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Despertar

Para Bruma, Calamo, Martina, Zen, Pippo y Nerón.

Se sentó en la cama sabiendo que él nunca podría verse así mientras dormía. Nunca
podría inspirar ese sosiego, dignificando en un cuerpo tan menudo tantas gracias de la
creación. No, él nunca tendría esa magia, heredada por siglos en la nobleza de su estirpe,
de su casta. Elevó una plegaria silenciosa a la curva de su espalda mientras le acariciaba
la cabeza con suavidad, para no despertarla. La habría besado, pero el miedo al
sacrilegio de interrumpir su descanso lo contuvo.
Se agazapó en la cama y acurrucó su cuerpo junto al de ella para sentir su calor de
hembra y observar mejor los movimientos de su pecho al respirar. Reparando en su rostro
siempre encontraba algo nuevo, a pesar de haberlo estudiado con detenimiento a cada
instante. Su expresión sorprendida al despertar era la que más le agradaba, verla volver a
la vida desorientada, sin recordar en qué estaba ni dónde estaba.
Recordó la primera vez que la vio, cabello dorado y enormes ojos verdes, aparecer por su
calle. Si fue amor a primera vista o pasión desbocada, sólo lo supo la primera vez que la
tuvo entre sus brazos. No era ninguna de las dos, era un amor profundo, amor gimiente
de carne y cielo sobre las ruinas de su pecho abatido. Duelo a mordiscos entre su
corazón y su condena, alondra de deseo y hierbabuena. Sí, una vez que ella entró en su
vida, se instaló en ella como la muerte en la locura.
Un crujido de los muelles de la cama la despertó. Sus grandes ojos verdes se abrieron
desorientados como siempre cuando se despertaba y bostezó lánguidamente, estirando
su cuerpo sobre las mantas. Él intentó tocarle la cara, pero antes de que alcanzara su
rostro, ella se escabulló de la cama, saltando con su sinuosa agilidad sobre el suelo. Él se
giró a tiempo para ver cómo la gata alzaba la cola y salía lentamente de la habitación.

Marcia Álvarez – Vega


Viña del Mar
2005

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