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RELIGION Y TECNOLOGIA

¿Nos hace la tecnología más felices que Dios?

Valerie Juliana Araujo Alvarado

Colegio Santa teresita

Valledupar

2022
¿Nos hace la tecnología más felices que Dios?

Introducción

La fe en el progreso de la ciencia ya es un indicador más fiable de la felicidad que la religión. Así lo revela

un nuevo estudio realizado en 71 países.

¿Acabarán los móviles y la robótica con los dioses de la antigüedad?

La rivalidad entre religión y ciencia ha sido durante siglos el Madrid-Barça del pensamiento humano.

Compleja. Irremediable. Necesaria. Protagonizada tanto por extraordinarios intelectuales como por

integristas que en muchas ocasiones confundieron la dialéctica con la hoguera, el objetivo de ambos

bandos ha sido siempre mostrar la supuesta superioridad de una sobre la otra. Este debate ha planteado

una nueva pregunta: cuál es más útil para alcanzar la felicidad. Y el resultado es realmente

sorprendente. Si la creencia en la vida eterna parecía un argumento imbatible en un supuesto camino a

favor de la religión, un estudio reciente para averiguar si la creencia en el progreso científico y

tecnológico es o no una fuente universal de satisfacción vital ha puesto a Dios contra las cuerdas. La

investigación de la Universidad de Colonia (Alemania) , liderada por la doctora en Psicología Olga

Stavrova, concluye que hay un vínculo entre creer en el progreso de la ciencia y ser feliz. Y, lo más

impactante: esta fe secular es un indicador más robusto de la felicidad que la religión en más de la mitad

de los 71 países encuestados, a partir de los datos recogidos en la Encuesta Mundial de Valores, un

proyecto global de investigación social sobre actitudes y opiniones. Los participantes en el estudio

tenían que responder una batería de preguntas sobre su percepción de satisfacción gracias a los avances

científicos y sobre su sensación de libertad condicionada por la religión. Lo que no logró la Revolución

Francesa, el comunismo, ni siquiera el fútbol -que me perdone la Iglesia Maradoniana-, lo ha conseguido

la ciencia: sustituir (parcialmente) a Dios.


¿Nos hace la tecnología más felices que Dios?

Argumentos

España aparece en este estudio como un país moderadamente protecnológico: puntúa 6,86 sobre 10,

ocho décimas por detrás de Alemania. Un dato interesante teniendo en cuenta que el 73% de la

población se declara católica, según el CIS, aunque de este grupo mayoritario sólo el 64,7% afirma acudir

a la Iglesia. Los españoles vemos a la tecnología capaz de aportar soluciones a los problemas reales y esa

concreción ataca de lleno a la idea abstracta de Dios. Las conclusiones de la investigación plantean un

escenario nuevo que muchos podrían interpretar como el germen del futuro que ya ha aventurado el

antropólogo israelí Yuval Noah Harari: las nuevas tecnologías van a matar a los dioses antiguos y dar a

luz a otros. ¿Estamos en ese momento anunciado de genuflexión por parte de la religión?

¿LLEGÓ EL INVIERNO?

Antes de nada, habría que determinar si existe un precedente histórico. Podría encontrarse en el siglo

XIX, cuando el desarrollo tecnológico generó enormes expectativas y la religión perdió fuerza. «Mucha

gente pensó que desaparecería, pero no sucedió así, por lo que es muy complicado pensar que pueda

suceder en un futuro inmediato”, explica cauto el filósofo José Antonio Marina. Convencida de la buena

salud de las creencias está también María del Mar Marcos, presidenta de la Sociedad Española de

Ciencias de las Religiones: “Tras lo que parecía un invierno hace unas décadas, asistimos a la primavera

de las religiones”.

España está en la zona media con un 6,86 sobre 10de fe en la ciencia

La supervivencia de la fe parece garantizada, si bien se desconoce de qué forma influirá en el tercer

milenio. Ya hay algunos que tienen claro el futuro, aunque resulta arriesgado discernir si son profetas,

gurús new Age o telepredicadores a cobro revertido. Aquellos que aspiran a sustituir a nuestros dioses -

como los espíritus venerados por los cazadores recolectores cambiaron al convertirnos en agricultores-

representan una fe nacida del culto a la tecnología. Sus teorías gozan de predicamento en las élites de

Silicon Valley, seguramente el mayor polo de influencia del mundo. Este movimiento transhumanista
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promueve la liberación de nuestros límites biológicos y tiene como insignes representantes a Ray

Kurzweil, jefe de ingenieros de Google, y Nick Bostrom, filósofo sueco de la Universidad de Oxford.

Como si el próximo portal de Belén fuera la nueva sede de Apple en Cupertino (California), las

tecnorreligiones venden felicidad y una cuasi-inmortalidad nacidas de la inteligencia artificial y la

biotecnología. Quién sabe si su éxito supondrá un golpe de estado y el hombre-máquina expulsará a

Dios del cielo. Por si acaso habría que guardar la Game Boy de nuestra infancia: quizás en un futuro sea

una reliquia como hoy lo es el brazo incorrupto de Santa Teresa. “No podemos olvidar que detrás de

todo ese potencial e inversión existen grandes poderes económicos e industriales que los apoyan y que,

por tanto, también hay que preguntarse por su sentido de la justicia”, advierte José Manuel Caamaño,

director de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia de Comillas. No es el

único que muestra inquietud ante esta filosofía religiosa: el influyente politólogo y experto en bioética

Francis Fukuyama describió el transhumanismo como “la idea más peligrosa del mundo” en un artículo

de la revista Foreign Policy. Las tecno-religiones juegan con dos bazas para desacreditar a los credos

monoteístas que lideran la fe de un planeta donde el 60% de sus habitantes sigue creyendo en un ser

superior: Sus defensores consideran que la Biblia o el Corán no son fuentes para afrontar conflictos

bioéticos como, por ejemplo, el nacimiento de bebés de diseño engendrados gracias a la biotecnología.

Mientras tanto el catolicismo mueve ficha. El papa Francisco ha definido al proceso científico y

tecnológico como un maravilloso producto de la sabiduría humana donada por Dios y anuncia que la

Iglesia no representa ningún obstáculo. El profesor Caamaño apunta algo importante: la tecnología no

es neutral. “Es necesario un control ético que acompañe el desarrollo científico para que ese enorme

potencial sea para servir mejor al ser humano. La Iglesia tiene que posicionarse en la defensa de la

dignidad humana y los vulnerables”. Respetuosa, pero alerta. El debate está abierto. Seguramente no se

cierre nunca y ciencia y religión sigan conviviendo como vecinos en tensión civilizada. Como cuando un

fiel entra en una iglesia y hace una petición a su virgen predilecta. Antes encendía una vela y rezaba bajo
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el olor a cera quemada. Hoy, seguramente por culpa de la normativa antiincendios, la llama de fe es una

bombilla de tres vatios que se enciende cuando cae una moneda de 10 céntimos. Ya lo dijo Albert

Einstein en su célebre aforismo espiritual: “La ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está

ciega”.

Conclusión

Me parece que vivimos en un período en el cual la ciencia y la tecnología avanzan de forma inaudita, y

que las sociedades por el contrario, caminan en círculos. Lo que me parece es que tal vez algunas

personas o sociedades, o tal vez el ser humano en sí, no está capacitado para tanto, no sabe darle un

buen uso. En el trabajo se hizo especial énfasis en la relación religión-ética. Para hacer una conclusión en

este aspecto, diría que la ética es una disciplina que es autónoma y no está necesariamente ligada a

instituciones religiosas. Esto no significa sin embargo que cada religión no sea libre de proclamar sus

creencias morales y que sus fieles decidan seguirlas. Yendo a otro punto, respecto a la intervención de la

religión en determinados campos de la investigación, mi opinión personal no está definida. No quiero

pasar por alto el aporte de religiosos en las teorías científicas, como por ejemplo la del “Big Bang” . Por

esto no me parece mal que los religiosos investiguen o expongan sus teorías con respecto al universo, lo

que no me parece productivo es que se genere conflicto a partir de nuevos postulados de carácter

científico. Supongo que muchos podrán decir que es la ciencia la que en realidad “interviene” haciendo

investigaciones sobre cuestiones que ya han sido “establecidas” de tal o cual manera por las

instituciones religiosas. De cualquier forma, lo que me parece equivocado es no permitir que otros

piensen diferente o busquen respuestas fuera de la religión, en realidad no veo nada de malo en eso.

Más aun, es posible ser un científico dedicado y creer aun así en Dios o en cualquier otro ser superior. Lo

cual no quiere decir que se “ataque” a la religión de ningún modo. Los hallazgos de la ciencia
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contemplan, si no aseguran, la probabilidad de que, al que igual que muchas otras especias ya extintas,

la raza humana desaparezca. Lo más probable es que la mayoría de las personas no puedan vivir una

vida “llena” sabiendo de la eminente extinción de los humanos. Muchos buscan la inmortalidad y la

religión satisface esa necesidad . Finalmente, destaco que para mí ciencia y religión convivirán juntas por

mucho más tiempo. Las religiones no desaparecerán fácilmente, porque son propias de las sociedades,

es algo que las caracteriza. Por su parte la ciencia avanza a un paso desenfrenado, describiendo un

camino único e importantísimo. Tal vez, como dije antes, la clave para compatibilizarlas o para no

generar conflicto entre ambas es saber cómo y cuándo recurrir a nuestras creencias, y también

manejarnos con ética en el campo científico.

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