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Siguiendo la inteligencia del zigzagueo que hace el autor, Dios aparece ante la
mirada pública en forma de hombre perfeccionado. Dios es un hombre meta (o
quizás supra) existente. La forma definitiva del poder y el ser que construye el
universo sin yerros o dudas. El hombre aspira a transformarse en Dios, sin
embargo, mientras lo logra considera atinado establecerlo a manera de modelo
ideológico, educacional o sociológico. Solo ese camino permitirá que las
conductas de los individuos se regularicen y queden marcadas por el incentivo
más anhelado: alcanzar la inmaculada concepción del conocimiento hecho
criatura, criatura que magnifica lo que percibe y acelera su depuración, su
consolidación.
Al tenor de esa premisa, Dios guiará a la humanidad por una suerte de desafíos
concatenados. Es decir, el hombre perseguirá el deseo de superarse a sí mismo
para tornarse puro. El hombre, a veces, morirá creyendo que Dios tiene
dimensiones inalcanzables, cuando resulta que el hombre fue quien diseñó esas
medidas para ser reinventadas por otros. Así el hombre altera el juego de las
creencias e irrumpe la cordura de futuras generaciones con una sola meta:
olvidarse de que Dios es su identidad alejándose un paso a la vez y no un
obsequio de normas que le pueden ayudar a aprovechar mejor su tiempo de vida
sin dañar a otros.