You are on page 1of 112
CiasDEeMA ‘ToMAs InaXez Municiones para disidentes Realidad-Verdad-Politica Seva Buyuanis Los derechos de los otras Extranjeros, residentes y ciedadanos Lolc Wacquanr (coord.) El misterio del ministerio Pierre Bourdieu y la poltica democnitica ‘Marto Bunce Crisis y reconstruecién de Ia filosofia HANNAH Anenpr Tiempos presentes Ricnarp Rowry Filosofia y futuro ALAIN Bapiou Breve tratado de ontologia transitoria Fina BIRvLés (comp.) Hannah Arendt: El orgullo de pensar Micue. Foucaur La verdad de las formas juridicas Mann Heweccer Introduccién a la metafisica Eocar Moni Introdueci6n al pensamiento complejo Enver TuGENDUAT Egocentricidad y mistica Ennsr Tucenpaar Problemas Eansr Tecenpuar Ser-verdad-accién, Ensayos floséficos Eanst Tucsnpwar Lecciones de ética Eanst Tucenpuar Didlogo en Leticia PAuL RICORUe [deologia y utopia Gues Deizuze Empirisme y subi CONTRA LA DOMINACION Variaciones sobre la salvaje exigencia de libertad que brota del relativismo y de las consonancias entre Castoriadis, Foucault, Rorty y Serres Tomas Ibafiez gedisa Iustracion de cubierta: Juan Santana Primera edicién: septiembre de 2005, Barcelona ‘Derechos reservados paca todas las ediciones en castellano © Ediorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 91°-[* 08022 Barcelona (Espatia) “Tel 93.255 0904 Fax 95 253 09.05 correo electrnico: gedisa@gedisa com herp: //ovwrwegedisa.com ISBN: $4-9784-108-5, Depésito legak: B. 39836-2005 Impreso por: Romany’ Valls Verdagues, 1, 08786 Capellades (Barcelona) Impreso en Espaha Printed in Spain ‘Queds prohibida la reproduecién parcial o total por euslquier medio de impre- sn, en forma idéntica, erractada 0 modificada de esta versisn castellana de la obra Prélogo -...++ Parte DEFENSA DEL RELATIVISMO Contextualizacién filosofica . A modo de prolegémenos . Mirando hacia Grecia. La infinita espiral escéptica .-... La inacabable guerra entre dogmiticos y escépticos El argumento racionalista Elargumenco empirista La sintesis de Kant . Usando a Kant contra Kant... Argumentos relativistas ........ : El polimorfismo del relativismo . Relativismo y ética: la cuesti6n politica Relativismo de la verdad ... El problema de la realidad: el relat me ontoldgico .... 13 15 21 23 7 28 30 34 7 41 aL 46 0 Parte IT CORNELIUS CASTORIADIS, MICHEL FOUCAULT, RICHARD RORTY, MICHEL SERRES: COMPARANDO LO TNCOMPARABLE Prolegémeno: un propésito de imposible cumplimiento .... 1. Cornelius Castoriadis . Apuntesbiogritics: la polica come exigensia yeome pasion .. Heteronomia o autonor sociedades 01... Desde el maraismo militante al sntimarxismo radical. La exigencia de autonomia ........ Psique y sociedad ...... Lo social-histérico como auto-creacién .... 2 eneruiads pa lis Michel Foucault ‘Apuntes biogrificos: la volumad de cambiar. El contexto intelectual de los afios cincuenta . El proyecto intelectual de Foucault Elimpulso politico .... 3. Richard Rorty Apuntes biograficos: dei La filosolia analitica ........ La argumentaciéa rortyana .. Elultimo Rorty La preeminencia de la po La confrontacién con Habermas 4, Michel Serres Apuntes biograficos: desplazamientos . {Ciencias o letras? fetes Pensarlarelacion ..sceeeceee 5, Nexos .. Apéndice: Nota sobre John Dewey Bibliografia......... 87 Prélogo Bl primer titulo en el que pensé para encabezar este libro fue Muni- ciones para disidentes, Tomo II, pretendiendo significar de esta for- ‘ma lo que percibia como una evidente continuidad con el libro Mu- niciones para disidentes que publiqué, hace tes aiios, en Gedisa. Sin embargo, pronto me convenci de que la eleccidn de ese titulo indv- cia a confusién porque evocaba elaramente un preciso tipo de con- tinuidad, y establecia una presuncién de unidad estructural, que distaban mucho de manifestarse en este caso. Obviamente, la relacién entre estos dos libros es bien distinta de aquella que tejen entre s{ los diversos tomos de una misma obra. Sin embargo, como esta constatacion no conseguia debilitar mi senti- miento de que existfs una perceptible continuidad, caf en Ja cuenta de que se trataba de una continuidad de otro tipo, sin duda mucho mas genérica. De hecho, me di cuenta de que, desde que publiqué mi primer libro (Pader y libertad) en 1982, no habia hecho otra cosa en todos mis escritos que satisfacer afanosamente el deseo de pensar, tuna y otra vez las relaciones de poder y de interrogar incesantemen- te los efectos de dominacién. Un deseo que se fragué en las peculia~ ridades de mi biograffa politica, de signo inequivocamente libertario, y que recibié de Michel Foucaule el aliento necesario para perseve- zar. Es, por lo tanto, en términos de un mismo aire de familian, sus- tentado en una preocupacién irremediablemente recusrente, como conviene tipificar la continuidad que atraviesa estos distintos libros. Es claro que el cardcter polimorfo de las relaciones de poder, la rizomitica proliferacién de los efectos de dominacién y ta multipli- 9 cidad de los territorios en los que ambos fenémenos se desarrollan, abren unos registros de investigacién extraordinariamente diversos ¥4 0 es menos claro, que lo que se aborda en este libro es tan solo un diminuto fragmento de esa diversidad, Un feagmento que es, ade- mis, bien particular, altamente especifico, y cuya eleccién responde a dos tipos de razones. Por una parte, razones de orden sustantivo, relacionadas con la conviecién de que la institucién cientifica cons~ tituye en nuestra época uno de los més potentes dispositivos de po- dery que se ha depositado en la razén cientifica la legitimidad de la retérica de la verdad, con todos los efectos de poder que se des- prenden de la gestidn de los juegos de la verdad. Por otra parte, ra- zones de tipo coyuntural ligadas al Ambito especifico en el que transcurren mis cotidianas practicas profesionales; es decir, el Ambi- to universitario. Son estos dos tipos de razones los que dan cuenta del terreno que aqui se ha elegido para reflexionar sobre unas rela- ciones de poder y para visibilizar unos efectos de dominacién que son tanto mis insidiosos y efectivos cuanto que se exchuyen a s{ mis- mos del campo en el que suelen operar estas elaciones y estos efectos. CCuestionar los presupuestos de la retdrica de la verdad que hegemo- niza nuestra época, ¢ intentar evidenciar los efectos de dominacién que acompafian la acieién acritica de cierta idcologia de la raz6n. cientifica, forman paste, en e] momento presente, de una tarea inex- cusable para quienes pugnan por posibilitar el desarrolio de nuevas practicas de libertad. Dicho con otras palabras, el debate sobre el relativismo y sobre ¢lantiesencialismo que centra las eeflexiones presentadas en este li- bro constituye, en dltima instancia pero muy directamente, un de- bate sobre la problematica de las relaciones de poder. El hecho de que los defensores de cierta ideologia de la razén cientifica coinci- dan con los miximos representantes de la Iglesia en una cruzada comin contra los devastadores peligros que nos amenazan si pres- tamos ofdos a los cantos de sirena relativistas deberia, cuanto me- nos, suscitar cierta sospecha ¢ invitarnos a mirar més de cerca el contenido de los argumentos relativistas. Debo reconocer que la vi- rulencia y la conseancia con las que Juan Pablo IT y el cardenal Rat- zinger (hoy su sucesor como Benedicto XVI) han satanizado el re- lativismo, no ha hecho sino desarmar las prevenciones que, como casi para todo el mundo, despertaba en mi el repertorio argumenta- tivo del relativismo. 10 Resulta sin duda trivial recordar aqui que, encerrada en sus pro- pios limites, ninguna persona hubiera conseguido munca escribir un solo texto y que, més alli del autor que firma un libro, las voces que to han hecho posible suelen ser multitudinarias. No obstante, mas alld de la deuda genérics contraida con una amplia gama de pensa- dores y de la deuda especifica con los cuatro autores cuyas aporta- ciones se interpretan aqui con mayor 0 menor acierto, este libro ha necesitado, como pocos, la participacién directa de un conjunto de colaboraciones que me alegro de haber tenido la fortuna de concitar ¥ que me ilusiona poder agradecer. 'No sé si me hubiese animado a publicar este libro sin el estirmulo que representé para mi la atencién que me prestaron los nutridos grupos de estudiantes del Doctorado de Psicologia Social Critica durante los cursos 2003-2004 y 2004-2005. Desde lucgo, sin la ayu- da que me ofrecieron las profesoras Ana Garay y Luz Maria Marti- rez para transcribir mis manuscritos, esta publicacién se hubiera de- morado probablemente unos cuantos afios. Por fin, resulta dificil ‘encontrar las palabras adecuadas para agradecer las sabias sugeren- cias y el enorme y meticuloso trabajo de revisidn llevado a cabo por mi entrafable amigo, el profesor Félix Vazquez Sixto, asf que ni si- auiera lo voy a intentar, Pero me quedaria corto si no mencionara también las incisivas y abundantes observaciones criticas que me ha prodigado, desde su amistad de tantos aos, Georges Brossard, atin sabiendo que no las podia incegrar aqui porque hubiera significado escribir otro libro que quiz4s surgira un dia del debate que mantene- ‘mos. ¥, por tltimo, pero solo en el orden de la enunciacién, no me quedaria tranquilo conmigo mismo si no expresara mi gratitud por Ia carifiosa paciencia con la que mi compafierz, Conxita Nadal, ha soportado mis prolongadas evasiones de la convivencia cotidiana, ras Parte I DEFENSA DEL RELATIVISMO t 1 Contextualizacién filoséfica A modo de prolegémenos Explorar la cuestién del relativism tiene el morbo que acompaia los escarceos con la fruta prohibida. Tiene su parce de seduccién, pero también tiene su parte de peligro; sobre todo si no se toma la precauciGn de expresar previamente una profesiGn de fe antirzelati- vista. Fn efecto, manifestar cierta simpatia hacia el relativismo no es inocuo y nos amenaza de hecho con una doble exclusién. Exclusin, en primer lugar, de toda perspectiva de desarrollar tuna confortable carrera académica, porque el relativista es visto, desde la Academia, como alguien que se empefia en cortar la rama sobre la cual esté sentado, como aquel que hace tambalear la estabi- lidad de todo el edificio. En la medida en que la Academia se sustenta en la produccién, en Ta acumulaciéa y en la transmisiOn de conocimientos cuyo cardcter verdadero esté suficientemente garantizado, es obvio que cuestio- nar el concepto mismo de «la Verdad» no puede estar bien visto y ‘que argumentar en clave relativista es ir sumando puntos para ser apartado del envidiable estatus de un buen y respetable académico. Exclusi6n, en segundo lugar, de toda perspectiva de ser plena- mente aceptado en la comunidad social en la cual nos ha cocado vivir. ‘Argumentar en clave relativista conduce a hacer afirmaciones como, por ejemplo, que el acto de poner una bomba y matar a 200 personas no ¢s intrinsecamente malo desde el punto de vista moral. 5 Esc acto sélo resulta despreciable, y totalmente despreciable, desde los valores con los cuales nos comprometemos. Pero esos valores que estamos eventualmente dispuestos a defender con ufias y dien- tes, no tienen ni mayor ni menor grado de furdamentacién siltima que los valores que esgrimen los terroristas. No son, intrinsecamen- te, ni mejores ai peores que los valores opuestos. Decir cosas como las que acabamos de decir, nos asegura, en el mejor de los casos, serios problemas para ser comprendidos, y nos amenaza, en el peor de los casos, con caer bajo la acusaci6n de «apo- logia del terrorismo*. ‘Costes académicos, costes sociales... Por qué diablos arriesgar- nos a destapar la Caja de Pandora del relativismo? Quizds por la atraccién de la fruta probibida -al fin y al cabo Juan Pablo II se empefiaba obstinadamente en decirnos que «en el ‘velativismo estd el mal», es dificil resistir la tentacién de acercarnos al relativismo para contemplar qué aspecto tiene. Pero quizés, tam- bién, porque sospechamos que «las practicas de libertad» pueden encontrar alicientes en los argumentos relativistas. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que la proble- mitica del relativismo se presenta envuelta en una tormentosa nube de intensas polémicas, De hecho, las polémicas en torno al refativismo son casi tan an- tiguas como la propia filosofia occidental. Nos eacontramos pues ante un debate que tiene detras de si unos 2.500 afios de historia de la Filosofia. Pero, aunque el relativismo haya sido discutido a lo largo de toda la historia de la filosofia occidental, también es cier- to que esa discusion ha conocido altibajos, y que se ha prodigado con intensidades muy variables. Uno de os periodos, 0 quizas de las épocas, donde ese debate ha adquirido una especial intensidad es, precisamente, cl perfodo contemporineo, particularmente a lo largo de las tres o cuatro ultimas décadas. Ludwig Wirtgenstein (1889~ 1951), Willard van Orman Quine (1908-2000), Nelson Goodman (1906-1998), Michel Foucault (1926-1984), Donald Davidson (1917-2003), Hilary Putnam (1926-), Thomas Nagel (1937-), John Searle (1932-), Richard Rorty (1931-), Jurgen Habermas (1929-), Charles Taylor (1931-), son algunos de los peasadores que han aportado argumentos para ese debate, sin contar buena parte de los pensadores que son calificados, o que se autocalifican, de post- modernos. 16 Pese a sus remotos origenes, la controversia sobre el relativismo ¢s, por lo tanto, tremendamente actual, y se encuentra, a mi enten- der, en el epicentro de la tensién entre la Modernidad y la Postmoder- nidad, tanto si consideramos estos dos fenémenos histéricos desde su vertiente sociolégica como desde su vertiente ideolégica. Por lo tanto, reflexionar, hoy, sobre el relativismo es también una forma de intentar entender mejor los cambios que se estan produciendo en la época en la cual vivimos. ‘Aunque el debate sobre el relativismo se presenta a menudo des- de una perspectiva epistemolégica, relacionada con la pregunta sobre el estatus del conacimiento, cambién versa sobre aspectos ontolégi cos (gqué es lo real?) y, sobre todo, también tiene fuertes implicaci nes en el campo de la ética y de la politica. No hay que olvidar que fucron preocupaciones éticas, y preocupaciones relacionadas con el bien vivir, las que alentaron en sus inicios la formulacién de los ar- gumentos relativistas. En efecto, 2qué significa ser libre? y geome ‘conseguir ser libre? son algunas de las preguntas que laten, origina- riamente, en la formulacién del relativismo. Si las interrogaciones relativistas acompasan toda la historia de la filosoffa occidental, las descalificaciones del relativismo y los contui dentes anatemas lanzados contra las posturas relativistas, también constituyen una constante histérica. Encontramos estas descalifica- ciones en Platén (427-347 a. de C.) cuando ridiculiza a Protégoras (485-410. de C.), y también en la famosa enciclica de Juan Pablo II titulada Veritatis Splendor (1993), donde se proclama que el cues- tionamiento relativista de «la Verdad» es una de las peores amena- zas que se cicrnen sobre la humanidad. Opiniéa, esta tikima, que, dos dias antes de convertirse en Benedicto XVI, el cardenal Ratzin- ger reafirmaria con fuerza en la homilfa de la misa Pro Eligendo Pontifice. De hecho, es bastante frecuente escuchar voces conserva~ doras ponernos vehementemente en guardia contra los efectos de- vastadores que tiene el relativismo sobre los valores morales de nuestra civilizacién, Pero tampoco es menos frecuente escuchar vo- ces progeesistas proclamar que el relativismo es peligroso, incluso para la simple convivencia pacifica y civilizada, puesto que nos abo- carfa a situar la fuerza bruta como iltimo recurso para dirimir nues- tras desavenencias. En algtin momento tendremos que preguntarnos sobre las raz0- nes de esa animadversidn, tan intensa y tan llamativa, que suscita el I relativismo, pero adelanto ya mi conviecién de que si el relativismo es atacado tan duramente es porque socava en su misma raiz, es de~ cir, radicalmente, todo principio de autoridad. ‘En cualquier caso, el resultado de tan sostenida persecucién filo- séfica del relativismo es que muy pocos pensadores aceptan deno- minarse a sf mismos como relativistas. Se trata mas bien de un cali- ficativo que se arroja contra alguien, y de una acusacién contra la cual slo cabe defenderse, negando haber cometido el pecado rela~ tivista, En esa misma linea de descalificaciones se nos dice también que el relativismo es, del todo, insensato y aberrante, y que nadie, en su sano juicio, puede defender un planteamiento relativista. Ya lo dejé bien clazo el viejo Platén (427-347 a. de C.}: ai siquie- ras necesario argumentar en contra de un relativista. Basta con de~ jarle hablar, porque su propio discurso se destruye y se refuta, a si ‘mismo, en tn soberbio ejercicio de autocontradiccién, En efecto, si la Verdad no existe, tampoco puede ser verdad que Ja verdad no exista, Por lo tanto, Ia afirmacién la verdad no existe no es verdadera, y si no es verdadero que la verdad no exista, en tonces la afirmaci6n de que la verdad existe es verdadera y el relati- vismo es, por lo tanto, falso. Simple cuestién de logica elemental. El argumento relativista no se puede enunciar sin que esa enunciacién sea letal para el propio ar- gumento relativista. Con lo cual, el relativista se ve abocado al si- Tencio porque, si habla, sus propias palabras anulan lo que dice; pero, claro, el silencio tampoco le salva; porque, si no habla, resulta que no hay argumento. Elargumenco de la autocoatradiccién parece definitivo, y parece revestir una contundencia demoledora. No obstante, en lugar de tranquilizarnos, es la propia contun- dencia del argumento de la aucorrefutacidn la que deberia incitar- ros a la sospecha. Porque, si las cosas estin asf de claras; si el relati- vvismo es una postura tan insensata, tan ridicula, tan inconsistente y tan obviamente insostenible como lo afirmaba Plata, lo légico hu- biera sido que la cuesti6n del relativismo hubiera quedado clausu- rada en el instante mismo de su formulacién. Sin embargo, zc6mo se explica que se haya mantenido viva durante siglos, que haya lle- gado hasta nuestros dias y que haya conocido incluso un boom es- pectacular en las iltimas décadas? zAcaso los pensadores que han 18 mantenido en e! pasado, o que mantienen en la actualidad, plantea- mientos relativistas, adolecen de una oligofrenia profunda? Ni los planteamientos relativistas se extinguicron definitivame: te en cl instante mismo de su formulacién, ni esta justificado consi derar a todos sus defensores como deficientes mentales, asi que pa- rece bastante razonable formular la hipétesis de que no estamos ante una postura que se pueda descalificar tan facilmente como se suele decir y considerar que los relativistas no son tan insensatos como lo dejaba eatender Platén. De hecho, ya veremos que no resulta muy complicado formular cl elativismo de manera que eluda por completo la figura légica de Ja autocontradiccién pero, de momento, lo tinico que sugerimos es que consideremos provisionalmente que !a causa instruida en con- tra dal relativismo no dispone, quizas, de unos argumentos tan cla- rosy tan definitivos como pudiera parecer. ‘Ademés, la unicidad, y la sencillez del argumento de la autocon- tradicci6n, topa con una dificultad ligada a la enorme variedad de los relativismos. En efecto, en su formulacién més condensada, el relativismo afirma simplemente que X no es «incondicionado». O sea, que X es siempre relativo a Y;es decir, a otra cosa que el propio X. Este es el caso, por ejemplo, cuando se afirma que «nuestros valores» (el X) estin condicionados por «nuestra cultura (la Y). X puede ser los valores, pero también puede ser nuestras opi- niones, nuestras creencias, el conocimiento, los objetos fisicos, et- cétera. Y, claro, uno puede ser relacivista respecto de los valores, pero no serlo respecto del conocimiento. © puede serlo respecto del conocimiento, pero no respecto de los objetos fisicos, ercétera. La enorme diversidad de todo aquello que podemos situar en el lu- gar de X permice distinguir entre una variedad de relativismos: el relativismo epistemolégico, el relativismo ético, el relativismo on- tologico, etcétera. Las argumentaciones relativistas son distintas en cada caso, y no resulta muy verosimil que un vinico contraargumento, como el de la autocontradiccidn, pueda hacer justicia a todas ellas Por lo tanto, se despliega una gran variedad de relativismos se- gin a lo que se refiera X, pero se despliega también gran variedad de relativismos segiin lo que poagamos en el lugar de Y. Puede asu- mirse que X es relativo, pero grelativo con relacién a qué? Puede 19 ser con relacién a nuestra mente, con relacién a nuestra cultura, con relaci6n al lenguaje, con relacién a la historia, con relacién a lo social, etcétera. Y, en cada caso, estaremos ante un relativismo dis- tinto. No hay pues wn relativismo sino muy diversos tipos de rela- tivismos, y puede que fo que resulte insensato sea el pretender de- rrotatlos a todos en base al tinico y contundente argumento de Platén. ‘Adencrarnos, como lo vannos a hacer, en el espacio discursivo del relativismo, es adentearse, inevitablemente, en el espacio de la reté rhea de la Verdad. Recurriendo a un vocabulario que tiene claras re- Sonancias foucaultianas, podriamos decir que nos vamos a ocupar de los regimenes de la Verdad», de «la economia de la Verdad> y, sas precisamente, de la Veridieeién. Por veridiccién hay que enten- der [a pretensidn que reivindica un discurso a dear Verdad. O la le- pitimidad que se le otorga, desde una determinada audiencia, para enunciat «la Verdad>. {Cémo debemos entender esa pretensidn? ,Qué puede significar esa misma pretensién en tanto que tal? {zqué supuestos legitima?, 1ué efectos produce?) ¢En qué consiste cl propio hecho de decir Verdad? Pero, si bien la cuestidn que atafie al estatus de la Verdad es cla- ve en ol debate sobre el relativismo, también es cierto que este de- bate confronta muchas otras cuestiones. Es un debate que se aden- tra en el campo de la metafisica, 0 de la ontologia, y que concita ‘otros planteamientos metafisicos contrapuestos, como son el realis- ‘mo, el idealismo o el materialismo. Es un debate que se adentra tam- bign en el campo epistemoldgico, y que coacita otros planteamicn- tos epistemoldgicos, como soa el racionalismo, el empixismo, el positivismo, el fenomenismo, el pragmatismo, etcétera. Esto significa que para discutir la cuestiGn del relatvismo es im- prescindible dedicar cierta atencién al discurso filos6fico, aunque tan sélo sea realizando wn sobrevuelo por la historia de la filosofia con relaci6n a esta cuestién. Podemos elegir dénde finalizar el so- brevuelo histérico pero, para iniciarlo, no hay mds remedio que re- montarnos a los tiempos de Socrates, y al tiempo de los sofistas; o sea, casi cinco siglos antes dc la fecha que la religidn cristiana ha im- puesto como aio cero de nuestro calendario. Mirando hacia Grecia Es bien conocido que hace unos 2.600 aos se fragua en Grecia tuna nueva manera de pensar y de debatir sobre el mundo en el cual vivimos. Se formulan nuevas preguntas y se elaboran nuevas maneras de responderlas, constituyendo de esta forma, muy lentamente, un tipo de racionalidad que se va diferenciando poco a poco del tipo de racionalidad que sustentaba, por ejemplo, al relato mitolégico. ‘Las nucvas preguntas que se empiezan a plantear son de tipo cos- mogénico, interrogan la naturaleza del mundo y el proceso de su constitucion, recurriendo a la observacién, a la reflexién y a la ar- gumentacién para formular unas respuestas que se orientan, por lo general, a proponer un principio tinico que explicaria tanto la géne- sis del mundo, como la naturaleza ultima de lo que existe. La preocupacién cosmoggnica ocupa un lugar central a lo largo de algo mas de un siglo, hasta que Sécrates (470-399 a. de C.) contribuye de forma importante a expandir el campo de aplicacién de la mueva ra cionalidad y a complementar la interrogacién cosmogénica con nue~ vas preguntas que se dirigen basicamente hacia dos grandes ambitos. ‘Uno de ellos es el del propio conocimiento: equé es el conoei- miento?, 2qué podemos conocer?, zc6mo podemos conocer? Se trata de los inicios de la epistemologia. El otro gran ambito se relaciona con el modus vivendi del propio ser humano: ¢Cémo vivir bien?; en el doble sentido de, por una par- te, conseguir la felicidad y de ser una buena persona, por otra. Se trata de los inicios de la ética. Lo que se inicia, de hecho, con el giro socritico, es la mirada re- {flexiva. ¥ con ello se abre la Caja de Pandora de la reflexividad y de laautorreferencialidad En efecto, la nueva racionalidad ya no se dirige solamente hacia un objeto «externo», el mundo, sino que se interroga a sf misma, y clser humano piensa, él mismo, sobre si mismo. ‘A partir de Sécrates, la preocupacién epistemolégica ocuparé un lugar privilegiado en el pensamiento filoséfico, y Ia preocupacién por el bien vivir, por la felicidad y por ka ética, darn lugar a mult ples formulaciones y a diversas escuelas, desde Jas formulaciones cf- nicas de Didgenes a la Escuela hedonista de Epicuro. 21 Pese a ello, los grandes pensadores griegos no separaron fa inte- rrogacién sobre el mundo de la interrogacién sobre el conocimien- to y de la interrogacidn sobre el bien vivir. Son, por ejemplo, cier- tas reflexiones sobre las limitaciones del conocimiento las que conducen a formular determinadas concepciones sobre el bien vi- ‘bir, En esa época la epistemologia y la ética no estén atin escindidas. En tiempos de Sdcrates vivieron dos pensadores a quienes se atribuyen las primeras formulaciones relativistas. Se trata de Proca- goras y de Gorgias (485-380 a. de C.). ‘Todos y todas conocemos bien la famosa expresién de Prova- goras: El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en euan~ to que son, y de las que no son, en cuanto que ne son. Nada , Su nueva estrategia consiste simplemente en invert la carga de la prueba, que sean quicnes apuestan por la verdad quienes soporten todo el peso de demostrar que su creencia en la posibilidad de alcanzar «la Verdad> esté justificada. El escéptico nos dice, més 0 menos, lo siguiente: «Usted pretende gue podemos establecer la Verdad de nuestros conocimientos, ode mues- ttas creencias. {Muy bien!, no se lo voy a discutir en absoluto. Pero, vveamos, digame algo que usted considere verdadero y vamos a com- probar, usted y yo, sies capaz de justificar su veracidady. Frente a los argumentos esgrimidos, el escéptico pide entonces que se justifique, a su vez, ela Verdad> de esos argumentos, desencadenando de esta for- ma la temida regresién infinita... «Ve usted como no lo consigue, Ergo... la creencia en la Verdad no tiene ninguna consecuencia précti- ‘a, no se sustancia en ninguna formulacién contrastable, manténgala si asile place, es su problema, pero no me vuelva aincordiar con sus afir~ maciones sobre la posibilidad de enunciar afirmaciones verdaderas>. Deciamos antes que el escepticismo es logicamente consistente, ue se admite que no adolece de ser autocontradictorio, pero esto no significa que no se haya intentado presentarlo como tal. En efecto, la afirrmacién escéptica segiin la cual «nada puede ser conocido con certeza» implica que tampoco esa misma afirmacién suede «ser conocida con absoluta certeza», lo cual la hace caer ent a figura retorica de la autocontradicci6n, 25 Ocurre, sin embargo, que los escépticos dieron con el procedi- miento para evacuar y para anular la autocontradicci6n. Idearon in- cluso dos maneras para inmunizar su planteamiento contra el mor~ tifero virus de la autocontradiccién. ‘La primera consiste en anvlar el aspecto autorreferencial de su afirmacién, reformulando su proposicidn en los siguientes términos: Nada puede ser conocido con certeza, salvo esto mismo. Se concede de esta forma un estatus de excepcién al conocimien- to alegado por el escéptico: se dice que la afirmacién no se aplica a si misma y se evita la autocontradiccidn. Es como si Sécrates hubie- se dicho: «sdlo sé que no sé nada mis que ésto que estoy afirmando saber». Se puede cuestionar la legitimidad de sustraer lo que uno afirma al Ambito de lo que se afirma, pero formalmente Ia afirma- ion deja de ser autocontradictoria Por supuesto, si se pide al escéptico que justifique su afirmacisn, se veri en la imposibilidad de proporcionar una justificacién defini- tiva; se encontrar atrapado en Ia espiral de una regresi6n infinita, Con todo, esto, lejos de debilitar su posicién, no hace mas que re- forzarla, puesto que dicha imposibilidad resulta plenamente con~ gruente con lo que el escéptico afirma. ‘La segunda manera, mucho més satisfactoria, de escapar a la au- tocontradiccién, consiste en afirmar que: ‘Nada puede ser conocido con certeza, incluso el hecho de que nada pueda ser conocido con certeza (es coma si Sécrates nos dijera: de su afirmacién, Tan s6lo acep- ta jugar durante unas momentos al juego de «la Verdad> para poner de manifiesto que jugando estcictamente el juego de «la Verdad> y aplicando estrictamente las propias reglas de este juego, nadie puc- de conseguir refutar la validez de la poscura escéptica, 26 Desde mi punto de vista el relativismo y el escepticismo consti- tuyen la cara guerrera y la cara diplomdtica de una misma moneda. Unos pocos presocriticos, como por ejemplo Jendfanes de Co- Jofén (570-485 a, de C.), dudaban ya de que la certeza fuese posible. Sin embargo, pocas décadas més tarde, muchos de los coeténeos de Sécrates suscribfan plenamente esa duda, y algunos de ellos wriliza- ban, precisamente, esa duda para privilegiar la biisqueda de la felici- dad y dela eticidad por encima de la busqueda de la certeza. Es contra todos estos pensadores griegos que Platén va a construit su imponente sistema filos6fico. No obstante, quien asentara mas de- Cisivamente las bases del escepticismo es atin un adolescette cuando mere el viejo Platén, Su nombre es Pirrén de Elis (360-270 a. de C.) x, como es sabido, su pensamiento nos Hega através de los escritos de Sextus Empiricus (185-224 a. de C.), yaen la época romana. En palabras de Alan Musgrave, un importante filésofo contem- pordneo, la historia de la filosoffa occidental es, en buena medida, la historia de una larga guerra (atin inconclusa hoy en dia) entre los es- cépticos y los dogmiticas. Dogmatico no se usa aqui en sentido pe- yorativo, sirve simplemente para designar, en boca de los escépti- cos, a todos aquellos que creen que el conocimiento vilido consiste on screenciar verdaderas, justificadat como tales». Es decir, todos aquellos que afirman que existen conocimientos cuya Verdad puede ser establecida de forma incuestionable. La inacabable guerra entre dogmaticos y escépticos Los dogméticos afirman que podemos alcanzar unos conocimientos «cuya veracidad resulte incuestionable>, Desde su ptica, «la Ver- dad» es una propiedad que caracteriza a determinados conocimien- 10s y podemos, por lo tanto, poner de manifiesto esa propiedad. Los dogméticos estaban, asimismo, convencidos de baber conse- guido restar toda credibilidad a los planteamientos relativistas, en base a su supuesto caracter autocontradictorio. Sin embargo, trope- zaban con serias dificultades para refutar esa cara amable del relati- vismo que se presentaba bajo fa forma del escepticismo. Dicho con otras palabras, los dogmaticos pensaban que era bas- cante facil plantar cara a las tesis negacionistas de «la Verdade, soste- nidas por los relativistas, pero no conseguian derrotar las tesis elt 27 minacionistas de «la Verdad», defendidas por los escépticos. Es de- Tha tas esis que no arremetiaa direetamente contra la creencia en la Verdad>, pero que demostraban que se trataba de una creencia que no se poaia justificar, y que constituia, por lo tanto, una creencia perfectamente prescindible. Y es que, efectivamente, para derrotar la estrategia argumentat 4a del escepticismo, s6lo hay una salida: parar en seco {a espiral de Ia regresidn infinita. Encontrar un punto donde esta regresiOn t0- que fondo porque se haya aleanzado una justfieacin de la eval no se pueda dudar, y que no necesite ser justificada a su vez. Buena parte del pensamtiento filos6fico va a constimnir un prolon- ado esfuerzo intelectual para encontrar ese lecho de roca dura sobre s oaal asentar firmemente las bases y los fundamentos del conoci- tmiento seguro. Asimismo, la obsesién por la certeza va a dar lugar a sa ocotia de cardcver marcadamente fundaciondlisia, entrada en Ja bisqueda de unos fundamentos dltimos € incuestionables. qin la historia de la filosofia ese esfuerzo fundacionalista va a di- bujar dos grandes planteamientos alternatives: el sacionalismo, por ‘una parte, y el empirismo por otra ‘Una misma preocupaciGn anida en estos dos planteamientos: en contrar unas verdades tltimas cuya innegable evidencia constituya tuna justficacion suficiente, y que permitaa levantar sobre ellas todo Ul edificio del conocimiento seguro, inruunizandolo contra los ata~ ues escépticos. seer diferencia radica en que algunos peasadores buscaron en la razén aquello de lo cual no se puede dudas, mientras que otros pen adores buscaron eso mismo en La informacién proporcionada por in experiencia; es decir, por los sense data o datos sensoriales. El argumento racionalista Fue Platén quien inicis la via racionalista de la busqueda de la cer~ teza. Como veremos mis adelante, Platén es idealista en el plano ontol6gico 0 metafisico, pero es racionalista (y, desde luego, radi- calmente antiempiista) en el plano epistemolégico. Para PlatSn, si de algo tenemos que desconfiar absolucamente es, precisamente, de li informacién que nos proporcionan nuestros sentidos, Estos sélo nos aportan informacion sobre las apariencias 28 de las cosas, nunca sobre lo que se esconde detris de las apariencias, snunca sobre to que las produce. Es decir, nunca sobre el verdadero ser de las cosas. En tanto que somos scres sensoriales vivimos nece- satiamente en un mundo de apariencias y, por lo tanto, sélo pode- mos acceder a las sombras, no 3 aquello de lo cual las sombras son sombras. Para escapar del mundo de las apariencias y para acceder ala ver- dad de las cosas, tenemos que desentendernos de fa informacién {que nos proporcionan nuestros sentidos; tenemos que cerrar nucs- tros ojos y mirar exclusivamente con los ojos de la razén. Sélo una razén que sea capaz de mantenerse a distancia de las apariencias puede vislumbrar lo que hay por detris de elas, y pue- de permitirnos acceder a la verdadera realidad. Sin embargo, la raz6n s6lo maneja ideas. Por lo tanto, aquello a lo cual accede la razén (es decir, a la verdadera realidad por detcas de las apariencias sensoriales) esta constituido por ideas, de as cua- Jes, las cosas que impactan nuestros sentidos, son simples e imper- fectas copias. Es en esta concepcién donde se manifiesta, plenamen- te, el idealismo de Platén. El auténtico ser de fas cosas pertenece al mundo de las ideas, mientras que las cosas que anidan en el mundo, y que experimentamos concretamente mediante nuestros sentidos, 5on simples reflejos de ese mundo de las ideas. Cuando, gracias al ejercicio de la razén, traspasamos la niebla de fas apariencias y vishambramos el mundo de las ideas, no podemos dudar de ellas: su resplandeciente verdad se impone a nosotros. Yen ese mundo de las ideas, que es el mundo de lo realmente exis- tente, no sélo esti el auténtico «ser» de las cosas, sino que también encontramos la verdadera forma ideal de «lo bello» (estética), y Ia forma auténtica «del bien», es decir, de los valores éticos. Por lo tan- to, mediante el ejercicio de la razén accedemos no sélo al conoci- miento verdadero del mundo, sino que alcanzamos, también, el co- nocimiento, igualmente indubitable, del «bien». Platén representa, como nadie, el paradigma del dogmatismo. Para él, es incuestionable que ela Verdad> existe, que es absoluta y universal y que podemos alcanzarla plenamente, accediendo a la certeza total. ¥, claro, sies cierto que la via del conocimiento verda- dero conduce también a discernir el bien, 2quién puede atreverse a cuestionar que la consecucién del conocimiento verdadero debe constituirse como nuestra prioridad existencial? 29 Con Platén, la agenda de la filosofia quedaré marcada, basta nuestros dias, por a voluntad de verdad, por la obsesién por la cer- rena absoluta'y por el privilegio concedido a la snterrogacian episte mmolégica. Bs decir, pot la prioridad concedida a la pregoma acerca del conocimiento. « cabitn en Siglos mis tarde, Descartes (15%-1650) buscard también en la raze los fuentes del conocimiento indubitable o de la certeza abso fora, No me voy a detener aqui a glosa la obra Descartes ya que el lector o lectora puede encontrar una magnilica reconstruccién del cceesignismo en el libro estrella de Richard Rorty titulado La filo- sofia y ef espejo de la naturaleza (3979), Solo quiero enfatizar que para Descartes, el ejercicio de la duda sistematica toca fondo cuan- verge aleantzan formulaciones puramente racionales. Es decir, que mo apelan para nada a la experiencia y que, siendo auroevidentes, ae a peceriamente verdaderas, Para encontrar las verdades indis- satibles, la raz6n, producto de nuestras mentes, debe explorar, ex- lusivamente, [as ideas que conforman nuestra mente. El argumento empirista La segunda modslidad del dogmatismo, el empirismo, comparte caxctamente la misma preocupacién que el racionalismo. Se trata, cael rambién, de establecer la fuente de nuestro conocimiento in- endiato, directamence verdadero, indubitable y que no requiera, por lo tanto el respaldo de justificaciones adicionales. 1 ero los empirstas no creen que haya que buscar esa fuente en le cavén, sino que la sian en la experiencia, porque, segin ellos o- dos nuestros conocimientos, todas nuestra ides, provienen de lo aque nos aportan nuestros sensides. Basta con recordar la famosa ox presién segin la cual «nada hay en nuestra mente que no haya estar Go previamente en nuestros sentidos>. Una mente que es una tabu- Le caer antes de que los sentidos impriman en ella los concenidos, que la caracterizarin. a oe ‘Los sentidos nos proporcionan «datos sensorial, y para bo empiristas ~para Locke (1632-1704), para Berkeley (1683-1753), pata Flume (1711-1776), pot citar slo alos mis relevantes~ lo Gni- EE que podemos conocer de forma inmediata, directa e incuestiona~ ble, son precisamente esos datos sensoriales. 30 Cuando experimentamos una determinada sensacién resulta le- sftimo discutir sobre su origen, sobre lo que la ha producido, pues bien podria ser, por ejerapto, una simple ilusidn sensorial. Ahora bien, si experimentamos tna sensacién, de lo que no podemos dudar es de que la experimentamos efectivamente, y no tiene ningin sentido que alguien pretenda negar que la experimentamos. No hay mayor certeza, no hay mayor seguridad, que la que remite a Ja incuestio- nable realidad de los datos sensoriales. ‘Los racionalistas —Platon, Descartes, Spinoza (1632-1677), Leib- niz (1646-1716), entre otros— difieren entre si en cuanto a cudles pueden ser los tltimos principios verdaderos que nos ofrece la ra- z6n. Los racionalistas pueden discrepar entre si acerca de Smo es posible, y mediance qué procesos, que Ia razén nos permita conocer vyerdaderamente lo que conforma ef mundo sensible; o mejor dicho, Ia verdadera realidad que sustenta al mundo sensible. Pero todos ellos coinciden plenamente en que la ra26n nos permite acceder a conocimientos absolutamente verdaderos. Los empiristas difieren entre sf en cuanto a si todo el conoci- miento verdadero, 0 solamente parte de él, proviene de los sentidos. Los empiristas pueden discrepar entre si en cuanto a si los datos sensoriales tienen una contrapartida en la realidad exterios, y si es esa contrapartida la que caxsa nuestros datos sensoriales. Por fin, Jos empiristas pueden mantener posturas divergentes en cuanto a si nuestro conocimiento de los datos sensoriales nos puede permitir conocer también aquello que da lugar a los datos sensoriales. Es de- cir, traspasar el mundo sensible y transitar desde el mundo de las, apariencias hacia ef conocimiento del mundo que causa esas apa- riencias. Pero los empiristas coinciden plenamente en que nuestros senti- dos nos permiten, como minimo, alcanzar un conocimiento absolu- tamente seguro sobre el mundo de las apariencias. Es decir, sobre el mondo de nuestra experiencia sensible. En definitiva, ya sea por la via de la raz6n, ya sea por la via de la experiencia, el dogmatismo sostiene que podemos alcanzar verda- des indubitables, y si esto es efectivamente asi, entonces resulta que el escepticismo esta derrotado porque los unos o los otros han blo- queado, han hecho focr fondo In expr de I zegreion fii encontrando unas verdades de las que no se puede dudar, y que no requieren, por lo tanto, ulteriores justificaciones. al Pero ¢l escéptico se frota las manos. Es como si, a partir de sus preguntas insidiosas, hubiera conseguido poner a trabajar, para Su propio provecho, dos grandes maquinarias de pensamiento que han producido dos bloques de sofisticados y cuantiosos argumen- tos que se encuentran ahora a su plena disposici6n, La espiral del re~ {gre50 infinito toca fondo si se acepta el planteamiento racionalista. Sin embargo, resulta que los empiristas han puesto todo su ingenio en demostrat que los planteamientos racionalistas no son de recibo, ue su argumentacion no se sostiene. Frente a las pretensiones ra- Cionalistas, el escéptico sélo tiene que echar mano de los argumen- tos empiristas. Por el otro lado, la espiral del regreso infinito toca fondo si se acepta el planteamiento empirista. Sin embargo, resulta que los ra cionalistas ofrecen un amplio registro argumentativo en contra de las pretensiones empiristas. El escéptico tiene a su total disposicién exe registro argumentativo para hacer frente al empirismo. En esta tesitura, el escéptico podeia decir, mas o menos, lo siguiente: . Resulta que tres de los pensadores que considero mas admira- bles, por su espiritu rebelde y por la agudeza de su pensamiento Bertrand Russell (1872-1970), Albert Einstein (1879-1955) y Noam Chomsky (1928)-, se inscriben de lleno en el marco de estas creencias, y debo reconocer que la admiracién que les profeso hace que me resulte bastante inc6modo situarme en el campo contrario alsuyo. Por cierto, hoy en dfa uno de los filsofos mas representativos de esta combinaci6n de realismo y de racionalismo es Thomas Nagel (1937-), y esto lo convierte en uno de los criticos més acérrimos del aa relativismo. Asi que si alguien desea hacer acopio de argumentos mtrrelativistas es aconsejable que acuda a algunos de sus libros, tales como: The view from nowhere (1986) y La iltima palabra (2000). . El escepticismo que profesan muchos empiristas en cuanto a la posibilidad de conocer verdaderamente lo que se sitia fuera de Ruestra experiencia (es decir, el supuesto mundo real), explica por~ qué los pensadores cealistas ven en el empirismo, y en sus diversas amificaciones (tales como el fenomenismo, cl positivism, el posi- tivismo logico y otros ismos de esta indole), una claudicaci6n, un re- duccionismo, que ha abierto las puertas de par en par ala deriva es- céptica y relativista, que ha invadido, segin ellos, el pensamiento contemporineo. La sintesis de Kant Para algunos realistas, otro de los grandes culpables de que la epide- mia relativista se haya extendido peligrosamente en estas tltimas décadas es Kant. Immanuel Kant (1724-1804) pretendié, de alguna manera, realizar una gran sintesis entre el racionalismo y el empiris~ tno. Peto esto le llev6 a formular unas conclusiones que an pro- porcionado argumentos, muy a su pesar, para la defensa de clertas formas de relativismo. . Lo que me propongo responder es gpor qué siendo Kant radical- mente anticrelativista, sus argumentos aportan, sin embargo, agua al molino relativista? . ‘Quizis sea porque todo lo que debilita a las poscuras realistas fa~ vorece las argumentaciones relativistas; de la misma manera que todo lo que enfatiza el papel desempertado por las précticas y por jas caracteristicas bumanas resta fuerza al dogmatismo. Y son precisamente estos dos elementos los que eacontramos en Kant: debilitamiento del realismo por una parte, y énfasis sobre la actividad constructiva del ser umano por otra. ; En el plano ontoldgico, Kant profesa un realismo minimalista,li- mivindose a postular que, sin duda, valgo» existe «ahi fueras, con Independencia de nosotros; pero pasando inmediatamente a negar las implicaciones epistemolgicas del relismo. Ea efecto, para Kant, ‘cel objeto tal y como ¢s en si mismo» existe pero es incognoscible. 34 Sobre él nada podemos conocer, salvo que existe, y nada podemos decir mis allé de eso. Por lo tanto, incontestable debilitamiento del realismo. ‘Ademés, Kant hace depender las caracterfsticas del mundo que podemos conocer de las caracteristicas del propio esujeto cogn center. Con acentos que evocan de manera alarmante la afirmacién de Protagoras, segtin la cual «el ser humano es la medida de codas las cosas», Kant viene a sostener que el ser humano resulta ser «la me- dida de todas las cosas conocidas, o que puedan ser conocidasn. Esto significa gue son, por lo tanto, nuestras propias caracteris- ticas, en tanto que seres humanos, las que constituyen’el mundo al cual accede nuestro conocimiento, Enfasis, por lo tanto, sobre nuestra agencia en la produccién «del mundo conocido». A pesar de su intento de reconciliar el racionalismo y el empiris- mo, para Kant Jos racionalistas tienen indudablemente razon en cvanto a que existe, efectivamente, un ‘Lo que llamamos «la experiencia» no es algo que sea incondi- cionado», slo podemos tener experiencia de aquello que encaja en las coordenadas definitorias de nuestra peculiar sensibilidad. Por cjemplo, no podemos percibir directamente los infrarrojos porque nuestros Srganos visuales no son sensibles a sus longitudes de onda. Kant va a dedicar buena parte de su esfuerzo intelectual a diluci- dar cudles son las coordenadas, cudles son los pardmetros que esta- biecen «las condiciones de posibilidad de la experiencia misma». Es decir, esclarecer la naturaleza de aquello que determina el tipo de experiencia al cual, en tanto que seres humanos, podemos accedes. ‘Aunque, mas que acceder, convendtia decir, en este e480, constrain. ‘Los datos sensoriales, que los empiristas tomaban como una ma- teria prima, estin 9 conformados, ativamente, por las caracteristi- cas de nuestra estructura cognitiva. ‘Contrariamente a lo que afirmaban algunos empiristas, nuestra mente no es una tabula rasa, sino que muestra mente estructura 2c- Civamente la experiencia, imponiéndole su propio orden. ‘Gj esto es electivamente asi, de poco sirve interrogar directame: te la experiencia para conocer cuéles son sus principios constitutl- os, puesto que estos principios formatean ya la propia experiencia. Para detectar esos principios hay que proceder a un , entendiendo por trascendental simplemente que st sida por fuera o por encima de la experiencia. Esto és lo que hace Kant cuando, por decirlo de alguna forma, dirige la raz6n hacia ella misma mira teracén ala luz de la pura rae z6n y establece asi cudles son sus principios estructurantes. Unos prineipios que él llamaré «la eategorias a priori del entendimiento», Si nuestra experiencia est condicionads por nuestra ments, si lleva cya inserita en su propio set» la marca de lo que la hace posi ble, resulta obvio que e! andlisis de la experiencia, es decis el andli- sis de clas apatiencias», 0 el anilisis de las cosas «tales como son para nosotros», nunca puede conseguir arrojar luz sobre nada que aya mis alld de esas apariencias y que se site por detrés de ellas. 36 Es por eso por lo que Kant afirma que la «realidad en si misma» es incognoscible. No podemos aprehender nada con independencia de nuestro modo de aprehensién, Slo podemos conocer, con pro- piedad, Jos fenémenos; es decir, el producto de nuestra interaccién con el mundo. Con todo, para Kant, esto no significa que el conocimiento se- guro y objetivo no sea posible. Al contrario, este tipo de conoci- miento es perfectamente posible, porque la estructura de Ja razén ¢s, ella misma, «incondicionada». Las categorias a priori del entendimiento son «universales> y . Pero hay una limitacién sustancial: el conocimiento objetivo y verdadero sobre el mundo es posible, pero taa slo en laesfera de los fendmenos. Es decir, de la «experiencia» que tenemos del mundo. ‘Usando a Kant contra Kant La sintesis llevada a cabo por Kant entre el racionalismo y el empi- rlsmo es impresionante y hace dat l filosofia un paso importante que fortalecc la postura dogmética, en la medida en que «la Verdad+ se muestra al aleance del ser humano, Con todo, Ja aportacién de Kant constituye, al mismo tiempo, una bomba de relojeria que re- suka letal para el propio dogmatismo. Para que la bomba de relojeria kantiana estalle basta con aceptat, por una parte, la tesis de Kant segin la cual la experiencia no es «in- condicionadar. Es decir, la afirmacién de que es el ser humano quien, en funcién de sus propias caracteristicas, establece las condi- ciones de posibilidad de la experiencia; pero rechazando, por otra parte, la tesis segtin Ia cual esas condiciones de posibilidad de la ex- pericncia (por cjemplo las categorias del entendimiento) son abso- lucas y universales. En efecto, si en lugar de hacer de esas categorias un elemento incondicionado (absoluto y universal), las definimos ar como estando, ellas mismnas, condicionadas (relativas ala cultura, a Ia historia, etcétera), entonces ya no queda nada que pueda hacer barrera al relativismo. Basta, por lo tanto, con bistorizar a Kant, basta con desuniversa- lizae sus categorias, para que la aportacién de Kant vengaa zeforzar cl registro argumentative del relativismo. Dicho sea de paso, es precisamente porque Michel Foucault procede de esta forma por lo cval, aunque él mismo no acepte la Eriqueta de relativista, muchos de sus comentadores lo califican como tal. ‘En efecto, Foucault participa de la misma preocupacién que Kant. Buena parte de la obra de Foucault intenta esclarecer las con- diciones de posibilidad de nuestra experiencia, en la época presente. Pero, para Foucault, lo que determina la forma de nuestra experien- cia hoy en dia no son unas supucstas categorias absolutas y univer- sales, sino unas categorias que son plenamente contingentes, y que se han ido elaborando mediante determinadas pricticas historica- mente y socialmente situadas. ‘Las cosas 507 como son porque nuestro pensamiento actual asilas constituye. Sin embargo, como resulta que ese pensamiento ha sido, @ mismo, construido de forma contingente por nuestras practicas histricas no os queda mis remedio que emprender [a genealofa de esas pricticas para entender porqué la experiencia hoy posible es Ja que es, y no es de otra forma. Claro que, silo que determina nuestra experiencia es contingen- te, deta también podria ser otra, y ¢s, por lo tanto, modificable. “Ayudarnos a entender quc nuestra experiencia presente no obedece a ninguna necesidad y que, por lo tanto, podemos transformarla; ée y no otto, es el anhelo de Foucault, como lo veremos en la se- gunda parte de este libro. ‘Kant hablaba de nuestras «ideas» y de la estructura logica o ra- cional que las condiciona. Bastantes afios mas tarde, con el aconte- cet del gira lingitistico, la referencia 2 las «ideas y a las categorias del entendimiento se tornd obsoleta y fue sustituida por una refe- rencia al lenguaje. Dicho con otras palabras, la estructura categorial 4 priori mediante la cual aprehendemos el mundo paso a ser de tipo Tingtistico, Fue el lenguaje quiea pas6 2 conformar la experiencia potible, y es hacia el lenguaje donde se nos dice hoy que conviene mirar para dilucidar la estructura de nuestra experiencia. 38 Tras el giro lingiiistico, se hace referencia a entidades lingiiisticas en lugar de entidades mentales, pero el esquema bisico sigue siendo de corte kantiano. La experiencia se fragua, de raiz, en un medium lingiistico que la constituye de par en par, y del cual, por lo tanto, no se puede escindir. A pesar de que el esquema basico sigue siendo el mismo, hay que hacer constar una diferencia importante, En efecto, las entidades mentales de Kant podian ser vistas como universales y absolucas, pero el lenguaje es, obviamente, contingente y la diversidad lingiis- tica constituye una evidencia diffcilmente soslayable. ‘Como lo queria Kant, resulta que slo podemos conocer la ex- periencia; pero en tanto que ésta es dependience del lenguaje, y ea cuanto que el lenguaje es contingente y variable, distintas descrip- ciones del mundo son legitimas, y ninguna de ellas puede reivindi cat para si misma un estavus privilegiado. La versién lingifstica del esquema kantiano aporta ain mayores caudales de agua a los molinos del relativismo. Para concluir esta breve contextualizacién filos6fica, quizs con- ‘venga recoger en unas pocas lineas las principales etapas de nuestro apresurado recorrido desde un pequeio fragmento del pensamien- to que se elabora en la Grecia antigua hasta llegar a Iss puertas del momento presente, Hemos visto que, tan pronto como se secularizé la cuestién de «la Verdade, es decis, in pronto como se arrebaté a los dioses la fa- cultad de dictarninar sobre «la Verdad para remitirla al terreno de la simple argumentacién racional entre seres humanos, se constitu- yeron dos bandos antagénicos. Por una parte, quienes negaban que se pudieran establecer pro- posiciones cuyo «valor de verdad» no fuese «condicionado los re- laiviscas; y también quienes dudaban de que fuese posible estable- cer el «valor de verdad de una proposicion: los escépticos. Y¥, por otra parte, quienes desde unas convicciones opuestas, es decir, desde la afirmacion del ecaracter no condicionado de la ver- dad», intentaban acallar la negaci6n relativista, mostrando su incon- sistencia Logica, 0 bien intentaban contrarrestar las dudas escépticas esforzindose por hallar unas proposiciones cuyo «valor de verdad fuese incuestionable Una vez descartada, de manera expeditiva, la postura relativista basindose en el argumento de su manifiesta inconsistencia légica, 39 todos los esfuerzos desplegados por los partidarios del segundo bando se orientaron a bloquear la espiral de Ia cegresién infinita promovida por los escépticos, haciéndole tocar fondo. Es decis, for- Taulando proposiciones cuya sbsoluta certeza permitiese configurar tun lecho de roca dura sobre el cual poder fundamentar el edificio del econocimiento verdadero. ‘Las distintas estrategias desplegadas para fundamentar nuestra capacidad veridictiva, nuestra capacidad de decir verdad, el raciona~ Tismo por una parte, el empirismo por otra, y también el intento de sintesis kantiano, nos proporcionan, paraddjicamente, argumentos para mutrir una defensa del relativismo, Esta defensa puede apoyar- Ee sobre los argumentos racionalistas en contra del empirismo, s0- bre los argumentos empiristas en contra del racionalismo, sobre los argumentos escépticos en contra de ambos, y sobre esa bomba de relojeria filorrelativista que, en su esforzado intento por afianzar el dogmatismo, Kant construyé sin quererlo. Ts larga guerra entre el dogmatism y el escepticismo se sigue li- brando hoy en dia. Pero quizas se entienda ahora mejor porqué las ofensivas lanzadas en las tltimas décadas contra el fundacionalismo filosafico, y los es{uerzos desplegados para introduc la historici- dad (es decir, para introdueir la contingencia en todo lo que con tiene al conocimiento), sean vistos como alentadores del escepti- Cismo, ¥ peligrosamente proclives al relativismo. Richard Rorty (1931.), por una parte, y Michel Foucauke (1926-1984), por otra, apacecen, desde esta perspectiva, como dos de los principales res- ponsables del desmantelamiento del dogmatism en el perfodo con- temporanco. 40 2 Argumentos relativistas El polimorfismo del relativismo Como mostraremes a continuacidn, el adyersario contra el cual debe enfrentarse un Platén del siglo xxi presenta los rasgos un tan- to desconcertantes de un Protigoras polimorto. _ En efecto, el relativismo no constituye una orientacién tania, sino que esté conformado por wna gana de muy diversas formula- ciones, No son ni la unicidad, ni la homogeneidad, sino la plurali- dad y la heterogeneidad las que caracterizan al relativismo. De este modo, en la medida en que nos confrontamos a distintos plantea- mientos, parecerfa que la argumentacién en contra del relativismo deberia modularse en funcién de sus distintos tipos. ‘De hecho, podemos intuir que el relativismo es eminentemente plural considerando simplemente las notables diferencias que sepa- ran a algunos de los pensadores a los que se suele adjudicar, con ra zn o sin ela, la etiqueta relativista, Algo tienen en comiin, pero también es mucho lo que diferencia a pensadores como: Friedrich Nietzsche (1844-1900), Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Thomas S. Kuhn (1922-1996), Paul Feyerabend (1924-1994), Nelson Good- man (1906-1998), Willard van Orman Quine (1908-2000), Richard Rorty, Michel Foucault 0 Jacques Derrida (1930-2004). ero mis alli de esta intuiciéa, también podemos encontrar en la propia formulacién del relativismo la razén de esa extensa pluralidad. Recordemos, en efecto, que en su expresién mas condensada, el relativismo sostiene que: 4 — X no es incondicionado (siendo X cualquier cosa que quera- ‘mos considerar), = que todo X es condicionado, = también que X es relativo a ¥ (siendo X lo relativizado e ¥ la instancia relativizadora) Ya hemos visto que la lista de las especificaciones de X es muy amplia y que los «valores de X son miltiples. X puede ser las creencias, la verdad, el conocimiento, los principios éticos, etcétera. Pero también es diversa la lista de las especificaciones de Y. En efec~ to, la instancia relativizadora puede ser el lenguaje, la cultura, las formas de vida, etcétera, Fruto de esta diversidad, resulta que una misma persona puede ser, al mismo tiempo, rlavstaen cuanto alos prioipios éicos ~alrmando, por sempo, que los prnspion cos on reativos ha cultura y defender una postura antirrelarivista en cuanto al cono- imiento cientifico afirmando, por ejemplo, que «el valor de verdad de las proposiciones cientificas es incondicionado=. . Los «valores de X que se mencionan con mayor frecuencia en los debates sobre el relativismo son los siguientes: los conceptos © los #es- jquemas conceptuales>, las creencias, las practicas, la percepcion 0 Tos sesquemas perceptivos», las normas epistémicas, la éxica, la se- tration, fa Verda y la sealdad Por su parte, los «valores de Y> que aparecen mis frecuentemen- te en la argumentaci6n relativista son los siguientes: el lenguaje, a estructura cognitiva, la cultura, los paradigmas cientificos, el indiv duo, la religion, Ia historia y las categorias sociales. Tra lista de las combinaciones posibles es muy amplia, pero se en- sancha ain més si consideramos que algunos de los valores de la ins- tancia celativizada X pueden ser utilizados también como valores de la instancia relativizadora ¥ (por ejemplo, podemos sostener que la percepcidn= es relativa a elos esquemas conceptuales»). Resulta, por otra parte, que ciertas versiones del relativismo se revelan incompatibles con otras versiones del relativismo. Por cjemplo, si afirmamos que nuestros 0 preferibles a otros. La segunda manera de presentar el relativismo consiste en atri- buirle la utilizacién de la subjetividad, puramente individual, como inscancia relativizadora, haciéndole endosar afirmaciones como la siguiente: Una proposicién es verdaders, o es falsa, si ast lo considera la per- sona que la enuncia 0 que la enjuicia. Desde esta dptica, es la persona, individualmente considerada, quien decide sobre el valor de verdad de las proposiciones. Esta claro que ésta formulacién clausura de entrada todo espacio de de- bate, Este enunciado que ningiin relativista ha mantenido, salvo quizas Protigoras, sitiia al relativista en la obligacién, absurda, de tener que asumir y defender uns contradiccién en términos. La contradiccién de alirmar por una parte, y de nega por otra, al mismo tiempo, la dimension dialogica que es constitutiva del pro- ceso mismo de la argumentacidn. En efecto, por el hecho mismo de formular una proposicién, el reltivista insticuye necesaria- mente un espacio dialégico, pero, simultaneamente, tiene que ne- gar esta dialogicidad, puesto que la decision sobre la proposicién que ha formulado remite cxclusivamente a la unidad individual, cerrada sobre s{ misma. La mejor manera de mostrar que alguien es inconsistente y con- tradictorio consiste en poner en su boca una afirmacién y la contra~ ria. Sin embargo, obviamente, el relativista no tiene por qué admitir 45 que no haya puntos de vista preferibles a otros, ni tiene por qué en- certar en el espacio de la subjetividad individual la aceptabilidad de los argumentos. Bien, dicho esto, la primera de las versiones del relativismo que vamos a exponer se inscribe en unas eoordenadas que son de natu- raleza politica. Relativismo y ética: la cuestién politica Precisemos de entrada que, en este libro, el interés manifestado ha- cia el zelativismo no arranca a partir de una reflexidn puramente epistémica, no proviene de una interrogacién acerca de la naturale- za del condcimiento, ni tiene motivaciones que sean de orden aca- démico. La proclividad que aqui se manifiesta hacia el relativismo nace de una preocupacién de caricter politico, marcada por el deseo de explorar las condiciones de posibilidad de lo que Foucault lla- maba las pricticas de libertad», y que, en el presente caso, se inser- ta.en las coordenadas politicas dibujadas por unas opciones perso- nales radicalmente antiavtoritarias 0 libertarias. No es casual, por lo tanto, que esta exposicién del relativismo comience por el examen de sus implicaciones politicas, aunque esto nos obligue a abordar, de entrada, una de las cuestiones que mas prevenciones han suscitado en contra del relativism: la relaiviva- cidade los valores éti Esta manera de iniciar la discusién del relativismo puede sor prender a quienes consideran que es en el plano epistemolégico donde conviene dihicidar, primeramente, la cuestién del relativis- ‘mo, ya que su eventual invalidacién en dicho plano conlleva la inu- tilidad de discutirlo en cualquier otro, sea éste el de la ética o el de la ontologia. Sin embargo, la voluntad de situar la discusién del relati- vismo fuera del espacio discursive que ha sido sistematicamente psivilegiado por la filosofia occidental (el espacio discursive del puro conocimiento) forma parte, integramente, de la propia opcidn rela~ tivista que aqui se defiende. Es bien conocido que, desde los tiempos de Platén, la agenda de Ja filosoffa occidental ha estado marcada por el privilegio que se ha concedido a la interrogacion sobre la naturaleza del conocimiento ‘verdadero y sobre sus condiciones de posibilidad. 46 Con ello, la agenda de la filosofia ha hipertrofiado considerable- mente sna de las miltiples relaciones que mantenemos con el mun- do. Una relacién, Ia relacién de conocimiento, que es, sin duda al- guna, tremendamente importante, pero que no puede eclipsar por completo el hecho de que nuestro «ser-en-el-mundo» esta hecho también de relaciones de accién, de sentimientos, de sensaciones, de vivencias, de experiencias placenteras o desagradables, y de «formas de vida». Nuestro «ser-en-el-mundo» seansita de manera importan- te por la relacidn de conocimiento, pero desborda considerable mente esa relacién. Ahora bien, si se estipula, como lo ha hecho la filosoffa occiden- tal, que no sdio es posible alcanzar el ene! plano tedrico, es facil constatar que és¢e contradice sus propios acgumentos en cuanto se traslada al plano prictico, puesto que en su vida cotidiana no tiene mis remedio que recurrir permanentemente ll criterio de la verdad, no tiene mas remedio que sas, profusamente, la dicotomfa verdadero/falso y no tiene mis remedio que asumir firme- mente el cardcter verdadero de un conjunto muy amplio de creencias, ‘Tanto si se defiende una postura celativista como sino, es verdad que si ponemos la mano en el fuego nos quemamos; es verdad que los campos de exterminio han existido; es verdad que 2+2=4; es ver- dad que la discriminaciéa de géncro existe; es verdad que no pode- mos prescindir del concepto de «la Verdad»; y es verdad que negar la verdad de todo esto es, propiamente, insostenible. Se evidencia, por lo tanto, una contradiccién entre lo que el rela- tivista afirma en el plano teérico y lo que hace en la practica. ;Pero quiéa defiende tedricamente que la verdad sea un concepto prescin- ier Esto adlo lo deiende el relativista ol y como es econstruido por el absolutista («lo que dicen que digo»). Lo que realmente se ice dead el relativism es tan alo, que la verdad no es incondi- cionada; 0 lo que es lo mismo, que la verdad es relativa. 65 El relativismo no pretende abandonar el concepto de la Verdad, tan solo pretende resignificarlo; y ello, por dos razones. La primera, porque considera que la concepcidn absolutista de «la Verdad» es Insostenible en el plano teérico, como intentaremos argumentar més adelante. La segunda, como también expondremos més adelan- te, porque no le parecen deseables las consecuencias que se des- prenden de la concepcién absolutista de «la Verdad en el plano de la practica, ‘Si nos cefiimos al Ambito de la practica, es obvio que para poder vivir «el tipo de ser que somose se tiene que creer en la Verdad. Aquellos seces humanos que fuesen incapaces de discernir entre las creencias que son yerdaderas y Tas que son falsas se extinguirian de inmediato si sc les abandonase a su suerte. Esto no significa que los seres humanos no sostengan creencias falsas, pero si implica que la mayor parte de nuestras creencias tienen que ser verdaderas y que tenemos que discernirlas como tales para poder desenvolvernos en el mundo. ‘De la misma forma, resulta que sélo podemos dialogar con nues- tros semejantes desde la creencia en la verdad. Esta creencia forma parte del hecho mismo de que podamos dialogar, porque no hay idlogo posible sin la existencia de criterios compartidos para dis- criminar la verdad o la falsedad de lo que se afirma en el uranscurso del didlogo. Esté claro que nuestra relaci6n con el mundo presupone, nece- sariamente, la creencia en Ja verdad, y est claro que nuestra rela~ cién con esa parte del mundo constituida por nuestros semejantes también presupone la crecncia en la verdad, Dicho con otras pala- bras, el uso de la dicotomia verdadero/falso constituye una de las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia y forma parte, integramente, de las condiciones de posibilidad de nuestra propia existencia. 'E] relativista reconoce plenamente todo esto y también admite, sin el menor problema, que la serndntica de la verdad es de tipo ab solutista. En efecto, el concepto de verdad que utilizamos en nuestra vida cotidiana esta constituido por unos rasgos semdnticos que son de in- negable raigambre absolutista. Asi en el sero del «juego del lengua- jer donde adquiere sentido el uso de este concepto 0 en la «gramati- ta» que articula nuestra «forma de vida», resulta que el hecho de que 56 Ja verdad sea «incondicionada» forma parte integramente del con- cepto mismo de la verdad. Lo ilustraremos con tres ejemplos. En primer lugar, cuando decimos que una proposicién es verda- dera, estamos afirmando que es verdadera con independencia de que lo sepamos o n0, y con independencia de que lo creamos 0 no. Forma parte de nuestro uso del concepto de la verdad el que se pueda trazar una diferencia radical entre, por una parte, creer que algo es verdadero y, por otra, que sea efectivamente verdadero. Esta diferencia implica, logicamente, que la verdad es, por lo tan- to, independiente de cualquier cosa que podamos creer, 0 decidi demostrar acerca de ella. Dicho sea de paso, si una propos verdadera, lo es con independencia de que lo creamos o no, lo que indica suficientemente la ircelevancia de que sean pocos © muchos los que crean en la verdad de una proposicién. La verdad no es una cuestién de consenso en el seno de una comunidad. Curiosamente, laindependencia entre la verdad de lo que se afirma y la creencia de aque lo que se afirma es verdad explica que podamos estar mintien- do y, sin saberlo, enunciar una verdad. En segundo lugar, cuando decimos que una proposicién es ver- dadera estamos afirmando que es verdadera totalmente, pare todos, ¥ en todos los tiempos. Totalmente, puesto que aunque una proposicién verdadera 20 tiene porqué decir soda la verdad, sin embargo, lo que afirma debe ser totalmente verdadero porque, si no, esa proposicién, no ¢s ver~ dadera. Para todos, puesto que una proposicién verdadera no estd supe- ditada a las decisiones, las creencias o las peculiaridades de nadie en. particular En todos los tiempos, puesto que si una proposiciGn es verdade- 1a, no puede dejar de serlo en el fururo. Porque si deja de serlo, es que s6lo se crefa que era verdadera hasta que se demostré lo contra- rio y, por lo tanto, nunca ha sido verdadera. Por fin, en tercer lugar, una proposicién es verdadera si lo que afir- ‘ma acerca de los hechos se corresponde efectivamente con es0s he- chos. No cabe duda de que nuestra nocién mas intuitiva de la verdad es de tipo correspondentista. ¥ tampoco cabe duda de que en el didlo- go que mantenemos con los demés el argumento de la «correspon- dencia con los hechos» es de innegable utilidad y nos sirve para deci- dir sobre la verdad de una descripcién o sobre la verdad de un relato, 37 Ante los argumentes expuesos, puede parecer que hayames perdido de vista la pretension original de articular una defensa de felativismo y que nos hayamos dejado llevar a formular un alegato absolutista acerca de las caracteristicas de la verdad. En efecto, los ejemplos mencionados muestran claramente que, en nuestra vida cotidiana, el predicado verdadero funciona con tunos rasgos semamicos de corte claramente absolutista y es efect ‘vamente asi como usa este predicado el propio celativista ‘Ludwig Wittgenstein (1889-1951) nos proporciona incluso una ex- plicacidn plausible de por qué esto es ast al sefalar que la gramécica ue rige cualquier lenguaje esta constreiida por su valor pragmitico. Es decis, debe ser tal que nos permita desesvolvernos en el raundo, Son, por expresarlo asi, las condiciones materiales de nuestra corpo- reizacién en el mundo las que quedan inscritas en nuestra gramatica, ‘No obstante, aceptando todo Jo que acabamos de decir, el relati- vista sigue sin entender por qué deber‘a dar un tremendo salto des- dela constatacién de que usamos efectivamente determinadas creen- ‘Gas en nuestra vida cotidiana a la afirmaciéa de que, por lo tanto, esas cteencias son necesariamente correctas. Por ejemplo, todos usamos la verdad en sentido correspondentis- ta cuando coincidimos en que un enunciado sobre determinados he- chos es verdadero silos hechos son efectivamente como el enunciado dice que son. Esta forma de usar la verdad es, sin duda, tremenda- mente ceil para nuestra forma de relacionarnos con el mundo y, también, para dialogar con los dems. Sin embargo, todos sabemos hoy que la versiGn corvespondentista de la verdad es, légicamente y conceptualmente, insostenible pese a su indudable vutilidad. ‘La versi6n correspondentista de la verdad es insostenible, aunque sélo sea porque no hay forma de comparar trozos de lenguaje con trozos de mundo; y porque no hay forma de acceder a los hechos desde fuera del conocimiento de los hechos, 0 desde fuera de una descripcién de los hechos. oo ‘Por lo tanto, la constatacidn de que usamos, sin ningtin proble- a y con indudables bencticios para nuestra existencia, ba concep- cidn correspondentista de la verdad es perfectamente compatible con el hecho de que esa concepcién sea completamente erréaea. De la misma forma, el hecho de que usemos en nuestra vida co- tidiana una concepcién absolutista de la verdad es perfectamente compatible con que esa concepcién sea del todo incorrecta. 58 El hecho de que no podames vivir sin creer que los objetos, tal y como resultan para nosotros, existen efectivamente ahi afuera, con total independencia de la relacién que mantenemos con ellos, constituye otro ejemplo de un tipo de creencia que es indispensa- ble para desenvolvernos en el mundo y, ala vez, que es totaimen- te equivocada, como lo veremos cuando abordemas el relativismo ontoldgico. Cuando disputa una partida de ajedrez, el relativista asume el conjunto de las reglas de este juego. Asume, por ejemplo, que debe atenerse escrupulosamente a la regla segiin la cual el alfil sélo puede desplazarse en diagonal, porque de su acepeacién depende la posibi- Jidad misma de jugar al ajedrez; pero no tiene por qué aceptar nada més. No tiene por qué aceptar que exista algo asi como la esencia del juego del ajedrez, o que hay algo asi como un lugas, independiente de nosotros, donde se ubiquen las reglas de este juego. Lo mismo ocurre con las reglas semanticas que rigen el uso de la dicotomia verdadero/falso. Tenemos que asumir esas reglas para poder jugar a ese juego tan importante para nuestra propia existen- cia como es el juego de la verdad, Sin embargo, no tenemos por qué comprometernos con algo que vaya mis alla del incuestionable va- lor pragmético que tiene la correcta aplicacién de esas reglas. Las proposiciones que son verdaderas no tienen, entre si, nada en comin, aparte de que se les aplique el predicado verdaderas: y este predicado sdlo tiene sentido en el marco de una deverminada «forma de vida» y para «el tipo de ser que somos» Si esta wforma de vida fuese distinta, este predicado se aplicaria a otras proposiciones, y las proposiciones que predicamos hoy como verdaderas dejartan de ser verdaderas y pasarian a ser falas. Lo que seria verdad para unas criaturas con otra historia evoli- tiva que la nuestra y, por lo tanto, con otra constituciéa, seria dis- sinto de lo que es verdad para nosotros. Decir esto es afirmar que la verdad no es incondicionads, sino que es relativa a un determinado marco en cuyo seno adquiere sentido. Mediante este recorrido por las implicaciones pricticas de la concepcién de la verdad puede estimarse como incuestionable que, an el plano pragmitico, el absolutista y el relativista no se diferen- cian para nada en cuanto a su uso del predicado verdadero. Ambos usan este predicado con las mismas reglas seménticas que lo definen y que son de corte absolutista. 59 ‘De la misma forma en que un relativista y un absolutista pueden sentarse tranquilamente a disputar una partida de ajedrez sin que se noten sus respectivas adscripciones, también pueden entablar un logo sobre las cuestiones relevantes para la vida cotidiana sin que tampoco lo impidan escas adscripciones. Se podria concluis, por lo tanto, que Ia discrepancia manifestada cen el plano teérico no conileva diferencias en el plano préctico. Sin embargo, esta conclusién no dejaria de ser sumamente preocupan- te, En efecto, forma parte del pragmatism filosdfico la considera- cidn segiin la cual si una diferencia en ef plano teérico no conlleva diferencias en el plano prictico, entonces esa diferencia tedrica es irrelevante y se puede prescindir de ella. ‘No es que los absolutistas tengan la més minima simpatia por el pragmatismo, pero no dudan en echar mano del argumento prag- zatista para concluir que, por lo tanto, el argumento terico del re- Iativismo es irrclevante y resulta perfectamente prescindible. El problema es que la diferencia teérica entre el absolutismo y el relativismo si tiene consecuencias pricticas y, aunque éstas puedan ser eventualmente pocas, resulta que son de primera magnitud. Ci- taremos dos de ellas. La primera, es que el absolutismo forma parte de las condiciones de posibilidad de la Inquisicién. O lo que es lo mismo, el dispositive inquisitorial esté internamente relacionado con el credo absolutista. Sélo quienes estin convencidos de la existencia de verdades ab- solutas tienen el derecho, y hasta la obligacién moral, de forzar a ‘quienes se niegan a reconocer esas verdades. La conviccion de estar en posesién de la verdad descalifica auto- iticameate todo punto de vista alternativo, legitimando cualquier actuacién encaminada a que se abandonen las falsas creencias, inclu so por el propio bien de quien se halla inmerso en el error. Solo tos dogmiticos han creado inquisiciones; y si se considera ue la posibilidad de que existan, 0 no, inquisiciones supone una di- ferencha relevante en la prictica, esti clato que la diferencia en lo tedrico no es, ni mucho menos, prescindible. La segunda consecuencia préctica es que el relativismo constitu- ye un dispositivo teérico que facilita el cambio, mientras que el ab- solutismo tiende a bloqueario. Si las verdades son absolutas, es ob- vio que nada puede alterar su condicién de verdades, De este modo, por ejemplo, si 2+2=4 es absolutamente verdadero, lo seguir sien- 60 do pase lo que pase; pero si la verdad es relativa al marco que la ins- tituye como tal, su perennidad deja de estar garantizada, Incluso una proposicion tan arquetipicamente verdadera como que 2+2=4 pueda dejar de ser verdadera si se altera suficientemente el marco en dl seno del cual resulta, indudablemente, verdadera. Claro esta que esto no significa que sepamos qué alteraciones habria que introdu- cir para que 2+2=4 dejase de ser verdadero, pero si significa, como Jo subrayaba Willard van Orman Quine (1908-2000), que ninguna proposicion es, por razones de principio, inmune, para siempre, ala revisién. Para concluir nuestro repaso a la Kinea de ataque al relativismo basada en el pine de la practica, vamos a resumir en tres puntos el. conjunto de la argumentacién desarrollada hasta aqui La primera maniobra teérica que intenta el absolutismo es muy fuerte porque condena el relativismo a la muerte y viene a decir que l iinico relativista consecuente es el relativista mucrto. Lo cual se- ria waa conclusién légicamente impecable si el relativista dijese cfectivamente lo que el absolucista «dice que dices. Sin embargo, la légica de esa conclusién se derrumba tan pronto como el relativista pasa a hablar con sus propias palabras. El relativista no dice que la verdad sea un concepto presciadible, y como no lo dice, no tiene, por lo tanto, por qué prescindir de él. Es cierto que si prescindiera del concepto de verdad no podria sobrevivir ni tampoco dialogar con sus semejantes. Es cierto que cuando el relativista participa en el juego de la verdad lo hace como todo el mundo. Es decir, aplicando las reglas seménticas de cardcter absolutista que presiden este juego. Pero zdénde esté el problema? Lo que cucstiona el relativista no es el valor pragmético de la creeneia en la verdad, sino los supuestos filoséficos que el absolu- tista pretende que hay que asummit para apuntalar esa creencia, Si el relativista no cuestiono la utilidad de la verdad, ;cémo se puede de- cir que se contradice cuando la uriliza? La primera maniobra del absolutista pretendia ser demoledora, y acaba siendo inofensiva. La segunda consiste en afirmar que, si el relativista usa efectivamente la verdad y lo hace ea ua marco se- méntico absolutista, entonces es verdad que la verdad es absoluta y resulta contradictorio suscentar en la practica lo que se niega en la teoria, Pero la réplica es facil, el valor de uso no presupone nada mas que es0, ef valor de uso; y no existe ningin puente légico que nos or

You might also like