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LECCIONES - DE - DERECHO - MER CANTIL - 3-4 de 1ºy2º - Parcial (1) de Arancha3. 388 Págs
LECCIONES - DE - DERECHO - MER CANTIL - 3-4 de 1ºy2º - Parcial (1) de Arancha3. 388 Págs
MERCANTIL II
1er parcial
2017/18
1er PARCIAL
El contrato como vehículo jurídico al servicio de la circulación de bienes y servicios es uno de los
instrumentos más significativos y más antiguos del tráfico económico.
La función del contrato es la misma en el tráfico civil y en el mercantil. Las normas reguladoras
del contrato como fuente de las obligaciones se encuentran en el Código Civil (CC) como dispone
el art. 50 del Código de Comercio (CCom). En nuestro ordenamiento no se ha procedido a la
unificación del Derecho de obligaciones y contratos: la mayoría de los contratos regulados en el
CCom lo están también en el CC. Por tanto, es necesario distinguir entre contratos civiles y
mercantiles.
Art. 50 CCom. Los contratos mercantiles, en todo lo relativo a sus requisitos, modificaciones,
excepciones, interpretación y extinción y a la capacidad de los contratantes, se regirán, en
todo lo que no se halle expresamente establecido en este Código o en las Leyes especiales, por
las reglas del Derecho común.
1) el contrato no se reduce al ámbito exclusivo del comercio y del comerciante, sino que
se integra en el ejercicio profesional de una actividad económica (comercio, industria, servicios).
En principio, la perfección del contrato se realiza en los términos recogidos en el art. 1262 del
CC.” El consentimiento se manifiesta por el concurso de la oferta y de la aceptación sobre la
cosa y la causa que han de constituir el contrato.
Hallándose en lugares distintos el que hizo la oferta y el que la aceptó, hay consentimiento
desde que el oferente conoce la aceptación o desde que, habiéndosela remitido el aceptante,
no pueda ignorarla sin faltar a la buena fe. El contrato, en tal caso, se presume celebrado en
el lugar en que se hizo la oferta.
En los contratos celebrados mediante dispositivos automáticos hay consentimiento desde que
se manifiesta la aceptación.”
- En el CC. el art. 1262 sostenía la teoría del conocimiento, declarando que la aceptación
hecha por carta no obligaba al que hizo la oferta sino desde que llegó a su conocimiento.
Actualmente, las nuevas exigencias que requieren los contratos celebrados a través de medios
informatizados o por dispositivos automáticos, y las consideraciones críticas de la doctrina, han
conducido a una nueva regulación. La Ley 33/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad
de la Información y de Comercio Electrónico (LSI), en su disposición adicional cuarta, modificó
los arts. 1262 CC y 54 CCom, y dispone hoy día que «hallándose en lugares distintos el que hizo
la oferta y el que la aceptó hay consentimiento desde que el oferente conoce la aceptación, o
desde que, habiéndosela remitido el aceptante, no puede ignorarla sin faltar a la buena fe».
Se adhiere así nuestro legislador a la teoría del conocimiento.
Respecto a los contratos celebrados por dispositivos automáticos entre ausentes, la nueva
regulación prevé que «hay consentimiento desde que se manifiesta la aceptación».
En nuestro Derecho cabe entender, por tanto, que el medio técnico utilizado no es impeditivo a
los efectos de llevar a cabo actos de contratación. Cosa distinta es que el régimen previsto en el
art. 54 sea o no generalizable a todos aquellos casos en los que el contrato se realice entre
ausentes. Hay supuestos como la contratación por teléfono o por radio, etc., que, en cuanto al
momento de su celebración, son asimilables a los contratos entre presentes. En esos casos, el
problema surge en cuanto al lugar de celebración del contrato, que debe entenderse que es el
lugar en que se hizo la oferta.
En relación con la contratación entre ausentes, han de tenerse en cuenta los contratos a
distancia, cuya regulación se ha realizado en nuestro Derecho para llevar a cabo la obligada
transposición de la Directiva 97/7/(CE) relativa a la protección de los consumidores en materia
de contratos a distancia. Según nuevo texto refundido de la LGDCU, que ha sido modificada por
La Ley 3/2014, de 27 de marzo, se entienden como contratos a distancia los celebrados por el
empresario con consumidores o usuarios en el marco de un sistema organizado de venta o
prestación de servicios sin la presencia física simultánea del empresario y del consumidor o
usuario, y en los que se hayan utilizado exclusivamente una o varias técnicas de comunicación a
distancia hasta el momento de la celebración del contrato y en la propia celebración del mismo.
Se consideran técnicas de comunicación a distancia, entre otras, el correo postal, internet, el
teléfono o el fax (art. 92). Estos contratos a cuyo régimen jurídico se establecen determinadas
excepciones (servicios financieros o el aprovechamiento por turno de bienes turísticos) están
sometidos a una regulación específica, pero en cuanto a su celebración se someten a las normas
de perfección de los contratos entre ausentes.
c) En tercer lugar, cabe señalar que existen supuestos especiales de perfección de los
contratos mercantiles. Según la doctrina tradicional éstos son los relativos a la contratación por
medio de agente o corredor y la contratación en pública subasta.
-En el primer caso, según el art. 55 CCom cuando intervenga agente o corredor los
contratos quedarán perfeccionados cuando los contratantes acepten sus propuestas. El
agente o corredor actúa como simple mediador sin ningún poder de representación.
-El segundo supuesto se refiere a las subastas voluntarias utilizadas por el empresario
para vender sus productos. En estos casos el proceso de formación del contrato es el siguiente:
1º) el anuncio de subasta, que es una verdadera oferta pública e irrevocable a favor de quien
ofrezca el precio más alto; 2º) la declaración de los licitadores o postores es una declaración de
En la realidad del tráfico actual se advierte un creciente reconocimiento del requisito de la forma
en beneficio de la seguridad jurídica, como medida de protección del consumidor.
En esta materia hay que atenerse a la nueva Ley 1/2000 de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil
(LEC), concretamente a los preceptos recogidos en sus arts. 281 y ss. La nueva regulación de la
Ley procesal ha ampliado de forma considerable los medios de prueba. Los más importantes en
el tráfico mercantil son los libros de comercio y las facturas.
La factura no solo es un medio de prueba importante de las obligaciones mercantiles, sino
también un medio de asegurar los derechos y garantías especiales del comprador. Además, la
LEC, en su art. 812, reconoce expresamente a la factura como documento apto para su
utilización en el proceso monitorio.
Para la interpretación de los contratos mercantiles rigen las normas generales establecidas en
el CC (arts. 1281 a 1289), aunque atemperadas con algunas específicas del CCom, que
atendiendo a las exigencias del tráfico establecen lo siguiente:
Art. 50 CCom. Los contratos mercantiles, en todo lo relativo a sus requisitos, modificaciones,
excepciones, interpretación y extinción y a la capacidad de los contratantes, se regirán en todo
lo que no se halle expresamente establecido en este Código o en las Leyes especiales, por las
reglas generales del Derecho Común.
Art. 57 CCom. Los contratos de comercio se ejecutarán y cumplirán de buena fe, según los
términos en que fueron hechos y redactados, sin tergiversar con interpretaciones arbitrarias
el sentido recto, propio y usual de las palabras dichas o escritas, ni restringir los efectos que
naturalmente se deriven del modo con que los contratantes hubieren explicado su voluntad y
contraído sus obligaciones.
Art. 59 CCom. Si se originaren dudas que no puedan resolverse con arreglo a lo establecido en
el art. 2º de este Código, se decidirá la cuestión a favor del deudor.
Han de tenerse también en cuenta las normas que sobre la interpretación de los contratos
sometidos a condiciones generales establece la Ley de Condiciones Generales de la Contratación
(LCGC).
Se trata de una norma recogida en el CCom (art. 56). Se establece, que en el supuesto de que en
el contrato mercantil se fijare una pena de indemnización contra el que no lo cumpla, la parte
perjudicada puede exigir el cumplimiento del contrato o la pena prevista; pero que utilizando
una de estas acciones quedará extinguida la otra, salvo pacto en contrario. Es una disposición
que, condicionada por los pactos establecidos, debe ser completada en lo que proceda, con lo
dispuesto en el CC sobre las obligaciones con cláusula penal (arts. 1152 y ss.).
Hay que indicar, en primer lugar, que la cláusula penal no establece una obligación alternativa
para el deudor, que no puede eximirse de cumplir el contrato pagando la pena, a menos que se
le haya concedido esa facultad; y, en segundo lugar, que representa una valoración objetiva del
perjuicio que causa el incumplimiento, suponiendo una opción alternativa para el acreedor, que
puede exigir el cumplimiento del contrato o la pena.
La regulación de los contratos celebrados con consumidores está recogida en el texto refundido
de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios (LGDCU), articulando las
distintas normas que de forma sucesiva se han ido produciendo en nuestro país, y que han sido
modificadas por la Ley 3/2014, de 27 de marzo, cuya finalidad ha sido lograr la necesaria
adaptación de nuestro derecho a la Directiva 2011/83 de 25 de octubre sobre los derechos de
los consumidores.
Dentro del marco general anterior, la última reforma ofrece una ampliación del contenido de la
información al consumidor previa a la celebración del contrato (garantías financieras, asistencia
y servicios posventa, etc.), y además, establece importantes disposiciones relativas al
consentimiento expreso del consumidor para cualquier pago adicional vinculado a la operación
principal realizada por él, a las limitaciones a los cargos que puedan hacerse al consumidor por
el uso de determinados medios de pago, así como el derecho del consumidor o usuario a recibir
la factura en papel, cuya entrega no podrá condicionarse al pago de cantidad económica alguna
(nuevos arts. 60, 60 bis, 60 ter y 63 del texto refundido).
Entre las normas generales sobre los contratos con consumidores tiene especial importancia la
consagración del llamado derecho de desistimiento, como facultad del consumidor o usuario
de dejar sin efecto el contrato por él celebrado, notificándoselo así a la otra parte en el plazo
establecido, sin necesidad de justificar la decisión y sin penalización alguna.
Los contratos a distancia estaban regulados inicialmente en nuestro Derecho dentro de la LOCM
a través del régimen jurídico de las ventas a distancia. El texto refundido de la LGDCU hizo, en
su momento, una regulación expresa de estos contratos, no identificados con cualquier contrato
realizado entre ausentes; regulación esta última que ha sido modificada por la Ley 3/2014, de
27 de marzo, de transposición del derecho comunitario, considerando como tales los celebrados
con los consumidores y usuarios en el marco de un sistema organizado de venta o de prestación
de servicios en el que se hayan utilizado exclusivamente una o más técnicas de comunicación a
distancia hasta el momento de la celebración y en el momento mismo de la celebración del
contrato.
El régimen de estos contratos modificados por la Ley 3/2014, de 27 de marzo, además de unas
normas generales sobre el uso de medios de contratación electrónica, servicios de
intermediación en los contratos a distancia, y requisitos de las comunicaciones a distancia,
establece importantes disposiciones relativas al contrato en defensa también de los intereses
de los consumidores:
En relación con la ejecución del contrato se establecen también una serie de normas que afectan
al plazo de ejecución, a los efectos de la falta de ejecución del contrato por el empresario, a la
posibilidad de sustituir el bien o servicio contratado, y al pago mediante tarjeta de crédito.
Hay que decir, no obstante, que del régimen previsto para estos contratos quedan exceptuados
determinados supuestos, fundamentalmente: a) las ventas automatizadas; b) las realizadas en
subasta, salvo las celebradas por vía electrónica; c) los contratos sobre servicios financieros; d)
Los contratos celebrados fuera del establecimiento mercantil, aparecen ahora regulados
conjuntamente con los contratos a distancia en el nuevo Título III de la LGDCU sometiéndose su
regulación a las mismas normas con algunas diferencias.
Según el nuevo art. 92.2 se consideran contratos celebrados fuera del establecimiento
mercantil:
1º Los celebrados con la presencia física simultánea del empresario y del consumidor o
usuario en lugar distinto del establecimiento mercantil del empresario.
2º Los contratos en los que el consumidor o usuario ha realizado una oferta en las
mismas condiciones anteriormente establecidas.
4º Los celebrados durante una excursión organizada por el empresario con el fin de
promocionar o vender sus productos. Se establece además una clausula general según la cual
todos los contratos y ofertas fuera del establecimiento mercantil se presumen sometidas a las
disposiciones del correspondiente título, correspondiendo al empresario la prueba en contrario.
El régimen de los llamados contratos celebrados fuera del establecimiento es aplicable a todos
los contratos y ofertas de contrato que tengan lugar fuera del establecimiento del empresario,
bien sea en un medio de transporte público, en la vivienda de un consumidor o en su lugar de
trabajo, siempre que la visita del empresario no responda a un requerimiento previo del
consumidor (art. 107). Sin embargo, se excluyen de su ámbito de aplicación determinados
Los contratos mercantiles generan obligaciones mercantiles que, a falta de un sistema completo
de normas propias, están sometidas a las disposiciones generales del CC. Pero el CCom establece
también para ellas algunas reglas que presentan diferencias frente a la regulación civil.
A diferencia de lo que sucedió con otros Códigos (el italiano y el alemán), en nuestro CCom
vigente no se ha consagrado la solidaridad como un principio propio de las obligaciones
mercantiles. Sin embargo, en la práctica es frecuente que las deudas mercantiles se concierten
con carácter solidario, y que también la jurisprudencia aplique el principio de solidaridad a
supuestos en los que se puede deducir que las partes lo han tenido en cuenta, aunque no lo
hubieran pactado expresamente.
Por otro lado, el Código dispone que las obligaciones que no tuvieren término prefijado por las
partes o por las disposiciones del propio Código serán exigibles a los diez días después de
contraídas si sólo producen acción ordinaria y al día siguiente si llevan aparejada ejecución
(art. 62); contrasta así esta disposición con la exigibilidad de las obligaciones puras consagrada
por el CC (art. 1113) y excluye también la facultad concedida a los tribunales para fijar plazo a
las obligaciones que no lo señalaren (art. 1128).
b) También en relación con la mora del deudor, frente a lo que dispone el CC (art. 1100),
el art. 63 CCom establece que en los contratos que tuvieren señalado un plazo para su
cumplimiento los efectos de la morosidad comenzarán al día siguiente de su vencimiento sin
necesidad de interpelación alguna; mientras que si la obligación no tiene término, ni legal ni
convencional, exige que la interpelación o reclamación previa se realice necesariamente ante
un juez, notario u otro oficial público.
Conviene recordar además las normas que sobre pago a los acreedores se establecen en la
LOCM y por el Real Decreto Ley 4/2013 de 22 de febrero, de medidas de apoyo al emprendedor
y de estímulo del crecimiento y de la creación de empleo.
La nueva legislación adopta distintas medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones
comerciales y trata de establecer un conjunto de disposiciones para impedir que los plazos
excesivamente dilatados sean utilizados para proporcionar al deudor una liquidez adicional a
expensas del acreedor, así como también disuadir de los retrasos en los pagos, etc.
En cuanto al ámbito de aplicación de esta Ley, establecido en su art. 3.1, se refiere a todos los
pagos efectuados como contraprestaciones en las operaciones comerciales realizadas entre
empresas, o entre empresas y la administración, así como las realizadas entre los contratistas
principales y sus proveedores y subcontratistas. Puede decirse que las medidas sustantivas
contra la morosidad, previstas en la Ley consisten en: establecer con carácter general un plazo
de pago (art. 4), determinar el devengo automático del interés (art. 5), señalar el tipo de interés
(art. 7) y otorgar al acreedor el derecho de reclamar al deudor una indemnización razonable por
los costes de cobro (art. 8). Aparte de estas medidas, se añade la posibilidad de pactar cláusulas
de reserva de dominio para que el vendedor conserve la propiedad de los bienes hasta el pago
total de la deuda (art. 10).
A través de distintas reformas legislativas lo que se hizo fue incorporar una serie de medidas
que se estaban manejando en la Unión Europea y que posteriormente se incluyeron en la
Directiva 2011/7/(UE) del Parlamento Europeo y del Consejo de 16 de febrero de 2011;
últimamente, con la reforma citada de 2013, se ha consumado la adaptación total de nuestro
derecho a la directiva comunitaria. De acuerdo con la última modificación los aspectos regulados
son los siguientes:
3) El tipo legal de interés de demora al que el deudor estará obligado, y que será la suma
del tipo de interés aplicado por el Banco Central Europeo a su más reciente operación de
financiación, efectuada antes del primer día del semestre natural de que se trate, más ocho
puntos porcentuales.
4) En el caso de mora el acreedor tendrá derecho a cobrar del deudor una cantidad fija
de 40 euros que se añadirá en todo caso y sin necesidad de reclamación expresa a la deuda
principal. Además, tendrá derecho a una indemnización por todos los costes de cobro
debidamente acreditados que haya sufrido a causa de la demora y que superen la cuantía antes
señalada.
Art. 944 CCom. “La prescripción se interrumpirá por la demanda u otro cualquier género de
interpelación judicial hecha al deudor, por el reconocimiento de las obligaciones, o por la
renovación del documento en que se funde el derecho del acreedor.
Actualmente, las exigencias del tráfico mercantil fuerzan a estipular «contratos tipo» de
contenido rígido y predeterminado que se repiten uniformemente en una serie indefinida de
contratos iguales y en los que la voluntad de una de las partes cumple una función secundaria
respecto al contenido.
Se prevé además un régimen especial para los casos de contratación telefónica o electrónica con
condiciones generales: se impone un deber especial de información previa de todas y cada una
de las cláusulas de las condiciones generales, y un deber de confirmación documental de las
mismas una vez celebrado el contrato.
La Ley establece finalmente un control de contenido que plantea más problemas. Serán nulas
de pleno derecho las condiciones generales que contradigan, en perjuicio del adherente, lo
dispuesto en esta Ley o en cualquier otra norma imperativa o prohibitiva, salvo que en ella se
establezca un efecto distinto para la contravención. También serán nulas las condiciones
generales que sean abusivas cuando el contrato se haya celebrado con los consumidores (art. 8)
Debe advertirse, por otra parte, que tanto la no incorporación de las condiciones generales al
contrato como su nulidad podrán ser instadas por el adherente, generándose los efectos propios
del principio de conservación del negocio: de suerte que la declaración de no incorporación o
de nulidad no determinarán la ineficacia total del contrato si éste puede subsistir sin las cláusulas
impugnadas.
Por lo que se refiere a los instrumentos procesales de control, la Ley establece junto a la acción
individual las llamadas acciones colectivas que atribuyen legitimación activa a aquellas
instituciones y asociaciones que tienen representación de los intereses afectados (incluido el
Ministerio Fiscal) contra cualquier profesional que utilice las condiciones generales, o contra el
que las recomiende públicamente o manifieste su voluntad de utilizarlas (arts. 12, 16 y 17 de la
Ley). Dichas acciones son, cualquiera que sea la legitimación activa, la acción de cesación, la
acción de retractación, y finalmente la acción declarativa. Estas acciones han sido declaradas
con carácter general imprescriptibles. La eficacia del control de las condiciones generales se
complementa en la Ley con el deber de información y de control de cumplimiento de sus normas
que se atribuye a Notarios y Registradores.
varios los artículos del Reglamento del Registro de Condiciones Generales que han sido
declarados nulos por el Tribunal Supremo (SSTS, Sala 3.ª, de 12 y 19 de febrero de 2002).
La LCGC, no sólo regula las condiciones generales de los contratos, sino que incorporó la
Directiva comunitaria de 5 de abril de 1993, sobre cláusulas abusivas en los contratos celebrados
con los consumidores, modificando la LGDCU. Esta modificación afectó al art. 10 de la
mencionada Ley introduciendo un nuevo art. 10 bis y dos disposiciones adicionales, la primera
de las cuales recogía un listado minucioso de cláusulas abusivas. Ambos preceptos fueron
modificados por la Ley 44/2006, de 29 de diciembre, de Mejora de la Protección de los
Consumidores y Usuarios, y actualmente la regulación de las condiciones generales y cláusulas
abusivas en los contratos celebrados con consumidores tiene su régimen específico en los arts.
80 y ss. del texto refundido de la LGDCU.
Con esta regulación se está protegiendo a los consumidores no sólo contra las condiciones
generales de los contratos, sino también frente a aquellas estipulaciones que no hayan sido
negociadas individualmente y también frente a todas las prácticas no consentidas de forma
expresa, precisándose además que el hecho de que una cláusula aislada, o ciertos elementos de
ella, se hayan negociado individualmente no excluirá la aplicación de las normas sobre cláusulas
abusivas al resto del contrato, y también que el empresario que afirme que una determinada
cláusula ha sido negociada individualmente asumirá la carga de la prueba.
La importancia que las nuevas tecnologías ofrecen al desarrollo del comercio electrónico tiene
una manifestación especial en el ámbito de la contratación mercantil.
Los principios generales a los que responde la contratación por vía electrónica en nuestro
Derecho ofrecen dos aspectos fundamentales: 1) Por un lado, se reconoce que los contratos
celebrados por vía electrónica producirán todos los efectos previstos por el ordenamiento
jurídico cuando concurran el consentimiento y los demás requisitos necesarios para su validez;
y, 2) se establece también que para que sea válida la celebración de contratos por vía electrónica
no será necesario el previo acuerdo de las partes sobre la utilización de medios electrónicos,
añadiendo que la información que se contenga en un soporte electrónico tendrá la misma
consideración que si constara por escrito. Todo ello sin perjuicio de reconocer que los contratos,
negocios o actos jurídicos en los que la Ley determina para su validez o para la producción de
determinados efectos la forma documental pública o que requieran por ley la intervención de
órganos jurisdiccionales, notarios, registradores de la propiedad y mercantiles o autoridades
públicas, se regirán por su legislación específica (art. 23 de la LSSICE).
Por lo que se refiere al régimen jurídico de estos contratos, la Ley establece con carácter general
que los contratos por vía electrónica se regirán por lo dispuesto en ella, por los CC y de CCom, y
por las restantes normas civiles o mercantiles sobre contratos, en especial, las normas de
protección de los consumidores y usuarios, y de ordenación de la actividad comercial (art. 23.1
párrafo final). Como normas específicas fundamentales aparte de establecer unas normas
generales sobre las comunicaciones comerciales, ofertas promociones y concursos (art. 20),
prevé una serie de obligaciones de información previas al inicio del procedimiento de
contratación y otras posteriores a la celebración del contrato. El prestador de servicios podrá
ser dispensado de estas obligaciones si así lo acuerdan previamente las partes contratantes
siempre que ninguno de ellos tenga la consideración de consumidor.
Por lo demás, la protección del consumidor, aparte de las normas técnicas específicas, está
presente de modo especial en el régimen de la contratación electrónica, estableciéndose
expresamente al respecto que los contratos celebrados por esta vía en los que intervenga un
En la Ley sólo a la firma electrónica reconocida se le otorga la equivalencia funcional con la firma
manuscrita, considerándose como firma electrónica reconocida la firma avanzada basada en
un certificado reconocido y generada mediante un dispositivo seguro de creación de firma.
Debiendo entenderse a este respecto lo siguiente: 1º) que una firma es avanzada cuando está
vinculada al firmante de forma única y por medios que el firmante tiene bajo su exclusivo
control; 2º) que un dispositivo de creación de firma es seguro cuando ofrece unas garantías
mínimas establecidas en la Ley; 3º) que certificado reconocido es un documento firmado
electrónicamente por un prestador de servicios de certificación que cumpla los requisitos
establecidos en la Ley por virtud del cual vincula unos datos de verificación de firma a un
firmante y comprueba su identidad. De lo que se trata, evidentemente, es de crear una situación
de apariencia basada en un sistema de garantías formales y de obligaciones que permite
establecer una presunción iuris tantum de que un mensaje electrónico ha sido enviado por una
persona determinada, con las consecuencias que de ello se derivan en orden a su imputación y
responsabilidad.
Los dos aspectos centrales de la regulación de la Ley son los certificados electrónicos y los
prestadores de servicios de certificación. Debe resaltarse que la prestación de servicios de
certificación no está sometida a autorización previa y se realiza en régimen de libre
competencia, aunque se vincula a un sistema de control y a un régimen de sanciones
administrativas. Los prestadores de servicios deberán cumplir una serie de obligaciones
impuestas en la Ley y están sometidos a determinadas normas especiales de responsabilidad,
imponiéndoseles la habilitación de un sistema de garantías mínimas para atender a dicha
responsabilidad.
V. CONTRATACIÓN INTERNACIONAL
Los propios Estados han ido unificando sus propios sistemas, siendo las manifestaciones más
claras de esta unificación el Convenio de Viena, de 11 de abril de 1980 y el Convenio de Roma,
de 19 de junio de 1980. En el ámbito de la Unión Europea es preciso tener en cuenta el
Reglamento (CE) núm. 593/2008 y la Directiva 2008/52/(CE) del Parlamento Europeo y del
Consejo, sobre ciertos aspectos de la mediación en asuntos civiles y mercantiles. Últimamente
se ha trabajado sobre la posibilidad de una unificación europea de las obligaciones y contratos
en un esfuerzo cada vez más amplio y en el que no faltan diversas iniciativas y proyectos.
Por otra parte, la propia práctica del comercio internacional ha favorecido, como lex mercatoria,
la formación de los principios UNIDROIT sobre contratación internacional elaborados en el
Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado, y los usos y prácticas uniformes
elaborados por los propios operadores económicos consignando una serie de cláusulas
contractuales y términos que facilitan la negociación. En relación con esta materia, la Cámara
de Comercio Internacional ha desarrollado una importante labor de recopilación y difusión de
estos usos y reglas uniformes, cuya manifestación más relevante son los llamados INCOTERMS
(International Commercial Terms).
La compraventa tiene una importancia decisiva en la actividad económica actual como contrato
base del tráfico comercial. Comerciar es fundamentalmente comprar y vender con lucro.
Art. 325 CCom. “Será mercantil la compraventa de cosas muebles para revenderlas bien en la
misma forma en que se compraron o bien en otra diferente, con ánimo de lucrarse en la
reventa».
1º Las compras de efectos destinados al consumo del comprador o de la persona por cuyo
encargo se adquieren.
2º Las ventas que hicieren los propietarios y los labradores o ganaderos de los frutos o
productos de sus cosechas o ganados, o de las especies en que se les paguen las rentas.
3º Las ventas que, de los objetos construidos o fabricados por los artesanos hicieren éstos en
sus talleres.
4º La reventa que haga cualquier persona no comerciante del resto de los acopios que hizo
para su consumo.”
En cuanto a su regulación, la compraventa mercantil está regulada por las normas de carácter
dispositivo establecidas en el CC y en el CCom y también por las normas establecidas en el Texto
Refundido de la LGDCU y en la LOCM.
En esta materia rigen las normas generales o comunes a los contratos (consensuales) que se
perfeccionan por el mero consentimiento. Sin embargo, algunas modalidades contractuales que
se dan en el tráfico plantean ciertos problemas sobre el proceso de formación del contrato:
a) Las ventas realizadas por medio de agentes o viajantes de comercio en las que se
aplica la cláusula «salvo aceptación de la casa» que han planteado cierta discusión sobre sus
efectos en relación con la perfección del contrato. La utilidad de esta cláusula se da cuando,
gozando el agente de facultades representativas, puede hablarse de la existencia de un contrato
perfecto pero sometido a una condición suspensiva potestativa impropia, de tal manera que el
negocio se considera perfeccionado, pero el vendedor se reserva la posibilidad de confirmar las
condiciones y circunstancias de la operación.
b) Un supuesto distinto es el que se da en el contrato con cláusula «salvo venta»,
tradicionalmente propia de las ventas a distancia. En estas ventas lo que quiere el vendedor es
reservarse la posibilidad de vender a otra persona el mismo objeto en tanto no tenga
conocimiento de la aceptación por el comprador.
C. Elementos reales
Los elementos reales de la compraventa mercantil como de toda compraventa son la cosa objeto
del contrato y el precio que se paga por ella.
Respecto a la cosa, el objeto ordinario de las ventas mercantiles son las cosas muebles, las
denominadas mercaderías. Pero también existen otras cosas muebles, corporales o no, como el
dinero, los metales preciosos, los títulos de crédito, e incluso ciertos derechos, como son, por
ejemplo, los de propiedad industrial. Sin embargo, también los inmuebles pueden constituir
objeto del tráfico mercantil aunque el CCom en su art. 325 se refiera únicamente a los bienes
muebles.
En cuanto al precio, rigen todavía las disposiciones del CC en el sentido de que ha de ser cierto
y expresado en dinero o signo que lo represente, así como que su señalamiento no puede quedar
al arbitrio de uno de los contratantes. Pero el cumplimiento de estos requisitos no excluye que
puedan darse ciertas notas propias del precio de la compraventa en el tráfico mercantil. Por
ejemplo, es posible y cada día más frecuente que sea una de las partes quien determine el
precio: «ventas a precio fijo» en las que el comprador no puede discutir el precio, sino tan sólo
decidir si compra o no al precio ya establecido por el vendedor. Por otra parte, las ventas pueden
ser a precio firme, no sometido a variación, o a precio variable, fundamentalmente para el caso
de venta con entregas periódicas o sucesivas; pero en cualquier caso, una vez fijado el precio o
su sistema de variación, las partes quedan sometidas a él y no pueden discutir la justicia
intrínseca del mismo.
Interés especial tiene también conocer estos otros datos: 1º) El régimen especial de la
determinación del precio, y el de las cláusulas abusivas sobre la determinación del precio
aplicables a las compraventas celebradas con consumidores y previstos en los artículos 60.2. b)
y 85.10 del texto refundido de la LGDCU 2º) Las limitaciones que pueden restringir o anular por
disposición legal o por injerencia del poder público la fijación convencional de los precios (v. los
arts. 13, 14 y 15 LOCM). Y 3º) La posición mantenida expresamente en relación con la
Al vendedor le corresponde, únicamente, realizar todos los actos necesarios para que el
comprador pueda tomar posesión de la cosa vendida. Esto no quiere decir, sin embargo, que
entrega y puesta a disposición sean una misma cosa. Hay que distinguir ambas: se trata de una
distinción que está claramente recogida en el CCom (arts. 338 y 339). Cuando la entrega haya
de realizarse en lugar distinto del establecimiento del vendedor, la puesta a disposición del
comprador exige el envío o remesa de los efectos vendidos al punto o lugar de entrega (según
se haya pactado domicilio del comprador, vagón, puerto de embarque, etc.), y en el supuesto
de que el lugar de entrega sea el propio establecimiento del vendedor, éste cumplirá
sencillamente teniendo los géneros vendidos a disposición del comprador en sus almacenes el
día señalado en el contrato.
La obligación de entrega, como obligación principal del vendedor, determina las demás
obligaciones del mismo, que son: a) La obligación de conservar la cosa vendida antes de su
entrega, aplicándose el principio general del CC que obliga a conservar las cosas con la diligencia
normal de quien está obligado a darlas. b) Y la obligación del vendedor de responder del
saneamiento de la cosa vendida. El vendedor, lógicamente, responde frente al comprador de la
posesión legal y pacífica de la cosa vendida (art. 345) y de los vicios y defectos ocultos que
tuviere esa cosa (art. 342).
El saneamiento por evicción se produce en los términos en que está previsto en el Código Civil
(arts. 1475 y ss.); pero la evicción es poco frecuente en las ventas mercantiles realizadas en los
establecimientos o tiendas abiertos al público.
Mayor interés tiene la obligación de saneamiento por vicios o defectos ocultos, cuya finalidad
consiste en garantizar que el vendedor entregue al comprador la posesión de una cosa útil. Esta
obligación está regulada en el CC, y establece que, salvo pacto en contrario, el vendedor
responde de los vicios o defectos que tenga el objeto vendido aunque los ignore, pero no de los
que estén a la vista ni de los que no lo estén si el comprador es un perito que por razón de su
profesión debía conocerlos fácilmente. En toda esta materia, la peculiaridad de la compraventa
mercantil se refiere al establecimiento de un plazo breve de 30 días, a contar desde la entrega
para que el comprador denuncie la existencia del vicio o defecto (art. 342 CCom). Se trata de un
plazo de denuncia previa para poder ejercitar las acciones que el CC establece en estos casos
(arts. 1486 y 1490) y que la doctrina y la jurisprudencia consideran como un plazo de caducidad
y no de prescripción, transcurrido el cual, por tanto, el comprador perderá todo derecho contra
el vendedor. Por otro lado, en los supuestos que contemplamos, el comprador podrá optar entre
desistir del contrato abonándosele los gastos que pagó o rebajar una cantidad del precio a juicio
de peritos (art. 1486 CC).
Los vicios ocultos son distintos de los vicios o defectos aparentes de calidad o cantidad regulados
en el CCom (art. 336); de los cuales, además de por los vicios ocultos, responde también el
vendedor, sin que su responsabilidad por unos excluya su responsabilidad por los otros. El art.
336 establece que si la mercancía se recibe embalada o enfardada, la denuncia del vicio aparente
debe hacerse dentro de los 4 días siguientes a su recibo; en otro caso, la denuncia deberá
hacerse al tiempo de recibir las cosas o de rehusar su recibo. Estos defectos facultan al
comprador para optar por la rescisión del contrato o por su cumplimiento, en ambos casos con
la indemnización de los perjuicios, aunque el vendedor, para evitar estas reclamaciones, puede
exigir en el acto de entrega que se haga el reconocimiento de las mercancías a contento del
comprador.
El régimen de responsabilidad del vendedor por vicios o defectos de los bienes vendidos recibió
una regulación especial, con peculiaridades propias en los casos de ventas de bienes de consumo
entre personas que venden en el marco de su actividad profesional y los consumidores, a través
de la Ley, de 10 de julio de 2003, de Garantías en las Ventas de Bienes de Consumo, con la cual
se trató de incorporar a nuestro Derecho la Directiva 1999/44/(CE), sobre determinados
aspectos de la venta y garantías de los bienes de consumo. Esta Ley, cuyos preceptos
imperativos han sido incorporados al texto refundido de la LGDCU en los arts. 115 y ss., ha
consagrado la obligación del vendedor de entregar al consumidor un bien que sea conforme con
el contrato de compraventa en los términos que en ella se establecen (arts. 114 y 116). Puede
decirse que de esta forma, en una línea semejante al Convenio de Viena, se ha unificado el
tratamiento de todos los supuestos de entrega defectuosa, en los que existiendo un aparente
Art. 332 CCom. “Si el comprador rehusare sin justa causa el recibo de los efectos comprados,
podrá el vendedor pedir el cumplimiento o rescisión del contrato, depositando judicialmente
en el primer caso las mercaderías.
El mismo depósito judicial podrá constituir el vendedor siempre que el comprador demore
hacerse cargo de las mercaderías.
Los gastos que origine el depósito serán de cuenta de quien hubiere dado motivo para
constituirlo.”
Art. 339 CCom.” Puestas las mercaderías vendidas a disposición del comprador y dándose éste
por satisfecho, o depositándose aquéllas judicialmente en el caso previsto en el art. 332,
empezará para el comprador la obligación de pagar el precio al contado o en los plazos
convenidos con el vendedor.
Este se constituirá depositario de los efectos vendidos, y quedará obligado a su custodia y
conservación según las Leyes del depósito.”
Art. 340 CCom. “En tanto que los géneros vendidos estén en poder del vendedor, aunque sea
en calidad de depósito, tendrá éste preferencia sobre ellos a cualquier otro acreedor, para
obtener el pago del precio con los intereses ocasionados por la demora.”
Art. 341 CCom.” La demora en el pago del precio de la cosa comprada constituirá al comprador
en la obligación de pagar el interés legal de la cantidad que adeude al vendedor.”
En cuanto a la obligación de recibir la cosa comprada, se deduce del art. 332 CCom que, tanto
en el caso de que el comprador rehusare sin justa causa el recibo de los efectos comprados,
como en el de simple demora, faculta al vendedor para que deposite judicialmente las
mercancías, pudiendo optar en el caso de rehúse injustificado por la rescisión del contrato o por
el cumplimiento del mismo. El comprador no está obligado, sin embargo, a admitir entregas
parciales, aunque puede aceptarlas quedando consumada la venta en cuanto a los efectos
recibidos, sin perjuicio de su derecho a pedir por el resto el cumplimiento del contrato o su
rescisión (art. 330).
Podemos establecer dos fases en la compraventa: la fase de perfección del contrato, cuando hay
acuerdo sobre la cosa y el precio, y la fase de entrega en cumplimiento de la obligación asumida
por el vendedor. El problema surge cuando entre la perfección del contrato y el momento de la
entrega existe un período de tiempo, pues entonces cabe cuestionarse quién ha de soportar el
riesgo del deterioro o pérdida de las mercancías durante ese período, cuando no haya existido,
claro está, culpa del vendedor.
El art. 334 CCom regula finalmente tres supuestos especiales de transmisión del riesgo en los
cuales los daños y menoscabos que sufran las mercaderías, por caso fortuito, serán de cuenta
del vendedor:
1º Si la venta se hubiere hecho por número, peso o medida, o la cosa vendida no fuere
cierta y determinada, con marcas y señales que la identifiquen.
2º Si por pacto expreso o por uso del comercio, atendida la naturaleza de la cosa
vendida, tuviere el comprador la facultad de reconocerla y examinarla previamente.
3º Si el contrato tuviere la condición de no hacer la entrega hasta que la cosa vendida
adquiera las condiciones estipuladas.
En relación con el tema de la transferencia del riesgo también la Ley 3/2014, de 27 de marzo, ha
establecido una serie de normas para la venta a consumidores y usuarios, previstas en el nuevo
artículo 66 del texto refundido. Con carácter general estas normas que establecen que el riesgo
de pérdida o deterioro de los objetos vendidos solo se transmite cuando el consumidor o usuario
haya adquirido la posesión material del bien ya sea personalmente o a través de un tercero
indicado por él, precisan, en relación con las ventas con expedición, supuesto no considerado
especialmente en nuestro CCom, que la entrega del bien por el vendedor al transportista no
supone transferencia del riesgo al consumidor, a menos que sea el consumidor el que se
encargue del transporte de los bienes, o el transportista elegido por el consumidor para hacer
el transporte de los bienes no esté dentro de los propuestos por el empresario.
Art. 83 CCom.” Los contratos de compraventa celebrados en feria podrán ser al contado o a
plazos; los primeros habrán de cumplirse en el mismo día de su celebración, o, a lo más, en las
veinticuatro horas siguientes.
Pasadas éstas sin que ninguno de los contratantes haya reclamado su cumplimiento, se
considerarán nulos, y los gajes, señal o arras que mediaren quedarán a favor del que los
hubiere recibido.”
Las ventas en ferias o mercados aparecen recogidas en el CCom (art. 83). Su regulación destaca
el carácter esencial del término: en el caso de que se trate de ventas al contado que deben
cumplirse en el mismo día de su celebración o a lo más en las 24 horas siguientes; pasados estos
términos sin que ninguno de los contratantes haya reclamado su cumplimiento, el Código prevé
su nulidad quedando los gajes, señal o arras en favor de la parte que las hubiere recibido.
Por lo que se refiere al concepto de compraventa ambulante, puede decirse que se construye
sobre dos elementos determinantes: un elemento subjetivo en el sentido de que es una venta
realizada por comerciantes y un elemento objetivo en cuanto venta realizada fuera de un
establecimiento comercial permanente, cualquiera que sea su periodicidad y el lugar en que se
celebre (art. 1 RD de 26 de febrero de 2010).
Son, en cierto sentido, las ventas más notables en la práctica de los negocios. El tráfico
internacional y gran parte del tráfico interior se hacen con la obligación para el vendedor de
remitir o hacer transportar las mercaderías a la plaza de destino. Por esta razón, vamos a
estudiar la especial importancia que tiene el transporte sobre el contrato de compraventa como
elemento necesario de la entrega y sus consecuencias sobre la transferencia del riesgo. En
efecto, unas veces el vendedor se obliga a efectuar la entrega en la plaza de destino corriendo
con los gastos del transporte, pero otras, las más, se obliga sólo a remitir iniciando la operación
de transporte, pero sin correr con los riesgos del mismo.
En el ámbito internacional, las ventas de plaza a plaza pueden quedar sometidas a las normas
de la Convención de Viena que regulan las ventas con expedición, así como también las relativas
a las ventas de mercaderías en tránsito (arts. 31, 67 y 68). Por otra parte, en las ventas de plaza
a plaza son importantes los pactos entre las partes y también son de interés, las Reglas
Uniformes que para la interpretación de los términos contractuales más usados en el tráfico
internacional ha elaborado la Cámara de Comercio Internacional, y que se refieren a los aspectos
En cuanto al tráfico interior, nuestro CCom no regula la venta con expedición, lo que no impide
que puedan aplicarse eficazmente las normas ya estudiadas sobre la incidencia de la entrega y
la puesta a disposición en este tipo de ventas independientemente de los pactos que las partes
establezcan.
Art. 327. “Si la venta se hiciere sobre muestras o determinando calidad conocida en el
comercio, el comprador no podrá rehusar el recibo de los géneros contratados, si fueren
conformes a las muestras o a la calidad prefijada en el contrato.
En el caso de que el comprador se negare a recibirlos, se nombrarán peritos por ambas partes,
que decidirán si los géneros son o no son de recibo.
Si los peritos declarasen ser de recibo, se estimará consumada la venta, y en el caso contrario,
se rescindirá el contrato, sin perjuicio de la indemnización a que tenga derecho el comprador.”
El art. 327 CCom regula estas ventas en las que la determinación del objeto del contrato se hace
a través de la muestra o señalando una calidad conocida en el comercio. Nos encontramos ante
contratos perfectos cuya peculiaridad reside en la forma en que se determina el objeto. El
legislador establece como peculiaridad de su régimen jurídico que el comprador no podrá
rehusar el recibo de los géneros contratados si fueran conformes con la muestra o la calidad
determinada, y que si los géneros fueran declarados de recibo, la venta se estimará consumada;
mientras que en caso contrario se rescindirá el contrato sin perjuicio de la indemnización a que
tenga derecho el comprador.
Art. 328. “ En las compras de géneros que no se tengan a la vista ni puedan clasificarse por
una calidad determinada y conocida en el comercio, se entenderá que el comprador se reserva
la facultad de examinarlos y de rescindir libremente el contrato si los géneros no le
convinieren.
También tendrá el comprador el derecho de rescisión si por pacto expreso se hubiere reservado
ensayar el género contratado.”
Aquí el CCom (art. 328) se refiere a aquellos otros casos en los que los géneros no se tienen a la
vista, ni pueden clasificarse por una calidad conocida en el comercio, o a aquellos supuestos en
los que el comprador, por pacto expreso, se ha reservado la facultad de ensayar el género
contratado. En ambos se da la circunstancia de que al celebrar el contrato no puede hacerse una
delimitación clara del objeto y de sus cualidades.
1) aquellos casos en los que la indeterminación del objeto es tal que el comprador queda
en total libertad para liberarse del contrato. Es el caso de las llamadas ventas ad gustum.
En todo caso, en relación con estas ventas ha de tenerse en cuenta la regulación que se hace en
la LOCM (art.10) sobre el derecho de desistimiento , al disponer que cuando en el ejercicio de
un derecho previamente reconocido se proceda a la devolución de un producto, el comprador
no tendrá obligación de indemnizar al vendedor por el desgaste o deterioro del mismo debido
exclusivamente a su prueba para tomar una decisión sobre su adquisición definitiva sin alterar
las condiciones del producto en el momento de la entrega.
Se trata de aquellas ventas que, realizadas a través de distintos medios o procedimientos que
facilitan la formación del consentimiento, han recibido un tratamiento especial en nuestro
Derecho. Son las llamadas ventas a distancia, las ventas automáticas y las ventas en pública
subasta. Para todas ellas, además de su regulación específica, se prevén sistemas de control por
parte de las Administraciones públicas correspondientes.
8. VENTA A DISTANCIA
Se consideran como tales las celebradas sin la presencia simultánea del comprador y del
vendedor, por cualquier medio de comunicación a distancia. Están reguladas en la LOCM, que
ha estado sometida a varias reformas para dar cabida a la regulación existente en materia de
protección de los consumidores, y para adaptarla a la regulación europea. La Ley 3/2014, de 27
de marzo, dando un paso más, ha derogado los artículos 39 a 48 de la LOCM, relativos al régimen
jurídico de las ventas a distancia, que quedan regulados en los términos previstos para los
contratos a distancia por el texto refundido de la LGDCU. La regulación de las ventas a distancia
en la LOCM ha quedado reducida al contenido del art. 38 de dicha Ley, cuya redacción ha sido
modificada por la disposición adicional segunda, cuatro, de la citada Ley 3/2014, y lo que prevé
es la obligación de las empresas de ventas a distancia de comunicar en el plazo de tres meses el
inicio de su actividad al Registro de ventas a distancia, que recogerá los datos que
reglamentariamente se establezcan. Las empresas de terceros países que practiquen ventas a
distancia en territorio español, harán la comunicación al Registro de ventas a distancia del
Ministerio de Economía y Competitividad, previéndose un intercambio de datos entre dicho
Registro y el que para las entidades españolas llevan las comunidades autónomas.
9. VENTA AUTOMÁTICA
De acuerdo con la LOCM, entendemos por venta automática” la forma de distribución detallista
en la que se pone a disposición del consumidor el producto o servicio para que éste lo adquiera
mediante el accionamiento de cualquier tipo de mecanismo y previo pago de su importe” (art.
49.1). Estas ventas plantean problemas sobre la forma en que se realiza la manifestación de la
voluntad contractual, y también plantean la necesidad de evitar abusos. De ahí el control técnico
a que se somete la instalación de las máquinas (art. 49.2) y otra serie de normas importantes
sobre la necesidad de que en las máquinas de venta figuren con claridad por un lado, la
información relativa al producto que se expende y al comerciante, indicando el tipo de producto,
su precio, identidad del oferente, así como dirección y teléfono donde se atienden las
reclamaciones, y por otro, información sobre la máquina, el tipo de monedas que admite,
Son aquellas ventas en las que se oferta pública e irrevocablemente la venta de un bien a favor
de quien ofrezca dentro del plazo concedido al efecto el mejor precio a partir de un mínimo
previamente fijado. Están reguladas en la LOCM.
La regulación de estas ventas en lo que se refiere a las relaciones de la empresa subastadora con
los clientes está inspirada en la necesidad de proteger a estos últimos contra los abusos que
puedan producirse. Dichas normas se refieren fundamentalmente a:
1º) la obligación de hacer la oferta de manera que no pueda inducirse a error sobre las
cualidades del objeto subastado.
2º) La empresa subastadora sólo podrá exigir fianza a los licitadores cuando se haya
hecho constar en los anuncios de la subasta.
3º) La formalización escrita de la operación de venta y de la adjudicación.
4º) La irreivindicabilidad de los bienes muebles adquiridos mediante una venta en
pública subasta en los términos del artículo 85 del CCom (arts. 57 a 61).
5º) La responsabilidad solidaria a que se somete a la empresa subastadora junto con el
titular del bien subastado.
Se trata de ventas en las que, aun realizándose la entrega del objeto vendido por el vendedor,
el pago del precio por el comprador queda diferido por fracciones generalmente iguales y
periódicas. Son contratos de gran difusión en el comercio moderno, en los que para evitar el
riesgo que entrañan para el vendedor por la posible insolvencia de sus compradores, se utilizan
distintas cláusulas, como el «pacto de reserva de la propiedad».
Para evitar los abusos que pueden producirse en este tipo de ventas, la materia ha sido objeto
de distintas regulaciones. La Ley de Venta a Plazos tiene por objeto la regulación de los contratos
de ventas a plazos de bienes muebles corporales no consumibles e identificables, los contratos
de préstamo destinados a facilitar su adquisición (préstamos de financiación a vendedor y
préstamos de financiación a comprador) y las garantías que se constituyan para asegurar el
cumplimiento de las obligaciones nacidas de los mismos. Quedan, no obstante, excluidas de la
Ley las compraventas a plazos de bienes que con o sin ulterior manipulación se destinen a la
reventa al público y los préstamos cuya finalidad sea la de financiar esas operaciones; las ventas
o préstamos ocasionales sin finalidad de lucro; los préstamos y ventas garantizados con hipoteca
o prenda sin desplazamiento sobre los bienes objeto del contrato; aquellos contratos cuya
cuantía sea inferior a la que se fije reglamentariamente, y los contratos de arrendamiento
financiero.
El concepto de venta a plazos está configurado por dos aspectos: el objeto de la venta y la forma
de establecerse el aplazamiento del precio. En cuanto al objeto, se exige por la Ley que se trate
de bienes muebles no consumibles e identificables. Y en cuanto al aplazamiento del precio, no
es necesario un desembolso inicial, ni tampoco que el pago del precio se difiera en varios plazos,
pudiendo serlo sólo en uno, siempre y cuando su duración sea superior a tres meses.
En lo relativo a su régimen jurídico, la venta a plazos ofrece ahora ciertas peculiaridades que
evidencian una mayor preocupación por la protección del comprador. Estas normas, no todas
ellas nuevas, son las siguientes:
1.º Las que vinculan la eficacia de la venta a la obtención del crédito correspondiente
(arts. 62 y 63).
2.º Las que regulan la llamada facultad de desistimiento del contrato, sometido a un
régimen especial, pero sin necesidad de que se alegue causa alguna (art. 9).
3.º Las que prevén el pago anticipado total o parcial del precio aplazado sin que se le
puedan exigir los intereses no devengados (art. 9.3).
4.º Las normas que regulan el incumplimiento del comprador. Se prevé que si el
comprador demorase el pago de dos plazos o el último de ellos, el vendedor puede optar por
exigir el pago de todos los plazos pendientes o la resolución del contrato. En este último caso,
la peculiaridad viene dada porque si bien las partes deberán restituirse recíprocamente las
prestaciones realizadas, el vendedor puede deducir el 10% del importe de los plazos pagados en
concepto de indemnización por la tenencia de la cosa por el comprador, y una cantidad igual al
desembolso inicial, si existiere, como depreciación de la cosa vendida, todo ello sin perjuicio,
por supuesto, de la indemnización que proceda en caso de deterioro del objeto vendido (art.
10).
En caso de que el vendedor opte por exigir judicialmente el cumplimiento de los plazos, se le
concede al juez una facultad moderadora para que con carácter excepcional y por justas causas
apreciadas discrecionalmente señale nuevos plazos o altere los convenidos, determinando, en
su caso, los recargos correspondientes (art. 11 de la Ley).
Por otro lado, y para el caso de incumplimiento del deudor, la Ley ofrece un sistema de garantías
al acreedor (vendedor o financiador), que se hace efectivo frente a terceros a través del Registro
de Venta a Plazos de Bienes Muebles, y el establecimiento de un procedimiento especial para la
venta en subasta a través de fedatario público de los bienes adquiridos a plazos, en el supuesto
de contratos inscritos en dicho Registro (art. 16).
No se aplican las normas de la Convención a las compraventas de mercaderías para uso personal
familiar o doméstico; ni tampoco a las realizadas en subastas públicas judiciales, a las ventas de
valores mobiliarios, efectos de comercio y dinero, ni a las de buques, embarcaciones, aeronaves
y electricidad (art. 2), ni tampoco a las compraventas de empresas, de inmuebles o de derechos
incorporales.
La Convención establece el carácter dispositivo de sus normas, pudiendo las partes excluir su
aplicación de forma expresa o tácita pero real y consciente o introducir excepciones o
modificaciones. El régimen de la compraventa está regulado en la Convención de forma muy
detallada en lo que se refiere a la formación del contrato, a las obligaciones asumidas por las
partes y a la transferencia del riesgo. Sus normas pretenden facilitar la finalidad económica del
contrato a través de una satisfacción razonable de los intereses de las partes, de acuerdo con la
buena fe, sin que se vean afectadas, ni la seguridad, ni la rapidez del tráfico económico; de ahí
su extraordinario interés en nuestro ordenamiento como criterio inspirador del régimen del
contrato.
Junto a la compraventa mercantil, el CCom regula también el contrato de permuta, al que dedica
un solo precepto (el art. 346).
Art. 346 CCom. Las permutas mercantiles se regirán por las mismas reglas que van prescritas
en este título respecto de las compras y ventas, en cuanto sean aplicables a las circunstancias
y condiciones de aquellos contratos.
Art. 347 CCom. Los créditos mercantiles no endosables ni al portador, se podrán transferir por
el acreedor sin necesidad del consentimiento del deudor, bastando poner en su conocimiento
la transferencia.
El deudor quedará obligado para con el nuevo acreedor en virtud de la notificación, y desde
que tenga lugar no se reputará pago legítimo sino el que hiciere a éste.
Art. 348 CCom. El cedente responderá de la legitimidad del crédito y de la personalidad con
que hizo la cesión; pero no de la solvencia del deudor, a no mediar pacto expreso que así lo
declare.
El Código (arts. 347 y 348) recoge los requisitos fundamentales de dicha cesión, que no está
sometida a formalidad alguna, ni necesita del consentimiento del deudor; es suficiente con
poner en su conocimiento la transferencia para que el deudor quede obligado con el nuevo
acreedor y sólo pueda reputarse legítimo el pago que se haga a éste. El cedente responderá de
la legitimidad del crédito y de la personalidad con que hizo la cesión, pero no de la solvencia del
deudor a no mediar pacto en contrario que así lo establezca (art. 348).
Se conoce como contrato estimatorio aquel por el que una de las partes (tradens) entrega a otra
(accipiens) determinadas cosas muebles cuyo valor se estima en una cantidad cierta,
obligándose el accipiens a procurar la venta de dichas cosas dentro de un plazo y a devolver el
valor estimado de las cosas que venda y el resto de las no vendidas. El contrato estimatorio se
emplea como instrumento de distribución de mercaderías y productos en las relaciones entre
productores o mayoristas y comerciantes al por menor en determinados sectores de la actividad
comercial (especialmente en el comercio de librería) y tiene unas características propias.
Desde un punto de vista económico, este contrato responde a determinados intereses de las
partes. Principalmente, es un medio de financiación del minorista accipiens que se abastece sin
necesidad de desembolsar el importe de las mercancías que recibe, obteniendo su beneficio de
la diferencia entre el valor estimado y el precio de venta, mientras que al tradens se le permite
la difusión de sus productos aprovechando la infraestructura del accipiens.
En el contrato estimatorio, sin embargo, hay que destacar que la entrega de la cosa no produce
la transmisión de la propiedad, sino la atribución al accipiens de un poder exclusivo de
disposición sobre el objeto. El accipiens sin adquirir con la entrega la propiedad de las
mercancías recibidas, debe soportar su pérdida o deterioro mientras permanezcan en su poder.
Además, una vez cumplido el plazo, deberá devolver los productos recibidos o bien el valor en
que hubieren sido estimados. 33
I. El contrato de comisión
1.-Concepto
2. Comisión y representación
3. Analogías y diferencias con otras figuras jurídicas
4. Objeto y formación del contrato
5. Contenido del contrato
A. Cumplimiento del encargo
B. Obligación de rendir cuentas
C. Prohibición de hacer de contraparte
D. Pacto de garantía
E. Privilegio del comisionista
6. Obligaciones y derechos del comitente
A. El pago de la comisión
B. Mantener indemne al comisionista
C. Garantía del comitente
7. Extinción de la comisión
II. El contrato de mediación
8. Concepto y régimen jurídico
III. El contrato de agencia
9. Regulación legal
10. Concepto y caracteres
11. Régimen jurídico del contrato
A. Derechos y obligaciones de las partes
B. Duración del contrato
C. Extinción del contrato
D. Indemnizaciones al término del contrato
IV. Los contratos de distribución
12. Concepto y notas comunes
13. Principales modalidades
14. Contenido del contrato. Especial consideración del pacto de exclusiva
15. La terminación de los contratos de distribución y el régimen indemnizatorio
16. La aplicación de la normativa de la competencia a los contratos de distribución
I. EL CONTRATO DE COMISIÓN
1. CONCEPTO
Prototipo de lo que los economistas llaman relaciones de agencia, por los conflictos de intereses
que pueden surgir entre quien encomienda a otro una gestión (principal) y el encargado de
ejecutarla (agente), la comisión es jurídicamente la forma mercantil de mandato. Se trata de
un mandato cualificado por la naturaleza comercial del acto u operación que constituye su
objeto, y también por ser comerciante el comitente o el comisionista (art.244 CCom).
Art. 244 CCom. Se reputará comisión mercantil el mandato, cuando tenga por objeto un acto
u operación de comercio y sea comerciante o agente mediador del comercio el comitente o
comisionista.
2. COMISIÓN Y REPRESENTACIÓN
Art. 245 CCom.” El comisionista podrá desempeñar la comisión contratando en nombre propio
o en el de su comitente.”
Art. 246 CCom.” Cuando el comisionista contrate en nombre propio, no tendrá necesidad de
declarar quién sea el comitente, y quedará obligado de un modo directo, como si el negocio
fuese suyo, con las personas con quienes contratase, las cuales no tendrán acción contra el
comitente, ni éste contra aquéllas, quedando a salvo siempre las que respectivamente
correspondan al comitente y al comisionista entre sí.”
Art. 247 CCom.” Si el comisionista contratare en nombre del comitente, deberá manifestarlo;
y si el contrato fuere por escrito, expresarlo en el mismo en la antefirma, declarando el
nombre, apellido y domicilio de dicho comitente.
En el caso prescrito en el párrafo anterior, el contrato y las acciones derivadas del mismo
producirán su efecto entre el comitente y la persona o personas que contrataren con el
comisionista; pero quedará este obligado con las personas con quienes contrató, mientras no
pruebe la comisión, si el comitente la negare, sin perjuicio de la obligación y acciones
respectivas entre el comitente y el comisionista.”
La actuación en nombre propio y el carácter comercial del encargo que se confía al comisionista
distinguen la comisión del mandato. El mandato tiene carácter gratuito frente al normalmente
retribuido de la comisión (salvo pacto en contrario ex arts. 1711 CC y 277 CCom). De otro lado,
el encargo confiado al comisionista suele consistir simplemente en contratar (realizar actos
jurídicos) mientras que el arrendamiento de servicios, tiene por objeto la realización de actos
materiales. Además, el arrendamiento tiene como contraprestación un precio cierto que no es
esencial en la comisión. Por otra parte, respecto al contrato estimatorio existen varias
semejanzas, pero en el contrato estimatorio el accipiens goza de un poder exclusivo de
disposición de la cosa encomendada, corriendo con el riesgo de la misma, por lo que puede
vender al contado o a plazo. La comisión ofrece un régimen claramente distinto; pues el poder
de disposición del comisionista puede ser limitado por el comitente, siendo la autorización de
este último necesaria para vender al fiado (art. 270).
Art. 270 CCom. El comisionista no podrá, sin autorización del comitente, prestar ni vender al
fiado o a plazos, pudiendo en estos casos el comitente exigirle el pago al contado, dejando a
favor del comisionista cualquier interés, beneficio o ventaja que resulte de dicho crédito a
plazo.
La comisión puede tener por objeto cualquier acto de comercio (art. 244), aunque al haber
estado vinculada desde sus orígenes con el tráfico a distancia, sus reglas están pensadas
principalmente para la realización de operaciones de compraventa y transporte de mercancías.
Ese origen explica que en el ámbito mercantil se entienda la comisión tácitamente aceptada
«siempre que el comisionista ejecute alguna gestión en el desempeño del encargo que le hizo
el comitente» (art. 249). Este consentimiento de facto prácticamente se da por supuesto entre
ausentes. Sin embargo, el comisionista que quiera rehusar un encargo «estará obligado a
comunicarlo al comitente por el modo más rápido posible, debiendo confirmarlo, en todo caso,
por el correo más próximo al día que recibió la comisión» (art. 248).
Las obligaciones principales del comisionista son: cumplir el encargo, rendir cuentas y
abstenerse de dar contrapartida. Por su parte, tiene el derecho a percibir la remuneración
pactada y el de quedar indemne en sus propios intereses por el desempeño del encargo.
Desde que acepta el desempeño del encargo, el comisionista está obligado a cumplirlo, salvo
que la comisión exija provisión de fondos y el comitente no ponga a su disposición la suma
necesaria (art. 250 CCom). Las reglas que regulan el cumplimiento son estrictas:
2º El comisionista deberá seguir las instrucciones del principal (art. 254) sin proceder en
ningún caso contra su disposición expresa (art. 256), consultando, si es posible, todo lo no
previsto y actuando, de no serlo, según le dicte «la prudencia y sea más conforme al uso del
comercio» (art. 255); pero aun así deberá comunicar siempre al comitente con la frecuencia
necesaria las noticias que interesan al buen éxito de la negociación (art. 260), observando lo que
las leyes y reglamentos establezcan respecto de la operación que se le hubiere confiado (art.
259).
Art. 261 CCom. El comisionista desempeñará por sí los encargos que reciba, y no podrá
delegarlos sin previo consentimiento del comitente, a no estar de antemano autorizado para
hacer la delegación; pero podrá bajo su responsabilidad, emplear sus dependientes en
aquellas operaciones subalternas que, según la costumbre general del comercio, se confían a
éstos.
Art. 254 CCom. El comisionista que en el desempeño de su encargo se sujete a las instrucciones
recibidas del comitente, quedará exento de toda responsabilidad para con él.
Art. 256 CCom. En ningún caso podrá el comisionista proceder contra disposición expresa del
comitente, quedando responsable de todos los daños y perjuicios que por hacerlo le
ocasionare.
Igual responsabilidad pesará sobre el comisionista en los casos de malicia o abandono.
Esta obligación está implícita en toda actuación por cuenta de otro y es reconocida por la
jurisprudencia. Se establece expresamente en el mandato: “todo mandatario está obligado a
dar cuenta de sus operaciones y a abonar al mandante cuanto haya recibido en virtud del
mandato…” (art. 1720 CC). Esta regla general, se aplica también a la comisión mercantil, aunque
al regularla el CCom obligue sólo al comisionista a «rendir, con relación a sus libros, cuenta
especificada y justificada de las cantidades que percibió para la comisión, reintegrando al
comitente, en el plazo y forma que éste le prescriba, el sobrante que resulte a su favor» (art.
263). El CCom hace responsable al comisionista de las mercaderías o efectos que recibiere y de
la conservación de los que tenga en su poder, exonerándole únicamente de responsabilidad en
los supuestos de caso fortuito, fuerza mayor, transcurso del tiempo o vicio propio de la cosa
(arts. 265 y 266), además de hacerle correr, como es lógico con los riesgos del numerario (art.
257).
Art. 263 CCom. El comisionista estará obligado a rendir, con relación a sus libros, cuenta
especificada y justificada de las cantidades que percibió para la comisión, reintegrando al
comitente, en el plazo y forma que éste le prescriba, del sobrante que resulte a su favor.
Serán de cargo del comitente el quebranto y extravío de fondos sobrantes, siempre que el
comisionista hubiere observado las instrucciones de aquel respecto a la devolución.
Art. 265 CCom. El comisionista responderá de los efectos y mercaderías que recibiere, en los
términos y con las condiciones y calidades con que se le avisare la remesa, a no ser que haga
constar, al encargarse de ellos, las averías y deterioros que resulten, comparando su estado
con el que conste en las cartas de porte o fletamento, o en las instrucciones recibidas del
comitente.
Art. 266 CCom. El comisionista que tuviere en su poder mercaderías o efectos por cuenta ajena,
responderá de su conservación en el estado que los recibió. Cesará esta responsabilidad
cuando la destrucción o el menoscabo sean debidos a casos fortuitos, fuerza mayor, transcurso
de tiempo o vicio propio de la cosa.
En los casos de pérdida parcial o total por el transcurso del tiempo o vicio propio de la cosa, el
comisionista estará obligado a acreditar en forma legal el menoscabo de las mercaderías,
poniéndolo, tan luego como lo advierta, en conocimiento del comitente.
Art. 257 CCom. Serán de cuenta del comisionista los riesgos del numerario* que tenga en su
poder por razón de la comisión.
*Numerario: dinero efectivo
D. Pacto de garantía
Art. 276 CCom. Los efectos que se remitieren en consignación, se entenderán especialmente
obligados al pago de los derechos de comisión, anticipaciones y gastos que el comisionista
hubiere hecho por cuenta de su valor y producto.
1º Ningún comisionista podrá ser desposeído de los efectos que recibió en consignación, sin
que previamente se le reembolse de sus anticipaciones, gastos y derechos de comisión.
2º Por cuenta del producto de los mismos géneros deberá ser pagado el comisionista con
preferencia a los demás acreedores del comitente, salvo lo dispuesto en el art. 375.
Para gozar de la preferencia consignada en este artículo, será condición necesaria que los
efectos estén en poder del consignatario o comisionista, o que se hallen a su disposición en
depósito o almacén público, o que se haya verificado la expedición consignándola a su nombre,
De modo semejante a lo que sucede con el art. 1730 CC que faculta al mandatario para retener
las cosas objeto del mandato hasta que le reembolse el mandante, el art. 276 CCom señala que
«los efectos que se remitieren en consignación se entenderán especialmente obligados al pago
de los derechos de comisión, anticipaciones y gastos que el comisionista hubiere hecho por
cuenta de su valor y producto». En consecuencia, el CCom atribuye al comisionista en ese mismo
artículo un especial privilegio, compuesto de dos piezas:
1ª) «ningún comisionista podrá ser desposeído de los efectos que recibió en
consignación, sin que previamente se le reembolse de sus anticipaciones, gastos y derechos de
comisión»; y 2ª) «por cuenta del producto de los mismos géneros deberá ser pagado el
comisionista con preferencia a los demás acreedores del comitente, salvo lo dispuesto en el
artículo 375».
A. El pago de la comisión
Como este contrato no suele ser gratuito, deberá pagarse la comisión pactada o, en otro caso,
la que corresponda «con arreglo al uso y práctica mercantil de la plaza donde se cumpliere»
(art. 277). No señala este texto ni el tiempo ni la forma de pago, que suele ser un porcentaje de
las operaciones realizadas, entendiéndose sometido su devengo, por lo general, sobre todo
cuando las relaciones entre las partes sean duraderas, a la cláusula «salvo buen fin» (la comisión
no se genera para el comisionista por conseguir el contrato, sino cuando se cumple).
Los derechos del comitente sobre los efectos que por su cuenta se encontraren en poder del
comisionista quedan garantizados en caso de concurso de este último por el derecho a obtener
la separación de los mismos de la masa, en la forma reconocida a su favor por la Ley Concursal
(arts. 80 y 81).
7. EXTINCIÓN DE LA COMISIÓN
Además de las causas generales (transcurso del plazo, cumplimiento del encargo, imposibilidad
sobrevenida para llevarlo a cabo), interesan las causas específicas de este contrato, es decir:
Los mediadores son personas que colaboran en la actividad de los empresarios mercantiles sin
estar ligadas a ellos por un vínculo jurídico permanente y estable. La colaboración del mediador
se presta caso por caso a través del llamado contrato de mediación o corretaje, por el que una
de las partes (el mediador) se obliga, a cambio de una remuneración, a promover o facilitar la
celebración de un determinado contrato entre la otra parte y un tercero que habrá de buscar al
efecto. La finalidad del contrato de mediación es, por tanto, la de poner en relación entre sí a
las partes que han de celebrar un futuro contrato.
El carácter mercantil del contrato de mediación se deriva de la naturaleza de los contratos que
promueve o facilita el mediador.
La mediación no debe confundirse con la comisión, aunque tenga con ella ciertas afinidades,
pues, si bien el mediador se obliga a realizar un encargo recibido de otra persona, su actividad,
a diferencia de la del comisionista, no es propiamente jurídica, sino material (aproximación de
los dos futuros contratantes), aunque es posible que junto a la mediación concurra un mandato
expreso. Por otra parte, se diferencia del contrato de agencia en que el encargo que se recibe
no es continuado y estable sino esporádico y también en que el mediador no actúa en interés
exclusivo de la parte que le encomendó la mediación, a diferencia de lo que sucede con el
agente. Tampoco puede confundirse con el arrendamiento o contrato de obra, porque el
mediador no se compromete u obliga, al menos normalmente, a conseguir un resultado u obra
determinada, sino sencillamente a desplegar su actividad en la búsqueda de posibles
contratantes.
En cuanto al contenido y efectos del contrato, a falta de una regulación legal, habrá que estar a
lo estipulado por las partes y, en su defecto, a lo que establezcan los usos de comercio y las
normas del contrato de comisión que puedan ser aplicadas por analogía.
9. REGULACIÓN LEGAL
La promulgación de la Ley 12/1992, de 27 de mayo, del Contrato de Agencia (LCA) por imperativo
de la Directiva (CEE) núm. 86/653, de 18 de diciembre de 1986, relativa a los agentes comerciales
independientes, ha supuesto la tipificación legal de esta figura en nuestro país. Pero la LCA ha
dotado a este contrato de una amplia regulación que se aplica, no sólo a los agentes dedicados
a la compra o venta de mercaderías, sino también a todas aquellas personas que realicen
cualesquiera actos u operaciones de comercio por cuenta ajena, aunque con la salvedad de lo
establecido por disposiciones especiales, pues la Ley no ha derogado determinados estatutos
jurídico-profesionales de ciertas categorías especiales de agentes (agentes de seguros, agencias
de publicidad, agencias de viajes, etc.) que, por tanto, se mantienen vigentes, y con respecto a
los cuales la citada Ley tendrá carácter supletorio. Por otra parte, esta regulación se completa
con el Real Decreto 330/1999, por el que se establece un certificado oficial de profesionalidad
para los agentes comerciales.
El contrato de agencia puede definirse como aquel contrato por el que una persona natural o
jurídica (denominada agente) se obliga frente a otra (generalmente denominada principal) de
forma continuada o estable y a cambio de una remuneración, a promover exclusivamente actos
u operaciones de comercio por cuenta ajena, o a promoverlos y concluirlos por cuenta y en
nombre ajenos, como intermediario independiente, sin asumir el riesgo de tales operaciones,
salvo pacto en contrario.
Ante todo, hay que señalar que ambas partes están sometidas a un deber genérico de lealtad y
buena fe.
4) Recibir en nombre del principal cualquier clase de reclamación sobre defectos o vicios
de calidad o cantidad de los bienes vendidos y de los servicios prestados como consecuencia de
las actividades promovidas.
6) Por acuerdo de las partes, puede establecerse la prohibición de que el agente actúe
para otros empresarios competidores del principal. Se trata del pacto de exclusiva o pacto de no
competencia, que requiere para su validez que conste expresamente y por escrito en el contrato.
Este pacto puede referirse también al momento de la terminación del contrato, impidiendo al
agente que continúe desarrollando su actividad durante un tiempo una vez concluido dicho
contrato. El pacto postcontractual de no competencia será válido si se limita a una zona
geográfica, a un grupo de clientes y a la clase de bienes o servicios objeto de los actos u
operaciones promovidos o concluidos por el agente y su duración no excede de dos años (arts.
20 y 21). Por otra parte, el agente tendrá derecho a percibir una remuneración por el encargo
(art. 11) y la facultad de exigir al cliente, en el acto de entrega, el reconocimiento y depósito de
los bienes vendidos, así como el derecho a efectuar el depósito judicial de los mismos cuando el
tercero rehúse o demore su recibo sin justa causa (art. 8).
1) Poner a disposición del agente, con antelación suficiente y en cantidad apropiada, los
muestrarios, catálogos, tarifas y demás documentos necesarios para el ejercicio de su actividad.
2) Procurar al agente todas las informaciones necesarias para la ejecución del contrato
de agencia y, en particular, advertirle, desde que tenga noticia o previsión de ello, de que el
volumen de los actos u operaciones va a ser sensiblemente inferior al que el agente hubiera
podido esperar.
ejecutando el contrato una vez concluido el plazo inicialmente previsto, se entenderá que dicho
contrato se ha transformado en uno de duración indefinida (art. 24.2).
El contrato de agencia se extingue por las causas generales aplicables a todos los contratos,
destacando entre ellas el cumplimiento del término pactado.
Si el contrato se hubiera acordado por tiempo indefinido, las partes podrán denunciar
unilateralmente el contrato en cualquier momento (art. 25). Ahora bien, la facultad de denuncia
del contrato ha de ejercitarse de conformidad con el postulado general de la buena fe, lo que se
traduce en la exigencia de dar un aviso por escrito con una antelación mínima de un mes por
cada año de vigencia del contrato y máxima de seis meses. El preaviso no será necesario en caso
de incumplimiento por la otra parte de alguna de las obligaciones legal o contractualmente
estipuladas ni tampoco cuando la contraparte hubiere sido declarada en concurso de acreedores
(art. 26). Como causa general de extinción del contrato figura también la muerte o declaración
de fallecimiento del agente; sin embargo, en caso de fallecimiento del principal, la extinción no
se producirá de modo automático, sino que será preciso que sus sucesores en la empresa
denuncien el contrato con el oportuno preaviso (art. 27).
La Ley ha fijado un régimen especial de indemnizaciones exigibles por el agente una vez
finalizado el contrato que establece, por una parte, una indemnización de carácter general por
la clientela obtenida a favor del principal y por otra, una indemnización de carácter específico
por los daños y perjuicios causados (se limita a los casos en que proceda).
La indemnización por clientela requiere que el agente haya aportado nuevos clientes al principal
o incrementado sensiblemente las operaciones con la clientela preexistente y, además, que su
actividad anterior continúe produciendo ventajas sustanciales para el empresario. La cuantía de
esta indemnización no podrá exceder, en ningún caso, del importe medio anual de las
remuneraciones percibidas por el agente durante los últimos cinco años o durante toda la
vigencia del contrato si su duración fuera inferior (art. 28).
Sin perjuicio de la indemnización por clientela, el agente tendrá derecho a exigir una
indemnización por los daños y perjuicios causados por la resolución unilateral del contrato de
agencia de duración indefinida por parte del principal, siempre que la misma no permita al
agente amortizar los gastos que, a instancia del principal, haya realizado para la ejecución del
contrato (art. 29). Así, esta indemnización se configura como una compensación por las
inversiones no amortizadas impuestas por el principal al agente y puede reclamarse de forma
independiente e incluso conjuntamente con la anterior.
Por último, la Ley contempla una serie de supuestos en los cuales no existe el derecho a ninguna
de las indemnizaciones anteriores: 1) cuando el contrato se hubiese extinguido por causa del
incumplimiento por el agente de sus obligaciones ; 2) cuando se hubiese cedido el contrato a un
tercero con consentimiento del principal; o 3) cuando sea el propio agente el que resuelva
unilateralmente el contrato, salvo que la denuncia tuviera como causa circunstancias imputables
al principal o se fundara en la edad, la invalidez o la enfermedad del agente (art. 30).
La acción del agente para reclamar cualquiera de las indemnizaciones citadas prescribirá en el
plazo de un año a contar desde el momento de la extinción del contrato. Por su parte, la
Los contratos de distribución son aquellos en los que el productor o fabricante de un bien o el
proveedor de un servicio acuerda con el distribuidor el suministro regular de los mismos para su
reventa en una zona determinada.
Estos contratos, a pesar de sus múltiples manifestaciones, tienen una estructura común y se
caracterizan por:
4) Son contratos que conllevan la mayor parte de las veces una cesión de derechos
sobre bienes inmateriales (marcas, rótulos, logotipos, know how, etc.).
El pacto de exclusiva despliega sus efectos solamente entre las partes contratantes y sus
herederos, de modo que será ineficaz frente a terceros. Así pues, ni el proveedor ni el
distribuidor podrán impedir que un tercero no integrado en la red de distribución comercialice,
dentro de la zona de exclusiva, el mismo producto objeto del pacto de exclusiva pero que ha
sido adquirido en otro territorio distinto (comercio paralelo). Sin embargo, si el tercero, al
comercializar un producto en el territorio delimitado en el pacto de exclusiva, tratara de
aprovecharse de la reputación o el prestigio adquirido por el distribuidor, incurriría en un acto
de competencia desleal (art. 12 LCD).
Los contratos de distribución se extinguen normalmente por las causas generales previstas en
el ordenamiento jurídico, y especialmente por el cumplimiento del plazo establecido para su
vigencia. En defecto de plazo o en el caso de que el contrato se pactara por tiempo indefinido,
cabrá el desistimiento unilateral de cualquiera de las partes con arreglo a los principios de la
buena fe. La muerte de cualquiera de las partes no será causa de extinción de estos contratos.
La falta de una regulación específica de los contratos de distribución, plantea dos cuestiones
objeto de debate relacionadas con la resolución unilateral de estos contratos: de un lado, la
necesidad de preaviso y, de otro, el derecho del distribuidor a reclamar una indemnización por
la clientela conseguida en favor de la marca, diferente y adicional a la indemnización por los
daños y perjuicios causados por la ruptura.
Con respecto a la indemnización por clientela, la doctrina consideró aplicar por analogía lo
dispuesto en la Ley sobre el Contrato de Agencia. En la actualidad, sin embargo, la jurisprudencia
del TS ha declarado que la indemnización por clientela no debe producirse sino se ha establecido
expresamente en el contrato de distribución. No obstante, procederá la citada indemnización
cuando se dé la circunstancia de que la clientela ha sido debida exclusivamente al esfuerzo del
distribuidor y no a la influencia de la marca
Por lo que respecta al preaviso, en los contratos pactados por tiempo indefinido es posible su
resolución por cualquiera de las partes, sin embargo, el deber de buena fe que preside la
ejecución de los contratos de distribución exige un preaviso o notificación con una antelación
razonable de la intención de poner fin a la relación contractual.
Los contratos de distribución han recibido una gran atención desde la perspectiva del Derecho
de la competencia, donde se engloban generalmente bajo la denominación de acuerdos o
restricciones verticales. En efecto, la creación de redes de distribución produce una ordenación
de los mercados intermedios que incrementa el riesgo de incurrir en prácticas contrarias a la
libre competencia. Así, el otorgamiento de licencias de comercialización, exclusivas de reventa
o condiciones preferentes en la adquisición de productos, puede conducir a una
compartimentación de los mercados o a la imposición de restricciones que pueden resultar
contrarias a las normas de defensa de la competencia.
I. Concepto y caracteres
II. Función económica y diferencia con figuras afines
III. Efectos del contrato
IV. Liquidación de la cuenta y extinción del contrato
I. CONCEPTO Y CARACTERES
La cuenta corriente es un contrato bilateral en cuya virtud dos personas, que se hallan en
relación permanente de negocios, de los que dimanan créditos recíprocos, establecen su
inexigibilidad separada, sustituyéndola por un sistema de compensación automático, con
liquidaciones periódicas y consiguiente fijación de saldo, acreedor para uno y deudor para el
otro (v. STS Sala 1ª, de 18 de febrero de 2016). Es decir, se trata de un contrato mercantil por
el que dos personas en relación de negocios continuados, acuerdan concederse temporalmente
créditos recíprocos, en el sentido de obligarse a ir sentando en cuentas sus remesas mutuas,
como cargos y abonos. Su exigibilidad viene determinada por el saldo resultante de la liquidación
de diferencias que se practique, a modo de cierre, en la fecha convenida.
Su objeto no es otro que los créditos (deudas) que se anotan en la cuenta, los cuales conforman
las remesas y tienen carácter o valor pecuniario patrimonial. La tipología de créditos que será
llevada a la cuenta queda al arbitrio de las partes. En ausencia de pacto se entiende que quedan
adscritos a la cuenta todos los créditos y pagos derivados de las relaciones negociales básicas,
quedando los cuentacorrentistas obligados a anotar en la misma aquellos que efectivamente se
generen.
- La primera se encuentra en la recíproca concesión de crédito entre las partes, que unas
veces activará la posición del cuentacorrentista como acreedor y otras como deudor. Estos
créditos serán inexigibles hasta el momento pactado y determinado en el contrato que
significará el cierre y liquidación del saldo de la cuenta corriente.
La perdurabilidad es otra característica del contrato de cuenta corriente, siendo cláusula normal
entre las partes la fijación del período de duración del mismo, lo que no impide su delimitación
conforme a los usos de comercio, ni la prórroga del contrato por voluntad tácita de las partes. A
pesar de ello, la cuenta podrá ser cerrada periódicamente, a fin de conocer y confrontar los
estados contables o para liquidar el período en curso, abonando una de las partes el saldo
deudor o arrastrándolo a la primera partida del Debe del siguiente ejercicio económico.
Es un contrato oneroso ya que existe para ambas partes la obligación de renunciar a la inmediata
exigibilidad del pago de las prestaciones que realicen por efecto del contrato principal, en espera
de su posible compensación, total o parcial, con los créditos que en beneficio de la otra parte
puedan generarse hasta el momento en que haya de efectuarse la liquidación.
Es contrato consensual, y es frecuente que surja de forma tácita y espontánea por evolución de
una práctica, habitual entre quienes se hallan vinculados por relación permanente de negocios.
La llevanza paralela entre los contratantes de una documentación contable adecuada que refleja
su estado de cuentas y la necesidad de que se intercambien prestaciones generadoras de crédito
(remesas) para que la cuenta funcione, son exigencias naturales de la ejecución del contrato,
pero no elementos esenciales para su existencia. No es, por tanto, contrato formal ni real.
Estamos ante un contrato atípico, carente de regulación legal.
La llamada cuenta corriente bancaria sí es, en cambio, una figura contractual, cuya diferencia
con la cuenta corriente ordinaria o comercial reside en que en aquella no está previsto que los
contratantes pueden ser acreedores o deudores recíprocos. En la cuenta corriente bancaria el
acreedor es solo uno: el cliente, si se trata de las llamadas cuentas de pasivo; o el Banco, si lo
son de activo.
El hecho de que los créditos derivados de prestaciones patrimoniales que un contratante realiza
en favor del otro, o lo que es lo mismo, el hecho de que los créditos generados por remesas
pasen a constituirse en partidas que se han de anotar en la cuenta, en espera de su eventual
compensación y consiguiente liquidación por diferencia, es efecto inherente a la relación
contractual, no carente de repercusiones jurídicas que pueden incluso afectar al interés de
terceros ajenos a la operación, sobre todo cuando alguno de los dos contratantes se ve afectado
por una situación concursal. Ello explica la atención que doctrina y jurisprudencia han
dispensado a este contrato.
El negocio jurídico del que dimana la remesa no se ve afectado por la existencia de la cuenta
corriente, ni por el hecho de que en ella pase a asentarse el crédito derivado de la misma. La
anotación del crédito en la cuenta, no equivale a aquiescencia o conformidad con la prestación
de que deriva. Si esta nace, por ejemplo, de la entrega de mercancía en el marco de una
compraventa y dentro del término establecido para reclamar por los vicios o defectos ocultos
se advirtiera la presencia de estos, el comprador podría pretender la práctica en la cuenta de un
contrasiento o la retrocesión del que se realizó en su momento.
único que se ha alterado es su exigibilidad, que queda sujeta a la condición de que, desde la
fecha de su inclusión en la cuenta hasta la próxima liquidación de la misma no se produzca una
relación crediticia de signo opuesto entre los mismos protagonistas que los cancele en ese
momento, por compensación. Novación y compensación son dos medios de extinción de las
obligaciones que no debemos confundir.
Si se admite como correcta esta construcción del fenómeno, habrá que concluir que en el
supuesto de insolvencia declarada por cualquiera de los contratantes solo puede representar un
anticipo del momento de liquidación de la cuenta, con la consiguiente exigibilidad del saldo si
es a favor del concurso, o su inclusión en la masa pasiva. La actual Ley Concursal 22/2003, de 9
de julio, establece en su art. 58 la prohibición de compensar créditos y deudas del concursado a
partir de la declaración de concurso.
Sin embargo, en nuestra opinión los créditos que se insertan en un contrato de cuenta corriente
no son exigibles (luego no se cumple el requisito de la exigibilidad) sino hasta el momento de
liquidación de la cuenta, momento en el que se compensan entre sí y se produce la novación
por el saldo de liquidación.
La extinción definitiva del contrato no se produce por el cierre de la cuenta, salvo que el mismo
sea definitivo. No suele venir precedida de pacto expreso, coincidiendo normalmente con el
cese de las relaciones comerciales que dieron lugar a su nacimiento o con la desaparición de
alguna de las partes. También la cuenta corriente se extinguirá por las causas generales de
extinción de los contratos.
del que se interesa una estatua); o incluso un mero artesano (el ebanista que diseña un mueble,
el sastre que confecciona un traje o el mecánico que repara un automóvil). En cambio, se
considera el contrato dentro del ámbito mercantil si el encargo lo recibe el titular de un
establecimiento implantado en el mercado, como puede ser un empresario de la construcción,
una firma de servicios legales, el transportista profesional, un fabricante de plásticos o un
astillero, casos todos en que la preexistencia y utilización de la organización instrumental para
la obtención del resultado son factores determinantes de la celebración y ejecución del
contrato, incidiendo sobre el elemento causal del mismo, al tiempo que los costos de
mantenimiento y utilización suelen ser pieza clave en la determinación del precio del encargo.
El CCom no contempla el contrato de obra, pero si regula una de sus manifestaciones más
características: el contrato de transporte. Sin embargo, este último constituye una especie muy
singular, por lo que no es posible generalizar su normativa al amplio número de figuras insertas
en el tronco común del contrato de obra. Ese tronco común habrá de buscarse en el llamado
arrendamiento de obra que regula el CC en los arts. 1588 a 1600, donde encontraremos el único
tratamiento legal genérico de la figura, aunque un buen número de sus preceptos contemplan
de manera específica la construcción de edificios.
Art. 1588 CC. Puede contratarse la ejecución de una obra conviniendo en que el que la ejecute
ponga solamente su trabajo o su industria, o que también suministre el material.
Art. 1589 CC. Si el que contrató la obra se obligó a poner el material, debe sufrir la pérdida en
el caso de destruirse la obra antes de ser entregada, salvo si hubiese habido morosidad en
recibirla.
Art. 1590 CC. El que se ha obligado a poner sólo su trabajo o industria, no puede reclamar
ningún estipendio si se destruye la obra antes de haber sido entregada, a no ser que haya
habido morosidad para recibirla, o que la destrucción haya provenido de la mala calidad de
los materiales, con tal que haya advertido oportunamente esta circunstancia al dueño.
Art. 1592 CC. El que se obliga a hacer una obra por piezas o por medida, puede exigir del dueño
que la reciba por partes y que la pague en proporción. Se presume aprobada y recibida la parte
satisfecha.
Art. 1594 CC. El dueño puede desistir, por su sola voluntad, de la construcción de la obra
aunque se haya empezado, indemnizando al contratista de todos sus gastos, trabajo y utilidad
que pudiera obtener de ella.
Art. 1595 CC. Cuando se ha encargado cierta obra a una persona por razón de sus cualidades
personales, el contrato se rescinde por la muerte de esta persona.
En este caso el propietario debe abonar a los herederos del constructor, a proporción del precio
convenido, el valor de la parte de obra ejecutada y de los materiales preparados, siempre que
de estos materiales reporte algún beneficio.
Lo mismo se entenderá si el que contrató la obra no puede acabarla por alguna causa
independiente de su voluntad.
Art. 1596 CC. El contratista es responsable del trabajo ejecutado por las personas que ocupare
en la obra.
Art. 1597 CC. Los que ponen su trabajo y materiales en una obra ajustada alzadamente por el
contratista, no tienen acción contra el dueño de ella sino hasta la cantidad que éste adeude a
aquél cuando se hace la reclamación.
Art. 1598 CC. Cuando se conviniere que la obra se ha de hacer a satisfacción del propietario,
se entiende reservada la aprobación, a falta de conformidad, al juicio pericial correspondiente.
Si la persona que ha de aprobar la obra es un tercero, se estará a lo que éste decida.
Art. 1599 CC. Si no hubiere pacto o costumbre en contrario, el precio de la obra deberá pagarse
la hacerse la entrega.
Art. 1600 CC. El que ha ejecutado una obra en cosa mueble tiene el derecho de retenerla en
prenda hasta que se le pague.
Pese a regularse en el CC, este contrato se calificará como mercantil siempre que se inserte en
una organización empresarial creada y sustentada por uno de los contratantes para realizar
estos encargos a requerimiento del público.
En materia de legislación aplicable, hay que tener en cuenta la incidencia de la Ley 38/1999, de
5 de noviembre, sobre Ordenación de la Edificación, que según su art. 1 «tiene por objeto regular
en sus aspectos esenciales el proceso de edificación, estableciendo las obligaciones y
responsabilidades de los agentes que intervienen en dicho proceso...» , por lo que influye sobre
la configuración del contrato de obra, complementando, modificando, desarrollando y
supliendo la escueta regulación del CC.
3. CLASES
El contrato de obra puede presentar una gran variedad de modalidades, pero todas responden
a la misma finalidad: la realización por el empresario o contratista de una obra de cuyo resultado
se adueña el principal a cambio del pago de la retribución correspondiente. De este modo,
puede ser:
a) Que la obra consista en la creación de una res nova, dotada de identidad y autonomía
respecto a los elementos empleados para su elaboración. Esta apreciación es válida tanto para
el sector mobiliario como inmobiliario.
proyecta sobre bienes que el presunto contratista fabrica en serie y vende sobre muestras o
catálogo. En tales casos, si el productor facilita el material, el contrato sería de compraventa.
Solo la fabricación «a medida» según especificaciones, más o menos precisas, del principal se
mantiene dentro de los esquemas del contrato de obra por empresa que estamos examinando.
Al margen de esto, y en consideración a los usos del comercio, a falta de acuerdo expreso, los
materiales debe proporcionarlos el contratista.
4. FORMA
No podemos llegar a una conclusión terminante sobre la forma debido a la variedad de figuras
que podemos encontrar en estos contratos. En general, y salvo disposición legal en contrario, el
contrato responde a la regla de la consensualidad como único requisito para su
perfeccionamiento. Pero esto no impide que el uso haya consagrado otras exigencias para su
eficacia que relegan el mero consentimiento a la fase de los llamados tratos preliminares o
negociaciones para la celebración del contrato, carentes de fuerza vinculante salvo mala fe
probada. Así, por ejemplo, en las reparaciones sobre muebles está extendida la idea de que su
perfección va unida a la entrega de la cosa sobre la que se ha de proyectar la actuación del
contratista. Por lo demás, la construcción de un buque, un complejo industrial o una maquinaria
son supuestos en los que el uso ha consagrado la forma escrita como requisito natural para su
validez, ya que la ejecución comporta acuerdos precisos sobre la cosa (normalmente, objeto de
las llamadas «especificaciones», con entrega de planos, descripción del proyecto, calidad de
materiales, etc.), el precio (cuantía, forma de pago y garantías) y el plazo (calendario, garantía
de cumplimiento, sanciones, vicisitudes y su incidencia, etc.) que no suelen quedar confiados a
un mero acuerdo verbal entre las partes.
-La primera concierne al suministro de materiales. Habrá que estar a lo que convengan las
partes (art. 1588 CC). En el supuesto de silencio, parece evidente que- salvo uso probado en
contra- los ha de suministrar el contratista. Si por pacto o costumbre el principal proporciona
los materiales, el contratista está obligado a denunciar eventuales defectos de calidad o
naturaleza. Si una vez advertido el principal éste insiste en su incorporación, el contratista
quedará exonerado de responsabilidad (argumento ex art. 1590, in fine CC).
La obra ha de ser ejecutada según las instrucciones del principal. En caso de que no las haya o
que sean insuficientes, el empresario se ajustará a las llamadas «reglas del arte», es decir, a los
cánones técnicos consagrados por el uso o recopilados en reglamentos sectoriales, que deben
estimarse operativos, se mencionen o no en el contrato. Si median instrucciones, más o menos
concretas (suelen incorporarse al contrato como «pliego de especificaciones»), el contratista
debe examinar y asesorar sobre su viabilidad, quedando exento de responsabilidad solo si el
principal insistiera en la ejecución según sus instrucciones, aunque sean defectuosas.
las normas que la legislación mercantil y civil establecen para la compraventa (art. 336 CC y arts.
1484 a 1490 CC).
En materia de calidad para fortalecer la posición del principal, suele articularse en el contrato
un sistema de garantías de buen funcionamiento, prestada por un tercero –generalmente
entidad aseguradora–, que se compromete al pago de una indemnización para el caso de que la
obra no alcance las prestaciones que de ella se esperaban y se especificaron al contratar.
El plazo para efectuar la entrega es un elemento de gran trascendencia en los contratos de obra
y por ello es frecuente que se establezcan cláusulas sobre el particular. Los efectos que se
producen por la falta de observancia del plazo para realizar la entrega son los que, con carácter
general, señala el art. 63 CCom o los arts. 1100 y 1101 CC, al respecto.
Art. 1100 CC.” Incurren en mora los obligados a entregar o a hacer alguna cosa desde que el
acreedor les exija judicial o extrajudicialmente el cumplimiento de su obligación.
No será sin embargo necesaria la intimación del acreedor para que la mora exista:
Art. 1101 CC.” Quedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados los que
en el cumplimiento de sus obligaciones incurrieren en dolo, negligencia o morosidad, y los que
de cualquier modo contravinieren al tenor de aquéllas.”
Las partes pueden incorporar cláusula penal sancionadora del incumplimiento, cuyo posible
rigor podrá ser atemperado por los tribunales como señala el art. 1154 del CC y la copiosa
jurisprudencia que lo aplica.
En esta materia la doctrina discute sobre dos aspectos: cómo afectan a la fecha de entrega las
posibles variaciones sobre el proyecto acordadas durante la ejecución; y en qué medida el
principal puede mantener su exigencia de responsabilidad, cuando el retraso derive de caso
fortuito, fuerza mayor o acto de tercero ajeno al contrato. En este sentido, en defecto de
previsiones contractuales, se aplica el art. 1105 del CC, que establece que fuera de los casos
expresamente mencionados en la Ley, «nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran
podido preverse, o que, previstos, fueran inevitables».
En la mayor parte de los casos, la determinación del precio y del momento en que debe
abonarse se concreta en los contratos, permitiéndose la posibilidad de una alteración del precio
por el cambio de las circunstancias ordinarias que rodean el proyecto originario.
El supuesto menos problemático es el ajuste a tanto alzado o «precio cerrado», que supone
que la obra se realiza a riesgo y ventura del empresario o contratista, quien asume el alza o baja
que a lo largo de la ejecución puedan experimentar los elementos precisos (materiales, mano
de obra, cargas sociales, transportes, etc.). A este respecto, el art. 1593 CC, dispone que no
podrá pedirse aumento del precio, «salvo cambio en el plano que produce aumento de la obra
siempre que hubiere dado su autorización el propietario». De todas formas, el contratista no
siempre se muestra predispuesto a correr con el riesgo de fluctuación de los precios; por eso
suelen incorporarse las llamadas «fórmulas polinómicas». A través de estas fórmulas se
pretende establecer en qué grado las fluctuaciones de costo de los distintos elementos que
inciden en la ejecución repercuten en el precio de la obra acabada.
Destacamos que nuestra jurisprudencia se inclina por entender que la regla general en materia
de obras es la de «precio abierto», al estar los costos de una obra «sometidos de continuo a
variación, por lo que la subsistencia de unos precios iniciales requiere el necesario consenso de
los interesados».
Art. 1592 CC. El que se obliga a hacer una obra por piezas o por medida, puede exigir del dueño
que la reciba por partes y que la pague en proporción. Se presume aprobada y recibida la parte
satisfecha.
La otra obligación del principal es la recepción de la obra a su terminación y previo aviso del
empresario. Si no está totalmente «terminada», no hay posibilidad de entrega, ni deber de
recepción. El empresario no puede pretender una recepción anticipada, ya que el objeto del
contrato es una obra perfecta y acabada, salvo que se den las circunstancias del art. 1592 CC
sobre encargo por unidades. Antes de la recepción, el principal tiene derecho a la llamada
verificación de la obra, es decir a la comprobación de que se ajusta a las condiciones del encargo
realizado, incluso aunque no se hubiera pactado previamente.
Por su parte, si el principal retrasa la recepción (y, por tanto, el pago) por supuestos vicios o
defectos de la obra que luego se revelan inexistentes, incurrirá en responsabilidad por mora.
Tanto el pago diferido hasta la entrega, como su anticipación total o parcial, significan que,
alguna de las partes, durante la fase de ejecución, mantiene frente a su oponente una posición
acreedora, posición no deseable para ninguna ante el riesgo de que su deudor incurra en
insolvencia, con el consiguiente daño para el contratante acreedor.
Parece que la mejor solución está en articular alguna garantía en beneficio del acreedor,
reconociéndole algún privilegio sobre la obra. Si se trata del contratista, su condición de
propietario de la obra mueble objeto del encargo hasta que efectúe la entrega puede
representar garantía suficiente; si el objeto del contrato es repararla, podrá, además, esgrimir
el privilegio del art. 1600 CC, que le faculta a «retenerla en prenda hasta que se le pague».
Tratándose de inmuebles (supuesto en el que por otra parte no es usual el desplazamiento
íntegro del pago al momento de la entrega), siempre tendrá los privilegios propios del acreedor
refaccionario*.
*Acreedor refaccionario: Titular de un derecho de crédito por dinero o materiales dados para la
construcción, reparación o conservación de bienes. Los acreedores refaccionarios gozan de un
derecho preferente de cobro en supuestos de concurso de acreedores en atención a los bienes
muebles o inmuebles sobre los que recae la refacción.
En el supuesto de que sea el principal quien proporciona los materiales, tendrá la garantía que
deriva de su condición de propietario de la obra por efectuarse esta sobre cosa propia.
A destacar que, en todo caso, la muerte o incapacitación del contratista solo opera en los
contratos celebrados «intuitu personae», que es la regla excepcional en los de naturaleza
mercantil.
La regla general en el contrato de obra mercantil es que, salvo prohibición expresa del principal,
el contratista puede subcontratar, total o parcialmente, el encargo que le haya sido
encomendado, pero será responsable frente al principal de la gestión de los subcontratistas.
El depósito ha constituido siempre una operación importante en el tráfico mercantil. Para los
moralistas clásicos, uno de los cauces justificadores del lucro mercantil era la adquisición de
mercancía en una época (de abundancia) y su colocación en el mercado en otra (de escasez).
Para ello es necesario proveer a su custodia y sufragar los gastos de su conservación. Con este
fin, el titular de los géneros necesitados de salvaguarda puede obtener este servicio en el
mercado a través del contrato de depósito, que podrá celebrar bien con un depositario
ocasional o bien con una entidad o compañía con organización y medios para realizar este tipo
de prestaciones. En ambos casos, el contrato tendrá carácter mercantil (art. 303 CCom).
El contrato de depósito está regulado en diversos artículos del CCom y del CC. El art. 310 CCom
contiene una remisión a las condiciones generales incorporadas a estatutos y reglamentos de
los Bancos, compañías de depósito y de crédito, que regirán el contrato en primer lugar. En
ausencia de pacto se aplicarán las disposiciones del CCom, y con carácter supletorio, las normas
de Derecho común.
Art. 310 CCom. “No obstante lo dispuesto en los artículos anteriores, los depósitos verificados
en los bancos, en los almacenes generales, en las sociedades de crédito o en otras cualesquiera
compañías, se regirán, en primer lugar, por los ESTATUTOS de las mismas; en segundo, por las
prescripciones de este CÓDIGO, y últimamente, por las reglas del DERECHO COMÚN, que son
aplicables a todos los depósitos”.
El depósito es un contrato bilateral y real por el que una persona (depositante) entrega a otra
(depositario) una cosa mueble para que la custodie y se la restituya a él mismo o a la persona
que designe. En el ámbito mercantil, el contrato tiene carácter bilateral: a las obligaciones de
custodia y restitución «a demanda» que tiene el depositario, se contrapone el derecho a percibir
retribución, salvo que se pacte la gratuidad (art. 304). La onerosidad del depósito mercantil,
salvo disposición en contrario, lo diferencia del depósito civil (art. 1769 C.C.).
El carácter real aparece recogido en el art. 305 del CCom: la perfección se produce a la entrega
de la cosa.
Respecto a la cosa tiene que ser un bien mueble de consumo no inmediato. Si se trata de cosa
fructífera, el depositario cuidará del percibo de los frutos en el momento de su sazón, como
concreta el art. 308 del CCom para los depósitos susceptibles de producir frutos civiles: los de
títulos, valores, efectos o documentos que devenguen interés. A esta figura se le llama también
depósito administrado, que se diferencia del depósito ordinario en que la prestación del
depositario no se limita a la simple custodia.
La obligación de custodia que asume el propio depositario, constituye el eje del contrato de
depósito. Esta obligación se extiende a la vigilancia sobre la correcta conservación del objeto
depositado, procurando evitar su exposición a riesgos o menoscabos, tratando de poner
remedio a las averías que provengan de la naturaleza o vicio de las cosas, de las que, además,
debe dar cuenta inmediata al depositante. En cuanto a la responsabilidad, el depositario no
responde de daños derivados del caso fortuito o fuerza mayor, pero sí le corresponde la carga
de la prueba de haber desplegado la debida diligencia (art. 307 CCom).
Art. 306 CCom. “El depositario está obligado a conservar la cosa del depósito según la reciba,
y a devolverla con sus aumentos, si los tuviere, cuando el depositante se la pida.
En la conservación del depósito, responderá el depositario de los menoscabos, daños y
perjuicios que las cosas depositadas sufrieren por su malicia o negligencia, y también de los
que provengan de la naturaleza o vicio de las cosas, si en estos casos no hizo por su parte lo
necesario para evitarlos o remediarlos, dando aviso de ellos además al depositante,
inmediatamente que se manifestaren”.
Art. 307 CCom. “Cuando los depósitos sean de numerario, con especificación de las monedas
que los constituyan, o cuando se entreguen sellados o cerrados, los aumentos o bajas que su
valor experimenten serán de cuenta del depositante.
Los riesgos de dichos depósitos correrán a cargo del depositario, siendo de cuenta del mismo
los daños que sufrieren, a no probar que ocurrieron por fuerza mayor o caso fortuito
insuperable.
Cuando los depósitos de numerario se constituyeren sin especificación de monedas o sin cerrar
o sellar, el depositario responderá de su conservación y riesgos en los términos establecidos
por el párrafo segundo del art. 306.”
Vemos que el depositario deberá, devolver la cosa con sus aumentos, en su caso, siendo de
aplicación, en defecto de norma específica en el CCom, el art. 1770 CC: “la cosa depositada será
devuelta con todos sus productos y accesiones” y siguientes.
El CCom le dedica algunos preceptos, contenidos en los arts. 193 a 198, que tienen singular
interés para el Derecho mercantil en lo que concierne a la emisión de unos títulos valores,
llamados resguardos, que participan de la condición de títulos de tradición o representativos de
mercancías.
Art. 194 CCom. “Los resguardos que las compañías de almacenes generales de
depósito expidan por los frutos y mercancías que admitan para su custodia, serán negociables,
se transferirán por endoso, cesión u otro cualquiera título traslativo de dominio, según que
sean nominativos o al portador, y tendrán la fuerza y el valor del conocimiento mercantil.
Estos resguardos expresarán necesariamente la especie de mercaderías, con el número
o la cantidad que cada uno represente.”
Art.195 CCom. “El poseedor de los resguardos tendrá pleno dominio sobre los efectos
depositados en los almacenes de la compañía, y estará exento de responsabilidad por las
reclamaciones que se dirijan contra el depositante, los endosantes o poseedores anteriores,
salvo si procedieren del transporte, almacenaje y conservación de las mercancías.”
Las mencionadas disposiciones del CCom conectan con las del Real Decreto-ley, de 22
de septiembre de 1917, que completó la legislación en la materia. En un principio, el CCom
consideró como elementos de estos depósitos los frutos y las mercaderías, pero el Decreto de
1917 los amplía a todo tipo de bienes muebles, corporales, determinados, identificables y
dotados de valor económico en sí mismos. Se excluye a los que sufran merma o destrucción
durante el período de depósito y los que tengan algún tipo de garantía real.
En los supuestos en que el depositante no abone al depositario los gastos que se hubiesen
realizado para la conservación de la cosa ni la indemnización por perjuicios (en su caso) nacerá
un derecho de retención de la cosa.
El depósito concluye cuando la cosa objeto del mismo se restituye al depositante. Normalmente,
el depositante puede solicitar la restitución en cualquier momento de la vigencia del contrato,
aunque en ocasiones se establece un plazo que se presumirá puesto a favor de ambos
contratantes –como indica el art. 1129 CC– salvo que se indique otra cosa. Sin embargo, el
depositante tendrá siempre opción de prescindir del plazo aún antes de su término, si precisara
de las cosas depositadas antes de la fecha convenida. El único efecto que produciría esta
situación es la obligación de retribuir al depositario por toda la duración prevista al contratar.
La renuncia del depositario a continuar con el depósito supondrá la extinción del contrato, al
igual que la pérdida o destrucción de la cosa.
carencias que han motivado diferentes retoques de la norma, las últimas efectuadas en mayo
de 2014 para proceder a regular el problemático tema de la instalación de infraestructuras de
Red o instalaciones radioeléctricas en edificios de dominio privado; y en julio de 2015, con
entrada en vigor en enero de 2016, para realizar modificaciones sobre los medios para hacer
efectivas las garantías por daños materiales ocasionados por vicios y defectos en la construcción,
y, además, con la finalidad de dar una nueva regulación a la percepción de cantidades a cuenta
del precio durante la construcción, establecida en la Disposición adicional primera de la norma.
La doctrina coincide al afirmar que no se trata de una Ley destinada a disciplinar el contrato de
obra civil, ni siquiera regula todo lo concerniente al contrato de obra inmobiliaria de naturaleza
civil.
La delimitación del objeto del contrato requiere analizar conjuntamente los arts. 1544 del CC y
el art. 2 de la LOE. El objeto se concreta en la realización, por el contratista o constructor, de un
edificio en sí mismo considerado, a favor del comitente o promotor, a cambio de un precio cierto.
Debiendo ese edificio cumplir las condiciones que exige el artículo 2 de la Ley.
Art. 1544 CC. “En el arrendamiento de obras o servicios, una de las partes se obliga a ejecutar
una obra o a prestar a la otra un servicio por precio cierto.”
c) Todas las demás edificaciones cuyos usos no estén expresamente relacionados en los grupos anteriores.
a) Obras de edificación de nueva construcción, excepto aquellas construcciones de escasa entidad constructiva y
sencillez técnica que no tengan, de forma eventual o permanente, carácter residencial ni público y se desarrollen en
una sola planta.
b) Todas las intervenciones sobre los edificios existentes, siempre y cuando alteren su configuración arquitectónica,
entendiendo por tales las que tengan carácter de intervención total o las parciales que produzcan una variación
esencial de la composición general exterior, la volumetría, o el conjunto del sistema estructural, o tengan por objeto
cambiar los usos característicos del edificio.
c) Obras que tengan el carácter de intervención total en edificaciones catalogadas o que dispongan de algún tipo de
protección de carácter ambiental o histórico-artístico, regulada a través de norma legal o documento urbanístico y
aquellas otras de carácter parcial que afecten a los elementos o partes objeto de protección.
El concepto de edificio ha sido objeto de distintos pronunciamientos doctrinales, que van desde
una concepción estricta a otra de carácter más amplio que, en definitiva, es la que parece
acoger, tomando como base el art. 2 de la LOE, el Código Técnico de la Edificación (Anexo III del
Real Decreto 314/2006, de 17 de marzo).
Art. 1591 CC. “El contratista de un edificio que se arruinase por vicios de la construcción,
responde de los daños y perjuicios si la ruina tuviere lugar dentro de diez años, contados desde
que concluyó la construcción; igual responsabilidad, y por el mismo tiempo, tendrá el
arquitecto que la dirigiere, si se debe la ruina a vicio del suelo o de la dirección.
Si la causa fuere la falta del contratista a las condiciones del contrato, la acción de
indemnización durará quince años.
Durante más de un siglo este precepto del CC fue el único instrumento en el que apoyarse para
exigir la responsabilidad ante los Tribunales, por eso se ha optado por establecer un régimen
autónomo y detallado adecuado a las nuevas técnicas y prácticas de la construcción que,
además, resuelve algunos de los problemas que han preocupado a la jurisprudencia.
En primer término, el art. 17.1. LOE establece una responsabilidad aplicable «sin perjuicio de
sus responsabilidades contractuales». Por tanto, no parece derogable ni modificable por los
interesados. De acuerdo con los daños por los que se responde y a la duración de la
responsabilidad, se establecen tres posibilidades:
1ª «El promotor responderá solidariamente con los demás agentes intervinientes ante
los posibles adquirentes de los daños materiales en el edificio ocasionados por vicios o defectos
de construcción».
2ª «Cuando no pudiera individualizarse la causa... o quedase probada la concurrencia
de culpa... la responsabilidad se exigirá solidariamente» (art. 17.3).
La responsabilidad no es objetiva y debe exigirse dentro de los plazos que indica el art.
18 LOE. Para evitar los efectos de eventuales insolvencias de los responsables, la Ley establece
la obligación de adoptar una serie de garantías por daños materiales ocasionados por vicios o
defectos de la construcción, susceptibles de ser constituidas mediante seguros de daños
materiales o seguro de caución, que deberán reunir los exhaustivos requisitos establecidos en
la norma (art. 19). Del mismo modo, se establece como requisito para el otorgamiento de
escrituras públicas de obra nueva y para la inscripción de éstas en el Registro de la Propiedad el
testimonio de haberse constituido las garantías establecidas en la Ley.
I. El contrato de transporte
1. El transporte. Consideraciones generales
2. Concepto, caracteres y clases de transporte
II. El contrato de transporte terrestre de mercancías
I. EL CONTRATO DE TRANSPORTE
Hoy en día, el transporte continúa desempeñando una función muy relevante, por eso necesita
dotarse de un sistema jurídico coherente y unificado que coordine los ámbitos legislativos
internos e internacionales.
- Las normas de Derecho público ordenadoras del transporte terrestre eran muy
variadas y contrastaban con la escueta regulación recogida en nuestro CCom sobre el contrato
mercantil del transporte. Se trataba, además, de una normativa fragmentada y obsoleta, que
ofrecía una gran inseguridad jurídica. También, estas disposiciones legales de D. administrativo
Tanto la LOTT como su reglamento (ROTT) fueron objeto de algunas reformas menores
posteriores, entre las que cabe destacar la efectuada por la Ley 39/2003 del Sector Ferroviario
(LSF), que derogó los capítulos relativos al ferrocarril, estableciendo para este medio de
transporte una nueva normativa. Esta última disposición, ha sido derogada por la Ley 38/2015,
de 19 de septiembre, del sector ferroviario (LSF), con la que se incorpora a nuestro
ordenamiento jurídico la denominada Directiva RECAST (Directiva 2012/34/UE del Parlamento
Europeo y del Consejo, por la que se establece un espacio ferroviario europeo único).
a) Unidad de mercado
b) Libertad de empresa
c) Armonización de las condiciones de competencia entre los diferentes modos y operadores
d) Reserva al Estado de la planificación del sistema de transportes en cuanto al diseño de la red, las
restricciones al acceso y las medidas de fomento, complementariedad y competencia entre medios de
transporte garantía de los derechos de los operadores y usuarios, en especial los derechos de igualdad en
el acceso a los mercados de transporte, participación, queja y reclamación
e) Gestión eficiente por parte de los operadores y de las Administraciones Públicas
f) Coherencia entre los niveles de inversión y calidad de servicio y las necesidades y preferencias de los
usuarios
g) Fomento de los medios de transporte de menor coste ambiental y energético y de la intermodalidad.
Esta situación normativa fue finalmente superada gracias a la Ley 15/2009, de 11 de noviembre,
sobre el Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías (LCTTM) que ahora regula el
transporte terrestre de mercancías tanto por carretera como por ferrocarril (art. 1 LCTTM).
También esta Ley se establece como referencia analógica para cualquier tipo de trasporte sin
regulación específica (disp. ad. 1ª LCTTM), así como para aquellos transportes que se concierten
en el marco de una operación logística (art. 9 LCTTM).
-Por otra parte, solo podrán ser transportados los bienes de carácter material. El envío
o transmisión de noticias por vía telegráfica, telefónica o radiofónica o electrónica no constituye
transporte en el sentido que estamos examinando.
-El contrato será mercantil en caso de que tenga por objeto mercaderías o efectos de
comercio, o bien que el porteador sea comerciante y se dedique a efectuar habitualmente
transportes para el público.
Por otra parte, las condiciones generales de contratación del transporte de mercancías por
carretera han sido aprobadas por Orden FOM/1882/2012, de 1 de agosto. Estas condiciones
son aplicables y exigibles con independencia de las características del transporte o de la tipología
de la mercancía transportada, salvo que la partes dispongan otra cosa en las condiciones
particulares que pacten para la modalidad de transporte de que se trate (art. 1).
Es irrelevante, para la caracterización del contrato como mercantil, el objeto del transporte
(personas o mercancías) o el medio empleado para ello.
Existen distintos criterios para clasificar los contratos de transporte que atienden, en líneas
generales, al objeto transportado (transporte de cosas y transporte de personas). A su vez, en
el transporte de cosas cabe hablar de transporte de mercaderías en sentido amplio (materias
primas, productos manufacturados, semovientes), transportes de efectos mercantiles (títulos de
crédito, papeles de negocios, billetes de Banco, etc.) y transporte postal (paquetes y
correspondencia).
Por otra parte, no hay ningún obstáculo legal para que varios porteadores puedan participar en
una única operación de transporte.
d) Expedidor. Es el tercero -en sentido estricto- ajeno al contrato de transporte, que por
cuenta del cargador hace entrega de las mercancías al transportista en el lugar de expedición de
las mismas. En consecuencia, su función se limita a facilitar la correcta ejecución del contrato
de transporte, asumiendo obligaciones que corresponderían al cargador o que son accesorias
de las que este asume.
La agencia de transporte, que se define como empresario auxiliar de transporte cuya función
consiste en intervenir en la contratación del transporte por carretera, tanto interior como
internacional, realizando actividades de gestión, información, oferta y organización del
transporte, mediando con plena responsabilidad entre cargadores y transportistas y pudiendo
actuar en la contratación de otros medios de transporte. Conforme a lo previsto en el art. 19 de
la LOTT, las agencias de transporte, como cualquier otro operador de transporte, deberían
contratar en nombre propio tanto con el demandante del servicio como con el transportista que
lo vaya a realizar.
Los operadores logísticos son empresas especializadas en organizar, gestionar y controlar, por
cuenta ajena, las operaciones de aprovisionamiento, transporte, almacenaje o distribución de
mercancías que precisan sus clientes en el desarrollo de su actividad empresarial, pudiendo
utilizar en el desarrollo de sus operaciones infraestructuras, tecnologías y medios propios o
ajenos (art. 122 LOTT). Actúan en nombre de los propietarios de la mercancía, aportando sus
conocimientos y experiencias, así como su gran capacidad de oferta de servicios de transporte
a precios más ventajosos a los establecidos por las tarifas oficiales de las empresas porteadoras.
Las empresas de verificación de conformidad prestan un servicio auxiliar a medio camino entre
el transporte y el negocio para el que el transporte es parte de la entrega. Si el transportista
tiene que comprobar (art. 25 LCTTM) el estado de embalaje y el número de bultos, la compañía
de verificación de conformidad, comprueba la identidad técnica de las mercaderías con aquellas
que se ha comprometido a expedir. Pensemos, por ejemplo, en la compraventa internacional de
cualquier mercadería de calidad, especie o técnica determinada y que solo es comprobada su
identidad en destino. Estas entidades realizan esa comprobación en origen inspeccionando la
mercancía antes de su expedición para comprobar que cumpla con las normas de calidad y
seguridad respectivas del país de destino. No tienen una regulación específica.
Como quedó dicho anteriormente, este régimen legal jurídico privado se acompaña de las
normas de Derecho público directamente aplicables a esta rama de la actividad económica. Es
decir, la Ley 16/1987, de 30 de julio de Ordenación de los Transportes Terrestres (LOTT) y su
Reglamento de desarrollo aprobado por Real Decreto 1211/1990, de 28 de septiembre (ROTT);
así como en el transporte ferroviario, la Ley 38/2015, de 29 de septiembre, del Sector ferroviario
(LSF) y su Reglamento de desarrollo aprobado por Real Decreto 2387/2004, de 30 de diciembre
(RSF), modificado, entre otros por el Real Decreto 664/2015, de 17 de julio, por el que se
aprueba el Reglamento de Circulación Ferroviaria.
Este «paquete» normativo se complementa con la Ley 25/2009, Ley Omnibus (en especial arts.
20-25) y con la Ley 2/2011 de Economía Sostenible (en especial arts. 93 a 98, disps. ads. 3ª y 4ª
y disp. finales 4ª, 22ª y 23ª). Debemos tener en cuenta, además, lo previsto en la Orden
FOM/1882/2012, de 1 de agosto, por la que se aprueban las condiciones generales de
contratación de los transportes por mercancías por carretera, en cumplimiento de lo
establecido en la Disposición adicional 3ª de la LCTTM.
1) La regulación es común para los contratos de transporte terrestre tanto por carretera
como por ferrocarril.
2) Nos encontramos ante una regulación de carácter dispositivo para las partes
contratantes, excepto en lo referente al orden público y determinados contenidos que se
establecen como imperativos (por ejemplo, las normas referidas a la responsabilidad del
porteador y a la prescripción de las acciones derivadas de la propia LCTTM).
La Ley determina los sujetos que pueden formar parte del contrato. Se señala la presunción de
contratación en nombre propio para los habituales contratantes o intermediarios en este tipo
de contratos (art. 5). Además, se hace mención expresa a los porteadores efectivos, para regular
la cuestión de la intervención de varios sujetos por vía de subcontratación en el transporte (art.
6).
1. La carta de porte firmada por ambas partes hará fe de la conclusión y del contenido
del contrato, así como de la recepción de las mercancías por el porteador, salvo prueba en
contrario.
Existen, además, supuestos en los que su expedición es obligatoria ex lege, como es el caso de
los contratos de transporte continuados celebrados con un trabajador autónomo
económicamente dependiente.
2) El contenido facultativo que comprende lo que las partes quieran reflejar como
resultado de sus acuerdos.
De forma detallada se establece el contenido de la carta de porte en la condición 2.3 del Anexo
de la Orden FOM/1882/2012, al que nos remitimos.
La carta de porte se emitirá una vez que el porteador haya recibido las mercancías y haya
verificado las condiciones en que se encuentran. Se trata de un examen limitado y externo,
centrado en comprobar las condiciones de embalaje o la apariencia de las mercancías
entregadas por el cargador. Según lo establecido en el art. 25 de la LCTTM el porteador hará
constar en la carta de porte, de forma motivada, los defectos y dudas que se deriven del
mencionado examen, así como si se ha podido realizar o no esta verificación inicial de las
mercancías.
Se establece la obligación de emitir una carta de porte para cada envío y se prevé la posibilidad
de emitir tantas cartas como vehículos participen en el transporte, si así lo solicitan porteador o
cargador (art. 10.4). Deberán emitirse tres ejemplares originales de la carta de porte, que irán
signados por el cargador y el porteador (art. 11.1), aunque siempre pueden emitirse cuantas
copias se consideren conveniente por las partes.
En cuanto a la forma de signación de la carta de porte, servirá cualquier medio que resulte
adecuado para la acreditación de la identidad del firmante. Por tanto, no hay dudas sobre la
validez de la carta de porte electrónica ni tampoco sobre la firma electrónica de la carta.
Las reservas se benefician del régimen legal de la carta de porte, constituyendo, junto al resto
de las menciones de la misma, presunción iuris tantum del estado en que se encuentran las
mercancías. En la práctica, los porteadores se encuentran habitualmente en situaciones en las
que se hace muy difícil realizar las debidas comprobaciones en lo que a número y señales de los
bultos se refiere, cuestión tenida en cuenta por la Ley, ya que permite hacer constar tal
circunstancia en la propia carta siempre que justifique la carencia de medios para verificar la
exactitud de dichos datos (art. 25.3). Se trata de medidas de protección de los intereses del
porteador.
No podemos confundir las reservas que realiza el porteador con las que lleve a cabo el destinario
cuando las mercancías han llegado al lugar de destino.
Según el art. 10.7. “El cargador y el porteador responderán de los gastos y perjuicios que se
deriven de la inexactitud o insuficiencia de los datos que les corresponda incluir en la carta de
porte”.
Por su parte, la Ley prevé los efectos que producirán los diferentes incumplimientos, así como
las posibilidades para los casos en que no se haya pactado nada en torno a esta materia,
pudiendo llegarse incluso a entender que el porteador ha desistido del contrato por no poner a
disposición del cargador el vehículo, teniendo este derecho a contratar con otro porteador (art.
18). Para el caso de las paralizaciones del vehículo una vez puesto este a disposición del
cargador, por causas ajenas al porteador, y por tiempo superior al establecido por la Ley, podrá
el porteador exigir la indemnización correspondiente en concepto de paralización, señalándose
las diferentes circunstancias que dan lugar a distintas cantidades indemnizatorias (art. 22).
El porteador deberá utilizar un vehículo que sea adecuado para el tipo y circunstancias del
transporte que deba realizar, de acuerdo con la información que le suministre el cargador.
2. Si existe plazo expreso previo entre las partes acerca del día y la hora u hora límite
para la puesta a disposición del vehículo y el porteador no cumple dicho plazo, el cargador
podrá desistir de la expedición de que se trate y buscar inmediatamente otro porteador.
1. Cuando el vehículo haya de esperar un plazo superior a dos horas hasta que se
concluya su carga y estiba o desestiba y descarga, el porteador podrá exigir al cargador una
indemnización en concepto de paralización.
2. Dicho plazo se contará desde la puesta a disposición del vehículo para su carga y
descarga en los términos requeridos por el contrato.
3. Salvo que se haya pactado expresamente una indemnización superior para este
supuesto, la paralización del vehículo por causas imputables al porteador, incluidas las
operaciones de carga y descarga, dará lugar a una indemnización en cuantía equivalente al
Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples/día multiplicado por 2 por cada hora o
fracción de paralización, sin que se tengan en cuenta las dos primeras horas ni se computen
más de 10 horas diarias por este concepto. Cuando la paralización del vehículo fuese superior
a un día el segundo día será indemnizado en cuantía equivalente a la señalada para el primer
día incrementada en un 25%. Cuando la paralización del vehículo fuese superior a dos días, el
tercer día y siguientes serán indemnizados en cuantía equivalente a la señalada para el primer
día incrementada en un 50%.
El art. 24 de la LCTTM aclara los deberes de información que el cargador tiene para el caso de
mercancías peligrosas, así como las posibilidades de actuación que el porteador tiene para el
caso de que no sea informado correctamente al respecto, y su obligación de comunicación
inmediata al cargador en caso de haber actuado según alguna de esas posibilidades. Sobre el
transporte de mercancías peligrosas debe tenerse en cuenta, además, las previsiones
contenidas en Real Decreto 97/2014, de 14 de febrero, por el que se regulan las operaciones de
transporte de mercancías peligrosas por carretera en territorio español.
Salvo que la normativa reguladora de determinados tipos de transporte establezca cosa distinta,
conforme a lo establecido en el art. 20, las operaciones de acondicionamiento y carga-descarga
de las mercancías se atribuyen, respectivamente, a cargadores y destinatarios, salvo que el
porteador las asuma antes de la efectiva presentación del vehículo para su carga o descarga,
previendo el precepto la responsabilidad que asumen unos y otros en función de los daños que
puedan irrogarse a las mercancías durante las operaciones de carga y descarga, estiba o
desestiba, de tal forma que, si las he llevado a cabo el cargador o el destinatario, serán ellos
quienes respondan, salvo que el cargador haya realizado las mencionadas operaciones siguiendo
las instrucciones del porteador (art. 20.2 LCTTM).
1. Las operaciones de carga de las mercancías a bordo de los vehículos, así como las
de descarga de éstos, serán por cuenta, respectivamente, del cargador y del destinatario, salvo
que expresamente se asuman estas operaciones por el porteador antes de la efectiva
presentación del vehículo para su carga o descarga. Igual régimen será de aplicación respecto
de la estiba y desestiba de las mercancías.
Los arts. 25 a 28 de la norma establecen las actuaciones que debe llevar a cabo el porteador una
vez le han sido entregadas las mercancías. El porteador tiene el deber de guarda y conservación
de las mismas desde el momento en que las recibe hasta que las traslada a su destino (art. 28.1).
Debe realizar el transporte en las condiciones pactadas, por la ruta convenida o por la que
considere más idónea en función de las circunstancias y de las mercancías, en caso contrario,
debiendo entregar las mercancías en las condiciones en que las recibió. Con carácter previo,
conforme a lo establecido en el artículo 25, el porteador deberá realizar un examen externo de
las mercancías en el momento en que se hace cargo de las mismas, comprobando, además, la
exactitud de las menciones de la carta de porte relativas al número y señales de los bultos.
Deberá hacer mención en la carta, de forma motivada, a aquellas objeciones o defectos que
Prevé el legislador, que estas actuaciones se llevarán a cabo por el porteador en presencia del
cargador o sus auxiliares, o, en caso de que no sea posible, ante Notario o con asistencia del
Presidente de la Junta Arbitral del Transporte competente o persona por él designada (art. 26.3).
Por otra parte, el porteador tendrá derecho a rechazar los bultos que se presenten mal
acondicionados o mal identificados, sin la documentación necesaria, etc., comunicándolo
debidamente al cargador (art. 27). También el porteador podrá supeditar el traslado de la
mercancía a la aceptación de las reservas hechas por el cargador en la carta de porte.
Los gastos que se puedan ocasionar al porteador por todo lo relacionado con la comunicación
y solicitud y ejecución de instrucciones solicitadas y dictadas por el cargador, correrán a cargo
de este último salvo culpa del porteador (arts. 31.3 y 32.2). Por último, es de destacar la
posibilidad de actuación que se da al porteador cuando se está ante mercancía de determinada
naturaleza o en determinado estado, ya que podrá solicitar directamente a la Junta Arbitral de
Transporte competente o ante el órgano judicial, la venta de la mercancía sin esperar
instrucciones, de tal modo que el producto de la venta quedará a disposición de quien
corresponda deduciéndose el precio del transporte y de los gastos ocasionados.
Las mercancías deberán ser entregadas en los plazos previstos y ponerse a disposición del
destinatario en el mismo estado en el que se recibieron, atendiendo a lo establecido en la carta
de porte. En el momento de la entrega pueden surgir desavenencias entre las partes en torno al
estado en el que han llegado las mercancías. Estos conflictos se resolverán mediante la
designación de perito, de común acuerdo o judicialmente, o por la Junta Arbitral de Transporte
correspondiente, sin que ello impida la posibilidad de recurrir a la vía judicial, cuando no se esté
de acuerdo con la decisión adoptada por dichos órganos.
El destinatario puede ejercer los derechos que se derivan del contrato de transporte tras la
solicitud de la entrega de las mercancías (al llegar éstas), o después del momento en que
debieran haber llegado. Ahora bien, antes de actuar, está obligado a abonar el pago del
transporte y de los gastos causados, o si hubiera discrepancias sobre estos conceptos, prestar
caución suficiente. Es decir, antes de hacer valer sus derechos, el destinatario está obligado a
cumplir en todo caso sus obligaciones como tal (art. 35 LCTTM).
También la ley recoge una serie de circunstancias por las que se hace imposible la entrega de la
mercancía al destinatario, tras lo que tendrá el porteador que comunicarlo al cargador, que
habrá de dar las instrucciones correspondientes.
En el pago del precio del transporte, el legislador consagra la presunción legal de que se realiza
a portes pagados, ya que a falta de pacto se entiende que el cargador tiene la obligación de
pagar el precio del transporte y demás gastos (art. 40 LCTTM), pago que deberá efectuarse, por
otro lado, en el momento en el que la mercancía haya llegado al lugar de destino y haya sido
puesta a disposición del destinatario, salvo que se prevea otra cosa en el contrato (art. 39
LCTTM). Ahora bien, cuando se pacte que sea el destinatario el encargado del pago del precio,
estará obligado a hacerlo tras aceptar la mercancía y si no lo hiciera será responsable subsidiario
el propio cargador.
Si el transporte fuese ejecutado de forma parcial, el porteador solo puede exigir el precio en
proporción a la parte ejecutada, siempre que dicha ejecución parcial pueda reportar algún
beneficio al deudor del precio del transporte. En cualquier caso, si la inejecución se debe a
causas imputables al cargador o al destinatario, el porteador está en su derecho de exigir el
precio íntegro (art. 40).
La ley dispone una serie de medidas que favorecen el cobro del precio y los gastos de transporte
por parte del porteador. Así el art. 40 recoge la posibilidad que tiene el porteador de no entregar
la mercancía si el obligado al pago de las mismas y de los gastos, no lo hace o no presta caución
suficiente, teniendo en tal caso que depositar las mercancías judicialmente o ante la Junta
Arbitral de Transporte correspondiente y pedir su enajenación para la obtención de lo debido,
para lo que el plazo legal es de diez días desde el impago. Hay además una remisión a la Ley de
3/2004, de 29 de diciembre (debemos entender que o la norma que la sustituya) por la que se
establecen medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales, entrando en
juego por tanto un mayor interés del dinero, a pagar por el obligado al pago que incurre en mora
tras el plazo de treinta días desde la fecha establecida para el mismo (art. 41). Este precepto
concluye estableciendo la nulidad de determinados pactos cuando sean abusivos en perjuicio
del porteador, remitiéndose, una vez más para regular esta situación, a la Ley 3/2004 y la Ley
15/2010, de 5 de julio, de modificación de la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, por la que se
establecen medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales.
En cualquiera de los casos anteriores, el porteador puede solicitar ante el órgano judicial o ante
la Junta Arbitral de Transporte (y siempre que se den unas concretas circunstancias), la
enajenación de las mercancías sin esperar a recibir instrucciones concretas del que tenga
derecho sobre ellas.
A. El fundamento de la responsabilidad
Vemos que el art. 46 LCTTM establece como imperativo el régimen de responsabilidad del
porteador. El art. 47 LCTTM contempla tres supuestos de responsabilidad (pérdidas, averías y
retrasos, y prevé un sistema de responsabilidad de carácter contractual que se completa con el
establecimiento de una serie de causas de exoneración (art. 48). Por su parte, el art. 49
contempla las presunciones de exoneración.
El sistema se basa en la responsabilidad por culpa con inversión de la carga de la prueba. Ante
un perjuicio, el porteador es responsable a no ser que demuestre la concurrencia de una causa
exoneratoria. Esta responsabilidad es indisponible por las partes (art. 46.1 LCTTM).
Pero, ¿a partir de qué momento responde el porteador? Según el art. 28.1 el porteador tiene la
obligación de guardar y custodiar las mercancías, desde que las recibe en origen hasta que las
entrega en destino, pero también será responsable durante el período de carga y descarga,
siempre que sea el quien se encargue de llevar a cabo dichas operaciones.
En definitiva, la responsabilidad del porteador será por la pérdida total o parcial de las
mercancías, por las posibles averías o menoscabos, o por el retraso en la ejecución del
transporte en los términos previstos en esta Ley. En caso de incumplimiento de otras
obligaciones derivadas del contrato de transporte, responderá según las reglas generales de
responsabilidad contractual cuando no exista una regulación específica al respecto.
Las causas de exoneración de esa responsabilidad establecidas de modo taxativo (art. 48 LCTTM)
se basan en la prueba de que el daño causado es imputable al cargador o al beneficiario. La
norma incluye también una serie de presunciones de exoneración. Son presunciones iuris
tantum por lo que cabe prueba en contrario, que corresponde al porteador.
porteador, por vicio propio de las mercancías o por circunstancias que el porteador no pudo
evitar y cuyas consecuencias no pudo impedir.
2. En ningún caso podrá alegar como causa de exoneración los defectos de los
vehículos empleados para el transporte.
3. Cuando las averías ocasionen la depreciación de tan sólo una parte de las
mercancías transportadas, la indemnización no podrá exceder de la cantidad que
correspondería en caso de pérdida de la parte depreciada.
Nos encontramos con el problema de determinar el valor que tiene la mercancía una vez
averiada, ya que la avería ha podido afectar en mayor o menor grado a la mercancía e incluso
ha podido dejarla inservible.
2. Idéntico derecho asistirá al destinatario en los casos de averías, cuando las mismas
hagan que las mercancías resulten inútiles para su venta o consumo, atendiendo a la
naturaleza y uso corriente de los objetos de que se trate.
En resumen, estamos ante varios supuestos: 1) la avería que deja la mercancía totalmente inútil
que se equipara a la pérdida total, 2) el caso en que la parte no entregada convierte en inservible
a la parte que sí se entregó, y 3) el transcurso de los plazos establecidos sin que se haya
producido la entrega, que equivale a la pérdida total.
2. La indemnización por los perjuicios derivados de retraso no excederá del precio del
transporte.
En caso de retraso, la indemnización no podrá superar el precio del transporte, aunque suele
ser habitual que el daño causado si lo supere. Por último, aunque surja la obligación de
indemnizar por varios conceptos, la cantidad total de la indemnización no podrá ser superior a
la suma debida en caso de pérdida total de las mercancías.
Aunque los límites establecidos por la Ley se expresan en términos de «no podrá exceder»,
todos son superables si así se pacta. En este sentido, no pueden existir pactos que aminoren la
responsabilidad del porteador, pero si cabrán acuerdos que aumenten dicha responsabilidad.
Por otra parte, quien recibió indemnización por la mercancía perdida tiene la posibilidad de
recuperarla si ésta reapareciese dentro del período de un año. Para ello, deberá pedírselo al
porteador y este tendrá que entregar un recibo justificativo de tal solicitud. Después, el
interesado en la recuperación podrá exigir la entrega de la mercancía teniendo antes que
reembolsar las siguientes cantidades: las determinadas en la carta de porte y las
correspondientes a la indemnización recibida. A estas podrá deducir lógicamente los gastos
resarcibles y la indemnización por retraso que la propia Ley establece.
En lo relativo a la superación de los límites indemnizatorios expuestos hasta ahora, existen dos
regímenes diferentes: 1) Por un lado, el apartado primero del art. 61 que establece una
sustitución de la posible indemnización legal, por una cantidad superior declarada como valor
de la mercancía y que conllevará un suplemento en el precio del transporte, ya que el porteador
ve aumentada su responsabilidad. 2) Por otro lado, del art el apartado segundo. 61, da la
posibilidad al cargador de declarar en la carta de porte el montante de un interés especial en la
entrega de la mercancía, que le permitirá reclamar además de la indemnización legalmente
establecida, una cantidad adicional e independiente de la anterior.
También cabe aumentar el límite de indemnización que se prevé para los casos de pérdida y
avería, que igualmente permitirá al porteador exigir un suplemento del precio del transporte.
La Ley detalla el momento concreto en que ha de comenzar el cómputo del plazo para entablar
la reclamación:
- En caso de pérdida parcial, avería y retraso el plazo dará comienzo desde la entrega al
destinatario.
- En situación de pérdida total de las mercancías comenzará a los 20 días del plazo
convenido de entrega o transcurridos 30 días desde que el porteador se hiciera cargo de la
mercancía cuando no se pactó plazo alguno para la entrega.
Su ámbito objetivo se limita a aspectos parciales del contrato de transporte: documentos del
transporte y cuestiones conexas; derechos de porteadores y cargadores o destinatarios; y, al
establecimiento del régimen de responsabilidad del porteador por pérdidas, averías o retrasos.
Las partes del contrato son las mismas que en el transporte nacional, planteándose los mismos
problemas apuntados anteriormente.
Al igual que en el contrato de transporte nacional de mercancías por carretera, estamos ante un
contrato consensual, sin que la ausencia, irregularidad o pérdida de la carta de porte afecte a su
existencia o validez (art. 4). Ello no impide que, en la mayoría de los supuestos el contrato se
documente en una carta de porte cuyo tratamiento jurídico es prácticamente idéntico al
analizado en relación con el transporte nacional.
- Deberá custodiar las mercancías una vez recibidas y efectuar el transporte en el plazo previsto.
-Deberá solicitar las instrucciones del cargador o del destinatario en los supuestos en los que el transporte
sea irrealizable, o sea imposible proceder a la entrega de las mercancías.
-Se le impone el deber de entrega de las mercancías, complementada con toda la documentación e
instrucciones necesarias para la correcta ejecución del transporte.
-Deberá abonar los gastos del transporte, cuando así se haya convenido, recayendo en otro caso en el
destinatario, como condición para poder exigir la entrega de las mercancías en destino.
-Tendrá derecho a la disposición sobre las mercancías, en los estrictos términos consagrados en el artículo
12 del Convenio.
El Convenio no alude a los sujetos a los que compete la carga y descarga de las mercancías,
quedando la materia reservada al pacto entre las partes y, en su defecto, supletoriamente, al
Derecho nacional.
Mención especial merece el exhaustivo tratamiento que realiza la Norma Internacional sobre la
responsabilidad del porteador. Establece un sistema doble:
2º) el segundo, de la responsabilidad en la que incurre el porteador en aquellos casos en los que
la mercancía llega a su destino, en perfecto estado, pero con retraso respecto de los plazos
establecidos (arts. 20, 23.5 y 26). A ello unimos, además, el establecimiento de regímenes
especiales de responsabilidad vinculados al transporte a temperaturas especiales (art. 18.4); a
supuestos de defectos mecánicos (art. 17.3), o a los casos en los que interviene más de una
causa (art. 17.5).
Como en la mayoría de los Convenios sobre transporte, el Convenio de Ginebra (CMR) establece
un sistema de limitación de la responsabilidad del porteador que se concreta, por un lado, en la
previsión de que solo serán indemnizables los daños materiales directos e inmediatos,
excluyéndose, en consecuencia los daños indirectos o consecuenciales, tales como el lucro
cesante (salvo que la causa de la responsabilidad sea el retraso); por otro, en el establecimiento
de un sistema de cláusulas de exoneración; y, por último, en la limitación en la cuantía o suma
de la responsabilidad, que dependerá del motivo causante del daño (pérdidas, art. 23; averías,
art. 25).
Las limitaciones indicadas en el párrafo anterior no se aplicarán en los supuestos en los que las
partes hayan pactado expresamente un montante indemnizatorio superior (declaración de
valor, art. 24); en los casos en los que se pacte un interés especial de entrega (ex art. 26); o en
aquellos casos en los que el daño se haya causado, por dolo, o por culpa equiparable al dolo
conforme a la Ley de la jurisdicción que conozca de la reclamación, del porteador (art. 29).
En este caso, la prestación a realizar se proyecta sobre una persona, lo que atribuye al contrato
características diferentes: no cabe hablar de entrega, ni al comienzo ni al fin del contrato, y no
existe la figura del consignatario ni del cargador.
es el traslado del pasajero al lugar de destino, sin sufrir menoscabo alguno en su persona o en
su equipaje.
Este régimen difiere según estemos ante transportes regulares (que se efectúan conforme a
itinerarios, calendarios y horarios preestablecidos) o discrecionales (que no responden a dichos
criterios de prefijación). En el caso de los transportes regulares hay que tener en cuenta su
carácter permanente (realización continuada para atender necesidades estables) o temporal
(destinado a atender un tráfico temporal o coyuntural); así como, su uso general (demanda
colectiva) o especial (destinado a grupos específicos de usuarios).
Porteador y viajero son los sujetos del contrato. El porteador asume la obligación de trasladar
incólume al viajero de la partida al destino, con las normales condiciones de comodidad,
ambiente, rapidez, etc., pactadas en el contrato. Por su parte, el viajero asume,la obligación
principal de abonar el precio, junto a las secundarias de cuidar el uso del vehículo, tomar las
precauciones normales de seguridad en su propia persona, etc.
El precio tiene un carácter especial. Salvo en el caso de los transportes privados, en los públicos
el precio se determinará conforme a tarifas fijadas por la Administración. No cabe duda de que
el contrato de transporte de viajeros por carretera tiene carácter oneroso, aunque también
existan supuestos de contrato gratuito, los denominados transportes interesados o de cortesía,
benévolos o de complacencia.
Los contratos de transporte de viajeros se entenderán convenidos conforme a las cláusulas del
contrato tipo establecido por la Administración y se formalizarán, a través de la expedición del
billete (art. 24 LOTT). Estas cláusulas o condiciones tipo tienen carácter supletorio en el
transporte discrecional, en el que prevalecen las condiciones estipuladas por las partes.
La responsabilidad del porteador alcanza tanto los daños personales (lesión, muerte...), como
los materiales y morales, tanto por accidente como por retraso, cancelación o interrupción
injustificada del viaje. Paralelamente a lo que sucede en el transporte de mercancías con la
obligación de custodia de las cosas transportadas, rige aquí una obligación de vigilancia, que en
caso de infracción genera la responsabilidad específica del porteador. En cuanto al ejercicio de
la acción de responsabilidad, no será necesario que el viajero formule reclamaciones previas al
ejercicio de la acción judicial, debiendo estarse a los plazos establecidos el CC.
No debemos olvidar, por otro lado, la obligación que pesa sobre el porteador de suscribir
seguros obligatorios que den cobertura a los daños ocasionados a los pasajeros.
Es aquel por el que el porteador transporta, carga, descarga y traslada una serie de objetos
enumerados en la propia norma: mobiliario, enseres y sus complementos. El legislador acota el
tipo de objetos susceptibles de ser transportados y el carácter taxativo de la norma impide
incluir el transporte de otros objetos. Los lugares desde y hacia donde se transportan los objetos
también son especificados a modo de lista cerrada: vivienda, local de negocio o centro de
trabajo, teniendo el mismo carácter antes expuesto en relación a los objetos transportados.
Sin embargo, el legislador prevé la posibilidad de que las partes acuerden otras prestaciones
adicionales, tales como la preparación, el armado o desarmado, el embalaje y el desembalaje
de los objetos a transportar. Deja así abierta la posibilidad de inclusión de otras operaciones que
la Ley califica como complementarias, creando la duda sobre qué operaciones poseen dicha
catalogación. Por ello, cabe plantearse si operaciones como el almacenaje de los objetos a
transportar, aunque sea por un breve período de tiempo, o su consignación en un
guardamuebles, pueden ser consideradas como complementarias de la mudanza cuando en sí
constituyen un depósito, con su propia regulación normativa diferente al contrato de mudanza.
Una vez que el cargador acepta el presupuesto, éste se convierte en prueba de la existencia y
contenido del contrato. Si bien el presupuesto tiene carácter obligatorio, el inventario de bienes
es opcional, aunque si alguna de las partes lo exige, tendrá que realizarse.
Al señalar las obligaciones del porteador en el art. 74, se puede observar cierta contradicción
con lo establecido en el art. 71, pues en este se configura la operación de carga y descarga como
una obligación esencial o consustancial al contrato de mudanza mientras que las operaciones
de armado y desarmado, embalaje y desembalaje serán pactadas por las partes. Sin embargo,
el art. 74 parece poner tanto las operaciones de carga y descarga como las que se acaba de
mencionar al mismo nivel, teniendo que asumirlas el porteador a falta de pacto expreso.
Como deber de información por parte del porteador, se establece que tendrá que poner en
conocimiento del cargador las normas administrativas que sean aplicables al traslado pactado,
así como informar sobre la posibilidad de concertar un contrato de seguro que cubra el riesgo
de daños a los bienes objeto de la mudanza, cuya conclusión no liberará de responsabilidad al
porteador. Este deber de información es de suma importancia para el porteador pues su
incumplimiento acarreará la no aplicación de las normas de limitación de su responsabilidad
(art. 76 LCTTM). En cuanto a las causas y presunciones de exoneración de responsabilidad del
porteador, son, junto con algunas específicas, aplicables las generales del contrato de transporte
terrestre de mercancías por expresa remisión (art. 75 LCTTM).
El límite de indemnización del porteador por daños o pérdidas de los bienes transportados es
superior al señalado por la Ley para el contrato de transporte, tomando como referencia de
nuevo el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples/día y su relación con el metro cúbico
de espacio de carga necesario para el cumplimiento del contrato. Se excluyen de este límite
indemnizatorio los daños que sufre el cargador en bienes de su propiedad, distintos de los
transportados en la mudanza, para los que existirá responsabilidad ilimitada.
La acción por pérdida o avería de los bienes queda condicionada a que el cargador manifieste
por escrito sus reservas al porteador o a sus auxiliares distinguiendo como ya se hiciera para el
contrato de transporte, entre averías aparentes, que deberán manifestarse en el acto de
entrega, o no aparentes, para las que se establece un plazo de 7 días hábiles.
Este tipo de contrato implica que existe un contrato único asumiendo cada uno de los
transportistas la responsabilidad por la ejecución íntegra del mismo, aun cuando su intervención
directa se limite a una parte del trayecto.
El art. 64.1 de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías, establece que el
contrato debe documentarse en una sola carta de porte, en la que además tiene que recogerse
la ejecución de los diversos trayectos y quién los realiza. Nos encontramos ante un tipo de
responsabilidad solidaria. El art. 64 matiza este tipo de responsabilidad en el sentido de hacer
desplegar su eficacia siempre y cuando se den unos requisitos claramente expuestos: la
obligación surge para el segundo y siguientes porteadores a partir del preciso momento en que
se les hace entrega material de la mercancía y de la carta de porte cumplimentada con los datos
señalados detalladamente por la norma.
Una vez fijado esto se establece una nueva limitación al ejercicio de la acción derivada del
contrato. Así, la responsabilidad solidaria opera siempre y cuando se cumpla además la siguiente
condición: solo podrá dirigirse la acción contra un porteador que no sea el primero o el último,
en el caso en que el daño causado a la mercancía se haya producido en el trayecto por él llevado
a cabo. Esto será muchas veces difícil de probar por parte del cargador o del destinatario,
máxime si no se hizo uso por parte de los distintos porteadores de las reservas oportunas, por
lo que la legitimación pasiva en cuanto a una posible responsabilidad solidaria quedaría reducida
al primero y al último de los porteadores, por la limitación impuesta por la propia Ley. En
conclusión, la responsabilidad que tan claramente parecía tener un carácter solidario, pierde
eficacia y efecto de protección para el acreedor del contrato de transporte al establecerse las
numerosas limitaciones arriba explicadas.
El porteador frente al que se haya entablado la reclamación y se haya visto obligado a pagar una
indemnización según lo establecido en los artículos que regulan esta modalidad de contrato,
tendrá derecho a repetir contra el resto de los porteadores que han participado en la ejecución
del mismo. El porteador sobre el que se ejerce el derecho de repetición no podrá formular
protesta o promover discusión porque el porteador frente al que en primer término se presentó
la reclamación pagara cuando la indemnización fuera fijada judicial o arbitralmente,
habiéndosele informado del proceso y de su derecho a intervenir en este.
Dado el elevado coste de las infraestructuras y de los propios vehículos, el transporte ferroviario
se ha considerado como un servicio público, explotado en régimen de monopolio por la empresa
pública RENFE, hasta casi el año 2005.
La primera norma comunitaria, en este sentido, fue la Directiva 91/440/(CE), sobre desarrollo
de los ferrocarriles comunitarios, que impuso la separación contable de las infraestructuras y de
los servicios. A ella siguieron la Directiva 95/18/(CE), sobre concesión de licencias a las empresas
ferroviarias y la Directiva 95/19/(CE), sobre la adjudicación de las capacidades de las
infraestructuras ferroviarias y la fijación de los correspondientes cánones de utilización.
Estas disposiciones no tuvieron el efecto deseado, por lo que en 2001 se aprobó el Primer
Paquete ferroviario, formado por cuatro directivas que tenían como objetivo regular las
infraestructuras ferroviarias y facilitar que las empresas que quisieran operar en el sector
pudieran acceder a dichas infraestructuras en condiciones de igualdad, transparencia y
objetividad, garantizando, en todo caso, la seguridad del transporte ferroviario.
Fruto de los trabajos llevados a cabo para la elaboración del Libro Blanco «La política europea
del transporte de cara al 2010», se aprobó el Segundo Paquete ferroviario, cuyo objetivo era la
A pesar de que la nueva Ley del Sector Ferroviario y el resto de disposiciones consiguen una
liberalización del sector, la Ley continúa atribuyendo numerosas facultades a la Administración.
Así, se encomienda el otorgamiento de las licencias y las labores de inspección a la Dirección
General de Ferrocarriles. A La Administración de Infraestructuras ferroviarias (ADIF), que ha
reemplazado a RENFE en la administración y gestión de infraestructuras, se le encomienda la
construcción de otras nuevas y la adjudicación de la capacidad de infraestructura. RENFE-
operadora, será el organismo público encargado de la prestación del servicio. Por último, el
Comité de Regulación Ferroviaria y Aeroportuaria, será el organismo encargado de garantizar la
pluralidad de operadores, controlar el mercado y resolver los conflictos que puedan surgir en el
mismo.
Según los art. 1 y 2 de la LCTTM, la norma se aplica a los contratos de transporte de mercancías
que se desarrollen por vía terrestre, por medios mecánicos con capacidad de tracción propia,
comprendiendo, tanto el transporte de las mismas por carretera como por ferrocarril.
Hasta 2009 no existía un tratamiento uniforme del contrato de transporte de mercancías por
ferrocarril, esto suponía que las disposiciones de carácter administrativo (LSF, RSF, LOTT y ROTT)
regulasen muchos aspectos relacionados con este contrato.
La Ley de Ordenación del Transporte Terrestre define el transporte por ferrocarril como aquel
en el que los vehículos en los que se realiza circulan por un camino de rodadura fijo que les sirve
de sustentación y de guiado. Se excluyen de tal consideración los teleféricos, así como otros
medios análogos de transporte que utilicen cables, tractor o portador o que no tengan camino
terrestre de rodadura.
Tras esta introducción, vamos a poner de relieve aquellas especialidades que, en relación al
transporte nacional de mercancías por ferrocarril, se contienen en la LCTTM:
Estos plazos legales pueden ser modificados, además de por acuerdo entre las partes, por el
porteador, ampliándolos en aquellos casos en los que durante el viaje las mercancías se
transporten por líneas con diferente ancho de vías, por mar o por carretera, cuando no exista
conexión ferroviaria; o en aquellos otros en los que concurran circunstancias extraordinarias
que entrañen un aumento anormal del tráfico o dificultades anormales de explotación (art.
33.2).
Las Reglas CIM se asemejan a las normas sobre transporte de mercancías por carretera
(Convenio CMR). Conforme a lo establecido en su art.1.1 las Reglas resultan de aplicación al
contrato de transporte ferroviario de mercancías, así como a determinados contratos
multimodales (apartados 3º y 4º).
Aunque no hay unanimidad en la doctrina, las Reglas se aplican, exclusivamente, a los contratos
onerosos, a pesar de que la CIV son de aplicación también a los gratuitos y no se encuentre
argumento que justifique el tratamiento diferenciado más allá de la vinculación a la actividad
empresarial. La onerosidad del contrato, o los gastos derivados del mismo, son, conforme al art.
10, de cuenta del expedidor-cargador, salvo estipulación en contrario y con excepción del
supuesto previsto en el párrafo segundo del precepto.
Las Reglas CIM son normas de carácter imperativo, y solo podrán alterarse en los supuestos
expresamente previstos. De hecho, cualquier cláusula que las contravenga se considerará nula
y no producirá efecto alguno. Esto no impide, sin embargo, que el transportista pueda asumir
obligaciones o responsabilidades superiores a las previstas en las Reglas (art. 5).
En el transporte internacional por carretera la carta de porte hace fe de las condiciones del
contrato de transporte y de la recepción de las mercancías por el transportista, así como del
estado de las mismas y de su embalaje. Se debe tener en cuenta el derecho de comprobación
inicial que asiste al porteador (derecho, que no obligación, a diferencia de la CMR), y de hacer
constar en la carta las reservas motivadas que estime (arts. 11 y 12).
En cuanto al contenido del contrato, antes de iniciarse el transporte, las Reglas imponen junto
a la obligación de emitir y entregar la carta de porte, la de entrega de las mercancías al
porteador, remitiendo a la voluntad de las partes la determinación de a quien compete la carga
y descarga de las mismas (art. 13). A falta de pacto corresponde al transportista con respecto
a los bultos y al cargador en relación con los vagones completos. Se imputa al expedidor la
responsabilidad por cualquier daño que pueda ocasionar al transportista la carga defectuosa,
así como por los daños o defectos en el embalaje (art. 14).
No se obliga al transportista a verificar el estado y/o circunstancias de las mercancías (art. 11).
Si lo hace, tendrá derecho a efectuar en la carta de porte las reservas que estime.
El transporte deberá llevarse a cabo en los plazos previstos en el artículo 16, salvo que las partes
hayan acordado otros distintos, o que, concurriendo las circunstancias previstas en el párrafo 3º
del precepto, el transportista pueda fijar plazos suplementarios. A fin de dar cumplimiento a
esta obligación, debemos tener en cuenta que, en principio, recae sobre el expedidor el
cumplimiento de las obligaciones o formalidades aduaneras (art. 15).
§ 2 Con sujeción a lo dispuesto en los §§ 3 y 4, los plazos máximos de entrega serán los
siguientes:
a) envíos que utilicen, líneas con ancho de vías diferente, el mar, o una vía navegable interior,
una carretera, cuando no exista enlace ferroviario;
Las Reglas CIM regulan de forma detallada el procedimiento a seguir cuando se plantean
impedimentos para realizar el transporte (art. 20) o para efectuar la entrega de las mercancías
(art. 21). En el primer caso, se prevé la posibilidad de que el transportista traslade las mercancías
modificando el itinerario o consulte al derechohabiente (acreedor de las mismas) al respecto.
De no recibirse las instrucciones en un plazo razonable, el transportista adoptará las medidas
más favorables a los intereses de quien tenga que disponer de las mercancías.
3) Derecho a proceder a la venta de los efectos, conforme a las normas del lugar donde
se hallen, cuando la naturaleza de la mercancía o su estado lo justifique o cuando los gastos de
custodia sean desproporcionados en relación con su valor. El importe de la venta, deducidos los
gastos, se pondrá a disposición del derechohabiente.
Las Reglas CIM consagran, en términos semejantes al Convenio CMR, la responsabilidad del
porteador por pérdidas, averías en las mercancías o retrasos en su entrega, sean causados por
el mismo o por cualquiera de sus auxiliares (considerando como tales a los gestores de la
infraestructura ferroviaria, art. 40), desde el momento en que las recibe hasta que cumple con
la obligación de entregarlas, y con independencia de la infraestructura ferroviaria utilizada.
Por otro lado, no cualquier daño es indemnizable. Se supone que hablamos de daños de cierta
entidad, de tal forma que el transportista no responderá de mermas, normales y tolerables en
el transporte por ferrocarril (art. 31). Tampoco será responsable si prueba que concurren las
causas de exoneración previstas en el párrafo segundo del artículo 23, es decir, culpa del
derechohabiente, o circunstancias que el transportista no ha podido evitar o cuyas
consecuencias no ha podido obviar.
El transporte de viajeros por ferrocarril posee un régimen jurídico complejo, en el que conviven
normas internacionales (Reglas Uniformes relativas al contrato de transporte internacional de
viajeros y equipajes por ferrocarril (CIV) y comunitarias (Reglamento (CE) Nº 1371/2007, sobre
derechos y obligaciones de los viajeros por ferrocarril).
Por imposición del art. 4 del Reglamento, la celebración y ejecución de un contrato de transporte
y el suministro de información y billetes se regirán por las disposiciones de las Reglas CIV (arts.
6 a 25). También, el régimen de responsabilidad respecto de los pasajeros y sus equipajes, se
acomoda a los arts. 26 a 52 y 54 a 64 de las mencionadas Reglas (arts. 11 y 15 del Reglamento).
A la normativa anterior hay que añadir las normas nacionales contenidas en los arts. 59 y 86 y
ss. de la LSF, y las especialidades establecidas en el apartado 2 de la Disposición transitoria
primera de la LSF, para el supuesto de transporte de viajeros por ferrocarril con finalidad
turística.
Según el art. 6, el contrato es aquel por medio del cual el transportista se compromete a
transportar al viajero, así como, en su caso, a su equipaje y vehículo, al lugar de destino y a
entregar estos objetos en dicho lugar. Se trata de un contrato de carácter consensual,
adquiriendo el título de transporte o billete valor ad probationem, de tal forma que la falta,
irregularidad o pérdida del mismo no afecta a la validez ni eficacia del contrato. En este sentido,
el billete hará fe, salvo prueba en contrario, de la conclusión y del contenido del contrato. Se
presume que las personas que porten el billete están legitimadas para utilizarlo, eximiendo de
esta obligación a los menores de cuatro años. La LSF califica como infracción leve viajar sin
billete, usarlo de forma indebida o viajar a lugares diferentes del especificado en el documento.
Las Reglas CIV, contemplan el pago de un sobreprecio en el caso de que el viajero no presente
billete válido y si se niega a pagarlo, el viajero podrá ser excluido del transporte.
Distinto del billete es el talón de equipajes, que, salvo prueba en contrario, hace fe de la
facturación del mismo y de las condiciones de su transporte (art. 16 Reglas CIV). Como el billete,
tampoco se trata de un documento esencial cuya pérdida o irregularidad afecte a la existencia
o validez de los acuerdos sobre equipaje facturado. Ambos documentos podrán ser emitidos de
forma separada o en un solo documento, en soporte papel o por medios electrónicos.
En cuanto al equipaje, el viajero solo podrá llevar consigo los bultos de mano, así como animales
vivos, salvo que puedan molestar o incomodar a los viajeros o puedan causar un daño, debiendo
facturar el equipaje que le permitan las condiciones generales del contrato (art. 12 Reglas CIV).
En el sector del transporte es de especial importancia la información sobre las condiciones del
viaje (arts. 7 y 8 del Reglamento, 58 LSF y 87 y ss. RSF), sobre todo en lo concerniente a horarios
y tarifas, y a los seguros y afianzamientos contratados para cubrir posibles daños. Es también
obligación de la empresa ferroviaria el establecimiento de los mecanismos que permitan
tramitar las reclamaciones de los viajeros. La entrega del equipaje, en el lugar de destino, deberá
efectuarse contra entrega del correspondiente talón y, en su caso, contra el pago de los gastos
que graven el envío. En caso contrario, el transportista no está obligado a la entrega a no ser
que el viajero justifique suficientemente su derecho, pudiendo el transportista caso de no
considerar dicha justificación bastante, exigir una fianza (art. 22).
El viajero, por su parte, asume como obligación fundamental abonar el precio del billete y
conservar el título de transporte. Además, deberá mantener un comportamiento correcto y
someterse a los controles de seguridad correspondientes. En cuanto al comportamiento del
viajero, es curioso destacar el art. 9 de las Reglas CIV, que contempla la posibilidad de que
puedan quedar excluidos durante el viaje aquellos viajeros que representen un peligro para la
seguridad del vehículo o el resto de los viajeros, o para el buen funcionamiento de la explotación,
así como a aquellos que incomoden de manera intolerable a los demás viajeros. Los viajeros
expulsados no tendrán derecho a devolución del billete ni del precio que hubieren podido pagar
por el transporte del equipaje.
Respecto al incumplimiento de horarios, Las Reglas del Convenio Internacional sobre Transporte
de Viajeros y sus Equipajes por Ferrocarril (CIV) solo contemplan el supuesto de demora
irrazonable que impide la continuación de viaje en el mismo día, señalando que el porteador
solo podrá exonerarse, cuando concurran circunstancias que no ha podido evitar o impedir,
culpa del viajero o culpa de terceros que tampoco ha podido ser evitada por el porteador
aplicando la diligencia debida. No establece el montante de la indemnización, limitándose a
exigir el cómputo de los daños y de los gastos razonables de alojamiento y comunicación,
remitiendo al Derecho nacional el resarcimiento de otros daños. El Reglamento, por su parte, se
refiere exclusivamente a la demora en el transporte, estableciéndose que, si el retraso es
superior 60 minutos, el viajero tendrá derecho al reintegro del precio del billete y a la conducción
hasta el destino final por vía alternativa.
Atendiendo a la literalidad del precepto, y a las previsiones establecidas en el art. 69, lo relevante
no es como se lleve a cabo de forma efectiva el transporte, sino como se haya concertado el
mismo, es decir, si el mismo se ha celebrado como un contrato multimodal o unimodal.
Ahora bien, la protesta por pérdidas, avería y retraso se realizará según la normativa aplicable
al modo de transporte en que la entrega se realice o haya de ser realizada (art. 68.2), y ello, con
independencia del régimen de responsabilidad que pueda resultar aplicable.
Si se contrata un transporte terrestre y se realiza por otro diferente, o bien se utilizan varios
(paso de unimodalidad a multimodalidad), el régimen de responsabilidad aplicable será el más
beneficioso que resulte al comparar el terrestre con el/los efectivamente utilizados (art. 69.2).
El dinero sirve, ante todo, como unidad de cuenta o medida con la que se calcula el valor de
bienes y servicios. En segundo lugar, el dinero vale, es decir, tiene valor de cambio o adquisitivo:
es algo que se acepta a cambio de bienes y servicios o, dicho más sencillamente, es un medio de
pago; y, por eso, sirve también como depósito de valor (guardamos o ahorramos dinero).
Junto al dinero legal y de pleno poder liberatorio (en moneda o papel), existe el «dinero
bancario», que representa la mayor parte de la masa monetaria de las economías desarrolladas.
El progreso experimentado por el sistema económico, ha propiciado que los bancos y otras
entidades afines en las que el público deposita dinero, puedan crear medios de pago propios,
esto es, dinero (bancario). En efecto, los depósitos bancarios y los instrumentos bancarios que
Los contratos financieros se caracterizan por ceder y transmitir financiación, esto es, dinero o el
derecho a obtenerlo, a cambio de conferir a quien lo proporciona ciertos derechos patrimoniales
(especialmente derechos de crédito pecuniario, pero también otros, como los derechos de
participación o propiedad en las entidades prestatarias), tendentes a proteger los dos intereses
que, típicamente, persigue, en última instancia, todo financiador, que son la recuperación y la
remuneración de la financiación realizada. A esos derechos patrimoniales se les denomina en la
práctica activos (derechos) financieros y a las correspondientes obligaciones, pasivos
financieros.
Ahora bien, el mercado financiero, al igual que sucede con el mercado de bienes y servicios, no
es único, pudiendo distinguirse una pluralidad de mercados en función de distintos criterios:
Convencionalmente se sitúa en un año la barrera divisoria entre el corto y el medio y largo plazo.
Entre los mercados de dinero, destacan los mercados monetarios. Son mercados en los que se
opera al por mayor (mercado de mayoristas), de gran liquidez (se negocia a muy corto plazo,
semanas, días o incluso horas) y bajo riesgo debido a la elevada solvencia de las entidades (de
crédito o financieras) que participan en ellos. Su ejemplo más destacado es, quizá, el mercado
interbancario, en el que concurren las entidades de crédito que precisan o disponen de recursos
para financiación a corto plazo.
A) Al objeto de nuestro estudio, la función básica del sistema financiero es suministrar recursos
dinerarios a aquellos sujetos, públicos o privados, que lo requieran para atender sus necesidades
(personales o empresariales), utilizando los que, en un momento determinado, no precisan
otras entidades o sujetos, igualmente públicos o privados.
Para cumplir esta función, tienen que concurrir ciertas condiciones o presupuestos:
B) Junto a su función básica, el sistema financiero desarrolla otros dos cometidos importantes:
de las entidades que intervienen en estas operaciones de política monetaria. Por contra, la
reducción de la liquidez se alcanza mediante la transmisión de activos y su pago por parte del
mercado.
A. Fundamentos de la regulación
Un mercado financiero eficiente aparece como resultado de una acción normativa que haga
posible la concurrencia de las premisas necesarias para el cumplimiento de las funciones que se
le asignan.
3) En tercer lugar, deben señalarse las normas que atienden a la regulación de las
relaciones que se conciertan entre las partes y, especialmente, a los aspectos técnicos del
establecimiento y funcionamiento de los mercados organizados (tales como definición y
normalización de los activos contratados, sistemas y garantías de negociación y liquidación, etc.)
que resultan decisivos para garantizar la seguridad jurídica y la eficiencia económica de las
transacciones que en ellos se realizan.
B. Fuentes de la regulación
Desde una perspectiva formal, la regulación de los mercados financieros se lleva a cabo
mediante un sistema de fuentes muy complejo. Por una parte, nos encontramos con que las
relaciones e intercambios económicos desbordan los ámbitos estatales, lo que acentúa la
tendencia hacia una regulación supraestatal.
Sin embargo, en la medida en que los mercados siguen teniendo una base estatal, es esta
legislación la que tiene mayor peso e importancia. Sus características principales son:
a. El Banco de España.
El Banco de España, actual Banco Central español, integrado en el Sistema Europeo de Bancos
Centrales, es una entidad de Derecho público, con personalidad jurídica propia y plena
capacidad pública y privada que, para el desarrollo de su actividad y para el cumplimiento de
sus fines, actúa con autonomía de la Administración del Estado, desempeñando su función
administrativa con arreglo al régimen jurídico de las Administraciones Públicas y quedando
sometido al ordenamiento jurídico privado en sus demás actuaciones.
Funciones.
1) Servicio de tesorería pública. Podrá prestarlo en los términos que convenga con el Tesoro, y
con las Comunidades Autónomas que se lo soliciten, realizando por su cuenta ingresos y pagos,
y, en general, desarrollando cualquier otro servicio, quedando prohibida, en aras de la ortodoxia
y estabilidad financieras, la autorización de descubiertos o la concesión de cualquier otro tipo
de crédito.
3) Dirección y control de los sistemas generales de pagos nacionales. En este campo, el Banco
de España mantiene o controla distintos «sistemas de pago», esto es, organizaciones de medios
y personas con la función de compensar y liquidar global y multilateralmente los pagos que han
de realizarse en determinados grupos o conjuntos de transacciones económicas (por ejemplo,
las operaciones de política monetaria, etc.).
Para el adecuado ejercicio de las anteriores funciones, el Banco de España no sólo ostenta
potestades ejecutivas, sino también potestades normativas reglamentarias, pudiendo dictar
circulares, llamadas monetarias, cuando conciernen a la política monetaria y emisión de billetes
y monedas; y circulares que podemos denominar ordinarias, para el ejercicio de sus otras
competencias, cuando resulten precisas para el desarrollo de normas que le habiliten
expresamente al efecto. Unas y otras disposiciones se publicarán en el «Boletín Oficial del
Estado», y entrarán en vigor conforme a lo previsto en el apartado 1.º del artículo 2 del Código
Civil.
La Comisión Nacional del Mercado de Valores es un ente de Derecho público, con personalidad
jurídica propia y plena capacidad pública y privada (art. 16.1 LMV). Como el Banco de España,
en el ejercicio de sus funciones, la Comisión actuará de conformidad con el régimen jurídico de
las Administraciones Públicas, mientras que en sus adquisiciones patrimoniales y contratación
está sujeta sin excepciones a las normas del Derecho privado.
Funciones.
lugar, es el ente facultado por la Ley para la concesión o tramitación de las autorizaciones, en
ocasiones requeridas para el desarrollo de determinadas actividades o para la realización de
actos sujetos a previo control administrativo. Destacan, en segundo término, las facultades que
tiene atribuidas para que los mercados (es decir, los sujetos en ellos intervinientes) dispongan
de información suficiente (disclosure). Para ello tiene que llevar diferentes registros públicos de
documentos que deben someterse o remitirse a la Comisión (folletos informativos sobre
operaciones financieras, informes de auditorías de cuentas, etc.), así como publicar o difundir
los hechos o informaciones que puedan afectar a determinados valores y su precio. Se atribuyen,
en fin, a la Comisión las competencias de supervisión, inspección y sanción.
Al igual que el Banco de España, la Comisión podrá dictar, para el desarrollo y ejecución de
normas generales, siempre que cuente con habilitación expresa para ello, disposiciones
reglamentarias denominadas asimismo circulares, que también se publicarán en el «Boletín
Oficial del Estado» y que entrarán en vigor conforme a lo dispuesto en el apartado 1.º del
artículo 2 del Código Civil.
En nuestro ordenamiento esta actividad se reserva exclusivamente a los bancos, las cajas de
ahorro y las cooperativas de crédito (v. Ley 10/2014) que pueden, por ello, calificarse como
entidades de crédito en sentido estricto. Pero existen otras entidades de crédito en sentido
amplio, pues, aunque no realizan la actividad crediticia propiamente dicha, se les aplican en
parte sus disposiciones reguladoras. Son: el Instituto de Crédito Oficial, la Confederación
Española de Cajas de Ahorro, de los establecimientos financieros de crédito y de las
denominadas entidades de dinero electrónico.
A. Bancos
Los bancos se diferencian de otras entidades de crédito por su condición de sociedad anónima.
El titular de la actividad crediticia es una persona jurídica. Más aún, las particularidades de la
actividad crediticia y su conexión con intereses generales determinan que la sociedad anónima
bancaria sea una sociedad anónima especial. Por todo ello, su constitución requiere una
específica autorización administrativa, y la legislación vigente establece particulares requisitos
que separan la sociedad anónima bancaria de la sociedad anónima general que regula la Ley de
Sociedades de Capital.
B. Cajas de Ahorro
Son entidades de crédito que presentan ciertas singularidades a causa de su origen y naturaleza
fundacional. Esto lleva a las Cajas a tener que resolver determinadas cuestiones de un modo
específico y distinto que el resto de las entidades de crédito de carácter societario.
En primer lugar, deben establecer sobre qué bases fundamentar y ejercer el poder de dirección
empresarial, pues las cajas no tienen propietarios que gestionen, por sí o mediante
representantes, sus intereses. En segundo lugar, como corresponde a su naturaleza fundacional,
no persiguen una finalidad lucrativa, sino benéfico-social. De todo esto resulta una especial
complejidad que, en palabras del TC, «se concreta en su función social, así como en el carácter
representativo de los órganos de gobierno, con las exigencias derivadas de una gestión eficaz
que debe cumplirse con criterios estrictamente profesionales» (STC de 22 de marzo de 1988).
La reciente crisis económica y financiera les afectó de forma muy directa y determinó la práctica
desaparición de muchas de ellas. Actualmente, la nueva Ley 26/2013, de 27 de diciembre, de
Cajas de Ahorros y Fundaciones Bancarias ha recogido en un único texto (derogando, entre
otras disposiciones, la Ley 31/1985, de 2 de agosto y parcialmente el RD-l 11/2010, de 9 de julio)
el régimen jurídico de las Cajas de ahorro, tratando de reforzar los valores clásicos de estas
entidades, esto es, su carácter social y marcadamente territorial.
2) Respecto a la estructura de capital, las Cajas de Ahorro deberán crearse con un fondo
dotacional mínimo adecuado para su actividad (art. 4 del Decreto 1838/1975, de 3 de julio).
3) Los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorro son la Asamblea General, el Consejo
de Administración y la Comisión de Control, debiendo crearse dentro del Consejo las Comisiones
de Inversiones, Retribuciones y Nombramientos y de la Obra Social.
4) Por lo que se refiere al régimen aplicable a sus resultados, una vez atendidas las
reservas y provisiones que correspondan, y, en su caso, satisfechas otras asignaciones
obligatorias, el sobrante debe destinarse necesariamente a obras benéfico-sociales, esto es,
orientadas a actividades como la sanidad, investigación, enseñanza, cultura o asistencia social.
C. Cooperativas de crédito
Su objeto social se centra en el ejercicio de las actividades propias de las entidades de crédito,
pero con atención preferente a las necesidades financieras de sus socios y sin que el conjunto
de operaciones activas con terceros pueda alcanzar al 50% de los recursos totales de la entidad.
a) las cooperativas de crédito agrícola son las más numerosas e importantes dentro del sector,
pueden denominarse cajas rurales, y su objeto es la financiación de actividades agrícolas; y
b) las cooperativas de crédito no agrarias, de carácter industrial y urbano que atienden, por el
contrario, a necesidades de financiación gremial y profesional (médicos, abogados, etc.).
Los establecimientos financieros de crédito son, como los bancos, sociedades anónimas
especiales. Su característica distintiva está en que tienen vedada la posibilidad de financiarse
con depósitos (debiendo hacerlo con sistemas alternativos: mercado de valores, financiación
bancaria, etc.). Su actividad principal consiste en ejercer, una o varias de las actividades
siguientes:
Su régimen jurídico sigue, en líneas generales, las pautas establecidas para las entidades de
crédito en sentido estricto, aunque la prohibición de captar fondos reembolsables, explique y
justifique el menor nivel de exigencia que lo caracteriza, aplicándoseles el de aquéllas en lo no
previsto específicamente por su ley reguladora (v. Ley 5/2015).
7. FUNDACIONES BANCARIAS
La Ley 26/2013, ha introducido en nuestro sistema esta nueva figura para institucionalizar unas
fundaciones que no son consideradas entidades de crédito pero que se caracterizan por ostentar
una cierta participación (directa o indirecta, superior al 10 %) o una cierta influencia (poder
nombrar o destituir a algún miembro del Consejo de Administración) en alguna de ellas. Estas
fundaciones desarrollan su fin institucional, social o benéfico, pero tienen también una actividad
económica, que consiste en la tenencia y gestión de una participación significativa en una
entidad de crédito. Se rigen por la Ley 26/2013 y, con carácter supletorio, por la legislación
estatal o autonómica de fundaciones.
Los órganos de gobierno de las fundaciones bancarias son el Patronato, el Presidente, el Director
General y los demás órganos delegados o apoderados que puedan prever sus estatutos, de
acuerdo con la regulación general de las fundaciones.
El ordenamiento jurídico debe proteger los intereses privados que concurren en el desarrollo de
la actividad crediticia. Sin embargo, nos encontramos con que las entidades de crédito no sólo
son depositarias o prestamistas de fondos, sino que son, fundamentalmente, creadoras de
crédito y de dinero mediante su labor de intermediación, además de jugar un importante papel
en el sistema general de pagos. Esto permite comprender que los intereses en torno a su
solvencia y liquidez y, en suma, a su correcto funcionamiento, no sean sólo los puramente
privados o particulares de los contratantes y de las entidades de crédito, sino también los
generales o públicos, ya que estamos ante la realización de una función económica esencial para
el desenvolvimiento del sistema financiero y de la economía en general.
Por este motivo, junto a las normas que regulan las relaciones privadas que se producen en su
seno, existen otras públicas o administrativas que buscan propiciar las condiciones precisas para
garantizar esos intereses. Entre estas normas, destacan las que reservan la actividad crediticia a
las entidades que ya hemos estudiado y, sobre todo, las que establecen su regulación específica
para preservar la estabilidad, solvencia y liquidez esenciales para el buen funcionamiento del
sistema crediticio y de pagos en su conjunto.
A. Creación y registro
La solicitud de autorización deberá presentarse primero ante el Banco de España, y tendrá que
cumplir con los requisitos previstos en la legislación estatal para asegurar que la entidad nazca
con garantía de futuro (capital social adecuado a la actividad que se va a desarrollar, programa
de actividades y organización razonables, fundadores o participantes solventes, administración
y dirección profesionales e idóneas, etc.). El Banco de España, previo informe, propondrá al
Banco Central Europeo la concesión de la autorización, que tendrá que otorgar salvo que se
contradiga alguna norma europea. En el caso de que no se cumplieran las condiciones estatales,
es el propio Banco de España quien deniega la solicitud de autorización.
B. Período de tutela
Una vez constituida la entidad, se inicia un período de tiempo variable en el que tiene limitadas
determinadas actuaciones, con el fin de extremar las cautelas en las fases iniciales de la nueva
entidad (art. 8 RD 84/2015). En concreto, durante los tres primeros ejercicios, no podrán
repartirse dividendos, debiendo destinarse la totalidad de los beneficios de libre disposición a
reservas. Igualmente, durante los cinco primeros años, a partir del inicio de sus actividades, se
prohíbe o limita la posibilidad de conceder créditos, préstamos o avales en favor de socios,
consejeros y altos cargos de la entidad, por ejemplo. y se sujeta la transmisión inter vivos de las
acciones y su gravamen o pignoración a la previa autorización del Banco de España, que, en
general, realizará un seguimiento continuado de las operaciones y del cumplimiento del
programa de actividades presentado para la autorización.
C. Normas de solvencia
Se trata de un conjunto de normas cuya finalidad específica es que las entidades de crédito, muy
dependientes de la financiación de terceros, mantengan en todo momento un nivel suficiente
de solvencia.
Para garantizar la solidez necesaria en el mercado de crédito, se exige a las entidades de crédito
unos niveles determinados de «capital básico», que deben representar al menos el 8 % de la
suma total de sus “exposiciones” y “riesgos” (art. 92.1, c) del Reglamento Europeo 575/2013 y
art. 39 de la Ley 10/2014).
Hasta que no se cumpla la exigencia de recursos propios, las entidades de crédito están sujetas
a determinadas restricciones relativas al reparto de dividendos, la dotación de la obra benéfico
social, la retribución de las participaciones preferentes, las retribuciones variables de
administradores y directivos y la recompra de acciones, con independencia, además, de
constituir una infracción susceptible de ser sancionada administrativamente.
D. Propiedad y control
También, quienes alcancen una participación igual o superior al 5% de su capital, tienen el deber
de comunicarlo a la entidad de que se trate, así como cualquier variación, por aumento o
disminución, que suponga rebasar dicho porcentaje o sus múltiplos.
Por su parte, recordar que incluso tras el período de tutela, se someten a autorización
administrativa las adquisiciones de participaciones significativas.
E. Administración y gestión
F. Obligaciones de información
Esta competencia administrativa de supervisión e inspección era, antaño, exclusiva del Banco de
España. Sin embargo, ahora se comparte entre éste y el Banco Central Europeo en el marco del
Mecanismo Único de Supervisión (MUS) de las entidades de crédito de la Unión Europea. De
acuerdo con ello, se atribuye al Banco Central Europeo, con el auxilio del Banco estatal que
corresponda (el de España, en nuestro caso) la supervisión de las entidades de mayor dimensión
y, riesgo sistémico («entidades significativas») o que hayan recibido ayudas financieras; y al
Banco nacional, el de las demás. Pero, todo se realiza bajo criterios y pautas definidos por el
Banco Central Europeo.
como la europea (Directiva 2014/59 y Reglamento 806/2014) hayan configurado una nueva área
de intervención pública, distinta de la supervisión e inspección a la que antes hemos hecho
referencia, cuya finalidad es garantizar que si una entidad, a pesar de la regulación y supervisión
tradicionales, se sume en una situación de inviabilidad, su «resolución», en definitiva, su
liquidación y cierre, se produzca de la manera más eficiente y con la menor distorsión posible
del sistema financiero y económico.
También, se pretende someter a todas las entidades a un estrecho seguimiento que permita
reflejar no ya su situación actual, sino la previsible o que pueda anticiparse en función de
distintas circunstancias que puedan hacer peligrar su viabilidad, permitiéndose el
establecimiento de las medidas correctoras o preventivas necesarias.
Esta nueva regulación tiene como principio fundamental que las «resoluciones» se lleven a cabo
sin recursos, ayudas o fondos públicos, de forma que el coste de las crisis sea soportado, en
primer lugar, por la propia entidad, sus accionistas y acreedores; después, por el conjunto de las
entidades de crédito (que, a tal efecto, deben dotar el llamado Fondo de Resolución); y, sólo en
última instancia, por los depositantes, en la medida que no queden cubiertos por el Fondo de
Garantía de Depósitos. El Fondo Único de Resolución entró en funcionamiento el 1 de enero de
2016 y será dotado progresivamente por las contribuciones bancarias durante un periodo
transitorio que tendrá lugar entre 2016 y 2024, hasta alcanzar un tamaño equivalente al 1% de
los depósitos garantizados. En diciembre de 2015, el ECOFIN acordó que los estados miembros
de la Unión Bancaria pusieran a disposición de la Junta única de Resolución una facilidad de
préstamo para garantizar la financiación suficiente del Fondo único de Resolución. Estas
facilidades de préstamo individuales serán únicamente empleadas en última instancia. Por lo
que respecta a nuestro país, en virtud del Real Decreto-ley 4/2016, de 2 de diciembre, de
medidas urgentes en materia financiera se ha autorizado al Ministro de Economía, Industria y
Competitividad a firmar el Acuerdo de Facilidad de Préstamo entre el Reino de España y la Junta
Única de Resolución, por el cual se pone a disposición de la Junta Única de Resolución un importe
de hasta 5.291.000 miles de euros, como mecanismo de apoyo común durante el periodo
transitorio del Fondo Único de Resolución.
El Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria es una entidad de Derecho público que goza
de personalidad jurídica propia, correspondiendo su gobierno y administración a una Comisión
Rectora formada por once miembros designados por el Banco de España, por el Ministerio de
Economía, por el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas y por el Vicepresidente de
la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
Esta Sociedad tiene como objeto exclusivo el indicado, esto es, la tenencia, adquisición, gestión
y enajenación de los activos que las entidades en procesos de reestructuración y resolución le
hayan transferido (concretados por el RD 1559/2012, de 15 de noviembre). En su capital podrán
participar, además del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, que no podrá ostentar la
mayoría, las entidades de crédito, y las demás entidades calificadas como financieras.
El Fondo de Garantía de Depósitos, es una entidad dotada de personalidad jurídica pública, con
plena capacidad para el desarrollo de sus fines en régimen de Derecho privado, a las que deben
adherirse todas las entidades de crédito. Su patrimonio, con el que ha de hacer frente a sus
funciones de garantía, se nutre de las aportaciones ordinarias o extraordinarias de las entidades
de crédito en él integradas, y de los recursos captados en los mercados financieros mediante
cualesquiera operaciones de endeudamiento.
K. Régimen sancionador
El Banco de España no sólo supervisa e inspecciona, también sanciona las infracciones cometidas
por las entidades de crédito. Las infracciones se clasifican en muy graves, graves y leves. Tras el
oportuno procedimiento administrativo instruido por el Banco de España, las sanciones se
imponen, bien por el propio Banco, por el Ministro de Economía y Competitividad, o por el
Consejo de Ministros, dependiendo de su gravedad. Las sanciones suelen consistir en multas o
prohibiciones de actuación, y pueden recaer tanto sobre la entidad como sobre los responsables
de la infracción, pudiendo exigirse ambas de manera simultánea y conjunta. Finalmente, el
ejercicio de la potestad sancionadora de la Administración será independiente de la posible
concurrencia de delito o faltas penales. Es decir, se permite, en definitiva, la posibilidad de una
doble sanción, penal y administrativa, por unos mismos hechos.
b) En la mayoría de los casos, son contratos legalmente atípicos, pero dotados de una
acusada tipicidad negocial y social, hasta el punto de ser éste un sector en que los usos juegan
un papel de cierto relieve.
No existe en nuestra legislación una regulación general de los diferentes contratos bancarios.
Por este motivo, la autonomía de la voluntad y el acuerdo entre las partes tienen gran relevancia.
Ahora bien, por cuestiones prácticas la contratación bancaria se realiza, casi siempre, utilizando
condiciones generales predispuestas por las entidades de crédito. Por otra parte, el cliente
puede ser considerado como consumidor y, por tanto, beneficiario, de la especial protección
que el ordenamiento presta a quien participa desde esa posición subordinada en el tráfico de
bienes y servicios. La regulación convencional de los contratos bancarios debe, pues, respetar
las disposiciones tanto de la Ley de Condiciones Generales de la Contratación cuanto de la Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios. Junto a esas normas generales de
protección, el legislador ha establecido otras específicas que interesa mencionar, y que, ahora,
con carácter básico, se establecen en el art. 5 de la Ley 10/2014 para mayor protección del
cliente de entidades de crédito:
prestación o servicio recibido. Además, los documentos relativos a operaciones activas o pasivas
duraderas deberán recoger los extremos más importantes como los relativos al devengo y
liquidación de intereses, comisiones, reembolso anticipado de la operación, etc. Las entidades
de crédito también harán constar la equivalencia entre la suma de todos los intereses,
comisiones y gastos pagados por el cliente y un tipo de interés efectivo anual, expresando, en
definitiva, la denominada tasa anual equivalente (TAE), esto es, el precio efectivamente
satisfecho por la financiación obtenida.
B) Por otro lado, profundizando en la política legislativa de defensa del consumidor o usuario,
en este caso, de crédito, se han establecido distintas regulaciones específicas que, exponemos
resumidamente:
I. Contratos de financiación
1. Noción general y clases
II. El contrato de préstamo
2. Consideración general
3. El contrato de préstamo mercantil y el préstamo bancario.
Notas definitorias y caracteres
4. Objeto del contrato
5. Efectos del contrato
6. Intereses de demora
7. Extinción del contrato de préstamo
8. Préstamos especiales
III. La apertura de crédito
9. Concepto, función económica y naturaleza jurídica
10. Clases
11. Efectos del contrato
12. Extinción del contrato y liquidación de la cuenta
IV. El contrato de descuento
13. El descuento. Concepto, función económica y naturaleza jurídica
14. Clases de descuento
15. Caracteres y efectos del contrato
16. Extinción del contrato
V. El contrato de «factoring»
17. Noción general
VI. El contrato de arrendamiento financiero («leasing»)
18. Concepto, clases y naturaleza jurídica
19. Contenido y extinción del contrato
I. CONTRATOS DE FINANCIACIÓN
- Las operaciones de crédito consuntivo para satisfacer necesidades de índole personal o familiar.
-Operaciones de crédito productivo o empresarial, que, a su vez, pueden ser de explotación o
circulante, para financiar activos de esta clase.
-Operaciones de inversión, destinados a la financiación del inmovilizado.
2. CONSIDERACIÓN GENERAL
Art. 311 CCom. Se reputará mercantil el préstamo, concurriendo las circunstancias siguientes:
El art. 311 CCom establece que el préstamo tiene carácter mercantil siempre que una de las
partes, al menos, sea comerciante, y que las cosas prestadas se destinen a actos de comercio.
*Tantundem eiusdem generis, significa “la misma cantidad de géneros de la misma calidad”. Se trata de
una máxima de la ley que indica la obligación de devolver en la misma cantidad, la misma especie y la misma calidad
lo que se ha dado.
d) No formal, aunque la forma escrita si será necesaria en los préstamos con interés.
En el caso del préstamo bancario, las características anteriores se amoldan a las exigencias de
la moderna financiación crediticia. El préstamo bancario se configura por las partes como un
contrato consensual y bilateral. No es habitual que la entidad de crédito entregue previa o
coetáneamente el objeto del préstamo (normalmente, dinero), sino, más bien, que lo ponga a
disposición del cliente mediante la acreditación a su favor del importe de que se trate en la
correspondiente cuenta bancaria. Por otro lado, respecto a la forma, en el caso del tráfico
bancario, esta operación se documenta siempre por escrito. Además, con el fin de asegurar una
más fácil y segura ejecución se documenta en póliza o en escritura pública autorizada por
notario.
Según se desprende de los arts. 312 y 316 del CCom, el mutuo mercantil puede recaer sobre
dinero, valores y especies o cosas fungibles distintas del dinero y de los valores, lo que permite
que pueda hablarse de préstamo de mercaderías, valores y dinero. De todos ellos, el préstamo
bancario de dinero es el que tiene mayor importancia práctica, siendo poco habituales el
préstamo de mercaderías y de valores.
De acuerdo con la tesis del carácter real y unilateral del préstamo, el prestamista no asume
ninguna obligación, puesto que la entrega al prestatario del dinero o cosa fungible pactada no
es consecuencia o efecto del contrato, sino condición para su existencia. Inversamente, si el
préstamo se configura, como es habitual en la práctica, como contrato consensual y bilateral, el
prestamista está obligado a realizar esa entrega o puesta a disposición en las condiciones
pactadas.
En todo caso, el énfasis debe ponerse en las obligaciones del prestatario que son las siguientes:
El contenido de la obligación de restitución varía según cuál sea el objeto del préstamo:
a) Cuando el objeto del préstamo es dinero, el art. 312.1 CCom distingue dos supuestos
distintos:
1) Por un lado, las deudas de cantidad o suma que constituyen la regla general. En ellas
el prestatario cumple devolviendo el dinero o unidades de cuenta recibidas, pudiendo elegir la
clase de dinero o moneda que va a emplear para el pago, con tal que iguale el importe recibido.
O, dicho con palabras del Código, «pagará el deudor devolviendo una cantidad igual a la
recibida, en arreglo al valor legal que tuviere la moneda al tiempo de la devolución».
2) Por otro lado, el Código regula las deudas de moneda específica (por ejemplo, un
préstamo de mil euros) para el caso de que se haya pactado la devolución del préstamo en una
concreta moneda o divisa, en cuyo caso ha de devolverse otro tanto de la prestada, es decir,
igual cantidad o número de unidades de cuenta en la misma especie en que se recibieron.
Art. 312 CCom. Consistiendo el préstamo en dinero, pagará el deudor devolviendo una
cantidad igual a la recibida, con arreglo al valor legal que tuviere la moneda al tiempo de la
devolución, salvo si se hubiere pactado la especie de moneda en que había de hacerse el pago,
en cuyo caso la alteración que hubiese experimentado su valor, será en daño o en beneficio
del prestador.
En los préstamos de títulos o valores, pagará el deudor devolviendo otros tantos de la misma
clase en idénticas condiciones, o sus equivalentes si aquéllos se hubiesen extinguido, salvo
pacto en contrario.
Si los préstamos fueren en especie, deberá el deudor devolver, a no mediar pacto en distinto
sentido, igual cantidad en la misma especie y calidad, o su equivalente en metálico si se
hubiere extinguido la especie debida.
Debemos señalar que existen distintas formas de amortización o restitución del dinero
prestado. La amortización puede realizarse de una vez, al término del plazo pactado. Sin
embargo, en los préstamos bancarios lo más frecuente son las amortizaciones progresivas
mediante pagos parciales en plazos sucesivos, de igual o diferente cuantía, que se devengan sin
solución de continuidad desde el inicio del préstamo o tras un cierto período de carencia (por
ejemplo, un año). También es común en los préstamos bancarios, el pacto que permite la
amortización anticipada, que normalmente conlleva el pago de una compensación a la entidad
de crédito por los intereses que se dejan de ingresar o, si se prefiere, por la eliminación de un
plazo establecido en beneficio de ambas partes (art. 1127 CC).
Art. 315 CCom. Podrá pactarse el interés del préstamo, sin tasa ni limitación de ninguna
especie.
El Código, considera interés «toda prestación pactada a favor del acreedor», pudiendo así
distinguirse el interés nominal o teórico que se asigna en estrictos términos financieros a la
financiación, y el real o efectivo que, de hecho, se satisface tras la adición de comisiones (por
ejemplo, la comisión de apertura que en los préstamos bancarios se satisface en el momento
inicial del préstamo en compensación de los gastos en que, por información, estudio, etc.,
incurre la entidad de crédito con carácter previo a la formalización de la operación) u otros
gastos repercutibles, y que, como sabemos, la regulación administrativa de las entidades de
crédito obliga en ciertos casos a expresar mediante el cálculo y expresión de la denominada tasa
anual equivalente (TAE).
El interés puede ser fijo o variable. El interés variable es muy frecuente en los préstamos a largo
plazo, y la finalidad de la cláusula es mantener el equilibrio económico inicial durante toda la
vida del contrato. En la práctica suele fijarse añadiendo un margen o diferencial (spread) (0,5%,
1%, etc.) a algún índice, oficial o no (por ejemplo, el EURIBOR) del precio del dinero para que de
esta forma no quede al arbitrio de ninguna de las partes su variación. Algunas cláusulas pactadas
en préstamos a interés variable, como, singularmente, las llamadas «cláusulas suelo» pueden,
en algunos casos, reputarse abusivas, lo que ha dado lugar, al establecimiento de medidas para
la protección a los consumidores.
El recibo del capital por el acreedor, sin reservarse expresamente el derecho a los intereses
pactados o debidos, extinguirá la obligación del deudor respecto a los mismos.
C) Otras obligaciones derivadas del contrato. Con el fin de asegurarse frente al riesgo de
insolvencia sobrevenida del prestatario, es muy frecuente que el crédito se garantice personal
(firmas o avales de terceros) o realmente (con prendas o hipotecas de distintas clases). Además
6. INTERESES DE DEMORA
Distintos de los intereses remuneratorios que hemos estudiado son los intereses moratorios o
de demora que se ligan al incumplimiento del contrato. A ellos se refiere el art. 316 CCom
cuando establece que “los deudores que demoren el pago de sus deudas después de vencidas,
deberán satisfacer desde el día siguiente al vencimiento el interés pactado para este caso o,
en su defecto, el legal.”
*anatocismo: acción de cobrar intereses sobre los intereses de mora derivados del no pago de
un préstamo.
El art. 317 autoriza, sin embargo, a los contratantes para «capitalizar los intereses líquidos y
no satisfechos, que, como aumento del capital, devengarán nuevos réditos» siempre que se
pacte de forma expresa. La regla tiene como límite la interposición de una demanda, tras la que
no podrán hacerse nuevas acumulaciones de intereses al capital para exigir mayores réditos (art.
319 CCom).
Art. 319 CCom. Interpuesta una demanda, no podrá hacerse la acumulación de interés al
capital para exigir mayores réditos.
A diferencia del sistema del CCom, en el préstamo civil los intereses no se capitalizan y tan sólo
devengan los intereses legales desde que son judicialmente reclamados (art. 1189 CC).
A nuestro juicio, el régimen legal de los intereses de demora debe considerarse Derecho
dispositivo. La prohibición del anatocismo, la capitalización de intereses, la aplicación del tipo
pactado o legal de interés, etc., no son sino pautas normativas que tratan de mantener una
cierta proporcionalidad en la determinación del superior coste o prima de riesgo que ha de
satisfacerse por una financiación que, por alguna circunstancia, se desarrolla anómalamente.
Desde esta perspectiva, se puede reconocer a las partes una amplia libertad para fijar esa
remuneración adicional en los términos que tengan por oportunos, siempre que se respeten los
límites especiales que la normativa impone en este campo.
La facultad de resolver las obligaciones se entiende implícita en las recíprocas, para el caso de
que uno de los obligados no cumpliere lo que le incumbe.
Estas cláusulas, en principio son válidas, pero deben ser analizadas desde la perspectiva del
pacta sunt servanda, también desde las exigencias de la buena fe (art. 7 CC) y de las nuevas
orientaciones de política legislativa en materia de contratación bancaria, particularmente en los
casos en que el cliente puede ser considerado «parte débil» del contrato.
8. PRÉSTAMOS ESPECIALES
c) Es relevante la labor del banco agente, (que puede coincidir o no con el banco
“director”) y que, igualmente, mediante la obtención de una determinada remuneración
(comisión de «agencia») desarrolla, por encargo de las entidades participantes, la tarea de
La función económica del contrato es asegurar al cliente la disponibilidad de una cierta suma o
crédito, de la que podrá hacer uso, durante el tiempo pactado, en el modo y cuantía que precise.
Vemos que esta figura crediticia tiene una mayor flexibilidad y elasticidad que el préstamo, por
lo que es muy adecuada para profesionales y empresarios.
Estamos por tanto, ante un contrato por el cual una entidad de crédito (normalmente un Banco)
compromete una posibilidad crediticia a su cliente contratante, compromiso que le lleva a
proporcionarle fondos, de las muy diversas formas que ello se puede efectuar, hasta una cierta
cuantía o límite, percibiendo por tal facilidad crediticia una comisión (de disponibilidad), así
como unos intereses que se girarán de acuerdo con las condiciones pactadas, por todos y cada
uno de los días que el acreditado adeude suma de dinero y en función de las cantidades
dispuestas en cada momento.
Se trata de un contrato definitivo, en la medida en que vincula a las partes desde su conclusión
al cumplimiento recíproco de sus obligaciones, sin que sea precisa ninguna ulterior
manifestación de voluntad.
10. CLASES
Es simple cuando se concede al acreditado el derecho de disponer por una sola vez, en un acto
o en varios, de la disponibilidad o crédito. Es en cuenta corriente cuando, además de disponer,
el cliente puede, durante el plazo de vigencia del contrato, realizar reintegros o reembolsos, de
manera que se recree o reitere en el tiempo la disponibilidad que la entidad de crédito le ha
concedido, justificando así la denominación de cuenta de crédito que en la práctica recibe este
contrato. En estos casos, la entidad de crédito carga en la cuenta del cliente las sumas de que
vaya disponiendo, y, por el contrario, le abona las entregas que efectúe. De esta forma,
rebajando el saldo el acreditado mediante abonos o ingresos en la cuenta, podrá utilizar más de
una vez durante el transcurso del contrato el crédito abierto por la entidad, con lo que aumentan
las ventajas de orden económico de esta operación crediticia.
También suele diferenciarse entre aperturas de crédito propias o a favor del contratante e
impropias o a favor de un tercero.
Como ocurre en el caso del préstamo, la apertura de crédito suele garantizarse, con garantías
personales o reales. En los supuestos de mayor riesgo o cuantía, suele recurrirse también a la
sindicación (créditos sindicados).
1) Satisfacer a la entidad de crédito las comisiones pactadas. Por regla general, son: la
comisión de apertura, y la de no disposición que remunera la puesta a disposición y no
utilización por el acreditado de la suma o cuantía pactada.
La apertura de crédito se extingue por las causas establecidas en el contrato. Es posible aceptar
el desistimiento unilateral en los casos, poco frecuentes, de los contratos concluidos por tiempo
indeterminado. Este desistimiento unilateral debe realizarse conforme a las exigencias de la
buena fe que, como mínimo, requieren la existencia de un plazo de preaviso para la restitución
de los fondos de que se haya dispuesto.
Una vez concluido el contrato, el acreditado debe cumplir la obligación de reintegrar a la entidad
el saldo que, en su caso, resulte a su cargo. En ese momento adquiere gran importancia en este
contrato, el llamado «pacto de liquidez», por el que la entidad de crédito puede fijar o liquidar
unilateralmente la cantidad adeudada por el cliente. Esta práctica bancaria se encuentra
regulada en la actualidad por el art. 572 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, que la admite en
relación con contratos formalizados en póliza o escritura pública, «siempre que se haya pactado
en el título que la cantidad exigible en caso de ejecución será la resultante de la liquidación
efectuada por el acreedor en la forma convenida por las partes en el propio título».
Se define como aquel contrato por el que una entidad crediticia anticipa a un cliente el importe
de un crédito pecuniario no vencido que éste tiene contra un tercero, con deducción de un
interés o porcentaje y a cambio de la cesión del crédito mismo «salvo buen fin».
La jurisprudencia indica que el descuento es el negocio jurídico por virtud del cual el poseedor
de un crédito ordinario o de un título-valor lo transfiere por cualquiera de los modos que el
derecho permite, a una persona natural o jurídica-generalmente un banco-para que le anticipe
su importe con ciertas deducciones o descuentos (de ahí su nombre), cediéndole los derechos
derivados de su transmisión, a fin de que, al llegar la fecha de su vencimiento, lo cobre el deudor
obligado, con la reserva de que, si por cualquier evento ajeno a su voluntad no se efectuase ese
pago, podrá repetir contra el descontado por el importe de lo que le anticipó, es decir, que la
operación de descuento se concierta siempre “salvo buen fin” quedando la responsabilidad del
“dans” subordinada a la condición de que no se realice el pago por el deudor del título o del
crédito.
En efecto, nos encontramos con las llamadas «líneas de descuento», es decir, en aquellos
supuestos, muy frecuentes en la práctica, en los que, en lugar de convenirse un contrato aislado
de descuento, las entidades de crédito se obligan frente a sus clientes a descontar todos los
créditos que se le remitan, dentro de unas características determinadas, hasta el límite máximo
de una cierta suma. En tales casos, la entidad de crédito abonará en la cuenta del cliente las
sumas correspondientes a los créditos que éste le vaya indicando para el descuento, y el
montante del crédito se va renovando a medida que se cobran los descontados. De este modo,
mientras dure el contrato se establece una rotación continua de descuentos y cobros.
En general, ante el impago por parte del tercero, las entidades de crédito hacen uso de la
cláusula «salvo buen fin», es decir, exigen directamente que su cliente les devuelva el importe
anticipado, reintegrándole, una vez obtenido aquél, en la titularidad del crédito contra el
tercero. Las entidades de crédito suelen hacer esto último cargando en cuenta a los clientes los
créditos o efectos impagados, además de poder ejercitar contra ellos las acciones cambiarias o
derivadas del contrato de descuento que en cada caso procedan.
En cuanto a la prescripción, la acción de la entidad de crédito contra el deudor por razón del
crédito descontado, se sujetará a las normas inherentes a la naturaleza del crédito mismo. En el
descuento de efectos cambiarios regirán los plazos de prescripción de la Ley Cambiaria. La acción
de la entidad de crédito contra el cliente descontatario, está sometida a la prescripción ordinaria
de 15 años.
Como en los demás contratos de crédito, pueden preverse causas de vencimiento anticipado
del contrato que, en principio, conceden a la entidad de crédito la facultad de exigir la restitución
inmediata de los importes anticipados, valiendo en este punto las consideraciones que sobre el
particular se han realizado con ocasión del estudio del préstamo y de la apertura de crédito.
V. EL CONTRATO DE «FACTORING»
El contrato de factoring es un contrato por el que un empresario (por lo general, una pequeña
o mediana empresa) asigna los créditos comerciales que ostenta frente a su clientela a otro
empresario especializado (la sociedad de factoring, que legalmente ha de ser una entidad o un
establecimiento financiero de crédito), y que se compromete, a cambio de una comisión o
precio, a prestar un conjunto de diversos servicios relacionados con ellos.
La entidad de factoring se encarga de gestionar el cobro de los créditos que le son asignados y
de llevar su contabilidad (servicio administrativo o de gestión), descargando al empresario de
estas labores administrativas y permitiéndole concentrarse en su propia actividad empresarial.
Es habitual que la sociedad de factoring financie los créditos que le son transmitidos,
anticipando su importe antes del vencimiento con deducción de los intereses correspondientes
(servicio de financiación, materialmente equivalente al que proporcionaría un contrato de
descuento). También, las entidades de factoring suelen cubrir el riesgo de insolvencia de los
clientes del empresario, abonando a éste el importe de los créditos cedidos que resulten
impagados (servicio de garantía).
La relación de factoring está regida por el llamado principio de globalidad, por el cual el
empresario se obliga a ceder la totalidad o categorías previamente determinadas de los créditos
que se originen en su actividad profesional. Pero esto no supone que todos los créditos se
beneficien por igual de todas las funciones desarrolladas por la sociedad de factoring. Los
servicios más cualificados de financiación y de garantía suelen limitarse a los créditos que sean
aprobados por la propia sociedad de factoring de forma singular o mediante la previa concesión
de “líneas de riesgo” en relación con los distintos clientes del empresario.
Con el fin de amoldar el régimen jurídico de la cesión de créditos a las necesidades operativas
de los contratos de factoring, el legislador ha previsto una disciplina especial para las cesiones
realizadas por empresarios a favor de las entidades de crédito, pensando fundamentalmente en
este contrato. De este modo se permite que el acto de cesión pueda recaer simultáneamente
sobre una masa de créditos, incluyendo los créditos futuros o no nacidos que puedan originarse
en la actividad empresarial del cedente. Con ello se simplifica la gestión y ejecución del contrato.
En todo caso, al ser una figura atípica, el régimen del contrato de factoring (obligaciones de las
partes, supuestos de incumplimiento, extinción, etc.) queda remitido a lo que libremente
convengan las partes.
El leasing presenta distintas modalidades: según la naturaleza del bien, puede ser mobiliario o
de «equipo» e inmobiliario. También podemos hablar de leasing de amortización total y parcial,
en función de si las cuotas satisfacen totalmente o no los costes de la inversión realizada.
Por otra parte, distinto del leasing propiamente dicho, encontramos el leasing operativo o
renting, que en realidad es muy similar a un negocio normal de arrendamiento. En este caso, la
sociedad de renting corre con el riesgo de la inversión para adquirir determinados bienes por
iniciativa propia que luego cede a empresarios por cortos períodos de tiempo.
Por lo que se refiere al contenido obligacional del contrato, la primera obligación de la entidad
de leasing es la de concluir el contrato de compraventa de acuerdo con las instrucciones del
usuario. La entidad compra, en efecto, por cuenta e interés del cliente, por lo que, aunque
conserva la titularidad del bien, no responde de los vicios que puedan aquejarlo, debiendo tan
sólo cederlo, en los términos convenidos, al cliente. El cliente, por su parte, queda subrogado
en los derechos y acciones que correspondan a aquélla frente al vendedor. Además, durante la
vigencia del contrato, el cliente debe abonar las cuotas pactadas, destinar el bien cedido al uso
previsto y cuidarlo y conservarlo diligentemente, corriendo en todo caso con el riesgo de su
pérdida o deterioro. En garantía del cumplimiento de esta obligación, los contratos suelen
reservar un derecho de inspección en favor de la sociedad de leasing e imponen a cargo del
usuario la obligación de asegurar los bienes.
Además, debe tenerse en cuenta que el legislador ha considerado fortalecer la posición jurídica
de las entidades de leasing tanto frente al cliente como frente a los terceros que,
eventualmente, puedan adquirir el bien financiado. En efecto, los contratos de arrendamiento
financiero sobre bienes muebles que reúnan las características señaladas en el art. 1 de la Ley
de Venta a Plazos de Bienes Muebles (recaer sobre bienes no consumibles e identificables) y los
requisitos de la disposición adicional tercera de la Ley 10/2014, podrán ser inscritos en el
Registro de Bienes Muebles. En el caso de los contratos de leasing inmobiliario, el derecho de la
entidad de leasing sobre el bien cedido podrá acceder al Registro de la Propiedad al amparo de
las normas generales de la legislación hipotecaria (arts. 1 y 2 LH y 7 RH).
Por otra parte, frente al incumplimiento del cliente, la entidad de leasing, además de las
acciones declarativas o ejecutivas que le correspondan, podrá declarar resuelto el contrato e
instar al juez, a través de un breve procedimiento especial, la recuperación de los bienes cedidos,
sin perjuicio del derecho del cliente a plantear otras pretensiones relativas al contrato de
arrendamiento financiero en el procedimiento declarativo que corresponda.
Finalmente, cuando el contrato se extinga por terminación del plazo pactado, recordamos que
el usuario puede optar por la adquisición del bien pagando el precio previamente establecido.
Si no ejercita esa opción, cabe que las partes concluyan un nuevo contrato de leasing o,
simplemente, que el cesionario restituya el bien a la entidad financiera, que podrá, a su vez,
cederlo nuevamente a un tercero.
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
En un sentido amplio, las operaciones de pasivo son todas aquellas que permiten a las entidades
de crédito la captación de recursos, propios o ajenos. Centrándonos en la financiación ajena o
de terceros, podríamos aún distinguir entre la obtenida en el mercado de valores de la
proveniente de otras fuentes genuinamente crediticias (operaciones pasivas crediticias) como
son las desarrolladas con el Sistema Europeo de Bancos Centrales y, en particular, con el Banco
de España, las realizadas con otras entidades de crédito en el mercado interbancario, y, en
especial, las de captación del ahorro o fondos de la clientela mediante contratos que llevan
aparejada la obligación de restitución (art. 1.1 de la Ley 10/2014, de 26 de junio). Estas últimas,
sin duda las más relevantes, dan lugar a los denominados contratos de captación de pasivos,
que, comprenden principalmente a los depósitos, de amplísima difusión en la práctica.
Ahora bien, no todos los depósitos bancarios sirven para la captación de pasivos, ni procuran
fondos para realizar la intermediación crediticia. Ello queda reservado a los depósitos bancarios
de uso, únicos que aquí nos interesan.
Los depósitos bancarios de uso son depósitos abiertos de dinerario que, por definición,
permiten a la entidad de crédito el uso o disponibilidad del objeto del depósito, con la
consecuencia de que el dinero entregado pasa a ser propiedad de la entidad de crédito,
surgiendo para ésta la obligación de devolver otro tanto, cuando lo solicite el depositante o
cuando se cumpla el plazo pactado. Su naturaleza jurídica es, pues, la del depósito irregular, con
ciertas matizaciones específicas:
- Por un lado, en todo depósito bancario de uso, está más presente que en los demás
depósitos irregulares, la finalidad de custodia. Por amplias que sean las facultades de disposición
de la entidad de crédito, el deber de custodia se mantiene vivo a través de la inexcusable
obligación de administrar su propio patrimonio en forma que los depositantes puedan disponer
del tantumdem, lo que, unido a las medidas legales de defensa del ahorro, atribuyen al depósito
de uso bancario una fisonomía peculiar que le distancia del préstamo mutuo.
La titularidad de los depósitos bancarios de uso puede ser individual o colectiva, sucediendo
esto último cuando se constituye conjuntamente por dos o más personas, bien con derecho de
disposición individual y separada de cada una de ellas sobre la totalidad de los fondos
depositados (depósito indistinto o solidario), bien con disponibilidad sometida a la firma de
todas o varias de ellas, como medida de control recíproco (depósito conjunto o mancomunado).
En caso de fallecimiento de un titular indistinto, el supérstite podrá seguir disponiendo del
depósito, salvo que se establezca otra cosa en el contrato. Cuestión distinta a la de la
legitimación para actuar frente a la entidad de crédito en el ámbito del contrato de depósito es
el de la propiedad de su saldo. En este punto, estimamos que la pluralidad de depositantes
legitima una presunción de cotitularidad sobre el objeto del depósito, que decaerá ante la
prueba de que la propiedad de lo depositado corresponde a algún concreto depositante. Los
anteriores supuestos son diferentes del depósito con un solo titular y una o varias personas
meramente autorizadas para disponer de los fondos, lo que es muy frecuente en el caso de
depósitos constituidos por sociedades mercantiles u otras personas jurídicas.
Por último, advertir que la restitución del depósito puede resultar condicionada por el llamado
pacto de compensación entre cuentas, muy frecuente en la práctica, en cuya virtud la entidad
de crédito puede compensar los saldos deudores que el cliente mantenga en algunas cuentas o
relaciones con la entidad, con los saldos acreedores de que disponga en otras.
Según los términos y condiciones que se hayan establecido para el ejercicio de la facultad de
restitución de las cantidades depositadas, distinguimos entre los depósitos a la vista y los
depósitos a plazo.
Junto a la función crediticia, la banca y demás entidades de esta naturaleza han desarrollado
desde antiguo, la función de intervenir o mediar en los pagos, evitando en lo posible, por razones
de seguridad y economía, el empleo de numerario en la liquidación de las transacciones
mercantiles o de cualquier otra naturaleza. Esta función, ha conocido una extraordinaria
ampliación de la mano del desarrollo, primero, de los depósitos bancarios y, más tarde, de los
diversos instrumentos que, como el cheque, la cuenta corriente bancaria, la transferencia o, en
fin, las mismas tarjetas de débito o crédito permiten movilizarlos o utilizarlos sin disposición de
efectivo.
Esta labor de intermediación en los pagos es tan importante, que las entidades de crédito han
tenido que crear mecanismos que faciliten, bajo la dirección y supervisión del Banco de España,
la liquidación entre ellas de las numerosísimas operaciones en que intervienen. El sistema
tradicional de compensación bancaria en España era el constituido por las denominadas
cámaras de compensación bancaria, asociaciones constituidas por bancos, cajas de ahorro y
cooperativas de crédito, que, modernamente, han sido sustituidas por el denominado Sistema
Nacional de Compensación Electrónica. El Sistema, supervisado por el Banco de España, aplica,
las técnicas informáticas y electrónicas a la realización y compensación de pagos. Está abierto a
todas las entidades de crédito operantes en España (no así a los establecimientos financieros de
crédito), y permite la compensación de toda clase de operaciones de intermediación de pagos,
incluyendo, además de las tradicionales, otras modernas, como disposiciones de efectivo en
cajeros automáticos y pagos mediante tarjeta. Su funcionamiento es, conceptualmente, sencillo,
consistiendo en el intercambio informático entre las entidades de los datos representativos de
las operaciones que tienen que compensar, obteniéndose para cada par de entidades un saldo
neto que se liquida mediante el correspondiente abono o adeudo en las cuentas de tesorería
que mantienen con el Banco de España. El sistema español de compensación y liquidación
bancaria se completa con el denominado Target- 2 Banco de España para los grandes pagos en
euros, tanto de operaciones nacionales como transfronterizas, con liquidación en tiempo real.
Mediante este contrato, la entidad de crédito asume la prestación del servicio de caja del
cliente; esto es, se convierte en su cajero para todas las operaciones delimitadas en el acuerdo,
y procede por cuenta del mismo, a modo de un mandatario o comisionista, tanto a efectuar
pagos (adeudo de cheques, realización de transferencias, domiciliación de recibos, adeudo de
cargos por utilización de tarjetas, etc.) como a recibir cobros (domiciliación de nóminas, ingresos
en cuenta de cheques, recepción de transferencias, etc.). Gracias al desarrollo tecnológico, el
servicio de caja se realiza cada vez más «a distancia», bien mediante la utilización de cajeros
automáticos, o bien mediante la utilización de nuevos canales de comunicación entre la entidad
de crédito y el cliente, como son la «banca telefónica» y «electrónica».
Como ocurre con la mayoría de los servicios bancarios, la cuenta corriente bancaria carece de
regulación jurídico-positiva, aunque sus rasgos aparecen bien definidos en la práctica, y pueden
aplicarse supletoriamente las normas del mandato y de la comisión mercantil. Se trata de un
contrato consensual y no real, pues la entrega de fondos por parte del cliente tiene más bien,
como decimos, la significación de provisión de fondos. No es un contrato formal, aunque
normalmente se celebre por escrito. Es, por último, bilateral o generador de obligaciones para
ambas partes.
El cliente debe pagar, las distintas comisiones que, como precio de los servicios prestados, le
cargue la entidad de crédito, así como aportar los fondos suficientes para que la entidad pueda
realizar los pagos que procedan en favor de terceros. Si se efectuaran pagos sin contar con
fondos disponibles, la entidad de crédito acreditará su importe en la cuenta del cliente que
deberá abonar los intereses correspondientes por el descubierto. Se trate, como entiende la
jurisprudencia, de la concesión de un crédito o, como parece más razonable, de un mero anticipo
de fondos (arts. 250 y 251 CCom), esos intereses deben ser proporcionados, sin que caso de
ostentar el cliente la condición de consumidor, puedan sobrepasar una tasa anual equivalente
superior a dos veces y media el interés legal del dinero (art. 20 LCC). La entidad de crédito puede
exigir la cobertura o pago del descubierto en cualquier momento, sin necesidad de respetar el
plazo establecido en el art. 313 del CCom, salvo que, por las circunstancias del caso, pueda
concederse un aplazamiento.
La entidad de crédito, por su parte, además de realizar, los pagos ordenados y de recibir los
cobros previstos en el contrato deberá, a petición del cliente, entregarle los libros-talonarios de
cheques que precise, anotar los movimientos producidos en la cuenta e informarle sobre la
situación de la misma cuando lo solicite y, periódicamente, mediante el envío de resúmenes o
extractos, cuya corrección se presume salvo que el cliente manifieste su disconformidad en el
plazo pactado. La entidad de crédito, en el desempeño de su servicio de caja, deberá actuar con
la diligencia exigible a una organización empresarial especializada, respondiendo en caso
contrario de los daños y perjuicios que se causen.
La cuenta corriente se establece normalmente por tiempo indefinido, pudiendo ser resuelta
unilateralmente, mediante un preaviso en el caso, al menos de que sea la entidad de crédito
quien decida terminarla.
V. TARJETAS BANCARIAS
Las tarjetas emitidas por las entidades de crédito para uso de sus clientes pueden ser de distintas
clases o, mejor dicho, cumplir simultáneamente diferentes funciones. La primera función que
puede cumplir una tarjeta bancaria es la de permitir el acceso y operar en los cajeros
automáticos de la entidad con la que se mantiene relación bancaria o en los de otras entidades
que estén, sin embargo, interconectadas mediante una red de transmisión de datos. La tarjeta
de cajero automático cumple la función de extender y permitir un funcionamiento
automatizado del servicio de caja, obteniendo entregas o reembolsos de dinero, depositando
efectivo o cheques, u obteniendo información sobre la cuenta misma o realizando, en fin, otras
operaciones.
Distintas son las tarjetas bancarias de pago que, con independencia de permitir el acceso a
cajeros automáticos, pueden ser utilizadas como medios de pago, esto es, como sustitutivos del
dinero.
En el caso de las tarjetas de pago nos encontramos ante una pluralidad de relaciones jurídicas
sin regulación positiva, que no pueden asimilarse a una única modalidad de contrato, aunque
no dejamos de recordar que la figura y la función de la vieja carta-orden que regula nuestro
CCom en los arts. 567 y ss. no resultan acaso totalmente extrañas a esta moderna herramienta
de pago.
Art. 567 CCom. Son cartas-órdenes de crédito las expedidas de comerciante a comerciante o
para atender a una operación mercantil.
Art. 568 CCom. Las condiciones esenciales de las cartas-órdenes de crédito serán:
Art. 569 CCom. El dador de la carta de crédito quedará obligado hacia la persona a cuyo cargo
la dio, por la cantidad pagada en virtud de ella, dentro del máximum fijado en la misma.
Las cartas-órdenes de crédito no podrán ser protestadas aun cuando no fueren pagadas, ni el
portador de ellas adquirirá acción alguna por aquella falta contra el que se la dio.
Esa similitud es, particularmente, apreciable en la relación entre emisor y titular o usuario de la
tarjeta. El emisor es, en nuestro caso, una entidad de crédito que la emite y entrega a su cliente
para, como hemos visto, facilitarle el ejercicio de ciertas facultades vinculadas al servicio de caja
y, sobre todo, permitir su utilización como medio de pago. El cliente paga por ello una comisión
(única) de emisión y otra periódica (anual) de mantenimiento, en el contexto de una relación
(cuenta corriente, depósito, etc.) con el banco compatible con el adeudo de los pagos realizados
con la tarjeta o, lo que es lo mismo, a la postre efectuados por la entidad de crédito a quien haya
realizado la venta del bien o servicio de que se trate. Desde esta perspectiva, ha de añadirse que
las tarjetas bancarias de pago pueden serlo, a su vez, de débito o crédito. En la tarjeta de débito,
el adeudo en cuenta se produce en tiempo real (transacción on line) o en brevísimo plazo, por
lo que tan sólo pueden utilizarse cuando la entidad cuenta con la corriente provisión. La tarjeta
de crédito permite, por el contrario, su utilización aun cuando se carezca de aquella
disponibilidad, de manera que la liquidación que la entidad realiza se resuelve en una
financiación al cliente, en una operación de crédito por la que se devengan intereses, y cuyo
principal ha de amortizarse en el plazo que se haya pactado (es muy frecuente el cargo conjunto
de todas las operaciones a fin de mes). En la práctica, es usual que las tarjetas de pago puedan
funcionar indistintamente como tarjetas de débito o crédito, según disponga o no de fondos el
titular en el momento de su utilización. Es también habitual que la tarjeta se conceda por un
período de tiempo determinado, es decir, con validez temporalmente limitada, y que su empleo
se prorrogue tácitamente de manera sucesiva, mediante el envío de nuevos ejemplares en
sustitución de los que caduquen.
Finalmente, debemos señalar la participación del propietario o titular tanto de la marca que
ampara la tarjeta (VISA, 4B, Red 6000) como de los sistemas informáticos y electrónicos que
permiten su funcionamiento. En este caso, las tarjetas constituyen, en rigor, el objeto de una
franquicia, de manera que para su emisión la entidad de crédito requiere la autorización del
titular, que, por su parte, está obligado a mantener la seguridad y buen funcionamiento del
sistema electrónico e informático en que se base el uso de la tarjeta.
La transferencia es una orden de traspasar una determinada cantidad de dinero de una cuenta
bancaria a otra, normalmente de diferente titular, perteneciente a la misma o diferente entidad
de crédito, que sustituye y evita el trasiego físico del dinero, su retirada, primero, de una cuenta
Se discute acerca de la naturaleza jurídica de la transferencia, ya que en ella pueden darse una
pluralidad de relaciones y supuestos (delegación de deuda, cesión de créditos, estipulación a
favor de terceros, mandato). Parece claro que la relación entre la entidad de crédito y el cliente
dador de la orden de transferencia puede calificarse como un mandato
Debe indicarse, por otra parte, que la difusión de las cuentas corrientes bancarias y de la
transferencia ha disminuido la importancia, al menos en nuestra práctica, del contrato de giro.
Se habla de giro cuando la entidad de crédito u otra especializada recibe una determinada suma,
por lo general no muy cuantiosa, de un cliente para ponerla a disposición de otra persona, por
lo común en efectivo, en un lugar distinto. Las entidades crediticias o especializadas en esta
actividad pueden cumplir estas operaciones sin desplazamiento ni transporte material de
numerario mediante simples órdenes de pago cursadas a sus sucursales, agencias o
corresponsales.
El cliente ordenante está obligado a abonar la comisión que corresponda (art. 277 CCom), lo que
normalmente se lleva a cabo mediante adeudo en su cuenta; y naturalmente habrá de contar
con la previa disponibilidad de fondos o saldo necesario para cubrir el importe de la
transferencia que haya ordenado (art. 250 CCom). Por su parte, también la entidad receptora
de la transferencia que ha de abonarla en la cuenta del beneficiario tiene sus derechos y
obligaciones. Por un lado, presta a su cliente un servicio remunerado, y por otra, ejecuta un
encargo u orden, en definitiva, un nuevo mandato, de la entidad del ordenante o de otra
interpuesta en el caso de que se trate de una transferencia indirecta.
Frente a los denominados depósitos de uso, los depósitos bancarios de custodia son aquellos
en que el depositante persigue una típica y exclusiva finalidad de custodia. Son depósitos
regulares, en los que el banco no puede usar ni disponer de las cosas depositadas, como, por
ejemplo, ocurre en los depósitos realizados en cajas o paquetes cerrados o lacrados.
De estos depósitos el más importante era el que tenía por objeto títulos valores, especialmente
acciones, y que se denominaba depósito transmisible de valores o depósito de efectos en
custodia. La multiplicación creciente de la riqueza mobiliaria confirió auge especial a este
depósito, porque, aparte de ser un depósito remunerado, facilitaba a las entidades de crédito la
posibilidad de controlar indirectamente el voto de importantes paquetes de acciones en las
juntas generales de las grandes sociedades anónimas, en virtud de las representaciones que los
accionistas depositantes solían conferir al efecto a las personas designadas por la entidad
depositaria de los títulos. A su vez, los clientes titulares de valores se liberaban de las tareas
relativas a su gestión y administración burocráticas, que se encomendaban a la entidad de
crédito. En este depósito, a la obligación de custodia se unía, pues, la de administrar los valores
depositados, y en esa dualidad de causas se encontraba la nota más característica del contrato,
cuya naturaleza era, en realidad, la de un contrato mixto de depósito y mandato.
En la práctica, los depósitos de custodia tradicionales, tanto los administrados como los
cerrados, han perdido gran parte de su importancia, habiendo sido sustituidos por otras figuras
contractuales, en particular la administración de valores y el servicio o alquiler de cajas de
seguridad.
Se discute la naturaleza jurídica del contrato por el que se adquiere el uso de la caja. En general,
predomina la tesis del arrendamiento de cosa, y los formularios bancarios españoles hablan
también de alquiler de las cajas; pero la jurisprudencia es contradictoria. A nuestro juicio, lo
más acertado sería ver en esa figura jurídica un contrato mixto de arrendamiento de cosa
(cesión de uso de la caja) y de depósito (vigilancia o custodia del local en que se hallen instaladas
las cajas), aunque en realidad se trata de un contrato atípico y sui generis.
Al tratarse de un contrato atípico, se regirá por lo acordado por las partes y, en su defecto,
analógicamente, por las normas reguladoras del tipo de contrato (depósito o arrendamiento)
que más se asemeje a la cuestión o extremo precisado de regulación. El contrato debe
considerarse consensual, no siendo preciso para su perfección la entrega o introducción en la
caja de cosa o efecto alguno. Tampoco es precisa, en rigor, la existencia de forma especial
alguna, aunque en la práctica se documenta por escrito.
Cabe indicar que la entidad de crédito se obliga a custodiar o vigilar las cajas, velando por su
integridad física y debe responder de la idoneidad de los locales en que estén instaladas para el
fin a que se las destina. La entidad de crédito responde del cumplimiento de estas obligaciones,
pero, en cualquier caso, el cliente soporta siempre la carga de una doble prueba, sobre el
contenido y sobre el valor de los objetos introducidos en la caja. La entidad de crédito deberá
además facilitar al cliente el uso de la caja fuerte en el tiempo y forma determinada en el
contrato. El cliente, aparte de pagar el precio convenido por este servicio, debe utilizar la caja
de forma diligente, y destinarla al uso pactado. La apertura de las cajas se hace previa firma del
usuario en un libro registro especial, en presencia de un encargado de la entidad, y con el
concurso de dos llaves distintas, una en posesión del usuario y otra de la entidad de crédito.
Las entidades del crédito, además de exigir garantías para asegurar en su beneficio las relaciones
establecidas con sus clientes, también realizan la función o servicio de garantizar a éstos frente
a terceros. En estos casos se trata de la prestación de una garantía en sentido estricto o técnico
por la que las entidades de crédito perciben una contraprestación dineraria o comisión. En
ocasiones, las garantías proporcionadas por las entidades de crédito son reconducibles a las
figuras típicas conocidas por nuestro ordenamiento, en particular al contrato de fianza (aunque
en la práctica suela utilizarse la denominación de aval), regulándose, entonces, por los pactos
establecidos por las partes y por las disposiciones contenidas en el CC y CCom. Pero, en las
últimas décadas, han ido surgiendo en el tráfico nuevas formas de garantía.
La operación que analizamos da lugar a dos distintas relaciones obligacionales: 1) la del banco
con su cliente y 2) la del banco con el beneficiario. 1) El fundamento de la primera está, según
la doctrina, en un mandato de crédito que obliga al banco a pagar (o aceptar o descontar un
efecto) conforme a las instrucciones recibidas del cliente, y a éste a reembolsarle en su día las
sumas de que disponga el beneficiario. 2) Para explicar el fundamento de la relación del banco
con el beneficiario se han buscado distintas teorías (teoría de la representación, del mandato de
crédito, de la fianza, del contrato a favor de tercero, de la delegación, etc.), pero, en realidad,
ninguna de ellas es satisfactoria. En el caso del crédito documentario estamos, ante una de esas
figuras atípicas del Derecho mercantil moderno que, presentando rasgos comunes con distintas
instituciones, no se acomoda exactamente a ninguna de ellas.
Desde el punto de vista de las dos relaciones expuestas, los efectos del crédito documentario
son:
a) En la relación del banco con el cliente que le da la orden, los efectos del crédito
irrevocable presentan el carácter del mandato o comisión que informa esa relación. El banco se
obliga a poner a disposición del beneficiario el importe del crédito o a realizar la prestación
correspondiente; así como a retirar y recoger en cada acto de disposición del crédito los
documentos correspondientes (letra, factura, póliza, conocimiento), verificando su
conformidad, debiendo destacarse la importancia de esta labor del banco, pues de su
Por su parte, el cliente se obliga frente al banco a darle las instrucciones necesarias para realizar
la operación, a satisfacerle la comisión pactada, y a reintegrarle los gastos suplidos. Si el banco
realizó una apertura de crédito, el cliente deberá reintegrarle, además de las cantidades
satisfechas al beneficiario, los intereses correspondientes. Para la seguridad del cumplimiento
de estas obligaciones el banco puede exigir una garantía especial (personal o real), pero en todo
caso, cuenta con la que le proporciona la tenencia de los documentos representativos de las
mercancías, que, al conferirle la disponibilidad de éstas, no permite al cliente retirarlas sin
liquidar previamente con el banco. Además, el art. 276 del CCom le confiere, como comisionista,
un derecho de retención sobre la mercancía mientras no se le hayan satisfecho sus derechos.
Se permite la transferencia del crédito, siempre que se haga constar expresamente que es
transferible, entendiéndose por tal que el ordenante puede instruir al banco emisor para que el
crédito pueda ser utilizado, en todo o en parte, por uno o varios terceros, a los que éste cede el
crédito con la finalidad de pagarles. Salvo que se estipulara otra cosa, el crédito sólo puede ser
transferido una vez.
I. El mercado de valores
1. Consideración general
II. Instrumentos financieros
2. Concepto, caracteres y clases
III. Las empresas de servicios de inversión y otras entidades relacionadas con el mercado de
valores
3. Concepto y clases de empresas de servicios de inversión. Referencia a su régimen
jurídico
4. Los fondos de garantía de inversiones
IV. Los mercados primarios y secundarios de valores
5. Concepto y clases
6. Las bolsas de valores
7. El mercado de deuda pública en anotaciones
8. Los mercados de futuros y opciones
V. Normas de conducta
9. Consideración general
VI. Régimen de supervisión, inspección, intervención y sanción
10. Consideración general
VII. La inversión colectiva
11. Noción general
12. Referencia al régimen jurídico de las instituciones de inversión colectiva
I. EL MERCADO DE VALORES
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
A diferencia del mercado del crédito, el mercado de valores es desintermediado. Es decir, entre
los que facilitan y obtienen recursos no se interpone entidad alguna. La financiación se realiza
directamente, sin intervención de la entidad de crédito, lo cual plantea dificultades que la
intermediación resolvía. Un primer problema es que resulta difícil encontrar la contrapartida
adecuada cuando no hay una entidad especializada en ofrecerla, tomando y cediendo recursos
financieros. Un segundo problema es que las operaciones convenidas no están respaldadas por
la solvencia de las entidades de crédito (entidades especializadas, reguladas y supervisadas).
Esos mecanismos que hacen posible esas distintas transacciones son los denominados mercados
de valores, con cuya existencia y organización se trata de suplir las ventajas de la intermediación
de las entidades de crédito y las limitaciones de la contratación tradicional.
Estas operaciones encierran un mayor riesgo, que trata de disminuirse mediante una difusión
de información (disclosure) suficiente al menos para que, sin negociación previa, se entreguen y
obtengan recursos financieros entre partes que no son entidades financieras ni crediticias, lo
que, en definitiva, determina un nuevo mercado que denominamos mercado primario de
valores. Por su parte, la necesidad de dar liquidez a los inversores se realiza, mediante el recurso
a la contratación o mercado secundario, esto es, mediante la transmisión de los
correspondientes activos financieros a terceros interesados en adquirirlos, subrogándose en la
posición de sus primitivos titulares o financiadores originales, transmisión que, al igual que
ocurre en el mercado primario, tampoco descansa en la existencia de una previa negociación
individual.
Pero, para que ello sea posible, se requiere, en primer lugar, que la información relevante sobre
los activos financieros y sus emisores sea objeto de una permanente actualización. En segundo
lugar, es necesario también que los activos financieros reúnan unas determinadas características
de tipicidad, homogeneidad y transmisibilidad que permitan su adquisición originaria en el
mercado primario y su cesión posterior en el secundario de una manera impersonal, masiva,
El art. 2 de la Ley del Mercado de Valores (LMV) establece que quedan comprendidos en su
ámbito los «instrumentos financieros», categoría que comprende tanto los «valores
negociables» como los «instrumentos financieros derivados».
A) De conformidad con el art. 2, los valores negociables pueden definirse como «cualquier
derecho de contenido patrimonial, cualquiera que sea su denominación, que, por su
configuración jurídica propia y régimen de transmisión, sea susceptible de tráfico generalizado e
impersonal en un mercado financiero». De acuerdo con esto, las características de los valores
negociables son las siguientes:
b) Estos derechos han de ser negociables. Esta negociabilidad va unida al hecho de ser
transmisibles, pero, en este caso, tienen un régimen jurídico particular, que hace que su
transmisión sea especialmente segura y rápida. Ese régimen jurídico puede atribuirlo bien la
Son muchos los derechos o activos que pueden calificarse como valores negociables (por
ejemplo, las acciones, las obligaciones y valores análogos representativos de un empréstito,
participaciones en fondos de inversión, cédulas hipotecarias, etc.). Se pueden clasificar de
acuerdo con los siguientes criterios:
b) Por la nacionalidad del emisor, los valores pueden ser españoles o extranjeros. A
ambas clases puede aplicarse la LMV, que comprende en su regulación a los valores cuya
emisión, negociación o comercialización tenga lugar en territorio nacional (art. 4 LMV).
c) Por su constancia o representación, los valores pueden ser ante todo cartáceos o
registrales (anotados en cuenta). Cabe señalar que las diferentes disposiciones reguladoras de
los distintos mercados secundarios oficiales existentes en España sí exigen que los valores
negociados en ellos se representen mediante anotaciones en cuenta con el objeto de dotar a los
distintos mercados de las ventajas que ofrece el sistema de representación o acreditación
tabular en comparación con la tradicional representación cartácea o documental.
Según la LMV, son «instrumentos financieros derivados» los contratos a plazo, los contratos de
opción, los acuerdos de tipos de interés a plazo, los contratos de permuta y otros contratos de
instrumentos financieros derivados cuyo «subyacente» (es decir, el activo cuyo price risk trata
de cubrirse) sean valores negociables, divisas, índices o cualquier otro tipo de bien o referencia
de naturaleza financiera. Pero la Ley ha ido más lejos, y considera instrumentos financieros a los
contratos de derivados financieros que no son objeto de negociación en un mercado secundario
(por ejemplo, fraps y swaps). También considera instrumentos financieros a los contratos
derivados de cualquier tipo, incluso sobre «subyacentes» no financieros (por ejemplo, contratos
y mercados de derivados sobre materias primas), pero que se negocien o sean susceptibles de
serlo bajo aquel régimen.
La LMV define las empresas de servicios de inversión como entidades financieras cuya actividad
principal consiste en la prestación a terceros de servicios de inversión. Se consideran servicios
de inversión, entre otros, la recepción, transmisión y ejecución de órdenes por cuenta de
terceros, la colocación y el aseguramiento de las emisiones y ofertas públicas de ventas, el
asesoramiento en materia de inversión, la gestión de sistemas multilaterales de negociación, así
como la gestión de carteras de inversión. Además, se consideran «servicios auxiliares», que
también pueden ser realizados por las empresas de servicios de inversión, otras actividades tales
como la custodia y administración de instrumentos financieros y monetarios, la concesión de
créditos o préstamos de dinero o valores a inversores para la realización de una operación en el
mercado de valores, el asesoramiento a empresas sobre estructura de capital, estrategia
industrial y cuestiones afines, la elaboración de informes de inversiones, etc. Lógicamente, los
distintos servicios de inversión y servicios auxiliares que realicen estas entidades han de recaer
sobre los derechos y contratos que se insertan en el ámbito objetivo de la regulación especial del
mercado de valores.
a) Las sociedades de valores, que son aquellas empresas de servicios de inversión que
pueden operar profesionalmente tanto por cuenta ajena como por cuenta propia, y realizar
todos los servicios de inversión y servicios auxiliares previstos en la Ley.
b) Las agencias de valores, que son empresas de servicios de inversión con un ámbito
de actuación más limitado, pues no pueden negociar por cuenta propia, ni asegurar la
suscripción de emisiones y ofertas públicas de venta, ni conceder créditos o préstamos para
inversiones en valores.
c) Las sociedades gestoras de carteras, que son empresas de servicios de inversión con
objeto aún más limitado, como el servicio de gestión de carteras de inversión, el asesoramiento
en materia de inversión, así como la prestación de servicios auxiliares de asesoramiento de
empresas sobre estructura de capital, estrategia industrial y cuestiones afines.
Por otra parte, la LMV permite que determinadas entidades puedan realizar actividades propias
de las empresas de servicios de inversión, como ocurre en el caso de las entidades de crédito y
con las empresas de servicios de inversión autorizadas en otro Estado miembro de la Unión
Europea.
Finalmente, debe destacarse que las empresas de servicios de inversión pueden designar
agentes para la promoción y comercialización de los servicios de inversión y servicios auxiliares.
Aparte de las señaladas, ninguna persona o entidad puede desarrollar de modo habitual ninguno
de los servicios de inversión, ni de los servicios auxiliares (excepto el asesoramiento de empresas
y la realización de informes de inversión) que configuran el ámbito estricto y en todo caso
reservado a la actuación de estas entidades (art. 144). También, la comercialización de los
servicios de inversión y la captación de clientes sólo podrán realizarse, directamente o por medio
de los agentes, por las entidades que estuvieran autorizadas a prestar tales servicios.
Para garantizar el adecuado desarrollo de sus funciones, el legislador regula de modo completo
y detallado a las empresas de servicios de inversión, tanto mediante las normas de la LMV (art.
149 y ss.) como por medio de otras complementarias y de desarrollo.
En síntesis, su regulación sigue, como regla general, las pautas y los contenidos (autorización
administrativa, normas de solvencia, régimen de propiedad, supervisión y control, etc.) del
régimen de las entidades de crédito. Una vez constituidas, las empresas de servicios de inversión
y las entidades asimiladas podrán solicitar y obtener, si cumplen los requisitos exigidos en cada
caso, su admisión como miembros de los mercados secundarios oficiales (art. 69).
Los fondos de garantía de inversiones se destinan a proteger los intereses de los inversores en
determinadas situaciones de crisis o dificultad que pueden afectar a las empresas de servicios
de inversión. Con estos fondos, se contribuye a la confianza y buen funcionamiento general de
los mercados de valores. Debe destacarse que en ningún caso las actividades realizadas por las
empresas de asesoramiento financiero están cubiertas por estos fondos (art. 143.5 LMV).
La finalidad de este fondo no es cubrir el riesgo implícito en toda inversión (su pérdida de valor
o no recuperación) sino asegurar o cubrir a los inversores frente a situaciones que afectan a las
empresas de servicios de inversión, y que impliquen que no puedan disponer de los fondos o
valores o instrumentos financieros que les confiaron con ocasión de la prestación de servicios de
inversión o de algún otro complementario. En definitiva, esta garantía consiste en el reembolso
o restitución por el Fondo al cliente del efectivo o valores entregados a la empresa de servicios
de inversión. Sin embargo, existen ciertas limitaciones: la Ley excluye de la garantía a los
inversores de carácter profesional, institucional y a los especialmente vinculados a la empresa
incumplidora. Además, se faculta al Gobierno para extender la exclusión a otros inversores, y
para fijar el importe máximo de la garantía, que ha quedado establecido en 100.000 euros.
5. CONCEPTO Y CLASES
Los mercados secundarios de valores pueden ser objeto de múltiples clasificaciones. Según los
activos negociados en ellos, pueden diferenciarse los mercados de valores en sentido estricto
(valores negociables) y los mercados de otros activos o contratos financieros. En función de su
grado de institucionalización, los mercados secundarios pueden ser organizados o no
organizados. Pero nuestra Ley destaca la distinción entre mercados regulados y no regulados,
denominando a los primeros mercados secundarios oficiales. Por mercado oficial ha de
entenderse en principio el mercado organizado conforme a lo dispuesto en la LMV y sus normas
de desarrollo, especialmente en lo referente a las condiciones de acceso, admisión a
negociación, procedimientos operativos y publicidad (art. 43.1). En nuestro ordenamiento,
tienen, entre otros, la consideración de mercados oficiales las bolsas de valores, el Mercado de
Deuda Pública representada mediante anotaciones en cuenta, los mercados de futuros y
opciones, cualquiera que sea el tipo de activo subyacente (financiero o no financiero) a los
instrumentos que en ellos se negocien, y, en fin, el mercado AIAF de renta fija.
La Ley no fija un numerus clausus de mercados oficiales, pues prevé que puedan constituirse
otros con tal carácter, de ámbito estatal o autonómico, en el futuro. Además de los mercados
oficiales, se prevé también la posibilidad que existan otros mercados o sistemas de negociación
no oficiales.
*Mercados primarios de valores. Los mercados primarios también conocidos como mercados de
emisión de activos financieros, son lugares físicos o virtuales-electrónicos donde se efectúa la
captación de fondos del público por parte de una empresa, mediante la emisión de nuevos valores.
Es decir, los inversores obtienen títulos recién creados, que adquieren directamente del emisor (por
contraposición a los mercados secundarios, en los que se negocian títulos ya emitidos con
anterioridad que estaban en poder de otros emisores). Sin embargo, también se consideran
operaciones de mercado primario las compras o ventas de valores que ya estaban en circulación,
cuando se realizan a través de una oferta pública. En los mercados primarios la emisión de los
productos se realiza y verifica bajo determinados criterios de liquidez y solvencia, así como la
valoración de los activos financieros se produce a través de las agencias de rating. La emisión se
realiza mediante la definición de las características del producto a emitir y su colocación se lleva a
cabo a través de agencias emisoras autorizadas que tengan una determinada reputación en el
mercado, con la finalidad de que pueda ser negociado en el mercado secundario. Podemos decir
que el mercado primario es el primer filtro del mercado y es fundamental para garantizar un buen
control del instrumento financiero emitido.
El mercado primario tiene razón de ser porque existen unos demandantes de financiación, los
emisores de los títulos, que requieren capital y que pueden tratar de obtenerlo a través de la
emisión de valores. Estos valores podrán ser de capital (renta variable) o de deuda (renta fija).
En el primer caso se emiten activos de renta variable, que pueden pagar unos dividendos en el
futuro a los propietarios de las acciones, cuyo valor se irá negociando en el mercado secundario,
sufriendo variaciones a lo largo del tiempo, por lo que, de alguna forma, se podría decir que la
retribución va a ser variable y dependiente del resultado que obtenga la empresa.
En el segundo caso, se colocan títulos de renta fija que pueden ser emitidos por una empresa pública
o privada. Se acude al capital ajeno con la obligación, por parte del emisor, de devolverlo en un
plazo determinado y retribuirlo con el pago de unos cupones periódicos.
Podemos hablar de dos tipos de colocación en el mercado primario: directa e indirecta.
Colocación directa: en la venta directa los inversores adquieren los títulos sin participación de
entidades o intermediarios. Las emisiones de valores en el mercado primario puede ser una oferta
pública de valores, dirigida a todo el público o una colocación privada, restringida a un grupo
concreto de inversores. En la colocación privada se transmiten grandes paquetes de acciones u
obligaciones a inversores institucionales (bancos o empresas de seguros, fondos de inversión,
fondos de pensiones, etc.) que invierten grandes recursos en valores mobiliarios.
Colocación indirecta: es la venta en la que se utilizan los intermediarios financieros para realizar la
emisión. Los bancos de inversión suelen actuar como intermediarios entre los emisores de títulos y
los posibles suscriptores.
b) Miembros del mercado. Tienen la condición de miembro los sujetos habilitados para
operar en el mercado, que son: las sociedades y agencias de valores, las entidades de crédito y
las empresas de servicios de inversión y de crédito extranjeras en los términos que permite el
régimen de actuación transfronteriza.
entidad independiente y especializada. Actualmente, la Ley del Mercado de Valores (art. 93)
establece que reglamentariamente se determinarán los valores negociables cuyas operaciones
realizadas en los segmentos de contratación multilateral de los mercados secundarios oficiales,
estarán sujetas a mecanismos que permitan su ordenada liquidación y buen fin mediante la
necesaria intervención de una entidad de contrapartida central, así como que con objeto de
atender la liquidación de las operaciones sobre valores ejecutadas en mercados secundarios
oficiales, sus sociedades rectoras suscribirán acuerdos con al menos un depositario central de
valores y, en su caso, con una o varias entidades de contrapartida central.
A nivel nacional, los aspectos concretos del nuevo sistema de poscontratación han sido
desarrollados por el Real Decreto 878/2015, de 2 de octubre, que ha previsto que será
obligatoria la compensación centralizada por parte de una entidad de contrapartida central de
las operaciones sobre acciones y derechos de suscripción de acciones que sean realizadas en
segmentos de contratación multilateral de los mercados secundarios oficiales y de los sistemas
multilaterales de negociación (art. 62 RD 878/2015). La función de la entidad de contrapartida
central es, esencialmente, de garantía, para procurar, mediante su interposición, una mayor
estabilidad a los mercados financieros.
El ingente volumen del gasto público en las economías modernas, las limitaciones de la política
fiscal y la necesidad de financiar el déficit público, ha llevado a la organización de mercados que
faciliten la financiación de las Administraciones públicas. Es el caso, en nuestro país, del
denominado Mercado de Deuda Pública en Anotaciones, que dispone de sistemas modernos y
eficaces de suscripción, negociación y liquidación para los valores públicos, principalmente del
Estado (letras del tesoro, bonos y obligaciones del Estado, etc.).
El Mercado de Deuda Pública en Anotaciones se rige por las disposiciones de la LMV y una
dispersa y variada normativa de desarrollo que ha de ser sustituida por un Reglamento del
Mercado, previsto por la Ley del Mercado de Valores.
En todo caso, por su específica función institucional la Ley establece que le corresponde al Banco
de España la condición de órgano rector del Mercado de Deuda Pública (que engloba, tanto el
mercado primario o de emisiones como el secundario o de negociación de valores ya emitidos).
La moderna evolución del mercado financiero nos ha familiarizado con una nueva figura, que
son los llamados contratos de derivados a los que ya nos hemos referido. Dentro de la
contratación de derivados, los denominados contratos de futuros y opciones se caracterizan por
tener o basarse en «subyacentes» homogéneos, sean o no financieros, con la consecuencia de
que sus correspondientes «derivados» puedan ser objeto de normalización y negociación en
mercados organizados especializados.
V. NORMAS DE CONDUCTA
9. CONSIDERACIÓN GENERAL
La LMV en su título VII establece un conjunto de normas para disciplinar la actuación en los
mercados de valores. Se trata de normas de naturaleza pública, por lo que su incumplimiento
comporta una infracción que lleva aparejada la correspondiente sanción administrativa, con
independencia de la responsabilidad civil que resulte, en su caso, exigible al infractor por los
perjuicios causados en su actuación.
1) desarrollar una gestión ordenada y prudente; 2) disponer de los medios necesarios para
realizar su actividad y tener establecidos los controles necesarios para una gestión adecuada;
3) ofrecer toda la información necesaria para sus clientes, buscando que sea una información
clara, imparcial y no engañosa; y, en definitiva, 4) cuidar los intereses de sus clientes como si
fueran propios .
1) reducir al mínimo los riesgos de conflicto de intereses, informando y dando prioridad a los
intereses del cliente; 2) abstenerse de tomar posiciones por cuenta propia; y 3) no privilegiar a
unos clientes sobre otros.
Además, los emisores de valores quedan sujetos, durante las fases de estudio o negociación de
cualquier tipo de operación jurídica o financiera que pueda influir en la cotización de valores o
instrumentos financieros, a deberes de sigilo y confidencialidad a fin de salvaguardar la
correspondiente información.
Los arts. 225 y 231 de la Ley prohíben provocar, en beneficio propio o ajeno, una evolución
artificial de las cotizaciones y, en definitiva, preparar o realizar prácticas que falseen la libre
formación de los precios en el mercado, interfiriendo el libre juego de la oferta y la demanda.
Según expusimos, la CNMV se encarga, salvo determinados supuestos (en los que la
competencia será de las CCAA o del Banco de España), de la supervisión e inspección de la
actividad de las entidades directamente relacionadas con el mercado de valores o de
cualesquiera otras personas físicas o jurídicas en cuanto se refiere a sus actuaciones en dicho
mercado. Al igual que el Banco de España, la CMNV está facultada para proceder en supuestos
de crisis empresarial o graves irregularidades, a la intervención de las entidades sujetas a su
supervisión y a la sustitución de sus administradores.
La constitución de las entidades de inversión colectiva está sujeta a autorización previa por parte
de la CNMV, a la que se somete el correspondiente proyecto de constitución de las sociedades
y fondos de inversión (art. 10.1 LIC). La autorización sólo podrá denegarse por incumplimiento
de los requisitos legal o reglamentariamente exigidos para la constitución de la institución de
que se trate, y deberá ser resuelta mediante acuerdo motivado.
Respecto a la transparencia de estas entidades, la Ley les impone las siguientes obligaciones:
c) Las sociedades y fondos de inversión deberán hacer públicos, los hechos o informaciones
relevantes relacionados con la institución, dando conocimiento de los mismos a la CNMV e
incorporándolos a los informes sucesivos.
a) el principio de liquidez , en virtud del cual las instituciones de inversión colectiva deberán
tener liquidez suficiente para atender el derecho de reembolso que corresponde a sus partícipes
y accionistas; b) el principio de diversificación del riesgo , en su doble vertiente, la diversificación
de la inversión en sí misma considerada, y a la limitación de la concentración de los riesgos de
contrapartida u operativos, y c) el principio de previa definición del «perfil de inversión» , que
permite concretar las características de las acciones o participaciones que se ofrecen como
objeto de inversión al público que las suscribe. Por ello, la Ley exige que el «perfil de inversión»
quede debidamente reflejado en los folletos e informes a que antes hemos hecho referencia.
Las ofertas públicas de suscripción de valores negociables son las operaciones que definen y
constituyen el mercado primario. Se asientan sobre una doble base: 1) por un lado, la aplicación
de una regulación especial, imperativa, que, mediante la difusión por el emisor de toda la
información relevante, permite prescindir de la negociación del contrato de suscripción de
valores entre el emisor y los inversores; y, 2) por otro, la utilización de una particular fórmula
contractual, la oferta ad incertam personam*.
*Oferta publicitaria llamada también oferta ad incertam personam, es una forma de suscitar
ofertas de contratos, sin que sea propiamente una oferta en el sentido jurídico u oferta de
contrato mercantil. Tal es el caso del envío de listas de precios, el anuncio de mercaderías en la
prensa o su exposición en el escaparate de establecimientos comerciales acompañada de la
indicación de su precio respectivo. En todos estos casos falta la intención de concluir el contrato;
lo que si hay es un estímulo para que el público formule ofertas de compras.
Este régimen se aplica, de acuerdo con lo previsto en el art. 35.1 LMV a las ofertas públicas de
venta o suscripción de valores definidas como “toda comunicación a personas en cualquier
forma o por cualquier medio que presente información suficiente sobre los términos de la
oferta y de los valores que se ofrecen, de modo que permita a un inversor decidir la adquisición
o suscripción de estos valores.”
b) La aportación y registro en la CNMV de los documentos que acrediten que el emisor y los
valores están sujetos al régimen jurídico que les sea aplicable.
La CNMV tiene que autorizar el folleto (art. 36.4 LMV) y verificar que la documentación cumple
los requisitos de contenido y forma establecidos, antes de incorporarlos a los correspondientes
registros oficiales. A destacar que el registro no implica ninguna recomendación sobre la
suscripción o adquisición de los valores, ni un pronunciamiento sobre la solvencia de la entidad
emisora o la rentabilidad de la emisión, sólo es una condición necesaria para el ofrecimiento
público o en régimen de mercado de la emisión, así como para la suscripción de los valores
ofertados.
Se excluyen de la aplicación del régimen legal las ofertas dirigidas exclusivamente a inversores
cualificados, a menos de 150 personas físicas o jurídicas de un mismo Estado, así como aquellas
otras que se refieran a valores con nominal igual o superior a 100.000 euros o que requieran
una inversión mínima de ese importe, y, en fin, aquellas ofertas de cuantía inferior a 5.000.000
euros. También, el Gobierno podrá exceptuar total o parcialmente del cumplimiento de los
requisitos establecidos a ciertas ofertas públicas en función de la naturaleza del emisor o de los
valores, la cuantía de la emisión, o de la naturaleza o el número de los inversores a los que vayan
destinados (art. 36.3LMV)
situación similar a la existente en el caso de las emisiones públicas, justificándose entonces que
la LMV las sujete a su régimen jurídico (art. 30 bis LMV).
De acuerdo con el art. 35 de la LMV, la oferta pública de venta de valores «es toda comunicación
a personas en cualquier forma o por cualquier medio que presente información suficiente
sobre los términos de la oferta y de los valores que se ofrecen de modo que permita a un
inversor decidir la adquisición o suscripción de estos valores» (también art. 38 RD 1310/2005).
Sin embargo, no tendrán la consideración de ofertas públicas las ofertas de valores dirigidas
exclusivamente a inversores cualificados; las dirigidas a menos de 150 personas por Estado
miembro, sin incluir los inversores cualificados; las dirigidas a inversores que adquieran valores
por un mínimo de 100.000 euros por inversor, por cada oferta separada, y las ofertas cuyo valor
nominal unitario sea de, al menos, 100.000 euros o cuyo importe total sea inferior a 5.000.000
euros (art. 38.1 RD 1310/2005). Sin embargo, cualquier reventa ulterior de los valores objeto de
las mencionadas ofertas se considerará como una oferta separada y se aplicará la definición de
oferta pública contenida en el art. 38 para decidir si dicha reventa puede o no calificarse como
oferta pública de valores.
Las ofertas públicas de adquisición, conocidas como OPAs, son las que se dirigen a todos los
accionistas de una sociedad o a los titulares de otros valores que puedan dar derecho a su
suscripción o adquisición (derechos de suscripción, obligaciones convertibles, etc.) para adquirir
la totalidad o parte de unas u otros. Pero la OPA, en la práctica, además de ser una operación
que permite adquirir acciones, es utilizada, generalmente, como medio para lograr o
incrementar el control de sociedades anónimas con la anuencia del órgano de administración
(OPAs amistosas) o sin ella (OPAs hostiles).
No debemos confundir la OPA con la oferta pública de suscripción, ni tampoco con la oferta
pública de venta, aunque participe de la misma naturaleza contractual de ambas.
En nuestro ordenamiento, junto a las OPAs voluntarias, existen supuestos en que su formulación
resulta obligatoria. Los supuestos de OPAs obligatorias se refieren siempre a sociedades cuyas
acciones (o valores asimilados) se negocian en una bolsa de valores, y su fundamento radica en
el deseo legislativo de proteger a los accionistas, especialmente los minoritarios, en casos de
cambios en el control societario o en los de exclusión de la cotización de los correspondientes
valores.
Los supuestos concretos de OPAs obligatorias y sus características pueden resumirse como:
a) OPAs obligatorias por toma de control de la Sociedad afectada: Toda persona física
o jurídica que alcance el control de una sociedad cotizada, está obligada a presentar una OPA
por la totalidad de las acciones u otros valores que directa o indirectamente puedan dar derecho
a su suscripción o adquisición, a un precio equitativo en el plazo máximo de un mes desde que
se haya alcanzado el control (art. 3 RD).
Se considera que una persona física o jurídica tiene individualmente o de forma conjunta con las
personas que actúen de concierto con ella, el control de una sociedad cuando alcance, directa o
indirectamente, un porcentaje de derechos de voto igual o superior al 30% , o bien, cuando haya
La OPA deberá ser total, es decir, dirigirse a todos los accionistas, obligacionistas o titulares de
valores que puedan dar derecho a su suscripción o adquisición; y formularse por un precio
equitativo.
La CNMV podrá dispensar de la obligación de presentar una OPA cuando otra persona o entidad,
directa o indirectamente, tuviera un porcentaje de voto igual o superior al que tenga el obligado
a formular la oferta (art. 4.2 RD).
b) OPAs por exclusión de cotización: El art. 81 de la LMV establece que cuando una
sociedad acuerde excluir sus acciones de la negociación en los mercados oficiales españoles,
deberá promover una oferta pública de adquisición dirigida a todos los valores afectados por la
exclusión. La oferta deberá dirigirse a todos los titulares de las acciones de la sociedad cotizada,
formularse como compraventa, y a un precio que no sea inferior al que resulte de aplicar las
normas de valoración previstas al efecto.
La CMNV podrá dispensar de la obligación de formular esta OPA en los casos en los que se
presente otro procedimiento equivalente que asegure la protección de los legítimos intereses
de los titulares de acciones afectadas por la exclusión, así como del resto de valores afectados
(art. 11 RD).
D. Medidas de neutralización
De forma inversa, la Ley, para proteger los intereses de los accionistas, permite la suspensión o
eliminación de ciertas cláusulas estatutarias o parasociales que puedan comprometer el éxito
de las OPAs.
En concreto, la junta general de accionistas, constituida con los quorum reforzados del art. 194
de la Ley de Sociedades de Capital, podrá acordar la suspensión e ineficacia de las cláusulas o
pactos que limitan la transmisibilidad o restrinjan el derecho de voto de las acciones, bien,
temporalmente, durante el período de aceptación de la oferta o con ocasión de la junta general
convocada para la adopción, en su caso, de medidas defensivas, bien, definitivamente, en el
supuesto de que el oferente alcance un porcentaje igual o superior al 70% del capital (art. 135.1
y 3 LMV y art. 29 RD).
E. Compraventas forzosas
Cuando, como resultado de la presentación de una OPA total, ya sea obligatoria o voluntaria, el
oferente posea valores que supongan al menos el 90% del capital que confiere derechos de voto
y la oferta haya sido aceptada por titulares de valores que representen al menos el 90% de los
derechos de voto, distintos de los que ya obraran en poder del oferente, podrá exigir de los
restantes titulares de valores su venta a un precio equitativo, siempre y cuando se haya
reservado este derecho en el folleto explicativo de la OPA . En los mismos casos, e inversamente,
los titulares de valores de la sociedad afectada podrán exigir del oferente la compra de sus
valores a dicho precio (art. 136 LMV). El plazo máximo para exigir la venta o compra forzosa será
de tres meses a contar desde la terminación del plazo de aceptación.
F. Infracciones y sanciones
Las personas o entidades que promuevan una oferta pública de adquisición, quedarán sujetas
al régimen de supervisión, inspección y sanción de la LMV que, califica como infracción muy
grave el incumplimiento de las obligaciones establecidas en materia de ofertas públicas de
adquisición.
Además de las correspondientes sanciones administrativas (art. 302 LMV), quienes incumplan
la obligación de formular una OPA (esto es, quien no la presente, la presente fuera de plazo o
con irregularidades esenciales), no podrán ejercer los derechos políticos derivados de ninguno
de los valores de la sociedad cotizada. Además, serán nulos los acuerdos adoptados por los
órganos de una sociedad cuando para su constitución o la adopción de dichos acuerdos hubiera
sido necesario computar los valores cuyos derechos políticos estén suspendidos. En estos
supuestos, la CNMV estará legitimada para el ejercicio de las correspondientes acciones de
impugnación, en el plazo de un año a contar desde que tenga conocimiento del acuerdo.
*¿QUÉ ES UNA OPA? Hablamos de una oferta pública de adquisición (OPA) cuando una empresa o
varias hacen una oferta, a un precio determinado, para comprar las acciones de otra empresa que
cotiza en bolsa con el objetivo de hacerse con el control de ésta. Dos características fundamentales
de este proceso son: 1) el precio de la oferta es mayor que el precio de cotización en el mercado
bursátil, y 2) la empresa ofertante es de mayor tamaño que la empresa objetivo.
Si el precio estuviese por debajo del precio de cotización, a los accionistas no les interesaría vender
las acciones. Por eso, es necesario un precio mayor que incentive a los poseedores a vender las
acciones. Por otro lado, si la empresa ofertante es más pequeña que la grande no tendría poder
financiero suficiente para llevar a cabo el proceso.
La oferta va dirigida a los poseedores de las acciones de la empresa que se quiere adquirir y, por
tanto, éstos tienen que decidir si quieren vender o no las acciones a la compañía. La OPA se tiene
que comunicar a la CNMV y la contraprestación de ésta puede ser con dinero, acciones o una
combinación de ambas.
La oferta se puede producir de dos maneras: amistosa u hostil. Una OPA amistosa es cuando la
compañía ofertante llega a un acuerdo (en porcentaje de acciones y precio) con la junta de
ejecutivos de la empresa que se quiere adquirir. Mientras que la Opa hostil es cuando se realiza la
oferta a los accionistas sin la aprobación de la cúpula de ejecutivos o sin comunicárselo a ellos.
De la misma forma se puede hablar de una OPA parcial, cuando la oferta es sobre una parte del
total de las acciones en circulación, mientras que una OPA total es sobre las acciones de la empresa
objetivo. (Fuente: economiaparaprincipiantes.com).
*Las OPA son operaciones motivadas por demandas excepcionales de acciones y permiten adquirir
muchas acciones de una empresa de un modo rápido y organizado, que de realizarse a través de
operaciones ordinarias en bolsa podría resultar muy costoso, ya que la demanda continuada
encarecería mucho el precio de esta acción. Toda la información relevante (valores a los que se
El precio de estas dos últimas OPA´s no es libre para proteger los intereses de los accionistas y debe
ser autorizado por la CNMV, ya que las acciones de la empresa las compra ella misma con cargo a
reservas, y, posteriormente, o las cede a terceros o reduce su capital en la misma proporción de las
acciones adquiridas.
Ante una OPA los accionistas de la empresa “opada” pueden optar por acudir a ella o por no
hacerlo. Transcurrido el plazo de la oferta se comprueba si las aceptaciones superan el mínimo
exigido y si es así se venden las acciones a la empresa que ha realizado la OPA; en el caso de que
las acciones que acepten la oferta superen el máximo solicitado se prorratearán; y si no llegan al
mínimo se podrá anular la OPA.
Cuando el consejo de administración de la empresa “opada” no está de acuerdo con la operación,
se dice que se trata de una OPA hostil. En caso contrario, cuando hay acuerdo entre consejos de
administración, hablamos de una OPA amistosa.
Puede haber “OPA competidora” cuando la oferta afecta a valores sobre los que ya se ha
presentado otra OPA en la que todavía no ha expirado el plazo de aceptación.
(Fuente: elEconomista.es)
4. ADMISIÓN A NEGOCIACIÓN
Con carácter general se establece un régimen común para todos los mercados. El objetivo de
este régimen común es conseguir que el emisor y los valores cumplan determinados requisitos
de idoneidad, y, que se disponga de la información necesaria- sobre los valores y sus emisores-
para que puedan adoptarse decisiones de compra de manera fundamentada y sin necesidad de
más contactos o trámites con sus titulares. En concreto, el art. 36 de la LMV establece como
requisitos previos a la admisión a negociación los mismos que se establecen para la realización
de las ofertas públicas de suscripción.
Tras la verificación de la CNMV, será necesario también el acuerdo del organismo rector del
mercado de que se trate. Al respecto, sin perjuicio de las obligaciones contenidas en el art. 76
de la LMV, los mercados deben establecer normas claras y transparentes, que aseguren una
negociación ordenada y eficiente. En especial, debe garantizarse que los valores negociables
sean libremente transmisibles, y que los instrumentos financieros derivados gocen de
condiciones efectivas de liquidación y formación de precios (art. 78 LMV).
Además de ello, el art. 125 de la LMV establece el deber de notificar la adquisición o transmisión
de una participación significativa de acciones cotizadas a la propia sociedad emisora y a la
CNMV, entendiendo por tal cualquier adquisición o disposición que suponga alcanzar o perder
determinados porcentajes de participación (3%, 5%, etc.). El porcentaje se reduce al 1% cuando
el afectado tenga su residencia en un «paraíso fiscal» o en un territorio que carezca de órgano
supervisor de los mercados de valores. Los administradores de sociedades cotizadas deberán,
en fin, comunicar cualquier adquisición o transmisión que lleven a efecto con independencia del
capital de la sociedad que representan.
5. SUSPENSIÓN DE LA NEGOCIACIÓN
La negociación de valores admitidos en un mercado secundario oficial puede ser suspendida por
la CNMV cuando concurran circunstancias especiales que puedan perturbar el normal desarrollo
de las operaciones sobre los mismos o aconsejen dicha medida en protección de los inversores
(art. 80 LMV). La suspensión puede acordarse de oficio, a instancia del organismo rector
correspondiente o del emisor, y no implica la pérdida de la transmisibilidad del valor o que éste
no pueda enajenarse, sino que su transmisión no se beneficia del específico régimen jurídico
típico del mercado. La suspensión, que no excederá del plazo máximo que reglamentariamente
se fije, no debe prolongarse más allá de lo necesario con el fin de proteger los intereses de los
inversores y reducir los perjuicios que puedan causarse por la pérdida de liquidez de los valores
afectados.
6. EXCLUSIÓN DE LA NEGOCIACIÓN
Circular 1/2017, de 26 de abril, de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, sobre los
contratos de liquidez).
La exclusión puede responder también a la voluntad del emisor que, por razones diversas, desee
optar por retirar el valor de la negociación en el mercado. Al contrario de lo que ocurre con la
admisión, la exclusión reduce o dificulta la liquidez de los valores de que se trate. Por esta razón,
la Ley obliga a la sociedad emisora de los valores que se excluyen, a la realización de una oferta
pública para su adquisición, salvo en aquellos supuestos en que mediante otro procedimiento
equivalente se asegure la protección de los legítimos intereses de los titulares afectados por la
exclusión (art. 82).
7. DEFINICIÓN Y CLASES
Desde esa perspectiva, son importantes las normas contenidas en el art. 36 de la LMV que tratan
de definir el ámbito de aplicación de ese régimen especial. De acuerdo con ellas, tienen la
consideración de operaciones de mercado secundario oficial:
Las transmisiones por título de compraventa u otros negocios onerosos característicos de cada
mercado cuyo objeto sean valores negociables u otros instrumentos financieros admitidos a
negociación en el mercado de que se trate, y que se efectúen en ese mercado con sujeción a sus
reglas de funcionamiento (art. 36.1). Las transmisiones a título oneroso diferentes a las citadas
y las transmisiones a título lucrativo no gozan, por el contrario, de aquella calificación (art. 36.2).
Sólo, pues, se aplica el régimen jurídico que vamos a analizar a las compraventas y a los otros
negocios onerosos más característicos o frecuentes en cada mercado.
Las operaciones de mercado pueden clasificarse según distintos criterios. Así, según el mercado
en que se realizan, puede hablarse de operaciones bursátiles, operaciones del Mercado de
Deuda, operaciones de derivados, etc. El Real Decreto 1416/1991, por su parte, las clasifica en
operaciones ordinarias y extraordinarias. Las operaciones ordinarias son aquellas que se realizan
con plena sujeción a las reglas de funcionamiento del mercado secundario oficial de que se trate
y con intervención de un miembro del mismo. Junto a ellas, el Decreto ha definido operaciones
que, aunque considera «de mercado», no se sujetan, a todas o alguna de las reglas de
funcionamiento del mercado secundario oficial correspondiente, y que, por ello, reciben el
nombre de extraordinarias (arts. 2 y ss.).
8. COMPRAVENTAS
Por otro lado, conviene mencionar que el Real Decreto-ley 9/2017, ha modificado la Ley
41/1999, sobre sistemas de pagos y de liquidación de valores. En concreto, ha modificado el art.
11, relativo a la «firmeza de las órdenes de transferencia», disponiendo que las órdenes de
transferencia cursadas a un sistema por sus participantes serán firmes, vinculantes y legalmente
exigibles para el participante obligado a su cumplimiento y oponibles frente a terceros, no
pudiendo ser impugnadas o anuladas por ninguna causa. Tampoco podrán ser revocadas por los
participantes o por terceros a partir del momento determinado por las normas de
9. PRÉSTAMO DE VALORES
La LMV ha regulado el préstamo de valores, negocio que, a pesar de estar recogido en el CCom
(art. 312.2), carecía de una disciplina suficiente y adecuada que permitiese su utilización en un
mercado secundario moderno. Las normas establecidas en el art. 84 de la LMV, configuran una
modalidad especial del préstamo de valores caracterizada por su específica finalidad: la
utilización de los valores prestados para su enajenación, para realizar un nuevo préstamo o para
servir de garantía en una operación financiera.
El art. 6 del Real Decreto-ley 5/2005 establece que podrán ser reconocidas, por el organismo
rector correspondiente, como operaciones de mercado secundario las operaciones dobles y las
operaciones con pacto de recompra.
Según la LMV se entiende por operaciones dobles (también denominadas simultáneas) aquellas
en las que se contratan, al mismo tiempo, dos compraventas de sentido contrario o cruzadas de
valores de idénticas características (normalmente acciones) y por el mismo importe nominal,
pero con distinta fecha de ejecución, pudiendo ser ambas compraventas al contado con
diferentes fechas de liquidación, a plazo, o la primera al contado y la segunda a plazo. Las
operaciones con pacto de recompra son aquellas en que el titular de los valores (generalmente
de Deuda Pública) los vende, conviniendo simultáneamente la recompra de valores de idénticas
características y por igual valor nominal, en una fecha determinada (anterior a la de
amortización necesaria o facultativa, total o parcial de los valores de que se trate).
Como ya sabemos, los servicios de inversión y los servicios auxiliares que se enumeran en los
arts. 140 y 141, de la LMV son muy variados y heterogéneos, pudiendo clasificarse en función
de varios criterios. A continuación, vamos a estudiar algunos de estos servicios que revisten
particular importancia.
La labor del administrador comprende el ejercicio por cuenta del titular de los derechos
económicos de que disfruten los valores, pero no el cumplimiento de obligaciones, ni el ejercicio
de derechos de otro signo. El administrador no está obligado, en efecto, a desembolsar, por citar
un ejemplo, dividendos pasivos, si no cuenta para ello con la oportuna provisión de fondos (art.
250 CCom); y no está facultado, por otra parte, para hacer uso de derechos políticos,
particularmente el derecho al voto, sin previo cumplimiento de las disposiciones vigentes en la
materia (arts. 184 y ss. LSC, y también art. 6 de la Ley 31/1968, de 27 de julio, de
Incompatibilidades y Limitaciones de Presidentes, Consejeros y Altos Cargos de Bancos privados,
que prohíbe que sus consejeros o administradores ostenten en las juntas generales la
representación de acciones de terceros «depositadas» en el banco al que pertenezcan). En
ningún caso podrá el administrador enajenar o disponer de los valores administrados.
Las transmisiones a título de compraventa no se conciertan, por lo general, por los propios
interesados, sino por medio de intermediarios profesionales que son quienes actúan
directamente en el mercado. El contrato que une a compradores o vendedores con el
intermediario encargado de realizar la transacción, se considera de naturaleza similar al contrato
de comisión, esto es, a la de un mandato mercantil remunerado, bien de compra, bien de venta
de valores.
Las normas del CCom (arts. 244 y ss) son las que se aplican con carácter general a la comisión de
compra o venta de valores, pero su conexión con un mercado organizado determina que existan
especialidades:
a) La comisión u orden de compra o venta sólo puede darse a las empresas de servicios
de inversión o demás entidades autorizadas que ostenten la condición de miembros del mercado
en que vaya a realizarse la operación (arts. 138, 143 y 164 y ss. LMV). Es frecuente, por lo demás,
que la orden o encargo no se haga directamente al intermediario autorizado para ejecutarla,
sino a un tercero que no es miembro del correspondiente mercado, y que la transmitirá a quien
lo sea, por cuenta del cliente. En este caso, a la comisión propiamente dicha le precede un
distinto mandato o gestión de carácter meramente instrumental.
c) Para la realización del encargo que ha recibido del comitente, la legislación del
mercado de valores se limita a señalar el cumplimiento de ciertos requisitos que aseguren que
el encargo se haga en condiciones de mercado. El incumplimiento determina, además de la
responsabilidad contractual del comitente, la correspondiente infracción administrativa,
también sancionable de acuerdo con la LMV.
de la operación, esto es, de la entrega de los valores o del pago del precio (art. 71 LMV), lo que
supone una garantía muy importante para el buen funcionamiento de los mercados de valores.
La gestión de carteras de inversión es un contrato por el que el gestor (que ha de ser una
empresa de servicios de inversión o una entidad asimilada) se obliga a administrar una cartera
o conjunto determinado de valores negociables e instrumentos financieros pertenecientes a un
tercero (el inversor o cliente), a cambio de una contraprestación que remunera sus servicios.
Su naturaleza jurídica es la de un mandato o comisión. Se rige por los pactos establecidos entre
las partes y por las disposiciones de nuestros Códigos en la materia, y también se aplica la LMV.
Se trata de un contrato consensual, por lo que no precisa, en principio, de forma especial alguna
para su validez y eficacia. Sin embargo, para proteger al inversor, la normativa impone al gestor
la formalización de las relaciones con el cliente mediante un contrato-tipo de gestión, que fije
los criterios a que ha de sujetarse la gestión de la cartera, y que ha de haberse sometido a la
previa aprobación de la CNMV.
La obligación de gestión es, naturalmente (otra cosa es que pueda pactarse lo contrario), una
obligación de actividad o medios. El gestor no queda obligado a conseguir un determinado
resultado (beneficios, revalorización de la cartera, etc.), sino a desplegar la diligencia exigible a
quien específica y profesionalmente asume la gestión de unos concretos y determinados
intereses ajenos. Además de diligentemente, el gestor debe desempeñar su labor de manera
leal, defendiendo y anteponiendo, en todo momento, los intereses del cliente a los suyos
propios (STS de 11 de julio de 1998).
En cuanto a la extinción del contrato, puede mencionarse que el contrato suele pactarse por
tiempo indefinido, y que en tal caso cada una de las partes podrá resolverlo unilateralmente
mediante preaviso.
1. INTRODUCCIÓN
La existencia humana se encuentra constantemente amenazada por una serie de riesgos que
acechan a la propia persona o a sus bienes. Ante esta situación, las personas pueden adoptar
una actitud pasiva o de resignación frente a dichos riesgos o bien un comportamiento activo o
de búsqueda de soluciones que permitan evitar o disminuir sus efectos perjudiciales. Surgen así
las técnicas de prevención que, pese a su evolución a través de los tiempos, no han logrado la
desaparición total de los riesgos, por ello no debe extrañarnos que se hayan ensayado otros
mecanismos para lograr que, al menos, no resulten especialmente gravosos, como, por ejemplo,
el desplazamiento del riesgo hacia otras personas o entidades. Esta transferencia del riesgo
puede realizarse de dos maneras diferentes: mediante la asociación de las distintas personas
que están expuestas al mismo riesgo, de modo que cuando una de ellas sufre un siniestro el
resto de los asociados contribuye a su reparación (seguro mutuo), o bien a través del traspaso
del referido riesgo a otra persona que se compromete a asumirlo en su totalidad, a cambio, claro
está, de un precio que pagará la persona que quiere protegerse (seguro a prima). De la
combinación de ambos sistemas ha surgido el seguro moderno, que viene a sumar la
transferencia del riesgo y su reparto entre una serie de personas que se encuentran sometidas
a los mismos riesgos.
Desde un punto de vista jurídico, se puede definir el Derecho del seguro como el conjunto de
normas que regulan las operaciones de seguro y la actividad aseguradora en todos sus aspectos
y manifestaciones. Desde esta perspectiva se puede hablar de un Derecho público del seguro,
que comprendería las normas sobre el control administrativo de la actividad aseguradora, y de
un Derecho privado del seguro, que abarcaría fundamentalmente las normas que regulan el
contrato de seguro. (En este tema sólo vamos a ver esta última modalidad).
2. REGULACIÓN LEGAL
Por otra parte, es una ley que brinda una especial protección a los asegurados, que se manifiesta
sobre todo en el carácter imperativo de sus normas, que sólo podrán ser derogadas en beneficio
del asegurado (art. 2), en la prohibición y sometimiento a control de las cláusulas que sean
abusivas o lesivas para los intereses de los asegurados (art. 3), en la garantía de una conclusión
reflexiva y no apresurada del contrato (arts. 3, 5, 6 y 8), en el derecho a una pronta
indemnización (art. 18), que se completa con una severa penalización por el retraso en el pago
de la misma (art. 20) o en la imposición del foro judicial del domicilio del asegurado (art. 24).
Este sistema de tutela de los asegurados no se aplica, sin embargo, ni a los seguros de daños
contra grandes riesgos ni tampoco al contrato de reaseguro, por entender que en ambos casos
los asegurados son operadores profesionales no necesitados de especial protección. La Ley trata
de proteger también a otras personas ajenas a la relación contractual de seguro que pueden
verse afectados por ella, tales como los acreedores con garantía real sobre los bienes asegurados
(arts. 40 y 41), las víctimas en el caso de los seguros de responsabilidad civil (art. 76) o los
beneficiarios en los seguros de vida (art. 88).
El art. 1 de la Ley de Contrato de Seguro (LCS) define el contrato de seguro como «aquel por el
que el asegurador se obliga, mediante el cobro de una prima y para el caso de que se produzca
el evento cuyo riesgo es objeto de cobertura, a indemnizar, dentro de los límites pactados, el
daño producido al asegurado o a satisfacer un capital, una renta u otras prestaciones
convenidas». Es decir, nuestro Derecho positivo, formula un concepto unitario del seguro,
basado en la idea de que la finalidad esencial del seguro consiste en reparar mediante el pago
de una indemnización el daño sufrido por el asegurado o, dicho, en otros términos, que en todo
seguro (incluso en los seguros de vida) la realización del siniestro genera daños al asegurado,
cuyas consecuencias económicas van a ser soportadas por el asegurador en virtud del seguro.
En consecuencia, podemos decir que el contrato de seguro es aquel contrato por el que una
persona (asegurador) se obliga, a cambio de una prestación pecuniaria (prima), a indemnizar a
otra (asegurado), dentro de límites convenidos, los daños sufridos por la realización de un
evento incierto.
-Es un contrato sinalagmático o bilateral perfecto del que nacen obligaciones para
ambos contratantes.
- Es un contrato oneroso porque ambas partes persiguen la obtención de una ventaja
patrimonial.
-Es un contrato de tracto sucesivo, porque, por lo general, su contenido no se agota en
la realización de una prestación única, sino que conlleva prestaciones sucesivas.
- Es un contrato aleatorio, porque el pago efectivo de la prestación del asegurador se
hace depender de un evento que o bien es incierto o bien ocurrirá en un tiempo indeterminado.
-Es un contrato de adhesión, en la medida que el asegurado se somete a las condiciones
generales establecidas por el asegurador.
- Finalmente, es un contrato de buena fe, en el que las partes deben comportarse con
lealtad recíproca.
Los elementos del contrato no difieren mucho de los generales establecidos en el art.1261 del
CC, pero presentan ciertas peculiaridades, entre las que cabe destacar la disociación de una de
las partes contratantes en diversas figuras tales como el tomador del seguro, el asegurado y el
beneficiario, la conceptuación del riesgo como causa del contrato y la consideración del interés
como objeto del seguro.
A. Elementos personales
Los aseguradores son auxiliados, tanto en su actividad de comercialización de los seguros como
en la de preparación y formalización de los contratos de seguro, por otros empresarios, que
reciben genéricamente la denominación de mediadores de seguros. La actividad de mediación
de seguros se regula por la Ley 26/2006, de 17 de julio, de Mediación de Seguros y Reaseguros
Privados (LMSRP). La Ley define la mediación como aquella actividad mercantil que consiste en
la presentación, propuesta o realización de trabajos previos a la celebración de un contrato de
seguro o reaseguro, o en la formalización de dichos contratos entre una persona y una compañía
de seguros, así como la actividad posterior de asistencia al tomador del seguro, asegurado o
beneficiario en la ejecución de dichos contratos, especialmente en caso de siniestro (art. 2.1).
Esta actividad queda reservada por ley exclusivamente a los mediadores de seguros, lo que
significa que sólo ellos pueden desarrollarla. La actividad de los mediadores de seguros se
somete a la supervisión y control de la DGSFP (arts. 47 y ss.). Los mediadores de seguros podrán
contratar colaboradores externos para la distribución de seguros que realizarán
fundamentalmente labores de captación de clientela, actuarán siempre por cuenta de dichos
mediadores y no tendrán la condición de mediadores de seguros (art. 8 LMSRP).
1) Agentes de seguros, que son las personas físicas o jurídicas que mediante la celebración de
un contrato de agencia y la inscripción en un registro administrativo especial promueven la
realización de contratos de seguro para una o varias compañías aseguradoras. Los agentes de
seguros, a su vez, pueden ser: agentes de seguros exclusivos, cuando desarrollan su actividad
para una compañía de seguros; agentes de seguros vinculados cuando desarrollan su actividad
de producción de seguros para varias compañías de seguros , y operadores de banca-seguros,
que son las entidades de crédito y las sociedades mercantiles creadas o controladas por éstas
que realizan la actividad de mediación de seguros para una o varias compañías de seguros
utilizando las redes de distribución de las entidades de crédito.
2) Corredores de seguros, que son las personas físicas o jurídicas que realizan la actividad de
mediación de forma independiente e imparcial y no mantienen vinculación con ninguna entidad
aseguradora determinada. Los corredores de seguros deberán figurar inscritos previamente en
el registro administrativo especial de mediadores de seguros. El corredor de seguros está
vinculado con el demandante de un seguro por un contrato de comisión. El corredor de seguros
no podrá percibir de las entidades aseguradoras ninguna retribución distinta a las comisiones.
Las actividades de agente y corredor de seguros son incompatibles entre sí.
3) Corredores de reaseguros que son las personas físicas o jurídicas que realizan la actividad de
mediación en reaseguros (art. 34).
b) El asegurado es el titular del interés objeto del seguro, esto es, la persona que se
encuentra amenazada por un riesgo y quiere ponerse a cubierto del mismo mediante un seguro.
c) El tomador del seguro es la persona que contrata con el asegurador y firma con él la
póliza del seguro. Por lo general, suelen coincidir las figuras del tomador del seguro y del
asegurado. Lo normal es que el tomador contrate el seguro por cuenta propia, asumiendo
también la posición jurídica de asegurado, pero también puede ocurrir que contrate el seguro
por cuenta ajena, en cuyo caso esas dos posiciones jurídicas se encarnarán en personas
diferentes. Cuando no coincidan las figuras del tomador del seguro y del asegurado, las
obligaciones y los deberes que derivan del contrato de seguro, incluido el pago de la prima,
corresponderán al tomador del seguro, salvo aquellos que por su especial naturaleza tengan que
ser cumplidos necesariamente por el asegurado.
B. El riesgo
producir la realización de un evento incierto. Desde este punto de vista, el riesgo, entendido
como posibilidad de que se produzca un suceso dañoso, constituye un presupuesto de la causa
contractual y se convierte en un elemento esencial del contrato, de modo que el contrato de
seguro será nulo si, en el momento de su conclusión, no existe el riesgo o ya se ha producido el
siniestro (art. 4). Sin riesgo no puede haber seguro, porque faltando la posibilidad de que se
produzca el evento dañoso, no podrá existir daño indemnizable y el contrato carecería de causa.
- Desde el punto de vista técnico, las dificultades para asegurar un determinado riesgo
provienen normalmente de la dimensión del mismo y de su carácter excepcional o esporádico,
ya que estas circunstancias impiden establecer una base estadística que sirva de soporte al
seguro y permita el cálculo de la prima. Por esta razón, se excluyen de la cobertura del seguro
los llamados riesgos catastróficos (guerra, acciones terroristas, erupciones volcánicas,
terremotos, etc.). Para atender a la cobertura de estos riesgos se ha creado en nuestro país el
Consorcio de Compensación de Seguros.
C. El interés
El objeto del seguro es el interés que tiene el asegurado en el bien expuesto al riesgo. Se
entiende por interés la relación económica que existe entre un sujeto y un bien, la cual tiene un
valor cuya disminución o pérdida habrá de ser compensada por la indemnización del seguro. Por
tanto, no se aseguran las personas o las cosas, sino los intereses que tenemos sobre ellas.
Para que un interés sea asegurable deberá tener tres características: ser subjetivo, tener un
valor económico-patrimonial y ser lícito. La falta de un interés genera la nulidad del seguro.
Debemos señalar que sobre un mismo bien pueden recaer diversos intereses que se pueden
asegurar separadamente (por ejemplo, sobre una vivienda pueden recaer los intereses del
propietario, del arrendatario y del acreedor hipotecario de manera que cada uno de ellos podrá
contratar un seguro de incendios que le garantice contra el riesgo de incendio o de explosión).
El interés asegurado tiene necesariamente un valor económico. En los seguros de daños, el valor
económico se determina después de haberse producido el siniestro, empleando criterios
objetivos (valor real). En los seguros de personas, especialmente, el valor aparece determinado
con arreglo a baremos o cantidades fijas, establecidas legal o convencionalmente (valor a tanto
alzado). Sin embargo, no hay que confundir el valor del interés que se asegura con la llamada
suma asegurada, que representa la medida en que queda cubierto por el seguro el interés
asegurable. Es decir, el límite máximo de indemnización que va a pagar la aseguradora en caso
de siniestro. La suma asegurada se establece en la póliza y sirve para el cálculo de la prima (a
1ª) Cuando la suma asegurada supere notablemente el valor del interés asegurado,
cualquiera de las partes podrá exigir la reducción de dicha suma y, consecuentemente también,
de la correspondiente prima, teniendo que restituir el asegurador el exceso de las primas
percibidas e indemnizar el daño efectivamente causado si se produjera el siniestro.
D. La prima
La Ley establece que el contrato de seguro y sus modificaciones o adiciones se consignarán por
escrito, pero no exige explícitamente esa forma para la validez del contrato. Por ello podemos
decir que estamos ante un contrato consensual en el que la forma escrita cumple una mera
función instrumental, dirigida a la prueba y no a la existencia del contrato. Todo esto, sin
perjuicio de que las partes puedan acordar que el seguro no tenga efecto hasta que se firme la
póliza, o bien, que el efecto se retrotraiga al momento en que se presentó la solicitud o se
formuló la proposición.
El contenido de la póliza viene sustancialmente determinado por la Ley, que exige, de un lado,
que se redacte en cualquiera de las lenguas españolas oficiales en el lugar donde se formalice,
a elección del tomador del seguro y, de otro, que se hagan constar en la póliza, como mínimo,
los siguientes datos:
Las pólizas pueden extenderse en forma nominativa, a la orden o al portador. Así pues, el
endoso de la póliza a la orden, la cesión de la póliza nominativa o la entrega de la póliza al
portador legitimarán al adquirente para el ejercicio de los derechos que el tomador o el
asegurado pudieran tener contra el asegurador, sin que sea preciso para ello notificar su
transmisión al asegurador. La póliza no puede considerarse, por tanto, un título valor en sentido
propio, sino un mero título de legitimación.
Comprende los derechos y obligaciones de cada una de las partes durante las distintas fases de
la vida del seguro, incluyendo la fase precontractual.
la resolución del contrato, los efectos serán diferentes dependiendo de si hubo dolo o culpa
grave por parte del tomador del seguro. Así, de mediar dolo o culpa grave del tomador, el
asegurador quedará liberado del pago de la indemnización; en caso contrario, se reducirá la
indemnización en proporción a la diferencia entre la prima convenida y la que se hubiera
aplicado de haberse conocido la verdadera entidad del riesgo (art. 10, párrafo 3).
b) Pago de la prima. La obligación principal del tomador del seguro es pagar una prima
como contraprestación del riesgo asumido por el asegurador.
La prima puede ser única o periódica. Se habla de prima única cuando se fija su importe para
toda la duración del seguro y se paga de una sola vez, y de prima periódica cuando el importe
de la prima se establece en función de períodos regulares de tiempo como, por ejemplo,
anualidades, semestres, etc., y el pago se efectúa de modo sucesivo a su vencimiento. No hay
que confundir estos conceptos con la figura del fraccionamiento del pago de la prima.
Los efectos del impago de la prima dependerán de la modalidad de la misma y de la actitud del
tomador del seguro. El impago de la prima única o de la primera de las primas periódicas por
culpa del tomador del seguro permitirá al asegurador resolver el contrato o bien exigir el pago
por vía ejecutiva y, si en ese tiempo se produjera el siniestro, el asegurador quedará liberado de
su obligación, salvo pacto en contrario. El impago de las primas sucesivas producirá la
suspensión de la cobertura del seguro una vez transcurrido el plazo de gracia de un mes a contar
de su vencimiento y, si el asegurador no reclamara el pago dentro de los 6 meses siguientes al
vencimiento de la prima, el contrato quedará extinguido. Por último, si pese al impago de la
prima, el contrato no hubiera sido resuelto o no se hubiera extinguido, la cobertura volverá a
tener efecto a las 24 horas del día en que el tomador pagara la prima.
c) Además de las anteriores, la Ley y las pólizas establecen otros deberes a cargo del
tomador o del asegurado. Son:
- Con anterioridad a la realización del siniestro, deberá dar cuenta al asegurador de los
demás seguros que celebre sobre los mismos riesgos e intereses y de las circunstancias que
impliquen una agravación o aumento del riesgo (salvo en el caso de los seguros de personas en
los que no habrá que comunicar las modificaciones del estado de salud del asegurado, que no
se considerarán agravación del riesgo).
a) La principal obligación del asegurador es ofrecer una garantía frente al riesgo. Esta
obligación presenta como característica el mantenerse como abstracta durante la vida del
contrato y materializarse sólo cuando se produce el siniestro. Para hacer frente a esta
obligación, la legislación de ordenación y supervisión impone a las empresas aseguradoras la
Pero para que exista la obligación de indemnizar deberán concurrir ciertos presupuestos:
1º) Que exista un contrato de seguro válido cuya cobertura esté en vigor; 2º) que ocurra uno
de los eventos contemplados expresamente entre los riesgos asegurados y no figure entre los
excluidos; 3º) que se produzca un daño al interés asegurado; 4º) que exista un nexo causal entre
el evento y el daño.
Por duración del contrato se entiende todo el tiempo de subsistencia de la relación de seguro.
La Ley, salvo casos excepcionales (como sucede en el seguro del automóvil), no fija el tiempo de
duración de los contratos de seguro: esta cuestión queda al arbitrio de las partes, pero si se exige
que se haga constar en la póliza. Generalmente la duración del contrato se divide en períodos
de tiempo iguales, correspondiendo a cada uno el pago de una prima. Por otra parte, establece
un plazo máximo de duración de 10 años aplicable a todas las modalidades de seguro a
excepción del seguro de vida. Terminado el plazo de vigencia de un contrato, éste podrá
prorrogarse una o más veces por un período de tiempo no superior a un año cada vez, si así se
establece expresamente. Las partes pueden oponerse a la prórroga mediante una comunicación
escrita dirigida a la otra parte, realizada con un plazo de un mes de antelación a la finalización
del período de seguro en curso si el que se opone es el tomador y de dos meses si es el
asegurador. El asegurador deberá notificar al tomador toda modificación del contrato de seguro
al menos con dos meses de antelación a la conclusión del período en curso.
Finalmente, el contrato de seguro se extinguirá por las siguientes causas: vencimiento del
término, realización de un siniestro que motive el pago de la indemnización, cesación del riesgo,
acuerdo de las partes o resolución unilateral motivada por incumplimiento de las partes,
alteración de la naturaleza de las cosas o de las circunstancias del riesgo y concurso o liquidación
del asegurador.
Las acciones que derivan del contrato de seguro prescribirán a los 2 años si se trata de seguro
de daños y a los 5 si se trata de seguro de personas (art. 23). El fuero judicial vendrá determinado
por el domicilio del asegurado, siendo nulo todo pacto en contrario (art. 24).
La Ley de Contrato de Seguro sólo se refiere a los seguros contra daños y los seguros de personas.
9. CONCEPTO Y CLASES
Bajo esta denominación genérica, la Ley de Contrato de Seguro regula nueve modalidades de
seguro: incendios, robo, transportes terrestres, lucro cesante, caución, crédito,
responsabilidad civil, defensa jurídica y reaseguro. Todos ellos son seguros de indemnización
objetiva en los que el importe de la indemnización se determina después del siniestro en función
del daño patrimonial realmente sufrido por el asegurado. En los tres primeros (seguros de cosas
en sentido estricto), el interés asegurado recae directamente sobre cosas concretas y
determinadas; en los otros (seguros de patrimonio), el interés que se asegura afecta al
patrimonio general del asegurado en lugar de a bienes concretos y determinados.
Pero además de estos tipos concretos de seguros de daños que se regulan en la Ley de Contrato
de Seguro, existen otras modalidades, reguladas en normas especiales, que también entran en
esa categoría genérica, como los seguros agrícolas, los seguros de automóviles o el seguro de
responsabilidad por riesgo nuclear.
Sin embargo, considerando que las cualidades personales de las partes intervinientes en el
contrato pueden también tener una influencia decisiva sobre las circunstancias contractuales,
se concede a ambos la facultad de resolver el contrato. De este modo, el asegurador podrá
rescindir el contrato dentro de los 15 días siguientes a aquel en que tenga conocimiento de la
realización de la transmisión; por su parte, el adquirente de la cosa asegurada también podrá
rescindir el contrato si lo comunica por escrito al asegurador en el plazo de 15 días a contar del
conocimiento de la existencia del seguro (art. 35). Estas normas se aplicarán también en los
casos de muerte y concurso de acreedores del tomador del seguro o del asegurado (art. 37).
Por su parte, el asegurador deberá notificar a los citados acreedores el impago de las primas por
parte del tomador del seguro o del asegurado para que aquéllos puedan abonarlas para
mantener vigente el contrato de seguro, incluso frente a la oposición de éstos.
d) Liquidación del siniestro y valoración del daño. Para proceder a la liquidación del
siniestro es necesario determinar previamente los daños realmente sufridos y la cuantía de las
indemnizaciones que correspondan. Esta determinación se realiza a través de un procedimiento
especial regulado en el art. 38 de la LCS, que se describe a continuación:
- Una vez ocurrido el siniestro y notificado en tiempo y forma al asegurador, el tomador del
seguro o el asegurado deberán comunicar por escrito al asegurador, en el plazo de 5 días, la
relación de los objetos asegurados existentes en el momento del siniestro, la relación de los
salvados y una estimación de los daños. Si las partes llegan a un acuerdo sobre el importe y la
forma de pago de la indemnización, el asegurador deberá cumplir su prestación de inmediato.
- Si no se alcanza un acuerdo en el plazo de 40 días, cada parte designará un perito para que
realicen la valoración de los daños. En el caso de que los peritos lleguen a un acuerdo, levantarán
un acta conjunta en la que se fijará el importe de la indemnización. Si no se logra el acuerdo, se
nombrará un tercer perito por consenso o por la vía judicial, o la vía notarial. Los peritos emitirán
su dictamen en el plazo señalado por las partes o, en su defecto, en el de 30 días a contar de la
aceptación del nombramiento del último perito. El dictamen de los peritos se emitirá por
unanimidad o por mayoría y vinculará a las partes salvo que sea impugnado judicialmente por
éstas. Si el dictamen de los peritos fuera impugnado, el asegurador tendrá que abonar el importe
mínimo de la indemnización fijado por los peritos en un plazo máximo de 5 días. Los gastos de
la tasación pericial se pagarán por mitad entre el asegurador y el asegurado.
El asegurador no podrá subrogarse contra el propio asegurado, contra las personas por quienes
deba responder civilmente según el artículo 1903 del CC, ni tampoco contra sus parientes o las
personas que convivan con él. Pero estas exclusiones no tendrán efecto si la responsabilidad
deriva de una conducta dolosa o cuando se trate de un seguro de responsabilidad (art. 43.3).
Por medio del seguro de responsabilidad civil, el asegurador cubre el riesgo de que el asegurado
tenga que indemnizar a un tercero los daños y perjuicios causados por un hecho previsto en el
contrato de cuyas consecuencias sea civilmente responsable conforme a derecho (art. 73).
Disposición adicional segunda, que impone la exigencia de una norma con rango de ley para el
establecimiento de los seguros obligatorios y establece un registro de los mismos a efectos
informativos que gestionará el Consorcio de Compensación de Seguros. Entre los seguros
obligatorios podemos citar los siguientes: automóvil, riesgo nuclear, caza, contaminación marina
por hidrocarburos, navegación aérea, propiedad de perros peligrosos, etc.
Los seguros de personas tienen como finalidad la cobertura de riesgos relativos a la persona
humana. En ocasiones, el riesgo consiste en la posibilidad de un evento que afecte a la existencia
misma del asegurado (seguro de vida), y otras veces, el riesgo consiste en la posibilidad de que
el asegurado sufra lesiones corporales debidas a causa violenta y externa (seguro de accidentes)
o un quebranto de su salud (seguro de enfermedad). Para todos estos seguros y con carácter
general, la vigente LCS establece dos prescripciones concretas:
1ª) Que el contrato puede celebrarse con referencia a riesgos relativos a una persona o a un
grupo de ellas, que deberá estar definido por alguna característica común extraña al propósito
de asegurarse (art. 81).
2ª) Que el asegurador, aun después de pagada la indemnización, no podrá subrogarse en los
derechos que en su caso correspondan al asegurado contra un tercero como consecuencia del
siniestro, a excepción de lo relativo a los gastos de asistencia sanitaria (art. 82).
El seguro de vida es aquel en que el asegurador, a cambio de una prima única o periódica, se
obliga a satisfacer al tomador del seguro o a la persona que éste designe, un capital o una renta
cuando el asegurado fallezca o alcance determinada edad.
1) El seguro para el caso de muerte, en el que la obligación del asegurador está subordinada a la muerte
del asegurado (obligación a término incierto).
2) El seguro para el caso de sobrevivencia, en el que la obligación del asegurador está subordinada al
hecho de que el asegurado continúe con vida a una determinada edad o fecha (obligación condicional).
3) El seguro mixto, que combina los dos anteriores, haciendo que la obligación del asegurador quede
subordinada a la muerte o a la sobrevivencia del asegurado.
a) En relación con la perfección del contrato, la Ley concede al tomador del seguro un derecho
a la resolución unilateral del contrato sin indicación de los motivos y sin penalización alguna en
el plazo de 30 días a partir de la entrega de la póliza o documento de cobertura provisional,
aunque limitado a los contratos individuales de duración superior a seis meses.
b) En cuanto a los elementos personales, hay que destacar la especial regulación de las figuras
del asegurado y del beneficiario. En este caso, el asegurado es la persona sobre cuya vida o
cabeza se establece el seguro; es decir, la persona cuya muerte o sobrevivencia obliga al
asegurador a satisfacer el capital o renta asegurados. A estos efectos, el seguro podrá estipularse
sobre la vida propia o la de un tercero, tanto para caso de muerte como para caso de
supervivencia. Pero, en los seguros para caso de muerte, si son distintas las personas del
tomador del seguro y del asegurado, será preciso el consentimiento escrito de éste para la
validez del seguro, salvo que pueda presumirse de otra forma su interés por la existencia del
seguro.
El beneficiario es la persona a favor de la cual se contrata el seguro y, por tanto, la que habrá de
percibir del asegurador el capital o renta asegurados. El beneficiario ocupa una posición jurídica
singular porque, aunque no es parte del contrato, adquiere un derecho propio, nacido del
mismo. La designación del beneficiario deberá hacerse en la póliza, bien de forma nominativa o
bien determinándole de algún otro modo (por ejemplo, mi cónyuge, mis hijos, etc.).
El tomador del seguro podrá modificar la designación del beneficiario anteriormente realizada
sin necesidad del consentimiento del asegurador, haciendo nueva designación bien sea en la
propia póliza, en una posterior declaración escrita comunicada al asegurador o en testamento
(art. 84).
c) La prima del seguro de vida se calcula técnicamente sobre la base estadística de tablas de
mortalidad. Ahora bien, como el riesgo en este tipo de seguros no es constante, sino que va
aumentando a medida que va pasando el tiempo y se acerca la muerte del asegurado, las
primas-en teoría-, deberían ser muy bajas en los primeros años y muy elevadas en los últimos
años, lo que dificultaría su pago. Por eso, para facilitar la contratación de estos seguros, en la
práctica se ha generalizado el sistema de pago de una prima uniforme durante toda la vigencia
del contrato. Se establece una forma de cálculo consistente en que en los primeros años el
seguro cubra con exceso el riesgo corrido, para que los excedentes de prima, capitalizados y
convenientemente invertidos, permitan compensar en el futuro el déficit que necesariamente
se producirá al aumentar el riesgo y permanecer la prima invariable. Los excedentes de primas
correspondientes a la parte de riesgo no corrido forman la llamada reserva matemática de cada
contrato.
La reducción del seguro consiste en que la falta de pago de la prima una vez transcurrido el plazo
previsto en la póliza (que no podrá ser superior a dos años desde la conclusión del contrato) en
lugar de la resolución del contrato, producirá la reducción del seguro (art. 95). Con la reducción
el seguro continúa en vigor, pero sólo por el importe que corresponda a la reserva matemática
del contrato, según la tabla de valores que aparece en la póliza. La reducción procederá
igualmente cuando lo solicite el tomador del seguro, transcurrido el plazo. El rescate de la póliza
supone la facultad del tomador del seguro de denunciar el contrato percibiendo del asegurador
el importe de la correspondiente reserva matemática (art. 96). También es práctica generalizada
en el seguro de vida que los aseguradores concedan anticipos a cuenta de la suma asegurada
hasta un determinado porcentaje del valor de rescate que corresponda a la póliza en el
momento de la solicitud. Finalmente, el tomador podrá ceder o pignorar la póliza en cualquier
momento, siempre que no haya sido designado beneficiario con carácter irrevocable. La cesión
transmite al cesionario los derechos derivados de aquélla. La prenda de la póliza es una
operación por virtud de la cual el deudor garantiza el pago de su deuda con el capital o suma
asegurada.
reticencia o inexactitud en la declaración del riesgo efectuada por el tomador del seguro o el
asegurado, salvo si éstos actuaron con dolo (art. 89). Sin embargo, la inexactitud sobre la edad
del asegurado sólo dará derecho a la resolución del contrato por parte del asegurador cuando
la verdadera edad del asegurado excediera los límites de admisión establecidos por aquél; en
otro caso, si la prima pagada fuera inferior a la que le correspondería por la edad verdadera, la
prestación del asegurador se reducirá en proporción a la prima percibida y, si fuera superior, el
asegurador estará obligado a la devolución del exceso (art. 90).
e) Pago de la indemnización. No suele haber problemas para la liquidación del siniestro, ya que
la indemnización se determina anticipadamente al contratar el seguro. El asegurador deberá
cumplir su prestación tan pronto como el propio asegurado o el beneficiario justifiquen el hecho
determinante de la misma.
IV. REASEGURO
El reaseguro es una modalidad de seguro que cubre el riesgo que asumen los aseguradores al
estipular los contratos de seguro directo con sus clientes. La LCS define al reaseguro como aquel
contrato por el que una de las partes (reasegurador) se obliga a reparar, dentro de los límites
establecidos en la Ley y en el contrato, el daño patrimonial sufrido por la otra parte (reasegurado
o asegurador directo) a consecuencia del pago de una indemnización derivada de un contrato
de seguro (art. 77). Es decir, su finalidad es resarcir el daño patrimonial que sufre el asegurador
directo al producirse el evento que le obliga a indemnizar a su asegurado. En este sentido, se
trata de una modalidad de seguro que puede encuadrarse entre los seguros de daños.
El reaseguro cumple una función técnico-económica muy importante, ya que permite a las
entidades aseguradoras asumir un mayor número de operaciones al fraccionar y repartir los
riesgos y sumas aseguradas con otras entidades de la misma naturaleza en la medida necesaria
para que no resulte técnicamente peligroso hacer frente a la masa de riesgos directamente
cubiertos a sus asegurados.
En la LCS casi no aparecen normas dedicadas al reaseguro. Esto es así, por que como es un
contrato que se celebra siempre entre profesionales del sector (aseguradores), no requiere una
reglamentación detallada ni una especial protección. Este tipo de contratos se regirán por los
pactos estipulados por las partes y, en su defecto, por el Derecho consuetudinario representado
generalmente por los usos establecidos por la práctica internacional. Estos usos han dado lugar
a cuatro principios básicos: 1) el principio de suerte común, según el cual los reaseguradores
quedan obligados a seguir la suerte que corra el asegurador directo; 2) el principio de cuenta
corriente por lo que se refiere al pago o liquidación de las primas y comisiones; 3) el principio
de pago simultáneo o al instante de los siniestros, lo que significa que el reasegurador, tan
pronto como reciba una reclamación del asegurador directo basada en el pago de una
El reaseguro, como los demás seguros, debe consignarse por escrito en documento firmado por
ambos contratantes. Pero el documento no suele denominarse póliza, sino convenio o tratado.
En dicho documento figurarán, por lo general, los datos relativos a las partes, la naturaleza de
los riesgos cubiertos, la modalidad adoptada para el reaseguro, la participación asumida por el
reasegurador y la parte de riesgo retenida por el cedente o asegurador directo, las condiciones
económicas del contrato, la fecha de efectos y plazo de duración y las condiciones para su
denuncia o rescisión.
I. Introducción
1. Concepto, régimen y clases de garantías
II. Garantías personales
2. Consideración general
3. El contrato de fianza
A. Concepto y carácter mercantil
B. Conclusión del contrato
C. Objeto de la fianza
D. Efectos del contrato
E. Extinción de la fianza
4. Las «garantías a primer requerimiento»
A. Concepto y contenido
5. Las cartas de patrocinio
A. Consideración general
III. Garantías reales
6. Consideración general
7. Contrato de prenda
A. Noción y clases de prendas mercantiles
I. INTRODUCCIÓN
En un sentido muy amplio, con el término de garantía nos referimos a cualquier medio jurídico
que asegure el cumplimiento de una obligación por parte del deudor, evitando el perjuicio que
su incumplimiento pueda ocasionar al acreedor. Sin embargo, en un sentido estricto o técnico,
se entiende, por garantía un nuevo derecho, distinto del principal o garantizado, constituido
convencionalmente con la finalidad de asegurar, en última instancia, por otras vías, por medio
del nuevo derecho, la satisfacción del interés del sujeto activo o acreedor.
El pacto o estipulación de garantía, es, pues, aquel cuya causa típica se identifica y agota en
dicha finalidad: su razón de ser es sólo el servicio al derecho que garantiza. Desde esta
perspectiva, resulta de esencia al contrato de garantía la idea de accesoriedad, debiendo
distinguirse de otros negocios típicos que pueden utilizarse con motivo o finalidad de garantía
(por ejemplo, como la venta o depósito en garantía).
En resumen, los contratos de garantía pertenecen a la especie de los contratos que se suscriben
con la finalidad de asegurar el cumplimiento de otro contrato principal. Su objeto es una
prestación accesoria que sólo deviene exigible en caso de que no se cumpla la prestación del
contrato principal. Los contratos de garantía son, pues, accesorios y subsidiarios.
2. CONSIDERACIÓN GENERAL
En el ámbito de las garantías personales, el CCom (arts. 439 y ss.) ha dedicado algunos preceptos
a los “afianzamientos mercantiles”.
Art. 439 CCom. Será reputado mercantil todo afianzamiento que tuviere por objeto asegurar
el cumplimiento de un contrato mercantil, aun cuando el fiador no sea comerciante.
Art. 440 CCom. El afianzamiento mercantil deberá constar por escrito, sin lo cual no tendrá
valor ni efecto.
Art. 441 CCom. El afianzamiento mercantil será gratuito, salvo pacto en contrario.
Art. 442 CCom. En los contratos por tiempo indefinido, pactada una retribución al fiador,
subsistirá la fianza hasta que, por la terminación completa del contrato principal que se
afiance, se cancelen definitivamente las obligaciones que nazcan de él, sea cual fuere su
duración, a no ser que por pacto expreso se hubiere fijado plazo a la fianza.
Pero lo más importante es que la práctica mercantil viene modelando y adaptando la figura
básica de la fianza a muy distintas exigencias. En ocasiones, se modifican sus rasgos para
proporcionar al derecho del acreedor una garantía más sólida. Se constituyen así garantías que
pueden denominarse garantías fuertes o cualificadas como el aval cambiario, la misma fianza
solidaria o las modernas garantías a «primera demanda» o «requerimiento». En cambio, otras
veces nos encontramos con el fenómeno inverso, pues quien constituye la garantía trata de
limitar o disminuir su compromiso y responsabilidad. Se crean así garantías, que cabe calificar
como débiles también en relación con la fianza, como es el caso de las comfort letters o “cartas
de patrocinio”.
3. EL CONTRATO DE FIANZA
Art. 1822 CC. Por la fianza se obliga uno a pagar o cumplir por un tercero, en el caso de no
hacerlo éste.
Por otra parte, la tesis que se ha mantenido sobre la mercantilidad de los contratos bancarios
en general y sobre la del préstamo en particular, debería lógicamente extenderse a los
afianzamientos en que intervengan estas entidades, tanto en el caso en que lo hagan como
beneficiarios de la garantía cuanto en los supuestos en que, al contrario, la constituyan frente a
un tercero en beneficio e interés de sus clientes. Sin embargo, esta cuestión es de relativo
interés práctico, dado el escaso alcance de las normas especiales contenidas en el CCom. En
suma, el régimen jurídico del afianzamiento mercantil coincide, salvo en concretísimos
particulares, con el recogido en el CC, a cuyos arts. 1822 y ss. nos remitimos para todo lo que no
se encuentre previsto en la regulación especial.
El art. 440 CCom dispone que la fianza mercantil «deberá constar por escrito, sin lo cual no
tendrá valor ni efecto». El afianzamiento mercantil es, en definitiva, un contrato formal. Esa
exigencia formal queda cumplida tanto si la declaración escrita se recoge en póliza o escritura
pública autorizada por notario, como suele ocurrir en el tráfico mercantil a los efectos de dotarla
de los beneficios inherentes a esta clase de documentos (autenticidad, certeza de la fecha,
fuerza ejecutiva, etc.), como si se plasma en un documento privado. Es más, la norma del art.
440 del CCom debe ser entendida, respetando su finalidad, de acuerdo con la realidad social del
tiempo en que se aplica (art. 3 CC), aceptando como expresión escrita suficiente para la
constitución de la fianza la que pueda producirse mediante modernos medios telemáticos que,
sin embargo, no utilizan el soporte de papel.
Conviene precisar que la constancia escrita se requiere para la validez y eficacia de la relación
de fianza propiamente dicha, que es la que liga al fiador con el acreedor beneficiario de la
garantía, no, en cambio, para la de mandato u otra que explique y justifique la intervención del
fiador garantizando el cumplimiento del deudor, relación (denominada de «cobertura») que, en
cuanto a la forma, quedará sujeta a las reglas que en cada caso le sean aplicables.
Aunque la fianza puede ser espontánea y prestarse sin consentimiento y aun sin conocimiento
del deudor, lo habitual, al menos en el tráfico mercantil, es que la intervención del fiador se
produzca a requerimiento o solicitud del deudor, que atiende así, a su vez, una exigencia o
condición previamente impuesta por el acreedor.
C. Objeto de la fianza
Es el mismo que el de la obligación principal garantizada. No puede ser distinto, ni más extenso.
El CC lo señala en su art. 1826, «el fiador puede obligarse a menos, pero no a más que el deudor
principal, tanto en la cantidad como en lo oneroso de las condiciones». No obstante, si la fianza
fuera simple o indefinida, comprenderá no sólo la obligación principal, sino también todas sus
accesorias (art. 1827 CC).
Nos interesa subrayar que pueden afianzarse toda clase de obligaciones, pecuniarias o no
siempre que sean válidas (art. 1824 CC), tanto si son de presente como futuras (ciertas o incluso
meramente eventuales), aunque en este caso no puede reclamarse contra el fiador hasta que la
deuda sea líquida (art. 1825 CC). Más aún, la jurisprudencia ha sancionado la admisibilidad de
las denominadas fianzas omnibus o fianzas generales o flotantes (prestadas con frecuencia por
sociedades holdings en favor de sus filiales).
A) Como ya sabemos, la fianza obliga al fiador a pagar o cumplir la obligación principal en caso
de no hacerlo el deudor. Éste es el verdadero y fundamental efecto del contrato que deriva,
directa e inmediatamente, de su causa o función económica de garantía. Ahora bien, el
legislador ha perfilado el alcance de este efecto estableciendo que el fiador no puede ser
compelido a pagar al acreedor sino después de producida la constitución en mora o el
incumplimiento por parte del deudor (arts. 1100 CC y 63 CCom.), es decir, de manera subsidiaria
y tras haberse hecho, además, excusión de todos sus bienes (art. 1830 CC). En síntesis, el fiador
garantiza al acreedor sólo en caso de insolvencia del deudor. Pero, en contrapartida, para que
el fiador pueda oponerse al pago y hacer uso del beneficio de excusión, se ve sometido a una
doble carga: de oponerlo o expresarlo por vía de excepción y, sobre todo, de señalar bienes del
deudor realizables dentro del territorio español que sean suficientes para cubrir el importe de
la deuda (art. 1832 CC).
*Obligación in solidum: Obligación de varias personas cada una de las cuales responde por la
totalidad ante el acreedor, cuando no existe entre ellas ningún vínculo de representación. La
obligación in solidum, creada por la jurisprudencia, ha permitido particularmente a la víctima de
un daño obtener la reparación de la totalidad del perjuicio persiguiendo a uno cualquiera de los
coautores; por este aspecto constituye una garantía de solvencia.
Por otra parte, la declaración del concurso no supone por sí misma un incumplimiento, ni
siquiera (en el caso de la fianza solidaria) un no cumplimiento por parte del deudor, sin que,
consecuentemente, pueda fundamentar por sí sola, a nuestro juicio, una inmediata actuación
B) Por lo que se refiere a la cofianza, que es el supuesto más frecuente de pluralidad de fiadores,
decir que puede ser mancomunada o solidaria. En el primer caso, siendo varios los fiadores por
una misma deuda, la obligación de responder se divide entre todos, y el acreedor no puede
reclamar a cada cofiador sino la parte que le corresponda satisfacer de acuerdo con lo pactado
y, en defecto de pacto, la parte alícuota o proporcional que corresponda (art. 1837.I CC). Este
beneficio llamado ahora de división es análogo al beneficio de excusión, cesando en los mismos
casos y por las mismas causas que este último (art. 1837.II CC). Cuando así ocurra, cada cofiador
responde, por el contrario, de la totalidad de la deuda frente al acreedor, sin perjuicio de
derecho de repetición que le asista. Para que pueda tener lugar esta repetición, el legislador
exige, sin embargo, que el pago por el cofiador se haya hecho en virtud de la demanda judicial
o hallándose el deudor principal en estado de concurso. Debe, con todo, tenerse en cuenta que
en la práctica mercantil se renuncia en la mayor parte de las ocasiones al beneficio de división,
tal y como hemos visto ocurría con el de excusión, siendo aplicables en este punto las
consideraciones que sobre aquel particular hemos realizado anteriormente.
E. Extinción de la fianza
Por su carácter accesorio, «la obligación del fiador se extingue al mismo tiempo que la del
deudor», así como «por las mismas causas que las demás obligaciones» (art. 1847 CC). Es decir,
junto al supuesto más común de extinción de la fianza representada por la extinción de la
obligación del deudor (por ejemplo, por su pago), caben otros, menos frecuentes, en que puede
producirse la liberación del fiador sin que se haya producido la del deudor principal. Esto puede
ocurrir cuando la causa extintiva afecte por alguna particular razón a la fianza, pero no a la
obligación principal (por ejemplo, por condonación de la obligación de afianzar o por confusión
entre acreedor y fiador).
Nada impide que el plazo de cumplimiento de la obligación y de vigencia de la fianza sea distinto.
Así, en los casos en que la fianza se haya pactado por un plazo determinado, se extinguirá por
su transcurso, subsistiendo, sin embargo, la obligación principal. Si no se hubiese fijado plazo y
fuese retribuida, la fianza despliega sus efectos hasta la completa extinción de las obligaciones
que deriven del contrato afianzado. Por el contrario, si fuese gratuita, el fiador podrá al cabo de
diez años ejercitar la acción de relevación de fianza.
A. Concepto y contenido
Como hemos señalado, en las últimas décadas han ido surgiendo en el tráfico, especialmente en
el ámbito del comercio internacional, nuevas formas de garantía que aspiran a reforzar la
posición de que goza el beneficiario de un contrato de fianza. Con ellas, se trata de hacer frente
a situaciones en las que se precisa o desea una mayor seguridad y celeridad en el pago, y de
ordinario se asumen o constituyen por parte de entidades de crédito. Algunas de estas nuevas
modalidades son las garantías denominadas «a primer requerimiento» o «a primera
demanda».
Como cualquier otro contrato, también el de garantía o fianza puede ser «a primer
requerimiento», con la consecuencia entonces de que el pago cuya seguridad y rapidez se
persigue es justamente el del garante.
A. Consideración general
Las cartas de patrocinio, también llamadas cartas de acreditación, de apoyo o confort letters,
son documentos usados en el moderno tráfico mercantil mediante los que su emisor
(normalmente la sociedad dominante de un grupo de compañías, o el socio de control de una
sociedad) tiende a facilitar la concesión de crédito por parte del destinatario (que habitualmente
es una entidad de crédito) en favor de un tercero o «patrocinado» que suele ser una sociedad
dependiente o controlada por el autor de la carta. Estamos ante una forma específica de garantía
otorgada por las sociedades matrices frente a sus sociedades filiales, para garantizar las
operaciones de crédito concertadas por éstas, generalmente con entidades de crédito.
En la práctica, el contenido o texto de estas cartas es muy variado, pues incluyen declaraciones
de muy distinto alcance. En las cartas o declaraciones denominadas de «conformidad» o
«conocimiento» (awareness), el redactor manifiesta al destinatario la existencia de ciertos
hechos, normalmente referidos a su posición de control o dominio (por ejemplo, que, en efecto,
es titular de una participación de ese carácter en su capital social; que conoce y aprueba la
concesión del crédito, etc.). Es muy frecuente que a las anteriores declaraciones se unan otras,
llamadas de «permanencia» o «mantenimiento» (stand by), en las que el patrocinador indica
su «propósito», «intención» o «voluntad» de mantener un determinado statu quo en relación
con el patrocinado (sea la participación en su capital, sea la política de grupo que se venga
practicando, etc.). Algunas veces, se añaden también determinados «compromisos» o
«garantías» (de ejercer vigilancia y control sobre el patrocinado para que cumpla regularmente
sus obligaciones, de realizar o no realizar determinadas actuaciones con la sociedad
dependiente a fin de que mantenga su capacidad de cumplimiento o, incluso, el compromiso de
reembolso del crédito en ciertas condiciones o circunstancias).
mientras que otras, en cambio, no suponen fianza, ni aval, sino más bien son una simple
“declaración de intenciones” de la sociedad dominante en relación con su filial (cartas débiles),
y están más cercanas a “la obligación moral” que a una auténtica operación de garantía.
En nuestro ordenamiento jurídico, las cartas de patrocinio no tienen una regulación legal, y ha
sido la jurisprudencia del TS quien ha ido elaborando los criterios para distinguir entre cartas
fuertes y débiles.
A pesar de todo lo expuesto, podemos señalar con carácter general, que, salvo supuestos
excepcionales de declaraciones claramente expresivas de la voluntad o compromiso de cumplir
la obligación del deudor en el supuesto de que éste no lo haga, no llegan a implicar la vinculación
del emisor como fiador.
Art. 1107 CC. Los daños y perjuicios de que responde el deudor de buena fe son los previstos o
que se hayan podido prever al tiempo de constituirse la obligación y que sean consecuencia
necesaria de su falta de cumplimiento.
En caso de dolo responderá el deudor de todos los que conocidamente se deriven de la falta
de cumplimiento de la obligación.
6. CONSIDERACIÓN GENERAL
La legislación hipotecaria del siglo XIX supuso una profunda transformación del régimen de las
garantías reales- reflejada más tarde en el CCom de 1885- y que, en esencia fue establecer una
clara y rígida separación entre la prenda y la hipoteca, figuras que hasta entonces habían estado
estrechamente unidas. De acuerdo con ello, la prenda queda nítidamente configurada como un
derecho real de garantía que recae sobre bienes muebles, mientras la hipoteca se define, en
cambio, como un derecho real de garantía que grava bienes inmuebles.
susceptibles de ser dados en prenda por los titulares de esa riqueza mobiliaria (empresarios o
no) en favor de sus acreedores.
b) Por otra parte, el desarrollo técnico y económico fue poniendo muy claramente de
manifiesto la ineficiencia de la prenda cuando tiene por objeto bienes-capital, sean mercaderías,
sean otros medios de producción en sentido estricto. La desposesión asegura, quizá, el derecho
del acreedor, pero priva al deudor empresario o comerciante de un activo productivo. Para
evitar la desposesión, el Derecho ha utilizado dos vías distintas, pero complementarias:
1ª) En unas ocasiones, el título valor o la creación del equivalente sobre la cosa o de los derechos
sobre la cosa, el expediente técnico que permitió separar la disposición y el uso o posesión de
la cosa, y, en concreto, atribuir el derecho de garantía al acreedor sin merma de la utilización de
la cosa por el deudor o, al menos, sin necesidad de entregarla al acreedor. A ello responde la
creación y pignoración de los títulos representativos de mercancías.
2ª) En otras ocasiones, la naturaleza del bien, su fácil identificación y sus caracteres intrínsecos
permitían dar un paso más y prescindir incluso de la traditio (física o documental), sustituyendo
la aprehensión material por la anotación registral y consecuente publicidad de la existencia de
un determinado gravamen o derecho real sobre el bien.
7. CONTRATO DE PRENDA
Nuestro CCom no recoge reglas generales sobre el contrato de prenda, en cuya virtud el deudor
o un tercero afectan especialmente una cosa mueble al pago de una deuda, de forma que,
vencida y no satisfecha, pueda hacerse efectiva sobre el precio de venta de la cosa, con
preferencia a los derechos de cualquier otro acreedor. Pero la omisión legal no quiere decir que
la prenda no pueda tener carácter mercantil, es más, tienen este carácter las prendas
constituidas en garantía de obligaciones mercantiles, y las que tengan por objeto «cosas
mercantiles» , es decir, bienes u objetos conectados con el tráfico mercantil y sometidos a
particulares reglas ( por ejemplo, la prenda de mercaderías, de títulos o de valores), las cuales
se constituyen además, normalmente, para garantizar el cumplimiento de obligaciones
mercantiles.
Para nuestro estudio, vamos a centrarnos exclusivamente sobre aquellas prendas mercantiles
especiales, que, reguladas en la legislación estatal, constituyen expresión de la evolución
producida en el seno de las garantías mobiliarias, y que se pueden clasificar en dos grupos o
categorías: el de las prendas de títulos y el de las prendas registrales , según que la afección se
realice mediante la entrega del equivalente documental del objeto cuyo valor se grava, o lo haga
por medio de su anotación o inscripción registral.
La constitución en prenda de los resguardos emitidos por los almacenes generales de depósito
está expresamente prevista por el art. 196 del CCom, que faculta al acreedor no satisfecho que
tenga en prenda un resguardo para «requerir a la compañía para que enajene los efectos
depositados, en cantidad bastante para el pago», con preferencia sobre las demás deudas del
depositante. Por su parte, la prenda de conocimiento de embarque (art. 706 CCom) y otros
títulos de transporte se utiliza especialmente en las operaciones de crédito documentario, en
las que el banco pagador conserva en su poder esos documentos en garantía del reembolso de
las cantidades satisfechas.
Como los títulos representativos de las mercancías pueden ser nominativos, a la orden o al
portador, la constitución de la prenda seguirá en cada caso distintos modos. Tratándose de
títulos al portador, bastará ponerlos en posesión del acreedor, identificándolos por su
numeración o de otra forma adecuada en el documento del contrato. Si los títulos son a la orden,
deberá hacerse un endoso a título de garantía, al modo utilizado con la letra de cambio. Por
último, cuando el título sea nominativo, será necesaria la notificación al emisor del título.
Cuando se trate de mercancías depositadas en almacenes generales de depósito o en otras
entidades asimiladas a ellos, la constitución de la prenda se simplifica. En este caso, el
depositario emite y entrega al depositante dos documentos: el resguardo de depósito que sirve
para la enajenación de las mercancías; y el resguardo de garantía o warrant, que es el
equivalente de las mercancías para el caso de procederse a su pignoración.
La ejecución de la prenda constituida sobre las mercaderías representadas por estos títulos tiene
lugar mediante el ejercicio del derecho a obtener su entrega y la subsiguiente venta en subasta
pública notarial, o requiriendo a la compañía para que las enajene, en el caso de existir warrant,
también en subasta pública notarial celebrada en el propio almacén o depósito.
Con esta expresión nos referimos a aquellas prendas que no implican la desposesión ni del
objeto pignorado, ni tampoco la de un equivalente documental o título que pueda crearse o
utilizarse al efecto. Son prendas en que la afección del bien y los correspondientes derechos del
acreedor no se aseguran, ni fundamentan en la posesión, sino en el cumplimiento de ciertas
formalidades y en la inscripción o anotación del derecho en el registro pertinente.
Una vez constituida, recae sobre el deudor un amplio conjunto de obligaciones y deberes que
tratan de reforzar la protección de los intereses del acreedor, hasta el punto de que la Ley
considera al deudor como depositario, a todos los efectos legales, incluidas las
responsabilidades civiles o criminales pertinentes, de los bienes pignorados. En atención a ello,
el deudor no podrá, sin consentimiento del acreedor, enajenar los bienes dados en prenda, ni
trasladarlos del lugar en que se encuentren. Por otra parte, correrá con los gastos necesarios
para su debida conservación, reparación y administración debiendo responder de la pérdida,
deterioro o mal uso de dichos bienes. El acreedor, por su lado, tiene facultades para comprobar
su existencia y estado. Si el deudor hiciese mal uso de los bienes o incumpliera las obligaciones
establecidas en los artículos anteriores, el acreedor podrá exigir la devolución de la cantidad
adeudada o la inmediata ejecución de la prenda, sin perjuicio de las responsabilidades que
procedan.
Para hacer efectivo el crédito garantizado, la Ley regula un procedimiento extrajudicial de venta
en subasta notarial de los bienes pignorados, y concede al acreedor pignoraticio preferencia y
prelación sobre los demás hasta donde alcance el valor de la prenda,
Como sabemos, una de las principales novedades introducidas por la LMV fue la regulación de
las anotaciones en cuenta como forma moderna de representación de valores. Dicha regulación
contempla, entre otros extremos, la constitución de derechos reales sobre esta clase de valores,
haciendo total abstracción del hecho de que se negocien o no en un mercado secundario.
No hay impedimento alguno para admitir que las partes puedan convenir la constitución de una
prenda sobre valores admitidos a negociación en un mercado secundario oficial para garantizar
cualquier obligación válida. Así, prenda de valores cotizados se constituye como un tipo negocial
autónomo que presenta las siguientes características:
-Esta prenda tan sólo recae sobre valores negociables representados por anotaciones
en cuenta, pues, sólo los valores así documentados pueden acceder a ser negociados en un
mercado secundario oficial.
-El acreedor garantizado con esta prenda goza de las mismas facultades que caracterizan
la posición jurídica del titular de una prenda ordinaria, en particular del ius retentionis (derecho
de retención) y el ius praelationis (derecho de preferencia).
*Ius distrahendi: Es el derecho del acreedor pignoraticio o hipotecario de vender la cosa recibida
en prenda o hipoteca, cuando la deuda vencido y no ha sido satisfecha, previa notificación al
deudor de que se va a proceder a su venta si no se paga.
E. Prendas “financieras”
En nuestro Derecho existen las denominadas garantías financieras. Se trata de una serie de
contratos con función directa (prenda) o indirecta (dobles y operaciones con pacto de recompra)
de garantía que pueden calificarse de especiales (si no de excepcionales) por cuanto se les dota
de un régimen privilegiado de constitución y ejecución, para así facilitar y asegurar en mayor
medida determinadas operaciones financieras exclusivamente protagonizadas por entidades
públicas, organismos rectores de mercados y entidades financieras, vinculadas al
funcionamiento de los mercados organizados o de los sistemas de pago y compensación, pero
también, lo que acaso resulta más cuestionable, a comunes concesiones de préstamos o
créditos.
Las garantías financieras articuladas en forma de prenda deben constar por escrito, sin que sea
exigible ninguna otra formalidad para su validez y eficacia, incluso frente a terceros. Han de
tener por objeto dinero, derechos de crédito, valores negociables, instrumentos financieros y
cualquier derecho directo o indirecto sobre estos activos. La ejecución (ius distrahendi) podrá
realizarse mediante compensación o utilización del efectivo, venta privada o apropiación de los
valores, instrumentos financieros o derechos dados en garantía. Es más, la ejecución de estas
singulares garantías ni siquiera se ve afectada por la declaración de concurso del deudor.
8. CONTRATO DE HIPOTECA
A. Consideración general
Este contrato, por el cual se afectan especialmente bienes inmuebles o derechos reales
constituidos sobre ellos, en garantía del cumplimiento de una obligación, no ha sido recogido
por nuestro CCom, que relegó a la legislación hipotecaria o a la civil todo lo concerniente al
tráfico inmobiliario (cfr. art. 325). Pero la realidad ha señalado la conveniencia de adaptar en
ciertos extremos el régimen hipotecario común a necesidades o situaciones que suelen
presentarse en el desenvolvimiento de la actividad empresarial. Así nacieron, determinados
tipos de hipotecas que, por su directa vinculación con el tráfico mercantil y por satisfacer sus
exigencias, pueden denominarse mercantiles.
El ejemplo más destacado es el representado por la hipoteca mobiliaria que, tiene como objeto
bienes tan «mercantiles» como pueden ser las aeronaves, la maquinaria industrial, la propiedad
industrial o el mismo establecimiento mercantil en su conjunto. Se pone así de manifiesto que
constituye un instrumento creado ex professo por el legislador para ampliar las posibilidades de
obtención de crédito por parte del comerciante o empresario que pueden ofrecer una garantía
tan significada como la hipotecaria, afectando bienes que, de suyo, por su naturaleza mueble,
no eran, de acuerdo con los cánones civiles e hipotecarios, utilizables al efecto.
Junto a la anterior, pueden citarse también como figuras o modalidades especiales de hipoteca
que tienen en común asegurar el cumplimiento de obligaciones de carácter normalmente
mercantil, a la hipoteca en garantía de cuentas corrientes de crédito, que es una hipoteca de
máximo en la que el importe y la exigibilidad del saldo ha de acreditarse con independencia del
título constitutivo de la hipoteca y por medios extrarregistrales; y a la hipoteca en garantía de
títulos endosables y al portador , que se constituye unilateralmente a favor de sus tenedores
presentes o futuros. Una y otra se rigen por lo establecido en la Ley y en el Reglamento
hipotecarios.
MERCANTIL II
2º parcial
2017/18
2º PARCIAL
Destacamos que todos los títulos-valores presentan dos notas comunes: 1) la incorporación de
un derecho al documento y 2) la facilidad de transmisión de dicho documento, y, por tanto, del
derecho que incorpora. Los títulos-valores cumplen la función de servir como instrumentos del
tráfico mercantil, facilitando la transmisión de los bienes y derechos que contienen. En este
sentido, los títulos-valores permiten que los bienes y derechos puedan circular más ágilmente
que si se transmitiesen a través de los cauces ordinarios (cesión de créditos, subrogación...), al
someter la circulación de los derechos a las reglas para la transmisión de las cosas muebles.
La legislación española no ofrece un concepto de título valor. De hecho, para referirse a ellos,
se emplean multitud de términos como documentos de crédito, títulos al portador, documentos
El deudor no podrá negarse al pago- en las condiciones determinadas- al legítimo tenedor del
título. Por tanto, no podrá oponer excepciones o circunstancias que no consten en el
documento. Al mismo tiempo, se facilita la circulación del crédito, que va unida a la correcta
transmisión del documento en el que éste se encuentra reflejado. Es decir, al estar
perfectamente definidos los caracteres y contenido del crédito y al impedirse al deudor oponer
excepciones que no se reflejen en el título, la circulación del crédito corre la misma suerte que
el documento en el que se representa: si el documento se transmite de forma adecuada,
también se habrá transmitido el derecho que incorpora.
2. PERSPECTIVAS DE FUTURO
2) Esta tendencia no ha sido la seguida por los efectos de comercio (letras, pagarés,
cheques). Esto se debe a que son documentos que se refieren a operaciones concretas y no son
emitidos en serie, lo que impide su tratamiento electrónico uniforme. Sin embargo, se ha
planteado ante la jurisprudencia la posibilidad de utilizar ciertos títulos-valores electrónicos (por
ejemplo, el pagaré electrónico, que todavía no ha sido admitido). Por su parte, otros títulos
electrónicos han recibido ya reconocimiento legislativo, como la carta de porte electrónica
dentro del transporte terrestre de mercancías. También, se están articulando nuevos medios
para la circulación de efectivos, caracterizados por su desmaterialización y su representación
mediante registros, como son los servicios de pago o el dinero electrónico.
Con vistas al futuro, la Propuesta de Código Mercantil entregada al Ministerio de Justicia el 20
de junio de 2013, sí contiene una previsión expresa a la forma electrónica en su tratamiento
general de los títulos valores.
El uso de los primeros títulos se produce entre los mercaderes de la Edad Media, pero no es
hasta el s. XIX cuando se elabora el concepto unitario de título-valor, que aglutina diversas
clases de documentos con contenidos distintos, pero que cumplen la función de facilitar la
circulación de derechos y agilizar su ejercicio. Veamos cuáles son los elementos comunes que
han permitido construir una teoría jurídica unitaria que contiene los principios generales que
comparten todos los títulos.
- En primer lugar, destacamos la incorporación del derecho al título como nota esencial
que define al género y a las especies que lo forman. Con el término incorporación nos referimos
a que simbólicamente un derecho, como entidad abstracta, pasa a estar materializado a través
del documento que lo representa. De este modo, la transmisión del documento implicará la
transmisión del derecho, siendo necesario –a la inversa– la entrega del documento para exigir
el derecho que éste incorpora. Sin embargo, esta incorporación no es del todo absoluta, ya que
la sustracción o destrucción del título implicaría la pérdida del derecho que lleva aparejado; y
ello no es así en los títulos-valores. La normativa reguladora de los títulos-valores establece un
sistema de amortización (arts. 547 y ss. CCom), que permite rescatar al derecho de las
consecuencias que implicaría la pérdida de control del título por parte de su titular, salvándose
su pérdida mediante la incorporación del mismo a un nuevo título y la invalidación definitiva del
anterior.
Art. 548 CCom: El propietario desposeído, sea cual fuere el motivo, podrá acudir ante el Juez o
Tribunal competente, para impedir que se pague a tercera persona el capital, los intereses o
dividendos vencidos o por vencer, así como también para evitar que se transfiera a otro la
propiedad del título o conseguir que se le expida un duplicado.
Será Juez o Tribunal competente el que ejerza jurisdicción en el distrito en que se halle el
establecimiento o persona deudora.
Podemos definir el título-valor como el documento necesario para el ejercicio del derecho
literal y autónomo incorporado en él. Vamos a estudiar sus notas características:
previamente y a su cargo- la amortización del título ordinario si quiere ejercitar el derecho. Esta
amortización implica la «desincorporación» del derecho al título, que recupera su entidad como
derecho, y que se podrá incorporar a un nuevo título-valor (duplicado). De este modo, el antiguo
documento queda sin validez y pasa a ser un simple papel privado de valor obligatorio (es decir,
amortizado).
Sin embargo, para evitar situaciones antijurídicas en las que el derecho resulte adquirido por un
sujeto que, pese a ser titular aparente del título-valor, no es titular verdadero del mismo,
debemos acudir al principio consagrado en el art.1164 CC: “El pago hecho de buena fe al que
estuviere en posesión del crédito, liberará al deudor”. Es decir, sólo libera el pago hecho de
buena fe. Según este principio, sólo el poseedor legítimo del título tendrá derecho a la
prestación que éste incorpora y, por tanto, sólo cuando sea legítimo tenedor del documento
podrá ejercitar o transmitir el derecho contenido en el título. Igualmente, si el deudor conoce
que el sujeto que posee el documento no ostenta su titularidad legítima, no quedará liberado
de su obligación si da cumplimiento a la obligación que éste le exija, por lo que deberá rehusar
el pago.
Sin embargo, esta literalidad no es igual en todos los títulos-valores. Se pueden distinguir dos
tipos de títulos: 1) los llamados títulos perfectos, completos o de literalidad directa, como son
el pagaré, el cheque o la letra de cambio, en los que la literalidad de la incorporación del derecho
al título es absoluta; 2) los llamados títulos imperfectos, incompletos o de literalidad por
remisión (por ejemplo, las acciones de las sociedades anónimas) son aquellos en los que para
conocer el contenido concreto de los derechos que se incorporan a los títulos no es suficiente
la literalidad del documento, teniendo que recurrir a otros elementos (escritura y estatutos de
la sociedad).
d) Los títulos-valores se definen también por la nota de la autonomía, de tal modo que
cada uno de los portadores del título transmite o ejercita un derecho propio, de carácter
originario y no derivativo. Se trata, por tanto, de un derecho que se ejercita en nombre propio,
con independencia del derecho de anteriores poseedores, y que, en consecuencia, no se ve
afectado por las relaciones que hayan podido existir entre el deudor y los tenedores
precedentes. Ello implica, igualmente, que a los legítimos tenedores del título no podrá oponer
el deudor las excepciones personales que tuviera contra el resto de tenedores anteriores del
documento.
Nuestra normativa vigente no contiene una definición legal de los títulos-valores, sin embargo,
la Propuesta de Código Mercantil sí contiene tal concepto en su artículo 610-1.: «los títulos-
valores son aquellos documentos necesarios para el ejercicio del derecho patrimonial en ellos
representado, librados o emitidos para facilitar la circulación de ese derecho».
5. EL TÍTULO-VALOR Y SU CAUSA
De este precepto se deriva que cuando el deudor suscribe el título-valor y lo entrega al acreedor,
la posibilidad de exigir la prestación sobre la base de la relación causal queda en suspenso, es
decir, se aletarga o adormece la acción para reclamar el pago de la deuda primitiva, quedando
en vigor solamente la posibilidad de exigir el cumplimiento del crédito incorporado al
documento. Esta entrega del título como medio para satisfacer la relación causal subyacente
(salvo pacto en contrario) produce efectos pro solvendo, de modo tal que sólo extingue la
relación causal si llegan a buen fin o se perjudican mediando culpa del acreedor. Ante este
estado de suspensión de la relación causal, pueden derivarse dos situaciones posteriores: En
primer lugar, si se satisface el crédito incorporado al título-valor, la relación cambiaria quedará
extinguida y con ella se habrá dado cumplimiento también a la prestación debida por la relación
causal, cuyo crédito quedará igualmente extinguido. En cambio, en el caso de que, sin mediar
culpa del acreedor que ha desplegado la diligencia debida para su cobro, no haya sido posible
cobrar el derecho incorporado al título valor, podrá renacer la acción correspondiente a la
relación causal. Con este renacimiento de la acción causal, el acreedor podrá decidir entre optar
por el ejercicio de la acción que se deriva de la relación originaria, o bien, requerir judicialmente
el pago del título-valor, manteniéndose –en este segundo caso– en suspenso la acción surgida
de la relación originaria.
inmaterial, la emisión de un título-real que lo represente produce una cierta cosificación del
derecho. En el tráfico jurídico, el título funciona como cosa (res), pudiendo emplearse en actos
y negocios jurídicos, así como ser objeto de derechos reales, recibiendo el mismo tratamiento
que el ordenamiento jurídico dispensa a las cosas materiales. Así, el título-valor como
documento puede transmitirse por compraventa, permuta, sucesión mortis causa, etc.; puede
ser depositado y transportado; puede ser objeto de derechos reales como el usufructo o la
prenda; así como ser titularidad de una pluralidad de sujetos condóminos; igualmente, podrá
ser objeto de embargo y de ejecución en procedimiento de apremio.
Por otra parte, a diferencia de lo que ocurre con el derecho, el título como documento puede
ser objeto de extravío, sustracción o destrucción (pérdida, robo, incendio...). En este sentido, el
ordenamiento jurídico dulcifica o relativiza la incorporación del derecho al documento y permite
que aquél recobre su naturaleza abstracta como derecho, a través de su desincorporación al
título perdido. Este derecho desincorporado podrá ser posteriormente reincorporado a un
nuevo título o duplicado del anterior, procediéndose a amortizar el documento previo, lo que
supondrá que el mismo no tenga más valor que el de ser un simple papel que ya no representa
el derecho que indica, esto es, que ha dejado de incorporarlo.
7. TÍTULOS-VALORES IMPROPIOS
Hemos visto una serie de notas o caracteres comunes que han de presentar los documentos
para ser considerados títulos-valores: incorporación del derecho, legitimación por la posesión,
autonomía y literalidad. Por tanto, no consideraremos títulos-valores a los documentos que
presenten una incorporación imperfecta del derecho al título; o que carecen de la nota de la
literalidad; o bien, aquellas situaciones en las que el título no es completamente autónomo a las
posiciones que ocupaban el deudor y acreedor originario, traspasándose a los nuevos titulares
del documento los vicios o circunstancias personales de sus anteriores titulares. En todos estos
casos no estaremos ante títulos-valores. Dichos documentos, deberán ser considerados como
títulos impropios.
En primer lugar, están los llamados títulos de legitimación. Son documentos que, a diferencia
de los títulos-valores, simplemente cumplen la función de facilitar la prueba de la titularidad de
un derecho y simplificar la posibilidad de su transmisión, sin necesidad de probar la titularidad
originaria del mismo o su adquisición derivativa. Simplemente son documentos que permiten
que el deudor cumpla su obligación satisfaciendo la prestación a favor de quien aparezca como
tenedor legítimo del documento; facilitando al acreedor la reclamación de tal prestación, sin
tener que probar nada respecto a la relación causal, bastando con la exhibición del documento.
Al mismo tiempo, estos títulos de legitimación facilitan la transmisión del derecho que contienen
mediante la entrega del documento a su nuevo tenedor, que estará legitimado para reclamar la
prestación sin necesidad de notificar tal vicisitud al deudor y sin tener que probar la titularidad
actual del derecho. Se trata de documentos que, salvo declaración expresa de su carácter no
cedible, podrán circular bajo la forma y con los efectos propios de la cesión. Algunos ejemplos
de este tipo de títulos de legitimación son los billetes de pasaje nominativos (ferrocarril, ferry...),
los billetes de entrada a espectáculos, los billetes de lotería, las papeletas de empeño al
portador...
B. Cartas de patrocinio
Para empezar, haremos una pequeña referencia a las cartas-órdenes de crédito. Se consideran
títulos impropios y están reguladas en el CCom. Son aquellas expedidas de comerciante a
comerciante o destinadas a atender una operación mercantil. Se trata de títulos nominativos
indicativos de una cuantía fija, que funcionan como un documento (carta) a través del cual el
emitente invita a otra persona a que pague a un tercero directamente designado en el título
(portador de la carta). Actualmente han caído en desuso, pero son el antecedente de la carta de
patrocinio y de la tarjeta de crédito.
La carta de patrocinio también contiene una invitación al destinatario para que conceda algún
tipo de crédito al beneficiario (patrocinado). Estos títulos impropios –también llamados confort
letters, cartas de conformidad, de responsabilidad o de garantía – se construyen sobre la base
de una relación empresarial o relación de patrocinio preexistente entre el remitente
(patrocinador) y el beneficiario (patrocinado), que normalmente son ambas sociedades
mercantiles. Sobre la base de esta relación, se busca que el patrocinado pueda cumplir
normalmente ante el destinatario las obligaciones que se deriven del crédito que se le concede,
contando con la garantía del patrocinador.
Se discute cuál es la naturaleza jurídica de las cartas de patrocinio. Nos preguntamos qué
posición ocuparía el patrocinador en el caso de que el patrocinado incumpla la relación que le
vincula con el beneficiario de la carta. Se cuestiona si su posición debe ser cercana a la de fiador
y responder de la deuda del patrocinado o si el patrocinador no tiene ninguna responsabilidad
ya que la carta de patrocinio solo sería similar a una carta de recomendación. La jurisprudencia
del TS está sentando la doctrina de que para que sea exigible el compromiso asumido por el
patrocinador sobre la base de estas cartas, es necesario que la operación de crédito que se
garantiza esté perfectamente determinada, que se indiquen los sujetos afectados (beneficiario
y patrocinado) y que se realice una clara descripción del contenido obligacional que comportan.
En conexión con la carta de crédito, encontramos las tarjetas de crédito (credit cards), surgidas
en el tráfico mercantil anglosajón. Se basan en la relación jurídica existente entre un
establecimiento financiero (emitente o dador) y sus clientes (beneficiario o titular) con los que
normalmente mantienen un contrato de cuenta corriente, y que despliega sus efectos frente a
una serie de empresarios ante los cuales va a hacerse valer la tarjeta. Por medio de la tarjeta de
crédito, el beneficiario se obligará con los empresarios a título oneroso adquiriendo bienes o
servicios, dirigiéndose posteriormente éstos contra el emitente para obtener el cobro de los
créditos que han nacido de tales adquisiciones. Por su parte, el emitente se resarcirá de estos
pagos mediante la presentación al cobro de recibos periódicos sobre la cuenta corriente
bancaria del beneficiario. El emitente de la tarjeta responde frente a quienes suministraron los
bienes o servicios al titular o beneficiario dentro del límite máximo de la cantidad cubierta por
la tarjeta y siempre que se haya desplegado la debida diligencia en orden a la correcta
identificación del titular y saldo del que puede disponer.
En cuanto a las tarjetas de débito, funcionarían como un instrumento a través del cual el titular
de una cuenta corriente y titular de la tarjeta puede disponer ante terceros del dinero que tiene
depositado en la entidad bancaria. En este caso, a diferencia de lo que ocurre con las tarjetas de
crédito, el banco no asume per se ninguna obligación de crédito, sino que se limita a articular
las disposiciones de fondos en ella depositados que lleva a cabo el cliente. La cantidad de la que
el cliente podrá disponer está limitada al importe que haya en cada momento en la cuenta
corriente.
Veíamos anteriormente que los títulos valores incorporan a un documento el derecho a una
prestación procedente de una relación causal. Debemos diferenciar entre la titularidad del
derecho representado, que corresponderá, al propietario del título (es decir, el acreedor en la
relación causal), y la legitimación para el ejercicio del mismo, que corresponderá al legítimo
poseedor del título. Así, el poseedor que haya adquirido el título cumpliendo las formalidades
que exige la ley para la transmisión, estará legitimado para su ejercicio, pero no será el
propietario del mismo. La ley exige distintas formalidades para que se produzca la transmisión
del título dependiendo de si nos encontramos ante un título nominativo, a la orden o al
portador.
En función del modo en que se produzca la transmisión del título, podremos distinguir entre la
circulación regular, la circulación irregular y la circulación impropia del mismo.
Como es lógico, el ordenamiento protege al tercero adquirente que de buena fe recibe un título
de un sujeto que no estaba legitimado en su posesión. Así, el art. 545 CCom regula la adquisición
a non domino de los títulos- valores al portador.
Art. 545 CCom. Los títulos al portador serán transmisibles por la tradición del documento. No
estará sujeto a reivindicación el título cuya posesión se adquiera por tercero de buena fe y sin
culpa grave. Quedarán a salvo los derechos y acciones del legítimo propietario contra los
responsables de los actos que le hayan privado del dominio.
Es decir, no se podrá reivindicar el título del tercero que de buena fe y sin culpa grave lo adquiera
de un sujeto que no estaba legitimado. Para que se pueda aplicar la norma se requiere la
existencia de un negocio idóneo para transmitir la propiedad del título, que el adquirente
cumpla las formalidades exigidas para la transmisión legítima del título y que actúe de buena fe.
Esta buena fe ha de quedar plasmada en la ignorancia –no basada en culpa grave– de la falta de
propiedad del transmitente sobre el documento que se adquiere.
II. CLASES
Los títulos valores se pueden clasificar en distintas categorías, adoptando diversos criterios:
a) Según la influencia que tenga el negocio jurídico causal sobre la obligación contenida
en el título se puede distinguir entre títulos causales y títulos abstractos:
- Los títulos causales serían aquellos en los que el negocio causal influye sobre el
funcionamiento de la obligación documental contenida en el título, de modo que se liga el
documento al negocio anterior que le sirve de causa, haciendo que transciendan las vicisitudes
de éste al título. En ellos, deudor podría oponer al tenedor del título las excepciones al pago que
se derivan de la relación causal, es decir, aquellas que le vinculan con el acreedor de la relación
subyacente en el documento.
- Por su parte, los títulos abstractos tratan de desconectar el documento del negocio
causal. Así, con la creación de los títulos-valores abstractos se trata de proteger al tenedor
legítimo del documento de las posibles excepciones que el sujeto que resulta en el documento
como deudor pueda oponer sobre la base de las relaciones jurídicas que le vinculaban con el
acreedor inicial.
b) Según el modo en que son emitidos, pueden ser singulares o emitidos en serie:
- En cambio, los títulos en serie se emiten de forma conjunta, en masa o serie, teniendo
un contenido uniforme dentro de cada emisión. Es el caso de las acciones y obligaciones de las
sociedades, los títulos de deuda pública, las letras y pagarés del Tesoro, etc. En estos casos, cada
serie puede estar compuesta por multiplicidad de títulos con un contenido exactamente igual
(por tanto, fungibles). Dado el elevado número de ejemplares que puede alcanzar, cada serie,
las tiradas de las mismas por lo que respecta a su creación, numeración y suscripción pueden
resultar bastante complicadas y costosas, por lo que los valores que se solían representar a
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través de este tipo de títulos han pasado a representarse mediante anotaciones en cuenta.
c) En función del sujeto que los emite, distinguiremos entre títulos públicos y títulos
privados. Como puede deducirse, los primeros serán emitidos por entidades públicas; mientras
que los títulos privados son emitidos por particulares o entidades privadas.
Según el contenido del derecho que incorporan, podemos distinguir entre tres categorías de
títulos: los títulos de pago, los títulos de participación y los títulos de tradición.
Los títulos de pago o crédito, también llamados de suma, incorporan el derecho a exigir una
determinada cantidad de dinero del deudor en el momento, lugar y moneda que se expresan
en el documento. Son los títulos más antiguos y difundidos, así que se consideran el paradigma
de los títulos-valores. Los ejemplos más destacados de títulos de pago son el pagaré, el cheque
y la letra de cambio. En estos documentos se puede apreciar claramente la nota de la
literalidad, dada la simplicidad de la prestación que incorporan.
B. Títulos de participación
Los títulos de participación no incorporan un derecho concreto a una prestación, sino que
incorporan un conjunto de derechos de diversa naturaleza. Pueden tener contenido económico
(derecho al dividendo, a la cuota de liquidación), carácter político (derecho de voto, a la
impugnación de acuerdos, a la designación separada de administradores), e incluso carácter
mixto (derecho de suscripción preferente). Los ejemplos más claros de este tipo de títulos son
las acciones, incorporándose en los títulos de participación el derecho a participar en el
funcionamiento de la sociedad que las emitió; si bien, gran parte de las sociedades de capital
han abandonado este sistema tradicional de representar las acciones mediante títulos,
pasando al sistema de anotaciones en cuenta.
Los títulos de tradición o títulos representativos de mercancías son aquellos que incorporan el
derecho a obtener la restitución de los bienes materiales –propiamente mercancías– indicados
en ellos, en el momento y lugar que determina el documento. La simple tenencia de este título-
valor produce los efectos inherentes a la posesión de las cosas que representan. Por tanto, las
transmisiones -y la suerte que reciba el título- desplegarán sus efectos sobre las mercancías
indicadas (cambio de titularidad, constitución de derechos reales, etc). Es decir, los efectos
reales que se proyecten sobre el título se producirán sobre las mercancías. Algunos ejemplos
son el conocimiento de embarque, el talón de ferrocarril o los resguardos de depósito en
almacenes generales.
En los títulos de tradición se puede distinguir entre una posesión mediata y una posesión
inmediata de las mercancías representadas. Así, la posesión inmediata la tendrá el sujeto que
materialmente tiene las mercancías u objetos (sea para su depósito, custodia, transporte...), y
que a cambio de su tenencia, emite el título por el que se compromete a devolverlas al sujeto
que aparezca legítimamente titular del documento en el momento y lugar determinados. Por su
parte, la posesión mediata corresponde a quien ostente legítimamente el título que representa
las mercancías, y que será la persona que esté legitimada para exigir su restitución al emisor del
título en las condiciones especificadas en el documento. Por medio de estos títulos, se vincula
la titularidad del documento con la posesión de los bienes: quien legítimamente detente el
título, se presumirá poseedor de los bienes.
Según este criterio los títulos-valores podrán ser nominativos, al portador o a la orden.
Los títulos nominativos o títulos directos son aquellos en que se designa expresamente a una
persona determinada como titular del derecho. En principio, esta persona será la única
legitimada para exigir el cumplimiento de la obligación que incorporan.
En los títulos nominativos (y en todo título-valor) se exige la posesión del documento para poder
ejercer el derecho que incorporan. Pero también, es necesario que la identidad del tenedor que
pretende ejercitar el derecho coincida con la de la persona designada directamente en el
documento, debiendo acreditar que se trata de dicha persona o que actúa en nombre de ésta.
Cuando los títulos nominativos estén emitidos en serie (acciones u obligaciones de sociedades,
etc.), será necesaria la inscripción previa del titular del documento en el libro-registro antes de
que pueda ejercitar sus derechos. De este modo, sólo estarán legitimados para ejercitar los
derechos aquellos que aparezcan inscritos en el libro-registro, teniéndose que hacer constar en
él las transferencias sucesivas del título (así lo exige, por ej., el art. 116 LSC por lo que respecta
a la transmisión de las acciones y participaciones de las sociedades de capital).
Los títulos nominativos son los que presentan una mayor complejidad para su cesión y
transmisión. Así, junto a la entrega del título y la designación en el mismo del cesionario, es
necesario, además, la notificación de la cesión al deudor o a la entidad emisora si no se trata de
títulos de pago. A falta de normas específicas para el tipo de título en particular resulta de
aplicación el art. 347 del CCom, el cual requiere la puesta en conocimiento de la transmisión al
deudor para «los créditos mercantiles no endosables ni al portador». A partir de esta
comunicación, el pago que realice el deudor sólo será legítimo (liberatorio), cuando lo realice al
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cesionario que le ha sido notificado. No se podrá considerar como pago el que se haga a
cualquier otra persona. En definitiva, para que se pueda efectuar la transmisión de los títulos
nominativos es necesario comunicar previamente la transmisión al deudor. Además, en el caso
de los títulos emitidos en serie, esta comunicación servirá para hacer las correspondientes
modificaciones de datos en el libro-registro.
Cuando se pretenda la constitución de derechos reales sobre el título (prenda o usufructo) serán
igualmente necesarias la entrega del documento y la notificación al deudor o a la entidad
emisora de tal transmisión.
A diferencia de los títulos nominativos, los títulos al portador no designan a ninguna persona
como titular del derecho que contienen, de modo que el portador del documento estará
legitimado para ejercitar el derecho que se documenta. Ello se produce mediante la inserción
en el título de una cláusula «al portador» por la que se expresa este carácter. Esta cláusula no
siempre es necesaria. En los casos en que la ley no exija que el documento se deba emitir con
carácter nominativo o a la orden, se presume su carácter al portador cuando en el título no se
indique de modo expreso la persona de su titular.
Estos títulos pueden incorporar cualquier tipo de derecho patrimonial que se pueda materializar
en un título-valor, por tanto, podrán emitirse al portador tanto los títulos de pago, como los de
participación o los de tradición. A excepción de la letra de cambio, el pagaré, la carta-orden de
crédito y las acciones de ciertas sociedades, los demás títulos de crédito pueden ser emitidos al
portador.
Los títulos al portador legitiman al poseedor del título al ejercicio del derecho que incorporan
por el simple hecho de tener el documento conforme a Derecho. Por tanto, el acreedor deberá
realizar la prestación incorporada al título a favor de aquel sujeto que presente el documento,
sin poder exigir prueba de su titularidad regular. Al mismo tiempo, quedará liberado si cumple
de buena fe –es decir, ignorando la ilegitimidad de la posesión– frente al que le presente el
documento, con independencia de la regularidad real o no de la posesión. Similar conclusión ha
de mantenerse en el caso del pago a un tenedor incapaz.
Los títulos al portador serán transmisibles por la tradición del documento, al igual que ocurre
con las cosas muebles, por lo que su régimen de circulación es el más sencillo dentro de los
títulos-valores. Esta simplificación se construye sobre la base constatada por la jurisprudencia
de que la tradición implica una presunción iuris tantum de que el tenedor del efecto es legítimo
poseedor del mismo (SSTS de 11 de octubre de 1975 y de 17 de noviembre de 2008). Sin
embargo, la facilidad de su transmisión no debe romper la regla general de la transmisión de la
Finalmente, el art. 545 CCom hace referencia a la irreivindicabilidad del título adquirido por un
tercero de buena fe, de modo que se hace inatacable su posición frente al propietario
ilegítimamente desposeído. Para evitar estos efectos, el propietario de títulos al portador
robados o extraviados podrá promover los procedimientos contenidos en los arts. 547 a 566
para impedir que el detentador pueda negociar el título con intervención notarial, lo que lo haría
irreivindicable; así como para evitar que se paguen a tercera persona los dividendos, los
intereses o el capital del título, y para conseguir la expedición de un duplicado.
C. Títulos a la orden
A medio camino entre los títulos nominativos y los títulos al portador se encuentran los títulos
a la orden. Se asemejan a los títulos nominativos porque en ellos aparece indicado el sujeto
titular del derecho; pero, en cambio, la obligación documental se deberá cumplir a la orden del
primer tomador del documento o, en caso de posteriores transmisiones del título, a la orden de
quien se designe como último adquirente y tenedor legítimo. Se trata, por tanto, de títulos que
están destinados a circular en el tráfico mercantil.
10. Concepto
11. Función económica del endoso
12. Requisitos
13. Efectos del endoso
14. Clases de endoso
15. Otras formas de cesión del pagaré: cesión ordinaria, transmisión ope legis,
adquisición a non domino
V. Garantía del pagaré: el aval
VI. Vencimiento del pagaré
16. Clases de vencimiento
17. Presentación al pago
La Ley Cambiaria y del Cheque (LCCh) no establece una regulación general de los títulos de
crédito, sólo las normas específicas que regulan la letra de cambio, el cheque y el pagaré.
Tradicionalmente y siguiendo los esquemas de la propia Ley, la doctrina ha empleado la
estructura de la letra de cambio para el estudio de los restantes títulos de crédito.
Los títulos de crédito contienen distintas clases de declaraciones cambiarias, que deberán
realizarse en la forma legalmente establecida y poder ser imputables a quien las realiza. En
primer lugar, para poder llevar a cabo una declaración cambiaria se requiere que el declarante
tenga capacidad para obligarse. Se acepta que las declaraciones puedan realizarse, aunque en
el momento de la firma el título de crédito esté en blanco o incompleto. Su plasmación en el
título podrá hacerse de forma impresa o escrita por medios mecánicos o a mano. En caso de
discrepancia, las menciones escritas por medios mecánicos prevalecen sobre las impresas. Pero,
finalmente, las escritas a mano prevalecen sobre cualquiera de las demás, salvo por lo que
respecta al importe del título.
Es importante señalar, que las declaraciones cambiarias son autónomas unas de las otras, es
decir, que la declaración realizada por cada uno de los firmantes de un título de crédito será
válida, aunque el título contenga firmas de personas incapaces de obligarse, firmas falsas o de
personas imaginarias, o firmas que por cualquier otra razón no puedan obligar a las personas
que hayan firmado el título o a aquellas en cuyo nombre figure firmado.
El librador, los endosantes y los avalistas de un cheque o un pagaré, así como el aceptante de
una letra de cambio, responderán solidariamente frente al tenedor.
II. EL PAGARÉ
1. CONCEPTO Y CARACTERES
El pagaré cambiario es un título-valor por el cual una persona (firmante) se obliga a pagar a
otra (beneficiario) o a su orden, una determinada cantidad de dinero en la fecha y lugar
indicados en el título. Vemos que la literalidad del pagaré es una promesa de pago. Es decir, un
compromiso directo a cargo del firmante de hacer frente a una obligación pecuniaria a favor del
beneficiario o de la persona que resulte legítimo tenedor del documento. Este carácter
promisorio es lo que nos permite distinguir el pagaré de la letra de cambio y el cheque (que
contienen mandatos de pago).
El pagaré puede ser definido como un título-valor literal, formal y abstracto, por el que una
persona, llamada firmante, se compromete de forma incondicionada a pagar una determinada
suma de dinero a su vencimiento a otra, llamada beneficiario. En todo caso, ha de estar emitido
a la orden o en forma nominativa, por lo que no podrá ser librado al portador. De este concepto
se pueden extraer los caracteres que definen al pagaré:
b) El título contiene una promesa de pago (promesa pura y simple). Así, el firmante del
pagaré no ordena que se realice un pago, sino que se compromete a efectuarlo. Se trata, por
tanto, de un compromiso directo a diferencia del que se asume con el mandato de pago, a través
del cual se garantiza simplemente el pago por otro sujeto. Por tanto, el firmante del pagaré es
obligado directo y principal de la relación cambiaria, a diferencia de lo que ocurre en las
relaciones jurídicas del cheque y de la letra de cambio, que contienen relaciones de carácter
triangular.
Art. 95 LCCH. El título que carezca de alguno de los requisitos que se indican en el
artículo precedente no se considerará pagaré, salvo en los casos determinados en los párrafos
siguientes:
emisión (libramiento) y la fecha de realización efectiva del pago prometido debe mediar un lapso
de tiempo. Así, la promesa de pago deberá cumplirse, bien en el momento en que se presente
al firmante (pagaré «a la vista»), bien transcurrido cierto plazo desde esta presentación (pagaré
«a un plazo desde la vista»), bien en un día concreto del calendario (pagaré «a día fijo o
determinado»), bien en un día contado a partir de la fecha de emisión (pagaré «a un plazo
desde la fecha»).
e) Del mismo modo, el pagaré deberá hacerse efectivo en el lugar de pago que se
determine en el título.
f) El pagaré debe ser emitido a la orden o nominativamente, no teniendo cabida el
pagaré cambiario al portador.
Por tanto, vemos que el pagaré se utiliza como instrumento de crédito, para aplazar el
cumplimiento de la prestación debida por parte del deudor. Esto es posible gracias a dos
caracteres de su régimen jurídico: 1) la facilidad de su transmisión (sea por endoso o por
descuento) de modo que el acreedor poseedor del título puede obtener liquidez en cualquier
momento; y 2) por las garantías efectivas del pago que se derivan de ser el pagaré título
ejecutivo, pudiendo abrir directamente procedimiento ejecutivo a través del juicio cambiario
regulado en los arts. 819 a 827 de la LEC.
También, se está utilizando el pagaré para la articulación de pagos contra cuenta corriente con
vencimiento determinado. En este caso se trataría del reconocimiento de una serie de deudas
con vencimiento en una fecha determinada y que serían pagadas en el momento de su
vencimiento con cargo a la cuenta corriente que se determina en el título.
Aunque estos pagarés en blanco se admiten como garantía de relaciones de préstamo entre
empresarios, no resulta tan clara su admisibilidad en lo que respecta a la contratación con
consumidores de servicios bancarios. Sobre esta cuestión doctrina y jurisprudencia se
encuentran divididas. Se cuestiona si los contratos bancarios de préstamo personal pueden
incorporar una cláusula a través de la cual el prestatario se compromete a firmar pagarés en
blanco en garantía de la restitución del importe del crédito, o ello pueda constituir una cláusula
abusiva en virtud del art. 10 bis de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios. Desde la perspectiva estricta de su funcionamiento como documentos cambiarios no
cabe duda de la posibilidad de su utilización, pero existen diversos factores que pueden
llevarnos a considerar que se trata de cláusulas abusivas.
Como reconocimiento de deuda y promesa de pago, el pagaré se construye como una relación
directa entre dos partes: el firmante y el beneficiario o tomador. El firmante reconoce la
existencia de una deuda a favor del beneficiario surgida de la relación subyacente de la que
trae causa el título, y se compromete al pago de su importe más adelante. Por su parte, el
beneficiario aparece como titular del documento, y podrá exigir al firmante el pago de la
prestación dineraria derivada del documento a partir del momento de su vencimiento. Como
consecuencia de esta estructura bilateral, el firmante del pagaré se posiciona como obligado
cambiario principal y directo. Como hemos visto, la persona del beneficiario tiene que estar
determinada en el propio título, por lo que éste deberá emitirse en forma nominativa o a la
orden. Aunque no se admite el pagaré al portador, en la práctica se pueden conseguir efectos
análogos, emitiendo un pagaré en que quede sin indicar la persona del tomador,
completándose en un momento posterior (siendo de aplicación el art. 12 LCCh).
Por otra parte, aunque fuera posible desde el punto de vista formal, hay que descartar la
posibilidad de emitir un pagaré a la propia orden, es decir, haciendo coincidir las personas del
firmante y del beneficiario. La negación de tal posibilidad reside, entre otras cuestiones, en lo
absurdo de prometerse a sí mismo un pago. Sin embargo, el carácter autónomo del derecho
incorporado, así como la posibilidad de que exista un beneficiario distinto al momento del
vencimiento en virtud de un endoso, permitirían sostener la posición favorable a admitir la
emisión a la propia orden.
Con anterioridad a la emisión del pagaré, el beneficiario será normalmente acreedor del
firmante por una suma igual o superior al importe por el que se emite, crédito derivado de
alguna prestación realizada en su favor, llamado en lenguaje cambiario «provisión de fondos».
Hay que señalar que, en virtud del art. 1170 del CC, la mera entrega del pagaré no implica la
cancelación de la deuda extracambiaria o causal existente entre firmante y beneficiario.
Art. 1170 CC. El pago de las deudas de dinero deberá hacerse en la especie pactada …
favor,” * que son aquellos que emite un firmante a favor de un beneficiario sin estar ambos
vinculados por una relación causal subyacente. Los problemas de este tipo de documentos se
producen cuando, llegado el momento del vencimiento el tenedor le presenta el pagaré al
firmante, no pudiendo oponerle éste la excepción de favor –pese a no ser deudor del
beneficiario– debiendo, en consecuencia, proceder al pago.
Pero, en esta relación cambiaria, además del firmante y del beneficiario, también pueden
participar otros sujetos. Así, cuando el pagaré esté emitido «a la orden», el beneficiario podrá
transmitirlo mediante endoso a otro sujeto, que pasaría a integrarse dentro de la relación
cambiaria como tenedor. Este tenedor, a su vez, podrá transmitir el pagaré a través de nuevos
endosos a nuevos tenedores. El pagaré, como título-valor, está abocado a la circulación en el
tráfico económico, lo que justifica que cuando es utilizado en las relaciones entre empresarios
o profesionales se sucedan sus transmisiones, haciéndose así circular el crédito. El endoso
podrá hacerse a favor de otro empresario –tenedor, endosatario–, empleándose, por tanto,
como instrumento de pago –total o parcial– de una relación causal existente entre ambos; o
bien recurriendo a su descuento en una entidad bancaria (lo más frecuente en la actualidad).
A través del contrato de descuento el tenedor del documento cambiario lo endosa a una
entidad bancaria para recibir su importe –lógicamente con una reducción en concepto de
comisión de cobro (propiamente, el descuento)– a cambio de la transmisión del documento. A
partir de ese momento, el banco tendrá el título y podrá exigir su pago a los obligados
cambiarios.
A diferencia de lo que ocurre con la letra de cambio, que sólo será válida cuando sea expedida
en el formato oficial aprobado al respecto (Orden del Ministerio de Economía y Hacienda de
30 de junio de 1999, por la que se aprueba el modelo de la letra de cambio), no existe tal para
el pagaré. Por tanto, cualquier documento que reúna los requisitos exigidos en el art. 94, podrá
considerarse como pagaré. Si faltase algún requisito, el documento tendrá más o menos valor
jurídico, pero no podrá ser considerado un pagaré, ni disfrutará de las ventajas que lleva
aparejado. No obstante, el de 30 de junio de 1986, el Consejo Superior Bancario aprobó un
modelo normalizado de pagaré comercial y otro de pagaré de cuenta corriente que, no tienen
carácter imperativo.
La Ley del impuesto considera que un documento realiza función de giro «cuando acredite
remisión de fondos o signo equivalente de un lugar a otro, o implique una orden de pago,
aun en el mismo en que ésta se haya dado, o en él figure la cláusula a la orden». De este
modo, la letra de cambio quedaría sometida siempre al pago del tributo, pues implica una
orden de pago, mientras que el pagaré sólo se someterá al impuesto cuando sea emitido a la
orden. Dado que éstos pueden ser emitidos también nominativamente y con la cláusula «no a
la orden», no tendría sentido someter de forma imperativa a todos los pagarés que se emitan
al pago del impuesto. En cambio, el pagaré que sí cumpla esta función de giro –y, en
consecuencia, haya sido emitido «a la orden»– sí deberá sujetarse al pago del tributo, so pena
El pagaré nace como instrumento del tráfico en la Baja Edad Media. Estaríamos ante un
documento notarial en el que se contiene -al mismo tiempo- un reconocimiento de deuda
pecuniaria (confessio) y una promesa de saldarla (promissio). La emisión del documento
tomaba como causa una relación subyacente consistente en la toma de una cantidad de dinero
que se debía restituir en importe equivalente de otra moneda (cambium siccum) o bien en la
misma u otra moneda en otro lugar (cambio trayecticio).
En un primer momento la utilización del pagaré fue mayor, dada su simplicidad, pero pronto
fue superado en uso por la letra de cambio, pues ésta no precisaba la intervención notarial y
permitía una más ágil circulación de los créditos, así como instrumentar la obligación del pago
de intereses a través del propio documento.
Estos títulos como «vales» o «pagarés» han recibido reconocimiento legal en los principales
textos mercantiles hasta que se ha producido la derogación de las normas correspondientes
del Código (arts. 443 a 543) articulada por medio de la Ley Cambiaria de 1985, que sigue la
misma técnica que la Ley uniforme de Ginebra de 1930. Esta evolución es fruto de la
generalización del uso de los documentos cambiarios –principalmente la letra de cambio– a
partir del siglo XIX, y de la potenciación de los intercambios internacionales, que pusieron de
manifiesto la necesidad de unificar los ordenamientos reguladores, lo que acabó lográndose a
través de la Ley Uniforme adoptada por un amplio número de países (a la que, sin embargo, no
se adhirieron los ordenamientos del ámbito anglosajón). Esta Ley Uniforme de Ginebra de 1930
y, la Ley Cambiaria española consideran que en los títulos se recogen declaraciones de voluntad
vinculantes que tienen un contenido explícito y apariencia legitimadora. La exigibilidad de los
títulos dimana de ellos mismos y no de la causa que determina su emisión, normalmente
intranscendente, y cuyas vicisitudes no afectan a los compromisos recogidos en el documento.
Con la Ley Cambiaria y del Cheque (LCCh) de 16 de julio de 1985, siguiendo los principios
uniformes de Ginebra, el pagaré se configura completamente como un título autónomo y se
ve beneficiado por su estructura más simple, de modo que progresivamente se va imponiendo
en el uso sobre la letra de cambio. En la actualidad, la tendencia de uso de los títulos de crédito
en el tráfico mercantil ha experimentado un importante cambio: se generaliza el empleo del
pagaré y la letra de cambio ocupa una posición marginal.
Art. 5 LCCh. La letra de cambio podrá ser pagadera en el domicilio de un tercero, sea
en la localidad en que el librado tiene su domicilio, sea en otra localidad.
En este caso, el pago se reclamará del tercero, salvo que se exprese que pagará el propio
librado.
Art. 6 LCCh. En una letra de cambio pagadera a la vista o a un plazo desde la vista,
podrá disponer el librador que la cantidad correspondiente devengue intereses.
El tipo de interés anual deberá indicarse en letra, y a falta de esta indicación, la cláusula
correspondiente se considerará como no escrita.
Los intereses correrán a partir de la fecha en que se libre la letra de cambio mientras no se
indique otra fecha al efecto.
Art. 7 LCCh. Cuando en una letra de cambio figure escrito el importe de la misma en
letra y en números será válida la cantidad escrita en letra, en caso de diferencia.
La letra de cambio cuyo importe esté escrito varias veces por suma diferente, ya sea en letra,
ya sea en números, será válida por la cantidad menor.
Art. 8 LCCh. Cuando una letra de cambio lleve firmas de personas incapaces de
obligarse, o firmas falsas, o de personas imaginarias, o firmas que por cualquier otra razón
no puedan obligar a las personas que hayan firmado la letra o aquéllas con cuyo nombre
aparezca firmada, las obligaciones de los demás firmantes no dejarán por eso de ser válidas.
Art. 9 LCCh. Todos los que pusieren firmas a nombre de otro en letras de cambio
deberán hallarse autorizados para ello con poder de las personas en cuya representación
obraren, expresándolo claramente en la antefirma.
Se presumirá que los administradores de Compañías están autorizados por el solo hecho de
su nombramiento.
Los tomadores y tenedores de letras tendrán derecho a exigir a los firmantes la exhibición del
poder.
Art. 10 LCCh. El que pusiere su firma en una letra de cambio, como representante de
una persona sin poderes para obrar en nombre de ella, quedará obligado en virtud de la letra.
Si la pagare, tendrá los mismos derechos que hubiera tenido el supuesto representado. Lo
mismo se entenderá del representante que hubiere excedido sus poderes, sin perjuicio de la
responsabilidad cambiaria del representado dentro de los límites del poder.
Art. 13 LCCh. Cuando la extensión de las menciones que hayan de figurar en la letra
así lo exija, podrá ampliarse el documento en que conste la letra de cambio, incorporando un
suplemento por medio de una hoja adherida en la que se identifique la misma y en la que
podrán hacerse constar cualesquiera menciones previstas en la presente Ley, con excepción
de las enumeradas en el artículo primero, que deberán figurar en el documento en que se
creó la letra.
Cuando la letra sea pagadera en el domicilio del librado, éste podrá indicar en la aceptación
otro domicilio de pago en la misma localidad y, en su caso, la persona a quien haya de
reclamarse dicho pago.
Con el libramiento del pagaré surge la obligación cambiaria del firmante de hacer frente al pago
del importe documentado en el momento en que éste venza, sin requerirse –a diferencia de lo
que ocurre en la letra de cambio– la aceptación. La firma del emisor del pagaré es un requisito
necesario. Hasta que la firma no se produce, no ha nacido el título de crédito.
El pagaré conforma un título perfecto por lo que atañe a su literalidad. Es decir, a través de lo
que expresa el documento se tiene conocimiento exacto del contenido y las condiciones de la
deuda que incorpora. A diferencia de lo que ocurre con la letra de cambio, su emisión no tiene
que realizarse sobre un formato oficial. Se deberá admitir su libramiento en cualquier forma
siempre que reúna los requisitos básicos especificados en el art. 94 LCCh. Si el título careciese
de alguno de estos requisitos no se considerará pagaré (art. 95 LCCh):
más extendido su uso como sustantivo, de modo que podría resultar dudosa la validez de un
título en el que se use el vocablo como verbo, en lugar de como sustantivo (por ej., «Por el
presente documento pagaré a...»). En cualquier caso, entendemos que se cumple este
requisito siempre que del uso del término se desprenda el compromiso incondicionado del
firmante de hacer frente a la deuda que asume.
1. A fecha fija.
2. A un plazo contado desde la fecha.
3. A la vista.
4. A un plazo contado desde la vista.
Las letras de cambio que indiquen otros vencimientos o vencimientos sucesivos serán nulas.
El librador podrá disponer que una letra de cambio pagadera a la vista no se presente al pago
antes de una determinada fecha. En este caso, el plazo para la presentación se contará desde
dicha fecha.
Art. 40 LCCh. El vencimiento de una letra de cambio a un plazo desde la vista, se determinará
por la fecha de la aceptación o en defecto de ésta, por la del protesto o declaración
equivalente.
A falta de protesto, toda aceptación que no lleve fecha se considerará, siempre frente al
aceptante, que ha sido puesta el último día del plazo señalado para su presentación a la
aceptación.
Art. 41 LCCh. En las letras de cambio libradas a uno o varios meses a partir de su fecha o de
la vista, su vencimiento se determinará computándose los meses de fecha a fecha. Cuando
en el mes del vencimiento no hubiere día equivalente al inicial del cómputo se entenderá que
el plazo expira el último mes.
En el cómputo no se incluyen los días inhábiles, pero si el día del vencimiento lo fuera, se
entenderá que la letra vence el primer día hábil siguiente.
Art. 42 LCCh. Cuando una letra de cambio sea pagadera a fecha fija en un lugar en que el
calendario sea diferente del que rija en el lugar de emisión, la fecha del vencimiento se
entenderá fijada con arreglo al calendario del lugar del pago.
Cuando una letra librada entre dos plazas que tengan calendarios diferentes, sea pagadera
a cierto plazo desde su fecha, el día de la emisión se remitirá al día correspondiente del
calendario del lugar del pago, y el vencimiento se determinará en consecuencia. Las mismas
reglas serán de aplicación para la presentación de las letras a su aceptación.
Estas reglas no serán aplicables cuando de la letra de cambio resulte la intención del librador
de adoptar otras diferentes.
Art. 97 LCCh. El firmante de un pagaré queda obligado de igual manera que el aceptante de
una letra de cambio.
Los pagarés que hayan de hacerse efectivos a cierto plazo desde la vista deberán presentarse
al firmante de los mismos en, los plazos fijados en el art. 27. El plazo a contar desde la vista
correrá desde la fecha del “visto” o expresión equivalente suscrito por el firmante del pagaré.
La negativa del firmante a poner su visto fechado se hará constar mediante protesto, cuya
fecha servirá de punto partida en el plazo a contar desde la vista.
4. El lugar en que el pago haya de efectuarse. A falta de indicación del lugar de pago,
se considerará el lugar de emisión del pagaré y, al mismo tiempo, como lugar del domicilio del
firmante (art. 95.b LCCh). La indicación del lugar de pago puede hacerse también mediante
domiciliación- bancaria o no- ya que el art. 5 LCCh admite que el pagaré podrá ser pagadero en
el domicilio de un tercero. Los pagarés de cuenta corriente y los cheques de pago domiciliado
en cuenta se encuentran específicamente disciplinados a través de la Circular del Banco de
España de 6 de noviembre de 1990, que los integra dentro del Sistema Nacional de
Compensación Electrónica.
7. La firma del que emite el título, denominado firmante. Para que se considere válida
la promesa de pago que contiene el pagaré, es necesaria la firma del promitente o su
representante con poder bastante, cuestión que ha de ser expresada en la antefirma y cuyo
régimen se contiene en los arts. 9 y 10 de la Ley. Salvo los administradores de sociedades, que
se consideran autorizados por el mero hecho de su nombramiento, el resto de los apoderados
deben serlo de manera expresa, pudiéndoseles exigir la exhibición del poder. En caso de falta
de éste, el falso apoderado queda vinculado a título personal. Por su parte, el art. 8 de la Ley,
que resulta aplicable, declara el principio de la autonomía de las declaraciones cambiarias, de
modo que cuando un pagaré «lleve firmas de personas incapaces de obligarse, o firmas falsas,
o de personas imaginarias, o firmas que por cualquier otra razón no puedan obligar a las
personas que hayan firmado la letra o a aquellas con cuyo nombre aparezca firmada, las
obligaciones de los demás firmantes no dejarán por eso de ser válidas».
Dada la variedad de cláusulas que tienen cabida en el pagaré, sólo veremos las más relevantes:
condición natural de título endosable, aunque no impide la cesión ordinaria del crédito
subyacente (art. 14.II LCCh).
c) Cláusula «sin gastos» o «sin protesto». Incorporando esta cláusula (art. 56) el
firmante, endosante o sus avalistas podrán dispensar al tenedor de hacer que se levante
protesto por falta de pago o falta de indicación del «visto» (en los casos de vencimiento a un
plazo desde la vista) para poder ejercitar sus acciones de regreso, tanto por la vía ordinaria
como ejecutiva. Para que esta cláusula sea válida, debe ser firmada por el sujeto que la
introduce, ya que sólo produce efectos respecto a él. Con ella, se dispensa al tenedor de
acreditar mediante protesto o declaración equivalente su diligencia a la hora de intentar hacer
efectivo su importe, comprometiéndose a reembolsárselo, evitando gastos inherentes a tales
formalidades.
d) Cesión de la provisión. Aunque no es frecuente, esta cláusula (art. 69) tiene gran
transcendencia en la mecánica cambiaria.
Art. 69 LCCh. Si el librador, mediante cláusula inserta en la letra, declara que cede sus
derechos referentes a la provisión, éstos pasarán al tenedor.
Por medio de esta cláusula, el beneficiario cede a los sucesivos tenedores del pagaré la
acción derivada de su relación causal con el firmante y que dio origen a la emisión del título.
En este supuesto el beneficiario transmite con el endoso del pagaré no sólo los derechos
correspondientes a la relación cartácea, sino también su posición jurídica en la relación
subyacente. Para que la cesión de la provisión sea válida, es necesaria la comunicación al
firmante de la cesión (arts. 1526 y ss. del CC). En las sucesivas transmisiones mediante endoso
del pagaré o la letra de cambio que incorporen la cláusula de cesión de la provisión ésta no
operará de forma automática como consecuencia del mismo endoso, sino que requerirá,
igualmente, que la cesión sea comunicada al firmante.
El régimen jurídico del pagaré no admite la emisión de duplicados del título a diferencia de lo
que ocurre para la letra de cambio, pero sí se prevé la posibilidad de efectuar copias del mismo
(arts. 82 y 83 LCCh). Estas copias funcionan como resguardo para retirar el título original de
quien lo tenga en custodia y como instrumento idóneo para recoger válidamente endosos y
avales. Así, el beneficiario o el tenedor de un pagaré podrá sacar copias del mismo
(actualmente hemos de admitir también las digitales y las fotocopiadas), teniendo validez los
endosos y avales que se hagan sobre las mismas como si se produjesen sobre el original.
En los casos en que la extensión de las menciones que se quieran hacer constar en el pagaré
exija un espacio mayor del disponible en el documento, se podrá añadir un suplemento a través
de una hoja adherida en que se identifique la misma y en la que se podrá hacer constar
cualquier mención que se estime pertinente como si se plasmase sobre el mismo pagaré (a
excepción de las menciones obligatorias del art. 92, que en todo caso deberán figurar sobre el
original: lugar y domicilio).
Por otro lado, el hecho de la incorporación del derecho de crédito a un soporte documental
con el libramiento del pagaré, como ocurre en cualquier título, puede entrañar el riesgo de
extravío, sustracción o destrucción del documento que implicaría la pérdida del derecho a
reclamar el mismo por la vía cambiaria. Ante esta eventualidad, los arts. 132 a 135 de la Ley de
Jurisdicción Voluntaria (que deroga los antiguos arts. 84-87 de la LCCh) articulan un
procedimiento al que puede acudir el tenedor que se ha visto desposeído del pagaré, que lo ha
perdido o que ha sufrido su destrucción, para evitar que se realice el pago al sujeto que resulte
ahora poseedor del documento, para que el título sea amortizado y para que se expida un
nuevo documento en el que se reconozca su titularidad. Para ello se requiere que el poseedor
legítimo que haya sido desposeído del título –o cualquier persona que haya sufrido la
destrucción o extravío del pagaré– presente un escrito ante el Juzgado de lo Mercantil del lugar
de pago justificando su legitimación para promover el expediente de amortización. Para la
actuación en dicho expediente será necesario abogado y procurador, y será tramitado ante el
secretario judicial del Juzgado de lo Mercantil. La incoación del expediente se comunicará al
emisor del pagaré y se anunciará en el BOE y en un periódico de gran circulación de la provincia,
citándose a quienes pudieran estar interesados en el mismo. Tras la comparecencia de las
partes interesadas, el secretario judicial dictará un decreto pronunciándose sobre la
prohibición de negociar o transmitir el título y sobre la procedencia del pago del mismo. Si en
el plazo de 6 meses desde la incoación del procedimiento, no se hubiese suscitado
controversia, el Secretario judicial autorizará el cobro de los rendimientos que produzca el
título, comunicándoselo al emisor para que pueda proceder a su pago. El pago podrá quedar
condicionado a la prestación de una fianza que pueda garantizar, en su caso, la devolución. Si
el pagaré tuviera un plazo de vencimiento superior, si en el plazo de un año no hubiera mediado
oposición al expediente, el secretario judicial ordenará la emisión de un nuevo título que se
entregará al solicitante.
9. EL PAGARÉ EN BLANCO
Las cláusulas obligatorias que menciona el art. 94 LCCh deben estar presentes en el momento
de hacer efectivos los derechos incorporados al pagaré. Mientras tanto, el pagaré puede figurar
y circular con redacción incompleta. Este mecanismo puede utilizarse, por ejemplo, para hacer
que el pagaré funcione como un título al portador –pese a que la ley no lo reconoce–, dejando
incompleta la designación del beneficiario del documento hasta el momento en que se vaya a
hacer efectivo el crédito.
Basándose en los principios de literalidad, que sólo cede ante casos de mala fe o culpa grave,
el legislador admite la posibilidad de completar en momentos sucesivos los títulos en blanco,
inclinándose por conceder eficacia al modo en que definitivamente quede redactado el pagaré
cuando se vaya a exigir la prestación. Así, el pagaré sólo podrá exigirse al firmante si está
completo, es decir, cuando reúna todas las menciones obligatorias fijadas en el art. 94 de la
Ley y, en su caso, se haya satisfecho el requisito fiscal. Por su parte, según el art. 12 LCCh,
cuando el pagaré estuviera incompleto en el momento de su emisión y se completase
posteriormente de forma contraria a lo acordado, el incumplimiento de tales pactos no podrá
esgrimirse contra el legítimo tenedor que haya adquirido el título de buena fe y sin culpa grave,
es decir, desconociendo la existencia de los mismos.
10. CONCEPTO
A través del endoso, el actual tenedor del título (endosante) introduce y firma una declaración
en el documento, por la cual legitima a otra persona (endosatario) para ejercer los derechos
que se incorporan al documento. La inserción de tal negocio «en el dorso» del título dio nombre
al «endoso». Se trata de la forma ordinaria por la que se transmiten los títulos «a la orden» –
y, entre ellos, el pagaré–, permitiendo a su titular hacer circular el crédito que incorpora el
documento. De este modo, el firmante emite el pagaré y lo transmite al beneficiario. El
beneficiario, podrá optar por esperar a que llegue el momento de su vencimiento para exigir
el cobro del crédito que se ha documentado, o bien, podrá optar por hacer circular el
documento antes de que sea cobrable, mediante su transmisión –su endoso– a cualquier otro
sujeto, que resultará desde ese momento legitimado a exigir su pago cuando el crédito
cartáceo venza.
Por su propia naturaleza, los títulos de crédito o de pago están destinados a servir de
instrumentos en el tráfico jurídico. Así, la LCCh establece que son endosables incluso los
pagarés que no estén librados expresamente a la orden. El endoso de los pagarés será posible
siempre y cuando no se contenga de forma expresa la mención de que no pueden ser
endosados, haciendo constar en su texto la cláusula «no a la orden» o una expresión
equivalente (art. 14.II LCCh). En tal caso, quedaría prohibida la transmisión del pagaré mediante
endoso, pero se mantendría siempre la posibilidad de transmitir el crédito mediante su cesión
ordinaria (sometida, por tanto, a las normas del CC, arts. 1526 y ss.).
El cesionario podrá ser cualquier persona, aunque haya sido ya previamente titular del pagaré
y, a su vez, podrá endosarlo de nuevo. Podría considerarse el supuesto de que el pagaré sea
endosado al propio firmante. Lógicamente tal opción es posible, en el sentido que el título
pasaría de manos de un endosatario a las de su propio emisor; pero se puede entender que,
por sí misma, esa transmisión deja en cierta medida sin efectos el pagaré (yo no me puedo
prometer a mí mismo que me pagaré en un futuro una determinada cantidad de dinero, pues
entraría en juego la confusión como medio de extinción de las obligaciones ex art. 1192 CC).
Así, mientras permanezca en las manos del firmante, el pagaré quedará sin efectos, pero este
firmante lo podrá volver a endosar nuevamente, volviendo a quedar obligado al pago del título
frente a ulteriores tenedores.
La función económica del endoso es permitir la circulación del título, de tal modo que el
beneficiario puede obtener liquidez de la posesión del documento sin tener que esperar a su
vencimiento. Esta finalidad también se puede conseguir a través de la cesión ordinaria de
cualquier crédito, sin embargo, la transmisión cambiaria del pagaré es más ventajosa.
Con el endoso se consigue la autonomía de los títulos-valores, pues permite la transmisión del
pagaré y de los derechos que incorpora simplemente con la entrega del título (si se cumplen
los requisitos legales). El título y los derechos que incorpora pueden transmitirse sin que haya
necesidad de poner la transmisión en conocimiento del deudor. Al mismo tiempo, la
transmisión permite mantener el pagaré desligado de la relación subyacente extracambiaria,
de forma que el deudor originario (firmante) no podrá oponer al endosatario ninguna
excepción personal que tuviera contra el beneficiario sobre la base de la relación causal. El
crédito que se transmite por el endoso es el literal incorporado al pagaré, que dota al
adquirente de una posición autónoma e independiente de la ocupada por los anteriores
acreedores.
Sin embargo, no todos los endosos están llamados a cumplir la función económica de la
transmisión del título y los derechos que incorpora. La Ley Cambiaria admite la posibilidad de
realizar endosos «en garantía» o «en prenda» (art. 22 LCCh) de modo tal que su transmisión
no tiene el efecto de transmitir su propiedad, sino que en tales casos el endoso sólo valdrá
como comisión de cobranza. Del mismo modo, se admite también para legitimar la actuación
de un sujeto como mandatario del endosatario; así, el art. 21 regula el endoso como «valor al
cobro», «para cobranza» o «por poder», a través del cual se legitima al tenedor a ejercer los
derechos derivados del pagaré, pero sin poder endosarlo más que en comisión de cobranza.
Por último, debemos destacar que la realización de endosos sucesivos produce el efecto de
aumentar las garantías de cobro del pagaré de las que dispondrá el último tenedor del
documento. Esto es así, ya que cada uno de los endosantes, en tanto que firmantes del título,
garantizan el pago frente a los tenedores posteriores.
12. REQUISITOS
Para que el endoso sea válido, debe cumplir una serie de requisitos de fondo y de forma:
Art. 15 LCCh. El endoso deberá ser total, puro y simple. Toda condición a la que
aparezca subordinado se considerará no escrita.
El endoso parcial será nulo.
El endoso al portador equivaldrá a un endoso en blanco.
Vemos que el endoso ha de implicar una declaración pura y simple de la transmisión del
pagaré, de forma que cualquier condición a la que se subordine el endoso se considerará como
no escrita. Del mismo modo, el endoso debe ser total, en el sentido de que un endoso parcial,
esto es, por parte de la cuantía reflejada en el documento, sería nulo y no produciría la
transmisión del documento.
2) Requisitos formales. Como trámite por el que se produce la transmisión del pagaré,
el endoso debe incorporar una cláusula escrita al documento del pagaré y, al mismo tiempo,
debe venir acompañado de la entrega material o tradición del título. Por lo que respecta a la
escritura, debe insertarse en el documento del pagaré una cláusula en la que se indique tal
transmisión. En la letra de cambio el endoso se materializa en el reverso del formato oficial,
pero al no estar sujeto el pagaré a ningún modelo oficial, su inclusión se puede producir en
cualquier lugar del documento, siempre que conste de forma clara su contenido, su efecto y la
identificación de las partes.
En caso de sucesivos endosos, éstos se podrían hacer constar en cualquier parte del documento
(preferiblemente el reverso) y se podrían incorporar al pagaré a través de suplementos.
Por otra parte, la única mención estrictamente obligatoria y necesaria para el endoso del título
es la firma del endosante insertada en el reverso del documento. Por tanto, la simple firma
inserta en el reverso del título sin más indicación tendrá la validez de endoso realizado al
portador. Así, el art.16 considera que será endoso en blanco el que no designe al endosatario
o consista simplemente en la firma del endosante; en este último caso, para que el endoso sea
Finalmente, para completar el endoso será necesaria la entrega o traditio del pagaré. El endoso
sólo produce efectos a partir del momento de su entrega al endosatario. Es decir, hasta que no
tiene lugar esta traslación material de la posesión, la incorporación literaria al documento no
produce efectos jurídicos, pudiendo ser cancelada por el endosante (que aún es tenedor) sin
responsabilidad cambiaria alguna. Por último, destacar que los endosos tachados se
considerarán como no escritos.
Los efectos del endoso (arts. 17 a 20 LCCh) son tres: traslativo, legitimatorio y de garantía.
b) En virtud del efecto legitimatorio, el tenedor del pagaré será considerado portador
legítimo del mismo y podrá ejercitar los derechos incorporados al documento, siempre que lo
haya adquirido de buena fe.
c) El efecto de garantía implica que todos los firmantes del documento (firmante y
endosantes sucesivos), salvo cláusula en contrario, garantizarán el pago frente a los tenedores
posteriores. De este modo, cada endoso fortalece la seguridad del cobro, pues añade un nuevo
implicado en el buen fin del título.
-En primer lugar, podemos distinguir entre endosos plenos y endosos limitados: Los
endosos plenos producen la transmisión de la propiedad del pagaré y de todos los derechos
que resultan de él, así como los tres efectos antes mencionados: traslativo, legitimatorio y de
garantía.
Los endosos limitados sólo atribuyen una garantía o la facultad de actuar como mandatario.
Estas limitaciones han de hacerse constar de forma expresa en el título, de lo contrario, el
endoso se consideraría como pleno.
La LCCh contempla dos casos concretos de endosos limitados: el endoso de apoderamiento y
el endoso en garantía. El endoso de apoderamiento (art.21), legitima al endosatario sólo para
el cobro del pagaré como apoderado del endosante. Es decir, sólo podrá volver a endosarlo
para el mismo objeto, (o sea para su cobro). El endosatario no actuará en derecho propio, sino
en el de su endosante. Por tanto, no adquirirá la propiedad del título y estará sometido,
además, a las excepciones que el deudor pueda tener contra su endosante/mandante. Por todo
esto, la jurisprudencia ha considerado que este tipo de endoso se asimila al mandato o
comisión mercantil con representación. Tal circunstancia se hará constar en el documento
mediante la inserción de las cláusulas «por poder», «valor al cobro», «para cobranza» o
cualquier otra similar, puesta en la propia cláusula del endoso.
Por su parte, el endoso en garantía (art. 22), tiene como función que el titular pignore el
pagaré en garantía de un crédito existente contra él. Para ello, se insertará en el documento
las cláusulas «valor en prenda», «valor en garantía» u otra análoga. Este tipo de endoso
limitado no produce tampoco la transmisión de la propiedad del título, pese a lo cual el
endosatario no se verá afectado por las excepciones surgidas de las relaciones entre deudor y
endosante, puesto que el acreedor pignoraticio, aunque sea con fines de garantía, ejerce
derechos cambiarios en nombre propio y no por cuenta del endosante.
Las cláusulas que se pueden insertar en el endoso dan lugar a diversas clases de transmisiones.
Así, se pueden considerar los endosos al portador y los endosos en blanco (arts. 15.III, 16 y 17
LCCh), que legitiman al sujeto que sea poseedor del título en el momento del vencimiento,
pasando a funcionar el título como título al portador en su circulación. Del mismo modo, el
endosante puede establecer una cláusula en su endoso por la que se prohíban ulteriores
transmisiones (art. 18.II LCCh), si bien en este caso la prohibición no será tal, el título podrá
seguir circulando, pero con la limitación de que tal endosante en concreto no responderá
frente a las personas a quienes posteriormente se les endose el pagaré. Similar pero con
mayores efectos es el «endoso sin mi responsabilidad» (art. 18.I LCCh), que implica que el
endosante no garantiza el pago frente a los tenedores posteriores.
Finalmente, en función del momento en que se produzca el endoso, se podrá distinguir entre
endosos anteriores al vencimiento, posteriores al vencimiento y posteriores al protesto por
falta de pago o al vencimiento del plazo para levantarlo (art. 23 LCCh).
Junto al endoso, el art. 24 de la LCCh prevé la llamada cesión ordinaria como medio de
transmisión del pagaré en el que se potencia el carácter obligacional del mismo sobre su
carácter de título-valor. La transmisión se deriva de un negocio de cesión ordinaria (de carácter
normalmente oneroso) del crédito documentado en el pagaré, que permitirá al cesionario
ejercer los derechos que ostentaba el cedente frente al deudor cedido. Como cesión, la
transmisión se regirá por los arts. 347 y 348 del CCom, que regulan la cesión de créditos.
Art. 347 CCom. Los créditos mercantiles no endosables ni al portador, se podrán transferir
por el acreedor sin necesidad del consentimiento del deudor, bastando poner en su
conocimiento la transferencia.
El deudor quedará obligado para con el nuevo acreedor en virtud de la notificación, y desde
que tenga lugar no se reputará pago legítimo sino el que se hiciere a éste.
Art. 348 CCom. El cedente responderá de la legitimidad del crédito y de la personalidad con
que hizo la cesión; pero no de la solvencia del deudor, a no mediar pacto expreso que así lo
declare.
No es frecuente recurrir a la cesión del crédito si se puede hacer uso del endoso (más sencillo
y favorable). No obstante, será posible tal cesión cuando, por cualquier circunstancia, no se
pueda endosar el pagaré, por ejemplo, por llevar incorporada la cláusula «no a la orden».
Por otro lado, en caso de impago del pagaré por el firmante, la persona que paga el título en
vía de regreso a su legítimo tenedor tiene derecho a que se le entregue el pagaré y con él poder
accionar contra el obligado directo y/o su avalista. Esta situación puede afectar al beneficiario,
a los endosantes sucesivos y a los avalistas de éstos. Al pagar la deuda reflejada en el
documento, reciben su titularidad, quedando legitimadas para el ejercicio del derecho que
contienen. A esta transmisión automática del título descorriendo la cadena de endosos y
transitando entre obligados cambiarios se le denomina cesión ope legis.
El art. 19 LCCh protege al tercero de buena fe que adquiera un pagaré de alguien, que sin
saberlo, no era su legítimo tenedor. Tras haber sido una persona desposeída del pagaré que
tenía, por cualquier causa que fuere, el nuevo tenedor que justifique su derecho no estará
obligado a devolver el título si lo adquirió de buena fe. Estará por tanto legitimado al ejercicio
del derecho incorporado salvo que se haya promovido previamente el expediente de
amortización del título.
Por medio del aval un sujeto, llamado avalista, garantiza el cumplimiento de la obligación
cambiaria por alguno de los vinculados al pago (avalado). Este avalado podrá ser el propio
firmante o cualquiera de los tenedores sucesivos del pagaré que lo hayan endosado. La función
económica que cumple esta declaración cambiaria es la garantía del pago del título, reforzando
la seguridad del tenedor en la definitiva satisfacción de su crédito.
Esta garantía es accesoria y autónoma. Es accesoria en tanto que refuerza la garantía ofrecida
por otro obligado cambiario (firmante o cualquiera de los tenedores endosantes del pagaré),
pero, al mismo tiempo, es autónoma, pues su validez no depende de la validez de la obligación
que garantiza. Así, cuando la obligación garantizada resulte nula por cualquier causa que no
sea vicio de forma, el aval seguirá siendo válido. Al mismo tiempo, el avalista no podrá oponer
las excepciones personales que corresponderían al avalado, debiendo pagar la deuda sin más.
Uno de los efectos de la circulación de los títulos cambiarios es que, además del firmante
(librado aceptante o librador en la letra de cambio), los sucesivos firmantes del documento que
lo endosen a su vez responderán del pago del documento. Pero mientras que la garantía de
estas declaraciones es indirecta y refleja, pues el obligado principal continúa siendo el firmante
del pagaré, la garantía que supone el aval es explícita, externa y directa. Por su parte, el art.
37 LCCh, afirma que el avalista responde de igual manera que el avalado. También establece
que el avalista no podrá oponer las excepciones personales del avalado y que el aval seguirá
siendo válido, aunque la obligación garantizada fuera nula.
Lo más frecuente es que el avalista sea una persona ajena al pagaré, incorporándose de este
modo al círculo de obligados cambiarios, aumentando con su solvencia las posibilidades de
cobro del pagaré. Sin embargo, la ley permite que la garantía sea prestada también por un
firmante del pagaré, lo cual tendrá sentido cuando el avalista aumente el número de sujetos
frente a quienes se obliga, por ejemplo, cuando un tenedor endosante del pagaré avala al
firmante, con lo que respondería, no sólo frente a los tenedores sucesivos, sino también a los
tenedores previos a su recepción del título. Más extendido en el tráfico se encuentra, en
cambio, el aval bancario, que garantiza la expectativa de cobro del documento.
Respecto a los requisitos de forma, el aval podrá plasmarse en cualquier lugar del documento,
siempre y cuando se haga constar de forma expresa su carácter y venga firmado por el avalista.
Será suficiente con la indicación de la expresión «por aval» o cualquier otra fórmula
equivalente. La Ley Cambiaria (art. 36.II) prevé la validez como aval de la simple firma de una
persona puesta en el anverso del título (siempre y cuando no se trate de la firma del firmante
–para el pagaré–, o del librador o librado – para la letra de cambio, en cuyo caso servirán como
libramiento y aceptación, respectivamente–). En cualquier caso, el aval deberá reflejarse en el
documento del título, o en su caso, en sus suplementos, no siendo válido el aval inserto en un
documento separado. Este aval en documento separado, aunque no sea expresamente
considerado por la Ley, podrá tener el valor de afianzamiento (STS de 3 de junio de 2002).
A diferencia de lo que ocurre con el endoso, que debe ser por la totalidad de la cuantía del
título, la ley permite los avales de parte del importe del pagaré. En tal caso, se trataría de un
aval limitado en cuanto a su cantidad.
El aval se puede indicar en cualquier momento, incluso después del vencimiento y denegación
del pago del título (art. 35.III LCCh), siempre que a la persona que se avale continúe obligado –
directamente o en vía de regreso– por el pagaré. Cuando la ley dice que el avalista responde
de igual manera que el avalado, se refiere también a que lo hace durante el mismo plazo, o
sea, hasta que se extinga por prescripción la acción cambiaria. A pesar de ello, el avalista podrá
limitar el período de tiempo durante el cual tiene vigencia su garantía, caducando ésta si no se
le requiere el pago en un período de tiempo determinado tras el vencimiento e impago del
pagaré. Se trataría en este caso de un aval limitado en el tiempo, válido aunque sin
reconocimiento legal.
La Ley considera también la adquisición ope legis del pagaré por el avalista que haya pagado el
título, adquiriendo éste los derechos derivados del mismo contra el sujeto avalado y contra
todos los que sean cambiariamente responsables respecto a él (art. 37).
El capítulo V de la LCCh trata del vencimiento del pagaré y la letra de cambio. Así, según el art.
38, el pagaré podrá librarse a fecha fija, a un plazo contado desde la fecha, a la vista o a un
plazo desde la vista.
-El libramiento a un plazo contado desde la fecha indica que el pagaré vence al
transcurrir un determinado lapso de tiempo a contar desde la fecha de emisión. Cuando el
vencimiento se indique a uno o varios meses a partir de la fecha o de la vista, el vencimiento
se determinará computándose los meses de fecha a fecha, «cuando en el mes del vencimiento
no hubiere día equivalente al inicial del cómputo se entenderá que el plazo expira el último del
mes». En el cómputo no se excluyen los días inhábiles, pero si el día de vencimiento lo fuese,
se entenderá vencido el pagaré al primer día hábil siguiente.
En virtud del art. 43 de la Ley Cambiaria, una vez vencido el pagaré, el tenedor deberá
presentarlo al pago, bien en la misma fecha de vencimiento, bien en cualquiera de los dos días
hábiles siguientes (obviamente, salvo en el caso de libramiento a la vista). Cuando se trate de
un pagaré domiciliado en cuenta corriente, su presentación a una Cámara o sistema de
compensación equivale a su presentación al pago.
Ante la presentación del pagaré para su cobro, el firmante puede adoptar diversas actitudes:
a) Pagar la totalidad del importe del título que se le presenta. Éste sería el fin deseable
del pagaré. A través del pago se extinguen todas las relaciones jurídicas sobre el título y, en
consecuencia, las obligaciones y responsabilidades de todos los firmantes, extinguiéndose
también el propio pagaré como título-valor. A raíz del pago no es posible su reinserción en el
tráfico. Cuando realiza el pago, el firmante deberá exigir del portador la entrega del pagaré,
pudiendo requerirle igualmente la expedición de un recibí por él firmado (art. 45 LCCh). Esta
norma encuentra una excepción cuando el título se encuentra en poder de una entidad de
crédito, que podrá excusarse de entregarla, sustituyéndolo por un documento que lo
identifique y en el que se aluda a haberse satisfecho.
d) Denegar el pago sin efectuar otro pronunciamiento. En este caso, el tenedor tendrá
que acreditar que lo presentó al cobro para evitar que el documento se perjudique.
Art. 46 LCCh. El portador de una letra de cambio no podrá ser obligado a recibir el pago antes
de su vencimiento.
El librado que pagare antes del vencimiento, lo hará por su cuenta y riesgo.
El que pagare al vencimiento quedará liberado, a no ser que hubiere incurrido en dolo o culpa
grave al apreciar la legitimación del tenedor. A tal efecto, estará obligado a comprobar la
regularidad de la serie de los endosos, pero no la autenticidad de la firma de los endosantes.
Al vencimiento del pagaré, o en los dos días sucesivos, el deudor podrá consignar el importe
del mismo en depósito a disposición del tenedor y por su cuenta y riesgo, judicialmente o en
una entidad de crédito o ante notario (art. 48 LCCh). Cuando el deudor no pueda presentar el
título para su cobro dentro del plazo fijado por causa de fuerza mayor, dichos plazos se
entenderán prorrogados hasta que cese tal causa.
Ante el vencimiento del pagaré, lo normal es que el tenedor del título se lo presente al firmante
para su pago. Sin embargo, la normativa permite que el tenedor se dirija en vía de regreso
contra todos los demás sujetos del pagaré (aún antes de su vencimiento) cuando el firmante
se halle declarado en concurso o hubiere resultado infructuoso el embargo de sus bienes (art.
50 LCCh). En este supuesto, los demandados podrán requerir del juez un plazo para el pago,
que en ningún caso excederá el vencimiento del título. En los demás casos el tenedor del pagaré
sólo podrá reclamar a los endosantes en vía de regreso después de haber reclamado su pago
al firmante y no haberlo obtenido.
Art. 50 LCCh. El tenedor podrá ejercitar su acción de regreso contra los endosantes, el librador
y las demás personas obligadas, una vez vencida la letra, cuando el pago no se haya
efectuado.
La misma acción podrá ejercitarse antes del vencimiento en los siguientes casos:
c) Cuando el librador de una letra, cuya presentación a la aceptación haya sido prohibida, se
hallare declarado en concurso.
En los supuestos de los párrafos b) y c) los demandados podrán obtener del juez un plazo para
el pago que en ningún caso excederá del día del vencimiento de la letra.
En estos casos, podrá tener lugar el pago por intervención, ya sea antes o después del
vencimiento del título, pero no más tarde del día siguiente al último permitido para levantar
protesto por falta de pago (art. 74 LCCh).
El firmante, un endosante o un avalista podrán designar en el pagaré una persona que lo pague
en el caso de que resulte necesario. Del mismo modo, el pagaré podrá ser pagado por una
persona que, sin estar expresamente indicada en el pagaré, intervenga por cuenta de cualquier
obligado en vía de regreso (por ejemplo, un tercero o cualquier obligado cambiario, excepto el
firmante).
En el caso de que varios sujetos ofrezcan su intervención, se preferirá al que libere a un mayor
número de obligados cambiarios; y si alguno de los obligados incumpliese esta regla de
prioridad perderá sus acciones contra todas las personas que hubieran podido quedar
liberadas.
En todo caso, este pago por intervención debe ser aceptado por el tenedor del pagaré, ya que
si lo rechaza, perderá sus acciones contra todos los obligados cambiarios que hubieran
resultado liberados en el caso de que el pago se hubiera aceptado.
En el caso de que aparezcan estos indicados para el pago en el pagaré o personas que hayan
aceptado el pago por intervención y que estén domiciliados en el lugar del pago, el tenedor
deberá presentar a todos ellos el pagaré para su cobro y, cuando ninguno de ellos lo atienda,
levantar protesto. De faltar este protesto, se liberará de su obligación a quien realizase la
indicación o la persona que aceptase el pago, así como los endosantes posteriores al mismo.
Este pago por intervención se hará constar en el pagaré mediante recibí, en el que se indicará
la persona a cuyo favor se ha realizado el pago, debiendo comprender el mismo la satisfacción
de la cantidad total del pagaré. A través del pago por intervención se libera a todos los
endosantes del pagaré posteriores a aquel por cuenta del cual se ha efectuado.
a) Cuando ejercite una acción directa contra el firmante y sus avalistas (art. 49.II LCCh).
b) En caso de concurso del firmante –lo cual producirá, al mismo tiempo, el vencimiento
anticipado del título– (art. 51.IV LCCh).
c) Cuando se haya presentado al pago el documento y éste no se realice haciendo
constar el firmante dicha circunstancia sobre el pagaré.
d) Cuando media dispensa de protesto, a través de la introducción de la cláusula «sin
gastos» o similar (art. 56 LCCh).
El protesto notarial deberá realizarse en los 8 días hábiles siguientes al vencimiento, y consiste
en el levantamiento de acta por el notario (al que se entrega el pagaré no pagado para su copia
o reproducción). Acto seguido, se notifica este protesto al librado dentro de los 2 días hábiles
siguientes para que comparezca en la notaría a examinar el título, pagarlo o manifestar lo que
crea conveniente. Si comparece y paga (gastos de notario incluídos), se extingue la relación
cambiaria. Si no procede al pago, el notario restituirá el pagaré al reclamante junto con una
copia del acta levantada y la nota de los gastos que ha generado el trámite del protesto.
Por lo que respecta a la declaración equivalente al protesto, la Ley considera que producirá
los mismos efectos la declaración del firmante que conste en el pagaré firmada y fechada en la
que se deniegue el pago, así como la declaración, con los mismos requisitos, del domiciliatario
o, en su caso, de la Cámara de Compensación en la que se deniegue el pago, salvo que el
firmante haya exigido de forma expresa el levantamiento de protesto notarial (art. 51.II). Estos
supuestos legales que eximen de la práctica del protesto notarial, así como el frecuente recurso
a la declaración equivalente del banquero domiciliatario o la cámara de compensación bancaria
han hecho que el protesto notarial haya caído en desuso.
4. LA ACCIÓN DE REGRESO
Este posible pago del título por los demás obligados cambiarios (distintos del firmante)
responsables del buen fin del documento, bien por habérseles reclamado tal pago por el
tenedor, bien porque se les haya requerido y hayan accedido, no implica la extinción de las
relaciones jurídicas vinculadas al pagaré. De este modo, el pago hecho por un endosante le
faculta para repetir contra los que le preceden y contra el firmante, así como contra los
avalistas de cualquiera de ellos; por su parte, el pago hecho por un avalista le permite dirigirse
contra su avalado y contra los que serían responsables frente a éste (los endosantes anteriores
y el firmante y sus avalistas si los hubiera).
A estos pagos que realizan los responsables del pagaré (endosantes y avalistas) se les denomina
«regreso cambiario» y pueden producirse al margen de procedimientos judiciales –por vía
amistosa–. Por el contrario, si se hace recurso a la intervención judicial, se operará la acción de
regreso a través del procedimiento cambiario, que pasamos a analizar en el epígrafe siguiente.
Los títulos cambiarios pueden someterse a un procedimiento judicial especial muy ágil para
resolver las controversias que se pudieran suscitar en su empleo: el juicio cambiario regulado
en los arts. 819 a 827 de la Ley de Enjuiciamiento Civil (Ley 1/2000, de 7 de enero).
La jurisprudencia ha establecido que «para la iniciación del juicio cambiario a que se refieren
los arts. 819 y siguientes de la LEC es necesario que se presente junto con la demanda el
documento original de la letra de cambio, cheque o pagaré, con cumplimiento de los requisitos
previstos en la LCCh; sin que, en caso contrario, pueda entenderse aportado el título cambiario
a los efectos previstos en el art. 821».
Cuando el legítimo tenedor del pagaré se vea obligado a recurrir a los Tribunales por el impago
del obligado cambiario, podrá optar entre dos tipos de acciones: las acciones cambiarias y las
acciones causales. La diferencia fundamental entre ambas reside en el título jurídico que se
esgrima en la tramitación: sea propiamente el pagaré, la letra de cambio o el cheque
insatisfechos; o, si por el contrario, se recurre a la relación causal subyacente a la emisión del
título.
Las acciones causales derivan de las relaciones jurídicas subyacentes, cuyos pagos monetarios
aplazados se documentaron a través del pagaré, la letra o el cheque. Con el pago del título y,
en consecuencia, la extinción de la relación cambiaria, se produce la extinción de la relación
causal que encuentra igualmente satisfacción, desapareciendo también la acción causal. Por el
contrario, en caso de que no se obtenga el cobro del título, la acción causal renace, pudiendo
optar el acreedor entre exigir el cobro de su crédito por esta vía o, por el contrario, utilizar la
acción cambiaria. Del mismo modo, si el título resulta impagado o se perjudica por culpa del
tenedor, éste perderá tanto la acción cambiaria como la acción causal contra el deudor, ya que
se ha producido también la extinción de la relación subyacente. A estos efectos hay que
recordar el art. 1170 del CCl al reconocer que la entrega de pagarés, letras de cambio u otros
documentos mercantiles sólo producen efectos de pago cuando hubiesen sido realizados «o
cuando por culpa del acreedor se hubiesen perjudicado». No obstante, en este supuesto
conservará la «acción de enriquecimiento cambiario» que regula el art. 65 LCCh.
Art. 65 LCCh. Cuando el tenedor hubiere perdido la acción cambiaria contra todos los
obligados y no pudiera ejercitar acciones causales contra ellos, podrá dirigirse contra el
librador, el aceptante o un endosante, exigiéndoles el pago de la cantidad con la que se
hubieren enriquecido injustamente en su perjuicio, como consecuencia de la extinción de la
obligación cambiaria por la omisión de los actos exigidos por la Ley para la conservación de
los derechos que derivan del título.
La acción de enriquecimiento a favor del tenedor prescribe a los tres años de haberse
extinguido la acción cambiaria.
Esta acción de enriquecimiento funciona para intentar corregir las posibles situaciones de
injusticia que pudieran derivarse de la aplicación estricta de la normativa cambiaria. De este
modo, si el tenedor no realiza los actos que la Ley exige para la conservación de sus derechos
(presentación al pago al vencimiento o en los dos días posteriores, levantamiento de protesto
o declaración equivalente en caso de impago, etc.), decae la responsabilidad de los obligados
cambiarios, salvo el firmante. Precisamente para dulcificar estos efectos, la ley prevé esta vía
para evitar que se libere de responsabilidad a los obligados por una obligación que habían
contraído en perjuicio del tenedor que ha incumplido las formalidades exigidas. Esta
posibilidad se justifica porque una cosa es liberarse de responder de incumplimientos ajenos y
otra que la liberación represente un enriquecimiento económico injustificado para su
beneficiario.
5. ACCIONES CAMBIARIAS
El art. 49 de la LCCh establece que las acciones cambiarias pueden ser de dos clases: directa o
de regreso.
La acción directa va dirigida contra el deudor (firmante) o sus avalistas, ya que trata de
conseguir el pago del pagaré, sus réditos y los gastos que se han ocasionado con motivo del
impago por parte del firmante y sus avalistas a los que se les ha reclamado extrajudicialmente
el pago y contra los que se ha provisto el expediente del protesto notarial o se ha hecho constar
la declaración equivalente. Por el contrario, la acción de regreso se dirige contra los que
legalmente son responsables del buen fin del pagaré, es decir, los endosantes y los avalistas de
éstos.
Mientras que para el ejercicio de la acción directa no es necesario el levantamiento de
protesto, en tanto que el firmante se obliga pura y simplemente sin condicionar su
responsabilidad a tal trámite; el ejercicio de la acción de regreso requiere como premisa haber
protestado la letra ante notario o haber practicado la declaración equivalente, dentro de los
plazos legalmente establecidos.
Normalmente, ambas acciones se ejercitarán a partir del vencimiento del título, pero la LCCh
permite anticipar el ejercicio de la acción de regreso ante las circunstancias del art. 50 que
vimos anteriormente. Respecto a los plazos de prescripción, la acción directa prescribe a los 3
años del vencimiento, y la acción de regreso al año del protesto o la declaración equivalente.
Las acciones cambiarias pueden ejercitarse simultánea o sucesivamente, sin necesidad de
sujetarse a ningún orden hasta que se consiga la recuperación del total del crédito, los gastos
generados por su cobro y los intereses y réditos. En el caso de pago por intervención, el que
haya realizado el pago estará igualmente legitimado para interponer acciones cambiarias en
vía directa y en vía de regreso contra el firmante y sus avalistas y contra los endosantes
anteriores a él y sus avalistas.
6. EXCEPCIONES CAMBIARIAS
El procedimiento judicial para exigir por la vía cambiaria el pago de un pagaré, una letra de
cambio o un cheque insatisfechos se caracteriza por la limitación de las excepciones que puede
oponer judicialmente el deudor –sea en vía directa o en vía de regreso– al tenedor insatisfecho.
Es decir, las excepciones oponibles en materia cambiaria están tasadas.
Solve et repete (paga y luego reclama) es el principio que se aplica en el funcionamiento de los
títulos cambiarios. Queremos decir que se propugna primero el pago del título, y una vez que
su importe esté en poder del legítimo tenedor, se procederá a discutir cualquier problema.
Por su parte, el demandado no se encuentra indefenso ante la reclamación del pago de un
pagaré por medio de una acción cambiaria. Podrá hacer uso de las excepciones enumeradas
en el art. 67 LCCh, que se dividen en dos grandes bloques: excepciones personales y
excepciones cambiarias.
Art. 67 LCCh. El deudor cambiario podrá oponer al tenedor de la letra las excepciones basadas
en sus relaciones personales con él. También podrá oponer aquellas excepciones personales
que él tenga frente a los tenedores anteriores si al adquirir la letra el tenedor procedió a
sabiendas en perjuicio del deudor.
Frente al ejercicio de la acción cambiaria sólo serán admisibles las excepciones enunciadas
en este artículo.
Las excepciones personales se consideran en el primer párrafo del art. 67 de la Ley Cambiaria,
tratándose de excepciones derivadas de relaciones jurídicas distintas a las cambiarias. Es decir,
se fundan sobre la base de las relaciones causales que originaron la creación o circulación del
pagaré o bien de relaciones de otra clase que permiten al demandado hacer valer frente al
reclamante su exoneración del deber de pago que se le reclama, sea éste total o parcial. La
LCCh permite esta defensa extracambiaria al deudor siempre que la excepción que esgrima se
derive de una relación directa con el reclamante y no de vínculos con otros tenedores del
pagaré.
Por su parte, las excepciones cambiarias son aquellas que derivan del propio título, como se
enuncian en segundo párrafo del art. 67. Se trataría de los siguientes supuestos:
Los artS. 88 y 89 LCCh regulan la prescripción de las acciones cambiarias. Así, las acciones en
vía directa contra el firmante prescriben a los 3 años desde la fecha de vencimiento. Las
acciones del tenedor en vía de regreso contra los endosantes prescriben al año desde el
protesto o declaración equivalente o, en su defecto, desde la fecha del vencimiento en los
pagarés «sin gastos». En el caso de que los endosantes hayan pagado el título y se dirijan contra
otros o contra el firmante, su acción prescribirá a los seis meses desde que aquél hubiera
pagado el pagaré, o desde la fecha en que se le hubiera trasladado la demanda contra él.
Esta prescripción podrá ser interrumpida sometiéndose a las reglas generales del art. 1973 CC.
Estas y otras razones contrarias a la admisibilidad del pagaré electrónico podrían ser
rechazadas, al menos, por lo que respecta a los pagarés emitidos de forma nominativa y no a
la orden, pues en ellos, siempre que se pueda determinar de forma indubitada la personalidad
de firmante y beneficiario, el compromiso que incorporan será completamente válido. Además,
hay que recordar que este tipo de pagaré no está sometido al pago del Impuesto de
Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados–.
Hasta ahora nos hemos referido al pagaré ordinario o pagaré cambiario. Pero no podemos
olvidar que en el tráfico existen otros títulos que se denominan pagarés, aunque presentan
otros caracteres. Es el caso de los pagarés del Tesoro y los pagarés de empresa.
-Los pagarés del Tesoro son un tipo de valores mobiliarios de carácter inmaterial que
no se plasman en un soporte documental, sino que se representan a través de anotaciones en
cuenta. No se les considera auténticos títulos en los que se hagan constar declaraciones
vinculantes para el emisor, su avalista o los transmitentes sucesivos. En cambio, se trata, de
títulos de deuda pública emitidos por el Estado para obtener financiación, al igual que los bonos
y las cédulas.
-Por su parte, los pagarés de empresa se encuentran más cercanos al pagaré cambiario.
Se caracterizan por la naturaleza privada del firmante y la variedad de supuestos que se
amparan bajo esa denominación, fruto del fenómeno de la llamada «titulización de créditos»,
o lo que es lo mismo, la tendencia a materializar mediante documentos las relaciones
crediticias, aunque luego, en un paso posterior, la materialización se desvirtúe mediante la
«virtualización», que es como se denomina a la incorporación a soporte electrónico de lo que
se venía materializando en documentos. El pagaré de empresa se emite cuando un empresario
beneficiario de un crédito con unas condiciones y un importe determinados procede a la
emisión singularizada de uno o varios pagarés, vinculados a la devolución del crédito con sus
intereses a los vencimientos fijados en el contrato. Eso permite al acreedor transmitir su
derecho durante su vigencia y facilita los trámites de cobro a quien sea titular a su vencimiento,
trámite que llevará a cabo con la simple presentación del pagaré. Se trata del llamado pagaré
aislado (o «a la medida»), que no presenta mayores dificultades para su equiparación con el
pagaré cambiario si cumple los requisitos exigidos por el art. 94 de la Ley Cambiaria. No
obstante, dado que normalmente estos títulos se emiten al portador, les resultará de aplicación
el contenido de los arts. 544 y 545 del Código de Comercio.
El análisis de la dinámica de los títulos cambiarios que hemos realizado sobre la base del
funcionamiento del pagaré, no puede quedar completo sin referirnos al contrato bancario de
descuento. Se trata éste de un contrato por el cual el banco descontante anticipa a su cliente
(el cedente o descontatario) y que será el tenedor del documento, el importe de un crédito no
vencido que éste ostenta frente a un tercero –y que, en nuestro caso, se encuentra
materializado a través de un título cambiario–, deduciendo del importe entregado los intereses
que corresponden al tiempo que resta hasta la fecha de su vencimiento, recibiendo a cambio
el banco descontante la titularidad del crédito cedido, y consecuentemente, la titularidad del
pagaré. El banco pasará así a ser tenedor legítimo del título y podrá exigir el pago a su
vencimiento, como si se tratase de un endosatario más de la relación.
Pese a ello, la letra de cambio sigue siendo el modelo que toma la Ley Cambiaria como punto
de partida, mientras que la regulación del pagaré se realiza por remisión (art. 96) a las normas
sustantivas que se construyen tomando como base a la letra.
Por otra parte, la estructura y funcionamiento de la letra de cambio es más compleja que la del
pagaré. Mientras el pagaré consiste en una promesa de pago por la que el firmante se
compromete a entregar una cantidad de dinero a su vencimiento, la letra de cambio adopta la
forma de una orden o mandato. La letra de cambio es un título-valor, formal y completo, a
través del cual una persona –llamada librador– ordena a otra –llamada librado– a que realice
un pago a favor de un tercero designado en el documento –que se denomina tomador–, en el
lugar y momento señalados. De este modo, se abandona la estructura bilateral del pagaré, por
la que –en principio y salvo endosos y avales– se liga sólo a dos sujetos; para pasar a una
estructura triangular, en la que los sujetos mínimos (al menos formalmente) de la relación
serán tres: librador, librado y tomador.
d) Se trata de un título formal que, además –y a diferencia del pagaré– deberá ser
compilado dentro de un formato oficial.
Sin embargo, otros estudios apuntan a que el instrumento pudiera tener un origen musulmán
(probablemente en la época del Califato, siglos VII-VIII). Igualmente, la práctica comercial
medieval hebrea con la letra de cambio –la suftaya-y el cheque –sakn-, que eran de uso
corriente también entre los árabes. Se ha documentado, además, que la letra de cambio era
ya comúnmente utilizada en China. En todo caso, se utilizaba como instrumento de pago entre
personas situadas en distintas localidades, desarrollando posteriormente su función de título
de crédito a partir de la introducción de la cláusula del endoso.
Respecto a nuestro ordenamiento, la regulación de la letra de cambio tenía una posición
dominante: su desarrollo como instrumento de crédito sobre el pagaré, fue mayor. Además, el
pagaré presentaba la desventaja de no quedar completamente desvinculado de la relación
causal y de que el título sólo llevaba aparejada ejecución cuando respondía a relaciones
comerciales.
La LCCh viene a cambiar las cosas a partir de 1985. El pagaré tiene ahora un tratamiento más
adecuado y su estructura es más simple que la letra de cambio. Esto ha propiciado que su uso
se haya impuesto en las últimas décadas y empiece a tener un mayor reconocimiento
normativo.
8. FUNCIÓN ECONÓMICA
Igualmente, la letra de cambio cumple una función de garantía del pago del crédito que en ella
se instrumenta. Cada uno de los sujetos que firma la letra (librador, librado aceptante,
endosantes, avalistas) se compromete con su suscripción a responder del buen fin de la letra.
De este modo, si llegado su vencimiento el librado no satisface su importe, se podrá proceder
en vía de regreso requiriendo el pago a los sucesivos tenedores del documento.
La letra de cambio presenta las mismas ventajas sobre la cesión ordinaria de créditos que ya
estudiamos respecto del pagaré.
acepte todavía) el librado, que podrá asumir o no la obligación del pago. De hecho, el art. 1 de
la LCCh no considera como requisito necesario de la letra de cambio la firma del librado, a
diferencia de la del librador que sí es obligatoria. Este funcionamiento es lógico: cualquier
persona podría rellenar una letra de cambio por la que ordene a otro (conocido o desconocido)
que pague a un tercero; si el mandatario no acepta hacer frente a tal pago, no quedará
obligado. En cambio, el librador, al emitir la letra de cambio y hacerla circular para pagar a un
acreedor suyo, sí asume tal pago –y firma la letra–. Por tanto, deberá responder de su
satisfacción frente al tomador o frente a cualquiera de los poseedores de la letra. El librador,
por sí o por representante, garantiza el pago de la letra, siendo nula cualquier cláusula
exoneratoria que se inserte en el título. Sin embargo, puede declinar la responsabilidad por la
aceptación; es decir, por la declaración del librado, previa al pago, comprometiéndose a
efectuarlo.
b) El librado aparece como deudor de la letra y como persona que, en principio, debiera
responder de su pago. Hay que destacar que esta obligación de pago no la asume realmente
hasta la aceptación, que se realizará firmando la letra de cambio girada a su nombre. La
aceptación de la letra puede realizarse en el momento de su libramiento o bien, en un
momento posterior y siempre antes de la fecha de su vencimiento (presentación a la
aceptación) –art. 25 LCCh–.
El tomador es pues el beneficiario del mandato de pago, que devendrá acreedor del crédito si
continúa siendo tomador y poseedor al vencimiento. El tomador puede además disponer de la
letra mediante su transmisión a tercero.
e) El avalista. Al igual que en el pagaré, puede haber sujetos externos que intervengan
en la relación cambiaria para garantizar el pago de cualquiera de los sujetos que firman el
documento. A diferencia de lo que ocurre en el pagaré, si se inserta un aval en la letra de
cambio sin indicación expresa de la persona a la que avala, se entenderá que avala al librado
aceptante y, a falta de éste, al librador. El resto del régimen del aval es similar al del pagaré.
El art. 1 de la LCCh establece las notas que son imperativamente necesarias para considerar el
título como letra de cambio, de modo que «el documento que carezca de alguno de los
requisitos que se indican en el artículo precedente no se considera letra de cambio» (art. 2
LCCh), siempre y cuando no se trate de las circunstancias subsanables a las que se refiere
seguidamente y que analizaremos con los requisitos. Estos requisitos del título son:
7. La fecha y el lugar en que la letra se libra. La letra de cambio que no indique el lugar
de su emisión se considerará librada en el lugar designado junto al nombre del librador.
8. La firma del que emite la letra, denominado librador. Éste podrá firmar por sí o por
representante (necesariamente por representante el librador persona jurídica).
Para su validez, la letra de cambio ha de ser completada dentro del modelo oficial en papel
timbrado, que tiene un formato uniforme y da entrada a estos requisitos. El modelo en papel
timbrado incorpora, además, el pago del impuesto, que será proporcional a la cuantía y
vencimiento fijados en la letra (a mayor cuantía del documento, mayor será la cuota tributaria).
Estas formalidades son imprescindibles para que el documento que la ostente tenga la
consideración legal de letra de cambio y los efectos consiguientes unidos a ésta.
Las demás diferencias tienen menos importancia y se derivan directamente de esta divergencia
orden de pago / promesa de pago. Destacamos las siguientes:
4. La letra de cambio puede ser girada contra dos o más librados, sometiéndose al
régimen del art. 44 de la LCCh.
relación causal que une a ambos. Esta cesión de la provisión se rige por las normas de la cesión
ordinaria de créditos y legitima al cesionario a ejercitar las acciones causales que tendría el
cedente, quien se verá sometido, consecuentemente, a las excepciones que el librado podía
interponer frente al librador sobre la base de la relación causal.
Veíamos anteriormente que la diferencia principal entre el régimen de la letra y del pagaré es
la aceptación, derivada de la propia estructura de la letra como orden de pago. La aceptación
se puede definir como la manifestación pura y simple que realiza el librado comprometiéndose
a cumplir el mandato de pago que recibe del librador y que figura en el documento.
La aceptación puede indicarse en cualquier momento anterior al vencimiento del título, pero
a veces resulta conveniente que la letra sea aceptada antes de hacerla circular. En estos casos,
el propio librador exige del librado que declare su compromiso de pagarla. De esta forma
fortalece las probabilidades de cobro de la letra, ya que el tomador sabrá que cuenta con la
vinculación expresa del llamado a pagarla y no sólo con la responsabilidad del librador.
La Ley Cambiaria regula la aceptación en los arts. 25 a 34. Se trata de una regulación que, sin
embargo, supone que la letra llega a poder del tomador sin haber sido aceptada, siendo el
tomador (o los sucesivos tenedores del documento) el que interesa la aceptación de la letra
por el librado antes de su vencimiento.
Para que sea válida, se ha de indicar al menos la fórmula «acepto» o expresión equivalente, a
la que se deberá acompañar la firma autógrafa del librado o su apoderado. Se presume que se
ha aceptado la letra simplemente con la consignación de la firma del librador en el anverso del
título (art. 19 LCCh). La fecha no es imprescindible, salvo que por ella se deba determinar el
vencimiento.
En el caso de entrar la letra en circulación sin haber sido aceptada por el librado, se considera
la facultad del tomador y de los sucesivos tenedores de presentar la letra a la aceptación (art.
25 LCCh). Ello salvo que el librador –o, a veces, los endosantes–, hayan establecido un plazo
para la presentación (art. 26 LCCh), que deberá observarse pues, de lo contrario, se extinguirá
El librado requerido de aceptación, que en ningún caso podrá pedir la entrega del título, podrá
adoptar alguna de las siguientes posiciones:
e) Negar la aceptación sin hacerlo constar en el documento. Este caso exigirá algún
medio para acreditar que el tenedor presentó la letra a aceptación.
La negativa a aceptar indica una predisposición evidente a no hacer frente al pago de la deuda
a su vencimiento. Por tanto, esta negativa a aceptar se considera suficiente para que el tenedor
pueda exigir el pago anticipado de la letra a los responsables en vía de regreso (librador,
endosantes y los avalistas de ambos). Para ello se debe acreditar mediante protesto notarial
haber intentado inútilmente la aceptación (art. 51), no siendo necesario el protesto –salvo que
el librador lo haya exigido expresamente– la declaración del librado en la que niega la
aceptación o realiza simplemente una aceptación parcial.
Este esquema es modificado si existen indicados de quienes recabar la aceptación y la presten
o que se presente alguien espontáneamente a aceptar y el tenedor lo admita. En estos casos
de intervención en la aceptación, el tenedor es libre de admitir o no la intervención ofrecida,
pero si la admite, ya no puede exigir el reembolso de la letra hasta el vencimiento (v. arts. 70 a
73 LCCh).
El cheque es un título-valor cambiario a través del cual el librador da una orden o mandato
incondicionado de pago a una entidad bancaria para que satisfaga a la vista una determinada
suma de dinero al tenedor legítimo del documento. El cheque, al igual que la letra de cambio,
incluye una orden de pago; pero se diferencia de la letra en que nace vencido. Así, el librado al
que se dirige la orden de pago del cheque (que deberá ser una entidad bancaria) ha de cumplir
la orden del pago en el momento de su presentación. Además, a diferencia de la letra de
cambio, el cheque no puede ser aceptado, debiendo ser atendido siempre que haya fondos
disponibles por el banco al que se da la orden.
La finalidad económica del cheque es la de ser un instrumento de pago, a diferencia del pagaré
y la letra de cambio que cumplen, principalmente, la finalidad de ser instrumentos de crédito.
Lo más frecuente es que el emisor del cheque lo expida a favor de otros sujetos, para evitar los
pagos en metálico. Por su parte, el tomador puede hacer circular el crédito materializado en el
cheque a través de su endoso, circulando al igual que los demás documentos cambiarios, o
bien, ingresarlo para que se le abone en su cuenta bancaria.
A destacar que el cheque una vez cobrado, sirve como instrumento de prueba del pago.
Cuando el beneficiario del cheque procede a su cobro en la entidad bancaria en que se
encuentra domiciliado, debe entregar el título, por lo que la posesión de éste por el banco sirve
El cheque puede desempeñar, además, una función de aseguración: el tenedor del documento
puede ingresarlo directamente en su cuenta corriente –del mismo u otro banco– sin necesidad
del traslado material en metálico del importe.
El cheque se genera en el tráfico comercial de las ciudades italianas de la Baja Edad Media: se
empleaba un tipo de documento- llamado assegno- que se utilizaba para retirar los fondos que
se depositaban previamente en manos de un banquero. A este documento se le aplicaba un
régimen similar al de la letra de cambio. Otro antecedente remoto de los cheques lo
encontramos en las cedule di cartulario que se empezaron a utilizar ya en la Edad Moderna en
las relaciones con los primeros bancos.
No obstante, la generalización del uso del cheque y su configuración con los caracteres
actuales, no se produce hasta el desarrollo de la industrialización en Inglaterra.
Por lo que respecta a nuestro entorno, con el desarrollo de las primeras codificaciones, su
empleo era limitado y se trataba más de un instrumento propio de la práctica anglosajona. El
CCom de 1829 no contiene una regulación del cheque, que no se reconoce en nuestro
ordenamiento hasta el CCom de 1885. En la actualidad, aparece regulado en la Ley Cambiaria
y del Cheque, en sus arts 106 a 167, en los que se reproduce el Convenio unificador de la
Conferencia de Ginebra de 1931, por la que se aprobó una Ley Uniforme en materia de
cheques y otra destinada a reglamentar ciertos conflictos de leyes en materia de cheques.
a) El cheque implica una orden de pago pura y simple, que no puede estar sometida a
ninguna condición (art. 106.2 LCCh).
A través de la emisión del cheque el librador da una orden de pago al banco librado para que
realice el pago documentado en el cheque a otro sujeto, llamado tomador. Este tomador, a su
vez, podrá hacer circular el título a través de su endoso, pudiendo promover así la circulación
del cheque como título cambiario. Al igual que en la letra y el pagaré, a estas relaciones se
puede sumar la intervención de avalistas que garanticen que el sujeto al que se vinculan
cumplirá con la obligación que le corresponda.
El librador es el emitente del cheque que da una orden de pago al banco con el que
previamente ha tenido que suscribir un pacto de cheque y en el que previamente ha tenido
que realizar una provisión de fondos en cuantía suficiente para cubrir el importe de la deuda.
Éste será el deudor en la relación extracambiaria por la cual se emite el cheque y será
responsable último de su pago.
Por su parte, el librado ha de ser necesariamente una entidad bancaria en la que el librador
tenga una cuenta corriente que lleve aparejada un pacto de cheque. Como mandatario del
librador ha de realizar el pago al sujeto que sea legítimo tenedor en las condiciones que
aparezcan especificadas en el cheque que se le exhiba, no pudiéndose oponer al pago mientras
haya fondos en la cuenta corriente. Al mismo tiempo, el cheque no puede ser aceptado –o,
mejor dicho, es como si naciera ya aceptado–, por lo que el librado deberá responder del pago
que se le pida, cumpliendo así la orden recibida del librador. Finalmente, destacar que el
librado no es realmente deudor, sino simplemente mandatario que realiza la orden de pago
con cargo a unos fondos previamente provistos por el librador.
Por lo que respecta al endoso y a los avalistas del cheque, su régimen es similar al de los demás
títulos cambiarios, si bien por la propia configuración del cheque su empleo será bastante más
marginal.
Al igual que ocurre con el pagaré, no existe un formato oficial y obligatorio que deba ser
empleado como cheque. Por tanto, en principio será válido cualquier documento que contenga
En todo caso, por su propia estructura, la emisión del cheque requiere dos presupuestos:
1) En primer lugar, que existan fondos en el banco de los que pueda disponer el librador
y que sean suficientes para atender al pago del cheque. Sin embargo, como hemos visto
anteriormente, la falta de fondos en el banco no hace que el cheque sea inválido.
Al igual que ocurría con el pagaré y la letra de cambio, el cheque puede ser emitido en blanco.
Sólo se necesita que el documento reúna las menciones obligatorias del art. 106 LCCh en el
momento en que se presente al banco para su cobro (de este modo, el art. 119 transcribe para
el cheque el contenido del art. 12 LCCh).
Por otra parte, el cheque puede ser librado de diferentes formas que se establecen en el art.
111 LCCh. A diferencia de lo que ocurre para la letra de cambio, la Ley no considera como
contenido necesario del cheque que se haga referencia a la persona a quien se haya de pagar.
Según el art. 111 el cheque puede ser librado para que se pague:
Por su parte, el art. 112 LCCh establece que el cheque puede librarse:
a) A favor o a la orden del mismo librador. En este caso, el librador da una orden al
librado por la cual pretende cobrar el mismo una determinada cantidad de dinero. Es el caso
de la utilización del cheque para disponer el propio titular de la cuenta de cantidades en ésta
consignadas. También podrá el librador-tenedor poner el cheque en circulación endosándolo
a otra persona.
Art. 118 LCCh. El librador garantiza el pago. Toda cláusula por la cual se exonere de la
garantía del pago se considerará como no escrita.
6. CLÁUSULAS OBLIGATORIAS
El cheque es un título formal, y para que pueda considerarse como tal, debe cumplir los
requisitos de forma exigidos en el art. 106 LCCh, que son los siguientes:
nace vencido, no se admite la cláusula de intereses en el cheque, que se reputará por no escrita
(art. 113 LCCh). Como no existe un modelo oficial de cheque que deba ser utilizado
imperativamente, y al no estar mencionado este requisito expresamente, no se exige que la
cuantía del pago se indique en dos ocasiones (una con letras y otra con números). Por tanto,
será válido el cheque que sólo indique en una ocasión el importe (bien sea en letra o en
número). No obstante, el art. 115 reproduce una regla similar a la que contenía para el pagaré
y la letra de cambio en relativo a los posibles conflictos que pudieran surgir: así, se preferirá la
letra sobre la indicación en números, y cuando el importe esté escrito varias veces por cuantía
diferente ya sea en letra, ya sea en números, se considerará válida la cantidad menor.
3. El nombre del que debe pagar, denominado librado, que necesariamente ha de ser
un Banco.
El librado ha de ser necesariamente un banco o entidad de crédito (arts. 108 y 114 LCCh).
Si falta este requisito, la orden de pago no conformará un cheque, aunque se pueda utilizar
como un documento probatorio de la relación jurídica de crédito que consta en él.
4. El lugar de pago. Si no se indica, será el lugar designado junto al nombre del librado.
Si se designasen varios lugares, el cheque será pagadero en el primer lugar que se mencione.
A falta de estas indicaciones o de cualquier otra, el cheque deberá pagarse en el lugar que ha
sido emitido, y si en él no tiene el librado ningún establecimiento, en el lugar donde el librado
tenga el establecimiento principal. Lo normal, sin embargo, es que el cheque se domicilie en
una cuenta corriente, de modo que se emita para que se pague en el domicilio del librado, que
será una entidad bancaria (art. 114 LCCh).
Art. 134 LCCh. El cheque es pagadero a la vista. Cualquier mención contraria se reputa
no escrita.
El cheque presentado al pago antes del día indicado como fecha de emisión, es
pagadero el día de la presentación.
Art. 135 LCCh. El cheque emitido y pagadero en España deberá ser presentado a su
pago en un plazo de 15 días.
Los plazos anteriores se computan a partir del día que consta en el cheque como fecha
de emisión, no excluyéndose los días inhábiles, pero si el día del vencimiento lo fuere, se
entenderá que el cheque vence el primer día hábil siguiente.
En caso de falta de alguno de estos requisitos –salvo que la omisión pueda ser suplida según
las normas del art. 107–, hará que el documento no merezca la consideración de cheque.
La LCCh repite para el cheque en los arts. 116 y 117 lo dicho en los arts. 8, 9 y 10, respecto a la
existencia de firmas de personas incapaces para obligarse, personas imaginarias o de firmas
falsas, así como admitiendo la posibilidad de firma por poder. A ello hay que añadir lo
establecido en el art. 156, que considera que el daño derivado del pago de un cheque falso o
falsificado será imputado al librado, salvo que se aprecie negligencia o culpa de parte del
librador en la custodia del talonario. Como ha considerado la jurisprudencia (STS de 17 de
marzo de 2000), se trata de una responsabilidad profesional a cargo de la entidad que
presuntamente resultaría beneficiaria del tráfico de estos títulos.
7. CLÁUSULAS POTESTATIVAS
Se podrá indicar, como cláusulas facultativas, cualquier mención siempre que sea lícita y no sea
contraria a la estructura y funcionamiento del cheque. De este modo, nada impide que el
cheque pueda contener determinadas menciones en atención a los intereses particulares de
los intervinientes. Por ejemplo, son relativamente habituales las menciones «certificación» o
«visado» (art. 110), las cláusulas «sin gastos» (art. 147), «para abonar en cuenta» (art. 145), «y
compañía», «no a la orden» (art. 111), «con protesto» (art. 147), «sin mi responsabilidad» (art.
124), «gestión de cobranza» (art. 129), etc.
En virtud de la incorporación de algunas de estas cláusulas surgen los que consideraremos tipos
especiales de cheque y que veremos más adelante. No serán válidas, por estar expresamente
prohibidas, la cláusula de intereses (art. 113) y la de exoneración de garantía por parte del
librador (art. 118). Tampoco será válida la cláusula que indique un vencimiento no a la vista
(art. 134), o la incorporación de una condición al endoso o a la orden de pago (art. 121).
Además, para que las cláusulas facultativas que se incorporan al cheque sean válidas, deberán
venir firmadas expresamente por persona autorizada para su inserción (requisito de la doble
firma).
El cheque es un título que nace vencido y su plazo de realización se encuentra limitado (pronto
pago). Por ello, su circulación es más restringida que la de la letra de cambio o el pagaré, pero
es posible. El cheque puede circular cambiariamente a través de su endoso o en virtud de la
ley, así como de forma impropia, según las reglas y principios del Derecho civil –cesión
ordinaria, adquisición a non domino –.
proceder a su transmisión a través del endoso, en cuyo caso, sin embargo, pasará a responder
del buen fin del título como obligado en vía de regreso, «pero no convierte el título en un
cheque a la orden» (art. 126 LCCh).
Pese a esta más sencilla forma de transmisión del cheque característica de su emisión, la forma
ordinaria de circulación del cheque será igualmente el endoso (Lección 46). La LCCh lo
disciplina en los arts. 120 a 130, desarrollando un régimen similar al previsto para la letra y el
pagaré, valgan aquí las consideraciones que hicimos al respecto del concepto, forma,
requisitos, endoso en blanco, efectos del endoso pleno y del endoso de garantía, la transmisión
ope legis y la cesión ordinaria del título.
Respecto al aval la LCCh lo prevé expresamente y nada impide su incorporación. Sin embargo,
el hecho de que el cheque nace vencido y con un corto período de vida además de la necesaria
existencia de fondos en la cuenta corriente del banco contra el que se libra, hace que el aval
no tenga especial transcendencia en el funcionamiento del cheque. Dado que su régimen
jurídico es similar al que presenta en el pagaré, nos remitimos a las consideraciones que ya
hicimos sobre el aval en la Lección 46. Sin embargo, hay que apuntar algunos aspectos. En
primer lugar, que el aval puede ser prestado por cualquier sujeto (tercero o ya firmante del
cheque) salvo por el librado, que nunca ha de quedar obligado cambiariamente. En segundo
lugar, no se puede avalar al librado del cheque. Finalmente, a diferencia de lo que ocurre en la
letra de cambio, si el aval no expresa a quién garantiza, se entenderá que avala al librador (art.
132.III LCCh).
A través del cheque el librador ordena al librado que pague al tenedor una determinada
cantidad de dinero. El tenedor deberá reclamar del librado esta prestación en el domicilio de
pago indicado en el documento que, normalmente, será una cuenta corriente. El tenedor podrá
exigir el pago del cheque en cualquier momento desde que lo reciba, puesto que como título
nace vencido, el cheque es pagadero a la vista y cualquier mención en contra se tendrá por no
escrita, estando legitimado a exigir su cobro el tomador incluso antes del día indicado como
fecha de emisión (art. 134 LCCh).
La carga de su presentación al pago ha de ser atendida en los plazos fijados en el art. 135 LCCh.
Así, el cheque emitido y pagadero en España deberá ser presentado a su pago en un plazo de
15 días; el emitido en el extranjero y pagadero en España, en un plazo de 20 días, si se emitió
en Europa y de 60, si lo fue fuera de Europa. El cómputo de estos plazos se inicia a partir del
día que consta en el cheque como fecha de emisión, pero sin excluirse los días inhábiles. En el
caso de que la fecha de vencimiento lo fuese, se entenderá que finaliza el plazo el primer día
hábil siguiente.
Exigido el pago, el librado está obligado a pagar el cheque en la medida en que tenga fondos a
disposición del librador, admitiéndose la posibilidad de pagos parciales cuando la provisión no
alcance para cubrir la totalidad del importe del cheque. El portador no podrá negarse a admitir
este pago parcial, circunstancia que se hará constar en el cheque expidiéndose al librado un
recibo por las cantidades percibidas.
La obligación de pago que asume el banco con su mandante no es cambiaria. Incluso si hubiera
fondos suficientes en la cuenta y la entidad bancaria no atendiera el cheque, el tenedor
carecería de acción cambiaria contra el banco, teniendo que dirigirse, en cambio, contra el
librador. El librador, por su parte, sí podrá exigir por vía extracambiaria del librado provisto el
resarcimiento de los daños que le haya ocasionado la falta de pago, en tanto que éste está
incumpliendo parte del contenido del pacto de cheque.
Una vez que el librado paga el cheque, se extinguen todos los derechos que se vinculan al título,
y se puede exigir del tenedor la entrega del cheque e incluso un recibí que acredite la cantidad
recibida. El adecuado cumplimiento del pago por parte del librado exige que compruebe la
regularidad de la serie de endosos, aunque no está obligado a comprobar la autenticidad de la
firma de los endosantes. Lógicamente, cuando el cheque sea al portador, tal comprobación de
endosos no será necesaria, bastando la posesión para legitimar la titularidad del derecho a
exigir el pago. Se presumirá pagado el cheque que después de su vencimiento se encuentre en
poder del librado (art. 140.I LCCh).
El art. 138 regula la revocación y oposición al pago del cheque, contemplando diversas
hipótesis en las que intervienen distintos sujetos. Su régimen se puede resumir en la idea de
que el librador puede revocar el cheque emitido por él en cualquier momento, siempre que no
se trate de cheques confirmados. Para que la revocación sea válida, ha de ponerse en
conocimiento del librado. Sin embargo, el librado sólo está obligado a atender la orden de
revocación una vez hayan transcurrido los plazos de presentación del cheque (15 días desde el
libramiento; 20 o 60 desde el libramiento fuera de España). Mientras el cheque sea pagadero,
es decir, mientras dure el plazo en que el tenedor lo puede presentar al librado para cobrarlo,
éste podrá atender o no su pago, siendo facultativo para el librado dar cumplimiento o no a la
instrucción revocatoria. En cualquiera de estos dos casos, no se derivará responsabilidad al
librado por su conducta, ni de carácter cambiario ni extracambiario. Si el librado hace caso a la
revocación y niega el pago, el tenedor del cheque mantiene su posición crediticia: seguirá sin
poder ejercitar acción alguna frente al librado y podrá reclamar con toda contundencia frente
al librador en vía de regreso según los términos del art. 146 de la Ley Cambiaria.
Hay que distinguir la revocación del cheque simple e inmotivada de otros supuestos en que el
librador argumenta ante el librado la pérdida o privación ilegal del documento. Ante esta
situación, el librado está obligado a atender el requerimiento del librador, absteniéndose de
pagar haya o no transcurrido el término de presentación.
El fin natural del cheque es que se pague en el momento de su presentación al librado. Sin
embargo, en el caso de que el librado no atienda el pago del cheque, el legítimo tenedor del
mismo podrá ejercitar una serie de acciones para reclamar su pago. Si el librado no paga, el
tenedor del cheque podrá exigir su pago en vía de regreso, accionando contra el librador, los
endosantes y los demás obligados.
Para poder ejercitar la acción de regreso contra estos sujetos, el tenedor del cheque deberá
probar su falta de pago. El impago que se podrá acreditar: a) por protesto notarial; b) por una
declaración del librado, fechada y escrita en el cheque, con indicación del día de la
presentación; c) por una declaración fechada de una Cámara o sistema de compensación en la
que conste que el cheque ha sido presentado en tiempo hábil y no ha sido pagado (art. 146.I).
Estas dos últimas formas de acreditación funcionan como declaraciones equivalentes al
protesto.
A continuación, el art. 146 contempla especialmente los derechos del tenedor contra el
librador, y dice que se conservan «aunque el cheque no se haya presentado oportunamente
o no se haya levantado el protesto o realizado la declaración equivalente». De este modo, el
tenedor sólo pierde los derechos que le corresponden frente al librador si después de
transcurrido el tiempo para la presentación del cheque, llegara a faltar la provisión de fondos
en poder del librado por insolvencia del librador.
Hay que diferenciar las dos reglas que conviven en el art. 148 de la Ley, la que regula la acción
de regreso general, ejercitada contra librador, endosantes y demás obligados, y que requiere
el levantamiento de protesto notarial o declaración equivalente; y la acción de regreso contra
el librador, que no exige, en cambio, tal levantamiento.
El protesto o las declaraciones que regula el art. 146 han de hacerse necesariamente antes de
que concluya el plazo de presentación del cheque, pues de lo contrario no se podrá acreditar
que cumplió diligentemente la carga de presentarlo al pago dentro de plazo. El art. 147, sin
embargo, establece una modificación para cuando se ha presentado al cobro dentro de los
últimos 8 días de plazo, en cuyo caso, el protesto o declaración equivalente podrá hacerse en
los 8 días hábiles siguientes a la presentación. La presentación y el protesto del cheque se
deberán hacer en días hábiles, considerándose inhábiles o festivos los no laborables para el
personal de las entidades de crédito (art. 160 LCCh).
Son aplicables al cheque las disposiciones de los artículos 51 a 56 sobre protesto de la letra,
deber de comunicación y cláusula «sin gastos» o «sin protesto».
A diferencia de la letra de cambio y el pagaré, el cheque no puede generar acción directa contra
el librado. Esto es así, ya que el librado no se obliga a un pago, sino que atiende un mandato
del librador siempre que disponga de fondos para ello y, además, tampoco existe una
aceptación de la deuda por su parte. Por tanto, el cheque no conoce más pago extraordinario
que el que se lleve a cabo en vía de regreso por el librador, los endosantes o los avalistas de
uno y otros. El librado no se incluye en el espectro de deudores cambiarios: la obligación que
asume de realizar el pago no nace del propio cheque, sino del pacto de cheque (relación
contractual) estipulado con el librador. Esta es una relación contractual que produce efectos
exclusivamente inter partes y no con respecto a los tenedores y demás sujetos del cheque.
El tenedor podrá hacer uso de la acción causal contra el librador (en el caso de entrega directa)
o el que le transmitió el cheque (en el caso de endoso), ya que el art. 1170 CC establece que la
entrega de documentos mercantiles sólo producirá los efectos del pago cuando hubiesen sido
realizados, o cuando por culpa del acreedor se hubiesen perjudicado.
Por lo que respecta a las acciones cambiarias, el tenedor del cheque no pagado sólo dispondrá
de la acción de regreso contra el librador, los endosantes y los avalistas y, en su caso, la acción
de enriquecimiento.
Art. 66 LCCh. La letra de cambio tendrá aparejada ejecución a través del juicio
cambiario que regula la Ley de Enjuiciamiento Civil en el capítulo II, Título III, del Libro IV, por
la suma determinada en el título y por las demás cantidades, conforme a los artículos 58, 59
y 62 de la presente Ley, sin necesidad de reconocimiento judicial de las firmas.
Art. 67 LCCh. El deudor cambiario podrá oponer al tenedor de la letra las excepciones
basadas en sus relaciones personales con él. También podrá oponer aquellas excepciones
personales que él tenga frente a los tenedores anteriores si al adquirir la letra el tenedor
procedió a sabiendas en perjuicio del deudor.
El tenedor podrá proceder contra todos los obligados solidarios de forma individual o
conjunta, sin que deba respetar el orden en que se hayan obligado. Sin embargo, es necesario,
cumplir el requisito de haber protestado el cheque impagado -o haber hecho constar en él
declaración sustitutiva –salvo en el caso de que la acción de regreso se dirija contra el librador,
supuesto que está exento de tal premisa.
A través de esta acción el tenedor que no haya podido cobrar el cheque podrá reclamar su
importe, junto a los intereses y los gastos (de protesto, comunicaciones, etc.), según el art. 150
LCCh. Además, en el caso de que el cheque haya sido emitido sin provisión de fondos, podrá
exigir el pago de un 10% de su importe (art. 149), para lo cual se exige el doble requisito de
probar la falta de provisión de fondos y que se esté reclamando al librador, pues los demás
posibles obligados en vía de regreso –es decir, los endosantes y sus avalistas– no son
responsables de este incumplimiento del librador. El pagador podrá exigir la entrega del
cheque con el protesto, en su caso, y una cuenta con el recibí. Si el pago ha sido realizado por
un endosante, podrá tachar su endoso y el de los endosantes subsiguientes, pudiendo exigir el
pago del documento a los demás obligados en vía de regreso.
VI. PRESCRIPCIÓN
La prescripción de las acciones para exigir el pago del cheque se recoge en los arts. 157 y 158
LCCh, que establecen un plazo general de prescripción de 6 meses. Sin embargo, el dies a quo
de tal prescripción será distinto, considerándose: 1) el día de conclusión del plazo de
presentación al cobro, para las acciones de regreso que tuviera el tenedor contra endosantes,
librador y demás obligados. 2) El día en que el obligado ha reembolsado el cheque o se ha
ejercitado una acción contra él para la reclamación entre los diversos obligados al pago de un
cheque.
La prescripción podrá, igualmente, interrumpirse según las reglas generales del art. 1973 CC
surtiendo efecto sólo contra aquel respecto del cual se haya efectuado el acto que la
interrumpa.
Se trata de una práctica de origen inglés cuyo objetivo es reducir el riesgo en caso de robo o
extravío de cheques al portador. El cheque cruzado incorpora una limitación a la legitimación
para su cobro. Se trata de asegurar que la persona que lo presente sea su legítimo tenedor, lo
cual se consigue a través de la necesaria intervención de un banquero o sociedad en su cobro.
Con ello también se consigue tener conocimiento en todo momento de quién fue la persona
que lo cobró.
Lo característico es, precisamente, que el librado no puede pagarlos más que a un banco,
designado o no, o a un cliente suyo, y que los bancos no pueden cobrarlos por cuenta de otras
personas, respondiendo en otro caso de los perjuicios causados hasta una suma igual al
importe del cheque. Su plasmación sobre el cheque se representa a través de dos barras
paralelas trazadas sobre el anverso, normalmente de forma diagonal.
El cheque que lleve la mención «para abonar en cuenta» u otra equivalente, sólo puede
saldarse por el librado mediante un asiento en su contabilidad a favor del tenedor, asiento que
equivaldrá al pago. Es decir, el cheque solo puede ser depositado en una cuenta bancaria y no
puede ser pagado en efectivo. De este modo, se diferencia del cheque ordinario, que comporta
un mandato de pago de numerario y que el tenedor puede pedir que se le pague en metálico.
El cheque para abonar en cuenta contiene, por tanto, una prohibición de su pago en efectivo.
Su creación se materializa mediante la inserción de la cláusula «para abonar en cuenta» o una
expresión equivalente, que puede ser insertada por el librador o por el tenedor. Cualquier
tachadura de la mención «para abonar en cuenta» se considera como no hecha.
Así, a través del cheque para abonar en cuenta, el pago se realizará mediante la consignación
del importe del cheque en la cuenta corriente que tenga el tenedor. En el caso de que el
tenedor no tenga abierta una cuenta corriente en el banco librado, deberá endosarlo a su
banquero para que gestione el cobro.
Cuando en el cheque se hace constar la firma del librado indicando las expresiones de
«certificación», «visado», «conforme» u otra semejante, ello significa que ha sido conformado
o certificado. Por medio de este acto el banco afirma que dispone de fondos suficientes para
hacer frente a ese cheque. Por tanto, este tipo de cheques cumple la función económica de
ofrecer una garantía adicional al tenedor de que el cheque será pagado, pues los fondos
necesarios para ello han sido provistos. Como puede deducirse, este tipo de cheques se emplea
para articular pagos de una cierta cuantía.
Hay que considerar que, pese a insertar su firma en el título, la conformidad no convierte al
banco en obligado al pago, sino que sólo ha de responder de la autenticidad de lo declarado al
insertar su firma. Así, en el momento que certifica el cheque, el banco declara bajo su
responsabilidad que en su poder hay provisión de fondos en cuantía suficiente para atender al
pago, y, al mismo tiempo, de tal provisión de fondos retendrá la suma suficiente para abonar el
cheque al que se ha prestado su conformidad, sin poder destinar dicha cuantía a un fin distinto
hasta que transcurra el plazo correspondiente para el cobro del cheque o, en su caso, el que se
haya hecho constar expresamente en el momento de indicar dicho extremo. Por ello, la
declaración de conformidad del cheque ha de estar fechada, en forma tal que se indique el
momento en que se proveyó tal separación de fondos.
El cheque bancario es hoy el título emitido por un banco contra su cuenta corriente en otra
entidad (normalmente, el Banco de España) o contra otra sucursal o agencia propias. A este
tipo de cheques alude el art. 112.c) de la Ley al permitir que se libre un cheque contra el propio
librador, siempre que el título se emita entre distintos establecimientos de éste. A sensu
contrario, no podrá considerarse cheque el que emita una agencia, sucursal o sede principal
contra sí misma.
Desde una perspectiva jurídica, el régimen de estos cheques de banco no presenta diferencias
respecto al cheque ordinario. En cambio, en los ámbitos comerciales sí que existen diferencias
en razón de la presunta solvencia del librador de la que se deduce una seguridad de cobro
prácticamente absoluta. Por ello se ha considerado que este cheque es asimilable al papel
moneda y que para sumas de cierta magnitud la referencia contractual a pago en efectivo debe
entenderse implícitamente referida a pago mediante este tipo de documentos.
Sin contar con regulación en nuestro país, los cheques turísticos o cheques de viaje (traveller's
checks) son títulos librados por entidades bancarias, financieras o grandes empresas turísticas,
que se emplean para facilitar los pagos en un lugar distinto al de residencia del ordenante, en
moneda distinta a la propia de su país, sin necesidad de emplear efectivo y con ciertas garantías
para evitar los efectos perjudiciales de su posible hurto o extravío.
El art. 156 de la LCCh hace referencia al supuesto de cheque falso o falsificado. Se establece
que el daño derivado de la circulación del título será imputable al librado como regla general,
a no ser que el librador haya sido negligente en la custodia del talonario de cheques o haya
procedido con culpa. También debemos diferenciar entre cheque falso, aquel que presenta
una firma falsa del librador; y el cheque falsificado, que ha sido emitido correctamente, pero
ha sufrido alguna alteración de contenido.
Por otra parte, por lo que respecta a las alteraciones no consentidas del texto del documento,
el art. 93 establece que, en caso de alteración del texto, los firmantes posteriores quedarán
obligados en los términos del texto alterado. Los firmantes anteriores estarán obligados en los
términos del texto originario.
Por lo que respecta al libramiento de un cheque para el que no se han provisto fondos
suficientes, nos remitimos a las consideraciones sobre la mayor responsabilidad regulada en el
art. 108 de la Ley, así como su posible consideración penal como delito de estafa.
Los arts. 154 y 155 de la LCCh regulan los casos de extravío, sustracción o destrucción del
cheque. Ante tales eventualidades, el tenedor que se vea desposeído del título podrá acudir al
Juzgado de lo Mercantil del lugar del pago para conseguir con ello evitar que se pague a un
tercero no legitimado. De este modo, se procederá a su amortización y al reconocimiento de
su titularidad. El procedimiento de amortización del cheque adopta las mismas formas que el
empleado para la letra de cambio y el pagaré.
Aunque todavía no tiene una regulación legal en vigor, vamos a tratar el régimen de la factura
aceptada, que empieza a ser considerada por la doctrina como título de crédito. De igual
manera la Propuesta de Código Mercantil en sus arts. 639-1 a 6397 también la considera, junto
al cheque, el pagaré y la letra de cambio, como un título de crédito.
Podemos definir la factura como un documento que el vendedor deberá entregar al comprador
o que el prestador de servicios deberá entregar a la persona a la que los hubiera prestado para
el pago de las mercancías vendidas o de los servicios prestados. Desde un punto de vista
jurídico hay muchas similitudes entre la factura aceptada por el deudor y los títulos de crédito:
la factura aceptada implica el reconocimiento de una deuda por un cierto importe por parte
del deudor aceptante a favor del acreedor que le ha prestado unas mercancías o servicios, al
tiempo que puede implicar una promesa de pagar el importe de la deuda consignado. Podemos
comprobar las similitudes con los orígenes del pagaré, cuando éste se componía de un
reconocimiento de deuda (confessio) y una promesa de saldarla (promissio). Vista esta
estructura, se propone que la factura emitida que contenga una aceptación de la deuda por
parte del deudor pueda funcionar en el tráfico económico como un título de crédito por el
importe en ella consignado.
I. La llamada crisis de los títulos-valores. El resurgir de los títulos-valore ante crisis económicas
II. Los valores representados por medio de anotaciones en cuenta como alternativa
1. Consideración general
2. Rasgos esenciales del sistema de anotaciones en cuenta
3. Similitudes y diferencias con los títulos-valores y el funcionamiento de los registros
públicos
4. El registro contable y su llevanza: organización institucional
5. La constitución de los valores anotados
6. Transmisión
7. Los certificados de legitimación
III. Servicios de pago
8. Necesidad de regulación y ámbito de aplicación
9. Las entidades de pago
10. El contrato marco de servicio de pago
11. Funcionamiento
A. Autorización de operaciones de pago
B. Ejecución de una orden de pago
IV. Dinero electrónico
12. Situación actual. Necesidad de la institución y función económica
13. Relaciones con el ámbito cambiario
14. Las entidades de dinero electrónico
15. Emisión y reembolso de dinero electrónico
Los títulos valores en su evolución posterior se vieron influidos por las necesidades del tráfico
jurídico. Así, podemos diferenciar dos tendencias en función del tipo de título que se considere:
a) Por lo que respecta a los títulos-valores emitidos en serie (también llamados títulos
agrupados en emisiones), es decir, aquellos que se crean de forma plural, y que incorporan
exactamente el mismo contenido en todos ellos, la tendencia ha sido hacia su representación
mediante anotaciones en cuenta. Es el caso, por ejemplo, de las acciones y obligaciones de las
sociedades de capital o de los títulos de Deuda Pública. En la práctica, la emisión en serie
resultaba cara para las empresas, y no ofrecía un control adecuado sobre quién ostentaba la
titularidad de los derechos representados en los títulos. Por ello, estos valores poco a poco
dejaron de representarse en soporte documental, considerándose más adecuada su
representación a través de asientos contables, es decir, por medio de las llamadas anotaciones
en cuenta. Estas anotaciones en cuenta consisten en registros, actualmente llevados a través
de procedimientos informáticos, en los que se hace constar la titularidad de los derechos, así
como las vicisitudes que afectan a los mismos (garantías, transmisiones...).
1. CONSIDERACIÓN GENERAL
Con el desarrollo de este sistema de gestión de depósitos, los operadores financieros pusieron
en duda la utilidad de la creación física de un título que estaba destinado a su depósito desde
el momento de su creación, y que permanecería en este estado durante toda su vida hasta su
amortización. Esto hizo que empezaran a utilizarse certificados o extractos de inscripción, que
eran documentos que dotaban a su propietario de legitimación tanto para transmitir los títulos,
como ejercitar los derechos a ellos aparejados.
En esta evolución el Estado dio el siguiente paso como emisor masivo de los títulos de Deuda
Pública: se sustituyó la creación material del documento y su entrega a los suscriptores por la
llevanza de un registro contable de los titulares de los derechos.
Para los valores privados, el hito crucial en el desarrollo de las anotaciones en cuenta se
produjo con la aprobación de la Ley del Mercado de Valores de 28 de julio de 1988, que
establece un régimen jurídico básico para los «Valores representados por medio de
anotaciones en cuenta». La Ley configura un régimen jurídico como alternativa a la tradicional
representación mediante títulos, al establecer el art. 5 que «Los valores negociables podrán
representarse por medio de anotaciones en cuenta o por medio de títulos. La modalidad de
representación elegida habrá de aplicarse a todos los valores integrados en una misma emisión.
La representación de valores por medio de anotaciones en cuenta será irreversible».
Actualmente el art. 496 de la Ley de Sociedades de Capital, considera que «Las acciones y las
obligaciones que pretenden acceder o permanecer admitidas en un mercado secundario oficial
de valores habrán de representarse necesariamente por medio de anotaciones en cuenta». De
este modo, ahora todas las sociedades cotizadas deberán representar sus valores por medio
de anotaciones en cuenta.
Dicha norma ha sido desarrollada por el Real Decreto 116/1992, de 14 de febrero, sobre
representación de valores por medio de anotaciones en cuenta y compensación y liquidación
de operaciones bursátiles.
Sobre este punto, el art. 11.1 LMV establece que «la inscripción de la transmisión a favor del
adquirente producirá los mismos efectos que la tradición de los títulos». Así, la práctica del
asiento de transmisión en el registro produce los mismos efectos que la entrega de títulos-
valores.
Podríamos afirmar que el régimen regulador de las anotaciones en cuenta se encuentra más
próximo al régimen de funcionamiento de las inscripciones de los registros públicos que al de
los títulos, si bien su régimen no se puede asimilar de forma directa a ninguno de los dos
sistemas. En consecuencia, estamos ante una forma singular de representar los valores, que
tiene carácter autónomo y distinto de los demás sistemas. Por ello, no se pueden extrapolar
simplemente las reglas y principios propios de los títulos-valor o del derecho registral a la
representación de valores por medio de anotaciones en cuenta.
Como las anotaciones en cuenta tienen carácter de anotaciones en un registro, vamos a ver si
se les podrían aplicar los principios registrales de la legislación hipotecaria. Aunque la
normativa (por ej., art. 16 RD 116/1992) insista en las referencias a los principios propios de los
registros públicos, no se puede considerar que las anotaciones en cuenta tengan carácter
registral. En primer lugar, porque las entidades que gestionan los registros de anotaciones en
cuenta tienen carácter privado, lo que impide considerar cualquier presunción de legalidad, al
mismo tiempo que le privan de cualquier función de fe pública. En segundo lugar, estos
registros carecen de reglas de publicidad formal a las que se pueda acceder para conocer los
datos reflejados en ellos.
1. Legitimación registral: «la persona que aparezca legitimada en los asientos del
registro contable se presumirá titular legítimo» (art. 15 RD 116/1992), si bien la inscripción no
convalida las posibles causas de nulidad de las transmisiones (art. 12.5).
2. Principio de prioridad: «el acto que acceda primeramente al registro será preferente
sobre los que accedan con posterioridad» (art. 16.2 RD 116/1992).
*Iberclear: Es el término comercial con el que se conoce a la Sociedad de Gestión de los Sistemas de
Registro, Compensación y Liquidación de Valores. Es una sociedad anónima que está participada en un
60% por entidades adheridas y el otro 40% por las Sociedades Rectoras. Las Sociedades Rectoras son las
sociedades anónimas que rigen cada una de las cuatro bolsas españolas (Madrid, Barcelona, Bilbao y
Valencia).
Iberclear se encarga del registro, compensación y liquidación de los valores que han sido admitidos a
compensación en cada una de las cuatro bolsas españolas, en el mercado de deuda pública, en AIAF
(Asociación Española de Intermediarios Financieros), y también en LATIBEX (mercado de valores
latinoamericanos que cotizan en euros).
(Fuente: ámbito-financiero.com)
El sistema de las anotaciones en cuenta gira en torno a un registro de los valores que se
representan. Existe un régimen jurídico diferente si nos encontramos ante valores destinados
a negociación en Bolsa u otros mercados oficiales secundarios (de Deuda Pública o de futuros
y opciones), o si estamos ante valores no admitidos a cotización en mercados secundarios
oficiales. Como hemos dicho anteriormente, los valores que hayan de ser admitidos a
negociación en Bolsa deben representarse obligatoriamente mediante anotaciones en cuenta.
En los demás casos, el sistema de representación por medio de anotaciones es voluntario.
Las entidades encargadas del registro son distintas en uno y otro caso, aunque siempre se han
de identificar en la escritura de emisión. En este sentido, para los valores mobiliarios no
admitidos a cotización en los mercados secundarios oficiales, las funciones registrales se han
de encomendar por la entidad emisora a empresas de servicios de inversión y entidades de
crédito autorizadas para recibir y transmitir órdenes de inversión por cuenta de terceros. Se
trata, por tanto, de un sistema de cuenta única.
Por lo que respecta a los valores admitidos a cotización, encontramos un sistema de doble
nivel en cuya gestión intervienen la Sociedad de Gestión de los Sistemas de Registro,
Compensación y Liquidación de Valores (Iberclear), a cuyo cargo estará el registro central, y las
distintas entidades adheridas a dicha Sociedad de Sistemas. Frente a ello, la LMV admite que
el Servicio pueda actuar, en exclusiva, y también que en su lugar lo haga la sociedad rectora de
una Bolsa, cuando los valores de que se trate negocien en ella, como único mercado
secundario.
En un segundo nivel, el registro de cada entidad gestiona los valores que pertenecen a sus
clientes y que ella controla. Así, las entidades gestoras llevan registros de detalle en las que se
incluyen los datos de identificación de los titulares últimos de los valores que gestiona dicha
entidad. La relación entre la emisora de los valores y esta entidad gestora tiene igualmente
Como regla general para constituir las anotaciones en cuenta, la creación de los valores
representados debe constar en escritura pública otorgada por la entidad que pretenda
colocarlos en el mercado bajo esta modalidad de representación (arts. 6 a 10 RD 116/1992).
Respecto a los valores de que se trate, la escritura deberá reflejar la denominación, el número
de unidades, el valor nominal, las características y condiciones y las menciones que, según su
naturaleza exija la legislación aplicable. A partir del Real Decreto-Ley 5/2005, de 11 de marzo,
el uso de la escritura pública es potestativo, pudiendo hacerse constar la emisión también en
documento privado.
-En el caso de emisión de acciones por una sociedad anónima, podrá cumplir la función
de escritura pública de emisión la propia escritura de fundación de la sociedad, o bien la
escritura en la que se reflejen los acuerdos de aumento de capital o de modificación de
estatutos para acordar el cambio de modo de representación de las acciones.
-En el caso de las obligaciones, la propia escritura pública de emisión puede servir para cumplir
este requisito.
-Cuando se trate de valores emitidos por entidades públicas, equivaldrá a esta escritura
pública la publicación de las condiciones de emisión en los boletines oficiales respectivos.
De este modo, para la constitución de las anotaciones en cuenta es necesario que haya un
acuerdo por el que se decida utilizar esta forma de representación de valores. Por tanto, la
entidad emisora de los valores y quienes los suscriban deberán acordar la inscripción de dichos
valores en el registro correspondiente. En el caso de las sociedades de capital, con la
suscripción de los valores, el titular da su consentimiento para su representación mediante
anotaciones en cuenta, cumpliendo la inscripción de dichos valores en el registro contable la
función de la traditio de dichos valores.
A dicho acuerdo se le deberá dar publicidad, mediante el depósito en la CNMV de una copia
del documento en que se refleja la emisión y representación.
6. TRANSMISIÓN
La normativa exige que la transmisión se haga constar en documento público, que podrá ser
escritura o póliza intervenida por notario, o en documento privado expedido por la sociedad o
agencia de valores en que se acredite el acto o contrato traslativo. Cabe también la posibilidad
de que transmitente y adquirente hagan constar su consentimiento a la transmisión sin
sujeción a formalidad alguna, ante la propia entidad responsable del Registro.
Hay que tener en cuenta que sólo la transferencia anotada es eficaz, pues sólo a partir de la
inscripción la transmisión será oponible a los terceros (art. 11.2 LMV).
las normas sobre transmisión de la titularidad. Al registro contable han de tener acceso
también las operaciones de amortización de los valores representados por medio de
anotaciones en cuenta.
En todo caso, las entidades encargadas del registro contable deberán procurarse siempre la
debida acreditación documental de la concurrencia de los consentimientos y se quedarán con
copia de los documentos acreditativos de los actos, contratos y notificaciones (art. 50.4 RD
116/1992).
Se trata de un documento expedido por las entidades encargadas del registro contable (que
son las únicas facultadas para ello), que acredita que en la fecha de su expedición la persona
que se menciona en el documento tiene sobre los valores que se indican el derecho que se
consigna en el certificado, con especificación de las claves correspondientes para su
identificación en los asientos del emisor. Los certificados, que sólo se podrán expedir a solicitud
del titular o su apoderado, se entregarán al peticionario el mismo día o al día siguiente a la
solicitud y podrán referirse a la totalidad o a una parte de los valores integrados en el saldo del
titular. Los valores respecto de los que estén expedidos certificados quedarán inmovilizados
desde la expedición de aquéllos, permaneciendo bloqueados en la cuenta del titular en tanto
que los certificados no hayan sido restituidos o transcurra el plazo de su vigencia (tres meses,
salvo que se especifique en el propio certificado un plazo superior, que, en todo caso, nunca
excederá de seis meses).
Este bloqueo o inmovilización durante la vigencia del certificado impide que el titular de los
valores en él recogidos pueda transmitirlos sin la correlativa entrega del certificado. Sin
embargo, no evita la expropiación o embargo de sus derechos en ejecuciones forzosas
judiciales o administrativas. Todo ello con el objeto de evitar la doble venta de los mismos
valores. De aquí que se diga que nos hallamos ante un documento de legitimación, al que no
se incorpora derecho alguno.
La finalidad perseguida por la norma es la regulación de las transferencias, los adeudos directos
y las operaciones de pago directo efectuadas mediante tarjeta, facilitando la eficiencia y la
seguridad de los pagos nacionales internos y de los pagos en la Unión europea. La normativa
La Ley de Servicios de Pago excluye de forma expresa su aplicación a los pagos instrumentados
a través de letras de cambio, cheques y pagarés. Así, dispone su artículo 3.g) que la ley no se
aplicará a las operaciones de pago realizadas por los siguientes documentos extendidos por un
proveedor de servicios de pago a fin de poner fondos a disposición del beneficiario:
1. Cheques en papel, sean éstos regulados por la Ley uniforme sobre cheques del
convenio de Ginebra de 19 de marzo de 1931, o por el ordenamiento interno de los países que
no sean miembros del Convenio siempre que presenten similares caracteres.
3. Vales en papel.
En cambio, la norma será de aplicación a los siguientes servicios de pago (art. 1.2):
a. Los servicios que permiten el ingreso de efectivo en una cuenta de pago y las
operaciones de gestión de la propia cuenta de pago.
b. Los servicios que permiten la retirada de efectivo de una cuenta de pago y todas las
operaciones necesarias para la gestión de la propia cuenta de pago.
d. La ejecución de operaciones de pago cuando los fondos estén cubiertos por una línea
de crédito abierta para un usuario de servicios de pago: ejecución de adeudos domiciliados,
ejecución de operaciones de pago mediante tarjeta de pago o similar, ejecución de
transferencias, incluidas las órdenes permanentes.
f. El envío de dinero.
De este modo, vemos que la normativa trata de dar una cierta cobertura al que sería el
siguiente paso en la evolución de los instrumentos de circulación de créditos y de pagos. Así, la
siguiente etapa en la evolución está tratando de ser, por un lado, la posibilidad de hacer valer
estos títulos en una representación electrónica (dinero electrónico, pagarés electrónicos); de
otro, la tendencia es a la sustitución de estos medios a través de la prestación de servicios, los
así llamados servicios de pagos considerados por esta norma y disciplinados en la normativa
bancaria.
La Ley de Servicios de Pago crea la categoría de «entidades de pago» (arts. 6 y ss. de la Ley),
considerándolas como aquellas personas jurídicas distintas de las entidades de crédito y de las
entidades de dinero electrónico, a las cuales se ha otorgado autorización para prestar y
ejecutar los servicios de pago considerados en la norma.
Estas entidades, a diferencia de las de crédito y las de dinero electrónico, no podrán llevar a
cabo la captación de depósitos u otros fondos reembolsables del público, ni emitir dinero
electrónico. De este modo, los fondos que reciban para atender las órdenes de pago y la
prestación de los servicios no tendrán la consideración de depósitos ni de fondos
reembolsables. Como se aprecia, la posición jurídica que adoptan estas entidades es similar a
la del librado en la letra de cambio: reciben un mandato del ordenante de pago para que
cumplan uno de los servicios de pago que hemos considerado anteriormente.
La normativa regula el procedimiento para la concesión del carácter de entidad de pago, que
corresponde en todo caso al Ministerio de Economía y Competitividad, previo informe del
Banco de España y del Servicio Ejecutivo de la Comisión de prevención del blanqueo de
capitales e infracciones monetarias. Además, se exige que estas entidades mantengan en todo
momento un volumen suficiente de recursos propios, en los términos que reglamentariamente
se establezcan, para poder realizar la efectiva prestación de sus servicios de pago.
Las entidades de pago podrán realizar actividades adicionales, además de las estrictamente
consideradas como servicios de pago (por ejemplo, actividades de custodia, almacenamiento
y tratamiento de datos). También podrán gestionar los sistemas de pago, y desarrollar
actividades económicas distintas que autorice expresamente la normativa específica.
Finalmente, podrán conceder créditos siempre que estén relacionados con la ejecución de una
operación de pago, que sea reembolsado en un plazo inferior a doce meses, que no se conceda
con cargo a los fondos recibidos o en posesión a efectos de la ejecución de una operación de
pago, y que los fondos propios de la entidad de pago sean en todo momento adecuados para
la prestación de tal servicio.
El contrato marco de servicios de pago hace referencia a las reglas generales acordadas entre
la entidad prestadora de los servicios (entidad de crédito, de dinero electrónico, entidad de
11. FUNCIONAMIENTO
La prestación de los servicios de pago se inicia con la autorización de la operación por parte del
ordenante, que otorga el consentimiento para su ejecución. El proveedor de servicios de pago
y el ordenante deberán pactar –normalmente en el contrato marco– el modo en que se dará
el consentimiento, así como la forma de notificarlo. Este consentimiento podrá ser previo o
posterior a la ejecución de la orden de pago, según lo acordado por las partes; y podrá ser
retirado en cualquier momento anterior a la fecha de irrevocabilidad de la orden.
Por su parte, el proveedor de servicios deberá cerciorarse del funcionamiento de los elementos
de seguridad personalizados del instrumento de pago, así como de que sólo sean accesibles
para el usuario facultado para utilizarlo. También, deberá garantizar que existan en todo
momento los medios adecuados y gratuitos que permitan al usuario de servicios comunicarse
con el prestador.
El servicio de pago deberá realizarse en el momento en que se reciba la orden de pago por la
entidad prestadora del mismo. Se entenderá que será aquel en el que la orden de pago sea
recibida por el proveedor de servicios de pago del ordenante. En el caso de que la recepción se
produzca en día inhábil, se entenderá el siguiente día hábil.
El proveedor de servicios de pago podrá rechazar la ejecución de la orden, comunicándolo a
este respecto en tiempo y forma al usuario de los servicios. En cualquier caso, la Ley fija
determinados momentos temporales en los que ni el ordenante puede retirar su mandato ni
el prestador podrá rechazar la prestación.
Seguidamente la orden deberá ser cumplida conforme lo acordado. Con carácter general, el
proveedor de servicios de pago del ordenante, el proveedor de servicios de pago del
beneficiario y todos los posibles intermediarios que intervengan en la operación de pago
deberán transferir la totalidad del importe de la operación de pago, absteniéndose de deducir
gasto alguno de la cantidad transferida. No obstante, el beneficiario y su proveedor de servicios
de pago podrán acordar que éste deduzca sus propios gastos del importe transferido antes de
abonárselo al beneficiario.
Según el art. 1.2, de la ley 21/2011 se entiende por dinero electrónico todo valor monetario
almacenado por medios electrónicos o magnéticos que represente un crédito sobre el emisor,
que se emita al recibo de fondos con el propósito de efectuar operaciones de pago según se
definen en la Ley de Servicios de Pago, y que sea aceptado por una persona física o jurídica
distinta del emisor de dinero electrónico. En sentido negativo, no tendrán la consideración de
dinero electrónico: a) los valores monetarios almacenados en instrumentos que puedan
utilizarse para la adquisición de bienes o servicios únicamente en las instalaciones del emisor
o, en virtud de un acuerdo comercial con el emisor, bien en una red limitada de proveedores
de servicios o para un conjunto limitado e bienes o servicios, es decir, los que tengan un ámbito
de utilización restringido (tarjetas de compra, tarjetas de combustible, tarjetas de socio,
tarjetas de transporte público...); b) el valor monetario utilizado para realizar operaciones de
pago exentas según la normativa de Servicios de Pago.
Según la normativa (art. 2 Ley de Dinero Electrónico), la emisión de dinero electrónico tiene
reserva de actividad, pudiendo emitirlo sólo las entidades de crédito, las entidades de dinero
electrónico autorizadas según la propia norma, la Sociedad estatal de Correos y Telégrafos, SA,
respecto de las actividades de emisión de dinero electrónico a que se encuentre facultada en
virtud de su normativa específica; el Banco de España, cuando no actúe en su condición de
autoridad monetaria; y la Administración General del Estado, las CCAA y las Entidades Locales,
cuando actúen en su condición de autoridades públicas. Por tanto, las demás personas físicas
o jurídicas que no adopten una de estas formas no podrán emitir válidamente dinero
electrónico, pudiéndoseles, además, imponer una sanción.
Las entidades de dinero electrónico son aquellas personas jurídicas que no tengan la condición
de entidades de crédito a las cuales se haya otorgado autorización para emitir dinero
electrónico (art. 3). A ellas se reserva la denominación «entidad de dinero electrónico», así
como su abreviatura «EDE», que podrán incluirla en su denominación social.
Para poder funcionar como tales, deberán cumplir los requisitos establecidos por la normativa
y recibir autorización del Ministerio de Economía y Competitividad, previo informe del Banco
de España.
Además de la emisión de dinero electrónico, las entidades de dinero electrónico podrán prestar
servicios de pago; conceder créditos en relación con los servicios de pago; la prestación de
servicios operativos y auxiliares estrechamente vinculados en relación con la emisión de dinero
electrónico o en relación con la prestación de servicios de pago; la gestión de sistemas de pago;
otras actividades económicas distintas, que sean autorizadas. Sin embargo, no podrán llevar a
cabo la captación de depósitos u otros fondos reembolsables del público.
La función principal de las entidades autorizadas- que como afirmamos no son sólo las
entidades de dinero electrónico- es la emisión y el reembolso del dinero electrónico. A estos
efectos, los fondos que el titular del dinero electrónico entregue a la entidad de dinero
electrónico se cambiarán de manera inmediata por dinero electrónico, no pudiendo constituir
depósitos u otros fondos reembolsables del público.
Así, los emisores de dinero electrónico emitirán, al recibo de los fondos, dinero electrónico por
su valor nominal. Del mismo modo, los emisores de dinero electrónico reembolsarán al titular
del mismo, cuando lo solicite, en todo momento y por su valor nominal, el valor monetario del
dinero electrónico de que disponga. Las condiciones de reembolso se estipularán de forma
clara entre el emisor de dinero electrónico y el titular del mismo.
Sólo conllevará gastos la restitución del dinero electrónico cuando el reembolso se solicite
antes de la finalización del contrato, cuando se resuelva el contrato con anterioridad a la fecha
de finalización o cuando el reembolso se solicite una vez transcurrido un año desde la fecha de
finalización del contrato. Por su parte, la concesión de intereses o cualquier otro beneficio por
el tiempo durante el cual un titular de dinero electrónico está en posesión de éste queda
prohibida por la normativa
Cuando el deudor puede cumplir de forma regular las obligaciones contraídas, la tutela de los
acreedores encuentra suficiente seguridad en las normas legales generales. Cada uno de los
acreedores tiene como garantía todos los bienes presentes y futuros del deudor (art. 1911 CC)
y entre las medidas de tutela de su derecho de crédito cuenta- aunque de forma subsidiaria-
con la posibilidad de ejercicio de la acción revocatoria de los actos realizados por el deudor en
fraude de acreedores (art. 1111 CC).
Art. 1111 CC. Los acreedores, después de haber perseguido los bienes de que esté en posesión
el deudor para realizar cuanto se les debe, pueden ejercitar todos los derechos y acciones de
éste con el mismo fin, exceptuando los que sean inherentes a su persona; pueden también
impugnar los actos que el deudor haya realizado en fraude de su derecho.
Además, quienes dispongan del correspondiente título ejecutivo, pueden iniciar la ejecución
individual y aislada de los créditos y el embargo de bienes de ese deudor por valor suficiente
para cubrir el importe de los créditos. Por el contrario, cuando el deudor no puede cumplir
regularmente las obligaciones a medida que resultan exigibles, ese Derecho general se
sustituye por un Derecho excepcional en el que prima el interés colectivo sobre los singulares
intereses de los acreedores. Si el deudor es solvente, no existe inconveniente en que cada
acreedor ejercite individualmente el derecho de crédito. Sin embargo, en caso de insolvencia
ese ejercicio individual puede tener un efecto negativo si existe pluralidad de acreedores: que
sólo obtengan satisfacción los acreedores que primero ejecuten o embarguen. Es decir, ante la
situación de insuficiencia patrimonial del deudor, los acreedores que sean más diligentes en el
ejercicio de acciones ejecutivas obtendrán satisfacción por delante de los acreedores que
demoren ese ejercicio. Esto también ocurre en los casos de simple iliquidez no derivada de
insuficiencia patrimonial, sino de dificultades de tesorería. En estos casos, las ejecuciones
individuales suelen producir la desorganización del patrimonio del deudor, de tal modo que los
acreedores posteriores tendrán grandes dificultades para obtener satisfacción. Por estas
razones, en los casos de insolvencia, deben establecerse mecanismos jurídicos para eliminar o,
al menos, paliar ese posible efecto negativo. Para ello, la satisfacción individual por razón de la
prioridad en el tiempo del embargo (prior tempore potior iure), debe sustituirse por la
satisfacción colectiva, en la que, bajo la tutela de la autoridad judicial, los créditos de cada uno
de los acreedores se identifiquen convenientemente, con cuantificación del pasivo que
representen, se clasifiquen conforme a criterios legales de preferencia y se satisfagan los
comunes u ordinarios con arreglo al principio de paridad de trato o de comunidad de pérdidas
(par condicio creditorum). En el Derecho español vigente, la institución a través de la cual se
articula ese postulado esencial de la tutela del crédito en caso de insolvencia del deudor común
es el concurso de acreedores, que está regulado por la Ley 22/2003, de 9 de julio.
especial, que el concurso de acreedores posibilite la rescisión de los actos perjudiciales para
los acreedores realizados por el deudor dentro de los dos años anteriores a la declaración de
concurso, aunque no hubieran tenido intención fraudulenta, o que, en caso de calificación
culpable del concurso de acreedores, pueda también reintegrarse el patrimonio del deudor con
condenas pecuniarias a quienes causaran o agravaran la insolvencia.
A) En primer lugar, la cesión de bienes, que arranca del Derecho romano. En el Derecho
clásico – Lex Iulia, del año 17 a.C.–, mediante la cessio bonorum, el deudor podía presentarse
ante el magistrado y declarar solemnemente que ponía sus bienes a disposición de los
acreedores, haciéndoles cesión de la posesión de ellos, con facultad de enajenación en bloque
a cargo de un magister, en pública subasta, para hacerse pago. A esta posibilidad, se añadió en
la época posclásica la distractio bonorum, en la que los bienes pasaban a posesión de un
curator, el cual procedía a la enajenación individual, y no en bloque, sin necesidad de pública
subasta. En el Derecho justinianeo, al lado de la cesión de bienes aparecen también –por influjo
del cristianismo– las «moratorias», que no son sino «esperas» concedidas en ciertas
circunstancias al deudor común de buena fe para, con una pequeña dilación, poder hacer
frente a las obligaciones contraídas.
La cesión de bienes por parte del deudor insolvente se conserva en Las Partidas (que la
denominan «desamparo de bienes»), y también se conservan las moratorias. Una y otras
continúan utilizándose durante la Edad Moderna. La primera obra científica de Derecho
concursal que se publica en Europa es el Labyrinthus creditorum de Salgado de Somoza (1646),
que trata de un complejo procedimiento de cesión de bienes.
En el siglo XIX, la cesión de bienes («en pago de» las deudas) se regula en el CC (arts. 1175 y
1913) y en la LEC de 1881; y las antiguas moratorias, que pasan a denominarse «beneficio de
quita y espera», se regulan en los arts. 1912 CC y 1130 y ss. LEC.
Desde Italia, la quiebra se extiende por el resto de Europa. Ya en la Edad Moderna, la quiebra
es un procedimiento muy utilizado en España y en las Indias. El ovetense Juan de Hevia Bolaños,
en el Laberinto del Comercio terrestre y marítimo, de 1613, ofrece ya una exposición
sistemática de este procedimiento concursal, que en el siglo XVIII regulan minuciosamente las
Ordenanzas de Bilbao de 1737.
En esta época, la quiebra comienza a adquirir elementos de carácter público como
consecuencia de la creciente intervención del juez; se incrementa poco a poco el número de
los privilegios –fenómeno igualmente apreciable en el concurso–; se dulcifican los efectos
sobre la persona del deudor, y comienza a admitirse que pueda finalizar por un convenio o
concordato del deudor con los acreedores ordinarios. Al mismo tiempo –y también al igual que
el deudor civil–, los comerciantes de buena fe pueden obtener moratorias.
Esta Ley ha sido objeto de múltiples reformas (el Real Decreto-Ley 3/2009, de 27 de marzo, de
reformas urgentes en materia tributaria, financiera y concursal, la Ley 38/2011, de 10 de
octubre, de reforma de la Ley Concursal, la Ley 14/2013, de 27 de septiembre, de apoyo a los
emprendedores y su internacionalización, la Ley 17/2014, de 30 de septiembre, por la que se
adoptan medidas urgentes en materia de refinanciación y reestructuración de deuda
empresarial –que procede del Real Decreto-Ley 4/2014, de 7 de marzo-, la Ley 9/2015, de 25
de mayo, de medidas urgentes en materia concursal –que procede del Real Decreto-Ley
11/2014, de 5 de septiembre-, y la Ley 25/2015, de 28 de julio, de mecanismo de segunda
oportunidad, reducción de la carga financiera y otras medidas de orden social – que procede
del Real Decreto-Ley 1/2015, de 27 de febrero-).
concursal y previa audiencia del deudor y de los representantes de los trabajadores de la empresa,
podrá acordar mediante auto el cierre de la totalidad o de parte de las oficinas, establecimientos o
explotaciones de que fuera titular el deudor, así como, cuando ejerciera una actividad empresarial, el
cese o la suspensión, total o parcial, de ésta.
Cuando las medidas supongan la extinción, suspensión o modificación colectivas de los contratos de
trabajo, incluidos los traslados colectivos, el juez actuará conforme a lo establecido en el art.8.2º y
simultáneamente iniciará el expediente del art. 64. La administración concursal en su solicitud deberá
dar cumplimiento a lo dispuesto en el art. 64.4.
Precisamente por la primacía de la función solutoria, la Ley evita que el concurso de acreedores
prosiga cuando esa satisfacción devenga imposible. Así, la Ley ordena al juez que dicte auto de
conclusión del procedimiento por insuficiencia de la masa activa para satisfacer el coste del
procedimiento (los denominados créditos contra la masa), salvo que puedan iniciarse o estén
tramitándose demandas de reintegración de la masa activa o de exigencia de responsabilidad
de terceros o que se esté tramitando la sección de calificación (arts. 176.1-3ª y 176 bis), ya que
en esos casos todavía subsiste la posibilidad de que los acreedores puedan obtener alguna
satisfacción.
También, el concurso de acreedores cumple una función de represión del deudor cuya
conducta, positiva o negativa, haya generado o agravado el estado de insolvencia. Esta función
secundaria de represión (civil, y no penal) se materializa en la formación y tramitación de la
denominada «sección de calificación» –o «sección sexta» (art. 183-6.º LC)–, que finaliza
necesariamente con la sentencia de calificación, en la que el concurso se califica como
«fortuito» o como «culpable» (art. 172.1 LC).
Sin embargo, la función represora deja de operar en el caso de que se apruebe un convenio en
el que se establezca, para todos los acreedores o para los de una o varias clases –entendiendo
Arancha3 MERCANTIL II 2º C 17/18
88
por tales las clases de acreedores privilegiados establecidas en el artículo 94.2-una quita
inferior a un tercio del importe de sus créditos o una espera inferior a tres años, salvo que el
convenio resulte incumplido (art. 167.1-II LC).
1. La formación de la sección sexta se ordenará en la misma resolución judicial por la que se apruebe
el convenio, el plan de liquidación o se ordene la liquidación conforme a las reglas generales
supletorias.
Sin embargo, esa función de represión no tiene siempre la misma eficacia. En primer lugar,
porque pueden existir concursos real y efectivamente «culpables» (esto es, concursos en los
que la insolvencia haya sido causada con dolo o culpa grave por el deudor) que, sin embargo,
no den lugar a la formación de esa sección; y, en segundo lugar, porque, aun cuando exista
culpa en la causación de la insolvencia o culpa en el agravamiento de esa insolvencia, puede
suceder que dicha culpa no sea «grave», sino «media» o «leve», y sólo el dolo o el grado mayor
de la culpa son tenidos en cuenta por la Ley a los efectos de la calificación.
Sin embargo, hay que destacar que, en ciertos casos, la función de represión puede cumplir a
la vez una función solutoria, e incluso favorecer la conservación de la empresa mediante su
transmisión a un tercero. Esto ocurre cuando la sección sexta se forme como consecuencia de
la apertura de la fase de liquidación y el concurso sea calificado como culpable, ya que en esos
casos –y sólo en ellos– el juez tiene la facultad de condenar tanto a los administradores,
liquidadores y apoderados generales de la persona jurídica deudora que con su conducta hayan
causado o agravado la insolvencia cuanto a los propios socios de la compañía que,
concurriendo determinadas circunstancias, se hubieran negado sin causa razonable a una
capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles, frustrando la
consecución de un acuerdo de refinanciación, a la cobertura, total o parcial, del déficit
patrimonial (art. 172 bis LC). En esos supuestos, a la vez que se reprime la conducta de quien o
de quienes han generado o agravado la insolvencia interviniendo dolo o culpa grave, la
calificación permite aumentar el «grado de satisfacción» de los acreedores concursales.
conocimiento se atribuye a los juzgados de lo mercantil (si bien los jueces de 1ª instancia tienen
competencia reconocida para declarar y tramitar el concurso de acreedores de una persona
natural que no sea empresaria). El procedimiento concursal es tan complejo porque
comprende las tres manifestaciones de la función jurisdiccional: declarativa, ejecutiva y
cautelar; y, además, se proyecta sobre la totalidad del patrimonio del deudor y de los
acreedores (procedimiento universal).
El “modelo general” del procedimiento de concurso de acreedores tiene dos fases sucesivas:
1ª fase: la Ley la denomina fase común y su finalidad es determinar las masas activa y
pasiva.
2ª fase: de contenido alternativo, que puede ser, bien la fase de convenio, bien la fase
de liquidación.
Ahora bien, tenemos que destacar que aunque se haya declarado el concurso, deberá
procederse a la conclusión del procedimiento por insuficiencia de la masa activa, cuando no
siendo previsible el ejercicio de acciones de reintegración, de impugnación o de
responsabilidad de terceros, ni la calificación del concurso como culpable, el patrimonio del
concursado no sea presumiblemente suficiente para la satisfacción de los créditos contra la
masa, salvo que el juez considere que estas cantidades estén garantizadas por un tercero de
manera suficiente (art. 176 bis.1 LC).
Junto al concurso de acreedores con dos fases consecutivas, existen concursos en los que la
tramitación propiamente dicha se reduce a una sola fase. Así sucede, por ejemplo, en caso de
aprobación de una propuesta de convenio anticipado en la fase común.
También, la liquidación puede abrirse desde el primer momento: el deudor puede solicitar la
apertura de la liquidación «en cualquier momento» del procedimiento, y es incluso posible que
el deudor la inste en la propia solicitud de declaración de concurso, acompañando un plan de
liquidación.
También, existen concursos en los que se suceden tres fases: la fase común, la fase de convenio
y la fase de liquidación. Esto ocurre: 1) cuando, abierta la fase de convenio, no se presenta
ninguna propuesta; 2) cuando la propuesta presentada no consiga los porcentajes de pasivo
necesarios para considerarse aceptada por la colectividad de acreedores; 3) cuando, a pesar
de ello, no sea aprobada por el juez; 4) cuando se declare la nulidad o el incumplimiento del
convenio aprobado.
En todos estos casos, el juez dictará auto declarando de oficio la apertura de la liquidación (art.
143 LC), que, en realidad, supone la llamada «conversión» de la fase de convenio en fase de
liquidación.
El procedimiento concursal presenta una dinámica singular. Las diferentes actuaciones se van
ordenando en las distintas «secciones» del concurso cuyo contenido determina la Ley, y en las
«piezas separadas» que sean necesarias (art. 183). En las distintas secciones se ordenarán
también las actuaciones correspondientes a los posibles incidentes que se promuevan durante
el procedimiento. Una vez declarado el concurso, el Secretario judicial impulsará de oficio el
proceso (art. 186. 1 LC).
La Ley Concursal no ofrece una clasificación de las diferentes modalidades de concurso, sin
embargo, se pueden deducir de la regulación distintos tipos de concurso de acreedores:
2. Según los efectos del procedimiento sobre las facultades patrimoniales del deudor,
distinguimos entre el concurso con intervención y el concurso con suspensión de facultades
(art. 21.1-2º LC). En el primero, el deudor conserva las facultades de administración y disposición
sobre la masa activa, aunque el ejercicio de estas facultades queda sometido a la autorización o
conformidad del administrador concursal (art. 40.1 LC). En el segundo, el deudor pierde las
facultades de administración y disposición sobre la masa activa y es sustituido por el
administrador concursal (art. 40.2 LC). Como regla general, si el concurso es voluntario se
acordará la intervención, y si es necesario, la suspensión. Se trata de incentivar al deudor para
que solicite oportunamente el concurso. Ahora bien, esta regla no tiene carácter absoluto, ya
que el juez está facultado para acordar la suspensión en el supuesto de concurso voluntario o la
mera intervención aunque el concurso sea necesario (art. 40.3 LC) y, además, el cambio de las
situaciones originarias de intervención o suspensión puede ser acordado en cualquier momento
por el juez, a solicitud de la administración concursal y oído el concursado (art. 40.4 LC).
3. No obstante lo dispuesto en los apartados anteriores, el juez podrá acordar la suspensión en caso de
concurso voluntario o la mera intervención cuando se trate de concurso necesario. En ambos casos,
deberá motivarse el acuerdo señalando los riesgos que se pretendan evitar y las ventajas que se quieran
obtener.
4. A solicitud de la administración concursal y oído el concursado, el juez, mediante auto, podrá acordar
en cualquier momento el cambio de las situaciones de intervención o de suspensión de las facultades
del deudor sobre su patrimonio.
…
Por otra parte, cualquier acto del deudor que infrinja las limitaciones establecidas,
podrá ser anulado a instancia de la propia administración concursal. En todo caso, una vez
abierta la liquidación, la situación del concursado será la de suspensión del ejercicio de las
facultades de administración y disposición sobre la masa activa.
3. Desde una perspectiva procesal, el concurso puede ser ordinario y abreviado, según
sea más menos complejo, o según que el deudor presente o no una propuesta anticipada de
convenio o una propuesta de convenio que incluya una modificación estructural que contemple
la transmisión íntegra del activo y del pasivo. En todo caso, el procedimiento será abreviado
cuando el deudor presente con la solicitud de concurso un plan de liquidación que contenga una
propuesta escrita vinculante de compra de la unidad productiva o bien hubiera cesado en la
actividad (art. 190.3 LC). En general, el concurso ordinario es el procedimiento de referencia, y
el concurso abreviado supone una simplificación de trámites y plazos.
acude directamente ante la situación de insolvencia del deudor. El segundo resulta del fracaso
de un previo expediente de acuerdo extrajudicial de pagos o de alguno de los acuerdos de
refinanciación, y presenta unas características especiales que lo distinguen esencialmente. A
este concurso puede accederse por varias vías: al no poder alcanzar el acuerdo de
refinanciación o el acuerdo extrajudicial de pagos, y por el incumplimiento del acuerdo o la
anulación del acuerdo alcanzado. También son varios los legitimados para solicitar el concurso
consecutivo: el mediador concursal, el deudor y los acreedores. En todo caso, el concurso
consecutivo es un concurso con especialidades.
7. Desde un punto de vista subjetivo, es posible distinguir los concursos aislados y los
concursos conexos. En el primer caso, el concurso se presenta aislado sin conexión con otros
concursos. La insolvencia se circunscribe a un único sujeto inmerso en el procedimiento
concursal. En el segundo caso, concurren varios concursos conectados o vinculados entre sí, de
modo que los diferentes concursos se tramitan de forma coordinada ante el mismo juez. Los
vínculos o conexiones entre los concursos pueden derivar de distintas circunstancias: que se
trate de cónyuges, parejas de hecho inscritas, sociedades que pertenecen al mismo grupo,
administradores o socios de la empresa personalmente responsables por las deudas de la
sociedad o deudores entre los que exista confusión de patrimonios. La Ley permite diferenciar
dos modalidades de tratamiento de los concursos conexos: o bien los concursos son conexos
desde el momento inicial, por la solicitud de declaración judicial conjunta de concurso de
varios deudores entre los que se dan alguna de las conexiones legalmente previstas (art. 25
LC); o bien los concursos son declarados aisladamente y, con posterioridad, el juez acuerda su
acumulación a instancia de cualquiera de los concursados, de cualquiera de las
administraciones concursales o, en su defecto, de cualquiera de los acreedores (art. 25 bis LC).
La regla para la tramitación de los concursos declarados conjuntamente o acumulados es la
coordinación sin consolidación de masas. Sin embargo, excepcionalmente, se podrán
consolidar inventarios y listas de acreedores a los efectos de elaborar el informe de la
administración concursal cuando exista confusión de patrimonios y no sea posible deslindar la
titularidad de activos y pasivos sin incurrir en un gasto o en una demora injustificados. (art. 25
ter LC).
8. Por último, la Ley permite diferenciar los concursos con calificación y los concursos
sin calificación, según proceda o no la apertura de la sección sexta o sección de calificación.
Esta sección del procedimiento no se abre en todos los concursos, sino solo en aquellos en los
que no haya sido posible el convenio y se ordene la liquidación, o bien cuando concurra un
convenio de carácter gravoso para los acreedores, en el que se pacte una quita superior o igual
a un tercio del importe de los créditos o una espera superior o igual a los tres años (v., art. 167
LC), o el convenio resulte incumplido. Cuando el alcance de las quitas o esperas en el convenio
sea inferior a esos límites no procederá la formación de la sección de calificación del concurso.
En la Ley Concursal se regulan dos expedientes que podrían utilizarse para evitar la situación
de insolvencia de un deudor en dificultades, y para eludir el concurso de acreedores ante una
situación de insolvencia actual. Por eso se habla de soluciones preventivas de la insolvencia o
de instrumentos legales encaminados a evitar el concurso de acreedores.
Las soluciones preconcursales a la insolvencia tratan de evitar que las dificultades económicas
y financieras del deudor se agraven hasta desembocar en insolvencia, o bien procuran una
solución para la insolvencia fuera del concurso de acreedores. Se articulan en base a dos
instrumentos: los acuerdos de refinanciación y el acuerdo extrajudicial de pagos. Los acuerdos
de refinanciación se dirigen a la obtención de nuevos ingresos de tesorería y a la refinanciación
con deudas nuevas y nuevos pactos de espera, pero sin un plan de pagos forzoso. Sin embargo,
en el acuerdo extrajudicial de pagos el deudor pretende salir de la situación de insolvencia
mediante un plan de pagos, que busca reducir las deudas anteriores o nuevas formas de hacer
frente a las obligaciones. Ambos acuerdos requieren la existencia de un plan de viabilidad sobre
las expectativas de continuación de la actividad profesional o empresarial del deudor, y ambas
figuras se concilian con la solución concursal mediante el sistema de la comunicación de
negociaciones.
I. La declaración de concurso
1. El presupuesto subjetivo del concurso: la condición de persona del deudor
2. El presupuesto objetivo del concurso: la insolvencia del deudor.
3. La solicitud de concurso
4. La declaración judicial de concurso
5. Los concursos conexos
II. Los órganos del concurso
6. el juez del concurso
A. Los juzgados de lo mercantil: la competencia del juez del concurso
B. La jurisdicción del juez del concurso
7. La administración concursal
A. Concepto, naturaleza y funciones de la administración concursal
B. El nombramiento de la administración concursal
C. El ejercicio, la retribución y la responsabilidad del administrador concursal
I. LA DECLARACIÓN DE CONCURSO
1. La declaración de concurso procederá respecto de cualquier deudor, sea persona natural o jurídica.
2. El concurso de la herencia podrá declararse en tanto no haya sido aceptada pura y simplemente.
3. No podrán ser declaradas en concurso las entidades que integran la organización territorial del
2º La existencia de embargos por ejecuciones pendientes que afecten de una manera general al
patrimonio del deudor.
La finalidad principal del procedimiento es el pago de los acreedores. La ley establece que la
insuficiencia de la masa activa para satisfacer los créditos contra la masa, es causa de
conclusión del procedimiento. Por otra parte, también debe existir masa activa suficiente para
satisfacer los gastos del propio concurso. Sin embargo, esto no quiere decir que la ley considere
la «suficiencia» de la masa como un presupuesto para admitir la declaración de concurso.
Además, el juez podrá declarar la conclusión en cualquier momento, cuando considere inviable
tanto el ejercicio de acciones de reintegración de la masa como la culpabilidad del concurso de
la que pudiera derivar una responsabilidad de terceros cómplices y, en su caso, de
administradores, liquidadores, apoderados generales y socios de la concursada con la que se
reintegraría el patrimonio concursal (art. 176 bis.1 y 4 LC).
Por otra parte, la solicitud de declaración de concurso puede ser presentada por el
propio deudor o por un acreedor. Si la solicitud es presentada por el propio deudor (concurso
voluntario), deberá justificar su estado de insolvencia, y también su endeudamiento (art. 2.3
LC). Además, ese estado de insolvencia no tiene por qué ser actual, sino que puede ser también
inminente. Se entiende que el deudor se encuentra en estado de insolvencia inminente cuando
prevea que no podrá cumplir regular y puntualmente sus obligaciones (aunque todavía no sean
exigibles).
3. LA SOLICITUD DE CONCURSO
Sólo las personas legitimadas pueden instar el concurso de acreedores. El juez no puede
declararlo de oficio, ni tampoco está legitimado el Ministerio Fiscal, a quien únicamente se le
impone un deber derivado de sus actuaciones por delitos contra el patrimonio y contra el orden
socioeconómico (art. 4 LC).
Con carácter general, los legitimados para la solicitud de concurso son, el propio deudor y
cualquiera de sus acreedores, salvo aquellos que hubieran adquirido el crédito por actos inter
vivos, a título singular, después de su vencimiento y dentro de los 6 meses anteriores a la
presentación de la solicitud, así como el mediador concursal (art. 3.1 y 2 LC). En caso de persona
jurídica, será competente para realizar la solicitud de concurso voluntario el órgano de
administración (o los liquidadores). En algunas sociedades, la legitimación se extiende a los
socios ilimitadamente responsables de las deudas sociales (art. 3.1 y 3 LC).
1. Para solicitar la declaración de concurso están legitimados el deudor, cualquiera de sus acreedores
y el mediador concursal cuando se trate del procedimiento regulado en el Título X de esta Ley.
Si el deudor fuera persona jurídica, será competente para decidir sobre la solicitud el órgano de
administración o de liquidación.
2. Por excepción a lo dispuesto en el apartado anterior, no está legitimado el acreedor que, dentro de
los seis meses anteriores a la presentación de la solicitud, hubiera adquirido el crédito por actos inter
vivos y a título singular, después de su vencimiento.
3. Para solicitar la declaración de concurso de una persona jurídica, están también legitimados los
socios, miembros o integrantes que sean personalmente responsables, conforme a la legislación
vigente, de las deudas de aquélla.
El deudor tiene un deber de solicitar su propio concurso dentro de los 2 meses siguientes a la
fecha en que hubiera conocido o debido conocer su estado de insolvencia (art. 5.1 LC). Salvo
prueba en contrario, se presumirá que el deudor conocía su estado de insolvencia cuando
concurriera alguno de los denominados hechos presuntos reveladores, que permiten al
acreedor instar el concurso (arts. 5.2 y 2.4 LC).
1. El deudor deberá solicitar la declaración de concurso dentro de los dos meses siguientes a la fecha
en que hubiera conocido o debido conocer su estado de insolvencia.
2. Salvo prueba en contrario, se presumirá que el deudor ha conocido su estado de insolvencia cuando
haya acaecido alguno de los hechos que pueden servir de fundamento a una solicitud de concurso
necesario conforme al apartado 4 del artículo 2 y, si se trata de alguno de los previstos en su párrafo
4º, haya transcurrido el plazo correspondiente.
El deber se modifica considerablemente si el deudor pone en conocimiento del juez- antes del
vencimiento del plazo de 2 meses- que ha iniciado negociaciones con sus acreedores para
1. El acreedor que inste la declaración de concurso deberá expresar en la solicitud el título o hecho en
el que de acuerdo con el art. 2.4 funda su solicitud, así como el origen, naturaleza, importe, fechas de
adquisición y vencimiento y situación actual del crédito, del que acompañará documento acreditativo.
2. En todo caso, se expresarán en la solicitud los medios de prueba de que se valga o pretenda valerse
el solicitante para acreditar los hechos en que la fundamente. La prueba testifical no será bastante por
sí sola.
Para conocer del concurso, es competente el juez de lo mercantil del territorio donde tenga el
deudor el centro de sus intereses principales. Siempre que el centro de intereses se encuentre
en España, será también competente el juez de lo mercantil donde radique el domicilio del
deudor. En caso de deudor persona jurídica, el centro de sus intereses principales está en el
lugar del domicilio social. Cuando se hubieran presentado solicitudes de concurso ante dos o
más Juzgados competentes, será preferente aquel ante el que se hubiera presentado la
primera solicitud.
En los casos de concursos de persona natural que no sea empresario, la competencia para
declarar y tramitar el concurso corresponderá a los juzgados de primera instancia (art. 85.6
LOPJ).
La declaración del concurso de acreedores se produce mediante auto que dicta el juez del
concurso. En función de quién presenta la solicitud podemos distinguir:
- Si la solicitud hubiera sido presentada por otro legitimado: Con carácter general, el juez
se limitará a dictar un auto de admisión a trámite, ordenando el emplazamiento del deudor, y,
adoptando, en su caso, las medidas cautelares necesarias para asegurar la integridad del
patrimonio del deudor mientras se decide si procede o no declarar el concurso de acreedores
(art. 17 LC). Se abre entonces la posibilidad de que el deudor se oponga a la solicitud.
Presentada la oposición, se celebrará una vista, que terminará con el auto de declaración de
concurso o con el de desestimación de la solicitud, contra los cuales podrá interponerse recurso
de apelación. Una vez firme el auto de desestimación de la solicitud de concurso, el deudor
podrá reclamar los daños y perjuicios que le hubiera podido ocasionar la solicitud (art. 20.1 LC).
Pero, si la solicitud la presenta un acreedor y se funda en un embargo o en una investigación
de patrimonio infructuosos o que hubiera dado lugar a una declaración administrativa o judicial
de insolvencia, el juez dictará auto de declaración de concurso el primer día hábil siguiente (art.
15.1 LC).
Se consideran concursos conexos aquellos de diferentes deudores que reúnan entre sí las
condiciones establecidas legalmente, de modo que los diferentes concursos, se tramitarán de
forma coordinada ante el mismo juez. Los concursos pueden ser conexos originariamente, por
haberse declarado de forma conjunta (art. 25 LC), o de forma sobrevenida, porque, una vez
declarados, sean acumulados, a petición de cualquiera de los deudores o de cualquiera de las
administraciones concursales (art. 25 bis LC).
1. Podrán solicitar la declaración judicial conjunta de concurso aquellos deudores que sean cónyuges
o que sean administradores, socios, miembros o integrantes personalmente responsables de las
deudas de una misma persona jurídica, así como cuando formen parte del mismo grupo de sociedades.
2. El acreedor podrá solicitar la declaración judicial conjunta de concurso de varios de sus deudores,
cuando sean cónyuges, exista entre ellos confusión de patrimonios o formen parte del mismo grupo
de sociedades.
3. El juez podrá declarar el concurso conjunto de dos personas que sean pareja de hecho inscrita, a
solicitud de los miembros de la pareja o de un acreedor, cuando aprecie la existencia de pactos
expresos o tácitos o de hechos concluyentes de los que se derive la inequívoca voluntad de los
convivientes de formar un patrimonio común.
…
3. La acumulación procederá aunque los concursos hayan sido declarados por diferentes juzgados. En
ese caso, la competencia para la tramitación de los concursos acumulados corresponderá al juez que
estuviera conociendo del concurso del deudor con mayor pasivo en el momento de la presentación de
la solicitud de concurso, o en su caso, del concurso de la sociedad dominante o cuando ésta no haya
sido declarada en concurso, el que primero hubiera conocido del concurso de cualquiera de las
sociedades del grupo.
Los concursos conexos se tramitarán de forma coordinada, aunque sin consolidación de las
masas. Excepcionalmente, sin embargo, se podrán consolidar inventarios y listas de
acreedores a los efectos de elaborar el informe de la administración concursal cuando exista
confusión de patrimonios y no sea posible deslindar la titularidad de activos y pasivos sin
incurrir en un gasto o en una demora injustificados (art. 25 ter LC). Con el fin de facilitar la
tramitación coordinada de los concursos, la administración concursal será única, aunque el juez
designará al menos un auxiliar delegado. Además, en los concursos conexos, las propuestas de
convenio pueden someterse a la condición de la aprobación judicial del convenio en otro u
otros de los concursos (art. 102.2 LC).
La Ley Orgánica 8/2003, de 9 de julio, para la Reforma Concursal, creó, dentro del orden
jurisdiccional civil, los Juzgados de lo Mercantil, cuya competencia se establece, con carácter
general, en el artículo 86 ter de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La creación de los juzgados
de lo mercantil se debió a la necesidad de contar con magistrados que tuvieran conocimientos
suficientes para afrontar la muy compleja materia concursal. Se trata, por tanto, de juzgados
especializados dentro del orden jurisdiccional civil, si bien la especialización solo se garantiza
en la base, ya que no sucede lo mismo en todas las instancias superiores.
El juez mercantil es el juez ordinario del concurso, con competencia para conocer todas las
cuestiones que se susciten en el ámbito concursal y, en aras de la unidad procedimental, de
diversas materias pertenecientes a distintos órdenes, civil, contencioso-administrativo o
laboral, consideradas de especial trascendencia para el patrimonio del concursado. Sin
embargo, no debe olvidarse que, además de los asuntos propiamente concursales, se atribuye
a estos juzgados un conjunto heterogéneo de materias adicionales; atribución que se quiso
Por otra parte, la última reforma de la LOPJ debida a la Ley Orgánica 7/2015, de 21 de julio,
introduce un nuevo apartado 6 en el art. 85, que atribuye a los juzgados de primera instancia
la competencia para conocer de los concursos de personas físicas que no sean empresarios.
Ahora bien, aunque a la fecha de la solicitud de declaración de concurso el deudor ya no tuviera
la condición de empresario, los jueces de lo mercantil serían competentes para declarar el
concurso de acreedores de un sujeto que ha sido empresario y cuyas deudas tienen un origen
empresarial.
La jurisdicción del juez del concurso es exclusiva y excluyente en un conjunto de materias que
tiene atribuidas legalmente y que la ley especifica (arts. 8 y 50 LC en relación con el 86 ter LOPJ):
- Acciones civiles con trascendencia patrimonial que se dirijan contra el patrimonio del
concursado (con excepción de las que se ejerciten en procesos sobre capacidad, filiación,
matrimonio, menores, y las encaminadas a la adopción de medidas cautelares)
- Acciones de reclamación contra los socios para exigir el pago de deudas sociales,
cuando sean subsidiariamente responsables de las deudas de la sociedad, o los desembolsos
pendientes o el cumplimiento de las prestaciones accesorias
Por regla general, podemos deducir de la normativa que la competencia del juez del concurso
se extiende únicamente a los procedimientos en los que el deudor concursado es parte
demandada o ejecutada, y no a aquellos otros en los que adopte una posición activa como
actor o ejecutante, que se sujetan a las normas de competencia generales previstas en la LEC.
Sin embargo, hay excepciones a esta regla. Así, en el ámbito de los contratos, la norma atribuye
al juez del concurso la competencia para conocer de la acción resolutoria del contrato por
incumplimiento de cualquiera de las partes; de modo que, tanto si la acción se dirige contra el
concursado cuanto si se dirige contra la parte in bonis, no concursada, habrá de ejercerse ante
el juez del concurso.
Por otra parte, la Ley Concursal mantiene una concepción bastante amplia de la prejudicialidad,
que se extiende a las cuestiones prejudiciales civiles, administrativas o sociales «directamente
relacionadas con el concurso o cuya resolución sea necesaria para el buen desarrollo del
procedimiento concursal». No obstante, la decisión sobre las cuestiones prejudiciales que
adopte el juez del concurso no surtirá efecto fuera del proceso concursal en el que se produzca.
Esta misma orientación se sigue en el ámbito de la prejudicialidad penal, que presenta en la
Ley Concursal una regulación específica que impide la suspensión del procedimiento por la
aparición de una cuestión prejudicial penal (art. 189). Admitida a trámite la querella o denuncia
criminal sobre hechos que tengan relación o influencia en el procedimiento concursal, será
competencia del juez del concurso adoptar las medidas de retención de pagos a los acreedores
inculpados u otras análogas que permitan continuar la tramitación del procedimiento, siempre
que no hagan imposible la ejecución de los pronunciamientos patrimoniales de la eventual
condena penal. Ahora bien, si existe un proceso penal pendiente, el juez del concurso deberá
suspender su decisión respecto de la exoneración del pasivo insatisfecho a favor del deudor
persona natural hasta que exista sentencia penal firme, ya que, en principio, solo los deudores
de buena fe pueden acogerse a este beneficio.
Por último, en el ámbito internacional la jurisdicción del juez del concurso «comprende
únicamente el conocimiento de aquellas acciones que tengan su fundamento jurídico en la
legislación concursal y guarden una relación inmediata con el concurso». De este modo, por
regla general, no se mantiene el principio de vis attractiva que atribuye al juez del concurso un
conocimiento universal de todas las cuestiones que puedan tener trascendencia respecto del
patrimonio del concursado.
7. LA ADMINISTRACIÓN CONCURSAL
Con carácter general, se prevé el nombramiento de un solo administrador concursal (art. 27.1
LC). Sin embargo, frente al sistema de administración concursal única, se establece una
administración concursal dual para los concursos en los que exista una causa de interés público
que lo justifique. En estos casos, el juez del concurso, de oficio o a instancia de un acreedor de
carácter público, podrá nombrar como segundo administrador concursal a una Administración
pública acreedora o a una entidad de Derecho Público acreedora vinculada o dependiente de
ella (art. 27.7 LC).
Por otra parte, en los concursos conexos, se deberá designar, en la medida de lo posible, una
administración concursal única, aunque, cuando eso suceda, habrán de nombrarse también
auxiliares delegados. Asimismo, en caso de acumulación de concursos ya declarados, el
nombramiento podrá recaer en una de las administraciones concursales ya existentes.
Solo podrán ser nombradas como administrador concursal las personas naturales o jurídicas
que estén inscritas en la sección cuarta del Registro público concursal. Y solo podrán solicitar
la inscripción en el Registro público concursal las personas naturales o jurídicas que cumplan
los requisitos que se determinen reglamentariamente. Esos requisitos podrán referirse a la
titulación requerida, a la experiencia a acreditar y a la realización o superación de pruebas o
cursos específicos (art. 27.2 y 3 LC; no obstante, y hasta que se produzca el desarrollo
reglamentario de la norma, el cargo podrá recaer en un abogado en ejercicio con cinco años
de experiencia profesional efectiva en el ejercicio de la abogacía, que hubiera acreditado
formación especializada en Derecho concursal; un economista, titulado mercantil o auditor de
cuentas con cinco años de experiencia profesional, con especialización demostrable en el
ámbito concursal, o una persona jurídica en la que se integre, al menos, un abogado en ejercicio
y un economista, titulado mercantil o auditor de cuentas, que garantice la debida
independencia y dedicación en el desarrollo de las funciones de administración concursal, y
que habrá de comunicar la identidad de la persona natural –un profesional del ámbito jurídico
o económico– que la representará).
d) quienes estén especialmente relacionados con alguna persona que haya prestado
cualquier clase de servicios profesionales al concursado o a personas especialmente
relacionadas con éste en los últimos tres años.
Por otro lado, el sistema se complica aún más con el nombramiento de auxiliares delegados,
cuyo perfil no es nada claro. El auxiliar delegado no solo podrá ser solicitado por la
administración concursal, sino que podrá ser nombrado directamente por el juez del concurso
cuando exista un único administrador concursal –que no sea la persona jurídica que integre
ambos tipos de profesionales– (art. 31.1-II LC). Además, será obligatorio el nombramiento de,
al menos, un auxiliar delegado, cuando el concurso se refiera a empresas de gran dimensión o
con establecimientos dispersos por el territorio, cuando se solicite prórroga para la emisión del
informe y en concursos conexos en los que se haya nombrado una administración concursal
única (art. 31.1-III).
En cuanto a la forma de ejercer sus funciones, cuando el órgano esté integrado por dos
miembros, la administración será conjunta o mancomunada, sin perjuicio de que el juez pueda
atribuir determinadas competencias a uno u otro de los administradores y resolver en caso de
disconformidad. Asimismo, el administrador concursal está sometido al control del juez del
concurso. En cualquier momento el juez podrá requerir a la administración concursal una
información específica o una memoria sobre el estado del concurso o sobre cualquier cuestión.
En todo caso, el derecho a la retribución constituye un crédito contra la masa, de modo que
la remuneración será satisfecha en el momento en el que se devengue (a sus respectivos
vencimientos, según la expresión legal: cualquiera que sea el estado del concurso). En aquellos
concursos en los que la masa sea insuficiente, se garantizará el pago de un mínimo retributivo
establecido reglamentariamente, mediante la cuenta de garantía arancelaria.
Junto a sus auxiliares delegados, los administradores concursales están sujetos a un régimen
de responsabilidad por los daños que causen a la masa, al deudor, a los acreedores o a tercero.
La responsabilidad será solidaria, salvo cuando prueben haber empleado toda la diligencia
debida para evitar o prevenir el daño.
Además, la norma dispone que, cuando concurra justa causa, el juez podrá separar del cargo a
cualquiera de los miembros del órgano, o revocar el nombramiento de los auxiliares delegados
(art. 37 LC). En caso de separación y en cualquier otro supuesto de cese producido durante el
procedimiento, el juez procederá de inmediato a efectuar un nuevo nombramiento (art. 38 LC).
La función del administrador concursal finalizará también con la aprobación judicial del
convenio y con la conclusión del concurso. Cualquiera que sea la causa, el cese determinará el
deber de rendir cuentas.
Para hablar de los efectos que el concurso produce sobre el deudor, debemos diferenciar entre
la simple declaración y la solución que se alcance en el procedimiento: el convenio o la
liquidación.
3. No obstante lo dispuesto en los apartados anteriores, el juez podrá acordar la suspensión en caso
de concurso voluntario o la mera intervención cuando se trate de concurso necesario. En ambos casos
deberá motivarse el acuerdo señalando los riesgos que se pretendan evitar y las ventajas que se
quieran obtener.
los bienes, derechos y obligaciones que hayan de integrarse en el concurso y, en su caso, a las que
correspondan al deudor de la sociedad o comunidad conyugal.
El deudor conservará la facultad de testar, sin perjuicio de los efectos del concurso sobre la herencia.
7. Los actos del deudor que infrinjan las limitaciones establecidas en este artículo sólo podrán ser
anulados a instancia de la administración concursal y cuando ésta no los hubiese convalidado o
confirmado. Cualquier acreedor y quien haya sido parte en la relación contractual afectada por la
infracción podrá requerir de la administración concursal que se pronuncie acerca del ejercicio de la
correspondiente acción o de la convalidación o confirmación del acto. La acción de anulación se
tramitará, en su caso, por los cauces del incidente concursal y caducará, de haberse formulado el
requerimiento, al cumplirse un mes desde la fecha de éste. En otro caso, caducará con el cumplimiento
del convenio por el deudor o, en el supuesto de liquidación, con la finalización de ésta.
Los referidos actos no podrán ser inscritos en registros públicos mientras no sean confirmados o
convalidados, o se acredite la caducidad de la acción de anulación o su desestimación firme.
Art. 41. LC. Efectos sobre las comunicaciones, residencia y libre circulación del deudor.
Los efectos de la declaración de concurso sobre los derechos y libertades fundamentales del deudor en
materia de correspondencia, residencia y libre circulación serán los establecidos en la Ley Orgánica
para la Reforma Concursal.
2. Los deberes a que se refiere el párrafo anterior alcanzarán también a los apoderados del deudor y
a quienes lo hayan sido dentro el período señalado.
1. …
2. Desde la eficacia del convenio cesarán todos los efectos de la declaración de concurso, quedando
sustituidos por los que, en su caso, se establezcan en el propio convenio, salvo los deberes de
colaboración e información establecidos en el artículo 42, que subsistirán hasta la conclusión del
procedimiento.
1. El convenio podrá establecer medidas prohibitivas o limitativas del ejercicio de las facultades de
administración y disposición del deudor. Su infracción consistirá incumplimiento del convenio, cuya
declaración podrá ser solicitada del juez por cualquier acreedor.
2. Las medidas prohibitivas o limitativas serán inscribibles en los registros públicos correspondientes
y, en particular, en los que figuren inscritos los bienes o derechos afectados por ellas. La inscripción no
impedirá el acceso a los registros públicos de los actos contrarios, pero perjudicará a cualquier titular
registral la acción de reintegración de la masa que, en su caso se ejercite.
Asimismo, hay que distinguir los efectos específicos que se producen sobre la persona natural
y los que se producen sobre la persona jurídica. La declaración de concurso de la persona
natural origina un especial derecho de alimentos con cargo a la masa activa, a favor del
concursado y de las personas sobre las que tuviera el deber legal de prestarlos (art. 47 LC).
También la declaración de concurso, da derecho al cónyuge del concursado a solicitar del juez
la disolución de la sociedad de gananciales cuando se hubieran incluido en el inventario de la
masa activa bienes gananciales o comunes que deban responder de las obligaciones del
concursado (art. 77.2 LC). Por otro lado, la declaración de concurso de la persona jurídica no
constituye causa de disolución, pero produce algunos efectos específicos sobre sus órganos y
sobre sus socios (arts. 48 y ss. LC).
1) En unos casos el concursado quedará sujeto a intervención: esto supone que estará
sometido a la autorización o conformidad de la administración concursal para la administración
y disposición de los bienes de la masa activa.
Del mismo modo, se mantendrá el deber de formular las cuentas anuales y de sometimiento a
auditoría de esas cuentas en los casos legalmente previstos. En caso de intervención, la
formulación y el sometimiento a auditoría de las cuentas se realizarán por los propios
administradores de la sociedad bajo la supervisión de la administración concursal, mientras
que en caso de suspensión la tarea corresponderá a la administración concursal. El juez del
concurso podrá acordar la revocación del nombramiento del auditor de cuentas de la persona
jurídica deudora y el nombramiento de otro para la verificación de las cuentas anuales.
Junto a estos deberes generales, el concursado tiene el deber específico de poner a disposición
de la administración concursal los libros de contabilidad y los libros corporativos (libros de
actas, libro registro de acciones nominativas o de socios), así como los documentos de
Para asegurar el cumplimiento de todos esos deberes, el juez puede acordar la limitación de
alguno de los derechos y libertades fundamentales del concursado, materia que se regula en
la Ley Orgánica para la Reforma Concursal (LORC). Las medidas limitativas sólo podrán
establecerse cuando sean imprescindibles para conseguir el objetivo fundamental del
concurso: la satisfacción de los acreedores. Además, estas medidas deberán observar los
requisitos y los límites marcados por la doctrina del TC (especialmente, STC 15 de diciembre de
1985) y tener en cuenta el grado de cumplimiento de los deberes de colaboración. Se podrán
limitar los derechos fundamentales tanto de personas naturales como de personas jurídicas.
En caso de concurso de una persona jurídica, la limitación podrá acordarse también respecto
de todos o algunos de sus administradores o liquidadores.
Por otro lado, “si el cargo de administrador de la persona jurídica fuera retribuido, el juez del
concurso podrá acordar que deje de serlo o reducir el importe de la retribución, a la vista del
contenido y la complejidad de las funciones de administración y del patrimonio de la
concursada” (art. 48.4 LC). Además, siempre que estén afectados los intereses patrimoniales
de la persona jurídica concursada, el juez podrá atribuir a la administración concursal el
ejercicio de los derechos políticos que correspondan a la concursada en otras entidades.
Art. 48 quáter. Efectos de la declaración de concurso sobre las acciones contra los administradores de
la sociedad deudora.
Hay que destacar también que el juez del concurso puede ordenar el embargo de bienes y
derechos de los administradores y de los apoderados generales como medida cautelar especial
respecto de la condena que podría recaer sobre los causantes de la calificación del concurso
como culpable, consistente en la cobertura del déficit que resulte de la liquidación (art. 48 ter.1
en relación con el art. 172 bis LC).
Art. 48 bis. Efectos de la declaración de concurso sobre las acciones contra los socios.
Una vez declarado el concurso, los acreedores podrán ejercitar acciones declarativas
individuales con trascendencia patrimonial frente al concursado, pero deberán hacerlo ante el
juez del concurso. Es decir, las acciones civiles declarativas con trascendencia patrimonial que
se interpongan frente al concursado, pasan a ser competencia del juez del concurso. Y los
jueces del orden civil ante quienes se interpongan demandas de las que deba conocer el juez
del concurso tienen el deber legal de abstención.
Finalmente, se ejercitarán ante el juez del concurso las acciones colectivas de extinción,
modificación y suspensión de contratos de trabajo, y también las acciones individuales sobre
suspensión o extinción de contratos de alta dirección. Sin embargo, para conocer de todas las
demás acciones de carácter social, seguirán siendo competentes los jueces del orden
jurisdiccional social.
1. Las sentencias y los laudos firmes dictados antes o después de la declaración de concurso vinculan
al juez de éste, el cual dará a las resoluciones pronunciadas el tratamiento concursal que corresponda.
1. Los juicios declarativos en que el deudor sea parte y que se encuentren en tramitación al momento
de la declaración de concurso continuarán sustanciándose ante el mismo tribunal que estuviere
conociendo de ellos hasta la firmeza de la sentencia.
Por excepción se acumularán de oficio al concurso, siempre que se encuentren en primera instancia y
no haya finalizado el acto de juicio o la vista, todos los juicios por reclamación de daños y perjuicios a
la persona jurídica concursada contra sus administradores o liquidadores, de hecho o de derecho, y
contra los auditores.
Los juicios acumulados continuarán su tramitación ante el juez del concurso, por los trámites del
procedimiento por el que viniera sustanciándose la reclamación, incluidos los recursos que procedan
contra la sentencia.
Por otra parte, el hecho de que el procedimiento que se está tramitando continúe ante el
mismo Tribunal hasta la firmeza de la sentencia, no significa que el concurso no produzca
efectos. Estos efectos se producirán según se haya decretado la suspensión y sustitución del
concursado por la administración concursal o la mera intervención. Cuando el deudor
simplemente sea intervenido, conservará su capacidad para actuar en juicio, aunque necesitará
la autorización de la administración concursal, para desistir, allanarse y transigir. En caso de
suspensión, la administración concursal sustituirá al concursado en los procedimientos
judiciales en trámite, si bien necesitará la autorización del juez del concurso para desistir,
allanarse y transigir. La sustitución no impedirá que el deudor mantenga su propia
representación y defensa separadas.
Por último, se establece una norma especial aplicable a los procedimientos arbitrales: ni los
pactos de mediación ni los convenios arbitrales suscritos por el concursado se verán afectados
por la declaración de concurso, aunque si el juez considera que pueden suponer un perjuicio
para la tramitación del procedimiento podrá acordar la suspensión de sus efectos.
Por otra parte, los créditos de terceros frente al concursado reconocidos en resolución arbitral
deben considerarse incontrovertidos en el concurso, de modo que la administración concursal
ha de incluirlos necesariamente en la lista de acreedores y calificarlos según su naturaleza.
Finalmente hay que destacar que la declaración de concurso no afecta a los créditos que
disfruten de garantía personal. Por tanto, sus titulares podrán, ejercitar su acción contra los
fiadores y contra los obligados solidarios.
No obstante, hay que tener en cuenta que la suspensión y paralización de ejecuciones judiciales
de bienes o derechos, se puede producir cuando se presente ante el juzgado competente para
la declaración de concurso la comunicación de negociaciones para alcanzar un acuerdo de
Sin embargo, la paralización de ejecuciones prevista una vez declarado el concurso no tiene
carácter absoluto, ya que tiene importantes excepciones, en función de la persona del acreedor
y de la naturaleza real de la garantía.
Desde la perspectiva del acreedor, podrán continuar, ante el mismo tribunal que venía
conociendo de la ejecución y hasta la aprobación del plan de liquidación, las ejecuciones
administrativas en las que se hubiera dictado diligencia de embargo, y las laborales , en las que
se hubieran embargado bienes del concursado, iniciadas antes de la declaración de concurso,
siempre que, además, los bienes afectados no resultasen necesarios para la continuidad de la
actividad profesional o empresarial del concursado.
B. Las reglas especiales para los procedimientos de ejecución de garantías reales y asimilados
Los acreedores con garantía real reciben un tratamiento especial: podrán iniciar o continuar
la ejecución o realización forzosa de la garantía cuando ésta recaiga sobre bienes que no
resulten necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor.
Por tanto, si el bien no resulta necesario, el concurso de acreedores no impide que el acreedor
con garantía real inicie o continúe la ejecución o realización forzosa de la garantía.
En cambio, si la garantía recae sobre bienes necesarios, la facultad de iniciar la ejecución queda
paralizada y la ejecución iniciada se suspende hasta que se apruebe un convenio cuyo
contenido no afecte al ejercicio del derecho de ejecución o transcurra un año desde la
declaración de concurso sin que se hubiera producido la apertura de la fase de liquidación (art.
56.1-I y 2 LC).
La propia norma establece que le corresponde al juez del concurso determinar si un bien del
concursado resulta necesario para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del
deudor.
Por otra parte, existen tres tipos de acciones cuya ejecución también puede ser paralizada:
1) las acciones dirigidas a recuperar los bienes vendidos a plazos o financiados con reserva de
dominio mediante contratos inscritos en el Registro de Bienes Muebles; 2) las resolutorias de
ventas de inmuebles por falta de pago del precio aplazado; y 3) las acciones tendentes a
recuperar los bienes cedidos en arrendamiento financiero mediante contratos inscritos en los
Registros de la Propiedad o de Bienes Muebles o formalizados en documento que lleve
aparejada ejecución.
Sin perjuicio de lo previsto en el art. 205, declarado el concurso, no procederá la compensación de los
créditos y deudas del concursado, pero producirá sus efectos la compensación cuyos requisitos
hubieran existido con anterioridad a la declaración, aunque la resolución judicial o acto administrativo
que la declare se haya dictado con posterioridad a ella.
En caso de controversia en cuanto a este extremo, ésta se resolverá a través de los cauces del incidente
concursal.
2. Lo dispuesto en el apartado anterior se entiende sin perjuicio de las acciones de reintegración que
en su caso procedan.
A estos efectos, la Ley aclara que cuando se den los requisitos de compensabilidad antes de la
declaración de concurso procederá la compensación, aunque la resolución judicial o el acto
administrativo que la declare se haya dictado con posterioridad a ese momento.
Comprobamos, por tanto, que la prohibición de compensación no es absoluta y cuenta con
importantes excepciones.
y, por su propia naturaleza, los créditos contra la masa, que no se someten a los efectos del
concurso.
2. No obstante, cuando en el concurso se llegue a una solución de convenio que no implique quita,
podrá pactarse en él el cobro, total o parcial, de los intereses cuyo devengo hubiese resultado
suspendido, calculados al tipo legal o al convencional si fuera menor. En caso de liquidación, si
resultara remanente después del pago de la totalidad de los créditos concursales, se satisfarán los
referidos intereses calculados al tipo convencional.
1) La suspensión no afecta a los créditos con garantía real, que seguirán devengando
intereses (aunque sólo hasta donde alcance la respectiva garantía).
Hay que destacar que la suspensión del devengo de intereses de los restantes créditos
concursales no tiene carácter definitivo, porque el deudor y los acreedores podrán pactar su
pago total o parcial en un convenio que no implique quita de los créditos; y, además, en caso
de liquidación, si resultare remanente después del pago de la totalidad de los créditos
concursales, habrán de satisfacerse los intereses suspendidos (art. 59.2).
En cuanto a la cuestión del ejercicio del derecho de retención en el concurso, la ley contiene
una previsión específica (art. 59 bis), que establece la suspensión del ejercicio del derecho de
retención sobre bienes y derechos integrados en la masa activa.
1. Declarado el concurso quedará suspendido el ejercicio del derecho de retención sobre bienes y
2. Si en el momento de conclusión del concurso esos bienes o derechos no hubieran sido enajenados,
deberán ser restituidos de inmediato al titular del derecho de retención cuyo crédito no haya sido
íntegramente satisfecho.
3. Esta suspensión no afectará a las retenciones impuestas por la legislación administrativa, tributaria,
laboral y de seguridad social.
Esta facultad, otorgada por la Ley al obligado a la entrega o restitución de una cosa, se dirige a
retrasar el cumplimiento de la obligación de entrega hasta que sea satisfecho el derecho de
crédito que tiene el retentor frente al acreedor a la entrega. La Ley Concursal somete el
derecho de retención al concurso y supedita los intereses del retentor a los intereses del
procedimiento (salvo, obviamente, que los bienes y derechos objeto de retención no formen
parte de la masa activa, en cuyo caso el derecho de retención podrá ejercerse sin limitación
alguna).
1. Desde la declaración hasta la conclusión del concurso quedará interrumpida la prescripción de las
acciones contra el deudor por los créditos anteriores a la declaración.
2. La interrupción de la prescripción no perjudicará a los deudores solidarios, así como tampoco a los
fiadores y avalistas.
3. Desde la declaración hasta la conclusión del concurso quedará interrumpida la prescripción de las
acciones contra socios y contra administradores, liquidadores y auditores de la persona jurídica
deudora.
También quedará interrumpida la prescripción de las acciones cuyo ejercicio quede suspendido en
virtud de lo dispuesto en esta ley.
4. En el supuesto previsto en los apartados anteriores, el cómputo del plazo para la prescripción se
iniciará nuevamente, en su caso, en el momento de la conclusión del concurso.
La Ley Concursal dispone tres grupos de normas para establecer los efectos del concurso sobre
los contratos concluidos por el deudor con anterioridad a la apertura del procedimiento:
1) Las normas generales que regulan los efectos del concurso sobre los contratos con
obligaciones recíprocas (arts. 61 a 63);
2) las normas que establecen una regulación particular para los contratos de trabajo,
contratos de personal de alta dirección y contratos con administraciones públicas (arts. 64, 65,
66 y 67);
3) por último, las disposiciones que prevén la rehabilitación de contratos de crédito, de
contratos de adquisición de bienes con precio aplazado y la enervación del desahucio en
arrendamientos urbanos (arts. 68, 69 y 70).
Por un lado, la regla de la vigencia del contrato depende del interés del concurso. Así, vemos
que la administración concursal o el concursado podrán solicitar al juez la resolución de los
contratos en interés del concurso, imputándose a la masa las restituciones e indemnizaciones
que procedan.
Por otro lado, cuando el contrato continúe, y no sea resuelto en interés del concurso, la
declaración de concurso no afectará a la facultad de las partes de resolverlo ante el
incumplimiento de cualquiera de ellas que se produzca durante el concurso. No obstante, se
establece, de nuevo en interés del concurso, y aunque exista causa de resolución, que el juez
podrá acordar el cumplimiento de los contratos, considerándose como créditos contra la masa
las prestaciones correspondientes al concursado (art. 62.3 LC), a menos que el contratante
obstaculizara de forma reiterada el cumplimiento del contrato en perjuicio del concurso, en
cuyo caso será sancionado con la calificación de esos créditos como subordinados (art. 92-7.º
LC). La acción resolutoria por incumplimiento se ejercitará ante el juez del concurso y se
sustanciará por los trámites del incidente concursal. En cuanto a los efectos de la resolución
quedarán extinguidas las obligaciones pendientes de vencimiento.
La Ley Concursal contempla supuestos especiales (art. 63) al disponer que las reglas generales
que se establecen para los contratos con obligaciones recíprocas no afectarán al ejercicio de la
facultad de denuncia unilateral del contrato que proceda conforme a la ley. Tampoco afectará
a la aplicación de las leyes que dispongan o expresamente permitan pactar la extinción del
contrato en los casos de situaciones concursales o de liquidación administrativa de alguna de
las partes.
Finalmente, los contratos celebrados con las administraciones públicas «se regirán por lo
establecido en la legislación especial» (art. 67 LC). En consecuencia, la declaración de concurso
es causa de resolución del contrato que el deudor hubiera concluido con el sector público, si
bien esta afirmación debe matizarse: al permitirse a la Administración Pública (no al concurso),
mientras no se haya producido la apertura de la fase de liquidación, continuar el contrato si el
contratista prestare las garantías suficientes para su ejecución.
La declaración de concurso puede producir efectos sobre contratos que en ese momento ya se
Podrán rehabilitarse los contratos de crédito a favor del concursado, cuando se hubiese
producido el vencimiento anticipado por impago de cuotas o de intereses dentro de los tres
meses anteriores a la declaración de concurso y no se hubiesen iniciado ya acciones en
reclamación de pago contra el deudor o contra algún garante, así como los contratos de
adquisición de bienes con precio aplazado que se hubieran resuelto dentro de los tres meses
anteriores a la declaración de concurso. Y, finalmente, podrá enervarse la acción de desahucio
ejercitada antes de la declaración de concurso y rehabilitar el correspondiente contrato de
arrendamiento hasta el momento mismo de practicarse el efectivo lanzamiento (art. 70 LC).
I. La masa activa
1. La composición de la masa activa
2. El inventario de la masa activa
3. La conservación y la enajenación de la masa activa
A. Las reglas generales
B. Las reglas especiales
4. La reintegración de la masa activa
A. Las acciones rescisorias especiales
B. El procedimiento para el ejercicio de las acciones y los efectos de la rescisión
5. La reducción de la masa activa
A. La separación de los bienes de la masa
II. Los créditos contra la masa activa
6. Concepto y caracteres
7. La tipología de los créditos contra la masa
I. LA MASA ACTIVA
Con la declaración de concurso, los bienes del deudor pasan a formar parte de un conjunto
unitario llamado masa activa, destinado a satisfacer a los acreedores, que también se agrupan
en una masa (masa pasiva). Según el principio de responsabilidad patrimonial universal (art.
1911 CC), la masa activa estará formada por todos los bienes y derechos integrados en el
patrimonio del deudor en el momento de la declaración del concurso.
Art. 1911 CC. Del cumplimiento de las obligaciones responde el deudor con todos sus bienes, presentes
y futuros.
También formarán la masa activa todos los bienes que se reintegren al patrimonio del deudor
como consecuencia del ejercicio de acciones rescisorias o de impugnación, y, en general, todos
los bienes que adquiera el deudor hasta la conclusión del concurso (art. 76.1 LC). En particular,
se integrarán en la masa activa los saldos acreedores de las cuentas en las que el concursado
figure como titular indistinto, a menos que se pruebe que no es su titular (art. 79 LC). Sólo
quedan fuera de la masa aquellos bienes y derechos del concursado que no tengan carácter
patrimonial y los que sean legalmente inembargables (arts. 76.2 LC).
1. Constituyen la masa activa del concurso los bienes y derechos integrados en el patrimonio del
deudor a la fecha de la declaración de concurso y los que se reintegren al mismo o adquiera hasta la
conclusión del procedimiento.
2. Se exceptúan de lo dispuesto en el apartado anterior aquellos bienes y derechos que, aun teniendo
carácter patrimonial, sean legalmente inembargables.
1. Los saldos acreedores de cuentas en las que el concursado figure como titular indistinto se
integrarán en la masa activa, salvo prueba en contrario apreciada como suficiente por la
administración concursal.
En principio, cuando el concursado sea una persona casada, la masa activa comprenderá los
bienes y derechos propios o privativos del concursado. Ahora bien, la composición de la masa
activa será diferente en función del régimen económico matrimonial aplicable. Así, en caso de
sociedad de gananciales o cualquier otro de comunidad de bienes, integrarán también la masa
los bienes gananciales o comunes cuando deban responder de obligaciones del concursado. En
tal caso, el cónyuge del concursado podrá pedir la disolución de la sociedad o comunidad
conyugal, y se llevará a cabo la oportuna liquidación de forma coordinada con el concurso (art.
77 LC). En particular, el cónyuge del concursado tendrá derecho a que se incluya en su cuota
de liquidación la vivienda habitual del matrimonio que tuviese carácter ganancial, abonando
en su caso el exceso de valor (art. 78.4 LC).
En todo caso, durante el concurso podrán realizarse distintas operaciones para delimitar la
masa activa. Unas veces, se intentará llevar a la masa los bienes que salieron indebidamente
del patrimonio del concursado antes de la declaración del concurso (operaciones de
reintegración de la masa). Otras veces, deberán excluirse de la masa los bienes que no sean de
titularidad del concursado, y que, por tanto, no pueden servir para la satisfacción de los
acreedores.
El inventario de bienes es la expresión documental de la masa activa. Debe incluir todos los
bienes y derechos del concursado que tengan valor patrimonial y sean susceptibles de
realizarse económicamente. La administración concursal elaborará el inventario, que
Además, se deberán añadir al inventario dos relaciones complementarias: una relativa a todos
los litigios cuyo resultado pudiera afectar a la masa activa; y otra que incluya todas las acciones
de reintegración de la masa activa que deban promoverse, a juicio de la administración
concursal.
El inventario de la masa activa se unirá al informe de la administración concursal (art. 75.2 LC)
y cualquier interesado podrá impugnarlo, solicitando que se incluyan o excluyan bienes o
derechos o que se aumente o disminuya el valor de los incluidos (art. 96.2 LC). Tanto el informe
de la administración concursal como la documentación complementaria, debe notificarse a las
partes personadas y publicarse en el Registro Público Concursal y en el tablón de anuncios del
juzgado (art. 95.2 LC). Además, se exige que la administración concursal, con una antelación
mínima de 10 días previos a la presentación del informe al juez, comunique por vía electrónica
al deudor y a los acreedores- cuando tenga constancia de su dirección electrónica- el proyecto
de inventario. De esta manera, los acreedores podrán solicitar, también por medios
electrónicos, que se rectifique cualquier error o se complementen los datos comunicados. El
plazo de impugnación del inventario es de 10 días, pero se computará de manera distinta según
que la impugnación la planteen las partes personadas, en cuyo caso el plazo contará desde la
correspondiente notificación, o bien la planteen los demás interesados, en cuyo caso se
computará desde la última de las publicaciones previstas.
Cuando las impugnaciones del inventario afecten a menos del 20% del activo, el juez podrá
ordenar la finalización de la fase común y la apertura de la fase de convenio o de liquidación
(finalización anticipada de la fase común).
Las impugnaciones habrán de ejercitarse por el trámite del incidente concursal y podrán
acumularse de oficio por el juez para resolverse conjuntamente. Todas las impugnaciones
deberán hacerse constar en el Registro Público Concursal. Tras la resolución de las
impugnaciones, la administración concursal incluirá en el inventario las modificaciones que
procedan, y presentará al juez el texto definitivo.
La administración concursal actuará del modo más conveniente para los intereses del concurso
a la hora de administrar y disponer de los bienes que integran la masa activa, pudiendo recabar
del juzgado el auxilio que considere necesario. Al mismo tiempo, y a causa del deber de
conservación (de la masa), se establece una prohibición de enajenación, de tal manera que,
hasta la aprobación judicial del convenio o hasta la apertura de la liquidación, no se podrán
enajenar ni gravar los bienes y derechos de la masa activa sin la autorización del juez (art. 43.2
LC). No obstante, esta prohibición legal cuenta con importantes excepciones. Así, podrán
realizarse sin autorización judicial, aunque habrán de ponerse en conocimiento del juez, los
siguientes actos (art. 43.3 LC): los que sean indispensables para garantizar la viabilidad de la
empresa o la obtención de fondos exigidos para la continuidad del concurso; los de disposición
de bienes que no sean necesarios para la continuación de la actividad, y los actos de disposición
que sean inherentes a la continuación de la actividad profesional o empresarial, continuación
que -recordemos-no se ve impedida por el mero hecho de la declaración de concurso (art. 44
LC).
-la que establece que la enajenación de bienes y derechos litigiosos (sobre cuya
titularidad o disponibilidad exista promovida cuestión litigiosa) se podrá realizar con tal
carácter y el adquirente quedará a resultas del litigio (art. 150 LC).
La realización en cualquier estado del concurso de los bienes y derechos afectos a créditos con
privilegio especial se hará en subasta, salvo que el juez autorice otro modo de realización de
los previstos en la Ley, y siempre que con ello se satisfaga completamente el crédito con
privilegio especial o, en otro caso, la parte no satisfecha del crédito quede reconocida en el
concurso con la clasificación que corresponda (art. 155.4 LC).
1. Declarado el concurso, serán rescindibles los actos perjudiciales para la masa activa realizados por
el deudor dentro de los dos años anteriores a la fecha de la declaración, aunque no hubiere existido
intención fraudulenta.
2. El perjuicio patrimonial se presume, sin admitir prueba en contrario, cuando se trate de actos de
disposición a título gratuito, salvo las liberalidades de uso, y de pagos u otros actos de extinción de
obligaciones cuyo vencimiento fuere posterior a la declaración de concurso, excepto si contasen con
garantía real, en cuyo caso se aplicará lo previsto en el apartado siguiente.
3. Salvo prueba en contrario, el perjuicio patrimonial se presume cuando se trate de los siguientes
actos:
1º Los dispositivos a título oneroso realizados a favor de alguna de las personas especialmente
relacionadas con el concursado.
2º La constitución de garantías reales a favor de obligaciones preexistentes o de las nuevas contraídas
en sustitución de aquéllas.
3º Los pagos u otros actos de extinción de obligaciones que contasen con garantía real y cuyo
vencimiento fuere posterior a la declaración del concurso.
4º Cuando se trate de actos no comprendidos en los tres supuestos previstos en el apartado anterior,
el perjuicio patrimonial deberá ser probado por quien ejercite la acción rescisoria.
1º Los actos ordinarios de la actividad profesional o empresarial del deudor realizados en condiciones
normales.
2º Los actos comprendidos en el ámbito de leyes especiales reguladoras de los sistemas de pagos y
compensación y liquidación de valores e instrumentos derivados.
3º Las garantías constituidas a favor de los créditos de Derecho Público y a favor del FOGASA en los
acuerdos o convenios de recuperación previstos en su normativa específica.
6. El ejercicio de las acciones rescisorias no impedirá el de otras acciones de impugnación de actos del
deudor que procedan conforme a Derecho, las cuales podrán ejercitarse ante el juez del concurso,
conforme a las normas de legitimación y procedimiento que para aquéllas contiene el art. 72.
Según esta técnica especial de reintegración, serán rescindibles los actos perjudiciales para la
masa activa realizados por el deudor dentro de los 2 años anteriores a la fecha de la
declaración, aunque no hubiere existido intención fraudulenta (art. 71.1 LC). El fundamento
rescisorio se encuentra en el elemento temporal de realización del acto: dentro de los dos años
anteriores a la declaración de concurso. Es, pues, indiferente para que proceda la rescisión que
el deudor se encuentre o no en estado de insolvencia.
Ahora bien, para que el acto sea rescindible, es necesario que concurra, además, el elemento
objetivo propio de la acción rescisoria, es decir, el perjuicio. En este sentido, la Ley española
entiende por perjuicio una reducción del patrimonio del deudor más tarde declarado en
concurso, precisando el TS que tal perjuicio de la masa activa ha de tener carácter injustificado
y atender globalmente a la operación de que se trate y no a actos aislados.
Sin embargo, hay determinados supuestos en los que la existencia de perjuicio patrimonial es
inherente al acto. En estos casos, la norma presume la concurrencia del perjuicio sin posibilidad
de prueba en contrario: así sucede con los actos de disposición a título gratuito (salvo las
liberalidades de uso) y con los pagos anticipados u otros actos de extinción de obligaciones de
vencimiento posterior a la declaración de concurso y en las que el acreedor no tenga una
garantía real. En otros supuestos, para facilitar la reintegración de la masa, se presume el
perjuicio patrimonial, pero con posibilidad de prueba en contrario: así ocurre en todos los actos
de disposición a título oneroso realizados a favor de alguna de las personas especialmente
relacionadas con el concursado; en los actos de constitución de garantías reales a favor de
obligaciones preexistentes o de las nuevas contraídas en sustitución de aquellas; y en los pagos
u otros actos de extinción de obligaciones en las que el acreedor tenga una garantía real y cuyo
vencimiento fuere posterior a la declaración de concurso. Fuera de esos casos, el perjuicio
deberá ser probado por quien ejercite la acción rescisoria.
Por otra parte, existen varias categorías de actos que en ningún caso podrán ser objeto de
rescisión: en primer lugar, las operaciones ordinarias de la actividad profesional o empresarial
a que se dedicara el deudor realizadas en condiciones normales; en segundo lugar, los actos
comprendidos en el ámbito de leyes especiales reguladoras de los sistemas de pagos y
compensación y liquidación de valores e instrumentos derivados y, en tercer lugar, las
garantías constituidas a favor de los créditos de Derecho público y a favor del Fondo de
Garantía Salarial en los acuerdos o convenios de recuperación previstos en su normativa
específica.
La acción rescisoria concursal y las demás acciones de reintegración deberán ejercitarse ante
el juez del concurso por el cauce del incidente concursal (arts. 192 y ss. LC). La legitimación
activa para el ejercicio de unas y otras acciones se atribuye a la administración concursal.
1. Todas las cuestiones que se susciten durante el concurso y no tengan señalada en esta ley otra
tramitación se ventilarán por el cauce del incidente concursal.
También se tramitarán por este cauce las acciones que deban ser ejercitadas ante el juez del concurso
conforme a lo dispuesto en el apartado 1 del artículo 50 y los juicios que se acumulen en virtud de lo
previsto en el apartado 1 del artículo 51.
En este último caso, el juez del concurso dispondrá lo necesario para que se continúe el juicio sin repetir
actuaciones y permitiendo la intervención, desde ese momento, de las partes del concurso que no lo
hubieran sido en el juicio acumulado.
2. Los incidentes concursales no suspenderán el procedimiento de concurso, sin perjuicio de que el juez,
de oficio o a instancia de parte, acuerde la suspensión de aquellas actuaciones que estime puedan
3. No se admitirán los incidentes que tengan por objeto solicitar actos de administración o impugnarlos
por razones de oportunidad.
En cuanto a los efectos de la rescisión, según el art. 73.1 LC “la sentencia que estime la acción
declarará la ineficacia del acto impugnado y condenará a la restitución de las prestaciones
objeto de aquel, con sus frutos e intereses”. Así, existirá un crédito de restitución a favor de la
masa y, en su caso, un crédito de restitución a favor de la contraparte o del tercero. Por lo que
se refiere al derecho a favor de la masa, si los bienes y derechos salidos del patrimonio del
deudor no pudieran reintegrarse por pertenecer a tercero de quien no pueda reivindicarse, se
condenará a quien hubiera sido parte en el acto rescindido a entregar el valor que tuvieran
cuando salieron del patrimonio del deudor concursado más el interés legal, y, en caso de mala
fe en quien contrató con el concursado, se le condenará a indemnizar la totalidad de los daños
y perjuicios causados a la masa activa. En cuanto al derecho a la prestación que pudiera resultar
a favor de cualquiera de los demandados como consecuencia de la rescisión, tendrá la
consideración de crédito contra la masa, salvo mala fe, en cuyo caso se considerará crédito
concursal subordinado de último rango (art. 73 en relación con el art. 92-6º LC). La mala fe
exige la conciencia del perjuicio (aspecto subjetivo) y la reprobabilidad de la conducta en el
tráfico (aspecto objetivo), sin que sea suficiente el mero conocimiento de la insolvencia por el
acreedor y sin que pueda tampoco llegarse al extremo de exigir la intención de dañar.
El derecho de separación es la facultad que tienen los titulares de bienes o derechos que se
encuentran en poder del deudor, de impedir que estos bienes o derechos puedan servir a la
satisfacción de los acreedores, ya que no son propiedad del deudor y, por tanto, no integran
su patrimonio. En este sentido, se trata de tutelar a aquellas personas cuyos bienes hubieran
sido incluidos indebidamente en el concurso.
La separación tiene una estrecha relación con la acción reivindicatoria. Por eso, será necesario
que el separante identifique los bienes o derechos que pretende separar; será necesario
igualmente que esos bienes y derechos se encuentren «en poder del concursado», y se exigirá,
por último, que el separante sea propietario o tenga mayor derecho que el concursado sobre
los bienes o derechos objeto de la reclamación. En cuanto al procedimiento de separación, el
titular deberá dirigir una solicitud a la administración concursal, que procederá a la entrega del
bien o derecho o, al menos, al reconocimiento del mejor derecho. Si la administración
concursal rechazara la solicitud, podrá plantearse incidente concursal.
6. CONCEPTO Y CARACTERES
Los créditos contra la masa (deudas de la masa en la terminología tradicional) son aquellos
créditos que genera el propio procedimiento concursal o que la Ley atribuye al concurso, que
habrán de satisfacerse, con cargo a la masa, de modo inmediato o a su vencimiento y, en caso
de liquidación, con preferencia (en prededucción) sobre los créditos concursales (arts. 84 y 154
LC). En principio, son los créditos nacidos durante el concurso. Sin embargo, el legislador- con
la intención de dotarlos de la mayor preferencia posible-, ha extendido la consideración de
créditos contra la masa a los siguientes: a los créditos por salarios por los últimos 30 días de
trabajo efectivo anteriores a la declaración de concurso y en cuantía que no supere el doble
del salario mínimo interprofesional (art. 84.2-1º LC) ; a los créditos derivados de los supuestos
de rehabilitación de contratos de crédito, contratos de adquisición de bienes muebles o
inmuebles a plazo o de enervación del desahucio en los contratos de arrendamientos urbanos
(arts. 68, 69 y 70 en relación con el art. 84.2-7º LC); también, salvo mala fe, a los créditos por
devolución de contraprestaciones recibidas por la contraparte del deudor derivados de la
rescisión de actos que sean perjudiciales para la masa activa (art. 73.3 y 84.2-8º LC), y, en todo
caso, a las obligaciones de restitución e indemnización derivadas de la resolución voluntaria o
por incumplimiento del concursado en los contratos con obligaciones recíprocas (art. 84.2-6º).
1. Constituyen la masa pasiva los créditos contra el deudor común que conforme a esta ley no tengan
la consideración de créditos contra la masa.
1º Los créditos por salarios por los últimos treinta días de trabajo efectivo anteriores a la declaración de
concurso y en cuantía que no supere el doble del salario mínimo interprofesional.
2º Los de costas y gastos judiciales necesarios para la solicitud y declaración de concurso, la adopción de
medidas cautelares, la publicación de las resoluciones judiciales previstas en esta ley, y la asistencia y
representación del concursado y de la administración concursal durante toda la tramitación del
procedimiento y sus incidentes, cuando su intervención sea legalmente obligatoria o se realice en interés
de la masa, hasta la eficacia del convenio o, en otro caso, hasta la conclusión del concurso, con excepción
de los ocasionados por los recursos que interpongan contra resoluciones del juez cuando fueren total o
parcialmente desestimados con expresa condena en costas.
3º Los de costas y gastos judiciales ocasionados por la asistencia y representación del deudor, de la
administración concursal o de acreedores legitimados en los juicios que, en interés de la masa, continúen
o inicien conforme a lo dispuesto en esta Ley, salvo lo previsto para los casos de desistimiento,
allanamiento, transacción y defensa separada del deudor y, en su caso, hasta los límites cuantitativos en
ella establecidos.
4º Los de alimentos del deudor y de las personas respecto de las cuales tuviera el deber legal de
prestarlos, conforme a lo dispuesto en esta Ley sobre su procedencia y cuantía así como, en toda la
extensión que se fije en la correspondiente resolución judicial posterior a la declaración del concurso, los
de alimentos a cargo del concursado acordados por el juez de primera instancia en alguno de los procesos
a que se refiere el título IV de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Tendrán también esta consideración los créditos de este tipo devengados con posterioridad a la
declaración del concurso cuando tengan su origen en una resolución judicial dictada con anterioridad.
5º Los generados por el ejercicio de la actividad profesional o empresarial del deudor tras la declaración
del concurso, incluyendo los créditos laborales, comprendidas en ellos las indemnizaciones de despido o
extinción de los contratos de trabajo, así como los recargos sobre las prestaciones por incumplimiento
de las obligaciones en materia de salud laboral, hasta que el juez acuerde el cese de la actividad
profesional o empresarial o, declare la conclusión del concurso.
Los créditos por indemnizaciones derivadas de extinciones colectivas de contratos de trabajo ordenados
por el juez del concurso se entenderán comunicados y reconocidos por la propia resolución que los
apruebe, sea cual sea el momento.
6º los que, conforme a esta Ley, resulten de prestaciones a cargo del concursado en los contratos con
obligaciones recíprocas pendientes de cumplimiento que continúen en vigor tras la declaración de
concurso, y de obligaciones de restitución e indemnización en caso de resolución voluntaria o por
incumplimiento del concursado.
7º Los que, en los casos de pago de créditos con privilegio especial sin realización de los bienes o derechos
afectos, en los de rehabilitación de contratos o de enervación de desahucio y en los demás previstos en
esta Ley, correspondan por las cantidades debidas y las de vencimiento futuro a cargo del concursado.
8º Los que, en los casos de rescisión concursal de actos realizados por el deudor, correspondan a la
devolución de contraprestaciones recibidas por éste, salvo que la sentencia apreciare mala fe en el titular
de este crédito.
10º Los que resulten de obligaciones nacidas de la ley o de la responsabilidad extracontractual del
concursado con posterioridad a la declaración de concurso y hasta la conclusión del mismo.
11º El cincuenta por ciento de los créditos que supongan nuevos ingresos de tesorería y hayan sido
concedidos en el marco de un acuerdo de refinanciación, en las condiciones previstas en el artículo 71 bis
o en la Disposición adicional cuarta.
En caso de liquidación, los créditos concedidos al concursado en el marco de un convenio conforme a lo
dispuesto en el artículo 100.5
Esta clasificación no se aplica a los ingresos de tesorería realizados por el propio deudor o personas
especialmente relacionadas a través de una operación de aumento de capital, préstamos o actos con
análoga finalidad.
12º Cualesquiera otros créditos a los que esta ley atribuya expresamente tal consideración.
3. Los créditos del número 1º del apartado anterior se pagarán de forma inmediata. Los restantes
créditos contra la masa, cualquiera que sea su naturaleza y estado del concurso, se pagarán a sus
respectivos vencimientos. La administración concursal podrá altera esta regla cuando lo considere
conveniente para el interés del concurso y siempre que presuma que la masa activa resulta suficiente
para la satisfacción de todos los créditos contra la masa. Esta postergación no podrá afectar a los
créditos de los trabajadores, a los créditos alimenticios, ni a los créditos tributarios y de la Seguridad
Social.
4. Las acciones relativas a la calificación o al pago de los créditos contra la masa se ejercitarán ante el
juez del concurso por los trámites del incidente concursal, pero no podrán iniciarse ejecuciones
judiciales o administrativas para hacerlos efectivos hasta que se apruebe el convenio, se abra la
liquidación o transcurra un año desde la declaración de concurso sin que se hubiere producido ninguno
de estos actos. Esta paralización no impedirá el devengo de los intereses, recargos y demás
obligaciones vinculadas a la falta de pago del crédito a su vencimiento.
Antes de proceder al pago de los créditos concursales, la administración concursal deducirá de la masa
activa los bienes y derechos necesarios para satisfacer los créditos contra ésta.
Las deducciones para atender al pago de los créditos contra la masa se harán con cargo a los bienes y
derechos no afectos al pago de créditos con privilegio especial.
La Ley Concursal define los créditos contra la masa por oposición a los créditos concursales, de
modo que la masa pasiva del concurso estará formada por todos los créditos contra el deudor
común que según la normativa no tengan la consideración de créditos contra la masa (art.
84.1). Así, los créditos nacidos durante el procedimiento son contrapuestos a los créditos
nacidos antes del procedimiento. Los acreedores de la masa se enfrentan a los acreedores del
deudor, cuyos créditos ocasionan la declaración de concurso. De este modo y por regla general,
cuando se trate de créditos derivados de contratos de tracto sucesivo o de negocios que
conlleven una ejecución prolongada en el tiempo, generándose créditos de forma continuada,
la clasificación de tales créditos como concursales o contra la masa dependerá de si el devengo
es anterior a la declaración de concurso, en cuyo caso serán concursales, o posterior, en cuyo
caso, serán contra la masa.
La enumeración legal del art. 84 de los créditos contra la masa se fundamenta en la distinción
tradicional entre gastos de la masa y obligaciones de la masa. Entre los gastos de la masa se
incluyen tanto los gastos de justicia como los gastos de administración. Se consideran gastos
de justicia imputables a la masa los necesarios para el desarrollo del procedimiento, también
los derivados de incidentes, e incluso los de costas y gastos ocasionados por la asistencia y
representación del deudor, de la administración concursal o de los acreedores en los juicios
que, en interés de la masa, inicien o continúen de acuerdo con la propia Ley Concursal. Entre
los gastos de administración, destaca la retribución de la administración concursal.
Las fuentes de las obligaciones de la masa son las mismas que las de las obligaciones en
general, es decir, básicamente, el contrato, la ley y la responsabilidad civil. Constituyen
obligaciones contractuales de la masa todas aquellas derivadas de los nuevos contratos que se
concluyan durante el concurso y de aquellos contratos con obligaciones recíprocas que el
concursado hubiera realizado con anterioridad a la declaración de concurso y que continúen
en vigor tras la declaración de concurso, así como las derivadas de las consecuencias
restitutorias e indemnizatorias en caso de resolución voluntaria o por incumplimiento del
concursado de tales contratos. También constituyen obligaciones contractuales de la masa las
derivadas del rescate de los bienes afectos a créditos con privilegio especial o de la
rehabilitación de contratos de crédito y de adquisición de bienes con precio aplazado, o de los
supuestos de enervación del desahucio en los arrendamientos urbanos (art. 84.2-7º en relación
con los arts. 68, 69 y 70 LC), y las que correspondan al concursado en caso de rescisión concursal
(art. 84.2-8º en relación con el art. 73 LC).
Hemos visto que los créditos contra la masa tienen prioridad respecto de los créditos
concursales. La normativa establece que la administración concursal deberá atender el pago
de los créditos contra la masa de forma inmediata –especialmente en el caso de créditos por
salarios por los últimos treinta días de trabajo efectivo anteriores a la declaración de concurso
y en cuantía que no supere el doble del salario mínimo interprofesional, que están ya vencidos
cuando el concurso se declara– o a sus respectivos vencimientos. La regla del vencimiento se
aplicará cualquiera que sea la naturaleza del crédito y en cualquier estado del concurso.
Con carácter general, la administración concursal deberá satisfacer los créditos contra la masa
de forma ordinaria, inmediatamente si carecen de plazo (art. 1113 CC) o en el plazo legal o
contractualmente establecido (art. 62 Ccom), por tanto, al margen del concurso o de manera
extraconcursal. Estos créditos como no se ven afectados por las reglas concursales, podrán
compensarse y devengarán los correspondientes recargos e intereses en caso de impago. Sin
embargo, la administración concursal podrá alterar esta regla –y pagar antes créditos de
vencimiento posterior– cuando lo considere conveniente para el interés del concurso y siempre
que presuma que la masa activa resultará suficiente para la satisfacción de todos los créditos
contra la masa. Pero hay que destacar que esta alteración de la regla del pago al vencimiento
no podrá afectar a los créditos de los trabajadores, a los créditos alimenticios, ni a los créditos
tributarios y de la Seguridad Social (art. 84.3 LC), lo que limita mucho la autonomía de la
administración concursal y la utilidad misma de la posibilidad de alteración de la regla legal de
pago al vencimiento.
Si el concurso concluyera por resultar la masa activa insuficiente para satisfacer todos los
créditos contra la masa, la regla de pago inmediato o al vencimiento se sustituye por la del
pago conforme a una específica graduación (art. 176 bis.2 LC). La administración concursal, tan
pronto como constate la insuficiencia de la masa, deberá atender al pago de los créditos contra
la masa pendientes (hasta donde sea posible), y después de atender, en su caso, a los gastos
necesarios para la conversión en dinero de los bienes que integrasen la masa activa, por el
orden expresamente establecido y, en su caso a prorrata dentro del número correspondiente.
Ese orden es el siguiente:
1.º Los créditos salariales de los últimos treinta días de trabajo efectivo y en cuantía que
no supere el doble del salario mínimo interprofesional.
2.º Los créditos por salarios e indemnizaciones en la cuantía que resulte de multiplicar
el triple del salario mínimo interprofesional por el número de días de salario pendientes de
pago.
3.º Los créditos por alimentos del art. 145.2, en cuantía que no supere el salario mínimo
interprofesional.
4.º Los créditos por costas y gastos judiciales del concurso.
5.º Los demás créditos contra la masa.
Si se aprueba un convenio, los créditos contra la masa no se verán afectados por el (art. 134
LC). Esos créditos, al ser extraconcursales, disfrutan de los medios de tutela concedidos por el
ordenamiento jurídico. De este modo, los titulares podrán acudir a la ejecución forzosa del
crédito para hacerlo efectivo una vez aprobado el convenio (art. 84.4 LC). Ahora bien, esto no
será aplicable a los créditos que se concedan al concursado para financiar el plan de viabilidad
necesario para atender el cumplimiento del convenio.
Antes de proceder al pago de los créditos concursales, la administración concursal deducirá de la masa
activa los bienes y derechos necesarios para satisfacer los créditos contra ésta.
Las deducciones para atender al pago de los créditos contra la masa se harán con cargo a los bienes y
derechos no afectos al pago de créditos con privilegio especial.
I. La masa pasiva
1. La integración de la masa pasiva
2. La comunicación y el reconocimiento de créditos
3. El cómputo de los créditos
II. La clasificación de los créditos concursales
4. Las clases de créditos
5. Los créditos privilegiados
I. LA MASA PASIVA
La masa pasiva del concurso está integrada por los créditos contra el concursado existentes en
la fecha de la declaración de concurso. Estos créditos reciben el nombre de créditos
concursales. Una vez verificados, se clasifican en las categorías previstas legalmente
(privilegiados, ordinarios o subordinados), y serán satisfechos de acuerdo con el convenio
judicialmente aprobado o con lo que se obtenga de la liquidación de la masa activa. Por tanto,
las operaciones concursales relativas a la masa pasiva son: la comunicación, el reconocimiento
y la clasificación de los créditos.
Como ocurría con el principio de universalidad de la masa activa, la Ley Concursal también
destaca la universalidad de la masa pasiva. Como regla general, se incluyen en la masa pasiva
a todos los acreedores del deudor, cualquiera que sea la clase de crédito que detenten y su
nacionalidad o domicilio (art. 49.1 LC), de manera que, aunque el crédito no haya sido
reconocido en el procedimiento quedará de derecho integrado en la masa pasiva. Junto a esta
regla general, la norma se refiere al caso concreto del concurso de persona casada en régimen
de gananciales o cualquier otro de comunidad de bienes, en el que quedarán integrados en la
masa pasiva del cónyuge deudor, los créditos contra el cónyuge del concursado que sean,
además, créditos de los que deba responder la sociedad o comunidad conyugal (art. 49.2 LC).
Como excepción al principio de universalidad del concurso, no integran la masa pasiva: los
titulares de créditos con privilegios sobre los buques y las aeronaves en los términos previstos
en la norma (art. 76.3 LC) y los titulares de créditos que puedan continuar o iniciar ejecución
separada sobre bienes o derechos que no resulten necesarios para el ejercicio de la actividad
profesional o empresarial del deudor con arreglo a lo dispuesto en la ley (art. 55.1-II y 56 LC).
Además, frente a los acreedores concursales se encuentran los titulares de créditos contra la
masa (art. 84.1 LC), que son por su propia naturaleza créditos extraconcursales y no se someten
a los efectos del concurso ni formal ni sustancialmente, de modo que no se integran en la masa
pasiva.
Por regla general, para que los créditos sean reconocidos es preciso que sean puestos de
manifiesto en el procedimiento. La comunicación de créditos es la solicitud de los acreedores
del reconocimiento de sus derechos, y deberá realizarse en el plazo de un mes a contar desde
el día siguiente a la publicación en el BOE de la declaración de concurso. Esta solicitud se realiza
mediante un escrito dirigido a la administración concursal donde se expresarán los datos del
acreedor y los relativos al crédito, y se indicará un domicilio o una dirección electrónica para
las comunicaciones. El escrito podrá presentarse en el domicilio designado al efecto o por
Aunque hay un plazo inicial para la comunicación del crédito, la LC contempla la posibilidad de
que se presenten comunicaciones de nuevos créditos con posterioridad, una vez concluido el
plazo de impugnación de la lista de acreedores y hasta la presentación de los textos definitivos
(art. 96 bis LC). Se trata de comunicaciones extemporáneas de créditos que serán reconocidos
o excluidos por la administración concursal conforme a las reglas generales. Ahora bien, salvo
que se trate de créditos que deban ser necesariamente reconocidos por la administración
concursal, el acreedor que no comunique su crédito no será considerado acreedor en el
concurso, y aquel que lo comunique tardíamente o por una comunicación posterior al plazo de
impugnación verá subordinado su crédito, a no ser que, en este último caso, el acreedor
justifique que no tuvo noticia antes de la existencia del crédito, clasificándose entonces según
su naturaleza.
La Ley Concursal regula unos supuestos especiales de reconocimiento, entre los que destacan
los créditos condicionales, los litigiosos, algunos créditos públicos y los créditos con garantía
personal (art. 87 LC). Dentro de los créditos condicionales se diferencian, los créditos
sometidos a condición resolutoria y los créditos sometidos a condición suspensiva. Los créditos
sometidos a condición resolutoria son tratados en el concurso como créditos puros, aunque se
reconocerán como condicionales, y disfrutarán de los derechos concursales que correspondan
a su cuantía y calificación en tanto no se cumpla la condición. Entonces, esos créditos tienen
derecho a participar en el concurso y, por tanto, habrán de ser satisfechos, a menos que se
produzca antes el cumplimiento de la condición. Si la condición resolutoria se cumpliera
después del pago, el acreedor deberá devolver a la masa las cantidades cobradas. Para
asegurar la devolución de las cantidades percibidas, cuando el juez del concurso estime
probable el cumplimiento de la condición, podrá, a petición de parte, acordar la constitución
de una garantía. El mismo reconocimiento se atribuye a los créditos de Derecho público de las
Administraciones públicas y sus organismos públicos que a la fecha de la declaración de
concurso hubieran sido recurridos en vía administrativa o jurisdiccional.
Los créditos sometidos a condición suspensiva, a los que se equiparan los créditos litigiosos,
serán reconocidos en el concurso como créditos contingentes sin cuantía propia y con la
calificación que corresponda, y se admitirá a sus titulares como acreedores en el concurso,
pero con los derechos concursales de adhesión, de voto y de cobro en suspenso. Por tanto,
dichos créditos no deberán ser pagados, a menos que se verificara la condición. Cuando el juez
del concurso estime probable ese cumplimiento, podrá, a petición del acreedor, ordenar que
se constituyan provisiones con cargo a la masa activa del concurso. Si el crédito contingente no
llegara a confirmarse, esas provisiones se utilizarán para pagar a los restantes acreedores. La
confirmación del crédito contingente o su reconocimiento en sentencia firme o susceptible de
ejecución provisional, otorgará a su titular la totalidad de los derechos concursales que
correspondan a su cuantía y clasificación. También se reconocerán como contingentes hasta
su cuantificación, los créditos de Derecho público de las Administraciónes públicas y sus
organismos públicos que pudieran resultar de procedimientos de comprobación o inspección,
y los créditos tributarios o de la seguridad social por las cantidades defraudadas a la Hacienda
Pública o a la Tesorería General de la Seguridad Social cuando no existiera liquidación
administrativa.
Los créditos que tengan una garantía personal se reconocerán por su importe, sin perjuicio de
la sustitución del acreedor por el garante que realizara el pago y teniendo en cuenta que, en
caso de pago por el fiador, el crédito se calificará de la forma que resulte menos gravosa para
el concurso entre las que correspondan al acreedor y al fiador. Cuando el garante hubiese
realizado un pago parcial, el acreedor tendrá derecho a que se incluya en la lista de acreedores
tanto la parte del crédito garantizado que todavía no haya sido satisfecha como el crédito de
reembolso del garante.
La ley establece la necesidad de que los créditos se incluyan en la lista de acreedores en dinero
y se expresen en moneda de curso legal (art. 88 LC).
El cómputo de los créditos en dinero permite determinar el volumen total de la masa pasiva y
la importancia de cada crédito, así como fijar los quorum y las mayorías en las juntas de
acreedores en caso de convenio y establecer las respectivas cuotas de satisfacción en caso de
liquidación. Esta valoración dineraria, como efecto propio del concurso, sólo alcanza a los
créditos concursales, cualquiera que sea su clase, pero no a los créditos contra la masa. Se
trata únicamente de una cuantificación del pasivo, de modo que los créditos ni se convierten
en dinero ni se modifican. La conversión de los créditos en dinero y el vencimiento anticipado
sólo se producirán en el caso de que se abra la fase de liquidación (art. 146 LC).Por otra parte,
los créditos expresados en otra moneda se computarán en la de curso legal según el tipo de
cambio oficial a la fecha de la declaración de concurso; los créditos que tuvieran por objeto
prestaciones no dinerarias o prestaciones dinerarias determinadas por referencia a un bien
distinto del dinero se computarán por el valor de las prestaciones o del bien en la fecha de la
declaración de concurso, y los créditos que tuvieran por objeto prestaciones dinerarias futuras
se computarán por su valor a la fecha de la declaración de concurso, efectuándose la
Los créditos incluidos en la lista de acreedores se clasificarán en alguna de estas tres categorías:
privilegiados, ordinarios y subordinados (art. 89.1 LC). Los créditos privilegiados tienen esa
consideración por establecerlo así la LC, al igual que ocurre con los subordinados o
postergados. El resto de créditos que no merezcan la calificación de privilegiados o de
subordinados serán créditos ordinarios (art. 89.3 LC).
2. Los créditos privilegiados se clasificarán, a su vez, en créditos con privilegio especial, si afectan a
determinados bienes o derechos, y créditos con privilegio general, si afectan a la totalidad del
patrimonio del deudor. No se admitirá en el concurso ningún privilegio o preferencia que no esté
reconocido en esta Ley.
Los créditos privilegiados pueden serlo con privilegio especial y con privilegio general cuya
naturaleza y régimen jurídico en el concurso son muy diferentes.
Los créditos con privilegio especial constituyen en su mayoría créditos dotados de garantía real
y afectan a determinados bienes o derechos de la masa activa, por lo que su pago se realizará
en todo caso con cargo a los bienes y derechos afectos. Como ya sabemos, en determinados
casos los titulares de estos créditos gozan del derecho de ejecutar separadamente su garantía
(arts. 56 y 57 LC). Además, la administración concursal podrá decidir el rescate del bien afecto
asumiendo la masa la obligación (arts. 56.2 y 155.2 LC). En caso de convenio, los titulares de
estos créditos quedarán afectados cuando hubieran votado a favor de la propuesta que
resultare aceptada, si bien podrán verse también vinculados por el convenio cuando concurran
determinadas mayorías de acreedores de su misma clase según la clasificación de estos
acreedores en laborales, públicos, financieros y resto de acreedores privilegiados contenida en
la lista de acreedores elaborada por la administración concursal (art. 134.2 y 3 en relación con
el art. 94.2 LC). En caso de liquidación, el bien afecto podrá ser ejecutado colectivamente (arts.
148 y 149 LC), ya que, una vez abierta la liquidación, el acreedor pierde su derecho de ejecución
separada (art. 57.3 LC).
Son créditos con privilegio especial los siguientes (art. 90 LC): los créditos garantizados con
hipoteca voluntaria o legal, inmobiliaria o mobiliaria, o con prenda sin desplazamiento , cuyo
privilegio recae sobre los bienes o derechos hipotecados o pignorados; los créditos
garantizados con anticresis , cuyo privilegio recae sobre los frutos del inmueble gravado; los
créditos refaccionarios , cuyo privilegio recae sobre los bienes refaccionados, entre los que se
incluyen los créditos refaccionarios de los trabajadores sobre los objetos que hubieran
elaborado mientras sean propiedad o estén en posesión del concursado; los créditos por cuotas
de arrendamiento financiero o plazos de compraventa con precio aplazado de bienes muebles
o inmuebles, a favor de los arrendadores o vendedores y, en su caso, de los financiadores, cuyo
privilegio recae sobre los bienes arrendados o vendidos con reserva de dominio, con
prohibición de disponer o con condición resolutoria en caso de falta de pago; y los créditos con
garantía de valores representados mediante anotaciones en cuenta, cuyo privilegio recae sobre
los valores gravados.
Para que todos esos créditos puedan ser clasificados con privilegio especial, la garantía deberá
estar constituida con los requisitos y formalidades previstos en su legislación específica para su
oponibilidad a terceros, salvo en el caso de la hipoteca legal tácita y del privilegio refaccionario
de los trabajadores.
En último lugar, tienen la consideración de créditos con privilegio especial los garantizados con
prenda, cuyo privilegio recaerá sobre los bienes o derechos pignorados que estén en posesión
del acreedor o de un tercero. La prenda deberá constar en documento público, salvo que se
tratare de una prenda de créditos de la masa activa, en cuyo caso bastará con que conste en
documento con fecha fehaciente anterior a la declaración de concurso.
Para todos los supuestos, el privilegio especial solo alcanzará la parte del crédito que no exceda
del valor de la respectiva garantía que conste en la lista de acreedores y calculado con arreglo
a las previsiones normativas, de tal modo que el importe del crédito que exceda del valor de la
garantía será calificado según su naturaleza (art. 90.3 en relación con el art. 94.5 LC).
El privilegio especial estará limitado al valor razonable del bien o derecho sobre el que se
hubiera constituido la garantía. Por este motivo, la lista de acreedores habrá de contener una
valoración de las garantías constituidas para asegurar los créditos que gocen de privilegio
especial conforme a las directrices establecidas en la ley (art. 94.5 LC). En líneas generales, para
determinar la cuantía de un determinado crédito con garantía hay que atender al valor
razonable de los bienes y derechos de la masa activa. Habrá que valorar el bien para comprobar
si el crédito o los créditos garantizados son superiores o no al valor del bien, y, por tanto, si el
valor del bien cubre o no la responsabilidad garantizada. En este sentido, el concepto de valor
razonable, es distinto del valor de tasación que consta en la inscripción de la garantía, y sus
parámetros se establecen expresamente según se trate de bienes inmuebles, de valores
mobiliarios o de otro tipo de bienes o derechos. Una vez determinado el valor razonable, la
administración concursal procederá a realizar dos deducciones: En primer lugar, habrá de
reducirse un 10% en concepto de gastos de ejecución. En segundo lugar, será necesario deducir
del valor del bien los créditos que gozan de garantía sobre el mismo bien. Esta segunda
operación hay que hacerla en todos los casos en los que existan dos o más garantías que graven
un mismo bien, con independencia de que el valor del bien cubra o no los créditos garantizados,
ya que, en última instancia, el valor del bien determina la extensión de la garantía. Además, los
créditos con garantía de mejor rango reducen el valor de los créditos con garantía de peor rango,
de modo que para obtener el verdadero valor de la garantía es necesario deducir del valor
razonable del bien sobre el que ésta recae el importe de los créditos pendientes que gocen de
garantía preferente sobre el mismo bien. Veamos un ejemplo: cuando un inmueble esté gravado
con dos hipotecas, una primera de 100 y una segunda de 50, y una vez valorado «a efectos
concursales», resulta que su valor es de 75; el primer crédito hipotecario quedará reducido, en
cuanto crédito con privilegio especial dentro del concurso, a 75, y por los 25 restantes, pasará a
ser crédito ordinario; y el segundo crédito hipotecario pasará a ser crédito ordinario. En cambio,
si ese mismo inmueble, gravado con dos hipotecas, una primera por 100 y otra segunda por 50,
una vez valorado «a efectos concursales», resulta que vale 125, el primer crédito hipotecario
será crédito con privilegio especial en su integridad, mientras que el segundo crédito hipotecario
quedará reducido, en cuanto crédito con privilegio especial, a 25, y por los 25 restantes, pasará
a ser crédito ordinario.
En definitiva, por la vía de la cuantificación del crédito con garantía, el acreedor, sin perder la
garantía, podría perder su condición privilegiada dentro del procedimiento concursal. Ahora
bien, hay que tener presente que la valoración de las garantías en el seno del concurso de
acreedores solo tiene efectividad en relación con el procedimiento, de modo que no se altera la
naturaleza y alcance de las garantías registradas ni las reglas establecidas para la ejecución de
las garantías fuera del concurso.
Los créditos con privilegio general recaen sobre todo el patrimonio del deudor (art. 89.2 LC).
En caso de convenio, reciben el mismo tratamiento que los créditos con privilegio especial;
pero en caso de liquidación se satisfarán con cargo a los bienes no afectos a privilegio especial,
por el orden legalmente establecido y, en su caso, a prorrata dentro de cada número (art. 156.1
LC).
Son créditos concursales con privilegio general los siguientes (art. 91 LC):
1.º Los créditos por salarios que no tengan reconocido privilegio especial ni constituyan
créditos contra la masa, en la cuantía que resulte de multiplicar el triple del salario mínimo
interprofesional por el número de días de salario pendientes de pago, así como las
indemnizaciones por despido o accidente de trabajo anteriores a la declaración judicial de
concurso. El mismo privilegio se reconoce a las indemnizaciones derivadas de accidentes de
trabajo y enfermedad profesional y a los recargos sobre las prestaciones por incumplimiento
de las obligaciones en materia de salud laboral anteriores a la declaración de concurso.
3.º Los créditos de personas naturales por trabajo personal no dependiente y los que
correspondan al autor por la cesión de los derechos de explotación de una obra objeto de
propiedad intelectual, devengados durante los seis meses anteriores a la declaración de
concurso.
4.º Los créditos tributarios y demás de Derecho público, así como los créditos de la Seguridad
Social que no gocen de privilegio especial ni del privilegio general del número segundo, pero
sólo hasta el 50 por 100 de su importe. Se tramitarán en concurrencia con estos créditos, los
derivados de responsabilidad extracontractual por los daños personales no asegurados.
5.º Los demás créditos por responsabilidad civil extracontractual, así como los créditos en
concepto de responsabilidad civil derivada de delito contra la Hacienda Pública y contra la
Seguridad Social.
6.º Los créditos que supongan nuevos ingresos de tesorería concedidos en el marco de un
acuerdo de refinanciación, en la cuantía no reconocida como crédito contra la masa.
7º Los créditos de que fuera titular el acreedor a instancia del cual se hubiere declarado el
concurso, pero sólo hasta el 50 por 100 de su importe y siempre que no merecieran la
calificación de subordinados.
1.º Los créditos que sean reconocidos tardíamente o por comunicaciones posteriores al plazo
de impugnación, aunque la subordinación no afectará a los créditos cuya existencia resultare
del propio concurso y a aquellos para cuya determinación sea precisa la actuación de
comprobación de las Administraciones públicas.
2.º Los créditos que se hubieran postergado respecto de todos los demás mediante un
contrato.
3.º Los créditos por recargos e intereses de cualquier clase devengados con anterioridad a la
declaración de concurso, salvo los correspondientes a créditos con garantía real hasta donde
alcance la respectiva garantía. Se incluyen en este número los intereses devengados por los
créditos salariales tras la declaración de concurso (art. 59.1 LC).
Excepcionalmente, se incluyen en este grupo los créditos por intereses devengados de los
nuevos ingresos de tesorería concedidos en el marco de un acuerdo de refinanciación, durante
el régimen transitorio de dos años previsto en la disposición adicional segunda del Real
Decreto-ley 4/2014, de 7 de marzo, por el que se adoptan medidas urgentes en materia de
refinanciación y reestructuración de deuda empresarial.
5.º Los créditos de que fuera titular alguna de las personas especialmente relacionadas con el
deudor (STS de 10 de octubre de 2011), siempre que no se trate de créditos salariales que
gocen de privilegio general cuando el concursado sea persona natural, y de créditos diferentes
de los préstamos o actos con análoga finalidad de los que sean titulares los socios
ilimitadamente responsables de las deudas sociales, los socios titulares de un 5 por 100 del
capital social en caso de sociedades cotizadas, y los titulares de un 10 por 100 si la sociedad no
tuviera valores admitidos a negociación en mercado secundario oficial (art. 93.2-1º y 3º LC) (v.
STS de 29 de diciembre de 2014). A estas excepciones se añaden los créditos por alimentos
nacidos y vencidos antes de la declaración de concurso, que tendrán la consideración de
créditos ordinarios.
6.º Los créditos que, como consecuencia de una acción de reintegración de la masa, resulten a
favor de quien haya sido declarado parte de mala fe en el acto impugnado.
7.º Los créditos derivados de los contratos con obligaciones recíprocas cuando el juez constate,
previo informe de la administración concursal, que el acreedor obstaculiza de forma reiterada
el cumplimiento del contrato en perjuicio del concurso.
1.º El cónyuge del concursado, su pareja de hecho inscrita o las personas que convivan con el
concursado con análoga relación de afectividad y quienes hubieran tenido esa condición dentro
de los dos años anteriores a la declaración de concurso.
2.º Los ascendientes, descendientes y hermanos tanto del concursado como de su cónyuge o
asimilado.
3.º Los cónyuges de los ascendientes, de los descendientes y de los hermanos del concursado.
4.º Las personas jurídicas controladas por el concursado o por las personas físicas relacionadas
especialmente con él o sus administradores de hecho o de derecho (existirá ese control en las
situaciones previstas en el art. 42.1 CCom)
.
5.º Las personas jurídicas que formen parte del mismo grupo de empresas que las controladas
por el concursado o por las personas físicas relacionadas especialmente con él.
6.º Las personas jurídicas de las que el concursado y las demás personas físicas relacionadas
especialmente con él sean administradores de hecho o de derecho.
En caso de persona jurídica, merecen esa calificación, igualmente automática e imperativa (art.
93.2 LC):
1.º Los socios ilimitadamente responsables de las deudas sociales y los socios titulares de un 5
ó un 10 por 100 del capital social, según que la sociedad cotice o no en bolsa.
2.º Los administradores, liquidadores y apoderados generales, actuales o que lo hubieran sido
en los dos años anteriores a la declaración de concurso.
Junto con el informe y el inventario de bienes, la administración concursal debe presentar una
lista de acreedores, que constituye la expresión documental de la masa pasiva y el resultado
de la tarea de reconocimiento de créditos en el concurso.
La lista de acreedores, como el inventario de bienes, puede ser impugnada por cualquier
interesado dentro del plazo legalmente previsto (art. 96 LC). Por esta razón la ley establece la
notificación y las medidas de publicidad de estos documentos. Las impugnaciones podrán
referirse a la inclusión o a la exclusión de créditos de la lista, a la cuantía o a la clasificación de
los créditos reconocidos, y se sustanciarán por el trámite del incidente concursal. Las
impugnaciones podrán ser acumuladas de oficio por el juez para resolverse conjuntamente y,
además, deberán hacerse constar en el Registro Público Concursal. Cuando las impugnaciones
afecten a menos del 20% del pasivo del concurso el juez podrá ordenar la finalización de la fase
común y la apertura de la fase de convenio o de liquidación, sin perjuicio del reflejo que las
impugnaciones puedan tener en la lista de acreedores definitiva y las medidas cautelares que
pueda adoptar para su efectividad (art. 96.4 LC). En todo caso, dentro de los 5 días siguientes
a la notificación de la última sentencia resolutoria de las impugnaciones, la administración
concursal deberá introducir en la lista de acreedores las modificaciones que procedan y
presentará al juez el texto definitivo (art. 96.5 LC).
Finalmente, y como vimos para el inventario de bienes, por regla general, quienes no
impugnaren en tiempo y forma la lista de acreedores no podrán ya plantear pretensiones de
modificación de su contenido, aunque sí podrán recurrir las modificaciones introducidas como
consecuencia de otras impugnaciones.
desempeña funciones importantes en todas las fases del procedimiento. En la fase común debe
emitir el informe central del concurso, elaborar el inventario de la masa activa y la lista de
acreedores. En la fase de convenio, tendrá que evaluar el contenido de la propuesta de
convenio. En la fase de liquidación, deberá elaborar el plan de liquidación, llevar a cabo las
operaciones de liquidación y pago de los créditos, emitir informes trimestrales y un informe
final de liquidación. Además, con la conclusión del procedimiento, debe emitir otro informe y
acompañarlo de la correspondiente rendición de cuentas, y cuando se abra la sección de
calificación deberá emitir un informe sobre los hechos relevantes para la calificación del
concurso.
Sin embargo, entre todas las actuaciones de la administración concursal debemos destacar la
elaboración del informe de la fase común, cuya principal función es ofrecer al juez y a los
acreedores una valoración del estado patrimonial del deudor en el momento de la declaración
de concurso, de las razones que han conducido al concurso y de la legalidad y viabilidad de las
soluciones de la insolvencia que se propugnen.
Recordamos que el informe debe ir acompañado del inventario y de la lista de acreedores. Una
vez resueltas las impugnaciones planteadas contra el inventario y la lista de acreedores, todos
los intervinientes en el procedimiento podrán conocer el estado patrimonial del deudor.
Entonces se producirá la apertura de la fase de convenio o la apertura de la fase de liquidación,
según proceda. Vemos, por tanto, que la presentación del informe de la administración
concursal constituye un hito fundamental del concurso que pone fin a la fase común de
tramitación.
El plazo para la presentación del informe será de 2 meses, contados a partir de la fecha de
aceptación del cargo, aunque podrá ser prorrogado por el juez cuando concurran determinadas
circunstancias (art. 74.2 LC):
Por otra parte, la administración concursal deberá enviar una comunicación electrónica al
deudor y a los acreedores informándoles del proyecto de inventario y de la lista de acreedores,
con un mínimo de 10 días de antelación a la presentación del informe al juez. Además, los
acreedores podrán solicitar a la administración concursal por medios electrónicos, que se
rectifique cualquier error o que se complementen los datos comunicados. También se prevé la
publicidad en el Registro Público Concursal tanto de la comunicación, como de la relación de
las solicitudes de rectificaciones y complemento presentadas (art. 95.1 LC). La presentación del
informe al juez se notificará a quienes se hayan personado en el concurso y se publicará
también en el Registro Público Concursal y en el tablón de anuncios del juzgado.
Si transcurren los plazos fijados sin que la administración concursal haya presentado el informe
y los documentos complementarios, se considerará un incumplimiento grave y el
administrador concursal podrá ser sancionado. Por un lado, podrá generar responsabilidad por
los daños causados a la masa, al deudor o a los acreedores (art. 36 LC); por otro, será justa
causa de separación del cargo (art. 37 LC). Y llevará consigo la pérdida de la remuneración a la
que tuviera derecho y la devolución de las cantidades que hubiera percibido en ese concepto
(art. 74.4 LC).
1) En primer lugar, el informe debe contener un análisis de los datos y circunstancias del
deudor expresados en la memoria presentada por éste con su solicitud de concurso o con
posterioridad, en caso de concurso instado por otra persona.
El informe irá acompañado de cuatro documentos básicos para la continuación del concurso:
el inventario de la masa activa, la lista de acreedores, un escrito de evaluación de las
-El inventario de la masa activa reflejará los bienes con los que cuenta el deudor para
la satisfacción de sus acreedores, y se acompañará de una relación de los litigios en tramitación
y de las acciones de reintegración a ejercitar por la administración concursal.
-Por su parte, la lista de acreedores que contiene los derechos de crédito que pueden
hacerse valer en el concurso (art. 94), recogerá una relación de los acreedores incluidos, otra
de los acreedores excluidos, y una relación separada donde se detallarán los créditos contra la
masa devengados y pendientes de pago, con expresión de los respectivos vencimientos.
Por otro lado, dentro del plazo de 10 días siguientes a la puesta de manifiesto de los textos
definitivos, se podrán impugnar las decisiones de la administración concursal sobre las
comunicaciones extemporáneas de créditos, que se sustanciarán por los trámites del incidente
concursal. Estas impugnaciones no impedirán la continuación de la fase de convenio o de
liquidación.
6. EL CONTROL JUDICIAL
Por otra parte, la función de la administración concursal puede terminar anticipadamente por
separación judicial. La administración concursal puede ser separada del cargo por el juez.
Existen numerosas prohibiciones legales establecidas para ser administrador (art. 28 LC), y, en
consecuencia, existe la facultad de recusación. Para que se produzca la válida separación de un
administrador concursal es necesaria la concurrencia de una justa causa. No cabe una
separación discrecional, sino que el administrador concursal tiene derecho a no ser removido
del cargo sin motivo. Puede existir justa causa de separación siempre que el administrador
concursal no esté en disposición de cumplir adecuadamente con la función asignada: por que
carezca de las condiciones subjetivas para el nombramiento, concurra una prohibición legal,
concurra causa de recusación, incumpla con los deberes que tiene establecidos, no presente
los informes trimestrales y el informe final de la liquidación, prolongue indebidamente la
liquidación, ocasione daños a la masa o a terceros, etc. La Ley Concursal considera que, en
todo caso, será causa de separación del administrador, salvo que el juez, atendiendo a
circunstancias objetivas, resuelva lo contrario, el incumplimiento grave de las funciones de
administrador y la resolución de impugnaciones sobre el inventario o la lista de acreedores en
favor de los demandantes por una cuantía igual o superior al veinte por ciento del valor de la
masa activa o de la lista de acreedores presentada por la administración concursal en su
informe. Producida la separación, el juez procederá de inmediato a un nuevo nombramiento.
El administrador cesado deberá rendir cuentas de su actuación (art. 38.4 LC).
Art. 97. 1 LC. Fuera de los supuestos de los apartados 3 y 4 de este artículo, quienes no impugnaren
en tiempo y forma el inventario o la lista de acreedores no podrán plantear pretensiones de
modificación del contenido de estos documentos, aunque sí podrán recurrir contra las modificaciones
introducidas por el juez al resolver otras impugnaciones.
Por otra parte, las modificaciones del texto definitivo de la lista de acreedores solo pueden
dirigirse a incluir nuevos créditos concursales (art. 97.3 LC), o a la novación modificativa de la
persona del acreedor (art. 97.4 LC). Parece desprenderse del art. 97.3 LC que resulta
improcedente la modificación de la lista definitiva de acreedores para excluir determinados
créditos concursales y/o alterar su clasificación.
La LC recoge varios supuestos que pueden dar lugar a la inclusión de nuevos créditos en el texto
definitivo de la lista de acreedores (art. 97.3 LC). Debemos considerar esos supuestos como
una lista numerus clausus. Por lo tanto, en materia de modificación del texto definitivo de la
lista de acreedores rige el principio de taxatividad.
Los supuestos que pueden dar lugar a la modificación del texto definitivo de la lista de
acreedores son los siguientes:
e) en los demás supuestos previstos en esta Ley (por ejemplo, arts. 62.4, 73, 92-6.º, 180
LC).
La Ley Concursal instaura un procedimiento ad hoc para la pretensión de modificación del texto
definitivo de la lista de acreedores (art. 97 bis LC). El procedimiento de modificación se inicia
mediante la presentación de una «solicitud», para lo cual la LC establece un plazo determinado.
Por lo que respecta a la legitimación activa, lo que parece desprenderse de la norma, es que
solo pueden instar a la modificación de la lista definitiva los acreedores concursales. El deudor
concursado quedaría, aparentemente, excluido para solicitar la modificación. Sin embargo, esa
interpretación resulta dudosa, de modo que parece razonable reconocer legitimación al
deudor. Y las mismas observaciones deben realizarse en relación con la solicitud de
modificación del texto definitivo de la lista de acreedores por cualquier otro interesado en el
crédito, pero que no tenga la condición de acreedor. Por último, también parece quedar
excluida la modificación de oficio por la propia administración concursal o por el juez del
concurso.
En cuanto a la forma, al hablar de “solicitud” la ley se refiere a una comunicación ordinaria, por
lo que no es necesaria la intervención de procurador y abogado. La solicitud constará de dos
partes: 1) el propio escrito de solicitud, y, 2) el material que pruebe la existencia del crédito y
Por otra parte, la solicitud de modificación del texto definitivo de la lista de acreedores no tiene
efectos suspensivos y, por ello, no impide la continuación de la fase solutoria del concurso, sea
esta convenida o liquidatoria (art. 97 ter.1 LC).
Como la solicitud de modificación del texto definitivo de la lista de acreedores no tiene carácter
suspensivo, es posible que parte de la masa activa se distribuya entre los acreedores
concursales en tanto se produce tal modificación. La Ley Concursal deja claro que las
operaciones de distribución del patrimonio del deudor realizadas antes del acceso del crédito
a la lista definitiva son completamente válidas (art. 97 ter.2 LC).
Las soluciones del concurso de acreedores son el convenio y la liquidación. Las dos tienen
como finalidad la satisfacción de los acreedores, pero el medio empleado para ello es diferente:
-El convenio pretende conseguir esa satisfacción mediante quitas y/o esperas de los
créditos acordadas por el deudor concursado con la colectividad de los acreedores concursales.
3. Lo dispuesto en los dos párrafos anteriores no será aplicable a aquellas licencias, autorizaciones o
contratos en los que el adquirente haya manifestado expresamente su intención de no subrogarse.
Ello sin perjuicio, a los efectos laborales, de la aplicación de lo dispuesto en el art. 44 del Estatuto de
los Trabajadores en los supuestos de sucesión de empresa.
La exclusión descrita en el párrafo anterior no se aplicará cuando los adquirentes de las unidades
productivas sean personas especialmente relacionadas con el concursado.
Art. 100.2-III LC. También podrán incluirse en la propuesta de convenio proposiciones de enajenación,
bien del conjunto de bienes y derechos del concursado afectos a su actividad empresarial o profesional
o de determinadas unidades productivas a favor de una persona natural o jurídica determinada, que
se regirán por lo dispuesto en el art. 146 bis.
El deudor puede imponer la liquidación desde el primer momento del procedimiento con la
solicitud de concurso voluntario, o en cualquier momento de la fase común de tramitación del
concurso (art. 142.1 LC). Alternativamente, el deudor que reúna los requisitos legalmente
exigidos podrá presentar una propuesta anticipada de convenio desde el mismo momento de
la solicitud de concurso hasta la expiración del plazo de comunicación de créditos (art. 104 LC).
Si no hubiera optado por la liquidación y no hubiera presentado tampoco propuesta anticipada
de convenio, el propio concursado y los acreedores que superen el 20 por 100 del pasivo
podrán presentar propuesta ordinaria de convenio, lo que podrán hacer en el último tramo de
la fase común e incluso –siempre que el concursado no hubiera solicitado la liquidación– hasta
cuarenta días antes de la fecha señalada para la celebración de la junta de acreedores (art. 113
LC). Si no se presenta ninguna propuesta de convenio, se abrirá de oficio la fase de liquidación
(arts. 114.3 y 143.1-1.º LC).
En todos esos casos, el convenio y la liquidación tienen carácter alternativo; pero en otros las
dos soluciones no serán alternativas, sino sucesivas. Esto ocurrirá porque la apertura de la fase
de liquidación es preceptiva siempre que fracase la solución convenida (arts. 142.2 y 143 LC).
El contenido del convenio queda sometido a normas imperativas (art. 100 LC).
A) En primer lugar, debe contener necesariamente quitas y/o esperas de los créditos.
Hay que señalar que no se establecen límites para el alcance de las quitas y la extensión de las
esperas, pero se prohíben las propuestas que alteren la cuantía de los créditos. Por su parte,
el contenido de las proposiciones de quita y/o espera tiene importantes consecuencias:
-Si las quitas son iguales o inferiores a la mitad del importe del crédito y las esperas no
superan los 5 años, para que la propuesta de convenio se considere aceptada por la junta será
necesario que vote a favor de la misma, al menos, un 50 por 100 del pasivo ordinario.
-Si las quitas son superiores a la mitad del importe del crédito y las esperas superan los
5 años, pero en ningún caso son superiores a 10, será necesario el voto favorable del 65 por
100 del pasivo ordinario.
La tramitación del convenio puede producirse de forma ordinaria o de forma anticipada, pero,
en todo caso, la propuesta de convenio deberá formularse por escrito, que deberá ir firmado
por los proponentes (el deudor o todos los acreedores que la presenten) y también, en su caso,
por aquellos terceros que presten garantías o financiación, realicen pagos o asuman cualquier
otra obligación. Además, deberá ir acompañada siempre de un plan de pagos y, en caso de
En el modelo ordinario del concurso de acreedores, a la fase primera o fase común sucede la
fase de convenio o la fase de liquidación. Si el concursado no hubiera optado antes por la
liquidación ni se hubiese aprobado un convenio anticipado, el juez dictará necesariamente
auto poniendo fin a la fase común del concurso y abriendo la fase de convenio, auto en el que,
además, se ordenará la convocatoria de junta de acreedores (art. 111 LC).
La propuesta ordinaria de convenio podrá ser presentada tanto por el deudor como por
acreedores que superen el 20 por 100 del total pasivo, en dos períodos distintos (art. 113 LC).:
La propuesta de convenio debe ser aceptada por la colectividad de los acreedores. La regla
general es que la aceptación tenga lugar en una junta, que será presidida por el juez (o,
excepcionalmente por la administración concursal) y que se entenderá constituida con la
concurrencia de acreedores titulares de, al menos, la mitad del pasivo ordinario del concurso.
Tienen derecho de asistencia todos los acreedores que figuren en la lista definitiva, quienes
podrán hacerse representar por cualquier persona, acreedor o no, que no sea el concursado o
persona especialmente relacionada. Deben asistir a la junta tanto el concursado como los
administradores concursales, aunque su incomparecencia no determinará la suspensión de la
junta, salvo que el juez así lo acordase.
Excepcionalmente, sin embargo, cuando el número de acreedores sea superior a 300, el juez
del concurso podrá acordar la tramitación escrita del convenio. En tal caso, el plazo para las
adhesiones –o los votos en contra– será de 90 días.
Tienen derecho de adhesión y de voto los acreedores concursales. Carecen de ese derecho,
por tanto, los créditos contra la masa, que deberán ser satisfechos a sus respectivos
vencimientos en cualquier estado del concurso. Pero no todos los acreedores concursales
tienen derecho de voto. Carecen de él dos categorías de acreedores: 1) los titulares de créditos
subordinados y 2) las personas especialmente relacionadas con el deudor que hubieran
adquirido su crédito por actos entre vivos después de la declaración de concurso. Finalmente,
los acreedores privilegiados tienen una posición especial, que tradicionalmente se denomina
derecho de abstención y que refleja, precisamente, el privilegio de que gozan: no quedan
afectados por el convenio y entonces podrán exigir inmediatamente su crédito a menos que
decidan involucrarse en él mediante el voto favorable a la propuesta de convenio.
Para el cálculo de las mayorías exigidas, se computarán como votos favorables a una propuesta
los de los acreedores firmantes o adheridos que, no asistiendo a la junta, hayan sido tenidos
por presentes. Con carácter general, para que una propuesta de convenio se considere
aceptada, dependiendo de su contenido serán necesarias las siguientes mayorías:
-El voto favorable del 50 por 100 del pasivo ordinario si se trata de quitas iguales o
inferiores a la mitad del importe del crédito o de esperas no superiores a 5 años, o de la
conversión de deuda en préstamos participativos durante el mismo plazo cuando se trate de
acreedores distintos de los públicos o los laborales.
-El voto favorable del 65 por 100 del pasivo ordinario, cuando las esperas sean
superiores a 5 años, pero en ningún caso superiores a 10, y las quitas superiores a la mitad
del importe del crédito, y, en el caso de acreedores distintos de los públicos y los laborales,
incluya la conversión de deuda en préstamos participativos en el mismo plazo o recoja
cualquiera de los demás contenidos posibles del convenio con arreglo a la normativa.
- Por último, bastará que vote a favor del convenio una porción de pasivo superior de la
que vote en contra, cuando la propuesta consista en el pago íntegro de los créditos ordinarios
en plazo no superior a 3 años o en el pago inmediato de los créditos ordinarios vencidos con
quita inferior al 20 por 100.
Por otro lado, para que se considere aceptada una propuesta de convenio que atribuya un trato
singular a algunos acreedores, se exigirá, además, el voto favorable de la mitad del pasivo no
afectado por el trato singular o de una porción de ese pasivo superior a la que vote en contra
(art. 125 LC).
C. La aprobación judicial
Cuando el juez, en cualquiera de esos casos, rechace el convenio aceptado por la colectividad
de acreedores sin que proceda acordar nueva convocatoria de la junta o nueva tramitación
escrita, declarará de oficio la apertura de la fase de liquidación.
Para reducir el coste del concurso de acreedores y ofrecer a los deudores una solución rápida
a su insolvencia, se permite que, en determinadas condiciones, el convenio se tramite de forma
simultánea a la fase común. Es decir, de una manera anticipada. La propuesta anticipada de
convenio deberá presentarse antes de la finalización del plazo de comunicación de créditos
(art. 104.1 LC).
1. No podrá presentar propuesta anticipada de convenio el concursado que se hallare en alguno de los
siguientes casos:
1º Haber sido condenado en sentencia firme por delito contra el patrimonio, contra el orden
socioeconómico, de falsedad documental, contra la Hacienda Pública, la Seguridad Social o contra los
derechos de los trabajadores.
En caso de deudor persona jurídica, se dará esta causa de prohibición si hubiera sido condenado por
cualquiera de estos delitos alguno de sus administradores o liquidadores, o de quienes lo hubieran sido
en los tres años anteriores a la presentación de la propuesta de convenio.
2º Haber incumplido en alguno de los tres últimos ejercicios la obligación del depósito de las cuentas
anuales.
Por otro lado, como ya sabemos, en caso de que el deudor insolvente notificara al juez
competente que se encuentra negociando con sus acreedores un convenio anticipado, se
amplía hasta 4 meses el plazo para el cumplimiento del deber legal de solicitar el propio
concurso (art. 5.bis LC).
pagos y, en su caso, al plan de viabilidad, a resultas del cual el juez acordará la continuación de
la tramitación o dejar sin efecto su admisión a trámite (art. 107 LC).
Sin embargo, en este caso, la falta de aprobación judicial del convenio no conduce
necesariamente a la fase de liquidación, porque el concursado puede optar también por
mantener la propuesta para su tramitación por la vía ordinaria o incluso por presentar una
nueva propuesta.
En general, los efectos del convenio se producen desde la fecha de la sentencia de aprobación.
A partir de ese momento, las facultades de actuación del deudor y los derechos de los
acreedores estarán determinados por el propio convenio, que será obligatorio para el
concursado y para los acreedores a quienes afecta, aun cuando-por cualquier causa-no
hubieran sido reconocidos en el concurso. Además, el concurso no finalizará hasta el
cumplimiento íntegro del convenio.
1. El convenio adquirirá eficacia desde la fecha de la sentencia que lo apruebe, salvo que el juez, por
razón del contenido del convenio, acuerde, de oficio o a instancia de parte, retrasar esa eficacia a la
fecha en que la aprobación alcance firmeza.
Al pronunciarse sobre el retraso de la eficacia del convenio, el juez podrá acordarlo con carácter
parcial.
2. Desde la eficacia del convenio cesarán todos los efectos de la declaración de concurso, quedando
sustituidos por los que, en su caso, se establezcan en el propio convenio, salvo los deberes de
colaboración e información establecidos en el art. 42, que subsistirán hasta la conclusión del
procedimiento.
La administración concursal rendirá cuentas de su actuación ante el juez del concurso, dentro del plazo
que éste señale. El informe de rendición de cuentas será remitido mediante comunicación telemática
a los acreedores de cuya dirección electrónica se tenga conocimiento por la administración concursal.
3. No obstante su cese, la administración concursal conservará plena legitimación para continuar los
incidentes en curso, pudiendo solicitar la ejecución de las sentencias y autos que se dicten en ellos,
hasta que sean firmes, así como para actuar en la sección sexta hasta que recaiga sentencia firme.
Por lo que se refiere al concursado, cesarán los efectos de la declaración de concurso, que
podrán ser sustituidos por las medidas prohibitivas o limitativas del ejercicio de las facultades
de administración y disposición que pueda fijar el convenio, y sin perjuicio de los deberes
Del mismo modo, cesará en su cargo la administración concursal, que deberá rendir cuentas
(art. 133.2-II LC), pero conservará la legitimación para continuar con los incidentes en curso y
para actuar en la sección de calificación que hubiera de formarse (art. 133.3 LC).
El convenio no afecta a los créditos contra la masa, que son posteriores a la apertura del
concurso, y deberán ser satisfechos a su vencimiento. Los créditos que sí quedan sujetos al
convenio son los que se concedan al concursado para financiar el plan de viabilidad.
1. El contenido del convenio vinculará al deudor y a los acreedores ordinarios y subordinados, respecto
de los créditos que fuesen anteriores a la declaración de concurso, aunque, por cualquier causa, no
hubiesen sido reconocidos.
Los acreedores subordinados quedarán afectados por las mismas quitas y esperas establecidas en el
convenio para los ordinarios, pero los plazos de espera se computarán a partir del íntegro
cumplimiento del convenio respecto de estos últimos. Queda a salvo su facultad de aceptar, conforme
a lo previsto en el art. 102, propuestas alternativas de conversión de sus créditos en acciones,
participaciones o cuotas sociales, o en créditos participativos.
2. Los acreedores privilegiados sólo quedarán vinculados al contenido del convenio si hubieren votado
a favor de la propuesta o si su firma o adhesión a aquélla se hubiere computado como voto favorable.
Además, podrán vincularse al convenio ya aceptado por los acreedores o aprobado por el juez,
mediante adhesión prestada en forma antes de la declaración judicial de su cumplimiento, en cuyo
caso quedarán afectados por el convenio.
3. Sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado anterior, los acreedores privilegiados quedarán también
vinculados al convenio cuando concurran las siguientes mayorías de acreedores de su misma clase,
según definición del art. 94.2:
a) Del 60 por ciento, cuando se trate de las medidas establecidas en el artículo 124.1.a)
b) Del 75 por ciento, cuando se trate de las medidas establecidas en el artículo 124.1.b)
En el caso de acreedores con privilegio especial, el cómputo de las mayorías se hará en función de la
proporción de las garantías aceptantes sobre el valor total de las garantías otorgadas dentro de cada
clase.
En el caso de acreedores con privilegio general, el cómputo se realizará en función del pasivo aceptante
sobre el total del pasivo que se beneficie de privilegio general dentro de cada clase.
convenio, de modo que sus efectos se extenderán a los acreedores privilegiados disidentes
cuando concurran determinadas mayorías.
Los acreedores con garantía real que no se vean afectados por el contenido del convenio
podrán iniciar o continuar la ejecución o realización forzosa de sus créditos desde el momento
de la aprobación del convenio. Los acreedores con garantía personal tienen un tratamiento
especial: si no votan a favor del convenio que fuera aprobado mantendrán íntegros sus
derechos frente a obligados solidarios, fiadores y avalistas del concursado (art. 135. 1 LC). De
este modo, los obligados solidarios, fiadores y avalistas no podrán oponer el convenio a los
acreedores que no hubieran votado a favor. En cambio, frente a los acreedores con garantía
personal que hubieran votado a favor del convenio, la responsabilidad de los obligados
solidarios, fiadores o avalistas del concursado se regirá por las normas aplicables a la obligación
que hubieran contraído o por los acuerdos alcanzados sobre el particular (art. 135.2 LC).
Como efecto específico y propio del convenio, los créditos de los acreedores afectados por el
convenio (es decir, privilegiados que hubiesen votado a favor o se hubieran visto «arrastrados»
por el convenio, ordinarios y subordinados) quedarán extinguidos en la parte a que alcance la
quita y aplazados en su exigibilidad por el tiempo de espera (art. 136 LC).
Los créditos de los acreedores privilegiados que hubiesen votado a favor del convenio, los de los
acreedores ordinarios y los de los subordinados quedarán extinguidos en la parte a que alcance la
quita, aplazados en su exigibilidad por el tiempo de espera y, en general, afectados por el contenido
del convenio.
Tal modificación del crédito quedará sin efecto en caso de declaración de incumplimiento del
convenio y consiguiente resolución (art. 140.4 LC).
El deudor deberá informar cada 6 meses al juez del grado de cumplimiento del convenio.
Cuando lo considere íntegramente cumplido presentará al juez un informe y le solicitará la
declaración de cumplimiento. Sin embargo, debemos destacar que el correspondiente auto de
conclusión del concurso sólo se dictará cuando concurran dos requisitos: 1) que sea firme el
auto de declaración de cumplimiento del convenio y 2) que haya transcurrido el plazo de
caducidad de las acciones de declaración de incumplimiento o se hayan rechazado por
resolución firme las acciones presentadas (arts. 141 y 176.1-2.º LC). En efecto, cualquier
acreedor que estime incumplido el convenio podrá solicitar del juez del concurso la declaración
de incumplimiento. La declaración de incumplimiento supondrá la resolución del convenio y la
desaparición de los efectos de los créditos y constituye, además, causa de apertura de oficio de
la fase de liquidación (art. 143.1-5.º LC). Lo mismo sucederá cuando el juez declare la nulidad
del convenio (art. 143.1-4.º LC).
La liquidación es la fase del concurso de acreedores dirigida a convertir en dinero los bienes y
derechos que integran la masa activa para el pago a los acreedores por el orden legalmente
establecido. La liquidación del concurso se divide en dos etapas:
2) la etapa de pago a los acreedores, que podrá comenzar, aunque no estén terminadas
las operaciones de liquidación, en función de la liquidez de la masa activa y con las debidas
garantías.
La liquidación puede ser voluntaria o necesaria. Además, «el deudor podrá solicitar la
liquidación en cualquier momento» (art. 142.1-I LC), siempre – claro está– que no hubiera
presentado una propuesta de convenio, y la apertura de la fase de liquidación habrá de
producirse dentro de los 10 días siguientes (art. 142.1-II LC). Las operaciones de liquidación se
iniciarán inmediatamente y de modo simultáneo a la determinación de las masas activa y
pasiva del concurso, y, en su caso, podrá pagarse a los acreedores antes incluso de que las
masas estén definitivamente formadas. Excepcionalmente, la administración concursal podrá
solicitar la apertura de la fase de liquidación, pero solo cuando hubiera cesado la actividad
profesional o empresarial del concursado.
En todo caso, a la resolución judicial por la que se declare la apertura de la fase de liquidación
se le dará la publicidad prevista para la declaración de concurso.
sobre conclusión y reapertura del concurso, las normas procesales generales y sistemas de
recursos y las de derecho internacional privado.
1. La situación del concursado durante la fase de liquidación será la de suspensión del ejercicio de las
facultades de administración y disposición sobre su patrimonio, con todos los efectos establecidos para
ella en el título III de la presente Ley.
3. Si el concursado fuese persona jurídica, la resolución judicial que abra la fase de liquidación
contendrá la declaración de disolución si no estuviese acordada y, en todo caso, el cese de los
administradores o liquidadores, que serán sustituidos por la administración concursal, sin perjuicio de
continuar aquéllos en la representación de la concursada en el procedimiento y en los incidentes en los
que sea parte.
-Vemos que cuando el concursado sea una persona natural, la apertura de la liquidación
producirá la extinción del derecho a alimentos con cargo a la masa activa, salvo cuando fuera
imprescindible para atender a las necesidades mínimas del concursado y de su cónyuge o
pareja de hecho (art. 145.2 LC).
-Cuando sea una persona jurídica, la resolución judicial de apertura de la fase de
liquidación contendrá la declaración de disolución, si no se hubiera producido con anterioridad,
así como la sustitución del órgano de administración y representación por la administración
concursal a los efectos de realizar las operaciones de liquidación (art. 145.3 LC).
Además, la apertura de la fase de liquidación conlleva dos efectos específicos sobre los créditos
(art. 146 LC): 1) el vencimiento anticipado de los que estuvieran aplazados y 2) la conversión
en dinero de los que consistan en otras prestaciones.
vigiladas por el juez del concurso. La administración concursal elabora el plan de liquidación o
de realización de bienes y derechos integrados en la masa activa que tendrá que someterse a
la consideración del deudor, de los acreedores y, en su caso, de los representantes de los
trabajadores y ser aprobado por el juez. Si, por cualquier razón, el plan no fuera aprobado, se
aplicarán las reglas legales de liquidación (art. 149 LC). En todo caso, cuando el concursado sea
titular de una empresa y cuente con trabajadores a su cargo existe un principio general de
conservación de la empresa, de modo que se fomenta su transmisión global y la conservación
de los puestos de trabajo. Además, cualquiera que sea la forma de la liquidación, se establecen
varias normas imperativas: 1) la sucesión procesal de pleno derecho en caso de enajenación
de bienes litigiosos (art. 150 LC); 2) el deber de la administración concursal de emitir informes
trimestrales sobre la marcha de la liquidación (art. 152 LC) y 3) la posibilidad de separación de
los administradores concursales cuando las operaciones de liquidación se prolonguen
excesivamente en el tiempo (art. 153 LC).
Los bienes o derechos sobre cuya titularidad o disponibilidad exista promovida cuestión litigiosa
podrán enajenarse con tal carácter, quedando el adquirente a las resultas del litigio. La administración
concursal comunicará la enajenación al juzgado o tribunal que está conociendo del litigio. Esta
comunicación producirá, de pleno derecho, la sucesión procesal, sin que pueda oponerse la contraparte
y aunque el adquirente no se persone.
-La primera regla legal hace referencia a la liquidación de las empresas o explotaciones
que integren la masa activa y contiene un conjunto de disposiciones dispersas:
a) La empresa se enajenará como un todo (salvo que el juez estime otra cosa en interés
del concurso), y mediante subasta. Cuando la enajenación se lleve a cabo mediante subasta se
fijará un plazo para la presentación de ofertas de compra de la empresa, que deberán incluir
un contenido mínimo exigido por la normativa.
-La segunda regla legal, que constituye una simple reiteración normativa, es la de que
la extinción o suspensión de contratos laborales o la modificación en las condiciones de trabajo
se someterá a lo dispuesto en la propia Ley.
-La tercera regla se refiere a las enajenaciones individuales de todos los demás bienes
de la masa activa, incluidos los que integren las empresas o explotaciones cuando no fuere
posible la transmisión global, que se realizarán conforme a las disposiciones establecidas en la
Para finalizar, la norma prevé que el auto de aprobación del remate o de la transmisión de los
bienes o derechos realizados ya sea de forma separada, por lotes o formando parte de una
empresa o unidad productiva, acordará la cancelación de todas las cargas anteriores al
concurso constituidas a favor de créditos concursales, salvo las que gocen de privilegio especial
y se hayan transmitido al adquirente con subsistencia del gravamen (arts. 149.5 y 90 LC).
La fase de liquidación del concurso de acreedores tiene como finalidad específica la satisfacción
de los créditos previamente reconocidos. A falta de normas especiales, habrán de considerarse
aplicables a los pagos concursales las reglas generales: podrá utilizarse cualquiera de los
medios habituales (transferencias, cheques, etc.), deberá exigirse recibo y, en su caso, hacer
constar el pago en el título; las cantidades correspondientes a los acreedores que no reciban el
pago deberán ser consignadas, etc. Evidentemente, el pago producirá la extinción del crédito,
sea total o parcial. Por su parte, “Si el pago de un crédito se realizare antes del vencimiento
que tuviere a la fecha de apertura de la liquidación, se hará con el descuento correspondiente,
calculado al tipo de interés legal” (art. 159 LC).
Atención especial merece el pago de los créditos con garantía personal. De un lado, el garante
(titular del crédito de regreso contra el concursado) no podrá ser satisfecho en la liquidación,
mientras no hubiera pagado íntegramente el crédito garantizado, en cuyo caso sustituirá al
acreedor principal. Cuando se produzca la concurrencia del crédito principal y del crédito de
regreso, porque el garante hubiera satisfecho sólo parcialmente el crédito garantizado con
anterioridad a la declaración de concurso, el acreedor tendrá derecho a obtener en el concurso
del deudor también los pagos correspondientes al garante hasta que, sumados a los que
perciba por su crédito, cubran el importe total (art. 160 LC).
El acreedor que, antes de la declaración de concurso, hubiera cobrado parte del crédito de un fiador o
avalista o de un deudor solidario tendrá derecho a obtener en el concurso del deudor los pagos
correspondientes a aquéllos hasta que, sumados a los que perciba por su crédito, cubran, el importe
total de este.
Por otra parte, en caso de crédito que hubiera sido reconocido en dos o más concursos de
deudores solidarios, el acreedor no podrá obtener, sumando lo percibido en todos los
concursos, una cantidad superior al importe del crédito y el codeudor concursado que haya
efectuado un pago parcial no podrá reintegrarse del pago realizado en los concursos de sus
codeudores mientras el acreedor no haya sido íntegramente satisfecho. Para hacer posible la
aplicación de esas reglas y coordinar los concursos, la administración concursal podrá retener
el pago hasta que el acreedor presente certificación acreditativa de lo percibido en los
concursos de los demás deudores solidarios y habrá de poner en conocimiento de las
administraciones concursales de los demás concursos los pagos realizados (art. 161 LC).
Art. 161. Pago de crédito reconocido en dos o más concursos de deudores solidarios
1. En el caso de que el crédito hubiera sido reconocido en dos o más concursos de deudores solidarios,
la suma de lo percibido en todos los concursos no podrá exceder del importe del crédito.
2. La administración concursal podrá retener el pago hasta que el acreedor presente certificación
acreditativa de lo percibido en los concursos de los demás deudores solidarios. Una vez efectuado el
pago, lo pondrá en conocimiento de los administradores de los demás concursos.
3. El deudor solidario concursado que haya efectuado pago parcial al acreedor no podrá obtener el
pago en los concursos de los codeudores mientras el acreedor no haya sido íntegramente satisfecho.
2. Quienes hubieran recibido pagos parciales cuya presunción de legitimidad no resultara desvirtuada
por sentencia firme de revocación, los retendrán en su poder, pero no podrán participar en los cobros
de las operaciones de liquidación hasta que el resto de los acreedores de su misma clasificación hubiera
recibido pagos en un porcentaje equivalente.
B. El orden de pago
El pago de los créditos se realizará por el orden legalmente establecido. Hay que distinguir los
créditos con privilegio especial y los créditos contra la masa de los restantes créditos (con
privilegio general, ordinarios y subordinados). Los primeros se satisfacen de una forma
especial, fuera de la graduación, y los segundos se satisfacen con el remanente de la masa
activa del concurso que resulte de la liquidación, de acuerdo con las normas de graduación de
los créditos.
a) El pago de los créditos con privilegio especial será siempre preferente y se hará con
cargo a los bienes y derechos afectos (art. 155.1 LC). Tenemos que destacar que esta
preferencia se ejerce sobre los demás créditos concursales y también sobre los créditos contra
la masa (art. 154-II LC). Además, si sobre un mismo bien o derecho concurren varios privilegios
especiales, se aplicará el principio de prioridad temporal.
Por otra parte, abierta la liquidación, los acreedores perderán el derecho de ejecución
en procedimiento separado (art. 57.3 LC), porque ello podría perjudicar la satisfacción de los
restantes acreedores en los casos en los que el bien gravado formara parte de un conjunto de
bienes. Por lo tanto, durante la liquidación podrá realizarse la venta de un conjunto de bienes
o derechos, aun cuando alguno de ellos estuviera sujeto a privilegio especial, de acuerdo con
el plan de liquidación o con las reglas legales de liquidación, asignándose en tal caso a los
acreedores privilegiados, con cargo al producto de la venta, las cantidades que les
correspondan en función del valor de su crédito, del valor de los bienes o derechos sobre los
que recaen sus privilegios y del conjunto de bienes ejecutado.
subrogación del adquirente en la obligación del deudor, que quedará excluida de la masa pasiva
(art. 155.3 LC). Con esta posibilidad se trata de conciliar el interés del concurso con el del
acreedor privilegiado en los casos en que el valor del bien o derecho objeto del privilegio
especial sea superior al del crédito privilegiado.
Cuando el crédito con privilegio especial sea satisfecho totalmente con el producto de su
ejecución, separada o colectiva, el remanente se integrará en la masa activa del concurso para
la satisfacción de los demás créditos. Si, por el contrario, el producto de la ejecución del bien
fuera insuficiente para la satisfacción íntegra del crédito con privilegio especial, en la parte no
satisfecha el crédito compartirá posición con los créditos ordinarios.
b) Los créditos contra la masa tienen prioridad sobre los créditos concursales que no
disfruten de privilegio especial, lo que se reconoce estableciendo que serán satisfechos antes
de proceder al pago de los créditos concursales (art. 154 LC). Si la masa activa fuese insuficiente
para satisfacer todos los créditos contra la masa, se pagarán por el orden legalmente
establecido al efecto (art. 176 bis.2 LC).
Art. 176 bis.2.: Tan pronto como conste que la masa activa es insuficiente para el pago de los
créditos contra la masa, la administración concursal lo comunicará al juez del concurso, que lo pondrá
de manifiesto en la oficina judicial a las partes personadas.
Desde ese momento, la administración concursal deberá proceder a pagar los créditos contra la masa
conforme al orden siguiente, y en su caso, a prorrata dentro de cada número, salvo los créditos
imprescindibles para concluir la liquidación:
1º Los créditos salariales de los últimos treinta días de trabajo efectivo y en cuantía que no supere el
doble del salario mínimo interprofesional.
2º Los créditos por salarios e indemnizaciones en la cuantía que resulte de multiplicar el triple del
salario mínimo interprofesional por el número de días de salario pendientes de pago.
3º Los créditos por alimentos del artículo 145.2, en cuantía que no supere el salario mínimo
interprofesional.
c) Una vez satisfechos los créditos con privilegio especial y deducidos de la masa activa
los bienes y derechos necesarios para satisfacer los créditos contra la masa, comienza
propiamente la graduación de créditos. En primer lugar, se atenderá al pago de los créditos
con privilegio general, por el orden legalmente establecido y, en su caso, a prorrata dentro de
cada número. A continuación, se realizará, el pago de los créditos ordinarios, si bien se permite
excepcionalmente adelantar el pago, siempre que estén debidamente cubiertos los créditos
contra la masa y los privilegiados (art. 157 LC), y, finalmente, se procederá, en su caso, y una
vez satisfechos en su integridad los restantes créditos, al pago de los créditos subordinados,
por el orden legalmente establecido y a prorrata dentro de cada número (arts. 92 y 158 LC).
Según la Ley, el concurso puede ser fortuito o culpable. Estamos ante un concurso culpable
cuando en la generación o agravación del estado de insolvencia haya mediado dolo o culpa grave
del deudor o de sus representantes legales. Y, en caso de persona jurídica, cuando haya mediado
dolo o culpa grave de sus administradores o liquidadores, apoderados generales, y de quienes,
dentro de los 2 años anteriores a la fecha de la declaración de concurso hubieran tenido
cualquiera de estas condiciones. Por tanto, vemos que deben concurrir dos elementos: 1) un
elemento objetivo, que consiste en la generación o agravación del estado de insolvencia del
deudor; y 2) un elemento subjetivo, de modo que ese resultado debe haberse producido
actuando con dolo o culpa grave.
Art. 164.2. En todo caso, el concurso se calificará como culpable cuando concurra cualquiera de los
siguientes supuestos:
3º Cuando la apertura de la liquidación haya sido acordada de oficio por incumplimiento del convenio
debido a causa imputable al concursado.
4º Cuando el deudor se hubiera alzado con la totalidad o parte de sus bienes en perjuicio de sus
acreedores o hubiera realizado cualquier acto que retrase, dificulte o impida la eficacia de un embargo
en cualquier clase de ejecución iniciada o de previsible iniciación.
5º Cuando durante los dos años anteriores a la fecha de declaración de concurso hubieran salido
fraudulentamente del patrimonio del deudor bienes o derechos.
6º Cuando antes de la fecha de la declaración de concurso el deudor hubiese realizado cualquier acto
jurídico dirigido a simular una situación patrimonial ficticia.
También se presume culpable el concurso (salvo prueba en contrario) cuando los socios o
administradores se hubiesen negado-concurriendo determinadas circunstancias y sin causa
razonable- a la capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles
y ello hubiera frustrado la consecución de un acuerdo de refinanciación ordinario de carácter
colectivo, de un acuerdo de refinanciación homologado o de un acuerdo extrajudicial de pagos.
2. LA SECCIÓN DE CALIFICACIÓN
La calificación del concurso es una operación del procedimiento dirigida a sancionar civilmente
las conductas del concursado, de sus representantes legales, de sus apoderados generales, de
sus administradores o liquidadores, de sus socios (aunque tengan responsabilidad limitada), e
incluso de terceros que hubieran provocado o agravado el estado de insolvencia que determina
la declaración de concurso. La calificación del concurso tiene sólo efectos civiles, hasta el punto
de que es legalmente independiente de las actuaciones penales que procedan por actos del
deudor que pudieran ser constitutivos de delito (art. 163.2 LC y art. 260.4 CP).
2. La calificación no vinculará a los jueces y tribunales del orden jurisdiccional penal que, en su caso,
entiendan de actuaciones del deudor que pudieran ser constitutivas de delito.
La autonomía del Derecho penal respecto del Derecho concursal está clara. Las insolvencias
punibles tipificadas en el art. 257 del Código Penal, se declaran perseguibles aun cuando tras
la comisión del delito se iniciara un concurso de acreedores (art. 257.5 CP). Del mismo modo,
la insolvencia punible tipificada en el art. 260 puede perseguirse «sin esperar a la conclusión
del proceso civil y sin perjuicio de la continuación de éste» (art. 260.3 CP). El procedimiento
concursal anterior o posterior no incide sobre el procedimiento penal.
Cuando proceda, la calificación del concurso se realizará dentro una sección específica del
concurso (la sección sexta), cuya formación no se confía a la iniciativa de los interesados, sino
que se impone al propio juez del concurso, que deberá ordenarla de oficio. En el
correspondiente procedimiento-que terminará con la calificación del concurso de acreedores
como fortuito o como culpable- podrá personarse y ser parte cualquier acreedor (concursal o
de la masa) y, en general, cualquier persona que acredite interés legítimo.
La administración concursal tiene el deber de presentar al juez del concurso un informe sobre
los hechos que considere relevantes para la calificación, en el que habrá de incluir su propia
propuesta (de calificación). El informe consistirá en un escrito documentado y razonado, que
contendrá la determinación de los daños y perjuicios que, en su caso, se hubieran causado por
las personas afectadas por la calificación y por los cómplices. Cuando la administración
concursal propusiera la calificación del concurso como culpable, el informe deberá expresar la
identidad de las personas a las que deba afectar la calificación y de las que hayan de ser
consideradas cómplices.
La sentencia de calificación del concurso como culpable produce importantes efectos sobre las
personas afectadas y, en su caso, sobre los cómplices (art. 172.2 LC).
Los efectos de la calificación culpable del concurso recaen principalmente sobre el concursado,
pero cuando éste hubiese de actuar necesariamente a través de otras personas
(representantes legales, administradores o liquidadores, apoderados generales), las
consecuencias de la calificación recaerán en realidad sobre otras personas, que serán, por ello,
«afectadas por la calificación». Además, algunos efectos de la calificación se extenderán, en
su caso, a terceras personas consideradas cómplices, por lo que la sentencia deberá declarar
también qué personas merecen esa consideración. El concepto de «personas afectadas por la
calificación» no coincide con el de «personas especialmente relacionadas con el concursado»,
aunque puede ocurrir que algunos sujetos tengan esa doble condición. En todo caso, la
determinación de las personas afectadas por la calificación ha de referirse a quienes hubiesen
causado o agravado la insolvencia del concursado.
-El segundo efecto para las personas afectadas por la calificación o sus cómplices, es la
pérdida de cualquier derecho que tuvieran como acreedores en el concurso. También tendrán
que devolver los bienes o derechos que hubieran obtenido indebidamente e indemnizar por
los daños y perjuicios causados (art. 172.2-3º LC).
determinado la calificación culpable haya generado o agravado la insolvencia (art. 172 bis LC).
Y cuando la sección de calificación se hubiera reabierto a consecuencia del incumplimiento del
convenio, el juez para fijar la condena tendrá en cuenta el déficit del concurso, los hechos
declarados probados en la sentencia de calificación y los hechos determinantes de la
reapertura. En todo caso, se considera que existe déficit cuando el valor de los bienes y
derechos de la masa activa según el inventario de la administración concursal sea inferior a la
suma de los importes de los créditos reconocidos en la lista de acreedores.
Para hacer efectiva esa eventual «responsabilidad concursal» a la cobertura del déficit, el juez
podrá acordar, como medida cautelar, el embargo preventivo de bienes y derechos de quienes
pudieran resultar condenados (administradores, liquidadores y apoderados generales desde
los dos años anteriores a la declaración de concurso), cuando de lo actuado resulte fundada la
posibilidad de tal condena, medida que podrá ser sustituida por un aval de entidad de crédito
(art. 48 ter LC).
Como ya sabemos, las soluciones ordinarias del concurso son el convenio y la liquidación. Y se
consideran expresamente causas de conclusión del concurso tanto el cumplimiento íntegro
del convenio - exigiéndose la firmeza del auto que lo declare y la caducidad o rechazo de las
acciones de declaración de incumplimiento- (arts. 141 y 176.1-2.º LC), como la finalización de
la liquidación (arts. 152.2 y 3 y 176.1-2º LC).
Art. 152.2. Dentro del mes siguiente a la conclusión de la liquidación de la masa activa y, si estuviera
en tramitación la sección sexta, dentro del mes siguiente a la notificación de la sentencia de
calificación, la administración concursal presentará al juez del concurso un informe final justificativo
de las operaciones realizadas y razonará inexcusablemente que no existen acciones viables de
reintegración de la masa activa ni de responsabilidad de terceros pendientes de ser ejercitadas ni otros
bienes o derechos del concursado. No impedirá la conclusión que el deudor mantenga la propiedad de
bienes legalmente inembargables o desprovistos de valor de mercado o cuyo coste de realización sería
manifiestamente desproporcionado respecto de su previsible valor venal.
También incluirá una completa rendición de cuentas, conforme a lo dispuesto en esta Ley. La
administración concursal adjuntará dicho informe mediante comunicación telemática a los acreedores
de cuya dirección electrónica se tenga conocimiento.
Por otra parte, es evidente que el procedimiento tiene que concluir cuando todos los
acreedores han sido satisfechos o cuando se obtenga un resultado equivalente porque todos
los acreedores renuncien a su crédito o desistan del concurso. También, cuando desaparezca
el presupuesto objetivo del concurso, es decir, la situación de insolvencia, el concurso no podrá
mantenerse. Ahora bien, aunque el pago íntegro de los acreedores constituye una causa de
conclusión del concurso, el concurso no podrá considerarse totalmente concluido si está
formada la sección de calificación. En este sentido, es posible que el juez acuerde la conclusión
del concurso con el cierre de la sección primera y de las demás secciones formal y
materialmente terminadas y deje abierta la sección de calificación. El pago íntegro a los
acreedores no pone fin a la sección de calificación abierta como consecuencia de la apertura
de la liquidación, ni produce efecto alguno sobre su tramitación.
Es muy frecuente el supuesto de insuficiencia de la masa activa para satisfacer los créditos
contra la masa. Si no es posible la satisfacción de los créditos, el concurso no puede cumplir su
función. Una vez acreditada la imposibilidad de satisfacer un solo crédito concursal porque la
masa activa no sea suficiente ni tan siquiera para satisfacer el coste mismo del procedimiento
(los créditos contra la masa), parece evidente que el concurso debe finalizar (art. 176 bis LC).
Procederá la conclusión del concurso por insuficiencia de la masa activa en cualquier momento
-incluso en el propio auto de declaración-cuando el patrimonio del concursado no sea
presumiblemente suficiente para la satisfacción de los créditos contra la masa -y tales créditos
no se encontraran garantizados de forma suficiente por un tercero-, siempre que no sea
previsible el ejercicio de acciones de reintegración, de impugnación o de responsabilidad de
terceros ni la calificación del concurso como culpable. Por esa razón se especifica que no podrá
dictarse auto de conclusión del concurso por insuficiencia de la masa activa mientras se esté
tramitando la sección de calificación o estén pendientes demandas de reintegración de la masa
activa o de exigencia de responsabilidad de terceros, salvo que las correspondientes acciones
hubiesen sido objeto de cesión o fuese manifiesto que lo que se obtuviera de ellas no sería
suficiente para la satisfacción de los créditos contra la masa.
Pues bien, tan pronto como conste que la masa activa es insuficiente para el pago de los
créditos contra la masa, la administración concursal deberá proceder a pagar los créditos
contra la masa conforme a un orden fijado legalmente, y, en su caso, a prorrata dentro de cada
número, descontados los gastos necesarios para la conversión en dinero de los bienes y
derechos que eventualmente subsistan en la masa activa. El orden es el siguiente:
1.º Los créditos salariales de los últimos treinta días de trabajo efectivo y en cuantía que
no supere el doble del salario mínimo interprofesional.
2.º Los créditos por salarios e indemnizaciones en la cuantía que resulte de multiplicar
el triple del salario mínimo interprofesional por el número de días de salario pendientes de
pago.
3.º Los créditos por alimentos del artículo 145.2, en cuantía que no supere el salario
mínimo interprofesional.
4.º Los créditos por costas y gastos judiciales del concurso.
5.º Los demás créditos contra la masa.
Hasta el día en que se dicte el auto de conclusión del concurso, los acreedores y
cualquier otro legitimado podrán solicitar la reanudación del concurso, siempre que justifiquen
indicios suficientes para considerar que pueden ejercitarse acciones de reintegración o
aportando por escrito hechos relevantes que pudieran conducir a la calificación de concurso
culpable y que justifiquen el depósito o consignación ante el juzgado de una cantidad suficiente
para la satisfacción de los créditos contra la masa previsibles.
1. En todos los casos de conclusión del concurso, cesarán las limitaciones de las facultades de
administración y disposición sobre el deudor subsistentes, salvo las que se contengan en la sentencia
firme de calificación o de lo previsto en los capítulos siguientes.
2. Fuera de los supuestos previstos en al artículo siguiente, en los casos de conclusión del concurso por
liquidación o insuficiencia de la masa activa, el deudor persona natural quedará responsable del pago
de los créditos restantes. Los acreedores podrán iniciar ejecuciones singulares, en tanto no se acuerde
la reapertura del concurso o no se declare nuevo concurso. Para tales ejecuciones, la inclusión de su
crédito en la lista definitiva de acreedores se equipara a una sentencia de condena firme.
3. La resolución judicial que declare la conclusión del concurso por liquidación o por insuficiencia de la
masa activa del deudor persona jurídica acordará su extinción y dispondrá la cancelación de su
inscripción en los registros públicos que corresponda, a cuyo efecto se expedirá mandamiento
conteniendo testimonio de la resolución firme.
Ahora bien, la norma contempla la posibilidad de que el deudor persona natural pueda
liberarse de los créditos que no hayan podido satisfacerse mediante el beneficio de la
exoneración del pasivo insatisfecho (art. 178 bis). Para ello el deudor deberá presentar una
solicitud ante el juez del concurso a partir de dos posibles alternativas: 1ª) o bien se libera de
lo que reste una vez satisfechos en su integridad los créditos contra la masa y los créditos
concursales privilegiados y, si no hubiera intentado el acuerdo extrajudicial de pagos, al menos
el 25 por 100 del importe de los créditos concursales ordinarios; 2ª) o bien, si el deudor no ha
conseguido satisfacer ese umbral de pasivo, se liberará de los créditos ordinarios y
subordinados pendientes cuando acepte someterse a un plan de pagos por el cual las deudas
no exoneradas (créditos contra la masa y privilegiados) deberán ser satisfechas dentro de los 5
años siguientes a la conclusión del concurso. En principio, si se dan los requisitos exigidos por
la norma, el juez del concurso concederá el beneficio de exoneración del pasivo insatisfecho
con carácter provisional, declarando concluido el procedimiento, y si en los 5 años siguientes
ningún acreedor solicita la revocación de la medida, podrá declararse su carácter definitivo.
En todos los casos de conclusión del concurso cesarán las limitaciones de las facultades de
administración y disposición del deudor, salvo las que se contengan en la sentencia firme de
calificación, y la administración concursal deberá rendir cuentas.
Como hemos visto, si el concurso concluye por revocación de la declaración, por cumplimiento
íntegro del convenio, por pago íntegro de todos los créditos, por solvencia sobrevenida del
concursado o por desistimiento o renuncia de todos los acreedores, la finalidad del concurso
habrá quedado cumplida, por lo que se considerará definitivamente extinguido. Por el
contrario, si el concurso concluye por liquidación sin pago íntegro-o por insuficiencia de la
masa activa, la decisión legal de liberar de responsabilidad a los deudores personas naturales
solo cuando concurran determinadas circunstancias, y de extinguir a las personas jurídicas
deudoras obliga a prever la reapertura del concurso. A tal efecto, se establece, que tendrá la
consideración de reapertura del concurso la declaración de concurso de deudor persona
natural que se produzca dentro de los 5 años siguientes a la conclusión de un concurso por
liquidación o por insuficiencia de masa (art. 179.1 LC) y que la reapertura del concurso de una
persona jurídica que hubiera concluido por liquidación o por insuficiencia de la masa se limitará
a la fase de liquidación de los bienes y derechos aparecidos con posterioridad (art. 179.2 LC).
La característica fundamental de la reapertura del concurso es que se trata del mismo
procedimiento, que continúa, y no de un nuevo concurso. Por ello, el procedimiento reabierto
se limitará a actualizar las masas activa y pasiva y proceder en consecuencia (art. 180 LC).
1. La declaración de concurso de deudor persona natural dentro de los cinco años siguientes a la
conclusión de otro anterior por liquidación o insuficiencia de masa activa tendrá la consideración de
reapertura de éste. El juez competente, desde que se conozca esta circunstancia, acordará la
incorporación al procedimiento en curso de todo lo actuado en el anterior.
2. La reapertura del concurso de deudor persona jurídica concluido por liquidación o insuficiencia de
masa será declarada por el mismo juzgado que conoció de éste, se tramitará en el mismo
procedimiento y se limitará a la fase de liquidación de los bienes y derechos aparecidos con
posterioridad. A dicha reapertura se le dará la publicidad prevista en los artículos 23 y 24 procediendo
también la reapertura de la hoja registral prevista en el Reglamento del Registro Mercantil.
La diversidad de intereses implicados exige que la apertura del concurso tenga una amplia
publicidad con el fin informar de la declaración al deudor y a los terceros relacionados. La Ley
contempla distintas medidas de publicidad, unas registrales y otras extrarregistrales, unas
generales y obligatorias, y otras complementarias y facultativas, si bien todas habrán de
realizarse preferentemente por medios telemáticos, informáticos y electrónicos, en la forma
que reglamentariamente se determine, garantizando la seguridad y la integridad de las
comunicaciones.
En todo caso, la Ley no dispone las mismas medidas de publicidad para todas las resoluciones
que se originan en el procedimiento concursal.
Por otro lado, la normativa se ocupa de la publicidad de «las demás resoluciones», que, serán
publicadas mediante edictos en el Registro público concursal y en el tablón de anuncios del
juzgado.
El auto de declaración de concurso y el resto de resoluciones concursales que deban ser objeto
de publicidad, se insertarán en el Registro público concursal con arreglo al procedimiento que
reglamentariamente se establezca.
3ª) La coordinación o interconexión con los demás registros públicos para garantizar la
integración y coherencia de la información. Con este objeto se prevé también la conexión con
los registros de resoluciones concursales de los demás Estados miembros de la Unión Europea.
El Registro público concursal se llevará bajo la dependencia del Ministerio de Justicia y constará
de cuatro secciones:
1ª) En la sección primera -de edictos concursales-, se recogen todas las resoluciones
dictadas durante el proceso concursal que deban ser objeto de publicidad de acuerdo con la
ley.
2ª) La sección segunda -de publicidad registral-, contiene las resoluciones registrales
anotadas o inscritas en los distintos registros públicos (art. 24.1, 2 y 3 LC), incluyendo las que
declaren la culpabilidad del concursado.
3ª) La sección tercera -de acuerdos extrajudiciales-, recoge toda la información sobre la
iniciación y finalización de los procedimientos para alcanzar los acuerdos extrajudiciales de
pagos, así como las previsiones de publicidad edictal del proceso de homologación judicial de
los acuerdos de refinanciación.
A destacar que el contenido del Registro deberá ser accesible de forma gratuita por Internet u
9. LA PUBLICIDAD REGISTRAL
Los efectos del concurso se producen sobre la persona del deudor y también sobre su
patrimonio, por eso la Ley Concursal contempla la inscripción de las resoluciones concursales
en los diferentes registros públicos.
“Si el deudor fuera persona natural, se inscribirán preferentemente, por medios telemáticos,
en el Registro Civil la declaración de concurso, con indicación de su fecha, el régimen de
intervención o, en su caso, la suspensión de sus facultades de administración y disposición, así
como el nombramiento de los administradores concursales “(art. 24.1 LC).
En cuanto a los bienes o derechos inscritos en registros públicos (por ejemplo, Registro de la
propiedad o Registro de bienes muebles), en el folio correspondiente a cada uno se inscribirá
la declaración de concurso, con indicación de su fecha, el régimen de intervención o suspensión
a que se encuentra sometido el deudor y el nombramiento de los administradores concursales.
Practicada dicha anotación o inscripción se producirá el cierre del registro y solo podrán
inscribirse aquellos embargos y secuestros posteriores a la apertura del procedimiento que
acuerde el juez del concurso, salvo que se trate de embargos dictados en procedimientos
administrativos o ejecuciones laborales que continúen tras la declaración de concurso, cuando
los bienes objeto de embargo no resulten necesarios para la actividad profesional o
empresarial del deudor (art. 24.4 en relación con el 55.1 LC).
El título inscribible en todos los casos será el correspondiente mandamiento librado por el
letrado de la administración de justicia, en el que se hará constar si la resolución es o no firme
(art. 24.5 LC).
La Ley prevé la posibilidad de concurso de la herencia, que podrá ser declarado en tanto no
haya sido aceptada pura y simplemente (art. 1.2 LC), y para solicitar la declaración de concurso
legitima al administrador de la herencia yacente, a los herederos y a los acreedores del deudor
fallecido (arts. 3.4 y 6.2-2º in fine), especificando que la solicitud formulada por un heredero
producirá los efectos de la aceptación de la herencia a beneficio de inventario.
La Ley Concursal no agota la materia relativa a la insolvencia del deudor. Existe una legislación
concursal especial (disp. adic. 2.ª LC), dictada para las crisis de las entidades de crédito, de
inversión y de seguro, cuya razón de ser se encuentra en las repercusiones de esas crisis sobre
el sistema financiero. Entre las disposiciones consideradas como legislación concursal especial
destaca el Capítulo II del Título I del Real Decreto-ley 5/2005, de 11 de marzo, de reformas
urgentes para el impulso a la productividad y para la mejora de la contratación pública, que,
de forma común a los mercados financieros, establece un tratamiento concursal muy especial
de los acuerdos de compensación y de las denominadas «garantías financieras».
Además, han de tenerse en cuenta las peculiaridades de cada uno de los referidos sectores.
Por otro lado, también habrá que tomar en consideración la normativa sobre tutela de los
ahorradores, que gira en torno al Fondo de Garantía Depósitos de Entidades de Crédito (RD1
16/2011, de 14 de octubre) que, en caso de insolvencia, satisface a los depositantes el importe
de los depósitos garantizados hasta el límite de 100.000 euros.
b) En relación con las empresas de servicios de inversión, habrá que atender, por un
lado, a la Ley del Mercado de Valores, y a la regulación correspondiente del Fondo de Garantía
de Inversiones (RD-l 948/2001, de 3 de agosto, sobre Sistemas de Indemnización de los
Inversores); y por otro, a la Ley 11/2015, de 18 de junio, de recuperación y resolución de
Hay que destacar que la liquidación administrativa de cualquier clase de entidades no impide
la apertura de la sección de calificación, aunque esa liquidación se realice al margen del
procedimiento concursal (art. 174 LC). La calificación se realizará sin necesidad de declaración
de un concurso de acreedores y no se formará en cualquier caso de intervención
administrativa, sino sólo cuando se adopten medidas que comporten la disolución y liquidación
de la entidad y que excluyan la posibilidad de declarar el concurso.
En el ámbito de la Unión Europea, la necesidad de una solución supranacional es, si cabe, aún
mayor, como consecuencia de la creación del mercado interior, y se materializó inicialmente
en el Reglamento (CE) número 1346/2000, del Consejo, sustituido por el Reglamento (UE)
2015/848 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de mayo de 2015, sobre
procedimientos de insolvencia (vigente desde junio de 2017).
Tanto la Ley Modelo como los Reglamentos europeos persiguen los mismos objetivos: facilitar
a los acreedores que no residen en el Estado de apertura del procedimiento la solicitud de
reconocimiento de los respectivos créditos y atribuir a los órganos concursales las facultades
necesarias para actuar sobre bienes situados en el territorio de otros Estados. Entre las demás
normas del Derecho derivado destaca la Recomendación de la Comisión de 12 de marzo de
2014, sobre un nuevo enfoque frente a la insolvencia y el fracaso empresarial, encaminada a
servir de inspiración a futuras reformas legislativas en los Estados miembros; y la Propuesta de
Directiva sobre marcos de reestructuración preventiva, segunda oportunidad y aumento de la
eficacia de los procedimientos de condonación, insolvencia y reestructuración, de 22 de
noviembre de 2016.
I. Introducción
1. Los institutos preconcursales
II. La comunicación de negociaciones
2. Las negociaciones
3. El régimen de la comunicación de negociaciones
4. El decreto del letrado de la administración de justicia
5. Los efectos de la comunicación
III. Los acuerdos de refinanciación
6. Las clases de acuerdos de refinanciación
7. La homologación de los acuerdos de refinanciación
IV. Los acuerdos extrajudiciales de pago
8. Los presupuestos del acuerdo
9. La tramitación y el contenido del acuerdo
10. Los efectos del acuerdo
V. El concurso consecutivo
Sin embargo, la realidad pronto demostró la ineficiencia de este sistema que la Ley Concursal
había diseñado partiendo de unos postulados inadecuados. Y así, a través de sucesivas
reformas, se introdujeron en la LC dos institutos preconcursales cuyo denominador común es
evitar el concurso de acreedores: los acuerdos de refinanciación (que, en rigor, deberían
denominarse acuerdos de reestructuración porque pueden adoptarse sin necesidad de
obtener nuevos medios financieros), con un régimen disperso y confuso (así, especialmente,
art. 71 bis y disposición adicional 4ª) y los acuerdos extrajudiciales de pagos, regulados
fundamentalmente en el nuevo Título X de la Ley (arts. 231 a 242).
Para facilitar y culminar la consecución de estos acuerdos, la Ley Concursal establece ahora la
posibilidad de que, con una simple comunicación al juzgado competente del inicio de
negociaciones con los acreedores, el deudor consiga un «periodo de tranquilidad», en el que
se establece la prohibición de iniciar determinadas ejecuciones y la suspensión de algunas de
las que estén en curso. También, si el deudor se encuentra en estado de insolvencia actual, se
puede posponer el deber legal de solicitar el concurso voluntario y se puede evitar que, durante
ese período, los acreedores puedan obtener la declaración de concurso necesario. La Ley
arbitra un sistema muy sencillo, una comunicación al juzgado, de la que derivan tan
importantes efectos con el fin de evitar que, mientras tienen lugar las negociaciones con los
acreedores, los más diligentes traten de ejecutar los respectivos créditos o conseguir la
declaración de concurso.
En relación con los acuerdos de refinanciación, el empleo de este medio instrumental para
conseguir esos objetivos es potestativo: aunque no sea frecuente, es posible que el deudor
alcance un acuerdo de refinanciación sin que hubiera efectuado previamente esa
comunicación al juzgado. Por el contrario, en relación con los acuerdos extrajudiciales de
pagos, la comunicación al juzgado es obligatoria: el Registrador mercantil, el Notario o la
Cámara Oficial de Comercio, Industria, Servicios y Navegación deben comunicar de oficio la
apertura de negociaciones al juez competente.
2. LAS NEGOCIACIONES
La negociación con los acreedores cuya existencia o cuya inminencia se pone en conocimiento
del juzgado puede tener distintas finalidades: puede tener como objeto conseguir un acuerdo
de refinanciación, o bien conseguir un acuerdo extrajudicial de pagos o, incluso, puede ser el
medio para alcanzar las adhesiones suficientes para presentar, junto con la solicitud de
concurso, una propuesta anticipada de convenio (art. 5 bis.1). En realidad, sólo las dos primeras
negociaciones constituyen medios encaminados a evitar el concurso de acreedores. La tercera
negociación intenta simplemente que la solicitud de concurso voluntario de acreedores que,
transcurrido el periodo de negociaciones, habrá de solicitar el deudor, vaya acompañada de las
adhesiones de acreedores a la propuesta anticipada de convenio necesarias para que el juez,
en el mismo auto de declaración de concurso, pueda admitir a trámite la propuesta (art. 106.2).
Por lo general, la comunicación del inicio de las negociaciones debe especificar cuál es la
finalidad de las mismas. Ahora bien, aunque se hubiera especificado singularmente el objeto
de la negociación, no existen dificultades insuperables para entender que, fracasada esa
negociación para un acuerdo de refinanciación o incluso para un acuerdo extrajudicial de
pagos, se aproveche el «periodo de tranquilidad» con los acreedores para tratar de conseguir
adhesiones suficientes a una propuesta anticipada de convenio.
único que se pretende es conseguir tiempo para preparar la solicitud de concurso o que, como
consecuencia del transcurso del periodo legal para las negociaciones, un determinado acto
quede fuera del periodo de los dos años anteriores a la declaración de concurso imposibilitando
o, cuando menos, dificultando el ejercicio de acciones de reintegración de la masa activa.
La comunicación deberá dirigirse al juzgado competente para declarar el concurso del deudor
mediante escrito firmado por procurador y por abogado. En la comunicación deberá razonarse
y acreditarse esa competencia, ya que, en caso contrario, el letrado de la administración de
justicia no podrá tenerla por efectuada. Frente a la regla general, según la cual la competencia
para declarar el concurso y, por tanto, para recibir la comunicación del inicio de negociaciones
corresponde a los juzgados de lo mercantil en el que el deudor tenga el centro de sus intereses
principales (art. 10.1), si la comunicación se realiza por un deudor persona natural que no sea
empresario o por el Notario del domicilio del deudor ante quien se solicite el nombramiento
del mediador concursal (arts. 232.3-I y 242.bis), la competencia corresponde al juzgado de
primera instancia (art. 85.6 LOPJ).
En la comunicación se expresará que se han iniciado las negociaciones con los acreedores (o,
en el caso de los acuerdos extrajudiciales de pago, que se iniciarán próximamente), y, si
existieran, se indicará qué ejecuciones se siguen contra el patrimonio del deudor y cuáles de
ellas recaen sobre bienes o derechos que se consideran necesarios para la continuidad de la
actividad profesional o empresarial. La Ley no exige que se acompañe un inventario o una
relación de acreedores, ni tampoco que se acompañen las cuentas anuales.
Una vez formulada la comunicación, no podrá presentarse por el mismo deudor nueva solicitud
en el plazo de un año (art. 5 bis.6).
En el decreto se harán constar las ejecuciones que se encuentran en curso sobre bienes o
derechos que, según la comunicación, fuesen necesarios para la continuidad de la actividad
profesional o empresarial del deudor. En caso de controversia sobre el carácter necesario del
bien o del derecho, quien ostente interés legítimo podrá interponer recurso de revisión ante el
juez.
efectiva si el crédito garantizado hubiera vencido. En este sentido, los garantes no podrán
invocar la comunicación de la apertura de negociaciones en perjuicio del acreedor, incluso
aunque éste participe en esas negociaciones (art. 235.4).
Pero la comunicación produce de inmediato –no desde la fecha del decreto del letrado de la
administración de justicia-muy importantes efectos, que interesa destacar:
-En relación con la prohibición de iniciar ejecuciones, hasta que transcurran 3 meses a
contar desde la fecha de presentación de la comunicación del inicio de negociaciones para
tratar de alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos, ó 2 meses si el deudor fuera persona
natural que no tuviera la condición de empresario, la prohibición es absoluta: los acreedores
no pueden iniciar ejecuciones judiciales o extrajudiciales sobre los bienes y derechos
integrados en el patrimonio del deudor, cualquiera que sea la naturaleza o la función de esos
bienes o derechos [art. 235.2-a) y art. 242 bis.1-8º]. Si el objeto de la comunicación hubiera
sido el intento de alcanzar un acuerdo de refinanciación –u obtener adhesiones a una
propuesta anticipada de convenio-, la prohibición tiene un alcance limitado: durante esos
plazos los acreedores no podrán iniciar ejecuciones judiciales o extrajudiciales en las que
soliciten el embargo de bienes o derechos que sean necesarios para la continuidad de la
actividad profesional o empresarial del deudor (art. 5 bis.4).
En efecto, a pesar la comunicación del inicio de negociaciones con los acreedores para alcanzar
un acuerdo de refinanciación –o para obtener adhesiones a una propuesta anticipada de
convenio-, los acreedores con garantía real podrán iniciar ejecuciones sobre los bienes o
derechos sobre los que se hubiera constituido la garantía. Si la garantía recayera sobre bienes
o derechos necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor,
una vez iniciado el procedimiento de ejecución, se suspenderá por el juez que esté conociendo
del mismo hasta que transcurran 3 meses a contar desde la fecha de presentación de la
comunicación de la apertura de negociaciones con los acreedores para obtener adhesiones a
una propuesta anticipada de convenio o para alcanzar un acuerdo de refinanciación.
Del mismo modo, a pesar de la comunicación del inicio de negociaciones con los acreedores
para tratar de alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos, los acreedores con garantía real
podrán iniciar ejecuciones sobre los bienes o derechos sobre los que se hubiera constituido
la garantía. Si la garantía recayera sobre la vivienda habitual del deudor o sobre bienes o
derechos necesarios para la continuidad de la actividad profesional o empresarial del deudor,
una vez iniciado el procedimiento, la ejecución sobre esos bienes o derechos se suspenderá
por el juez que estuviere conociendo de las mismas hasta que transcurran 3 meses a contar
desde la fecha de la comunicación de la apertura de negociaciones con los acreedores o 2
meses si el deudor fuera persona natural que no tuviera la condición de empresario.
Por efecto de esa posposición del deber legal, las solicitudes de concurso que se presenten
después de la comunicación de la apertura de negociaciones por otros legitimados distintos
del deudor o, en el acuerdo extrajudicial de pagos, distintos del deudor o del mediador
concursal no se admitirán a trámite mientras no transcurra el plazo de 3 meses a contar desde
la fecha de esa comunicación o de 2 meses si el deudor fuera persona natural que no tuviera
la condición de empresario. Las presentadas antes de la comunicación, aunque aún no
hubieran sido admitidas a trámite, continuarán su tramitación. Las solicitudes que se presenten
con posterioridad a la expiración de esos plazos sólo se proveerán cuando haya transcurrido
un mes hábil sin que el deudor hubiera solicitado la declaración de concurso. Si el deudor
solicita la declaración de concurso dentro de ese mes, ésta se tramitará en primer lugar (art.
15.3). A estos efectos la solicitud del deudor se considera presentada el mismo día en que se
hubiera efectuado la comunicación del inicio de las negociaciones.
1) Los acuerdos colectivos de refinanciación son los acuerdos entre el deudor y los
acreedores que representen, al menos, las tres quintas partes del pasivo (deducidos los
créditos de aquellos acreedores que sean personas especialmente relacionadas con el deudor)
que tienen por objeto, al menos, la ampliación significativa del crédito disponible o la
modificación o la extinción de las obligaciones del deudor, bien sea mediante la prórroga de
la fecha de vencimiento, o bien mediante el establecimiento de nuevas obligaciones que
sustituyan a las que se extingan. La existencia de esa mayoría cualificada de pasivo debe
constar en certificación emitida por el auditor de cuentas del deudor o, si no estuviera
nombrado, del que nombre el Registrador mercantil. En todo caso, la Ley exige que el acuerdo
responda a un plan de viabilidad que permita la continuidad de la actividad profesional o
empresarial del deudor a corto y a medio plazo. Una vez alcanzado el acuerdo debe
formalizarse en instrumento público por todos los que lo hayan suscrito (art. 71 bis.1).
Los acuerdos colectivos de refinanciación pueden ser acuerdos de un solo deudor, sea persona
natural o jurídica, con todos o algunos de sus acreedores o acuerdos de grupo o de subgrupo,
1º) Que la proporción de los créditos con garantías personales o reales de los
acreedores que suscriban el acuerdo no puede ser superior a la existente antes del acuerdo, ni
superior al 90 por 100 del pasivo total afectado por el acuerdo.
2º) Que el tipo de interés aplicable a los créditos subsistentes o resultantes del acuerdo
a favor del o de los acreedores intervinientes no exceda en más de un tercio a la media de los
intereses aplicables a los créditos antes del acuerdo.
En todo caso, y al igual que en el supuesto anterior, Ley exige que el acuerdo responda
a un plan de viabilidad que permita la continuidad de la actividad profesional o empresarial del
deudor a corto y a medio plazo. El acuerdo, una vez alcanzado, debe formalizarse en
instrumento público por todos los que lo hayan suscrito (art. 71 bis.2).
Los acuerdos de refinanciación, sea acuerdos colectivos, sean acuerdos singulares, vinculan al
deudor, a los acreedores que lo hayan suscrito y, en caso de pasivo sujeto a un régimen o pacto
de sindicación, a todos los acreedores sindicados cuando quienes suscriban el acuerdo
representen, al menos, el 75 por 100 del pasivo sindicado, pero no extienden sus efectos a los
demás acreedores. Salvo que en el propio acuerdo se establezca otra cosa, el acuerdo adquirirá
eficacia desde la fecha del instrumento público en que se formalice.
La Ley prevé que determinados acuerdos de refinanciación pueden ser homologados por el
juez competente para la declaración de concurso. La homologación judicial tiene como efecto
la extensión de la eficacia del acuerdo homologado a acreedores que no lo habían suscrito. El
régimen de esta homologación se contiene en la disposición adicional cuarta de la Ley
Concursal.
Son acuerdos homologables los que reúnan los dos siguientes requisitos:
2) Que el acuerdo haya sido suscrito por acreedores que representen, en el momento
de su adopción, al menos, el 51 por 100 del «pasivo financiero», según certificación emitida
por el auditor de cuentas del deudor. La Ley considera créditos financieros los procedentes de
cualquier endeudamiento cuya causa sea la financiación al deudor. En ningún caso tendrán la
consideración de créditos financieros los créditos de Derecho público, los créditos laborales y
los créditos por operaciones comerciales. Es indiferente que esos créditos, en caso de
concurso, se clasificaran como créditos ordinarios o como créditos privilegiados. Lo importante
es que el «pasivo financiero» alcance ese porcentaje.
1.º Las esperas por plazo no superior a 5 años, ya sean de principal, de intereses o de
cualquiera otra cantidad adeudada, y la conversión de los créditos en créditos participativos
durante el mismo plazo, si el acuerdo hubiera sido suscrito por acreedores que representen, al
menos, el 60 por 100 del pasivo financiero total.
2.º Las esperas por plazo superior a 5 años y no superior a 10, las quitas, la conversión
de los créditos en acciones o participaciones de la sociedad deudora o de otra sociedad, la
conversión de los créditos en créditos participativos por período superior a 5 años y no superior
a 10, en obligaciones convertibles, en créditos subordinados, en créditos con intereses
capitalizables o en cualquier otro instrumento financiero con características, rango o
vencimiento distintos de aquellos que tuvieran los créditos originarios, y la cesión de bienes o
derechos a los acreedores en pago o para pago de la totalidad o parte de la deuda, si el acuerdo
hubiera sido suscrito por acreedores que representen, al menos, el 75 por 100 del pasivo
financiero total.
b) A los acreedores de pasivos financieros con garantía real cuyo crédito no exceda del
valor de la garantía que no hayan suscrito el acuerdo de refinanciación o que, antes o después
de la homologación, hubieran mostrado su disconformidad al mismo, se extienden los
siguientes efectos:
1.º Las esperas por plazo no superior a 5 años, ya sean de principal, de intereses o de
cualquiera otra cantidad adeudada, y la conversión de los créditos en créditos participativos
durante el mismo plazo, si ese efecto hubiera sido acordado por acreedores que representen,
al menos, el 65 por 100 del pasivo financiero con privilegio especial por razón del valor de la
garantía real.
2.º Las esperas por plazo superior a 5 años y no superior a 10, las quitas, la conversión
de los créditos en acciones o participaciones de la sociedad deudora o de otra sociedad, la
conversión de los créditos en créditos participativos por período superior a 5 años y no superior
a 10, en obligaciones convertibles, en créditos subordinados, en créditos con intereses
capitalizables o en cualquier otro instrumento financiero con características, rango o
vencimiento distintos de aquellos que tuvieran los créditos originarios, y la cesión de bienes o
derechos a los acreedores en pago o para pago de la totalidad o parte de la deuda, si ese
específico efecto hubiera sido acordado por acreedores que representen, al menos, el 80 por
100 del pasivo financiero con privilegio especial por razón del valor de la garantía real.
Sin embargo, los acreedores de pasivos financieros que no hubieran suscrito el acuerdo de
homologación o que hubiesen mostrado su disconformidad al mismo a los que, por efecto de
la homologación, se extiendan los efectos del acuerdo de refinanciación del pasivo financiero
mantienen sus derechos frente a los obligados solidariamente con el deudor y frente a sus
fiadores o avalistas, quienes no podrán invocar ni la aprobación del acuerdo de refinanciación
ni los efectos de la homologación en perjuicio de aquéllos.
Las impugnaciones se tramitarán conjuntamente por los cauces del incidente concursal. La
sentencia que resuelva la impugnación de la homologación no es susceptible de recurso de
apelación. La estimación de la impugnación por el carácter desproporcionado del sacrificio
exigido a uno o varios de los acreedores, no impide, sin embargo, que se produzcan los efectos
de la homologación del acuerdo respecto de los demás acreedores a los que se extienda la
eficacia del acuerdo.
En caso de incumplimiento del acuerdo de refinanciación homologado, cualquier acreedor
podrá solicitar, ante el juez que lo hubiera homologado, la declaración de incumplimiento. Esta
solicitud se sustanciará por los trámites del incidente concursal. Declarado el incumplimiento,
los acreedores podrán instar la declaración de concurso o iniciar ejecuciones singulares.
La regulación delimita también desde un punto de vista negativo los sujetos que no podrán
formular la solicitud para alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos (art. 231.3 y 4 LC) y los
acreedores que no se verán afectados por el acuerdo (art. 231.5).
Art. 231. 3. “No podrán formular solicitud para alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos:
1º Quienes hayan sido condenados en sentencia firme por delito contra el patrimonio, contra el orden
socioeconómico, de falsedad documental, contra la Hacienda pública, la Seguridad Social o contra los
derechos de los trabajadores en los 10 años anteriores a la declaración de concurso.
2º las personas que, dentro de los cinco últimos años, hubieran alcanzado un acuerdo extrajudicial de
pagos con los acreedores, hubieran obtenido la homologación judicial de un acuerdo de refinanciación
o hubieran sido declaradas en concurso de acreedores.”
Art. 231. 4. “No podrán acceder al acuerdo extrajudicial de pagos quienes se encuentren negociando
con sus acreedores un acuerdo de refinanciación o cuya solicitud de concurso hubiera sido admitida a
trámite.”
Art. 231. 5. “Los créditos con garantía real se verán afectados por el acuerdo extrajudicial conforme a
lo dispuesto por los artículos 238 y 238 bis.
Los créditos de derecho público no podrán en ningún caso verse afectados por el acuerdo extrajudicial,
El deudor que pretenda alcanzar un acuerdo extrajudicial de pagos tendrá que solicitar el
nombramiento de un mediador concursal, que se encargará de impulsar las negociaciones
entre el deudor y los acreedores según el procedimiento establecido. La tramitación del
expediente de acuerdo extrajudicial de pagos se inicia con la solicitud del deudor –mediante
formulario normalizado-dirigida al Registrador mercantil de su domicilio o a la Cámara Oficial
de Comercio cuando haya asumido funciones de mediación, si se trata de un empresario o
entidad inscribible, o al Notario de su domicilio, si es una persona natural no empresario o una
entidad no inscribible.
Cuando la solicitud se haya dirigido a una Cámara Oficial de Comercio, la propia cámara
asumirá las funciones de mediación. En caso de personas naturales, el Notario podrá asumir
las funciones del mediador concursal.
De todas formas, una vez que el mediador concursal propuesto acepte el cargo, el Registrador
mercantil, el Notario, o la Cámara de Comercio comunicarán de oficio la apertura de las
negociaciones al juzgado competente para la declaración de concurso, y adoptarán las demás
medidas de publicidad previstas.
El mediador tiene un plazo de 10 días naturales para comprobar la existencia y cuantía de los
créditos y para convocar al deudor y a los acreedores a una reunión. Por lo que respecta al
deudor, podrá continuar con su actividad laboral, empresarial o profesional, pero desde la
presentación de la solicitud se abstendrá de realizar cualquier acto de administración y
disposición que exceda los actos u operaciones propias del giro o tráfico de su actividad.
Además, como hemos visto, no podrá ser declarado en concurso en tanto no concurran las
circunstancias previstas en el art. 5 bis de la LC.
vez anotada la apertura del procedimiento en los registros públicos de bienes, no podrán
anotarse, respecto de los bienes del deudor, embargos o secuestros posteriores a la
presentación de la solicitud de acuerdo extrajudicial de pagos, salvo los que pudieran
corresponder a los acreedores de Derecho público, los cuales no podrán en ningún caso verse
afectados por el acuerdo extrajudicial, aunque gocen de garantía real [arts. 231.5 y 235.2-a)].
En los 10 días naturales siguientes al envío de la propuesta, los acreedores podrán presentar
propuestas alternativas o propuestas de modificación y, transcurrido ese plazo, el mediador
concursal remitirá los documentos definitivos que habrán de ser votados en junta. Cuando el
acuerdo extrajudicial de pagos propuesto sea aceptado por los acreedores conforme al
régimen de mayorías previsto se elevará a escritura pública y se producirá el cierre del
expediente, sin perjuicio de que se permita su impugnación, aunque por motivos tasados (art.
239 LC).
En función del contenido del acuerdo, los créditos quedarán aplazados y remitidos conforme a
lo convenido y, en caso de cesión de bienes a los acreedores, los créditos se considerarán
extinguidos en todo o en parte. También, los acreedores podrán convertirse en socios de la
compañía o adquirir nuevos instrumentos financieros de rango, vencimiento y características
distintas de la deuda original. Además, ningún acreedor afectado por el acuerdo podrá iniciar
o continuar ejecuciones contra el deudor por deudas anteriores a la comunicación de la
apertura del expediente, y el deudor podrá solicitar la cancelación de los correspondientes
embargos del juez que los hubiera ordenado.
Ahora bien, podrán verse afectados por el acuerdo tanto los acreedores que lo aceptaron
expresamente como los acreedores que no lo hubieran aceptado o se hubieran mostrado
disconformes y tanto si gozan de garantía real como si no (arts. 238 y 238 bis LC). En el primer
caso, respecto de los acreedores que hayan suscrito el acuerdo extrajudicial, para el
mantenimiento de las acciones que les corresponden contra los obligados solidarios y los
garantes personales del deudor habrá que estar a lo que se hubiera acordado en la respectiva
relación jurídica. En el segundo caso, cuando se trate de acreedores disidentes que resulten
afectados por el acuerdo, mantendrán sus derechos frente a los obligados solidariamente con
el deudor y frente a sus fiadores o avalistas (art. 240 LC).
V. EL CONCURSO CONSECUTIVO
Se considera concurso consecutivo el que se declara a solicitud del deudor, de los acreedores
o, en el caso de un acuerdo extrajudicial de pagos, también a solicitud del mediador, por la
imposibilidad de alcanzar algunos de los acuerdos de refinanciación o un acuerdo extrajudicial
de pagos tipificados en esta Ley, así como por la declaración judicial de nulidad, de ineficacia o
de incumplimiento del acuerdo alcanzado.
Será juez competente para declarar el concurso consecutivo el que hubiera declarado la
nulidad o la ineficacia del acuerdo o lo hubiera declarado incumplido o, en el caso de los
acuerdos de refinanciación homologados, el que lo hubiera homologado. En los demás casos
será juez competente el que conforme a las normas generales lo fuera para la declaración del
concurso.
El concurso consecutivo es un concurso con especialidades. Unas son comunes a los concursos
declarados tras el fracaso de cualquiera de esos acuerdos, mientras que otras son específicas
de cada uno de ellos.
b) El concurso consecutivo se presume culpable, salvo prueba en contrario, cuando, sin causa
razonable, los administradores se hubiesen negado a proponer o los socios a acordar la
capitalización de créditos o una emisión de valores o instrumentos convertibles y esa negativa
hubiera frustrado la consecución de un acuerdo de refinanciación o un acuerdo extrajudicial
En todo caso, para que la negativa de los socios a acordar la capitalización de créditos o una
emisión de valores o instrumentos convertibles determine la culpabilidad del concurso, el
acuerdo propuesto a la junta general deberá reconocer en favor de los socios de la sociedad
deudora un derecho de adquisición preferente en caso de enajenación de las acciones,
participaciones, valores o instrumentos convertibles por los acreedores que los hubieran
suscrito o a los que se hubieran adjudicado como consecuencia de ese acuerdo (art. 165.2-II
LC).
En caso de persona jurídica podrán ser consideradas personas afectadas por la calificación,
además de los administradores o liquidadores y apoderados generales en los términos
previstos en la ley, los socios que, sin causa razonable, se hubieran negado a acordar la
capitalización de los créditos o a una emisión de valores o instrumentos convertibles o hubieran
votado en contra de la propuesta. La calificación de los socios como personas afectadas por la
calificación se realizará en función del grado de contribución que hubieran tenido en la
formación de la mayoría necesaria para el rechazo del acuerdo (art. 172.2-1º LC)
Por lo que respecta a la formación de la masa pasiva y la calificación de los créditos, los
titulares de créditos que hubieran firmado el acuerdo extrajudicial no necesitarán solicitar el
reconocimiento de sus créditos en el concurso, y se calificarán como subordinados los créditos
de aquellos acreedores que hubieran recibido la convocatoria pero no asistieran a la reunión y
no hubiesen manifestado su aprobación u oposición al acuerdo dentro de los 10 días naturales
anteriores, con excepción de los que disfruten de garantía real.
Asimismo, serán créditos contra la masa los créditos por gastos del expediente extrajudicial y
los demás créditos que, habiéndose generado durante la tramitación del expediente, conforme
a la ley tengan la consideración de créditos contra la masa.
Por último, en cuanto a los efectos de la conclusión del concurso, cuando el concurso de un
deudor persona natural se calificara como fortuito, el juez declarará la remisión de todas las
deudas que no sean satisfechas en la liquidación, siempre que se cumplan los requisitos
previstos para la exoneración del pasivo insatisfecho (art. 178 bis LC).