaría muy lejos.
No respondió.

Levee
—¿Quién ha hecho esto? —grité como la diva que me enorgullecía de no llegar a
ser. Pero, por otro lado, nunca nadie se había metido en mi vida privada antes.
—Cálmese, Srta. Williams.
El doctor Post y alguien, cuyo nombre había olvidado rápidamente, pero que había
sido presentado como el administrador del centro, estaban sentados en una pequeña
sala de conferencias, tratando de calmarme.
—¡Juro por Dios, muéstrenme esos putos papeles o los destruiré! No serán
capaces de pagar a alguien para venir a este lugar cuando haya terminado con ustedes.
—Estamos tratando de encontrar la copia física de sus documentos firmados.
Nuestros registros son digitales.
—¡Esfuércense más! —grité mientras ambos salían apresuradamente de la
habitación.
Cogí el teléfono descolgándolo. Mi teléfono móvil había muerto poco después de
hablar con Sam, pero había estado usando el teléfono de la sala de conferencias para
llamar repetidamente a Henry. Sabía que estaba viajando para verme, pero su vuelo ya
debería haber aterrizado. La parte realmente inquietante fue cuando conseguí el mismo
silencio que el de Devon también. Algo estaba pasando y, claramente, era la única en la
oscuridad.
—¡Hola, hermosa! —ronroneó Henry cuando finalmente respondió.
—Júrame que no sabías acerca de esta mierda con Sam —solté con los dientes
apretados.
Henry jadeó.
—¿Qué ha hecho mi amante?
—Sam no ha hecho nada. Pero alguien puso su nombre en mi lista de visitantes
prohibidos. Tú llenaste mis papeles, Henry. Por favor, por favor, por favor, dime que no
lo hiciste.
—Hijo de puta —susurró y luego suspiró.
Mi pulso se aceleró por la respuesta que estaba a punto de darme.
—Yo no llené tus papeles, Levee. Me puse a charlar con el camillero, por lo que
Devon llenó tus papeles.
Mi corazón se hizo añicos. Casi deseaba que hubiera sido Henry en su lugar.
Podríamos haber tenido una enorme pelea en la que explicaría por qué lo había hecho
y lo habría puesto en su lugar por interferir. No nos habríamos hablado por una semana,
pero con el tiempo lo habríamos superado.
No podía decir lo mismo de Devon. Mientras lo consideraba parte de mi familia,
no podía perder de vista el hecho de que también era mi empleado quien obviamente
no conocía su lugar. Se suponía que debía ser capaz de confiar en este hombre con vida
y se estaba aprovechando de la confianza por alguna razón que se me escapaba
completamente. Bien, no le gustaba Sam, pero no era necesario. Su único trabajo era
asegurarse de que yo estuviera segura. Y la manera en que mi estómago se llenó de
nudos ante esta pequeña revelación me hizo sentir todo menos eso.
—Mierda —siseé en el teléfono.
—Lo siento. Mira, Carter y yo estaremos allí en aproximadamente una hora. Devon
está en el vuelo detrás de nosotros. Todos vamos a reunirnos y a resolver esto.
Solamente diles que dejen entrar a Sam. No pueden impedir que lo veas.
Gruñí.
—Al parecer, pueden hacerlo. Están negándose a dejar que lo vea hasta que hablen
con un miembro de mi familia. No llamaré a mis padres para pedir permiso para ver a
mi novio, Henry. —Las lágrimas brotaron de mis ojos.
Era demasiado.
Todo esto.
Se suponía que debía estar relajada y tener las cosas bajo control. En cambio, me
sentía como una prisionera en el interior no solo de estas paredes, sino de mi completa
vida de mierda también.
Y así como así, la familiar caída libre me envolvió.
Cerré los ojos y luché contra el dolor en mis pulmones.
—¿Está Sam todavía allí? —preguntó Henry.
—Creo que sí —logré chillar.
—Solo dile que espere. Estaré ahí pronto. Arreglaremos esto, ¿de acuerdo?
Pero no quería decirle a Sam que esperara. Quería verlo.
Y volver a casa con él.
Y dejarlo hacer exactamente lo que, sin saberlo él, había estado haciendo desde el
día en que nos conocimos: sanándome desde fuera hacia adentro.
De repente, mis ojos se abrieron. ¿Por qué no podía tener eso?
Sí, mi vida se había salido de control. Pero la única persona que me estaba
deteniendo de tomar el control de mi propio futuro era yo.
Levee Michelle Williams era una luchadora. No había conseguido mi éxito en la
industria musical permaneciendo sentada y dejando que la gente me dijera cómo
controlar mi vida. Lo había hecho abriéndome camino a la cima con nada más que una
guitarra y la cabeza llena de sueños.
Al diablo con este lugar. Nadie iba a decirme cómo manejar mi vida, una vida que
de repente me di cuenta nunca quise dejar. Y esa epifanía no había llegado del fondo de
una botella de prescripción o dentro de esas paredes. Había venido bajo la forma de un
hermoso hombre que me había salvado con nada más que un rápido ingenio y una
simple conversación. Y estaba sentado a solo unos metros en un estacionamiento
porque su nombre estaba en una mágica lista de mierda.
Dejé caer el teléfono de mi oreja y empujé la puerta de la sala de conferencias
abriéndola, a continuación la puerta del pasillo y, finalmente, la puerta de entrada de
todo el edificio. No me detuve hasta que mis zapatos de tacón alto golpearon el asfalto
del estacionamiento.
Unas voces gritaron mi nombre detrás de mí, pero todas fueron silenciadas por
mi determinación recién descubierta.
Mis pies siguieron moviéndose en busca de un par de ojos dorados que pronto me
di cuenta no estaban en ningún lado. Cuando me quedé con las manos vacías, los nervios
no se hicieron cargo. No tenía un millón de pensamientos de culpa y preocupación. Ya
no iba a permitir que la caída libre dictara mi vida.
Cuadré mis hombros y sonreí con orgullo, sintiéndome como yo por primera vez
en meses.
—¡Levee! —me llamó el doctor Post, pero rápidamente me deslicé detrás de un
auto, agachándome hasta que las voces desaparecieron.
No iba a volver, ni siquiera para explicar que no iba a volver. No estaba de humor
para una discusión. Estaba de humor para comenzar a vivir.
Sin mi teléfono, no podía llamar a Sam, pero solo había un lugar al que tenía que
ir. Así que recorrí la acera y detuve un taxi.
Él sabría dónde encontrarme.
Sam
Después de casi tres horas de tragar café, fumar cigarros y convencerme de
apartarme del borde de la rabia, decidí volver y ver si podía lograr ver a Levee. Cuando
me metí en un lugar de estacionamiento, estaba encantado de ver un rostro familiar.
Carter, el guardaespaldas fornido que me había llevado a casa de la casa de Levee
después de nuestra pelea la primera noche, estaba de pie al frente, ladrando en un
teléfono. Detuve mi auto y corrí hacia él. Tal vez podría llevarme dentro.
Sus ojos se abrieron como platos cuando me acerqué. Usando su mano para cubrir
el teléfono, preguntó:
—¿Ella no está contigo?
—¿Levee? No. Ellos no me dejaron entrar. Estaba esperando…
Él levantó el teléfono de nuevo a su oreja.
—Sam acaba de llegar, Sr. Williams. Ella no está con él. Lo mantendremos
informado.
¿Sr. Williams? ¿El padre de Levee?
Colgó.
—Ven conmigo, Sam. —Se dirigió hacia la puerta.
Agarré su brazo.
—¿Qué diablos está pasando? ¿Por qué creerías que Levee estaba conmigo?
—Sígueme —fue su única respuesta.
La recepcionista me miró cuando Carter me acompañó pasando junto a ella hacia
una oficina. Yo ya era un manojo de nervios, pero en el momento en que vi los ojos
vacíos de Henry, me di cuenta de que algo andaba terriblemente mal. Se detuvo a mitad
de paso y la esperanza llenó su expresión vacía.
—¡Oh, gracias a Dios! —Corrió en mi dirección y miró por encima de mi hombro—
. ¿Dónde está ella?
—No tengo ni idea. —La bilis subió por mi garganta.
Levantó las manos sobre su boca y se dio la vuelta en el lugar para hacer frente a
Devon y los hombres de negro hablando en la esquina. Varias personas se alineaban en
las paredes, todos pareciendo igualmente devastados ante esta situación.
—¡Que alguien por favor me diga qué coño está pasando! —grité mientras mi
mirada corría alrededor del cuarto, pidiendo algunas respuestas.
Pero nadie siquiera hizo contacto visual.
—¡Maldita sea! —gritó Henry, deslizando una mano y barriendo dramáticamente
la mesa. Señaló con un dedo enfadado hacia Devon—. Encuéntrala. En este maldito
momento.
Encuéntrala.
Joder.
Devon asintió y comenzó a salir de la habitación, pero atrapé su brazo primero.
Alguien iba a darme algunas respuestas.
—Infórmame.
No lo hizo. Con el ceño fruncido, tiró su brazo de mis manos y se dirigió hacia la
puerta.
Me acerqué a Henry, quien parecía que estaba a punto de derrumbarse en
cualquier momento, no más que yo.
—Háblame. ¡Ahora! —rugí, toda paciencia ida.
—Devon te puso en su lista de visitantes prohibidos. Se volvió loca. Me llamó
llorando y le dije que se quedara tranquila, pero se marchó. Asumimos que estaba
contigo.
Me incliné amenazadoramente hacia su rostro.
—¿Qué diablos quieres decir con que se marchó?
Levantó las manos a los costados con frustración y gritó:
—¡Quiero decir que no tenemos ni puta idea de adónde se ha ido!
Todo mi mundo se detuvo, luego se volcó completamente al revés. Un ruido
silbante llenó mis oídos y la sonrisa de Anne apareció detrás de mis párpados con cada
parpadeo. Sus palabras del pasado se hicieron eco en mi mente.
Estoy bien.
Sabía exactamente adónde se dirigía Levee.
Y fue el momento más aterrador de toda mi vida.
Sin decir ni una palabra, salí volando de la habitación como un atleta olímpico en
llamas. Y, a juzgar por la quemadura en mi pecho, realmente podría haberlo estado.
No. No. No. No.
No había mucho que este mundo pudiera lanzarme que no hubiera
experimentado ya, pero esto…
Oh, Dios.
El péndulo de mi ansiedad se volvió épicamente alto, estremeciendo mis rodillas
en el camino. Estaban temblando tanto que, si no las hubiera necesitado para
encontrarla, se habrían doblado. La pura fuerza de voluntad me mantuvo sobre mis
pies, bueno, eso y un par de Zapatos de Diseñador que recé para que todavía estuvieran
con seguridad en tierra firme.
Me deslicé detrás del volante de mi auto y saqué la aplicación de mapas en mi
teléfono. Entonces salí del estacionamiento, todavía moviéndome a diestra y siniestra,
buscando frenéticamente el puente más cercano.
Traté de ser racional y decirme que ella no me haría esto. Se había estado
sintiendo mucho mejor. Solo estaba molesta y necesitaba desahogarse. Eso no
significaba que fuera suicida.
Sin embargo, cuando no se encontraba en ninguna parte en el primer puente, el
miedo abrumador hizo difícil mantener una actitud positiva.
Después del segundo puente, fue casi malditamente imposible.
Y, después del tercero, estaba perdido en los pozos de la desesperación.
Pero seguí adelante con nada más que las últimas palabras que me dijo para
alimentar mi esperanza.
—Te veré en un minuto.
Nunca olvidaría tanto tiempo como viviera el momento en que esos rizos
marrones aparecieron a la vista. No había ni siquiera un carril peatonal en ese pequeño
puente con vistas a lo que solo podía ser descrito como un arroyo. Pero ella estaba allí,
de pie junto a la barandilla de hormigón, su corazón aún latiendo, su respiración todavía
llenando sus pulmones. Y cuando mi auto llegó a un alto repentino en medio del tráfico,
una sonrisa cubría su rostro.
Estaba tan aliviado que no podría importarme menos cuando los autos
empezaron a tocar las bocinas, mientras saltaba de mi auto y me deslizaba a través del
capó como Bo Duke.
—¡Jesús Levee! —dije en voz baja cuando me estrellé contra ella, envolviéndola
segura en mis brazos.
—Bueno, has tardado bastante tiempo —bromeó.
Quería estar enfadado. Realmente quería. Pero eso podría esperar. Necesitaba
averiguar dónde estaba su cabeza.
No parecía molesta o angustiada, pero definitivamente estaba de pie en el borde
de un puente por una razón. Solo esperaba que no fuera la razón que pensaba.
Las bocinas continuaban sonando mientras los autos conducían alrededor del
mío.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté.
Se apartó y sonrió ampliamente.
—Esperándote.
—¿En un puente? —le pregunté, con incredulidad.
—Es un pequeño puente, Sam. —Miró hacia el agua por debajo—. Ni siquiera
estoy segura de si esa caída habría roto mis piernas.
—No me importa una mierda si se trata de un leño sobre una zanja. Sigue siendo
un puente —le espeté.
Sus ojos se estrecharon ante mi arrebato.
—Bueno, me has encontrado, ¿no? Estoy bien.
Me estremecí ante su elección de palabras.
—Sí, después de buscar en todos los puentes de esta ciudad. Tenía un miedo de
muerte, Levee.
Su actitud cambió.
—Mierda, lo siento. No he pensado en eso. Saltar no es en absoluto el por qué estoy
aquí. Lo juro. En realidad, he estado pensando mucho desde que he estado aquí. No
estoy segura de que quisiera suicidarme, Sam. Era solo la idea de escapar de todo el
caos y la culpa abrumadora que tenía en mi vida por lo que sonaba tan atractivo. Pero
eso no significa saltar, solo significa hacer algunos cambios. Cambios que estoy
oficialmente lista para hacer ahora. —Sonrió con orgullo.
Y, a decir verdad, estaba orgulloso de ella también.
También estaba frustrado.
—¿No podías llamar y decirme eso? ¿Tal vez esperarme en Starbucks?
Apartó su mirada, avergonzada.
—Ves, lo divertido acerca de los teléfonos móviles. En realidad no sé tu número
de memoria.
Puse los ojos en blanco y empecé a darle más mierda cuando un vaso de refresco
me golpeó en la parte posterior de la cabeza.
Un conductor gritó desde su auto:
—¡Muévete, imbécil!
—¡Hijo de puta! —maldije, limpiando el líquido de la parte posterior de mi camisa.
Fruncí el ceño cuando Levee empezó a reírse.
La sonrisa que me lanzó alivió inmensamente la presión sobre mi pecho.
Ella estaba… real y verdaderamente… bien.
Y, mientras ella insultaba al tipo enfadado del refresco mientras él se alejaba a
toda velocidad, ni siquiera me dolió admitirlo.
—Salgamos de aquí —le dije, tirando de su brazo—. No más jodidos puentes.
Oficialmente voy a hacer que la tierra firme sea nuestra cosa.
Ella asintió con entusiasmo y me siguió hasta el auto.
—Lo siento, Henry. Lo digo en serio —dijo Levee al teléfono cuando apagué mi
cigarro y me dirigí a través de la puerta del balcón para unirme a ella en la cama.
Estábamos en un hotel económico, no lejos del puente donde la había encontrado.
Había intentado llevar a Levee de regreso al centro de rehabilitación, pero
rápidamente puso esa idea a un lado al dejar caer su mano en mi regazo. No me había
perdido el hecho de que teníamos que hablar de lo que la había llevado a salir huyendo
de la forma en que lo había hecho.
Pero era un hombre y no la había visto en semanas.
Una habitación de hotel al menos mantenía mis opciones abiertas para después
de esa charla.
—Oye, mi madre está llamando de nuevo. Te llamaré dentro de un rato. Está bien.
Yo también te quiero.
Apartó el teléfono de su oreja lo suficiente como para cambiar las llamadas.
—¡Estoy bien! —resopló Levee al teléfono sin siquiera un saludo—. ¡No! No
vengas a Maine, mamá. —Gimió antes de asumir una postura—. Bueno, supongo que
puedes, pero no voy a estar aquí. —Me lanzó una mirada exasperada luego puso los ojos
en blanco—. Bien, tengo que irme. Sí. Estoy muy bien. A-ja. Está bien. Hablamos más
tarde. Adiós.
Su madre aún seguía hablando en el otro extremo cuando ella colgó.
Tiró mi teléfono en la cama y suspiró, dejándose caer a mi lado.
—Pensarías que he estado perdida en las calles de Abu Dabi por un mes.
—Estaban preocupados, Levee.
Se acurrucó en mis brazos, enredando sus piernas con las mías.
—Oh mierda. La amante de mi padre probablemente estaba preocupada porque
esto afectaría su nueva colección de joyas y mamá probablemente solo estaba
preocupada porque finalmente tendría que reconocerla en mi funeral. ¡Agh! —Sus
hombros se estremecieron con repugnancia—. Hay una razón por la que no hablo con
mis padres. Firmaré un cheque cualquier día de la semana si eso los mantiene en
Arizona y lejos de mí.
Guardé esa pequeña diatriba en la carpeta de cosas-que-preguntarle-a-Levee-
cuando-no-tengamos-un-millón-de-otras-cosas-de-las-que-hablar en el fondo de mi
mente.
Con un suspiro, movió su cabeza hacia mi almohada y colocó un beso en mis labios.
Comenzó como uno casto, pero no pasó mucho tiempo antes de que nuestras lenguas
se estuvieran deslizando una contra la otra y nuestros cuerpos encontraran un ritmo
similar, restregándose juntos.
—¿Por qué llevas puesta tanta ropa? —preguntó, colgando una pierna sobre mis
caderas para frotar su centro sobre mi polla, la cual desafortunadamente aún estaba
escondida dentro del vaquero.
—Porque quiero hablar contigo acerca de lo de hoy. —Agarré su trasero para
detener sus movimientos.
—¡Ah! Juro que eres el hombre más conversador que he conocido. Se supone que
quieres tener sexo todo el tiempo y se supone que yo soy la que quiere hablar. Lo cual
no quiero. Así que vamos a saltar a la parte del sexo.
Fue por otro beso, pero coloqué mis labios en su frente, en su lugar.
—Dime por qué estabas en el puente, Levee —susurré.
—Ya te lo he dicho. No tenía mi teléfono y sabía que era donde me buscarías.
—No hoy. El día que no conocimos.
Todo su cuerpo se puso rígido en mis brazos.
—Yo… ah… supongo que solo estaba cansada y abrumada. —Se encogió de
hombros.
—Eso lo sé. Sin embargo, tienes que darme más.
Rodó sobre su espalda y soltó un suspiro pero no dijo una sola palabra.
—Dime por qué estabas en el puente, Levee —le insté de nuevo.
Finalmente levantó su cabeza y tristemente dijo:
—Porque era un desastre andante.
Su uso del tiempo pasado me envalentonó.
Aparté el cabello de su cuello y coloqué un beso suave en sus labios.
—No lo eras.
—Realmente lo era, Sam. —Sonrió tensa—. No podía cerrarme más. ¿Conoces esa
sensación que sientes en tu estómago de una caída súbita? El mío se sentía así todo el
tiempo. No podía dormir. No podía comer. Solo estaba estresada por todo.
Especialmente por todos los niños como Morgan, muriendo en los hospitales de niños.
Mi cabeza retrocedió.
—¿Qué?
—No puedo visitarlos a todos. Simplemente no puedo. Hago mi mejor esfuerzo,
pero, ¿tienes alguna idea de cuántos chicos se están muriendo ahí fuera? —Se salió de
mis brazos y se puso de pie—. Es tan jodidamente injusto. —Su barbilla tembló
mientras comenzaba a caminar mientras mordía la uña de su pulgar.
Me senté en la cama.
—Levee, Morgan no se está muriendo.
Se detuvo y sus ojos saltaron a los míos.
—Fue dada de alta hace unos pocos días, en realidad. Solo estaba en el hospital
porque seguía enfermándose durante sus tratamientos. Así que la movieron a un
ambiente más estéril.
Tragó saliva y las lágrimas llenaron sus ojos.
—¿De verdad?
—¿Ni siquiera preguntas acerca de estos chicos muriendo que vas a ver?
—No. No voy a invadir su privacidad haciendo un millón de preguntas. Cuando
voy, es para ofrecerles diversión, no para recordarles por qué están ahí en primer lugar.
—Levee, te estás matando con la culpa por unos chicos enfermos que están
peleando y ganando.
—No todos ellos ganan, Sam. —Su voz se quebró al final.
Mantuve mi tono suave pero firme.
—Pero muchos de lo hacen. Concéntrate en la parte correcta de esa ecuación. No
me extraña que estés deprimida. Tú crees que cada chico que visitas en un hospital se
está muriendo.
—No creo que todos lo estén… pero…
La interrumpí de nuevo antes de que tuviera la oportunidad de hacerse un lío en
su cabeza.
—Los hospitales son donde los niños van a ponerse mejor. Sí, algunos pierden sus
batallas, pero la mayoría no lo hace.
—Pero algunos sí —espetó. Dejando caer su cabeza, susurró—: Mi hermana, Lizzy,
murió en un hospital tres semanas después de haber sido diagnosticada con leucemia.
Y allí estaba.
Levee tenía un pasado propio.
Y el hecho de saber que compartíamos algo tan similar me desgarró.
—Ven aquí —dije, pero no esperé a que obedeciera. Me acerqué a ella.
Sus brazos estaban metidos entre nosotros, pero aceptó mi abrazo, apoyando su
cabeza en la base de mi cuello. La retrocedí hacia la cama, luego me volví en el último
segundo y tiré de ella para colocarla encima de mí.
—¿Cuántos años tenías? —le pregunté mientras su cuerpo tenso se relajaba.
—Ocho —soltó.
—Eso fue hace mucho tiempo. ¿Alguna vez has visto a alguien… ya sabes… para
hablar de ello? —Alisé sus rizos y besé la parte superior de su cabeza.
—Sí. Lo hice cuando era una niña.
—¿Y recientemente? —presioné.
—Realmente no me acuerdo de ella del todo bien. Quiero decir, la recuerdo. Pero
no es como que me está rondando o algo. La mayor parte de lo que recuerdo de ella era
en el hospital durante esas tres semanas. Luego, lo sola que me sentí cuando murió. Era
dos años mayor que yo. Quería ser como Lizzy cuando creciera. Luego, un día, yo era
mayor que ella. Eso fue muy duro.
Asentí con comprensión. Eso apestaba. Anne era tres años más joven que yo. Yo
era más viejo de lo que ella jamás sería.
—Es gracioso. No recuerdo mucho sobre Lizzy, pero uno de mis recuerdos más
claros de ella era del día en que una celebridad visitó el hospital en el que estaba. Ella
estaba tan enferma en ese momento, pero en el momento en que él entró en la
habitación, llevando nada más que un animal de peluche y una camiseta, ella se animó
por completo. Estaba riendo y sonriendo. Pensábamos que conocer a alguien famoso
era la cosa más genial en todo el mundo. Te juro que fue una persona diferente por al
menos una semana. Era una locura como algo tan pequeño significó mucho para
nosotras en ese entonces.
—¿Quién era la celebridad? —le pregunté, pasando una mano por su espalda con
comprensión.
—Ric Flair.
Arqueé una ceja de forma inquisitiva.
—¿El luchador, Ric Flair?
Asintió con una sonrisa arrastrándose a través de sus labios.
—¿El Chico Naturaleza, Ric Flair? —Lancé su característico “viva” así no había
confusión.
Asintió otra vez, su sonrisa extendiéndose ancha.
—Sinceramente, no tengo ni idea de si hablas en serio en este momento.
Se echó a reír.
—Estoy siendo completamente seria.
Me aparté para conseguir una lectura completa de su rostro, todavía sin creerle.
—¿Eras una fan de la lucha libre?
—¡No! Y creo que esa es la parte que me quedó grabada. Lizzy no tenía que saber
quién era él. Ella solo necesitaba sentirse especial. Trabajé duro para cumplir mis
sueños de hacer una vida en la música. En la fracción de segundo en que conseguí una
canción en la radio, comencé a pasar mis fines de semana con los niños enfermos. La
mitad de ellos ni siquiera sabía quién era yo al principio, pero no dejaban de sonreír y
reír cuando entraba en la habitación. Veía el rostro de Lizzy en todos y cada uno de ellos.
Una vez que me volví más conocida, la presión solo aumentó. Tenía que hacer más. Dar
más. Ser más. —Las palabras se alojaron en su garganta y pude sentir su corazón
golpeando salvajemente en su pecho.
Estaba encaminándose hacia un ataque de pánico por solo hablar de ello. No me
podía imaginar cómo había tratado con esto sobre una base diaria.
—Shhh. Relájate. —La apreté con fuerza contra mi pecho.
—Maldita sea. —Golpeó su puño contra el colchón—. Me prometí a mí misma que
volvería a adueñarme de mi vida hoy. Y mírame. Ni siquiera puedo hablar de esto sin
perder el control.
—Tu visión de la vida está deformada, en serio —le dije con la mayor naturalidad.
Todo su cuerpo se estremeció, dejando en claro que esas no eran las palabras
edulcoradas que había estado esperando de mí. Pero alguien tenía que decírselo.
—No eres Spiderman. —Sonreí.
—Y tú no eres divertido —dijo sin expresión.
—Sí, lo soy. Pero escúchame. No puedes salvar a todos. Lo entiendo, Levee, porque
por jodidamente mucho tiempo, me sentí de la misma manera. Demonios, después de
la forma en que me he asustado cuando has estado desaparecida, hoy, puede que
todavía me sienta de esa manera. Pero al menos, puedo reconocerlo. Durante años, me
torturé a mí mismo por el hecho de que no estuve allí más temprano el día en que mi
padre se suicidó. La culpa me comió. Hasta que un día, mi mamá me sentó y me explicó
que yo no era Spiderman. —Me reí del recuerdo—. Ten en cuenta, que tenía dieciséis
años cuando me dijo esto, no diez. Pero, Dios, fue la cosa más liberadora que alguien
alguna vez me había dicho después de que él muriera. Yo solo era una persona. No podía
estar en todas partes para todo el mundo. Ni para papá. Ni siquiera para Anne.
—Sam, eso no era…
No le di la oportunidad de decirme lo que ya sabía.
—No fue culpa mía. Lo sé. Ojalá pudiera haber hecho más. Es la lucha de la gente
decente en todas partes. Levee, esa no es una mala sensación para tener. Solo se
convierte en mala cuando esos deseos te consumen y cuando llegas a estar tan envuelta
en ayudar a la gente que pierdes de vista el precio que te está cobrando. Podría haberme
sentado con Anne las veinticuatro horas del día. Mi madre podría haber hecho lo mismo
por mi padre. Tú podrías fácilmente lanzar tu carrera a la basura e ir en una gira
mundial de hospitales de todo el mundo, pero ¿cómo te afectará eso a ti? En algún
momento, tienes que hacer de tu propia vida una prioridad. Nadie más puede hacer eso
por ti. Ni un médico ni tus familiares o amigos. Demonios, ni siquiera yo puedo hacerlo.
Eso es cosa tuya, Levee.
Las lágrimas llenaron sus ojos.
—Eso no es cierto. Tú haces eso por mí todo el tiempo. No me siento tan fuera de
control cuando estoy contigo.
No podía culparla allí. Ella hacía eso por mí, también. Estaba confundida sobre lo
que eso era.
—No, yo no lo hago.
—Sí, realmente lo haces.
—No. Realmente no lo hago.
—¡Sí, realmente lo haces! —soltó, empezando a enfadarse.
No podía dejar de reír mientras entrecerraba sus ojos hacia mí. Froté los dedos
sobre la piel fruncida entre sus cejas.
—Van a salirte arrugas si sigues haciendo eso. Necesito que te mantengas sexy
para que pueda presumir delante de mis amigos cuando finalmente me dejes contarles.
Apartó mi mano.
—Tú no puedes decirme cómo me haces sentir. No estás en mi cabeza.
—Puedo decirte lo que quiera —le dije con indignación.
—No, no puedes.
—Sí, sí puedo.
—No. No puedes. —Se puso aún más molesta y yo, una vez más, comencé a reírme.
—Te amo.
Levee se sentó erguida como si un rayo acabara de golpear la cama.
Sí. Ese fue mi movimiento suave. Acababa de soltarlo mientras habíamos estado
discutiendo, completamente vestidos, en una habitación de hotel al azar en medio de
Maine. Esa iba a ser la historia que les contaríamos a nuestros hijos, el momento mágico
que solo consigues una vez en la vida con alguien. Era el romántico de Sam Rivers en su
mejor momento, total y absolutamente ridículo, pero también más sincero que nada en
el mundo.
—¿Tú qué? —medio susurró, medio acusó.
—Zapatos de Diseñador, he dicho, “Te amo”. Lo hago desde hace tiempo.
Probablemente desde el momento en que utilizaste tu cuerpo para protegerme del
viento así yo podía encender mi cigarrillo. Tal vez incluso antes de eso. Fue amor al
primer acoso, Levee.
—Sam…
—Así que, sí, te puedo decir lo que quiera. Y te estoy diciendo, que todo lo que
hago es ofrecerte una distracción del resto de tu loca vida. Es una verdaderamente
jodida buena distracción y, estoy rezando para que malditamente te guste esa
distracción y quieras mantenerla para siempre. Pero, al final del día, tienes que ser la
que quiera vivir. Todo lo que puedo hacer es estar a tu lado mientras lo haces. —Me
encogí de hombros simplemente.
Aunque, mientras miraba a sus ojos marrones, no había absolutamente nada
sencillo al respecto.
La amo. Ahora, tenía que sentarme y esperar a ver si ella también me amaba.
Sostuvo mi mirada mientras una combinación de emociones pasaba por su
hermoso rostro. Sus mejillas se sonrojaron tímidamente. Sus labios se movieron con
humor. Sus ojos se llenaron con amor. Pero su boca dijo:
—Eres un idiota.
Bueno, está bien, entonces.
Levee
Sam soltó una carcajada mientras con confianza cruzaba los brazos tras su cabeza,
pero me miraba con cautela.
—¿Disculpa?
—He dicho, “Eres un idiota”—repetí, pero una sonrisa gigante amenazaba con
tragarse mi rostro.
Él me amaba. También era un idiota, por lo tanto, sentí la necesidad de informarle
de tal situación. Pero, en realidad, estaba demasiado ocupada luchando por mantener
mis pies sobre la tierra mientras mi corazón estaba intentando volar lejos. Él me ama.
Una sonrisa igual se formó en la boca de Sam.
—¿Oh en serio? ¿Cómo es eso?
—Primero, necesito que te retractes de tu declaración de amor.
Sacudió su cabeza y curvó sus labios con disgusto.
—De ninguna manera.
Me giré hacia él y crucé las piernas frente a mí.
—¡Tienes que hacerlo! ¡No puedo hablar sobre mis ex novios después de que digas
que me amas! Es de mala educación.
Inclinó su cabeza hacia un lado.
—¿Por qué demonios sentirías la necesidad de hablar de tus ex novios en este
momento?
—Porque eso explica por qué eres un idiota —anuncié antes de inclinarme hacia
adelante y tocar mis labios con los suyos. Alejándome sólo unos centímetros, susurré—
: También es una historia muy buena.
Respirando profundamente, él agarró la parte posterior de mi cabeza y me besó
de nuevo. Sosteniéndome contra sus labios, exhaló un suspiro contenido.
—No me voy a retractar de nada, pero si es absolutamente necesario, entonces te
doy permiso para hablar sobre tus ex.
—Bien. —Intenté sentarme derecha, pero Sam no lo permitió.
En cambio, agarró mi pierna y tiró de ella para sentarme sobre su regazo a
horcajadas. Luego sacó mi camisa por la cabeza en un solo movimiento, la cual, fue
seguida rápidamente por su camisa. Miré su delicioso pecho cubierto de tinta, notando
por primera vez que el nombre de Anne estaba tejido entre diseños al azar. Estiré la
mano para tocar con mis dedos la tinta negra, pero él atrapó mi muñeca y llevó mi mano
a su boca.
Besando el dorso de mi mano, dijo:
—Ahora, ¿por qué soy un idiota?
—Oh, cierto. Thomas Reigns, Chris Spears, Davis Long, y Lee Shultz fueron todos
distracciones.
—Dios, ¿has salido con alguien que no estuviera en la NFL?
—Lee jugaba béisbol. —Me encogí de hombros.
—¿Alguien más?
—Johnny Depp. Pero él fue tan extraño.
—Y viejo —se burló Sam, claramente no disfrutaba de mi desfile de exes.
Me reí mientras él maldecía en voz baja.
—Como sea, lo que estoy diciendo es que he tenido muchas distracciones en mi
vida. Así que puedo decir sin ninguna duda, Sam Rivers, que no eres una.
—Levee… —comenzó, pero lo callé con un beso.
—Desde el momento en que te conocí, hiciste que mi mundo fuera más brillante.
Ni siquiera sabías que lo estabas haciendo al principio. Pero solo saber que estarías en
ese puente cada noche calmó la locura que estaba rebotando dentro de mi cabeza. Me
hiciste reír, y como Ric Flair… —me detuve mientras él se reía—, me hiciste sentir
especial. El alivio que siento en tus brazos ha hecho que la locura sea manejable. Nunca
has sido una distracción para mí, Sam. Siempre has sido mi salvación.
Sonreí, esperando recibir lo mismo de regreso, pero a medida que pasaba un dedo
por mi escote, la preocupación cubrió los fuertes ángulos de su rostro.
—Amo jodidamente eso. De verdad. Pero, ¿qué pasa si un día no estoy aquí para
ti? Me preocupa que no tengas los pensamientos claros sobre esto. No puedo arreglar
tus problemas sólo haciéndote reír.
—Tal vez no. pero he estado pensando mucho durante las últimas semana y sobre
todo hoy. No quiero aprender cómo hacerle frente a mi antigua vida. Quiero cambiar.
Soñé durante años con llegar a donde estoy ahora, pero me he perdido a mí misma bajo
los focos. Echo de menos escribir canciones, Sam. ¿Sabías que sólo he escrito cuatro de
las doce en mi último disco?
Sacudió su cabeza y comenzó a deslizar sus manos callosas de arriba abajo por
mis costados. Los escalofríos erizaron mi piel despertándola.
—Juré que jamás sería esa artista. Escribir música siempre ha sido mi pasión,
mucho antes de que siquiera soñara con subirme a un escenario por mi cuenta.
Comencé a escribir canciones justo después de que Lizzy muriera, ni siquiera podía
tocar la guitarra en ese entonces. Tal vez esa es quien se supone que debo ser, porque
rápidamente me estoy dando cuenta de que no fue tan bueno irse por el carril rápido
de la fama.
Sus manos se quedaron quietas.
—¿Estás diciendo que quieres renunciar?
—¡No! pero tal vez, dar un paso atrás por un tiempo no sea una mala idea. Podría
escribir algo de música y recordar por qué quería esta vida para empezar.
Arqueó una ceja con escepticismo.
—Levee, creo que un descanso es una idea brillante. Pero, si soy sincero, me
preocupa que, si no consigues ayuda de verdad, te encontrarás pasando más tiempo en
hospitales, matándote a ti misma de diferentes maneras.
Dios, me encantaba la forma en que me decía las cosas directamente. Por eso es
que sabía exactamente que podría manejar esta transición con él a mi lado.
—Siempre he ido a hospitales infantiles, Sam. Pero no fue hasta hace poco que se
convirtió en una clase de adicción. Necesitaba a alguien que me ayudara a mantener eso
en perspectiva, que me dijera cuándo empezaba a perder el control. Soy obsesiva con
las cosas. Es lo que soy, pero no soy irracional. Henry solía ser mi voz de la razón, pero
él tiene su propia vida ahora, y está arrastrándonos en direcciones diferentes.
Inclinándome, lo besé. Luego lo besé de nuevo. Luego lo besé como si fuera la
última vez, y en lo que a mí respecta, lo fue. Porque, al otro lado de ese beso, quería algo
completamente nuevo con Sam.
Y quería comenzarlo bien.
—Me enamoré de ti cuando estaba en mi punto más bajo. Pero nunca seré capaz
de recordar esos días oscuros sin nada más que una sonrisa. Quise saltar, Sam, pero ni
una vez me imaginé que la caída sería hacia arriba.
—Jesús, Levee. —Me tiró en un abrazo. Me sostuvo dolorosamente con fuerza y
soltó una lluvia de besos sobre mi cuello y el hombro. No eran sensuales de la forma
que sabía que la boca de Sam podía hacerlo, pero sentí cada uno de ellos profundamente
en mi alma.
Gradualmente, sus manos vagaron a mis pechos, pero por primera vez desde que
nos conocimos, yo era quien quería hablar.
—Espera. Escucha. —Me incliné hacia atrás, pero envolví mis piernas alrededor
de su cintura para seguir conectados—. Te amo.
Todo su rostro se iluminó y sus ojos sonrieron.
—Y necesito que confíes en mí aquí. Sé que todavía estas preocupado por mí, pero
no voy a regresar a ese lugar.
Su cuerpo se tensó, y sus ojos me miraron con sospecha.
—Quiero ir a casa contigo, Sam. Veré a un terapeuta si eso es lo que se necesita
para que te sientas cómodo, pero quiero terminar cada noche contigo. Tus llamadas por
las noches y las fotos tontas me han ayudado más de lo que cualquier doctor podría.
Llévame a casa y déjame luchar contigo.
Su cabeza cayó hacia atrás mientras miraba el techo.
—Eso no es justo. No puedes usar mis palabras contra mí.
—No las estoy usando contra ti. —Agarré ambos lados de su cara y atraje sus
labios hacía los míos—. Las he reutilizado. —Le guiñé un ojo.
Se rio contra mi boca.
—Bien.
Sonreí ampliamente.
—¿Bien?
Dejó salir un gruñido de resignación.
—Ven conmigo a casa, Levee.
—Está bien, está bien. Si insistes —bromeé.
—Oficialmente insisto. —Se giró, bajándome de su regazo sobre la cama.
Su duro cuerpo le siguió, cubriéndome por completo. Sosteniendo su peso sobre
sus codos a los lados, bajó su boca hacia la mía en un beso embriagador que hizo que
me mojara entre las piernas. Deslicé una mano por la parte trasera de sus vaqueros y
usé su trasero para restregarme contra él.
—Mierda —siseó, con su pene endureciéndose entre nosotros—. También voy a
insistir que comiences con el control de natalidad tan pronto como sea malditamente
posible. He terminado con los condones. —Se empujó fuera de la cama, y en un fluido
movimiento, soltó el botón de mis pantalones y me los quitó. Sus pantalones
rápidamente se unieron a estos en el suelo.
Estar recostada frente Sam en nada más que mi sujetador y mi ropa interior era
más estimulante que cualquier escenario en que hubiera puesto un pie alguna vez. Sus
ojos se oscurecieron y se calentaron cuando pasaron por mi cuerpo.
—Has ganado peso —dijo, quitándome las bragas.
Quise enfadarme, pero dos de sus dedos me llenaron, y así de rápido, su pulgar
encontró mi clítoris. Había pasado demasiado tiempo sin su toque, y mis piernas
cayeron abiertas, rogando por más.
—Siempre serás hermosa, Levee. Pero estabas demasiado delgada antes. Esto…
—pasó una mano sobre mi estómago y luego subió a mis pechos—… es la perfección.
Empujándome con mis antebrazos, atrapé su boca antes de que tuviera
oportunidad de enderezarse. Mi mano acunó la parte de atrás de su cuello y sostuve sus
labios contra los míos, sólo soltándolo cuando sus dedos repentinamente giraron
dentro de mí.
—¡Oh, Dios! —solté, cayendo contra las almohadas.
Sam se detuvo en el borde de la cama, viéndome perderme en sus habilidosas
manos. Abrí mis ojos lo suficiente para encontrarlo trabajando en su grueso eje con su
mano libre mientras miraba donde sus dedos estaban penetrando dentro de mí. Pasaba
la lengua constantemente por sus labios, y la lujuria pura y sin adulterar cubrió su
rostro. Como si sintiera mi mirada, sus ojos fueron a los míos. Un amor absoluto brilló
en sus ojos dorados, lo que me hizo incapaz de apartar la mirada.
Se equivocaba. Eso era la perfección.
—Te quiero dentro de mí. —Suspiré.
No me respondió, pero su mano desapareció mientras comenzaba a buscar por
sus pantalones.
Me senté para tomar su pene en mi mano, inmovilizándolo mientras lo acariciaba
de la base a la punta.
—Sin condón, Sam.
—Tenemos que tener cuidado… mierdaaa. —Gruñó cuando me incliné y pasé mi
lengua sobre la barra de metal. Enredó sus dedos en mi cabello mientras hacía girar mi
lengua alrededor de la punta de su cabeza y sobre la salada gota de pre-semen que se
había formado en su punta.
Mirándolo bajo mis pestañas, repetí.
—Sin condón.
—No podemos —se quejó, pero lo hizo mientras abandonaba la búsqueda en su
cartera y subía sobre mí mientras me deslizaba sobre la cama.
—He estado en control de natalidad desde que tenía diecisiete —dije mientras en
silencio me quitaba el sujetador—. Estoy limpia y asumo que tú también. Ahora, fóllame
sin más. Por favor.
Sus ojos abiertos se encendieron, pero esa fue la única advertencia que recibí.
Inclinándose entre mis piernas, se estrelló dentro de mí. El sexo con Sam siempre era
así.
Necesitado.
Rápido.
Rudo.
Increíble.
Pero, sin ninguna barrera entre nosotros y con el amor irradiando de sus ojos, era
muchísimo más.
Era el fin de la incertidumbre.
Y el principio de nosotros.
Durante cerca de una hora, Sam alternó entre rápido y duro, y lento y constante.
Los “te amo” susurrados hicieron eco entre nosotros mientras me empuja hasta el
borde más veces de las que podía contar, pero cada vez, justo antes de que pudiera
dejarme caer, cambiaba de ritmo. Finalmente, con una capa de sudor cubriendo
nuestros cuerpos, Sam se metió a sí mismo hasta el fondo y se vació dentro de mí
mientras me corría gritando su nombre.
No importa lo abrumadora que fuera mi vida a partir de ese momento, no habría
forma de que alguna vez estuviera dispuesta a renunciar a estos momentos con Sam.
No podía cambiar por él. Entendía eso.
Iba a hacer mi vida una prioridad para mí.
Pero, si tenía que vivirla con él a mi lado, era una decisión fácil de tomar.
Sam
Levee y yo decidimos irnos a la mañana siguiente para regresar a San Francisco y
ya estaba teniendo dudas acerca de llevarla a casa. Sin duda, la quería conmigo, pero
sentía todo tipo de malestares por tenerla alejada de la ayuda que tan
desesperadamente quería —necesitaba—, que recibiera. Pero, mientras íbamos al
aeropuerto con ella sonriendo y riendo junto a mí, era fácil fingir que podía manejarlo.
Tal vez era Spiderman para Levee.
O tal vez estaba preparándome para mi fracaso más grande.
Con la excepción de unas pocas personas deteniendo a Levee para una foto o un
autógrafo, salimos de Maine prácticamente desapercibidos. Sin embargo, no fue el caso
cuando aterrizamos en California. Habíamos tomado el mismo vuelo, acurrucándonos
en primera clase como recién casados; pero cuando nuestro avión hubo aterrizado,
fuimos por caminos separados. Levee aún no estaba preparada para la atención de los
medios y, tan frustrante como era, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para
mantener su nivel de estrés lo más bajo posible. Respirando profundamente, no tuve
más remedio que pasar a su lado mientras un gran grupo de personas comenzaron a
sacar fotos y a llamarla por su nombre al momento que salió de la zona de seguridad.
El jefe de seguridad de Henry, Carter, había dispuesto a dos guardaespaldas para
que se encontraran con ella cuando aterrizamos. Solo logré alejarme unos cuantos
metros antes de que mi atención se dirigiera de nuevo a la conmoción. Los nervios se
asentaron en mis entrañas mientras mis pies se quedaron pegados en el suelo. Todavía
tenía que experimentar, en vida real, la condición de celebridad de Levee de cerca, pero
mi corazón se aceleró mientras un mar de personas pululaba alrededor de la mujer de
la que estaba irrevocablemente enamorado. Fueron treinta segundos increíblemente
miserables antes de que quedara atrapada entre los dos hombres gigantes.
Con una expresión estoica y un par de gafas cubriendo sus increíbles ojos, se
parecía más a la mujer que había conocido por primera vez que la que había sido en un
largo tiempo, pero sucedió lo más extraño. Verla así se sentía incorrecto. No importa lo
nostálgico me pusiera.
En el fondo, siempre sería mi Zapatos de Diseñador, pero ahora, también era mi
Levee, la mujer fuerte y valiente a la que planeaba no dejar ir.
Incluso en una multitud llena de personas, su mirada encontró instintivamente la
mía. Inclinando sus gafas, sonrió y guiñó un ojo a medida que se la llevaban hacia una
limusina esperando. No debería haberlo hecho, pero no había una oportunidad en el
infierno de haberlo evitado. Cruzando los brazos sobre mi pecho, le devolví la sonrisa,
gesticulando "te amo".
No respondió con palabras, pero sus mejillas se sonrojaron, dándome toda la
respuesta que necesitaba.
Después de sacar un par de gafas de mi mochila, las coloqué sobre mis ojos y
caminé de forma anónima a mi Jeep en el estacionamiento de largo plazo.

La noche anterior, Levee se pasó dos horas discutiendo por teléfono con Henry
después de haberle informado de que no iba a volver al centro de rehabilitación. Estaba
preocupado. Y no podía decir que no compartiera sus temores, pero finalmente cedió
cuando Levee nos aseguró que podía continuar el tratamiento en casa. La idea de
tenerla toda para mí durante su descanso auto-impuesto sin duda hizo que fuera más
fácil para mí aceptarlo. Así mismo no dolía que, al instante en que su bolso cayó al suelo
en mi habitación, estaba al teléfono, programando citas con el médico para el resto del
mes.
En secreto, envié un mensaje a Henry para hacerle saber que estaba siguiendo
adelante con su parte del acuerdo. Y supuse que estaría aliviado, a pesar que su única
respuesta fue pedir fotos de desnudos. Le envié una imagen de una tribu de hombres
desnudos que había encontrado online en National Geographic. No era como que había
especificado o algo. No lo encontró ni de cerca tan divertido como yo, respondiendo con
una imagen de un cachorro vomitando. Una increíble e improbable amistad nació de
esos primeros mensajes.
Levee se había negado a hablar con Devon en Maine. Él había llamado varias veces
e incluso había ido tan lejos como para presentarse al hotel en el que habíamos estado
alojados en un intento de explicarse. Levee ni siquiera le dijo nuestro número de
habitación. Pretendió estar enfadada, pero cuando sus ojos se humedecían cada vez que
terminaba su llamada, podía decir que estaba más herida que otra cosa. Yo, por el
contrario, estaba enfadado lo suficiente por ambos. Supuse que querría hablar con él
con el tiempo y esperaba que tuviera la oportunidad de calmarme para ese entonces.
No podía imaginar que una pelea con Devon terminara bien para mí.
Apenas habíamos estado de regreso en mi casa durante dos horas, pero ya
habíamos roto la cama, en dos ocasiones. Levee estaba todavía desnuda y acurrucada
en mi costado cuando mi teléfono comenzó a sonar con una llamada no identificada. No
había vuelto a recoger sus pertenencias del centro y, hasta que su nuevo teléfono móvil
fuese entregado al día siguiente, usaba el mío como su nueva fuente de comunicación.
Ni siquiera me molesté en contestar antes de pasarlo en su dirección.
—¿Hola? —dijo, apoyándolo contra su oído para que pudiera continuar
burlándose con sus uñas sobre mi estómago.
Estaba deslizándole una mano por su trasero cuando de repente se sentó derecha.
—Uh, ¿quién es? —Su mirada acusadora bajó hacia la mía mientras decía—: Eso
es gracioso porque pensaba que yo era la novia de Sam.
Me lancé a por el teléfono, pero Levee saltó fuera de mi alcance, haciendo que me
estrellara al final cama. Solo una mujer usaría un número oculto para llamarme,
sabiendo malditamente bien que no contestaría si veía su nombre aparecer en mi
teléfono.
Confirmando mis sospechas, Levee dijo:
—¿Cuánto tiempo han estado juntos tú y Sam, Lexi?
—Levee, dame el teléfono. —Me levanté, pero se escabulló bajo mi brazo y se
dirigió a la cocina.
Oh, esto va a ser malo.
Lexi estaba jodidamente loca, especialmente si pensaba que estaba viendo a
alguien nuevo. Ni siquiera podía imaginar la cantidad de mentiras que estaba diciéndole
a Levee.
—¡Que imbécil! —gritó Levee desde la otra habitación, mientras
apresuradamente me ponía un bóxer y la seguía.
Mierda, mierda, mierda.
—Me dijo que me quería —se quejó Levee mientras me acercaba hacia ella con
cautela.
Mátame.
Al momento que giré en la esquina, encontré a Levee con mi camiseta descartada
que ni siquiera había llegado a la habitación cuando llegamos a casa. Estaba inclinada,
buscando en la nevera con el teléfono pegado a la oreja. Colocando su mano sobre el
micrófono, susurró:
—¿Tienes cerveza?
Mi boca se abrió mientras casualmente volvía a hablar con Lexi, lloriqueando:
—No puedo creer que me haga esto.
—Uhmmm... cajón de abajo —murmuré, sin habla.
Me lanzó un guiño y sacó dos, pasándome una. Chocó su botella con la mía y luego
la llevó a sus labios. La observé con una combinación extraña de asombro y confusión.
Mierda. Tal vez Levee también está loca.
Colocando mi botella en el mostrador, cerré la distancia e intenté tomar el
teléfono de su mano. Levee se rio, retrocediendo.
—Para —gesticuló con la boca.
—No es mi novia. Lo juro... —le expliqué, pero me hizo callar con un dedo sobre
mis labios. Alejando el teléfono de la oreja, pulsó el botón del altavoz y lo dejó caer sobre
el mostrador. Lexi estaba hablando a un millón de kilómetros por minuto y utilizando
el tiempo presente al referirse a nuestra relación.
Abrí la boca para objetar cuando Levee la cubrió con su palma y envolvió su otro
brazo alrededor de mi cintura, deslizándolo hacia abajo a la parte posterior de mi bóxer.
Pasando sus dientes sobre el lóbulo de mi oreja, susurró:
—¿Es ella a quien tu madre llamó perra?
Un suspiro de alivio se precipitó de mis pulmones. Levee estaba, de hecho, loca,
pero en ese momento, estaba trabajando en mi favor. Asentí y se alejó lo suficiente como
para burlarse:
—Espera, Lexi, eso era antes o después que se tatuara mi nombre... —se fue
apagando mientras inspeccionaba la tinta en mi torso. Encontrando un espacio vacío,
terminó con—: en su lado izquierdo.
—¿Qué? —gritó Lexi.
Traté de contener la risa, consiguiéndolo a penas porque Levee comenzó a
arrastrar besos con su boca abierta sobre mi cuello.
Se detuvo para decir:
—Sí, es enorme. Definitivamente lo hubieras notado. ¿Te puedo enviar una foto
más tarde si quieres?
Mis cejas se levantaron en pregunta antes de que me susurrara al oído:
—¿Puedes editarlo con Photoshop, cierto?
Sacudí la cabeza. Luego me encogí de hombros y asentí.
No lo haría... pero podría totalmente.
Después de levantarla para sentarla en el borde del mostrador, agarré el teléfono
y se lo di a Levee. Susurrando, le dije:
—Eres una mujer muy, muy malvada. No estaba seguro de que pudiera
enamorarme más de ti. Pero deja de darle más combustible para ser una perra y cuelga.
—Pasé suavemente el pulgar sobre su pezón erecto, lo que la hizo jadear.
Sonrió, posando un beso persistente en mis labios mientras tomaba el teléfono de
mi mano y ciegamente presionaba el botón colgar. Bloqueado sus piernas alrededor de
mis caderas, dijo:
—Realmente has conseguido una mejora conmigo. Lo sabes ¿cierto?
Me reí.
—Si lo sé. A pesar de que pensaba que estarías sirviendo mis bolas como si fueran
sashimi en este instante.
Se rio.
—¿Por qué? ¿Porque tienes una ex loca? —Envolviendo sus brazos alrededor de
mi cuello, acarició su mejilla contra la parte posterior de mi mandíbula.
—No, porque la mayoría de las mujeres hubieran comprado toda esa mierda que
estaba diciendo.
Suspiró y se apartó para atrapar mi mirada.
—Confío en ti, Sam. Y, por más difícil que sea, tendrás que confiar en mí también.
Tuerzo mis labios en irritación.
—No es difícil confiar en ti.
—Lo será cuando una revista publique fotos de mí abrazando a un tipo con el
titular de que es mi nuevo novio. Te sorprenderías por la mierda que encuentran para
publicar acerca de mí. Cada imagen tomada, no importa lo inocente que sea, es un juego
para ellos manipularlo.
—Sí, oí que estabas embarazada del amoroso hijo de Henry el mes pasado. He
estado esperando para que me lo contaras —bromeé, frotándole el estómago.
Alejó mi mano de un golpe.
—Una camisa holgada y de repente estoy preñada de mi mejor amigo. —Gimió y
luego se quejó—: Era mi camisa favorita, también.
Me reí, metiendo un rizo detrás de su oreja.
—Confío en ti, Levee.
—Eso es fácil de decir ahora...
La detuve tambaleándola en el borde del mostrador.
—Es fácil de decir y punto. Dame un poco de crédito aquí.
Sus hombros cayeron mientras dejaba caer su frente contra mi pecho.
—Lo sé. Es solo que nunca he salido con alguien que no estuviera en el ojo público
antes. No quiero perderte por un tabloide seccionalita que recojas en la tienda de
alimentos.
—No, no soy famoso, pero tampoco estúpido. Vamos a hacer un trato. Lidias con
mi ex loca por mí y me encargo de todo el puto mundo por ti.
Su cabeza se levantó con una sonrisa.
—¡Vaya! Eso me hace parecer de alto mantenimiento.
Exageré un suspiro.
—Realmente lo eres. Pero te prometo que, si se vuelve demasiado y me da celos
de fotos de ti follando en seco con el pequeño pene de Thomas Reigns… —se rio,
golpeando mi pecho—, te prometo que voy a hablar contigo primero, ¿de acuerdo?
Todo su cuerpo se derritió en mis brazos.
—Te amo, incluso cuando TMZ dice lo contrario.
Besé su cuello y espalda bromeé:
—Yo también te amo, Lexi... Es decir, Levee.
Soltó una carcajada.
—Divertidísimo.
—Eso pensaba.
—Entonces, ¿por qué ustedes dos tortolitos terminaron de todos modos? Parece
una joven tan agradable. —Su voz estaba llena de sarcasmo.
Encogiéndome de hombros, respondí:
—Ella se estaba acostando con su entrenador personal. Llegó dos horas tarde al
funeral de Anne por ello.
Los ojos de Levee se ampliaron y su boca se abrió un segundo antes de que gritara:
—¡Esa perra!
—Es bastante agradable, solo...
—¿Bastante agradable? —preguntó, incrédula—. ¡Voy machacarla a golpes!
—Está bien, espera allí, Tony Soprano. Nadie va a golpear a nadie. —Hice una
pausa—. Para ser claros, ¿no tienes ese tipo de conexiones, verdad?
—¡No, pero tengo dinero! Estoy segura de que puedo comprar algunas conexiones
—respondió con toda seriedad.
Jodidamente la amo.
Colocándome debajo, la tomé y la cargué sobre mi hombro.
—¿Qué clase de persona hace eso? ¡Tu hermana acababa de morir! —continuó
despotricando mientras la llevaba de regreso a la habitación.
—Déjalo ya —le dije, lanzándola en la cama.
—¡No puedo dejarlo! —respondió, levantando los brazos para que pudiera sacar
la camiseta sobre su cabeza.
—Está bien, entonces no. ¿Pero puedes abrir las piernas para que pueda comer tu
coño mientras mentalmente defiendes mi honor? —Sonreí, arrastrándome encima de
la cama después de ella.
—Esa perra —murmuró, dejando caer las piernas abiertas.
Fueron las últimas palabras audibles que oí de ella antes de que mi boca se cerrara
sobre su clítoris. Un largo gemido ilegible escapó de su garganta mientras su mano se
deslizaba por mi cabello. La había follado dos veces ya, pero mi pene se endureció al
instante debajo de mí.
Se retorció contra mí mientras introducía un dedo dentro de ella, curvándolo
antes de girarlo de la manera que aprendí que la ponía a cien. Esta vez no fue diferente.
Levantando las caderas de la cama, empuño la parte trasera de mi cabello.
—Date la vuelta —ordenó.
Levee era así. Por mucho que me encantaba lamer su coño, ella amaba mi pene.
Nunca era capaz de esperar mucho tiempo antes de rogar por él. Y, más a menudo que
no, estaba más que dispuesto a dárselo.
Pero no esta vez.
Después de apartar su mano de mi cabello, me coloqué en la cama a su lado.
Alternaba entre succionar y pellizcar su clítoris y empujar mi lengua dentro y fuera de
su húmeda apertura. Su otra mano encontró mi cabello mientras continuaba
rogándome que me diera vuelta. Mi única respuesta fue de sujetar su otra mano a la
cama también
—Espera, espera, espera —dijo, incorporándose incluso mientras se clavaba
contra mi boca. Luego respiró profundamente, sosteniéndolo.
—¿Me quieres dentro de ti? —le pregunté entre lamidas mientras todo su cuerpo
se enroscaba por la liberación inminente.
—¡Sí! —chilló ella, todavía sin exhalar.
—No hasta que te corras. —Chupé fuerte su protuberancia hinchada, golpeándolo
con la lengua.
Cayendo de nuevo en la cama, gritó:
—¡Oh, Dios!
Su orgasmo saltó a la vida mientras su coño comenzaba a latir contra mi boca. Esa
era mi señal. Arrodillándome, separé sus piernas y le di la vuelta. Poniendo un muslo
contra la cama y colocando el otro sobre mi hombro, me hundí en ella más fuerte que
nunca. Una serie de malas palabras volaron de su boca mientras continuaba pulsando
alrededor de mí.
Levee y yo estábamos enamorados, no había ninguna duda al respecto. Pero
todavía estábamos conociéndonos el uno al otro en muchos niveles.
No nuestros cuerpos sin embargo. Eran almas gemelas sexuales.
Levee apretó sus caderas en un ritmo que sabía que podía arrebatar el orgasmo
de mis bolas. Y la trabajé profundamente, asegurándome de que el metal de mi piercing
encontraba el punto justo que haría derretirse sus caderas.
Era una constante toma y da de llevarnos a cada uno al borde, todo mientras
peleábamos con furia por nuestra propia liberación.
En algún momento, uno de los dos caería. En esta ocasión en particular, lo cual no
estaba demasiado orgulloso en admitir, fui yo.
—Mierda —maldije mientras mi pene se disparaba, envuelto en su apretado calor.
Necesitando llevarla al borde conmigo, dejé caer mi pulgar a su clítoris y lo froté
en un círculo cerrado a medida que continuaba bombeando dentro de ella. Mi orgasmo
ya estaba triturándome, pero al momento en que sus músculos comenzaron a apretar
alrededor de mí, toda una nueva ola de éxtasis apretó mis bolas, dejándome
completamente vacío a su paso.
Pero, mientras mis ojos se abrían observé el flexible cuerpo de Levee temblando
debajo de mí, nunca me sentí más completo en mi vida.
Sí, estaba terminando un orgasmo increíble, con una mujer aún más increíble,
pero no tenía ninguna duda de que el sentimiento creciendo actualmente en mi pecho
era el genial que siempre había estado buscando. Era, con diferencia, el alto más alto de
mi vida, e incluso mientras su cuerpo seguía ordeñándome y me suavicé en su interior,
ni siquiera pude disfrutar de ello.
En mi vida, después de cada alto llegaba la bajada más profunda.
Y, mientras miraba a sus ojos saciados, que estaban mirando hacia mí tan llenos
de amor que casi dolía, el puto péndulo osciló de nuevo.
Levee
Pasé dos días perdida en Sam antes salir a por aire. Deseaba poder quedarme
metida en su cama para siempre, pero él tenía trabajo que hacer y, desafortunadamente,
yo también. Sin embargo, en realidad no quería hacer nada de eso.
Claro, necesitaba devolver las cientos de llamadas que no le contesté a Stewart y
hacerle saber que estaba tomando un descanso indefinido de la música. Estaba segura
de que no iba a terminar bien.
También necesitaba despedir a Devon. Se me rompía el corazón ante esa idea,
pero no más que el día que se interpuso entre Sam y yo, eso me mató.
Y, después de acabar con todo eso, necesitaba dirigirme a mi casa, cambiar todas
las cerraduras y códigos de seguridad y después, mover la mitad de mi armario al
armario de Sam. Nunca hubo duda de si mi casa o la suya, cuando volvimos. Su taller
estaba en la parte de atrás y tenía que ocuparse de Sampson, así que su casa era la
opción obvia. Pero, por encima y más allá de eso, amaba la casa de Sam. Solo había
estado una noche allí antes, pero de alguna manera, me sentía como en casa. No era
necesariamente un buen movimiento, pero tampoco estaba planeando volver pronto a
casa.
Sam llevaba levantado durante horas cuando finalmente me arrastre fuera de la
cama lo suficiente para arreglarme el cabello y el maquillaje. Me tomé mi tiempo,
esperando que otro día se convirtiese en noche, así podía evadir mi lista de quehaceres;
pero una hora después, cuando me puse los tacones, el reloj solo marcaba las once de
la mañana.
Tomando mi nuevo teléfono, decidí aplazar mis tareas con Twitter antes de
empezar mi día.
Fue una mala decisión.
Muy. Muy. Muy Mala.
El primer mensaje que apareció en mi bandeja, era un vídeo de un niño pequeño
calvo, no mayor de tres años, conectado a más tubos de los que podía contar. Parecía
tan débil, pero alguien fuera de pantalla, puso mi canción Discovery y empezó a
menearse y moverse en su cama de hospital. Las canción solo duró varios segundos
antes de que la apagasen e inmediatamente, el niño se puso a llorar cuando terminó. La
volvieron a poner y el niño comenzó a bailar otra vez. Se me encogí el corazón mientras
lo reproducía repetidamente, solo deteniéndolo el tiempo suficiente para leer el tweet.
@LeeveWilliams Deberías venir a Indiana para conocer a tu mayor fan.
Era un mensaje inofensivo que había sido retuiteado unas trescientas veces, pero
fue como un cuchillo en mi estómago. Realmente debería hacer eso.
No me costaba nada estar en un avión esta misma noche, pero sabía que el
verdadero precio podría ser el dolor cuando empezara todo el círculo vicioso otra vez.
Estoy en un descanso.
Aun así mis dedos siguieron escribiendo una respuesta:
@SandyJoe176 ¡Absolutamente! Me encantaría conocer a ese precioso niño.
Mi manager estará en contacto.
Mi dedo se cernió sobre el botón de enviar.
Visitar a un niño enfermo no sería lo mismo que extenuarme en los hospitales en
cada oportunidad que tuviera. ¿Cuál sería el daño en volar un día? Ni siquiera tendría
que ser un día entero. Podría estar de vuelta a la hora de la cena. O mejor aún, Tal vez
Sam vendría conmigo y podríamos tener un viaje divertido.
Mi dedo estaba a un centímetro del botón de enviar.
Seguramente, él me apoyaría en algo así. Sabía lo importante que era para mí
visitar a niños enfermos. Quiero decir, no podría esperar que me rindiera
completamente.
No eres el Spiderman.
Mierda.
Volví a reproducir el vídeo una vez más, mi dedo todavía cerniéndose sobre
enviar, mientras observaba cómo los ojos de ese pequeño brillaban mientras mi canción
sonaba por los altavoces de mi teléfono.
Es lo correcto. Sin importar cómo me afecte.
¿Pero y qué hay sobre cómo afectaba a Sam?
Antes de siquiera notarlo, estaba de pie y dirigiéndome al taller de Sam. Abrí la
puerta e inmediatamente fui saludada por el fuerte ruido de una herramienta eléctrica.
Sam estaba en la esquina, encorvado sobre una tabla y un cigarro colgando de sus labios.
La habitación se quedó en silencio en cuanto dirigió su mirada a la mía. Debí haber
parecido asustada, porque dejó inmediatamente la herramienta sobre la tabla y vino en
mi dirección.
¿Qué ocurre?
¿Podemos ir a Indiana?
Se giró para dejar el cigarro en el cenicero, antes de volver a girarse para
enfrentarme.
Depende de por qué quieras ir, supongo.
Hay un niño enfermo que me ha mandado un video en Twitter. Creo que podría
ser algo realmente agradable de hacer. No es como si estuviese muy ocupada ahora
mismo. Pero apuesto a que significaría mucho si nos pasamos por allí. Podría hacer que
Stewart se ponga en contacto con sus padres y darle una gran sorpresa expliqué
seguidamente sin respirar hasta que me quedé sin aire.
Arqueó una ceja.
Inspiré profundamente antes de exclamar:
¡Podíamos ir los dos! ¡Convertirlo en una escapada romántica!
Me miró durante un minuto antes de, en silencio, levantar la mano pidiéndome el
teléfono. Se lo entregué y reprodujo el vídeo.
Pasé la mirada entre su rostro y el teléfono mientras lo observaba sonreír con
cariño al niño de la pantalla. Cuando finalizó, me pasó un brazo por los hombros y, como
yo había hecho, volvió a reproducirlo. Me acurruqué en su pecho, rodeándole las
caderas con los brazos. Cerrando los ojos, escuché el fuerte latido de su corazón
mientras esperaba el veredicto.
¿Qué quieres hacer, Levee? me preguntó cuándo el video finalizó.
No abrí los ojos mientras respondía:
Quiero ir.
¿Y crees que eso le ayudará?
No lo sé.
Pero piensas que puede ayudarte a ti, ¿verdad?
Sí.
No lo sé.
Sam respiró hondo, mi cabeza se levantó cuando su pecho se expandió.
¿Sabes que te amo, verdad? me aseguró.
No respondí esa pregunta, tampoco dejé de abrazarlo por la cintura incluso
cuando apartó sus brazos de mí.
Vas a decirme que no, ¿verdad?
No. No te estoy diciendo nada. Si quieres ir, ve.
Eché la cabeza hacia atrás con sorpresa.
¿Quieres ir conmigo?
Nop respondió escuetamente.
¿Por... por qué no? tartamudeé.
Porque se supone que estás de vacaciones. Se supone que vas a ir a ver a tu
terapeuta mañana. Se supone que vas a despedir a Devon, contactar con Stewart, vaciar
tu armario. Hizo una pausa, pasándose bruscamente una mano por el cabello. Se
supone que vas a mudarte conmigo.
Mierda. Tal vez me vaya a mudar permanentemente.
Finalmente me alejé.
¿Qué esperas que haga, Sam?
¡Lo que prometiste! gritó, antes de controlarse. Si quieres ir, hazlo. Es cosa
tuya contestó con brusquedad, dándome la espalda.
Mi culpa se transformó en furia.
Ves, ese es exactamente el problema. ¡Es cosa mía!
Aún estaba de espaladas a mí cuando encendió un cigarro.
Dos días. Se rio sin humor.
¿Qué se supone que significa eso?
Estaba muy preparada para una mirada helada cuando se giró para enfrentarme,
pero no estaba en absoluto preparada para el nivel de decepción que mostraba su
rostro enfadado.
Significa que hace dos días acepté jugar a ser Spiderman y traerte a casa
conmigo. Significa que te amo tantísimo que he estado dispuesto a arriesgar tu vida solo
para pasar más tiempo contigo. Y dos putos días después, ya estoy fallando.
Se me revolvió el estómago y el aire entre nosotros se volvió demasiado denso
para respirar.
No estás fallando. ¡Solo quiero visitar a un niño!
Se llevó el cigarro a los labios para darle otra calada.
¿Después qué?
Abrí la boca para contestar, solo que no tenía una respuesta que dar. No tenía ni
puta idea de qué vendría después. Simplemente era el impulso de ayudar a alguien. No
era la espiral descendente que rápidamente comprendí que estaba convencido de que
tomaría.
Eso es lo que pensaba susurró en una nube de humo. Con el tiempo,
terminarás volviendo a ese puente. Cerró los ojos con fuerza.
Sam, no dejaré que eso pase otra vez. Lo juro.
Rascándose la parte posterior de la cabeza, anunció:
Creo que necesitas volver a Maine, Levee.
¡No! gimoteé, dando un gran paso hacia él. Escúchame, por favor. No quiero
ir a Indiana. Solo ha sido una reacción instintiva al ver el vídeo. He venido aquí para
obtener tu sincera opinión.
Miró al suelo, negando.
Bueno, la has obtenido, ¿no?
Mírame le ordené y puso inmediatamente la mirada en la mía. No quiero
regresar a Maine. He concertado una cita con el doctor. Lo estoy intentando.
¿Lo estás? Alzó la cabeza preguntando. Quiero decir, ¿realmente lo estás?
—Sí, realmente lo estoy.
Tiró el cigarro y encendió otro.
Entonces, ¿por qué no has llamado a Stewart? No le has hablado a nadie del
descanso que me prometiste tan rotundamente que ibas a tomar. Ni siquiera Henry lo
sabía cuando se lo mencioné la otra noche.
¿Has hablado con Henry?
Los dos estamos preocupados por ti, Levee.
No sabía por qué estaba tan sorprendida por el hecho de que estuviesen hablando
sin mí, pero incluso en el medio de una discusión, me calentó en los lugares correctos.
Oh. Bueno. Simplemente no he tenido la oportunidad de contárselo aún. Eso es
todo.
Sam miró de nuevo a la puerta de su taller, la cual se quedó mirando durante
demasiado tiempo. No estaba segura de qué estaba pasando por su cabeza y cuando
estuve a punto de preguntar, susurró:
Estoy asustado.
¿Qué? pregunté, acercándome más, así podría escucharlo mejor.
Se aclaró la garganta, pero mantuvo los ojos fijos en la puerta.
He dicho que estoy asustado. Luego me miró con los ojos vacíos. Creo que
quieres retomar tu vida. Realmente lo creo. Pero seré sincero, no estoy preparado para
esto. Pensé que podía hacerlo, pero estaba equivocado. ¿Recuerdas cuando me hablaste
sobre esa sensación que tenías en el estómago, como si te estuvieses cayendo?
Asentí, mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.
Me he sentido exactamente así cuando has entrado aquí. Mi estómago se ha
revuelto en el momento en que he visto la ansiedad en tus ojos. Lo siento cada noche
cuando te quedas dormida.
Oh. Dios.
La caída libre susurré.
Es terrible, pero me ha aliviado tanto cuando me he dado cuenta de que solo
estabas molesta por un niño enfermo.
Suspiré profundamente y luego cerré los ojos.
Lo siento.
Salté con sorpresa cuando de repente me rodeó con los brazos.
No. Soy yo quien lo siente. Debí haberte presionado más en Maine. Levee, amo
tenerte aquí. Solo estoy asustado de que también vaya a fallarte a ti. Me abrazó
dolorosamente fuerte, escondiendo el rostro en mi cabello. No puedo perderte a ti
también.
Odiaba la idea de dejarlo más de lo que podría expresar apropiadamente jamás,
pero cuando cerré los ojos y me puse en sus zapatos, entendí por qué necesitaba que
me fuese. Y, más allá de todas las cosas de su pasado, no había nada en el mundo que yo
no fuera hacer para extinguir la caída libre por él.
Después de todo, él lo había hechor por mí.
Lo apreté fuertemente e inspiré a todo pulmón la dulzura ahumada que era la
esencia de Sam.
Volveré.
Su cuerpo se hundió con alivio.
Pero no a Maine. Fueron idiotas.
De acuerdo. A algún lugar nuevo. Me parece bien. Tal vez a algún lugar cercano
esta vez. Me besó la cima de la cabeza mientras me acariciaba la espalda.
—Pero si hago esto espero algo a cambio.
Se rio.
Lo que quieras, nena. Pídelo.
Me reí, porque con esa frase, sabía que lo tenía arrinconado.
Deja de fumar mientras no estoy.
Eres tan divertida comentó de modo condescendiente.
No estoy bromeando. No eres el único que está asustado. Luchar contra el
cáncer de pulmón contigo no es exactamente mi idea de pasarlo bien. Deja de fumar y
ambos estaremos saludables.
Joder. Fue sexy cuando le mostraste ese lado malvado a Lexi. A mí... no tanto.
Sam...
Farfulló audiblemente.
Biiiiien. De todos modos le prometí dejarlo a mi madre. Supongo que esto es
matar dos pájaros de un tiro y todo eso.
Me acurruqué aún más en su pecho.
Me encanta cuando me llamas pájaro y tratas de pegarme un tiro.
Bajó la mano suavemente por mi espalda.
Me lo imagino. Siempre has sido más retorcida que yo.
Entonces, ¿realmente vamos a hacer esto? le pregunté, alzando la mirada
hacia él.
Estoy dentro si tú también lo estás, Levee. No hay nada que no haría por la paz
mental que me dará el que vayas a conseguir ayuda.
Me mordí el labio y aparté la mirada. Odiaba saber que estaba preocupado por mí
de ese modo, casi tanto como amaba saber que le importaba lo suficiente para
preocuparse así. Era un gran chico.
Mi chico. Una sonrisa creció en mis labios.
¿Eso incluye finalmente despiezar veinticuatro mil dólares en guitarras?
pregunté, posando la mirada en mis cuatro Gibsons alineadas, intactas, contra el
muro.
¡Vaya! Ahora, simplemente te estás volviendo loca. Una sonrisa malvada se
formó en sus labios hinchados y todo su enfado anterior y ansiedad desaparecieron
completamente.
Se me cortó la respiración. Dios, era magnífico.
Le sujeté su fuerte mandíbula.
Debe de haber un millón de mujeres ofreciéndose a ti. ¿Cómo no estás casado y
con una avalancha de niños en este momento?
Increíblemente, su sonrisa creció aún más.
Todavía no te había conocido. Se encogió de hombros antes de tomar mi boca
en un beso reverencial.
Bueno, para Sam pudo haber sido simplemente un beso. Pero para mí, fue
definitivamente reverencial, porque todo el tiempo que sus labios estuvieron en los
míos, le agradecí a cualquier Dios que llevaba nuestro loco universo, por guiarlo hasta
mí en ese puente todas esas noches antes.
Sam
—¿Y estás seguro? Vas a tener que instalar una puerta de seguridad y todo. ¡Va a
arruinar por completo la sensación casera cuando estaciones en tu entrada! —gritó
Levee por sobre el viento mientras conducíamos mi Jeep hacia su casa.
—Te juro por Dios, si me preguntas eso de nuevo, ¡voy a cambiar de opinión! —
grité respondiéndole—. Sí, Levee. Múdate conmigo. Trae todos tus siete mil millones de
pares de zapatos y el desorden a mi cuarto de huéspedes hasta que me vea obligado a
convertirlo en un nuevo armario para ti. —Le lancé una sonrisa sin quitar los ojos del
camino, o mi mano de su muslo.
—Me siento mal sin embargo. —Metió una pierna bajo ella mientras se giraba
para mirarme—. Al menos déjame pagar por todas las cosas de seguridad.
Me detuve en un semáforo en rojo y apreté su muslo.
—Si eso va a hacer que dejes de volverte loca por vivir conmigo, pondré toda la
maldita hipoteca a tu nombre. ¡Ahora, relájate!
Entrecerró sus ojos ante mi estallido.
—No voy a comprarte una casa, Sam.
—¿Entonces recuérdame de nuevo cuál es el punto de salir contigo? —Me
estremecí cuando su mano se disparó y me pellizcó un pezón.
Inmediatamente cruzando los brazos sobre su pecho, intentó protegerse de mi
venganza, pero simplemente pellizqué el lado de su trasero en cambio.
—¡Auch! —gritó antes de estallar en un ataque de risas.
Iba a perder la cordura con esta loca mujer.
Habían pasado tres días desde que Levee había aceptado ir a un programa de
tratamiento. Todavía no había lidiado con Devon. Ni le había dicho a nadie que iba a
alejarse de la industria musical durante un tiempo. Mantuve mi boca cerrada sin
embargo, porque había encontrado un programa para pacientes internados a las
afueras de San Francisco. No era el complejo de lujo en que se había quedado en Maine,
pero aun así era un buen lugar.
Después de una larga conversación con el director del lugar, ambos nos sentimos
cómodos con que ellos pudieran encargarse de sus problemas, así como de proteger su
privacidad mientras estaba allí. Nunca habían tenido un paciente de alto perfil como
Levee, pero nos aseguraron que eso no sería un problema.
Levee estaba firme en que estuviera involucrado en el proceso esta vez. No podía
decir que me importara. Le hacía maravillas a mi ansiedad conocer paso a paso qué
clase de ayuda estaría recibiendo. Dada nuestra situación, la nueva doctora de Levee
hizo una llamada a casa para citarnos. La doctora Spellman, era una mujer mayor
profesional hasta la medula. Dijo las cosas exactamente como eran y ni siquiera lo hizo
con una sonrisa. Maldita sea me gustaba eso de ella. No nos dijo exactamente lo que
queríamos escuchar, diciéndonos que todo estaría bien. En cambio, estableció un sólido
plan de tratamiento, señalando exactamente lo que esperaba que Levee aprendiera del
tiempo pasado bajo su cuidado. También le recomendó que pasara treinta días
completos como paciente interna y que luego cambiara a seis meses de terapia como
paciente externo.
Levee todavía tenía dudas sobre toda la cosa mientras observaba a la doctora
Spellman alejarse.
Yo, sin embargo, no las tenía.
Estaba malditamente extático.
Y, solo por esa razón, perdí mi completamente amada cabeza durante diez
segundos.
Los ojos de Levee se ampliaron mucho cuando saqué el paquete de cigarros de mi
bolsillo y, uno por uno, los aplasté en el suelo.
Cinco minutos después, casi lloré mientras lo limpiaba.
Y así fue como me encontré conduciendo en mi Jeep sin un cigarro por primera
vez. Sin embargo, sí tenía un parche de nicotina en mi brazo, la boca llena de chicle de
mango y una hermosa mujer que amaba ferozmente a mi lado. Podía vivir con eso.
Mientras estacionábamos en la puerta de seguridad en frente de la mansión de
Levee, parloteó un montón de códigos que yo necesitaría para volver esa tarde. Tenía
que ir a reUTILIZADO y firmar algo de papeleo que había estado ignorando desde que
ella había regresado, pero Levee se iba a quedar en su casa para tener las cosas listas
para la pequeña reunión para mi familia y amigos que había insistido en hacer antes de
que se fuera a la mañana siguiente.
Todavía no estaba interesada en anunciar nuestra relación a la prensa,
principalmente porque habíamos tenido mucho éxito en estar fuera del radar. San
Francisco no era LA. Los paparazis no estaban acechando en cada esquina. Justo la
noche anterior, nos las habíamos arreglado para escabullirnos a una película sin ser
detectados. Éramos solo una pareja normal que había llegado tarde, besándose en la
última fila como adolescentes, luego se fueron temprano para tener sexo en la parte de
atrás del auto, por supuesto, estaba dentro de mi garaje cuando lo hicimos, pero
definitivamente terminó la noche con su culo desnudo en mi asiento trasero de todos
modos. No tenía apuros para renunciar a las pequeñas cosas como ella.
Sin embargo, estaba decidida a conocer a mi madre y a Ryan. Y, con Ryan, venía
Meg, su esposo Ty y, por supuesto, Morgan.
Y, ya que Morgan iba a estar ahí, Levee le había convencido a Henry para que
viniera también.
—Te amo —susurró Levee contra mis labios mientras me preparaba para irme.
—Yo también te amo. Estaré de vuelta con el grupo a las cuatro. Nos a vamos a
encontrar en mi apartamento y vendremos en caravana hasta aquí.
Sonrió y asintió ausentemente.
—¿Estás nerviosa? —le pregunté.
Asintió de nuevo.
—No lo estés. Mi madre ya te ama.
Quitó una pelusa invisible de mi camisa.
—¿Le has dicho que conozco a Lionel?
—Mmmm, si lo hubiera hecho, no te diría que no estuvieras nerviosa. Te diría que
corrieras y te escondieras.
Se rio y luego me besó de nuevo.
—Sin embargo sí le he dicho que traiga un álbum de fotos.
Levee tomó aire.
—¡Sííííí! —siseó.
—Así es. Voy a sacrificar mi propia virilidad permitiéndole a mi madre que te
muestre fotos mías con el rizado Jheri solo para asegurarme de que estás cómoda.
Deberías saber que espero que expreses tu apreciación con tu boca alrededor de mi
polla esta noche.
Deslizando su mano hacia mi trasero, replico con un rápido:
—Hecho.

Después de hacer al menos una docena de recados, lo que incluyó recoger una
nevera llena de cerveza para más tarde esa noche, estaba relajándome en mi sofá,
trabajando en una nueva foto en Photoshop para Levee, cuando Ryan de repente voló a
través de la puerta. Sampson comenzó a crear un infierno solo hasta que reconoció
quien era.
—¿Qué demonios? —grité cuando la puerta se cerró detrás de Ryan.
Se apoyó contra esta como si una manada de zombis le estuviera pisando los
talones.
—Di que sí —jadeó.
—¿Qué? —pregunté, cerrando mi portátil y colocándolo a mi lado.
—Eres mi mejor amigo. Haría lo que fuera en el mundo por ti. Te amo como un
hermano. ¡Solo di que sí maldita sea!
—¿De qué estás hablando? —espeté, poniéndome de pie.
—Bien, no quería tener que hacer esto pero, ¿recuerdas esa vez en la secundaria
cuando hice tu ensayo sobre el Gran Gatsby?
—Ehh, solo hiciste mi ensayo porque rompiste el lavavajillas por llenarlo con
detergente para ropa y necesitabas que lo arreglara antes de que tu madre se enterara
—le corregí rápidamente.
Resopló.
—Esa no es la cuestión. Tenías una necesidad y me encargué de eso.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué necesitas?
Respiró hondo y enderezó el cuello de su camisa de botones.
—Necesito meterme en los pantalones de Jen Jensen y la forma en que puedes
encargarte de eso es permitiéndome llevarla a conocer a tu novia famosa.
—¡De ninguna jodida manera! ¡Solo familia!
De repente, hubo un suave toque en la puerta.
Ryan sonrió tímidamente.
—Oh, y por cierto, ya la he invitado. Acabamos de tener un fantástico almuerzo y
una caminata muy romántica alrededor del parque.
Mi boca se abrió mientras parpadeaba completamente sorprendido.
—Me besé con Jen. ¿Y quieres que la lleve a la casa de mi novia para una barbacoa?
—¿Por qué siempre tienes que recordarme que te besaste con mi futura esposa?
Fue un beso hace un año.
Me paré frente a él.
—Me agarró el trasero, hermano.
Se paró justo enfrente de mí y espetó:
—Genial. Ahora, di que sí y ella agarrará el mío está noche.
Retrocedí, sacudiendo mi cabeza y agarrándome el puente de la nariz. No podía
creer que fuera a aceptar esto.
—Solo asegúrate de que mantiene la boca cerrada, ¿sí? Levee y yo todavía no
vamos a contarle a la gente que estamos juntos.
—No hay problema. He hecho que firmara un acuerdo de privacidad. —Sonrió
orgullosamente.
Arqueé una ceja con incredulidad.
—¿Quién demonios eres? ¿Christian Grey?
Curvó sus labios con disgusto.
—¿Quién demonios eres tú? ¿Una mujer posmenopáusica? ¿Por qué sabes algo de
Christian Grey?
Fruncí mis labios con fuerza. De ninguna maldita manera iba a decirle que esa era
la película que Levee y yo habíamos visto juntos. Así que, en cambio, suspiré y dije:
—Sí. Trae a Jen.
Sus manos se alzaron al aire en victoria.
—Mi polla lo aprecia. Mucho. —Le dio unas palmaditas a mi hombro con
entusiasmo.
Justo entonces, la puerta se abrió y mi madre entró cargando un plato lleno de
ensalada de pasta con Jen viniendo tras ella.
—Ryan, cariño, creo que te has olvidado a alguien afuera.
Arrojando su brazo alrededor de los hombros de Jen, replicó:
—Por supuesto que no, Sra. Rivers. ¿Cómo podría olvidarme de una mujer así de
hermosa? —Miró hacía Jen y habló en la más ridícula voz de bebé que alguna vez había
escuchado—. Lo siento, cariño. Sam y yo teníamos algunas cosas de que hablar.
Cómo es que esa mujer no puso los ojos en blanco, nunca lo sabría, porque los
míos estaban amenazando con salirse de mi cabeza.
Diez minutos después, todos habían llegado y comenzamos nuestro ascenso a la
casa de Levee.

Supe que algo estaba mal al momento en que llegamos.


—Santo Dios —solté cuando absorbí la vista frente a mí.
“Vaya”, “Mierda”, “No puede ser” y “Santa vaca” hicieron eco detrás de mí.
Habían pasado cerca de seis horas desde que dejé a Levee y, de alguna forma,
durante ese tiempo, su patio había sido transformado en una extraña combinación de
una extravagante boda blanca mezclada con una feria estatal, completada con una
pequeña rueda de la fortuna y cada juego de carnaval imaginable. Globos de color perla
adornaban las esquinas de cada puesto, mientras unos grandes arreglos florales rosas
cubrían todas las ocho mesas bajo el enorme dosel blanco.
Mi madre me dio un codazo en las costillas.
—Tal vez debería haber traído algo un poco más elegante que ensalada de pasta…
y tal vez debí ponerme un vestido de coctel. —Levantó su barbilla hacia un hombre en
esmoquin abriendo las puertas frontales para nosotros.
—Creo que nuestra idea de una reunión puede ser un poco diferente a la de Levee
—contesté.
—¿Crees? —espetó Meg—. ¡Me he puesto vaqueros!
—¡Levee! —gritó Morgan cuando de repente ella apareció en la entrada luciendo
cada parte como la celebridad de primera clase que era, con el cabello perfectamente
peinado, un ajustado vestido blanco, tacones de diseñador, el rostro lleno de maquillaje,
y la sonrisa más falsa que había visto usar a esa mujer.
Comencé a reírme cuando sus ojos encontraron los míos.
—Denme un segundo —le dije al grupo mientras iba en su dirección.
—Hola —chilló cuando la envolví en un apretado abrazo, levantándola en el aire.
Volviéndola a poner en el suelo, pregunté:
—¿Qué has hecho?
Sus ojos parpadearon.
—Bueno, quemé el pastel que estaba intentando hacer, y luego me puse nerviosa,
así que llamé a un planificador de fiestas y… bueno, creo que he exagerado un poco.
Henry caminó al lado de ella.
—¿Un poco?
—Cállate y ve a ligar con uno de los camareros —ladró antes de tímidamente
mirar hacia mí.
Acunando mi mano en mi oreja, pedí una aclaración:
—¿Uno de los camareros?
Henry levantó su mano y movió cuatro dedos, rápidamente extendiéndola para
saludar cuando Levee se giró a mirarlo.
Estiré la mano y tomé la suya.
—¿Qué tal, hombre?
—Ya sabes, solo bebiéndome el champán de tu novia y tratando de convencerla
de que los zapatos rojos quedarían mejor con ese vestido. ¿Pero qué se yo? —Se encogió
de hombros, inclinando la copa de champán a sus labios.
Mis ojos una vez más miran a Levee.
—¿Champán?
Resopló.
—Ya he dicho que he exagerado. No me molestes. Estaba nerviosa y ese
planificador era un agresivo malvado. Le dije que venían niños y antes de saber qué
pasaba, estaban instalando una feria.
Agarré su nuca y me incliné para tocar sus labios.
—No voy a molestarte. De verdad es agradable. Completamente innecesario. Pero
bastante dulce. ¿Hay pastel?
Su cuerpo se derritió mientras envolvía sus brazos alrededor de mi cuello.
—De terciopelo rojo y chocolate.
—¡Bien! El cumpleaños de Morgan es la próxima semana. Le voy a decir que esta
es su fiesta. Les ahorrara a Ty y a Meg algo de dinero. —Le guiñé un ojo. Soltándola,
extendí mis brazos a los lados y me giré hacia mi familia—. ¡Feliz cumpleaños, Morgan!
Sus ojos se iluminaron mientras se llevaba las manos a la boca.
Como si fuera una señal, Henry salió por la puerta.
—Esperen. ¿Morgan, está aquí?
Ante la visión de él, Morgan estalló en lágrimas.
Meg y Ty se rieron.
Mi madre se llevó una mano hacia el corazón.
Las mejillas de Jen se sonrosaron mientras jadeaba.
Ryan miró hacia ella y maldijo, lanzando una mirada de rabia en dirección de
Henry.
El brazo de Levee se envolvió alrededor de mi cintura.
Y yo sonreí por lo que se sintió como la primera vez.
Levee
—Y aquí está Sam a los cuatro años. Fuimos por el “All Night Long” Lionel aquel
año. Creo que salió bastante bien. —dijo la madre de Sam mientras pasaba la página de
un enorme álbum de fotos.
Por más de una hora, ambas estuvimos sentadas en una de las esquinas de la mesa
pasando página a página la niñez de Sam. Ahí había numerosas fotos de Anne y también
del padre de Sam. Es fácil ver de dónde sacó Sam su buen aspecto, pero después de
hablar con su madre, fue fácil ver cómo salió también tal maravilloso hombre.
—Está bien. Suficiente, es suficiente. —dijo Sam mientras se paseaba al lado de
nosotras con una cerveza en una mano y una bolsa de regalo en la otra.
—¿Qué tienes ahí? ¿Cosas calientes? —le pregunté mientras coloca la bolsa de
regalo frente a mí.
—Bueno, ¿he pensado que deberíamos mostrarle a mamá nuestro álbum de fotos
también? —Me lanzó una malvada sonrisa.
—¿Tenemos un álbum de fotos? —le pregunté.
—Síp —contestó mientras su sonrisa aumentaba—. Ey, Henry. ¿Quieres ver cómo
nos conocimos Levee y yo?
Inmediatamente me levanté mientras mis ojos miraban hacia abajo a su madre.
No quiero que ella sepa cómo nos conocimos Sam y yo. Infiernos, deseaba que Sam ni
siquiera se acordara.
—Umm, ¿quizás no deberíamos hacer esto aquí?
Abrazando mi cintura, me atrajo hacia su pecho y susurró:
—No es lo que piensas.
Tragué saliva buscando en sus ojos, encontrándolos bailando con humor.
—Está bien. —Respiré hondo, sentándome otra vez mientras todo el mundo nos
miraba.
Después de alcanzar la bolsa, sacó un libro rectangular. Era del tamaño de una
matrícula y en la parte delantera, con una letra en aerógrafo, estaba escrito Sam & Levee
X siempre. Me empecé a reír, pero mientras abría el libro, mi visión empezó a
humedecerse.
Sí, Sam había estado ocupado.
Érase una vez… estaba escrito en la parte de arriba de la página. La imagen era una
de las composiciones de Sam, donde nos había puesto juntos. Y, por una vez, no me
estaba cayendo de cara. Parece que estuviéramos en una esquina de la calle y Sam
estaba sentado en el suelo con zapatos sucios, sosteniendo un vaso para monedas, con
Sampson durmiendo a su lado. Su boca caía abierta con asombro mientras me miraba.
Para mí, había usado una instantánea de uno de mis videos musicales donde
estaba vestida desde la cabeza hasta los pies como la princesa Americana que parecía
ser. Mi expresión era feroz y mis rizos flotaban fuera de mi rostro mientras mi pierna
se asomaba desde lo alto del escote de mi versión sexy de vestido de gala.
—¡Oh Dios mío! —Me reí.
La siguiente página decía: La princesa conoció a un mendigo y le dio trabajo
construyendo sus estanterías.
La imagen era de mí parada sobre él, con mis manos cruzadas, mientras él parecía
que estaba gritándome, pero en sus manos estaba el inconfundible y demacrado cuerpo
de una de mis Gibsons.
Contuve la respiración, mirándolo en pregunta.
—Solo te he hecho dos de ellos —me explica—. Pensé que podías firmar los otros
dos y donarlos a una subasta de caridad o algo. Hacernos sentirnos mejor sobre destruir
veinticuatro de los grandes.
Ante eso, mi visión hizo más que solo humedecerse. Una lágrima rodó por mi
mejilla mientras una enorme sonrisa se extendía por mis labios.
Sam usó su pulgar para limpiarlo, susurrando:
—Me alegro de que lo apruebes.
Volviendo al libro, pasé la página para encontrar la frase: La princesa no se dio
cuenta de lo mucho que podría gustarle la cerveza y el pollo del mendigo.
Estallé en risas con la foto de Sam en un pantalón que le colgaba caderas abajo.
Estaba sin camisa y sus abdominales se encontraban flexionados imposiblemente
apretados y, si no estaba equivocada, habían sido un poco inflados también. Incluso
detrás de la botella de su cerveza que estaba levantado hacia sus labios, pude ver su
sonrisa. No tengo ni idea de cómo había encontrado una foto en la que estaba sobre mis
manos y rodillas, pero de alguna manera lo hizo y me colocó directamente frente a él. Si
no fuera por el pollo que parecía estar cazando entre sus pies, podría ser definida como
clasificación X.
Henry repentinamente chilló detrás de mí:
—Voy a necesitar una copia de este libro.
—Considéralo hecho —le dijo Sam sin vacilar.
La siguiente página decía: Y ahí fue cuando la princesa empezó a enamorarse del
mendigo.
Inmediatamente reconocí la foto como la primera que me envió. Todo el mundo
alrededor de nosotros se empezó a reír, pero la calidez me bañó con el recuerdo. En las
siguientes páginas estaban el resto de las fotos que me había enviado mientras me
encontraba en Maine. Cada una fue etiquetada con: Y cayendo…
Con cada página, el grupo se reía más alto, pausando para señalar algo gracioso,
como pollos al azar escondidos en el fondo. De todas formas, no pude despegar mis ojos
de él; en persona o en fotos. En la pequeña historia de Sam, era la princesa y él el
mendigo; pero en ese momento, con sus amigos y familia apiñados alrededor de
nosotros, me di cuenta de que él era el rico. Definitivamente era la más pobre en nuestra
historia real. Sin embargo, no importaba. Nunca había estado más orgullosa de llamar a
alguien mío en toda mi vida.
Después de muchas páginas, la frase cambió a: Pero las buenas noticias son que él
también se estaba enamorando de ella.
Las siguientes páginas eran unas nuevas imágenes que nunca antes había visto.
Y eran impactantes. No porque realmente me veía bien, sino porque eran fotos de
nosotros. Fotos reales. Empezaban con una selfie nuestra que fue tomada fuera de un
cine antes ir a ver Cincuenta Sombras de Grey unas noches antes, solo que Sam nos había
puesto en la alfombra roja, a lo que parecía como el estreno, y añadió una par de esposas
enganchadas en la muñeca que tenía posada sobre mis hombros.
Ryan se echó a reír, chocándole los cinco a Sam que le dejó colgado.
La página siguiente decía: Y cayendo...
Era una imagen de mí durmiendo, acurrucada en una bola en la cama de Sam. Solo
un lado de su rostro era visible mientras besaba mi nariz. Mi corazón empezó a fundirse
ante algo tan dulce, pero una risa burbujeó de mi garganta mientras me acercaba,
dándome cuenta de que había añadido un hilo de baba que salía de mi boca y una
mancha de humedad en la almohada.
Mi mano inmediatamente se deslizó hacia arriba y le pellizqué el pezón. Supuse
que los míos estaban seguros ya que su madre estaba sentada a mi lado. Pero Sam no
dudó antes de extender la mano para pellizcar el mío también.
—¡Sam! —Su madre le golpeó con fuerza el brazo, pero él simplemente se encogió
de hombros, completamente imperturbable.
Riendo, pasé la última página del libro, sólo para congelarme cuando miré la
imagen frente a mí. Mi corazón empezó a correr y las mariposas, frenéticas, se
revolvieron en estampida en mi estómago.
No era en la última imagen en absoluto. Solo era una imagen de Sam en esas
mismas ropas sucias del principio, y estaba de pie en una joyería, entregando la correa
de Sampson y una caja llena de pollos a cambio de un enorme anillo de compromiso de
diamantes.
Su madre jadeó.
Pero yo no tenía absolutamente ningún aire en mis pulmones. ¿Estaba
pidiéndome que me casara con él? Era demasiado, demasiado pronto, pero la palabra sí
ni siquiera estaba al borde de la punta de mi lengua. Estaba en el bloque de salida, lista
para salir disparada de mis labios en el momento en que abriera la boca.
La leyenda decía: Y, finalmente, ese mendigo vendió todas sus escasas pertenencias
solo para ser capaz de permitirse el lujo de mantener a esa princesa para siempre.
Mientras lentamente inclinaba la cabeza para mirarlo, otra lágrima traicionera se
escapó de mi ojo, dando a Sam mi respuesta a su pregunta no formulada.
Sonriendo cálidamente, levantó el pulgar hacia mi mejilla, limpiando el rastro
húmedo antes de presionarlo en mis labios.
Susurrando, dijo:
—Eso es lo que pensaba. Pero sólo quería comprobarlo. Dale la vuelta a la página,
Levee.
No quería darle la vuelta a la página en absoluto.
Pero, al mismo tiempo, nunca en mi vida había querido algo tanto.
Estaba aterrorizada porque sólo estuviera apresurándose. Teníamos tantas cosas
ahora mismo. Mucho más que superar. Ni siquiera sabía lo que era realmente estar
conmigo. Hasta ahora, habíamos estado viviendo en una pequeña burbuja perfecta de
soledad. ¿Qué pasaba si a Sam no le gustaba la vida en el centro de atención? ¿Y si no
podía confiar en mí cuando la prensa intentara arruinarnos con los rumores?
Necesitábamos más tiempo.
Es demasiado pronto.
Iba, sin duda, a decir que sí sin embargo.
Y, mientras viviera, nunca lo lamentaría.
Sabía, desde el fondo de mi alma, que Sam era el resto de mi vida. Todo lo demás
empezaría a encajar.
Caeríamos juntos hacia arriba.
Así, respirando hondo, pasé la página.
Entonces me puse totalmente a llorar.
Saltando a mis pies, eché mis brazos alrededor del cuello de Sam mientras me
abrazaba fuertemente contra su cuerpo.
No había ninguna propuesta.
Pero definitivamente había una promesa.
Y, en ese momento, era mejor que cualquier anillo que podría haber puesto en mi
dedo.
No había ninguna imagen. Era sólo una página en blanco con las palabras:
Continuará. (En treinta días).
—Bueno, eso ha sido decepcionante —dijo Henry bromeando.
Todavía estaba abrazando a Sam imposiblemente fuerte cuando la mano de Meg
le dio palmadas en el hombro mientras comentaba:
―¡Eso ha sido malvado!
No lo fue.
Fue tan nosotros.
Y, más que eso, añadió un engranaje completamente diferente a mi ánimo para
poder lograr superar el próximo mes.
Fue el mejor regalo que podría haberme hecho.
—Te amo tanto —murmuré en su cuello.
Se rio entre dientes.
—Puedo notarlo.
—Gracias por no proponérmelo.
Se rio un poco más fuerte.
—De nada, Levee.
—Por favor, no vendas a Sampson para comprarme un anillo. Y, para que lo sepas,
no estoy segura de que me casaría contigo sin el pollo. Así que por favor, quédate con
eso también.
—Anotado. —Me apretó con fuerza antes de soltar su agarre.
Me alejé, repentinamente consciente de nuestra audiencia y mi maquillaje,
probablemente corrido por el lado de mi rostro.
—Entonces, ¿quién quiere comer?
—¡Yo! —gritó Morgan.
Después de recoger mi nueva preciada posesión de la mesa, sujeté su mano.
—Vamos, preciosa.
A medida que nos alejamos podía oír a la madre de Sam regañarlo por la no
propuesta.
Él sólo se rio.
—Para, mamá. A ella le ha encantado.
Realmente, me ha encantado.

La fiesta estaba disminuyendo y Morgan justo había acabado de soplar las velas
de su improvisada tarta de cumpleaños. Henry y yo estábamos alrededor de ella,
haciendo fotos para que pueda enseñar a sus amigos, cuando hubo un furioso golpeteo
en la puerta. En un principio, supuse que era alguien más que Sam había invitado ya que
claramente había pasado la seguridad de la entrada, pero al momento que se balanceó
abierta, me di cuenta de que debí haber cambiado mis códigos y llaves con prioridad.
Devon irrumpió dentro, apuntándome con una mirada criminal antes de que
tuviera la oportunidad de decir un hola. O mejor un vete-a-la-mierda-fuera-de-aquí.
—¡Joder, te has casado con él! —gruñó, paseando sus ojos por mi vestido y
dándose la completamente mala idea sobre qué clase de fiesta estábamos teniendo.
Y porque estaba aún dolida por la pequeña artimaña que me había hecho en
Maine, por no mencionar su salida gritándome delante de toda la sala llena de gente,
conteste:
—Sí. Y tú no estás invitado. Vete.
—Desagradecida perra —espetó antes de tropezar balanceándose, apenas
aguantándose de pie apoyado atrás en la pared.
¿Estaba borracho? Nunca lo había visto beber.
Henry y Sam se apresuraron ambos adelante.
—¡Ey! Cuida tu boca —gruñó Sam.
La mirada de Devon se movió rápidamente a Sam justo unos segundos antes de
que su puño torpemente pasara por el aire. Sam fue capaz de moverse del camino.
Henry no tuvo tanta suerte.
—¡Oh Dios! —jadeó toda la sala cuando Henri, tropezó hacia atrás, ahuecando su
mandíbula.
Ryan y Ty saltaron en su dirección. Por suerte, de ningún lugar en concreto, Carter
llego disparado, envolviendo a Devon en un abrazo de oso desde detrás antes de tirarlo
al suelo.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —gritó Devon desde el suelo mientras Carter
lo mantenía en el lugar con una rodilla en su espalda—. ¡Te amo!
—¿Tú qué? —le grité en respuesta más confundida que nunca.
—Oh, joder —murmuró Henry aún frotándose la mandíbula.
—Hubiera renunciado a mi vida por ti, Levee. Me he pasado cada minuto despierto
a tu lado. Soy un maldito guardaespaldas, no tu sirviente. O incluso tu chofer o
mayordomo. Pero me aguanté y lo hice por ti porque te amo.
Mi cabeza estaba dando vueltas, pero él continuó antes de tener la oportunidad
de ponerme al día. ¿Devon me ama?
—Me mantuve detrás y te vi desfilar un idiota tras otro por ahí durante tres
malditos años, pero sabía que con el tiempo me ibas a ver como algo más. Siempre he
estado ahí para ti. Y tú te has enamorado de algún idiota suicida al que conociste
mientras intentabas tirarte de un puente. ¿Qué pasa contigo?
La caída libre no solo me encontró a mí, se tragó la habitación entera.
—¡Oh, Dios mío! —gritó la madre de Sam, poniendo su mano encima del corazón.
El rostro de Sam palideció mientras decía rápidamente:
—No es lo que tú crees mamá. —Apresurándose hacia ella, la arropo en su
pecho—. Juro por Dios que no es lo que estás pensando.
—Vamos. Vamos fuera. —Meg tomó la mano de Morgan—. Ty, Ryan, Jen. Vamos.
Ryan fulminó con la mirada a Sam.
—Jura por Dios que no me has mentido —le rogó, cruzando sus manos en el pecho
mientras el resto de ellos salían de la habitación.
Sam solo inclino la cabeza hacia él e impacientemente entrecerró sus ojos.
Ryan asintió, levantando sus manos en rendición antes de echarse atrás.
—Miente mama. Nada de eso ha pasado. —Sam miró hacia mí con los ojos
ampliamente abiertos mientras sostenía a su madre en sus brazos.
Pude verlo en su mirada que quería contarle la verdad y asegurarle que no iba a
perder el único hijo que le quedaba de la misma manera que había perdido a su marido
y su hija. Pude ver también que no quería revelar mi secreto en el proceso.
—Tonterías —balbuceo Devon.
Y ahí fue cuando me di cuenta.
Realmente era una tontería.
Todo esto.
El hecho de que había pasado.
El hecho de que lo estuviera escondiendo.
El hecho de que Devon estaba intentando usarlo como una excusa por la que me
había enamorado de Sam.
Todo eran tonterías.
—Devon, eres un idiota. Porque yo también te quiero.
La cabeza de Sam, se giró de golpe hacia mí.
—¿Disculpa?
Hice una señal de callarlo y seguí hablando:
—Quizás no de la manera en que tú me quieres pero aún es amor. Tú y Henry erais
las únicas personas con las cuales podía contar sin preguntar. Me hubiese gustado que
hubiera sido un hombre y me hubieras dicho algo en vez de actuar como un niño tirando
de las coletas en tu rabieta. ¿Sabes por qué no he devuelto ninguna de tus llamadas o ni
siquiera he hablado contigo sobre la mierda en que me metiste en Maine? Porque estaba
asustada de que podía significar que tenía que despedirte. Estaba esperando poder
tranquilizarme y hablar contigo las cosas a nivel personal, pero, esta noche, has venido
en mi casa… borracho… ¿lanzando mentiras e insultos? —Moví mi cabeza con
disgusto—. Gracias. Me has hecho pasar vergüenza en frente a algunas personas
realmente asombrosas, pero has hecho mi vida mucho más fácil. Devon, estás
despedido. —Enderecé mis hombros y miré a Carter—. Sácalo fuera de aquí.
—Levee, espera —suplicó Devon mientras Carter lo empujaba de pie.
—Henry, ¿quieres presentar cargos? —le pregunté mientras venía hacia mí.
—No —contestó, poniendo su brazo alrededor de mi hombro en muestra de
solidaridad.
—Muy bien entonces. Devon, si alguna vez apareces en mi propiedad de nuevo,
voy a llamar a la policía. Te haré que te arresten y presentaré cargos.
Sostuve su mirada durante unos cuantos segundos para reforzar cuan en serio iba.
Mi corazón todavía se estaba rompiendo, pero me lo tragué porque tenía que
hacerlo.
Yo no era Spiderman.
No podía arreglar la forma en que se sentía Devon hacia mí.
No podía seguir teniéndolo de empleado solo porque me sentía culpable.
Podía, sin importar cómo, hacer lo que era mejor para mí.
—Lo has hecho bien —me susurró Henry mientras Carter conducía a Devon por
la puerta.
Mis hombros se aflojaron pero mi estómago se retorció.
—Sra. Rivers, lamento que haya tenido que presenciar esto, pero lo que ha dicho
era la verdad… de alguna manera.
—Levee, déjala —me advirtió Sam.
—No. Primero que nada, con la forma que esto ha salido, le doy tiempo hasta
mañana hasta que Devon vaya a la prensa para sacar toda mi mierda. En segundo lugar,
no mientas a tu madre por mí. Sra. Rivers, Sam y yo nos conocimos en lo alto de un
puente. Estaba ahí de luto por Anne. Yo estaba ahí para suicidarme… creo. No lo sé en
realidad porque nunca llegué tan lejos. Sam ha salvado mi vida en más maneras de las
que le puedo contar, y mañana, me iré a una clínica de tratamiento en un intento
desesperado para conseguir controlar mi vida. Me he estado ahogando durante mucho
tiempo y su hijo no solo ha soplado aire en mis pulmones, sino que me ha sacado del
agua también. Ha educado a una persona maravillosa y estoy haciendo todo lo que está
en mi poder para llegar al lugar donde pueda ser una mujer como se merece. Debería
estar verdaderamente orgullosa.
—Vaya —suspiró su madre mirando a Sam.
Sonreí forzadamente, siguiendo la mirada a sus ojos.
Había pura adoración en cada milímetro de su hermoso rostro.
—Estoy tan jodidamente orgulloso de ti —me felicitó.
—No hables demasiado pronto. Creo que necesitamos hacer algún comunicado de
prensa antes de que Devon tenga la oportunidad de vender toda su información. Me
gustaría que estuvieras ahí así al menos no te puede usar en alguna clase de venganza
contra mí.
La sonrisa de Sam creció.
—Levee Williams, ¿me estás pidiendo ser tu novio público no solo tu amante
secreto?
—Ugh —dijo su madre, saliendo de sus brazos.
—Creo que sí. —Sonreí—. Creo que estoy preparada para que el mundo intente
apartarte de mí.
Los labios de Sam se curvaron aún más mientras legaba a mí. Usando mi barbilla
para inclinar mi cabeza hacia atrás, colocó un beso en mis labios después dijo con
arrogancia:
—Los desafío a que lo intenten.
Sam
Después de un millón de disculpas de Levee, mi familia decidió terminar la noche.
Antes de que mi madre se fuera, apartó a Levee a un lado y tuvo una pequeña charla con
ella. Ambas terminaron llorando y abrazándose antes de que mamá por fin se fuera.
Mientras los observábamos alejarse, ella apoyó su cabeza en mi hombro y dijo que
nunca tendría permitido conocer a sus padres. Me reí, luego la arrojé sobre mi hombro
y subí la escalera caracol hasta su dormitorio.
Me encantaría decir que la desnudé y bloqueamos el mundo exterior mientras nos
enredábamos en las sabanas. Sin embargo, cuando la deposité en la cama, Henry estaba
descansando junto a ella. Y, mientras me acostaba al otro lado de ella, supe que las cosas
eran malas cuando Henry ni siquiera se movió ante la broma de un trío.
—Entonces, ¿estás segura sobre esto? Quiero decir, ¿de verdad crees que Devon
te vendería de ese modo? —le preguntó al techo.
—No lo sé. Hace dos horas, no. Pero ahora… no estoy segura. ¿Cómo demonios no
supe que él estaba enamorado de mí?
Deslizando mi brazo bajo su cabeza, dije:
—Te dije que él era tu Kevin Costner.
—Oh, cállate —bromeó, rodando a mi lado.
—Si de algo sirve, creo que estás haciendo lo correcto. Esconderse no ayuda a
nadie —dijo Henry, bajándose de la cama y moviéndose hacia la silla en la esquina—.
¿Todavía planeas alejarte por un tiempo?
La cabeza de Levee se inclinó hacia atrás para mirarme. Mientras sostenía mi
mirada, le respondió a Henry:
—Si. Realmente creo que debo hacerlo.
—Bien. Entonces llama a Stewart. Haz una declaración oficial. Ponla en todos
lados, y luego mejórate así puedo dejar de pasar mis fines de semanas solo con ustedes.
Me está poniendo cachondo. Ni siquiera puedo recordar la última vez que tuve sexo.
—Martes. El fotógrafo —le informó ella—. Me contaste la historia en detalle el
miércoles.
Henry sonrió con afecto.
—Ah sí. Debería llamarlo.
Ella volvió su atención hacia mí.
—¿Estás seguro que estás listo para todo esto? Lo entendería por completo si
quieres quedarte fuera de ello.
—¿Qué tengo que perder, Levee? Estoy en esto contigo al cien por cien, y si eso
significa que dejarás de esconderte y tendremos una vida… juntos, estoy listo para todo
eso contigo. —Sonreí, besando la punta de su nariz—. Y sí, firmaré la cesión de derechos
de autor por eso también.
Con un gemido, ella alzó su teléfono para marcar.
—Nah. Puedes quedarte con esa. No ha sido tan genial.
—¡Que! —exclamé
—Sí, no es tu mejor trabajo. En realidad deberías haberlo intentando más fuerte.
—¿En serio?
—Oh, vamos. No me mires así. Eso no ha estado ni siquiera cerca de “quiero luchar
contigo”. Lo siento, Sam. Creo que eras chico de un solo hit.
—Bueno, supongo que no todos podemos ser como Levee Williams. —Le hice
cosquillas hasta que rodó fuera de la cama con el teléfono en su oreja.
—¿Stewart? Tenemos que hablar.
Durante más de una hora, Levee caminó por la habitación, hablando por teléfono.
Henry se quedó sentado en la esquina, alternando entre escucharla a ella y susurrar su
opinión. Me senté silenciosamente en la cama, preguntándome de qué demonios
estaban hablando. Yo era un chico inteligente. Pero juro que estaban hablando en un
idioma diferente. Por lo que entendí, estaban debatiendo los pros y los contras de qué
detalles debería dar Levee en su declaración oficial.
Finalmente, cuando colgó, puso su barbilla en su pecho y anunció:
—Y ahora, esperamos.
—¿Eso es todo? —pregunté, levantándome para abrazarla.
—Sí. Mis publicistas harán el resto.
—Déjame saber si necesitas algo. Voy a ver si el sexy fotógrafo envía fotos sucias.
—Henry frotó sus palmas juntas antes de bajar al salón a sus dormitorios; en plural.
Cuando Levee había dicho originalmente que necesitábamos dar un comunicado
de prensa, no había estado seguro de qué esperar, pero seguro como el infierno que no
era yacer en la cama mientras mirábamos nuestras cuentas en las redes sociales.
—Oh, oh, oh. Ya lo han subido —dijo, sentándose en la cama.
Cuando actualicé mi cuenta de Instagram de reUTILIZADO, apareció una
notificación de que había sido etiquetado en una foto.
Era una foto de Levee y yo de más temprano esa noche. Estaba bastante seguro de
que Meg la había tomado con su teléfono, pero era impresionante. Estábamos
abrazados mientras hablábamos con Henry. Yo estaba sosteniendo una cerveza y
riendo, y Levee estaba de puntillas, besando mi mejilla, su sonrisa visible incluso de
costado. Mi brazo estaba alrededor de su cintura, y su mano colocada amorosamente
en mi estómago.
El mensaje decía: Había una vez… me enamoré de Spiderman. #HistoriaVerdadera.
Sabía que Levee no había subido la foto. Alguna publicista o asistente en algún
lado había presionado el botón mágico, compartiendo nuestro momento íntimo con el
mundo.
Pero sabía con absoluta certeza que Levee había escrito el mensaje, incluso
aunque era un montón de mierda, lo significaba todo para mí.
Tomando mi mano, entrelazó nuestros dedos.
—No me dejes ir. Sin importar qué, ¿está bien?
Mirando a sus ojos color Whisky que representaban el resto de mi vida, supe que
solo había una sola respuesta.
—Nunca.
Mi vida cambió esa noche.
Ella tenía razón.
Todo era diferente.
Pero, incluso cuando nuestra foto apareció en la pantalla mientras la estación de
noticias comunicaba que Levee Williams iba a ser ingresada a un programa de
tratamiento mental por depresión y posible intento de suicidio, una sola cosa
permanecía intacta.
Nosotros.
Ella dibujó círculos en mi pecho mientras nos quedábamos despiertos hasta altas
horas de la noche, riendo y hablando como dos personas locamente enamoradas.
Y, al final del día, eso es todo lo que realmente éramos.
Nuestra relación no tenía nada que ver con el estatus de celebridad de Levee o mi
falta de ella.
Ella no era la princesa.
Y yo no era el mendigo.
Ella era solo una chica triste a quien le gustaba escribir canciones.
Y yo no era nada más que un simple chico que era lo suficientemente afortunado
para que ella se enamorase de él.
Sam
Levee llevaba fuera treinta días.
Treinta increíblemente caóticos días.
La primera semana había sido dura. Igual que en Maine, Levee había estado en un
periodo de censura donde no tenía su teléfono móvil. Aunque probablemente fue lo
mejor, porque el mundo se ha vuelto loco por todo sobre Levee... y Sam.
Yo simplemente me había vuelto loco por un cigarro. Un ansia que resistí... a
penas. Dejar de fumar estaba siendo la cosa más dura que jamás había hecho. E incluso
un mes después, no estaba seguro de que realmente lo conseguiría. Pero seguía
resistiendo. Le había hecho una promesa a la única mujer de mi vida y aunque llegase
la guerra nuclear o el apocalipsis zombi, iba a mantener mi pacto.
Aunque el desastre del fin del mundo parecía más fácil. Dios, es duro.
Pero volviendo a mi nuevo estatus de celebridad... incluso si era miserable, estaba
libre de humo.
Con la excepción de los pedidos online de reUTILIZADO, no explotó nada después
de que Levee hubiese revelado la verdad sobre su repentina salida de la música. Como
si nada, el público se concentró a su alrededor. Hubo un gran torrente de apoyo y a su
vez, sí, un torrente de críticos predecían que esto era todo una gran maniobra
publicitaria, pero la mayor parte, todo el mundo ofrecía su apoyo. Incluso los fans que
me odiaban. Pero especialmente los que pensaban que yo creaba unicornios.
Los reporteros no acampaban fuera de mi entrada como Levee había temido, pero
había bastante gente interrogándome para saber de ella. Había tenido que cambiar mi
número de teléfono tres veces y, más de una vez, me había seguido un fotógrafo
mientras llevaba a Sampson al parque. Simplemente sonreía y continuaba.
Había conseguido a la chica. Se iba a necesitar más de unas cuantas fotografías
para hacer que me rindiese.
Conseguí mi primera portada de los tabloides la segunda semana. Era una historia
completamente inventada sobre cómo, en realidad, era el acosador de Levee del que se
había enamorado después de retenerla durante un fin de semana. Estaba relativamente
seguro de que no conocían nuestra broma sobre el acoso, pero a Levee y a mí nos hizo
mucha gracia ese artículo. Era un encantador pedazo de mierda que enmarqué
inmediatamente sobre nuestra cama.
Por lo que podíamos decir, Devon nunca fue a la prensa con nada. Todos nuestros
verdaderos secretos seguían siendo nuestros. Había millones de especulaciones de
cómo nos habíamos conocido Levee y yo, especialmente una vez que los periodistas
empezaron a rebuscar en mi pasado, pero a ni una persona se lo ocurrió la fórmula
mágica que acabó con nosotros juntos de pie en ese puente. Supongo que Devon
realmente la amaba, o al menos amaba ganarse un sueldo. A pesar de instarle lo
contrario, Levee le dio una brillante recomendación. Argumentaba que sus problemas
eran personales y no profesionales. Aunque me negué al principio, estuve feliz de
escuchar que había conseguido un trabajo con una gran firma de seguridad a más de
dos mil kilómetros de distancia en Chicago. Ya no tendría que preocuparme porque
apareciera en nuestra puerta aleatoriamente, agobiando a Levee.
Desafortunadamente, había muchos otros para ocupar ese papel.
El tercer fin de semana desde que Levee se marchó, finalmente tuve que conocer
a sus padres. Bianca y Kyle Williams decidieron pasare para una visita sorpresa.
Levee había estallado en lágrimas y no podía decir que la culpase.
Eran... horribles.
No me malinterpretes. Amaban a Levee y estaba bastante seguro de que Levee
también los amaba, pero tenerlos alrededor era increíblemente agotador. Su madre se
paseó, gimió, se quejó y regañó todo el tiempo que estuvo allí. Sermoneó a la doctora
Spellman sobre la importancia de usar accesorios incluso mientras trabajaba. Y en el
momento en que me quité la chaqueta, curvó los labios con disgusto. Levee perdió la
cabeza cuando Bianca le preguntó cuántos de mis tatuajes los había conseguido en
prisión. La mujer era miserable y por lo que Levee contaba, simplemente le gustaba
asegurarse de que los demás se sintiesen igual de mal que ella.
Kyle Williams se sentó en la esquina, mandando silenciosamente mensajes con su
móvil, solo dejándolo el tiempo suficiente para tratar de ofender a Bianca, lo que, en
cambio, la provocaba aún más. Ni siquiera nadie pudo intervenir porque discutieron en
toda la visita de dos horas.
Es cierto momento, estaban discutiendo tan alto que no había otra cosa que hacer
más que reír. Levee me frunció el ceño desde el otro lado de la habitación, donde estaba
tratando de mantener la paz.
Después de hacer exageradamente una cruz sobre el pecho, susurré:
—Nunca seremos como ellos.
Todo su cuerpo flaqueó pero curvó los labios en una sonrisa. Se dio por vencida
en tratar de intervenir y se unió a mí en el sofá. Mientras continuaban peleando, Levee
y yo nos ocupamos de un torneo muy serio de guerra de pulgares. Ganó aunque yo creía
que había hecho trampas. De algún modo.
Durante esas semanas de separación, me enamoré aún más de Levee de lo que
había pensado que era posible. Cada noche, pasábamos al menos una hora al teléfono
hablando de todo. Fue durante ese tiempo cuando me di cuenta de lo poco que la
conocía. Probablemente había una manada de sus fans que podrían darme una paliza
en un juego de preguntas sobre la mujer con la que tenía toda la intención de casarme
algún día.
Estaba bien con eso. Sabía todas las cosas importantes.
Tenía que preguntarle cómo le gustaban los huevos y a qué pandilla había
pertenecido en el instituto, pero sabía cómo hacerla reír con una broma estúpida o
cómo hacerla sonrojarse con un simple toque.
Conocía su corazón.
Y sabía que me pertenecía.
Treinta días, casi a la misma hora a la que le dejé, llegué para recogerla.
—¡OhDiosmíoOhDiosmíoOhDiosmío! —dijo apresuradamente Levee con
nerviosismo en el momento en que entré en la oficina de la doctora Spellman.
Me congelé y la miré con preocupación.
Cortó a la doctora Spellman con la mirada antes de volverse hacia mí.
—Estoy en problemas, ¿no?
Negó.
—He tenido una idea. —Si la tímida entonación de su voz era un indicio, no era
buena... incluso si sus ojos brillaban con entusiasmo.
La doctora Spellman se levantó y se encaminó hacia la puerta.
—Voy a dejaros solos para discutir esto. —Se detuvo justo antes de alcanzar la
puerta y me dio una mirada intencionada—. Escúchala, ¿de acuerdo?
Oh, joder. Esto no es bueno. Incluso la doctora está metida en ello.
—Siéntate. —Levee estiró el brazo para tomar mi mano.
—Me estás poniendo nervioso.
Sonrió, empujándome al sofá.
Luego supe que era mucho peor que malo. No se sentó junto a mí. Pasó una pierna
sobre mis caderas y se sentó encima de mí.
—No estés nervioso. —Se inclinó y me dio un ligero beso en los labios.
Sujetando sus caderas, le di un apretón alentador.
—Escúpelo.
Y lo escupió, lo hizo.
—Quiero sacar un disco el año que viene.
Cerré los ojos y recliné la cabeza contra el sofá.
—¿Qué ha pasado con el descanso, Levee?
—Estoy llegando a esa parte. —Me pellizcó juguetonamente el pezón.
Sin embargo, no estaba sintiéndome para nada juguetón.
Estaba ansioso y frustrado.
—Entonces llega ahí —farfullé, abriendo los ojos y pellizcándole el pezón.
—Diez canciones. Sin fecha límite. Cuando esté acabado, está acabado. Sin
publicidad. Ni siquiera una sesión de fotos para la portada. Un lanzamiento sorpresa.
Sin gira. Ni entrevistas. El disco hablará por sí solo.
Mientras que todo esto eran realmente grandes razones para convencerme —
pero tal vez no para un disco—, no respondían mi mayor preocupación.
—¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no seis meses después de que termines con
lo de ser un paciente externo?
Descansó la frente contra la mía.
—Porque creo que será más terapéutico para mí que ninguna otra cosa. La
doctora Spellman está de acuerdo.
Me reí sin humor.
—¿Qué tipo de vudú has tenido que hacer para que lo apruebe?
—Ninguno. Le he contado mis ideas. Me ha hecho unas cuantas preguntas. Y luego
ha dicho que estaba bien.
Dejé salir un suspiro.
—¿Y cuáles son esas ideas, Levee? Convénceme, porque ahora mismo, no estoy
muy seguro de que concuerde con la buena doctora.
—Lo harás. —Sonrió con confianza—. ¿Sabes que nuestro puente es el único en
nuestro país sin una barrera de prevención contra los suicidios?
Desafortunadamente, lo sabía. Era uno de los hechos que me había obsesionado
tras la muerte de Anne.
Asentí.
—¿Sabes que la ciudad ha aprobado un plan para colocar una? ¿Pero que es
ridículamente cara y que el estado no ha sido capaz de financiarlo aún?
Ahora, eso era algo que no sabía.
Negué.
—The Fall Up.
—¿Qué?
—The Fall Up. Ese es el nombre de mi disco. Voy a escribir diez canciones sobre
mi trayecto hasta la cima de ese puente. Luego mi viaje hacia abajo. Quiero contarlo
todo. Empecé a escribir hace unas noches y a este ritmo, estará acabado en unas
semanas. —De repente se bajó de mi regazo, se puso de pie y empezó a pasearse frente
al sofá—. Dios, se siente liberador, Sam. Moldear todo el dolor y la oscuridad en algo
positivo. —Alzó los ojos y se detuvo—. Quiero ayudar a la gente, pero tienes razón.
Tengo que convertir mi vida en una prioridad. Pero, ¿por qué no puedo hacer ambas
cosas? Esas dos cosas no tienen que ser mutuamente excluyentes. Así que, con The Fall
Up, propongo tener la liberación terapéutica de contar mi historia a través de la música
y donar cada centavo que haga, así nadie podrá volver a usar ese puente como arma.
De repente, en mi garganta se formó un nudo de emoción. No podía precisar qué
emociones había exactamente, porque nunca en mi vida había sentido nada como esto.
En ese momento, incluso mientras los recuerdos de Anne me destrozaban, me
enamoré aún más de Levee Williams. No debería haber estado sorprendido por esta
idea suya.
Era considerada.
Inteligente.
Hermosa.
Buena.
Valiente.
Exactamente como Levee.
Tragué saliva con fuerza, luchando por mantener mi hombría intacta y todas las
malditas lágrimas a raya. Pero mierda, estaba abrumado.
Tampoco debería haber estado sorprendido por ello.
Era definitivamente Levee.
Levantándome, la abracé con fuerza, poniendo su cabeza en la curva de mi cuello.
Ni siquiera tuvo elección en el asunto. Aunque tampoco luchó precisamente conmigo.
—Puedo manejarlo, Sam. Lo juro por Dios. De verdad será algo muy bueno para
mí. Y, si en algún punto, lo llevo demasiado lejos sé que estarás allí para volver a
centrarme. Por favor, di que sí.
Después de aclararme la garganta, respondí la única cosa que posiblemente tenía
sentido:
—Cásate conmigo.
Levantó la cabeza de golpe, sorprendida.
—¿Qué?
Tomándole el rostro, repetí:
—Cásate conmigo.
—¿Qué...? ¿Por qué?
—Porque te amo. Porque me amas. Porque cada segundo que no eres mi esposa,
desde este momento, será agonizante. Porque estoy preparado para empezar nuestra
vida juntos. Porque no tengo el más mínimo sentido del romanticismo y simplemente
suelto mierdas como esta, pero juro por Dios que nunca en mi vida he querido decir
nada que significase más. Levee, cásate conmigo.
Sus ojos brillantes se llenaron de lágrimas. Una bajó por la esquina de su ojo,
dándome la respuesta que sabía que recibiría, aliviando todo mi mundo.
Su voz estaba llena de emoción mientras trataba de bromear:
—¿Pero dónde está la otra mitad de mi álbum de fotos?
Sonriendo, le limpié la lágrima de su mejilla.
—Lo acabaré este fin de semana. También venderé el hígado para comprarte un
anillo apropiado. Siento no haber hecho esto muy apropiadamente, pero no podía
esperar. ¿The Fall Up, Levee? Es jodidamente brillante. Por supuesto que te apoyo. —
Moviendo mi pulgar mojado por la lágrima sobre sus labios susurré—: Di que sí.
Me mantuvo la mirada y en un tono muy serio, habló contra mi pulgar:
—He tomado peores decisiones vitales, supongo.
Le di una mirada poco impresionada cuando respondí:
—Puedo asegurarlo. Escuché tu actuación con Lionel la otra noche con mi madre.
Me devolvió la mirada, pero una sonrisa crecía bajo mi pulgar.
—Dilo —supliqué.
Sujetándome la muñeca, apartó mi mano de su boca. Mientras me rodeaba el
cuello con los brazos, tomó mi boca en un beso lento que decía mucho más que la
lágrima, pero todavía no era la palabra que necesitaba escuchar.
—Dilo —le insté mientras me forzaba a ir hacia el sofá.
No se sentó conmigo, sino que se fue hacia la puerta y la bloqueó antes de quitarse
el pantalón vaquero de una forma muy sensual.
—Joder. Deberíamos ir a casa —murmuré cuando se montó en mi regazo y se
dirigió inmediatamente al botón de mi pantalón vaquero.
Mordisqueándome el cuello, murmuró:
—No puedo esperar tanto.
—Jesús. —Puse la mirada en la puerta mientras se quitaba la camiseta y el
sujetador por la cabeza con un movimiento rápido.
—Te amo —susurró, encontrando mi polla y hundiéndola entre sus pliegues antes
de alinearnos.
—¿Eso significa que te casarás conmigo? —pregunté, inclinándome para chupar
su pezón erecto con mi boca. Luego pasé mis dientes sobre su carne sensible antes de
liberarlo.
Hundiéndose lentamente en mi polla, me miró profundamente a los ojos y siseó:
—Sííííí.
Bastante cerca.
E
Levee
Estaba lloviendo. ¿No era el modo en que todas las grandes historias de amor
comenzaban? ¿Y también normalmente acababan? El viento frío pasó entre mis rizos y
miré por el lateral del puente.
Sam puso su mano sobre la mía, quitándome el paraguas.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, pasando una mano sobre mi hinchado, pero aún
escondido, estómago antes de sujetarme la cadera.
—Como una mierda —respondí mientras sonreía a la docena de cámaras
centelleando a nuestro alrededor.
—Me gustaría usar este momento para recordarte una vez más que no fue una
mamada la que te llevó a esta situación. Tragarlo siempre es, y será, seguro.
Exageré una risa para la multitud luego lo rodeé en un abrazo apretado, metiendo
la mano entre nosotros para pellizcarle discretamente el pezón.
—No voy a chuparte la polla. Casi vomito esta mañana cepillándome los dientes
—le susurré en la oreja.
Se separó y me miró cariñosamente.
—Eso explica tu aliento. ¿Quieres un chicle? —Me guiñó un ojo. Y una risa sincera
burbujeó en mi garganta mientras sacaba un paquete de chicles con sabor a mango del
bolsillo.
Un año después de que Sam me lo pidiese, nos dimos el “sí, quiero” frente a
trescientos invitados en una desmesurada ceremonia en San Francisco. Los
helicópteros de las noticias sobrevolaron el lugar, haciendo virtualmente imposible
escuchar una sola palabra que pronunció Sam, pero no me podría haber importado
menos. En mi corazón conocía esos votos, después de todo, era la segunda vez que los
escuchaba.
La verdad era que Sam y yo nos habíamos casado en secreto en nuestro puente en
menos de cinco horas de haberle dicho sí. Ambos en vaqueros y nuestra ceremonia la
ofició un ordenado ministro con el que Henry se había acostado una vez, pero todo lo
que nos importaba fueron las promesas que nos estábamos haciendo el uno al otro,
incluso si fueron selladas con unos simples anillos de plata que compramos en uno de
los grandes almacenes, diez minutos antes de que cerrase.
Un caro y renombrado fotógrafo nos hizo un extravagante álbum de bodas
después de nuestra ceremonia pública, pero no lo aprecié tanto como con el que Sam
me había sorprendido en nuestro verdadero primer mes de aniversario. Consistía en
varios selfies que nos tomamos para mostrar nuestros nuevos anillos en lo alto del
puente y divertidas composiciones de imágenes que Sam había hecho, completado con
una cerveza y un pollo que cubrían el suelo del bar de nuestra rústica boda. Sam
aseguraba que no era bueno en lo romántico, pero mientras sollozaba pasando cada
página del álbum, lamentaba no estar de acuerdo.
Era bueno en todo.
Y juntos, éramos imparables.
The Fall Up fue lanzado un mes después de nuestra lujosa boda. Me habían
apartado del proyecto más de una vez y no era ni de cerca tan poco estresante como
había esperado. Pero todas las veces que me encontraba con un obstáculo, Sam se
convertía sin rodeos en mi voz de la razón. Especialmente cuando mi sello discográfico
trató de quitar algunos de los sencillos del disco. Pero, con mi marido a mi lado y mi
cabeza y corazón finalmente alineados, me mantuve firme. Amenacé con tomar mi disco
y marcharme cuando el contrato se acabase solo unos meses después. No estaban
felices con la posición que estaba tomando contra ellos, pero todos sabíamos que me
necesitaban más que yo a ellos.
Se echaron atrás.
De todos modos tomé el disco.
Luego los dejé.
Después, Henry y yo comenzamos nuestro propio sello discográfico.
Luego a Sam le explotó la cabeza cuando le conté que había empezado un nuevo
proyecto.
Con el tiempo lo superó. Había más que probado que no era la misma chica que
había conocido en la cima de ese puente. Ya no me estaba ahogando. Para ser sincera,
estaba viviendo realmente, quizás por primera vez.
Al lanzar The Fall Up, no sabía qué esperar, viendo que nadie sabía siquiera que
había estado trabajando en un nuevo proyecto. De todos modos, hizo pedazos cada
disco que había sacado, subiendo vertiginosamente a la cima de los rankings y
vendiendo millones solo la primera semana. Entre la venta de discos y las donaciones
de otros músicos queriendo ayudar después de escuchar mi historia, recaudamos unos
ciento ocho millones de dólares.
Ser famoso es algo divertido. Por alguna razón, la gente cree que eres especial.
Pero, en realidad, no sería ni siquiera un punto en el radar sin ellos. Aun así, de algún
modo, cientos de personas se pusieron en contacto conmigo para decirme que The Fall
Up les había cambiado la vida.
Y eso cambió la mía.
Aún visitaba hospitales infantiles cuando el tiempo me lo permitía y aún se sentía
increíble llevar una sonrisa a esos pequeños rostros, pero la prevención del suicidio
pronto se convirtió en mi reto personal. Sam y yo incluso filmamos una serie de
anuncios que serían emitidos durante la Super Bowl.
El mundo tomó a Sam de la misma manera que yo... con pura admiración.
Era natural frente a las cámaras y juro por Dios que firmaba tantos autógrafos
como yo cuando estábamos en público. Ambos estábamos impresionados por la
cantidad de ofertas que había recibido. Calvin Klein realmente le había ofrecido una
importante suma para ser el nuevo rostro de su línea de ropa interior. Sam rechazó
todas las ofertas excepto una de Popular Wood.
reUTILIZADO despegó con toda una nueva exposición y Sam abrió tiendas en
Miami, Seattle y Nueva York en dos años. También decidió dar un paso atrás y contratar
un Director Ejecutivo para llevar las cosas.
Su negocio estaba prosperando.
Igual que mi carrera.
Estábamos locamente enamorados.
Parecía el momento perfecto para darle un giro a nuestras vidas.
Tres años después de casarnos dejé el control de natalidad. Cinco meses después
estaba con la cabeza en el retrete, maldiciendo a los dioses del embarazo por mentirme
sobre que las náuseas matutinas desaparecían a las quince semanas.
Varias horas después, me encontré una vez más de pie en lo alto del puente,
rodeada por los brazos de Sam, esta vez en la ceremonia formal descubriendo la nueva
placa de Barreras de Prevención de Suicidio Anne Rivers.
—No me apesta el aliento —le contesté finalmente a Sam después de darle otro
beso forzado.
—Mi nariz no está de acuerdo —bromeó, luego se metió un chicle en la boca.
Sam nunca había vuelto a sujetar otro cigarro. Pero, a juzgar por el hecho de que
estaba devorando su décimo chicle desde que llegamos al puente sus recuerdos le
estaban poniendo a prueba.
—Entonces, ¿le has dado más vueltas a lo de Sander? —me preguntó, girando la
cabeza hacia el pódium donde el gobernador se había subido para dar su discurso.
—¿Sanders? Tal vez. ¿Sander? No. Esa “s” final marca la diferencia.
Gimió incluso aunque aún estaba sonriendo con destreza a la cámara.
—Sanders Rivers es un nombre horrible. No hagas a nuestro hijo un fracasado.
—No estoy haciendo nada a nuestro hijo. Vamos a tener una niña.
—De acuerdo, pero no la vamos a llamar Bridget.
Jadeé, alzando la cabeza para mirarlo.
—¡Nos conocimos en un puente!
—Eso no significa que tenga que sufrir por ello —contestó con la esquina de la
boca—. Gracias a Dios que no nos conocimos en un Taco Bell.
—Su nombre podría ser Bella.
Puso los ojos en blanco.
—De acuerdo. McDonalls.
—¡Donna Rivers es un nombre hermoso! —exclamé, interrumpiendo al
gobernador y haciendo que todos en el puente nos mirasen.
Sam se rio e inclinó el paraguas para escondernos de las cámaras. Pasándome el
brazo por los hombros, me acercó para un beso fuerte.
—De acuerdo. De acuerdo. Bridget será. Pero, para que quede claro, la llamaremos
Bree, no Bridge.
—Trató —murmuré contra su boca mientras los fotógrafos se acercaban a
nosotros, sacando muchísimas fotografías.
Debería haberme importado que nos estuviesen robando ese momento para
venderlo a alguna revista o web. Pero esa era nuestra vida. Era difícil exaltarse sobre
eso mientras estaba acunada en los fuertes brazos de Sam.
Así que, en vez de ponerle fin al momento en un esfuerzo de proteger nuestra
privacidad, respiré hondo y me perdí en los ojos dorados que me habían salvado la vida
casi exactamente en el mismo lugar hace todos esos años.
—Te amo.
Sam me dio una de esas sonrisas ganadoras de premios y usó la punta de su zapato
para golpear mi alto tacón.
—Yo también te amo, Zapatos de Diseñador.

Fin
Próximo libro
Romance MM basado en Henry Alexander de The Fall Up.
Fecha de publicación: 24 de mayo, 2016.
Sobre Aly Martínez
Nacida y criada en Savannah, Georgia, Aly
Martínez es una ama de casa de cuatro locos niños
menores de cinco, incluyendo unos gemelos.
Actualmente vive en Chicago, pasa el poco tiempo
libre leyendo cualquier cosa y todo lo que llega
hasta sus manos, preferentemente con una copa de
vino a su lado.
Después de un poco de aliento de sus amigos,
Aly decidió agregar “autor” a su creciente lista de
título de trabajo. Así que toma una copa de
Chardonnay o una botella si tú estás reuniéndote
abordo con ella en el loco tren que llama vida.

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