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ru’ JOSEPH PEREZ HISTORIA DE UNA TRAGEDIA LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA Primera edici6n en BIBLIOTECA DE BoLstLto: abril de 2001 ‘Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizaciGn escrita de los titulares del copyright, ‘bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducci6n total o parcial de esta obra por cualquier medio 0 procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informitico, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo piblicos. Disefio de la coleccién: Joan Batallé Fotocomposicién: Victor Igual, S.L. © 1993; Joseph Pérez © 1993 y 2001 de ta presente ediciGn para Espafia y América: EprTortAL Caittca, S.L.. Provenca, 260, 08008 Barcelona ISBN: 84-8432-187-8 Depésito legal: B. 16.079-2001 Impreso en Espatia 2001. - ROMANYA/VALLS, S.A., Capellades (Barcelona) INDICE La expulsion delosjudios . 5... 1 ee ee 5 PROOEG sy) we we a 1. Los judios en la Espaha medieval . u Los judios en la Espafia visigética . 12 Los judios en la Espafia musulmana ues Los judios en la Espafia cristiana . 19 2. Lacrisisdelsigloxw . 5 1. es ee ee 41 3, El problema converso (1391-1474)... 1 1 eu 55 Lasmatanzasde 1391. 2 1 ww we ee 35 Eljudaismo espafiolenelsigloxv. . . . . . . 63 Elproblemaconverso. . . . 1... se se 66 4, Judéos y conversos en la Espaia de los Reyes Catélicos (4741492), ek oe SE wy EOS Ee aa m 5. Iaexpuliin) 2 5 2k me a ee we 107 ploy s «Dow wo vw ew 4 mn APENDICES LOS EDICTOS DE EXPULSION [Provision para cl obispado de Gerona del inquisidor general Torquemada (20 de marzo de 1492)... a) | a TE Real Brovision de los reyes parala Corona de Caeulla (Gidemarzoded492)) sa: ies ie) wn ee 147 1, LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL La presencia de judios en la peninsula ibérica es probablemente muy antigua, aunque no tanto como quisieron dar a entender tradiciones tar- dfas segiin las cuales los primeros asentamientos serfan contempordéneos de la destruccién del primer templo de Jerusalén (587 a.C.). De lo que se trataba con esta leyenda que aparece en el siglo x era de demostrar que los sefardfes —o sea, los judios de Espafia—' descendfan de la tribu de Juda y por lo tanto, ademas de poseer un nivel cultural superior, no pu- dieron tener ninguna responsabilidad en el proceso y la muerte de Jestis. En realidad, carecemos de datos fidedignos pero todo parece indicar que los primeros grupos relativamente nutridos Ilegaron a la peninsula des- pués de la destruccién del segundo templo (70 d.C.). Mas noticias tene- mos para la época de la dominacién romana. Discusiones y polémicas sobre cristianos que judaizaban al contacto con elementos judios apare- cen en el concilio de Elvira (Iliberis) a principios del siglo Iv. Se deduce de los textos que, en aquella época, existian comunidades judias en Ca- talufia, islas Baleares,’ Levante, Bética y algunas zonas del interior (Avila, Astorga, Mérida...), y que los obispos mostraban mucha preocu- paci6n ante el proselitismo de los israelitas y procuraban apartar de ellos 1. Laidentificacién de Sefarad con Espafia viene de una profecia de Abdias que alu- de a los desterrados de Jerusalén que estén en Sefarad, es decir, en el finisterre del impe- rio romano, segiin interpretaciones tardfas. Véase Y. Baer, Historia de los judios, ,p. 13. {Desde cudndo se usa la palabra para designar a los judios establecidos en Espaiia? La cosa no est nada clara. Es dudoso que ya se utilizara en la Edad Media, Lo mas probable es que aquella identificacisn del Sefarad biblico con la peninsula ibérica fuese tardfa, tal yez posterior a la expulsién de 1492. 2, Hacia 420, una carta del obispo Severo de Menorca se refiere a la persecucién de los judios de Mahén, numerosos, présperos e influyentes; la sinagoga quedé destruida y la comunidad se convirtié al cristianismo, Véase L. Gare‘a Iglesias, Judios, pp. 87-89. 12 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA alos cristianos.’ Parecida distribucién geogrdfica se observa después de la cafda del imperio romano y en la época de la monarquia visigética: la presencia de judios esté documentada en el litoral mediterraneo (Barce- lona, Tarragona, Tortosa, Baleares, Orihuela, Elche), el valle del Gua- dalquivir, Granada y, en el interior, Toledo y Mérida. Es dificil apreciar la importancia numérica de la poblacién judfa. Lo que si parece claro es que los judfos no constitufan una etnia aparte; se distinguian por su con- dici6n religiosa, no por la raza y, si exceptuamos las creencias y los ha- bitos relacionados con ellas (celebrar el s4bado, abstenerse de comer cier- ta clase de alimeutos...), en nada se diferenciaban de los demds hispanorromanos de la peninsula. Las polémicas sobre su afan proselitista evidencian que, a los judfos de la didspora, procedentes de Palestina, habfan venido agregandose muchos peninsulares que se habfan convertido; los matrimonios mixtos también eran frecuentes y contribufan a conformar a los judios de Espafia como una minoria religiosa, no étnica. Este es un as- pecto importante, ya que da a la expulsién de 1492 un cardcter atin mds dramatico: los judios estaban fundados al considerarse tan espafioles como Jos cristianos viejos; llevaban siglos viviendo en la peninsula, que era en todos los sentidos su patria, la tierra de sus padres y antepasados. Tampoco formaban los judfos una clase social distinta. Los habfa ri- cos, los habia pobres y de todos los niveles. No tenfan ninguna dedica- cién profesional que les fuera exclusiva. Algunos de ellos eran comer- ciantes, pero no parece que se ocuparan preferentemente en el negocio del dinero; los documentos de la época no aluden a la usura judfa como serd el caso en épocas posteriores. Sabemos de otros muchos que habfan adquirido tierras que cultivaban por medio de esclavos y de colonos. O sea que el abanico profesional de los judios era tan amplio y variado como el de cualquier otro grupo social. De no ser por la religién, nada les distingufa del resto de la poblacién. Los supfos EN LA Espafia VISIGOTICA Fue precisamente la religién la que desencadené la persecucién de los judios. En este aspecto, las fechas cantan. Todos los historiadores 3. El concilio prohibié terminantemente que mujeres cristianas casaran con judios, que cristianos y judios se sentasen a comer a la misma mesa, que cristianos cometieran adulterio con judias... LOS JUD{OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 13 coinciden en destacar el cambio que se produce con la conversién de Re- caredo al catolicismo (589). Antes, se notan algunas medidas que venfan de la €poca romana, pero que no parecen tener mucha vigencia. Este es el caso, por ejemplo, del Cédigo de Alarico, en el que se recuerda la vieja prohibicién para los judios de poseer esclavos cristianos; se pretende frenar el proselitismo, y se ponen trabas a la construccién de nuevas si- nagogas. Pero por otra parte se da licencia a los judios para restaurar las sinagogas existentes y se les concede la facultad de zanjar sus litigios re- ligiosos ante sus propios tribunales e incluso causas civiles si ambas par- tes son judias y estan de acuerdo en ello. Es una situacién que, en mu- chos aspectos, recuerda la del imperio romano. Los reyes visigodos se Jimitan en este caso a recoger Ia legislacién anterior. Los primeros visigodos eran arrianos y constitufan una minoria do- minante que tenia bajo su autoridad la masa de la poblacién hispanorro- mana, de religi6n catdlica. En su afan por lograr, después de la unidad territorial y juridica, la unidad religiosa, los reyes chocaban con aquella masa. El sucesor de Leovigildo, Recaredo, crey6 hallar la solucién con- virtiéndose al catolicismo. Desde aquel momento cambia la situacin de Jos judfos, tinica minoria disidente en un reino oficialmente catélico. Re- caredo inicia la politica discriminatoria, recogiendo disposiciones ante- riores, como la prohibicién para los judios de tener esclavos cristianos, y afiadiendo otras: prohibicién de los matrimonios mixtos y exclusién de los cargos ptiblicos. Pero es Sisebuto (que llega al trono en 612) el que yerdaderamente desata la persecucién. Vuelve a reiterar las medidas de Recaredo, pero las extiende a los conversos, de quienes se sospechaba que judaizaban, es decir que volvian en secreto a su antigua creencia, y ademds procura obligar a los judios a convertirse al catolicismo sin que quede claro si se les daba a elegir entre la conversion y el exilio; con- versos y judfos quedan excluidos de los cargos ptiblicos con el motivo de que era intolerable que tuvieran autoridad sobre los catélicos. Hacia 638, Chintila se hace mas discriminatorio todavia; lo que quiere a todas luces es que todos sus stibditos sean catélicos. En la segunda mitad del siglo vil se Iega al colmo de la violencia oficial contra los judios; se pre- vén contra ellos penas de muerte por lapidacién o en la hoguera y se es- tablecen disposiciones que se anticipan a los estatutos de limpieza de sangre de la época moderna, hasta llegar al rey Egica, quien dictamina nada menos que la esclavitud de los judios y conversos. ~Cémo explicar la safia de los reyes visigodos, a partir de la conver- sidn de Recaredo, contra unos judfos que no constitufan ninguna ame- 14 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA naza? Las explicaciones por motivaciones de tipo econémico 0 politico no sirven: la codicia no parece que haya inspirado la persecucién y tam- poco representaban los judios una oposicién a la monarquia visigoda; no se conocen revueltas encabezadas por los judios, salvo, a finales del si- glo vil, cuando se hablé de un complot —auténtico 0 pretendido— con- tra Egica, lo cual dio un pretexto a éste para dictar la drastica medida de la esclavitud. De haber realmente existido, dicha conspiracién se expli- caria en gran parte por el largo siglo de persecuci6n que venian sufrien- do los judfos. Todo indica que las medidas discriminatorias estan inspi- radas por el celo religioso. Varios tratados doctrinales de san Isidoro de Sevilla, por ejemplo,* son duros alegatos contra el judaismo, aunque el autor discrepe del rey Sisebuto que pretendfa obligar por la fuerza a los judios a convertirse; san Isidoro preferia la persuasién como medio de evangelizacién, pero no se opuso rotundamente a la violencia de la épo- ca. Como ocurriré a finales del siglo xv, en visperas de la creaci6n de la Inquisici6n, en la época visigoda a veces son autores procedentes del ju- daismo los que muestran més rigor contra sus antiguos correligionarios. Este es el caso, de Julian de Toledo, de familia conversa, que escribe obras de dura polémica con el fin de convencer a los judfos de que re- nuncien a sus falsas creencias y abracen el catolicismo. Por fin, los con- cilios toledanos, con muy contadas excepciones, no s6lo realizaron una labor te6rica de aclaracién del dogma, sino que casi siempre respaldaron las medidas discriminatorias de la autoridad civil, cuando no las inspira- ton. El poder real y la Iglesia colaboraron estrechamente para desarrai- gar el judaismo, aunque por motivos distintos. Lo que preocupaba a los obispos era, primero, el proselitismo de los judios, luego el peligro de contaminacién que suponia su presencia para los converses, argumento que reaparecera més tarde para justificar la expulsién de 1492.5 En cuan- to a la monarquia visigoda, de Recaredo en adelante, su propésito mds claro era el de acabar con una disidencia religiosa que tenia visos de transformarse en disidencia social y polftica. Motivos de indole religio- sa y empefio por lograr la unidad del reino se unen asf para acabar con el 4. De fide catholica contra Judaeos, De nativitate Christi ex Isaiae testimoniis. 5. EITV concilio (633) «resucita la vieja norma de que no haya trato entre judios y conversos del judaismo» (Luis Garefa Iglesias, op. cit., p. 112). En cuanto al cuerpo legal de Ervigio, el més duro dictado contra los judios, sus disposiciones fueron aprobadas por el XII concilio, aunque bien pudiera ser que la iniciativa partiera del estamento eclesidsti- co (ibid., p. 139). LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 1S ‘ydaismo peninsular, claro antecedente de la situacion que se dard al ini- ‘cio de los tiempos modernos. LOS JUDIOS EN LA EsPANA MUSULMANA En estas condiciones, nada tiene de extrafio que la comunidad judfa, agobiada por los malos tratos, amenazada en su identidad y en su exis- tencia, sintiera poca simpatfa por la monarquia visigoda. Sénchez-Al- pornoz ha calificado a los judios de «quinta columna» en el momento de Jainyasién musulmana y la «traicién del gueto» se convertird en la Edad Media en uno de los t6picos més arraigados en las consideraciones so- pre la «pérdida de Espafia». Tal traicién no esté documentada en las fuentes, ano ser que se considere como tal cierta esperanza mesidnica de liberacion ante un poder que estaba esclavizando a los judios. Lo que si es cierto es que los judfos recibieron a los invasores islamitas con los prazos abiertos. Se discute si entregaron Toledo a Tarik,° pero est4 com- probado que éste les encomend6 la defensa de la ciudad después de su conquista, procedimiento que se repitié en muchos otros casos. En Cér- doba, los judfos se sumaron a las tropas asaltantes; en Sevilla (712), Muza los dejé como guarnicién. Lo mismo pasé en Granada. De un modo general, «cuando los musulmanes Iegaban a una ciudad en la que habfa judios, los dejaban con la responsabilidad de la guarnicién, junto con algunos invasores, lo que les permitfa continuar la campafia sin mer- ma importante en el ejército».” Este constituye ya un primer motivo para que los nuevos duefios de Ja peninsula mostraran mds benevolencia con los judios. Pero conviene advertir que también hubo otra circunstancia a favor de una coyuntura més favorable y es el poco empefio que pusieron los musulmanes en convertir a sus sGbditos al islam. Hay més: consideraban que cristianos y judios, por su condici6n de hijos de Abraham y monoteistas, lo mismo que ellos, merecian un trato especial que quedaba definido en la dhim- ma, el estatuto que se aplicaba a aquellas minorfas y que descansaba esencialmente en la libertad de culto y en la posibilidad de disponer de cierta autonomia (con facultad de nombrar representantes que hablaran 6. Laacusacién corre a lo largo de la Edad Media y figura en buen lugar en el Esta- tuto de limpieza de sangre que elaboré Pero Sarmiento para la ciudad de Toledo en 1449. 7. L. Garcia Iglesias, op. cit., pp. 200-201. 16 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA €n su nombre) a cambio, eso si, de un estado de sometimiento y depen- dencia en relacién con los que se adherfan al islam. En pocas palabras, se toleraba a los judfos —y a los cristianos— e incluso se les garantiza- ba la seguridad personal y el desarrollo de una actividad profesional con tal de que no dispusieran de autoridad sobre los creyentes, lo cual no siempre se cumpli6, ocasionando serios problemas a los judfos. A pesar de estas circunstancias, es probable que fueran muchos los judios que se convirtieron al islam en los siglos vil, Ix y x. Se ha calcu- lado que a finales del siglo xu el 80 por 100 de la primitiva poblacién hispanorromana de la penfnsula se habia pasado a la religién dominante y, entre ella, parte de la poblacién judfa, aunque no se pueden citar fuen- tes ni cifras concretas. Asf y todo, se reconstituyeron comunidades ju- dfas que, en ciertos casos, alcanzaron un gran nivel de importancia y ac- tividad. No debié ocurrir esto en Cordoba, en la que, por ser la capital de al-Andalus, no permitieron los emires, al principio, que creciera el nu- mero de judios. En cambio, para otras ciudades disponemos de datos que atestiguan el renacimiento y la vitalidad de las comunidades judias. Este es el caso, por ejemplo, de Granada, de Tarragona, que fuentes éra- bes califican como «ciudades judias», de Jaén, Zaragoza, Sevilla, Alme- tia, Barcelona y, sobre todo, de Lucena, donde los moros estaban reclui- dos en el arrabal. Baer cita el caso de un diécono de ascendencia alemana que se trasladé a Zaragoza en el afio 839, abrazo el judafsmo, cas6 con una judia y escribi6 contra el cristianismo varios optisculos que suscitaron una fuerte réplica por parte de los mozérabes de Cérdoba.* Al principio, los judfos no tenfan una dedicacién profesional exclu- siva; los vemos ocuparse, por ejemplo, en trabajos relacionados con el campo y la agricultura. Pero en fecha relativamente temprana empeza- ton algunos de ellos a especializarse en el comercio y el préstamo. El ne- gocio de los esclavos, que egaban del este de Europa por una ruta que pasaba por Verdiin y el valle del Rédano, lego a ser casi un monopolio de judfos, lo mismo que la fabricacién de eunucos para los harenes, que era la especialidad de Lucena. A menudo, los dirigentes musulmanes confiaban en los judfos para aquellas actividades (las citadas anterior- mente o la recaudacién de impuestos) que eran mas impopulares. Ello permitié a los judfos —o por lo menos a algunos de ellosp— llegar a una posicién econdémica de prosperidad, pero les exponia también, en €pocas de crisis y recesi6n, a sufrir la ira del resto de la poblacion que tendfa 8. Y. Baer, op. cit.,1,p. 19. LOS JUD[OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 17 a ver en ellos a los beneficiarios y los responsables de todas las dificul- jes. No faltaron tampoco judfos que llegaron hasta la cumbre del poder itico, merced a la confianza de las autoridades del califato o de los re- yes de taifas. Muy conocido es el caso de Hasday ben-Saprut, en tiem- pos de Abd-ar-Rahman III (912-961), primero médico de la corte y tra- ductor de obras cientificas, luego diplomético y supervisor del gran comercio internacional. Puede verse en él el prototipo del hombre pii- plico judfo que, mientras ocupaba cargos importantes en la Corte, de- sempeiié un papel esencial en el desarrollo de la comunidad hebrea de Cérdoba hasta tratar de convertir aquella ciudad en un centro judio de primera categoria. Se sabe también de judfos que, en Zaragoza, Sevilla Almeria, ocuparon el puesto de visir. El éxito mds notorio debi de ser el de Samuel ha-Naguid, més conocido con el nombre de Nagrella, que, hasta su muerte (1056), dirigié de hecho el reino de Granada, tanto su politica interior como la actividad de la diplomacia y la guerra, siendo ademds uno de los més grandes poetas hispanohebreos; parece sin em- bargo muy exagerado presentarlo como un auténtico jefe militar que pe- Jeaba al frente de las tropas granadinas. Con esto se evidencia que algu- nos judios por lo menos lograron incorporarse plenamente a la vida politica de al-Andalus a pesar de las disposiciones te6ricas de la dhim- ma, que les prohibia ocupar puestos de dominio sobre los creyentes. Pero es preciso matizar la idea: se trata de una infima minoria y no se debe olvidar que la masa de los hebreos vivian en condiciones mucho menos brillantes. Ademés, estos encumbramientos debidos al favor de los principes podfan ser —y de hecho fueron varias veces— muy preca- rios; los judios asf situados en puestos de autoridad se exponian a caidas y muertes desastradas tan pronto como perdfan la confianza de sus amos. Finalmente, estos ejemplos provocaban entre los musulmanes un odio popular muy fuerte ante el poder alcanzado por unos cuantos judfos que burlaban el pacto de la dhimma, un pacto que tedricamente debia man- tenerlos en una situacién de humillacién e inferioridad. Esto nos lleva a examinar la discutida cuestién del siglo de oro del judaismo en la Espafia musulmana. Los ultimos afios del califato de Cor- doba y la época de los reinos de taifas, hasta mediados del siglo xu, re- presentan el gran momento de la comunidad hebrea de al-Andalus. Sin renunciar a su fe ni a sus tradiciones, las elites judfas asimilaron lo me- jor de la civilizacién musulmana y alcanzaron asf un nivel cultural ex- cepcional. Aprendieron el drabe, en el que escribfan tratados filoséficos, 18 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA al mismo tiempo que empleaban el hebreo y en ocasiones el arameo en sus poesfas. La tradicién hace de Hasday el iniciador del movimiento cultural de la comunidad judfa de al-Andalus, movimiento que tuvo su esplendor en los siglos x1 y xu. En la Zaragoza de la primera mitad del siglo x1, habfa un nticleo fecundo de literatos, poetas y pensadores cuyo mayor representante fue Ibn Gabirol, conocido por Avicebrén en las uni- versidades de la cristiandad, filésofo inspirado en el neoplatonismo (Duns Escoto le debe bastante), pero que se volvié sospechoso a los ojos de sus correligionarios por sus tendencias panteistas. La gran figura de la cultura hebrea en al-Andalus es, en el siglo xu, el cordobés Maiméni- des (1135-1204), rabino, médico, filésofo, autor de una Guia de perple- jos que viene a ser una confrontacién entre la Biblia, el pensamiento ju- dio y la filosofia de Aristételes y en la que pretende mostrar que no existe contradiccién entre la fe y la raz6n. Santo Tomds, Alberto el Mag- no y varios otros autores de la Europa cristiana leyeron sus obras y se inspiraron en ellas. El ejemplo de Maiménides muestra a las claras el ex- traordinario desarrollo de la vida intelectual entre los judios de al-Anda- lus hasta la llegada de los almohades. Se comprende que varios autores hayan hablado de una verdadera «edad de oro» para calificar aquel mo- mento excepcional. Baer no acepta la expresi6n: «La cultura judfa pudo florecer gracias tinicamente a la negligencia y laxitud religiosa y moral de los gobernantes y no como consecuencia de una politica clara y defi- nida de tolerancia y libertad individual».? Baer est en lo cierto. Los mismos judfos son los que han idealizado retrospectivamente la situa- cin de sus antepasados en al-Andalus. Varios autores se han extralimi- tado al hablar de las tres culturas de la Espafia medieval. No hubo nada semejante. La Espaiia medieval no conocié mas que dos culturas domi- nantes y dominadoras, primero la musulmana, luego la cristiana; los ju- dios se incorporaron a la una y después a la otra, pero cultura judfa como tal no la hubo, a no ser que se quiera nombrar asi, en un sentido restrin- gido, el conjunto de normas religiosas y espirituales por las que se re- gan las aljamas. Los judios siguieron siendo judfos en al-Andalus desde el punto de vista religioso, pero en todo lo dems adoptaron los modelos culturales dominantes, en primer lugar la lengua drabe, que les permitia acceder a un caudal literario, filosdfico y cientifico de extraordinaria ri- queza. Asimilaron perfectamente la cultura arabe y en esto estriban su éxito y su relativo prestigio en al-Andalus, un prestigio intelectual que 9. Ibid.,p. 29. LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 19 no coincide ni mucho menos con una mejora sustancial de las condi nes de vida de la masa del pueblo hebreo. El mismo caso de Maiméni- des lo demuestra: nacié en Cérdoba, estudié arabe hasta los dieciocho afios; luego, cuando llegaron los africanos, en vez de trasladarse a la Es- fia cristiana como hicieron los mas de sus correligionarios, fingié con- yertirse al islam y se fue a Fez, luego a El Cairo donde pasé el resto de su vida. Alli se reconcilié con el judaismo y elaboré toda su obra filos6- fica, escrita en 4rabe, impregnada de fuentes arabes. gSe puede ver en MaimOnides un representante de la cultura judia de al-Andalus? No; es en todos los sentidos un erninente representante de la cultura drabe, aun- que hubiera vuelto al judafsmo de su juventud. Resulta pues excesivo idealizar aquel periodo y seguir hablando de una época de esplendor de la cultura judfa, y menos atin de convivencia y tolerancia. Fueron su debilidad numérica y la necesidad las que indu- jeron a los arabes a mostrarse tolerantes. Algo muy parecido ocurrird en Ja Espaiia cristiana. Asi y todo, la situaci6n cambié radicalmente con la llegada de los almordvides y, sobre todo, de los almohades. El estricto sentido legalista de los almordvides (1086-1143) debidé de chocar en se- guida con la libertad de accién y de pensamiento que encontraron en al-Andalus, pero no parece que tomaran rigurosas medidas contra los j dios. No pasé asf con los almohades (1156-1269): por su defensa estric- ta y rigurosa de la legalidad musulmana y su conviccién de detentar la yerdad, obligaron a los judfos a convertirse o a sufrir el martirio. Los ju- dfos entonces huyeron masivamente a los estados cristianos del norte de la peninsula, donde fueron acogidos con los brazos abiertos, por ejem- plo por el rey Jaime I de Arag6n. Se acab6 con la prosperidad y la vida cultural hebrea en al-Andalus, que no volvié a recuperarse. Los judios que permanecieron en territorio musulmén después de la caida de los al- mohades fueron una minoria de la que sabemos poco, pero que dist6 mucho de conocer una situacién comparable a la de antes. Los JUDIOS EN LA ESPANA CRISTIANA, Los reyes cristianos acogieron a todos los judios que huian de las persecuciones almohades, les dieron facilidades para instalarse en sus territorios y utilizaron abundantemente sus servicios. La cosa no tiene nada de extrafio. La ingente empresa de colonizacién y repoblacién que fue la Reconquista exigia la colaboracién de todas las fuerzas vivas. Los 20 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA avances de la misma Reconquista planteaban serios problemas de tipo econdmico, administrativo, diplomatico. Los judios o por lo menos su elite social presentaban a este respecto tres ventajas apreciables: muchos de ellos estaban especializados en el comercio y la artesanfa, y por lo tanto se encontraban en buenas condiciones para fomentar e impulsar la vida econémica en unos territorios todavia relativamente poco desarro- Ilados; algunos posefan unos bienes mobiliarios y una fortuna que les capacitaban para adelantar a los soberanos las grandes sumas necesarias para financiar nuevas conquistas; ademés, hablaban y escribfan arabe, lo cual les convertfa en intermediarios y auxiliares de singular eficacia para los contactos con las poblaciones musulmanas sometidas a los reyes de taifas. De ahi el papel que, desde un principio, desempefiaron los judios en la vida econémica, la recaudaci6n de impuestos, la administracién y las relaciones diplomaticas. Sabemos que fue un judio, Joseph ibn Salo- mon ibn Shoshan, quien adelanté a Alfonso VIII las cantidades necesa- rias para la expedicin que iba a culminar con la victoria de las Navas de Tolosa (1212), De las mezquitas que habia en Sevilla cuando la recobra- ron los cristianos, tres, las que se hallaban en el barrio asignado a los ju- dios, fueron transformadas en sinagogas por decisién de Alfonso X, lo cual era contrario a todas las normas del derecho canénico y demuestra el interés que tenia el rey en recompensar a los judios por su colabora- cién y su voluntad de que siguieran haciéndolo en las mejores condici: nes. Incluso tenemos ciertos indicios que permiten suponer una partici- pacién directa, militar, de los judios en los combates de la Reconquista. Y. Baer cita a este respecto el repartimiento que se hizo en Jerez de la Frontera en 1266: unos cuantos de los judfos a quienes se les adju- dicaron tierras y casas figuran en el documento como «ballesteros», lo cual parece indicar que se trataba de combatientes; todos los de- mas van resefiados como oficiales del rey, es decir, colaboradores ha- bituales de la corona, que juzgaba imprescindible su asentamiento en la ciudad." En Aragén y Catalufia encontramos situaciones parecidas e incluso més significativas que en Castilla. El dinero judfo sirvié en gran parte para financiar las conquistas de Mallorca y de Valencia; a modo de com- pensacién los monarcas entregaron a judfos la recaudacién de muchos impuestos y rentas. Muchos bailes u oficiales subalternos de la adminis- tracién real fueron asi judios. Este fue el origen de la fortuna y prestigio 10. Ibid., pp. 90-91. LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 21 we Ilegé a tener la familia De la Caballerfa'' en Zaragoza. Ya en 1257 don Yehuda ben Levi de la Caballeria aparece como baile de Zaragoza. Tres afios después, el soberano le encarga recaudar todas sus rentas en el reino de Arag6n; fue ademés baile de Valencia, donde tenfa tierras y ga- nados."? A fines del siglo x, Pedro III va mucho mis lejos al conferir a oficiales judfos poderes considerables; los hermanos Ravaya, por ejem- plo, estaban autorizados a firmar, en nombre del rey, tanto disposiciones relativas al suministro de armas y aprovisionamiento de navios como 6r- denes cursadas a los vasallos.'’ En el mismo sentido se puede citar el caso de otro judio muy influyente en la Corte de Pedro III, Samuel ibn Manasseh, que se habia educado en la cultura arabe y sirvié de intérpre- te al rey en sus negociaciones con los reyes moros de la peninsula o del norte de Africa; a decir verdad, Samuel ibn Manasseh, aunque formal- mente era judfo, poco tenia que ver con sus correligionarios: no pagaba tributos ni Ilevaba sefiales distintivas; vestfa y se comportaba en todo como cristiano; usaba caballo y armas como cualquier noble aragonés.'* Gran parte del patrimonio real quedaba asi en manos de los judios, lo cual era abiertamente contrario a las normas candnicas, repetidamente recordadas por la Iglesia, segtin las cuales los judfos no podfan ocupar cargos ptiblicos que implicasen autoridad sobre los cristianos. De vez en cuando, los reyes se veian en la obligacin de dar marcha atrds, pero no tardaban mucho tiempo en volver a las andadas, no por simpatia hacia la comunidad hebrea, sino porque no podian prescindir de algunos de sus miembros. Sélo a finales del siglo xm, tanto en Castilla como en Ara- gOn, empezaron a surgir en el seno de la poblacién cristiana personas ca- pacitadas para ejercer las tareas y la funcién social que hasta entonces monopolizaban los judios. No es facil precisar, ni siquiera aproximadamente, el peso demogra- fico de los judfos en la peninsula. Hay grandes vacilaciones y diferencias entre los historiadores. Para la Castilla del siglo xm, Luis Sudrez Fer- nandez calcula que serfan unos cien mil;'* partiendo de un padrén de 11, Aquella familia forms parte en un principio de la clientela de los caballeros del Temple; asf se explica el nombre que se le dio. 12. Y. Baer, op. cit., pp. 118-119. 13. Jbid., p. 137. 14. L. Suarez Fernandez, Expulsion, p. 111. 15. Luis Suérez Fernandez, Judios espaiioles, pp. 96-98. Se basa en el conocido pa- dr6n de Huete (1391) que fija en 2.801.345 maravedis la contribucién exigida a los judios atazén de 30 maravedis por vardn de veinte afios, casado cabeza de familia. 22 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA 1290, Y. Baer evaliia en un mAximo de 3.600 los judios pecheros de to- dos los reinos y territorios de la corona de Castilla; se trata naturalmen- te de cabezas de familia; si aplicamos el coeficiente medio de 5 para ob- tener el nimero de habitantes correspondientes, llegariamos a menos de 20.000 judios;'® Julio Valdeén Baruque da cifras mucho mds elevadas para el siglo xtv: entre 180.000 y 250.000 hacia 1370. La verdad es que toda evaluaci6n exacta resulta imposible. Los calculos de Suarez y sobre todo de Baer no cuadran con lo que se puede sospechar de: las épocas posteriores: son a todas luces infravalorados. La estimacién de Valdeén es més aceptable. Parece razonable estimar que, a finales del siglo xiv, la poblaci6n judia de Castilla debfa situarse en torno a los 250.000 indi- viduos. Si de esta cifra descontamos las conversiones que siguieron a la crisis de 1391 —unas 200.000 como méximo, probablemente menos— y si le afiadimos un crecimiento debido a la recuperacién demografica del siglo xv —de la que los judfos debieron de beneficiarse igual que los | cristianos—, no estamos lejos del mtimero de 150.000 que es el que se suele dar para la poblacién judia en los territorios de la corona de Casti- lla en visperas de la expulsién de 1492. La distribucién territorial arroja algunas indicaciones mds concretas. En el siglo xm, cuatro ciudades destacan por la importancia de su co- munidad judia: Burgos en el norte, Toledo en el centro, Sevilla y Cérdo- ba en el sur. En Burgos debfan de vivir unas 120 o 150 familias judias, es decir menos de 1.000 individuos. En Toledo y su alfoz se concentra- ban, segtin el padrén de 1290, unas 350 familias; allf se concentraba la mayor densidad de poblacién judfa, lo que convertia la ciudad «en ver- dadera metr6poli del judaismo castellano» (Luis Sudrez Fernandez). En Sevilla, segiin la misma fuente, vivian alrededor de 200 familias y la ciu- dad contaba con nada menos que con veintitrés sinagogas. Fuera de es- tas cuatro ciudades, la densidad judfa era menor, con una tendencia a concentrarse en la zona comprendida entre Burgos y Toledo, en comu- nidades que oscilaban entre 50 y 100 familias. En Avila, en 1303, se sabe que los judfos poseian. unas 40 casas en el barrio de la catedral. La primera mencién de judios en Valladolid figura en un documento de 1167; en el siglo siguiente se tiene la impresién de que la comunidad ha alcanzado cierto nivel de prosperidad: tiene carniceria propia y por lo menos dos sinagogas. Guadalajara contaba con menos de 30 familias. Los judfos de Navarra gozaban de una posici6n privilegiada para la épo- 16. Y. Baer, op. cits I, p. 154. LOS JUD[OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 23 ca; vivian en présperas aljamas (Tudela, Pamplona, Estella, Sangiiesa, Viana, Los Arcos, Olite, Peralta...). Estamos en la misma incertidumbre para la Corona de Aragén. Sdlo mos que en el reino de Aragon, a principios del siglo xm, existian once comunidades judias, tres principales (Zaragoza, Huesca y Calatayud) y ocho secundarias (Teruel, Daroca, Tarazona, Egea, Alagén, Jaca, Montclis Barbastro)."” Las juderias catalanas eran probablemente las mas impor- tantes de toda la peninsula; no debfan de representar mas del 3 al 5 por 100. de la poblacién, pero los judios formaban alli un grupo homogéneo, con- centrado en algunas ciudades, en primer lugar Barcelona, luego Vilafranca del Penedés, Tarragona, Montblanc, Lérida, Balaguer, Tarrega, Gerona y Besalti.. Finalmente, el reino de Valencia tendria, a finales del siglo xm, unas 250 familias judfas establecidas en Valencia, Jativa, Castell6én, Denia y Murviedro. En cuanto a Mallorca, Baer opina que era tal vez la comuni- dad judia que, en toda la Edad Media, alcanz6 el mayor grado de dinamis- mo comercial. Muchos de sus miembros eran navegantes y cartégrafos y se sabe el papel que desempefiaron en los viajes de descubrimiento en el Atléntico, merced a su pericia tedrica y prdctica en la ciencia ndutica. Los judios mallorquines negociaban en todo el 4mbito mediterréneo, en espe- cial en el norte de Africa, donde tenfan parientes y amigos. No parece sin embargo que tuvieran tanta pujanza como los comerciantes cristianos.'* Los judfos solian Hamar kahal a los barrios en los que vivian y ésta seria la etimologia de la palabra catalana call, versién latina del original hebreo que volvemos a encontrar en el vocablo castellano calle. Esto in- duce a Luis Suarez Fern4ndez a pensar en una identificacién temprana entre vida urbana y judafsmo."? Efectivamente, varios asentamientos im- portantes de judfos estén situados en el centro de las ciudades: en Bar- celona, cerca de la catedral; en Burgos, en torno al castillo; en Toledo, no muy lejos del centro. Y. Baer opina al contrario que, antes de que fue- sen recluidos en guetos, a raiz de las persecuciones del siglo x1v, los ju- dios preferian asentarse en ciudades pequefias y en aldeas, en estas tilti- mas sobre todo, por considerarlas mds seguras desde el punto de vista politico y econémico; la literatura moral hebrea recomendaria vivir en una aldea que hacerlo en una ciudad.” 17. L. Suarez Ferndndez, Expulsién, pp. 25-26. 18. Y. Baer, op. cit., pp. 341-343. 19. L, Sudrez Fernandez, Expulsién, p. 25. 20. Y. Baer, op. cit., pp. 170, 243. 24 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA Este problema est4 intimamente relacionado con el de las activida. des de los judfos en la sociedad espafiola. Un tépico al uso que corre a lo largo de toda la Edad Media hasta por lo menos las diatribas antisemj- tas de Andrés Bernéldez, cura de Los Palacios, en tiempos de la expul- sion de 1492, hace del judfo un habitante de la ciudad, con oficios:co. rrespondientes a este asentamiento preferentemente urbano: negocios financieros, comercio, artesania, profesiones liberales o intelectuales, etc., con exclusién de toda actividad en las labores del campo.” La rea- lidad dista mucho de este estereotipo. En los primeros siglos de la Edad Media, los judios ocupan casi el mismo abanico de actividades que log cristianos. La especializacién en determinados oficios de indudable sig. nificacién social sélo fue propia de una pequefia minorfa que, por su ri- queza, prestigio e influencia, llamé poderosamente la atencién de la masa de los cristianos. Pero la existencia de tal minoria no debe ocultar el hecho de que la mayor parte de los judios de la peninsula vivian en condiciones mucho més modestas, semejantes en muchos casos a las de ~ sus vecinos cristianos. Béatrice Leroy ha reconstruido la historia de una familia judia de Tudela hasta su exilio en El Cairo, después de la expul- si6n de 1492; los primeros miembros de quienes se tiene noticia, en 1167, eran propietarios de vifias y tierras de pan llevar.” Efectivamente, hasta el siglo xu al menos, los judfos eran esencialmente agricultores y ganaderos; como tales vivian en el campo y en las aldeas. Baer nota acertadamente que el aumento de los asentamientos judfos en villorrios de Andalucia, todavia a principios del siglo xiv, sdlo se explica por la existencia de una poblacién agricola judfa relativamente importante.” En el siglo x, en Catalufia, varios documentos los muestran comprando y vendiendo terrenos, arrenddndolos, cultivando ellos mismos sus cam- pos y Vifiedos. En el siglo xii, los Fueros generales de Aragon y Navarra mencionan a judfos que viven en tierras del rey y le pagan tributo por el producto de sus campos y vifias.* Ahora bien, poseer tierras no quiere decir cultivarlas personalmente; es posible que la agricultura haya sido para los judfos una actividad subsidiaria, pero no se puede descartar por completo la presencia de agricultores y ganaderos entre ellos, por lo me- 21. Yan el Cantar del Cid se recoge la idea del judfo como mercader mafioso y usurero, 22, Béatrice Leroy, Les Menir. 23. Y. Baer, op. cit.,I, p. 243. 24. Ibid., pp. 33, 63. LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 25 E asta finales del siglo xm; en efecto, leyes de 1282 y 1293 prohiben O® - judios poser heredades; se les obliga a vender las que ya tienen en is eo de un aio, lo cual implica que antes sf que existian tales propie- al jos judios. La sociedad cristiana procura, pues, apartarlos de las acti- a des agricolas y ganaderas. Més tarde se tomarén medidas, imposi- 5 de llevar a la prdctica, para prohibir a los judfos dedicarse a la fa o al pequefio comercio, trabajando para Jos cristianos, se en- tiende. Bl objetivo era evitar todo contacto, por lo cual se procuraba que Jos cristianos no dependiesen de los judfos para ciertos menesteres y vi- ceversa. Esta es la interpretacién que da J. M. Monsalvo Antén® y que creo correcta. Pero se puede completar con una observacién: jno inter- yendria también para los cristianos el miedo a la competencia judia? De ser ast, tendriamos una prueba indirecta de la existencia de un artesana- do cristiano relativamente desarrollado, lo cual invalida la tesis de Amé- fico Castro sobre la incapacidad de la casta cristiana para este tipo de ac- tividades y la necesidad en que se vio de buscar a moros y judios para «hacerle las cosas». En Alemania habja ocurrido algo semejante: las ex- poliaciones, vejaciones y persecuciones habfan empujado a los judfos hacia el oficio de prestamista. Baer opina que también en Espaiia, a partir del siglo xml, factores similares debieron de influir para reducir Ja personalidad econémica de los judios al tipo sociolégico del judio an. En las ciudades, grandes o pequefias, muchos tenfan comercios 0 talleres de artesania, pero en las mismas proporciones 0 tal vez en pro- porciones menores que las de los cristianos. El tema de la usura que tanta resonancia tendrd en las crisis del siglo xIv no parece tener antes de esta época una importancia relevante. Es en el siglo xii cuando em- pez6 a entrar en vigor en Espafia la prohibicién de cobrar interés por deudas entre cristianos; idéntica prohibicién regia entre judfos, pero no entre personas de diferente religién. Algunos judfos aprovecharon aquellas disposiciones, con lo cual ademés permitfan el desarrollo de Jas actividades econémicas que la escasez de dinero dificultaba; el tipo de interés habfa sido fijado por Las Siete Partidas de Alfonso X a tres por cuatro: se presta tres, se devuelve cuatro, lo que equivale al 33,33 por 100, tasa que queda inalterada hasta finales de la Edad Media; en Aragén, las Cortes de Gerona (1241) lo fijaron mucho més bajo: 20 por 100, Muchas veces se trataba tan s6lo de compraventa de mercan- 25. J.M. Monsalvo Ant6n, Antisemitismo, p. 188. 26 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA cias corrientes (pafios, etc.) a crédito. En 1264, un judio de Tude, daba a los ricos el siguiente consejo; «Elige ser labrador o comercian. te, pero si puedes dar tu dinero a interés, aprovecha la ocasi6n, no |g dejes pasar».”* De todas formas es excesivo e injusto atribuir a todos los judios de la peninsula lo que s6lo era propio de una pequefia mino. ria de ellos. Lo mismo cabe decir de los grandes negocios a nivel pe. ninsular e internacional y de los asuntos financieros. El arrendamientg_ de los impuestos estaba en manos de unos cuantos judios ricos. Perg. la masa cristiana tendia a asimilar a todos los judios con esta pequefig minorfa. Conviene afiadir que, andando el tiempo, a medida que iba forméndose una burguesia cristiana acomodada, esta burguesia empe- 26 a desplazar a los judios del lugar que ocu; ipaban en la vida econémi- ca; los cristianos no estaban por su condicién incapacitados para ejer- cer tareas econémicas, las cuales tampoco eran privativas de los judios. ] Los judios de Espafia constituian una comunidad separada, desde e] Punto de vista juridico, al lado de otras dos, la cristiana y la musulmana, una microsociedad paralela a la sociedad cristiana, escribe Luis Suérez Fernandez. La formula es muy acertada; da cuenta de lo que fue la rea- lidad hist6rica: los judfos formaban en efecto una microsociedad, con sus logros y sus defectos, pero al fin y al cabo una sociedad relativa- Mente auténoma y puedo anticipar que, a mi juicio, este Tasgo es el que conduciré a la desaparicion del judaismo espafiol en 1492. Estas tres co- munidades no estaban en un plano de igualdad, ni mucho menos: Ja cris- tiana era la dominante en todos los conceptos; las otras dos siempre fue- ton consideradas y tratadas como minorfas toleradas, en un sentido que aclararemos més adelante, lo cual suponfa una situacién de inferioridad con respecto a los cristianos y dicha inferioridad justificaba los impues- tos que recafan sobre sus miembros, much{simo mas elevados que los que debian pagar aquéllos. En Castilla, en el siglo xm, ademds de la ca- pitacién, pagaban a la corona las tercias y otras exacciones (servicios ordinarios y extraordinarios, alcabalas, etc.) como los cristianos, dere- chos a los municipios para la utilizacién de servicios Publicos, pastos, peajes, portazgos y montazgos, y ala Iglesia diezmos, primicias y otros impuestos. En Navarra, la contribucién de los judios, la pecha, estaba calculada segiin la demografia de cada aljama. Segin un padrén de 1294, los judios pagaban aquel afio por sf solos el 22 por 100 del total de 26. Ibid. p. 164. LOS JUD[OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 27 los impuestos directos del reino de Arag6n, sin contar tributos tempora- tamos forzosos y otras contribuciones.”” Como se dice clara- pea en el Fuero de Teruel (1176), los judfos eran siervos, propiedad del rey: ¥ pertenecfan al tesoro real. Por eso, en caso de dafio fisico 0 ase- sinato de un judio, era el tesoro real, y no la familia de la victima, el que recibia jndemnizaci6n, por considerarse que era él quien salfa perjudica- do. En Castilla, es Alfonso X quien reglamenta, a mediados del siglo xm, la situacion juridica de los judfos. Las Partidas autorizan la presencia de judios en la sociedad «porque ellos viviesen como en cautiverio para siempre y fuesen remembranza a los hombres que ellos vienen del lina- ie de aquellos que crucificaron a Nuestro Sefior Jesucristo». Después de este preémbulo que fija los limites de la tolerancia en términos muy es- trictos e injuriosos, sefialando a los judfos como deicidas segtin la doc- trina constante de la Iglesia, pasa el documento a definir la condicién ju- ridica de los mismos: la prdctica del culto est4 autorizada, pero todo selitismo queda prohibido bajo pena de muerte en que incurre tam- pién el cristiano o el musulmén que se convierta; se podrdn reparar y res- taurar las sinagogas existentes, pero no construir nuevas; en contra de lo recomendado por el papa Inocencio IV, se otorga a los judios el derecho aposeer y leer los libros de su ley, observar el sébado y otras fiestas mo- saicas. Se conceden a los judfos idénticos derechos que a los cristianos en materia judicial.* Luego se prevé una serie de medidas discrimina- torias: prohibicién de ocupar cargos ptiblicos y determinadas profesio- nes, como la medicina; prohibicién de participar en comidas junto con cristianos, de criar hijos o hijas de cristianos o de dar sus hijos a criar acristianos, de tener relaciones sexuales con cristianos; obligacién de llevar alguna sefial distintiva de su condicién de judfo. Muchas de aquellas prohibiciones y obligaciones eran meramente teéricas, por ejemplo la que afectaba el ejercicio de la medicina o la obligacién de ostentar una sefial distintiva. En la vida cotidiana, los judfos no se dis- tinguian de los demds habitantes por el traje que llevaban, a no ser en Catalufia donde parece que los judios vestian «capa redonda», es decir, una especie de traje largo a modo de sotana con capucha parecida a la de los frailes; encima de la ropa tenfa que estar cosida una sefial espe- 27. Ibid., p. 144. 28. Dice el Fuero de Cuenca: «Si un judio y un cristiano pleitean por algo, designen dos alcaldes vecinos, uno de los cuales sea cristiano y el otro judio». En el de Septilveda, el juramento de! judio es considerado tan valido como el del cristiano. 28 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA cial conforme a las leyes de Jaime III, pero esta sefial podfa facilmen- te ocultarse.”” A cambio de esta fuerte presién fiscal, los judios formaban una enti- dad separada que, como tal, gozaba de cierta autonomfia, ya que dependia directamente del monarca. A esta entidad se la conoce con el nombre dg aljama, concepto que no hay que entender en un sentido territorial: la al- jama no es un gueto, un barrio separado del resto de la poblacién en el cual estén obligados a vivir los judfos; sélo a finales de la Edad Media tendr4n vigor las normas para encerrar a los judios en barrios separados, Hasta fines del siglo xim por lo menos, los judios espajioles tienen toda libertad para vivir donde les dé la gana, aunque de hecho, en muchos ca- sos, prefirieran agruparse en ciertas calles. La aljama era entonces una persona moral, una entidad politico-religiosa, que se regia segin sus propias normas juridicas. En Castilla, en fecha relativamente temprana, las diversas aljamas nombraban procuradores en una asamblea que se reunia de vez en cuando para examinar y determinar los asuntos que in- teresaban a toda la comunidad judia del reino; esta asamblea venia a ser, para los judios, un organismo semejante a las Cortes. No parece que fue- ta asi en Navarra y en la Corona de Aragon, donde cada aljama tenia completa autonomia. En Castilla, el rey nombraba para todo el reino un oficial, rab o juez mayor, que dirigia toda la comunidad judfa y servia de enlace entre ella y la corona, pero esta institucidn s6lo se generalizé en el siglo xv. Esta situacién presentaba indiscutibles ventajas, pero tam- bién tenia sus inconvenientes: los judios se convencieron de que el mo- narca era su principal defensor, ya que dependian directamente de él; di- cha convicci6n Ilevé a sus representantes a colaborar estrechamente con el poder real y a favorecer su extensién; en momentos de crisis politica, esta actitud les convertia en el blanco de las diferentes oposiciones. A nivel local, la aljama formaba una entidad juridicoadministrativa aut6noma. Tenfa sus propios magistrados, sus rabinos, sus jueces, sus receptores de impuestos (tasas especiales sobre los animales degollados, el vino, las bodas, los entierros...) destinados a sufragar los gastos de la comunidad (escuelas rabinicas, lugares de culto, cofradfas para asisten- cia a pobres y enfermos, etc.). La aljama dictaba ordenanzas, los tacca- not, muchas veces redactadas en hebreo y en castellano, para el gobier- no interno de la misma. Actuaba del mismo modo que lo hacfa el concejo municipal en relacién con los cristianos, y notamos en ella la 29. Y. Baer, op. cit., p. 145. LOS JUD{Os EN LA ESPANA MEDIEVAL 29 eyolucién que en los concejos: en un principio, las autoridades en- nia i de dirigirla, los viejos o adelantados (mucaddemim), se renova- cada afio por libre eleccién; s6lo cuando no habia acuerdo se acudia al rab mayor para nombrar a los oficiales, jueces, veedores, tesoreros € 4 res de 1a cosa ptiblica. Luego estos oficios se convirtieron en car- hereditarios que no salfan de unas cuantas familias de privilegiados, e monopolizaban la direccién de la aljama. La aljama de Barcelona, era cabeza de un distrito muy amplio que en 1332 se extendia hasta Vilafranca del Penedés, Cervera, Manresa y Caldes de Montbui, fue reor- anizada en 1327 a imitacidn del municipio cristiano, con un Consejo de Jos Treinta semejante al Consejo de Ciento del municipio de Barcelona. A Ja aljama le tocaba regular toda la vida religiosa, social, judicial y econd- mica de sus miembros. Tres aspectos merecen destacarse: la recaudacién de impuestos, la administracién de la justicia y la vida religiosa y cultural. Era la aljama como tal la encargada de pagar a la corona las contri- puciones debidas, ordinarias o extraordinarias, y repartirlas entre sus miembros. Esto daba lugar de vez en cuando a tensiones, ya que en las alj , lo mismo que en los concejos cristianos, existia una amplia va- tiedad de condiciones, desde los muy ricos financieros y comerciantes trataban con el rey, los nobles y prelados, hasta gentes paupérrimas e indigentes, pasando por una clase media de tenderos al por menor, ar- tesanos, agricultores... El reparto de las contribuciones era ocasién de enfrentamientos entre ricos y pobres. La minoria pudiente y acomodada aba eximirse de pagar la cuota correspondiente a su fortuna y a veces obtenia del rey privilegios comparables a los que disfrutaban los hidalgos cristianos. En tales casos, como ocurrfa también en la sociedad cristiana, la carga recafa sobre los demés, la masa de pecheros, provo- cando Ja natural animadversi6n de los segundos hacia los primeros. Consta asi, por ejemplo, que en Zaragoza, en 1264, estallé un movi- miento de rebeldia contra la forma que tenian los «grandes pecheros», es decir, la minorfa acomodada, de repartfr los impuestos: el procedimien- to seguido venfa a favorecer descaradamente a los ricos.”” La aljama tenia jurisdiccién penal sobre sus miembros. En los plei- tos entre judfos y cristianos, se formaba un tribunal mixto, compuesto por representantes de ambas religiones. Los litigios entre judios se re- solyfan conforme a las prescripciones de la ley judia, la Tord. Infringir Jas normas religiosas de la Tord —por ejemplo, no acatar la regla del res- 30. Ibid., p. 178. 30 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA. peto del s4bado— constituia un delito que exponfa al reo a sancion, graves. La ejecucién de las sentencias se confiaba a los oficiales del re que siempre se conformaban con lo que habfan dictaminado los ju de la aljama. Un caso particular lo constituyen los delitos cometidos po, los Ilamados malsines contra la existencia misma de la comunidad Juda, se consideraba muy grave todo lo que podfa poner en peligro la reputa. cién de la aljama: delacién o denuncias, acudir a los gentiles para con, tarles patrafias sobre la ley y la religion judia, etc. En tal caso, la aljama disponfa de un arma terrible, el herem, una especie de excomuni6y. por la cual los malsines incurrfan en penas muy severas que podfan ir hasta la mutilacién, la amputacién de un miembro e incluso la muerte. Y Baer ha dado a conocer el caso de un joven judo de ilustre familia, acy. sado de malsin por sus correligionarios de Barcelona hacia 1280; el Tey Pedro III puso Ia causa en manos de los rabinos y dio orden de que se cumpliera la sentencia: dejar al hombre que se desangrara piblicamente delante del cementerio de los judios.”! En Sevilla, en 1312, la aljama pi. di6 permiso al rey, que se lo concedié, para enjuiciar a cierto judio que se dedicaba a delatar a sus correligionarios individualmente y a la co- munidad en conjunto; fue condenado a la horca.* La iltima pena de muer- te dictada contra malsines en Castilla parece haber sido la que se ejecut6 en 1377 contra Yosef Pich6. Juan I, tal vez impresionado por aquel hecho, suprimié en las Cortes de Soria (1380) el privilegio de que gozaban las al. jamas para pronunciar sentencias de muerte, con lo cual quedaban desam- parados los judfos para defenderse ante sus propios correligionarios. En cuanto a la vida cultural y religiosa en las aljamas de Espaiia, se | vio profundamente alterada en los siglos x1 y xt por dos movimientos paralelos: las controversias en torno a la obra de Maiménides y la ten- dencia a una piedad més depurada y exigente. La Guia de perplejos, que Maiménides redacté en arabe en 1190, se tradujo al hebreo y Ileg6 de esta forma a Espaiia por la via de Cataluiia. Esta transmisi6n relativamente répida demuestra el papel de intermedia- tio y puente que desempefiaron las aljamas catalanas entre el judaismo peninsular y el judaismo europeo.** Durante toda la Edad Media nunca h 31. Ibid., pp. 136-137. 32. Ibid, p. 253. 33. Las investigaciones de Yom-Tov Assis, profesor en la universidad de Jerusalén, muestran este papel de puente que desempefié Catalufia entre el judafsmo europeo y el ju- dafsmo peninsular: a través de Cataluifa la cultura judeomusulmana pas6 al norte. LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 31 mpieron los contactos entre las diversas partes del judafsmo de «4epora. En la segunda mitad del siglo xu, Benjamin de Tudela pudo : todos los paises de Europa y algunos de Asia donde existfan co- frida judias y enterarse asf de las varias tendencias y corrientes es- ales. El gran debate giraba entonces sobre la interpretacién que con- ‘ania dar 210s libros doctrinales de la tradicién hebrea: jhabia que leerlos su sentido literal estricto o era posible ver en algunas partes de ellos . ementos alegéricos? Mas alla de esta controversia, una obra como la e Mai onides Ilamaba la atencién sobre otros aspectos doctrinales, in- tados a la luz de la filosofia de Aristételes, que precisamente por JJas fechas habfan Ilegado a conocimiento de los sabios a través de ja cultura arabe peninsular, aspectos filos6ficos que se suelen presentar 19 corrientes averroistas que también tuvieron amplia difusién en la teologia cristiana y dieron lugar a sonadas polémicas hasta la gran sinte- sis que vino a significar la obra de santo Tomds de Aquino. Maiméni- des procuraba llegar a una conciliacién entre las exigencias racionales de la filosoffa y la fe mosaica. Se trataba, pues, de superar los aspectos temente arcaicos e irracionales de la religién, mostrando que en su conjunto la fe no suponia una contradiccién con la filosoffa. Las co- rrientes averroistas conllevaban indudablemente brotes racionalistas. En e] mejor de los casos, se limitaban a defender una interpretacién mera- mente aleg6rica de las Escrituras y a reducir los preceptos a simples sim- bolos. De ahi sdlo faltaba un paso, que algunos dieron, para llegar a la teorfa de la doble verdad: la una para la masa, que necesitaba dogmas y eptos; la otra para las elites, que fingfan compartir exteriormente la fe de los humildes, pero que no podfan creer en lo que juzgaban simple- zas, Estas tendencias averrojstas llevaban a cierta indiferencia 0 tibieza teligiosa e incluso a un auténtico descrefmiento y materialismo, bastan- te documentado en el caso de los judfos de corte y de profesiones libe- 34, Averroes, en drabe Ibn Rusd, «el autor del gran comentario» (Dante), habia na- cido en Cérdoba en 1126. Médico, tedlogo, jurista, ademés de fildsofo, se dio a conocer por sus comentarios de los libros de Aristételes, unos libros que lefa en traducci6n érabe, ya que desconocia el griego y el latin. En nombre de la ciencia ataca las opiniones reli- giosas del vulgo ignorante. Puede verse en él un precursor de las tendencias racionalistas en filosofia. Su influencia fue inmensa, tanto entre los judfos (Maiménides no lo cita nun- ‘ca, pero se inspira en sus comentarios) como entre los cristianos: santo Toms conocfa sus obras. Todavia hay rastro de la influencia de Averroes en el siglo xvi (Pomponazzi, Vani- ni, la escuela de Padua...) e incluso en el siglo Xvi entre los primeros adeptos del libre pensamiento. 32 = HISTORIA DE UNA TRAGEDIA rales (médicos, por ejemplo), acostumbrados a codearse con cristian, de su misma cultura y condicién, y que se consideraban como muy sy, periores al vulgo, un vulgo formado por la inmensa mayorfa de sus ¢g treligionarios. Se sabe de algunos judfos de corte que mostraban gran es. cepticismo doctrinal e incluso mucha despreocupacién ante las normag impuestas por cristianos 0 judios; no tomaban en serio los preceptos mo, saicos ni cumplfan con sus obligaciones religiosas: tenfan concubinag cristianas, se acostaban con prostitutas, jugaban a los dados; llevaban en suma una vida de sibaritas desprovistos de todo escripulo moral 0 reli. gioso.** Baer recalca que los descendientes de estos cortesanos serén log primeros en renegar de su fe y en traicionar a su pueblo en Ja gran tor. menta de los afios 1391-1415 y los nietos de aquellos apéstatas —con. yersos desde entonces— seran acusados ante los tribunales inquisitoria. les como personas que no crefan en ninguna religion y para quienes e| hombre habia sido creado sélo para nacer y morir, como las plantas y los animales, sin ninguna perspectiva espiritualista.** Algunos rabinos recibieron con entusiasmo las ideas de Maim6ni- des, que les parecian mds conformes con las necesidades vitales e inte- Jectuales de la época. Otros, en cambio, se escandalizaron ante lo que para ellos era una peligrosa desviacién doctrinal, un camino hacia una religién vaciada de gran parte de sus elementos tradicionales; éstos se aferraban a la letra de los viejos textos y de las prescripciones en ellos contenidas. Por considerar que la lectura prematura de ciertos autores podia entibiar la fe de los j6venes inexpertos, un rabino catalan, Rashba, mas conocido por el nombre de Adret, prohibié el estudio de las cues- tiones metaffsicas, de los libros griegos (concretamente los de Aristéte- Jes) 0 de obras sobre ciencias naturales antes de los veinticinco afios, ni en 4rabe ni en traduccién. La prohibicién no tocaba los libros de astro- nomia o de medicina; tampoco afectaba a las obras de Maimonides, Baer opina que el anatema de Adret (1305) tuvo escaso impacto en al- gunos intelectuales judfos, muy atrafdos por las nuevas corrientes de pensamiento. Por otra parte, Adret insistfa en el cumplimiento minucio- so de los preceptos, el acatamiento al pie de la letra de los textos sagra- dos, la necesidad de la oracién y de una vida religiosa intensa, todo ello 35, «Ell libertinaje sexual no era en su mayoria més que un fenémeno segundario del libre pensamiento y racionalismo religioso que trafa consigo Ia traicién nacional» (¥. Baer, op. cit., p. 191). 36. Ibid., p. 192. LOS JUD{OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 33 medio para aplacar la ira de Dios y evitar las persecuciones y des- que le parecfan otros tantos castigos a los vicios cometidos por el blo hebreo. El cumplimiento del precepto debfa pasar ante todo, inclu- so ante una. orden dictada por una autoridad cristiana. Adret trataba, pues, de dar un vigor nuevo al judafsmo, inviténdolo a ser mas exigente, menos onzoso de sf mismo y a reivindicar todas sus facetas religiosas. La reaccién de Adret vino a reforzar las corrientes pietistas que se desarrollaban en las aljamas. Muchos judfos, en efecto, se escandaliza- pan ante la actitud de los judfos de corte que encontraban en las ideas de Maiménides, tal como ellos las interpretaban, una justificacién a su con- ducta. En reaccién contra esta actitud, se desarrollaron unas corrientes misticas Y pietistas que, hasta cierto punto, pueden compararse con lo que pretendian en el mismo momento, en la sociedad cristiana, las érde- nes mendicantes de dominicos y franciscanos: retorno a unas formas de piedad mds rigurosas y tradicionales, cumplimiento de la ley en todos sus aspectos, ningtin compromiso con el concepto gentil de la vida, con el racionalismo filoséfico. Las mismas dificultades materiales con las que tropezaban los judfos eran interpretadas como una sefial divina: era el precio que el pueblo elegido por Dios tenfa que pagar. El movimiento mistico de la cébala es el mejor exponente de aquella corriente. Se trata- pa de un gnosticismo tipicamente judfo que procuraba adaptar al dogma biblico de la Creacién la teoria de Aristételes sobre la eternidad del mundo; para ello, la cébala interponfa entre Dios y el hombre una larga serie de intermediarios. La cébala contenfa adem4s comentarios misti- cos sobre la Toré en los que se utilizaban materiales de toda clase: astro- nomfa, cosmogonia, ffsica, psicologfa, demonologia, simbolismo de los nuimeros, enigmas, retruécanos, etc. La doctrina acababa en puro misti- cismo y en integrismo: el pueblo judio, a pesar y a causa de sus sufri- mientos, era la semilla de un tronco portador de la verdad; toda traicién, todo compromiso con los gentiles y con el racionalismo filoséfico, toda actividad al servicio de los cristianos, en la Corte, por ejemplo, todo contacto sexual con una cristiana®” se consideraba un pecado por el cual el judio traicionaba a su pueblo y se entregaba a Satands. A finales del siglo xm, en aquel ambiente, se desarrollé un mesianismo de gran am- plitud: rabinos y «profetas» de Avila y Ayllén anunciaron para el afio 5055/1295 la llegada del Mesfas, que seria precedida por una serie de fe- 37. Se conoce el caso de una judia de Coca que se habfa acostado con un cristiano; Ta aljama ordené que se le cortara la nariz. 34 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA némenos extraordinarios y el sonido de un gran cuerno. Muchos judfog se prepararon entonces para aquel acontecimiento que les sacarfa de} exilio, ayunando y repartiendo limosnas. El dia sefialado, entraron en sus sinagogas vestidos con sabanas blancas, como tenian por costumbre, pero les salié mal: se cuenta que aparecieron cruces coloradas en las s4- banas; entonces algunos se desengafiaron y se hicieron cristianos. Tal era la vida en las aljamas de Ja Espaiia cristiana en los siglos xy y Xill, antes de las grandes crisis y persecuciones de los ultimos tiempos de la Edad Media. Esta época que va aproximadamente de 1148 a 134g ha quedado en la memoria colectiva de los judfos como una especie de edad de oro, sélo comparable a la que conocieron en la Espafia musul- mana antes de la Iegada de los almohades. Ello se debe a su niimero, al estatuto de autonomija del que disfrutaban, a su papel social y a su posi- cion de intermediarios entre la cultura cristiana y la cultura musulmana; constituian un puente de enlace entre Oriente y Occidente, tanto desde e] punto de vista de la economia, las relaciones politicas y la diplomacia como de la cultura y la filosoffa. A esto se debe especialmente el es- plendor de la Toledo judfa en aquella época. Toledo era para los judfos como una nueva Jerusalén, foco religioso, filos6fico y econémico a la vez. Los restos que se conservan todavia hoy (las grandes sinagogas de Santa Maria la Blanca y del Trénsito, la amada Casa del Greco, en rea- lidad palacio de Samuel ha-Levi) dan idea de lo que pudo ser en los siglos xt y xml la pujanza econémica y el refinamiento artistico de la ju- deria toledana, capaz de asimilar las aportaciones més valiosas de dos mundos en una sintesis admirable y original. Las elites del judafsmo es- pafiol se habfan educado y formado en la cultura arabe que, en los pri- meros siglos de la Edad Media, era mucho més brillante que la del mun- do cristiano. Por su conocimiento de la lengua drabe, los judios estaban directamente en contacto con toda el drea cultural islimica que iba des- de el Indo hasta el Atléntico, con aquellos focos de civilizacién que eran Bizancio, Damasco, El Cairo, Bagdad... Desde el siglo vm el Oriente arabe habia venido recogiendo el legado cientffico y filoséfico de la An- tigiiedad griega, el que estaba depositado en las grandes bibliotecas de Alejandria, Antioqufa, Cartago...; se habfan traducido al drabe obras de fisica, matemdticas (las de Euclides, por ejemplo), medicina (Hipécrates y Galeno). A aquel caudal habfan afiadido los arabes lo mejor de la cien- cia de Persia, India, China... El centro cultural de Cérdoba disponia de una prestigiosa biblioteca con unos 400.000 volimenes, 200.000 ma- nuscritos griegos, latinos, arabes. Es este caudal cientifico y filos6fico el LOS JUDIOS EN LA ESPANA MEDIEVAL 35 Z asa a partir del siglo x11 a disposicién del mundo occidental por io de 1a que se ha llamado, tal vez abusivamente, la Escuela de Tra- uctores de Toledo, ya que también Zaragoza y otras ciudades intervi- ; en este proceso que abarca toda la zona comprendida entre el Bbro y el Tajo. No cabe duda sin embargo de que Toledo se transformé répidamente en el centro mas importante y prestigioso. Los judios de- sempefaron un papel de primer orden en la transmisién de este saber ue consistia primero en traducir los textos del 4rabe al romance, luego del romance al latin; sus conocimientos de la lengua y de la cultura 4ra- pes les convirtieron en agentes imprescindibles de aquella labor que cul- mind en el reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284). No es posible izar detalladamente en este libro, como se mereceria, la aportacién judfa. Me limitaré a sefialar, como botén de muestra, la personalidad de ‘Abraham ibn Ezra, judio de Tudela, gran matematico y astrélogo, cuyas obras, redactadas en hebreo, fueron pronto traducidas a las lenguas ro- mances, el catalén especialmente.** Todo ello dio a los intelectuales ju- dfos espafioles de los siglos x11 y XIN un inmenso prestigio, prestigio del \e carecian sus compaiieros cristianos, y contribuy6 a crear la tradicién del judio versado en las actividades cientificas y literarias, una tradicin que se prolongard hasta bien avanzada la Edad Moderna. Afiddase a este prestigio el orgullo que sentian los judios espafioles por atribuirse una especie de nobleza colectiva, como descendientes que pretendian ser de Ja tribu de Juda (no la de Jacob) y de la ciudad de Jerusalén. Indudablemente la situacién de los judios fue en Espafia mas favo- rable que en los demés paises de Europa, pero conviene matizar mucho la imagen que a veces se da de una Espaiia tolerante, abierta, respetuosa de las culturas y religiones del Libro. La realidad fue muy diferente: nunca hubo en Espafia convivencia pacifica ni respeto al otro, al disi- dente religioso. Los judfos —lo mismo que los mudéjares— fueron to- lerados, eso sf, es decir, se les permitié vivir y practicar su religién porque no se podia prescindir de ellos en la vida econémica;” las vici- situdes de la Reconquista obligaron a los monarcas a utilizar los servi- 38. Un ejemplar en cataléin, que debié formar parte de la coleccién particular del conde-duque de Olivares, se encuentra en la biblioteca de El Escorial, 39. La tolerancia, tal como se practicaba en la Edad Media, era la que definfa Bal- més en el siglo pasado como «el sufrimiento de una cosa que se conceptia mala, pero que se cree conveniente dejarla sin castigo ... de manera que la idea de tolerancia anda siem- pre acompafiada de la idea del mal». 36 HISTORIA DE UNA TRAGEDIA cios de todos, cristianos y no cristianos. Esta fue la tolerancia medieval, cohabitacién mas o menos forzada mas que auténtica convivencia, Hay que descartar el t6pico de una Espafia de las tres religiones o de las tres culturas que hubiera existido en los siglos xi y x11 como una suerte de sociedad plurirreligiosa, islote privilegiado e ideal en un océano de into. lerancia y fanatismo. Nunca hubo en Espaiia tres religiones mds 0 me- nos equiparadas en dignidad: la musulmana, la cristiana y la judia. Tan- to los musulmanes como los cristianos se pretendian en posesién de la verdad revelada, una verdad que exclufa las otras; entre ellas no podfa haber ni hubo estima recfproca. En cuanto al judaismo peninsular, fue objeto de un desprecio idéntico por parte de moros y de cristianos. La presencia de proyectos ecuménicos en tal o cual momento no debe Ila- marnos a engaiio. En el Libro del gentil y de los tres sabios de Ram6n Llull (t 1315) se nos presenta un intercambio intelectual entre creyentes de las tres religiones para tratar de descubrir la que merecia ser conside- tada como la verdadera. Todo esto esté muy bien pero no puede hacer- nos olvidar que no pasaba de mero entretenimiento literario. El mismo Ramén Llull ocup6 parte de su vida en la tarea de convertir a los infie- Jes; solicité del rey Jaime II permiso para predicar ante los judios, no a fin de cambiar ideas con ellos sino con objeto de convencerles de que tenfan que renunciar a sus falsas creencias; es de suponer que sus sermo- nes serfan menos ecuménicos que su obra literaria. En cuanto a Alfonso X, que se nos presenta a veces como un parangén de tolerancia por el impul- so dado a las traducciones del drabe, no dud6 en dejar constancia en las Partidas de sus verdaderos sentimientos. Como ya se ha dicho, justificé la conveniencia de autorizar la presencia de judios «para que ellos viviesen como en cautiverio para siempre y fuesen recuerdo a los hombres que ellos vienen del linaje de aquellos que crucificaron a Nuestro Sefior Jesu- cristo». El mismo Alfonso X traté muy duramente a las minorias judia y mudéjar de sus territorios, sobre todo al final de su reinado: empez6 a po- ner en prdctica una politica de aislamiento para moros y judfos, cercenan- do parte de los derechos legales que se les habian otorgado anteriormente. La convivencia intelectual no legaba hasta el 4mbito social. Todavia mas inexacto que el t6pico de las tres religiones es el de las tres culturas. En la Espafia medieval no hubo més que dos culturas do- minantes, la una después de Ia otra: la musulmana y la cristiana. Los ju- dios participaban de ambas, segiin el territorio en el que viviesen. No hay que confundir cultura judia y cultura de los judfos. En nuestra época Karl Marx, Freud, Einstein y otros muchos no son representantes de la cultu- LOS JUD{OS EN LA ESPANA MEDIEVAL 37

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