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Tema 1 Evolucion Historica Urbanismo
Tema 1 Evolucion Historica Urbanismo
ADMINISTRACIÓN
GRAL. AYTO. SEVILLA
2021
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En todas las épocas en que el proceso de urbanización ha sido
importante, se han producido regulaciones tendentes a ordenar la
construcción de nuevas ciudades. Son paradigmáticas al respecto
las disposiciones contenidas en las Leyes de Indias, que señalan los
lugares preferibles para su emplazamiento, el trazado aconsejable
según el clima, el papel de las plazas y espacios libres y otros muchos
aspectos que podían contribuir a mejorar lo que hoy llamaríamos la
calidad de vida. Las nuevas poblaciones construidas en América eran
ciudades «planificadas» y así lo constató DARWIN, en el viaje que
realizó en el Beagle, cuando describe la ciudad de Maldonado en la
Banda Oriental (actual Uruguay), con sus calles rectilíneas y una plaza
en el centro, lo que acentuaba, según él, la impresión de
despoblación.
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reedificados, lo que anticipa, «mutatis mutandis», la técnica de la
declaración de fuera de ordenación.
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privada a un diseño preconcebido lo constituye la Real Orden de 25
de junio de 1846, por la que se hacía obligatorio, en «los pueblos de
crecido vecindario», el levantamiento de un plano geométrico de la
población, sus arrabales y paseos, con el fin de «evitar los conflictos
que suelen ocurrir con motivo de la construcción de edificios de
nueva planta y reedificación de los antiguos». En dichos planos
habrían de marcarse con líneas convencionales las alteraciones que
hubieran de hacerse para la alineación futura de cada calle o plaza.
Este es el primer intento de someter la actividad edificatoria a un
«plan» previo, por embrionario que fuese. Otra Real Orden de 10 de
junio de 1854, sobre reglas que deben observarse en los expedientes
de construcción de casas en Madrid, sujeta estas obras a licencia
para comprobar su adecuación al plano de alineación aprobado
conforme a la Real Orden de 1846.
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Ayuntamiento, que recupera su importe mediante tributos, bien a
costa de los propietarios, que ceden, además, los terrenos necesarios
para las vías públicas, pero no pagan los tributos mencionados. Esta
segunda vía ha sido por la que avanzado en el Derecho urbanístico
español en épocas posteriores.
Para gestionar las actuaciones necesarias, se constituye una Junta
de Ensanche, integrada por concejales y representantes de los
propietarios. Entre sus cometidos se incluye el de fijar el justiprecio
de las expropiaciones necesarias. Los expedientes expropiatorios se
instruyen tras la aprobación del proyecto de ensanche, según
precisaría el Reglamento de la Ley, de 25 de abril de 1867.
Estos proyectos, que pueden ser de iniciativa particular o municipal,
se configuran en el Reglamento como planes, aunque, en rigor, sólo
lo son de las obras de urbanización necesarias. El sistema no
funcionó bien, lo que motivó su revisión por la Ley de Ensanche de 22
de diciembre de 1876, que sustituyó las Juntas de Ensanche por unas
Comisiones formadas exclusivamente por concejales e impuso la
cesión de la quinta parte del terreno para calles y plazas o el pago de
su precio, bajo amenaza de expropiación forzosa de la finca.
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Esta fue la otra gran línea de intervención de finales del s. XIX. La Ley
de Expropiación Forzosa de 10 de enero de 1879 había declarado de
utilidad pública «las obras de policía urbana y en particular las de
ensanche y reforma interior de las poblaciones». También había
previsto la expropiación de las zonas laterales o paralelas a la vía
pública en una anchura de veinte metros, fijándose el justiprecio por
el valor de las fincas antes de la aprobación del proyecto legitimador
de la expropiación. Esta regulación fue modificada por la Ley de 18
de marzo de 1895, de Saneamiento y Reforma Interior de Grandes
Poblaciones (entendiendo por tales las de más de 30.000 habitantes),
que, por un lado, amplía a cincuenta metros la zona lateral
susceptible de expropiación y, por otro, incluye entre los sujetos que
tienen derecho a indemnización a los arrendatarios de
establecimientos mercantiles, con más de diez años de ejercicio.
Otra novedad es que el justiprecio lo determina un Jurado especial,
presidido por el Alcalde e integrado por arquitectos, abogados, un
comerciante, un industrial y varios propietarios.
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en su aplicación se tomó en consideración únicamente la
urbanización del suelo, al margen de una política de vivienda. Esta se
iniciará a principios del s. XX, inspirada en motivaciones sociales y
sanitarias, pero desvinculada del planeamiento urbanístico, lo que
tendrá consecuencias muy negativas para el desarrollo urbano, que
no se rectificarán hasta la década de 1970.
A esa política responde la primera Ley de Casas Baratas de 12 de
junio de 1911 y la segunda de 1921. En 1923, como consecuencia de
los trabajos de la Conferencia Nacional de la Edificación, celebrada
ese año, se elaboró un proyecto de ley sobre fomento de la
edificación, cuyo principal mérito, en lo que aquí interesa, estribaba
justamente en la vinculación entre la política de vivienda y la
ordenación urbanística, intentando atajar la retención especulativa de
los terrenos mediante una serie de disposiciones que conservan
plena actualidad: régimen fiscal de los solares sin edificar,
edificación forzosa de los mismos bajo amenaza de expropiación y
prevalencia de los valores fiscales en la fijación de los justiprecios. El
advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera impidió que el
proyecto fuera debatido y tramitado.
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El sistema normativo del Estatuto y el Reglamento de Obras se
considera por algunos como el acta de nacimiento del moderno
Derecho urbanístico español y su vigencia se mantuvo en líneas
generales hasta la Ley del Suelo de 1956, ya que la Ley municipal de
1935 apenas introdujo novedades, limitándose a reproducir casi
literalmente el Estatuto de 1924.
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La Ley continúa siendo fundamentalmente una ley de ensanche,
preocupada por los nuevos desarrollos urbanos más que por la
actuación sobre las edificaciones existentes. Generaliza la figura del
plan, afirmando la primacía de este instrumento para la ordenación
del uso de los terrenos y construcciones y configura las limitaciones
impuestas a los propietarios no como servidumbres, sino como
definición del contenido normal del derecho de propiedad, lo que
excluye, en términos generales, la obligación de indemnizar a
consecuencia de la imposición de dichas limitaciones.
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Ayuntamientos no estaban preparados para la compleja gestión que
exigía la aplicación de la Ley.
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fórmulas de urbanismo concertado para estimular la colaboración de
los agentes privados en el proceso de urbanización.
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suelo y, sobre todo, Real Decreto-Ley 16/1981, sobre adaptación de
planes generales de ordenación urbana, en el que se salvan ya
expresamente las competencias de las Comunidades Autónomas) y
adoptó algunas iniciativas legislativas de gran alcance, que no
llegaron a cuajar por vicisitudes políticas. Por su parte, las
Comunidades Autónomas, haciendo uso de sus competencias
estatutarias, empezaron a legislar en la materia, aprobando leyes de
gran calado (como la Ley 3/1984 #, de medidas de adecuación del
ordenamiento urbanístico de Cataluña o la Ley 11/1985 #, de
adaptación de la del suelo a Galicia), aunque ninguna de ellas con
pretensión de sustituir en bloque al ordenamiento estatal.
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la expropiación o venta forzosa en caso de incumplimiento imputable
a los propietarios. El estatuto de la propiedad se configuraba como
un proceso de adquisición gradual y sucesiva de facultades, a medida
que se cumplieran los deberes legales correspondientes
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La sentencia del tribunal constitucional 61/1997.
La promulgación de la Ley estatal 8/1990 # dio lugar, como ya se ha
dicho, a la interposición de varios recursos de inconstitucionalidad
por parte de algunas Comunidades que consideraron vulneradas sus
competencias en materia de urbanismo. Lo mismo sucedió tras la
aprobación del Texto Refundido de 1992. Los recursos, basados en
motivos puramente competenciales y no de fondo, fueron resueltos
por la STC 61/1997, de 20 de marzo, que se pronunció únicamente
sobre la impugnación de los preceptos del Texto Refundido, ya que
consideró que los recursos formulados contra la Ley 8/90 # habían
quedado sin objeto, al haber sido derogada la citada Ley por el Texto
Refundido posterior.
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La sentencia, aun reconociendo la existencia y virtualidad de los
títulos competenciales que habían sido invocados por el legislador
estatal, declaró la inconstitucionalidad y consiguiente nulidad de casi
las dos terceras partes del Texto Refundido, con base en dos
argumentos fundamentales: a) imposibilidad de que el Estado dicte
normas meramente supletorias en materias de competencia
exclusiva de las Comunidades Autónomas, como es el urbanismo; b)
extralimitación en el ejercicio de las competencias estatales
invocadas y, en particular, en la relativa a la determinación de las
condiciones básicas sobre el derecho de propiedad.
Esta competencia, que se había venido entendiendo como un
«denominador común» normativo garantizador de la igualdad
sustancial de todos los españoles en todo el territorio del Estado, se
interpreta ahora restrictivamente como un «mínimo denominador
común», en cuya virtud sólo se pueden dictar normas «principales» o
«mínimas», lo que se traduce, a efectos prácticos, en que el legislador
estatal únicamente puede definir supuestos (derechos y deberes
básicos, posiciones jurídicas fundamentales, limitaciones generales,
etc.), pero no puede imponer, con carácter vinculante u obligatorio
para otras Entidades territoriales, consecuencias jurídicas ligadas a
esos supuestos (ni siquiera en caso de incumplimiento).
El resultado es que las normas estatales reguladoras de las
«condiciones básicas» son, en general, normas incompletas, que
deben ser integradas por la correspondiente legislación autonómica
y que, por consiguiente, carecen de plena efectividad mientras no sea
dictada dicha legislación (salvo en materia de valoraciones, en que la
regulación estatal es aplicable sin necesidad de desarrollo).
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jurídico del suelo en tanto que soporte de la actividad transformadora
que implica la urbanización y edificación» (FJ 6.a).
En esta caracterización de la competencia sobre el urbanismo es
fácil reconocer los cuatro ejes en torno a los que se ha articulado
desde la Ley del Suelo de 1956 la actividad urbanística configurada
como función pública: régimen del suelo, planeamiento, gestión y
disciplina. Según la sentencia, la regulación del suelo es competencia
compartida entre el Estado («condiciones básicas del derecho de
propiedad») y las Comunidades Autónomas, mientras que los otros
tres aspectos corresponden en bloque a estas últimas. Pero el
Tribunal intenta, además, una definición más precisa de ese conjunto
de potestades:
(FJ 6.a).
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Islas), mientras que una acepción más amplia (la que inspiraba a la
Ley del Suelo de 1976) incluye también materias cuya regulación es
competencia estatal. En concreto, las que derivan de los títulos
competenciales invocados por la Ley 8/90 #, que ya hemos
mencionado (art. 149.1.1ª, 8ª, 13ª, 18ª y 23ª).
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Esas competencias habrán de ejercerse, como todas las que
corresponden a los Municipios, «en los términos de la legislación del
Estado y de las Comunidades Autónomas». Pero, a su vez, la
legislación de ambas esferas territoriales deberá respetar la
autonomía local constitucionalmente garantizada, lo que marca un
límite, aunque sea difuso, a las opciones de los legisladores
respectivos. Sobre el significado de la autonomía local nos
limitaremos a recordar que, según la doctrina del Tribunal
Constitucional, implica el reconocimiento del derecho de estas
Corporaciones a intervenir en la esfera de sus intereses (de la que
indudablemente forma parte el urbanismo). Pero el grado de
intervención y la modalidad de la misma se deja a criterio del
legislador, estatal o autonómico, competente por razón de la materia.
El único límite es que no se prevea intervención o ésta sea
meramente simbólica.
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La Comunidad Autónoma puede establecer el sistema de
planeamiento que considere oportuno, determinando también qué
tipo de instrumento (municipal o supramunicipal) ha de cumplir o
concretar las previsiones básicas de la legislación estatal y las
contenidas en la propia legislación autonómica en materia de
urbanismo. También es competente el legislador autonómico para
decidir qué instrumentos de planeamiento pueden ser elaborados por
los particulares, pudiendo optar por fórmulas de participación de
éstos más amplias o más restringidas que las que han sido hasta
ahora habituales en nuestro Derecho (limitación de esa iniciativa a
los instrumentos de planeamiento de desarrollo). El apoyo de estas
afirmaciones se encuentra en los F.J. 23, 24 y 25.a) de la Sentencia
comentada.
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El legislador autonómico (como el estatal) puede imponer la
aplicación inmediata de las disposiciones que dicte y también decidir
los instrumentos concretos de planeamiento que deben articular su
efectividad, a diferencia del legislador estatal que no puede hacer
esto último (F.J. 42).
IV
Estructura del ordenamiento urbanístico español.
El ordenamiento urbanístico español tiene una estructura compleja,
que refleja, por un lado, la delimitación competencial resultante de la
organización territorial del Estado y, por otro, la existencia de una
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pluralidad de legislaciones, dictadas desde perspectivas más o
menos «sectoriales», pero cuya incidencia territorial y urbanística es
indiscutible en cuanto establecen limitaciones, prohibiciones o
deberes positivos en orden a la utilización del suelo. A falta de un
Código del Urbanismo, como tienen otros países, una visión de
conjunto del ordenamiento urbanístico requiere articular esa
legislación dispersa y a veces fragmentaria, cuya vigencia no siempre
es fácil determinar.
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licencias necesarias e imponiendo, en su caso, las correspondientes
sanciones.
A) Legislación estatal
1. De aplicación directa
- Ley 6/1998, de 13 de abril, sobre régimen del suelo y valoraciones.
2. De aplicación supletoria
- Texto Refundido de la Ley del Suelo de 9 de abril de 1976.
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B) Legislación autonómica
- Leyes de urbanismo de las Comunidades Autónomas.
C) Normativa municipal
- Normas urbanísticas de los planes.
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