You are on page 1of 61
LA TRADICION APOSTOLICA ICHTHYS HIPOLITO DE ROMA 1 LA TRADICION APOSTOLICA EDICIONES SIGUEME - SALAMANCA 1986 ‘© Peitoria! Lumen, 1981 Viamonte, 1674 Buenos Aires (Repiiblica Argentina) ‘© Ediiones Sigueme, S.A, 1985 Apittado 332 - 37080 Salamanca (Espafa) SBN: 34-301-0989-7 ‘Depési'o legal: S. 93-1986 Printed in Spain Imprime: Grificas Ortega, S.A Poligono El Montalvo - Salamanca, 1986 PRESENTACION LA EDICION La presente edici6n no tiene, especialmente, por des- tinatarios a quienes se interesan por los problemas téc- nicos o lingiifsticos que pudiera plantear el texto, sino que esté orientada hacia un piblico menos especiali- zado. Sin embargo, aquellos que deseen efectuar un traba- jo de cardcter més cientifico, podrén remitirse a la re- produccion de los textos latinos, griegos, coptos, sahi- dicos, bohairicos, arabes 0 etfopes que hemos ante- puesto a la traduccion de cada una de las tres partes en que hemos dividido la obra. Se ha obviado, en consecuencia, todo aquello que, por tener un cardcter excesivamente técnico, no hubie- ra interesado sino a un pequefio nimero de lectores, EL CONTENIDO. Es dificil precisar el géncro litcrario de esta recopila- cion. Contiene prescripciones y plegarias litdrgicas; sin embargo no es un libro exclusivamente litargico. ni tampoco una recopilacién canénica, Se podria afirmar que es un reglamentd eclesidstico, pero sus reglas no estin bien especificadas. El autor se propone recordar la disciplina de la Iglesia y dar directivas, no solo a su comunidad, sino también a los Jefes de otras Iglesias. 1 La Tradicién Apostélica esté dividida en capitulos de extension desigual, precedidos de titulos —irreme- diablemente borrados en el latin— que nose remontan necesariamente al original. Hay que distinguir en el li- ‘bro tres partes principales: 1°) La Constitucion de la Iglesia; 2°) La Iniciacion cristiana; y 3°) Los Usos de a Iglesit INTRODUCCION 1. El hallazgo M1, @Quign era Hip6lito? |. El texto a} La estructura general b) Los detalles 1. ELHALLAZGO A fines del siglo XIX, Tradicion Apostélica, era slo un titulo inscripto sobre el zécalo de una estatua en- contrada en Roma en el siglo XVI. El personaje alli representado fue identificado como un escritor la- ‘mado Hipélito. En cuanto a la obra en st misma, no se habia visto jamds ningtin manuscrito y se ignoraba to- talmente el contenido, ‘Sin embargo, el nombre Hipélito figuraba en algunas recopilaciénes canénicas. Ast, existia un Epitome del libro VIII de las Constituciones Apostélicas que He~ vaba un subtitula: Constitucién por Hipélito. Del mis- mo modo se edité, en 1879, una recopilacién drabe ti- tulada: Cénones de. Hipélito. Estas dos recopilaciones tenian relacién con los escritos apécrifos atribuidos a San Clemente de Roma: Constituciones Apostélicas y el Testamento de Nuestro Seftor. A estos documentos vino a agregarse una pequefia coleccién candnica usada en el patriarcado de Alejandria, a la que se le dio el ti- tulo de Constitucién de la Iglesia egipcia y trataba los mismos temas que los otros documentos, Con estos hallazgos surgieron, también, los primeros interrogantes: jhabia, entre estas diferentes obras, una relacién directa o indirecta? ; Todas ellas provenian de una misma compilacién perdida? ;Habia, acaso, un or- den de dependencia? Frente a estas preguntas se opto, en primer lugar, por compaginar la recopilacién primitiva por compara- MN cién con los escritos siguientes para ast establecer el or- den de dependencia, Varias fueron las opiniones: muchas de ellas carecie- ron de objetividad. Por ejemplo F.X. Funk mantuvo, contra toda evidencia, que la Tradicién Apostdlica de- rivaba de las Constituciones Apostélicas, en tanto que Mgr. Rahmani sostenta la prioridad del Testamento de Nuestro Seftor. Aunque todos los datos relacionados con el proble- ‘ma se conocian desde hacta largo tiempo, fue necesa- rio esperar los primeros afios del siglo XX para encon- trar la solucin verdaderamente cientifica, basada, no ya en suposiciones o algo semejante, sino sobre un exd- ‘men conereto y critico de los textos. Ella fue encontra- da, a algunos aftos de distancia, por dos sabios que tra- bajaban independientemente uno del otro: un sabio alemdn, E. Schwartz, y un benedictino inglés, R. H. Connelly. La comparacién minuciosa de todos los do- cumentos los condujo a las mismas conclusiones. La primera, admitida hoy por todos los griticos, afir- ma que el escrito, del que derivan todos los otros, es la pretendida Constitucién de la Iglesia egipcia. Se pre- gunta hoy cémo se pudo, en otros tiempos, hacer deri- var esta recopilacion de un escrito de fines del siglo IV. La segunda conclusién nos dice que esta pretendida Constitucién de la Iglesia egipcia no es otra cosa que la Tradicién apostélica, la cual se creia perdida. Esta identificacién se apoya sobre dos hechos. El primero es que, sobre el zécalo de la estatua romana, el titulo Tradicién apostélica, estd precedido por otro: Los ca- rismas. Ahora bien, el prefacio de estos cénones revela, precisamente, que el autor traté primeramente los ca- rismas y que posteriormente lo har‘a con la tradicién 12 apostélica El segundo hecho, es que dos de las recom- posiciones, los Cénones de Hipélito y el Epitome de las Constituciones apostélicas, hacen mencién del nombre de Hipolito. Esta segunda conclusion recibié una acogida mds re~ servada: pero las objeciones recibidas no impidieron a la mayorta de los criticos adherirse a la tesis de Schwartz y Connolly. 13 Tl. ,QUIEN ERA HIPOLITO? La Tradicién apostélica ejercié en esa.época una gran influencia sobre las instituciones de la Iglesia. Pero quién era su autor?. En qué medio geogrifico y social, yen qué circunstancias la habia compuesto? El hecho de que su estatua se hallara en Roma, supo- ne evidentemente que tuvo un lugar en la Iglesia roma- nna, Sin embargo, algunos historiadores, con mucha re- serva, lo citan como escritor, pero sin decir donde vi- vi6, Otros lo mencionan como obispo, pero sin seflalar la sede que ocup6. La de Roma estd excluida, porque en Ia lista de los obispos no figura su nombre, ;Cémo explicar entonces que se lo represente sentado en una silla apostdlica?. La respuesta fue dada por el descubri- miento del texto completo de una obra de la que no se conocia mas que la primera parte y que fuera atribuida @ Origenes bajo el titulo de Philosophumena. Estos li- bros revelaban que el autor era un sacerdote romano 0 que tuvo desaveniencias con el papa Ceferino y que, a la muerte de éste en 217, se opuso a su sucesor Calixto. Ademds, habia en Ia lista de los mértires romanos un Hipélito, honrado el 13 de agosto. El papa Dimaso le consagré una inscripcién, lo que muestra que su culto era oficial. Sin embargo, Démaso lo recuerda como cis- mético, lo que seguramente es erréneo, porque el cisma comenzé en el 251, en tanto que la destitucion de Hi- politico tuvo lugar en la misma época que la del papa Pontien, segundo sucesor de Calisto (231 — 235). Desde entonces se impuso la solucién: la deposicién si- multinea de Hipélito y de Pontien no es casual. Los dos, jefes de comunidades rivales, fueron exiliados. El regreso de sus restos a Roma marca el fin del cisma. Pontien fue inhumado en el cementerio de los papas, 14 el cementerio de Calixto, en tanto que Hipélito lo fue en Ia via Tibertina, como simple sacerdote. Se ignora si se habian reconciliado en el exilio, lo cierto es que am- bos son honrados en Roma. De todas maneras, la admi- sién de un cismdtico entre los mdrtires romanos no odid miés que marcar el fin del cisma, En 1947, M. P. Nautin cuestioné estas conclusiones, cuando el problema estaba en este punto. Examinando los diversos escritos atribuidos a Hipélito, M. Nautin supuso que se habia confundido en una misma heren- cia literaria los escritos de dos autores diferentes: Hipélito y Josipe (0 José) que era el antipapa cuya estatua se encuentra en Roma, El punto de partida de esta opinion es que los extractos de las obras atribuidas a Hipolito figuraban en loz lemas de ciertas colecciones de trozos literarios selectos bajo el nombre de Josipe. Discutir este problema seria tarea muy ardua y polé- mica. Es necesario sefalar que el titulo: Tradicién apost6- lica, figura sobre el zécalo de la estatua romana, prece- dido de Los carismas y admitir que el personaje repre~ sentado en la estatua compuso dos tratados que levan el mismo titulo. Que otro autor tuviera la misma idéa y usara los mismos titulos puede ser, o bien una fantasia 0 una, posibilidad: metafisica, pero no satisface al his- toriador, mucho menos siendo, ambos titulos, tinicos en toda la literatura cristiana. Resulta ast,imposible atribuir el tratado a un Hipélito desconocido y suponer al mismo tiempo, que Josipe, por su parte, compuso dos tratados semejantes. Lo cierto, en todo caso, es que el tratado sobre el cual trabajaron Schwartz y Connolly, es el que inspiré las recomposiciones y, a su vez, el reglamento eclesidstico mds antiguo de los cono- cidos. 15 El otro problema que se planted fue el lugar de ori- gen de Hipélito, El P.J.—/M. Hanssens admite que fue sacerdote de la Iglesia romana, pero lo supone de ori- gen egipcio. En cuanto a la tradicién apostélica que propone es, de hecho, la tradicién alejandrina, Por ejemplo, se puede observar que se practicaba en Alejandria una doble uncién —después del bautismo— una hecha por el sacerdote y otra por el obispo. Pero otros escritos nos advierten que ciertas particularidades que tiene la Iglesia romana no se dan en Egipto ni en Alejandria Mientras tanto, remitirse a la presencia de una, epi clesis de Hipélito es caer‘en un razonamiento erréneo y anacrénico; estas epiclesis son las mds simples y primi- tivas de todas, incluyendo las orientales. Suponer que Hipélito se inspiré en un uso oriental no es raz6n suft- ciente para probar su lugar de origen. Los preceptos de la Tradicién Apostélica fizeron es- critos en Roma en el siglo III y no son textos oficiales fijos sino modelos de reglamento y, como es natural, siempre tienen una parte ideal que no responde a lo real. Registra alli la vida de los cristianos de Roma sin hacer una descripcién de la liturgia romana en estado puro, por eso es muy dudoso que Hipélito haya presen- tado una descripcién sin relacién con la realidad vivida en Roma. Por otra parte, decir que evd a Roma la liturgia ale- jandrina es dificil de constatar y no da ninguna pauta sobre su lugar de nacimiento. De los estudios lingiitsti- cos se sacé la conclusion de que su raiz parece ser ro- mana y su griego tiene un fuerte acento latino. Por otra parte, si la obra se escribié en Roma no hay razon ara decir que fue egipcia, por mas que haya suftido di- cha influencia, 16 IN. EL TEXTO. La Tradicién Apostélica fue escrita en griego, pero el texto original, excepto algunos pasajes, se perdié y no se pudo reconstruir mds que a través de traduccio- nes y adaptaciones, Por otra parte, dichos testimonios se conservan en sus versiones orientales, y las lenguas de traduccién (copta, sirfaca, érabe, ettope) tienen una estructura muy diferente del griego. Ademds, y basta como ejemplo, 1a version etiope derive de la version drabe, pero ésta, a su vez, no fue sino una sub—traduc- cidn del copto. Las adaptaciones, como vemos, tomaron una gran libertad con respecto a su fuente, Pese a todo, y con materiales tan dispares, se alcanzé un resultado satis- factorio siguiendo un método filoldgice riguroso. Los testimonios, de valor desigual, se dividen en dos clases: las traducciones y las adaptaciones. Las traducciones son: la versién latina.(L), las ver- siones (coptas, sahtdica (S) y Bohairica (B), la version drabe (A) y la etiope (E). La versi6n latina (L) se conoce parcialmente por un Palimpsesto conservado en la Biblioteca capitular de Verona, En el siglo VII un copista, a falta de perga- mino, utilizé las hojas de un manuscrito mds antiguo del cual habfa borrado la primera escritura, Era una re- copilacién canénica conteniendo tres obras: la Didas- calia de los Apéstoles, los Cénones apostélicos y la Tradicion apostolica. Sobre las veintiséis pdginas que debia contar esta tiltima obra, solo restan catorce. Al manuscrito se lo supone de fines del siglo V, pero la traduccion en si misma es mds antigua y se remonta 17 probablemente al ocaso del siglo IV. Las versiones orientales son de origen alejandrino y no son indepen- dientes una de otra. En la base hay una versién en dic lecto sahidico y algunos fragmentos. Un pasaje bastan- te largo estd omitido. Se lo puede suplir parcialmente por una versién en dialecto bohatrico (B), muy tardia » de valor mediocre. Del sahidico deriva ta version drabe (A). Ella sigue generalmente a la sahidica, pero es titil porque se hizo sobre un manuscrito diferente. En tiltimo lugar aparece la versién etiope (E) que, como dijimos anteriormente, deriva de la version drabe y, alin cuando no es sino traduccién de una traduccién, esta version es, de todos, el testimonio mds completo. Alli, por ejemplo, fueron encontradas las plegarias de- saparecidas en SA. A partir de ella, tambien, se pudo retomar la version sahidica primitiva, Los demds documentos son adaptaciones libres que carecen del valor que poseen las versiones propiamente dichas. El valor de los testimonios y su grado de proximidad con el original es dificil de establecer. Los escritos anti- guos se transmitieron en copias sucesivas y sufrieron cambios, voluntarios 0 involuntarios, debido a los copistas. A veces, incluso se habl6 de varias ediciones de la Tradicién Apostélica. Esto se descarté porque los testimonios nos remiten siempre a un mismo original: el manuscrito griego del cual derivan las distintas ver~ siones, Todos los documentos no tienen el mismo valor, por Jo tanto es necesario dar preferencia a las versiones an- tes que a las adaptaciones. Las versiones son infieles por-accidente, las adaptaciones lo son por principio, cellas agregan, suprimen o cambian segiin los objetivos 18 que se proponen. Esto puede ser observado al compa- rar, a) la estructura general del tratado, con b) los deta- Hes del texto. a) LA ESTRUCTURA GENERAL En cuanto a este punto, el método es bastante sim- ple: se trata de tomar la versién mds completa 3 cotejar todo lo que se atestigua, incluso imperfectamente, con otros testimonios paralelos, En este caso, se ha tomado la versién etiope, ya que la versi6n latina es fragmenta- ria y por haber eliminado SA algunos capitulos, parti- cularmente las formulas de plegarias. De este modo, por ejemplo, se ha considerado estas plegarias como au- ténticas, ya que ellas estan atestiguadas por LE e igual- ‘mente por CTK, aunque bajo una forma recompuesta. Aquello de lo cual no existe ningin vestigio en los otros testimonios debe descartarse, puesto que aparece como extrafto a la recopilacién. Asi, por ejemplo, E contiene una serie de plegarias que representcn uno 0 muchos rituales del bautismo diferentes de aquel que aparece en los otros testimonios, Este’ hace evidente que el texto original ingcontenta ches rituales de es- te tipo. b) LOS DETALLES En cuanto al hecho de establecer el texto en sus de talles, es necesario proceder de una manera racional. La critica textual es una técnica que tiene sus reglas. To- dos los testimonios no tienen el mismo valor. Por tal motivo, y como lo expresamos mds arriba, es necesario 19 dar preferencia a las versiones antes que a las adapta- ciones. En consecuencia, cuando todas las versiones es- tan de acuerdo, no hay ningin problema. Las adapta- ciones no pueden objetar nada contra este acuerdo, ya que ellas derivan también del mismo arquetipo. Las versiones LSAE no son cuatro testimonios inde- pendientes que tienen un valor igual. De hecho no hay ‘mds que dos testimonios independientes: el de L y el de ia traduccién sahidica primitiva de la que deriva SAE. No se puede, entonces, hacer jugar el principio ‘mayoritario, El acuerdo de SAE contra L no tiene va- lor decisivo. Para resolver el problema es necesario re- curr a los testimonios secundarios, Por ejemplo si L es sustentado por T o K, es necesario darle preferencia, ya que tenemos un testimonio independiente, Sucede, sin embargo, que el desacuerdo enire L y el grupo alejandrino sdlo es parcial. De este modo cuando se tiene a LE contra SA, el acuerdo entre L y E es deci- sivo, no hay ningun contacto directo entre estos dos testimonios, el acuerdo solamente se explica por el he- cho de que E guardé la leccién de ta version sahidica primitiva, Cuanda L es deficiente, el problema es mds delicado. Ni el acuerdo de SA contra E ni el de AE contra S tie- nen significacién. Aqut, ademés, los testimonios secun- darios pueden ser titiles: si una de dos lecciones estd -sustentada por CTK, es necesario darle preferencia, De Jo contrario se juzgard segin la evidencia interna o se dard preferencia al testimonio que, generalmente, es el mds fiel. En este caso S, que es una traduccién directa. ‘Se ve que las adaptaciones tienen su utilidad: ellas sirven, ante todo, para desempatar los testimonios di- rectos cuando hay conflicto entre ellos. Pero no es ne- ccesario preguntarles lo que no pueden responder. Ellos 20 no pueden conservar un texto mejor que el arquetipo que sirvié de base a las versiones y del que dependen Jas mismas. Enverdad, hay muchas menos variantes reales de lo que se cree. Es necesario eliminar aquellas que no son mds que erratas de traduccién, Ellas no faltan en E, Un cierto mimero de lecciones de este testimonio, que pa- recen originales, son de este tipo, Es necesario eliminar también las variantes que obedecen a la estructura mis- ‘ma de la lengua, Ast, cuando L tiene un verbo pasivo (ordinatur) y S un verbo activo (ordinant 0 episcopus ordinat) no hay una variante real, porque el copto no tiene conjugacién pasiva. Tales son las reglas fundamentales que se han segui- do para reconstituir el texto o al menos el contenido del arquetipo. a

You might also like